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Se recibió de Abogado y Notario a los veinte años de edad. Es doctor en Derecho y Ciencias Sociales. Su tesis fue
calificada de sobresaliente. Realizó la especialidad en Derecho Administrativo en la Universidad de Roma (1979-
1980). Fue calificado con el máximo puntaje: “30 Iode”.
Actualmente es ministro del Tribunal Superior de Justicia de la Provincia de Córdoba y presidente de la Sala
Contencioso Administrativa del mismo tribunal.
Es profesor por concurso de Derecho Administrativo de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de
Córdoba.
Obtuvo el Premio Joven Jurista 1989 de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba.
Atento las características peculiares del caso, la Administración tenía la obligación for-
mal de efectuar un análisis explícito, razonable y suficiente de lo solicitado y pronun-
ciarse expresamente dentro de la brevedad de los plazos a tenor de las circunstancias
que surgen de la obra pública. No lo puede hacer con posterioridad al rechazo de lo
pedido por una cuestión formal de la que sólo ella es responsable. No puede escudarse
en supuesta mora de la contratista cuando para arribar a esta conclusión la Administra-
ción previamente debió cumplir los trámites procedimentales pertinentes de su exclu-
siva correspondencia. El obrar correcto hubiera sido reconstruir el expediente perdido y
considerar el planteo sustantivo de la contratista para hacer lugar o no a la prórroga
superando el aspecto formal de la demora atento su exclusiva responsabilidad. Si bien
es cierto que la sola solicitud de prórroga no presupone su aceptación, no es menos
cierto que la contratista tiene derecho a una resolución fundada que decida el fondo de
lo impetrado en íntima correspondencia con las cuestiones técnicas y contractuales
pertinentes.
Consecuentemente además de existir un vicio en el procedimiento, también la causa o
motivo aparece viciada por sustentarse en razones de hecho y de derecho que no condicen
con el orden jurídico en vigor. La obligación de la Administración aludida ut supra no
sólo surge de las normas específicas citadas precedentemente sino también del resto
del ordenamiento jurídico positivo (derecho a una decisión fundada: Artículos 1° y 33
de la C.N. y l9 inc. 9 en conc. con el 52 de la Constitución Provincial), de los principios
rectores de los procedimientos administrativos y especialmente de la buena fe que debe
presidir la ejecución de los contratos. Se ha violado de esa forma la garantía del debido
procedimiento legal que “se integra con el derecho del administrado de obtener una
decisión fundada de la Administración, que contemple sus alegaciones y resuelva sus
peticiones” la que se “vincula también con la necesidad general de motivación de todos
los actos administrativos” y “se transforma para el administrado en la prerrogativa de
que, al motivarse el acto deba hacerse mención a sus pretensiones, alegaciones y peti-
ciones ya sea rechazándolas, en cuyo caso la Administración debe dar razones de esa
determinación.”
También en el siguiente caso se vuelve a hacer referencia al ordenamiento en su integri-
dad para dirimir la controversia.
En autos “TECNICA S.R.L. C.I.P.V.” Sent. N° 34 de 1993, (jueces Sesin, Carranza,
Molina) se discute la interpretación de una normativa excepcional que reconocía una
distorsión financiera en un contrato de obra pública. El Tribunal tuvo que decidir si
existía materia contencioso administrativa.
Allí se dijo que “[...] el fundamento de validez o legalidad –tantas veces mencionado–
que tiene todo acto normativo, se sustenta en la totalidad del ordenamiento jurídico. Los
principios generales del derecho y el contenido dogmático de la Constitución inciden
sobre todas las leyes y actos particulares. Por ello se ha dicho que toda interpretación es
una referencia a la totalidad estructural de la que forma parte el objeto de lo interpreta-
do. Es dar una razón suficiente por remisión al contexto [...] Como lo ha sustentado
reiteradamente la doctrina y la jurisprudencia, una cuestión es contencioso administra-
tiva cuando la Administración actúa en ejercicio de una función administrativa suscep-
tible de lesionar un derecho subjetivo o interés legítimo de carácter administrativo reco-
nocido con anterioridad por una normativa de la misma naturaleza.
ACTO ADMINISTRATIVO Y REGLAMENTO
Al respecto el Tribunal Superior expresó que “la valoración de la entidad del vicio que
pudiera haber afectado originariamente alguno de los elementos del acto administrati-
vo, debe efectuarse al momento del dictado del acto que lo anuló, máxime cuando como
sucede en el caso, aquel había generado prestaciones reciprocas propias del tracto
sucesivo que caracteriza al contrato de empleo público.”
En definitiva, se consideró que el vicio no puede considerarse grave. Que el acto anula-
do, al tiempo de producirse su revocación por razones de ilegitimidad, reunía los requi-
sitos de estabilidad que limitó el poder de invalidación en sede administrativa, por
cuanto: a) genera derechos subjetivos. b) fue notificado. c) era regular.
El acto revestía la condición de regular toda vez que el único vicio declarado por la
Administración para declararlo nulo, había quedado superado en los hechos concretos,
por el estado de docente activa que revestía la accionante, situación ésta que la propia
administración consintió al autorizarla a prestar los servicios en forma efectiva, siendo
por ello aplicable la doctrina que impide ir contra los propios actos. La Administración
entonces carecía de competencia para anular en su sede el acto que dispuso ascender a
la actora. Tampoco el interés público resultó vulnerado porque la designada era la mejor
postulada en el concurso.
Como es dable advertir, la secuencia del obrar administrativo primero discurre en anali-
zar si el acto condice o no con el orden jurídico vigente a la luz de sus elementos
constitutivos. Posteriormente, debe valorar en función de la calificación normativa, en
caso necesario, la gravedad, ostensibilidad del vicio y repercusión del interés público, a
fin de verificar si se trata de un acto nulo o anulable.
DOMINGO SESIN
casos complejos genera mas confusión que claridad. No obstante, debemos seguir pen-
sando en la conveniencia de mantener sistemas como el de Córdoba, que aún cuando el
acto nulo hubiere generado derechos subjetivos, de igual modo puede ser invalidado de
oficio por la propia Administración priorizando a ultranza el principio de juridicidad.
También la necesidad de que la jurisprudencia diferencie el tipo de invalidez a fin
analizar la retroactividad o no de los efectos de la anulación del acto. Todo ello hasta
tanto no se actualice el Derecho positivo facilitando al intérprete la dilucidación del
sentido alcance del orden normativo.
impugnación resulte fundada, dicho depósito de garantía deberá ser devuelto una vez
resuelto el caso por la autoridad competente y a su solicitud [...].”
La interpretación del sentido y alcance de este cuadro normativo, nos permite inferir
con claridad, que el rechazo de una impugnación por la Administración no implica la
pérdida automática del depósito referido, por cuanto es necesario evaluar a priori si la
misma resulta “totalmente infundada”. Para ello la Administración debe fundamentar,
es decir motivar explÍcitamente las razones por las que considera “totalmente infunda-
da” la impugnación presentada por el interesado. La propia norma le asigna el carácter
de sanción, como asimismo que su integridad resulte carente de sustento. En modo
alguno puede aceptarse entonces que sólo cuando la Administración hace lugar a la
impugnación debe devolverse el depósito aludido.
La literalidad de la norma y su principiología en el nuevo marco constitucional postulan
una interpretación estricta. En consecuencia, su automaticidad no es tal, es decir que
no es derivación directa del rechazo de la impugnación, por lo que es inexorable su
motivación autónoma. El carácter sancionatorio y la afectación del derecho de propie-
dad que la incautación conlleva refuerzan la literalidad de la norma.
Es decir que debió hacerse un encuadre de la situación fáctica acaecida en el precepto
legal referido, evaluando detenidamente si esa impugnación era “totalmente infunda-
da” para hacer aplicable o no tan grave sanción.
El concepto jurídico indeterminado “totalmente infundado” significa en el contexto
aplicable que el basamento de la impugnación sea notoriamente carente de sustento,
con meras intenciones obstruccionistas, dilatorias, entre otros aspectos. En consecuen-
cia, el sentido de la norma es desalentar la presentación de aquellas impugnaciones que
sin un fundamento verdadero tiendan a obstaculizar el procedimiento de selección,
perjudicando de tal forma al interés público. Es por ello que para la norma no basta que
la impugnación sólo sea “infundada” sino que es necesario su “total” falta de
fundamentación.
Consecuentemente el Tribunal estimó que si bien la Administración pudo tener correc-
tas razones para rechazar la impugnación, no alcanzaban para reputar infundada la
misma, menos aún considerarla “totalmente infundada”. No compartir un razonamiento
determinado no implica automáticamente considerarlo “infundado”, ya que bien puede
estar “fundado” aunque no lo sigamos.
También se dijo que aceptar el criterio de la demandada implicaría desalentar la pre-
sentación de impugnaciones que muchas veces sirve para promover una auténtica juridicidad
administrativa detectando posibles vicios que la Administración está a tiempo de corregir.
En consecuencia, facilitar el acceso a la revisión y control, además de cumplimentar un
principio constitucional, constituye una política de buena administración en pro de
resguardar aun más la transparencia y eficiencia del accionar administrativo.
mucho más que eso, abarca el “debido procedimiento previo a todo acto administrativo”
dentro del cual el “debido proceso adjetivo” comporta una derivación específica de
aquel.
El Artículo 93 de la misma ley dispone que los actos administrativos respetarán el
procedimiento que en su caso estuviere establecido. El incumplimiento a este principio
genera en Córdoba la nulidad absoluta del acto conforme lo dispone el Artículo 104 de
la L.P.A. Provincial.
A su vez el “debido proceso adjetivo”, se encuentra expresamente previsto en el Artículo
8° de la L.P.A. Provincial cuando expresa: “queda garantizado a los interesados el dere-
cho al debido proceso adjetivo, que comprende: derecho a ser oído, derecho a ofrecer y
producir prueba, y derecho a una decisión fundada.”
Al igual que la L.P.A. Nacional el “derecho a ser oído” presupone: I. La publicidad del
procedimiento, el real conocimiento de las actuaciones (vistas, traslados, etc.). El
Artículo 14 de la L.P.A. Provincial dice que “la parte interesada, su apoderado o
letrado patrocinante tendrán acceso al expediente en todo su trámite”; II. la oportuni-
dad de manifestar sus razones antes y después del dictado del acto y III. derecho de
hacerse patrocinar y representar profesionalmente. Ello se complementa con lo dis-
puesto por la ley de aranceles de abogados que regula en qué casos los recursos deben
contar con firma de letrado.
A su vez el “derecho a ofrecer y producir prueba”, también comprende: I. el derecho a
que toda prueba razonablemente propuesta sea producida; II. que la producción de la
prueba sea efectuada antes que se adopte la decisión; III. derecho a controlar la prueba
sustanciada por la Administración.
El “derecho a una decisión fundada” se vincula con la motivación del acto administra-
tivo y la obligación de resolver expresamente las peticiones.
La jurisprudencia de los Tribunales Cordobeses han reiterado respecto del derecho de
defensa durante el procedimiento sancionador que la omisión del mismo no se salva con
el recurso posterior pues “el ejercicio de la potestad disciplinaria supone el respeto
inexcusable del principio axiológico fundamental del debido proceso adjetivo en “forma
previa” a la aplicación de la sanción, el cual se materializa a través del procedimiento
sumarial en una acepción amplia, comprensiva no sólo del mero descargo sino también
del sumario en sentido estricto, según las singularidades de la falta imputada. (en el
mismo sentido se pronuncia Alberto Sánchez en “el procedimiento sancionador en San
Juan”).
También se ha señalado que cualquier sanción aunque sea mínima (por ejemplo el
apercibimiento escrito) debe respetar el debido proceso. En tal supuesto basta el des-
cargo pertinente que le otorgue la posibilidad de ejercer su derecho de defensa en forma
previa a la aplicación de la sanción. Aun cuando la norma nada diga al respecto o diga
lo contrario, el derecho de defensa igual debe garantizarse por constituir una derivación
razonada de la Constitución.
No hay sanciones irrecurribles, por cuanto es inconcebible que en el actual Estado de
Derecho, que garantiza el acceso a la tutela judicial efectiva, existan reductos que
impiden el control judicial del ejercicio de la potestad sancionatoria, aún cuando la
DOMINGO SESIN
legal, sino que actúa en los estamentos administrativos más diversos y en mayor o
menor porcentaje en toda la pirámide normativa.
Si actualmente forma parte del orden jurídico, el control judicial debe revisar si efecti-
vamente ha sido correctamente ejercida dentro de ese universo jurídico. Esto no implica
revisar su esencia (selección de una alternativa entre otras igualmente válidas) sino sólo
su contorno externo e inserción en el sistema ordinamental. El control de los jueces
termina al comprobar con el fondo de la cuestión que se ha elegido una solución correc-
ta entre otras de igual condición dentro del mundo jurídico. Por ello en lugar de hablar
de técnicas de control de la discrecionalidad se debería hablar de técnicas de control de
su ejercicio (Sesin, Domingo, Administración Pública. Actividad reglada, discrecional y
técnica. Nuevos mecanismos de control judicial, Buenos Aires, Depalma, 1994, p. 287).
Esta interpretación pretende llegar a una vinculación absoluta de la discrecionalidad
con el fondo de la cuestión, a partir de la cual quede claro que jamás puede haber
inadmisibilidad de la discrecionalidad como prius ni como posterius. Tampoco
improcendencia al final del proceso, sino en todo caso desestimación de la pretensión,
al resolverse que la discrecionalidad ejercida es producto del orden jurídico.
Este criterio ha sido adoptado por el Tribunal Superior de Córdoba (Miranda, Margarita
c/Prov. de Córdoba, Cont. Adm. Sentencia 32/97, jueces: Sesin, Tarditti, Lafranconi)
donde sobre la base de que la discrecionalidad puede estar en menor o en mayor medida
en cualquier elemento del acto administrativo, el juzgador realiza el control del ejercicio
de la discrecionalidad al momento de resolver el fondo de la cuestión.
En el caso citado se trataba la pertinencia del adicional por riesgo que impetraba el
personal de un hospital psiquiátrico. Se discutía si su correspondencia era de natura-
leza discrecional. El Tribunal Superior afirmó que la valoración de lo que son tareas
riesgosas no puede efectuarse sobre la base de una apreciación meramente discrecio-
nal, sino conforme a pautas ciertas, objetivas, técnicas y universales, de lo que deriva
la posibilidad del pleno control judicial de la denegatoria administrativa. En esta
hipótesis no queda espacio para una valoración discrecional porque no existe elec-
ción. Al admitirse sólo una solución como consecuencia de la aplicación de una regla
o pauta universal, objetiva y, por ende determinable intelectivamente, todo ello se
remite al bloque de lo reglado o vinculado. En cambio no sucede lo mismo en cuanto
a la apreciación del porcentaje que debe establecer el Poder Ejecutivo ya que la pro-
pia norma le da la posibilidad de llegar hasta el 50% del sueldo. Ha menester recono-
cer un margen de discrecionalidad cuando existen varias soluciones igualmente váli-
das para el Derecho.
También analizando el fondo de la cuestión, en el caso “Guerberoff, Eduardo c/ Prov. de
Córdoba”,(Sentencia 34/97, jueces: Sesin, Tarditti, Lafranconi) el Tribunal Superior
trató la cesantía de un médico porque durante la licencia de dos meses por salud la
Administración afirma que trabajó en la actividad privada al haber otorgado un certifica-
do médico. Aquí se discuten las facultades discrecionales de la Administración para
apreciar la gravedad de la falta. El Tribunal Superior manifestó que en el ejercicio de la
potestad disciplinaria es dable señalar las siguientes etapas: a) la verificación material
de los hechos susceptibles de ocasionar la falta disciplinaria; b) el encuadramiento o
calificación jurídica; c) la apreciación de la prueba valorando la gravedad de la falta, y d)
la elección de la sanción.
DOMINGO SESIN