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Arqueología de las Sierras Centrales:
problemas y perspectivas actuales*
Andrés Laguens
Museo de Antropología, Universidad Nacional de Córdoba
Contacto: laguens@ffyh.unc.edu.ar
Introducción
La invitación a participar en las Jornadas de Arqueología y Etnohistoria del Centro
Oeste, un espacio que desde su inicio intenta dar cuenta de un pasado regional y resul-
tan un punto de encuentro de múltiples voces y perspectivas, se convirtió para mí en un
desafío. Me propusieron dar una charla que sirviera como gatillo para exposiciones y
debates posteriores sobre arqueología de la región. En este contexto, el desafío no era
menor: la idea era identificar conjuntos de problemas que merecían reflexión y debate
en relación a la arqueología de Córdoba y San Luis, pero ¿desde qué perspectiva hacer-
lo? ¿Cómo encarar algo así sin que fuera entendido como una prédica o como una
agenda? Me pareció que lo más prudente era entonces hablar desde la propia experien-
cia, realizando un recorrido de nuestros trabajos de las últimas décadas, sin ninguna
pretensión más allá de aquella de reflexionar desde una perspectiva crítica que nos
permita recapacitar sobre nuestra propia práctica, invitando así indirectamente a una
discusión que nos ayude a pensar la arqueología regional. En nuestra esperanza que a
partir de allí los colegas, también desde sus propias trayectorias, se identifiquen –o bien
se diferencien– en los problemas, las perspectivas, las preguntas y abramos así el diálo-
go. Pienso que por eso hoy llamar a esta presentación «Reflexiones actuales desde la
arqueología de Córdoba y San Luis» hubiera sido quizás más apropiado.
Para lograr lo propuesto, iremos teniendo en cuenta en nuestro relato algunos tópi-
cos que consideramos centrales, en tanto han incidido e inciden sobre las formas de
entender el registro arqueológico y el pasado regional, considerando a la par los contex-
tos sociales y políticos de producción del conocimiento, junto con las limitaciones que
nos imponen nuestras propias pre-nociones sobre el registro y las poblaciones locales.
Justamente, una pregunta que siempre nos hacemos es cómo estamos entendiendo
al registro arqueológico, como concebimos y construimos a través de él al otro y a
nosotros, de qué manera conceptos teóricos, genealogías, contextos sociales –acadé-
micos y extra académicos– más los propios objetos y contextos arqueológicos parti-
culares se imbrican en un entramado con distintos efectos sobre nuestros modos de
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gía debía estar orientada a problemas, pasados y actuales; por otro, que para solucio-
narlos era necesario un conocimiento detallado y profundo, que sólo se podía lograr
con criterio regional, es decir, haciendo arqueología de espacios geográficos delimi-
tados, con proyectos a largo plazo, y con técnicas de campo y gabinete adecuadas a
tales fines, como la excavación con registro tridimensional y técnicas analíticas lo
más objetivas posibles, tanto a escala contextual como artefactual, como lo proponía
la Arqueología Analítica inglesa. Ello también implicaba entender al registro arqueo-
lógico como fuente de datos no autoevidente, a partir del cual, de acuerdo a las
preguntas que le hiciéramos, las técnicas analíticas empleadas y proposiciones teóri-
cas de rango medio, podríamos encontrar algunas respuestas.
Este punto de vista implicó plantear un proyecto interdisciplinario, entre arqueo-
logía, ecología y etnohistoria, el Programa Chuña (Laguens, et al., 1987), donde el
sitio problema, generador del trabajo, se articulaba en un proyecto regional, tomando
un valle y la cuenca de su río principal como eje espacial de estudio (el Valle de
Copacabana, en el Dpto. Ischilín) y, como problema, a las formas humanas de adapta-
ción a un medio árido-semiárido y su cambio en el tiempo, desde los inicios de la
ocupación del valle hasta la actualidad (Laguens y Bonnin, 1987a). De este modo, la
problemática particular del sitio El Ranchito era redimensionada en un contexto
espacial, temporal y cultural más amplio.
El proyecto se realizó a partir de 1983 desde el Instituto de Antropología2 de la
Universidad Nacional de Córdoba, en un contexto académico y político transicional,
entre la represión y la falta de libertad intelectual del gobierno militar y la apertura
incipiente en la democracia. Esta circunstancia resulta interesante, en tanto la misma
perspectiva procesual que el sistema político y académico veía como objetiva y polí-
ticamente neutra –como si la neutralidad fuera apolítica– y fuera favorecida en algu-
nos ámbitos, podía ser utilizada en un contexto social marginal con otros fines, pese
a las restricciones en la libertad de conocimiento, pensamiento y expresión del mo-
mento. Derechos estos últimos a los que tardamos en acostumbrarnos una vez recupe-
rados, dados el temor y la autocensura en la que solíamos vivir, junto con la incerti-
dumbre en la estabilidad del nuevo sistema político. Pese a ello, esta situación permi-
tió el inicio de las investigaciones regionales en un proyecto que finalmente duró 12
años, a las que se sumaron trabajos con la comunidad desde equipos de investigación
y desarrollo rural, de educadores, historiadores, sociólogos y extensionistas, en el
cumplimiento de los objetivos del Programa Chuña, muchos de los cuales aún hoy
continúan desarrollando su labor en el valle de Copacabana.
Los problemas y resultados del proyecto en el ámbito arqueológico permitieron
avanzar en el entendimiento y conocimiento de las poblaciones locales pasadas, gene-
rando modelos sobre la lógica de sus estrategias económicas, el uso del espacio y sobre
las formas de organización política (Laguens, 1999, por ejemplo) –los que no viene al
caso relatar aquí– que aún hoy están en uso y son puestos a prueba en otras zonas de la
región (por ejemplo, Berberián y Roldan, 2003; Pastor, 2005), así como están siendo
incorporados y reinterpretados por pobladores locales (Sanchez et al., 2006).
Ahora bien, nos preguntamos ¿registro de qué era el registro arqueológico? Bási-
camente, registro de las interacciones de los individuos y las sociedades con su am-
biente en los procesos de adaptación. Sociedad y naturaleza eran dos ámbitos separa-
dos, aunque interactuantes, vinculados a través de las estrategias tecnológicas, eco-
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entramados previos en distintos lugares fue construida de manera diferente en cada re-
gión, con diferentes rupturas y continuidades en cada caso, y con distinto grado de inci-
dencia en distintos ámbitos. En Copacabana, por caso, en poblaciones que crecieron
numéricamente con la nueva tecnología de producción, su lógica de manejo de los recur-
sos económicos siguió siendo la misma que la previa, integrando a la agricultura con la
caza y la recolección en una misma estrategia, aunque sin embargo, cuando esos mismos
recursos fueron puestos en juego en otros campos, como el del poder y la autoridad, se
constituyeron nuevos entramados sociales. Así, por ejemplo, en el momento de la con-
quista parecieran haber estado en definición espacios de poder distintos, con una diferen-
ciación política incipiente, asociados a mecanismos de control y distribución de los
recursos económicos, en cierto sentido convertidos de recursos económicos en capitales
sociales o políticos (Laguens, 1999a). Esto parece haber sido parte de la misma trama
donde se incluyen nuevas formas de interacción social, enmarcadas en una vecinalidad
generada en la vida gregaria, la aldea, como un espacio de sociabilidad, inmediatez y
reproducción social (Appadurai, 2001), con incremento de las interacciones cara a cara
entre no parientes, en un espacio que va siendo construido como lugar. Notablemente, a la
par que se intensifican las interacciones interindividuales, se nota un énfasis en la idea de
persona, como se estaría haciendo presente en la oposición entre el tratamiento de los
individuos en la muerte y sus representaciones en las estatuillas cerámicas (Laguens y
Bonnin, 1997).
En breve, estamos viendo que diversos procesos de diversificación habrían de
terminar en una regionalización y construcción de identidades locales. Creemos que
estos procesos han tenido continuidad en el tiempo y son la base de la regionalización
que estamos estudiando desde la cultura material, el registro biantropológico y las
poblaciones nativas actuales (Demarchi et al., 2006).
¿Otra arqueología?
En este punto entonces, nos volvemos a preguntar cómo estamos entiendo el regis-
tro arqueológico, nuestra propia práctica, el pasado y el entendimiento de los otros.
Nos encontramos hoy haciendo otro tipo de arqueología, una que supera las cues-
tiones de adaptación y los modelos universales, no por eso menos científica o acadé-
mica en cuanto a los proyectos de investigación, pero sí quizás más humana en su
mirada y que contempla a la par un enfoque patrimonial y el trabajo con las comuni-
dades; situación multidimensional donde la noción y el alcance de arqueología se
ven complejizados. Teoría y práctica se ponen en juego permanentemente, sea en la
determinación del ADN, en la construcción de parques temáticos por descendientes
de indígenas a partir de nuestra información, sea en los museos locales, en la valoriza-
ción del patrimonio, en la construcción de identidades, en el desarrollo sustentable o
en la recuperación de conocimientos tradicionales.
Teoría, práctica, conocimiento, servicios, promoción, educación y difusión no
son cosas distintas; es una sola arqueología con otros sentidos, sin fronteras a priori,
no limitada al campo de la investigación científica, sino con un alcance que se va
definiendo allí hasta donde lleguen sus efectos. Son proyectos donde participan edu-
cadores, antropólogos, historiadores, arqueólogos, estudiantes, gente local, comuni-
dades originarias y público en general. La práctica profesional resulta así en un fibrado
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Notas
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Conferencia presentada durante las VII Jornadas de investigadores en Arqueología y
Etnohistoria del centro-oeste del país (Nota de los Compiladores).
1
Nos referimos al Dr. Lincoln Urquiza, de la ciudad de Dean Funes, un fervoroso entu-
siasta y conocedor del pasado local, quien participó en los trabajos de campo del Instituto
de Antropología de esa época, así como con su constante generosidad y buena voluntad
apoyó nuestros trabajos, a quien agradecemos por ello.
2
El IA, fundado por Serrano en 1941, en 1983 estaba casi desestructurado debido a las
disputas internas por el poder durante los años anteriores. La planta de profesional había
quedado reducida a un bajo número, en una situación conflictiva cuyo desenlace fue su
disolución en 1987, con una acefalía previa desde 1985, aproximadamente.
3
El FOMEC fue un programa trianual para la mejora de la enseñanza de grado impulsado
por el Ministerio de Educación de la Nación en el año 1997. Con este subsidio se
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Andrés Laguens
Bibliografía citada
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Categorías arqueológicas para construir el pasado de
Córdoba y San Luis
Mirta Bonnin y Andrés Laguens
Museo de Antropología, Universidad Nacional de Córdoba
Contactos: mbonnin@ffyh.unc.edu.ar; laguens@ffyh.unc.edu.ar
Introducción
Las categorías conceptuales, analíticas y descriptivas que se han utilizado para
interpretar la arqueología de las provincias actuales de Córdoba y San Luis, en tanto
un espacio pensado en conjunto como una región geográfica con un desarrollo histó-
rico y cultural propia, pueden ser vistas en un contexto académico más amplio como
manifestaciones locales de prácticas y líneas de pensamiento que se dieron en la
historia de la arqueología argentina. Aquí nos interesan en relación al impacto que
tienen sobre las nociones locales extra-académicas.
El devenir de la práctica arqueológica en la región ha ido generando construcciones
sobre el pasado indígena que implica una forma de conceptualizar a los pueblos origina-
rios y de valorizar sus modos de vida y sus capacidades como individuos y sociedades.
Las construcciones sobre el pasado inciden en nuestras representaciones en el presente, en
la representación de un otro indígena, tanto actual como pasado. Circulan por ámbitos no
académicos y se instalan en el público, incluidos los pueblos originarios, pudiendo refor-
zar estereotipos o avalar asimetrías y mecanismos de diferenciación, convirtiéndose en
instrumentos de poder, a veces en situaciones tan paradójicas que, a la par que se constru-
ye una idea de los indígenas se los niega, o se pretende que, para reconocer su continuidad,
permanezcan en un «eterno presente etnográfico» (Pérez Gollán, 2005:292), o se los
restringe a un ámbito de conocimiento especializado1. Es decir, nuestras prácticas profe-
sionales tienen un poder de agencia que supera nuestras propias intencionalidades.
Las categorías han ido variando desde los primeros trabajos arqueológicos en el siglo
XIX hasta la actualidad, presentando un panorama complejo de posturas evolucionistas y
culturalistas, concretadas mayormente en escritos científicos, de divulgación y exhibicio-
nes museográficas, producidos por actores tanto locales como de fuera de la región, vincu-
lados en distinto grado a la profesión, así como en la producción de distintas formas de
trabajos de campo, de nociones sobre el registro, todo enlazado en redes de relaciones de
distinto alcance, sociales, profesionales, académicas y extra-académicas.
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La región
En general, se acepta que la arqueología de Córdoba y San Luis tiene característi-
cas propias que permite diferenciarla de otras arqueologías regionales. Sin embargo,
como región, adquirirá distintas propiedades de acuerdo a su grado de independencia
o vinculación con esas otras regiones: no es lo mismo pensar a la región Sierras
Centrales como una región en sí misma (González y Pérez, 1972; González, 1977;
Outes, 1911), o como una región intermedia o intermediaria entre otras zonas, como
Litoral, Pampa y Cuyo (Marcellino y Colantonio, 1997), o como parte del NOA (De
Aparicio, 1939; Serrano, 1945; González, 1960), con el agregado de ser considerada
marginal o periférica a lo andino (Serrano, 1945; González, 1977).
La concepción del espacio geográfico cultural local es un efecto de dos corrientes.
Una que proviene del concepto de área nuclear, respondiendo a esquemas evolutivos
de complejidad cultural; y otra que define ciclos culturales superiores o inferiores,
sobre la base de concepciones difusionistas de centralidad y marginalidad. Ambas
tienen en común el supuesto de que las capacidades de creación e innovación estarán
progresivamente disminuidas en función de la mayor distancia al centro. Encontra-
mos esta pre-noción, aunque implícita desde el punto de vista teórico, claramente
vigente y explícito en apreciaciones de Serrano en su obra Los Comechingones (1945),
como en obras de síntesis de González, muy posteriores (1977).
Para Serrano, Córdoba es una unidad étnica y geopolítica, una provincia, integra-
da con otras provincias del NOA a la civilización andina, a partir de lo cual reconoce
la existencia de cuatro regiones caracterizantes. Pese a la homogeneidad y unidad
étnica que plantea, entrevé la existencia de variaciones regionales, aunque luego no
las desarrolle en detalle y termine construyendo una imagen monolítica de los aborí-
genes agro-alfareros (Serrano, 1945:9).
Rex González define a la región desde el enfoque de las áreas culturales y la denomi-
nará Sierras Centrales, abarcando Córdoba y San Luis, unificada por criterios ambientales
y culturales, de límites espaciales fluctuantes en el tiempo, en un esquema geográfico
cultural de vigencia aún hasta hoy (González y Pérez, 1972; González, 1977).
Es indudable que los esquemas organizativos del espacio cultural sudamericano
han influido notablemente en esta delimitación regional. Se reproducen la centralidad
andina y la unidireccionalidad Norte-Sur de los movimientos poblacionales y de
difusión cultural. Esta es una idea presente ya en los relatos de los conquistadores
españoles, quienes escriben sus crónicas en continua comparación con el mundo
quechua parlante que conocían.
¿Por qué miramos alrededor? Según el mismo Serrano, la región tiene elementos
caracterizantes propios que le permiten hacer el inventario sistematizado de su cultura
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Categorías arqueológicas para construir el pasado de Córdoba y San Luis
material y caracterizar una etnia o pueblo local (Serrano, 1945). Hay un pasado con profun-
didad en el tiempo que se remonta hasta 8000 años atrás, como pudo demostrar González
(1960). Sin embargo, para ambos autores los orígenes y las causas del cambio son alóctonas.
Nos preguntamos: ¿esta mirada andino-céntrica es producto de pre-conceptos, de
las propiedades del registro o de un estado de conocimiento?; ¿por qué si las referencias
a lo andino son tan frecuentes como las referencias al litoral, los aborígenes de nuestra
región son considerados como vinculados culturalmente con la primer región y no con
la segunda?, ¿por qué si el registro arqueológico cerámico es estilísticamente tan similar
al de las costas del Paraná, se mira hacia los Andes como origen y al Litoral como
influencia o interacción?, ¿por qué los aborígenes de Córdoba no son la facie serrana de
los indígenas del bosque chaquense de la llanura, pese a que su ambiente, economía y
asentamientos son más afines a los de éstos que al de los primeros?, ¿por qué es preferi-
ble que sean andinos marginales, o relictuales de estadios anteriores, que chaquenses?
Algo distinto sucede con las conceptualizaciones arqueológicas para el Sur de
Córdoba, donde la mirada es más afín con las regiones Pampa y Patagonia que con la
región Noroeste, como lo plantean Austral y Rocchietti en sus trabajos (1995a y
1995b). ¿Es posible que la proximidad física a entidades con una definición cultural
y material clara, y quizás respondiendo a un imaginario existente – como son los
incas en cuanto al máximo de orden y progreso americano, y los pampas como expo-
nentes de salvajes e indómitos – influya en la dirección de nuestras miradas, hacia
donde buscamos nexos o paralelismos?2
Creemos que aquí conviven dos planos simultáneos en la interpretación: uno que asocia
complejidad y calidad tecnológica con desarrollo cultural, y otro que asocia desarrollo
cultural con capacidades humanas. A ellos se le suman dos procedimientos inferenciales
distintos, la comparación y la analogía, y dos escalas de análisis diferentes, lo regional y lo
extraregional que, combinados con los planos teóricos, dan una matriz de relaciones.
En un primer plano, si se piensa al registro arqueológico como la manifestación material
de un grado de desarrollo o de la complejidad cultural del grupo que lo generó, éste pareciera
tan limitado, homogéneo, con poca variabilidad y complejidad, escasa habilidad técnica,
relativa carga estética que, comparativamente, remite a pueblos con un desarrollo inferior a
los del NOA (aunque superior a los de más al Sur). En un segundo plano, grupos humanos en
un estadio poco avanzado no podrían haber desarrollado su «patrimonio» sin la ayuda de
otros de mayor desarrollo, en este caso las culturas agroalfareras andinas.
Se utiliza un método comparativo que, partiendo de una primera clasificación
morfológica de los objetos arqueológicos, y luego funcional, busca en la similitud con
otras regiones las explicaciones de sus orígenes y los vínculos culturales que explican el
esquema teórico de desarrollo local. La comparación es siempre en una escala extra-
regional, ya sea para los grupos agroalfareros en Serrano o para los portadores de las puntas
Ayampitin en González, mientras que los análisis a escala regional y local se centran en las
distribuciones espaciales – como en las divisiones regionales de Serrano - no comparando
las clases de objetos entre sí, sino su presencia o ausencia.
Esta perspectiva teórica implica que la dinámica del cambio debe ser impulsada
desde afuera, ya sea por difusión o directamente por invasión o reemplazo poblacional,
tal como considera González para los cazadores recolectores de Ayampitín y los de
Ongamira, o Serrano para las poblaciones anteriores a sus comechingones.
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El tiempo
La ausencia de cronologías relativas o de secuencias tipológicas en la arqueología
de Córdoba plantea el tema de cómo la concepción del tiempo y la cronología dispo-
nible influyen en la construcción del pasado. Como sostienen Whittle y Bayliss (2007),
la falta de estimaciones cronológicas pueden alterar nuestra percepción del cambio,
sobre su modalidad y, por ende, las sociedades que estudiamos (Laguens, 2004).
Si bien los trabajos de González en Olaen, Intihuasi y Ongamira establecieron una
secuencia para los grupos cazadores recolectores o «precerámicos», es como si de
todos modos el proceso histórico se dividiera en dos grandes bloques: un bloque
tiempo correspondiente a los cazadores recolectores, sea al hombre fósil de Serrano
(1945) o al de Aníbal Montes (1960), al Período Paleolítico de Outes (1911) o el de la
culturas precerámicas de González (1952, 1960), y otro bloque correspondiente a las
sociedades agroalfareras, sean los Comechingones de Serrano o de Montes, los pue-
blos del Período Neolítico de Outes (1911), los aborígenes de las crónicas o los sitios
«tardíos» (Berberián y Roldán, 2001; Pastor, 2003).
Cada bloque es tratado de manera distinta e implica dos maneras de concebir el
pasado y las personas. El tiempo precerámico es el del hombre primitivo, se asocia
con escalas areales, e implica un modo particular de trabajo de campo y gabinete – de
filiación con las ciencias naturales y estratigráficas, con excavaciones extensas y
sistemáticas – y donde la cronología es un problema. El tiempo agroalfarero es del
hombre del Neolítico, se asocia con problemas locales e implica otro modos de traba-
jo de campo y gabinete – vinculado con la historia, con análisis de documentos y
excursiones breves en el terreno (Bonnin, 2007; Guber et al., 2007). Los cazadores
recolectores fueron habitantes de la prehistoria y los agroalfareros de la historia. So-
bre estos se basan la conquista y la colonización, y marcan el contraste luego en la
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Categorías arqueológicas para construir el pasado de Córdoba y San Luis
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Las personas
Teniendo en cuenta las concepciones del espacio y del tiempo que han contribuido
a construir los pasados regionales, retomamos la preocupación inicial en torno a qué
tipo de persona habitaba esos distintos pasados. Algunas ideas ya fueron adelantadas
por cuanto es imposible separar estas tres dimensiones como ámbitos excluyentes, ya
que definen un estrecho y heterogéneo entramado de conceptos, juicios, y representa-
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Categorías arqueológicas para construir el pasado de Córdoba y San Luis
ciones. De acuerdo a qué bloque tempo-cultural nos refiramos, las características de las
personas serán distintas. Los cazadores recolectores de la etapa precerámica correspon-
den a grupos de menor desarrollo, más bien primitivos, más próximos a la naturaleza
cuanto más nos alejemos en el tiempo. El caso extremo es el de Aníbal Montes, para
quien los congéneres del hombre fósil de Miramar eran salvajes caníbales y carroñeros
(Montes, 1960). Según González (1960), los cazadores recolectores de Ayampitín, si
bien más evolucionados que los anteriores, son absorbidos por un grupo migrante más
desarrollado, que los termina reemplazando. Y éstos, de tradición Ongamira, aún con
otra tecnología de caza, no sobreviven a la invasión andina que habrá de reemplazarlos
o aculturarlos (Serrano, 1945, Marcellino y Colantonio, 1997).
La reconstrucción de Serrano sobre los Comechingones, respondiendo a una es-
tructura análoga a la del pensamiento histórico-cultural, aunque no siéndolo, logra
una tipologización que los fija culturalmente en el tiempo, ya sea como primitivos,
marginales, inferiores, tribus, pueblos, ándidos, fuéguidos, entre las categorías más
usadas. Esto no hace más que generar y reproducir las diferencias, universalizando
modos de vida y categorías jerarquizantes de grupos humanos.
El esquema bipartito en bloques proporciona una imagen de seres pasivos sin
posibilidad de agencia. Esta imposibilidad de la agencia de algún modo justifica la
falta de investigaciones sobre las formas de resistencia, pese a menciones aisladas al
respecto, como la historia del cacique de Ongamira frente a los españoles o de los
pueblos de indios del Valle de Copacabana (Bonnin y Laguens, 1999; Laguens,
1999). Los enfoques procesuales – más allá de las conocidas limitaciones de corte
positivista y la noción uniformitarista de un hombre racional – han contribuido a
dinamizar parcialmente la imagen de los indígenas, ubicándolos en contextos en los
que toman decisiones, ejecutan estrategias, evitan el riesgo, tienen conductas oportu-
nistas, expeditivas, etc. (Laguens y Bonnin, 1987, Laguens, 1999).
Pero, además, así como la arqueología construye los habitantes del pasado, del
mismo modo los extingue. Ya Outes en su síntesis regional da por extinguidos a los
Comechingones, aunque con posibilidades de poblaciones relictuales en el NO de
Córdoba (Outes, 1911). Serrano lo da por sentado y para otros no es un problema, es
un dato. Para la historia, los indígenas de la región se convierten en los «indios de
Córdoba», y se suman a los análisis como una casta del mundo colonial.
Sin embargo, desde las perspectivas actuales, los documentos y el registro arqueo-
lógico, apuntan una historia con persistencia indígena. Los pueblos de indios segui-
rán vigentes hasta el siglo XIX, convirtiéndose en espacios para el desarrollo de
estrategias sociales de integración con otros grupos sociales, como los esclavos, con
quienes resisten frente a la adversidad y la injusticia del sistema colonial y luego el
orden nacional (Laguens, 1999). En esas instancias perderán la identidad étnica y el
reconocimiento de sus derechos, y se dará una situación de invisibilidad como grupo,
en un proceso del que parecen estar emergiendo recién en nuestros tiempos gracias a
las acciones de lucha y reclamos de los propios pueblos originarios.
Los relatos fundacionales que dan sentido y estructuran las identidades étnicas
actuales en muchos casos proceden del campo científico académico arqueológico.
Antonio Serrano instaló las entidades étnicas que perduran hasta la actualidad en el
imaginario popular que identifica a los indígenas de Córdoba: comechingones y
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Mirta Bonnin y Andrés Laguens
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Categorías arqueológicas para construir el pasado de Córdoba y San Luis
Conclusiones
Morita Carrasco (2000) considera que al menos existen en el imaginario colectivo
de los argentinos, tres imágenes contemporáneas cotidianas sobre los indígenas: la
del indio estatua, la del salvaje indómito y nómada y la de la ausencia indígena6. El
indio estatua remite a una imagen de ser de la naturaleza, como habitante del monte,
de las selvas o de las montañas, lugares donde reside la pureza de la humanidad. El
salvaje indómito es el nómada, culturalmente inferior, que debe ser civilizado, asimi-
lado a la cultura. La ausencia indígena se relaciona con el «crisol de razas» que habría
borrado todas las diferencias, en una supuesta unidad racial, cultural y lingüística. El
conjunto de estas representaciones impone la idea de un indio genérico que contrasta
con el poblador criollo y los pobladores locales (Carrasco 2000:14-15).
Pareciera que los pasados construidos por las categorizaciones de la arqueología
regional sostienen cada una de estas imágenes, en un inter-juego entro lo espacial y lo
temporal. El indio estatua corresponde en parte al bloque temporal más lejano, pero
en parte también al modelo Comechingón, habitante del monte, en un paraíso perdi-
do, serrano, pero un indígena con conocimientos suficientes para vivir en aldeas,
hacer cerámicas, cultivar. Por su parte, el indio indómito se asocia inmediatamente
con el sector austral, más salvaje, más lejos de la civilización, así como con los caza-
dores recolectores, más lejanos en el tiempo, domesticados por los andinos. Pero
ambas imágenes del pasado se fusionan en un indio ausente y genérico, que aunque
negado, conserva la pureza de lo natural.
Antonio Serrano y Rex González han creando dos pasados, con algunos puntos en
común y algunas diferencias, respondiendo a intenciones disciplinarias distintas.
Estos dos pasados, sumados a los nuevos pasados en construcción por todos nosotros
en la actualidad, coexisten en los medios extra-académicos de distinta manera, de las
cuales señalamos tres a partir de nuestra experiencia: como parte de un imaginario, en
la construcción de identidades individuales y colectivas, y en el reconocimiento de
una ancestralidad arraigada en lo local.
Notas
1
Muchos arqueólogos, inclusive, llegan a sentirse hasta los dueños del pasado o, al menos,
las únicas voces autorizadas a hablar sobre el mismo, justificando su conocimiento como
verdadero a partir de su metodología de adquisición y, por ende, convirtiéndolo en autén-
tico. La labor arqueológica llevaría de por sí implícita un compromiso y una contribución
a las comunidades indígenas, quienes sería de esperar que incorporaran nuestros descu-
brimientos y contribuciones como recuperación de un mundo que se fue.
2
Podríamos decir que ya nos aproximamos a dos modelos que conviven: el de la línea de
Serrano para el sector serrano, y el de la línea de Austral para el sector austral.
3
«Estamos en presencia de pequeñas áreas co-existentes dentro del habitat u culturas
comechingón. Creemos que no puede afirmarse lo mismo con respecto a los hallazgos
de Montes en Ongamira y Ameghino en el Observatorio donde parece constatarse un
estrato más antiguo, con elementos culturales más pobres, cuyos portadores serían
tribus de cráneo dolicocéfalo. Sobre la estratigrafía de los yacimientos y el tipo
antropológico es sobre lo que habría que afianzar la diferenciación de estos hallazgos.
La pobreza cultural y la ausencia de alfarerías, tomado aisladamente, no nos parece
37
Mirta Bonnin y Andrés Laguens
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38
Categorías arqueológicas para construir el pasado de Córdoba y San Luis
39
Mirta Bonni n y Andrés Laguens
40
Poblamiento humano temprano en la Sierras
de San Luis: Estancia La Suiza*
Andrés Laguens; Roxana Cattáneo; Eduardo Pautassi y Gisela Sario
Museo de Antropología, Universidad Nacional de Córdoba- CONICET
Contacto: laguens@ffyh.unc.edu.ar; roxanacattaneo@gmail.com; e_pautassi@yahoo.com.ar;
giselasario@yahoo.com.ar
El problema del poblamiento inicial del sector austral de las Sierras Pampeanas, en las
provincias de Córdoba y San Luis, es un tema que ha despertado nuestro interés a partir de
concebir a la región en términos espaciales y sociales más amplios que el de la región
arqueológica de las Sierras Centrales (Laguens et al. 2007a, Laguens, 2006). Si se consi-
dera por un lado que, como espacio geográfico, no tiene una solución neta en su continui-
dad con otros espacios geográficos circundantes, como las tierras bajas y pampas sudame-
ricanas; y por otro que, desde el punto de vista de las comunidades humanas, estas regio-
nes circundantes fueron escenarios de procesos de poblamiento desde fines del Pleistoceno,
con ciertas estrategias y modos de vida en común que trascienden las particularidades
locales de distintos ambientes, es dable pensar entonces que, en dicho momento, el sector
geográfico de nuestro interés haya sido parte de los mismos procesos humanos de movi-
miento poblacional de escala subcontinental que abrieron la puerta al poblamiento huma-
no, colonización y posterior diversificación de gran parte de Sudamérica.
Con estas ideas en mente, desde el 2001 estamos llevando a cabo un proyecto
acerca del poblamiento humano durante la transición Pleistoceno-Holoceno en las
provincias de Córdoba y San Luis, donde nos interesa investigar los procesos de
poblamiento y colonización del área central del territorio argentino a partir de la
información proporcionada por la arqueología, la antropología física y la genética
molecular, de manera interdisciplinaria (Fabra et al., 2005; Laguens et al., 2007a).
Partimos de dos grupos de hipótesis, aquellas referidas al poblamiento, entendido
como proceso migratorio y de colonización, y aquellas referidas a la evolución local
de las poblaciones, una vez asentadas en la región de estudio.
En cuanto a las referidas al poblamiento, sostenemos que el ingreso de poblaciones
humanas al sector austral de las Sierras Pampeanas habría comenzado en el límite
Pleistoceno-Holoceno, a través de vías de menor costo que toman como eje los ríos de
llanura, en dirección general E-O (para la actual provincia de Córdoba) y sur sureste
(para la provincia de San Luis), relacionado con la búsqueda de condiciones ambienta-
41
Andrés Laguens; Roxana Cattáneo; Eduardo Pautassi y Gisela Sario
les más favorables y vinculado a los desplazamientos de la megafauna hacia los pastizales
de las pampas de altura en un contexto ambiental cambiante hacia condiciones más
húmedas y cálidas, no tan propicio para las especies animales típicamente pleistocénicas.
En cuanto a las hipótesis referidas a la evolución local, creemos que una vez
colonizado el territorio, los grupos humanos ocuparon diversas unidades ambienta-
les, sufriendo procesos de diversificación cultural que generaron regionalismos
identificables arqueológicamente. Sin embargo, a pesar de la diversidad cultural en-
tre las distintas sub-regiones, no existió entre ellas una variación biológica significa-
tiva, como consecuencia de su origen común reciente y/o de un sostenido flujo genético
entre las sub-poblaciones (Demarchi et al., 2005).
42
Poblamiento humano en las Sierras de San Luis: Estancia La Suiza
ubican en una zona actualmente semi-árida, en el fondo de una serie de bajos entre
médanos, en un paisaje natural caracterizado por dunas y pequeñas lagunas formadas al
aflorar la napa freática. Aparentemente, de acuerdo a las observaciones de campo de
Greslebin, hechas junto con Joaquín Frenguelli y Lorenzo Parodi, los materiales guar-
darían aún sus relaciones originales dentro de la matriz sedimentaria, expuesta entonces
por la deflación, lo que les permitió asegurar su indudable asociación en un viaje
conjunto al campo (Greslebin, 1928:304). En dos parajes, Greslebin encontró lo que
serían los restos de un pequeño taller, junto con huesos fósiles de animales extinguidos.
En otros casos, encontró restos de megaterio junto con artefactos de las mismas clases
que había encontrado asociados a cinco pequeños fragmentos de cráneo humano en
otro sitio, los que presentaban el mismo tipo de fosilización al de un megaterio de otro
yacimiento (Greslebin, 1928:305). En una especie de razonamiento transitivo, estas
recurrencias y similitudes lo llevaron a postular la contemporaneidad de humanos y el
megaterio en la localidad de Sayape. Unos 70 km al Sur de estos sitios también encontró
restos de megaterio y, a aproximadamente tres metros dentro de la misma excavación,
recuperó dos puntas de flecha -que no describe- que también consideró no removidas.
Re-pensando el problema
Una de las re-interpretaciones que resulta sugerente con respecto a estos hallazgos es
considerar que se tratase del registro de los encuentros iniciales de los primeros poblado-
res en una etapa de conocimiento y colonización incipiente, coincidente con los últimos
momentos de existencia de la fauna pleistocénica, ya en vías de extinción. Partimos de
dos hipótesis, una referida a estrategias de movilidad entre cazadores-recolectores, y otra
ambiental, referida a los movimientos migratorios de megafauna en el Holoceno. Con
respecto a la primera, seguimos la propuesta y resultados de Anderson y Gillam (2000),
quienes sostienen que, en una escala global del paisaje, es más probable que en un proceso
de colonización los grupos humanos se trasladarían por las vías de tránsito más fáciles,
con menor costo de movimiento y que, a su vez, les brindaran ciertas expectativas de
encontrar alimentos y otros recursos necesarios, como son las márgenes de los ríos, las
planicies o las líneas costeras, de baja pendiente y pocos obstáculos.
A partir de esto, nuestra idea principal sostiene que en el límite Pleistoceno-Holoceno,
desde el Este de la región, se comienza a producir el ingreso de poblaciones humanas al
actual territorio de las Provincias de Córdoba y San Luis a través los ríos de la llanura, los
que actuando como corredores ambientales, en tanto espacios que vinculan distintos
paisajes o distintos parches ambientales (Laguens, 2006), también pudieron funcionar
como de vías de menor costo. Desde el punto de vista de la ecología del paisaje, los
corredores funcionan como atractores y expulsores de especies animales y vegetales, por
lo cual es muy probable que los ríos de la llanura oriental de las sierras hayan resultado
también vías de desplazamiento para la megafauna en su búsqueda de condiciones am-
bientales más favorables en la transición hacia el Holoceno, como las pampas de altura en
el Oeste, más frías y con abundantes pastizales de altura (Laguens et al., 2007c).
Este ingreso inicial de poblaciones humanas se habría producido como una op-
ción migratoria a partir de la fisión de grupos que, continuando una ruta principal de
migración en dirección Norte-Sur, habrían de terminar asentándose en la Pampa bo-
naerense y Patagonia. Al respecto, resultan interesantes los resultados obtenidos a
través de estudios bioantropológicos basados en el análisis de variaciones morfológicas
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Andrés Laguens; Roxana Cattáneo; Eduardo Pautassi y Gisela Sario
Estancia La Suiza
Con la denominación de localidad arqueológica de Estancia La Suiza queremos descri-
bir un conjunto de alrededor de una decena de sitios arqueológicos de propiedades simila-
res, diseminados en un radio de aproximadamente 2 km alrededor de un arroyo temporario,
Arroyo Tilquicha, y su confluencia con el Río El Tala, ubicados entre el faldeo Este de la
Sierra de la Estanzuela, en las cercanías de la localidad de Villa del Carmen (Departamento
Chacabuco) y el piedemonte occidental de las Sierras de Comenchigones, aproximadamen-
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Poblamiento humano en las Sierras de San Luis: Estancia La Suiza
te a los 32° 56´ de latitud Sur y 65° 07´ de longitud Oeste, y a 942 m.s.n.m.m (Figura 1). Se
trata en todos los casos de sitios al aire libre, la mayoría de ellos puestos hoy en evidencia por
los procesos erosivos que sufre la región por la construcción de rutas y la agro-ganadería. Su
presencia se detecta por la dispersión de materiales líticos o bien artefactos en los perfiles de
las barrancas de los cauces temporarios.
De particular relevancia son los hallazgos en el sitio Estancia La Suiza 1 (ELS, en
adelante), donde se encontraron en superficie dos puntas «cola de pescado» o tipo
Fell 12, así como los sitios ELS 2 y ELS 4, dos canteras de chert, ópalo y cuarzo
aparentemente utilizadas como fuente de aprovisionamiento en dicha localidad; y el
sitio ELS 3, donde excavaciones estratigráficas en marzo de 2007 han permitido
avanzar en la comprensión del conjunto tecnológico lítico de estas ocupaciones
(Laguens et al., 2007a y b, Sario, 2008).
El sitio Estancia La Suiza 1 se halla a la izquierda de la Ruta Provincial Nº 22 que
une Villa del Carmen con Naschel, caracterizado por la dispersión de material lítico en
superficie. Se pueden distinguir dos sectores de concentración de materiales, aproxima-
damente a 30 m uno de otro, pudiendo ser el primero una continuidad del segundo,
aunque aún no lo podemos afirmar con seguridad. El primer sector (ELS 1/a), se halla
sobre la banquina, con procesos de erosión que han dejado al descubierto un nivel
bastante continuo de tosca, con pendiente Oeste hacia el río, donde fue hallada una de
las puntas cola de pescado (Figura 2a); el otro sector (ELS 1/b), se ubica dentro de el
campo lindante, en un nivel 1,50 m más alto que el anterior, con procesos erosivos
puntuales en formación por el tránsito de animales, con mejor conservación de los
perfiles originales del suelo, donde se halló la otra punta en superficie (Figura 2b). Los
restos obtenidos en recolecciones de superficie sistemáticas mediante transectas y uni-
dades de recolección incluyen, además, instrumentos como raspadores, manos, cuchi-
llos, unifaces, bifaces, preformas, lascas retocadas y fragmentos de núcleos (Figura 2).
En las zonas con mejor conservación del suelo en ELS 1/b se realizaron 3 pozos de
sondeo estratigráficos, cubriendo 3 m2 de superficies expuestas. El Sondeo 1 se realizó
en el lugar de hallazgo de una de las puntas, hasta 0,70 m de profundidad, sin notarse
alguna estratificación en particular; se recuperaron algunas lascas pequeñas y medianas
hechas en los materiales locales. El Sondeo 2 se realizó sobre un sector con afloramien-
tos de carbonatos en superficie, recuperándose algunos desechos líticos, sin una estrati-
ficación aparente. En el Sondeo 3 se determinaron dos unidades estratigráficas, donde
se destaca, por la presencia de lascas y artefactos, el segundo estrato (UE 2, de 40 a 68 cm
de profundidad desde la superficie), que fuera determinado como otra unidad por el
cambio de coloración en el perfil hacia un pardo más claro que la unidad estratigráfica
superior (UE 1, de 0 a 40 cm de profundidad), con un aumento de la proporción de la
fracción arena en el sedimento. Los hallazgos son concordantes con las recolecciones
en cuanto a materias primas y a las variedades de instrumentos.
A 1,2 km al Oeste de este sitio se halló una cantera arqueológica (Sitio ELS 2), de una
variedad de rocas silíceas de excelente calidad para la talla, entre ellas: chert, vulcanitas,
ópalo y calcedonia y, en menor cantidad, otros materiales silíceos. A partir de cortes de
lámina delgada de las variedades de rocas presentes en el sitio se determinaron tres clases
de rocas3: una variedad de chert (antes publicada por nosotros como ópalo jasperoide
(Laguens et al., 2006), una roca volcánica y cuarzo, un material abundante en todas las
Sierras Pampeanas. El chert está compuesto por cuarzo, calcedonia y ópalo, con escasa
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Andrés Laguens; Roxana Cattáneo; Eduardo Pautassi y Gisela Sario
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Poblamiento humano en las Sierras de San Luis: Estancia La Suiza
estrato más duro (UE 1 y UE7), y luego rellenado con sedimento suelto.
Unidad Estratigráfica 4: Se trata de un estrato, abarcando las cuadrículas A, B, C y
D. Se caracteriza por un sedimento friable, suelto, de color pardo claro (5/7,5 YR/2
de Munsell), en la fracción limo, sin inclusiones. Presenta un espesor de 10 cm en la
parte central, 0 cm en los laterales, por la forma de cubeta de la cárcava central (UE
9). Junto con la UE 1 sería el estrato más reciente, que estaría suprayaciendo a la UE
18, dejado al aire por la erosión hídrica y luego rellenado con este sedimento.
Unidades Estratigráficas 5 (y 6): Se trata de un estrato (inicialmente en el campo
fueron definidos como dos), abarcando el centro de la unión de las cuadrículas A,
B, C y D. Se caracteriza por un sedimento entre rígido y suave, de color pardo claro
(6/7,5 YR/2 de Munsell), fracción limo, sin inclusiones. Es un estrato dentro de
una cárcava (UE 9). Parece un relicto de un nivel anterior de cárcava, sobre el cual
luego se generó otra cárcava más profunda (la UE 4). Su nivel es intermedio entre
la UE 4 y la UE 3, la otra cárcava de las cuadrículas C y D. En las cuadrículas A y
C estaba afectada por una excavación previa del Museo de Tilisarao, por lo cual la
UE 6 fue considera como en un solo estrato junto con la UE 5.
Unidad Estratigráfica 7: Se trata de un estrato, abarcando las cuadrículas C y D, que
se caracteriza por un sedimento entre rígido y duro, de color pardo claro (4/5 YR /2
de Munsell), sin inclusiones. En la cuadrícula C, sector Norte, tiene 5 cm de espesor;
sobre la cárcava de la UE 9, entre 15 y 20 cm. Es el equivalente o la continuidad de
la UE 2 al Norte de la cárcava UE9. Tanto este estrato, como el otro, parecen ser la
depositación de sedimento por acción del agua, en una especie de charco o algo con
poca corriente y mucha sedimentación. De igual dureza e igual color.
Unidad Estratigráfica 8: Se trata de un corte irregular, redondeado, sin esquinas,
de 2,73 m de largo y aproximadamente 30 cm de profundidad, atravesando las
cuadrículas C y D en dirección Este-Oeste, que cortó a las UE 1 y UE 7. Presenta un
quiebre neto de pendiente, de lados suaves, verticales, con algunos sectores cón-
cavos, y de base suave, cóncava. Su relleno está compuesto por la UE 3. Es un corte
realizado por acción hídrica, formado por el nacimiento de una cárcava en la
cuadrícula D, que se continúa fuera del área de excavación.
Unidad Estratigráfica 9: Se trata de un corte irregular, sin esquinas, de 3 m de
largo, abarcando las cuadrículas A, B, C y D, en orientación predominante Este-
Oeste, continuando fuera de las cuadrículas, a ambos lados de la excavación. Se
presenta como un corte neto en el quiebre de la pendiente, de lados suaves, verti-
cales, con algunos sectores cóncavos, cuyo quiebre es gradual, de base redondea-
da, cóncava. Está relleno con la UE 4, y en su formación cortó los estratos UE 2, UE
5 y otros. Corresponde a un sector del cauce de agua o cárcava central que atravie-
sa el sitio, que viene desde el este y continúa hacia el Oeste, con igual pendiente.
Unidad Estratigráfica 10: Se trata de un corte de forma irregular, sub-triangular,
de esquinas redondeadas, con un largo de 1,35 m y un ancho mínimo de 0,41 m y
0,71 de ancho máximo: 0,71, en la cuadrícula B, con una orientación predominan-
te SE–NO. Su quiebre en la cima es neto, de filos redondeados, lados suaves,
regulares, verticales, con irregularidades. El quiebre de la pendiente es gradual, de
base redondeada, cóncava. Es un corte sobre el estrato UE 2, que dejó en evidencia
otro estrato, UE 11, más profundo que la UE 2. Tiene una pendiente desde el
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Andrés Laguens; Roxana Cattáneo; Eduardo Pautassi y Gisela Sario
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Poblamiento humano en las Sierras de San Luis: Estancia La Suiza
Componente I
Para analizar los conjuntos líticos se usaron modelos de tecnologías generalizadas-estan
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Andrés Laguens; Roxana Cattáneo; Eduardo Pautassi y Gisela Sario
darizadas para los instrumentos líticos y el método del Análisis Nodular o MANA (Cattáneo,
2005; Larson y Kornfeld, 1997), consistente en establecer grupos mínimos de ítems que
pudieran haber pertenecido al mismo nódulo, teniendo en cuenta ciertos rasgos petrológicos.
Para el estudio de los desechos del proceso de talla se siguieron los lineamientos no tipológicos
de Ingbar, Larson y Bradley (Ingbar et al., 1989), considerando el proceso de reducción
como un continuo. El fin de estos procedimientos fue establecer los eventos unitarios de
talla producidos en el sitio y determinar así aspectos de la organización de la tecnología a
partir de la presencia o ausencia de elementos dentro de la secuencia de manufactura y uso.
Para la clasificación de instrumentos se realizó la descripción morfotecnológica siguiendo
los criterios de Aschero (1975, 1983) y Hocsman (2006) y esos datos fueron utilizados para
entender las estrategias propuestas por Andresfsky (1994) y Dibble (1991) que consideran
dos clases de instrumentos: generalizados (informales) y estandarizados (formales), catego-
rías que permiten discutir los contextos de manufactura y uso.
Tabla 1. Distribución de hallazgos por unidad estratigráfica. Las zonas sombreadas corresponden
rellenos de cortes, no considerados en el análisis4. Con tridimensional nos referimos a hallazgos con
registro espacial, con zaranda a elementos recuperados con dicha técnica debido a su tamaño muy
reducido (menor a 1 cm) que impedía la conservación de su ubicación original al excavar.
50
Poblamiento humano en las Sierras de San Luis: Estancia La Suiza
Para los nódulos múltiples -es decir, grupos que combinan instrumentos y desechos
-se observaron 7 grupos de núcleos y desechos (3 de c hert y 4 de cuarzo), 2 nódulos de
bifaces y desechos en chert y 3 instrumentos con sus desechos, consistentes en 1 cepillo
y 1 raspador en chert, junto con 1 percutor en cuarzo para los primeros. De los núcleos
con desechos, 2 de ellos son bifaciales (uno de cuarzo y otro de chert) y 6 amorfos (tres
de cada una de dichas materias primas). Las bifaces son todas de chert, 2 enteras y 4
fracturadas. Las piezas enteras tienen sección transversal biconvexa y carácter de la
sección regular, pertenecerían a la categoría bifaces en sí mismos (sensu Hocsman,
2006) (Figura 2). Dentro de las fracturadas, hay una triédrica irregular, una biconvexa
simétrica irregular y dos que están muy fracturadas como para caracterizarlas.
Con respecto a la conformación de los nódulos múltiples, en general son pocos los
desechos que los acompañan. En los núcleos de chert, hay 1 núcleo bifacial con su desecho,
1 núcleo amorfo con 7 desechos y 1 núcleo amorfo con su desecho. En los núcleos de cuarzo,
hay 1 núcleo bifacial con su desecho y 2 nódulos de núcleos amorfos con 1 desecho cada
uno. En cuanto a los instrumentos de chert, hay 1 lasca con microretoque y 2 desechos, y 1
cepillo con su lasca. Con respecto a los instrumentos de cuarzo, es 1 percutor con 8 desechos.
51
Andrés Laguens; Roxana Cattáneo; Eduardo Pautassi y Gisela Sario
Consideraciones finales
Los resultados obtenidos hasta ahora en los sitios de Estancia La Suiza comienzan
a vislumbrar un modo de vida cazador recolector análogo al de otros sitios tempranos
de la Pampa y Paragonia con contextos artefactuales similares, quizás en etapas que
superen la exploración inicial, probablemente ya definiendo espacios de habitat par-
ticulares (Laguens, 2006). Ello nos lleva a fortalecer la idea de la alta probabilidad de
un poblamiento humano de la región cercano al límite Pleistoceno-Holoceno, como
lo planteáramos en el modelo inicial (Laguens et al., 2003) y como las fechas más
antiguas de las sierras de Córdoba lo estarían confirmando.
Desde el punto de vista de nuestras hipótesis de movimiento poblacional, la pre-
sencia de estos sitios en el occidente de las Sierras de Córdoba plantea varios puntos
y desafíos interesantes a destacar: por un lado, que las vinculaciones morfológicas
descubiertas desde la bioantropología con poblaciones de Pampa y Patagonia (Fabra
et al., 2005) quedan también manifiestas en cuanto a las similaridades en las estrate-
gias tecnológicas de organización y uso del espacio (Flegenheimer, 1991; Cattáneo,
2005; Cattaneo y Flegenheimer, 2007), y, posiblemente con los procesos migratorios
de dichas regiones, como suponíamos a partir del modelo; por otro, y en relación a
esto último, la ubicación geográfica y ambiental de la localidad de La Suiza abre la
posibilidad de considerar otra alternativa de poblamiento para el modelo, debiendo
considerar también el Sur o Suroeste como ruta migratoria (quizás por el río Quinto,
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Poblamiento humano en las Sierras de San Luis: Estancia La Suiza
Notas
* Este proyecto fue financiado mediante un subsidio de la Agencia Nacional de Promoción
Científica y Técnica, FONCYT, PICT N° 15.187, dirigido por el Dr. Darío Demarchi.
1.
Dicho ingreso no necesariamente tiene que haber sucedido con anterioridad al poblamiento de
la Patagonia o de la Provincia de Buenos Aires, sino que en tanto producto de la fisión de
grupos, puede tratarse de poblaciones hijas de comunidades asentadas en el litoral fluvial o el
norte de la llanura pampeana, cuyo desprendimiento pudo hacerse en momentos posteriores al
de tránsito. Tampoco sería imposible que haya habido una migración en dirección Sur-Norte
desde las pampas bonaerenses. Sin embargo, si bien el terreno tiene equiprobabilidad de
costos, no hay vías claras de tránsito desde allí, como pueden ser ríos o cauces abandonados
(Laguens, 2006).
2.
Agradecemos la colaboración del Dr. Luis Gallo, Director del Museo de Tilisarao, San
Luis, quien descubrió los sitios y halló la primera punta cola de pescado, y quien gentilmente
compartió su información y el trabajo de campo con nosotros.
3.
Agradecemos a la Lic. Claudia Di Lello (CIC- Fac. de Cs. Naturales y Museo, UNLP) de
la División Mineralogía del Museo de La Plata quien realizó las descripciones y las
determinaciones mineralógicas.
4.
Las UE 3- UE 12 y UE 4 fueron consideradas como un relleno muy reciente de las UE 8
y UE 9, respectivamente, considerando a los materiales como intrusivos en dichos estra-
tos, por lo que quedaron fuera de estos componentes.
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Arte del centro-oeste argentino:
Sierra de Comechingones Sur
Ana María Rocchietti
Universidad Nacional de Río Cuarto
Contacto: anaau2002@yahoo.com.ar
Introducción
El centro de la Argentina, espacio al que pertenece la provincia de Córdoba, es un
país de montañas viejas y de pedregales, de vegetación achaparrada, de algarrobos y
chañares a medida que se viaja hacia el occidente, hacia la Cordillera de los Andes. En
él, el arte rupestre constituye un tesoro de imágenes, frecuente, escondido entre las
rocas.
Nuestro trabajo lo ilustra para darlo a conocer más allá de sus fronteras pero su
finalidad es aportar conceptos a los estudios rupestres.
I.
El arte rupestre fue descubierto en 1879, en la Cordillera Cantábrica (España), y
rápidamente despertó un interés de primera magnitud por los enigmas científicos y
filosóficos que suscitaba: arte de salvajes, arte de hombres prehistóricos, arte de una
humanidad que estaba en el propio pasado de los europeos pero dotado de una
radicalidad singular: su significado era desconocido y debía ser ubicado en la histo-
ria plástica del Hombre o, al menos, en la secuencia evolutiva del progreso en sus
actividades intelectuales. Mucho después se conoció que las pinturas y grabados
estaban vivas en una tierra tan remota como Australia y, por única vez, se pudo
advertir que se ligaban a mitologías aborígenes sobre el Universo o sobre el Planeta1.
Interpretar el arte rupestre, desde entonces, habría de consistir en encontrar el
vínculo entre los signos y sus significados. Tarea difícil porque las imágenes provie-
nen de una intención arbitraria e ideológica, las cuales -como apuntó Lumbreras- son
una imaginación sobre el mundo pero no el mundo mismo (Lumbreras, 1981:158).
61
Ana María Rocchietti
62
Arte del centro-oeste argentino: Sierra de Comechingones Sur
63
Ana María Rocchietti
gioso respaldado por el mito, sistema de comunicación entre grupos de una misma
sociedad o entre sociedades o entre los géneros. Menos frecuentemente se advierte
que –en los estudios concretos- la teoría conduzca la documentación pensando a los
registros como una interacción entre sujeto (el investigador) y el arte rupestre.
Hay que tener en cuenta que sus imágenes no tienen –muchas veces- ni siquiera
una percepción unívoca y es muy posible que cada uno vea lo que quiere ver. Aún
cuando lo que se ve sea indubitable (un animal de especie conocida, un hombre)
siempre existe un «plus» o una reserva de significado que se asienta sobre todo lo que
no sabemos sobre el contexto de su ejecución (crisis social, escasez de animales, ciclo
mitológico, instituciones) y, también, sobre lo que vemos parcialmente o mal por
destrucción o por los efectos del paso inexorable del tiempo. En algún sentido, cada
uno de nosotros, en las imágenes, encuentra lo que busca.
Los estudios neopositivistas del arte rupestre no son satisfactorios porque parecen
constatar solamente asociaciones estadísticas entre signos (o motivos) pero, asimis-
mo, los estudios puramente interpretativos o hermenéuticos tampoco lo son ya que
escapan a las pruebas de contrastación y permanecen como estados de conciencia de
sus investigadores. Es probable que nunca se logre una constatación satisfactoria de
la adecuación de nuestro pensamiento –o, por lo menos, de nuestro pensamiento
actual- con el arte rupestre. En esta cuestión no sería conveniente ignorar los aportes
de la semiología y del estructuralismo moderno. En definitiva, el arte en las rocas
describe una antigua episteme, es decir, una organización de conceptos, de pensa-
miento, de retórica.
Muchas veces nos detenemos en la puerta del arte rupestre estimando que él sola-
mente consiste en sus imágenes y somos indiferentes a la posibilidad de que el espa-
cio en que fue realizado fuera mucho más importante que las mismas imágenes: un
espacio sacralizado, heredado como magia, formulado como especial en una clase de
pensamiento que ve en el paisaje, en las rocas, en los cerros, en las aguas, en los
rincones lo que nosotros no vemos.
Por esa razón, algunos autores incluyen dentro del arte rupestre no sólo a las
pinturas, a los petroglifos, a los geoglifos sino también a algunos casos del arte mobiliar
(como los morteros, por ejemplo, o las estelas y las cámaras mortuorias) y, fundamen-
talmente, a sitios o lugares como piedras míticas y cerros sagrados destacando al
apropiación cultural del espacio y no sólo los dibujos (Tarble, 1991).
Nosotros creemos advertir que el arte rupestre argentino y americano (y todo lo que
él comprende, incluyendo los objetos que acabamos de señalar) muestra -simultánea-
mente- coherencia espacial y temporal y movimiento interior en un proceso de varia-
ción, cambio, recombinación de temas y de signos, abandono de otros como grados de
libertad en la ejecución, en la selección de lugares y en las perspectivas de observación.
Es muy probable que el género de vida haya ofrecido la base material para el imagi-
nario y el ritual rupestre. Algunas teorías sobre el cambio social sostienen que cuando
cambia la estructura económica inevitablemente, más tarde o más temprano, sobreviene
el cambio en la ideología. Es indudable que los sitios rupestres ofrecen una oportunidad
muy grande de estudiar ideologías pero las asignaciones a tecnologías y técnicas (de
caza o agrarias) siempre es dificultosa por múltiples causas pero especialmente por la
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Arte del centro-oeste argentino: Sierra de Comechingones Sur
65
Ana María Rocchietti
que sostienen las imágenes rupestres. Por lo tanto, todo estudio rupestre se realiza en
un marco enteramente ideológico, tanto por parte de los autores como por partes de
los investigadores.
La naturaleza del arte rupestre puede pensarse como ritos en imágenes para contes-
tar a dos preguntas. Una es ¿cómo se originaron las cosas?; Y otra, ¿cómo es el sistema
del Universo? Ambas han sido formuladas insistentemente durante miles y miles de
años y por las más diversas sociedades. No importa que se despliegue como represen-
taciones «realistas» o como imaginario «fantástico»; su carácter es plenamente sim-
bólico, «pensado» 3.
El arte, en cualquiera de sus manifestaciones, es una forma de organizar la expe-
riencia humana y, en particular, el conocimiento. Al respecto podríamos decir que las
maneras de pensar producen maneras de vivir y estilos de existencia; el arte rupestre
fue una de esas maneras. Lévi Strauss (1999:53) sostenía que el arte de las sociedades
primitivas es eminentemente social, a despecho de la creciente individualización
ocurrida en la historia general del arte.
Sánchez de Montañes (1977:143) destaca cuatro aspectos a considerar en el aná-
lisis:
En este esquema cuentan los elementos formales o motivos, las relaciones entre las
formas o elementos formales, las diferentes formas en que se combinan los elementos
y las cualidades sobre las que descansa la expresión. Pero su dimensión más importan-
te es la de portar significado y de valorar de algún modo específico el material sobre
el cual se ha trabajado hasta volverlo algo diferente de la utilidad (por ejemplo de su
relevante carácter comunicativo). Añade que todo cambio de estilo (es decir, el enfo-
que con que se estudia habitualmente el arte) equivale a un cambio cultural profundo
ya que los estilos son «estables».
Sin embargo, en 1993, apareció un volumen, editado por Lorblanchet y Bahn
que daba a conocer los trabajos presentados en un simposio celebrado en el Segun-
do Congreso de la AURA en Cairns (Australia); en él se daba por iniciada la era
post-estilítica, entendiendo por tal la llegada a escena de los nuevos métodos de
datación del arte –que vendrían a reemplazar al uso cronológico de los estilos- y el
albor de una crítica profunda a la manera de cómo los estilos habían sido elaborados
y utilizados como indicadores cronológicos en Europa y en Australia (Lorblanchet
y Bahn, 1993). Si bien su lectura no obliteró ni la existencia de los estilos como
referentes para describir el arte rupestre ni la tarea de seguir proponiéndolos en los
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Arte del centro-oeste argentino: Sierra de Comechingones Sur
estudios regionales, provocó una reflexión seria sobre ellos y sobre el análisis del
arte arqueológico en general.
Para la investigación del arte rupestre sólo cabe una visión de conjunto que inten-
te dar una caracterización a estos problemas: cada signo ¿a qué se opone?, ¡con cuál se
combina?, ¿con cuál se complementa? El primero y el tercero son problemas gráficos
y semánticos, el segundo es uno gráfico. Dilucidarlos implica proponer algún camino
de análisis, descubrir nuevos problemas y avanzar sustantivamente en ellos. Mientras
lo primero compromete un esfuerzo por definir sus dimensiones heurísticas, lo último
se vincula, más bien, con la capacidad para interpretar los registros y trascenderlos.
El arte rupestre, resulta así en un tesoro de imágenes y un documento ideológico
de primer orden para entender a las sociedades antiguas -en nuestro caso- de la Argen-
tina Mediterránea. La condición, de acuerdo con nuestra perspectiva, de cumplir con
estos criterios en su estudio: comprensión, distinción, definición, sistematización y
criticidad.
El estilo, como herramienta de análisis, responde a tres preguntas: 1. ¿qué se ve?,
2. ¿cómo está organizado lo que se ve? y 3. ¿por qué se ve lo que se ve? (es decir, ¿qué
causas han originado lo que se ve?). En este último caso, nuestros supuestos de inves-
tigación adjudican las mismas a estos órdenes de causalidad:
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Ana María Rocchietti
dad. Pero no es demostrable la intención por lo bello por parte de sus autores. Lo
mismo podríamos afirmarlo en relación con la emoción (el miedo, el vínculo con lo
desconocido, el sentimiento primario de lograr comida para sobrevivir, la promesa
ambigua de gobernar el cosmos a través de las ceremonias, etc.). La investigación
arqueológica, si bien la invoca, no se compromete con el valor espiritual y trascen-
dente de los signos. No penetra en el «alma primitiva» de la que hablaba Lucien Lévi-
Bruhl más que para contornearla.
Asimismo, el arte rupestre implica que existió una comunidad de comunicación
(una antigua y ancestral colectividad de gente, viva y muerta, para la cual esos signos
tenían un preciso y especial significado). Si no fuera por los estudios de estilo, ella
permanecería en la esfera conjetural.
El arte rupestre sugiere la expresión ideológica. La ideología tiene una larga trayec-
toria como concepto y una gran discusión teórica por detrás. Las más sobresalientes son:
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Arte del centro-oeste argentino: Sierra de Comechingones Sur
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Ana María Rocchietti
y que se encuentra, hoy, dispersa en aleros y refugios de roca en esta montañas viejas, de
perfil redondeado y cubiertas (hasta cierta altura) por un monte abigarrado de algarrobo,
chañar y espinillo. Los valles suaves, originados en la orogenia profunda de sus bloques
inclinados y aflorantes, albergan dibujos (pintados y grabados) realizados por grupos
humanos que habitaron la región, mucho antes de la invasión española que acabamos
de describir. Es posible que muchas hayan sido realizadas por los indios Comechingones,
nombre que les dieran los españoles, pero otras pueden haber deberse a la creación de
una ignota identidad etnohistórica para nosotros. Es probable que vinieran realizándo-
se desde alrededor del comienzo de la era cristiana y que tuvieran influencias –en sus
motivos y temas- de las sociedades que vivían en las áreas geográficas aledañas. La
convención gráfica que estudiamos es, entonces, resultado de la originalidad rupestre
de esta región así como de muchos elementos de variación que impusieran en ella el
noroeste argentino y pampa-patagonia. En la región que estudiamos, la fecha de octubre
de 1573 debe haber constituido el tiempo casi final de la manifestación rupestre. Se
interrumpieron los temas tradicionales (los animales, la caza, los signos herméticos), se
dibujaron en algunos lugares de la sierra hombres a caballo5 y, finalmente, todo termi-
nó6. Mucho más impreciso es intentar establecer sus comienzos.
Las características de un sitio rupestre dependen del paisaje de roca en el que fue
seleccionado para ser pintado o grabado. Puede tratarse de aleros o abrigos (refugios
de poca profundidad, cuya génesis debe ser atribuida a la acción del agua y del
viento) o cavernas o grutas de origen geológico y geomorfológico mucho más com-
plejo. Pueden yacer solitarios o formar parte de un conjunto solidario de sitios. Pue-
den estar ocultos o aparecer simplemente a la mano de una recorrida cuidadosa. Lo
cierto es que el arte rupestre no fue hecho para ser mirado pero sus grados de accesibi-
lidad son bastante variables. Si fue un arte secreto o esotérico no siempre este carácter
obligó a realizarlo en lugares inaccesibles. Sin embargo sus imágenes suelen tener
una relación, remota o próxima, con la luz exterior y con la penetración de la luz en la
intimidad de la oquedad. Como los dibujos que ellos contienen son significantes,
podemos considerarlos espacios semióticos: espacios en los que los indígenas deja-
ron signos con su ideología, su lenguaje gráfico y su cosmovisión.
Vemos así que su simple distribución en el espacio no basta para agotar su proceso
de significación sino que -quizá a diferencia de los que ocurre con los yacimientos
arqueológicos corrientes- ella solamente abre una de las dimensiones de su compleji-
dad. Sin embargo, de las tres líneas de definición de sitio que hemos consignado
antes, tomaremos la primera de ellas (la idea de que existe una materialidad arqueoló-
gica que se distribuye en forma discontinua en toda una región) y la aplicaremos para
fundamentar nuestra proposición sobre el arte rupestre -investigado
arqueológicamente- como una formación arqueológica.
Es así, entonces, que en un paisaje -en este caso el de Comechingones- no solamente
encontraríamos sitios arqueológicos con sus depósitos sedimentarios y artefactuales
sino, asimismo, un régimen de imágenes con su dispersión espacial tan elocuente como
la de los primeros. Las síntesis espaciales permiten verificar cuánto se ha progresado en
la ampliación documental y cuánto en la interpretación de los diseños rupestres. Ellas
son mucho más que una sumatoria de yacimientos arqueológicos.
Los sitios de nuestra región exhiben dos tipos de geoformas: aleros (llamados tam-
bién abrigos o casas de piedra entre los pobladores actuales) y taffoni (designados por
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Arte del centro-oeste argentino: Sierra de Comechingones Sur
los geólogos con esta expresión italiana) o piedras bola (nombre que usan los lugare-
ños). Tienen orígenes diferentes. Los taffoni son específicos de los países con paisajes
graníticos; los aleros, no. En este tipo de ambientes litológicos no suele haber cuevas.
Los taffoni son grandes «bochas» graníticas, geoformas muy típicas pero no excesi-
vamente frecuentes, formadas por denudación hídrica en el seno de extensos batolitos.
Su superficie externa es muy lisa o casi, sub-esférica, producida por un efecto caracterís-
tico de erosión en hojas de cebolla o catafilar. En su interior siempre existe una oque-
dad -también lisa y netamente cóncava- que a veces posee nichos o superficies cóncavas
menores. En ese interior se aloja, casi inevitablemente, el arte. Es evidente que los
taffoni han sido objeto de especial atención por reunir misterio de la forma y rareza en la
montaña. Los geólogos suponen que estas geoformas existen en el interior de la forma-
ción batolítica, bajo sedimentos de edad posterior los cuales deben haber sido
erosionados. Su ambiente interior es generalmente muy oscuro porque la apertura que
sirve de entrada es muy baja (a veces sólo admite que se ingrese agachándose o en
posición decúbito ventral). La cavidad interior suele estar desnuda de sedimentos y ella
ha crecido -en el tiempo geológico- a expensas de su masa por meteorización y por
erosión hídrica. De ésta última hay evidencias por chorreos negros (ya que arrastran
minerales propios de la descomposición de la roca). Helechos o hierbas suelen vivir a su
amparo cuando se forma alguna pequeña capa de tierra llevada por el viento o
desagregada de la descomposición de los feldespatos o plagioclasas que constituyen la
trama mineral del granito A su alrededor puede haber algunos árboles de porte, espinillos
o pastizal. Suelen aparecer solitarios en el paisaje y son bien visibles como geoforma.
Los aleros, en cambio, son rocas cuyos bloques -por lo común- de formas
paralelepípedas irregulares, sobrepuestos o partidos, delimitan espacios fuera de la
intemperie (uno solo o varios). Su evolución como geoforma empezó en el frente de
erosión, una «visera» que se encuentra a altura variable, de extensión y grosor tam-
bién variable. Los aleros poseen diaclasas y fisuras, es decir, grietas producidas por las
diferencias térmicas y por la erosión hídrica; algunas tienen mucha longitud y anchu-
ra volviéndose verdaderos ejes arquitectónicos de la geoforma y vectores de su evolu-
ción futura. El interior puede ser una cavidad grande o pequeña –brindando mucha o
poca protección- que recibe, generalmente, bastante luz. Las paredes y techos, así
demarcados, tienen planos que describen superficies poco cóncavos en los que apare-
cen los dibujos. También tienen bloques caídos, regolito suelto que proviene de la
descomposición del techo y depósitos sedimentarios no demasiado potentes ya que
no exceden el medio metro de profundidad, por debajo de los cuales se encuentra
regolito y granito desnudo. Éste, a veces, se extiende por afuera del alero, especial-
mente cuando éste forma parte de un conjunto disperso sobre el batolito aflorante;
otras, el terreno por fuera del refugio de roca, se desarrolla en talud siguiendo la
topografía general o cayendo hacia un arroyo y en él crece el monte ocultando la
entrada y- en no pocos casos- el alero mismo.
Tanto en los taffoni como en los aleros se puede identificar una arqueología de
suelo, es decir, sus depósitos arqueológicos con distintos tipos de restos: artefactos
líticos y cerámica en mayor proporción y restos óseos en pronunciado grado de frag-
mentación; extraordinariamente algún objeto de significación especial como las
estatuillas modeladas en arcilla y cocidas o, asimismo, restos correspondientes a ocu-
paciones criollas7 y modernas. En los sitios de piedra bola, esos depósitos se encuen-
71
Ana María Rocchietti
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Arte del centro-oeste argentino: Sierra de Comechingones Sur
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Ana María Rocchietti
La región rupestre
El paisaje serrano y los aleros con arte rupestre delimitan una región: la que surge de
los intercambios entre el hombre y la naturaleza que lo rodea, en este caso ceremoniales,
simbólicos y estéticos. Poco queda en la geografía actual del pasado antiguo: los campos
han sido dedicados a agricultura y a la ganadería, el monte que se deslizaba desde las
cuestas hasta el borde de la llanura cordobesa fue talado y rutas de asfalto la cruzan hacia
el oeste y hacia el sur. Los sitios arqueológicos resguardan esas manifestaciones de las
sociedades autóctonas y alojan a sus mundos, imaginarios y reales. Ese universo de comu-
nicación, de imágenes y de roca es el que sintetizamos bajo el concepto de región rupestre.
En ella uno o varios estilos expresan un universo gráfico y convencional.
La descripción del ambiente litológico dominado por la roca de granito nos ofrece las
bases materiales para entender las pinturas y grabados rupestres de la Sierra de
Comechingones. El fenómeno rupestre posee, simultáneamente, otras dimensiones: las
que se desenvuelven a partir de la interacción entre litología, vegetación, aguas corrien-
tes, movilidad del viento, visibilidad de las vecindades del sitio rupestre, juegos de luces
y de sombras, sonidos y olores característicos. El paisaje rupestre debió ofrecer una co-
nexión entre los aspectos no sígnicos del arte que es crucial para sintetizar las caracterís-
ticas semióticas y no semióticas, arqueológicas y no arqueológicas del sitio en tanto
sistema unificado de elementos y de relaciones entre ellos, en el pasado y en el presente.
Siendo el paisaje una construcción social, tanto de carácter material como de carácter
imaginario, ofrece un dominio de investigación en términos escenográficos y semióticos.
Por lo tanto, el «monte» como paisaje rupestre sintetiza el carácter del arte que encontra-
mos en él. El estudio de esta dimensión de la síntesis rupestre exigiría efectuar un procesa-
miento de la información basado en cinco criterios, teniendo en cuenta que el concepto de
paisaje no puede ser aprehendido sólo desde un concepto singular:
75
Ana María Rocchietti
La cuestión temporal
El ordenamiento de los registros dentro de un panorama general de continuidad,
constatable en la expresión espacial y en la carencia de diferencias apreciables que
permitan un diagnóstico particularizado de diacronía, requiere una discusión sobre la
variabilidad de sitios presentes en ese sector de la Provincia.
Sea que represente distribución funcional o serie diacrónica, en todo caso ilustra un
pattern estabilizado en el cual podría establecerse casos de largo término (como podría
serlo Casa de Piedra, un sitio al aire libre con un importante número de puntas de
proyectil y artefactos molienda) y de corto término (como Piedra del Águila, un cerro
con trece sitios – paraderos con gran cantidad de raspadores nucleiformes y material de
talla, puntas de proyectil y preformas). Lo que resalta, en todos los casos, es la naturaleza
aleatoria de las distribuciones internas de sitio, con pocas excepciones.
Dados los fechados9 de que disponemos podría proponerse una secuencia del
siguiente tipo para usar en la referencia temporal del arte rupestre (aunque no necesa-
riamente su adscripción arqueológica la cual no es segura salvo en un solo caso):
76
Arte del centro-oeste argentino: Sierra de Comechingones Sur
Estimamos que es posible articular el arte rupestre con su mundo ambiental y social de
manera sintética (aún cuando hubiera entre arte, ambiente y sociedad aspectos contradic-
torios). En principio, cada sitio rupestre posee la autonomía combinatoria de los signos
básicos pero, al mismo tiempo, documenta variación y apartamiento de la «norma» de su
código. La colección de sitios muestra siempre (con mayor o con menor intensidad):
a. similitudes fundamentales entre sitios rupestres, las que ilustran, para noso-
tros, la duración del modelo icónico en el tiempo así como de las corrientes
estilísticas (Gradin, 1999:91) que sostuvieron en sus tradiciones, y
b. variación de «fondo» entre ellos, verificándose ya sea, en los casos en que
aparecen signos únicos, ya sea en los que se verifican modificaciones de com-
binación o en las clases y gamas de colores (Rocchietti, 2000).
Conclusiones
El arte rupestre es una producción polidimensional y polisémica -allí donde se
verificare- por lo cual cualquier esfuerzo por aprehenderla habrá de acudir a los con-
ceptos que ofrecen las disciplinas sociales. Su naturaleza simbólica y ritual escapa a
los determinismos y ofrece una alternativa metafísica en los sistemas simbólicos con
los que opera el pensamiento humano.
Notas
1
En la Cordillera de Kimberley, en el noroeste de Australia, todavía en la actualidad los aborí-
genes pintan las wandjinas, de un tamaño notable porque pueden alcanzar unos seis metros.
Ellas representan rostros blancos y sin boca, rodeadas de uno o dos semicírculos en forma de
herradura, con líneas irradiadas por el símbolo exterior. Ellos creen que en los primeros días
77
Ana María Rocchietti
del mundo, cada wandjina (de los que había muchos) creó la topografía de una zona determi-
nada y, una vez terminada la tarea, se transformó en una serpiente mítica y se refugió en un
charco cercano. Pero, al hacerlo, dejó una imagen en una pintura rupestre, en un refugio
rocoso, y ordenó que antes de que diera comienzo a cada estación de los monzones, los
hombres tenían que renovarla. La renovación de las wandjina no solamente da comienzo a las
lluvias (porque después viene la época calurosa y seca) sino que es garantía de fecundidad de
los animales, y de los vegetales. El incumplimiento de este mandato acarrearía la sequía y el
hambre. Cuando las pinturas de las cuevas se vuelven borrosas, el wandjina desaparece
llevándose consigo la lluvia y la fertilidad (Cf. Mountford, 1964:12-13).
2
Esta expresión la usó Claude Lévi Strauss para describir las estructuras que subyacen a
los mitos.
3
Jacques Lacan decía que lo Real, para el hombre, es aquello que no puede ser simbolizado.
Las respuestas a ambos interrogantes –por ser cruciales pero inhallables- para la humani-
dad sólo pueden consistir en absolutos símbolos.
4
Esta autora señala que es frecuente el error de confundir contenido con estilo y que los
atributos estilísticos son los que tienen similaridades con otros.
5
En la localidad de Cerro Colorado, en el extremo norte de la Provincia, verdaderas batallas
entre indios y españoles.
6
Seguramente no dejaron de producirse paneles rupestres de inmediato -porque una creen-
cia no se esfuma así porque sí- pero desde esa fecha era una práctica condenada a
desaparecer, por herejía o porque el sentido de ese mundo había cambiado.
7
Muchos aleros fueron usados como una suerte de vivienda natural en la Provincia de
Córdoba porque la población rural pobre usaba los aleros como habitat permanente.
Nosotros mismos hemos recibido testimonios sobre familias conocidas en la zona de
Achiras cuyos bisabuelos y abuelos moraban en ellos y hemos observado su
implementación como galpones y como depósitos.
8
Un sitio rupestre es un lugar en el que los indígenas (habitantes de la región antes de la llegada
de los españoles) han dejado una expresión imaginativa de la realidad o de sus deseos de
realidad así como testimonios de la invasión que cambió su historia. Podemos considerarlos
espacios semióticos ya que los dibujos (pintados o grabados) poseen naturaleza significante.
9
Realizados en el Laboratorio de Radiocarbono y Tritio del Museo de Ciencias Naturales,
Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, Universidad Nacional de La Plata.
10
Es decir, corriendo, desplazándose alineadas, atacando. Su coherencia es muy grande, si
atendemos a su reiteración en casi todos los sitios enumerados.
11
El granito feldespático de los batolitos de Comechingones suele ofrecer algunas superfi-
cies con cristales de cuarzo y feldespato pequeños y de tamaño regular. Van acompañados
de micas blanca y negra que completan el brillo y la tonalidad gris-blancuzca de las
paredes interiores de los aleros.
12
El granito, al exfoliarse, deja oquedades convexas de fuerte curva; por eso, los planos en
que dibujaron describen una especie de cuenco o un plano cóncavo-convexo, aprovecha-
do para obtener más realismo de la figura.
Bibliografía
BARTHÉS, R. 1982 La antigua retórica.Ediciones. Barcelona. Buenos Aires.
BERENGUER, J. 1995 El arte rupestre de Taia dentro de los problemas de la arqueología
atacameña. Chungara, 27, 1. Universidad de Tarapacá: 7-43.
BREUIL, H. 1934 L´Evolution de l´art parietal dans les cavernes et abris ornées de France.
Congrés Prehistorique de France. XIe session. Perigueux: 102-118.
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Arte del centro-oeste argentino: Sierra de Comechingones Sur
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Ana María Rocchietti
Anexo de Imágenes
Paisaje rupestre.
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Arte del centro-oeste argentino: Sierra de Comechingones Sur
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Arqueología de la zona lacustre de Córdoba (N.E.).
Un contexto para armar
Marta Bonofiglio
Universidad Nacional de Córdoba. Museo Histórico Municipal de La Para
Contacto: marthama008@hotmail.com
1. Introducción
Las imágenes que sobre la Mar Chiquita nos transmite la bibliografía escrita du-
rante el siglo XX ocasionan desconcierto al lector que hoy ha visitado el espejo de
agua, sus costas y sus islas. Los mapas de entonces mostraban una laguna de diámetro
más reducido, casi la mitad de la actual, que se prolongaba hacia el Norte mediante
pequeñas lagunas relacionadas entre sí y rodeadas de bañados. Sus aguas poseían un
altísimo nivel de salinidad, la fauna piscícola era escasa, desde 1920 la economía se
basaba en el turismo, atraído por las cualidades medicinales de los barros, en la cría
del coipo, que abastecían a la industria peletera y alguna actividad agrícola incipien-
te. El imaginario colectivo asumía que las condiciones naturales podían retrotraerse
a centenares o miles de años, por lo que aceptaba que había sido escasamente poblada
por grupos aborígenes (Frenguelli y Aparicio, 1932; Outes, 1911).
Todavía hoy, la opinión de obras de circulación masiva repite la misma visión:
Actualmente, a partir de los fenómenos hidrológicos acaecidos en los años ‘70, el paisaje
lacustre ha sufrido drásticas modificaciones. Precipitaciones superiores a las normales, en la
cuenca de captación de los ríos afluentes y los aportes de las aguas subterráneas, han provo-
cado cambios en los niveles de costa, en los porcentajes de salinidad de las aguas, en la fauna
ictícola, en la economía regional, perjudicada en gran parte por la pérdida de la superficie
edificada, y de extensiones considerables de los terrenos de cultivo.
Como contrapartida de estas consecuencias ecológicas, hoy está clasificada entre
una de las 10 lagunas de agua saladas más extensa del planeta, una «isla biológica»
83
Marta Bonofiglio
84
Arqueología de la zona Lacustre de Córdoba (N.E.). Un contexto para armar
§ Bajo el nivel de la laguna, a cientos de metros de la costa actual. Sobre ellas, las
olas llevan todo tipo de restos, fragmentos cerámicos especialmente. Dicha
actividad constituye el elemento morfodinámico principal del espejo de agua;
los cambios en el balance hídrico originan movimientos que causan la
«canibalización» de su propio depósito y la formación de escarpas (Piovano,
2007). Es en ellas y a causa de estos movimientos que los acantilados y los
médanos alojan las evidencias arqueológicas.
§ en relación con la línea de costas; pueden reconocerse una parte de los sitios
de asentamiento, es decir el sector no cubierto totalmente por las aguas. En este
caso los desplazamientos son más reducidos e identificables.
§ en las barrancas altas, acantilados y médanos formados por la dinámica descripta.
§ en las islas, algunas de las cuales hoy han adoptado esa característica, ya que
antes del 79 integraban la tierra firme y formaban parte del contexto
habitacional propio de los períodos secos.
§ en los paleocauces y actual desembocadura del Río Primero, en las llanuras aluviales
de origen fluvial (desembocaduras del Rio Xanaes) donde son notables los proce-
sos de escurrimiento, la denudación de la superficie, pero que mantienen una
extensión de costas altas con importantes niveles de conservación.
85
Marta Bonofiglio
2. Área de Trabajo
Las prospecciones generales de reconocimiento, de las que daremos cuenta a con-
tinuación, abarcaron en la primera etapa las zonas sud -sudoeste de la laguna de la
Mar Chiquita, comprendidas entre las localidades de Altos de Chipión, donde co-
mienza la fractura Tostado- Selva y Loma Alta, a la altura del paraje Las Saladas. La
zona sur comprende, de este a oeste:
86
Arqueología de la zona Lacustre de Córdoba (N.E.). Un contexto para armar
adentraba hacia la laguna, utilizada antes de los años ‘70 para la ganadería. Hoy el
agua invadió los sectores bajos y emerge como un islote, cubierto de un monte
espinoso denso y rodeado de los troncos secos de algarrobos y chañares que el
agua convirtió en un bosque fantasmal de troncos que surgen entre el barro salado.
Los restos se localizaron en el perfil de la costa, barranca de 3 metros de alto. El
acceso debe efectuarse atravesando el terreno inundado. Durante las prospeccio-
nes identificamos el pilar trigonométrico de Segundo orden de la malla geodésica
E (R. A) (4E-II-609) instalado por el Instituto Geográfico Militar en 1955. Los
datos obtenidos en la monografía correspondiente informan que se plantó sobre
tierra firme, del mismo modo que el pilar de acimut, a 817,20 m. Dicho documento
identifica la presencia de una vertiente que proveía de agua dulce. Estos «surgentes»,
llamados por los lugareños «aparecidos»; son vertientes que proceden del aflora-
miento de las aguas subterráneas a través de las fisuras de las capas interiores.
87
Marta Bonofiglio
Nuestro intento es reconstruir, con los datos que poseemos, dicha concepción
espacial en las diferentes etapas de ocupación. Nos proponemos, en base a la recons-
trucción del paisaje habitado reconocer las áreas en las que se realizaron las activida-
des sociales: los objetos materiales y sus efectos (Criado Boado, 1993). La ausencia
de monumentalidad, de estructuras habitacionales y de otros tipos de construcciones
que indiquen modificación intencional del paisaje hace que los restos materiales
(artefactos, estructuras de combustión) constituyan las bases de la reconstrucción de
las redes sociales de este espacio, transformado por la naturaleza y escenario de adap-
taciones y usos diversos a través del tiempo.
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Arqueología de la zona Lacustre de Córdoba (N.E.). Un contexto para armar
3.1.1. Manufactura
Se confeccionaron en base a rollos de arcilla, trabajados en espiral, «acordelados»
(Caggiano, 2000; Rodríguez, 1993); se usaron técnicas de modelado y moldeado (mol-
des de cestas). El tratamiento de la superficie puede ser alisado, pulido o pintado.
Predominan los fragmentos alisados. Los fragmentos pulidos tienen pastas homogé-
neas, abundan los pulidos internos, posiblemente recurso para impermeabilizar la pieza.
89
Marta Bonofiglio
3.1.2 Formas
Se pueden reconocer variedades de formas. En los sitios estudiados se han recupe-
rado, al mismo tiempo que miles de fragmentos correspondientes a distintas partes de
los ceramios, piezas casi enteras o enteras. Consideramos piezas enteras a las comple-
tas y a aquellas que presentan más de las ¾ partes del total, por lo que su reconstruc-
ción no presenta dudas. Contorno:
90
Arqueología de la zona Lacustre de Córdoba (N.E.). Un contexto para armar
91
Marta Bonofiglio
3.1.3 Decoración
Las técnicas de decoración son variadas. Constituyen modalidades hasta ahora no
reconocidas en la zona en tanto que comparte otras con las regiones vecinas, aún
haciendo la salvedad de que las percibimos como manifestaciones de origen local.
Definimos dos grandes tipos: aquellos en los que se modificó la superficie de la
vasija y aquellos en los que se agregó arcilla (Orton et. al, 1997). Entre las primeras
mencionamos: la incisión, la excisión y el moldeado. En las segundas, el agregado de
arcillas en diferentes formas: apéndices, engobes.
3.1.3.1.
Consideramos distintos casos de incisiones; éstas se presentan con diferentes ti-
pos de variantes, generando casos específicos:
a. Líneas
Líneas curvas: aisladas
asociadas en círculos concéntricos
curvas elongadas acabadas en un círculo
onduladas en espiral
figuras curvas aisladas
dispuestas de manera azarosa
enganchadas entre sí
Líneas rectas: aisladas
verticales
verticales y oblicuas
oblicuas
entrecruzadas, delimitando espacios cuadrangulares
entrecruzadas formando espacios triangulares y rómbicos
paralelas entre sí
líneas oblicuas que se suceden formando ángulos
líneas horizontales y oblicuas.
b. Círculos: aislados
integrando guardas
a modo de puntos
marcados con excisión en el centro
llenando triángulos
círculo con punteado central
92
Arqueología de la zona Lacustre de Córdoba (N.E.). Un contexto para armar
c. Ungulado: las marcas de las uñas se suceden llenando campos, formando guar-
das de líneas de uñas sucesivas, a modo de mediaslunas o distribuidas en forma
azarosa.
d. Peinado o cepillado: el cepillado se extiende por todo el cuerpo de la vasija,
ya sea en una sola dirección, vertical o entrecruzadas en distintas direcciones.
e. Surco rítmico: líneas rectas llenas con surco rítmico
guardas con líneas rectas formando triángulos
guardas muy complejas, con líneas rectas en surco rítmico que forman grandes
espacios cuadrangulares
líneas en surco rítmico acompañando diseños de guardas con espacios llenos
de círculos y triángulos
motivos laberínticos
surcos hechos con instrumentos de punta doble
3.1.3.2 Excisos
Un grupo de vasijas globulares muestra hendiduras perpendiculares a la boca, a la
altura de las asas, de forma elíptica. Dichas hendiduras tienen entre 8 y 10 cm. de largo
y 2 y/o 3 cm. de ancho.
En otros contenedores, se practicaron en el cuerpo de la vasija, a 7 cm. de la base,
con un largo de 3 a 4 cm. y 2 cm. de ancho. Se trata de una operación realizada antes
de la cocción, tal vez en el estado de consistencia «cuero», con muy buena termina-
ción. No conocemos su uso, interpretamos que pudieron facilitar el vertido de sólidos.
Cuencos pequeños y medianos, de base redondeada han sido decorados con
excisiones bastante profundas (3 – 4 mm), aisladas; acompañadas con otras en sentido
paralelo u oblicuo. Los cuencos son de cerámica ordinaria, con inclusiones de tiestos
molidos, lo que les da una apariencia rugosa y tosca. Las denominamos «acanalados».
3.1.3.4 Pintadas
Se ha pintado la superficie de rojo o de un color blanquecino - amarillento. Hay
guardas rojas sobre el natural de la pasta.
93
Marta Bonofiglio
3.1.3.5 Bordes
Los bordes han sido decorados en su mayoría; es notable en el tratamiento de los
labios incisiones en zig- zag, líneas oblicuas, puntos excisos, pellizcos, marcas de
dedos, cortes perpendiculares, ondas, ondas terminadas en picos.
4. Problemas
El poblamiento de la zona lacustre recién comienza a investigarse. Este primer abordaje
94
Arqueología de la zona Lacustre de Córdoba (N.E.). Un contexto para armar
tiene por objetivo el análisis de los restos existentes, para colaborar en la etapa de estudios
sistemáticos. Si bien no todos los hallazgos cuentan con un contexto de excavación, su presen-
cia constituye un elemento de información y no invalida su uso como evidencia científica ya
que nos permitirá definir patrones tecnológicos y establecer su distribución regional.
El volumen de este material y sus propiedades habla de grupos que habitaron la
región en momentos diferentes.
El material lítico añade información relevante: puntas lanceoladas grandes, enteras
o fragmentadas, plantean la posibilidad de la presencia de cazadores. Puntas triangula-
res grandes evidencian tecnologías que pueden remontarse a más 1000 años atrás. Algu-
nos trabajos (Laguens, 1997) afirman la llegada de los grupos de cazadores desde la
zona amazónida, teoría que habrá que considerar ya que los sistemas del Paraná y del
Dulce hacen posible estos recorridos desde regiones del norte y este de América del Sur.
Se reconocen instrumentos como raspadores y cuchillos, bolas con y sin surco,
piedras con hoyuelos, mencionadas por Serrano (1945) y Rodríguez (1993) para la
tradición Humaitá (sur del Brasil, E del Paraguay, NE argentino y N del Uruguay),
hachas de tipos diferentes: pulidas, semi pulidas, con o sin cuello, medio cuello, con
trabajos de picado; lascas, tabletas de pizarra con los extremos pulidos.
La movilidad de los grupos en el área en parte está sugerida por los diversos
orígenes de la materia prima lítica, recurso crítico que tuvo que ser transportado, dada
la escasa disponibilidad local: granito, magmatita, areniscas compactadas y gneis
provienen de las Sierras Chicas y de las sierras de Ambargasta, rocas ígneas : gabro y
serpentina, del valle de Calamuchita, ocres, areniscas y rocas volcánicas de las Sierras
del Norte, ópalos y sílex de la región misionera (Informe: geólogo Américo Caffarena;
com. personal). Cuarzos, cuarcitas y calcedonia pudieron ser aportados, como cantos
rodados por las aguas de los ríos Suquía y Xanaes.
Relacionados con etapas de productores de alimentos están presentes conanas de
diversos tamaños y sus manos, morteros, palos cavadores, azuelas.
Consideramos que los restos correspondientes a la producción cerámica, abren
importantes interrogantes. Formalmente, es decir en cuanto a pastas, formas y decora-
ción muestran modelos diferentes a los conocidos para Sierras Centrales, incluyendo
la Región Serrana y la cuenca Media del Xanaes.
Como un método de abordaje del problema, creemos que la interrelación de estos
rasgos puede contribuir, con otros elementos del contexto a configurar un estilo, o
tradición que nos permita identificar las comunidades de los ceramistas que las pro-
dujeron y asociarlos a sus diversas manifestaciones de adaptación y uso del ambiente.
Intentamos definir si las manifestaciones cerámicas ya sean objetos de uso cotidia-
no o expresión de elementos simbólicos, son representativos de producción autóctona,
si tienen sus raíces en otras regiones, cual fue el sistema local, o si hubo conjuntos de
elementos que ingresaron al sistema en diferentes etapas.
Las características estilísticas están constituidas por la combinación de diseño y
técnicas decorativas y configuran una expresión del comportamiento social. Constitu-
yen un modo de transformación de la naturaleza, en un tiempo y espacio determinados.
Aceptamos con Leroi y Gourhan (1964) que el estilo es un factor sutil, de difícil
aprehensión, pero a menudo perceptible desde el primer momento y que manifiesta la
95
Marta Bonofiglio
96
Arqueología de la zona Lacustre de Córdoba (N.E.). Un contexto para armar
Las decoraciones son diversas: líneas curvas y rectas y sus combinaciones, inci-
siones que no siguen un diseño, sino que se esparcen por el campo sin un orden
establecido, en forma de pequeñas líneas, que a veces imitan el tejido de las
canastas. Guardas complejas formando complicados zig-zag que encierran moti-
vos cuadrangulares, y múltiples combinaciones, con líneas incisas ungulares, que-
bradas, continuas. Círculos concéntricos rodeados de incisiones triangulares.
97
Marta Bonofiglio
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Anexo de Imágenes
100
Arqueología de la zona Lacustre de Córdoba (N.E.). Un contexto para armar
101
102
Capítulo 2
Los paisajes áridos y semiáridos
y sus fronteras
103
104
Desarrollo cronológico cultural del centro-oeste argentino*
Humberto Lagiglia
Museo de Historia Natural de San Rafael
Contacto: lagigliah@yahoo.com.ar
Introducción
Desde el inicio de nuestra labor arqueológica y siguiendo a nuestro maestro, el Dr.
Alberto Rex González, planteamos la necesidad de establecer el desarrollo cronológico
cultural de una subárea arqueológica nueva que denominamos «centro oeste argentino».
En tal sentido se publicaron algunos trabajos tomando como esqueleto guía sitios tipo
como el Rincón del Atuel y Los Morrillos de Ansilta, que dieron las pautas para formular
unidades de desarrollo cultural. Frecuentemente en el país en los últimos tiempos, se
desechan los conceptos de cultura arqueológica, sin embargo nos parece una herramienta
sumamente útil para ordenar contenidos en los procesos de sucesión socio- cultural.
Entendemos por cultura arqueológica aquellas unidades con contenido singular
en el conjunto de sus costumbres y pautas conductuales que se mantiene y perdura
durante cierto tiempo en la escala cronológica de una secuencia ambiental con perso-
nalidad propia y con manifestaciones de la cultura material que se diferencian de sus
antecesoras y sucesoras. No por esto se descartan criterios tales como los de tradición
cultural, donde muchas veces se habla de área de co-tradición. Sin lugar a dudas el
desarrollo de las culturas recibe manifestaciones culturales de los estadios preceden-
tes y transfiere a los sucesivos muchos de sus aspectos que quedan a veces como
vestigiales o como tradiciones culturales.
Muchas veces nos resulta sumamente difícil separar dentro de cada uno de estos
conjuntos, manifestaciones de la cultura material que recurren en un sitio y que son la
expresión de desarrollos que se generan en valles o lugares distantes. A pesar de todo
esto, el estudio contextual en sitios de vivienda o en hallazgos cerrados como las
tumbas ha resultado en cierto modo de sumo valor para establecer las relaciones que
se producen entre diferentes estadios. No entraremos a analizar aquí si estas unidades
que se han denominado culturas desde el punto de vista arqueológico corresponden a
pueblos o etnos. Sería sumamente difícil poderlo establecer. Dentro de esto podría-
mos generar la idea que un mismo etno produce variantes culturales singulares, dife-
rentes entre sí. De todos modos importa para nuestros estudios establecer cómo se
generan las estructuras morfológicas comparativas de la cultura material y establecer
la singularidad en cada una de ellas.
105
Humberto Lagiglia
Paleoindio
El Paleoindio es un período arqueológico muy antiguo que está relacionado con
el poblamiento original de América donde los contingentes encontraron fauna de
mega herbívoros y otros en un estadio crítico de extinción faunística.
Sabemos que para esta época se generan grandes cambios y recesos climáticos, de
frío y húmedo a seco y templado, especialmente en nuestras regiones, el clima se va
haciendo más benigno y, lentamente, la fauna superviviente del Pleistoceno va des-
apareciendo. Si la acción antrópica es la responsable de esta causa, no podemos otor-
garle su rol protagónico, pero sí es dable aceptar su contribución a la disminución
pronunciada de estas especies favoreciendo su extinción.
Dentro del centro este argentino, en el confín del área, el ejemplo de un nivel
paleoindio se encuentra en el Atuel, en San Rafael, Mendoza.
En las cuevas de los rebordes del Cerro Negro, la fauna del Pleistoceno superior de
Mega-herbívoros, durante muchos años, ocupó las cuevas como madrigueras o refugios.
Se ha logrado llegar a datar casi más de 30.000 años. Para estas épocas tan anti-
guas, no existían contingentes poblacionales humanos, los que irrumpen, dejando su
registro arqueológico en los alrededores del 11.500 años A. P. Está representada en
estos niveles megafauna de Milodontes, Megathéridos, Paleolamas y Caballos Ame-
ricanos. No sólo dejan restos de huesos que el hombre a veces consume, sino también
los que son producto del pisoteo de estos animales.
Por otro lado aparecen algunos artefactos como raederas, perforadores y buriles. Este
nivel ha sido designado con el nombre de Atuel IV, mientras que el anterior, con
Paleofauna, sin restos humanos, los hemos denominado pre-paleoindio o pre- Atuel IV.
El estadio Atuel IV, se establece cronológicamente entre 9.000 y 11.500 A.P.
Existen fogones con el contexto y excrementos muy bien conservados de estos
megaherbívoros. Los excrementos que aparecen en los niveles pre-paleoindio que
son muy antiguos, se deshacen con mucha facilidad y tienen una coloración comple-
tamente distinta. En cambio los que están dentro del nivel estratigráfico Atuel IV
están caracterizados por estar conformados por boñigas de una coloración diferente
que no se desagregan tan fácilmente.
106
Desarrollo cronológico cultural del centro-oeste argentino
107
Humberto Lagiglia
Atuel III
Correspondiente al Periodo Arcaico, el estadio Atuel III se inicia cuando han des-
aparecido los componentes de la fauna pampeana y entra en dominio la fauna geotrópica.
Hay un dominio de plantas como el Lyssium, y aumento de la humedad de edáfica de los
terrenos. Podemos dividir el Arcaico en un pre-Atuel III, cuyas antigüedades son de
7.860 ± 90 y de 7.430 ± 90 A. P. Esta etapa del Arcaico continúa con otra que hemos
denominado de protoproductores. Estos cazadores recolectores que también comparten
el ambiente con la fauna neotrópica prevalecen en un ambiente de formación del monte
donde hay dominio de la Jarilla, del Algarrobo, Chañar Brea. Esta etapa de
protoproductores tiene un desarrollo marcado alrededor de unos 4.000 años A. C. (3.840
± 40 A.P.), desarrollándose hasta el 2.300 A.P. Estos cazadores del Atuel III, confeccio-
nan entierros colectivos que permanentemente los violan para extraer los huesos de la
diáfisis de los difuntos que utilizan seguramente como tubo de aspiración. Aparecen
entre los restos numerosas epífisis cortadas a bisel dentro del conjunto de huesos del
entierro colectivo y escasos tubos o boquillas. Seguramente estas fueron extraídas para
ser utilizadas. Algunas muestras obtenidas dan crédito de ello.
Si bien los sistemas de enterratorios colectivos de este periodo corresponden,
tanto en cuevas como al aire libre, a este sistema, también existe algunos entierros que
se han conservado enfardados o envueltos en esteras, en uno de los casos conservando
algunas partes momificadas.
Estos grupos eran excelentes cesteros, trabajaban las fibras vegetales con suma des-
treza, no conocían la cerámica e inmediatamente corresponde a la base sobre los cuales
se implanta la agricultura incipiente que va a constituir el estadio Atuel II, es decir el de
productores con fuego. Estos agricultores se instalan en las riberas del Atuel, aprove-
chando el agua del río del mismo nombre y cultivando plantas como el maíz, el zapallo,
poroto y quinoa. También eran excelentes en el trabajo de la cestería y del cuero. Los
entierros o funerales lo realizaban en algunos casos momificando los restos, en otros
enterrándolos directamente a orillas de las barrancas del Atuel. En estos grupos se hace
notar el uso de la técnica del semi - telar, el excelente trabajo del cuero, de las fibras
vegetales y de la cordelería. Tenían la costumbre de resguardar los granos de las semillas
cultivadas en cestos de fibras vegetales, como los del poroto, la quinoa, entre otros.
Los entierros de esta etapa son envueltos en cueros perfectamente resguardados en
entierros especiales que eran dispuestos sobre una cama de coirón o fibras vegetales, prote-
gida su cabeza con un cestillo semi-esferoidal y cubierto con una lápida de lajas de basalto.
Esta etapa de agricultores incipientes del Atuel II, si bien tiene un momento de
apogeo entre unos 300 años A.C. y unos 100 de la Era Cristiana, perdura hasta la
época histórica. A partir de los inicios de la Era Cristiana se incorporan nuevas mani-
festaciones tecnológicas que están vinculadas con el desarrollo de la cerámica.
Las primeras manifestaciones de grupos agroalfareros se destacan con la culturas
de Agrelo y regionalmente, en el sur de Mendoza con las de Arbolito y del Overo-
Nihuil. Hacia el 1300 de la Era Cristiana aparecería la Cultura de Viluco que va a
recibir la aculturación incásica entre el 1470 y 1550 de esa Era. Durante todo el
período agro alfarero existió en gran parte del territorio del centro oeste argentino
activos intercambios culturales con Chile central. Se destacan en primer término,
relaciones entre la movilidad de los grupos agro-alfareros de Bato-Llolleo.
108
Desarrollo cronológico cultural del centro-oeste argentino
Nota
*
Conferencia presentada durante las VII Jornadas de investigadores en Arqueología y
Etnohistoria del centro-oeste del país (Nota de los Compiladores).
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Humberto Lagiglia
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Tumbas y textiles preincaicos en una zona
andina meridional¹*
Catalina Teresa Michieli
Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo «Prof. Mariano Gambier»,
Universidad Nacional de San Juan
Contacto: michieliteresa@interredes.com.ar
111
Catalina Teresa Michieli
112
Tumbas y textiles preincaicos en una zona andina meridional
113
Catalina Teresa Michieli
tales desde el momento de tejer la tela, ya que la misma tiene diferentes tamaños según su
destino final. Por otra parte se evita el uso de la palabra «túnica» (usual en trabajos sobre
textilería arqueológica) porque consideramos que alude a vestimenta de la antigüedad
occidental que puede ser indistintamente abierta o cerrada, con o sin mangas, lo que
impediría apreciar la importante distinción entre camiseta y poncho.
Las prendas tienen características similares. Para la confección de las telas en
técnica de faz de urdimbre se utilizaron finos y firmes hilos de lana de camélido
(especialmente guanaco) seleccionados por tonos naturales y ocasionalmente teñi-
dos. La mayoría de estas telas son lisas del color natural de la lana de camélido sin
teñir (con apenas una leve apariencia de jaspeado conseguido por el hilo utilizado en
la urdimbre que tiene los cabos de distinto tono) o totalmente teñidas de color rojo;
ocasionalmente presentan listas decorativas en sentido de la urdimbre. Los orillos y la
abertura para el cuello poseen terminaciones especiales.
En cuanto al tamaño, las telas para ponchos, tanto de Calingasta como de
Angualasto, tienen entre 3 y 4 m2, mientras que las telas destinadas a confeccionar
camisetas oscilan entre 1,60 y 3 m2 (Michieli, 2001a; 2001b). Las telas que forman las
camisetas incaicas provenientes de los cerros El Toro y Tambillos (departamento de
Iglesia, San Juan), en cambio, no superan 1,40 m2 (Michieli, 1990).
Tabla 3. Cuadro comparativo del tamaño de las telas de cuatro orillos en faz de urdimbre que
forman ponchos y camisetas para adultos procedentes de Calingasta e Iglesia y de los ajuares
incaicos procedentes de Iglesia (Michieli, 2001b:68).
114
Tumbas y textiles preincaicos en una zona andina meridional
Esto indica también que la pieza de vestimenta llamada «poncho» era una prenda
en sí misma y no una camiseta descosida, que era muy común en las etapas tardías
previas a la dominación incaica de la región y que no provenía de una influencia de
este origen y mucho menos una creación posthispánica.
Se observa también la reiterada la aparición de ciertas piezas que reúnen caracte-
rísticas semejantes (Lámina Nº 1) y que hemos identificado como «telas rectangulares
decoradas» (Michieli, 2000:88-89). En algunos casos estas piezas están completas;
en otros casos existen fragmentos que pueden ser identificados como pertenecientes a
objetos similares. Por los desgastes, roturas, zurcidos y remiendos que presentan,
puede considerarse que se trató de prendas de uso diario y prolongado antes de que
pasaran a integrar ajuares funerarios. Aparecen en contextos de adultos en menor
proporción que en los de niños; en estos últimos, a su vez, se observan los ejemplares
más deteriorados por el intenso uso.
115
Catalina Teresa Michieli
Tabla 4. Cuadro comparativo del tamaño y técnicas de confección y decoración de las telas
rectangulares decoradas de Iglesia y Calingasta (Michieli, 2000:89).
Excepcionalmente aparece una tela rectangular realizada con técnica de faz de trama
(o «tapiz») con decoración multicolor de 1 m por 1,20 m aproximadamente, en muy buen
estado de conservación (Michieli, 2002:80; 2001b:66; 70). Los colores predominantes
son rojo, verde, amarillo y azul teñidos en diferentes tonos y beige muy claro y beige
castaño natural. La decoración en faz de trama consta de diez listas en sentido de la trama
116
Tumbas y textiles preincaicos en una zona andina meridional
con decoración de zigzagues oblicuos que separan campos triangulares rojos y verdes o
azules terminados en espirales cuadrangulares que combinan los colores de los fondos
(rojo y verde) y el del zigzag (amarillo o beige claro). Ambos extremos comienzan con dos
listas lisas de color rojo y beige claro. Las tramas son discontinuas y se encadenan cuando
cambian de color en forma recta; los planos triangulares que forman los fondos, en cam-
bio, están divididos oblicuamente con tramas discontinuas no encadenadas sino fijadas
directamente a una urdimbre. Las puntas de las tramas se ocultan entre el tejido, pero en
ocasiones alcanzan a aparecer en la superficie. Todo el tejido es irregular en cuanto a la
cantidad de tramas y en cuanto a la organicidad del diseño; lo primero produce
abultamientos que hacen que los laterales correspondientes a los dobleces de trama no
sean rectos sino ondeados. El diseño de esta pieza reproduce los motivos decorativos
usuales en los refuerzos de la base del cuello de ponchos y camisetas de Angualasto. Por
la forma, la técnica de confección y de decoración y el colorido, esta pieza es inusual e
impactante, aunque no tiene la calidad y la dificultad de ejecución que las restantes.
Los ajuares se completan con bolsitas rectangulares vacías colocadas sobre la
cabeza o sobre el pecho del cadáver, vinchas y cinturones formados por madejas de
hilos simples o con confección complicada, sandalias de cuero con y sin decoración,
cestos decorados, excepcionalmente un gorro de red y fajas decoradas que combinan
con gran maestría el trenzado plano y el trenzado macizo.
Casi todas las telas presentan los orillos laterales terminados con un acordonado
de dos elementos o con un trenzado de tres o más elementos formados por hilos
semejantes al de trama pero tomados doble; cada elemento se fija alternadamente en
cada doblez de la trama (Lámina Nº 2). Excepcionalmente estas terminaciones se
presentan recubiertas por costura decorativa; en los ponchos constituyen las termina-
ciones laterales; para estas telas se utilizó siempre trama única.
Lámina 2. Terminación de los orillos laterales de las telas con acordonado de dos elementos o
con trenzado de tres o más elementos: A a C- Angualasto (Iglesia); D y E- Villa Corral y Cº
Calvario (Calingasta).
117
Catalina Teresa Michieli
118
Tumbas y textiles preincaicos en una zona andina meridional
Todas estas consisten en grandes ponchos en los cuales las urdimbres discontinuas,
ubicadas a la altura de los hombros, determinan cuatro sectores (dos lisos y dos deco-
rados con listas) que se distribuyen en forma opuesta. Es interesante observar que en
todos los casos la confección de estas prendas -que de por sí implica una complejidad
técnica y un gran dominio del tejido-, su tamaño y su forma, son prácticamente idén-
ticas, diferenciándose las de Angualasto sólo por la presencia de un refuerzo decora-
tivo en los extremos de la abertura para el cuello.
El hallazgo reiterado de textiles de gran dificultad técnica con características
semejantes indica que posiblemente la elaboración de piezas textiles no era un hecho
común en cada grupo familiar sino que debería haber existido un sector de la sociedad
especializado en este tipo de trabajo.
Por otra parte, la misma reiteración de estos hallazgos en tumbas y contextos
semejantes, así como la evidencia fehaciente de que estas prendas formaban parte de
la vestimenta diaria por el desgaste y reparación que presentan, llevan a considerar
que no se trataba de piezas extraordinarias que denotaran algún tipo de jerarquía de su
usuario, sino que formaban parte del acervo común de una sociedad en la cual no se
observa hasta ahora, estratificación social marcada ni fuerte control estatal.
Las camisetas y bolsas presentan costuras de unión simples, usualmente con cos-
119
Catalina Teresa Michieli
tura en punto guante con mayor o menor densidad, aunque se destacan dos casos de
costuras de unión decorativas con variantes de punto zigzag, dos con punto rococó en
zigzag y otro formando una fantasía cruzada.
Es común que los laterales de las aberturas para el cuello y mangas de camisetas y
ponchos estén recubiertas con costuras decorativas de colores contrastantes y que los enca-
bezamientos de urdimbre de casi todas las telas (que corresponden a los ruedos de ponchos
y camisetas y las bocas de algunas bolsas) estén recubiertos con costura decorativa en punto
de aguja o con cadeneta; en algunos casos también se usaron los puntos festón y ojal.
Además de los detalles que se han señalado, la diferencia más marcada entre la
textilería de Iglesia y la de Calingasta en los momentos tardíos está dada por la
aparición en algunos de los textiles Angualasto de llamativos refuerzos decorativos
en los extremos de la abertura para el cuello de ponchos y camisetas.
Aproximadamente la mitad de los ponchos y camisetas de Angualasto presenta estos
refuerzos decorativos que están realizados con técnica de faz de trama y sus variantes en el
mismo momento del tejido, con la utilización de hilos de color rojo, verde y beige o
marrón natural formando motivos que incluyen combinaciones de espirales (curvas o
cuadrangulares), líneas oblicuas y triángulos escalerados, sucesión de cheurones, o suce-
sión alternada de espirales que nacen de un tronco común y que forman con el fondo
figuras de tipo complementario. Los extremos de los hilos empleados se retuercen forman-
do cordeles de 10 a 13 cm de largo que penden a cada lado de los refuerzos decorativos.
Los motivos de estos refuerzos se repiten en algunas de las decoraciones de telas y en
otras manifestaciones de la cultura. Los hemos interpretado como una abstracción de
atributos propios del cóndor macho adulto [especialmente el cuello, la cresta y el ojo].
Este elemento constituye un rasgo excepcional en la textilería de la región y se liga con
evidencias de zonas circunvecinas del noroeste argentino y norte chileno (Michieli, 2001a).
Finalmente y en coincidencia con la mayor cantidad y diversidad de piezas textiles,
sólo en Angualasto aparecen prendas de tamaño infantil. Éstas se hallaron colocadas
como vestimenta en cadáveres de niños o formando parte de los restos de telas que los
envuelven. Se destacan pequeñas camisetas confeccionadas con lana muy suave (posible-
mente de vicuña) y ponchitos tejidos con cuatro orillos de tamaño adecuado para niños de
meses o recortados de viejas prendas de adulto. Algunos de ellos están sumamente usados,
gastados y remendados, lo que evidencia una intensa y prolongada reutilización.
En síntesis, entre las manifestaciones culturales de los grupos que ocuparon ambos
valles durante el período tardío existen elementos comunes, los que son más visibles en
contextos funerarios. A la semejanza en las formas y contenido de las tumbas se agrega
la similitud en los conjuntos textiles. No obstante esta similitud general, en ellos se
aprecian algunas diferencias de detalles técnicos y de uso que demuestran intenciones
y preferencias que individualizan y definen a cada grupo cultural.
Estas diferencias pueden sintetizarse de la manera siguiente:
120
Tumbas y textiles preincaicos en una zona andina meridional
Notas
*
Conferencia presentada durante las VII Jornadas de investigadores en Arqueología y
Etnohistoria del centro-oeste del país (Nota de los Compiladores).
1
Este trabajo fue presentado parcialmente en el Simposio Internacional «La magia de lo
andino II» (Lima, 2005).
2
GR.N.-5476: Calingasta, 915 ± 55 = 1035 d.C.
Beta-107203: Cerro Calvario, tumba 2 (de «pozo y cámara») [madera de un año: palitos de
la estera] = 880 ± 50 BP. Edad calibrada: con 2 sigmas = 1030 a 1265 d.C.; intercepción con
la curva de calibración = 1180 d.C.; con 1 sigma= 1055 a 1090 d.C./1150 a 1225 d.C.
Beta-134392: Pta. del Barro, Primer Canal, t. 2 [AMS con uña de pie] = 650 ± 40 BP. Edad
calibrada: con 2 sigmas = 1280 a 1405 d.C.; intercepción con la curva de calibración = 1300
d.C.; con 1 sigma= 1290 a 1315 d.C./1350 a 1390 d.C.
Beta-161362: Angualasto t. 3 [AMS con uña de pie] = 440 ± 40 BP. Edad calibrada: con
2 sigmas = 1300 a 1420 d.C.; intercepción con la curva de calibración = 1400 d.C.; con 1
sigma = 1310 a 1370 d.C./1380 a 1410 d.C.
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122
Avances recientes en el conocimiento arqueológico
de los grupos indígenas tardíos y la dominación
incaica de Cuyo*
Alejandro García
CONICET. UNCuyo (FFyL). UNSJ (FFHA)
Contacto: agarcia@logos.uncu.edu.ar
La arqueología huarpe
Con respecto al registro atribuible a los huarpes, una de las contribuciones más
significativas ha sido el replanteo del esquema cronológico-cultural tradicional pro-
puesto por Humberto Lagiglia. Lagiglia (1976) realizó a mediados de los ‘70 una
búsqueda exhaustiva de todos los materiales arqueológicos tardíos y un ordenamien-
to general que lo llevó a proponer la aparición de un cambio marcado en las socieda-
des indígenas locales a partir de 1200 -1300 d.C. Según esta visión, hacia ese momen-
to se habría producido el paso entre dos entidades denominadas «Culturas de Agrelo»
y «Cultura de Viluco». La primera, que ya había sido definida por Canals Frau en la
década del ‘50 (Canals Frau, 1956), se habría extendido entre aproximadamente 500
y 1.000 años d.C. Luego de un hiatus de unos 200 años habría aparecido un registro
arqueológico totalmente distinto, caracterizado fundamentalmente por vasijas cerá-
micas pequeñas (vasos, jarritas y platos de pasta naranja y decoración geométrica
123
Alejandro García
pintada). Esta «Cultura de Viluco» habría correspondido a los huarpes, el grupo local
que conocieron los conquistadores españoles, y que habría sufrido sucesivos cambios
debido a las conquistas incaica y española y a los contactos con otros grupos indíge-
nas (como los mapuches del sur).
A mediados de los ‘90 ya se disponía de nueva información que permitiría revisar
este esquema. En ese momento no sólo se estaba difundiendo la calibración de fecha-
dos radiocarbónicos sino que además se contaba con registros estratificados prove-
nientes de sitios de montaña, como Agua de la Cueva, que mostraban un acotamiento
muy tardío de la cerámica Viluco y una extensión de la cerámica gris incisa (similar a
la conocida como «Agrelo») por lo menos hasta el período incaico.
Como resultado, se propuso (García, 1996) que los cambios atribuidos a la «Cul-
tura de Viluco» en realidad habrían sido producto del control estatal incaico, y que el
hiatus que entonces se producía entre aproximadamente 1000 y 1500 d.C. (entre lo
«Agrelo» y lo «Viluco») no era tal, ya que en parte se reducía al calibrar los fechados
radiocarbónicos (García, 2004) y en parte se habría debido a la falta de hallazgos de
registros arqueológicos tardíos estratificados y con buen control cronológico, cuya
posterior aparición mostraría la continuidad del registro «Agrelo» hasta el surgimien-
to de los cambios más recientes ya mencionados. Los trabajos realizados en la última
década han apoyado este modelo y en la actualidad varios colegas de la región com-
parten esta interpretación, al menos en lo referido al origen incaico del registro Viluco
(e.g. Cahiza, 2001; Ots, 2007).
Recientemente se ha podido constatar un aspecto interesante relacionado con la
cultura material de los grupos huarpes de Mendoza y San Juan: la utilización de
estilos cerámicos diferentes. En el centro-norte de Mendoza, como ya se ha mencio-
nado, el estilo predominante entre los huarpes de habla millcayac fue el denomina-
do «Viluco». En cambio, en el sur de San Juan (huarpes que hablaban el dialecto
allentiac), si bien aparece escasa alfarería vinculable estilísticamente con la «Viluco»
la cerámica más abundante parece responder al tipo gris con decoración incisa
conocido como «Calingasta». Otro tipo cerámico, de pasta naranja sin decoración o
con decoración pintada, estaría más relacionado con los cambios tecnológicos in-
troducidos por el estado inca. Este último estilo no guarda similitudes con el
«Viluco», ya que las formas, espesor, motivos decorativos, etc. son diferentes. De
manera que, aún cuando la muestra de sitios necesita ser ampliada, el registro cono-
cido indicaría que los estilos cerámicos en uso en el centro-norte de Mendoza y en
el sur de San Juan eran diferentes.
Por lo tanto, la información actualmente disponible indica que durante la domina-
ción incaica algunos aspectos de la cultura material no habrían sido similares y uni-
formes en toda el área huarpe, sino que habría habido diferencias entre los huarpes de
San Juan y los de Mendoza, lo que avalaría la propuesta de que el actual sector
limítrofe entre ambas provincias habría actuado como un límite natural que obstacu-
lizaba la comunicación entre los grupos indígenas ubicados hacia el norte y hacia el
sur previamente a la conquista incaica (García, 2005a). Por otra parte, estas diferen-
cias podrían indicar la utilización de estrategias distintas de anexión territorial por
parte del estado inca, aún cuando (si damos crédito a la documentación temprana) se
habría tratado de grupos correspondientes a la misma etnia (huarpe).
124
Avances recientes en el conocimiento arqueológico de los grupos indígenas tardíos
y la dominación incaica de Cuyo
Finalmente, otro aspecto que está siendo revisado es el de las fronteras del territo-
rio huarpe allentiac (esto es, los huarpes sanjuaninos). Tradicionalmente este límite se
ubicaba por el norte cerca de los 30º 30‘ - 31º S (en la travesía entre los ríos Jáchal y
San Juan) y por el este cerca del límite con San Luis. Sin embargo, recientes observa-
ciones indican que el límite norte pudo haber estado más cerca del río San Juan,
mientras que el límite oriental parecería haberse ubicado entre los ríos San Juan y
Bermejo. Este acotamiento del territorio permite tener una mejor perspectiva de la
envergadura de la etnia huarpe allentiac en relación con sus vecinos capayanes y
yacampis, y contribuye a definir la organización territorial del área en tiempos
prehispánicos tardíos. Pero el hallazgo de un sitio que permitía el control de un paso
importante por una de las quebradas que conecta el Valle de las Invernadas con la
zona baja de Gualilán, llama la atención también sobre un aspecto poco considerado
en la arqueología regional: la posibilidad de conflictos interétnicos, situación que no
debería resultar extraña, debido a la existencia de algunas menciones documentales
tempranas vinculadas con las poblaciones del norte de Mendoza (García, 2001).
125
Alejandro García
Figura 1. Refugio moderno construido con rocas de estructuras incaicas en Macho Muerto 3
(norte de San Juan).
126
Avances recientes en el conocimiento arqueológico de los grupos indígenas tardíos
y la dominación incaica de Cuyo
2) Otro aspecto relevante se vincula con el estudio de los mecanismos del control
estatal incaico sobre los grupos indígenas de la región. En general resulta muy difícil
aproximarse a este tipo de información debido a la falta de integridad de los contextos
arqueológicos y a la falta de asociación entre registros de sitios incaicos y de sitios
127
Alejandro García
128
Avances recientes en el conocimiento arqueológico de los grupos indígenas tardíos
y la dominación incaica de Cuyo
129
Alejandro García
Finalmente, me interesa señalar dos elementos que creo importantes para poder
avanzar en el estudio del tema. Por un lado, me parece imprescindible un trabajo orien-
tado a promover la creación de ámbitos propicios para la discusión y elaboración de
propuestas alternativas para la comprensión del registro arqueológico tardío. Esto sig-
nifica que quienes estamos involucrados de alguna manera en el estudio de las socieda-
des tardías y del domino incaico deberíamos alentar la discusión y replanteo de nuestros
propios modelos e interpretaciones y generar en nuestros estudiantes y becarios un
sentimiento de independencia de criterio que les permita contribuir creativamente a ese
proceso con la generación de nuevas ideas. Probablemente esto esté sucediendo en los
equipos de investigación locales, pero de ser así este proceso aún no se ha reflejado en
una multiplicidad de propuestas o en la discusión de las interpretaciones tradicionales.
Por otro lado, cabe señalar el marcado progreso registrado en San Juan en los
últimos años en relación al tema aquí tratado es coincidente con el ingreso a esta
región de nuevos investigadores y grupos de trabajo. Esta situación, contrastante con
la política de frontera cerrada imperante en San Juan hasta hace menos de diez años,
refleja claramente que es necesario aumentar la cantidad de arqueólogos de la región.
Además de constituir un instrumento de extrema utilizado para combatir el avanzado
nivel de pérdida o alteración de sitios y bienes arqueológico por la acción de diversos
agentes de alteración postdepositacional, un sostenido incremento de los recursos
arqueológicos profesionales sin duda garantizaría un avance sustancial en el conoci-
miento arqueológico de las sociedades indígenas tardías y del período incaico, y un
mayor y mejor desarrollo de la disciplina en la región.
Agradecimientos
Agradezco profundamente la amable invitación de los organizadores del Semina-
rio Magistral y VII Jornadas de Investigadores en Arqueología y Etnohistoria del
Centro del País para disertar en el marco del este fructífero encuentro.
Nota
*
Conferencia presentada durante las VII Jornadas de investigadores en Arqueología y
Etnohistoria del centro-oeste del país (Nota de los Compiladores).
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131
132
La población tardía del Valle de Uco y la dominación
incaica en la frontera suroriental del Qollasuyu
María José Ots
Unidad de Antropología. Instituto Nacional de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales. CONICET.
Contacto: mjots@lab.cricyt.edu.ar
El antiguo Valle de Uco comprendía el territorio ubicado al sur del río Mendoza;
de acuerdo con datos documentales del momento de contacto hispano-indígena este
sector concentraba una importante densidad de población. Los estudios históricos y
arqueológicos incluyen al área en procesos culturales regionales, entre los que nos
interesa el de dominación incaica (estudiado en el marco de los proyectos de investi-
gación de dicha dominación en el Centro oeste argentino -CONICET y ANPCYT-
dirigidos por el Dr. J. R. Bárcena). Partimos del supuesto de que el contacto entre las
sociedades dominada y dominadora, en este caso, la del Tardío del Valle de Uco y la
incaica, introdujo transformaciones en la sociedad local.
Los antecedentes en las investigaciones etnohistóricas y arqueológicas del Valle de
Uco son escasos, aunque estas últimas se están incrementando y posibilitan un mejor
panorama sobre las poblaciones locales. En este sentido, uno de los objetivos de nues-
tros trabajos en el área es profundizar el conocimiento de la prehistoria regional.
La información histórica temprana sobre la percepción que los españoles tuvieron
del ambiente y los recursos del área permite dilucidar aspectos organizacionales de
estas comunidades y las transformaciones que sobre ellas pudieron inducir las conquis-
tas incaica y española. La metodología arqueológica implementada para abordar estos
temas y reconocer en qué aspectos se produjeron cambios en la sociedad local consistió
en un estudio microregional en áreas discretas mediante la prospección y excavación de
sitios en distintos ambientes y el análisis diacrónico de las ocupaciones prehistóricas.
133
María José Ots
«...la ciudad de la Resurrección, Provincia de los Guarpes /.../ daba e dio por término /
.../ por la banda del Sur hasta el Valle de Diamante /.../» (Acta de la Fundación de la
Ciudad de Mendoza por Jufré, 28 de marzo de 1562. En: Cabrera 1929:26).
Figura 1: Ubicación relativa del Valle de Uco en el centro oeste de la provincia de Mendoza.
Ubicación de las principales referencias mencionadas en el texto.
134
La población tardía del Valle de Uco y la dominación incaica en la frontera suroriental de Qollasuyu
El oasis del Valle de Uco, formado por el cono aluvial del río Tunuyán y sus
afluentes, se ubica en la transición entre el piedemonte y el extremo norte de la
«Depresión de los Huarpes», cuenca receptora de sedimentos acarreados por la red
fluvial desde la Cordillera con suelos areno-limosos aptos para la agricultura.
Las condiciones ambientales actuales se han mantenido más o menos similares
desde los inicios del Holoceno tardío, caracterizado por una gran variabilidad am-
biental y la influencia de los eventos El Niño (Zárate, 2002:38). Alrededor de 3000
A.P. comenzaron las condiciones de clima moderno, con lluvias de verano en las áreas
bajas y temperaturas más favorables en las tierras altas (Markgraf, 1983 en Zárate,
2002). Los eventos El Niño determinan un incremento de las precipitaciones invernales
en Los Andes, produciendo un aumento considerable de los caudales fluviales en
verano y mayor recarga de los acuíferos del piedemonte.
Para el momento que nos interesa, los registros dendrocronológicos y de variacio-
nes glaciares de Chile Central y del sector norte de la Patagonia establecen un largo
período más frío y húmedo entre 1270 y 1660 A.D., cuyo punto máximo se dio entre
1340 y 1640 A.D1. Mediante estudios dendrocronológicos en Chile Central se han
identificado precipitaciones por encima del promedio entre 1450 y 1550 A.D. (Villalba
1994). Aun a fines de este período frío (1654) «...el paso de Uco se abre a fines de
febrero, y en abril está cerrado» (Espejo, 1954:188)2.
De acuerdo a la opinión de los cronistas, el clima y el ambiente de Chile resultó más
benigno a los españoles que el de Mendoza (Prieto 2000: 40-41). Sin embargo, a prin-
cipios del siglo XVII se aprecian sectores cordilleranos y del Valle de Uco con buenos
pastos «... donde tienen los españoles sus ganados por ser mui fértil...» (Cartas
Annuas:210). Las condiciones de temperaturas bajas y humedad tuvieron como conse-
cuencia la abundancia de precipitaciones nivales y estivales, favoreciendo el desarrollo
de pasturas y de la actividad ganadera en varios sectores de los valles de Uco y Xaurúa.
Se describe para ambas márgenes del río Tunuyán, entre otros sectores, el paisaje
de ciénagas o dehesas (vg. Espejo, 1954:82-83), semejante a una gran vega con aflo-
ramientos de agua y abundante vegetación hidrófita -pastos, totora, Phragmites
australis (carrizo), Scirpus californicus (junco)- (Prieto y Wuilloud, 1997:31). Otros
recursos, además de los pastos, se explotaban en relación con este paisaje: madera,
leña, aves y peces (Prieto y Wuilloud, 1997).
Estas características contrastan con las del territorio al sur del Diamante, «...tierra
y parte tan agria y fría e inhabitable» (Bibar, 1966:137).
135
María José Ots
136
La población tardía del Valle de Uco y la dominación incaica en la frontera suroriental de Qollasuyu
siglo XVII la progresiva ocupación española para la explotación ganadera (AHM, EC,
C278, D9; entre otras menciones), momento en que la población de este sector estaba
muy disminuida (Cartas Annuas, 1927:210). La reestructuración espacial de los gru-
pos locales es uno de los cambios que produjo el contacto hispano-indígena, como
consecuencia de la encomienda y la reducción impuestas por los españoles, y de las
prácticas de resistencia indígena. Asimismo, continuó la interacción étnica y cultural
entre poblaciones huarpes, puelches y otras procedentes de la vertiente occidental de
la cordillera, características de este espacio fronterizo.
La intensa movilidad transcordillerana está documentada desde momentos
tempranos. Los pasos Piuquenes o “del Yeso” (Espejo, 1954:182), próximo a la na-
ciente del río Tunuyán, y del Cajón del Maipo5 conectan los antiguos valles de Uco y
Xaurúa con el del Maipo, y durante la época colonial fueron pasos alternativos para el
traslado de ganado a Chile (Espejo, 1954:187).
En algunos sitios de Chile Central se han registrado materiales que sugieren la
relación entre los grupos agroalfareros de ambas vertientes trasandinas, tal es el caso,
entre otros, del cementerio de Rengo (cuenca del río Cachapoal), donde se encontró
cerámica de estilo Viluco y Diaguita-chileno inca en contextos prehispánicos (Cáceres
Roque et al., 1993, Raffino y Stehberg, 1997).
Las relaciones interétnicas prehispánicas pervivieron en las uniones o alianzas de
indígenas que resistieron la conquista española y sus consecuencias en continuas
incursiones a las estancias del Valle de Uco (ACM). Asimismo, sitios como Viluco o
Capiz en el antiguo valle de Xaurúa son ejemplos interesantes de la interacción étnica
y cultural poshispánica en la frontera. El cementerio indígena de Viluco, en las proxi-
midades del río Tunuyán en San Carlos, excavado por Reed, fue considerado por
Boman (1920) poshispánico temprano (del primer siglo posterior a la conquista) y de
huarpes millcayac. En el sitio se encontraron recipientes de cerámica cuyo estilo es
característico de las poblaciones tardías locales, identificados posteriormente en otros
sitios de la subárea (Lagiglia, 1978; entre otros), y otros materiales que se asocian a
componentes mapuche (una «pifilca») e hispánico (lanzas y cascabeles de metal,
cuentas de vidrio, etc.).
Próxima a Viluco, la localidad de Capiz conserva la denominación que recibía en
documentos tempranos (AHM, EC, C8, D10; Espejo 1954: 73). A partir de estudios
bioarqueológicos se consideró muy probable que los individuos enterrados en Capiz
fueran huarpes, del primer siglo de contacto hispano-indígena6. Al igual que Viluco,
registra indicadores de gran movilidad de bienes (objetos confeccionados sobre valva de
molusco marino, obsidiana y cerámica del sur de Mendoza, y bienes de origen europeo
como cuentas de vidrio y objetos metálicos). Las investigaciones bioantropológicas y de
dieta han confirmado las propuestas sobre la complementación de caza-recolección y
agricultura-pastoreo como actividades de subsistencia de estas sociedades, destacando la
ausencia de indicadores de stress nutricional (Durán y Novellino, 2003).
A partir de datos documentales se sostuvo que la dominación incaica habría inducido
procesos de cambio social y centralización política, acentuados por la dominación espa-
ñola (Parisii, 2003). Entre las escasas manifestaciones arqueológicas de dicha jerarquización
y complejidad social y política pueden considerarse las características del ajuar funerario
de Capiz que indican diferenciación social (Durán y Novellino, 2003).
137
María José Ots
138
La población tardía del Valle de Uco y la dominación incaica en la frontera suroriental de Qollasuyu
Los sitios del componente agroalfarero temprano-medio se ubican sobre las terrazas
de los arroyos afluentes del río de las Tunas en los sectores cordillerano y pedemontano.
Bajo los 1000m s.n.m., también se ubican en las márgenes de cauces (secos en la actua-
lidad) subsidiarios del río de las Tunas. Estos últimos tienen mayor superficie que los
sitios ubicados en los sectores de los cauces superior y medio del río. Hallazgos aislados
o pequeñas concentraciones de este tipo también se encuentran dispersos sobre las
márgenes de estos arroyos. Podría tratarse de un patrón de asentamiento disperso, de
comunidades de población reducida, en relación con la explotación estacional de recur-
sos en distintos ambientes. En la Cordillera, las márgenes de los arroyos subsidiarios del
cauce superior del río de las Tunas son ambientes muy favorables para el asentamiento
estival, aptos para la caza y recolección, y también para las prácticas ganaderas y para la
producción y el procesamiento de alimentos. La distribución de morteros alrededor de
los cursos de agua y barrancas en distintos sectores ambientales se ha interpretado
asimismo como un patrón vertical de explotación económica que probablemente si-
guió la disponibilidad estacional secuencial de frutos maduros a diferentes tiempos y
diferentes alturas (Stehberg y Dillehay, 1988). La localización de morteros, manos y
conanas cerca del agua y de áreas forestadas presupone su función como ciclos de
molienda (Stehberg y Dillehay, 1988:151).
Los asentamientos estacionales de usos específicos del sector cordillerano se rela-
cionan con otros, residenciales de usos múltiples, permanentes, ubicados en el
piedemonte. Estos sitios son más grandes, concentrando –probablemente- mayor can-
tidad de población: mientras que los sitios del período temprano-medio ubicados en
la Cordillera Frontal no superan el rango de los 10.000m², en el piedemonte superan
los 60.000 m². Estas estrategias son características de un sistema Formativo (en el
sentido de Olivera, 2001).
139
María José Ots
140
La población tardía del Valle de Uco y la dominación incaica en la frontera suroriental de Qollasuyu
Entre los artefactos líticos registrados en el sitio encontramos puntas muy pequeñas,
triangulares, con aletas y, salvo un caso, muy fragmentadas. Este tipo que se ha asignado
141
María José Ots
«fragmentos de buena fractura, (que) señalan formas según modelos incaicos, con
decoración pintada de rojo, en zonas o en bandas –vg. pintura roja cubriendo desde los
labios hasta la zona de inflexión cuello-cuerpo en un aribaloide...» (Bárcena y Román,
1990:41 y dibujo en pág. 43).
142
La población tardía del Valle de Uco y la dominación incaica en la frontera suroriental de Qollasuyu
Otros ejemplares de Agua Amarga son del tipo rojo engobado, con o sin decora-
ción geométrica pintada en blanco y/o negro; y negro y/o rojo sobre engobe blanco
(ambas caras); registrada también en los tambos incaicos del Noroeste de Mendoza, y
en otros sitios del área, cuyos motivos decorativos son característicos del estilo Diaguita
chileno Fase III o Inca (Bárcena, 1988, 1998; Bárcena y Román, 1990; Cahiza, 2003).
El registro de Agua Amarga descrito corresponde respectivamente a los componen-
tes agroalfarero temprano-medio regional y tardío (asociado a cerámica Diaguita chile-
na inca). Los resultados de la datación de la cerámica del sitio (Pontificia Universidad
Católica de Chile, Facultad de Física) (Tabla) confirman el ordenamiento de esta se-
cuencia cultural. Las fechas obtenidas para las últimas tres muestras (del tipo naranja
pintado y con engobe rojo) las ubican dentro de un rango temporal que coincide con el
momento de dominación incaica regional (Bárcena, 1998b, entre otros).
Los artefactos recuperados en Agua Amarga se asocian a actividades generaliza-
das que se habrían desarrollado en espacios domésticos de residencia permanente, en
relación con la extracción, producción, conservación, preparación y consumo de ali-
mentos. Los restos óseos y botánicos conservados gracias a la termoalteración permi-
ten inferir algunas de las actividades de subsistencia. Las especies botánicas recupe-
radas podrían indicar la producción de alimentos en este sector (aunque las transfor-
maciones del paisaje dificultan la identificación de sectores que pudieron ser cultiva-
dos con tecnología similar a la que aún se utiliza).
«...es casi imposible demarcar un área no incaica en los valles de Huentota, Caria,
Uspallata y Uco. El proceso de cambio que afecta el usufructo de los bienes productivos
por la acción de los conquistadores interesa al total del área cuyana, determinándose un
nuevo tipo de propiedad, un nuevo mecanismo para acceder a ella, y delimitándose
nuevos «excedentes» en la producción y en el trabajo humano...» (Parisii, 2003: 101).
143
María José Ots
con la apropiación de tierras y recursos, requieren para esta área, como se ha tratado para
Huentota, un análisis específico. Algunos datos permiten identificar en la población del
Valle de Uco características semejantes a las que se han estudiado en otros sectores,
aunque quedan por definir, por ejemplo, los mecanismos de acceso a los recursos. Si
bien destacamos indicadores históricos y arqueológicos de jerarquías socio políticas,
no se conocen tampoco datos sobre el origen del poder político y sus funciones.
La alternativa propuesta para el estudio arqueológico del cambio y la estabilidad en
las comunidades humanas consistió en el análisis de la distribución espacial de los com-
ponentes artefactuales y otros rasgos arqueológicos a través del tiempo. Partimos de un
supuesto que se ha estudiado en otros sectores del Tawantinsuyu según el cual la interacción
entre las sociedades dominadora y dominada introduce en esta última cambios en distin-
tos aspectos. Consideramos que las transformaciones que se produjeron en las poblacio-
nes locales durante la dominación incaica regional (1470/1551 como máximo rango)
respondieron a la interacción o la coacción que implicó dicha dominación, independien-
temente de los procesos evolutivos de estas sociedades (Dillehay et al. 2006).
Se consideran para el norte y centro de Mendoza procesos de incremento y concen-
tración demográfica, innovaciones en la subsistencia y la tecnología y mayor comple-
jidad social y política en relación con cambios en las condiciones ambientales durante
el Holoceno tardío y con la dinámica cultural regional. En el sector estudiado, la cuenca
del río de las Tunas, los cambios en el patrón de asentamiento indican aumento y
concentración demográfica (reocupación y mayor superficie de los sitios) por parte de
las poblaciones locales tardías contemporáneas a la dominación incaica regional. Inter-
pretamos el incremento del tamaño de estos sitios con respecto a los del período anterior
en relación con la concentración de la población en las tierras óptimas para la agricultu-
ra con irrigación, que suponemos obedece a la coacción del Tawantinsuyu.
Asociada a estos indicadores, la presencia de grupos (o bienes) del Centro y Norte
Chico chileno en este sector concuerda con los procesos demográficos y culturales
que se relacionan con la dominación incaica regional.
Los datos que contribuyen en forma más directa a demostrar la instalación de
grupos incas (o asentados por los incas) en el Valle de Uco son los que se han registra-
do en Agua Amarga, ya que este sitio presenta un componente alfarero incaico cuyos
fechados pueden incluirse dentro del rango temporal establecido por los datos obteni-
dos para otros sitios incaicos del Centro oeste argentino (Bárcena, 1998b, entre otros).
Mediante el análisis tecnológico y tipológico de la cerámica de pasta naranja
decorada de Agua Amarga, identificamos atributos que la asocian con otros ejempla-
res estudiados en el área, y que se adscriben al estilo característico de la cerámica inca
mixta «Viluco-inca» (o la segunda «facie» de Viluco, según la clasificación tradicio-
nal), es decir, piezas que sintetizan atributos locales e incaicos: los pucos o escudillas
y los aribaloides. Los resultados obtenidos de los análisis comentados permiten soste-
ner que la cerámica naranja de Agua Amarga y la de producción local de los tambos de
Uspallata se incluyen dentro de una misma tradición tecnológica, pero que no ha sido
producida con materia prima de la misma procedencia. La asociación de este grupo
tecnotipológico con el Diaguita Chileno inca en Agua Amarga se asemeja a la situa-
ción en los tambos incaicos del Valle de Uspallata.
Otras características de Agua Amarga confirman la interpretación del sitio en rela-
144
La población tardía del Valle de Uco y la dominación incaica en la frontera suroriental de Qollasuyu
Consideraciones finales
Los datos comentados sostienen para el Valle de Uco algunas de las características que
se han destacado para las comunidades del norte y centro de Mendoza del momento de
contacto hispano-indígena. En la región es escaso el registro de sitios residenciales, como es
el caso de los que aquí presentamos (Agua Amarga y Puesto La Isla). En general, el registro
arqueológico tardío o «cultura de Viluco» proviene de sitios funerarios, permitiendo inter-
pretaciones sesgadas ya que los artefactos que componen los ajuares -bienes suntuarios en
muchos casos- no son representativos de las actividades productivas. Asimismo, los datos
provenientes de un sitio residencial son indicadores más apropiados sobre la identidad de
sus ocupantes que los que provienen de enterratorios, precisamente porque se utilizan en las
actividades cotidianas (Stanish, 1989). Los bienes de lujo que generalmente integran los
ajuares funerarios pueden proceder de otros ámbitos y dar una idea falsa de identidad.
La alta frecuencia en Agua Amarga de cerámica Viluco-inca, y la presencia minoritaria
de Diaguita chilena inca podría corresponder a una importante ocupación del sitio por
parte de grupos productores del primer tipo tanto en Agua Amarga como en los tambos
incaicos, bajo la dirección de artesanos incaicos o trasladados por los incas en su estrate-
gia de dominio regional. Queda por definir la procedencia de estos artesanos, que podría
ser regional, como ya se ha propuesto (Bárcena y Román, 1990) y el área de producción de
la cerámica de Agua Amarga. Estas características incluyen a este sector del Valle de Uco
en la región de producción, distribución y consumo de bienes (los recipientes cerámicos
o su contenido) en relación con la economía política inca, en cuanto se utilizarían para el
finan-ciamiento de la dominación del área.
La interacción de la sociedad local y el estado expansivo incaico afianzó en la
población del Valle de Uco algunas transformaciones que venían desarrollándose a
nivel regional, y que observamos principalmente en la concentración espacial y en la
organización tecnológica, en relación con la intensificación de la producción; en
tanto que aspectos que caracterizan a esta zona fronteriza se mantienen, como fueron
las relaciones interétnicas con comunidades de otros sectores del Centro oeste argen-
tino y el Norte Chico y Centro de Chile.
Notas
1
Ante la imposibilidad de consultar datos directos sobre el área de estudio, los DrEs. R.
Villalba y M. del R. Prieto sugieren utilizar esta información como marco general (M. del
R. Prieto comunicación personal).
145
María José Ots
2
Este paso (Portillo de Piuquenes) comunica Tunuyán con el valle de Maipo en Chile y
actualmente está abierto desde principios de noviembre hasta fines de abril Latitud Sur 33º
38´ - Longitud Oeste 69º 52´- Altura 4.035 m. http://www.difrol.cl (Noviembre 2006)
3
Esta hipótesis contradice a Canals Frau (1950), quien sostuvo que las estrategias adaptativas
de los huarpes del Valle de Uco no permitieron mantener una gran población en el
piedemonte mediante la agricultura con irrigación.
4
Canals Frau presumió que la primera encomienda de Aguarinez (o Guarinay) a Peñalosa
fue otorgada por Pedro del Castillo durante el «repartimiento general de indios», en mayo
de 1561, con que se beneficiaron los integrantes del grupo de conquistadores que lo
acompañó. Sin embargo, estimó que este dato «no puede ser óbice para que la primera
encomienda del mencionado cacique fuera aun más antigua, y procediera de los tiempos
de Pedro de Valdivia» (1950).
5
Latitud Sur 34º 14´ - Longitud Oeste 69º 48´ - Altura 3.430 m. http://www.difrol.cl/html
(noviembre de 2006).
6
Los fechados por TL que presentan los autores son de 450+45 AP –1550 d.C.- (UCTL
1292) y 385+40 AP –1615- (UCTL 1291) (Durán y Novellino, 2003:153).
7
Ejemplares de este estilo cerámico se han encontrado en sitios cordilleranos del sur de
Mendoza (Falabella y otros 2001, Gil y Neme, 2005).
8
Análisis óseo realizado por el Lic. Jorge García Llorca.
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149
150
Textiles «Angualasto» en el Valle de Jachal
Lorena María Ré
Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo «Prof. Mariano Gambier» UNSJ
Contacto: lorenaretare@yahoo.com.ar
Resumen
Se analizan y describen los únicos textiles encontrados hasta la actualidad en el
valle de Jáchal (San Juan, Argentina- Lám. 1), ubicándolos en el período agropecuario
tardío mediante el estudio comparativo con otras piezas textiles de ese período halla-
das en el valle de Iglesia (pertenecientes a los grupos «Angualasto») y Calingasta
(San Juan, Arg.).
Introducción
El siguiente trabajo es producto de la labor de investigación realizada bajo la
dirección de la Dra. Teresa Michieli en el marco del Programa «Conocimiento y
difusión de la prehistoria de San Juan» y desarrollado en el Instituto de Investigacio-
nes Arqueológicas y Museo «Prof. Mariano Gambier», Universidad Nacional de San
Juan.
Establece una comparación entre los textiles pertenecientes a los grupos
«Angualasto», estudiados y descriptos en distintas oportunidades (Vignati, 1934;
151
Lorena María Ré
Renard, 1994; Michieli, 2001a, 2001b, 2002, 2007)1 y los recientemente recuperados
por orden Judicial en el año 2005 por el Instituto de Investigaciones Arqueológicas y
Museo «Prof. Mariano Gambier».
Estos textiles pertenecen a un fardo funerario hallado de manera fortuita en Bella
Vista, situada en el valle de Jáchal, al norte de la provincia de San Juan, en el año
2003, que al momento de ser ingresados al Instituto se encontraban en un estado de
muy mala conservación, ya que estuvieron almacenados durante dos años en condi-
ciones inapropiadas.
152
Textiles «Angualasto» en el Valle de Jachal
por el Instituto de Investigaciones Arqueológicas, que son los únicos textiles halla-
dos en el valle de Jáchal hasta el momento.
153
Lorena María Ré
a. En primer lugar se colocó cada fragmento entre dos bastidores de malla metáli-
ca, y se aspiró mecánicamente el polvo, para disminuir la suciedad antes del lava-
do. Este paso se realiza entre los bastidores para evitar dañar los tejidos.
b. El procedimiento de lavado implica la cuidadosa manipulación de los tejidos para
evitar que los mismos se rompan en las zonas de doblez, se debe procurar primero la
hidratación prolongada de las piezas, para luego desplegarlas. De esta manera, se colocó
los fragmentos o piezas textiles en forma individual entre bastidores de malla plástica. Se
lavó con agua destilada con detergente de PH neutro que facilita la eliminación de
suciedad adherida a las fibras. Una vez sumergidas las piezas a lavar, se las dejó remojar
un tiempo determinado y luego se hizo el cambio en forma reiterada del contenido de la
batea, eliminando el agua sucia cuantas veces fuera necesario. Al finalizar con el clarea-
do, se sacaron los bastidores para escurrir los tejidos, evitando el contacto directo de la
tela con cualquier superficie que pudiera volver a incorporarle suciedad. Con mucho
cuidado, una vez escurridas, se extendieron desdoblándolas, facilitando el secado.
c. El procedimiento de lavado facilita la eliminación de dobleces, pero no elimina
las arrugas. Para ello se colocaron pesas especiales antes de que los tejidos secaran
totalmente.
d. En este caso los fragmentos de tejido continuaban desprendiendo mucha pelu-
sa, por ello se les roció con un preparado de alcohol etílico y glicerina, al 1%,
aportándoles una apariencia más compacta y a la vez flexible (Abal, et al. 2001:187).
e. Luego se comenzó a montar los fragmentos sobre soportes de tela de poliéster,
cosiéndolos con hilo plástico, seleccionados por sus componentes inocuos para
este tipo de material arqueológico. En algunos casos las telas presentaban indicios
que permitieron reconstruir la forma original, ya que bordes o roturas coincidentes
completaban la forma del tejido. Este proceso demanda la observación detallada
de elementos como tonos del tejido, variaciones en la trama o urdimbre, puntos
empleados en la confección de las terminaciones, y hasta manchas que las piezas
puedan tener. Se convierte en el armado de un verdadero «rompecabezas» (Lám.2).
Conclusiones obtenidas
Tal estudio comparativo nos permite afirmar que los textiles pertenecientes al
valle de Jáchal presentan elementos característicos de la textilería «Angualasto».
Entre estas similitudes se puede destacar que:
154
Textiles «Angualasto» en el Valle de Jachal
155
Lorena María Ré
Además de las telas antes enunciadas el ajuar también cuenta con una madeja de
hilo color natural; varios fragmentos de un cordel realizado con fibra vegetal que es
una trenza plana de 7 elementos; fragmentos de un cesto realizado con técnica de
encordado de tres cabos de a pares; todos ellos confeccionados con técnicas que se
utilizaron repetidamente en textiles «Angualasto»4.
Más allá de las similitudes descriptas, nos encontramos con una llamativa diferencia que
distingue a los textiles de Jáchal del resto de las piezas «Angualasto». Dicha característica es
la amplitud de las dimensiones, tanto en las telas como en los refuerzos decorativos.
El poncho de mayor tamaño atribuido a «Angualasto» (Renard 1994) alcanza los 3,91
m², mientras que el correspondiente al fardo funerario de Jáchal suma los 4,62 m². con una
diferencia notable en cuanto a su amplitud. Lo mismo sucede con las telas rectangulares, de
las cuales se registra como de mayor amplitud una tela con listas en sentido de la urdimbre
(Michieli, 2000:88-89, 2007), con un total de 1,04 m² de superficie, mientras que la tela
rectangular perteneciente al fardo funerario del valle de Jáchal tiene 1,45 m² (Tabla 1).
Tabla 1. Comparación de tamaño de algunos textiles (los de mayor tamaño) del período tardío
preincaico del valle de Iglesia («Angualasto») y de Calingasta (Michieli, 2001b:68) con los
hallados en el valle de Jáchal.
156
Textiles «Angualasto» en el Valle de Jachal
Notas
1
Ver en este volumen: Michieli, 2009
2
El período agropecuario tardío preincaico fue modificando las fechas de su duración
conforme avanzaba la investigación sobre el mismo.
3
Procedimientos de rutina para el tratamiento de textiles en el laboratorio del Instituto, que
tienen su base en el trabajo metodológico de la Dra. Michieli.
4
Los trenzados y los fragmentos de cestería sólo fueron sometidos a una limpieza con
cepillos suaves.
Bibliografía
ABAL, C. M. y J. O. FERRARI 2001 Informe acerca de los trabajos de conservación,
restauración y estudio efectuados en el Laboratorio de procesamiento de textiles –Facul-
tad de Filosofía y Letras- U.N.C. En SCHOBINGER, J. (comp.). El santuario incaico
del cerro Aconcagua. EDIUNC. Mendoza.
157
Lorena María Ré
158
Capítulo 3
Etnohistoria de las Sociedades
Complejas
159
160
Las fronteras en los estudios regionales y etnohistóricos.
Propuesta de análisis*
Nidia R. Areces
Consejo de investigaciones, Centro de Estudios sobre Diversidad Cultural,
Universidad Nacional de Rosario
Contacto: nidia_areces@ciudad.com.ar
Se puede pensar entonces que las fronteras son expresión de la misma dinámica
161
Nidia R. Areces
que configura los asentamientos humanos, dependiendo sus límites materiales y sim-
bólicos de la capacidad que esos grupos tienen de controlar el territorio en cuestión.
Pero a su vez, la expansión de una determinada sociedad sobre un espacio -de acuerdo
con su propia dinámica interna y con las características físicas, ecológicas, culturales
de su entorno- lleva al establecimiento de variadas relaciones con las sociedades
circundantes las que han construido sus propios espacios, proceso que conduce a «la
configuración de la frontera» frente a las otras.
La referencia a «configuración» alude a la figura global siempre cambiante que
forman los «jugadores» y que incluye no sólo su intelecto sino toda su persona (Elias,
1993:157). Para comprenderla es necesario apreciar la articulación alrededor del
juego de cuatro nociones: idea, concepto, elemento y fenómeno. Para aprehender los
fenómenos -que son los elementos de base de la realidad empírica- deben
descomponérselos, gracias al trabajo analítico de los conceptos. A estos elementos
dispersos hay que agruparlos en nuevas figuras para que no se disipen en un caos
ininteligible; estas figuras son lo que Walter Benjamin llama «ideas», las que tam-
bién reciben el nombre de «configuraciones» o «constelaciones»:
«las Ideas son constelaciones eternas, y en la medida en que los elementos se pueden
concebir como estrellas en el interior de estas constelaciones, los fenómenos quedan a un
tiempo descompuestos y salvados». Porque los elementos son, en un principio, partes de
las realidades empíricas, Benjamin puede escribir en este sentido que `las Ideas son a las
cosas lo que las constelaciones son a las estrellas´» (Mosés, 1997:93-94).
Son estas nociones las que nos permitirán analizar lo que se ha denominado «la
configuración de la frontera».
162
Las fronteras en los estudios regionales y etnohitóricos. Propuestas de análisis
163
Nidia R. Areces
164
Las fronteras en los estudios regionales y etnohitóricos. Propuestas de análisis
manera efectiva el control en el tiempo y en el espacio. Esto nos lleva a advertir sobre
lo inconveniente que resulta forzar un modelo sistémico en el que juegan un rol
destacado las nociones de centro-periferia, marco que no puede sino determinar un
cuadro excesivamente fijo y estático del problema que estamos analizando y que
excluye toda consideración de las situaciones de cambio.
se deduce que no se dan fronteras rigurosas que separan netamente los ámbitos de
lo «indio» y de lo «blanco», de lo «bárbaro» y de lo «civilizado», término este último
prácticamente igualado a «nacional».
Se engendran entonces, a partir de las vinculaciones entre distintos grupos, las que
podemos denominar fronteras psicosociológicas que están determinadas por las
identidades que se asignan cada uno de ellos y que les atribuyen los demás. La percep-
ción de esta doble concepción, que se desprende del proceso de identificación recí-
proca basado en criterios engendrados por la situación de dominación, resulta esen-
cial para comprender la identidad indígena. En efecto, si el indio se considera miem-
165
Nidia R. Areces
166
Las fronteras en los estudios regionales y etnohitóricos. Propuestas de análisis
«cuanto menor sea la zona y más pequeño el número de sus habitantes, en igualdad de
otras circunstancias, más fácil será para la autoridad central (el o los gobernantes)
estar en relación directa con todos sus súbditos [gobernados], y consiguientemente
menor será la necesidad de cualquier clase de élites regionales o locales intermedia-
rias» (Aylmer, 1997:83).
En este punto, las preguntas que surgen son ¿quiénes son los intermediarios?, ¿po-
demos identificarlos?, ¿están localizados en el centro al mismo tiempo que mantienen
fuertes intereses con la región, con la localidad, con la frontera?, ¿incidieron en los
vínculos personales e institucionales aquellos conflictos que se dieron en el proceso de
construcción grupal?, ¿qué cambios experimenta? El análisis de situaciones con dife-
rente temporalidad resulta esencial para comprender a los actores, a las redes de
intermediación del poder, tanto aquellas situaciones que encierran conflictos, compe-
tencias, antagonismos como aquellas donde predominan acuerdos y conciliaciones.
¿Cómo definir la localidad y el centro para poder considerar las relaciones entre los
actores intervinientes en uno y en otro? Si la intención es repensar la formación del
Estado como un proceso social, tenemos que centrarnos en el conjunto multiforme de
comunicaciones y los procesos de negociaciones entre la sociedad local/regional y los
poderes superiores. Esta perspectiva de análisis implica no solamente el reconocimien-
to de las particularidades de los conflictos locales sino la capacidad creativa de los
poderes locales.5
En su análisis del poder inmaterial de un notable del Piamonte, Giovanni Levi
observa que la integración en las estructuras estatales abre una vía de movilidad social
basada sobre el prestigio, las relaciones sociales y la capacidad de mediación entre la
comunidad local y el mundo exterior. Según este autor, las estrategias familiares susten-
tadas sobre estos factores contribuyen de manera duradera a dar forma a la realidad
política:
«en los intersticios de los sistemas normativos estables o en formación, grupos y perso-
nas juegan una estrategia propia y significativa, capaz de marcar la realidad política
con una huella duradera, no de impedir las formas de dominación sino de condicionarlas
y modificarlas» (Levi, 1990:11).
167
Nidia R. Areces
168
Las fronteras en los estudios regionales y etnohitóricos. Propuestas de análisis
bifurcar los análisis de clases y los estudios étnicos en dos disciplinas separadas, cada
una de ellas provista de su propia batería de conceptos y problemas. Hay que señalar,
además, la conveniencia de poner en discusión el marco de ideas y el vocabulario para
conducir la reflexión sobre la desigualdad estructural en todos los aspectos en que se
presenta habitualmente. Por consiguiente, hay que conceder tanta atención teórica a
las divisiones internas de las clases como al «problema de los límites» mismo; o, más
precisamente, que la identificación de los límites de las clases y de las comunidades
debe abordarse como dos aspectos de un mismo problema y ser analizado como tal.
Ni antropólogos ni historiadores a esta altura de la acumulación disciplinaria
pueden prescindir de las perspectivas diacrónicas y sincrónicas sean que se encuen-
tren trabajando sobre el presente o el pasado. Ni el componente temporal ni el espa-
cial pueden ser excluidos, a pesar de que la historia continúe siendo esencialmente
documentalista y que la antropología recurra sobre todo a la observación de campo.
Los cruces interdisciplinarios entre objetos, y entre técnicas interpretativas,
específicamente por el acercamiento de las escalas de observación de ambas discipli-
nas, se siguen incrementando. Posibilita este incremento la complejidad interna de
las mismas y la permeabilidad de sus límites disciplinarios.
La antropología y la historia no han dejado de encontrarse en los últimos años y ha
sido precisamente el descubrimiento del ‘otro’ el que las ha hecho aproximarse. Fren-
te a intentar comprender a personas muy diferentes a nosotros, con condiciones mate-
riales diferentes y con ideas también diferentes ¿Qué mirada tiene el historiador?
¿Qué mirada tiene el antropólogo? Las percepciones sobre el tiempo y el espacio son
quizás las que los separan aunque las cosas varían poco si cuando tratamos con un
mundo de otro lugar, ese otro lugar está lejos en el tiempo y en el espacio. En uno u
otro caso no es menor el desafío a afrontar. Pero esto no impide que historiadores y
antropólogos compartan cada vez con mayor frecuencia territorios comunes y es pre-
cisamente el campo de los estudios regionales los que les posibilitan compartir
metodologías y técnicas de trabajo. Se aprecia un intercambio que resulta fructífero
entre la antropología, la historia y los estudios regionales y una de las intersecciones
es la etnohistoria.
¿En qué medida la etnohistoria contribuye a la realización de los estudios regio-
nales? Hay que señalar, en primer lugar, la necesidad de visualizar y debatir los fenó-
menos históricos a través de las posibilidades que brindan las intersecciones entre las
distintas disciplinas del campo social. Éstas tienen el carácter de transfronterizas y
dependen en gran medida de un diálogo y cooperación interdisciplinarios abarcando
una amplia perspectiva histórica y procesos culturales e interculturales complejos, así
como percepciones divergentes. La ciencia histórica, la ciencia política, la sociología
y la economía están más estrechamente unidas a sus disciplinas de base, pero también
trabajan para el entendimiento de fenómenos que exigen el cruce de fronteras de las
disciplinas clásicas y -lo que ha sido más evidente en los últimos años- para contribuir
a la ampliación de sus propias disciplinas. Éstas no solamente se confrontan con
materiales empíricos diversos sino que, en parte, también con otras tradiciones de
pensamiento y con el desarrollo de las disciplinas.
En el plano de las intersecciones entre distintas disciplinas se entiende que la
historia regional es uno de los ámbitos más propicios para potenciarlas, en particular
entre la historia y la antropología, siendo un presupuesto para la observación de otros
169
Nidia R. Areces
A manera de conclusión…
Tanto a las fronteras como a todo fenómeno histórico se hace necesario observar-
los y debatirlos a través de las posibilidades que brindan las intersecciones entre las
distintas disciplinas del campo social. En este plano se entiende que la historia regio-
nal es uno de los ámbitos más propicios para potenciar esas intersecciones siendo un
presupuesto para la observación de otros aspectos que están imbricados y que confor-
man la trama de lo social. En la práctica, la historia regional permite detectar las
peculiaridades de cada proceso, observar las semejanzas y las diferencias, las conti-
nuidades y las rupturas. Pero hay que entender que si bien las regiones son buenas
para pensar, esto no implica que se haga un culto del localismo. De igual manera, una
insuficiente contextualización encierra el peligro de proporcionar una visión con
‘anteojeras’ o una crónica intrascendente, las que obvian los problemas esenciales a
discutir. Para salvar estas deficiencias se hace imprescindible acudir a la reflexión
teórica así como repensar los fenómenos históricos y las situaciones que atraviesan
las sociedades. Emprender este camino requiere de las contribuciones de otras disci-
plinas sociales en especial de la etnohistoria, entendiendo que existen diferencias en
los campos disciplinarios pero que, a su vez, estos se complementan contribuyendo
de esa manera a potenciar las miradas y perspectivas de análisis.
Las dimensiones analíticas de la etnohistoria pueden ser aplicadas al proceso de
desarrollo de sociedades de frontera. Esta disciplina no deviene de la simple combina-
ción de la antropología con la historia, sino de la utilización antropológica de fuentes y
datos del pasado para precisar la dimensión temporal y entender con mayor profundi-
dad los procesos de cambio operados en las sociedades objeto de estudio. La posibili-
dad de traducir para la historia las sugerencias de la antropología requiere no sólo
tenerlas presentes sino establecer una permanente interrelación entre ellas y el constructo
170
Las fronteras en los estudios regionales y etnohitóricos. Propuestas de análisis
histórico que, a su vez, es el producto de una reflexión sobre los restos y las fuentes
históricas. La cuestión reside en un ir y venir de estos a la antropología, así como de la
historiografía a los documentos, para comprender las distintas situaciones que atravie-
san los hombres. En síntesis, la riqueza del saber etnohistórico reside en la potenciali-
dad de asumir la consideración del tiempo que tiene la historia y del espacio que tiene
la antropología para así alcanzar una mayor inteligibilidad de los fenómenos sociales.
Notas
* Conferencia presentada durante las VII Jornadas de investigadores en Arqueología y
Etnohistoria del centro-oeste del país (Nota de los Compiladores)
1
El texto de F. J. Turner puede encontrarse en distintas fuentes.
2
La imagen que presenta la imaginación es «un acto sintético que une un saber concreto, que
no tiene carácter de imagen, a elementos más propiamente representativos» (Sartre, 1936:19).
3
La noción de Estado para nada tiene una asimilación automática con la de nación, no
obstante hoy se emplea la denominación común de Estado-nación para designar práctica-
mente cualquier país contemporáneo.
4
Ver, entre otros, Grimson, 2000.
5
Cf. Lombardini, S., O. Raggio, A. Torre, 1986; Grendi, 1993.
6
Dos estudiosos de la historia del derecho, A. M. Hespanha y B. Clavero que han trascen-
dido en sus investigaciones el espacio que estudian, la Península Ibérica, han realizado
valiosos aportes sobre el Estado moderno. Critican radicalmente los análisis que fijan la
atención en aquellos elementos que parecen anunciar la presencia progresiva del Estado,
que ven las monarquías del Antiguo Régimen en los términos de una prehistoria del
Estado liberal; por el contrario están interesados en estudiar las monarquías del Antiguo
Régimen en sus propias lógicas, caracterizadas en particular por la pluralidad de jurisdic-
ciones y por la ausencia de una soberanía estatal, y de una esfera pública distinta del
dominio privado. Véase: Hespanha, 1989; Clavero, 1986.
7
Véase entre otros: Parsons, 1966; Stone, 1965; Wallerstein, 1979.
Referencias Bibliográficas
AYLMER, G. E. 1997 Centro y localidad. La naturaleza de las élites de poder. En REINHARD,
W. (coord.) Las élites del poder y la construcción del Estado. Fondo de Cultura Econó-
mica. México-Madrid.
ANDERSON, B. 1989 Raíces Culturales. Cuadernos Políticos 52. México. Octubre-diciembre.
BARTH, F. (comp.) 1976 Los grupos étnicos y sus fronteras. Fondo de Cultura Económica.
México.
CLAVERO B. 1986 Tantas personas como estados: Por una antropología política de la
historia europea. Editorial Tecnos. Madrid.
ELIAS, N. 1993 ¿Qu’ est-ce que la sociologie? PUF. Paris.
FAJARDO MONTAÑA, D. 1996 Fronteras, Colonizaciones, y Construcción Social del Espa-
cio. En CAILLAVET, Ch. y X. PACHÓN Frontera y poblamiento: Estudios de Historia
y Antropología de Colombia y Ecuador. Instituto Francés de Estudios Andinos - Instituto
171
Nidia R. Areces
172
El Tucumán durante los siglos XVI y XVII.
La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’*
Silvia Palomeque 2
CONICET, Programa de Historia Regional Andina, Área de Historia del Centro de Investiga-
ciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba.
Contacto: spalomeq@ffyh.unc.edu.ar
Este texto tratará sobre la notoria duración del proceso de conquista e invasión
española de la Gobernación del Tucumán, donde la imposibilidad española de lograr
acuerdos duraderos con los señores étnicos o en su defecto de asestarles una derrota
militar definitiva, impidió su habitual asentamiento urbano entre las sociedades indí-
genas de las andinas tierras altas, obligándolos a la fundación de sus ciudades-fuertes
en las tierras bajas, llanas y cálidas, desde donde persistieron en su objetivo original
de controlar las tierras altas.
En esta ocasión revisaremos las conclusiones de un trabajo de síntesis anterior
donde sostuvimos que durante la conquista, los españoles contaron con el apoyo de
«indios amigos» en el piedemonte del Aconquija y en la Mesopotamia Santiagueña,
mientras se mantenían hostiles los indios de tierras altas de valles Calchaquíes y de
Puna. En aquella oportunidad consideramos a las tierras bajas con «indios amigos» o
sometidos a las huestes españolas, a las sociedades indígenas en cuyos territorios se
fundaron las ciudades de Santiago del Estero e Ibatín (1ra. Tucumán), es decir, mantu-
vimos un eje espacial tradicional al delimitar el espacio en base a la fundación de las
ciudades que persistieron a lo largo del período colonial. En cambio, ahora, después
de analizar una temprana serie de los diezmos recaudados en cada jurisdicción del
Tucumán a fines del siglo XVI, plantearemos que dentro de las tierras bajas debemos
incluir a un espacio mayor que es el habitado por todo el conjunto de pueblos asenta-
dos a lo largo de los ríos Salado y Dulce, considerando los cursos inferiores de los dos
ríos como una unidad. Desde la perspectiva colonial, este espacio ya no incluye sólo
a Santiago y a Ibatín sino también a las cambiantes ciudades de Esteco y Madrid de
las que poco nos hemos preocupado hasta ahora.
En un entrecruzamiento de experiencias previas de investigación, de otros colegas
y propias, se comienza con un análisis de los espacios económicos de la Gobernación
del Tucumán y sus transformaciones entre 1590 y 1690 basado en las series de los
173
Silvia Palomeque
174
El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’
y que este proceso no sólo lo sufrieron con gran intensidad las zonas de valles
calchaquíes y Santiago del Estero sino un espacio mucho más amplio que incluía a
todas las poblaciones asentadas en las cuencas de los ríos Dulce y Salado, que es la
zona que en este trabajo denominamos tierras bajas. Este proceso de larga y costosa
invasión y conquista recién concluyó hacia fines del siglo XVII e incidió indirecta-
mente en la reestructuración del espacio económico y social del Tucumán, donde a
medida que Córdoba se perfilaba como una región en auge constante, se iban debili-
tando las economías regionales asentadas en las tierras bajas de los ríos Salado y
Dulce mientras que, paulatinamente, se iba iniciando un lento crecimiento de las
tierras altas que los españoles recién controlarán definitivamente en la década de
1660. El estudio comparativo de los montos totales de los diezmos de cada jurisdic-
ción a lo largo de un siglo que presentamos a continuación, nos permitirá tener una
clara dimensión de la magnitud de este proceso, cuyos resultados persistirán hasta
fines del siglo XVIII por lo menos.
En el trasfondo de este análisis están presentes los largos años de lucha militar que
implicó la invasión y conquista de las sociedades indígenas que habitaban en las tierras
sobre las cuales luego los españoles conformaron la Gobernación del Tucumán, todas
ellas integradas al Tawantinsuyu con excepción de las de Córdoba. Esta guerra, cuyas
secuelas han sido poco consideradas por la historiografía argentina, se inició hacia
1536 cuando Almagro y su hueste acompañaron a Paullo Inca hacia la parte del
Tawantinsuyu ubicada en Chile, y luego de su paso quedaron sublevadas las poblacio-
nes indígenas de las tierras altas de los valles Calchaquíes, habitadas por sociedades
andinas de compleja organización social. Esta resistencia inicial, la posterior resisten-
cia de los pueblos de Puna a la hueste de Diego de Rojas, esta falta de sometimiento o de
acuerdos, indirectamente derivó en el futuro asentamiento español entre las poblacio-
nes indígenas que habitaban las tierras bajas y el inicio de frecuentes expediciones
militares que recién culminarían en la década de 1660 con la destrucción y deportación
de los indígenas de valles Calchaquíes, luego de ciento treinta años de conflicto.
175
Silvia Palomeque
176
El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’
las primeras fuentes que nos brindaron los primeros indicios sobre el problema sobre el
cual teníamos que centrar la investigación. Su lectura nos dejó una primera sensación de
que estábamos ante un amplio espacio económico y político que enfrentaba una lenta
decadencia, sensación de la cual había que cuidarse porque la misma estaba muy teñida
por las frecuentes menciones al incierto destino de la iglesia catedral y de toda la ciudad
de Santiago, siempre acosadas por las crecientes del río Dulce y cada vez más carentes
de recursos e indios para enfrentar el problema. También sus textos trasmitían la imagen
de que a medida que se profundizaba la decadencia de Santiago, más importancia iba
tomando la región de Córdoba, zona hacia donde se iba trasladando el centro económi-
co que orientaba el conjunto de la dinámica regional mercantil.
Frente a todo esto optamos por iniciar la investigación sobre los distintos espacios
económicos de la Gobernación del Tucumán recuperando los mencionados aportes ante-
riores pero también incorporando nueva información, que es la que nos ha brindado una
nueva perspectiva sobre la zona. La nueva información, que ya analizamos en un primer
análisis publicado en 2005, consistía en pasajes de las Actas..., en los ingresos recaudados
en cada jurisdicción regional en concepto de pagos de diezmos durante la última década
del siglo XVI (1591-1601) de la Colección García Viñas5 (CGV), el porcentaje de la
distribución regional de 1691/2 (Garavaglia, 1987) y datos sobre recaudaciones de diez-
mos para algunos años puntuales que se mencionan tanto en las Actas como en Arcondo
(1992). Un año después, al publicarse el segundo tomo de las Actas... (1681-1699), (Castro
Olañeta et al, 2006), ya pudimos contar con los avances realizados por Sonia Tell e Isabel
Castro quienes localizaron nuevos datos sobre el monto total de los diezmos recaudados
para el Tucumán en las dos primeras décadas del siglo XVII (1604-1617), para Salta (1680
a 1704) y para el Tucumán en 1691/2 (Tell y Castro, 20066).
En tanto el diezmo consistía en el pago de la décima parte del valor de los frutos
del trabajo agrícola y ganadero, aunque aún desconozcamos con precisión sobre qué
tipo de unidades de producción y productos afectaba, entendimos que dichas cifras
nos brindarían un primer indicador general sobre la situación económica de cada
jurisdicción y su análisis nos permitiría contar con una base sólida para una posterior
integración con otras referencias.
Cabe señalar que desde un primer momento, al analizar los diezmos de 1591 a 1601, el
trabajo se alejó notablemente de nuestras previsiones espaciales, sobre todo al observar
que los diezmos recaudados a fines del siglo XVI provenían de un conjunto de ciudades
tucumanas que no correspondían a las que conocíamos desde los trabajos sobre el siglo
XVIII (Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja y Córdoba), en
tanto varias de ellas aún no se habían fundado, otras se estaban fundando e incluso
existían otras que luego desaparecieron y a las que nunca habíamos prestado atención.
Es decir que, a fines del siglo XVI y primera década del siglo XVII, aún estábamos
dentro del proceso de conformación del espacio colonial español, lo que implicaba la
necesidad de cruzar los datos de los diezmos con el proceso preciso de fundación y
refundación de ciudades. Para ello hubo que recuperar los trabajos previos de síntesis
sobre la invasión y conquista española para observar cómo dicho avance se iba consoli-
dando a través de la fundación de distintas ciudades coloniales que al principio eran
ciudades-fuertes con huestes armadas transitando por los caminos que las comunicaban,
pero que luego fueron ampliando su control sobre el espacio rural de su «jurisdicción».
Para estos temas hemos recuperado síntesis relativamente recientes (Lorandi, 2000;
177
Silvia Palomeque
Palomeque, 2000), hemos vuelto a consultar la obra de Levillier (1926/32) sobre la con-
quista del Tucumán cuyos datos sólo llegan hasta el año 1600 al igual que sus transcrip-
ciones documentales (Levillier, 1918/22; 1919; 1921/26; 1926/32), la del Padre Lizárraga
(1916 [1609]) y hemos incluido la consulta al primer tomo de la obra de Bruno (1966) en
tanto registra con cuidado la historia de la estructura territorial eclesiástica y sus parro-
quias, que se fueron transformando en el proceso de conquista y colonización ya que el
control político y militar español fue paralelo e imbricado con el de la evangelización.
De los testimonios contemporáneos a los hechos que hace años venimos revisan-
do, corresponde recuperar uno que ha influido e influye mucho en nuestros trabajos.
Para los mismos años que nuestra serie de diezmos de fines del siglo XVI ya contába-
mos con una inteligente y humanitaria observación del Padre Barzana sobre la deca-
dencia de Santiago y Esteco y sus causas. El Padre Barzana, luego de haber vivido y
recorrido durante una década estas tierras, en 1594 decía que las casas y los campos
estaban llenos de salitre, que las casas había que repararlas constantemente para que
no se cayeran, que los campos se habían vuelto estériles, y que en estas tierras «... que
cuando se poblaron eran un vergel... la tierra fructífera se ha convertido en tierra
salobre ...» , y que todo ello debido a «... la malicia de los que en ella moran»7 y «...
la grande opresión con que son fatigados los indios...» (Barzana, 1987[1594]:255).
178
El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’
Santiago del Estero (1553), a la orilla del río Dulce, en años que podemos caracterizar
por la presencia de «indios amigos» o ya sometidos en el piedemonte del Aconquija
y en la Mesopotamia Santiagueña mientras se mantenían hostiles los indios de tierras
altas de valles Calchaquíes y de Puna, zonas donde se asentaban las sociedades andinas
de organización social más compleja.
Luego, desde 1556 hasta 1562, bajo el gobierno de Pérez de Zurita, por primera
vez se vivió un período de paz general que alcanzó incluso a los pueblos de las tierras
altas, lo que permitió la fundación de tres ciudades en los valles Calchaquíes (Lon-
dres, Cañete y Córdoba de Calchaquí) y una en el valle de Jujuy (Nieva), luego de que
el cacique Coyoacona de Casabindo acordara la paz con españoles provenientes de
Charcas, dentro de una compleja alianza auspiciada por los señores de los chichas.
Estas ciudades garantizaban el paso por los caminos del Inca que comunicaban a
Charcas con Chile y con el Tucumán. Esta paz fue el fruto de una actitud negociadora
española que respondía a una política general del virreinato cuyo gobernante era el
marqués de Cañete, personaje reconocido por su política protectora hacia los indios.
Pero los españoles no mantuvieron una política de alianza permanente frente a los
grupos indígenas; los enfrentamientos entre las distintas huestes hicieron que dichas
políticas dependieran de las características personales de cada jefe, las que a veces
coincidían con las también cambiantes políticas de las autoridades superiores del
virreinato peruano que se iban volviendo cada vez más desconocedoras de los dere-
chos de los señores étnicos y de las sociedades andinas a medida que avanzada la
década de 1560. En el Tucumán la paz se rompió estrepitosamente en 1562 cuando
desde Chile llegó una nueva autoridad que destituyó a Pérez de Zurita y desconoció
los pactos acordados con los señores étnicos. La consecuencia fue el desencadena-
miento de la gran rebelión de «toda la tierra» (tierras altas y bajas), que también
puede haber sido parte de los movimientos generales de resistencia que las sociedades
andinas iniciaban en esos años. Esta gran rebelión redujo el asentamiento español a
sólo el territorio de la ciudad de Santiago, lugar donde los españoles que se salvaron
quedaron cercados durante largo tiempo bajo el mando del gobernador Francisco de
Aguirre mientras desde la Audiencia de Charcas, creyéndolo muerto, enviaron refuer-
zos militares bajo el mando de Martín de Almendras en una expedición donde parti-
ciparon los encomenderos de Puna y Valles que eran vecinos de Charcas. Durante esta
importante sublevación, los ejércitos indígenas destruyeron las tres ciudades de los
valles Calchaquíes y Nieva del valle de Jujuy, cortando así el camino a Chile y a
Charcas, se enfrentaron y derrotaron a Almendras quien murió a manos de los indios
omaguacas, mientras el resto de su hueste se dirigió hacia el cercado Santiago.
La sublevación, que finalmente se controló contando con el apoyo de estos refuer-
zos militares llegados desde Charcas, tuvo graves consecuencias para los españoles
pues de ahí en más quedaron ocupando sólo las tierras bajas y con la ruta a Chile
interrumpida y la de Charcas transitable sólo en grupos con protección armada. Desde
Santiago, apenas roto el cerco, se efectuó un primer esfuerzo expansivo con la funda-
ción de la primera ciudad de Tucumán (Ibatín, 1565, varios km. al sur de su emplaza-
miento actual) en la falda del Aconquija, en el curso superior del río Dulce. Pocos años
después, con el objeto de pacificar el camino a Charcas, reconocen formalmente a un
poblado denominado Cáceres, asentamiento creado a la orilla del río Salado por un
grupo de soldados españoles sublevados que desde 1567 será legalizado con el nombre
179
Silvia Palomeque
de Talavera de Esteco9. Es decir, que los españoles rompieron el cerco y lograron conso-
lidar nuevas fundaciones ubicadas en los cursos de los ríos Dulce y Salado, todas ellas
ubicadas en las tierras bajas. De ahora en más, los españoles deberán circular hacia
Chile a través de los caminos del sur, por las tierras de los huarpes de Cuyo.
En la década del setenta el virrey Toledo cuya mayor preocupación era proteger el
centro minero potosino y la zona colonizada que estaba amenazada por los agresivos
pueblos de las tierras bajas orientales denominados «chiriguanos» que se habían expan-
dido hacia el oeste acercándose al centro minero, ordenó la fundación de ciudades en
los actuales emplazamientos de Salta y/o Jujuy para garantizar el paso del camino hacia
Charcas y apaciguar los indios sublevados, en tanto temía que sublevaran a los pueblos
chichas y/o se aliaran con los chiriguanos. Pero el virrey parece que tuvo que enfrentar
serias dificultades para ser obedecido por las huestes tucumanas. El proyecto de Toledo
sólo en parte coincidía con otros que se venían generando desde años atrás desde
distintos sectores coloniales. También estaba vigente la propuesta del influyente Oidor
Matienzo de la Audiencia de Charcas sobre comunicar directamente a Charcas (que
incluía la zona minera potosina) con España a través de una cadena de ciudades en el
Tucumán que permitiera el acceso al puerto del océano Atlántico (Buenos Aires), pro-
yecto que en parte coincidía con el de los conquistadores asentados en Chile que
consideraban necesaria una fundación en la zona de Córdoba que les facilitara la comu-
nicación con Charcas y con España a través del Atlántico.
Posiblemente respondiendo a estos dos últimos proyectos más que al del virrey
Toledo, el gobernador del Tucumán Gerónimo Luis de Cabrera hizo caso omiso de la
orden de fundar Salta y desde Santiago realizó la fundación de Córdoba (1573), en el
piedemonte de las últimas sierras antes de entrar a la llanura, bastante más al sur de las
zonas bañadas por los ríos Dulce y Salado, y en tierras habitadas por densas socieda-
des indígenas pero que no habían estado integradas al Tawantinsuyu. A nuestro en-
tender esta fundación respondió a lógicas diversas a las anteriores, en tanto en ella
primaron los intereses mercantiles que requerían de una ciudad que facilitara la comu-
nicación con el océano Atlántico, más que el objetivo de ocupar las difíciles tierras
altas con sus poblaciones indígenas sublevadas.
El virrey Toledo, en 1575, insistiendo en su política fundacional, le ordena a Pedro
de Zárate que dentro de la jurisdicción de Tarija funde nuevamente una ciudad en Jujuy,
Salta o en los valles Calchaquíes con el apoyo de los encomenderos de esas zonas (que
eran los ya mencionados vecinos de Charcas), lo cual se concretó con la fundación de la
segunda ciudad de Jujuy, ahora denominada Alava (1575), en medio de una fuerte
ofensiva indígena que culminó por destruirla, ante la ausencia de apoyo de las huestes
españolas del Tucumán, mientras que igual suerte fueron corriendo otros asentamientos
que Zárate intentó fundar en el valle Calchaquí hasta el año 1577.
Recién en 1582, y con huestes del Tucumán, se concretaron las antiguas órdenes de
Toledo cuando el Gobernador del Tucumán Hernando de Lerma fundó la ciudad de Salta
(1582), aunque su presencia no logró obtener el perseguido objetivo de la paz en la ruta a
Charcas en tanto hasta la misma ciudad durante largos años sufrió serias inestabilidades
debido al asedio indígena. Es decir que desde 1563 hasta mediados de la década de 1580
las tierras altas siguieron sublevadas y el camino a Charcas siguió siendo riesgoso.
Años después los españoles del Tucumán logran desplegar una política militar ofen-
siva con la que ocuparán la Puna y cercarán la zona que quedó sublevada en valles
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El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’
Calchaquíes, permitiendo así el tránsito tranquilo hacia Charcas. Este proceso se desa-
rrolló durante el gobierno de Ramírez de Velasco cuando se reinició otra ofensiva
militar hacia los valles Calchaquíes de dudoso resultado pero que les permitió la conso-
lidación de Salta y la fundación de La Rioja (1593). También invadieron y derrotaron a
las sociedades indígenas de la Puna sin fundar ningún poblado allí (1588-9), donde
habitaban pueblos que pocos años atrás habían acordado su pacificación con la Au-
diencia de Charcas. Posteriormente, con el apoyo de un grupo de vecinos de Salta,
realizaron la tercera fundación de Jujuy (1593) que ya será la definitiva. Es decir que en
este período, los españoles asentados en sus ciudades de las tierras bajas lograron
expandirse y controlar la parte norte de las tierras altas al someter la población de la
Puna mientras se mantenía sublevada la de los valles Calchaquíes, zona que será rodea-
da por un cerco de ciudades, tal como lo planteó Lorandi. Estas ciudades (Salta, La
Rioja y Jujuy) estarán asentadas en los piedemontes, en los valles o quebradas que
permiten y controlan el tránsito entre las tierras altas occidentales y las tierras bajas
orientales, es decir, impidiendo el paso de los pueblos sublevados hacia el camino que
iba de Charcas al Tucumán. Para consolidar dicho camino y poder transitar por la zona
de piedemonte, en ese período se funda Madrid de las Juntas (1592) con apoyo de los
vecinos de Esteco, ciudad que al igual que Esteco estaba asentada sobre el río Salado,
pero más hacia sus naciente, es decir, más cerca del piedemonte. Es decir que luego
varias décadas de conflicto, hacia finales del siglo XVI, justamente en la misma década
para la cual contamos con la series de diezmos que analizaremos en el próximo punto,
allí culminó el «período inicial de la conquista» y quedaron fundadas las principales
ciudades, todas ellas situadas en las tierras bajas o en el piedemonte.
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Silvia Palomeque
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El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’
De acuerdo con esta información, que realmente cubre tres décadas y nada nos
informa sobre 75 años intermedios, tendríamos un primer período de 1590-97 cuyos
diezmos son los más bajos conocidos, que se van incrementando constantemente
hasta 1612, reduciéndose un poco hasta 1616 donde quedan entre 10 y 11 mil pesos
anuales. Luego entramos al largo período sin información hasta que llegamos a 1691
donde la recaudación no presenta mayores cambios en relación a principios del siglo.
Si analizamos estas cifras con más detalle tenemos que del período inicial donde los
diezmos alcanzaban a un promedio anual de 6851$ pasamos a un próximo período de
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Silvia Palomeque
1597-1601 donde suben a 9295$ (+36%) y luego, en 1604-12, donde siguen subien-
do para llegar a 12.596$ (+84% en relación al período inicial de 1590-97 pero tam-
bién otro 36% en relación al período anterior). Esta alza se interrumpe en el año 1612
donde los diezmos vuelven a bajar, lentamente, sin retrotraerse al nivel del período
anterior, con 10.701$ anuales. Sobre todos los años que van desde 1617 a 1691, es
decir sobre 74 años, no contamos aún con ninguna información sobre los diezmos, y
su ausencia presenta un serio problema en tanto justo en ese período se dan cambios
significativos, como las dos ofensivas española contra los valles calchaquíes en las
décadas de 1630 y 1660 (Lorandi, 2000) y una posible retracción de los precios en el
conjunto regional a partir de 1660, tal como se dio en Córdoba en los precios de los
mulares destinados a la exportación hacia los centros mineros andinos y en consonan-
cia con la retracción de la producción minera (Assadourian, 1982[1968]). En 1691,
cuando volvemos a contar con un monto total anual que alcanza a 12717$, semejante
al de la mejor década de principios de siglo, enfrentamos la duda sobre si un solo año
nos puede marcar la tendencia general de ese momento, en tanto Arcondo (1992:45ss)
sostiene que antes del traslado del obispado a Córdoba (1699) la renta anual alcanza-
ba un promedio de 11.000$, que son los mismos recaudados en el período que va entre
1612 y 1617 cuando se interrumpe nuestra serie anterior.
Para el período de 1591 a 1601 también contamos con la serie de diezmos del
Obispado del Tucumán que nos brinda una información que incluye su desagregación
por jurisdicciones, documento central para este trabajo. Estos datos son los que cons-
tan en el siguiente cuadro, en el cual hemos ido ordenando las ciudades de acuerdo a
la fecha de su fundación definitiva y anotando el año respectivo.
Años Santiago Tucumán Esteco Córdoba Salta L.Rioja V.Madrid Jujuy Total
(1553) (1565) (1567) (1573) (1582) (1591) L.Juntas (1593)10
(1592)
1590/1 6495
91/2 2300 1330 1125 1000 1200 6955
92/3 2700 1150 1550 1100 1300 300 8100
93/4 2200 900 1300 800 1300 300 200 7000
94/5 2200 750 900 820 900 290 250 6110
95/6 2000 1013 1030 880 900 220 410 300 6753
96/7 1700 1100 1150 950 1060 470 300 6730
97/8 2109 1000 1250 950 1200 620 400 7529
98/9 2008 1400 1500 1400 1220 454 860 400 9242
99/00 1910 1500 1230 1500 1500 454 1350 350 9794
1600/1 2036 1320 1200 1700 1750 510 1650 450 10616
Antes de comenzar su análisis, lo primero que tenemos que hacer es agrupar los
datos de Salta y Jujuy en tanto, por investigaciones anteriores, sabemos que los prime-
ros pobladores del Jujuy de 1593 son algunos vecinos de Salta y que Jujuy se fundó
sobre tierras que ya estaban repartidas entre ellos (Palomeque, 2006:18, basándose en
Vergara, 1961[1934]:114-130). También cabe señalar que los diezmos que cobraba el
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El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’
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Silvia Palomeque
general del año 1590, ocasionada por una epidemia de viruelas que afecta tanto a
Charcas como al Tucumán (CGV, 2935). Sobre estas pestes generales se explaya el
Teniente de Gobernador de Esteco en su informe de 1608, cuando entiende que las
pestes, entre otras, son una de las causas de la decadencia de su ciudad. Él dice que
A su vez, la bonanza que se observa a partir de 1597/8 debería ser entendida como
resultado de la consolidación de las ciudades durante el período de paz que se inicia
luego de haber rodeado, cercado, la zona sublevada en Valles Calchaquíes con esta
cadena de ciudades, lo cual habría permitido que todo el Tucumán gozara de una
estabilidad y bonanza creciente.
En paralelo, también observamos que dicha bonanza afectaba de manera desigual a las
distintas jurisdicciones, en varias de las cuales ya se nota el inicio de problemas en sus
diezmos. En lo que hace a Santiago del Estero en particular, la última década del siglo XVI
aparece como una época de relativa bonanza en tanto es la jurisdicción que más diezmos
percibe, lo cual se condice con los datos de 1608 sobre el incremento constante del valor de
los oficios vendibles, la estabilización del derrumbe de su población indígena y el desarro-
llo de sus producciones de trigo, maíz, cebada, garbanzos, vides, etc. en las chacras de
españoles cercanas a la ciudad que también cuentan con ganados vacunos y ovinos13 (Pérez
et al., 1997). A contrapelo de estos indicios de bonanza, van apareciendo signos preocupantes
en tanto sus diezmos no tienden a crecer como el resto sino que ya comienzan lentamente a
decaer, como si ello de alguna forma se relacionara con las referencias a los problemas del
salitre que brota y de las inundaciones que derrumban las casas y la catedral.
En el siguiente gráfico podemos observar la participación que a cada jurisdicción le
corresponde en la masa total del diezmo durante todo el período 1591-1601. Para este
gráfico, en aras de la simplificación gráfica, además de la unificación de Salta y Jujuy,
hemos optado por unificar dos jurisdicciones más: una ciudad antigua, Talavera de Esteco
(1567) y otra nueva, Madrid de las Juntas (1592), también debido a varios criterios que nos
indican que es posible que así corresponda hacerlo. El primero es que ambas se localiza-
ban en las tierras cálidas por donde corre el río Salado (Madrid más cercana a las nacientes
que Talavera), el segundo porque desde Esteco partió la mayor parte de los vecinos que
poblaron Madrid (ABNB, CACh 630)14, y el tercero porque en el año de 1609 se traslada-
ron los vecinos de Esteco hacia Madrid conformando una sola población llamada Nuestra
Señora de Talavera de Madrid o Esteco (Bruno, 1966:490). Sin duda el traslado se debió
a la decadencia de Talavera de Esteco producida, según el Informe de 1608 que antes
mencionamos, por la mortalidad de sus indios, el paulatino abandono de la ciudad por
parte de 12 de sus vecinos y el cambio de la ruta hacia Charcas que antes era Santiago del
Estero-Esteco-Salta, en la década de 1590 se modificó para ser Santiago-Madrid-Salta.
Antes de pasar al gráfico, entendemos que corresponde recordar algunos elemen-
tos sobre las zonas donde se asientan estas ciudades y sus funciones.
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El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’
A lo largo de los valles o planicies por donde corren los dos grandes ríos, el Salado
y el Dulce, tenemos en primer lugar a Santiago del Estero que es el primer asentamiento
español sobre el río Dulce, en la parte en que éste se acerca al Salado. La población
colonial de Santiago fue la que se expandió primero hacia la cuenca superior del río
Dulce con la fundación de Ibatín/Tucumán casi al mismo tiempo que se expandían
hacia Esteco, en el río Salado norte. Años después, desde Esteco, nuevamente los espa-
ñoles se expandieron hacia el curso superior del Salado con la fundación de Madrid.
Tanto la población colonial de Santiago como la de Esteco -ambas localizadas en zonas
cálidas que actualmente se denominan llanura chaqueña- se expandieron hacia zonas
ubicadas en los cursos superiores de sus respectivos ríos, situando las nuevas ciudades
aún en zonas cálidas pero ya en la zona de transición entre las sierras y la llanura
chaqueña, como si quisieran acceder a la zona serrana pero sin lograrlo. Es decir, que
tanto Santiago como Tucumán/Ibatín, Esteco y Madrid están localizados en zonas
cálidas, bañadas por los ríos más importantes de la región. Cabe remarcar también que
durante largos años la mayor parte de los recursos necesarios para la expansión hacia
otras zonas provendrá de estas zonas bañadas por los ríos Dulce y Salado.
Otras tres ciudades están ubicadas en los valles más cercanos al piedemonte de las
cadenas montañosas o en las quebradas cercanas a los indios sublevados: Salta, Jujuy
y La Rioja, cuyo asentamiento y consolidación fue más tardío. Controlar el valle de
Lerma donde se asienta Salta, los valles bajos cercanos a Jujuy, la Puna y la Quebrada
les insumirá toda la década de 1580 e incluso los primeros años de la del ‘90. La Rioja,
situada al oeste de Santiago del Estero casi en línea recta, era un naciente enclave
militar fundado en la década del 90, ubicado en la boca de una quebrada que controla
la salida de los valles sublevados, que difícilmente logra expandirse hacia ellos.
Más al sur, y ya cruzando las áridas salinas que la separan de la zona regadas por
los ríos Dulce y Salado, se encuentra Córdoba, asentada en el piedemonte oriental de
unas antiguas sierras bajas y aisladas, de suelo fértil, con terreno firme y buenos
arroyos, y con un clima más parecido al de España según los relatos nostálgicos de la
época. Fundación conflictiva, con recursos de vecinos santiagueños en acuerdo con
grupos de Charcas o de Chile o de ambos, quienes buscaban consolidar un asenta-
miento en la ruta que permitiera la salida directa al Atlántico. Esta fundación respon-
dió más a los intereses de la comunicación mercantil que al conflicto con las socieda-
des indígenas de tierras altas.
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Silvia Palomeque
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El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’
Al comparar las dos últimas gráficas, es decir los diezmos de la última década del
siglo XVI y un año de la última década del siglo XVII, pueden advertirse los profundos
cambios que ha sufrido la región del Tucumán a lo largo del siglo XVII, y si remarcamos
el hecho de que dicha estructura de la distribución porcentual de los diezmos se mantie-
ne hasta fines del período colonial (Garavaglia, 1987:27), tenemos que concluir que
durante el siglo XVII se dio una profunda reestructuración de las distintas regiones del
Tucumán.
De estas dos gráficas lo primero que es preciso remarcar es que en el segundo
gráfico, el que corresponde a fines del siglo XVII, se observa que de las antiguas
poblaciones asentadas a lo largo de los cauces de los ríos Salado y Dulce la única
ciudad que persiste y muy reducida es Santiago del Estero, cuyos diezmos han dismi-
nuido tanto que dejaron de ser los más importantes. Los diezmos de Santiago que
alcanzaban un 27% en 1591-1601, pasaron a convertirse en los de menor incidencia,
representando apenas un 7% del total en 1691/2, incluso las Actas... mencionan que
en los años 1637/8 y 1666 no se presentan posturas en el remate de los mismos.
En 1691/2 también se observa que ya no existe Nuestra Señora de Talavera de Madrid
o Esteco situada en el emplazamiento de la antigua ciudad de Madrid, hacia donde se
habían trasladado los vecinos de Esteco en 1609 y que para fines del período 1591-1601
era la más pujante de todas las jurisdicciones.15 Todas estas ciudades del curso superior del
Salado han desaparecido. Sobre Esteco sabemos que en 1610 tenía 110 vecinos y luego,
en un tiempo aún impreciso, comienza a decaer; en 1662 es atacada por indígenas
chaqueños y para 1671 sólo tiene 20 vecinos. Posteriormente, fue convertida en un presi-
dio y finalmente fue destruida por un terremoto en 1692 (Bruno, 1966).
Tampoco Tucumán es la antigua Ibatín situada en el curso superior del río Dulce
que aportaba un 15% de los diezmos. La ciudad original ya no existe, sus vecinos se
trasladaron a su emplazamiento actual (La Toma) en 1685, a nuestro entender hacia
un ambiente semejante, debido a inundaciones y enfermedades tropicales y a la bús-
queda de un lugar más favorable para la inserción mercantil que vinculara la nueva
ciudad al centro minero de Charcas (Noli, 2004). La nueva Tucumán tiene una parti-
cipación muy escasa en la masa de los diezmos de fines del siglo XVII, donde sólo
alcanza el 11% del total, que en poco se diferencia de su opaco lugar a principios del
siglo XVI cuando apenas llegaba a un 15%.
Es decir que se han derrumbado las economías de los antiguos asentamientos
ubicados en las tierras bajas de las zonas de los ríos Salado y Dulce (Esteco/Madrid,
Santiago e Ibatín/Tucumán, en ese orden) que a fines del siglo XVI aportaban el 65%
de los diezmos. Sus ciudades, un siglo después, han decaído notablemente, han des-
aparecido o se han trasladado y su derrumbe que afecta sobre todo a aquellas ubicados
sobre el río Salado. Santiago del Estero queda con su escaso aporte del 7% del total de
los diezmos, que sólo alcanza a un 18% si incluimos a la nueva Tucumán.
Una tendencia inversa, no homogénea, donde se entrecruza la consolidación, la esta-
bilidad y la expansión, se da en el otro grupo de ciudades, las que antes habíamos califi-
cado como localizadas en el piedemonte, conformando un cerco alrededor de los valles
calchaquíes, y que en la última década del siglo XVI recién se estaban consolidando (Salta
y su expansión con la fundación de Jujuy) o fundando (La Rioja). Estos asentamientos en
zonas de piedemonte, durante el siglo XVII y luego de largos años de luchas en los valles
189
Silvia Palomeque
Calchaquíes, se han logrado consolidar como en La Rioja e incluso, después de las guerras
calchaquíes, han logrado fundar una nueva ciudad estable como es la de Catamarca.16 Un
siglo después estas ciudades han incrementado su participación en la masa decimal. Para
1591-1601 el conjunto conformado por Salta, Jujuy y La Rioja alcanzaban un 21% del
total de los diezmos y en 1691/2, si incluimos la nueva ciudad de Catamarca, ya llegaban
al 40% del total, es decir, casi duplican su participación.
Este crecimiento no es homogéneo si comparamos los diezmos de cada una de estas
ciudades. Este exitoso panorama se desdibuja en el caso particular de Salta y Jujuy cuyos
diezmos han bajado del 19% al 13%, en un movimiento de retracción que afecta más a
Salta que a Jujuy, según desprendemos de la serie de diezmos para Salta publicadas por
Tell y Castro (2006). En contraste sobresale el fuerte crecimiento de La Rioja que de un
2% ha saltado al 11%, y más aún el de Catamarca que apenas tiene un poco más de una
década de existencia y cuyos diezmos ya alcanzan al 16% del total (es decir, lo mismo que
los diezmos aportados por lo poco que resta de las antiguas ciudades de las tierras bajas).
Entendemos que su bonanza responde por un lado al proceso de consolidación de
esas economías regionales a principios del siglo XVII y, por el otro, esta alza nos está
marcando el éxito de los conquistadores en el avance hacia las tierras de Valles
Calchaquíes, de regadío y tan fértiles, aunque no debemos olvidar que en 1691/2
estamos ante una situación relativamente reciente ya que dicha expansión sólo ha
logrado consolidarse a fines de la década de 1660. Además, como veremos más ade-
lante, el avance hacia los valles calchaquíes en las décadas de 1630 y 1660 implicó
un conjunto de enfrentamientos militares con altos costos en quebrantos, crisis, etc.,
para todas las ciudades mencionadas, tal como veremos más adelante.
Los diezmos de Córdoba a lo largo del siglo son los que más aumentan, pasando
del 14% en la última década del siglo XVI a un notable 42% en 1691/2. Las Actas...,
nos brindan frecuentes noticias sobre los diezmos de Córdoba sobre todo a partir de
1627 cuando los mismos comienzan a ser los más importantes de la jurisdicción. Las
Actas mencionan que estos diezmos habían crecido notablemente para 1627 alcan-
zando a 4200 pesos, una cifra muy alta en comparación con los 1700 pesos del año
1600, que implica un aumento del 150%. Para años posteriores se observa que dicho
incremento es constante en tanto entre 1634 a 1666 los diezmos oscilan desde 5000$
a 6000$ con una reducción a 4500$ en 1638/9.17 Hacia 1690 estos diezmos se
estabilizan pero en su nivel mas bajo, en 5000$ anuales que realmente son 4600, ya
que en ellos se incluyen 400$ que antes no se cobraban. Este nuevo ingreso se inicia
en 1689 cuando la masa decimal comienza a incluir el medio diezmo cobrado a los
jesuitas que consiste en una suma fija de 600$ por todas sus haciendas (400$ por las
de Córdoba, 50$ por las del Colegio de Santiago, 60$ por las de Tucumán, 30$ por las
de Salta y 60$ por las de La Rioja) (Arcondo, 1992:46).
Cabe señalar además que los diezmos de Córdoba al igual que los de toda la
Gobernación del Tucumán sufren una abrupta caída ya fuera de nuestro período de
estudio. En la primera década del siglo XVIII comienzan a caer y se reducen notable-
mente en la segunda década, llegando a la mitad de su valor habitual.18
Si recuperamos las cifras anteriores referidas al fuerte crecimiento de la economía
de Córdoba que nos indican las cifras de los diezmos de 1627 vemos que estos datos
concuerdan con los estudios de la economía regional realizados por Garzón Maceda
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El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’
(1968) y Assadourian (1982 [1968]).19 Estos autores nos señalan que en un primer
período (desde fines del siglo XVI hasta 1610 aproximadamente) la región se insertó
en un conjunto amplio de circuitos interregionales comunicándose con Potosí, Chile
y el Atlántico a través de Buenos Aires, con especializaciones productivas variadas
donde los textiles de lana y algodón eran sumamente importantes al igual que en todo
el Tucumán, pero donde también participaban grasas, sebos, trigos, etc. Posteriormen-
te, las prohibiciones legales del acceso al mercado atlántico, la gran mortalidad de la
población indígena y las tierras desocupadas en consecuencia, permitieron u obliga-
ron a organizar una segunda especialización productiva regional, orientada hacia la
producción ganadera en general pero principalmente de mulares, los que eran vendi-
dos luego en el mercado minero altoperuano. Estas mulas, escasas pero de altísimo
valor unitario a principios de siglo (décadas de 1610 y 1620), comenzaron a ser
producidas en forma creciente logrando altos retornos en dinero (décadas de 1630 a
1660), ingresos que luego se van reduciendo a medida que fueron bajando sus valores
unitarios en consonancia con la crisis minera que orientaba el ritmo de sus precios
(décadas 1670 hasta fin de siglo). Estas tendencias a la baja continúan durante el siglo
XVIII hasta que, en la segunda década, la baja de los precios origina la interrupción de
las exportaciones, precisamente en el período analizado por Aníbal Arcondo (1992).
La solidez e importancia económica del asentamiento español en Córdoba era noto-
ria durante el período donde sus relaciones mercantiles eran variadas, cuando se vincu-
laba con la zona minera de Charcas, Chile, el Tucumán, y el Atlántico a través del puerto
de Buenos Aires. En esos años los intereses de los vecinos de esta ciudad parecían
coincidir e incluso liderar al conjunto de intereses de las elites regionales del Tucumán.
Esto se percibe claramente en 1608 en ocasión de una consulta del Consejo de Indias
sobre la conveniencia o no de que la Gobernación del Tucumán y la del Paraguay
dejaran de depender de la Audiencia de Charcas y pasaran depender de la de Santiago de
Chile. Ante la consulta, tanto el Gobernador Alonso de la Rivera como el Obispo Trejo
se opusieron, pero el Obispo fue más allá al proponer la creación de una Audiencia con
sede en Córdoba (CGV, N° 3885 y 3951). Esta propuesta de Trejo toma un sentido más
amplio cuando se observa que en el mismo año el Padre Juan Romero, Viceprovincial
de la Compañía de Jesús, recibió un poder de los vecinos de las ciudades de Buenos
Aires, Córdoba y Santiago del Estero, por el cual lo autorizaron a gestionar en España el
establecimiento de una Audiencia en Córdoba y también a solicitar autorizaciones para
el comercio con Brasil y el abastecimiento directo desde España.
Si bien sería necesario un mayor desarrollo de las investigaciones sobre el conjun-
to de las elites de las distintas jurisdicciones, los datos consultados nos permiten
suponer que esta especie de acuerdo general sobre la centralidad de Córdoba se rom-
pió en la década del 30 cuando la primera sublevación de los calchaquíes o una nueva
invasión española a estas zonas. En estos años, mientras las Actas ... nos informan de
la crisis económica de las ciudades del Tucumán (la fuerte caída de los diezmos en
1632 debido al avance indígena sobre las estancias de Tucumán, La Rioja, Salta,
Esteco y Jujuy y que en los años 1637 y 1638 no se encuentran postores para los
diezmos de Santiago ni de Esteco), se observa el escaso interés de parte de los vecinos
de Córdoba en colaborar con las invasiones hacia las tierras altas andinas, tan aleja-
das de sus fronteras, de sus mercedes de tierras y también de sus derechos a las enco-
miendas de indios ya distribuidas entre los vecinos de las otras jurisdicciones del
Tucumán. Esta actitud los llevó a enfrentamientos internos pero sobre todo con los
191
Silvia Palomeque
otros vecinos de la Gobernación y sus autoridades, los que pueden advertirse cuando
en 1634, desde Salta, el Gobernador del Tucumán informa y denuncia a la Audiencia
de Charcas que con motivo de la sublevación indígena todos los vecinos de su pro-
vincia han acudido a su convocatoria, pero que no lo han hecho los ricos vecinos de
la ciudad de Córdoba,
«... siendo aquella ciudad la más rica de esta provincia y sus vecinos los que mas
utilidad y aprovechamiento han sacado de sus indios ocupandolos.... en poblaciones de
estancias, trajines al puerto de Buenos Aires, guardas de crías de vacas, de mulas y de
ganados mayores, carreterías y en obrajes de sayales y cordellates, sementeras y servi-
cios de casas...»20 (BANB, CACh, 943).
Similar o peor situación económica enfrentan las otras ciudades del Tucumán
durante la siguiente y última rebelión calchaquí, o la última y definitiva invasión a
sus tierras en 1658-1665.21 En esta ocasión los vecinos de Córdoba sí participaron en
la entrada, pero de las Actas se desprende que lo hicieron luego de haber negociado el
acceso a los indios capturados en valles Calchaquíes y posteriormente extrañados
hacia distintas jurisdicciones para ser yanaconizados en las estancias. En las Actas de
1666 se informa que los indios extrañados que hay que catequizar están 260 en
Córdoba, 200 en Santiago, 180 en La Rioja, 160 en Catamarca, 150 en Salta y 140 en
Esteco.
Entendemos que, luego de estas guerras, la centralidad de Córdoba no pareciera
gozar del respeto de los vecinos del resto del Tucumán. Pocos años después del
control de la última sublevación, para 1671, luego de la disolución de la Audiencia
que funcionó en Buenos Aires desde 1661 a 1671, debido a que «...no han resultado
los efectos ... que dieron motivo a su erección...», desde España consultaron a la Real
Audiencia de Charcas sobre la conveniencia de reinstalar esta Audiencia en Córdoba
«... que es la mas principal de aquellas provincias...», para atender los problemas del
Tucumán y de Buenos Aires para los que había sido creada la anterior Audiencia
(BANB, R.C.497). Si bien desconocemos la respuesta y los posibles debates, el hecho
de que esta propuesta no haya funcionado es un indicio de que entre las elites del
Tucumán ya no existía un consenso favorable a Córdoba como a principios del siglo
XVII mientras, paralelamente, se seguía confirmando la importancia económica de
Córdoba y su lugar como punto de comunicación -y también de tensión- de las rela-
ciones entre el Tucumán y Buenos Aires. Cabe mencionar que en esos años también
comenzó a discutirse el traslado de la sede del Obispado hacia Córdoba, con consenso
de un conjunto de importantes autoridades eclesiásticas (seculares y regulares) pero
con fuerte oposición por parte de los vecinos de Santiago que presentaron una quere-
lla en la Audiencia de Charcas en 1681, la que primero obtuvo una resolución favora-
ble del virrey Duque de la Palata pero luego no fue apoyada por el Consejo de Indias,
que se expidió a favor del traslado cuatro años después (Tell y Castro, 2006).
En síntesis y recuperando el problema inicial, del conjunto de la información
desprendemos que hacia fines del siglo XVI, luego de la primera etapa de la conquista
donde sólo quedaron sublevados los valles calchaquíes, las recaudaciones de los
diezmos se estabilizaron y comenzaron a incrementarse. En este período las mayores
192
El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’
recaudaciones correspondían a las ciudades asentadas sobre los cauces de los ríos
Dulce y Salado donde la capital de la gobernación, la ciudad de Santiago del Estero,
mas Esteco, Madrid e Ibatín/Tucumán aportaban el 65% de los diezmos aunque como
indicio preocupante se observa que en este tipo de ciudades de tierras bajas los diez-
mos crecen en las primeras décadas de asentamiento, para tender luego a estabilizarse
y a decaer lentamente, mientras ello no ocurre en las otras ciudades.
Entendemos que esta situación comienza a trastocarse en la década del 30 del
siglo XVII cuando todas las ciudades del Tucumán enfrentan problemas económicos
debido a la primera guerra contra los calchaquíes mientras una de ellas, Córdoba,
logra eludir su colaboración en la misma mientras despegaban y se valorizaban sus
cuantiosas exportaciones ganaderas mulares destinadas a los centros mineros andinos.
A partir de esta década, la economía de Córdoba sobresale sobre el conjunto y sus
diezmos se van convirtiendo en los más importantes de la gobernación y, en conse-
cuencia, marcando las tendencias generales de los mismos que siguen crecientes hasta
la década de 1660. En esta década, cuando una nueva guerra se desarrolla contra los
calchaquíes afectando la economía regional, nuevamente no todas las regiones la
sufren de la misma manera. Por ejemplo, en 1666 mientras en Santiago ofrecían sólo
200$ por sus diezmos, en Córdoba los diezmos alcanzan a 6000$.
Si bien el crecimiento de Córdoba se contradice con la situación del resto de las
ciudades del Tucumán y sus serios quebrantos durante los dos períodos de luchas en
los valles calchaquíes, también hay que aclarar que las menciones de las Actas ....
sobre la existencia de problemas y de decadencia en Santiago no sólo aparece durante
las guerras sino que es una constante que se agudiza a medida que el Obispado va
dependiendo cada vez más de los ingresos que le proveen los diezmos de Córdoba. A
esta decadencia de Santiago hay que sumar la desaparición o traslado de las otras
ciudades situadas en los cursos de los ríos Salado y Dulce, de todo lo cual desprende-
mos que los diezmos de estas jurisdicciones fueron mermando en aras del crecimiento
de los de las otras zonas, sobre todo tras el esfuerzo de conquistar las más valiosas
tierras altas de lo que antes era el Tawantinsuyu.
Las ciudades ubicadas en el piedemonte, en los valles y quebradas que permitían
o cerraban el paso a las valiosas tierras altas (Salta, Jujuy, La Rioja y Catamarca) no
sufrieron el mismo deterioro que aquellas ubicadas en las tierras bajas, en tanto sus
vecinos fueron los directamente beneficiados por el proceso de expansión y consoli-
dación en valles Calchaquíes. Pero, para relacionar las cifras de sus diezmos con este
proceso hay que considerar varios elementos, uno de los cuales es que un proceso de
expansión militar no se traduce inmediatamente en una explotación económica inme-
diata de los recursos obtenidos, sobre todo cuando esos recursos son territoriales pero
sin acceso a trabajadores, ya que la indómita población original tuvieron que expul-
sarla hacia las otras zonas coloniales. Aún así, con estas limitaciones, es sorprendente
el monto que alcanzan los diezmos de La Rioja y de Catamarca, como si allí se
hubieran recuperado muy velozmente sus economías al final de las guerras, y también
es sorprendente la estabilidad o decadencia de los diezmos de Salta y quizá Jujuy, a
las cuales podemos imaginar como las más afectadas por la decadencia de los precios
en Potosí debido a sus intensas relaciones mercantiles con ese destino.
Antes de cerrar este punto nos queda pendiente la pregunta de hasta dónde las oscila-
ciones de los diezmos representan las oscilaciones de la economía de las empresas mer-
193
Silvia Palomeque
194
El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’
trados. Nuestra percepción más compleja sobre esta zona sólo la conformamos luego de
conocer la gran importancia que sus diezmos alcanzaron por lo menos hasta 1630 y su
posterior colapso. En síntesis, lo que en el trabajo anterior habíamos considerado como
una fuerte persistencia de los indios de los esteros de Santiago en medio de un contexto
general de desestructuración, se ha convertido ahora en un débil resto de las importantes
sociedades indígenas asentadas en la zona de los ríos Dulce y Salado.
De nuestros trabajos anteriores, lo que sigue siendo un avance sobre estos temas, es
lo referido a la persistencia del manejo de los recursos ambientales de la mesopotamia
santiagueña hasta principios de siglo XX que analizamos hace años (Palomeque, 1991;
1992), a la cual considerábamos sólo como una forma parcial y modificada de las
óptimas relaciones hombre-ambiente del período prehispánico. Ahora, con el objetivo
de centrarnos en los procesos de deterioro que produjo la presencia española y en
caracterizar un espacio más amplio que el anterior, incluiremos en el análisis nuevas
referencias brindadas por las Actas...y los Informes de Santiago y de Esteco para 1608.
Dentro del conjunto de las tierras bajas, entendemos que la zona más productiva e
importante era la mesopotamia santiagueña, un amplio territorio que comienza al sur de
la ciudad de Santiago actual. Es una llanura casi sin pendiente, que en partes alcanza a
unos 100 km. de ancho, bordeada por los ríos Dulce y Salado. Esta planicie, antes de la
destrucción de los bosques y de la construcción de los diques del siglo XX, se inundaba
completamente durante los meses en que las crecientes de los ríos desparramaban sus
aguas, depositando también los restos orgánicos que arrastraban en su largo recorrido.
La llanura no estaba deforestada como en la actualidad, sino que se encontraba cubierta
de grandes árboles de alto valor económico entre los cuales el principal era el algarrobo,
del que se obtenía alimento de sus frutos y también su rala sombra posibilitaba los
cultivos en estas zonas durante las altas temperaturas estivales.
Alrededor de la zona inundable se continuaban las zonas boscosas de gran impor-
tancia para la población indígena y campesina, que complementaban su dieta en base
a la caza y recolección en años de inundación o que eran su única fuente de recursos
en los años de sequía. Existían diferencias entre las zonas más cercanas a los dos ríos:
la parte cercana a la costa del río Dulce era más boscosa y más apta para la agricultura
de bañados, mientras que en la costa del río Salado la conformación menos densa del
bosque y la presencia de algunos terrenos más altos y protegidos de la inundación,
permitían que junto a los cultivos de pantanos se practicara también el cultivo de
temporal (y una actividad ganadera más intensa durante el período colonial).
La actividad agrícola combinada con el acceso al bosque era muy importante. Lo
habitual era una combinación anual donde la agricultura predominaba sobre la caza y
recolección, pero también había períodos donde esta relación se invertía. Esto se
debía a que los ciclos climáticos agudos eran frecuentes, si bien la inundación era lo
normal y esperable, a lo largo de la vida de una persona se daban varias sequías,25 que
venían acompañadas de plagas de langostas y que obligaban a basarse en los recursos
de bosque casi con exclusividad.
Los terrenos del bañado, cuando el río los inundaba, tenían la característica de ser
móviles y requerir de trabajo continuo para ser productivos, ya que no toda la zona
inundable era cultivable, sólo lo eran los terrenos de ubicación cambiante donde la
creciente depositaba el limo y eran necesarios trabajos constantes de drenajes para
195
Silvia Palomeque
que no se salinizaran los terrenos donde la creciente dejaba arenas estériles. Las técni-
cas de cultivo en terrenos de inundación requerían mucho trabajo, no sólo para evitar
la salinización y por el desplazamiento del sitio de cultivo, sino porque también era
necesario el traslado de las casas de los habitantes o su protección. Según Lorandi,
antes que llegaran los españoles la mayor densidad de población se asentaba en
«...las zonas deprimidas donde los cauces fluviales divagantes forman una compleja red
de canales de agua permanente que permite una agricultura por inundación favorecida
por endicamientos que se utilizaron como reservorios naturales de agua... El asentamien-
to típico se realizó sobre montículos artificiales para proteger las viviendas de inundacio-
nes y el lodo que estas depositaban en las orillas... se trata de sociedades básicamente de
cazadores y recolectores que alcanzan el carácter de una economía mixta con el aporte de
la agricultura de maíz, zapallos y porotos...» (Otonello y Lorandi, 1987:92).
También en general se acepta que el manejo local de los recursos, los sistemas de
drenaje, etc., deben haberse perfeccionado durante el período del Tawantinsuyu, con el
que las sociedades indígenas santiagueñas mantuvieron buenas relaciones, colaborando
en el control de la frontera chaqueña y de los pueblos de valles Calchaquíes (Lorandi,
1983).
En síntesis, la reconstrucción de las condiciones ambientales a fines del período colo-
nial nos permitió observar que en la mesopotamia santiagueña se daba un sistema de
cultivo intensivo basado en inundaciones y fertilizaciones periódicas y una muy buena
adaptación al ambiente y sus posibilidades. Cabe remarcar que esto implicaba el uso de
una alta cuota de energía, debido a los cortos períodos de siembra y cosecha, la necesaria
traslación de campos de cultivos y también de habitaciones, o al menos su protección
frente a las inundaciones. El acceso a los recursos del bosque permitía una mayor fertiliza-
ción y sombra para los cultivos, al igual que alimentos para los oscilantes períodos climáticos
donde las sequías eran frecuentes. Estamos frente a un cultivo intensivo de fértiles campos
móviles inundados, con combinación frecuente y oscilante de caza y recolección.
Entendemos que sociedades similares a las de la mesopotamia santiagueña, quizá
con menor densidad poblacional y con menos espacio inundable, eran las existentes
en el curso superior del río Dulce y en el río Salado. Para comenzar, corresponde
mencionar que todas estas sociedades prehispánicas parecen haber compartido el
mismo tipo de relación con el Tawantinsuyu. Investigaciones y reflexiones recientes
(Pärssinen, 2003 [1992]:128) plantean que se dieron relaciones entre los incas y los
pueblos de estas y otras zonas cálidas y bajas situadas hacia el oriente de las tierras
altas, y también que estas relaciones eran más laxas o flexibles que las habituales26.
Consultando trabajos previos de Lorandi y Berberián basados en documentos históri-
cos tempranos, y considerando la existencia de estas flexibles relaciones, Pärssinen
entiende que la posible frontera oriental del Tawantinsuyu en el Tucumán abarcaba
este tipo de zonas bajas, y que serían las ubicadas al oeste de una línea que partía
desde el Chorro (actual General Mosconi, al noreste de Salta) y bajaba por el río
Salado hasta la altura de las Salinas ubicadas al sur de Santiago del Estero (Pärssinen,
2003 [1992]:119;128).
Además de esto, estamos ante una zona donde predominaba una lengua. El padre
196
El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’
Barzana relata que en toda la zona de nuestro interés predominaba el uso de la lengua
tonocotes, excepto en el río Dulce donde también se hablan otras lenguas. El dirá:
«... La lengua tonocote que hablan todos los pueblos que sirven a San Miguel de Tucumán
y los que sirven a Esteco, casi todos los del río Salado y cinco y seis del río del Estero»27
(Barzana, 1987[1594]:252).
197
Silvia Palomeque
«...He sacado una acequia principal para riego de sementeras tardías y hecho reparti-
miento dellas ques ymportante cosa por questas son las que ynchen la tierra por ser las
mayores y las que quando faltan hazen mas falta por ques por falta de los temporales
ques al tiempo de las aguas y asi estan proveydos de riego para todos tiempos...»
(Levillier, 1920:58).
198
El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’
Mientras todas las referencias hablan de la acequia como una construcción espa-
ñola y no indígena, el Informe de 1608 brinda más detalles, al mencionar que la
ciudad consistía en cuatro cuadras por cinco, con una plaza en el centro, que
«no tiene arrabales porque, en saliendo de la ciudad entra el campo: por una parte se va
a tomar al río y por la otra salida a la acequia principal, donde están las chácaras para
el sustento de los vezinos della....».
199
Silvia Palomeque
Finalmente, lo que -como dijo Barzana- bien podría llamarse «el castigo de los
dioses». Es decir, la indefensión del asentamiento estable frente a los ciclos climáticos
agudos que originaban grandes crecientes, que poco modificaban la vida de las socie-
dades prehispánicas que cambiaban de lugar el asentamiento de sus casas, pero que sí
desestructuraban y debilitaban el asentamiento español para el cual le era indispensa-
ble estar en consolidado en un lugar estable. Nos referimos a las grandes inundaciones
que si bien no eran constantes, parecen haberse dado quizás una vez en la vida de una
persona. En las Actas... se registran varias grandes crecientes del río Dulce (para 1627
y 1663) donde el río «hace madre en la ciudad» y se lleva gran parte de sus casas, e
incluso en un trabajo anterior (Palomeque, 1992) observamos que a fines del siglo
XVIII el río Salado cambió su curso uniéndose al Dulce durante varios años, que en
1825 el río Dulce se alejó hacia el oeste y pasó a correr por las Salinas hasta que, recién
en 1901, otra gran creciente derrumbó los canales artificiales y el río Dulce retornó a
su antiguo cauce.
En el Informe de Esteco de 1608 se constatan los problemas que también enfrentaba el
asentamiento español en esas zonas del Salado que, como caracterizamos antes, era una
zona que presentaba bosques con árboles de mayor envergadura y con áreas de inunda-
ción más reducidas pero donde la mayor humedad permite un mejor desarrollo de la
agricultura de temporal. En esta ciudad los españoles se apropiaron del agua construyen-
do una acequia que pasaba por el medio de la ciudad, pero muy velozmente tuvieron que
bloquearla debido a que en sus casas comenzó a «criarse» el salitre. A esta acequia luego
la reorientaron para mover un molino que se les embarraba en cada crecida y para el riego
de las chacras obviamente eran de españoles y trabajadas por los tonocotes.
Salitre en las casas que parecen derretirse, inundaciones increíbles que casi borran
las ciudades, mortalidad indígena constante, son menciones frecuentes en los docu-
mentos a las cuales, hacia fines del siglo XVII, también se añaden las ofensivas de los
indígenas chaqueños con las que justificaban la decadencia de estas ciudades. A
nuestro entender, y luego del recorrido de toda esta investigación, a este avance de las
sociedades «chaqueñas» hacia el espacio colonial habría que interpretarlo de otra
forma, y pensarlo como el avance de pueblos hacia una zona donde se ha reducido
notablemente la antigua población indígena original, derrumbe poblacional deriva-
do de la aguda desestructuración generada por el largo y costoso período de invasión
española.
200
El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’
Notas
* Conferencia presentada durante las VII Jornadas de investigadores en Arqueología y
Etnohistoria del centro-oeste del país (Nota de los Compiladores).
1
Versión revisada y ampliada de Palomeque, 2005a.
2
En esta ocasión, donde recuperamos y revisamos investigaciones previas a la luz de nuevos
datos, deseamos agradecer todas las generosas colaboraciones y sugerencias que fuimos
recibiendo de varios colegas amigos. A Andrés Laguens, Mirta Bonnin y Gabriela Olivera
quienes nos apoyaron en nuestro primer trabajo, y a Ana María Lorandi, Ana María Presta,
Sonia Tell e Isabel Castro que comentaron o colaboraron con los siguientes.
3
Al realizar esta investigación nuestro objetivo fue desmontar la visión historiográfica
nacional vigente hacia 1990, que consideraba que después de la conquista, Santiago del
Estero había pasado a ser una zona semidesértica como en la actualidad, sin que se
percibiera la continuidad de los cultivos campesinos del estero, su importancia ni su
particular combinación entre agricultura y recolección. Esta equivocada visión que a
nuestro entender proviene en parte de unas cortas y veloces líneas de Halperín Donghi
sobre Santiago a fines del período colonial muy leído por los historiadores, es la de
nuestros primeros trabajos sobre la zona (Palomeque, 1989:149-156; 206) al igual que la
de otros colegas (Farberman, 1991:48). Esta perspectiva no era la de los geógrafos e
historiadores santiagueños, que sí conocían esta situación, pero no insistían en ella en
tanto la consideraban algo natural o normal, la «naturalizaban». Actualmente esa visión
historiográfica ya se ha modificado e importantes investigaciones de difusión nacional la
han incorporado y profundizan sobre la misma (Farberman, 2005; Tasso, 2007).
4
Gastón Doucet ya ha avanzado en el análisis sobre el perfil social de los vecinos de esas
ciudades (Doucet, 1991; 1996) y ha prometido un análisis completo de esas fuentes. En
este trabajo sólo recuperaremos las citas que nos sean indispensables del documento
original localizado en la Biblioteca y Archivo Nacional de Sucre para el caso de Esteco y
de una transcripción del documento de Santiago del Estero (Pérez et al.,1997).
5
CGV, 3361. Tomo 172. «Traslado de las cuentas y memorial de los arrendamientos de los
diezmos del Obispado del Tucumán». Agradecemos a Ana M. Presta por habernos
reenviado a la lectura de su catalogo publicado por Raúl A. Molina (1955:585) y a Isabel
Castro Olañeta por haber contrastado dichos datos con los originales del A.G.I., con los
cuales presentaban leves diferencias.
6
En el mencionado artículo también se analiza la legislación vigente sobre la distribución y
asignación de los diezmos.
7
En latín en el impreso original. Incluimos la versión traducida que consta en nota al pie de página.
8
Las referencias específicas sobre las fundaciones y traslados de ciudades para el siglo
XVI provienen principalmente de libros y documentos publicados por Roberto Levillier
y también del Padre Lizárraga, y las del siglo XVII de Cayetano Bruno, recién citados.
Para la invasión y conquista española hemos recuperado los trabajos de síntesis
interpretativa que junto a Ana María Lorandi hicimos para el tomo dirigido por Enrique
Tandeter en la Historia Argentina de Editorial Sudamericana (2000), un artículo posterior
donde analizamos el período colonial temprano de la Puna (Palomeque, 2006) y un
manuscrito de una conferencia sobre la fundación de Córdoba (Palomeque, 2005b).
9
En el río Salado norte, en su rivera oriental, en el paraje El Vencido, localidad de El
Quebrachal, departamento de Anta, provincia de Salta.
10
En 1593 se dio la tercera y definitiva fundación de Jujuy luego de las fundaciones
fracasadas de Nieva (1562) y de Alava (1575).
201
Silvia Palomeque
11
Parte de la información en que se basa la citada publicación proviene del primer tomo de las
Actas...., ya que el Obispo Trejo es quien primero inicia el largo conflicto judicial para recupe-
rar estos diezmos para el Tucumán. Este conflicto, que sigue siendo mencionado frecuente-
mente en las reuniones del Cabildo Eclesiástico, persiste hasta fines de la década de 1660.
12
Pucci plantea que la mortalidad indígena se inicia años antes de que comience la invasión
propiamente dicha, en tanto las destructoras pestes deben haberlos precedido en muchos años.
13
En 1608 también se menciona que los «vecinos y moradores» de la ciudad eran aproxima-
damente 160 hombres, 100 mujeres españolas y mestizas, algunos portugueses, 50 ne-
gros y 50 negras y muy pocos mulatos. En el listado de población se observa, a simple
vista, el alto número de hijos de los conquistadores. En este Informe de 1608 no se
incluye a los indios dentro del rango de «vecinos y moradores». Sobre ellos hay referen-
cias en otra sección del Informe, de cuyo contenido desprendemos que habría cierta
tendencia a la interrupción del gran derrumbe de la población indígena porque allí se dice
que los indígenas eran 20.000, que ahora son 5.000, pero que «de algunos años a esta
parte, no van los naturales en tanta disminución».
14
« ...y ayudó a ir en disminución los indios aver sacado desta ciudad los Gobernadores
pasados vecinos con sus indios para la población de Salta, y la Villa de Madrid y hasta el
río Bermejo....»
15
Tanto fue su crecimiento en esos años, que debido a ello allí se realizó el Sínodo de 1597.
16
En Catamarca, donde no había ningún poblado desde la destrucción de Londres, en 1607
se fundó San Juan Bautista de la Rivera (al oeste de Belén actual, en el valle de Londres)
que se despobló luego por asedio de los indios. En 1633 fue refundada en Pomán, pero
los vecinos no acudeeron a ella sino que se instalaron en la actual Catamarca. Oficialmen-
te, en 1681 se fundó Belén en la antigua jurisdicción de San Juan Bautista de la Rivera y,
entre 1683 y 1684, se fundó Catamarca (Bruno, 1966).
17
Menciones a los diezmos de Córdoba y sus montos se encuentran en las Actas de 1627,
1634 a 39 y en 1666.
18
Arcondo menciona que los diezmos de la Gobernación bajan de 11.000 pesos para la
época en que se hizo cargo el Obispo Mercadillo (1698) a 5.000 o 6.000 pesos en 1711
(Arcondo, 1992).
19
En esta investigación de Assadourian, realizada en la década de 1960, ya se consultó el
primer tomo de las Actas...
20
En estos años de sublevación sólo colaboró Jerónimo Luis de Cabrera «y sus deudos y
amigos» que eran «los más pobres y de menos indios», sin contar con la colaboración de
los otros vecinos que se quedan en Córdoba.
21
En 1658 comenzó la rebelión de indios calchaquíes encabezada por Pedro Bohorques y en
el invierno de 1659 se inició la invasión del gobernador Mercado que derrotó a los
indígenas de la zona norte del valle Calchaquí, quedando sin dominar la población de la
parte sur hasta 1664 cuando, luego de ser derrotada, el valle fue vaciado y su población
dispersada (Lorandi, 2000:305ss, 319-322).
22
A decir verdad, no pagaron un diezmo sino una veintena -o medio diezmo- calculada en
base a una suma fija luego de un acuerdo precedido de fuertes discusiones.
23
Las negociaciones que precedieron la fijación de esta suma fija son tratadas con más
detalle y amplitud en Tell y Castro (2006).
24
Al respecto cabe mencionar que a través de las investigaciones de Gabriela Sica sobre Puna y
Quebrada de Humahuaca, se ha podido conocer que los curacas de dichas zonas lograron
participar en el mercado con productos generados desde sus propias economías (Sica, 2006).
202
El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’
25
Entre 1790 y 1850 fueron años de sequía: 1790, 1794, 1799, 1802, 1803, 1817, 1818,
1820 y 1846 (Palomeque, 1991; 1992).
26
El sistema de adhesión entre incas y curacas locales andinos, basado en el parentesco y
que requería que cada inca reconfirmara su autoridad, no funcionaba bien en sistemas
sociales diferentes, de rudimentaria organización política, donde los señores locales te-
nían escasa autoridad. La conquista militar inca era rápida y basada en la fundación de
asentamientos en sociedades semejantes, que no estaban en la «frontera» ni debían prote-
gerla, sino que eran puntos de apoyo a partir de los cuales desarrollaban avances pacíficos
hacia estas zonas nuevas, de sociedades diferentes, en base a «dones prestigiosos» y
«lazos de adhesión» (Pärssinen, 2003 [1992]:73; 92; 115).
27
Forma habitual de denominación del río Dulce en esos años.
28
Digo «secuelas irreversibles» no sólo pensando en el derrumbe de la población sino
también en la destrucción del ambiente. Investigaciones actuales, que ubican la zona en
cuestión dentro del Chaco al que califican como uno de «los muchos ecosistemas fuerte-
mente estacionales...» de América, plantean que una de sus características es la «...lentitud
de los procesos de cicatrización de los ecosistemas y/o... la irreversibilidad de determina-
dos cambios» (Morello, 1983:356).
29
En las Actas es notorio como cada vez que necesitaban de un trabajo sólo se imaginaban
a los indios mitayos como sus posibles ejecutores.
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204
El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’
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La noticia periodística como documento histórico y/o
antropológico*
María Cecilia Stroppa
Universidad Nacional de Rosario
Contacto: mcstroppa@arnet.com.ar
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María Cecilia Stroppa
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María Cecilia Stroppa
«Para evitar este peligro no contamos más que con la Guardia Nacional de infantería,
algunos de caballería y los extranjeros, todos los cuales vigilan el pueblo con patrullas.
A juzgar por la declaración del oficial, que es el baqueano de esta frontera, la invasión
a ella parece indudable, no obstante, puede que los indios se entretengan por la provin-
cia de Córdoba y Santa Fe».
«Han hecho la invasión desvastando con todo descaro y calma - entrando al trote y
recorriendo todos los puntos indicados. Llevan un considerable botín. Como cuatro o
cinco mil animales yeguarizos y caballar. La hacienda vacuna se ha escapado por el mal
estado en que se halla que no han podido arrearla».
Al día siguiente (Nº 225) 400 o 500 indios invaden la estancia de Larré llevándose
de nueve a diez mil caballos y vacas. El comentario del cronista remata la nota con
estas palabras: «todo esto lo deben los argentinos al peor de los gobiernos que ha
tenido la República, General Mitre. Irritante reto de la Barbarie a la Civilización».
Los resultados de estos ataques son siempre similares.
«Mientras los indios nos empobrecen las campañas y nos cautivan las familias, noso-
tros sacrificamos nuestra sangre y tesoros en una guerra exterior, con el mentido objeto
de redimir a un pueblo de un tirano. No fuera mejor cuidar nuestra casa y redimir a
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La noticia periodística como documento histórico y/o antropológico
nuestras familias arrebatadas por los salvajes sirviendo a sus lúbricas pasiones? Res-
ponda el buen sentido» (4 y 5 de enero 1869, La Capital Nº 343) sobre una invasión a
Los Loros (Río Quinto).
Y así se suceden las noticias a través de los corresponsales: el 31 de julio 1870 (Nº
814) desde Villa de la Concepción donde se narra el saqueo de los indios a Rueda, el
14 de junio 1872 (Nº 1364) cuando los indios entran por las puertas del Saladillo de
la Orqueta, hasta cerca de la colonia Candelaria, etc.
Casi al mismo tiempo se escuchan otras voces con otros argumentos. Una nota del
7 agosto de 1873 (La Capital, Nº 1704) anuncia que
«se está operando un fenómeno social en estos momentos, que puede, si no se explota en
bien de la condición humana, en provecho de la economía y la seguridad de nuestra
riqueza rural, transformarse en un cargo inmenso contra la conciencia de nuestros
gobiernos y nuestros Congresos».
Alude la noticia a los indios de las pampas del Sur que instigados por el hambre,
buscan la protección de los jefes de frontera, piden tierras para abandonar el desierto
y recogerse a una vida más regular por «el poder del hambre». El diario comenta:
«el cacique Ramón, indio influyente entre la tribu de los ranqueles,bastante despierto y
con honestas inclinaciones es uno de los que se han dirigido al Gral Arredondo propo-
niéndole trasladarse con todas sus dependencias a la vida civilizada con tal que se
señalen campos para fijar su residencia y elementos de trabajo para subsistir y progre-
sar. Los bárbaros vienen a entregarse a una nueva vida y la civilización no puede
cerrarles sus puertas sin ponerse al nivel de aquellos».
«no tienen que comer y no tienen los medios de trabajar, ni saben trabajar. No sería
cuerdo descuidar esta prueba, después de sacrificios tan grandes como inútiles. La
guerra en permanencia es también una amenaza en permanencia. La guerra no reme-
dia tanto, toquemos el recurso de la reducción que ellos mismos nos brindan y que
paulatinamente irá quebrando sus chuzas. Hoy serán 200, mañana 2000, más tarde
serán todos. La gran cuestión es formar los primeros núcleos, ésto establece la corrien-
te de esa desgreñada inmigración».
211
María Cecilia Stroppa
«problema indígena». Alberdi planifica abrir el país a los inmigrantes europeos que
comienzan a derramarse sobre las extensas tierras despobladas, sin centros urbanos y
sin industrias, con el único atractivo de la fertilidad natural del suelo. Ellos traen la
cultura del trabajo, conocimientos, oficios, artesanías, todo lo contrario que ofrecen
los indígenas3. Nicasio Oroño, que habla desde la provincia y la tradición federal del
Brigadier Estanislao López, tiene la obsesión de sus colonias como proyecto para el
progreso. Como bien dice David Viñas las tierras del desierto debían convertirse en
las tierras para las colonias, resolviendo así el viejo problema
«Vienen por fin, los azotes del desierto y los flagelos de nuestra propiedad a buscar el
amparo de la civilización y el cristianismo. Que no lo busquen en vano. Que compren-
dan ellos y sus hijos los beneficios de la moral y el trabajo honesto, el consuelo de
creencias serenas y consoladoras. Que el pueblo cristiano los acoja y los entregue a
goces de una vida arreglada y que poco a poco se divorcien los seres nómades de sus
hábitos y se conviertan en obreros de la vida oculta. ¿Cual es el medio de obtener el
resultado en perspectiva? Protegerlos, ampararlos y aliviar en lo posible su desnudez.
Están en la miseria y la caridad reclama la acción suave y benéfica de la mujer [...]
Sabemos que el Gobierno ha dado algunos auxilios, que han enviado un sacerdote
idóneo, un maestro de escuela y algunos útiles de labranza. Pero entre tanto el hambre
y la desnudez requieren eficaces auxilios. Que no se pierda esta invocación desgarradora
en el vacío de la indiferencia. NO!» (La Capital, 3 agosto 1869).
Las buenas intenciones que guían al periodista que redactó esta nota no tienen en
cuenta los enormes esfuerzos de reducción llevados a cabo por jesuitas y franciscanos
durante muchos años en todo el país y los inconvenientes ocasionados por una polí-
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La noticia periodística como documento histórico y/o antropológico
tica tal vez bien intencionada pero que no consideró los diferentes sistemas de vida,
creencias y jerarquías de los diversos grupos indígenas, llevándolos a la desintegra-
ción. Y muy pronto a la extinción. La ignorancia y el desprecio por formas de vida
distintas, el etnocentrismo exacerbado en nombre de una civilización blanca que
centraba sólo su atención en los beneficios del trabajo, la moral y el progreso contri-
buirían a un veloz exterminio de los indios sin culpas ni remordimientos.
Aunque en ocasiones estas representaciones sumen a los individuos en situacio-
nes ambivalentes y confusas. Un periodista se interroga por la identidad de esos
sujetos que han quedado al margen de la sociedad sin poder entrar a la historia:
«Qué son estos indios?
No son extranjeros, porque nacieron en suelo argentino. No son ciudadanos, porque
no ejercen derechos de tales, ni observan las leyes a que los demás ciudadanos se obligan.
No son paisanos o particulares, porque viven a costa del Estado que los mantienen
como máquina de guerra.
No son militares aunque ostenten galones. Y esta clase de colonia tiende a au-
mentarse. Hay que alejarlos de las fronteras y de la vista del desierto (La Prensa, 2
junio 1874, Nº 1340).
Años claves
Las noticias que llegan de la frontera no son solamente informativas y testimonia-
les sino como señala David Viñas (1982:51)
«han perdido el pudor en sus propósitos anarquistas. Guerra salvaje declarada a la sobe-
ranía de los Estados, con la ferocidad inherente a la raza ranquelina que ha sido y es el azote
terrible de nuestras fronteras [...] entre tanto las fuerzas de la Nación que el pueblo argen-
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María Cecilia Stroppa
tino paga con sus dineros, se ocupan de ejercer todo género de violencias, de iniquidades y
atentados, con el criminal designio de usurpar el voto de las mayorías arrancándoles las
actas para inutilizar la legalidad del triunfo; los indios llegan hasta las puertas de nuestras
ciudades, amenazan las poblaciones, hacen un gran botín, sembrando de cadáveres el
campo de sus depredaciones y dejando en la ruina a más de un comerciante»,
aludiendo a los escándalos ocurridos en Río Cuarto donde afirman que las autori-
dades de las fronteras abandonan sus puestos para hacer «elecciones al paladar del
gobierno».
La situación no es nueva. En una nota de 1870 «Los indios haciendo política. Sus
originalidades» un corresponsal escribe desde el fuerte Coronel Gainza, a propósito
de la presentación en el fortín Benavídez de doña María Antonieta Maldonado, oriun-
da de Totoras y cautiva desde 1868 del cacique Mariano Rosas, aparecida después de
veinte días en el desierto sin alimentarse, comiendo escarcha de las lagunas para
calmar su hambre, envuelta sólo con un pedazo de bayeta. Además de sus problemas
personales por haber dejado a sus hijos en las tolderías del cacique Colupta, narra que
los indios reciben los diarios con regularidad:
«Que ellos saben todo. Que Mansilla se apretó el gorro para Buenos Aires por temor de
Felipe Saá que está en Córdoba, que los indios se plegarán a Saá para acabar con las
tropas nacionales y luego irán hasta Buenos Aires para degollar al General Bartolomé
Mitre por unitario [...] y que ellos temen mucho una invasión de la tropa del ejército»
Y además agrega
«Que los indios precisan aliarse a los de Chile para atacar este fuerte, que solos no se
animan, porque les tienen tomadas todas las mejores aguadas y los caminos reales por
donde hacían excursiones» (La Capital, 28 julio 1870).
Esta ofensiva al gobierno a través del indio se hace patente en la literatura periodística,
ya sea indirectamente a través de comentarios sobre las costumbres, donde se vislumbra
un salvajismo por necesidad -»no tienen que comer, por eso atacan»- o bien en forma de
editoriales, en que aparece la crítica directa. Pero en 1879 comienzan a llenar las páginas
de los diarios los triunfos de Alsina y Roca que dan respuesta a la propuesta de exterminio,
«Cada vez que recibimos noticias de un triunfo obtenido sobre los salvajes que por
espacio de tres siglos han ensangrentado y saqueado nuestras poblaciones fronterizas,
no podemos menos que exclamar ¡Los indios se van! Sí, se van, unos a guarecerse en las
faldas de las escarpadas rocas de los Andes y otros a los ingenios de azúcar, o a
engrosar las filas del Ejército Nacional [...] El temible Epumer ha caido por fin con 300
de los suyos en poder de la expedición que manda el coronel Racedo».
214
La noticia periodística como documento histórico y/o antropológico
enfrentamientos con los indios. Desde San Luis, Villa Mercedes, llega el testimonio
de alguien que ha participado y sido testigo ocular de lo ocurrido: la invasión de los
indígenas a un paraje denominado «Sayapé», rechazada por las fuerzas del Coronel
Nelson el día 30 de mayo de 1879 a quien se suman algunos ciudadanos y los solda-
dos del 8º de Caballería:
«Los indios ya nos llevaban más de una hora de delantera, llevando un arreo considerable
de caballada y varios cautivos. Ibamos marchando sobre la rastrillada que habían dejado en
su marcha incesante. En su perspicacia habían elegido para su marcha los peores terrenos,
los que llamamos guadales, pensando así cansar nuestros caballos y burlar nuestra perse-
cución. Efectivamente lo hubieran conseguido si solo se hubieran llevado los caballos pa-
trios, puestos estos iban quedando cansados por el camino, siendo los caballos de los
particulares los que salvaron la situación. Al caer la tarde comenzamos a encontrar vesti-
gios recientes del paso de los indios, como ser fogones con fuego encendido donde ellos
habian acampado. A las doce y media los bomberos regresaron y avisaron al comandante
que los indios estaban levantando campamento a cinco cuadras aproximadamente de donde
nosotros estábamos [...] A la voz de la «A la carga!» el escuadrón cargó a media rienda
yendo nosotros detrás de la primera mitad. La sorpresa de los indios fue completa lo mismo
que su dispersión, solo la noche pudo salvarlos, pues en el entrevero era imposible saber
cuales eran los indios y cuales cristianos. Resultado de esta expedición: once indios muertos,
un prisionero y tres cautivos rescatados. Más de quinientos animales yeguarizos que lleva-
ban robados y una lanza de cacique, trofeo de mi amigo».
«los vagos sin familia, (que) andan entre bosques impenetrables, esparcidos o reunidos en
zonas inmensas de pampas que imposibilita su captura y les facilita seguro albergue».
«el indio es el tipo más haragán y traicionero bajo el sol. De ladrón no diremos nada. No
busca trabajo y al verse libre se ha largado al desierto para renovar sus antiguas
depredaciones».
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María Cecilia Stroppa
Ejemplos
La muerte de los Zorros
Los textos elegidos para el tema no son transcriptos en esta instancia porque
aparecieron en forma completa en la publicación de las Vª y VIª Jornadas de Investi-
gadores en Arqueología y Etnohistoria del Centro-Oeste del País4. Ellos tienen un
eje en común y tratan de la muerte de los miembros de la dinastía de los Zorros,
noticias que llegaron puntualmente a las páginas de La Capital de Rosario y La
Prensa de Buenos Aires en su momento. La elección del tema se debe tal vez a lo
inusual del mismo, el relato de las honras fúnebres realizadas a la muerte de estos
individuos que ocuparon un lugar sobresaliente en la sociedad indígena de la época.
Los testimonios que proporciona una sepultura nos hablan del sistema de creen-
cias de un pueblo y de los elementos del mito que todos los hombres buscan para su
trascendencia «al mismo tiempo que dota al contexto funerario de una autonomía
significante [...]» (Vincent Garcia, 1995:15). Los ranqueles enterraban a sus muertos
de forma particular y sus creencias muestran la representación de una continuación de
la vida del hombre más allá de la muerte, en condiciones del todo semejantes a la de
la vida terrena, de allí los aperos, los caballos, la montura, la bebida y los alimentos.
Lectores invisibles supieron por los periódicos de sus hazañas y proezas, de sus
ataques y saqueos, de su muerte, entierro y profanación, historias que la inquietud y
curiosidad de los periodistas acercaron a las páginas de los grandes comunicadores de
la época donde también aparecían en frías letras de molde los rasgos civilizadores que
consolidaron la expansión territorial. La sangre de los ranqueles se perdió en la tierra
ferozmente defendida, un espacio ‘vacío´, aún no inscripto en la representación de los
blancos y en su lógica de ‘conquistadores´, nunca reconocido como propio de aque-
llos denominados salvajes, de una barbarie casi animal según la ideología de polari-
zación de la realidad, típica en el mundo occidental del siglo XIX.
Es el momento propicio para que el historiador interprete estos textos que con
seguridad no figuran en los anales oficiales pero expresan lo que Hayden White
(1992:35) llama «el discurso de lo real». Dejar de lado la vieja discusión entre un
«discurso histórico que narra» y un «discurso histórico que narrativiza», entre un
216
La noticia periodística como documento histórico y/o antropológico
discurso que «adopta abiertamente una perspectiva que mira al mundo y lo relata y un
discurso que finge hacer hablar al propio mundo y hablar como relato (1992:18). Lo
importante no es estudiar el discurso sobre el indígena sino las razones que llevaron a
la clase dirigente a elaborarlo, relevar la información que contengan sobre los modos
de vida, comportamientos y prácticas sociales y también los motivos que llevaron a
sus autores textuales a expresarlo de ese modo, lo que no significa que se descalifique
o dude de la información etnográfica contenido en los textos. El escrito histórico
debe avanzar en el descubrimiento de todas las estructuras argumentales posibles que
podrían ser invocadas para encauzar conjuntos de hechos con significados diferentes.
Algo semejante a lo que hace el narrador cuando manda su artículo al periódico,
identificando y describiendo los objetos que encuentra a su paso, haciendo de ellos
posibles objetos de representación narrativa por el lenguaje mismo que usa para des-
cribirlos. De la misma forma, el historiador debe lograr encauzar conjuntos de hechos
pasados con sus significados. Coincidimos con Hayden White (1985) en que
«La distinción más antigua entre ficción e historia, en la cual la ficción es concebida
como la representación de lo imaginable y la historia como la representación de lo real,
debe dar lugar al reconocimiento de que sólo podemos conocer la realidad por contras-
te o por semejanza con lo imaginable».
La vida y muerte de los Zorros que encontramos en los periódicos de la época son
verdaderos documentos para antropólogos e historiadores con el objeto de dar senti-
do, a través de ellos, de prácticas culturales y acontecimientos que aparecen como
presupuestos básicos en la construcción de la realidad compartida por la cultura,
valoraciones de un tiempo y un mundo ya pasado que en nuestro contexto se
reinterpretan y recodifican. Los cientistas sociales deben intentar explicar los textos
del pasado, cualquiera sea su naturaleza (literaria, periodística, epistolar) buscando
establecer con ellos un diálogo y una interpretación que enriquezca nuestro presente.
Tres muertes íntimamente relacionadas en una familia, producto de relaciones
interculturales conflictivas en una zona de tensiones donde el enfrentamiento cons-
tante fue la causal de las mismas. Las tres viven en la memoria colectiva. Por eso se
dice «que la memoria individual apoya y se apoya en la comunidad en su conjunto»
(Halbawchs, 1952:249). El acto de recordar se relaciona siempre con el imaginario,
con el conjunto de imágenes compartidas, constitutivas de las relaciones sociales del
grupo en el gran marco épico que hoy poseemos del siglo XIX en la Argentina.
Resulta ineludible a mi juicio, pese a la reiteración, mencionar el fin de la dinastía
de los Zorros con la entrega de Epumer Rosas.
«Escolta a Epumer el teniente coronel Ramón que se presentó hace dos años al gobierno
con 300 indios diciendo que quería servir a los cristianos, pues estaba cansado de la
vida salvaje. Hoy viene orgulloso al traer prisionero a su antiguo soberano. Ramón es
un indio de presencia esbelta, el más alto tal vez de los salvajes y aún de nuestros
hombres civilizados.[...] Epumer Rosas fue recibido en la estación por Mariano Rosas,
su sobrino que se educa en el Colegio Nacional y tuvieron una larga plática familiar».
217
María Cecilia Stroppa
«la redención es grande -es verdad- pero también es tristísimo que, en el siglo presente
la mano de la caridad compre la libertad, la vida de nuestros semejantes al bárbaro del
desierto. He aquí el tributo de nuestras miserias!».
La acción de los ciudadanos y la eficaz actividad de las damas comienza a hacerse sentir.
«Para un objeto tan noble como piadoso, no necesitamos invocar la caridad -todos los
corazones generosos deben espontáneamente contribuir con lo que puedan para salvar
esos inocentes de los horrores de la barbarie (La Capital, 1 y 2 de junio de 1868, Nº 150).
Una y otra vez se apela al altruismo del pueblo de Rosario, esposos desconsolados
que lloran la desaparición de sus compañeras de fatigas, padres dolientes cuyos hijos
fueron arrebatados por los indios de sus hogares, todos esperan que la Sociedad de
Beneficencia tome a su cargo tan laudable propósito y los ayude en la salvación de
esas víctimas, se apela a la caridad para recaudar el dinero necesario para el rescate y
se menciona la codicia despertada en los indios que ya en setiembre de 1868 piden
10.000 pesos por cada uno de ellos..
Nos proponemos realizar una serie de apreciaciones sobre las mujeres blancas
cautivas a partir de los testimonios que aparecieron en las páginas de La Capital y La
Prensa en la segunda mitad del siglo XIX. La vida de estas mujeres sólo se puede
comprender en el marco de la conquista, y su situación de cautividad las liga a la vieja
práctica de cautivar, llevada a cabo antes por la sociedad «cristiana» que por la
indígena. Los relatos de cautivas funcionan como justificación y naturalización de
todo el complejo sistema ideológico de la conquista. Desde principios del siglo XVIII
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La noticia periodística como documento histórico y/o antropológico
las cautivas cristianas constituyeron un preciado botín de guerra para los grupos
indios. Mientras algunas de ellas eran incorporadas a la sociedad india donde cum-
plían con los roles de género que les adjudicaba esa cultura, otras buscaban escapar o
eran rescatadas tras el pago de importantes rescates.
Los cautivos pasan a ser -según algunos autores- «aquello de lo que no se habla»
pese a lo que se publica en la prensa «no hay para esos infelices ni compasión». Los
indios se llevaban las mujeres para servirse de ellas o venderlas, poseerlas mezclaba el
poder y el deseo. Las voces de las cautivas, porque fundamentalmente eran mujeres
las que sufrían el rapto primero y el cautiverio después, se deslizan en los textos sólo
en el discurso de algún narrador y por supuesto, sólo a través de su marco de referencia
e interpretación del mundo. Como dice Susana Rotker (1996:106)
«el problema de las cautivas se resuelve, no porque se las recupere y salve, sino porque
se ha eliminado tanto la frontera como el registro de la existencia de estas mujeres. La
cautiva ya no está en ninguna parte. La cautiva es nadie».
«Debo decirle que he consolado a muchas cautivas contándoles que en Rosario se había
formado una sociedad con el objeto de rescatarlas, rayo mantendremos esa esperanza
y quiera Dios que se acorte un tanto nuestro cautiverio, repetían sin cesar».
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María Cecilia Stroppa
los familiares que no luchan para recuperarlas y la esperanza de volver a sus hogares
alimenta los deseos de fuga de algunas, deseos severamente castigados por los indios
que las consideran ya de su propiedad. Los cautivos eran propiedad individual, gene-
ralmente de caciques o indios lanzas, que pertenecían a las jerarquías indígenas, lo
cual señala que la apropiación dependía del rol y status y al mismo tiempo actuaba
como refuerzo del poder. Muchas de las mujeres cautivas se transformaron en esposas
preferidas de sus captores teniendo rápidamente numerosa descendencia, otras fueron
entregadas a otros hombres a cambio de una dote equivalente a la que se obtenía de
una mujer de la propia familia dada en matrimonio; todas ellas se sumaban a la fuerza
de trabajo femenino.
El rapto, el cautiverio, el rescate son instancias que comportan innumerables re-
gistros de los cuales sólo una pequeña parte puede ser objetivada. Las personas son
violentamente aprehendidas de su realidad, pierden el campo simbólico de su perte-
nencia social, las redes de significación en la cual se basan las continuidades y las
familiaridades así también como lo extraño y diferente en su vida cotidiana. Su divi-
sión entre lo propio (nosotros) y lo ajeno (ellos) cobra nuevo sentido según de que
lado de la frontera se encuentren. Al reconocer la diferencia tienen consciencia de la
alteridad, de la propia y la ajena, el conocimiento del Otro les permite ver lo que no
son, tomar consciencia de lo que les falta y rechazar las diferencias. La imagen propia
(identidad) se crea, destruye y reconstruye en la interacción social en los diversos
contextos aún en los más adversos. La identidad se va definiendo a partir de su Otredad:
lo marginal, lo diferente, aquello que no soy. La desigualdad con el Otro, que supone
la superioridad de si mismo, se borra en la ignonimia del cautiverio que sufren las
mujeres, olvidadas de Dios y de su patria, su lengua y su familia. Son blancas, pero eso
es una desventaja en el nuevo ambiente; no son indias, eso es vergonzoso en el
momento del rescate. Las palabras del franciscano son una expresión de deseo:
«[...] quiero si es posible que todos los Argentinos sepan lo que padecen sus hermanos Tierra
Adentro y que así conozcan más y más la utilidad de la Sociedad protectora de cautivos».
Las Damas de Rosario se esfuerzan noblemente por solucionar una situación que
tal vez ni logren entender, en la comodidad de sus hogares, en la placidez de sus vidas.
Pero ¿cuál es la situación de las mujeres y niñas liberadas, víctimas de la sensualidad
y la «crueldad atroz del salvaje»? ¿Qué bienvenida les espera al volver a la sociedad
blanca, con o sin sus hijos a criar? ¿Dónde quedó su decencia? Tal vez en aquellos
toldos que se niegan a abandonar para evitar el escarnio y la condena. Han cruzado
límites que las han fragmentado en su identidad, no son lo que eran ni volverán a
serlo. La transgresión no se borra y la cautiva que logra retornar a los suyos no inspi-
rará confianza nunca más, sufrirán el rechazo y la dura readaptación a una sociedad ya
remota en sus mentes. Además, los hijos tenidos en cautiverio son el lazo que las une
al infierno que vivido y les impide a muchas el regreso. Preguntas y respuestas que
suscita la carta de Fray Álvarez donde se deslizan las imágenes estigmatizantes de las
que hablamos al comienzo.
Por otra parte, el temor vence a la persona que cruza, una vez traspuesta la frontera
ya no pertenecerá ni a un mundo ni a otro. En palabras de Laura Malosetti (1994:22)
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La noticia periodística como documento histórico y/o antropológico
«la cautiva ya no es un heroína casta que ha logrado mantener su pureza a pesar de todo
[…] Es ahora un personaje de frontera, una mujer sin identidad (sin nombre) condena-
da por su transgresión, no importa que ésta haya sido involuntaria y forzada».
Para las que decidían emprender el camino de la vuelta, lo primero que remarcan los
documentos es el estado de desnudez en el que llegaban a la frontera. En este contexto
vestirlas, taparlas, aparece como sinónimo de reafirmación de los valores de la civiliza-
ción. Una cautiva nunca dejará de serlo aunque sea rescatada y vuelva a vivir con su
familia. Nunca perdían esta condición. La marca de la cautividad permanece con ellas por
el resto de sus vidas. Hay un estigma que no pueden borrar ni tapar con ropas y es el de la
relación sexual con otros hombres, los indios a los cuales han pertenecido en las tolderías.
Esto era considerado una desviación y causa de múltiples males, amenazaba la integridad
de las tradiciones y su cuerpo aparece como una metáfora del espacio social, expresión de
tensiones profundas. Por el resto de sus días, estas mujeres no pierden nunca su condición
de cautivas frente a una sociedad que las rescata pero las juzga. El regreso no es menos
patético que el cautiverio en los toldos. La vuelta significaba en algunos casos la recons-
trucción de su núcleo familiar pero en otros la no inserción en la sociedad blanca les
implicaba quedarse en el fortín, un espacio siempre marginal. La frontera es el lugar
elegido para permanecer esperando, año tras año, la vuelta de los hijos cautivos en el
‘desierto´ y es casi seguro que la mayor parte de las rescatadas pasó a engrosar el sector de
los marginales y desposeídos de aquella sociedad.
Anexo
La Capital, 28 de diciembre de 1872- Nº 1520
Rescate de cautivas
A la Señora Presidenta de la Sociedad Protectora de los Cautivos
Sra Angela N. de Cullen
Buenos Aires, diciembre 16 de 1872
De paso a mi vuelta de Tierra Adentro estuve algunos días en Río Cuarto y por los
padres supe que la sociedad que Ud. preside, trataba de comisionar al padre Fray
Marcos Donati para rescatar algunos cautivos.
Está de más que venga a encomiarle una obra que en si misma lleva bastante
recomendación y que ya ha sido aplaudida por la prensa de Rosario, Buenos Aires,
Córdoba, etc. El Excmo Sr. Obispo de Aulon dirigió meses pasados una circular a
todos los curas de esta arquidiócesis recomendándoles esta gran obra y encargándoles
al mismo tiempo solicitasen limosnas para este objeto.
También está de más que refiera a Ud. los sufrimientos de esas infelices (porque de
ordinario son mujeres) pues más o menos ya se saben; sin embargo me tomo esta
libertad, ya porque me lo rogaron con lágrimas, ya porque quiero si es posible que
todos los Argentinos sepan lo que padecen sus hermanos Tierra Adentro y que así
conozcan más y más la utilidad de la sociedad protectora de cautivos.
No dudo que al oir sus padecimientos y sus lágrimas el que no haya concurrido con
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María Cecilia Stroppa
su contingente lo hará, no creo que haya corazones de un temple tal que ni el padecer lo
conmueva; ni las lágrimas los ablande y por fin no creo que alguno se excuse.
Es indescriptible el estado en que se hallan: padecen y su padecer es sin fruto. Con
el objeto de las burlas de los indios y los cautivos: tal vez por contemporizar con sus
fieros dueños pierden el mérito de todas sus buenas obras, no son mártires por cierto,
la virtud es delicada.
He hablado con algunas cautivas que fueron llevadas chicas, ya no recuerdan
quienes fueron sus padres y mucho menos saben decir a que familia han pertenecido:
sólo mantienen una idea confusa de que son cautivas.
Están acostumbradas a la vida salvaje; no hacen mención de salir aunque puedan,
con nosotros vino una a la Villa de las Mercedes a negociar y se volvió luego, es
preciso notar que ésta no tenía familia en Tierra Adentro, vivía sola, abandonada de
todos y sufriendo mil y mil necesidades, sin embargo prefería permanecer en tal aban-
dono; antes de venirse con los cristianos.
¡Qué se puede esperar de éstas! Evidentemente nada. No son indias, pues se sabe
que son bautizadas, ellas también lo saben y que el bautismo impone obligaciones
que no ignoran, pero tampoco son cristianas por sus costumbres y lo que es peor
todavía que pudiendo salir y unirse de nuevo a la Iglesia no lo hacen.
Este camino seguirán muchas otras, las unas por la razón dicha, las otras porque se
casaron (permítaseme la palabra), tuvieron familia y el amor de sus hijos no les permi-
te separarse de ellos aunque pueden: digo más aunque los indios las despidan de sus
toldos y las otras por otras razones. Ya se deja ver que todas éstas religión y patria han
perdido por eso es preciso que las primeras que se rescaten sean las chicas.
La desgraciada que fue cautivada chica generalmente se pone peor que las chinas, es
grosera en sus hábitos, más ignorante y si se quiere más salvaje aún, si ve un cristiano se
oculta o se dispara como si viera un fenómeno o un fantasma, tal vez es más inhumana que
las mismas indias con otras pobres cautivas si llega a gozar de la amistad o favor de algún
indio; porque sabiendo el odio que estos tienen hacia los cristianos, el modo como los
tratan y que son sus enemigos, hacen lo posible no sólo para desmentir en él estas preocu-
paciones sino también dan una prueba martirizándolas que les pertenecen del todo.
En fin con decir que entre la hez de los indios se distingue fácilmente a una cautiva
se dice mucho pero no se dice todo.
La razón de esto es muy sencilla, es abatida de propósito, se cría en el mayor rigor, es
apaleada, azotada frecuentemente y humillada de mil modos. Un estado tan violento para
todos y sobre todo para una criatura y para una criatura muchas veces tímida, pusilánime,
poquita, no puede tener otro resultado que la descomposición y alteración de las faculta-
des intelectuales. Vuelvo a decir, que también en éstas la religión y la patria se pierden
pues si alguna llega salir, lo que es muy difícil, salen estropeadas inútiles, para si mismas
y solo buenas para ver el estado miserable en que las dejan los bárbaros.
Hablaré ahora de las que tanto, la una como la otra gana y rescatarlas sería servir a
ambas a un mismo tiempo. Hemos visto, señoras, que han sido arrancadas del medio de sus
familias, dejando al marido y los hijos entre los cristianos. No sabíamos qué conversarles,
si le hablábamos de su actual estado era renovar su dolor, en el semblante estaba manifes-
222
La noticia periodística como documento histórico y/o antropológico
tando el dolor que les oprimía el alma, preguntarles de sus familias era ahondar más la
llaga, probablemente el recuerdo de sus hijos había hecho canales en su mejillas, así pues
no se hallan palabras con que saludarlas; con lágrimas nos reciben, entre sollozos pronun-
cian una que otra palabra cortada y teníamos el sentimiento de dejarlas llorando. No se
crea que esto es una alegoría, hace tres años que presencié esta escena en el toldo del indio
Ramón y ahora supe que todavía vive esa pobre, nos contó que tenía el marido y cuatro
hijos chicos entre los cristianos. Esto es frecuentísimo en Tierra Adentro.
Creo que ha de ser terrible para una madre verse lejos de sus hijos, miserable esclava de
un bárbaro y sin esperanza de mejor suerte. Yo no sabría descifrar si la pérdida de la
libertad, de los hijos, del marido son el verdugo que más la aflije, pero lo cierto es que
todos esos recuerdos le amargan día y noche. Algunos maridos no tocan los medios
necesarios para rescatarlas; ellas sin embargo lo saben aunque están lejos, que mejor sería
que no lo supieran, porque evitarían un tormento más sabiendo que aquel que fue el dueño
de su corazón y en quien depositaron su confianza es ahora que tanto lo precisan capaz de
hacer el más pequeño sacrificio por el rescate de la madre de sus hijos. Sin embargo, aún
eso puede ser un consuelo, reflexionando que sus hijos están entre los cristianos y pueden
ser educados como tales, vivir con menos exposición de la vida y sin la fatal necesidad de
estar a voluntad agena (sic). Quién no compadecerá a estas desgraciadas madres?...
Hay más, hemos visto madres que han sido cautivadas con hijos chicos; la historia
de estas pobres es tan triste que no es posible oirla sin conmoverse profundamente, no
sólo sufren sus infortunios, sino también los de sus desgraciados hijos? Por lo ordinario
las señoras rara vez cabalgan, de suerte que obligadas a galopar 25, 30 o más leguas con
una criatura en los brazos o en anca de un indio, cuando no es en pelo o en alguna
montura de ellos que casi es lo mismo¸ se hace pedazos y la criatura se muere o se
enferma del sacudimiento, del sol o de las incomodidades de un viaje tan precipitado.
Y gracias que ésta muera de los sufrimientos del camino y no tenga la desgracia de
ver que el indio impaciente de oirla llorar la mate a lanzazos o caminando la arroje al
suelo donde morirá devorada por las fieras del campo o entre las garras de las aves
carnívoras o bien lentamente por los rigores del hambre.
No puedo pintar el sentimiento de una madre que ve a su hijo exhalar el último
suspiro en medio de horribles extorciones y débiles vajidos producidos por los repe-
tidos golpes de lanza y que sin piedad y sin compasión alguna le acesta una mano
bárbara. Pobres hijos! Desgraciadas madres! ...
Hay todavía más, otras fueron cautivadas con hijas jóvenes. Los indios luego que
llegan a sus toldos las entregan al cuidado de las chinas para que las vigilen y se
sirvan de ellas. Ahí entra el padecer de madres e hijas, no saben el idioma y por lo
tanto no entienden lo que se les manda, las chinas creen que es por soberbia, por no
sujetarse a ellas, las reprenden, pero como!
De ordinario dándole palos, puntapiés, bofetadas y llega a tal el castigo que si
tuvieran otra cosa a mano le dan aunque sea el azador candente. Qué dolor para una
pobre madre ver el bárbaro tratamiento que les dan a sus hijas! Qué sentimiento para
una madre ver que el indio las vende, las juega como si fueran bestias de carga o a vista
y paciencia hace de ellas un tráfico ilícito.
Viven en un continuo martirio y en la fatal expectativa, si hoy o mañana su terrible
dueño en un acto de cólera les dará la muerte.
No permiten que las cautivas se junten, de suerte que puedan consolarse siquiera.
223
María Cecilia Stroppa
Digo poco, carecen hasta de la libertad de desahogarse a sus solas porque temen ser
oídas y que esto les sea de mayor tormento.
Ahora pues, quien explicará el sentimiento de hijas viendo el triste estado de sus madres?
Allí la ven trabajar el doble de lo trabajaba mientras vivía entre los cristianos sin poder
aliviarla; observan que también, no obstante ese empeño no dan gusto a sus fieros dueños.
Para que sepa cuanto sufren estas pobres madres diré en compendio los trabajos
que hacen, sus faenas, sus ocupaciones.
Son muy pocas aquellas a quienes toca la suerte de ocuparse en costuras, en teji-
dos, etc, pues éstas llevarán una vida menos azarosa, son también muy pocas aquellas
a quienes toca servir a una china de buen natural.
La cautiva desde su arribo al toldo es la esclava perpetua; ella ha de ser la última que
se recoja y la primera que se levante, ella ha de ir por la mañana muy temprano a ordeñar
vacas, en seguida ella ha de barrer el toldo, encender el fuego, traer agua y disponer el
almuerzo, en fin ella de hacerlo todo antes de salir al campo. Después de arreglarlo todo
sale al campo a pastorear las vacas, las ovejas, las cabras, o a cavar algún jagüel, o las
zanjas de algún cerco, etc. O a cortar los postes que ella misma ha de hacer el corral
encenada, etc, a su vuelta ha de traer un atado de leña. He aquí sus quehaceres ordinarios
y desgraciada si no lo cumple.
Ahora bien si en tan rudas y penosas ocupaciones hubiera alguna falta, ahí vienen
las represenciones y los castigos. Y como no haberlas si éstas mismas son capaces de
arredrar hasta a nuestros más esforzados campesinos, como no a una pobre mujer?
Ya se sabe que entre nosotros ni a las perezosas ni a las personas más criminales se
obliga a ocuparse de faenas tan ordinarias y sobre todo ajenas a la mujer.
Muchas de ellas jamás tomaron la pala ni el azadón, ni cosa parecida, que costum-
bre pudieron haber adquirido! Ninguna por cierto.
De suerte que los primeros días que toman tales instrumentos son los últimos de
sus vidas. Cómo no cometer faltas!
Pero el indio poco se detiene en examinar si aquella pobre tuvo culpa en dicha
falta. A la noticia que le trae la china, esto es que ha perdido algún cordero se levanta
furioso y la golpea torpemente, dándole bolazos por la cabeza y de lanzazos o final-
mente del modo más bárbaro que puede darse. He tenido oportunidad de ver algunas
cicatrices de lanzazos dados en tales circunstancias. Callo muchísimas cosas más que
el pudor me impide revelarlas.
Si se teme que alguna cautiva se fugue le descarnan las plantas de los pies o se
toman otras prevenciones de esa clase.
.........................................................................................................................
Debo decirle que he consolado a muchas cautivas contándoles que en Rosario se
había formado una sociedad con el objeto de rescatarlas, rayo mantendremos esa
esperanza y quiera Dios que se acorte un tanto nuestro cautiverio, repetían sin cesar.
224
La noticia periodística como documento histórico y/o antropológico
Notas
* Conferencia presentada durante las VII Jornadas de investigadores en Arqueología y
Etnohistoria del centro-oeste del país (Nota de los Compiladores).
1
Ver Héctor Borrat (1989).
2
Sobre este tema sugerimos consultar Hayden White (1992).
3
En 1856 se fundó la colonia Esperanza y tres años después fueron formados los
asentamientos agrícolas de San Carlos y San Jerónimo. Hasta mediados de la década del
setenta las tres colonias atravesaron momentos difíciles y, desde luego, no se fundaron
nuevos asentamientos. Sobre el proceso de colonización seis períodos se destacan nítida-
mente: 1) un desarrollo lento y escasamente exitoso entre 1856 y 1864; 2) una apreciable
recuperación entre 1864 y 1870, especialmente notable en los dos últimos años; 3) una
leve caída, tanto en el número de colonos como en la extensión ocupada, entre 1870 y
1877; 4) una brusca caída entre 1877 y 1880; 5) un espectacular boom entre 1880 y 1892;
y finalmente, 6) una nueva caída entre 1892 y 1894.
4
«Muerte del cacique Painé» (La Capital, 18 de abril de 1868), «Vida y muerte de Mariano
Rosas» (La América del Sur, 26 de agosto de 1877 y La Prensa, 9 de febrero de 1879), «Epumer
Rosas y el fin de una dinastía» (La Prensa, 28 de enero 1879, Nº 2586) en Stroppa (2007b).
5
Sobre el tema se recomienda ver los trabajos de Susana Rotker (1999), Fernando Operé
(2001), Marcela Tamagnini (1995), Stroppa (2004, 2007a) entre otros.
6
En Junio de 1854 se crea en Rosario la Comisión de Damas de Beneficiencia, designán-
dose presidenta a Doña Laureana Correo de Benegas. Estuvieron sucesivamente a cargo
de la institución las señoras: Angela Rodríguez de Rosas, Marcela S. de Rusiñol, Eusebia
S. de Rosas, Benita Vidal de Caminos, Laureana C. de Benegas, Angela N. de Cullen,
Deidamia O. de Díaz Vélez, etc. Lo más destacado de su actuación en estos años es la
Sociedad Protectora de los Cautivos que dependía de la Comisión.
7
Marcela Tamagnini (1995) publica un valioso material documental del Archivo privado
del Convento de San Francisco de Río Cuarto constituido por cartas, memorias, comuni-
caciones, informes, etc. La carta que presentamos no figura en el mismo.
Bibliografía
BORRAT, H. 1989 El periódico actor político. Gustavo Gilli, Barcelona.
HALBAWCHS, M. 1952 Les cadres sociaux de la Memoire. PUF. París.
MALOSETTI COSTA, L. 1994 Rapto de cautivas blancas. Un aspecto erótico de la barbarie en
la plástica rioplatense del siglo XIX. Facultad de Filosofía y Letras, UBA, Buenos Aires.
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Londres, Routledge, New York.
ROTKER, S. 1999 Cautivas. Olvidos y memorias en la Argentina.Ariel, Buenos Aires.
STROPPA, M.C. 2004 Cautivas y cautivadas. Identidades en conflicto de las mujeres blan-
cas en la frontera sur de Santa Fe a mediados del siglo XIX. Revista de la Escuela de
Antropología, Vol. IX, UNR. Rosario: 91-104.
225
María Cecilia Stroppa
226
Dinámica de frontera al sud-oriente de la Quebrada de
Humahuaca
Mercedes Garay de Fumagalli
Centro Regional Estudios Arqueológicos - Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales.
Universidad Nacional de Jujuy
Contacto: fuma@imagine.com.ar
1. Presentación
Con una visión andino-centrista los estudios arqueológicos e históricos se han
centrado en los desarrollos socio-culturales propios de las Tierras Altas. Las Tierras
Bajas y la franja pedemontana en Argentina, han sido consideradas en su relación
marginal respecto a las anteriores. A sus ocupantes se los ha visto siempre constreñi-
dos a progresar, reaccionar, huir, asimilarse o extinguirse, en respuesta a las acciones
de las sociedades andinas más avanzadas. Este enfoque comienza a cambiar en las
últimas décadas, en las cuales los estudios etnohistóricos de investigadores franceses
como Renard- Casevitz (1981) y Thierry Saignes (1983) en los Andes Orientales de
Perú y Bolivia, ponen el acento en los procesos seculares, originales y variados que se
desarrollan en estas regiones y no solo en su carácter marginal.
Posteriormente también desde la Arqueología se llevan a cabo investigaciones en
las vertientes orientales de los Andes, que abordan los estudios en la región, poniendo
énfasis en las particularidades, importancia y riqueza de los procesos socio-culturales
que se desarrollan en las zonas de frontera.
Schjellerup (1998) indaga sobre la expansión incaica hacia el Este y, tras estudiar
guarniciones de frontera en los Andes Centrales (Perú), otorga a las mismas funciones
defensivas e informativas, destacando que también cumplieron funciones respecto al
ordenamiento del trueque con las poblaciones que provenían del este. Sobre esta
base, la autora caracteriza la especial forma de vida que la frontera otorga a sus habi-
tantes. Para Schjellerup las situaciones de contacto permanentes generan procesos
simbióticos que devienen en conductas particulares, que van a convertirse en ingre-
dientes de una conciencia regional, una identidad que los distingue de sus grupos de
origen y los asemeja, y al mismo tiempo, los distingue entre sí, generando un compor-
tamiento idiosincrático. Esto favorece procesos de etnogénesis y un sentido de
regionalidad, que se traduce a nivel arqueológico en patrones estilísticos propios.
227
Mercedes Garay de Fumagalli
Por su parte, Alconini (2004), quien viene realizando investigaciones en la franja fronte-
riza de las poblaciones andinas con las de las Tierras Bajas orientales, destaca en un trabajo
relacionado con el avance Chiriguano hacia el Oeste, las activas interacciones sociales,
culturales y económicas que se desarrollaron entre las sociedades de la vertiente chaqueña y
el Tawantinsuyu. En este trabajo, la autora resalta el particular interjuego que se produce en
las fronteras entre las poblaciones, el medio ambiente y las instituciones y que, por lo tanto,
las conductas idiosincráticas propias de las fronteras serán producto de cada situación parti-
cular de contacto, considerando que su comprensión dependerá del estudio de la matriz
ecológica, social, política y cultural específica de cada proceso histórico.
En nuestro país, crecientemente la franja de valles orientales, denominada localmente:
Selvas Occidentales (Dougherty, 1974); Bosques occidentales o Sierras Subandinas
(González, 1977); Area Pedemontana (Nuñez Regueiro y Tartussi, 1987) y Yungas (Ven-
tura, 1994), ha sido motivo de investigaciones arqueológicas por parte de autores que,
desde distintos marcos teóricos, en parte inspirados por los autores franceses, van aportan-
do conocimientos sobre estas regiones, casi desconocidas hasta hace dos décadas.
De las investigaciones realizadas hasta el momento, se desprende que los Andes
Orientales presentan ocupaciones humanas seculares en Bolivia y Perú. También en
el Noroeste de la Argentina los conjuntos pertenecientes a San Francisco y Candelaria
en las Sierras Subandinas documentan muy bien el período Formativo, demostrando
la larga ocupación de la franja pedemontana local. Sin embargo, a pesar de la eviden-
cia obtenida, se ha otorgado poco peso a estas sociedades en la construcción de los
procesos de desarrollo socio-cultural regional. No se estudió su continuidad y se
consideró a los valles donde se desarrollaron zonas de tránsito o vías de ingreso hacia
las Tierras Altas. Así estas tierras siempre fueron consideradas «áreas marginales»;
«corredores»; «tierras vacías»; «bordes».
Las causas que generaron esta situación son de carácter epistemológico y otras
relacionadas con las características del registro arqueológico propio de los bosques y
selvas occidentales:
«Existe una división fantasmática de incumbencias teóricas que retoma la mirada de los
europeos sobre las sociedades amerindias, por la cual las sociedades de las cordilleras
andinas serían objeto de los discursos arqueológicos e históricos y las de la floresta
amazónica (y en este caso de las Yungas), de los discursos etnográficos y antropológicos».
228
Dinámica de frontera al sud-oriente de la Quebrada de Humahuaca
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Mercedes Garay de Fumagalli
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Dinámica de frontera al sud-oriente de la Quebrada de Humahuaca
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Mercedes Garay de Fumagalli
rias y una ocupación más escasa y dispersa en los Valles Orientales. En cambio, en el sector
meridional esta situación resulta inversa, en los valles pedemontanos hemos prospectado
y relevado 8 sitios Tardíos e Inka; 2 de inicios de Desarrollos Regionales, El Tinajo y Alto
Cutana (Garay de Fumagalli, 1997) y 1 sitio Formativo, Trigo Pampa, emplazado sobre el
arroyo homónimo, en la localidad de Ocloyas (Garay de Fumagalli, 2003b).
En la misma latitud, sobre el eje de la quebrada de Humahuaca, Volcán es el único
sitio de jerarquía que, según nuestras investigaciones, habría sido cabecera política
de los asentamientos contemporáneos de todo el sector meridional (Garay de Fumagalli,
1995). En base al correlato cronológico, al análisis de los conjuntos artefactuales y al
análisis espacial, consideramos que Volcán fue, desde los Desarrollos Regionales, el
núcleo político que pudo haber controlado la producción y extracción de bienes de
los territorios del Oriente de la Quebrada. A la vez, un eje articulador de los procesos
de interacción con sociedades de las tierras altas occidentales.
Los sitios Tardíos e incaicos de los Valles Orientales comprenden:
En el presente trabajo hemos focalizado nuestro análisis en los sitios más orienta-
les de la región estudiada, que son el Cucho de Ocloyas, Alto Tacanas y Mula Barran-
ca por considerar que, en los dos primeros, estaríamos en presencia de enclaves de
frontera, controlados por el Tawantinsuyu, que operaron dentro del sistema imperial,
con distintas modalidades y funciones, evidenciando las variadas estrategias de con-
trol espacial, de recursos y personas, que el estado incaico utilizó en los territorios por
él conquistados y en el tercer caso, en presencia de un asentamiento local del período
Tardío, que posteriormente entró bajo control del imperio. (Figura 1).
232
Dinámica de frontera al sud-oriente de la Quebrada de Humahuaca
Figura 1
y sale a la misma por la quebrada de Huajra. Asimismo, pudo haber custodiado la zona
de producción-extracción de Tiraxi, también con presencia de sitios incaicos (Garay de
Fumagalli, 2003a) y asentamientos locales como Mula Barranca, recientemente detec-
tados. El fechado radiocarbónico obtenido GX-32582-AMS 320±40 AP, muy tardío,
indicaría que su instalación pudo deberse a la activación de los movimientos en la
frontera, quizá debido al conflicto originado por el avance hacia el sud-oeste de los
Chiriguanos que generó el endurecimiento de la frontera y la instalación de una línea
defensiva, representada más al norte por las guarniciones de Puerta de Zenta y Pueblito
Calilegua (Raffino, 1993). No obstante lo anterior, sus conjuntos cerámicos, con fuerte
presencia de alfarería decorada por desplazamiento de pasta, muestran que el Cucho
habría mediatizado, asimismo, procesos de interacción con poblaciones de la llanura
oriental mediante intercambio de bienes, de servicios y/o de personas ¿mujeres?, que se
realizaban en estos puestos fronterizos que cumplían funciones no solo defensivas
(Garay de Fumagalli, 2003a). Una situación similar a la planteada para otras fronteras
orientales incaicas (Renard de Casevitz et. al., 1986; Schjellerup, 1998; Pärssinen y
Shiiäinen, 1998; Alconini, 2004).
233
Mercedes Garay de Fumagalli
entrada principal desde el Chaco, en este caso al valle de Jujuy, a través del río Negro-
Capillas-Cucho, pero que a su vez controla visualmente una zona apta para la produc-
ción agrícola y rica en recursos de Yunga (Garay de Fumagalli et al. 2004). Este sitio
había sido estudiado en la década del 80 por Dougherty (1982). Sus investigaciones
le permitieron localizar, además, 5 sitios sobre el cauce del río Capillas y el río Cucho,
todos cercanos entre sí, unos 300 m por debajo del Antigal de Tacanas. Ninguno de
ellos tiene similitudes formales constructivas con dicho Antigal, pero los contextos
cerámicos estudiados presentan en todos los casos materiales de influencia incaica,
por lo que es posible suponer que en algún momento fueron habitados coetáneamente.
También Dougherty recupera materiales decorado en N/R, ordinarios y fragmentos
decorados por desplazamiento de pasta, como así también tiestos de indudable proce-
dencia San Francisco. Aunque no se posean fechados cronométricos, todo ello presu-
pone un complejo proceso de ocupación y preexistencia poblacional en la zona.
6.2 Diferencias
Cucho de Ocloyas: Es una instalación claramente defensiva y de control territo-
rial. Presenta muro perimetral y base de torreones. Este sitio presenta conexiones con
el sur de la quebrada de Humahuaca y con la zona de Tiraxi, por cuanto las pastas no
locales presentan en todos los casos, componentes de filitas-pizarras, de la formación
Puncoviscana (que no existe en la zona, aparece en Quebrada a 10 km de distancia).
Sin embargo, lo más representativo de su contexto cerámico es la llamativa canti-
234
Dinámica de frontera al sud-oriente de la Quebrada de Humahuaca
dad de fragmentos decorados con Corrugados Complejos. También presenta más di-
versidad de tiestos de manufactura alóctona, entre ellos muy importantes los Chicha
Morado y Naranja, Castaños y Rojos muy pulidos correspondientes a platos o escudi-
llas incaicas y fragmentos muy micáceos de pastas finas de vasijas pequeñas (14%).
Oportunamente hemos interpretado estos conjuntos como posible producto del tras-
lado de mitimaes a este enclave en el contexto de una estrategia estatal de afirmación
de la frontera oriental (Cremonte, Garay de Fumagalli y Sica, 2003).
Antigal de Tacanas: No presenta muro perimetral, pero pudo haber desaparecido
por la erosión. Los contextos cerámicos son más monótonos que los del Cucho de
Ocloyas. La petrografía es local, igual que en el Cucho, pero no hay tiestos con filitas-
pizarras de las rocas granitoideas propias de la formación Puncoviscana. Los litoclastos
son de basalto porfírico o andesitas porfíricas, o sea provienen de volcanitas. Por lo
tanto las piezas en N/R o Inca-Paya que se recuperaron en el sitio, no son provenientes
del Sur de la quebrada de Humahuaca. Pueden ser locales o provenientes de otros
sitios cercanos al valle de Jujuy. Este sitio podría ser Bajo La Viña, sobre el que se
están desarrollando investigaciones (Kulemeyer, et. al. 1997). Consideramos, por lo
tanto que podría haber formado parte de otra esfera de interacción o control estatal
que involucró al Valle de Jujuy y a sitios orientales ubicados a la misma latitud, en las
cabeceras del río Negro.
Mula Barranca: El patrón de instalación difiere de los anteriores, es más disperso,
consiste en conjuntos de dos o tres recintos restringidos, asociados a otro de mayor
tamaño. No presenta rasgos que lo hagan relacionar con un sitio defensivo. Las técni-
cas constructivas también son diferentes, los muros están realizados con grandes blo-
ques que se van trabando entre sí y que aparentemente sostuvieron paredes y techo de
material perecible, aunque el tamaño y la forma –rectangular de ángulos redondea-
dos- es similar a las del Cucho de Ocloyas.
Los contextos cerámicos presentan una proporción, relativamente alta, de alfare-
ría decorada en negro sobre rojo de líneas gruesas, adscribibles a los contextos Tar-
díos de la quebrada de Humahuaca, acompañados, como en todos los sitios orientales,
por una alta proporción del estilo Angosto Chico Inciso (ACHI) y de cerámicas ordi-
narias con antiplástico de pórfiros basálticos, de origen local. Esta alfarería, se aseme-
ja a la de Alto Tacanas en el uso de antiplástico proveniente de volcanitas locales y se
diferencia del Cucho de Ocloyas dado que en éste aparecen más cerámicas propias de
la quebrada de Humahuaca (realizadas con antiplástico de pizarras y filitas, prove-
nientes de la formación Puncoviscana), cerámica Chicha y los Corrugados Comple-
jos. El hecho que en Mula Barranca, a solo 3 km del Cucho de Ocloyas, no aparezcan
estos conjuntos de corrugados, ratificaría la hipótesis que dichos conjuntos obedece-
rían a la presencia de especialistas de frontera, trasladados por el imperio, en momen-
tos posteriores a la instalación de Mula Barranca en la zona.
235
Mercedes Garay de Fumagalli
una parte a la existencia de población preexistente y por otra a las necesidades puntuales
y estrategias de control del imperio incaico en la región. En el caso del Cucho de Ocloyas,
el emplazamiento se habría realizado con el objetivo claro de controlar, mediante contin-
gentes especiales, posiblemente mitimaes militares, la frontera oriental. Estos habrían
tenido, a su vez, la función de absorber y canalizar las interacciones con los grupos
provenientes del Chaco, «amortiguando», de esta manera, el posible impacto de estas
poblaciones sobre las instaladas en la quebrada de Humahuaca.
En cuanto a Alto Tacanas, no queda aún en claro la funcionalidad específica
mostrando diferencias con el Cucho de Ocloyas. No podemos afirmar todavía que su
fin fuera solo defensivo, aunque su emplazamiento en un sitio de difícil habitabilidad,
indica que dicho emplazamiento se relaciona con situaciones de conflicto, tanto si la
función fue la de esconderse, como la de controlar a otras poblaciones, seguramente
provenientes del Chaco. Observamos, asimismo, que esta ocupación se realizó en una
zona apta para la producción agrícola (lo que debe haber sido importante para su
instalación), como así también para la extracción de recursos de yungas. Esta debe
haber sido la razón que generó la existencia de poblaciones locales preexistentes al
dominio incaico en el lugar.
En cuanto a Mula Barranca, descubierto muy recientemente y en plena etapa de
estudio, consideramos que fue un núcleo poblacional habitado durante los Desarro-
llos Regionales, anterior a la instalación del Cucho de Ocloyas (que es un sitio muy
tardío). Sin embargo, la presencia de cerámica inca regional, como los tiestos
espiralados de línea fina Negro sobre Rojo, indicarían que el sitio recibió influencia
incaica. Este sitio correspondería a la ocupación del espacio oriental, previo a la
llegada de los inkas, espacio que luego fue reorganizado, bajo estrategias y mecanis-
mos estatales, a partir del siglo XV.
8. Comentarios finales
Nuestras investigaciones nos llevan a retomar conceptos de otros autores que han
trabajado la frontera oriental del Tawantinsuyu como Renard de Casevitz, Saignes,
Schjellerup, Alconini, Pärssinen y Shiiäinen y a destacar que, como sucede en los
Andes Centrales y Meridionales, los valles sudorientales de Jujuy han sido territorios
de frontera, donde se desarrollaron procesos seculares de contacto interétnico, desde
el Formativo regional hasta la llegada de los Inkas. Estos últimos modificaron, de
acuerdo a sus intereses regionales, las pautas de uso y explotación de la tierra y
posiblemente, la composición étnica de la población de los valles, por la presencia de
mitimaes, proceso que continuó con la llegada de los españoles a la región.
Esta situación ha derivado en contextos arqueológicos que reflejaron los cambios y
discontinuidades de esta especial dinámica poblacional, social y económica. Sin em-
bargo, los rasgos que caracterizan dichos contextos, muestran una serie de regularidades
y recurrencias derivados de un comportamiento local ideosincrático, que se ve refleja-
do, a nivel material, en las modalidades tecnológicas, la manufactura y los tipos de
pastas presentes y en los particulares patrones decorativos de sus estilos cerámicos.
Estos rasgos a los que aludimos, están representados en la alfarería decorada por
desplazamiento de pasta y fundamentalmente en lo que Madrazo (1970) llamó el
236
Dinámica de frontera al sud-oriente de la Quebrada de Humahuaca
Complejo Estilístico Angosto Chico Inciso (ACHI). En todos los sitios pertenecientes
a los Desarrollos Regionales e Incaicos estudiados en el área pedemontana de Jujuy,
se encuentra presente dicho Complejo Estilístico. El mismo está representado en
general, en alfarerías asociadas a ámbitos domésticos y presenta en alta proporción,
restos de hollín. A pesar que se ha recuperado también en los yacimientos de la
quebrada de Humahuaca, en los sitios orientales tiene una representación estadística
mucho mayor. Es de destacar, en este análisis, que Volcán es el yacimiento quebradeño
en el que tiene mayor incidencia este estilo. El mismo está ubicado en el sector
meridional de dicha quebrada y en otros trabajos hemos considerado que fue el nú-
cleo político desde el cual se organizó, durante el Tardío, la ocupación y explotación
de los Valles Orientales de Jujuy (Garay de Fumagalli, 2003a).
Ottonello (1994a), tras analizar las características y dispersión geográfica del ACHI,
recupera consideraciones ya realizadas por Dougherty (1974), proponiendo, como hi-
pótesis, la posible relación entre el estilo San Francisco Ordinario y su derivación en el
estilo Angosto Chico Inciso y, por lo tanto, la procedencia oriental de esta alfarería.
Si bien no es posible, en el estado de nuestras investigaciones, validar esta hipóte-
sis, si podemos confirmar que, a medida que se realizan nuevos estudios en el área
pedemontana, la presencia del ACHI se va perfilando como un estilo local, con amplia
dispersión y presencia permanente en los yacimientos trabajados.
Retomando los planteos que originaron este trabajo, planteamos que la ideosincracia
de los contextos arqueológicos de los Valles Orientales, representada, entre otros rasgos
por la presencia recurrente del ACHI, estaría indicando seculares procesos de ocupación
humana en los mismos; una dinámica de interacción muy activa con poblaciones del
Oriente y de la Quebrada; la reorganización de este espacio de frontera bajo las políticas
estatales incaicas y, como consecuencia de lo anterior, el desarrollo de procesos de
etnogénesis que otorgaron a sus habitantes conductas peculiares y distintivas, refleja-
das en la cultura material que recuperamos mediante el trabajo arqueológico.
Agradecimientos
A las familias Tarifa y Kingard, por confiar en nosotros y permitirnos trabajar en sus
tierras. Al Lic. Luis Laguna por contribuir con su experiencia y conocimiento a las tareas
de campo. A los alumnos Federico Castellanos, Anibal Villaroel y Martín Arjona por su
compromiso y sacrificio en las complejas tareas de campo en los Valles Orientales.
Bibliografía
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240
Imágenes de los metales en los Valles Calchaquíes
durante los siglos XVI-XVII
Geraldine A. Gluzman
Museo Etnográfico J. B. Ambrosetti, Buenos Aires
Contacto:ggluzman@gmail.com
Introducción
Al arribo de los españoles a América, muchas de las sociedades indígenas de los
Andes manejaban sofisticadas técnicas de elaboración de bienes de metal, las cuales
incluían la modalidad de fundición por cera perdida de aleaciones binarias y ternarias.
Los objetos metálicos, en su mayoría de carácter ornamental y profusamente decora-
dos, constituían símbolos de estatus social y de poder político y religioso. Para los
europeos que llegaban a la región andina, los metales implicaban una manera de
enriquecimiento rápido y el éxito social asegurado. De este modo, dos concepciones
disímiles sobre una misma «riqueza», la local y la europea, se pusieron en contacto y
lejos de mantenerse cristalizadas fueron alimentándose recíprocamente. En este traba-
jo se analizarán estas perspectivas en un caso de frontera, los Valles Calchaquíes en el
Noroeste Argentino (Figura 1). En el contexto de conflicto permanente y de amenaza
de guerra entre españoles e indígenas que se produjo en esta región, se habrían gene-
rado «creencias de frontera», lo cual implica trascender la idea de frontera como una
línea que divide un espacio seguro de otro a conquistar por medio de la fuerza para
considerarla también como un espacio de conquista organizado a partir del movi-
miento y de los cambios donde, como todo nuevo y desconocido territorio, se carac-
teriza por la aventura, la ambigüedad, lo indefinido y transitivo.
Teniendo en cuenta estas articulaciones, nos proponemos evaluar cómo el imagina-
rio español sobre las riquezas metalíferas y la cantidad real de metales fue decisivo en
los procesos de expansión colonial en el valle, así como también observar cómo los
conocimientos sobre la localización de minas por parte de los españoles pudieron estar
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Geraldine A. Gluzmán
limitados como resultado de las estrategias de los nativos para impedir su usufructo.
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Imágenes de los metales en los Valles Calchaquíes durante los siglos XVI-XVII
243
Geraldine A. Gluzmán
«al presente labran algunas destas (sic) minas [de cobre] los españoles sacando dellas
(sic) todo el cobre que se consume en Indias y alguno que se lleva a España. Todo el
cobre deste (sic) reino del Perú es muy fino, señaladamente lo que se saca en […] lo del
reino de Chile, de donde se trae a esta ciudad de Lima todo lo que se gasta en ella en
fundir artillería, campanas y todos los demás usos en que sirve, así de instrumentos
como de medicina» (Cobo 1964, I:151 en Morssink, 1993:78).
Mientras que la extracción del cobre fue una práctica metalúrgica de importancia
y envergadura para el Estado inca, ya que la mayoría de su producción material era en
bronce, la alusión española a ésta, y al estaño, es escasa. Éstos bienes, si bien poseían
valor de uso (y de cambio), carecieron de importancia económica trasatlántica y de
valor signo y símbolo.
De este modo, los grupos andinos y los conquistadores ibéricos percibieron y
aprovecharon de diversos modos las riquezas mineras que ofrecía la región, lo cual se
tradujo en la explotación ibérica de mano de obra indígena barata y en la creación de
nuevas creencias sobre las mismas. Entendemos que se fueron gestando en las fronte-
ras con los territorios no conquistados estas creencias, que se fueron retroalimentando
244
Imágenes de los metales en los Valles Calchaquíes durante los siglos XVI-XVII
«… comparemos lo que los españoles reciben y lo que dan a los indios, para ver quién
debe a quién: démosles doctrina, enseñámosles a vivir como hombres, y ellos nos dan
plata, oro, o cosas que lo valen…».
«pues, ¿qué otra cosa diremos que nos han dado los indios por cosas tan inestimables
como les hemos dado, sino piedras y lodo? Mayormente, que como bárbaros no usaban
la plata para con ella comprar las cosas necesarias, y si algo les aprovechaba, era para
hacer de ella y del oro vasos para beber, y esto a los Incas solamente y algunos caciques
a quien ellos daban para ello licencia […] todo esto se dice para probar que son muy
debidos los tributos a los españoles» (Matienzo, 1967 [1567]:43 y 44).
López de Gomara alude que «... estos metales no se utilizan como moneda -que es el
uso propio de ellos y la verdadera manera de aprovecharlos» (en Romano, 1978:131-
132).
Desde la opinión de las autoridades virreinales como eclesiásticas y desde el
grupo de conquistadores (así como también encomenderos y comerciantes) la propie-
dad de la riqueza es de España y sus hombres. Desde los más variados sectores se
expone el verdadero sentido de la conquista: la sabiduría del eterno Señor ha coloca-
do abundantes minas en América (Rodríguez Molas, 1985:67). En estas concepciones
impera la noción de valor de cambio de los metales preciosos, y es precisamente la
falta de este valor entre las sociedades andinas, entendidas como incivilizadas, lo que
legitima la apropiación por la Corona Española.
El padre de la Compañía de Jesús, José de Acosta agradecía la posibilidad de la
evangelización de los naturales del Perú a los mercaderes y soldados que reconocían la
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Geraldine A. Gluzmán
tierra atraídos por su riqueza: «que haya mercaderes y soldados con el calor de la codicia
y del mando, busquen y hallen nuevas gentes» (en Rodríguez Molas, 1985:67). Por otro
lado, según los comentarios de Lozano, el rey Carlos V «por su religión verdaderamente
española no reparaba en gastos para que se propagase su fe...» (Lozano, 1874, III: 24).
El dominico Fray Reginaldo de Lizárraga admitía que
«... nuestro Señor no puso el oro y la plata sino en tierras inhabitables; el oro por la
mayor parte por el calor y la plata por el mucho frío, porque los hombres se contentasen
con poco; mas la soberbia humana y codicia, lo inhabitable, como haya oro o plata, lo
hace habitable» (Lizárraga, 1999 [1595-1607]: L. II, 365).
«Este cerro es conocidísimo entre mil que hubiera; parece que la naturaleza se esmeró
en criarle como cosa de donde tanta riqueza había de salir; es como el centro de todas
las Indias, fin y paradero de los que a ellas venimos. Quien no ha visto a Potosí no ha
visto las Indias. Es la riqueza del mundo, terror del Turco, freno de los enemigos de la
fe y del nombre de los españoles, asombro de los herejes, silencio de las bárbaras
naciones. Todos estos epítetos le convienen. Con la riqueza que ha salido de Potosí
Italia, Francia, Flandes y Alemania son ricas, y hasta el Turco tiene en su Tesoro
barras de Potosí, y teme al señor de este cerro, en cuyos reinos corre aquella moneda;
los enemigos del magno Felipe y de los brazos españoles y de su cristiandad, en trayen-
do a la memoria que es señor de Potosí, no se atreven a moverse de sus casas» (Lizárraga,
1999 [1595-1607]: L. I:184, remarcado de la autora).
Esta representación además da cuenta de la interacción entre las creencias, las cuales
fueron gestándose a partir de dos formas opuestas de ver la misma riqueza. Esta percep-
ción no se trataría simplemente de una construcción intelectual de un mestizo descen-
246
Imágenes de los metales en los Valles Calchaquíes durante los siglos XVI-XVII
247
Geraldine A. Gluzmán
las pertenecientes a los yanacona (servidores directos del Inca o de otras autoridades
imperiales) del altiplano que guiaron la primera entrada al NOA, a cargo de Diego de
Almagro. En este sentido, «los cronistas iniciales crearon una nueva geografía a lo que
podríamos agregar que ésta primero reproduce y se adapta a la invención del espacio
previamente efectuado por los incas» (Lorandi et al., 1997:213). Por otro lado, a desta-
car es que el oro y la plata eran considerados de propiedad «natural» del Inca. Al
respecto Herrera declaró que Diego de Rojas en el Tucumán halló «una buena acogida,
como era natural, porque el español había heredado los derechos del Inca» (en Lafone-
Quevedo, 1888: 25, bastardilla de la autora), lo que indica especialmente derechos
sobre el oro y la plata. Las expediciones tempranas de Juan Díaz de Solís y Sebastián
Caboto provenientes del Océano Atlántico tuvieron influencias decisivas en estas dos
primeras entradas al territorio argentino (ver adelante).
Luego, con el mayor conocimiento de la región comienzan a desarrollarse nuevos
objetivos de exploración, basados en las referencias de los grupos locales y de los
españoles que avanzaban en el territorio. Las expectativas de encontrar minerales
explotados por los incas no se abandonaron y se mantuvo la búsqueda de regiones
que, como la de los Césares, no estaban basadas en el supuesto conocimiento de la
zona sino que provenían de viejas creencias y dichos.
Oro y plata fueron importantes además en determinadas circunstancias dentro del
desarrollo social de la gobernación: momentos relacionados con aumento de conflic-
tos dentro de una sociedad plural en continuo estado de alerta. De los tres períodos de
violencia sucedidos por momentos de pacificación que se dieron en el área de los
valles Calchaquíes (1560-63; 1630-43; 1559-65), debemos considerar especialmente
los dos últimos, conocidos como «El gran alzamiento de 1630-1643» y «La última
rebelión calchaquí», la cual trajo como consecuencia la desnaturalización de las
poblaciones calchaquíes. En estos momentos resurgió la idea de ocultamiento indíge-
na de información y posesiones metálicas.
Si bien la explotación de minerales no condujo directamente los sucesos en la
Gobernación de Tucumán, su búsqueda fue un importante impulsor de las empresas
privadas y colectivas que guiaron a las primeras entradas hasta la colonización efec-
tiva del NOA. Esto queda demostrado en la lectura de los documentos de la región,
donde la información referida a metales preciosos es escasa pero continua, vaga y
poco precisa, «y cuando aparece, sólo es para inducir a las autoridades de España a
que se encomienden nuevas conquistas…» (Levillier, 1955:227).
Esta cuestión conduce a plantearse el impacto que tuvieron los modos de ver una
nueva realidad, es decir a preguntarse por el interjuego entre la distribución natural de
la riqueza con la manera de interpretar esa distribución. ¿Los metales fueron parte de
una situación concreta o simplemente un espejo de los anhelos de los europeos en
América? En este contexto es de importancia reconocer que los mitos formaban parte
del bagaje científico de la cristiandad europea (De la Riva, 1991), constituyendo un
modo de explicar -y de enfrentarse cognitivamente- al mundo nuevo que observaban. A
estas «fantasías» hay que sumarle la ambición material, lo que condujo a la difusión de
los antiguos mitos europeos, y a la readaptación y asimilación a aquellos americanos.
Guamán Poma de Ayala comenta, en referencia a la vuelta de los españoles al
Viejo Mundo,
248
Imágenes de los metales en los Valles Calchaquíes durante los siglos XVI-XVII
«de cómo llegó este dicho Candia [español] con la riqueza a España con todo lo que
llevó y publicó de la tierra y riquezas. Y dijo que la gente se vestía y calzaba de todo oro
y plata y que pisaba el suelo de oro y plata y que en la cabeza y en las manos traía oro
y plata» (Guamán Poma de Ayala, [1615] 1980:343).
Esta cita refleja el modo en que los españoles se acercaban a la realidad que
intentaban explicar a sus pares y fundamentalmente a la Corona que otorgaba los
títulos de las empresas de conquista.
Por otro lado, a medida que los peninsulares entraban en relación con la nueva
realidad, las viejas fábulas europeas eran sustituidas por nuevas debido al contacto
con los pobladores locales como por la misma acción exploradora (De la Riva, 1991).
De este modo, se conjugaban las creencias originadas en la Europa Medieval con la
presencia fáctica de piezas en oro y plata en uso a la llegada española en toda región
andina: el español llega entonces a considerar que el metal precioso está en todas
partes, aunque en todas las ocasiones permanece oculto por los indígenas (Blanco-
Fambona, 1919). Frente a este contacto cultural, los mitos en América durante la etapa
de descubrimiento pueden ser divididos en tres tipos (De la Riva, 1991:331): leyen-
das europeas (tales como la leyenda de las Amazonas, la fuente de la Eterna Juventud
y la Antilia); mitos americanos o mestizos (como Eldorado y Cibola), y finalmente
fábulas generadas por los propios conquistadores (Ciudad de los Césares y la Sierra de
la Plata). Tanto la leyenda de Eldorado, mito áureo por excelencia, la de los Césares y
la Sierra de la Plata, máxima expresión de un mito argentífero tuvieron incidencia en
las grandes expediciones a nuevos territorios, en donde permanecía el anhelo de que
junto a su descubrimiento, se lograría fama y riqueza sin límites.
Siguiendo a Ana María Lorandi para los recién llegados, lo maravilloso oculto tras
lo desconocido seguía ejerciendo una atracción siempre renovada.
«Tal vez una frase resuma ese sueño: de campesino a señor, esa fue la verdadera utopía
de cada europeo que llegaba al Nuevo Mundo, para quienes no había fronteras claras
entre la leyenda y la realidad» (Lorandi, 1997:61).
249
Geraldine A. Gluzmán
se relató que en la tierra de los muyscas había grandes cantidades de oro y que dentro
de las ceremonias había un
250
Imágenes de los metales en los Valles Calchaquíes durante los siglos XVI-XVII
orígenes muy diferentes […] haciendo vivir en una sola ciudad a los césares cristianos y
a los césares indios» (Gandía, 1933:19).
Por un lado, se destaca la creencia de que los descendientes de los incas se habrían
refugiado ante la caída del imperio. Una noticia tuvo gran repercusión durante la
ocupación hispana del NOA:
«De estos Incas de César ha oído decir que eran los que estaban poblados en Londres,
que cobraban en oro y plata los tributos y los mandaban al Inca del Cuzco, sacados de
las minas de este Londres y que al tiempo que pasó el Adelantado Almagro al reino de
Chile, estos Incas enviaban una parte del tributo a su señor el Inca en noventa andas...»
(Montes, 1959:88-89).
Sin duda Ramírez de Velasco, más de 50 años después, iba en busca de estos dichos
sobre riquezas mineras al fundar La Rioja y al ir hacia la ciudad mítica de los Césares.
Por otro lado, la ciudad de los Césares se había formado tras naufragios de naves hundi-
das en el estrecho de Magallanes (Gandía, 1933). Pero a su vez «estos naufragios se
llamaban césares porque se creía se habían refugiado en las comarcas visitadas por
Francisco César (Gandía, 1933:42). Luego, éstos se habrían unido a los césares perua-
nos, fusionándose ambas creencias. Esta conjunción explica por qué la ciudad encanta-
da de los césares fue buscada desde Patagonia a los Andes Meridionales.
«No se trata del mineral de Potosí que estaba al alcance de la mano, que sólo necesitaba
trabajo para ser extraído, sino de esa riqueza fabulosa, incalculable, envuelta en las brumas
de la fantasía que sólo un héroe podía conseguir, siempre que fuera capaz de vencer todos
los obstáculos que poblaban las epopeyas relatadas en las novelas de caballería. Algunos
vieron a América como el país del sueño del señor medieval, dueño de hombres que traba-
jaran para él. Otros como el país donde se podía transponer los límites de lo cotidiano y de
las fantasías solitarias para convertirlas en realidad» (Lorandi, 1997:62).
251
Geraldine A. Gluzmán
dos que habiendo atravesado el mar vieron en ellos la posibilidad de ascenso social y
de cubrir sus expectativas de fortuna.
La ocupación del NOA y en líneas generales de avanzadas desde esta región hacia
el sur estuvo fuertemente condicionada, por un lado, por la búsqueda de la «Sierra de
la Plata», de la ciudad mítica de los Césares y por otro, por los conflictos jurisdiccio-
nales y económicos entre los ibéricos en los Andes Centrales. A principios de 1535 el
Adelantado Diego de Almagro obtiene la capitulación para conquistar 200 leguas al
sur de los territorios ya reconocidos. El objetivo final hacia tierras inexploradas del
sur era liberar Cuzco de los intereses de Almagro (Lorandi, 2002:52). Hemos visto
que, Almagro se habría encontrado con una caravana de metales que se dirigía al
Cuzco, y estas referencias y la noticia de mitimaes en el sur posiblemente hayan sido
decisivas en las siguientes campañas al Tucumán y hayan contribuido a alimentar el
imaginario sobre la presencia de minerales en gran cantidad.
La segunda entrada al NOA (1543), a cargo de Diego de Rojas, fue en parte moti-
vada por las noticias recopiladas sobre la explotación de minas de oro y plata por el
Inca y sobre la existencia de la Sierra de la Plata, rica en metales preciosos. Larrouy
comenta que sus expedicionarios «transforman en montañas de oro cualesquiera
relumbrones que divisan» (Lizondo Borda, 1928). Una vez en el valle Calchaquí, el
grupo se dividió y parte del mismo continuó más al sur llegando hasta Córdoba y las
costas del río Paraná con el objetivo de encontrar las riquezas que habían sido comen-
tadas previamente por las poblaciones nativas del Río de la Plata. Siete años después,
Núñez de Prado realiza una nueva incursión (1549), que constituía otra de las con-
quistas autorizadas para calmar el descontento de algunos capitanes (Lizondo Borda,
1928) y para alejar a los españoles sin posesiones de las zonas ricas del Alto Perú. No
obstante estos fracasos iniciales de hallar metal, los territorios desconocidos mantu-
vieron el anhelo de hallazgo de riquezas: durante el gobierno de Gonzalo de Abreu,
una nueva expedición partió rumbo a la legendaria región de los Césares (1578), en
búsqueda de tierras ricas en metales preciosos (Lizondo Borda, 1928), pero «…descu-
brió tierra poco poblada y miserable» (Sotelo de Narváez, 1885 [1583]:152). Más
tarde, en 1591, el Gobernador Juan Ramírez de Velasco, fundó la ciudad de Todos los
Santos de la Nueva Rioja (1591), planificándose como punto de referencia para la
explotación de los metales preciosos existentes en el cerro de Famatina, el «Potosí
tucumano» (Boixadós, 1997:343). Unos pocos años atrás (1586) Juan Ramírez de
Velasco también soñó encontrar la región de los Césares, sin fruto.
Desde las primeras entradas al NOA, sus conflictos jurisdiccionales con Chile, la
creación de la gobernación del Río de la Plata así como la ausencia de metales en los
territorios efectivamente ocupados reorientaron la expansión territorial hacia riquezas
poco precisas en ubicación pero reconocidas de valor económico. Durante las épocas de
mayor conflicto, especialmente durante las últimas dos rebeliones calchaquíes (1630-
1643 y 1659 y 1666) se hace alusión a las actividades de extracción de los minerales y
fundición de los mismos para la obtención de metales. La máxima expresión de la
búsqueda de metales se hizo presente durante la etapa de la última resistencia calchaquí,
cuando los conflictos en una población multiétnica cobraron materialidad a través del
imaginario del ocultamiento y presencia de metales en los valles Calchaquíes, referen-
cias basales en la discusión de aceptar el ingreso de Pedro Bohórquez desde 1657. La
falta de explotación posterior a las desnaturalizaciones calchaquíes responde a una
252
Imágenes de los metales en los Valles Calchaquíes durante los siglos XVI-XVII
253
Geraldine A. Gluzmán
orientó hacia la obtención de éstos en sentido monetario, sino que también, el valor
signo de los minerales preciosos estuvo presente, para demostrar virtudes socialmente
apreciadas en Europa. De este modo, los metales constituyeron uno de los principales
vehículos de expresión de los valores sociales en la Europa de los siglos de la con-
quista americana.
Notas
1
En el NOA existe la creencia sobre tesoros ocultos o «tapados». Uno de los lugares más
frecuentes de ubicación son las lagunas: se repiten en las creencias actuales elementos de
antigua data en el continente.
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Imágenes de los metales en los Valles Calchaquíes durante los siglos XVI-XVII
255
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Estudio de elementos metálicos del Fortín Achiras.
Primera aproximación
Adrián Ángel Pifferetti y Claudio Luis Martignoni
Laboratorio de Estudio de Materiales y Tecnologías (Convenio UTN-UNR)
Contacto: apiffere@agatha.unr.edu.ar
Introducción
En el marco de los convenios de colaboración oportunamente firmados por la
Facultad Regional Venado Tuerto de la Universidad Tecnológica Nacional con la
Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Río Cuarto por un lado
y la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario por otro,
se está efectuando en el Laboratorio de Estudio de Materiales y Tecnologías de la
Escuela de Antropología de esta última Facultad, el proceso de limpieza y estudio de
materiales metálicos provenientes de las excavaciones realizadas en el edificio de
«La Comandancia» del Fortín Achiras y sus inmediaciones. Estos trabajos arqueoló-
gicos se realizaron como parte del proyecto Arqueología del Valle de El Pantanillo,
dirigido por el Dr. Antonio Austral y la Lic. Ana María Rocchietti.
El mencionado fuerte formo parte de una serie de precarias unidades militares que
integraron la Línea de Frontera Sud del río Cuarto (fig. 1). Está en discusión si existió
o no un fortín relacionado con la primitiva posta de Achiras entre 1814 y 1830. Lo
que está confirmado es que en 1832 se fundo el fuerte en su emplazamiento actual, el
que funciono hasta 1869, y fue reconstruido al menos tres veces, la última en 1863,
luego del gran levantamiento del 7 de julio que destruyo viviendas, escuela, Iglesia y
Fuerte. (Gutiérrez, 1996; Austral y Rocchietti, 1999).
«Hacia 1840 estaba asegurado por una muralla de piedra y encerraba templo y escuela
publica, acequias y población estable que se extendía por fuera de sus limites. Más luego
hubo reparaciones, agregados y reconstrucciones cuya envergadura hay que establecer
[…] De acuerdo con Gutierrez y testimonios orales sus limites efectivos fueron la calle
Alsina por el este, toda la edificación de la calle Cabrera (desde Alsina a Buenos Aires),
quedando como área arqueológica posible la Plaza Roca, la Plazoleta del Mástil, el
Instituto 24 de Septiembre (escuela media del pueblo), la Iglesia La Merced, la casa de
la sucesión Sarandon, la sucesión E. Oribe, la sucesión J. Indavere» (Austral y Rocchietti,
1999).
257
Adrián Ángel Pifferetti y Claudio Luis Martignoni
Figura 1. Achiras.
258
Estudio de elementos metálicos del Fortín Achiras. Primera aproximación
Figura 2. La Comandancia
(trazos gruesos) y
construcciones agregadas
en el siglo XX. Los puntos
negros indican los sondeos
(Austral et. al., 1999).
Figura 3. Muestra Nº 7.
259
Adrián Ángel Pifferetti y Claudio Luis Martignoni
Figura 4. Muestra Nº 5.
260
Estudio de elementos metálicos del Fortín Achiras. Primera aproximación
Otros materiales
Si bien nuestra función era estudiar los materiales metálicos, recibimos otros dos
objetos con identificación «Fortín, sector Cabrera 1, Acequia, nivel superficie-0,12
m, Nº inventario 2»; los que luego de la limpieza resultaron no serlo.
El primero es una lasca longitudinal de hueso. Una de las superficies, evi-
dentemente la exterior se presenta lisa, mientras que la otra se observa con un
aspecto alveolar y correspondiente al interior. Largo 40 mm, ancho máximo 7
mm, espesor 3 mm.
El otro es un fragmento subcuadrangular de vidrio de color azulado y cierta curva-
tura, muy posiblemente parte del cuello de una botella. La superficie exterior se
presenta muy opacada por el desgaste, la interior es más lisa y traslucida. Alto 16 mm,
ancho 21 mm, espesor 4,7 mm.
261
Adrián Ángel Pifferetti y Claudio Luis Martignoni
Conclusiones
Se ha considerado que desde el punto de vista constructivo se identifican dos
eventos o momentos en este edificio «la reconstrucción del Fuerte en 1863 y los
agregados de 1936» (Austral et. al., 1999).
En consonancia con ello hemos considerado dos períodos de ocupación perfecta-
mente diferenciados tanto por uso como por función. El primero corresponde al Fuerte
y el segundo al de casa habitación a partir de 1936.
El análisis preliminar de las características tipológicas y tecnológicas del material
metálico, así como las del fragmento de vidrio, nos lleva a la conclusión de que
prácticamente la totalidad de los materiales corresponde al segundo de los períodos
indicados, de utilización del edificio como casa habitación de uso familiar.
En general todo el conjunto parece corresponder a un período que va de la segun-
da o tercera década del siglo XX hasta mediados de dicho siglo. Si bien no puede
descartarse totalmente, una mayor antigüedad para el fragmento de clavo forjado de
sección cuadrangular, el estado que presenta no permite extraer muchas conclusiones.
Además, existieron herreros que realizaban piezas por forjado a la fragua hasta bien
entrada la década de 1950. En nuestra infancia alcanzamos a verlos, en una ciudad
como Rosario, y en una localidad más pequeña y rural como Achiras su actividad
debe haber sido mucho más importante.
Descartamos entonces que alguno de los elementos estudiados corresponda al
período en que funcionara allí la Comandancia del Fuerte.
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262
Pobladores en la vanguardia de la frontera
Sur de Córdoba: el caso de la Estancia de Chaján
Flavio Ariel Ribero
Laboratorio de Arqueología y Etnohistoria, Universidad Nacional de Río Cuarto
Contacto: flavioribero@yahoo.com.ar
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Flavio Ariel Ribero
264
Pobladores en la vanguardia de la Frontera Sur de Córdoba: el caso de la Estancia de Chaján
Mapa con la ubicación de villas, parajes, fuertes y fortines señalados en este trabajo
Analicemos ahora algunas de las razones que llevaron a estos pobladores a asen-
tarse en estas tierras, las cuales pueden ser las siguientes:
265
Flavio Ariel Ribero
«...Que en atención a que no debían fundarse nuevos pueblos en perjuicio de los anti-
guos, hiciese que los tres acordados en los parajes de Santo Cristo de Renca, las Tablas
y las Pulgas, se formasen en su mayor parte con los hacendados de sus respectivos
contornos que eran vecinos de la ciudad de San Luis y procediese de modo que quedasen
en esta ciudad los suficientes de los que tenían estancias en su inmediación...».
266
Pobladores en la vanguardia de la Frontera Sur de Córdoba: el caso de la Estancia de Chaján
Tucumán. Es decir que, durante este período, Chaján es un espacio limítrofe ambigua-
mente definido entre esta Gobernación del Virreinato del Perú y la Capitanía General
de Chile. Tras la creación del Virreinato del Río de La Plata y la reorganización del
territorio en gobernaciones intendencias y militares, Córdoba, La Rioja y Cuyo pasan
a formar parte de una jurisdicción común: la Gobernación Intendencia de Córdoba del
Tucumán. En la década pos-revolucionaria, cuando las provincias comenzaron a de-
finir sus territorios, Chaján pasó a ser zona fronteriza entre San Luis y Córdoba, sin
estar bien definido de que lado de la Frontera se encontraba, siendo ello el origen de
una disputa de décadas entre las provincias. En conclusión, la situación geográfica
del paraje y/o Estancia de Chaján se torna más comprensible cuando se estudia
íntegramente el avance de pobladores euroamericanos en las dos jurisdicciones men-
cionadas. Si se analiza la misma focalizando únicamente la posición de Chaján con
respecto a la línea militar en territorio cordobés, es inequívocamente un poblamiento
avanzado, que nos plantea serias dificultades para comprender las razones que han
llevado a sus pobladores a estas tierras tan expuestas a los peligros de la frontera. En
cambio, al tener en cuenta el espacio determinado por los territorios poblados tempra-
namente en la jurisdicción de San Luis, latitudinalmente incluso más avanzados que
Chaján, además de la comunicación existente a través de rastrilladas en aquellas
zonas donde la Sierra se va perdiendo, el poblamiento de Chaján, sin perder su condi-
ción de vanguardia fronteriza, resulta entendible ya no como un caso aislado, sino en
conjunción con un avance poblacional claramente reconocible siguiendo al Quinto,
que la política ha separado y la historia ha aceptado y luego la ha trasladado a otros
planos de la vida de los pobladores en aquellas épocas.
267
Flavio Ariel Ribero
«...la del camino del Sur, que viniendo de Buenos Aires, atravesaba de este a Oeste el
actual Departamento Roque Sáenz peña y el Sur del Departamento Río Cuarto, no lejos
de la margen Norte del Río Quinto y que conducía a Cuyo y Chile» (Rojas de Villafañe,
1976:166).
Esta era indudablemente más beneficiosa desde el punto de vista de las distancias
menores a recorrer para ir desde Buenos Aires a Cuyo y Chile. Pensamos en varias
razones posibles para que este camino se hubiese abandonado, tales como un avance
latitudinal de la población que no tuvo correlato en el resto de la Frontera Sur y
Sudeste de Córdoba, por lo cual, los trayectos a recorrer por los viajeros habrían sido
demasiado extensos sin disponer de postas de reabastecimiento. Además, una mayor
probabilidad de sufrir el ataque de bandoleros y malones al estar alejados de la protec-
ción, escasa por cierto, de los fuertes y fortines.
268
Pobladores en la vanguardia de la Frontera Sur de Córdoba: el caso de la Estancia de Chaján
con fecha 13 de noviembre de 1820, se realiza la entrega de una de las hijuelas, hasta
ese momento bajo tutela, a uno de los herederos; consta en la actuación que se lleva a
cabo en la Estancia de Chaján. Pocos meses después, el caudillo chileno José Miguel
Carrera incursionó con sus huestes por la Frontera Sur de Córdoba y San Luis. William
Yates, un oficial irlandés que sirvió bajo su mando escribió que encontrándose en la
frontera de Córdoba hacia el 1° de Marzo de 1821,
«...el grupo llegó a una «farm-house» del límite donde encontraron ganado en abundan-
cia y una chacra con muchas hortalizas. Esto no pudo ser más oportuno porque nos
hubiera resultado imposible continuar dos días más nuestra marcha, después de las
privaciones y fatigas soportadas».
En una nota al pie de dicho relato, Yates comenta: «Difícil sería ubicar esa farm-
house, pero estaría por las inmediaciones de Chajá o Chaján»3.
Tenemos incertidumbre sobre la suerte corrida por la Estancia en años posteriores al
relato de William Yates. En la década del veinte hubo un marcado crecimiento de la
conflictividad interétnica en la Frontera Sur. Durante el gobierno de Juan Bautista
Bustos se firmó el «...Tratado de la Laguna del Guanaco (20 de diciembre, 1825), que
pacificó precariamente a los terribles aucas y pampas...» (Bischoff, 1995:195). Efectiva-
mente, fue una paz endeble. Barrionuevo Imposti (1986:60) sostiene que en 1829 se
produjo una invasión de indios entre el fuerte de Las Pulgas y la Punilla, jurisdicción de
la Provincia de San Luis; ante el temor a la misma, «...los hacendados de Sampacho,
Chaján y Achiras se retiraron hacia el norte». Por lo tanto, si los años de tranquilidad
ante la ausencia de malones en la Frontera Sur acabaron en 1813, como sostiene Martha
Bechis, los pobladores de la Estancia estuvieron sometidos desde entonces a la incerti-
dumbre del peligro constante, agravado por su situación en la vanguardia fronteriza.
Conclusión
El poblamiento de la Estancia de Chaján en el confín de la Frontera Sur de Córdoba,
debe ser analizado con una perspectiva política y geográfica amplia. Su posición, supe-
rando la línea militar y el camino frecuentado, revela que la lógica del poblamiento
euroamericano en nuestra región escapó a las disposiciones del Estado colonial y más
tarde del Estado criollo. La ocupación del territorio fronterizo, especialmente aquel
apto en pastos y aguadas como es el caso del piedemonte serrano cordobés, estuvo en
manos de hombres y mujeres que supieron aprovechar las distintas épocas convenientes
para su asentamiento. Dicha lógica de poblamiento coincide con los estudios históricos
que señalan lapsos de paz en la frontera, situación durante la cual el nivel de riesgos que
tenía esta población se equiparaba a otros sectores de la misma en teoría más resguarda
de un eventual malón o del bandolerismo.
Notas
1
Archivo Histórico Provincia de Córdoba. FG, t1, f212, 1859.
269
Flavio Ariel Ribero
2
El paraje Las Pulgas estaba situado en un paso que las fuentes de la época señalan como muy
conocido sobre el río Quinto, del cual tomaba su nombre. En este lugar, el General Pedernera
fundó en 1856 el Fuerte Constitucional; a su vera surgió un poblado a iniciativa del Gober-
nador de San Luis, Justo Daract, origen de la actual ciudad de Villa Mercedes.
3
Citado en Rocchietti et al., 1998.
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Pobladores en la vanguardia de la Frontera Sur de Córdoba: el caso de la Estancia de Chaján
271
272
Rastrilladas y parajes del Mamüll Mapu
Norberto Mollo y Carlos Della Mattia
Contacto: nmollo@arnet.com.ar
Introducción
Quienes transitan hoy por las pampas argentinas, por sus rutas y caminos, tienen
ante sí una visión totalmente distinta a aquella que se presentaba a los ojos de los
primeros pobladores de esta tierra. Por entonces la «pampa» era sinónimo de desierto,
representado por la inmensa e inhóspita llanura cuyos únicos puntos de referencia lo
constituían algunas especies arbóreas, médanos y lagunas. Elementos que servirían
de orientación y apoyo para el traslado de un lugar a otro de las primeras poblaciones
humanas que llegaron a habitar esta región. «La llanura imponderable, que por todas
partes acorta distancia forma orizonte, y siempre se mira uno como punto en medio de
un circulo...»1.
Las posibilidades de desplazamiento de estos antiguos moradores eran bastante
limitadas, ya que el único medio de movilidad era el caminar, y por consiguiente,
tenían escasas posibilidades de dejar rastros o sendas en su andar, a no ser aquellas
producto de las actividades en las cercanías de su hábitat.
La llegada del español a América, y con él el noble caballo, habría de modificar
sustancialmente las posibilidades de movimiento, permitiendo recorrer grandes dis-
tancias ahorrando tiempo y esfuerzo. Los incipientes caminos irían cambiando su
fisonomía, ya que las huellas dejadas por caballos, vacas y otros animales, serían más
notorias por su anchura y profundidad que las hechas por el tránsito de los aborígenes.
Miles de cabezas de ganado surcaban el corazón de la pampa, dejando tras su paso
innegables señales que marcaban en el suelo el derrotero seguido, el que sería transi-
tado una y otra vez, con numerosos arreos:
«la guella que hay desde Mamilmapú hasta el anterior alojamiento no la abriria entre el
pasto tupido de coyron de que abundan estos Campos un continuo exercicio de carros y
de aqui pueden inferirse, que parcialidad de animales no conducirán»2.
De tal forma se materializaban en el terreno las primeras marcas que darían ori-
273
Norberto Mollo y Carlos Della Mattia
274
Rastrilladas y parajes del Mamúl Mapu
Metodología de Trabajo
Abarcando el área del Mamüll Mapu, que precisaremos más adelante, se construyó un
marco de apoyatura constituido por un mosaico cartográfico elaborado con cartas I.G.M.,
escala 1:100.000, al cual se trasladó la información contenida en los planos de mensura
levantados por los agrimensores y que dieran origen al parcelamiento oficial de los Terri-
torios Nacionales. En ellos el profesional actuante registra, en su andar palmo a palmo
sobre el terreno al delimitar cada lote, una vasta información, como lagunas, médanos,
tipo de vegetación, caminos, vestigios de anteriores asentamientos humanos, etc. El apor-
te del baqueano que lo secunda en su tarea, le permite incluir además datos sobre el
interior del lote, como accidentes y toponimia. A los efectos de la reconstrucción lote por
lote, se consideró también la memoria descriptiva de la labor desarrollada. Esta documen-
tación es merecedora de la mayor credibilidad, ya que muchos de los parajes relevados se
corresponden con los registrados en la cartografía actual.
La moderna fotografía satelital permite redescubrir muchos de los sitios y com-
prender su valor estratégico, dentro del contexto de situación de su tiempo histórico.
La conjunción de estas tres variables de análisis: mensuras, cartografía IGM y fotogra-
fía satelital, nos permiten precisar con un aceptable grado de certeza el curso de las
rastrilladas y la ubicación de parajes y topónimos.
El Mamüll Mapu
El Mamüll Mapu es una amplia zona de la región pampeana enclavada dentro de
275
Norberto Mollo y Carlos Della Mattia
276
Rastrilladas y parajes del Mamúl Mapu
«...hasta el sitio llamado Telén, que dista ciento y cuatro leguas de las puntas del Sauce,
que fue la primera tolderia que hallaron. Esta población estaba subordinada bajo las
órdenes del cacique Sipian quien dio noticias que en aquellas inmediaciones se hallaban
otros seis caciques y que así el como los otros, todos concurrían á hacer guerra y robos
en las provincias de Cuyo, Tucuman y Buenos Aires [...] A las tres de la mañana del dia
23 de abril de dicho año sorprendió la marcha de Acosta a la tolderia de dicho Sipion
con 300 hombres; le mataron seis indios y le aprisionaron treinta y tres, en los que se
incluían algunos cautivos que el año antecedente de 775 habian llevado de la jurisdicción
de dicha ciudad de Córdoba, y estos dieron bastante noticia de los establecimientos que
tenían dichos indios [...] hizo llamar el comandante Acosta a dicho Sipion y otros de los
seis caciques nombrados, que comparecieron y trataron de paces…»5.
277
Norberto Mollo y Carlos Della Mattia
¿Sería este cacique Sipian o Sipion el mismo que llaman Lepian, al que ubican en el
paraje Tenel? El informe de Diego de las Casas de las expediciones de 1776/79 cita:
«Lepian, anciano, tiene 20 en 10 toldos, y vive en Tenel, que quiere decir recado hallado.
Tienen dos aguadas cavadas y cercadas, y dista un día de camino de Calchague»6.
278
Rastrilladas y parajes del Mamúl Mapu
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Norberto Mollo y Carlos Della Mattia
«Este lugar, como he dicho se llama Curra Lauquen, que quiere decir Laguna de
Piedras por razon de que al Norte de este alojamiento se hace en Ybierno una Laguna
sobre un plan pedregoso que es el unico de esta clase que hay en todos estos lugares en
que no se encuentra una piedra»7.
Este paraje es mencionado asimismo por Angueñán y Molina como asiento del
jefe ranquel Carripilún. Al respecto Angueñán dirigiéndose a De la Cruz dice: «Me
contextó, que Carripilun vivia en el Lugar Marivil, dos dias y medio distante deaqui»8.
En 1805, al pasar Justo Molina por el lugar, anotaba en su diario de viaje: «hasta que
llegue a alojar al toldo del Cazique Caripilun, cuyo parage se llama Maribil, y andaria
en este dia nueve leguas»9.
En el marco de aporte de elementos para una mayor investigación sobre el lugar de
residencia de Carripilún, vale agregar una cita documental contemporánea a las ante-
riores, que aporta una nueva toponimia al área en cuestión.
«Luego Dijo qe. su prial biaje se dirigia despues de haserse amigo con este Comandte.
benirte avisar como los Yndios Guiliches pasaron de sus tierras en esta luna de Marzo
mas de Seiscientos Armados en Guerra, y que benian derecho pa. Tierras de Españoles
y que le parece qe. estaban solos, y que haviendo llegado estos Yndios Guiliches hta el
Juncal, dos dias de camino de los Porongos donde viven Carripilum, y esta nuevo Amigo
Llamcaû, de alli sebolvieron asus tierras por las muchas Aguas; y que spire quedaron
algunos Yndios Guiliches Potreando y que de estos son los rastros qe. han visto los
Soldados del fuerte en los Campos de Capelen adentro»10.
«…que estos sabian juntarse en Las Víboras para robar en Buenos Aires y Córdoba
algunas ocasiones y que otros iban tambien a Las Víboras y Mamelmapu cuando sabian
que los indios de estos parajes anadaban robando a los cristianos y los aguardaban
para comprarles animales, efectos y cautivos…»11.
Una de las incursiones mas notorias por el trágico resultado fue el asalto a la tropa
de carretas que a la altura del Saladillo en el sur de Córdoba, se produjo en 1777,
liderada por el cacique Llanquitur y secundado entre otros por Carripilun, Quilán,
Neuquén, etc. Hecho muy mentado entonces por la muerte, entre otros, del canónigo
280
Rastrilladas y parajes del Mamúl Mapu
Pedro Ignacio Cañas. Surge de la relación de las expediciones del 76/79 que Llanquitur
se encontraba sobre el río Chadileuvú y utilizaba esta rastrillada en sus permanentes
malones a los caminos de postas.
Al practicar la mensura del lote Nº 24, fracción A, sección VIII, el agrimensor Juan
Ignacio Alsina en mayo de 1882, describe la laguna de Chocha:
«La calidad del campo como la anterior. El terreno arenoso pero firme, pues ha sido
ocupado por los Yndios. Entre otras aguadas, queda en él la parte norte de la laguna de
«Chocha» (vívora). Esta laguna tiene 900 m de largo de Sur á Norte, y 200 m de ancho;
el agua no es muy buena pero tiene vertientes de agua dulce á sús alrededores; por ella
pasa un camino. Queda la laguna «Chocha» sobre el costado Sur del lote á los 2000 m
al Este del esquinero Suroeste»12.
281
Norberto Mollo y Carlos Della Mattia
«...según el baqueano que me acompañaba, lo que los indios llamaban Poitahue, no era
una aguada como generalmente se cree, sino el médano que se observa en el ángulo
Noreste de este lote» 13.
El mismo agrimensor, al efectuar la medición del costado este del lote 10 atravesa-
ría la laguna escribiendo en su memoria: «6200 m. Entré a la laguna Guada. 6700 m.
Salí de la laguna». La laguna y médano Guada se hallan a unos 15 km al oeste de Carro
Quemado. Posiblemente este sitio sería el que Luis de la Cruz llamó, en su viaje de
1806, como Rimecó.
282
Rastrilladas y parajes del Mamúl Mapu
Otro paraje destacado sobre la rastrillada de las Víboras, que se halla un poco mas
al sur, es la laguna Metriquin o Mitriquin, ubicada en el lote 11 de la fracción D,
sección VIII del departamento Loventué, unos 20 km al S.O. de Carro Quemado. Es un
cuerpo de agua de grandes dimensiones, extendido en dirección N.E.-S.O., cuyas
aguas salobres se corresponden con la salinidad de la zona.
«Laguna salada de mil metros de largo por quinientos de ancho, situada en un gran
bajo á cinco mil metros del costado Norte y tres mil del Este. A su alrededor se encuen-
tran otras aguadas dulces. Hacia el Noreste de Metriquin, á unos quinientos metros se
halla la Salina que se indica en el croquis, de setecientos metros de largo por cuatrocien-
tos de ancho, de sal riquisima. Según el baqueano de este punto se proveian los Yndios
Ranqueles de la sal que consumian»15.
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Norberto Mollo y Carlos Della Mattia
de Nahuel Mapú y Rucal, los demás sitios son los mencionados por De la Cruz en su
diario de viaje de 1806. Nahuel Mapú ha sido un paraje notorio en el Mamüll Mapu,
relevado por las expediciones españolas de 1776 y 1779, no es mencionado sin embar-
go por Luis de la Cruz en su paso por el lugar, lo que resulta llamativo. Nahuel Mapú
ocuparía un lugar estratégico en la vida ranquel durante el siglo XIX, tal como lo
evidencian las menciones que de él realiza Estanislao Zeballos, entre otros.
En el territorio pampeano existieron muchos sitios que funcionaron como puntos
nodales, y entre estos podemos mencionar a Meucó. Este lugar representaba la puerta
de ingreso al Mamüll Mapu desde el oeste, a partir de aquí se continuaba la rastrillada
de las Víboras hacia el río Chadileuvú; hacia el S.E. partía el camino de la Derechura
o de las Nuevas Tunas, y varias rastrilladas mas como lo denota el croquis confeccio-
nado por el agrimensor Otamendi, quien redacta en la memoria de mensura del lote 12,
fracción A, sección XIV:
«El terreno de este lote tiene pocos médanos de gran estension. En general es de médanos
altos y poco estendidos. El suelo es guadaloso. La aguada llamada «Meucó» es la
laguna mas grande de todas las que hay en esta seccion, tiene como 1500 m. de Nord-
Este a Sud-Oeste por 1000 m. de Nord-Oeste á Sud-Este. En las inmediaciones de la
laguna se encuentran pastos abundantes y buenos = pasto duro, gramilla, pasto de
hoja, alfilerillo, paja y trebol. Desde esta laguna empiesa la travesia en el camino que
conduce al Rio Salado por el «Paso de Meucó»…»16.
«... que era mejor que los otros que van por lo del difunto Quintrepi (el que va al Salto), y otro
para las fronteras del Sauce (el que va a La Carlota), porque tienen menos aguas y leñas»17.
Figura 6. Plano de mensura del lote 12 (Meucó), fracción A, sección XIV del agrimensor
Otamendi. Dirección de Catastro de la Provincia de La Pampa.
284
Rastrilladas y parajes del Mamúl Mapu
«Que saliendo de aquí por donde venía la luna, que era al este, cuarta al norte, es el mas
recto. Que primero se llegaba al lugar de Chaquilque, y despues á Chiyen, á Malcuaca,
á Quilquil, á Cololanquen, á Tuay, á Aldirinanco, á Lelbun-Mapu; que ya ahí son las
castas a Leubuco, á Catrilechi-mamil, á Trilís, á Moncolo, á Mallin-lauquen, á Pichiloo,
á Cumaloo, á Chalac, á Gualanelú, á Butanguencul, á Leubu-Mapu, y á Loncoguaca; y
de aquí ya está en tierra de españoles, y que con mis cargas, despacio en 10 ó 12 dias
estaria en Buenos Aires»18.
Por vincular en forma más directa Meucó con Buenos Aires, que cualquier otro
camino, Luis de la Cruz le llamó indistintamente «Camino de la Derechura», «Cami-
no de las Dereceras» o «Derrotero de Angueñán». Al llegar al mismo los expediciona-
rios de 1776 y 1779 llamaron al mismo «Camino de las Nuevas Tunas».
De los parajes enunciados, analizamos a los comprendidos en nuestra área de
estudio, tales como Chaquilque, Chillen, Malal-Huaca, Quilquil, Colu Lauquen y
Toay. Otro sitio sobre este camino que merece nuestra atención es Tricaucó.
Tricaucó o Trecao-có: según A. Vúletin «Agua de los loros», Casamiquela «Aguada
de los loros», laguna situada en el lote 11, fracción A, sección IX del departamento
Utracán. Al medir los lotes 17 y 18 de la fracción A, sección XIV, los agrimensores
Cagnoni, Carballo y Otamendi en 1883 hacen mención del «camino de «Meucó» a
«Trecao-có». Este sitio no era mencionado por Angueñan por lo que su ocupación e
importancia es más reciente.
Chaquilque: El paraje Chaquilque se lo localiza en el lote 18, fracción A, sección
IX, del departamento Utracán, a 4 Km al este-sudeste de la actual estancia Malal-Có.
La ubicación del mismo se logra replanteando sobre el curso de la rastrillada que corre
por el valle Daza, la distancia de 9 leguas indicada por Angueñan. Se observa que en
dicho sitio hay un paraje llamado Sanquilqué o Sanquelqué, obtenido de la mensura
de Braly. Según Casamiquela, Chaquilque es una voz mapuche que significa: «Don-
de hay Macahines». Sanquilqué o Sanquelqué, tal vez sea una deformación del
topónimo original; según Vúletin: «Cañada del Carrizo», según Piana: «Aguada del
Carrizo», según Erize: «Agua de Cortaderas» y según Casamiquela: «Donde hay
carrizales». Probablemente se trate del mismo sitio que Olascoaga cita como Chagqui-
hue: «Donde se despedaza o destroza». En la memoria de la mensura del lote mencio-
nado realizada por el Agrimensor Claudio A. Braly, al referirse a su ubicación dentro
del Valle Daza, dice: «Se sale de los médanos, se entra en el valle de Sanquilqué, en un
bañado con mucha agua»19. En este paraje se encontraban los toldos de Payllatur en
1806, en momentos del paso de la expedición de Luis de la Cruz a poca distancia.
Cuarenta años atrás, en 1776, ya existían los primeros asentamientos aborígenes en el
lugar:
285
Norberto Mollo y Carlos Della Mattia
Chillen, Chillem o Chiyen: es un paraje compuesto por una laguna situada sobre la
línea limítrofe entre los lotes 10 y 11, Fracción B, Sección IX, del departamento Toay. Su
significado admite diferentes interpretaciones: según Casamiquela una variante es El
Chülen y se refiere a una fruta o a una planta, según Vúletin su nombre hace alusión a la
Gaviota Cocinera, llamada Chille por los aborígenes, con el agregado afirmativo de llén y,
según Puch y Tello «ensillar y desensillar los caballos». Actualmente junto a la laguna
mencionada se encuentra la Estancia El Chillén, dentro del importante valle de igual
nombre. La crónica de mensura de los citados lotes 10 y 11 efectuada por el agrimensor
Carlos A. Braly hace mención del lugar como «Chillem»: «Se llega á unos medanitos que
están al pié de la cadena indicada. Pasto bueno. El cañadon se llama Chillem»21.
Malalguaca o Malalhuaca o Malal Huaca: laguna cuyo nombre deriva de Malal:
corral y Huaca: vaca; «corral de vacas». Dicha laguna se halla dentro del imponente
valle de Malal Huaca, que alberga también a una estancia de idéntico nombre, lote 2,
fracción B, Sección IX, departamento de Toay. El Agrimensor Braly, al efectuar la
medición de los lotes 2 y 9 de la fracción citada, hace una interesante descripción del
sitio. Midiendo el lado norte del lote 9 de oeste a este, sobre los 7.500 metros de
marcha nos dice: «Cruza un camino al S.O. Se baja á un cortaderal á 250 m al N de la
linea aguada de Malal Huaca. Agua abundante, y buenos pastos»22.
Quilquil: laguna ubicada en el lote 3, fracción B, Sección IX, del departamento de
Toay. Según el «Nuevo Diccionario Mapuche-Español» de Vúletin y otros, su nombre
significa pájaro chucho. De acuerdo al relevamiento efectuado por el maestre de campo
Diego de las Casas Quilquil quiere decir «Pájaro Chiquito». Según Casamiquela Kilkil
nombra a una lechuza pequeña llamada Caburé. En este lugar habitaba en 1776/79 el
cacique: «Painemanque, que quiere decir cóndor anciano, tiene 14 indios, inclusos
cuatro hijos, en 7 toldos; vive en el paraje de Quilquil, que quiere decir pájaro chiquito,
cuyas aguadas son 4 pozos cavados y cercados. Dista dos leguas del antecedente (Colu
Lauquen), sito sobre el mismo camino, tras de un cerro pequeño»23. Como esta voz
toponímica se ha perdido en los registros cartográficos actuales, la ubicación tentativa
del sitio Quilquil, sobre el curso de la rastrillada, se logra de la siguiente manera: de la
tabla de distancias que como «Derrotero de Angueñán» exhibe Luis de la Cruz, toma-
mos las que indica de Malal Huaca a Quilquil y de Quilquil a Colu Lauquen, siendo
ambos extremos sitios de precisa localización. Esto nos permite establecer una corres-
pondencia entre las leguas de Angueñán y los kilómetros. Luego medimos sobre la carta
las distancias en Km de Quilquil a los dos extremos. La cita anterior es coincidente con
la localización efectuada, al señalar la distancia de Colu Lauquen a Quilquil.
Colulanquen, Cololanquen, Colo lauquen, Colu-Lauquen, Colu Lafquen o Colu
Lauquen: laguna situada en el lote 4, fracción B, Sección IX, del departamento Toay,
cuya acepción etimológica nos dice Colu: colorado, Lauquen: laguna; «Laguna Co-
lorada». Inmediatamente al este de la misma se ubica hoy la Estancia La Colorada,
cuyo nombre se corresponde con las características del paraje. El agrimensor Braly, al
efectuar la medición del lado norte de dicho lote, sobre el mojón colocado a los 7.500
286
Rastrilladas y parajes del Mamúl Mapu
m expresa: «Tierra baya arenosa. Pasto bueno y abundante. A 500 m al SSO queda la
aguada de Colu-Lauquen. (Laguna colorada)»24. Sus primeros moradores, a fines del
siglo XVIII y principios del XIX fueron los caciques Llancan, Rainao, Aygopillan,
Cayupan y sus gentes.
Figura 7. Plano de mensura del lote 4 (Colu Lauquen), fracción B, Sección IX del agrimensor
Braly. Dirección de Catastro de la Provincia de La Pampa.
287
Norberto Mollo y Carlos Della Mattia
Tuay o Toay: topónimo cuya etimología hace referencia de modo coincidente con
la opinión de diversos autores al significado de «abra, abertura, rodeo, vuelta ó sende-
ro sinuoso» a través de una tupida población de caldenes, por el que se accedía a la
vertiente ó manantial de agua existente en el lugar. Si bien los médanos y montes de
Toay son imponentes y abarcan una gran extensión, resulta complejo precisar con
exactitud el lugar geográfico que dio origen al topónimo. A partir de Colu Lauquen
dejamos planteadas dos posibilidades de continuación del Camino de las Nuevas
Tunas: una hacia el N.E., rumbo a los médanos y montes próximos a la actual locali-
dad de Toay (Lotes 19 y 20, fracción D, sección II); la otra variante se dirige al S.E. del
lote 21, donde la mensura del agrimensor Joaquín Maqueda registra «Á los 2500 m de
esta linea y como 1500 al Oeste hay unos jagüeles donde ha existido una tolderia»25.
Este lugar podría tratarse del mismo que cita Vúletin, como la aguada o vertiente que
diera origen al nombre de Toay.
288
Rastrilladas y parajes del Mamúl Mapu
«Leubucó: Este punto tan nombrado por haber sido allí la residencia de los Rosas, es
una especie de cañadon ó laguna desplayada (estaba seca en la época qué la ví) de 2000
m. de largo, por 500 de ancho, que corre de N.O. á S.E. Tiene en sus alrededores
algunos ojos de agua que se derraman en ella pero de poca importáncia. Está á a la
orilla de un inmenso monte que se estiende al O. y al S.O.»27.
Figura 10. Plano de mensura del lote 9 (Leubucó), fracción A, sección VIII del agrimensor
Juan Alsina. Dirección de Catastro de la Provincia de La Pampa.
289
Norberto Mollo y Carlos Della Mattia
El siguiente paraje que se hallaba sobre la rastrillada de las Pulgas era Leubucó,
punto neurálgico por ser un nodo de rastrilladas y por su relevancia geopolítica, como
asiento de los toldos ranqueles del gran cacique Mariano Rosas.
Si bien existen muchos otros sitios de importancia fuera de estas grandes rastrilla-
das, sobresale el de Trehuá Lauquen (Laguna del Perro), centro nodal del cual irradia-
ban ocho caminos en distintas direcciones. El más importante de ellos era una prolon-
gación de la rastrillada de las Pulgas, que a su vez conectaba Poitahué (sobre las
Víboras) con Chaquilque (sobre la Derechura) y más al sur con Traru Lauquen (sobre
los Chilenos). Trehuá Lauquen se encuentra en la Sección IX, fracción A, lote 4, del
departamento Loventué, a 19 km al SSE del paraje El Durazno.
Conclusiones
Nuestra área de estudio, el Mamüll Mapu, fue surcada por tres grandes rastrilladas
principales: la de Las Pulgas, de Las Víboras y el Camino de la Derechura o de Las
Nuevas Tunas. Además existía una vasta red de caminos menores, que vinculaban a
estas entre si y con otros sitios de relevancia.
Algunas de estas rastrilladas resultan ser preexistentes al arribo al lugar de los
pehuenches ranquelinos. Así Gerónimo Luis de Cabrera en 1620, al transitar la rastri-
llada que luego se llamaría de Las Pulgas y otras que le continuaban hacia el sur, no
encuentra población aborigen hasta la Laguna del Juicio (Trehua Lauquen), donde
avista unos pocos moradores, presuntamente tehuelches septentrionales. La llegada
de la parcialidad ranquel se opera en el último tercio del siglo XVIII, emplazando sus
tolderías a la vera, o en las proximidades, de estas grandes vías de comunicación. Así
lo registran las expediciones españolas en 1776 y 1779, y la de Justo Molina en 1805
y Luis de la Cruz en 1806.
En un principio, los parajes que cobijaron a los recién llegados fueron: Trenel,
Calchague, Marivil, Metrenquel, Nahuel Mapu, Meucó, Chaquilque, Quilquil y Colu
Lauquen, entre otros. Mas adelante, en el transcurso del siglo XIX, se densificaría la
ocupación de las tierras del Mamüll Mapu, cobrando importancia otros sitios, como
Poitahué, Guada, y mas hacia el norte Leuvucó, que habría de erigirse en morada de
los mas afamados caciques ranqueles.
290
Rastrilladas y parajes del Mamúl Mapu
291
Norberto Mollo y Carlos Della Mattia
Notas
1
Archivo Nacional Histórico de Chile (ANHCH). Diario de Viaje de Luis de la Cruz.
Folio 149.
2
ANHCH. Diario de Viaje de Luis de la Cruz. Folios 154 y 154 v.
3
Diego de Rosales. Historia del Reyno de Chile. En: Alvarez, 1972:44.
4
De la Cruz, 1835:111.
5
Revista del Río de la Plata. «Descripción de la Colonia del Sacramento y puertos del Río
de la Plata al norte y sud de Buenos Aires, seguida de un plan para la conquista y
población del Cabo de Hornos y sus pampas, por Don Felipe de Haedo, Año de 1778».
Tomo III. Buenos Aires, 1872. pp. 450.
6
Colección…, 1837:95.
7
ANHCH. Diario de Viaje de Luis de la Cruz. Folios 129 v y 130.
8
ANHCH. Diario de Viaje de Luis de la Cruz. Folio 110 v.
9
Archivo General de la Nación (AGN). Sala IX. División Colonia. Legajo 39-5-5, Expe-
diente Nº 1. Diario de Viaje de Justo Molina.
10
Archivo Histórico de San Luis (AHSL). Carpeta Nº 10. Documento Nº 1557. 11 de abril
de 1806
11
AGN. IX. 24. 1.1. Diario de la expedición de José Francisco Amigorena. Folios 115-131.
12
Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro
Provincial. Mensura del agrimensor Juan Ignacio Alsina. Sección VIII. Fracción A. Lote 24.
13
Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro
Provincial. Mensura del agrimensor Juan Ignacio Alsina. Sección VIII. Fracción D. Lote 11.
14
Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro
Provincial. Mensura del agrimensor Juan Ignacio Alsina. Sección VIII. Fracción D. Lote 9.
15
Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro
Provincial. Mensura del agrimensor Juan Ignacio Alsina. Sección VIII. Fracción D. Lote 11.
16
Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro
Provincial. Mensura del agrimensor P. Otamendi. Sección XIV. Fracción A. Lote 12.
17
De la Cruz, 1835:131.
18
De la Cruz, 1835:130.
19
Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro
Provincial. Mensura del agrimensor Claudio A. Braly. Sección IX, Fracción A, Lote 18.
Agr. 1882.
20
Colección…, 1837:98.
21
Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro
Provincial. Mensura del agrimensor Claudio A. Braly. Sección IX, Fracción B, Lotes 10
y 11. 1882
22
Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro
Provincial. Mensura del agrimensor Claudio A. Braly. Sección IX, Fracción B, Lote 9. 1882.
23
Colección…, 1837:97.
24
Dirección General de Tierras, Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro
Provincial. Mensura del agrimensor Claudio A. Braly. Sección IX. Fracción B. Lote 4. 1882
292
Rastrilladas y parajes del Mamúl Mapu
25
Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro
Provincial. Mensura del agrimensor Joaquín V. Maqueda. Sección II. Fracción D. Lote
21. 1881
26
Memorias del Ministerio de Guerra y Marina. Año 1873. pp. 145
27
Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro
Provincial. Mensura del agrimensor Juan I. Alsina. Sección VIII. Fracción A. Lote 9. 1882.
28
Mansilla, 1987:155-156.
Bibliografía citada
ÁLVAREZ, G. 1972 Neuquén, Historia, Geografía, Toponimia. Universidad del Comahue.
Neuquén.
CASAMIQUELA, R. 2005 Toponimia Indígena de la Provincia de La Pampa. Ministerio
de Cultura y Educación. Santa Rosa.
COLECCIÓN DE VIAGES Y EXPEDICIONES A LOS CAMPOS DE BUENOS-AIRES
Y A LAS COSTAS DE PATAGONIA 1837 «Noticia individual de los caciques, o
capitanes peguenches y pampas que residen al sud, circunvecinos a las fronteras de la
Punta del Sauce, Tercero y Saladillo...». Primera Edición. Imprenta del Estado. Buenos-
Aires.
DE LA CRUZ, L. 1835 Viàge a su costa, del alcalde provincial del muy ilustre Cabildo de la
Concepcion de Chile. Primera Edición. Imprenta del Estado. Buenos Aires.
ERIZE, E. 1990 Toponimia mapuche. Editorial Yepun. Buenos Aires
MANSILLA, L. V. 1987 Una excursión a los indios ranqueles. Centro Editor de América
Latina. Vol. 1. Buenos Aires.
PIANA, E.L. 1981 Toponimia y arqueología del siglo XIX en La Pampa. Eudeba. Buenos Aires.
TELLO, E. A. 1957 Toponimia araucana-pampa. Edición de la Dirección de Cultura de La
Pampa, Santa Rosa.
VÚLETIN, A. 1978 La Pampa. Grafías y etimologías aborígenes. Eudeba. Buenos Aires.
Bibliografía consultada
DELLA MATTIA, C. y N. MOLLO 2000 El Camino de la Derechura. IV Jornadas
Ranquelinas. Rufino. Santa Fe. MS.
DELLA MATTIA, C. y N. MOLLO 2002 Itinerario del viaje de Luis de la Cruz en la
provincia de La Pampa. En AGUERRE, A. y A. TAPIA Entre médanos y caldenes de la
pampa seca. Facultad de Filosofía y Letras, U.B.A. Buenos Aires.
DELLA MATTIA, C. y N. MOLLO 2005 La ruta de Cabrera en busca de los Césares. V
Jornadas de Arqueología e Historia de las Regiones Pampeana y Patagónica. Universi-
dad Nacional de Luján. Luján.
DELLA MATTIA, C. y N. MOLLO 2005 Rastrilladas en el sur de Santa Fe. IV Congreso de
Historia de los pueblos de la provincia de Santa Fe. Esperanza.
FERNÁNDEZ, J. 1998 Historia de los indios ranqueles. Instituto Nacional de Antropología
y Pensamiento Latinoamericano. Buenos Aires.
293
Norberto Mollo y Carlos Della Mattia
Fuentes documentales
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Archivo General de la Nación (A.G.N.), Sala IX, División Colonia, Legajo 39-5-5 (Diario de
viaje de Justo Molina)
Archivo Histórico de San Luis, Carpeta Nº 10, Documento Nº 1557, 11/04/1806
Archivo Nacional Histórico de Chile (ANHCH), Diario de viaje de Luis de la Cruz.
Dirección General de Tierras, Archivo de Mensuras de La Pampa, Dirección de Catastro
Provincial. Mensuras de las Secciones siguientes:
1881. Sección VII; Agrimensor nacional: José Antonio Lagos
1882. Sección VIII; Agrimensor nacional: Juan Ignacio Alsina
1882. Sección IX; Agrimensor nacional: Claudio Andrés Braly
1885. Sección XIII; Agrimensores nacionales: Benjamín Domínguez, Cagnoni, Carballo y
Otamendi.
1883. Sección XIV; Agrimensores nacionales: Cagnoni, Carballo y Otamendi.
Cartas topográficas del Instituto Geográfico Militar (IGM), a escala 1:500.000, 1:250.000,
1:100.000 y 1:50.000.
Imágenes satelitales obtenidas de la página web: http://maps.google.com
Memorias del Ministerio de Guerra y Marina. Año 1873.
Mosaicos cartográficos de rastrilladas y parajes elaborados por los autores (inéditos).
294
Los ranqueles reducidos en la frontera del
río Quinto durante la década de 1870:
su incorporación al Ejército Nacional
Marcela Tamagnini; Graciana Pérez Zavala y Ernesto Olmedo
Laboratorio de Arqueología y Etnohistoria-Universidad Nacional de Río Cuarto
Contacto: marcela.tamagnini@gmail.com; gracianapz@gmail.com; erolmedo@yahoo.es
A partir de 1850 gran parte de los territorios fronterizos de la fértil llanura pampeana,
comenzaron a insertarse en el proceso de explotación pecuaria y agrícola-ganadero.
Sin embargo, en el sur de Córdoba y San Luis, la incorporación al capitalismo agrario
pampeano fue tardía. Para comprender la singularidad de este espacio, es necesario
que prestemos atención a los acontecimientos ocurridos a lo largo de la década de
1870, los cuales coinciden con el momento final de la frontera.
En términos generales, podemos decir que en los años ‘70 la vida en la frontera
estuvo signada por un acrecentamiento de las medidas militares y por la puesta en
práctica de planes de avance sobre los indígenas. Un hito distintivo de esta porción
fronteriza fue la creación por parte de los misioneros franciscanos de dos núcleos de
reducciones indígenas sobre el río Quinto, específicamente en cercanías de los fuertes
Sarmiento y Villa Mercedes (Provincias de Córdoba y San Luis). Desde nuestra pers-
pectiva, estas reducciones deben ser analizadas en el marco de los proyectos militares
de avance de la Frontera Sur por cuanto las acciones desarrolladas por los misioneros
estuvieron condicionadas por las tácticas y estrategias castrenses.
Los indígenas reducidos eran ranqueles, una de las etnias que, a lo largo del siglo
XIX, más se ajustó a la condición de indios soberanos. En la década de 1870 sus
principales caciques buscaron sostener su autonomía política y territorial respecto
del Estado argentino a través de la vía diplomática. Sin embargo, en ese mismo perío-
do, diferentes grupos de capitanejos e indios lanza abandonaron las tolderías para
instalarse en la frontera en calidad de indios reducidos. Estos ranqueles rápidamente
fueron incorporados a las fuerzas militares que defendían esta frontera.
Este último suceso dota también de especificidad a la frontera cordobesa-puntana
295
Marcela Tamagnini; Graciana Pérez Zavala y Ernesto Olmedo
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Los ranqueles reducidos en la frontera del río Quinto durante la década de 1870:
su incorporación al Ejército Nacional
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Marcela Tamagnini; Graciana Pérez Zavala y Ernesto Olmedo
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Los ranqueles reducidos en la frontera del río Quinto durante la década de 1870:
su incorporación al Ejército Nacional
«El indio, en el combate, es de empuje terrible; choca con violencia incalculable. De ahí
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Marcela Tamagnini; Graciana Pérez Zavala y Ernesto Olmedo
que se considere su caballería sin igual en el mundo; ni tampoco hay caballería que
ocasione más bajas al enemigo. Me fundo en la superioridad del caballo que monta y en
la hábil destreza de la lanza que maneja, que es de una largura extraordinaria, casi el
doble de la nuestra, que es de o debe ser de tres varas por la táctica. Además el indio usa
espuelas, prenda que nunca le falta aunque sea de madera y obligándolo a avanzar
hasta hacer chocar la cabeza con los del enemigo» (Arnold, 1973:86).
Una nota especial provenía del tipo de armas que utilizaban los indígenas: lanzas,
chuzas, boleadoras, bolas, arcos y flechas (Walther, 1964). Según el cautivo Santiago
Avendaño, las primeras eran empleadas no sólo con destreza, sino que se destinaban
exclusivamente al enfrentamiento con los cristianos, quedando prohibido su uso en
el seno de la toldería (Hux, 2000). La documentación consultada no ofrece indicios
sobre el uso de armas de fuego en estos tiempos.
La fuerza indígena del espacio pampeano se presentaba, entonces, como una fuer-
za de choque –más que como cuerpo defensivo– capaz de ejecutar entradas fugaces y
contundentes luego de una labor premeditada de inteligencia a través del espionaje
de los indios bomberos y de observantes que pasaban desapercibidos en el terreno.
En términos generales, la producción historiográfica sobre la frontera coincide en
señalar la importancia que habría tenido la guerra con los cristianos para la sociedad
indígena. Mandrini (1984) define al malón como una empresa económica colectiva
que sostenía toda la estructura social indígena. A veces, los malones se conformaban
con partidas relativamente pequeñas, pero en otras ocasiones éstos contaban con
centenares de lanceros de distintas tribus. En el caso de los últimos se requería de una
intensa planificación según la cual el cacique que decidía su realización debía enviar
invitaciones a sus parientes y aliados y, según la conveniencia, a caciques enemigos,
a participar de un parlamento en el que ajustarían los detalles operacionales. En la
junta solía designarse al responsable de la conducción del malón –por lo general
quien había tenido la iniciativa–, la fecha y el lugar de su realización. También era
importante definir el número de caballos que cada participante aportaría porque de la
calidad de éstos, de su velocidad y resistencia habría dependido el botín de cada
indígena y el éxito de la invasión. Las mujeres y los niños colaboraban cuidando la
caballada de reserva y arreando los animales (Mandrini y Ortelli, 1993:57-59).
En la misma dirección, Martha Bechis (1998) señala que aquello que a simple
vista aparecía como un «desorden de las fuerzas» –»ejército volante»– en realidad da
cuenta de una organización para el ataque, para la entrada y retirada al momento de
introducirse en poblados y fuertes. Esta coordinación era posible porque los malones
habrían sido acordados y planificados en las juntas y parlamentos en los que los
indígenas, en tanto colectivo, decidían una estrategia de acción común. Para la auto-
ra, los malones no encontraban fundamento en una estructura jerárquica sino en la
voluntad de los conas, los capitanes y los capitanejos de reclutarse y acatar a quien era
reconocido como líder del mismo. Desde su perspectiva, ello era posible porque en
estas sociedades no habría existido almacenaje colectivo. Si bien las alianzas de paz
y los malones otorgaban poder a los caciques dado que de ellos dependía su distribu-
ción, dicha diferenciación no se habría sostenido en el tiempo porque cada lancero
habría estado facultado para permanecer con el cacique que más bienes distribuía.
Estos procesos de fusión y fisión habrían sido posibles porque cada indígena era
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su incorporación al Ejército Nacional
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Marcela Tamagnini; Graciana Pérez Zavala y Ernesto Olmedo
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su incorporación al Ejército Nacional
vamos que en 15 años el número se había duplicado y que, sobre el final de la guerra de
fronteras, casi el 10% del total de las fuerzas eran indígenas.
Los ranqueles que llegaron a las reducciones en la década de 1870 sabían que su
traslado a la frontera podía traerles aparejado su incorporación a las fuerzas de línea.
Por ello, una de las condiciones que impusieron era la de no ser convertidos en solda-
dos18. Sin embargo, la correspondencia intercambiada entre los franciscanos que esta-
ban a cargo de las misiones de Sarmiento y Villa Mercedes, permite ver cómo los
indios lanzas terminaron siendo «soldados en servicio activo». La obligación de
prestar «servicios militares» se extendía por lapsos de veinte días, seis meses o más.
En esos casos eran trasladados a los destacamentos, en los que debían barrer las piezas
de los oficiales, limpiar los potreros del Estado, además de ser humillados, castigados
con látigos y, a veces, apresados. Los oficiales de los cuarteles impulsaban estas
acciones, generalmente avalados por sus superiores. Algunos indígenas se resignaban
a su «triste e incomprensible estado» como todo «Militar de Linea». Otros, en cambio,
se sublevaban y, cuando las circunstancias lo admitían, desertaban19. Cabe aclarar
aquí que empleamos los términos «sublevaciones» y «deserciones», en tanto formas
de resistencias al orden, dado que estos indígenas ya se hallaban incorporados de
alguna manera al Ejército Nacional.
Según hemos señalado, una de las particularidades de la Frontera Sur de Córdoba
durante los años ‘70 fue la reducción de los ranqueles en las misiones franciscanas del
río Quinto y su inmediata incorporación al servicio de Guardias Nacionales. La prime-
ra acción que se registra en este sentido data de 1873, cuando los hombres de las
Totoritas fueron trasladados al fuerte de Villa Mercedes. Este proceso de militariza-
ción de los indígenas reducidos se habría acelerado con la revolución encabezada por
Mitre20 en septiembre de 1874, la cual contó con el auxilio de algunos jefes del
ejército como el General Arredondo apostado en Villa Mercedes. En tal sentido, éste
convocó a los indígenas de las Totoritas a marchar bajo sus órdenes, pero éstos ha-
brían preferido «aguardar las ordenes del Gobierno». Por su parte, la represión de la
rebelión fue confiada al General Roca quién convocó a algunos indígenas reducidos,
como por ejemplo Linconao21.
Una consecuencia de este proceso de reclutamiento fue que los indígenas reduci-
dos comenzaron a ser «gobernados por gefes y oficiales de Línea», perdiendo los
misioneros injerencia sobre ellos. Cuando se inauguró la misión de Sarmiento, el
Directorio franciscano discutió esta cuestión, alegando que el Prefecto de Misiones
debía tener incumbencia en los conflictos suscitados en las reducciones, fuertes y/o
poblados cristianos. Con ello se oponían a la propuesta elaborada por el padre Marcos
Donati, particularmente al «párrafo Nº 9 del reglamento» de misiones que establecía
que los indígenas que delinquieran en poblados o fuertes debían ser «juzgados por las
autoridades civiles ó militares de acuerdo con el Cacique». A criterio de la comisión
evaluadora del proyecto, dicho punto era confuso ya que no quedaban deslindados
los límites entre el proceder del cacique y el del jefe militar. Igualmente, estaban en
desacuerdo con el Párrafo 10 según el cual las diferencias que se suscitaran «entre las
reducciones ó entre las familias de una misma Reduccion» debían ser «arregladas por
alguna persona, en la que los yndios tuviesen mas confianza» o bien por «el Gefe de
la frontera» que «los reducirá á la paz, por medios pacíficos»22.
Las objeciones que realizó el Directorio del Colegio Franciscano no modificaron
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Marcela Tamagnini; Graciana Pérez Zavala y Ernesto Olmedo
«estos indios sometidos al Gobierno desde un principio se han entendido casi en todo
con el Gefe de las Fronteras y sus subalternos a ellos reconocen por sus superiores a
ellos obedecen, en cuyos actos se inspiran, en cuyas costumbres observan y en cuya vida
militar toman parte de esto se cuidan, por lo demás el misionero les inspira poco
interes»23.
En síntesis, los ranqueles de la frontera quedaron sujetos a los jefes militares, pero
internamente dependían de los capitanejos o indios lanzas que habían conducido al
contingente en el momento de su reducción. Estos líderes indígenas hacían de inter-
mediarios entre el grupo y las autoridades militares. Los misioneros se situaban entre
ambas figuras, variando su influencia según las condiciones de la reducción y sus
vínculos con los jefes militares y los capitanejos. Así, el proceder de las chinas e
indios lanzas sometidos quedó regulado por militares, misioneros y capitanejos, que
no necesariamente coincidían en sus proyectos.
Los cargos militares: entre las diferencias en la toldería y los nuevos grados
El proceso de militarización de los ranqueles reducidos se desarrolló al compás de
la estrategia del Gobierno Nacional de conceder grados militares y sueldos (similares
en muchos casos a los del ejército regular) a los caciques, capitanejos e indios lanza
que encabezaban los contingentes que se trasladaban.
Para analizar esta cuestión es necesario que prestemos atención a los grados mili-
tares del ejército regular. Según la Memoria de Guerra y Marina de 1864, los grados y
funciones del Ejército Nacional estaban divididos en cuatro grupos: Generales; Jefes,
Oficiales y Tropa. Dentro de los primeros se destacaba el Brigadier, el cual era secun-
dado por el Coronel Mayor. En cuanto a los Jefes se distinguían –en orden descenden-
te– los cargos de Coronel, Teniente Coronel y Sargento Mayor. Por su parte, los
Oficiales se dividían en: Capitán; Ayudante Mayor 1°, Ayudante Mayor 2º, Teniente
1°, Teniente 2°, Subteniente, Alférez, Abanderados y Portas. Finalmente, la Tropa se
constituía a partir del Sargento 1°, Sargento 2°, Cabo 1°, Cabo 2º, Cadete, Distingui-
dos, Bandas de guerra (Tambores, Cornetas, Timbaletas y Clarines), Bandas de música
(Maestros y Músicos) y soldados24. Lógicamente, esta estructura se hacía extensiva a
los indígenas que eran incorporados a las fuerzas defensivas cristianas. Para citar un
ejemplo de la década del 1870, el piquete de indios auxiliares de Santa Catalina
estaba compuesto por un Capitán, un Teniente 1°, un Teniente 2°, dos Alféreces, un
Sargento 2° y 38 soldados25.
Ahora bien, ¿qué pasó con las tradicionales diferencias entre aquellos indígenas
que se trasladaron a los fuertes y misiones? El accionar de los jefes de frontera nos
permite distinguir dos situaciones. En algunas ocasiones, éstos impulsaban la reduc-
ción de los principales caciques otorgándoles cargos militares que reproducían las
jerarquías de las tolderías, pero, en otras circunstancias, propiciaban la migración de
capitanejos e indios lanzas ofreciéndoles funciones que superaban a las que tenían en
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su incorporación al Ejército Nacional
funcionario no tenía entre sus listas a los indígenas recientemente reducidos por lo que
sólo había desembolsado «seis meses á los soldados de línea, cuatro á los de G. N. de
baja y dos meses á los indios en actual servicio (los de Linconao)». Asimismo, Álvarez,
destacaba que los indígenas de Linconao recibían el pago de dos meses, es decir, «12
patacones» cuando en realidad se les adeudaban «25 meses»30.
A estas dificultades que surgían a partir del reparto de los sueldos y raciones, se
sumaban aquellas ligadas a la pérdida de los «beneficios» que otorgaba el Gobierno a
los indígenas que permanecían reducidos entre los franciscanos. Así, en 1876 Martín
López alegaba que mientras él estaba en el Fuerte Viejo desempeñándose como lengua-
raz, el Gobierno había entregado ovejas a «todos» los indígenas que estaban en las
Totoritas «y solo» a él no lo habían «hecho parte» pese a que era «del mismo linaje»31.
Sintetizando, la asignación de rangos militares entre los ranqueles reducidos tam-
bién tenía implicancias económicas: los indígenas que recibían un sueldo, eran raciona-
dos. En ciertos casos, tales asignaciones fueron efectuadas de manera compulsiva, ha-
ciendo que los indígenas quedaran obligados a «devolver» lo recibido por su participa-
ción en el servicio de armas. Además, una vez que los indígenas quedaban vinculados
a la fuerza militar, debían hacer frente a los retrasos en los pagos, a los equívocos en los
grados militares y, en el peor de los casos, a las omisiones en los listados del Comisario
Pagador. De este modo, la entrega de sueldos, vestimenta y raciones puede ser conside-
rada como constitutiva del proceso de militarización de los ranqueles reducidos. Su
suministro nos permite visualizar el malestar de y entre los indígenas.
Conclusión
En este trabajo partimos de la premisa de que las reducciones de ranqueles que
surgieron en la década de 1870 fueron resultado tanto de las políticas ofensivas,
diplomáticas y colonizadoras del Gobierno Nacional como de los conflictos entre
caciques, capitanejos e indios lanza. Particularmente, nos interesó analizar las condi-
ciones de vida de los indígenas en la frontera del río Quinto a luz de su incorporación
a las fuerzas militares nacionales. En tal sentido, nos preocupa remarcar que lo proble-
mático de la militarización de los ranqueles reducidos no estaría dado tanto por la
participación de éstos en actividades bélicas (ya que ello no sería diferente a lo acon-
tecido en las tolderías) sino por las implicancias de las mismas. Esquemáticamente
podemos deslindar los siguientes ejes de transformación y conflicto entre los ranqueles
reducidos: 1) inserción dentro la jerarquía militar nacional. Ello implica, por una
parte, aceptar como superiores a los jefes nacionales, y por otro, avalar la autoridad de
indígenas que en las tolderías no necesariamente eran reconocidos como tales y/o con
los que existían conflictos; 2) sujeción a las reglas del régimen militar nacional (sis-
tema de reclutamiento y movilizaciones a distintos puntos de la frontera) como así
también a las obligaciones y castigos del régimen castrense; 3) inserción en la econo-
mía nacional, al depender gran parte de su subsistencia de las asignaciones en suel-
dos, raciones y vestimentas del Estado nacional y 4) obligación de luchar contra los
ranqueles que permanecieron en la tierra adentro hasta las expediciones militares de
1878-1879.
Finalmente, cabe destacar que la sociedad indígena decimonónica se vio atravesa-
da por un franco proceso de militarización que, de manera previa a la inserción a los
307
Marcela Tamagnini; Graciana Pérez Zavala y Ernesto Olmedo
ejércitos de los cristianos, estuvo sujeto un juego estratégico interétnico que operó
en torno de alianzas y contraalianzas tendientes a la neutralización de los enemigos
políticos tanto de uno como del otro lado de la frontera.
Notas
1
Ministerio de Guerra y Marina. Memoria del Departamento de Guerra y Marina, 1879.
Imprenta del Porvenir. Buenos Aires, pág. V-VI.
2
Según el relato de Avendaño, a fines de 1830 los caciques hermanos Llanquelén y
Calfulén con 200 indios habrían abandonado a Llanquetruz para instalarse en el fuerte
Federación. Una vez allí, ambos habrían recibido investiduras militares: el primero de
Teniente Coronel y el segundo de sargento mayor (Hux, 2004:63).
3
Martha Bechis (1994) afirma que Ignacio Coliqueo, proveniente de la zona de Boroa
(Chile), se unió a los ranqueles en la década de 1840. Con el tiempo llegó a ser un cacique
de prestigio, vinculándose inclusive con el Coronel Manuel Baigorria mediante el casa-
miento de una de sus hijas. En los años ‘50 Coliqueo colaboró con el antiguo refugiado
unitario que adhería a la causa de Urquiza. Posteriormente se pasó con éste del lado de
Mitre en 1861. En este marco, después de la batalla de Pavón, Coliqueo y sus seguidores
fueron instalados, como indios amigos, en el fuerte Junín, Provincia de Buenos Aires.
Desde aquella posición y bajo las órdenes de los jefes militares, participó de expediciones
contra los ranqueles (1863) y enfrentó a Calfucurá en 1872.
4
Durante sus primeros 9 años, el Colegio se condujo según el espíritu de la Constitución
Pontificia de Propaganda Fide, hasta que surgió la necesidad de darse su propia «Cons-
titución municipal (local) para los Padres Misioneros de Propaganda Fide del Río
Cuarto». Véase Zavarella, 1983:109.
5
AHCSF. Doc. N° 114. Año 1868, Rte: Fr. M. Donati al Ministro de Justicia, Culto e
Instrucción Pública, Nicolás Avellaneda. Convento de San Francisco, Buenos Aires,
Noviembre de 1868. En: Tamagnini, 1995:136.
6
AHCSF. Año 1875. Doc. Nº 552. Rte: Martín Simón, Francisco Mora y Martín López a
Pablo Pruneda. Villa Mercedes, 14/08/1875. En: Tamagnini, 1995:28.
7
AHCSF. Año 1874. Doc. N° 353; Rte: Julio A. Roca al Marcos Donati. Telegrama. San
Luis, 11/05/1874; Doc. Nº 413. Rte: Juan Villareal a Marcos Donati. Sarmiento, 17/05/
1874; Doc. Nº 415. Rte: Julio A. Roca a Marcos Donati. Telegrama. Río 4º, 20/05/1874;
Doc. Nº 456. Rte: Manuel Díaz a Marcos Donati. Río Cuarto, 8/09/1874. Año 1875.
Doc. Nº 493. Rte: Mariano Rosas a Marcos Donati. Lebucó, 15/01/1875; Doc. Nº 506.
Rte: Mariano Rosas a Marcos Donati. Lebucó, 5/03/1875; Año 1876. Doc. Nº 618. Rte:
Moisés Álvarez a Marcos Donati, Sarmiento, 28/05/1876. En: Tamagnini, 1995:175; 22;
176; 183-184; 25; 208-209
8
AHCSF. Año 1877. Doc. Nº 713. Rte: Moisés Álvarez a Marcos Donati. Sarmiento, 8/
01/1877; Doc. Nº 715. Rte: Epumer Rosas a Marcos Donati. Lebucó, 10/01/1877; Doc.
Nº 738. Rte: Moisés Álvarez a Marcos Donati. Sarmiento, 4/06/1877; Doc. Nº 739. Rte:
Moisés Álvarez a Marcos Donati. Sarmiento, 6/06/1877. En: Tamagnini, 1995:223; 37;
228. Véase también Memoria del Departamento de Justicia, Culto é Instrucción Pública
correspondiente al año 1877, presentada al Honorable Congreso Nacional en 1878, Bue-
nos Aires, Anexo B, Misiones, pp. 357-358.
9
AHCSF. Año 1880. Doc. N° 1160a. Relación de Moisés Álvarez al Venerable Discretorio
sobre lo ocurrido en las misiones a cargo del Colegio Apostólico de Propaganda Fide de
San Francisco Solano de Río Cuarto. 8/06/1880. En Tamagnini, 1995:296-304
308
Los ranqueles reducidos en la frontera del río Quinto durante la década de 1870:
su incorporación al Ejército Nacional
10
Memoria del Departamento de Justicia, Culto é Instrucción Pública correspondiente al
año 1877, presentada al Honorable Congreso Nacional en 1878, Buenos Aires, Anexo B,
Misiones, pp. 357-358.
11
Memoria del Ministerio de Justicia, Culto é Instrucción Pública, Buenos Aires, 1877,
Anexo B, Culto, Misiones entre los indios, pp. 208-211.
12
AHCSF. II Época, Crónica de Quírico Porreca. Rte: Fr. Moisés Álvarez a Fray Joaquín
Remedi. Salta, sin fecha (posiblemente 1880). pp. 225-228; Año 1880. Doc. N° 1160a.
Relación de Moisés Álvarez al Venerable Discretorio sobre lo ocurrido en las misiones a
cargo del Colegio Apostólico de Propaganda Fide de San Francisco Solano de Río
Cuarto. 8/06/1880. En Tamagnini, 1995:296-304
13
Ministerio de Guerra y Marina, Memoria Departamento de Guerra y Marina, 1879, p.
404. Frontera Sur y Sur Este de Córdoba. «Planilla que expresa el numero de habitantes
que tiene la expresada». La misma fue confeccionada en la Guarnición de Sarmiento
Nuevo por Wenceslao Adan, el 1/01/1879.
14
El caballo fue un elemento fundamental en la vida de los indígenas y en sus empresas
contra los cristianos. En un largo y paciente proceso de adiestramiento, el indígena
lograba caballos fuertes y resistentes. Los indígenas se manejaban con dos tipos de
caballos: los de andar y los de guerra (Yunque, 1969).
15
Uno de los recaudos en pleno malón era el de tapar los fogones porque develaban los
movimientos. Mansilla (1993:332) expresaba que el humo traicionaba al hombre de la
Pampa porque era un faro.
16
Ministerio de Guerra y Marina, Memoria Departamento de Guerra y Marina, 1863, p. 9
17
Ministerio de Guerra y Marina, Memoria Departamento de Guerra y Marina, Buenos
Aires, Imprenta Moreno, 1878, p. IV y X. Según la Memoria de 1876, las Comandancias
de Frontera en las que había indios contabilizados dentro de la tropa son: Frontera de
Patagones (423 indios amigos sobre un total de 581 efectivos), Bahía Blanca (101 lance-
ros indígenas sobre un total de 295 efectivos); Frontera Costa Sud (Escuadrón de 52
indios amigos sobre un total de 900 efectivos), Frontera Sud de la Provincia (76 indios G.
N. sobre un total de 1052 efectivos); Frontera del Oeste (344 indios de las tribus de
Coliqueo, Manuel Grande y Tripaylaff sobre 1115 efectivos); Sud y Sud Este de Córdoba
(Escuadrón de 97 indios amigos sobre un total de 797 efectivos); Sud de San Luis
(Piquete de 74 indios amigos sobre un total de 767 efectivos). Ministerio de Guerra y
Marina, Memoria Departamento de Guerra y Marina, 1876, p. 173-203
18
AHCSF. Doc. N° 1161a. Rte: Fray Moisés Álvarez al Ministro de Justicia de la Repúbli-
ca Argentina. Sin fecha (posiblemente de fines de 1877). En: Tamagnini, 1995:305-311.
19
AHCSF. Año 1880. Doc. N° 1160a. Relación de Moisés Álvarez al Venerable Discretorio
sobre lo ocurrido en las misiones a cargo del Colegio Apostólico de Propaganda Fide de
San Francisco Solano de Río Cuarto. 8/06/1880; Sin N° Doc. Rte: Fray Marcos Donati
a Moisés Álvarez. Sin fecha pero posterior a 1874; Doc. N° 1161a. Rte: Fray Moisés
Álvarez al Ministro de Justicia de la República Argentina. Sin fecha (posiblemente de
fines de 1877); Año 1876. Doc. N° 597. Rte: Moisés Álvarez a Marcos Donati. Sarmien-
to, 21/01/1876. Doc. N° 704. Rte: Marcos Donati a Moisés Álvarez. Villa Mercedes, 25/
12/1876; Doc. N° 707 Rte: Moisés Álvarez a Marcos Donati. Sarmiento, 29/12/1876.
Año 1877. Doc. N° 711. Rte: Marcos Donati a Moisés Álvarez. Villa Mercedes, 3/01/
1877. Año 1879. Doc. N° 1071. Rte: Martín J. López a Marcos Donati. Buenos Aires,
10/1879. En: Tamagnini, 1995:296-304; 57; 106-107; 305-310; 71; 111; 72;52-53.
20
El detonante de esta rebelión fue la no aceptación por parte de los nacionalistas del
resultado de las elecciones en las que Avellaneda fue electo presidente.
309
Marcela Tamagnini; Graciana Pérez Zavala y Ernesto Olmedo
21
AHCSF. Año 1875. Doc. Nº 552. Rte: Martín Simon, Francisco Mora y Martín López a
Pablo Pruneda. Villa Mercedes, 14/08/1875. Año 1874. Doc. N° 475. Rte: Moisés
Alvarez a Marcos Donati. Río Cuarto, 22/11/1874. En: Tamagnini, 1995:28, 96.
22
AHCSF. Año 1880. Doc. N° 1160a. Relación de Moisés Álvarez al Venerable Discretorio
sobre lo ocurrido en las misiones a cargo del Colegio Apostólico de Propaganda Fide de
San Francisco Solano de Río Cuarto. 8/06/1880. En: Tamagnini, 1995:296-304. Crónica
de Quírico Porreca. II Época. Rte: Tomás María Gallo a Pío Bentivoglio. Río Cuarto, 26/
07/1874: pp. 221-223.
23
AHCSF. Año 1880. Doc. N° 1160a. Relación de Moisés Álvarez al Venerable Discretorio
sobre lo ocurrido en las misiones a cargo del Colegio Apostólico de Propaganda Fide de
San Francisco Solano de Río Cuarto. 8/06/1880. En: Tamagnini, 1995:296-304. Crónica
de Quírico Porreca. II Época. Rte: Moisés Alvarez a Joaquín Remedi. Salta (posiblemente
de 1880). pp. 227-227.
24
Memorias de Guerra y Marina, 1864. Imprenta del Porvenir. Buenos Aires. «Cuadro
General Ejército, Guardia Nacional en servicio e Indios Amigos».
25
Ministerio de Guerra y Marina. Memoria del Departamento de Guerra y Marina, 1877, p. 514.
26
AHCSF. Año 1874. Doc. Nº 456. Rte: Manuel Díaz a Marcos Donati. Río Cuarto, 8/09/
1874. En: Tamagnini, 1995:183-184.
27
AHCSF. Año 1875. Doc. N° 550a. Rte: Marcos Donati a Moisés Alvarez. Río Cuarto,
12/08/1875; Año 1874. Doc. N° 451. Rte: Marcos Donati a Moisés Alvarez. Villa
Mercedes, 1/09/1874. En: Tamagnini, 1995:63-64; 58.
28
Ministerio de Guerra y Marina. Memoria del Departamento de Guerra y Marina, 1877, p. 514.
29
AHCSF. Año 1876. Doc. Nº 622. Rte: Martín J. López a Julio A. Roca. Villa Mercedes,
4/06/1876; Doc. Nº 670a. Rte: Julio A. Roca a Marcos Donati. Río Cuarto, 16/10/1876.
En: Tamagnini, 1995:33; 115.
30
AHCSF. Año 1877. Doc. N° 788. Rte: Moisés Alvarez a Marcos Donati. Río Cuarto, 30/
10/1877. En: Tamagnini, 1995:113-114.
31
AHCSF. Año 1876. Doc. Nº 622. Rte: Martín J. López a Julio A. Roca. Villa Mercedes,
4/06/1876. En: Tamagnini, 1995:33.
Referencias bibliográficas
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y R. SALVATORE Caudillismos rioplatenses. Nuevas miradas a un viejo problema.
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siglo XIX. Memoria Americana. Cuadernos de Etnohistoria, Nº 3. Buenos Aires: 41-62.
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sociedad sin estado». En SAUTU, R. (comp.) El método biográfico. La reconstrucción
de la sociedad a partir del testimonio de los actores. Editorial de Belgrano. Municipali-
dad de Belgrano: 183-207
310
Los ranqueles reducidos en la frontera del río Quinto durante la década de 1870:
su incorporación al Ejército Nacional
311
312
Capítulo 4
Los derechos de los pueblos
originarios
313
314
Validez de los tratados firmados entre el Estado argentino
y la Nación Mamülche, Pueblo Rankül, 1819 y 1878*
Germán Carlos Canuhé
Presidente Asociación ranquel Willi Kalkin
Contacto: canuhe@yahoo.com.ar
315
Germán Carlos Canuhé
316
Validez de los tratados firmados entre el Estado argentino y la Nación Mamülche,
Pueblo Rankül, 1819 y 1878
Esta definición ha hecho que en nombre del Pueblo Ranquel, hoy reorganizado en
el Centro de Argentina, con 30 Comunidades, su Jefe Principal, su Consejo de Jefes, y
una entidad de 2º grado denominada: «Federación India en el Centro de Argentina,
FICAR» hayamos solicitado al señor Presidente de La Nación Argentina una entrevis-
ta para dialogar sobre la validez de los Tratados firmados entre Nuestra Nación Mamüll
Pueblo Rankül y sus antecesores en el cargo, y encontrar un punto de inflexión,
dentro de las fronteras del país. No queremos recurrir a organismos internacionales
que sabemos nos darán la razón. No los descartamos, pero creemos que con buena
voluntad y diálogo, seguramente que vamos a encontrar el camino de la reconcilia-
ción, tan necesaria a un Pueblo, una Nación, que sufrió el peor Genocidio y Etnocidio
de que se tenga memoria en este país y que aún no se ha reconocido e incluso muchos
niegan. Hemos decidido no retornar con la lanza, la boleadora, la piedra arrojadiza, el
caballo. A nosotros nos asiste el Derecho Consuetudinario. Sin embargo, vamos a
utilizar un arma que nuestros abuelos ni soñaron y que nos provee el mismo blanco,
que es «el derecho positivo».
El Derecho que nos asiste como Nación Libre e Independiente, que aceptó la
Soberanía Argentina sin renunciar a la posesión de su territorio. Perdimos batallas, no
pudimos contra la tecnología del rémington de repetición, pero no capitulamos. Los
jefes firmantes del último Tratado, el del 24 de Julio de 1878, uno, Epugner, luego de
un largo parlamento con otro Jefe Ranquel, casualmente Carripilón, del lado del
Ejército, decidió entregarse. El otro, Baigorrita, perseguido y alcanzado antes de
llegar a la cordillera, malherido, se negó a ser traído prisionero tirándose una y otra
vez del caballo que lo transportaba, decidiendo el jefe de la partida ultimarlo allí
mismo. Ramón Cabral, el Platero, habitante de El Cuero, el más cercano a la llamada
civilización, en 1877, antes de la gran ofensiva, acepta vivir en Sarmiento Nuevo, tal
vez creyendo que la paz anunciada sería para siempre, como lo dice el Tratado, o
estando al tanto del ataque que se preparaba, al igual que el general Las Heras en
Cancha Rayada, prefirió salvaguardar a su gente del desastre. Gracias a esa valiente
actitud, hoy sus descendientes podemos retornar.
La traición de Roca y sus secuaces fue preparada en el mayor de los secretos.
Mientras por un lado ordenaba firmar el Tratado de Paz, por el otro pedía autorización
al Congreso para llevar la frontera hasta el Río Negro, aprobada a comienzos de
Octubre del mismo año. Y preparaba sigilosamente el ejército de ocupación. No le
importó el Artículo 65 inciso 15 de la entonces Constitución vigente que ordenaba
«mantener el trato pacífico con los indios». Las primeras comisiones que envío nues-
tra Nación para el cumplimiento del Tratado, ambas fueron emboscadas en el Pozo del
Cuadril. Una fue aniquilada, la otra hecha prisionera. Y comenzó la «Conquista...»,
así, sin declaración de guerra. Se apropiaron de nuestro territorio sin «nuestro consen-
timiento libre e informado», por lo tanto en forma ilegal.
Las fuerzas de Ramón, que acompañaron al ejército de ocupación como caballeri-
zos, finalizada la lucha no recibieron ni un metro de tierra. Deciden volver a La
Pampa, radicándose en un campo que no tenía dueño, paraje La Blanca, en las cerca-
nías de Luan Toro. Un comerciante de apellido Guiraldez venía regularmente con una
carreta. Un día llegó, pero no sólo, con un papel, el juez y la policía. Todo el campo
ahora era de él. No era tiempo de pelear. Hubo que salir. Y allá fuímos, al famoso
«desierto», donde no vivían ni las lagartijas. Roca se frotó las manos. No aguantaría-
317
Germán Carlos Canuhé
mos allí, en poco tiempo abandonaríamos ese paraje y nos incorporaríamos a los
nacientes pueblos dando por finalizado lo que para él era «el problema indio».
Pero un indio con tierra no desaparece así nomás. Nuestros padres y abuelos hicie-
ron un paraíso de un páramo. En poco tiempo tuvimos correo, telégrafo, escuela,
policía, comercio. Los jóvenes salían de la Colonia a trabajar en lo que sabían. Y
volvían a disfrutar con sus familias el fruto de su trabajo. Luego la tecnología los
desocupó y comenzaron a hacinarse en pueblos y ciudades.
En la década del 70, un poco antes, un gobernante de La Pampa intentó darnos el
golpe de gracia, decreto mediante que decía que la tierra era para quien mejor podía
trabajarla. Cualquiera menos un indio. Otra vez la historia se repite, aparece un aven-
turero, con un papel, el juez y la policía. A voltear ranchos y alambrar campos. Nuestra
gente se rebeló. Un abogado blanco de Santa Rosa, Fernández Acevedo, se puso de
nuestra parte. Tuvo que venir el Presidente de la República, General Lanusse, en
1972, a darnos los títulos de propiedad. Individual. Allí nos ganaron. Hoy, de 80.000
has. que teníamos nos quedan 40.000. Y otra vez los buitres sobrevuelan sobre noso-
tros. Pero ya no nos encuentran desprevenidos.
Desde 1983, exactamente luego de 100 años de silencio, decidimos volver por
nuestros fueros. Y aquí estamos. Organizados. Y decididos a dar batalla en todos los
frentes. Estamos recuperando nuestro Idioma. Nuestra Educación. Nuestra Organiza-
ción Social. Nuestra Cultura. Nuestros Deportes. Nuestra Espiritualidad. Y estamos
elaborando proyectos de desarrollo. Queremos llegar a la autogestión. Luego, la
libredeterminación. No queremos seguir siendo parias en nuestra propia tierra. Espe-
ramos la respuesta de Presidencia. De ella dependen los pasos futuros. Vamos a utili-
zar todas las alternativas que nos ofrece la Justicia, diálogo mediante.
Es mucho más de lo que nos impusieron los genocidas que impulsaron la llamada
«Conquista del Desierto», que no fue Conquista ni era desierto. 20.000 muertos lo
testifican. Miles de familias destrozadas. Niños alejados de sus padres. Mujeres entre-
gadas como esclavas. Ancianos muertos. Hombres condenados a trabajos forzados por
el sólo pecado de defender su familia, su territorio, su libertad, su forma de vida, su
organización social. Opuesta a una «civilización» que 125 años después sólo muestra
injusticia, descalabro social, diferencias de clases, hambre, desnutrición, enfermeda-
des, pobreza, ataque letal al medio ambiente, afán descomedido de acumular riquezas
materiales por parte de unos pocos con el esfuerzo y a costa de muchos. Y el vacia-
miento de nuestro continente que continúa hoy como lo fue a partir de 1492, con otros
métodos. A tanta injusticia alguien tendrá que dar respuesta. Así como de las 15.000
leguas que se apropiaron en forma ilegal.
Por nuestra parte, nos sentimos capaces, como lo fueron nuestros antepasados por
miles de años, de gobernarnos nosotros mismos. Pedimos, exigimos esa posibilidad.
La Ley está de nuestra parte. La Ley que no es para los indios probres sino para todo
indígena que quiera asumirse como tal. Demostraremos en pocos años que podemos
integrarnos perfectamente a este mundo que insiste en no comprendernos. Sin perder
nuestra identidad. Nuestros valores. Nuestra Organización Social. Y comenzaremos a
aportar a una sociedad que cada vez se manifiesta más comprometida con nuestro
pensamiento. Sólo esperamos la respuesta de las máximas autoridades que gobiernan
hoy Argentina. Que no habrá de tardar. Amuchimai.
318
Validez de los tratados firmados entre el Estado argentino y la Nación Mamülche,
Pueblo Rankül, 1819 y 1878
Documentos
PERIÓDICO MENSUAL DE HISTORIA Y LITERATURA DE AMÉRICA
PUBLICADO por Andrés Lamas, Vicente Fidel López y Juan Alaría Gutiérrez.
Tomo V Buenos Aires Imprenta y librería de Mayo, calle de Moreno 911
Plaza de Montserrat. 1873.
319
Germán Carlos Canuhé
vuestros paisanos, vuestros amigos solo quieren vuestro bien. El coronel don Feliciano
Antonio Chiclana, uno de los gefe de este ejército y que merece mi confianza, es el
comisionado para que os haga proposiciones ventajosas a mi nombre: no las despre-
ciéis. Es el órgano del gobierno, y de todos los habitantes de las provincias que os
aman como a hermanos y miembros de una misma familia. El día más lisonjero de mi
vida será en el que vea cimentadas entre vosotros y estos pueblos la unión y la paz. Ni
desmintáis nuestras esperanzas, ni frustreis nuestros deseos: así os lo recomienda
vuestro mejor amigo.
Cornelio de Saavedra
320
Validez de los tratados firmados entre el Estado argentino y la Nación Mamülche,
Pueblo Rankül, 1819 y 1878
26. Se recibió contestación de Ulluoa señalando por punto de reunión el Médano del
Potroso, y diciendo que solo podía reunir de 25 a 30 caballos - Se pasó oficio al
Alcalde de Navarro pidiendo 25 caballos de auxilio - Se gastaron 8 reales en manuten-
ción de la gente.
27. Este día nos mantuvimos en la Guardia esperando la recolección de caballos. De
Navarro solo contestaron acusando recibo. Se escribió carta a Ulluoa pidiendo que
enviase baqueano hasta Palantelen, por no haber aquí quien nos condujese hasta el
Médano del Potroso - Se gastaron 18 reales en carne, sal, jabón y clavo.
28. Salimos de la Guardia e hicimos noche en la casa de don Silverio Melo, que dista
6 leguas, habiendo tenido un viage penoso por las cañadas crecidas. Nos acompañó el
Alcalde de la hermandad don Casimiro Gómez, para facilitarnos caballos que solo
tenían 55. Se gastaron 20 reales en comida.
29. Nos mantuvimos en casa de dicho Melo por la lluvia, y la gente se ocupó de hacer
maneas, colleras y charqui para lo que se compró un cuero y una res. También contri-
buyó a la demora haberse enfermado de un cólico el lenguaraz Manuel.
30. Abonanzó el tiempo y vinimos a hacer noche en la chacra de Isidoro Molina, que
es la última de este poblado, y dista siete leguas de la anterior. Desde aquí despacha-
mos el chasque a Florencio Sosa a Palentelen en solicitud de Ulluoa.
31. Por la mañana de esta casa de Molina con dirección al Salado, llevando de baqueano
a N. Villegas, e hicimos noche en la tapera de Chivilcoy, que dista 10 leguas, dando
mucho trabajo a los 65 caballos con que entramos a la Pampa.
Noviembre 1º. Levantamos de dicho punto en la mañana de este día, y pasamos el río
Salado con mucha incomodidad por estar algo crecido. En este parage nos alcanzó el
cacique Alleñaú, que iba de paso a sus tolderías, y solicitando le diésemos parte del
regalo, que dijo tenia noticia llevábamos para los Ranqueles, y por no ser de esta nación
ni de los caciques citados se le dio a él y a sus acompañantes solo un poco de yerba,
tabaco, y azúcar con lo que se despidió y siguió su marcha: la noche de este día nos
acompañamos en la cañada del Duraznillo que por ser de legua y media de ancho y muy
pesada nos dio bastante trabajo. Es de notar que las márgenes del Salado a la banda del
este, son terrenos muy amenos, y que ofrecen muy buena proporción para Guardias,
hacienda de ganados etc. Este día anduvimos como 8 leguas.
2. Anduvimos 9 leguas e hicimos noche 2 leguas más al Oeste del célebre Médano,
nombrando las Cortaderas, que los Indios llaman Huinca. Es de tener presente, que
andando del río Salado dos leguas rumbo al Oeste, o Sudoeste, se encuentran los territo-
rios más amenos y deliciosos que se puedan presentar, pues en ellos se forman unos
cerrillos de arena muy pastosos y de regular altura, que de distancia en distancia compo-
nen como unos valles redondos, que contienen lagunas y cañadas abundantes de aguas,
observándose esto mismo en distancia de muchas leguas, según noticia que me comuni-
caron los baqueanos. De estas preciosidades es una el citado Médano de Cortaderas,
especialmente por una laguna que se forma de dos eminencias, y vulgarmente se dice ser
insondable. Todos estos territorios son muy famosos para crianzas de ganados mayores
y menores, son pastosos, sólidos y abundan de aguadas, y sin exageración se puede
afirmar que exceden a los de la costa para dichos objetos.
321
Germán Carlos Canuhé
3. Salimos de dicho punto y habiendo caminado solo dos leguas nos acampamos en la
laguna de los Patos, desde donde enviamos al baqueano con un soldado en solicitud
de Ulluoa, que según cálculo de dicho baqueano debía encontrarse como a 6 leguas
de distancia en el rumbo que viene de la Guardia del Salto.
4. Este día nos mantuvimos en dicha laguna esperando el baqueano.
5. En este día volvió el baqueano avisando que había encontrado a Ulluoa en el punto
prefijado y marchaba para la toldería de Nicolás, desde donde enviaría quien nos
guiase hasta ella, pues nuestro baqueano debía regresarse a su casa. A las once de este
día vimos una partida de indios, armados de chuzas, que pasó como media legua
distante de nuestro campamento, y como supiésemos que estos indios se habían alo-
jado en aquellas inmediaciones, recelando que fuesen salteadores estuvimos con cui-
dado y nos pusimos sobre las armas toda la noche, sin haber ocurrido novedad.
6. Este día como a las once llegó el baqueano de la toldería de Nicolás, y a las tres de
la tarde empezamos a marchar habiendo andado como 5 leguas hasta la noche.
7. Caminamos bien temprano, y aunque solo distábamos de la toldería como 12 leguas
no llegamos a ella hasta las cinco de la tarde, por ser el camino pesado. Aquí encontra-
mos a don Juan Francisco Ulluoa con una escolta de 14 hombres armados, y aunque
traía considerable número de caballos solo ofreció darme 16 de 25 que dijo había
sacado de auxilio del Salto. Al rato de nuestra llegada pidió el cacique yerba y tabaco,
no contentándose con menos de arroba y media de aquella, y 10 varas de tabaco que se
le dieron: y como se informase que no traía el aguardiente por haberlo dejado en la
Guardia con ánimo de repartirlo a mi vuelta del parlamento, dijo: que este no se celebra-
ría de ningún modo si no se llevaba el aguardiente: y aunque sobre esto tuvimos varias
contestaciones no fue posible desistiese de su empeño, y últimamente fue preciso con-
venir con el cacique cuya opinión apoyaba Ulluoa.
8. En la mañana de este día después de una larga sesión con el cacique, los lenguaraces y
Ulluoa en que se le dio la proclama del gobierno, y se hizo entender su contenido a
muchos indios que estuvieron presente, pidió el cacique que se le hiciesen presente los
puntos que se habían de tratar en el parlamento, lo que así se hizo discutiendo sobre cada
uno de ellos. - En seguida envié tres hombres de mi comitiva en solicitud del aguardiente
a la Guardia, sin que fuese posible que Ulluoa hubiese querido dar ningún hombre ni
caballos aunque signifiqué lo atrasada que estaba mi cabalgadura. Aquí es de notar que
Ulluoa el día anterior prometió dar cuatro hombres montados, pero luego se retractó, el
cacique dio 4 hombres con sus correspondientes caballos de carga, y se negó a dar más a
presto de que su caballada estaba flaca. Yo me sospecho que todo fue obra de Ulluoa por
la displicencia que me mostró antes y después de mi asociación, ignorando el motivo que
para ello tuviese. La tarde este día vino el lenguaraz Gutiérrez diciendo que Ulluoa se
marchaba para el Salto la mañana siguiente. Creo que esto sería por la oposición que hice
al cacique Nicolás a abrir los fardos y sacar ropa para un cacique primo suyo, que dijo
había mandado a llamar para que recibiese el regalo.
9. Nos mantuvimos en la misma toldería y Ulluoa no se marchó.
10. Estuvimos en otra toldería y este día apareció el cacique Lorenzo Recuento en
solicitud del regalo, diciendo que no iba al parlamento por vivir en la Cabeza del
Buey, que es a mucha distancia de la toldería de Lienan, y se propuso esperar 5 días
por si venia el aguardiente.
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Validez de los tratados firmados entre el Estado argentino y la Nación Mamülche,
Pueblo Rankül, 1819 y 1878
323
Germán Carlos Canuhé
armonía que nos habíamos propuesto observar. En vista de la sin razón de este cacique
se incomodó el cacique Nicolás que iba con nosotros. El tal Curutipay es hombre de
las más perversas intenciones, como lo manifestó a nuestro lenguaraz Pilguelen, di-
ciendo que si no hubiésemos ido a su toldería con la fuerza armada que había reunido
nos habría quitado cuanto llevábamos.
24. Salimos de la toldería de Curutipay a las 10 de la mañana para esperar el auxilio de
12 caballos, que nos franqueó uno de sus hijos y caminamos como 7 leguas acompa-
ñándonos en un Médano conocido con el nombre de Cuchamelú, así llamado por un
árbol de piquillín que tiene a sus orillas.
25. Marchamos de dicho punto y el cacique Nicolás hizo chasque a Lienan avisándo-
le de nuestra marcha, y pidiendo que enviase al camino auxilio de cabalgaduras. Este
día anduvimos de 12 a 14 leguas e hicimos noche en el Médano del Chañarito.
26. Partimos de dicho punto a las cinco de la mañana y nos alojamos en unos Médanos
nombrados los Manantiales. Ese día recibimos contentación de Lienan y nos propuso
si nos parecía enterrásemos las armas en señal de paz, a lo que se respondió que era
inverificable por la distancia que aun nos faltaba para llegar a sus estados. Nuestra
jornada fue de 14 leguas.
27. Salimos de este lugar a las cuatro de la mañana y llegamos a las 7 de ella a los toldos de
Lienan habiendo caminado 8 leguas, en cuyo lugar celebramos el Parlamento.
En veinte y siete días del mes de Noviembre de mil ochocientos diez y nueve años, habiendo
llegado al paraje nombrado Mamuel Mapú, donde tiene su toldería el cacique Lienan,
distante de la Capital de Buenos Aires, de ciento ochenta, a doscientas leguas rumbo al Oeste
Sud Oeste, estando presentes los caciques de la Nación Ranquel nombrados, Carripilon,
Lienan, Payllarín, Quinchun, Millaan, Flumiguan, Millaan, Nelguelche, Neyguan, Paillañan,
Naupai, Quinten, Huilipan, Ilario, Pedro, Lorenzo Recuento y Nicolás Quintana; me personé
en medio del círculo, que tenían formado, asociado del segundo don Santiago Lacasa, y de
los lenguarases Florencio Gutiérrez, y Manuel Pilquelen; y habiéndome dicho, por medio de
estos, que expusiese el objeto y fin con que me había conducido a aquél punto, les signifi-
qué, que era enviado por el Gobierno Supremo de estas Provincias al intento de hacer paz,
amistad y unión perpetua, con la Nación Ranquelina; y en prueba de ello, les hice entender,
por medio de los Intérpretes, el contenido de la Proclama que V. E. les dirijía ; y enterados de
ella, el Cacique Carripilon, comisionado por aquel Congreso, para que hablase a nombre de
todo él, dijo: que todos de un acuerdo, y de buen corazón estaban poseídos de los mismos
sentimientos de paz, y unión; y que me encargaban lo hiciese así entender al Supremo
Gobierno. En seguida les signifiqué, que en prueba de la amistad, y unión con Buenos Aires,
no debían dar entrada en su país, a los Españoles Europeos, como a nuestros Capitales
enemigos, que trataban de esclavizarnos; a lo que respondió Carripilon, que comprendían
las miras de los Maturrangos, que sabían eran nuestros tiranos, a quienes jamás protegerían;
y en este estado, tomando la palabra el cacique Payllarin, dijo; que ya les tenía significado
anteriormente a sus compañeros, que si los Maturrangos volvían a mandar el país, habían de
poner a los Indios en términos de comer pasto, y que así, debían siempre estar con el Gobier-
no de Buenos Aires, que era de Americanos, como ellos, en lo que todos convinieron, con
demostraciones de gozo y alegría. Al mismo objeto de mantener la amistad, propuse; que no
debían dar oído, a las persuaciones que les hicieran los indios Chilenos, sus amigos, sobre
abrigar a los Europeos Españoles, que andaban entre ellos dispersos; y mucho menos permi-
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Validez de los tratados firmados entre el Estado argentino y la Nación Mamülche,
Pueblo Rankül, 1819 y 1878
tirles, que pasasen por sus territorios a invadir las Fronteras. Aquí contestó el comisionado
Carripilon, que ya habían repulsado las proposiciones que por chasques les habían hecho
los Chilenos sobre el particular, y que estuviésemos seguros, de que no los admitirían en sus
tierras, aunque el cacique Quinteleu los admitía, pero que ellos se encargaban de desenga-
ñarlos. Propuse en tercer lugar; que para que esta amistad fuese sólida, el Gobierno supremo
se comprometía a dar providencias, para que algunos ladrones, o malhechores de los nues-
tros, no les robasen, ni perjudicasen en sus haciendas; y que esto mismo les exigía en nombre
del Gobierno, pues teníamos repetidas experiencias, de robos que los Indios hacen en las
Estancias de nuestra Frontera. Carripilon contestó; que los caciques jamás consentían en los
robos, y que los ladrones eran indios sueltos, que a ocultas de ellos robaban en las Fronteras,
y que así, consentían en que el Gobierno Supremo diese orden para que se les persiguiese
hasta matarlos; a lo que repuse, que nuestro Gobierno nunca entraría en hacer justicia por sí
solo, y que lo más acertado sería, que ellos los aprehendiesen, y remitiesen para castigarlos
y escarmentarlos. Propuse lo 1ª que a consecuencia de la amistad, y unión que se acababa de
pactar, en ningún tiempo, y por ningún motivo debía la Nación Ranquela auxiliar, ni prote-
ger a los montoneros, que, como enemigos del orden, se habían substraído de la obediencia,
y subordinación a nuestro Gobierno; y que por lo tanto no debían sostener aquellos rebeldes,
y sí contribuir a que el Gobierno los castigase como merecían, en lo que convinieron los
indios prometiendo no franquearle, gente, ni cabalgaduras, ni permitirles existir en sus
tierras. Últimamente propuse, que para estrechar la amistad y unión, convendría sacar las
guardias; a lo que respondieron, que de antemano ya habían convenido en que se pusiesen
nuestras Fronteras, de la Banda Oriental del Salado. Repliqué, que no habiendo aguadas
competentes al Oriente del Salado, jamás podría allí verificarse Población, y que era de
necesidad que esta se hiciese al Oeste, a distancia de dos o cuatro leguas de las márgenes del
Río Salado. Sobre este punto discutieron los caciques largo rato, y al fin convinieron en que
se adelantasen las Guardias de Lujan, Salto y Rojas, al Oeste del Salado, con tal que en ellas
solo se pusiese la Fortaleza, y algunas Pulperías para comerciar con los Indios, a quienes se
les habría de auxiliar con cabalgaduras y carne. Con lo que se concluyó la sesión, quedando
los caciques muy satisfechos, no menos que la gruesa suma de Indios que asistieron a aquel
acto - Mamuel Mapü fecha ut supra
325
Germán Carlos Canuhé
de igual clase Epumer Rosas de Lebucó, cuyo tratado es a la letra como sigue:
Artículo 1° Queda convenido que habrá por siempre paz y amistad entre los pueblos
cristianos de la República Argentina y las tribus Ranquelinas que por este convenio
prometen fiel obediencia al Gobierno y fidelidad a la Nación de que hacen parte y el
Gobierno por su parte les concede protección fraternal.
Artículo 2° El Gobierno nacional en consideración a lo arriba expresado y mientras
los Caciques contratantes cumplan y hagan cumplir fielmente lo aquí estipulado
asigna al Cacique Epumer Rosas (150 B) ciento cincuenta pesos bolivianos al mes;
cien pesos bolivianos (100 B) también mensuales al Cacique Mariano hijos, Epumer
chico. Asigna también mensualmente (7 B) siete bolivianos para un trompa, (15 B)
quince pesos bolivianos a un escribiente y quince a un lenguaraz para cada uno.
Asigna así mismo al Cacique Huenchugner (a) Chaucalito (50 B) cincuenta bolivia-
nos y (15 B) quince bolivianos para su lenguaraz.
Articulo 3° El Gobierno Nacional asigna mensualmente al Cacique Manuel Baigorrita
(150 B) ciento cincuenta pesos bolivianos (7 B) siete pesos bolivianos para un trompa
y quince para su lenguaraz.
Artículo 4° El Gobierno Nacional asigna mensualmente al Cacique Cayupan (75 B)
setenta y cinco pesos bolivianos y quince pesos bolivianos a su lenguaraz, asigna así
mismo al Cacique Yanquetruz Guzmán (50 B) cincuenta pesos bolivianos y quince
pesos bolivianos a su lenguaraz.
Artículo 5° El Gobierno Nacional acuerda a los dos Caciques principales arriba men-
cionados, para repartir entre todos los Caciques, Capitanejos y tribus que comprenden
este tratado (2.000) dos mil yeguas cada tres meses para su subsistencia.
Artículo 6° El Gobierno Nacional dará también a los mismos Caciques para la misma
aplicación y efecto del Artículo anterior, cada tres meses (750) setecientos cincuenta
libras de yerba, (500) quinientas libras de azúcar blanca, (500) quinientas libras de
tabaco negro en rama, (500) quinientos cuadernillos de papel, (2000) dos mil libras
harina, (200) doscientas libras jabón y dos pipas aguardiente.
Artículo 7° Es deber de los Caciques arriba mencionados y de todos los Capitanejos
que los acompañan, entregar al Gobierno todos los cautivos, hombres, mujeres o
niños que asista o lleguen a sus tierras o pagos, bien entendido que si el Gobierno
tiene alguna vez conocimiento de que en alguna tribu de las que entran en el presente
tratado se ha detenido por fuerza algún cristiano o se ha hecho algún mal o privado de
su libertad, hará responsable del hecho al Cacique mas cercano o Capitanejo que lo
hubiera consentido, privándoles del sueldo o ración que tuviesen por el tiempo que
estime conveniente. Todo lo que se expresa en el presente artículo respecto de los
cautivos que así mismo estipulado respecto de los malévolos o desertores cristianos
que se asilen o guarezcan entre los indios. Tanto los cautivos como los cristianos
malhechores deben ser entregados en el fuerte más inmediato al lugar donde se en-
cuentren; siendo bastante motivo para considerara sospechoso y comprendido en esta
estipulación, todo cristiano, de cualquier parte que venga, no teniendo pasaporte o
licencia escrita de un Jefe de Frontera.
Artículo 8° El Cacique Epumer Rosas, el Cacique Manuel Baigorrita, y los demás
Caciques nombrados en este tratado darán toda protección y amparo a los sacerdotes
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Validez de los tratados firmados entre el Estado argentino y la Nación Mamülche,
Pueblo Rankül, 1819 y 1878
misioneros que fueran a tierra adentro, con el objeto de propagar el cristianismo entre
los indios o de sacar cautivos. El Gobierno castigará severamente a todo Cacique,
Capitanejo o indio que no les tributase el debido respeto y hará responsable al Caci-
que que consienta a las personas de dichos sacerdotes.
Artículo 9° Los Caciques mencionados se obligan a perseguir a los indios gauchos
ladrones y a entregar los malévolos cristianos con los animales que llevan a tierra
adentro, así como también entregar bajo la mas seria responsabilidad a todo negocian-
te de ganado robado que cruce por sus campos y pueda ser capturado por algunos de
los Caciques o Capitanejos, conviniendo el Gobierno en recompensar generosamente
a los que entreguen en el fuerte más inmediato las personas y haciendas referidas. Así
también castigará severamente y hará responsable con sus sueldos y racionamientos a
los Caciques y Capitanejos o tribus que amparen o se nieguen a entregar a dichos
negociantes o malévolos.
Artículo 10° S.E: el señor Ministro de la Guerra deseando proteger y hacer respetar a
los Caciques que respeten fielmente estos tratados y quieran conservar el orden entre
sus tribus, ordenará a todos los Jefes de Frontera aprehendan y detengan todo indio
fugitivo que llegue o se encuentre sin licencia o pasaporte de sus respectivos Caci-
ques; y si trajeran animales u otros objetos robados, les sean quitados con cuenta y
razón y devueltos al primer reclamo justificado de los referidos Caciques o propieta-
rios; y que así mismo se haga con los cristianos que se hallen en el mismo caso.
También ordenará que toda comisión o indios sueltos que vengan a los fuertes o
poblaciones cristianas con cualquier negocio o diligencia, trayendo el competente
permiso de su Cacique, sean protegidos y respetados en sus personas y bienes y
recomendará que se les haga justicia en sus reclamos y quejas con arreglo a las leyes
que amparan a todo ciudadano argentino.
Artículo 11° Queda formalmente estipulado que si uno o algunos indios de los que
entran en este tratado, diesen malón sobre cualquier punto de la Frontera o cometie-
sen robo o asesinato sobre los bienes o personas de algún transeúnte o estanciero,
quedará por este solo hecho rota la paz con el Cacique y tribu a que pertenezcan
dichos malhechores; y por lo tanto suspendidos los sueldos y racionamientos asigna-
dos al Cacique y tribu responsable, hasta que se haga efectiva la devolución de lo
robado y el castigo de los criminales. En todo robo o asesinato que se cometa por
indio sobre indios, las partes acusadas serán prendidas y aseguradas y resultando
criminales serán castigados, con arreglo a las leyes del país, y en cuanto a los animales
u objetos robados serán sacados del poder en que se encuentren para devolverlos a sus
legítimos dueños.
Artículo 12° A mas de las concesiones que el Gobierno Nacional hace por este tratado
a los Caciques y tribus que él comprende, dispondrá que aquellos Caciques que más
se distingan en la conservación del orden y la paz, y muestren dedicación a los traba-
jos de la labranza y agricultura, como también se presten a la instrucción y civiliza-
ción de sus hijos, sean obsequiados con alguna gratificación proporcionada al mérito
y se les proporcionen algunos efectos, herramientas y útiles que les sirvan para su
adelanto y bienestar.
Artículo 13° En caso de Guerra exterior o invasión de extranjero u ca-mapuches, todos
los Caciques o tribus se comprometen a prestar decidido apoyo al Gobierno Argenti-
327
Germán Carlos Canuhé
no; bien entendido que serán muy severamente perseguidos y castigados como trai-
dores a la Patria, los Caciques y tribus que en algún tiempo se sepa haber tenido
relación o connivencias con el enemigo.
Artículo 14° Este tratado durará permanentemente mientras ambas partes le presten
cumplimiento y los Caciques y tribus que enteren cuatro años de haberle dado estricto
cumplimiento en todas sus partes, se harán acreedores a un aumento proporcional de
sueldos y raciones.
Artículo 15° Este convenio será firmado en prueba de asentimiento, por los Caciques
Cayupan y Huenchugner, como representantes el primero del cacique principal Ma-
nuel Baigorrita, y el segundo, del igual clase, Epumer Rosas. Lo suscribirá así mismo
el Teniente Coronel Dn. Manuel José Olascoaga como comisionado al efecto, con la
aprobación del Exmo. Gobierno.
Nota
* Conferencia presentada durante las VII Jornadas de investigadores en Arqueología y
Etnohistoria del centro-oeste del país (Nota de los Compiladores).
328
Los ocupantes aborígenes en el paraje Traful - Cuyin
Manzano (Parque Nacional Nahuel Huapi, Provincia
de Neuquén). Pasado y Presente*
Mario Jorge Silveira
Centro de Arqueología Urbana (FADU-UBA)
Contacto: cau@fadu.uba.ar
329
Mario Jorge Silvera
embargo para la región que nos ocupa la información prácticamente era inexistente.
En realidad empieza a ser conocida con la llegada militar de la denominada «Con-
quista del Desierto». Nos referiremos a ella pero no haremos la historia de la campaña,
sólo los aspectos que tienen que ver con nuestra región.
Una vez llegado al río Negro en 1879, el General Roca trató de consolidar la nueva
frontera con la construcción de una línea de defensa. Había instalado el comando
general en Choele Choel y se extendía por el alto valle hasta la confluencia con el
Limay y el Neuquén, lugar donde se construyó el fortín 1° División, extendiéndose
por el valle del río Neuquén hasta el fuerte 4ta División. Esta frontera quedó al mando
del entonces Coronel Villegas. En las «Instrucciones a que debe sujetarse el Jefe de
la 4ta División del ejército expedicionario», firmadas por el General Roca en los
primeros días de marzo de 1879 y entregadas al Teniente Coronel Napoleón Uriburu,
se le ordena:
«Debe respetar y dar toda clase de garantías de la vida y propiedades a los habitantes
o pobladores que encuentre en esos parajes y que acaten y se sometan a la Autoridad
Nacional, a cuyo efecto debe mandarles previo aviso al emprender la Campaña. Se le
recomienda esto el más estricto cumplimiento… Tratará de averiguar y saber..... el
numero de indios que existan a su frente, del Neuquén al sur..... Al llegar al río Neuquén
se dirigirá al cacique Purran y demás caciques importantes de la parte sud del río..... y
con el objeto de arreglar un tratado de amistad les invitará..... para celebrar un Parla-
mento..... en Choele Choel o el Chinchinal, presidido por el ministro de la Guerra, a
cuyo Parlamento se invitará a Sayhueque y otros.....» (Instrucciones del General Roca al
General Uriburu en Olascoaga, 1980 [1880]:279).
Resumiendo, las instrucciones que Roca le da a Uriburu son: no cruzar el río Neuquén
y buscar un convenio con Purran, Sayhueque y demás capitanejos. Sin embargo, Uriburu
desacató las órdenes pues atravesó el límite señalado y se enfrentó con las tribus de
Purran. Su accionar fue de todos modos aprobada con felicitaciones de Roca, lo que
muestra cual era el verdadero interés: la lucha y un antagonismo irreconciliable, donde
en lugar de pactar con Purran lo apresan con engaño y deslealtad.
Las consecuencias políticas de esta operación, completada en solo tres meses (de
abril a julio de 1879) se hicieron sentir de inmediato, Roca pasó a ser el hombre del
momento, el «héroe del desierto» y en menos de un año ganó la presidencia.
Aunque la mayoría de los indígenas, avisados del avance habían buscado refugio del
otro lado de la cordillera o al sur de la provincia más allá de los lagos, la mayor parte del
territorio de la actual provincia de Neuquén seguía estando en poder de las comunidades
indígenas y prácticamente sin explorar. Su reconocimiento y ocupación será el objeto de
las campañas de 1881 y 1882, llamadas respectivamente «Expedición al gran lago Nahuel
Huapí en el año 1881» y «Campaña de los Andes al Sur» (Villegas, 1974; 1978).
De los caciques principales nos interesa en este caso Sayhueque, que para ese
momento extendía su autoridad sobre la zona de Traful - Cuyin Manzano. Ante el
avance del ejército, éste solicitó en julio de 1878 al General Uriburu mantenerse en
paz, y en consecuencia, Roca lo nombró gobernador de Las Manzanas por ser «el
único cacique que he creído merezca ser considerado por su conducta siempre fiel y
330
Los ocupantes aborígenes en el paraje Traful - Cuyin Manzano (Parque Nacional Nahuel
Huapi, Provincia de Neuquén). Pasado y Presente
«Se prepararan los elementos necesarios para verificar una nueva expedición en la
próxima primavera hasta el lago Nahuel Huapí tratando de recorrerlo en toda su
extensión y dejar acantonamientos permanentes si ello se encontrase conveniente.
Esta operación necesaria para que los salvajes que se aíslan al otro lado de la Cordillera,
no intenten restablecer sus antiguos aduares, acabará de asegurar esa región fertilísima
centro de las poblaciones que empiezan a estenderse desde el Océano y por las márgenes
del Negro y el Chubut; y que está brindándose a una colonización importantísima. Es
necesario que se verifique para sacar todo el provecho de las operaciones militares
ejecutadas últimamente. Las fuerzas que ocupan y defienden esas fertilísimas comarcas á
que se ha llamado la Suiza Argentina son bastantes á garantirla..... Esta nueva y rica parte
de nuestro territorio que se abre á la ocupación y progresos de la civilización es ya uno de
los resultados que vienen á indemnizar con usura los gastos y sacrificios de la feliz
operación militar que condujo á la ocupación del Río Negro y de las que continúan
ejecutándose como complemento de aquella» (Memoria de Guerra y Marina 1882, T1:7;9).
331
Mario Jorge Silvera
«Vengan pues allí los brazos que en el Viejo Mundo están desocupados, que encontrarán
trabajo y recompensa. La tierra del valle es fértil como pocas, habiéndolo observado esto
prácticamente. Existen allí treinta indios con sus familias pertenecientes a la tribu de
Inacayal, siendo estos pacíficos y agricultores. He visto los productos que sacan de aque-
lla tierra y ellos no pueden ser más hermosos. Allí se produce trigo (blanco y colorado),
cebada, maíz, quinua, porotos, alverjas (blancas y colorada), zapallos, papas, batatas etc.
etc., y esto, Sr. Inspector es producto que á esa tierra le sacan sus ignorantes pobladores,
que se valen para romper sus seno de un tosco arado constituido de las maderas que le
proporciona el lago; cuales no serán, pues, los productos que saque de esta virgen y feraz
tierra el inteligente agricultor teniendo en su mano las herramientas y útiles modernos que
en el día ofrecen el progreso de la industria» (Memoria de Guerra y Marina, 1881 T2:527).
De acuerdo a los diarios de marcha dejados por militares que actuaron en las
diferentes brigadas, podemos reconstruir buena parte de los acontecimientos produci-
dos durante el avance sobre la región. La segunda Brigada al mando de Winter, dejó
asentado dando aviso de la llegada del ejercito. Al día siguiente, esta brigada en su
diario de campaña el 7 de abril de 1881 menciona el encuentro con un chasque del
cacique Inacayal en la confluencia del Traful con el Limay, que allí acampó y retomó
su marcha a las 6,15 a.m., un dato importante ya que ubica a Inacatal en la región que
estudiamos. En la memoria de los más viejos, hoy transmitida oralmente, se recuerda
que hacia 1904 había tolderías hechas con cueros de potros y guanacos. Lucho Martínez
de Cuyín Manzano, nos contó que en este paraje estaba el cacique Inacayal, y que las
piedras circulares de los toldos se conservaron hasta la gran inundacion de la década
de 1980. Esto era detrás de la casa del actual poblador señor Zumelzú, que es el que
está al fondo del valle, exactamente detrás de tres álamos que aún se encuentran.
332
Los ocupantes aborígenes en el paraje Traful - Cuyin Manzano (Parque Nacional Nahuel
Huapi, Provincia de Neuquén). Pasado y Presente
Por otro lado, encontramos que en los detalles del itinerario de la Segunda Brigada
de caballería de línea, el mismo 7 de abril de 1881llega en marcha a Tranan Manzano1
y deja asentado:
333
Mario Jorge Silvera
Otra interpretación que también menciona Groeber es la de Felix San Martín que,
siguiendo a Febres, dice que Traful significa junta de ríos (aludiendo a la junta del
Traful con el Limay) y que provendría de la palabra thaun (juntarse) y leuvu (el río).
Groeber no se define con claridad por ninguna acepción, pero parece inclinarse por la
primera, es decir planicie, aspecto que está muy relacionado con la caraterística mapuche
de denominar puntos o parajes según aspectos geográficos relevantes.
Observamos que hay más coincidencias, más allá de distintas grafías, a que el
nombre está relacionado con la confluencia de los ríos Limay y Traful. Precisamente
como Confluencia es conmocido actualmente este paraje.
Por entonces, según los datos que aportan los partes y diarios del ejercito en
campaña, la región de Traful- Cuyin-Manzano era arrancada del dominio indígena
por las brigadas que avanzaban en dirección al lago Nahuel Huapi para juntarse allí el
25 de mayo según estaba previsto.
En el resumen Villegas dice entre otras cosas:
«Hemos recorrido territorios inmensos, hasta ahora cubiertos por el negro velo de la
ignorancia que de ellos teníamos. Hemos desalojado a los salvajes de sus guaridas y
estas que hasta entonces eran un misterio para nosotros, hoy día en cualquier momento
por nuestras fuerzas» (Villegas, 1974:100-101).
«Después de la campaña de 1881 al lago Nahuel Huapí, me convencí que había que variar el
género de guerra. Ya no sería conveniente operar con columnas pesadas y sí colocar éstas en
puntos estratégicos, y de allí por medio de fuertes o pequeñas partidas, inundar todo el territorio
que se iba a batir, guerra que se debía llevar con toda actividad y rapidez, no suspendiéndola
hasta concluir con los moradores de aquellos territorios, sometiéndolos a las leyes de la Nación,
haciéndolos emigrar allende la cordillera o destruyéndolos» (Villegas, 1978).
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Los ocupantes aborígenes en el paraje Traful - Cuyin Manzano (Parque Nacional Nahuel
Huapi, Provincia de Neuquén). Pasado y Presente
«En el territorio comprendido entre los ríos Neuquén y Limay, cordillera d los Andes y
Lago Nahuel Huapí, no ha quedado un solo indio, todos han sido arrojados al occidente
de la cordillera de los Andes» (Villegas, 1978:22).
En diciembre de 1883 «había tenido lugar un gran parlamento al que concurrieron Inacayal,
Foyel, Chagallo, Salvutia, Rayel, Nahuel, Pichi- Curruhuinca, Cumilao, Huichaimilla,
Huenchanecul, Huilcaleo y otros caciquillos en representación de su tribu y Sayhueque
335
Mario Jorge Silvera
Pero no hubo pelea, para octubre de 1884 los principales caciques estaban faltos
de comida y perseguidos, sólo les quedaba la entrega incondicional o la huida a Chile
tal como había hecho el cacique Ñancuche, pero ahora también esto era difícil. Sin
embargo Sayhueque continuaba resistiendo simbólica y pasivamente, pero en vano
pues tuvo que rendirse, hecho que ocurrió el 1 de enero de 1885 y ello marcó el final
de la conquista de Neuquén. El 20 de febrero del mismo año Wintter escribe al General
Joaquín Viejobueno, jefe del Estado Mayor del Ejército:
«El cacique Sayhueque, cacique eminentemente prestigioso por su poder entre todas las tribus
que tenían su asiento entre el río Collón- Curá … y el río Deseado… acaba de efectuar su
presentación voluntaria, y con él también los caciques de orden inferior, Inacayal, Huenchenecul,
Chiquichan, Qual, Salvutia, Prayel, Nahuel, Pichi- Curruhuinca, Cumilao y otros, incluso el
obstinado y rebelde Foyel…» (Memoria de Guerra y Marina, 1882 T1:55-57).
De estos caciques el caso de Inacayal fue el más terrible. Fue llevado preso a la
ciudad de la Plata y residía en el Museo de la Plata. Allí murió y de sus restos se conservó
su cráneo que quedó en los depósitos del Museo como un objeto más. Por iniciativa del
Dr. Gustavo Politis, arqueólogo de la Universidad de la Plata, finalmente fue trasladado
a la provincia de Chubut donde fue enterrado en un acto de reivindicación en una
ceremonia donde acudieron indígenas, luego de más de un siglo de su muerte.
Finalizada la campaña de Los Andes en mayo de 1883, se estableció que del fortín
Chacabuco, pasara de campamento a ser un acantonamiento permanente, y allí como
dijimos se presentó el cacique Sayhueque con las tribus que dependían de él como
jefe manzanero (entre las que se incluían las de Inacayal y Foyel). De allí fueron
conducidos por las tropas hasta el fuerte Junín para presentar la rendición formal. El
fortín Chacabuco tuvo vida corta y hay evidencias de donde estuvo, que es al costado
derecho de la ruta 237 que va a Bariloche cuando se pasa la vista panorámica y se baja
a la llanura glaciaria que viene de la margen este del lago Nahuel Huapí, este era un
punto estratégico entre Traful y San Carlos de Bariloche. Ricardo Vallmitjana, vecino
viejo de Bariloche y poseedor de una extensa documentación de toda la región,
sostiene que la iconografía que hay del Fortín Chacabuco está totalmente idealizada
y no se ajusta a la realidad de lo que era el Fortín, un campamento provisorio que tuvo
vida efímera ya que no había razones para su existencia luego de la campaña.
Sigamos cronológicamente con los hechos en la región de Tarful-Cuyín Manzano.
Un dato invalorable lo suministra la mensura llevada a cabo por los agrimensores Carlos
Encina y Edgardo Moreno en 1884, donde nuestra región aparece dividida en seccio-
nes, correspondiendo a Traful la sección XXXIX que sólo llega hasta la mitad del lago
(al oeste no figuran datos) y a Cuyin Manzano (con grafía Cullan Manzano) y el lago
llamado Del Traful. En la sección XXXVII de la agrimensura, en la margen este del lago,
en la confluencia del arroyo Cuyín Manzano y el río Traful y en la margen del río Limay,
unos 1.000 m hacia el norte de Confluencia hay representadas tolderías, siendo las más
336
Los ocupantes aborígenes en el paraje Traful - Cuyin Manzano (Parque Nacional Nahuel
Huapi, Provincia de Neuquén). Pasado y Presente
numerosas las que se encuentran en la margen del lago. Los indígenas aún estaban allí,
reapareciendo y negando la aseveración del General Villegas. Deben haberse escondi-
do para regresar luego del paso de los militares por el área. Hay lugares para ello, o bien
hacia la margen oeste del lago o en cuevas. Hay una muy grande en lo alto de la entrada
del paso Córdoba que puede albergar un centenar de persona. Lo conocí ya que fui
conducido al sitio por un baqueano paisano de la región. Fue sondeada
arqueológicamente pero no encontré señales de ocupación reciente, salvo talla de ma-
terial lítico en superficie, así que lo más probable fue la retirada hacia el brazo norte del
lago Traful (lugar que no fue explorado por el ejército) o hacia Chile.
Estas son las primeras informaciones históricas del área. Antes de continuar con
los hechos que dan cuenta de la ocupación del área bajo dominio del Gobierno Nacio-
nal nos referiremos al problema de las tierras luego de la ocupación militar.
La tierra
La política del Estado consolidado en 1880 fue continuar con la de anteriores
gobiernos: Esto es la transferencia de las tierras públicas a través de la donación, la
venta o la recompensa por servicios prestados a la nación. Esto trajo como consecuen-
cia la concentración de la tierra en pocas manos (Bandieri, 2006).
La Conquista del Desierto determinó que las tierras ocupadas por los pueblos aborí-
genes pasaran a ser patrimonio fiscal. El ordenamiento jurídico de las tierras ganadas a
los aborígenes fue la ley N º 1532 de 1884 con la creación de los Territorios Nacionales.
Veamos los antecedentes de esta situación, ni la ley Nº 047 de 1878 llamada «Ley
del Empréstito» que financió la campaña del Desierto», ni la Nª 1628 de «Premios
Militares» de 1885 que premió con tierras a quienes la llevaron a cabo no fueron
dominantes. En las áreas de frontera, como en la de la región que nos ocupa, la preocu-
pación, al menos en el discurso oficial era fomentar la población y así asegurar la
soberanía por la disputa que se mantenía con Chile. Por ello inicialmente se recurrió
a la ya existente ley de colonización Nª 817 llamada «Ley Avellaneda» que en prin-
cipio no implicaba la propiedad del recurso hasta tanto no se cumpliese con la obliga-
ción de poblar (Bandieri, 2006:3), se podían dar hasta 2 fracciones de 40.000 hectá-
reas. En los territorios Nacionales se establecía un mínimo de 250 familias en 4 años,
debiendo donar o vender a cada una de ellas una superficie no menor de 50 hectáreas,
aparte de construcciones y provisión de víveres. Por esta norma se entregaron más de
3.000.000 de hectáreas en Río Negro y Neuquén. De ellas el Estado cubrió un 8 %, el
92 % restante fue dado a particulares.
Para fines del siglo XIX la mayoría de estas superficies era tierra no ocupada por esos
presuntos colonizadores, en cambio si ocupadas de hecho por indios, chilenos y mestizos.
En realidad no se cumplió la colonización y la ley de Poblamiento de 1891 Nº 2875, anuló
las obligaciones de colonizar y se pudieron conseguir las tierras por donación o pagando
precios muy bajos. Debían devolver un pequeño remanente e introducir capital en mejo-
ras y hacienda. En realidad no se pobló y muchos vendieron las tierras con grandes
ganancias y otros las pusieron en producción pero sin colonizar. La ley no se cumplió.
También en 1882 se sancionó la ley Nº 1265 de «Remate Público», donde se podía
comprar desde 2500 a 40.000 hectáreas a $ 0,20 la Hectárea y se remataba en Buenos Aires
337
Mario Jorge Silvera
previo aviso en los diarios porteños. Esta ley también establecía poblar y además poner un
pequeño capital para mejoras. Tampoco se cumplió. Casi 1.500.000 de hectáreas se ven-
dieron de esta manera en la confluencia de los ríos Neuquén y Limay (Bandieri, 2006:4).
Una excepción la constituyó la «Ley del Hogar» la Nº 1601. Tomó como modelo
la colonización del oeste de USA y se sancionó en 1884. El intento era fomentar la
creación de colonias agrícolas pastoriles en los territorios nacionales, que podían ser
otorgadas a pueblos indígenas. Tal el caso de la Colonia San Martín para Valentín
Sauyhueque y su gente y la Colonia Cushmen en Chubtut para la tribu del cacique
Nahuelquir (del linaje Ñancuche). Fueron muy pocas en número y fracasaron pues la
ley no preveía de los instrumentos adecuados para garantizar los objetivos de ella.
Además los lotes eran de 625 hectáreas cada uno, esto es inadecuado para la práctica
ganadera extensiva, en particular en tierras de meseta, como era el caso de los lotes
que se daban (Bandieri, 2006:4). Es decir, lo poco adjudicado fue en las peores tierras.
Dada la situación caótica legislativa y la gran especulación con las tierras el
gobierno nacional encaró una reforma de «Ley de Tierras» la que tuvo efecto con la Nº
4167, que derogaba las anteriores. Esta ley pretendía distinguir entre diversas clases
de tierras y distintas adjudicaciones de venta y arrendamiento. Se creaban reservas
para pueblos y colonias agrícolas y la venta se restringía a 2.500 hectáreas en los
arrendamientos y ventas, desapareció la donación directa y una firma no podía tener
más de 20.000 hectáreas. Si bien hubo más gente que pudo acceder a tierras, el hecho
de las exigencias de una inversión inicial de capital, limitó las cosas pero en definiti-
va no impidió la adquisición de tierras por grandes terratenientes.
Aparte de estas leyes generales hubo en los territorios nacionales de fines del siglo
XIX a principios del XX, 51 leyes especiales y 7 decretos a fin de adjudicar tierras en
general como donaciones, sin fomento real del poblamiento.
En resumen, este panorama permite entrever que disponer de tenencia de tierras
era casi imposible para los antiguos dueños de ellas, salvo casos aislados como los de
Cushmen y la colonia San Martín.
La ley de «Organización de los Territorios Nacionales» que rigió hasta 1955,
estableció sus limites (que es el de la actual provincia) y determinó la forma por la
cual, cada territorio pasaría a adquirir un régimen representativo y posteriormente la
categoría jerárquica de provincia. Estableció nueve territorios nacionales o
gobernaciones, a las que les fueron asignadas una división de poderes superficialmen-
te similar al de las provincias. Sin embargo, los ciudadanos residentes en Territorios
Nacionales, no participaban siquiera en elecciones para presidente de la Nación, solo
podían elegir autoridades municipales en los pueblos donde se hubieran creado mu-
nicipalidades electivas (pueblos que en toda la historia de Neuquén abarcaron sola-
mente una pequeña parte de su población total).
Cuál fue la población que se comenzó a ubicar en estas regiones. El primer dato lo
suministra en 1895 el segundo censo nacional que incluyó por primera vez a los territo-
rios patagónicos. Las libretas originales de los censistas, consultadas en el Archivo
General de la Nación (A.G.N.), aportan valiosos datos sobre la distribución, el sexo y la
nacionalidad de los primeros pobladores del Neuquén, pero lamentablemente se torna
casi imposible deducir los nombres de las personas que ocupaban el área Traful- Cuyin
Manzano, ya que el relevamiento se basó en un catastro dividido en secciones numera-
338
Los ocupantes aborígenes en el paraje Traful - Cuyin Manzano (Parque Nacional Nahuel
Huapi, Provincia de Neuquén). Pasado y Presente
das que no nos permiten individualizar cada poblado en particular, excepto en la cabe-
cera departamental que en ese momento era Chos Malal (Silveira y Guindon, 2008).
En 1902, una nueva ley confirmó los límites de las divisiones y subdivisiones
internos de cada territorio e intentó esclarecer la ambigüedad con que se usaban los
términos «departamento», «sección» y «distrito». Para el caso de Neuquén se estable-
cía una nueva división departamental y de cinco departamentos numerados pasó a
tener doce con nombres, en ese momento Traful y Cuyin Manzano pasaron a formar
parte del departamento de Los Lagos, situación que aún se mantiene.
Los pioneros
Para un primer momento, consideramos al período comprendido entre 1895, año
de la rendición de Sayhueque y la llegada formal de Parques Nacionales en 1934.
Además, si bien el recorte geográfico la se fijó preferentemente en el área Traful-
Cuyin Manzano, el recorte no excluyó las referencias a otros puntos geográficos, ya
que siempre los pobladores estuvieron muy relacionados con regiones vecinas, como
es el caso de Villa La Angostura y valle del Limay.
Durante los primeros años, los lotes existentes podían ser de propiedad particular,
arrendados al fisco o simplemente ocupados de hecho. Para el área de Traful- Cuyin
Manzano, este último caso merece especial tratamiento, ya que la mayoría de nuestros
pioneros llegaron a la región sin titulo alguno, situación que los hacia aparecer con-
signados como «intrusos» en aquella legislación existente, que no preveía una ocu-
pación del suelo fuera de la condición de propietarios o arrendatarios. En este sentido
se torna sumamente difícil, a partir de la información disponible en los archivos
oficiales, contabilizar la cantidad de explotaciones en condiciones de ocupación
efectiva y las superficies involucradas (Silveira y Guindon, 2008).
Los datos oficiales de los primeros pobladores corresponden a un censo efectuado
en 1914, a raíz de un decreto de 1906 que ordenaba realizar un censo general en los
territorios nacionales. De él se desprenden las primeras cifras generales correspondien-
tes al flamante departamento de Los Lagos, que nos sirven de referencia general para las
poblaciones existentes en el momento, de nacionalidad argentina figuran 810 hombres
y 709 mujeres, lo que suman un total de 1519 personas, en tanto que de nacionalidad
extranjera figuran 1.011 hombres y 724 mujeres, que dan un total de 1.735 personas,
seguramente la mayoría chilenos. El total de almas entre argentinos y extranjeros era de
3.254 para todo el departamento (AGN, Censo General de los Territorios Nacionales de
1914). Posteriormente hacia 1920 se realizó un nuevo censo general de los Territorios
Nacionales, y allí aparece por primera vez detallada el área Traful con cifras oficiales:
181 pobladores rurales (AGN, Censo General de los Territorios Nacionales de 1920).
Sobre la base de los primeros datos cabe destacar que la mayoría de nuestros
pioneros eran de origen chileno. Además, aunque el nombre fuera castizo, por lo
general este enmascaraba la ascendencia indígena. Atraídos por una tierra que les
ofrecía un destino a la vez incierto y promisorio, creemos que aquellos paisanos que
emigraron y se establecieron en el área, de alguna manera dieron continuidad a la
historia de los mapuches que en el inicio de los tiempos históricos e incluso antes,
atravesaron la cordillera y se mezclaron con los cazadores recolectores tehuelches.
339
Mario Jorge Silvera
Incluso parece ser que algunos habían quedado. Aparte de lo hallado en la agri-
mensura que comentamos, la tradición oral que recogimos de los antiguos pobladores
nos cuentan que «se hablaba de indios que habían quedado, eran buenos» y que «allí
donde ellos dejaron sus cosas nada que haga el blanco perdura», una frase que estable-
ce continuidad y pertenencia. Esto sería otra prueba que Villegas no exterminó a los
«salvajes» en su paso por Traful.
Desde el punto de vista histórico, si bien es corto el tiempo que abarca este perío-
do, el panorama es de un cambio total. Donde antes se levantaban las tolderías y rucas
manzaneras, tras el paso del ejército y los topógrafos la tierra comenzaba en los he-
chos a cambiar de dueños.
Recordemos que en el País de Las Manzanas, una misma región pertenecía colec-
tivamente a varios caciques, por tanto la fijación de nuevos límites políticos (tan
artificiales y recientes como en el resto de la Patagonia) y la posterior transformación
de los antiguos dueños de estas tierras en minorías étnicas, fueron los aspectos que
caracterizaron a la nueva organización territorial post campaña.
Un antecedente que de alguna manera reconocía la presencia de población en
estas regiones tan lejanas, es cuando en 1899 el Poder Ejecutivo autorizó a la Gober-
nación del Neuquén a conceder el pago del derecho de «talaje» a quienes hicieran
pastar sus ganados en los campos fiscales del territorio: el precio mensual del talaje se
establecía en $ m/n 0,10 por cada cabeza de ganado menor. Sin embargo, esa norma
era difícil de aplicar en un territorio tan extenso (Silveira y Guindon, 2008).
Llegados a este punto digamos que, aun si se toman como elementos de referencia
las indudablemente bajas cifras oficiales, se comprueba cuánto había de ilusión y de
engaño en aquellos textos de las leyes de tierras de 1903 y de Fomento de los Territo-
rios Nacionales de 1908, que hablaban de estimular la subdivisión de las superficies,
el acceso de pobladores sin capital y la colonización por parte de pequeños y media-
nos propietarios. En la práctica, nada concreto se hacía para favorecer un proceso de
colonización de este tipo (Silveira y Guindon, 2008).
Recién con el gobierno de Yrigoyen se suspendió la adjudicación de tierras en
propiedad y un decreto de 1925 autorizó a la Dirección General de Tierras y Colonias
a otorgar «permisos precarios de ocupación» de lotes pastoriles en territorios nacio-
nales, haciendo explicito que los que no arrendaran ni tuvieran estos permisos serían
considerados «intrusos». Pero esta Dirección de Tierras y Colonias recién instalaría
una oficina en Neuquén en la década de 1930. Pero este es un antecedente de gran
importancia para los primeros pobladores (Silveira y Guindon, 2008).
El cobro de derechos de pastaje fue la forma en que los pioneros de estas tierras se
relacionaron legalmente con ella hasta la llegada de Parques Nacionales. El permiso
precario de ocupación y pastaje otorgaba solo la tenencia de la tierra, ya que a pesar del
acto de dominio que el poblador ejercía sobre la superficie que ocupaba, se encontraba
ejerciendo una posesión en nombre de otro que no era más que el Estado Nacional.
El asentamiento de los pioneros fue lento y modesto. Estuvo vinculado a una
población muy humilde de jornaleros, esquiladores y peones, en su mayoría como ya
dijimos, de origen chileno sumados a los indígenas que se habían quedado en la
región. Descubrir sus nombres, sus vidas de familia y sus destinos finales, es una
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Los ocupantes aborígenes en el paraje Traful - Cuyin Manzano (Parque Nacional Nahuel
Huapi, Provincia de Neuquén). Pasado y Presente
región compleja que llega a nuestros días a través de entrevistas que hemos realizado
en el área con los descendientes directos de aquellos antiguos que «no llamaban a
este lugar Villa Traful sino Laguna del Traful» (Silveira y Guindon, 2008).
Cuentan hoy los nietos memoriosos que en 1908 llegaron María Inés Pafian, viuda de
Livio, con sus tres hijos (Angelino, Juan y Antonia) y José Ángel Paicil, también viudo
con sus tres hijos (tres mujeres y un varón que era Froilan Paicil). Ambos eran oriundos de
Lago Ranco (Chile) trabajaban en un primer tiempo con Justo Jones en la margen norte del
Nahuel Huapí, un beneficiado por la ley de Premios Militares que lo convirtió en propie-
tario de una estancia y posteriormente llegaron a un arreglo con Newbery, para trabajar a
medias como agricultores, comprometiéndose ambas partes a poner, uno el trigo y los
otros los bueyes y la mano de obra. Por aquellos años, en La Primavera funcionaba el
único molino de la zona. Antes de la partida, nos cuenta su nieta Dionila Calfueque Paicil,
debieron tramitar un certificado de antecedentes que, firmado por el mismo Justo Jones en
1905, la pareja trajo consigo a estas tierras, donde luego formaron una gran familia criando
juntos a los hijos Paicil y Livio (Silveira y Guindon, 2008).
Tres años después, llegaron otros puesteros con sus familias para sembrar, a me-
dias, en la estancia La Primavera: Francisco Gatica, Ignacio Cheuque y Velázquez.
¿Quienes eran los Newbery? Eran dos hermanos que habían llegado a la Argentina
de los EEUU, eran dentistas e instalaron consultorio en Buenos Aires. Tuvieron como
paciente al General Roca y también a oficiales de su entorno. Esta fue la llave para
hacerse de tierras en la provincia de Neuquén, ya por compra a militares o por compras
directas. Estas se extendieron del norte del lago Nahuel Huapí hasta Traful, siendo la
estancia la Primavera con sus 10.000 hectáreas en la margen este del lago la primera
tierra con título en la región de Taful.
Dicen también, que mientras estuvo Newbery todo anduvo bien, pero cuando él se
fue, y quedó al frente de la estancia su cuñado Santiago Taylor, los «medieros» co-
menzaron a verse cada vez más presionados por las exigencias de una mayor propor-
ción de lo cosechado. El arreglo había dejado de tener el aspecto de una sociedad, y
las condiciones iniciales se habían desdibujado, convirtiendo a los «medieros» o
«tercianeros» en peones. Entonces los paisanos «se hicieron fuertes» y se negaron a
irse cuando intentaron echarlos (Silveira y Guindon, 2008).
En 1911 los Taylor intentaron desalojar a estas familias provocando un incendio
que le quemó la población a los Gatica. En relación a este hecho, la incansable memoria
de Dionila, no deja de señalar hoy cómo se resistió su abuela, María. Inés Pafian e intimó
a los agresores a que la quemaran a ella dentro de su casa (Silveira y Guindon, 2008).
Otra familia de origen mapuche fue la de Adolfo Calfueque, hijo de Margarita
Ñancuche que llegó con su padre desde Chile en 1922 y se casó aquí con Florinda,
única hija del matrimonio pionero Paicil- Pafian nacida en Traful.
A cada familia asentada en el área Traful se le asignó una superficie delimitada
naturalmente por los arroyos que las separaban entre si. Cuentan los nietos que antes,
los arroyos no tenían los nombres con los que se conocen ahora, sino que cada uno
llevaba el nombre de la población lindera. Así el arroyo La Tranquera por ejemplo se
llamaba arroyo Paicil, porque constituía el límite de su población. Esta división se
realizó alrededor de 1914, y estuvo a cargo del ingeniero y geógrafo Emilio Frey de la
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Mario Jorge Silvera
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Los ocupantes aborígenes en el paraje Traful - Cuyin Manzano (Parque Nacional Nahuel
Huapi, Provincia de Neuquén). Pasado y Presente
Valle Encantado y de allí a San Carlos de Bariloche. Este era el camino que los antiguos
pobladores usaban para in a Bariloche en busca de artículos y provisiones, era un
pesado y largo viaje en carreta de bueyes y que duraba varios días. A caballo con la guía
del Sr. Martínez recorrimos esa vieja senda hasta el punto más alto antes de la bajada al
valle Encantado. Todavía está transitable para una carreta o una moderna 4x4.
En nuestro intento de conocer la mayoría de los nombres de aquellos que se
aventuraron a penetrar estas tierras, encontramos también datos acerca de personas
que estuvieron de paso o no residieron permanentemente en la zona. Este es el caso de
un extranjero que venía a comprarles oro a los mineros de los lavaderos ubicados en la
naciente del arroyo Minero, que luego perpetuaría con su nombre el recuerdo de
aquellas actividades auríferas. La mención a Juan Crockett surgió reiteradas veces en
entrevistas realizadas con antiguos pobladores de las cercanías del arroyo Minero,
donde además fueron halladas bateas de madera utilizadas sin dudas para el lavado de
oro. En las nacientes del arroyo Minero aún se conservan restos de las instalaciones
para lavar el oro (Silveira y Guindon, 2008).
Segunda Etapa
Esta etapa comienza con la llegada de la Administración de Parques Nacionales,
ya que la región quedó incorporada al Parque Nacional Nahuel Huapí cuando en 1934
se crearon los Parques Nacionales.
La primera etapa registra la presencia de asentamientos humanos que básicamente
podemos reducir a los dueños de tierras con títulos y a «los pobladores», es decir los
que no tenían títulos sobre ellas. El nuevo ordenamiento jurídico determinaba un área
protegida para la naturaleza y una relación con los pobladores que no tuvieron un
criterio uniforme, ya que criterios sociales y políticos determinaron normas cambian-
tes a lo largo del tiempo, salvo para los muy pocos que tenían títulos.
Si bien las autoridades, admitieron inicialmente la presencia de los pobladores
instalados con anterioridad, renovándole los permisos otorgados por la Dirección
Nacional de Tierras y Colonias, restringieron sus actividades al establecer números
máximos de cabezas de ganado y prohibir totalmente, tanto la tala de árboles como la
caza de especies autóctonas.
El permiso precario de ocupación y pastaje «precario» otorgado por Parques Naciona-
les tenía las siguientes características: a) era personal e intransferible, caducando
automáticamente a la muerte del titular, b) como se otorgaba sobre las tierras del dominio
publico del Estado no generaba derecho alguno sobre la tierra, pudiendo la Administra-
ción de Parques Nacionales cuando lo creyere conveniente disponer de la misma, previa
notificación al interesado a quien se le concedía un plazo máximo de seis meses para el
desalojo, sin derecho a indemnización, solo la posibilidad de retirar las mejoras de su
propiedad, c) la revocabilidad también podía surgir del que poseía la tenencia de la tierra.
En la práctica razones sociopolíticas dificultaron la aplicación del principio de
caducidad de los permisos a la muerte del titular y la consiguiente recuperación por
parte de la Administración de Parques Nacionales. Esas circunstancias, de hecho dieron
lugar a que se individualizaran las medidas a adoptar circunscribiéndolas a cada situa-
ción en particular. Así en muchos casos se revalidaron los permisos a descendientes
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Los ocupantes aborígenes en el paraje Traful - Cuyin Manzano (Parque Nacional Nahuel
Huapi, Provincia de Neuquén). Pasado y Presente
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Mario Jorge Silvera
ban allí. Pero esto sólo fue hasta la década del 50 ya que luego se cerraron y provocó que
muchos pobladores perdieran fuentes de trabajo (Silveira y Guindon, 2008).
Tanto en Traful como en Cuyin Manzano, el año 1944 es tristemente recordado por
los antiguos pobladores de la zona, como el año de la gran nevada que aisló a ambos
parajes, mató a sus animales y echó a perder las cosechas. Durante ese mismo año la
reducción del presupuesto destinado a Parques Nacionales, a raíz del desorden financie-
ro provocado por el terremoto de San Juan y su reconstrucción, se sumó a la renuncia
presentada por Bustillo, en total desacuerdo con la gestión del General Farrel y las ideas
que desarrollará posteriormente el general Perón (Silveira y Guindon, 2008).
Durante el inicio del gobierno de Perón el organismo pasó a depender del Minis-
terio de Obras Publicas, como Dirección de Parques Nacionales y Turismo, y poste-
riormente como Administración General de Parques Nacionales y Turismo. Fue de tal
importancia y envergadura la actividad que desarrolló en lo turístico, que llegó a
habilitar su propia oficina de turismo en la ciudad de Nueva York en el año 1949.
Sin embargo, la relación con el sector turismo finalizó en 1951, año en el cual
volvió a depender del Ministerio de Agricultura, quedando la competencia de dicho
sector en la órbita del Ministerio de Transporte.
En lo que concierne a los pobladores, es necesario destacar que en este período se
produjo una notable transformación en sus condiciones materiales de vida. Pasaron
de ser «pilares de nuestra soberanía» como había pretendido Bustillo, a elementos
incompatibles con el objetivo de conservación (Silveira y Guindon, 2008), por lo
menos al inicio de esta nueva gestión, pues hubo consideraciones sociopolíticas que
atenuaron este enfoque.
El turismo social que se impulsó en esa época tuvo poca importancia en esta
región, aunque Traful fue parte de los circuitos del turismo e incluso se habilitaron
dos Hosterías y algún camping. Para los pobladores fue una fuente de trabajo aunque
de poca envergadura.
Luego de la caída del gobierno del General Perón un nuevo contexto sociopolítico
enmarcó la gestión de Parques Nacionales. En cuanto a la actividad desarrollada por la
institución, cabe destacar la vuelta a criterios aún mas estrictos de conservación del patri-
monio natural, por lo que en todos los casos las áreas declaradas protegidas se calificaron
como parques o sea como áreas intangibles donde se desecha su utilización turística.
En 1968 se iniciaron los planes para la puesta en marcha de la primera escuela de
guarda parques, aunque estos existían, pero el objetivo era consolidar un sistema de
vigilancia y control de las áreas protegidas con personal capacitado y preparado
especialmente para esos fines.
En 1970 se introdujeron modificaciones a la ley de Parques Nacionales, tendien-
tes a perfeccionar la calificación de las características de las áreas protegidas adminis-
tradas por el Estado Nacional, diferenciando Parques y/o Reservas Nacionales y Mo-
numentos Naturales (Ley 18.594), categorías que hoy subsisten en la actual ley. A raíz
de esta ley se realizó una zonificación de los Parques Nacionales, que posteriormente
aprobará la Ley Nacional N° 19.292 del año 1971 (Silveira y Guindon, 2008).
En la década del 70 la villa vive cambios como la provisión de energía eléctrica,
puesto sanitario, destacamento policial, casa para guarda parque y Comisión de Fomento.
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Los ocupantes aborígenes en el paraje Traful - Cuyin Manzano (Parque Nacional Nahuel
Huapi, Provincia de Neuquén). Pasado y Presente
Estos son aspectos de crecimiento y que hace más llevadera la vida para los pobladores.
Hacia 1980 se sanciona la ley N° 23.351 de Parques Nacionales, que introdujo en
el manejo de las áreas protegidas los criterios que aplicó en todas las esferas del
gobierno: la «doctrina de la seguridad nacional».
Si nos interesamos de como fueron las relaciones con los ocupantes aborígenes
con Parques Nacionales, que en realidad se extendía para todos los ocupantes de
tierras que no tenían títulos de propiedad, se pueden resumir en palabras de una
pobladora actual Hayde Quintupuray (nacida en Villa Trafu), que ahora reside en la
cabecera norte del lago Correntoso, paraje muy cercano a Traful).
En una entrevista realizada en el año 2001 dijo:
«Era tan fácil instalarse, vió, no lo molestaban, por eso todo lo que se ve limpio lo
hicieron los abuelos […] O sea que en ese tiempo ya estaba Parques Nacionales, ellos
tuvieron que hacer una reunión todos los familiares para ver quien quedaba de los
hermanos para seguir y así lo nombraron a mi papa, tuvieron que ir al juez, hacer un
acta […]» (Historias de Vida, 2006:9).
«mira, yo le digo la verdad, los que vivimos en Parques no vivimos tan dignamente,
vivimos ajustados, cualquier cosa que querés hacer tenés que escribir nota, tenemos que
esperar que vuelva. No es fácil vivir en Parques. Tenés que cuidarte de muchas cosas,
cuidarte mucho, si te zafás un poquito ya te van anotando lo que hiciste, si está la tercera,
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Mario Jorge Silvera
te fuiste, es muy bravo, por suerte nosotros nunca tuvimos algo raro, siempre mi papa
respeta mucho» (Historias de Vida 2006:19).
«y asi fue en Cuyin Manzano. Yo me acuerdo de esos tiempos, yo tendría 16 años (1944)
cuando estuvieron molestando a los viejitos con el desalojo, como en ese tiempo yo me
dedicaba a la pluma me dirigí directamente a la Central (Bariloche), y plumeé a dos de
esos, después se quedó todo tranquilo […] Y si los tránsfugas que eran los empleados,
no tanto los de arriba, los guarda parques hacían la tramoya, cuando encontraban un
poco de debilidad empezaban. Hacían mucho abuso, en la zona de Traful hasta han
quemado algunas casas, iban con el juez y el comisario todo arreglado entre ellos […]
En Villa Tradul un tal Dionilo Leiva lo sacaron así, le prendieron fuego a la casa.
Después a otros que viven del otro lado del Traful, en la costa norte, a esos tres veces los
despojaron, pero los muchachos armaron su casilla otra vez, los Fernández, en la
tercera vez le quemaron la casa» (Historias de Vida, 2006:43-44).
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Los ocupantes aborígenes en el paraje Traful - Cuyin Manzano (Parque Nacional Nahuel
Huapi, Provincia de Neuquén). Pasado y Presente
lógicos al punto que una cueva que excavamos cercana a la casa la denominamos
Cueva Novoa. Al regresar en el verano de 1983 me enteré de la muerte de la Sra. Novoa
y que su marido estaba muy enfermo e internado en Bariloche. La casa estaba quema-
da con partencias de la misma entre los restos.
Con los permisos de ocupación hay otro punto, ningún poblador podía tener más de
un asentamiento permitido. Don Nerio Chandía poblador en la actualidad en la margen
norte del lago Traful, con ancestros mapuches, fue alguien con quien tuve mucho con-
tacto en mis investigaciones arqueológicas, en particular con las que se efectuaron en la
margen norte del lago y llegué a tener un fuerte vínculo afectivo con él y su esposa Doña
Leonor Cerda, que aún mantengo ya que en e1 2007 nos reunimos en su casa. La familia
de Chandia era de Cuyín Manzano y sus padres tenían allí permiso como ocupantes.
Nerio se casó y se fue a vivir a la margen norte en donde Leonor Cerda tenía casa y
permiso de ocupación heredado de su madre. A la muerte de sus padres Chandía pidió la
continuación de ocupación en Cuyín Manzano. De ello doy fe porque a pedido de Don
Nerio entregué en la Administración de Parques Nacionales en Buenos Aires una nota
donde se tramitaba el pedido y seguí el trámite de la misma. Cuando se resolvió la
instancia administrativo en ella se notificaba que en el caso de Chandía él podía optar
por una u otra de las ocupaciones, no se podían agregar. Resolvió seguir en la margen
norte y perdió todo derecho sobre Cuyín Manzano.
El recuerdo de todos estos hechos también forman parte de la memoria, tanto
individual como colectiva de nuestra región, de lo que llamamos en su momento «el
infortunio de ser poblador» (Silveira y Guindon, 2008).
La primavera de 1983, trajo consigo un nuevo período democrático que, a nivel
regional marcó el inicio de la organización comunal. Aquel pueblito de casas hechas
de madera, rodeadas de huertas y jardines, contaba para la década de 1980, con 77
viviendas y 94 habitantes (51 varones y 43 mujeres).6 En la mayoría de los casos, se
trataba de los hijos y nietos de pobladores originales que, junto con los hombres y
mujeres venidos de otras tierras, continuaron haciendo la historia de la villa.
También hubo cambios en el ordenamiento jurídico de los Parques Nacionales, el
31 de octubre de 1985, se promulgó la ley 23290 en la que se modificaron los límites
geográficos del Parque Nacional Nahuel Huapí. Vale decir que se desafectó parte de la
tierra de los límites de Parque Nacional y se transfirieron, a título gratuito, a la Provin-
cia de Neuquén (ello con algunas mínimas condiciones como la de no enajenación).
La ley 23.291 del mismo año especificó por su parte, la cesión a la provincia de las
tierras ubicadas en el Parque Nacional Nahuel Huapí dentro de la cual se encuentra la
población denominada Villa Traful (Silveira y Guindon, 2008).
Durante la década de 1980 se insinuó con más fuerza una paulatina inserción de
los pobladores a través de su transformación en prestadores de servicios turísticos:
atención de campings, venta de productos regionales, etc. Al tiempo que, la artesanía
local, como la fabricación pan, empanadas, tortas fritas y dulces, se convirtió en una
fuente de ingresos adicional que, hasta hoy en día se brindan, a lo que se agrega la
actividad ganadera (venta de carne vacuna, de corderos y chivos, lecha, cueros, etc.) y
actualmente como guías de caza de ciervos colorados, ya que ahora se permite cazar
estos ciervos exóticos que fueron introducidos en el área a comienzos de siglo XX y
han proliferado mucho.
349
Mario Jorge Silvera
Ya para 1991, la población total de la villa era de 169 habitantes, y para 2001
ascendía a 405 habitantes (211 hombres y 194 mujeres).7 En esta etapa, podemos distin-
guir claramente una paulatina complejización en la organización sociocultural del área,
con tres niveles principales de articulación: familiar, comunitario e intercomunitario.
Cuyín Manzano en cambio ha permanecido casi sin cambios, un ámbito rural,
donde el centro lo constituye la escuela que sostiene la provincia de Neuquén y
donde los niños están internados en el período escolar en su gran mayoría. Es en este
paraje donde se halla la estancia Siete Cóndores que está ubicada entre parte de Cuyín
Manzano hasta el río Traful y la ruta provincial N° 65 (la que va a Villa Traful). Los
datos más antiguos aportados por los pobladores se remontan a la década de 1930,
cuando era alquilada y posteriormente comprada por la familia Creide. Luego de la
muerte de Simón la propiedad fue heredada por su descendencia que años mas tarde se
la vendió a Reynal (por ese entonces dueño de Austral Líneas Aéreas y de un impor-
tante emprendimiento turístico llamado Sol Jet que incluía el Hotel Austral de
Bariloche). El empresario se asoció con un banquero suizo – francés llamado Gerard
Leroux, quien pagó 500.000 dólares y encantado con el lugar invirtió en las mejoras
de la estancia. «El francés puso la plata pero los papeles estaban a nombre del argen-
tino» cuentan los pobladores. Estos sucesos se dieron en la década del 70. Este francés
no sólo estaba profundamente atraído por el paraje, sino que se ocupó de organizar
eventos, reuniones y fiestas tradicionales. Pero éstas no eran sólo para invitados espe-
ciales o europeos, sino también para los paisanos y pobladores de la región, que
concurrían a una fiesta anual atraídos por la entrega de premios de sus «búsquedas del
tesoro» como del tradicional asado de corderos con empanadas regado con vino.
Recuerdan que el único requisito para concurrir a esta fiesta era llevar vestimenta
«gaucha». Recuerdan los pobladores «que si alguno no llevaba pañuelo al cuello, ahí
mismo en la entrada tenia un cajón con pañuelos para que se pusiera quien le faltara».
La destreza de los jinetes en competiciones como la doma o la tradicional «sorti-
ja» eran premiados con medallas, copas o fajas, labradas con cabezas de cóndores e
inscripciones alusivas a la elección del «gaucho perfecto». Incluso hizo confeccionar
pañuelos con motivos del arte rupestre del Alero Las Mellizas.
Este ciclo de fiestas anuales que le habían dado una vida especial a Cuyín Manza-
no, culminó en la década del ‘80 cuando Reynal inicia un juicio contra Leroux, al que
en el fondo había estafado. Amargado por lo sucesos se retira a Europa y nunca más
regresó.
Queda el recuerdo en los pobladores del francés que solía visitarlos en sus modes-
tas casa y matear con ellos y que además se interesaba en las artesanías que solía
comprarles. Hoy la estancia fue comprada por el Sr. Migues y sólo se dedica a activi-
dades rurales.
Resulta casi irónico que este francés tuviera estas vivencias tan genuinas por los
pobladores, aspecto que sólo rescatamos del fallecido obispo de Neuquén Monseñor
Nevares y también de Mauricio Lariviere, heredero del la estancia La Primavera.8
También cabe destacar la gran preocupación comunitaria que en Cuyin Manzano,
llevó a Teresa Chamorro a acaudillar, de alguna manera, la iniciativa de las mujeres en
la fabricación de dulces y tejidos a fines de la década del ‘80.
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Los ocupantes aborígenes en el paraje Traful - Cuyin Manzano (Parque Nacional Nahuel
Huapi, Provincia de Neuquén). Pasado y Presente
351
Mario Jorge Silvera
Notas
* Conferencia presentada durante las VII Jornadas de investigadores en Arqueología y
Etnohistoria del centro-oeste del país (Nota de los Compiladores).
1
Nótese que la grafía no es Cuyín Manzano.
2
Nótese que la grafía no es Traful.
3
Así es como nos contó Cesar Chamorro que figuraba en las guías editadas en la década de
1930 cuando él trabajaba en el correo.
4
Comunicación personal con Teresa Chamorro.
5
Memoria General de la Administración de Parques Nacionales del año 1937, pp. 184.
6
INDEC. Censo Nacional de Población. Cifras definitivas para las localidades de menos
de 1000 hab.
7
INDEC. Censo Nacional de población y vivienda 1991 y 2001. Cifras definitivas. Para el
caso de Cuyin Manzano los datos aportados por este organismo ubica a su población en
el rubro «población rural dispersa».
8
La estancia La primavera fue adquirida en 1936 por Felipe Lariviere. A su muerte se
dividió en dos fracciones de unas 5.000 hectáreas cada una. La que se situaba en la
margen derecha del río Traful, quedó en poder del Felipe Lariviere hijo, que luego la
vendió al millonario norteamericano Ted Tur ner. La otra fracción, en la margen izquierda,
pasó a poder del otro hijo, Mauricio Lariviere y tomó el nombre de «Arroyo Verde».
Bibliografía
ARIZE, E. 1960 Diccionario comentado Mapuche-Español. Cuadernos del Sur.
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tierra en la Patagonia. En: Mundo Agropecuario.
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DELRIO, W. 1996 Estrategias de relación interétnica en Norpatagonia hacia fines del siglo
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Los ocupantes aborígenes en el paraje Traful - Cuyin Manzano (Parque Nacional Nahuel
Huapi, Provincia de Neuquén). Pasado y Presente
353
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Aproximaciones sobre los nuevos movimientos sociales.
Hacia una nueva configuración de identidad
Romina Soledad Bada*y Laura Fernández**
* Universidad Nacional de Río Cuarto - **Instituto de Estudios Superiores Universitarios y
Superiores no Universitarios Fundación Cervantes
Contacto: romi_bada@yahoo.com.ar - estelica@gmail.com
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Romina Soledad Bada y Laura Fernández
sin actor’, esto es, la suma sin conexión de acciones individuales, como así también al
‘actor sin acción’, lo que implica fundamentos objetivos del fenómeno observando la
estructura social de manera que la acción se deduce del análisis de las condiciones
sociales que los actores parecen tener en común.
La cual, según Melucci no resuelve el planto Marciano de «cómo pasar de la clase
en sí a la clase para sí, de las condiciones de clase a la acción de clase» (Melucci, 1990).
Con lo cual podemos observar aquí que tales orientaciones comparten desde la
perspectiva del autor, dos enunciados epistemológicos.
El primero, aborda la ‘acción colectiva’ y el ‘actor social’ en tanto que, dato
empírico unitario, adquiriendo de dicho fenómeno consistencia «ontológica», ya que
la realidad colectiva se asume como unidad.
Este primer enunciado incluye el segundo enunciado, ya que se vincula estrecha-
mente con el proceso de cosificación del fenómeno ‘colectivo’, asumiendo la consis-
tencia de dicho fenómeno en la implicancia de la ‘acción colectiva’ en términos de
«algo dado», reduciendo de este modo la posibilidad de una mayor investigación.
Es a partir de aquí donde se centra nuestro interés en el análisis; pues posiblemente
sea este el punto de fragilidad a la hora del abordaje de dichos fenómenos, pues, al
considerar las bases y los alcances de la percepción epistemológica tradicional, desde
un perspectiva «ontológica», es decir en tanto que, dato empírico unitario, surgiría en
una primera instancia la fragilidad de dichos enunciados al momento de aplicarlos a
los fenómenos sociales.
La debilidad de tales enunciados nos invita a profundizar en la revisión acerca de
las estructuras cognoscitivas y los sistemas de relaciones necesarios para la acción.
Entendemos, entonces, que lo que debe ser explicado en muchos de los análisis de la
‘acción colectiva’ es, la categoría de este ‘actor’ que tiende a ser unificado en tanto
que objeto de análisis.
Si los fenómenos sociales colectivos tienden a una perspectiva epistemológica uni-
taria, es decir, «ontológica», nos mueve a revisar en qué términos se aborda el concepto
clave, concepto de ‘actor social’ y en qué categoría se enmarca la identidad de este actor
que constituirá la acción colectiva, que lo inscribe en tal registro de análisis.
Y tal vez, lo que resulta una obviedad, no lo sea a la hora de volver sobre algunos
supuestos básicos de las Ciencias Sociales, en busca de esclarecer la dinámica actual de la
realidad, esto es, revisar algunas categorías de análisis para aproximarnos, tal vez a la
necesidad de establecer nuevas categorías epistemológicas, que conducirían a la crítica
de la concepción de identidad, desde donde se construye la plataforma de la Modernidad.
Para que exista la acción primero tiene que existir un actor, dicho actor, ¿desde
dónde será abordado?; ¿cómo se presenta la identidad en el mismo?, para luego enten-
derlo en términos sociales: ¿cuáles son los procesos y relaciones a través de los cuales
los individuos se implican en la acción colectiva?
Comencemos por el principio; realicemos un breve recorrido por el concepto de
Identidad.
Ha sido común en gran parte de la tradición filosófica considerar que el fundamen-
to del principio lógico de identidad se encuentra en el principio ontológico, o bien
356
Aproximaciones sobre los nuevos movimientos sociales.
Hacia una nueva configuración de identidad
que ambos son aspectos de una misma concepción; aquella propuesta por Parménides
hace 2.500 años, la cual indica que, siempre que se habla de lo real, se habla de lo
idéntico, la idea de Identidad parece ser entonces, el resultado de una cierta tendencia
de la razón, razón identificadora tan preciada en la historia de la filosofía. Con lo cual,
la identidad sería aquella inevitable tendencia de la razón a reducir lo real a lo idén-
tico, sacrificar la multiplicidad a la identidad con vistas a una explicación.
Siguiendo con nuestro recorrido Aristóteles, cuando trató la cuestión de definir la
identidad, observa que dicha noción se da en varias formas: «una unidad de ser»,
unidad de una multiplicidad de seres o unidad de un solo ser tratado como múltiple
(Aristóteles, Metafísica).
En resumidas cuentas, no realizaremos aquí un tratado histórico-filosófico acerca
del término sino solamente indicar que el racionalismo se ha inclinado a pensar que la
noción ontológica o metafísica de identidad tiene una forma lógica, y que el princi-
pio lógico de identidad tiene alcance ontológico.
Tal posición fue duramente atacada por Hume, esto se ve reflejado especialmente
en la crítica que el filósofo realiza a los que pretenden que hay un «yo», que es
sustancia, y es idéntico a sí mismo. Hume consideró que el problema de la identidad
personal es insoluble, y se contentó con la relativa persistencia de semejanza, conti-
güidad y causalidad de las ideas.
Avanzando en el tiempo la filosofía contemporánea ha examinado el problema de
la identidad de diferentes modos.
Heidegger en «Identidad y Diferencia», indica que la fórmula A=A se refiere a una
igualdad, pero no dice que A sea como «lo mismo». A la igualdad, entonces no
podemos representarla como mera unicidad.
Tal vez este breve recorrido de fundamento a la posibilidad de captación de una
identidad sustancial que nos constituye como sujetos epistemológicos posibles o no
de análisis; de allí la imposibilidad de captar los procesos generados por los sujetos
en relación al dinamismo permanente de los mismos. Creemos que esta manera de
abordar la constitución de los sujetos desde una perspectiva ontológica heredada de
la tradición no nos permite pensar los cuerpos, la sociedad, la historia y la verdad
(categorías éstas fundamentales para el fenómeno que nos ocupa) en tanto que proce-
so, es decir, como un algo que está siendo construído y deconstruído en el ámbito de
las relaciones sociales.
Pues, desde esta perspectiva, los ‘actores sociales’ no son cosas, no son substratos,
es decir, no son sustancias con una esencia pre-dada que se autodesarrolla, sino más
bien, que el «ser» de los mismos se construye en relaciones «entre» hombres y cosas.
En tal sentido, entendemos relaciones de «poderes», puesto que tampoco el poder
es sustancia, ya que el mismo no es de carácter estático, sino que atraviesa el todo de
las relaciones sociales.
Desde esta concepción foucoltiana de la construcción del sujeto podemos soste-
ner que los «actores sociales», así como la identidad de los mismos no tienen una
esencia preexistente, sino que son constituidos en relación a las diferentes prácticas
sociales que asumen.
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Romina Soledad Bada y Laura Fernández
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Aproximaciones sobre los nuevos movimientos sociales.
Hacia una nueva configuración de identidad
Alain Touraine (1997), con respecto a esto sostiene que los nuevos movimientos
sociales no apuntan directamente al sistema político, más bien intentan constituir una
identidad que les permita actuar sobre sí mismos (producirse a sí mismos) y sobre la
sociedad (producir la sociedad) (Touraine, 1997). Esto significa que la búsqueda de
identidad, tan característica dichos movimientos, implica que la meta principal de éstos
sea la de dotar de un sentido a las relaciones sociales que forman la sociedad, de ahí la
importancia de las dimensiones simbólicas de los nuevos movimientos sociales.
Por su parte, Alberto Melucci (1996) construye su análisis a partir de una crítica de
las diversas teorías que se han elaborado acerca de las acciones colectivas. En su
opinión ellas adolecen de la capacidad de explicar los fenómenos de la sociedad
contemporánea, la cual es una sociedad compleja en la que los movimientos sociales
desplazan sus objetivos de lo político hacia las necesidades de autorrealización de
los actores en su vida cotidiana.
Desde el punto de vista de este autor, lo que caracteriza a las sociedades complejas es
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Aproximaciones sobre los nuevos movimientos sociales.
Hacia una nueva configuración de identidad
A las características señaladas podemos agregar otras que distinguen a los nuevos
movimientos sociales de los movimientos tradicionales de la sociedad industrial.
En principio, sus metas se encuentran orientadas a los temas de la calidad de vida
y la defensa de estilos de vida particulares, más que a la redistribución económica de
los recursos. De ahí que los valores que enarbolan los nuevos movimientos sociales se
vinculen estrechamente con la defensa de identidades particulares.
A diferencia de los movimientos industriales, los nuevos movimientos construyen
estrategias de acción en las que prefieren actuar al margen de los canales políticos norma-
les e institucionalizados, movilizando a la opinión pública (existen algunos movimientos
sociales que se han institucionalizado integrándose al sistema de partidos, tal y como lo es
el caso de los movimientos verdes en Europa). De manera frecuente se expresan en mani-
festaciones dramáticas en las que recurren a representaciones simbólicas.
Como estructura organizativa, los nuevos movimientos sociales tienden a asumir
una postura antiinstitucional y antiburocrática, evitando así los riesgos de
jerarquización frecuentes en los movimientos sociales del capitalismo industrial.
En vista de lo anterior, los nuevos movimientos sociales se caracterizan ante todo
por ser movimientos identitarios, es decir, fundados en la construcción simbólica de
identidades. Los estudiosos de los movimientos sociales han analizado particular-
mente aquellos movimientos orientados estratégicamente, es decir aquéllos que per-
siguen objetivos políticos tales como el incidir sobre el aparato político, y en los
cuales la acción colectiva es vista de manera instrumental, como un medio para con-
seguir ciertos objetivos. En cambio, se han analizado poco los movimientos
identitarios, que son aquéllos para los cuales la misma acción colectiva se convierte
en la realización de una finalidad: mantener y expresar una identidad. De ahí que
también se designen como acciones expresivas y dramáticas las formas de acción
colectiva que asumen. Nuestro punto de vista radica en que el estudio de los nuevos
movimientos sociales debe combinar el análisis de ambas dimensiones.
En los procesos de acciones colectivas la identidad se convierte en una meta para
lograr fuerza en el movimiento. La identidad como meta significa que la acción colec-
tiva está orientada a desafiar identidades que han sido estigmatizadas, o bien a des-
truir identidades establecidas (y con ello los valores culturales que las sustentan). De
esta manera la identidad se despliega adquiriendo una dimensión estratégica.
Fredrik Barth (1978) ofrece un modelo que permite concebir a las identidades
sociales como un fenómeno fluido y sujeto a una permanente negociación. Las iden-
tidades se encuentran y negocian en sus fronteras; de manera que la identidad de un
grupo se construye a través de la constitución de la frontera del grupo en su interacción
con otros grupos. Así pues, las fronteras son permeables y la identidad se configura a
través de las transacciones que ocurren en las fronteras (Barth, 1978).
Nuestro punto de vista es el del análisis de la identidad como un proceso de
construcción de la concepción que tienen los actores sociales respecto al lugar que
ocupan en un determinado campo social.
Para la sociología, la identidad colectiva se configura en una pluralidad de indivi-
duos que se ven a sí mismos como similares o que tiene conductas similares. La
identidad de grupo es el producto de una definición colectiva interna. Pero al mismo
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Romina Soledad Bada y Laura Fernández
tiempo que se crea una identidad de grupo se crea un proceso de identificación de los
que no pertenecen al grupo. La identidad colectiva es una autodefinición compartida
de un grupo derivada de intereses, experiencias y solidaridad común. Los individuos
se identifican como parte de un grupo cuando alguna característica que poseen en
común con otros actores es definida como importante y sobresaliente; es decir, un
grupo adquiere una identidad colectiva mediante esquemas cognitivos que definen
sus metas, medios y el ambiente en el que se desarrolla el grupo.
En este proceso de construcción de la identidad, los grupos establecen fronteras
que demarcan territorios sociales entre los distintos grupos. Estas fronteras se crean
poniendo en relieve las diferencias entre el mundo propio y el ajeno. Normalmente
son los grupos sociales dominantes los que crean fronteras que los distinguen de los
grupos dominados. No obstante, en respuesta, los grupos subalternos empiezan a
construir sus propias fronteras, oponiéndose a las categorías con que la clase domi-
nante los ha estigmatizado. La construcción de una identidad entre los grupos domi-
nados conduce a la tendencia a distanciarse de los valores y estructuras de significado
de la cultura dominante, afirmando valores y estructuras alternativas.
Reflexiones Finales
Como consecuencia de lo desarrollado hasta aquí, podríamos decir que, si algo es
claro, es el hecho de que se ha producido una transformación en los principios de la
acción tanto individual como colectiva y es evidente un corrimiento de cuestiones que
podían ser comprendidas a nivel político-ideológico en favor de nuevas conquistas de
orden ético-cultural, es decir, la conquista de una «nueva manera de habitar este mun-
do», pues los temas que hoy se instalan para la reflexión de la acción colectiva se
refieren a la vida cotidiana, a las relaciones interpersonales, logros personales y de
grupo, es decir, temas propios del «mundo de la vida». De modo que, cualquier abordaje
ontologisante, ya sea a nivel de la constitución del «actor social» en tanto individuo,
tanto la «acción colectiva» como algo emergente de las estructuras clásicas, serán cate-
gorías insuficientes para abordar a este nuevo sujeto que se jerge sobre toda oposición
o antagonismo -como sucedía con las clásicas luchas de clases- propendiendo a la
cooperación, a la configuración de nuevos y diversos modos de subjetividad, orienta-
dos entre otras cosas, hacia demandas de inclusión y búsqueda de sentido.
Con respecto al planteamiento de los teóricos de los nuevos movimientos socia-
les, está centrado en la crítica hacia la premisa marxista de la existencia de un sujeto
histórico central quien es el que realiza la lucha anticapitalista. Esta concepción se
basa en la existencia de una lógica de las relaciones sociales fundada en la estructura
económica que dotaba de sentido las conductas de los actores sociales en los demás
campos de actividad. En consecuencia, el actor social fundamental se ubicaba única-
mente en la esfera de la producción. Los teóricos de los nuevos movimientos crean un
paradigma que toma como punto de partida el hecho de que la sociedad capitalista
contemporánea da lugar a la autonomía de los distintos campos de actividad social,
en el sentido de que la lógica propia de un campo no actúa de manera directa y
determinante sobre otro campo de actividad social. Cada campo social conserva una
lógica autónoma. Esta característica da inicio a una creciente politización de lo social
y a una multiplicación de los conflictos sociales, al igual que de los campos de
362
Aproximaciones sobre los nuevos movimientos sociales.
Hacia una nueva configuración de identidad
actividad social autónomos (en la medida en que los conflictos no pueden reducirse a
una causa única y se desarrollan en el interior de los campos en los que aparecen).
Partiendo de esta premisa, en las sociedades capitalistas contemporáneas no existe un
sujeto único sino una multiplicidad de sujetos colectivos.
La pesquisa sobre los movimientos sociales contemporáneos tiene que hacer fren-
te a la novedad que éstos presentan con respecto a otros tipos históricos de acción
colectiva. De acuerdo con Melucci, la característica más sobresaliente es el cambio de
su terreno de acción: del terreno más propiamente político al terreno cultural. Existe
un tipo de movimiento social orientado a la acción política cuyas metas apuntan a
modificar la sociedad, intentando lograr ciertas modificaciones en relación con el
ejercicio del poder político a través de acciones instrumentales. Por otro lado, existe
un tipo de movimiento social cuyas actividades se desarrollan en el terreno cultural y
buscan cambiar la mentalidad y el comportamiento de los individuos.
El sentido de la frase: los movimientos sociales contemporáneos tienen una orien-
tación más cultural que política, nos indica que la orientación cultural de los movi-
mientos sociales contemporáneos, por las características de las sociedades complejas,
tiende a presentarse como un desafío político. Cuando hacemos referencia a las di-
mensiones culturales enfatizamos los procesos en los que los actores sociales constru-
yen los significados mediante los cuales intervienen en las relaciones sociales. El
término de identidad colectiva en el estudio de los movimientos sociales trata de
interrogar sobre los aspectos procesuales mediante los cuales llega a constituirse un
movimiento social y su permanencia en el tiempo.
Así también, la reflexión sobre los movimientos sociales contemporáneos debe
estar vinculada con el contexto social del que emergen, es decir, debe ir acompañada
de un intento por establecer las características de las sociedades complejas de las
cuales surgen, o bien, contestar el interrogante: ¿a qué problemas estructurales res-
ponden estos movimientos sociales contemporáneos?
Bibliografía citada
BARTH, F. 1978 Los grupos étnicos y sus fronteras. Fondo de Cultura Económica. México.
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Bibliografía consultada
FERRATER MORA. J. 2002 Diccionario de Filosofía. Editorial Ariel. Barcelona.
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Romina Soledad Bada y Laura Fernández
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Sobre interculturalidad...
Jesica Díaz y Juan M. Testa
Universidad Nacional de Río Cuarto
Contacto: jesicadiaz_17@yahoo.com.ar – juan_testa7@yahoo.com.ar
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Jesica Díaz y Juan M. Testa
como así también en la Ruca de la Confederación Neuquina -órgano político que nuclea
o debería hacerlo- todos los reclamos del mencionado pueblo, una diferenciación en los
objetivos propuestos en cada año; en la actualidad la lucha se plantea desde los concep-
tual/ legal, específicamente el debate se centra en la denominación que desde la socie-
dad envolvente se les otorga, en efecto la diferencia de significado legal que tiene
«etnia» o «pueblo originario», pero encontramos una especial atención en la concep-
ción de interculturalidad, basando sus argumentos en que dicho derecho se encuentra
en el artículo 75 de la Constitución Nacional. Reclamo válido ya que
«desde 1985 que se sanciona la Ley Nacional N° 23.302 de «Política Indígena y Apoyo
a las Comunidades Aborígenes» se puso la atención en las problemáticas de tierra,
salud, educación, entre otras, en 1994, la Reforma de la Constitución Nacional introdujo
el Artículo 75 que, en el inciso 17, reconoce la preexistencia de los pueblos originarios,
garantiza el respeto a su identidad y concedo como uno de los derechos primordiales la
educación bilingüe e intercultural» (Ibáñez Caselli, 2003:71-72).
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Sobre interculturalidad...
«Uno de los fundamentos del racismo es compensar la universalidad latente del libera-
lismo burgués: ya que todos los hombres tienen los mismos derechos, se hará del
argelino un subhombre».
«los colonizados en el interior de un Estado nación pertenecen a una «raza» distinta a la que
domina en el gobierno nacional, que es considerada «inferior» o, a lo sumo, es convertida en
un símbolo «liberador» que forma parte de la demagogia estatal; la mayoría de los coloni-
zados pertenecen a una cultura distinta y habla una lengua distinta de la nacional. Si, como
afirma Marx, «un país se enriquece a expensas de otro país» al igual que «una clase se
enriquece a expensas de otra clase» en muchos estados- nación que provienen de la conquis-
ta de territorios llámense Imperios o repúblicas, a esas dos formas de enriquecimiento se
añaden las del colonialismo interno» (Gonzáles Cassanova, 2006: 410).
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Jesica Díaz y Juan M. Testa
En síntesis, la categoría de subhombre utilizado por Sartre en 1965 para dar cuenta
de la situación de descolonización africana, es perfectamente extrapolable para dar
explicación a la actualidad del reclamo del Pueblo Mapuce, debido a que la acepta-
ción en el marco de la Ley Suprema no genera igualdad de condiciones de humanidad
ya que la misma se presenta en primer lugar, como un derecho compensatorio y en
segundo como creador de falsas condiciones de igualdad educativa en un contexto
que no pretende disminuir la distancia de la «otredad».
En lo que respecta específicamente al caso de la comunidad Paila Menuco la
interculturalidad, o la materialización de la misma se produce en el plano educativo denomi-
nada por la legislación oficial como Educación Intercultural Bilingüe ó Educación Bilin-
güe Intercultural (EBI) que en dicho paraje se da en la Escuela de Puente Blanco.
La práctica educacional bilingüe e intercultural, se realiza a partir de la relación entre
los contenidos básicos comunes enviados desde la Provincia de Neuquén que los maes-
tros, muchos de procedencia local, aggiornan en su práctica, para poder llevar a cabo el
tipo de educación anhelada; ellos, cada mañana, enarbolan la bandera argentina conjun-
tamente con la enseña que representa a su «nacionalidad», realizan las esteras correspon-
dientes a determinados acontecimientos de manera bilingüe, pero por sobre todo recupe-
ran, desde lo lúdico parte de su identidad perdida hasta entonces, es decir recuperan los
juegos que fueron tradicionales a su comunidad, uno de ellos, el «palin» que es un tipo de
deporte de conjunto que consiste en hacer goles en una zona del equipo contrincante
golpeando una pelotita con elementos similares a bastones (similitud con el hockey).
Esta situación encierra grandes contradicciones, la primera: que los contenidos básicos
comunes son pensados desde el marco de una cultura, la hegemónica, para ser aplicados en
prácticas interculturales; segundo: que la práctica educativa es siempre una práctica de repro-
ducción cultural de dos tipos, uno de ellos reproducción en este caso, de la cultura nacional
argentina, respetando cronogramas oficiales enviados por el Estado provincial, el otro, es la
reproducción de las condiciones de precariedad, ya que incorporar este tipo de educación a
partir de instituciones públicas, no acaba más, por ser una reproducción de las malas condicio-
nes de vida en la que se encuentran estas comunidades; es decir, la práctica de la Educación
Intercultural Bilingüe, planificada por el INAI, que tenía como objetivo principal
368
Sobre interculturalidad...
Imagen 1
369
Jesica Díaz y Juan M. Testa
Consideraciones finales
La relación entre el Estado, los marcos legales y los pueblos originarios, forma
parte de un debate político, porque la relación entre ellos, es una relación principal-
mente cambiante. Así, la interculturalidad queda expresada, en este presente, como el
primer elemento utilizado por ambos en una lucha constante.
En esta lucha compleja, el Estado juega un papel muy importante, ya que, al
margen de haber sido desplazado por las burguesías en cuanto a su papel de
homogeneizador cultural, aún representa los intereses de esta clase.
Frente a esta situación, el reconocimiento de la preexistencia étnica y cultural de
los pueblos indígenas en la Constitución Nacional, produjo una recuperación de la
identidad étnica y una reivindicación de sus derechos al mismo tiempo que creó falsas
condiciones de igualdad entre un nosotros y un «otro», todavía diferente, y no sólo
eso, sino también desigual.
En síntesis, pensar la posibilidad de poner en práctica la «interculturalidad» en el
pleno sentido de la palabra, requiere más que acuñar el concepto, reflexionarlo y
luchar por él, requiere un repensar de la forma de Estado y una lucha por la liberación
más allá de legalidades.
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USCAMAYTA y CARVAJAL (edit.) Qinasay. Revista de Educación Intercultural
Bilingüe. Año 1. Número 1. Cochabamba.
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Las demandas judiciales de los pueblos indígenas:
«El caso Pulmari»
Virginia Claudia Peña
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Buenos Aires
Contacto: virpenia@hotmail.com
Introducción
En este trabajo nos proponemos explorar a través de un caso paradigmático: «El
caso Pulmarí» los conflictos que se presentan dentro de los organismos encargados de
administrar justicia, ante las demandas judiciales de los Pueblos Indígenas, cuando
éstos valiéndose de las últimas reformas constitucionales estatales comienzan a exi-
gir que dichas reformas se tornen efectivas presentándose un conflicto de legalidades.
Dentro de lo que constituye el caso «Pulmarí», se trata fundamentalmente de
resolver la titularidad de un dominio de 110000 ha. Dónde según el criterio del
pueblo indígena mapuche situado en el lugar, ese dominio le corresponde por dere-
cho histórico y por derecho normativo. Las comunidades afectadas son seis: Catalán,
Aigo, Currumil, Puel, Ñorquinco y Salazar.
La Comisión Interestadual Pulmarí (de ahora en más CIP) fue conformada por
decreto 1410187, ratificada por ley 23612, como la titular del dominio de esas 110000
ha., organismo constituido por el Estado Nacional y el Estado Provincial,
«…como una entidad autárquica con capacidad de derecho público y privado, con un
directorio integrado por cuatro representantes del Estado Nacional, uno por el Ministe-
rio de Defensa, y uno por el Estado Mayor del Ejército, tres por el gobierno de la
provincia de Neuquén, y uno por las comunidades indígenas mapuche, designado a
propuesta de las comunidades» (Art.4)1
los que han integrado el patrimonio para su explotación con dos inmuebles, con el
objeto de transformar la economìa regional con la incorporación productiva y el
desarrollo social de las comunidades indígenas precedentemente citadas.
Las tierras históricamente han sido usadas por las comunidades mapuche como
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Virginia Claudia Peña
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Las demandas judiciales de los pueblos indígenas: «El caso Pulmari»
Desarrollo
En relación con los pueblos indígenas las políticas impulsadas por el Estado Nacional
han sido claras a lo largo de la historia y se han visto plasmadas en su Derecho Constitu-
cional. La Constitución de 1853 en el artículo 67 inciso 15 establecía en referencia a las
atribuciones del Congreso: «Proveer a la seguridad de las fronteras; conservar el trato
pacífico con los indios, y promover la conversión de ellos al catolicismo». De acuerdo con
este artículo el criterio subyacente, tenía tres propósitos fundamentales:
§ El conservar un sistema tratadista que permitiera llevar una paz duradera con
aquellos a los que se veía como un cuerpo distinto al proyecto nacional en curso.
§ El etnocidio, a través de la premisa de que los indios debían ser asimilados y
reducidos por la Nación, a través de su conversión al catolicismo, principal
forma de aculturación.
§ Por último se perseguía llevar seguridad a la frontera, línea móvil y compleja pero
sin duda el límite entre el nosotros y el ellos. De acuerdo con éste criterio se lleva
a cabo la Conquista del Desierto dando al tema de la seguridad de las fronteras
(subyacente a ella está la lucha por la posesión de las tierras) una solución militar.
373
Virginia Claudia Peña
«Evidentemente, la acción del Defensor Nacional constituyó un «leading case» dado que
era la primera vez que se planteaba el reconocimiento de los derechos indígenas desde
la reforma constitucional para un caso específico».
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Las demandas judiciales de los pueblos indígenas: «El caso Pulmari»
Este suceso denota una quiebra entre las reformas judiciales que avalan la preexis-
tencia cultural y étnica de los pueblos indígenas y su derecho a la autodeterminación y
el accionar judicial ante situaciones reivindicativas concretas (poder disciplinador) por
más que éstas se apoyan en leyes nacionales que a su vez ratifican leyes internacionales.
En este caso es claro que los mapuche apelan a un derecho consuetudinario reconoci-
do en la Carta Constitucional, (preexistencia étnica y cultural) que el Defensor reconoce
y trata de instaurar la posibilidad de contemplar en la justicia penal el tema de la Diversi-
dad Cultural y que ambos se enfrentan con un grupo de funcionarios tanto de la justicia
federal como provincial que imbuidos de las ideas propias del Derecho Positivo (igualdad
de las personas ante la ley) no incorporan en su administración de justicia las reformas
constitucionales apelando a vericuetos legales (el artículo de la Constitución no está
reglamentado) y de esta manera abortan la posibilidad de instaurar la posibilidad de la
Diversidad Cultural en el Derecho. El propio Becerra, rescata la relevancia de su interven-
ción en una Conferencia dónde adhiere al reclamo mapuche de que sean respetados sus
derechos ancestrales y que rija la pluralidad en la administración de justicia:
«En realidad, no sólo ha sido una preocupación personal, sino que se ha manifestado como un
problema institucional que fue el eje principal de trabajo en la primera causa en la que tuve
intervención directa como Defensor General de la Nación. Se trató de un recurso de Casación, en
un proceso que se siguió en la provincia de Neuquén a miembros de una comunidad indígena por
el delito de usurpación. Esta inquietud tuvo, incluso favorable acogida en dos anteproyectos de ley
vinculados con la cuestión indígena y que fueron analizados en comisiones especiales en el ámbito
del Ministerio De Justicia … Sin embargo, es a partir de esta década cuando aparece una nueva
corriente, llamada «pluralista» cuya máxima es el respeto a la diversidad cultural. Esto significa,
principalmente crear un modelo constitucional pluralista que legitime los sistemas indígenas,
modificando el carácter etnocéntrico de derecho al otorgar reconocimiento a su derecho consue-
tudinario, siempre dentro del marco del respeto a los derechos y garantías fundamentales. De
esta manera, no sólo se busca la descriminalización de ciertas prácticas culturales, sino también
diluir el monopolio cultural como fuente de orientación jurídica…».
Con respecto a la medida tomada por los jueces al procesar a los dirigentes mapuches
en los cargos de usurpadores de tierras hace mención a que es una decisión absoluta-
mente valorativa y que el derecho en relación con la costumbre va variando con el
transcurso del tiempo, por ello afirma que el Derecho Penal es un producto cultural.
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Virginia Claudia Peña
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Las demandas judiciales de los pueblos indígenas: «El caso Pulmari»
Desde el punto de vista del otro adversario de la diversidad, «la teoría liberal» que
prioriza los derechos individuales sobre los culturales es el llamado liberalismo igua-
litario de Rawls de los cuales se rescatan algunos elementos básicos:
La libertad es un valor sustantivo, mientras que la igualdad es un valor adjetivo, la
igualdad no es valiosa sino se predica de alguna situación o propiedad que es en sí
mismo valiosa. Lo que en sí mismo es valioso son los valores individuales.
Sólo los individuos son personas morales. Las personas colectivas no son perso-
nas morales. Se busca invalidar cualquier pretensión de asignarle valor ético a la
comunidad con la intención de ponerla por encima del individuo.
Lo anterior se refuerza con el tercer elemento del sistema: el individualismo ético.
Los individuos valen más que los grupos a los que pertenecen. Los grupos no adquie-
ren la calidad de persona moral por lo mismo las culturas no tienen ningún valor
moral que permita absolutizarlas o idealizarlas.
Los argumentos liberales en torno al imperativo de respetar los derechos funda-
mentales son atendibles, pero el punto es cómo hacerlos compatibles con los derechos
colectivos, como ver a los derechos individuales y colectivos como complementarios
y mutuamente dependientes.
En el proceso histórico de su constitución, la condición humana deviene a un
tiempo colectividad e individualidad. Con igual firmeza hay que sostener tanto los
derechos culturales como los individuales explorando lo que hay en realidad de
particular tanto en uno derechos como en otros.
Para comprender los sucesos de Pulmarí desde el inicio hasta el presente los apor-
tes de Giorgio Agamben (1998) resultan fundamentales en tanto clarifica que el térmi-
no pueblo (única denominación aceptada para los pueblos indígenas por los tratados
internacionales) siempre indica también a los pobres, los desheredados, los excluidos
«un mismo término designa tanto al sujeto político constitutivo como a la clase que
de hecho sino de derecho, está excluida de la política». Pueblo es un concepto polar
que implica un doble movimiento y una compleja relación entre dos extremos. La
constitución de la especie humana en un cuerpo político se realiza a través de una
separación fundamental y en el concepto pueblo se pueden reconocer las parejas
categoriales que definen la estructura política tradicional: «nuda vida» (pueblo) y
«existencia política» (Pueblo). El pueblo lleva consigo la fractura biopolítica funda-
mental. Es lo que no puede ser incluido en el todo del que forma parte y lo que no
puede ser incluido en el conjunto de lo que está incluido siempre. De aquí las contra-
dicciones cada vez que es evocado y puesto en juego en la escena de la política.
Es aquello que ya existe siempre y que, sin embargo, debe aún realizarse; es la fuente
pura de toda identidad pero que debe redefinirse y purificarse permanentemente por me-
dio de la exclusión, la lengua, la sangre o el territorio. O bien, en el polo opuesto, es lo que
se falta por esencia a sí mismo y cuya realización coincide, por eso, con la propia aboli-
ción; es lo que para ser, debe proceder, por medio de su opuesto, a la negación de sí mismo.
Para Agamben si el pueblo contiene en su interior la fractura biopolítica central,
esto nos posibilita realizar de otra manera la lectura de algunos hechos políticos
contemporáneos. La lucha entre los dos pueblos ha existido desde siempre, pero
contemporáneamente se ha acelerado.
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Virginia Claudia Peña
Conclusión
Los tratados internacionales que avalan los derechos de los pueblos indígenas han
sido incorporados a las reformas constitucionales de los países latinoamericanos. Parale-
lamente los Estados van adquiriendo un nuevo perfil en esta nueva coyuntura política
mundial redefiniendo sus atribuciones y delegando funciones; etapa que también coinci-
de con demandas indígenas y con mayor participación de sus líderes en foros y organis-
mos internacionales que terminan haciendo presión en sus propios Estados Nacionales.
Sin embargo, estos avances en los tratados internacionales y su incorporación a las
cartas constitucionales parecieran ser la reaparición de nuevos espejitos de colores a
intercambiar, puesto que sus derechos continúan siendo avasallados y las leyes se consti-
tuyen en nuevas ficciones que no avalan sus reclamos. El conflicto de legalidades queda
planteado en la opción de aplicar un derecho individual o un derecho colectivo. ¿Se trata
de una opción política? ¿Se trata de mayor comprensión de las personas que administran
justicia, que no todos los sujetos son tan iguales ante la ley y que es necesario contemplar
las diversidades culturales? Son muchas las preguntas las que nos hacemos y hasta ahora
en los casos que se van planteando seguimos buscando las respuestas.
Nota
1
IMADR LATIN AMERICAN BASE REPORT OF ACTIVITIES 2001.
http/www.imadr.org/regional /la.acta.reportSpanish2001html
Referencias Bibliográficas
AGAMBEN, G. 1998 Homo Sacer. El Poder Soberano y la Nuda Vida. España. PRE-textos.
BECERRA, N. 1997 Derecho Penal y diversidad cultural. La Cuestión Indígena. Ed. Ciu-
dad Argentina. Buenos Aires.
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Las demandas judiciales de los pueblos indígenas: «El caso Pulmari»
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La educación intercultural bilingüe y su relación con un
nuevo soporte documental: la web
María Victoria Fernández
Centro de Investigaciones Precolombinas
Contacto: mvicfernandez@gmail.com
Introducción
El tema que presentamos es una primera aproximación al nuevo patrón de produc-
ción y difusión de conocimientos de la sociedad actual como es «la web», a través de
una problemática: la «Educación Intercultural Bilingüe» (EBI en adelante) en la
región amazónica.
Nuestro aporte al Seminario Magistral «Las Sociedades de los paisajes semiáridos
y áridos del Centro-Oeste Argentino», VII Jornadas de Investigadores en Arqueología
y Etnohistoria del Centro Oeste del País, consiste en reseñar algunos trabajos y docu-
mentos que se encuentran en internet en relación con la EBI, ya que, éstos hacen
hincapié en la educación que deben desarrollar los pueblos originarios.
De aquí planteamos la siguiente cuestión: ¿La EBI es una nueva forma de re-
conquistar un espacio en la Amazonía Peruana? Nosotros pensamos que las políticas
relacionadas con la EBI son una forma de «re-colonización» de las comunidades
indígenas, en pos de asimilar al otro cultural a la sociedad blanca.
A continuación, en primer lugar, haremos una referencia a dos tipos de documen-
tos, aquellos que buscamos en internet y los que encontramos en el archivo. En segun-
do lugar, abordaremos la cuestión con «fuentes extraídas de la web».
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María Victoria Fernández
«Son aquellos que comprenden el aspecto visual o el aspecto sonoro o bien estos dos
aspectos integrados. Pero que además utilizan o (están trabajados) sobre material
sensible y fotosensible, tienen un registro óptico electrónico o electromagnético»
(www.derin.uninet.etu/cgibin/derin/vertrabajo)
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La educación intercultural bilingüe y su relación con un nuevo soporte documental: la web
«[...] FORMABIAP se proyecta como una institución gestionada por las organizaciones
indígenas amazónicas que brinda servicios orientados a la formación de recursos hu-
manos capaces de liderar propuestas educativas innovadoras y de desarrollo sosteni-
ble, sustentadas en el reconocimiento de los derechos colectivos de los pueblos indíge-
nas, enraizadas en su herencia cultural, recogiendo los aportes de otras culturas y
promoviendo la valoración positiva de la diversidad» (www.aulaintercultural.org/article).
Antes de crearse la AIDESEP los pueblos indígenas tenían una organización tradi-
cional propia acorde con sus condiciones de desarrollo. La centralización de dicha orga-
nización se inició con la orientación de grupos religiosos tanto católicos como evangéli-
cos. El contexto político de la década de 1970 fue propicio para que las comunidades
nativas se agruparan. Esto estaba en estrecha relación con los procesos sociales a los que
apuntaba la globalización. Es así que, en 1979, se conformó la Coordinadora de Comuni-
dades Nativas de la Selva Peruana, que en 1980 se pasó a llamar AIDESEP y es
«[...] una organización nacional y estamos presididos por un Consejo Nacional que se
asienta en 6 organismos descentralizados ubicados en el norte, centro y sur del país.
Tiene 57 federaciones y organizaciones territoriales, que representan a las 1,350 comu-
nidades donde viven 350,000 hombres y mujeres indígenas, agrupados en 16 familias
lingüísticas» (www.aidesep.org.pe).
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María Victoria Fernández
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La educación intercultural bilingüe y su relación con un nuevo soporte documental: la web
Desarrollo e interculturalidad
El discurso del desarrollo es una forma de intervención social que operó desde
mediados del siglo XX en Latinoamérica, y luego se lo relacionó con el crecimiento
económico y con la formulación de políticas atinentes a un proyecto de expansión
que, permitieran satisfacer las necesidades de la sociedad, las cuales, no son sólo
económicas, si no también culturales, e incluyen una creciente intervención de nue-
vos campos de conocimiento, como por ejemplo, la antropología, que en los últimos
años, contribuyó al análisis de proyectos de desarrollo en diversos campos (salud,
educación, economía, sociedad, entre otros). Los mismos fueron aplicados por orga-
nismos internacionales, públicos, privados, organizaciones no gubernamentales.
Este término cuya primera apreciación nos remite a problemáticas económicas, se
encuentra relacionado con el de interculturalidad, que es el concepto con que los
técnicos del Banco Mundial denominan la relación entre las sociedades nacionales y
las etnias indígenas (Rocchietti et al., 2005).
La política educativa de los distintos países de Latinoamérica y la del Perú, en
particular, es digitada por el Banco Mundial. Enmarcada en esta idea, se ha hablado
de educación para los pueblos indígenas y se ha diseñado una propuesta de EBI con
las recomendaciones y asesoría técnica de la citada institución, donde se postula, que
los niños nativos aprendan en su lengua los contenidos básicos generales estipulados
para todos los niños no indígenas, queriendo unificar y estandarizar las lenguas me-
nos dominantes a los fines de la enseñanza y además, homogeneizar las prácticas
pedagógicas orientadas a alumnos cuyo dialecto materno no es el castellano. Su
385
María Victoria Fernández
objetivo es lograr mejores aprendizajes y que éstos se desarrollen en todos los niños
en un mismo nivel educativo. Por lo tanto, el uso de una lengua no es el interés
primordial de las políticas educativas del Banco Mundial ni del Estado peruano
(www.nilavigil.wordpress.com).
No obstante, la interculturalidad no es un concepto privativo del ámbito de la
educación
Conclusiones
En este trabajo presentamos una primera aproximación al tema de la EBI. Todo lo
referente a éste se basa en documentos bajados de Internet, que es una herramienta
novedosa para los investigadores en ciencias sociales.
Los extractos de los documentos presentados proceden de un soporte no tradicio-
nal, Internet. Nosotros nos proponemos trabajar con esa nueva tecnología y en conse-
cuencia afirmamos que la era digital regulará varios espacios en el siglo XXI. Uno de
esos lugares será el archivo.
Pensamos que la era digital, regulará varios espacios en el siglo XXI. Uno de esos
lugares, es el archivo, donde muchos investigadores trabajan actualmente.
Referencias bibliográficas
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La educación intercultural bilingüe y su relación con un nuevo soporte documental: la web
Páginas de Internet
www.aulaintercultural.org/article
www.aidesep.org.pe
www.cibersociedad.net
www.derin.uninet.etu/cgibin(derin/vertrabajo
www.lanic.utexas.edu
http://lexnova.absysnet.com/tema/tema53.html
http://members.tripod.compe/nilavigil/politicas-ling-am.html
www.minedu.gob.pe/dinebi
http://nilavigil.wordpress.com
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