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Capítulo 1

Las sociedades mediterráneas del


centro-oeste argentino

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Arqueología de las Sierras Centrales:
problemas y perspectivas actuales*
Andrés Laguens
Museo de Antropología, Universidad Nacional de Córdoba
Contacto: laguens@ffyh.unc.edu.ar

Introducción
La invitación a participar en las Jornadas de Arqueología y Etnohistoria del Centro
Oeste, un espacio que desde su inicio intenta dar cuenta de un pasado regional y resul-
tan un punto de encuentro de múltiples voces y perspectivas, se convirtió para mí en un
desafío. Me propusieron dar una charla que sirviera como gatillo para exposiciones y
debates posteriores sobre arqueología de la región. En este contexto, el desafío no era
menor: la idea era identificar conjuntos de problemas que merecían reflexión y debate
en relación a la arqueología de Córdoba y San Luis, pero ¿desde qué perspectiva hacer-
lo? ¿Cómo encarar algo así sin que fuera entendido como una prédica o como una
agenda? Me pareció que lo más prudente era entonces hablar desde la propia experien-
cia, realizando un recorrido de nuestros trabajos de las últimas décadas, sin ninguna
pretensión más allá de aquella de reflexionar desde una perspectiva crítica que nos
permita recapacitar sobre nuestra propia práctica, invitando así indirectamente a una
discusión que nos ayude a pensar la arqueología regional. En nuestra esperanza que a
partir de allí los colegas, también desde sus propias trayectorias, se identifiquen –o bien
se diferencien– en los problemas, las perspectivas, las preguntas y abramos así el diálo-
go. Pienso que por eso hoy llamar a esta presentación «Reflexiones actuales desde la
arqueología de Córdoba y San Luis» hubiera sido quizás más apropiado.
Para lograr lo propuesto, iremos teniendo en cuenta en nuestro relato algunos tópi-
cos que consideramos centrales, en tanto han incidido e inciden sobre las formas de
entender el registro arqueológico y el pasado regional, considerando a la par los contex-
tos sociales y políticos de producción del conocimiento, junto con las limitaciones que
nos imponen nuestras propias pre-nociones sobre el registro y las poblaciones locales.
Justamente, una pregunta que siempre nos hacemos es cómo estamos entendiendo
al registro arqueológico, como concebimos y construimos a través de él al otro y a
nosotros, de qué manera conceptos teóricos, genealogías, contextos sociales –acadé-
micos y extra académicos– más los propios objetos y contextos arqueológicos parti-
culares se imbrican en un entramado con distintos efectos sobre nuestros modos de

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hacer y comunicar. En definitiva, nos preguntamos qué arqueología estamos hacien-


do, qué problemas estamos definiendo y qué pasado estamos (re)construyendo.
Es entonces esta una oportunidad para analizar estos problemas desde el caso parti-
cular de la arqueología de Córdoba y San Luis, tomando como tema nuestra propia
experiencia, aquella realizada en conjunto con Mirta Bonnin y un equipo de colabora-
dores. Esto no sólo nos dará más confianza y detalle sobre lo que estamos hablando, sino
que también es pensar que no estamos aislados, que de alguna manera todos participa-
mos en redes y entornos más amplios que lo local, siendo muchas veces, sin querer,
colegas invisibles (Laguens, 2007a) y que nuestra práctica profesional, como otras, es
una expresión de época. Entonces, qué mejor que hablar desde donde más conocemos.

Las personas y el ambiente


En una mirada retrospectiva, cuando empezamos a hacer arqueología de Córdoba
hace 24 años atrás, nos dimos cuenta que nos habíamos introducido en una región que
se venía trabajando desde hacía casi un siglo con una tradición general de trabajar
sitios aislados (por ejemplo, Berberian, Marcellino y Pérez, 1968; González, 1950;
Menghin y González, 1954) estudios de colecciones y trabajos de síntesis (De Aparicio,
1936; Outes, 1904; Serrano, 1941, por ejemplo). El panorama era un mosaico de
información dispersa, aunque amalgamada en tres grandes construcciones: Ayampitín,
Ongamira y las sociedades agroalfareras. Esto tenía validez para toda la región, enten-
dida ésta como una unidad geo-cultural homogénea de límites más o menos fijos en el
tiempo, las Sierras Centrales, caracterizada como una región de tránsito y convergen-
cia a través de distintas interacciones con las regiones culturales aledañas.
Si nos preguntamos cuáles eran los problemas de la época, dada su generalidad,
quizás tendríamos que decir que no era una arqueología orientada específicamente a
problemas, en todo caso, a los sitios en sí o más bien orientada al puro conocimiento,
al descubrimiento.
En este contexto, se nos solicitó trabajar un sitio: El Ranchito. El sitio había sido
descubierto por un aficionado local1, quien brindó todo su apoyo y colección para su
estudio por parte de profesionales del Instituto de Antropología de la Universidad
Nacional de Córdoba en la década de 1970. Resultado de los trabajos de campo, que
incluían tanto intensas recolecciones de superficie como algunas excavaciones, con
la recuperación de un esqueleto humano y un fechado cercano a los 3000 años de
antigüedad, se conformó una vastísima colección del sitio que sirvió de inicio para el
planteo de un proyecto que incluyera a este sitio (Laguens y Bonnin, 1987b).
Con una formación en arqueología desde las Ciencias Naturales, y crecidos en un
contexto histórico social caracterizado por los movimientos hippies de fines de los
‘60, la Universidad post Mayo del ‘68, el auge de la izquierda y el retorno del peronismo
a inicios de la década de 1970, y habiendo estudiado arqueología durante el Proceso
Militar, estábamos orientados teóricamente por los postulados de la Nueva Arqueolo-
gía, en tanto una forma de reaccionar contra el sistema y realizar una ruptura con las
teorías tradicionales. Compartíamos el optimismo cientificista de la NA, su «pérdida
de inocencia» y veíamos allí la posibilidad de actuar en el presente a partir del cono-
cimiento positivo del pasado. Ello implicaba, por un lado, entender que la arqueolo-

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gía debía estar orientada a problemas, pasados y actuales; por otro, que para solucio-
narlos era necesario un conocimiento detallado y profundo, que sólo se podía lograr
con criterio regional, es decir, haciendo arqueología de espacios geográficos delimi-
tados, con proyectos a largo plazo, y con técnicas de campo y gabinete adecuadas a
tales fines, como la excavación con registro tridimensional y técnicas analíticas lo
más objetivas posibles, tanto a escala contextual como artefactual, como lo proponía
la Arqueología Analítica inglesa. Ello también implicaba entender al registro arqueo-
lógico como fuente de datos no autoevidente, a partir del cual, de acuerdo a las
preguntas que le hiciéramos, las técnicas analíticas empleadas y proposiciones teóri-
cas de rango medio, podríamos encontrar algunas respuestas.
Este punto de vista implicó plantear un proyecto interdisciplinario, entre arqueo-
logía, ecología y etnohistoria, el Programa Chuña (Laguens, et al., 1987), donde el
sitio problema, generador del trabajo, se articulaba en un proyecto regional, tomando
un valle y la cuenca de su río principal como eje espacial de estudio (el Valle de
Copacabana, en el Dpto. Ischilín) y, como problema, a las formas humanas de adapta-
ción a un medio árido-semiárido y su cambio en el tiempo, desde los inicios de la
ocupación del valle hasta la actualidad (Laguens y Bonnin, 1987a). De este modo, la
problemática particular del sitio El Ranchito era redimensionada en un contexto
espacial, temporal y cultural más amplio.
El proyecto se realizó a partir de 1983 desde el Instituto de Antropología2 de la
Universidad Nacional de Córdoba, en un contexto académico y político transicional,
entre la represión y la falta de libertad intelectual del gobierno militar y la apertura
incipiente en la democracia. Esta circunstancia resulta interesante, en tanto la misma
perspectiva procesual que el sistema político y académico veía como objetiva y polí-
ticamente neutra –como si la neutralidad fuera apolítica– y fuera favorecida en algu-
nos ámbitos, podía ser utilizada en un contexto social marginal con otros fines, pese
a las restricciones en la libertad de conocimiento, pensamiento y expresión del mo-
mento. Derechos estos últimos a los que tardamos en acostumbrarnos una vez recupe-
rados, dados el temor y la autocensura en la que solíamos vivir, junto con la incerti-
dumbre en la estabilidad del nuevo sistema político. Pese a ello, esta situación permi-
tió el inicio de las investigaciones regionales en un proyecto que finalmente duró 12
años, a las que se sumaron trabajos con la comunidad desde equipos de investigación
y desarrollo rural, de educadores, historiadores, sociólogos y extensionistas, en el
cumplimiento de los objetivos del Programa Chuña, muchos de los cuales aún hoy
continúan desarrollando su labor en el valle de Copacabana.
Los problemas y resultados del proyecto en el ámbito arqueológico permitieron
avanzar en el entendimiento y conocimiento de las poblaciones locales pasadas, gene-
rando modelos sobre la lógica de sus estrategias económicas, el uso del espacio y sobre
las formas de organización política (Laguens, 1999, por ejemplo) –los que no viene al
caso relatar aquí– que aún hoy están en uso y son puestos a prueba en otras zonas de la
región (por ejemplo, Berberián y Roldan, 2003; Pastor, 2005), así como están siendo
incorporados y reinterpretados por pobladores locales (Sanchez et al., 2006).
Ahora bien, nos preguntamos ¿registro de qué era el registro arqueológico? Bási-
camente, registro de las interacciones de los individuos y las sociedades con su am-
biente en los procesos de adaptación. Sociedad y naturaleza eran dos ámbitos separa-
dos, aunque interactuantes, vinculados a través de las estrategias tecnológicas, eco-

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Andrés Laguens

nómicas y sociales puestas en juego en los sistemas culturales (Laguens y Bonnin,


1987a). El registro arqueológico era una manifestación de la dimensión material de
esas interacciones y, a través de éste, podíamos lograr conocimiento de las formas de
adaptación de las sociedades humanas a su ambiente, un potencial informativo me-
diante el cual podríamos aprender de las sociedades del pasado –idealmente socieda-
des con un buen conocimiento de su medio al cual estarían ajustadas armónicamente–
para aportar ese conocimiento y aplicarlo en el presente.
Justamente del planteo de estos problemas y de sus resultados, es uno de los temas
sobre los que queremos reflexionar aquí y compartir cómo esto nos ha llevado a repensar
nuestras propias prácticas. Son varias las críticas que se han hecho sobre la arqueología
procesual ortodoxa, y no tiene sentido repetirlas aquí, pero sí señalar dos aspectos
claves que consideramos todavía pueden ser problemas actuales en la práctica profesio-
nal: por un lado, la relación entre lo universal y lo particular y, por otro, nuestro enten-
dimiento de los otros (y por ende, de nosotros), y cómo ello va a afectar la construcción
que hagamos del pasado y los usos que a ello le demos, nosotros u otros.
Iniciamos el proyecto con una pretensión de universalidad, en el sentido que las
poblaciones humanas del Valle de Copacabana eran un caso particular de principios y
leyes generales de valores transhistóricos y transculturales. Para ello utilizamos marcos
explicativos de la ecología evolutiva, así como ciertos principios teóricos tomados
provisoriamente como teorías de rango medio, junto con la teoría general de sistemas,
modelos de forrajeo, de recolección, maximización, evitación del riesgo, etc. (Laguens,
1999). Al hacer esto, sin quererlo, estábamos naturalizando una esencia humana, para
todo tiempo y lugar, sin dar opción a la manifestación particular de alternativas y al
desarrollo de otros modos de ser. Además, estábamos proyectando al pasado una forma
de relación con la naturaleza, creyendo a esta también como poseedora de una esencia
inmutable, a la par de considerarla a priori un ámbito opuesto a lo humano, como si
nuestra perspectiva occidental también fuera universal. En realidad, no nos dábamos
cuenta que al usar estos modelos todo ya estaba explicado; como dice Bourdieu, se daba
por explicado aquello que queríamos explicar (Bourdieu et al., 1975:36), sólo era cues-
tión de encontrar en el registro lo que nuestra modelos predecían. Y, sin embargo, en el
registro arqueológico nos encontrábamos con otras dimensiones, sobre todo al trabajar
el problema del contacto hispano indígena y considerar también los datos etnohistóricos.
Esos humanos medios, que creíamos universales, en cierto sentido «naturales»,
respondiendo a reglas generales, tomando decisiones racionales y actuando con una
lógica económica de oferta y demanda, se desviaban de las reglas: además de ajustarse
a los modelos, también hacían un uso ilógico de los recursos, sobre-explotaban el
medio, implementaban estrategias no económicas para la subsistencia, se arriesgaban,
resistían a la dominación española, hacían alianzas, redefinían su condición de in-
dios, entre otras cosas (también quizás universales), no previstas en los modelos
(Bonnin y Laguens, 1999; Laguens, 1999). Es decir, las respuestas particulares, indi-
viduales o colectivas, de los aborígenes de Copacabana, se «negaban» a reafirmar de
manera completa para el pasado algunos de aquellos supuestos, pre-nociones y mode-
los de la ciencia universal de los cuales partimos, modelos que justificaban y natura-
lizaban así desde el pasado una lógica económico occidental y una clase de relacio-
nes de los humanos con la naturaleza. Es más, una lectura no especializada de nuestro
trabajo podía caer en el riesgo de interpretar la desaparición de los pueblos de indios

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Arqueología de las Sierras Centrales: problemas y perspectivas actuales

en el siglo XIX como un proceso de mala adaptación y extinción, algo totalmente


opuesto a lo pensado.
La fuerza de esos conceptos teóricos era tan fuerte que no nos dejaba ver el nexo del
pasado con el presente, sino que imaginábamos a la historia local como una serie de
discontinuidades. Sin embargo, habían sido los mismos descendientes del último curaca
local, los hermanos Tino y Chacho Montes, propietarios de las tierras del Pueblo de
Indios de San Antonio de Nunsacat, quienes nos habían autorizado a trabajar en el lugar,
quienes nos contaron su historia local y nos demandaban más conocimiento. Afortuna-
damente, no quedarnos sólo con el registro arqueológico y sus modelos, nos ayudó a
comprender otra realidad y, por ejemplo, pudimos captar la vigencia de mecanismos de
exclusión social en el pasado que tienen sus consecuencias aún en la actualidad, así
como nos ayudó a cuestionar los alcances y limitaciones de nuestra propia disciplina, al
mismo tiempo que nos llevó a repensar nuestra responsabilidad moral.
En síntesis, y en términos de la invitación de las Jornadas, creemos que uno de los
problemas con los que nos encontramos es cómo pensar esta dimensión del registro
arqueológico regional y la práctica profesional. La universalización del registro parti-
cular en aras de la ciencia internacional y los problemas de la arqueología mundial nos
alejaban de las voces de lo local, pasado y actual. ¿Cómo conciliarlo? Si bien no es un
problema particular sólo de la arqueología local, sí nos incumbe en el contexto actual
donde las demandas y la participación de las poblaciones locales –criollas, originarias
o no– en relación al patrimonio y la construcción del pasado es cada vez mayor, a las
que debemos dar respuesta y con los cuales debemos dialogar, no desoír o evadir.

Las personas y las cosas


Retomando nuestro itinerario personal para llegar a los problemas en común, tras
la finalización del Programa Chuña, en 1995, nuestros intereses profesionales se cen-
traron en temas similares con respecto al cambio social, aunque ahora con cierta
insatisfacción con respecto a la arqueología que hacíamos, lo que nos llevó a nuevas
búsquedas teóricas.
Esta sensación, sumada a las dificultades impuestas por la legislación provincial
sobre las autorizaciones para la práctica profesional de la arqueología, que comenzó
a exigir requerimientos imposibles de cumplir en un proyecto, contribuyeron a que
nuestros esfuerzos se desviaran hacia el NOA en proyectos de arqueología política,
los que nos acercaron también a otras lecturas y perspectivas.
Desde el punto de vista del contexto del pensamiento científico del momento, es
indudable que los planteos posmodernos habían abierto la puerta a posiciones más
heterodoxas y críticas –no necesariamente etiquetables como post-procesuales– don-
de aspectos antes considerados como inalcanzables arqueológicamente, como lo so-
cial, lo político, lo ideológico o los significados de las cosas, por ejemplo, ahora
podían ser tema de estudio. En ese entorno intelectual, la arqueología de mediados de
la década de 1990 no era la misma que la de inicios de los ‘80. Las cuestiones eran
otras, los problemas ahora se centraban en el individuo, en el valor de la individuali-
dad y no en lo colectivo –como en los sistemas adaptativos–, importando la agencia
de individuos inmersos en relaciones sociales estructuradas y estructurantes.

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Andrés Laguens

Con respecto al contexto institucional, a partir del año 1997 la Antropología en


Córdoba cobró un nuevo impulso a partir de la gestión de la Facultad de Filosofía y
Humanidades, al reconocerla como un área de vacancia, apoyando la re-fundación del
Museo de Antropología y obteniendo un subsidio del FOMEC3. El Museo de Antro-
pología se trasladó a una nueve sede en el año 1999, replanteando su exhibición y
definiendo una nueva misión4, creciendo institucionalmente e incorporando las áreas
de Antropología Social y Bioantropología a la ya existente de Arqueología, con
numerosos investigadores y becarios. Este crecimiento en personal y proyectos de
investigación, conservación y educación, fue acompañado por un incremento en la
cantidad de oportunidades y en los montos de los subsidios para la investigación de
las agencias de promoción científica estatales como la ANPCyT, la Agencia Córdoba
Ciencia S.E. y más tardíamente el CONICET, coadyuvando al emprendimiento de
proyectos multidisciplinarios y de largo plazo.
Paralelamente a este desarrollo de la Antropología, las demandas por rescates o salvatajes
arqueológicos fueron creciendo notablemente a partir de mediados de la década de 1990,
y desde el Museo de Antropología consideramos una responsabilidad dar respuesta inme-
diata a estos pedidos. Esto, junto con la actividad extensionista del Museo, con programas
específicos de arqueología en la escuela primaria y programas de colaboración con mu-
seos del interior provincial, nos fueron acercando a una perspectiva preocupada en lo
regional y a una comprensión de algunos puntos del proceso de desarrollo de las pobla-
ciones aborígenes que apuntaban a una tendencia hacia una diversificación regional
creciente y desarrollo de identidades locales, procesos en curso cuando la conquista
española (Bonnin y Laguens, 2000), como señalaremos más adelante.
A su vez, la actividad extensionista nos acercó a la posibilidad de interactuar con
algunas comunidades del interior, actividades que fueron desde colaboraciones o
asesoramientos en los museos locales, hasta programas con la comunidad, incluyendo
tanto temas de educación patrimonial como investigaciones con miras a la aplicación
de propuestas sustentables de conservación, tal como es el caso de los sitios con arte
rupestre del NO de la Provincia, particularmente en la zona de Charquina, por ejem-
plo. Se trata de una localidad riquísima en manifestaciones estéticas rupestres en una
situación de riesgo por la explotación minera, donde se pasó de una explotación de
tipo artesanal a una industrial que está arrasando rápidamente con los sitios arqueoló-
gicos (Ochoa, 2007).
También los proyectos de investigación y extensión nos fueron acercando mutua-
mente con las comunidades originarias y criollas locales, quienes se han involucrado
con el patrimonio y con los cuales no sólo compartimos la información arqueológica,
sino también los estudios biomoleculares de un proyecto sobre el poblamiento origi-
nal (Fabra et al., 2005) y quienes, bajo consentimiento explícito, están ayudando a la
determinación individual de filogenias americanas originarias, contribuyendo así a la
afirmación y construcción de identidades actuales.
La mayoría de los rescates arqueológicos que demandaban las comunidades esta-
ban vinculados con hallazgos de restos humanos en riesgo, como el caso particular
del yacimiento de Agua de Oro en las Sierras Chicas, donde el descubrimiento en
1998 de una serie de enterratorios datados luego en alrededor de 4000 años atrás
(Laguens et al., 2006), colaboró para que tomáramos conciencia de la necesidad de
trabajar junto con la Antropología biológica (Fabra, 2000) y emprender el estudio de

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Arqueología de las Sierras Centrales: problemas y perspectivas actuales

las poblaciones humanas de cazadores recolectores desde una perspectiva


interdisciplinaria (Laguens et al., 2002, 2007). Las limitaciones de la legislación
provincial, también impulsaron a plantear inicialmente un proyecto de amplia escala
geográfica, incluyendo así a San Luis, con estudio de colecciones, trabajos geológicos,
paleontológicos (Laguens et al., 2002), junto a estudios bioantropológicos de pobla-
ciones pasadas y actuales, proyecto aún en curso.
Allí nos planteamos el problema del poblamiento original de la región desde un
enfoque geográfico más abarcador, incluyendo regiones aledañas y vinculando los proce-
sos locales con procesos de poblamiento continentales realizados en el límite Pleistoceno-
Holoceno por vías de menor costo desde el Este de la región (Laguens et al., 2007).
Planteado el problema desde una perspectiva de la ecología del paisaje (Laguens, 2006),
además del poblamiento inicial nos interesan los procesos posteriores de dispersión y
diversificación de las poblaciones, generando espacios de habitat particulares.
Uno de los temas ejes del programa de estudio es la definición de lo regional,
como un proceso de generación de entramados sociales que trascienden el alcance
espacial de lo local y el temporal de la inmediatez de las relaciones interpersonales.
La idea es ver cómo los grupos van construyendo redes de relaciones entre el medio y
otras poblaciones humanas, analizar cómo en este proceso se van definiendo prácticas
con una lógica propia y cómo sobre esta base luego se van generando distintos alcan-
ces de lo local, se generan identidades, hay rupturas, continuidades y se forjan dife-
rencias. Ello, por ejemplo, parece haber sucedido entre Ayampitín y Ongamira en
tanto modos de vida de economía cazadora recolectora: al realizar una comparación
entre ambos, encontramos que aún frente a ciertas continuidades, se trata de dos
lógicas distintas, de dos modos de relacionarse con la naturaleza y de construir un
paisaje social, donde a partir del Holoceno medio se comienzan a generar modalida-
des regionales, con crecimiento de la población, expansión de los límites de los
espacios de hábitat y definición de territorialidades, probablemente vinculadas con
procesos de diferenciación individual, y quizás de demarcación étnica, materializado
en el uso de estilos demarcatorios en lo estético, mueble e inmueble (Bonnin y Laguens,
2000). A esta misma lógica parece haber respondido también el intercambio a larga
distancia de obsidianas que se registra en Intihuasi, donde las redes de interacción y
las prácticas de consumo parecieran trascender lo económico y participar en otras
esferas sociales y de vínculos extra-regionales (Laguens et al., 2008).
Este problema de diversificación regional progresiva, a la par de la construcción
simultánea de lugares, también lo analizamos entre los grupos agroalfareros, así como
particularmente en el momento de transición entre el modo de vida cazador recolector
y el modo de vida aldeano posterior, tratando de entender también cuáles son los
esquemas subyacentes en las prácticas involucradas en cada caso y cómo, en distintos
procesos y contextos de interrelación, se van redefiniendo capitales y generando
campos sociales distintos.
El problema de la generación de nuevos entramados sociales en la transición entre el
modo de vida cazador recolector y el aldeano es un excelente ejemplo de cómo la incor-
poración de dos elementos tecnológicos, como la agricultura y la cerámica, al ser introdu-
cidos en otras tramas heterogéneas de relaciones materiales e inmateriales, tuvieron distin-
tos efectos sobre las personas y los grupos de personas, no ajustándose estrictamente a un
modelo de «neolitización» (Laguens, 1999b). Hallamos que su incorporación en

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Andrés Laguens

entramados previos en distintos lugares fue construida de manera diferente en cada re-
gión, con diferentes rupturas y continuidades en cada caso, y con distinto grado de inci-
dencia en distintos ámbitos. En Copacabana, por caso, en poblaciones que crecieron
numéricamente con la nueva tecnología de producción, su lógica de manejo de los recur-
sos económicos siguió siendo la misma que la previa, integrando a la agricultura con la
caza y la recolección en una misma estrategia, aunque sin embargo, cuando esos mismos
recursos fueron puestos en juego en otros campos, como el del poder y la autoridad, se
constituyeron nuevos entramados sociales. Así, por ejemplo, en el momento de la con-
quista parecieran haber estado en definición espacios de poder distintos, con una diferen-
ciación política incipiente, asociados a mecanismos de control y distribución de los
recursos económicos, en cierto sentido convertidos de recursos económicos en capitales
sociales o políticos (Laguens, 1999a). Esto parece haber sido parte de la misma trama
donde se incluyen nuevas formas de interacción social, enmarcadas en una vecinalidad
generada en la vida gregaria, la aldea, como un espacio de sociabilidad, inmediatez y
reproducción social (Appadurai, 2001), con incremento de las interacciones cara a cara
entre no parientes, en un espacio que va siendo construido como lugar. Notablemente, a la
par que se intensifican las interacciones interindividuales, se nota un énfasis en la idea de
persona, como se estaría haciendo presente en la oposición entre el tratamiento de los
individuos en la muerte y sus representaciones en las estatuillas cerámicas (Laguens y
Bonnin, 1997).
En breve, estamos viendo que diversos procesos de diversificación habrían de
terminar en una regionalización y construcción de identidades locales. Creemos que
estos procesos han tenido continuidad en el tiempo y son la base de la regionalización
que estamos estudiando desde la cultura material, el registro biantropológico y las
poblaciones nativas actuales (Demarchi et al., 2006).

¿Otra arqueología?
En este punto entonces, nos volvemos a preguntar cómo estamos entiendo el regis-
tro arqueológico, nuestra propia práctica, el pasado y el entendimiento de los otros.
Nos encontramos hoy haciendo otro tipo de arqueología, una que supera las cues-
tiones de adaptación y los modelos universales, no por eso menos científica o acadé-
mica en cuanto a los proyectos de investigación, pero sí quizás más humana en su
mirada y que contempla a la par un enfoque patrimonial y el trabajo con las comuni-
dades; situación multidimensional donde la noción y el alcance de arqueología se
ven complejizados. Teoría y práctica se ponen en juego permanentemente, sea en la
determinación del ADN, en la construcción de parques temáticos por descendientes
de indígenas a partir de nuestra información, sea en los museos locales, en la valoriza-
ción del patrimonio, en la construcción de identidades, en el desarrollo sustentable o
en la recuperación de conocimientos tradicionales.
Teoría, práctica, conocimiento, servicios, promoción, educación y difusión no
son cosas distintas; es una sola arqueología con otros sentidos, sin fronteras a priori,
no limitada al campo de la investigación científica, sino con un alcance que se va
definiendo allí hasta donde lleguen sus efectos. Son proyectos donde participan edu-
cadores, antropólogos, historiadores, arqueólogos, estudiantes, gente local, comuni-
dades originarias y público en general. La práctica profesional resulta así en un fibrado

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Arqueología de las Sierras Centrales: problemas y perspectivas actuales

multidimensional de relaciones, objetos y personas en constante fluir y construcción.


Desde esta perspectiva relacional, la misma arqueología se va definiendo en la
práctica y no hay un otro u otros –pasados o presentes– en tanto entes mutuamente
ajenos, como dos sustancias separadas, sujeto y objeto, un nosotros y un otros que
entran en interacción sin modificarse.
Tampoco hay de antemano una naturaleza objetiva y mundos humanos enfrenta-
dos con ella, sino que humanos y no humanos se interrelacionan de distintas manera,
con continuidades o discontinuidades, de acuerdo a distintas perspectivas y ontologías
que definen formas propias de ser y estar en el mundo (Descola, 2001; Laguens y
Gastaldi, 2006).
Esto lleva consigo también una idea dinámica de las personas, que si bien implica
cierto sentido de universalidad en cuanto a lo humano, reconoce a la vez en los otros
dimensiones más particulares. Los individuos y los grupos de individuos no tienen una
esencia fija, sino que son efectos de relaciones y su ser se va construyendo a partir de la
existencia, se va realizando en las acciones y las interrelaciones con otros iguales y con
las cosas; se va desenvolviendo en la trama de distintos contextos relacionales, materia-
les e inmateriales, estructurados. Como decía Childe, el hombre se hace a sí mismo.
Desde el punto de vista arqueológico, ello supone entender al registro como la
materialización, o un efecto material, de esas múltiples y multidimensionales
interrelaciones entre cosas y personas (Laguens, 2007b; Laguens y Pazzarelli, 2007);
un entendimiento que nos permitirá acceder a otras dimensiones que superen las
limitaciones que nos imponía el modelo físico del registro arqueológico.
No se trata sólo de dejar de entender al registro de manera esencialista, sino de
pensarlo en términos relacionales, así como entender nuestra práctica profesional
situada socialmente en el presente. Significa realizar una ruptura epistemológica y
pensar las relaciones de las personas con las cosas –el registro arqueológico– de otras
maneras, así como repensar nuestras relaciones con las personas actuales desde nues-
tro compromiso profesional en un entorno social enriquecido por la suma de nuevos
agentes interesados en lo arqueológico.

Notas
*
Conferencia presentada durante las VII Jornadas de investigadores en Arqueología y
Etnohistoria del centro-oeste del país (Nota de los Compiladores).
1
Nos referimos al Dr. Lincoln Urquiza, de la ciudad de Dean Funes, un fervoroso entu-
siasta y conocedor del pasado local, quien participó en los trabajos de campo del Instituto
de Antropología de esa época, así como con su constante generosidad y buena voluntad
apoyó nuestros trabajos, a quien agradecemos por ello.
2
El IA, fundado por Serrano en 1941, en 1983 estaba casi desestructurado debido a las
disputas internas por el poder durante los años anteriores. La planta de profesional había
quedado reducida a un bajo número, en una situación conflictiva cuyo desenlace fue su
disolución en 1987, con una acefalía previa desde 1985, aproximadamente.
3
El FOMEC fue un programa trianual para la mejora de la enseñanza de grado impulsado
por el Ministerio de Educación de la Nación en el año 1997. Con este subsidio se

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formaron recursos humanos de postgrado, se adquirió equipamiento para la enseñanza


del trabajo de campo y de laboratorio, se actualizó el fondo de libros y revistas periódicas
de la Biblioteca de Antropología y se creó la Maestría en Antropología de la Facultad de
Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba.
4
La misión del Museo de Antropología de la UNC es «reunir, conservar, investigar y exhibir
la cultura de las sociedades indígenas pasadas y contemporáneas, dentro de un marco
científico actualizado y crítico, como una manera de fomentar el respeto hacia otros modos
de vida y de crear actitudes de preservación del patrimonio cultural en la sociedad».

Bibliografía citada
APPADURAI, A. 2001 La modernidad desbordada. Dimensiones culturales de la
globalización. Ediciones Trilce. Fondo de Cultura Económica. México.
BERBERIÁN, E. E. y F. ROLDÁN 2003 Limitaciones a la producción agrícola, estrategias
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la región serrana de la provincia de Córdoba. Relaciones de la Sociedad Argentina de
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BONNIN, M. y A. LAGUENS 1999 Demografía, recursos y tributo indígenas en el Valle de
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BONNIN, M. y A. LAGUENS 2000 Entre esteros y algarrobales. Los indios de Córdoba y
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Categorías arqueológicas para construir el pasado de
Córdoba y San Luis
Mirta Bonnin y Andrés Laguens
Museo de Antropología, Universidad Nacional de Córdoba
Contactos: mbonnin@ffyh.unc.edu.ar; laguens@ffyh.unc.edu.ar

Introducción
Las categorías conceptuales, analíticas y descriptivas que se han utilizado para
interpretar la arqueología de las provincias actuales de Córdoba y San Luis, en tanto
un espacio pensado en conjunto como una región geográfica con un desarrollo histó-
rico y cultural propia, pueden ser vistas en un contexto académico más amplio como
manifestaciones locales de prácticas y líneas de pensamiento que se dieron en la
historia de la arqueología argentina. Aquí nos interesan en relación al impacto que
tienen sobre las nociones locales extra-académicas.
El devenir de la práctica arqueológica en la región ha ido generando construcciones
sobre el pasado indígena que implica una forma de conceptualizar a los pueblos origina-
rios y de valorizar sus modos de vida y sus capacidades como individuos y sociedades.
Las construcciones sobre el pasado inciden en nuestras representaciones en el presente, en
la representación de un otro indígena, tanto actual como pasado. Circulan por ámbitos no
académicos y se instalan en el público, incluidos los pueblos originarios, pudiendo refor-
zar estereotipos o avalar asimetrías y mecanismos de diferenciación, convirtiéndose en
instrumentos de poder, a veces en situaciones tan paradójicas que, a la par que se constru-
ye una idea de los indígenas se los niega, o se pretende que, para reconocer su continuidad,
permanezcan en un «eterno presente etnográfico» (Pérez Gollán, 2005:292), o se los
restringe a un ámbito de conocimiento especializado1. Es decir, nuestras prácticas profe-
sionales tienen un poder de agencia que supera nuestras propias intencionalidades.
Las categorías han ido variando desde los primeros trabajos arqueológicos en el siglo
XIX hasta la actualidad, presentando un panorama complejo de posturas evolucionistas y
culturalistas, concretadas mayormente en escritos científicos, de divulgación y exhibicio-
nes museográficas, producidos por actores tanto locales como de fuera de la región, vincu-
lados en distinto grado a la profesión, así como en la producción de distintas formas de
trabajos de campo, de nociones sobre el registro, todo enlazado en redes de relaciones de
distinto alcance, sociales, profesionales, académicas y extra-académicas.

29
Mirta Bonnin y Andrés Laguens

Como ejemplos paradigmáticos tomaremos dos autores claves, Antonio Serrano y


Alberto Rex González, en tanto han establecido tradiciones de pensamiento y prácti-
ca de marcada influencia en la región con sus esquemas conceptuales. Esto nos permi-
tirá considerar adicionalmente a otros que de distinta forma también han contribuido
a estos esquemas o a su reproducción.

La región
En general, se acepta que la arqueología de Córdoba y San Luis tiene característi-
cas propias que permite diferenciarla de otras arqueologías regionales. Sin embargo,
como región, adquirirá distintas propiedades de acuerdo a su grado de independencia
o vinculación con esas otras regiones: no es lo mismo pensar a la región Sierras
Centrales como una región en sí misma (González y Pérez, 1972; González, 1977;
Outes, 1911), o como una región intermedia o intermediaria entre otras zonas, como
Litoral, Pampa y Cuyo (Marcellino y Colantonio, 1997), o como parte del NOA (De
Aparicio, 1939; Serrano, 1945; González, 1960), con el agregado de ser considerada
marginal o periférica a lo andino (Serrano, 1945; González, 1977).
La concepción del espacio geográfico cultural local es un efecto de dos corrientes.
Una que proviene del concepto de área nuclear, respondiendo a esquemas evolutivos
de complejidad cultural; y otra que define ciclos culturales superiores o inferiores,
sobre la base de concepciones difusionistas de centralidad y marginalidad. Ambas
tienen en común el supuesto de que las capacidades de creación e innovación estarán
progresivamente disminuidas en función de la mayor distancia al centro. Encontra-
mos esta pre-noción, aunque implícita desde el punto de vista teórico, claramente
vigente y explícito en apreciaciones de Serrano en su obra Los Comechingones (1945),
como en obras de síntesis de González, muy posteriores (1977).
Para Serrano, Córdoba es una unidad étnica y geopolítica, una provincia, integra-
da con otras provincias del NOA a la civilización andina, a partir de lo cual reconoce
la existencia de cuatro regiones caracterizantes. Pese a la homogeneidad y unidad
étnica que plantea, entrevé la existencia de variaciones regionales, aunque luego no
las desarrolle en detalle y termine construyendo una imagen monolítica de los aborí-
genes agro-alfareros (Serrano, 1945:9).
Rex González define a la región desde el enfoque de las áreas culturales y la denomi-
nará Sierras Centrales, abarcando Córdoba y San Luis, unificada por criterios ambientales
y culturales, de límites espaciales fluctuantes en el tiempo, en un esquema geográfico
cultural de vigencia aún hasta hoy (González y Pérez, 1972; González, 1977).
Es indudable que los esquemas organizativos del espacio cultural sudamericano
han influido notablemente en esta delimitación regional. Se reproducen la centralidad
andina y la unidireccionalidad Norte-Sur de los movimientos poblacionales y de
difusión cultural. Esta es una idea presente ya en los relatos de los conquistadores
españoles, quienes escriben sus crónicas en continua comparación con el mundo
quechua parlante que conocían.
¿Por qué miramos alrededor? Según el mismo Serrano, la región tiene elementos
caracterizantes propios que le permiten hacer el inventario sistematizado de su cultura

30
Categorías arqueológicas para construir el pasado de Córdoba y San Luis

material y caracterizar una etnia o pueblo local (Serrano, 1945). Hay un pasado con profun-
didad en el tiempo que se remonta hasta 8000 años atrás, como pudo demostrar González
(1960). Sin embargo, para ambos autores los orígenes y las causas del cambio son alóctonas.
Nos preguntamos: ¿esta mirada andino-céntrica es producto de pre-conceptos, de
las propiedades del registro o de un estado de conocimiento?; ¿por qué si las referencias
a lo andino son tan frecuentes como las referencias al litoral, los aborígenes de nuestra
región son considerados como vinculados culturalmente con la primer región y no con
la segunda?, ¿por qué si el registro arqueológico cerámico es estilísticamente tan similar
al de las costas del Paraná, se mira hacia los Andes como origen y al Litoral como
influencia o interacción?, ¿por qué los aborígenes de Córdoba no son la facie serrana de
los indígenas del bosque chaquense de la llanura, pese a que su ambiente, economía y
asentamientos son más afines a los de éstos que al de los primeros?, ¿por qué es preferi-
ble que sean andinos marginales, o relictuales de estadios anteriores, que chaquenses?
Algo distinto sucede con las conceptualizaciones arqueológicas para el Sur de
Córdoba, donde la mirada es más afín con las regiones Pampa y Patagonia que con la
región Noroeste, como lo plantean Austral y Rocchietti en sus trabajos (1995a y
1995b). ¿Es posible que la proximidad física a entidades con una definición cultural
y material clara, y quizás respondiendo a un imaginario existente – como son los
incas en cuanto al máximo de orden y progreso americano, y los pampas como expo-
nentes de salvajes e indómitos – influya en la dirección de nuestras miradas, hacia
donde buscamos nexos o paralelismos?2
Creemos que aquí conviven dos planos simultáneos en la interpretación: uno que asocia
complejidad y calidad tecnológica con desarrollo cultural, y otro que asocia desarrollo
cultural con capacidades humanas. A ellos se le suman dos procedimientos inferenciales
distintos, la comparación y la analogía, y dos escalas de análisis diferentes, lo regional y lo
extraregional que, combinados con los planos teóricos, dan una matriz de relaciones.
En un primer plano, si se piensa al registro arqueológico como la manifestación material
de un grado de desarrollo o de la complejidad cultural del grupo que lo generó, éste pareciera
tan limitado, homogéneo, con poca variabilidad y complejidad, escasa habilidad técnica,
relativa carga estética que, comparativamente, remite a pueblos con un desarrollo inferior a
los del NOA (aunque superior a los de más al Sur). En un segundo plano, grupos humanos en
un estadio poco avanzado no podrían haber desarrollado su «patrimonio» sin la ayuda de
otros de mayor desarrollo, en este caso las culturas agroalfareras andinas.
Se utiliza un método comparativo que, partiendo de una primera clasificación
morfológica de los objetos arqueológicos, y luego funcional, busca en la similitud con
otras regiones las explicaciones de sus orígenes y los vínculos culturales que explican el
esquema teórico de desarrollo local. La comparación es siempre en una escala extra-
regional, ya sea para los grupos agroalfareros en Serrano o para los portadores de las puntas
Ayampitin en González, mientras que los análisis a escala regional y local se centran en las
distribuciones espaciales – como en las divisiones regionales de Serrano - no comparando
las clases de objetos entre sí, sino su presencia o ausencia.
Esta perspectiva teórica implica que la dinámica del cambio debe ser impulsada
desde afuera, ya sea por difusión o directamente por invasión o reemplazo poblacional,
tal como considera González para los cazadores recolectores de Ayampitín y los de
Ongamira, o Serrano para las poblaciones anteriores a sus comechingones.

31
Mirta Bonnin y Andrés Laguens

Un modelo similar es empleado en los estudios bioantropológicos: la región es un


espacio propio, pero poblado por otros. La historia biológica es una historia de reem-
plazos raciales, no de mestizajes ni de evolución local (Marcellino y Colantonio,
1993; Serrano, 1945).
En el análisis de otras dimensiones no materiales se recurre a la analogía etnográfica,
o mejor dicho, a la homología etnohistórica. La interpretación de las culturas locales se
complementa con datos tomados de fuentes históricas utilizadas como descripciones
etnográficas a partir de la comprobación de la coincidencia geográfica y toponímica
entre lo descrito y lo observado, en una escala que va desde lo extra-regional de las
crónicas generales a lo local de documentos post-conquista. En las fuentes etnohistóricas
se encuentra una constatación de los esquemas teóricos, en tanto los conquistadores y
colonizadores también reproducen una perspectiva basada en la comparación con la
región andina central y con el conocimiento de su propia sociedad de origen. No es sólo
el registro arqueológico material que apunta a una clase de seres humanos, sino que
hubo una mirada que lo documentó. Desde el inicio de la conquista y colonización del
territorio, las fuentes «crean» la región, la distinguen de otras y la identifican como
particular, tanto por sus cualidades geográficas como por las características culturales,
raciales y lingüísticas de sus pobladores originarios, dándole denominaciones étnicas
como Comechingones y Sanavirones, principalmente.

El tiempo
La ausencia de cronologías relativas o de secuencias tipológicas en la arqueología
de Córdoba plantea el tema de cómo la concepción del tiempo y la cronología dispo-
nible influyen en la construcción del pasado. Como sostienen Whittle y Bayliss (2007),
la falta de estimaciones cronológicas pueden alterar nuestra percepción del cambio,
sobre su modalidad y, por ende, las sociedades que estudiamos (Laguens, 2004).
Si bien los trabajos de González en Olaen, Intihuasi y Ongamira establecieron una
secuencia para los grupos cazadores recolectores o «precerámicos», es como si de
todos modos el proceso histórico se dividiera en dos grandes bloques: un bloque
tiempo correspondiente a los cazadores recolectores, sea al hombre fósil de Serrano
(1945) o al de Aníbal Montes (1960), al Período Paleolítico de Outes (1911) o el de la
culturas precerámicas de González (1952, 1960), y otro bloque correspondiente a las
sociedades agroalfareras, sean los Comechingones de Serrano o de Montes, los pue-
blos del Período Neolítico de Outes (1911), los aborígenes de las crónicas o los sitios
«tardíos» (Berberián y Roldán, 2001; Pastor, 2003).
Cada bloque es tratado de manera distinta e implica dos maneras de concebir el
pasado y las personas. El tiempo precerámico es el del hombre primitivo, se asocia
con escalas areales, e implica un modo particular de trabajo de campo y gabinete – de
filiación con las ciencias naturales y estratigráficas, con excavaciones extensas y
sistemáticas – y donde la cronología es un problema. El tiempo agroalfarero es del
hombre del Neolítico, se asocia con problemas locales e implica otro modos de traba-
jo de campo y gabinete – vinculado con la historia, con análisis de documentos y
excursiones breves en el terreno (Bonnin, 2007; Guber et al., 2007). Los cazadores
recolectores fueron habitantes de la prehistoria y los agroalfareros de la historia. So-
bre estos se basan la conquista y la colonización, y marcan el contraste luego en la

32
Categorías arqueológicas para construir el pasado de Córdoba y San Luis

construcción de un mundo civilizado y moderno (Pérez Gollán, 2005).


Si se concebía al registro arqueológico de la región como de poca variabilidad,
ello dificultaba la realización de tipologías para luego ser ordenadas cronológicamente.
Una excepción es el caso de las puntas de proyectil sobre cuya variación morfológica
González construyó su clave de cambio, fósiles guía en la separación de dos momen-
tos o etapas dentro del bloque temporal precerámico. Los cambios en los modos de
vida de un bloque a otro no son un problema, ya que se asume que éstos son por
migración, reemplazo o influencias (Bonnin y Laguens, 2000).
¿Qué supone esta visión del tiempo y qué consecuencias tendrá en la construcción
del pasado y las personas? Aquí se ponen en juego una serie de creencias enlazadas
sobre tiempo, espacio, cambio y culturas, de las cuales no podemos afirmar la priori-
dad de alguna sobre la otra. Nos preguntamos si se trata de concebir a las poblaciones
locales como portadoras de una cultura conservadora; o bien es una cultura con pocas
posibilidades intrínsecas y sujeta a las interacciones con otros; o bien es la pre-noción
de un tiempo prehispánico corto, sin tiempo suficiente para un desarrollo.
Serrano no explicita una preocupación por la cronología, ni tampoco expresa
abiertamente una creencia en un tiempo corto. Su concepción del tiempo es más bien
estadial, en cuanto las culturas arqueológicas representan supervivencias de tiempos
pasados, coexistiendo en espacios distintos, o bien, extinguidas o reemplazadas en el
mismo espacio. No es un tiempo cronológico sino un tiempo étnico y cultural. Se trata
de un tiempo tipológico (Fabian, 1983:23), donde la distancia cultural es convertida
en distancia temporal. No hay cronología, no hay una medición de eventos, sino una
sucesión de estados, caracterizados por cualidades esenciales, que se distribuyen de
manera diferente entre poblaciones en el espacio, incluyendo estas cualidades tanto
la cultura material como la morfología o tipo biológico3. La mayor o menor antigüe-
dad de las culturas se establece entonces a partir de la riqueza relativa de su «patrimo-
nio» y de las características físicas, a la manera del modelo de la escuela histórico-
cultural: sobre un primer estrato más antiguo, que es el del hombre fósil y los cazado-
res recolectores, hace aproximadamente 2000 años se establece una civilización, la
andina4, origen de diversas manifestaciones regionales (Serrano, 1945:23-24), entre
ellas, la comechingona. Como el tiempo va indisolublemente atado al espacio, al
caracterizar las sub-regiones de Córdoba, Serrano distingue un estrato más reciente,
que se manifiesta en la zona norte de la región, vinculado a través de la cerámica local
(comechingón) en un «fondo cultural» común con Pampa Grande, Candelaria y lo
que hoy llamaríamos Las Mercedes y Ciénaga; y un estrato antiguo sanavirón, con
fuerte influencia andina, que llega hasta la conquista y ocupa norte y centro de la
región5, en lo que pareciera entenderse como dos etapas dentro del tiempo agroalfarero.
Rex González, con su preocupación por las cronologías culturales, junto con Aníbal
Montes, aplica el método estratigráfico y el cuadriculado en el terreno por primera vez
en Ongamira y luego en Intihuasi, revirtiendo la concepción del tiempo que había
planteado Serrano. No sólo significó profundidad temporal para la historia local, sino
que implicó una lectura distinta del registro arqueológico, en tanto éste encerraba cro-
nologías. El tiempo de la cronología absoluta de González es un tiempo físico (Fabian,
1983:22), objetivo, natural, no cultural, inicialmente vacío, donde se anclarán los even-
tos históricos, antropológicos o culturales, que el arqueólogo develará con sus métodos,
descubriéndolo (Gnecco, 1999:91), dándole contenido y un sentido de sucesión y cam-

33
Mirta Bonnin y Andrés Laguens

bio. Si bien González enriqueció sustancialmente la concepción de los cazadores


recolectores al inventariar otros elementos que no fueran las armas y al considerar el
registro faunístico en sus análisis, su concepción no dejó de ser esencialista, en tanto
consideró a Ayampitín y Ongamira como dos culturas distintas, donde la segunda no
sólo sucedía en el tiempo a la primera, sino que la reemplazaba a partir de un proceso
migratorio (González, 1960:119). Reaparece cierta noción estática de las causas que
forman el registro y la poca capacidad de cambio de las sociedades locales, las que no
evolucionan por una génesis propia, sino por fuerzas externas. No hay procesos sino
discontinuidades temporales. La mayor sería aquella entre grupos cazadores recolectores
y agroalfareros. Los cazadores recolectores de Ongamira serán reemplazados por pobla-
ciones andinas, que luego representarán de manera relictual una cultura andina elemen-
tal o empobrecida (la «cultura primordial» propuesta por De Aparicio, 1939; González,
1977). De este modo, si bien el tiempo físico se prolongó, fue subdividido en dos
bloques menores que volvían a repetir las mismas propiedades generales de la región.
Hallamos en ambas concepciones del pasado una misma idea en cuanto a la forma
del cambio cultural. Las sociedades son reemplazadas por otras, resultando una historia
local de sucesión de invasiones y reemplazos. Como sostiene Gnecco (1999:63), se trata
de un discurso catastrofista que presupone la desaparición definitiva de los pueblos, su
desintegración en el tiempo y en el espacio, y que solo será integrable a través de la
arqueología y sus textos. La historia de las sociedades indígenas de las Sierras Centra-
les, desde los inicios hasta la misma conquista, supone un destino fatal de invasión y
colonización por sociedades progresivamente superiores, el que termina caracterizando
a las poblaciones locales, a la par de justificar el colonialismo occidental.
La concepción del tiempo en bloques homogéneos pareciera haber continuado en
muchos escritos hasta hace relativamente poco tiempo. Las nuevas dataciones
radiocarbónicas y el uso de modelos centrados en procesos han producido algunas preci-
siones y comenzado a revertir esta situación y, aunque de manera general se sigue distin-
guiendo dos etapas principales contrastantes, se ha comenzado a plantear la existencia de
procesos de desarrollo local y no sólo de reemplazos poblacionales. Una excepción que
maneja otra idea de tiempo y de personas son los trabajos de la zona austral de nuestra
región (Austral y Rocchietti, 1995a), donde se plantea un proceso con continuidad entre
los cazadores recolectores sin cerámica y los grupos que la incorporan posteriormente; o
en nuestro propio esquema donde planteamos la posible existencia de una etapa de expe-
rimentación y transición hacia la agricultura (Bonnin y Laguens, 2000), y entendemos a la
continuidades materiales en el registro arqueológico a lo largo del tiempo como una
estrategia con toma de decisión, de elecciones sociales, en el marco de situaciones
evolutivamente estables (Laguens, 1999). Criterios similares han sido seguidos por
Berberián y Roldán para su esquema del desarrollo regional (Berberián y Roldán, 2001).

Las personas
Teniendo en cuenta las concepciones del espacio y del tiempo que han contribuido
a construir los pasados regionales, retomamos la preocupación inicial en torno a qué
tipo de persona habitaba esos distintos pasados. Algunas ideas ya fueron adelantadas
por cuanto es imposible separar estas tres dimensiones como ámbitos excluyentes, ya
que definen un estrecho y heterogéneo entramado de conceptos, juicios, y representa-

34
Categorías arqueológicas para construir el pasado de Córdoba y San Luis

ciones. De acuerdo a qué bloque tempo-cultural nos refiramos, las características de las
personas serán distintas. Los cazadores recolectores de la etapa precerámica correspon-
den a grupos de menor desarrollo, más bien primitivos, más próximos a la naturaleza
cuanto más nos alejemos en el tiempo. El caso extremo es el de Aníbal Montes, para
quien los congéneres del hombre fósil de Miramar eran salvajes caníbales y carroñeros
(Montes, 1960). Según González (1960), los cazadores recolectores de Ayampitín, si
bien más evolucionados que los anteriores, son absorbidos por un grupo migrante más
desarrollado, que los termina reemplazando. Y éstos, de tradición Ongamira, aún con
otra tecnología de caza, no sobreviven a la invasión andina que habrá de reemplazarlos
o aculturarlos (Serrano, 1945, Marcellino y Colantonio, 1997).
La reconstrucción de Serrano sobre los Comechingones, respondiendo a una es-
tructura análoga a la del pensamiento histórico-cultural, aunque no siéndolo, logra
una tipologización que los fija culturalmente en el tiempo, ya sea como primitivos,
marginales, inferiores, tribus, pueblos, ándidos, fuéguidos, entre las categorías más
usadas. Esto no hace más que generar y reproducir las diferencias, universalizando
modos de vida y categorías jerarquizantes de grupos humanos.
El esquema bipartito en bloques proporciona una imagen de seres pasivos sin
posibilidad de agencia. Esta imposibilidad de la agencia de algún modo justifica la
falta de investigaciones sobre las formas de resistencia, pese a menciones aisladas al
respecto, como la historia del cacique de Ongamira frente a los españoles o de los
pueblos de indios del Valle de Copacabana (Bonnin y Laguens, 1999; Laguens,
1999). Los enfoques procesuales – más allá de las conocidas limitaciones de corte
positivista y la noción uniformitarista de un hombre racional – han contribuido a
dinamizar parcialmente la imagen de los indígenas, ubicándolos en contextos en los
que toman decisiones, ejecutan estrategias, evitan el riesgo, tienen conductas oportu-
nistas, expeditivas, etc. (Laguens y Bonnin, 1987, Laguens, 1999).
Pero, además, así como la arqueología construye los habitantes del pasado, del
mismo modo los extingue. Ya Outes en su síntesis regional da por extinguidos a los
Comechingones, aunque con posibilidades de poblaciones relictuales en el NO de
Córdoba (Outes, 1911). Serrano lo da por sentado y para otros no es un problema, es
un dato. Para la historia, los indígenas de la región se convierten en los «indios de
Córdoba», y se suman a los análisis como una casta del mundo colonial.
Sin embargo, desde las perspectivas actuales, los documentos y el registro arqueo-
lógico, apuntan una historia con persistencia indígena. Los pueblos de indios segui-
rán vigentes hasta el siglo XIX, convirtiéndose en espacios para el desarrollo de
estrategias sociales de integración con otros grupos sociales, como los esclavos, con
quienes resisten frente a la adversidad y la injusticia del sistema colonial y luego el
orden nacional (Laguens, 1999). En esas instancias perderán la identidad étnica y el
reconocimiento de sus derechos, y se dará una situación de invisibilidad como grupo,
en un proceso del que parecen estar emergiendo recién en nuestros tiempos gracias a
las acciones de lucha y reclamos de los propios pueblos originarios.
Los relatos fundacionales que dan sentido y estructuran las identidades étnicas
actuales en muchos casos proceden del campo científico académico arqueológico.
Antonio Serrano instaló las entidades étnicas que perduran hasta la actualidad en el
imaginario popular que identifica a los indígenas de Córdoba: comechingones y

35
Mirta Bonnin y Andrés Laguens

sanavirones, principalmente. Su narrativa ofreció la ventaja de compensar lo estático


de la reconstrucción arqueológica con el dinamismo aportado por el dato etnográfico
hallado en las fuentes etnohistóricas. Ello les insufló características vitales que los
acercaron más a personas reales, no sólo imaginadas o reconstruidas. Posiblemente en
eso resida la difusión y rápida aceptación que tuvo su obra y que perdura en nuestros
días como parte del discurso más extendido sobre la prehistoria de la región. Los
Comechingones, al igual que el Nomenclador Cordobense de Toponimia Autóctona
de Montes (1950 y 1957), es una obra de intensa consulta y referencia para las comu-
nidades interesadas. Serrano fue un profesor egresado de una escuela normal que a lo
largo de sus investigaciones siempre tuvo la inquietud de la difusión de los saberes.
Particularmente como director del Instituto de Arqueología, Lingüística y Folklore
(1941-1957; 1967-1972) siempre estuvo preocupado por la responsabilidad de la
universidad en la divulgación del conocimiento con el fin de aportar a la cultura
popular y a la educación (Bonnin, 2007).
En las zonas centrales y norte de la provincia de Córdoba se están dando procesos
de construcción de identidades étnicas colectivas. En ese marco, la arqueología es
utilizada para proveer conocimientos sobre el pasado por los grupos que tradicional-
mente han estado subordinados y que necesitan hoy legitimar una existencia jurídica
e histórica. Esto les proporciona armas de poder y autoridad histórica, las mismas que
tradicionalmente poseyó el grupo dominante (Gnecco, 1999:72). Los restos materia-
les muebles e inmuebles así como fechados radiocarbónicos le otorgan existencia
«real» en un pasado que se puede medir en tiempo cronológico similar al de la histo-
ria nacional, al tiempo que los ubica en un espacio determinado. En esta línea se han
apropiado del discurso legal colonial, recuperado y organizado por la etnohistoria y
la misma arqueología que interpreta los hallazgos a partir de las lecturas de las cróni-
cas y los documentos administrativos coloniales (autores tales como Cabrera, Mon-
tes, Serrano).
También la Antropología Biológica, a través de análisis de ADN, aporta información
y categorías como los linajes de consanguinidad, que son reinterpretados como indicadores
de la ancestralidad indígena pero que al mismo tiempo brindan un elemento de indudable
validez científica para probar la cualidad de «ser pueblo originario». Estos elementos
resultan de utilidad para el fortalecimiento étnico y la legitimación ante el estado (Gnecco,
1999:73), es decir tanto hacia adentro como hacia fuera de la organización.
El caso de La Higuera (Departamento Cruz del Eje) es significativo como ejemplo
de la elección de la antigüedad en la ocupación del territorio, aproximadamente 8000
años basándose en los trabajos de González, como factor definitorio de su arraigada
ancestralidad local, pero al mismo tiempo estableciendo como fecha de fundación del
pueblo el Día de la Pachamama (1 de Agosto). Esto último nos lleva a preguntamos si,
de manera similar a la recurrente mirada científica buscando explicaciones en lo
andino, los pueblos originarios locales que se hallan en un proceso de resignificación
e «insubordinación postcolonial» (Gnecco, 1999), y que han perdido sus horizontes
míticos y culturales originales, recurren a esas otras tradiciones culturales más firmes
como la de los Andes centrales, en términos de referentes históricos, prácticas y me-
dios discursivos (Gnecco, 1999:60), debido a que ya cuentan con un reconocimiento
social en contextos de la cultura dominante, tales como la práctica de las ofrendas a la
Pachamama, la relación con la naturaleza o la cosmología incaica.

36
Categorías arqueológicas para construir el pasado de Córdoba y San Luis

Conclusiones
Morita Carrasco (2000) considera que al menos existen en el imaginario colectivo
de los argentinos, tres imágenes contemporáneas cotidianas sobre los indígenas: la
del indio estatua, la del salvaje indómito y nómada y la de la ausencia indígena6. El
indio estatua remite a una imagen de ser de la naturaleza, como habitante del monte,
de las selvas o de las montañas, lugares donde reside la pureza de la humanidad. El
salvaje indómito es el nómada, culturalmente inferior, que debe ser civilizado, asimi-
lado a la cultura. La ausencia indígena se relaciona con el «crisol de razas» que habría
borrado todas las diferencias, en una supuesta unidad racial, cultural y lingüística. El
conjunto de estas representaciones impone la idea de un indio genérico que contrasta
con el poblador criollo y los pobladores locales (Carrasco 2000:14-15).
Pareciera que los pasados construidos por las categorizaciones de la arqueología
regional sostienen cada una de estas imágenes, en un inter-juego entro lo espacial y lo
temporal. El indio estatua corresponde en parte al bloque temporal más lejano, pero
en parte también al modelo Comechingón, habitante del monte, en un paraíso perdi-
do, serrano, pero un indígena con conocimientos suficientes para vivir en aldeas,
hacer cerámicas, cultivar. Por su parte, el indio indómito se asocia inmediatamente
con el sector austral, más salvaje, más lejos de la civilización, así como con los caza-
dores recolectores, más lejanos en el tiempo, domesticados por los andinos. Pero
ambas imágenes del pasado se fusionan en un indio ausente y genérico, que aunque
negado, conserva la pureza de lo natural.
Antonio Serrano y Rex González han creando dos pasados, con algunos puntos en
común y algunas diferencias, respondiendo a intenciones disciplinarias distintas.
Estos dos pasados, sumados a los nuevos pasados en construcción por todos nosotros
en la actualidad, coexisten en los medios extra-académicos de distinta manera, de las
cuales señalamos tres a partir de nuestra experiencia: como parte de un imaginario, en
la construcción de identidades individuales y colectivas, y en el reconocimiento de
una ancestralidad arraigada en lo local.

Notas
1
Muchos arqueólogos, inclusive, llegan a sentirse hasta los dueños del pasado o, al menos,
las únicas voces autorizadas a hablar sobre el mismo, justificando su conocimiento como
verdadero a partir de su metodología de adquisición y, por ende, convirtiéndolo en autén-
tico. La labor arqueológica llevaría de por sí implícita un compromiso y una contribución
a las comunidades indígenas, quienes sería de esperar que incorporaran nuestros descu-
brimientos y contribuciones como recuperación de un mundo que se fue.
2
Podríamos decir que ya nos aproximamos a dos modelos que conviven: el de la línea de
Serrano para el sector serrano, y el de la línea de Austral para el sector austral.
3
«Estamos en presencia de pequeñas áreas co-existentes dentro del habitat u culturas
comechingón. Creemos que no puede afirmarse lo mismo con respecto a los hallazgos
de Montes en Ongamira y Ameghino en el Observatorio donde parece constatarse un
estrato más antiguo, con elementos culturales más pobres, cuyos portadores serían
tribus de cráneo dolicocéfalo. Sobre la estratigrafía de los yacimientos y el tipo
antropológico es sobre lo que habría que afianzar la diferenciación de estos hallazgos.
La pobreza cultural y la ausencia de alfarerías, tomado aisladamente, no nos parece

37
Mirta Bonnin y Andrés Laguens

argumento de mucha validez pero sí la presencia de ciertos instrumentos como las


puntas cónicas de hueso (fig. 235) y las embotantes (fig. 234). Vislumbramos que estos
hallazgos incluyendo el tipo antropológico que lo acompaña, constituye el estrato
protohistórico más antiguo del territorio cordobés» (Serrano, 1945:74).
4
«Esta raza [ándida] se establece en el territorio referido en una época muy antigua, pero
no mucho más allá de los albores de nuestra era, desalojando a los primitivos poblado-
res, que lo fueron pescadores o recolectores pertenecientes a otras dos razas america-
nas, la fuéguida y la láguida» (Serrano, 1945: 23-24, énfasis original).
5
«Nos imaginamos así a la las llanuras santiagueñas y norte de Córdoba ocupadas por
un pueblo de tejedores de redes y cestas, quizás no agricultor. Corrientes andinas de
cultura superior ocuparon con posterioridad el dominio de estos primitivos, aculturando
elementos del pueblo dominado. Vestigios de este pueblo fueron los reducidos núcleos de
sanavirones que encontraron los españoles» (Serrano, 1945:78).
6
Carrasco sostiene que «La imagen del indio estatua incluye a la del indio como ser de la
naturaleza, más cerca de la animalidad que de la humanidad, primitivo testimonio de la
edad de piedra o de la del bronce. Una certeza que nos remite al indio como habitante del
monte, de las selvas o de las montañas, en aquellos lugares donde reside la pureza de la
humanidad. […] La noción del salvaje indómito, nómada y, por lo tanto, culturalmente
inferior, se vincula con los mandatos civilizadores. Se ve al indio como un ser que
guiado espiritual y materialmente podrá incorporarse al proceso civilizatorio de la
Argentina deseada. Después de todo, y a pesar de cierta fascinación por la naturaleza
del indio, es saludable el hecho de haberlo pacificado, domesticado, cultivado y asimila-
do. […] La noción de la ausencia indígena se relaciona con el celebrado «crisol de
razas» que habría borrado definitivamente todas las diferencias a favor de una supuesta
unidad racial, cultural y lingüística. Finalmente, el conjunto de estas representaciones
termina por imponer la «certeza» de que existe un indio genérico que contrasta en
bloque con el poblador criollo, el descendiente de «criollos viejos», el descendiente de
inmigrantes (pasados y presentes) y el descendiente de los, también ausentes, negros. La
gente no percibe ni tiene interés en reconocer diferencias culturales ni desigualdades
históricas tras ese `indio genérico´» (Carrasco, 2000:14-15).

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40
Poblamiento humano temprano en la Sierras
de San Luis: Estancia La Suiza*
Andrés Laguens; Roxana Cattáneo; Eduardo Pautassi y Gisela Sario
Museo de Antropología, Universidad Nacional de Córdoba- CONICET
Contacto: laguens@ffyh.unc.edu.ar; roxanacattaneo@gmail.com; e_pautassi@yahoo.com.ar;
giselasario@yahoo.com.ar

El problema del poblamiento inicial del sector austral de las Sierras Pampeanas, en las
provincias de Córdoba y San Luis, es un tema que ha despertado nuestro interés a partir de
concebir a la región en términos espaciales y sociales más amplios que el de la región
arqueológica de las Sierras Centrales (Laguens et al. 2007a, Laguens, 2006). Si se consi-
dera por un lado que, como espacio geográfico, no tiene una solución neta en su continui-
dad con otros espacios geográficos circundantes, como las tierras bajas y pampas sudame-
ricanas; y por otro que, desde el punto de vista de las comunidades humanas, estas regio-
nes circundantes fueron escenarios de procesos de poblamiento desde fines del Pleistoceno,
con ciertas estrategias y modos de vida en común que trascienden las particularidades
locales de distintos ambientes, es dable pensar entonces que, en dicho momento, el sector
geográfico de nuestro interés haya sido parte de los mismos procesos humanos de movi-
miento poblacional de escala subcontinental que abrieron la puerta al poblamiento huma-
no, colonización y posterior diversificación de gran parte de Sudamérica.
Con estas ideas en mente, desde el 2001 estamos llevando a cabo un proyecto
acerca del poblamiento humano durante la transición Pleistoceno-Holoceno en las
provincias de Córdoba y San Luis, donde nos interesa investigar los procesos de
poblamiento y colonización del área central del territorio argentino a partir de la
información proporcionada por la arqueología, la antropología física y la genética
molecular, de manera interdisciplinaria (Fabra et al., 2005; Laguens et al., 2007a).
Partimos de dos grupos de hipótesis, aquellas referidas al poblamiento, entendido
como proceso migratorio y de colonización, y aquellas referidas a la evolución local
de las poblaciones, una vez asentadas en la región de estudio.
En cuanto a las referidas al poblamiento, sostenemos que el ingreso de poblaciones
humanas al sector austral de las Sierras Pampeanas habría comenzado en el límite
Pleistoceno-Holoceno, a través de vías de menor costo que toman como eje los ríos de
llanura, en dirección general E-O (para la actual provincia de Córdoba) y sur sureste
(para la provincia de San Luis), relacionado con la búsqueda de condiciones ambienta-

41
Andrés Laguens; Roxana Cattáneo; Eduardo Pautassi y Gisela Sario

les más favorables y vinculado a los desplazamientos de la megafauna hacia los pastizales
de las pampas de altura en un contexto ambiental cambiante hacia condiciones más
húmedas y cálidas, no tan propicio para las especies animales típicamente pleistocénicas.
En cuanto a las hipótesis referidas a la evolución local, creemos que una vez
colonizado el territorio, los grupos humanos ocuparon diversas unidades ambienta-
les, sufriendo procesos de diversificación cultural que generaron regionalismos
identificables arqueológicamente. Sin embargo, a pesar de la diversidad cultural en-
tre las distintas sub-regiones, no existió entre ellas una variación biológica significa-
tiva, como consecuencia de su origen común reciente y/o de un sostenido flujo genético
entre las sub-poblaciones (Demarchi et al., 2005).

Antecedentes sobre el tema a nivel regional


Los primeros trabajos sobre el poblamiento de las Sierras Centrales fueron realizados a
fines del siglo XIX por Ameghino. Durante la primera mitad del siglo XX, diversos investi-
gadores, como Outes, González o Serrano, propusieron una colonización de las Sierras
Centrales desde la región Andina Central, mientras que otros, como Canals Frau, sugerían
que el poblamiento se habría realizado desde la región de Cuyo, en función de las similitu-
des craneométricas entre ambas poblaciones (ver más detalles en Laguens, 2006).
Investigaciones más recientes realizadas desde la bioantropología han sugerido la
existencia de dos o tres etapas en la evolución biológica de estas poblaciones (Cocilovo,
1984). También se ha propuesto el mantenimiento de rasgos propios de una antigua
corriente pobladora, debido a un fuerte aislamiento biológico y cultural de las mis-
mas, si bien compartiendo semejanzas morfológicas con grupos patagónicos
(Marcellino y Colantonio, 1993). Han sido propuestos tres escenarios posibles para la
colonización de la región: 1) según la evidencia climática y arqueológica, una ruta
posible sería por el Noroeste, siguiendo los ríos Dulce y Salado; 2) otra ruta, por el
Noreste, desde el Sudoeste de Brasil –en concordancia con los hallazgos arqueológi-
cos más antiguos para Sudamérica encontrados hasta la actualidad– siguiendo los ríos
Paraná y Carcarañá, finalmente 3) una migración desde el sur, de Patagonia y Pampa;
es decir, se plantean todas las vías posibles (Marcellino, 1992).
Los datos que aporta la arqueología desde la bibliografía, no son muy claros con
respecto al poblamiento inicial del sector austral de las sierras pampeanas: es poco lo
que sabemos acerca de cómo fue el proceso de poblamiento y colonización, y si hubo
coexistencia o no de poblaciones humanas con fauna extinguida, típicas del Pleistoceno
e inicio del Holoceno, como sucede en regiones aledañas, como las Provincias de
Buenos Aires y Mendoza. Sin embargo, hay varios hallazgos muy sugerentes, conoci-
dos en la literatura (como los de Ameghino en el Observatorio, Castellanos en Can-
donga o Montes en Miramar) que, aunque de registros e interpretaciones muy discu-
tibles brindan un poco de luz sobre ello y dejan abierta la posibilidad de su confirma-
ción a través de nuevas investigaciones (Laguens, 2006).
En particular con respecto a San Luis, en la localidad de Sayape, al Sur de la ciudad
de Villa Mercedes Luis, en el primer cuarto del siglo XX Greslebin encontró una serie de
28 yacimientos donde considera la existencia de asociaciones de fauna extinguida y
artefactos (Greslebin, 1928). Se trataría de varios sitios con asociaciones de megafauna,
artefactos líticos, junto con escasos y pequeños restos óseos humanos. Los sitios se

42
Poblamiento humano en las Sierras de San Luis: Estancia La Suiza

ubican en una zona actualmente semi-árida, en el fondo de una serie de bajos entre
médanos, en un paisaje natural caracterizado por dunas y pequeñas lagunas formadas al
aflorar la napa freática. Aparentemente, de acuerdo a las observaciones de campo de
Greslebin, hechas junto con Joaquín Frenguelli y Lorenzo Parodi, los materiales guar-
darían aún sus relaciones originales dentro de la matriz sedimentaria, expuesta entonces
por la deflación, lo que les permitió asegurar su indudable asociación en un viaje
conjunto al campo (Greslebin, 1928:304). En dos parajes, Greslebin encontró lo que
serían los restos de un pequeño taller, junto con huesos fósiles de animales extinguidos.
En otros casos, encontró restos de megaterio junto con artefactos de las mismas clases
que había encontrado asociados a cinco pequeños fragmentos de cráneo humano en
otro sitio, los que presentaban el mismo tipo de fosilización al de un megaterio de otro
yacimiento (Greslebin, 1928:305). En una especie de razonamiento transitivo, estas
recurrencias y similitudes lo llevaron a postular la contemporaneidad de humanos y el
megaterio en la localidad de Sayape. Unos 70 km al Sur de estos sitios también encontró
restos de megaterio y, a aproximadamente tres metros dentro de la misma excavación,
recuperó dos puntas de flecha -que no describe- que también consideró no removidas.

Re-pensando el problema
Una de las re-interpretaciones que resulta sugerente con respecto a estos hallazgos es
considerar que se tratase del registro de los encuentros iniciales de los primeros poblado-
res en una etapa de conocimiento y colonización incipiente, coincidente con los últimos
momentos de existencia de la fauna pleistocénica, ya en vías de extinción. Partimos de
dos hipótesis, una referida a estrategias de movilidad entre cazadores-recolectores, y otra
ambiental, referida a los movimientos migratorios de megafauna en el Holoceno. Con
respecto a la primera, seguimos la propuesta y resultados de Anderson y Gillam (2000),
quienes sostienen que, en una escala global del paisaje, es más probable que en un proceso
de colonización los grupos humanos se trasladarían por las vías de tránsito más fáciles,
con menor costo de movimiento y que, a su vez, les brindaran ciertas expectativas de
encontrar alimentos y otros recursos necesarios, como son las márgenes de los ríos, las
planicies o las líneas costeras, de baja pendiente y pocos obstáculos.
A partir de esto, nuestra idea principal sostiene que en el límite Pleistoceno-Holoceno,
desde el Este de la región, se comienza a producir el ingreso de poblaciones humanas al
actual territorio de las Provincias de Córdoba y San Luis a través los ríos de la llanura, los
que actuando como corredores ambientales, en tanto espacios que vinculan distintos
paisajes o distintos parches ambientales (Laguens, 2006), también pudieron funcionar
como de vías de menor costo. Desde el punto de vista de la ecología del paisaje, los
corredores funcionan como atractores y expulsores de especies animales y vegetales, por
lo cual es muy probable que los ríos de la llanura oriental de las sierras hayan resultado
también vías de desplazamiento para la megafauna en su búsqueda de condiciones am-
bientales más favorables en la transición hacia el Holoceno, como las pampas de altura en
el Oeste, más frías y con abundantes pastizales de altura (Laguens et al., 2007c).
Este ingreso inicial de poblaciones humanas se habría producido como una op-
ción migratoria a partir de la fisión de grupos que, continuando una ruta principal de
migración en dirección Norte-Sur, habrían de terminar asentándose en la Pampa bo-
naerense y Patagonia. Al respecto, resultan interesantes los resultados obtenidos a
través de estudios bioantropológicos basados en el análisis de variaciones morfológicas

43
Andrés Laguens; Roxana Cattáneo; Eduardo Pautassi y Gisela Sario

craneales donde pudimos ver, mediante análisis de correlación de matriz y cluster


análisis, que los habitantes ancestrales de estas sierras muestran similitudes
morfológicas más cercanas con las poblaciones de Patagonia y Tierra del Fuego que
con los de otras regiones (Fabra et al., 2005)1.
Las vías con más posibilidades de tránsito hacia las Sierras Pampeanas del sur son
las cuencas de los ríos Carcarañá y Tercero en la llanura oriental, satisfaciendo los
requerimientos de la hipótesis: menor costo y oferta de recursos, teniendo en cuenta
las condiciones ambientales de finales del Pleistoceno e inicio del Holoceno. Existe
la posibilidad que el río Cuarto también haya funcionado como una vía alternativa,
aunque los datos geológicos indican que entre el 9.000 y el 3.500 A.P. aún no con-
fluía con el Tercero para formar el Carcarañá (Carignano, 1996).
Con respecto al paleoambiente, en base a estudios geomofológicos se ha planteado
que el clima imperante en la región durante el Pleistoceno final (30.000 a 9.000 años
AP), habría estado signado por una extrema aridez, siendo frío aunque con gran estabi-
lidad; luego el clima cambió, tornándose más cálido y húmedo (entre 9.000 y 3.000
años AP) (Carignano, 1996). En este contexto general las pampas de altura de Córdoba,
habrían mantenido por más tiempo condiciones ambientales pleistocénicas, en compa-
ración con las regiones latitudinales equivalentes (Cioccale, 2002). Allí se habrían
replegado los grandes mamíferos cuaternarios, buscando sitios más favorables para su
supervivencia, con condiciones relativamente más húmedas y frías, en un ambiente de
pastizales, lagos y pantanos (por lo menos estacionalmente) (Laguens et al., 2007).
Dataciones recientes en el sitio El Alto 3, un abrigo en la Pampa de Achala, Córdo-
ba, con 9790 ± 80 años AP (LP-1420) y 11.010 ± 80 años AP (LP-1506) (Rivero y
Roldán, 2005) presentan un contexto estratigráficamente anterior a Ayampitín – cu-
yas ocupaciones más antiguas datadas hasta ahora en la región eran de 8.000 años de
antigüedad (7.970 ± 100 años C14 AP y 8.068 ± 95 C14 AP) (González, 1960) – estarían
confirmando nuestra hipótesis de una presencia humana efectiva hacia fines del
Pleistoceno en el Este de la región, antes que en el Oeste y justamente en zonas de
pastizales de altura, con una datación que a la vez aumenta las probabilidades que
haya habido coexistencia humana con fauna extinguida (Laguens, 2006).
Con todo, el descubrimiento reciente de puntas de proyectil cola de pescado y las
características de los contextos tecnológicos asociados, en la localidad arqueológica
de Estancia La Suiza, en el centro-este de la Provincia de San Luis (Laguens et al.,
2007a y b), confirmarían la presencia humana temprana en la región, abriendo nuevas
expectativas en cuanto al poblamiento fini-pleistocénico de la región, desafiando
nuestras expectativas y generando nuevas hipótesis.

Estancia La Suiza
Con la denominación de localidad arqueológica de Estancia La Suiza queremos descri-
bir un conjunto de alrededor de una decena de sitios arqueológicos de propiedades simila-
res, diseminados en un radio de aproximadamente 2 km alrededor de un arroyo temporario,
Arroyo Tilquicha, y su confluencia con el Río El Tala, ubicados entre el faldeo Este de la
Sierra de la Estanzuela, en las cercanías de la localidad de Villa del Carmen (Departamento
Chacabuco) y el piedemonte occidental de las Sierras de Comenchigones, aproximadamen-

44
Poblamiento humano en las Sierras de San Luis: Estancia La Suiza

te a los 32° 56´ de latitud Sur y 65° 07´ de longitud Oeste, y a 942 m.s.n.m.m (Figura 1). Se
trata en todos los casos de sitios al aire libre, la mayoría de ellos puestos hoy en evidencia por
los procesos erosivos que sufre la región por la construcción de rutas y la agro-ganadería. Su
presencia se detecta por la dispersión de materiales líticos o bien artefactos en los perfiles de
las barrancas de los cauces temporarios.
De particular relevancia son los hallazgos en el sitio Estancia La Suiza 1 (ELS, en
adelante), donde se encontraron en superficie dos puntas «cola de pescado» o tipo
Fell 12, así como los sitios ELS 2 y ELS 4, dos canteras de chert, ópalo y cuarzo
aparentemente utilizadas como fuente de aprovisionamiento en dicha localidad; y el
sitio ELS 3, donde excavaciones estratigráficas en marzo de 2007 han permitido
avanzar en la comprensión del conjunto tecnológico lítico de estas ocupaciones
(Laguens et al., 2007a y b, Sario, 2008).
El sitio Estancia La Suiza 1 se halla a la izquierda de la Ruta Provincial Nº 22 que
une Villa del Carmen con Naschel, caracterizado por la dispersión de material lítico en
superficie. Se pueden distinguir dos sectores de concentración de materiales, aproxima-
damente a 30 m uno de otro, pudiendo ser el primero una continuidad del segundo,
aunque aún no lo podemos afirmar con seguridad. El primer sector (ELS 1/a), se halla
sobre la banquina, con procesos de erosión que han dejado al descubierto un nivel
bastante continuo de tosca, con pendiente Oeste hacia el río, donde fue hallada una de
las puntas cola de pescado (Figura 2a); el otro sector (ELS 1/b), se ubica dentro de el
campo lindante, en un nivel 1,50 m más alto que el anterior, con procesos erosivos
puntuales en formación por el tránsito de animales, con mejor conservación de los
perfiles originales del suelo, donde se halló la otra punta en superficie (Figura 2b). Los
restos obtenidos en recolecciones de superficie sistemáticas mediante transectas y uni-
dades de recolección incluyen, además, instrumentos como raspadores, manos, cuchi-
llos, unifaces, bifaces, preformas, lascas retocadas y fragmentos de núcleos (Figura 2).
En las zonas con mejor conservación del suelo en ELS 1/b se realizaron 3 pozos de
sondeo estratigráficos, cubriendo 3 m2 de superficies expuestas. El Sondeo 1 se realizó
en el lugar de hallazgo de una de las puntas, hasta 0,70 m de profundidad, sin notarse
alguna estratificación en particular; se recuperaron algunas lascas pequeñas y medianas
hechas en los materiales locales. El Sondeo 2 se realizó sobre un sector con afloramien-
tos de carbonatos en superficie, recuperándose algunos desechos líticos, sin una estrati-
ficación aparente. En el Sondeo 3 se determinaron dos unidades estratigráficas, donde
se destaca, por la presencia de lascas y artefactos, el segundo estrato (UE 2, de 40 a 68 cm
de profundidad desde la superficie), que fuera determinado como otra unidad por el
cambio de coloración en el perfil hacia un pardo más claro que la unidad estratigráfica
superior (UE 1, de 0 a 40 cm de profundidad), con un aumento de la proporción de la
fracción arena en el sedimento. Los hallazgos son concordantes con las recolecciones
en cuanto a materias primas y a las variedades de instrumentos.
A 1,2 km al Oeste de este sitio se halló una cantera arqueológica (Sitio ELS 2), de una
variedad de rocas silíceas de excelente calidad para la talla, entre ellas: chert, vulcanitas,
ópalo y calcedonia y, en menor cantidad, otros materiales silíceos. A partir de cortes de
lámina delgada de las variedades de rocas presentes en el sitio se determinaron tres clases
de rocas3: una variedad de chert (antes publicada por nosotros como ópalo jasperoide
(Laguens et al., 2006), una roca volcánica y cuarzo, un material abundante en todas las
Sierras Pampeanas. El chert está compuesto por cuarzo, calcedonia y ópalo, con escasa

45
Andrés Laguens; Roxana Cattáneo; Eduardo Pautassi y Gisela Sario

proporción de óxidos-hidróxidos de hierro intersticiales. La roca volcánica, es muy


silicificada, con plagioclasa, biotita y cuarzo (pasta) con venas de cuarzo y calcedonia; los
cristales de cuarzo son mayormente de forma alargada y con una disposición o arreglo
mayormente caótica. El cuarzo se halló en sus variedades cristalino y hialino. En distintos
sectores del afloramiento se registraron concentraciones de materiales superficiales que
incluyen núcleos, instrumentos y lascas. A 700 m al Sur de ésta, hallamos otra cantera de
menores dimensiones, de cuarzo cristalino de tonalidades rosadas (sitio ELS 4) con una
concentración de materiales superficiales que incluyen núcleos, instrumentos y lascas.
El sitio Estancia La Suiza 3 (ELS 3) se halla a unos 180 m al Noroeste del sitio ELS
1, cercano al margen izquierdo del Arroyo Tilquicha, a la vera derecha de la Ruta
Provincial N° 22. El sitio se descubrió a partir de una concentración de material lítico
tallado, con abundantes objetos con reducción bifacial realizados en el chert local,
aflorando en una pequeña cárcava paralela a la ruta, recuperados por el Museo de
Tilisarao, Dr. Luis Gallo. La buena calidad y abundancia de material en alta concen-
tración orientó la decisión de emprender una excavación en el sitio.
Se excavaron 4 cuadrículas contiguas de 2 m por 1,50 m cada una (cuadrículas A
hasta D), siguiendo los lineamientos del método estratigráfico de Harris, de acuerdo
con los estándares establecidos por el Museum of London Archaeology Service
(MoLAS, 1994). Se pudieron identificar 17 unidades estratigráficas (UE 1 a UE 17),
desde la superficie actual hasta 1,40 m de profundidad, distinguiéndose 14 estratos y
3 cortes. Luego se continuó la excavación en un sondeo de 1 m por 1 m en el ángulo
NE de la Cuadrícula C, hasta 1,88 m más de profundidad, determinándose la existen-
cia de 3 estratos más (UE 18 a 21). En la Figura 3 se reproducen las unidades
estratigráficas y en la Figura 4 el perfil en dos cortes Norte-Sur del sitio (paredes de las
cuadrículas A y C, y B y D). Estas unidades estratigráficas fueron caracterizadas como:

Unidad Estratigráfica 1: Se trata de un estrato, abarcando las cuadrículas C y D,


caracterizado por un suelo friable, de color pardo claro (5/5 YR/3 de la escala de
Munsell; colores observados en seco), en la fracción limo, sin inclusiones. Su
espesor es de aproximadamente 15 cm en el borde Norte de la cuadrículas C y D, y
5 cm en los afloramientos en los sectores centrales. Esta misma unidad es el estrato
superior de las cuadrículas E y F.
Unidad Estratigráfica 2: Se trata de un estrato, abarcando las cuadrículas A y B,
correspondiendo a la superficie del sitio en estas cuadrículas. Se caracteriza por
ser muy compacto, duro, de color pardo claro (5/5 YR /1 de Munsell), fracción
limo arcilloso, de sedimento muy fino, tipo eólico, sin inclusiones. Aparece como
un estrato continuo en su espesor, de aproximadamente 30 cm, después de los
cuales se produce una especie de «media caña», de aproximadamente 40 cm de
altura y 10 a 15 cm de profundidad. Esta media caña en algunos sectores aparece
de color blanco, como afloramientos de sales o carbonatos.
Unidad Estratigráfica 3: Se trata de un estrato, abarcando las cuadrículas C y D.
Se caracteriza por un sedimento muy suave, de color pardo claro (4/5 YR /2 de
Munsell), en la fracción limo, sin inclusiones. Su espesor varía entre 5 y 6 cm en la
parte central, hasta 15 o 20 cm en el extremo Este, y 12 cm en el Oeste. El estrato
aflora en una cárcava poco profunda que se forma por acción del agua, con una
pendiente Este-Oste. Se trata del relleno de una cárcava (UE 8) cavada sobre el

46
Poblamiento humano en las Sierras de San Luis: Estancia La Suiza

estrato más duro (UE 1 y UE7), y luego rellenado con sedimento suelto.
Unidad Estratigráfica 4: Se trata de un estrato, abarcando las cuadrículas A, B, C y
D. Se caracteriza por un sedimento friable, suelto, de color pardo claro (5/7,5 YR/2
de Munsell), en la fracción limo, sin inclusiones. Presenta un espesor de 10 cm en la
parte central, 0 cm en los laterales, por la forma de cubeta de la cárcava central (UE
9). Junto con la UE 1 sería el estrato más reciente, que estaría suprayaciendo a la UE
18, dejado al aire por la erosión hídrica y luego rellenado con este sedimento.
Unidades Estratigráficas 5 (y 6): Se trata de un estrato (inicialmente en el campo
fueron definidos como dos), abarcando el centro de la unión de las cuadrículas A,
B, C y D. Se caracteriza por un sedimento entre rígido y suave, de color pardo claro
(6/7,5 YR/2 de Munsell), fracción limo, sin inclusiones. Es un estrato dentro de
una cárcava (UE 9). Parece un relicto de un nivel anterior de cárcava, sobre el cual
luego se generó otra cárcava más profunda (la UE 4). Su nivel es intermedio entre
la UE 4 y la UE 3, la otra cárcava de las cuadrículas C y D. En las cuadrículas A y
C estaba afectada por una excavación previa del Museo de Tilisarao, por lo cual la
UE 6 fue considera como en un solo estrato junto con la UE 5.
Unidad Estratigráfica 7: Se trata de un estrato, abarcando las cuadrículas C y D, que
se caracteriza por un sedimento entre rígido y duro, de color pardo claro (4/5 YR /2
de Munsell), sin inclusiones. En la cuadrícula C, sector Norte, tiene 5 cm de espesor;
sobre la cárcava de la UE 9, entre 15 y 20 cm. Es el equivalente o la continuidad de
la UE 2 al Norte de la cárcava UE9. Tanto este estrato, como el otro, parecen ser la
depositación de sedimento por acción del agua, en una especie de charco o algo con
poca corriente y mucha sedimentación. De igual dureza e igual color.
Unidad Estratigráfica 8: Se trata de un corte irregular, redondeado, sin esquinas,
de 2,73 m de largo y aproximadamente 30 cm de profundidad, atravesando las
cuadrículas C y D en dirección Este-Oeste, que cortó a las UE 1 y UE 7. Presenta un
quiebre neto de pendiente, de lados suaves, verticales, con algunos sectores cón-
cavos, y de base suave, cóncava. Su relleno está compuesto por la UE 3. Es un corte
realizado por acción hídrica, formado por el nacimiento de una cárcava en la
cuadrícula D, que se continúa fuera del área de excavación.
Unidad Estratigráfica 9: Se trata de un corte irregular, sin esquinas, de 3 m de
largo, abarcando las cuadrículas A, B, C y D, en orientación predominante Este-
Oeste, continuando fuera de las cuadrículas, a ambos lados de la excavación. Se
presenta como un corte neto en el quiebre de la pendiente, de lados suaves, verti-
cales, con algunos sectores cóncavos, cuyo quiebre es gradual, de base redondea-
da, cóncava. Está relleno con la UE 4, y en su formación cortó los estratos UE 2, UE
5 y otros. Corresponde a un sector del cauce de agua o cárcava central que atravie-
sa el sitio, que viene desde el este y continúa hacia el Oeste, con igual pendiente.
Unidad Estratigráfica 10: Se trata de un corte de forma irregular, sub-triangular,
de esquinas redondeadas, con un largo de 1,35 m y un ancho mínimo de 0,41 m y
0,71 de ancho máximo: 0,71, en la cuadrícula B, con una orientación predominan-
te SE–NO. Su quiebre en la cima es neto, de filos redondeados, lados suaves,
regulares, verticales, con irregularidades. El quiebre de la pendiente es gradual, de
base redondeada, cóncava. Es un corte sobre el estrato UE 2, que dejó en evidencia
otro estrato, UE 11, más profundo que la UE 2. Tiene una pendiente desde el

47
Andrés Laguens; Roxana Cattáneo; Eduardo Pautassi y Gisela Sario

ángulo SE hacia el NO, siendo tributaria de la UE 9 (cárcava central).


Unidad Estratigráfica 11: Se trata de un estrato, abarcando las cuadrícula A, B, C
y D, caracterizado por un sedimento muy compacto, duro, de color pardo muy
claro (5/10 YR /2 de Munsell) y blanquecino (7 /10YR/2 de Munsell), en la frac-
ción limo, sin inclusiones, de aproximadamente 20 cm de espesor. En superficie
tiene afloramientos calcáreos, que se continúan en el perfil del lado sur de la UE 9,
por debajo de la UE2, y en la pared N, por debajo de la UE 7, entre la cuadrícula C
y la mitad de la D. La transición con la UE 2 es imperceptible al excavar, salvo por
la presencia de material calcáreo sobre las raíces. Desde el punto de vista del
contenido arqueológico, es la unidad con menor abundancia y densidad relativa
de material, lo que ha llevado a pensar en un corte en las tasas de depositación,
quizás correspondiendo a un hiato ocupacional.
Unidad Estratigráfica 12: Se trata de un estrato, abarcando las cuadrículas C y D,
que se caracteriza por un sedimento suelto, de color pardo anaranjado, amarillento
mediano, en la fracción limo, sin inclusiones. Corresponde al relleno de la UE 8,
por debajo de la UE 3, y tiene la misma composición que la UE 7, pero distinto
grado de compactación y bordes netos. Parece que la UE 12 fue parte de la UE 7
que se derrumbó en la cárcava de la UE 8.
Unidades Estratigráficas 14 y 16: Se trata de un estrato, abarcando las cuadrículas
A y B (UE 14) y C y D (UE 16), caracterizado por un sedimento suave en húmedo,
duro y hasta rígido en seco, de color pardo claro, algo rojizo en húmedo, en la
fracción limo, casi sin inclusiones, de 14 cm de espesor promedio. Excepcionalmen-
te se encuentran algunos clastos pequeños (entre 1,5 y 2 cm). Fue definido principal-
mente por diferencia de color y compactación con respecto a la UE 11 en las
cuadrículas A y B, y la UE 11 en las cuadrículas C y D (inicialmente designadas
como UE 14 y UE 16, respectivamente). No se pudo observar un corte neto entre
dicho estrato superior y éstos, sólo un cambio gradual de color. Este cambio podría
deberse a procesos pedogenéticos propios del suelo, y ser parte de una misma uni-
dad estratigráfica, junto con UE 11. Desde el punto de vista del contenido arqueoló-
gico, son las unidades con mayor abundancia y densidad relativa de material.
Unidad Estratigráfica 15: Se trata de un estrato, abarcando las cuadrículas A y B,
caracterizado por un sedimento suelto, de color pardo claro, en la fracción limo, sin
inclusiones naturales. Corresponde al fondo de la cárcava de la UE 9, con una coloración
más oscura con respecto a la UE 14. La composición es la misma con respecto a la UE 14,
a excepción de unos pocos lugares donde apareció arena, en espesores de 1,5 cm.
Unidad Estratigráfica 17: Se trata de un estrato, abarcando las cuadrículas A, B,
C y D, caracterizado por un sedimento suelto, de color pardo, en la fracción limo y
algunos sectores limo-arenosos, sin inclusiones. Posee límites difusos en toda su
extensión, con pequeñas concentraciones de arena, diferenciándose de las otras
unidades porque tiene algunos sectores con arena. Entre las cuadrículas A y C
tiene un límite difuso. Estaba cubierta íntegramente por la UE 15. Posee inclusio-
nes arqueológicas, microlascas y muchas hipermicrolascas.
Unidad Estratigráfica 18: Corresponde a un estrato hallado en el Sondeo 2 en la
cuadrícula C. Se caracteriza por un sedimento rígido en algunos sectores y en otros
suaves, de color pardo claro, en la fracción limo, sin inclusiones, con un espesor:
0,64 m. Se percibe como una mancha de color más claro en relación a la UE 16, y

48
Poblamiento humano en las Sierras de San Luis: Estancia La Suiza

de mayor dureza, como si fuera una especie de tosca.


Unidad Estratigráfica 19: Corresponde a un estrato del Sondeo 2 en la cuadrícula
C, caracterizado por un sedimento duro, de color pardo claro (más claro que la UE
18), en la fracción limo con concreciones de tosca, de 0,09 m de espesor, a 1,14 m
de profundidad desde donde se empezó el sondeo (base de la UE 16), encontramos
un nivel más duro. Parece corresponder al nivel de tosca, aunque no como algo
continuo, sino como concentraciones duras.
Unidad Estratigráfica 20: Corresponde a un estrato del Sondeo 2 en la cuadrícula
C, caracterizado por un sedimento duro, de color pardo claro, como un limo com-
pacto (¿tosca?), sin inclusiones, de 0,39 cm de espesor, a 1,25 m. de profundidad
desde la superficie del Sondeo 2, y que se extendía por todo el sondeo. Parece ser
un nivel de tosca que se encuentra en otros lados fuera de la excavación. Está muy
compactado, de superficie irregular.
Unidad Estratigráfica 21: Corresponde al último estrato excavado en el Sondeo
2 en la cuadrícula C, y se caracteriza por un sedimento entre suave y rígido, de
color pardo, en la fracción limo. Tiene algunas inclusiones ocasionales de tosca,
quizás de la UE 20, y se extiende por toda la superficie del sondeo, sin una transi-
ción neta. Desde 1,64 m de la superficie del sondeo y termina a 1,88 m.

En todos los estratos se hallaron materiales arqueológicos correspondientes a obje-


tos líticos (Tabla 1) y algunos restos de cáscara Rhea sp. Se halló un solo fragmento de
hueso, que se envió a datar pero no contenía colágeno. A partir de las características de
las unidades estratigráficas y su articulación, se consideró que la estratigrafía podía
interpretarse en torno a dos componentes distintos, a partir de la disminución abrupta en
la densidad de hallazgos de materiales arqueológicos en la Unidad Estratigráfica 11,
además de las diferencias en las propiedades de las unidades estratigráficas que le
anteceden y suceden. Por ejemplo, para los materiales con procedencia tridimensional
se calculó una densidad de 50 objetos por m3, en contraste con las UE 2 y UE 7, con una
densidad media de 114 objetos/m3 y las UE 14/16 con 386,31 ob./m3). De este modo se
consideró un componente inferior (Componente I, integrado por las UE 14/16, inclu-
yendo las UE 5/6) y un componente superior (Componente II, comprendiendo la UE 1,
UE 4 y la UE 2/7)4. Desconocemos aún el significado temporal y/o cultural de estos
componentes, por lo que su sentido debe ser tomado como instrumentación de observa-
ciones de campo, sujetas a ulterior verificación.
A continuación, nos centraremos en las características del conjunto artefactual del
componente más antiguo de la campaña de Mayo de 2007, para analizarlo luego en
términos del problema más general que nos ocupa. En cuanto al material del Compo-
nente II, solo mencionaremos por ahora que corresponde casi en su absoluta mayoría
a desechos de talla y en mínima proporción a instrumentos (4 objetos), confecciona-
dos sobre el chert de los afloramientos del sitio ELS 2, de acuerdo a su similitud
macroscópica, con algunos elementos en cuarzo.

Componente I
Para analizar los conjuntos líticos se usaron modelos de tecnologías generalizadas-estan

49
Andrés Laguens; Roxana Cattáneo; Eduardo Pautassi y Gisela Sario

darizadas para los instrumentos líticos y el método del Análisis Nodular o MANA (Cattáneo,
2005; Larson y Kornfeld, 1997), consistente en establecer grupos mínimos de ítems que
pudieran haber pertenecido al mismo nódulo, teniendo en cuenta ciertos rasgos petrológicos.
Para el estudio de los desechos del proceso de talla se siguieron los lineamientos no tipológicos
de Ingbar, Larson y Bradley (Ingbar et al., 1989), considerando el proceso de reducción
como un continuo. El fin de estos procedimientos fue establecer los eventos unitarios de
talla producidos en el sitio y determinar así aspectos de la organización de la tecnología a
partir de la presencia o ausencia de elementos dentro de la secuencia de manufactura y uso.
Para la clasificación de instrumentos se realizó la descripción morfotecnológica siguiendo
los criterios de Aschero (1975, 1983) y Hocsman (2006) y esos datos fueron utilizados para
entender las estrategias propuestas por Andresfsky (1994) y Dibble (1991) que consideran
dos clases de instrumentos: generalizados (informales) y estandarizados (formales), catego-
rías que permiten discutir los contextos de manufactura y uso.

Tabla 1. Distribución de hallazgos por unidad estratigráfica. Las zonas sombreadas corresponden
rellenos de cortes, no considerados en el análisis4. Con tridimensional nos referimos a hallazgos con
registro espacial, con zaranda a elementos recuperados con dicha técnica debido a su tamaño muy
reducido (menor a 1 cm) que impedía la conservación de su ubicación original al excavar.

Unidad TRIDIMENSIONAL ZARANDA TOTAL Objetos


Estratigr. formalizados
Chert Cuarzo Chert Cuarzo
COMP. U.E 1 5 20 25
II
U.E 2 42 5 76 8 131 2 bifaces
U.E 3 4 7 1 12
U.E 4 22 3 25
U.E 7 25 3 48 5 81 1 bifaz
1 lasca form.
U.E 11 7 2 49 2 60 1 núcleo
1 percutor
U.E 12 6 34 40 1 raspador
COMP. U.E 14 129 6 64 6 205 5 núcleos
I 1 cepillo
1 lasca form.
2 bifaces
U.E 15 8 15 + 1 1 25
calcedonia?

U.E 16 100 8 284 12 404 3 núcleos


1 raspador
4 bifaces
U.E 17 34 4 121 10 169 1 lasca form.

Sub-total Comp II 76 8 171 17 274 4 objetos

Sub-total Comp I 271 18 485 29 803 18 objetos


Total general U.E. 360 28 741 48 1177 25 objetos

50
Poblamiento humano en las Sierras de San Luis: Estancia La Suiza

En total se recuperaron 803 artefactos en este componente, de los cuales un 94,14 %


(756 ejemplares) es de chert y el 5,86 % restante (47 ejemplares) es de cuarzo. Predominan
en altísima proporción los desechos, con sólo 3 instrumentos en chert y 1 en cuarzo, 4
núcleos en chert y otros tantos en cuarzo y sólo 6 bifaces en chert (Tabla 1). A partir de este
conjunto se pudieron distinguir 371 nódulos en chert y 5 en cuarzo (Sario, 2008), inclu-
yendo simples y múltiples (Cattáneo, 2005; Kelly, 1985) (Tabla 2). En el caso de los
nódulos simples – es decir, instrumentos aislados o bien desechos aislados – se identifi-
caron 1 raspador sin desechos, 1 núcleo, 4 bifaces y 275 desechos de talla, todos ellos en
chert, y 1 solo desecho de cuarzo, la gran mayoría correspondiendo a eventos «aislados»,
que quizás se vean en alguna medida sobreestimados debido a los rasgos heterogéneos del
chert que contiene muchas gamas de colores, diferentes texturas y tipos de inclusiones.

Tabla 2. Cantidad de artefactos que integran los nódulos mínimos identificados.

Instrumentos Núcleos Bifaces Desechos


NODULOS SIMPLES
Chert 1 raspador 2 núcleos amorfos 2 biconvexas 268
2 fracturadas
Cuarzo - - - 1
NODULOS MULTIPLES
Chert 1 cepillo 2 amorfos 1 biconvexa 85
1 lasca con 1 bifacial
microretoque 1 triédrica

Cuarzo 1 percutor 2 amorfos - 4


1 bifacial
Totales 4 8 6 358

Para los nódulos múltiples -es decir, grupos que combinan instrumentos y desechos
-se observaron 7 grupos de núcleos y desechos (3 de c hert y 4 de cuarzo), 2 nódulos de
bifaces y desechos en chert y 3 instrumentos con sus desechos, consistentes en 1 cepillo
y 1 raspador en chert, junto con 1 percutor en cuarzo para los primeros. De los núcleos
con desechos, 2 de ellos son bifaciales (uno de cuarzo y otro de chert) y 6 amorfos (tres
de cada una de dichas materias primas). Las bifaces son todas de chert, 2 enteras y 4
fracturadas. Las piezas enteras tienen sección transversal biconvexa y carácter de la
sección regular, pertenecerían a la categoría bifaces en sí mismos (sensu Hocsman,
2006) (Figura 2). Dentro de las fracturadas, hay una triédrica irregular, una biconvexa
simétrica irregular y dos que están muy fracturadas como para caracterizarlas.
Con respecto a la conformación de los nódulos múltiples, en general son pocos los
desechos que los acompañan. En los núcleos de chert, hay 1 núcleo bifacial con su desecho,
1 núcleo amorfo con 7 desechos y 1 núcleo amorfo con su desecho. En los núcleos de cuarzo,
hay 1 núcleo bifacial con su desecho y 2 nódulos de núcleos amorfos con 1 desecho cada
uno. En cuanto a los instrumentos de chert, hay 1 lasca con microretoque y 2 desechos, y 1
cepillo con su lasca. Con respecto a los instrumentos de cuarzo, es 1 percutor con 8 desechos.

51
Andrés Laguens; Roxana Cattáneo; Eduardo Pautassi y Gisela Sario

De los bifaces de chert, 1 bifaz tiene 8 desechos y otro bifaz, 3 desechos.


Vemos entonces que, en general, de acuerdo a la distribución y composición de
los conjuntos artefactuales y de desechos, así como a las propiedades de los nódulos
mínimos que, desde el punto de vista de las secuencias de actividades y la lógica de la
organización de las prácticas asociadas con la fabricación y manipulación de los
artefactos líticos, la ausencia de secuencias de reducción completas, así como la pre-
sencia de secuencias entrecortadas –en cuanto se hallan representadas ciertos momen-
tos de los eventos de talla no secuenciales de un mismo nódulo– apuntan a una
dinámica del uso del espacio y del tiempo discontinua. Así, por ejemplo, los grupos
formados con los desechos no agrupados con otras clases de artefactos, se correspon-
den con 85 nódulos, que implican la producción, reciclaje y/o mantenimiento de
instrumentos en el sitio, aunque ellos no estén. Sólo identificamos siete nódulos con
presencia de instrumentos y desechos de nódulos múltiples, tanto de chert como
cuarzo, que implican la producción, uso, mantenimiento y descarte en el sitio. Sin
embargo, ello contrasta con los instrumentos, núcleos y bifaces de nódulos simples,
que tiene que haber sido formatizados en gran parte fuera del área de hallazgo o del
sitio, pese a que las materias primas son las mismas rocas locales. De acuerdo al
análisis no tipológico, los procesos de talla representados en el sitio corresponden
sólo a los momentos medios y finales de las actividades secuenciales de la producción
lítica, tanto para el chert como para el cuarzo (Figura 5). Algo inverso sucede con los
productos primarios de los núcleos, tanto amorfos como bifaciales, donde las bocas de
lascado son de mayores dimensiones que los desechos del mismo nódulo origen, es
decir, las lascas grandes hubieran sido trasladadas a otro lado, quizás como artefactos,
o bien no sólo eran formatizados fuera del sitio, sino que durante su vida útil quizás
ingresaban y egresaban del sitio repetidas veces con sus talladores.

Consideraciones finales
Los resultados obtenidos hasta ahora en los sitios de Estancia La Suiza comienzan
a vislumbrar un modo de vida cazador recolector análogo al de otros sitios tempranos
de la Pampa y Paragonia con contextos artefactuales similares, quizás en etapas que
superen la exploración inicial, probablemente ya definiendo espacios de habitat par-
ticulares (Laguens, 2006). Ello nos lleva a fortalecer la idea de la alta probabilidad de
un poblamiento humano de la región cercano al límite Pleistoceno-Holoceno, como
lo planteáramos en el modelo inicial (Laguens et al., 2003) y como las fechas más
antiguas de las sierras de Córdoba lo estarían confirmando.
Desde el punto de vista de nuestras hipótesis de movimiento poblacional, la pre-
sencia de estos sitios en el occidente de las Sierras de Córdoba plantea varios puntos
y desafíos interesantes a destacar: por un lado, que las vinculaciones morfológicas
descubiertas desde la bioantropología con poblaciones de Pampa y Patagonia (Fabra
et al., 2005) quedan también manifiestas en cuanto a las similaridades en las estrate-
gias tecnológicas de organización y uso del espacio (Flegenheimer, 1991; Cattáneo,
2005; Cattaneo y Flegenheimer, 2007), y, posiblemente con los procesos migratorios
de dichas regiones, como suponíamos a partir del modelo; por otro, y en relación a
esto último, la ubicación geográfica y ambiental de la localidad de La Suiza abre la
posibilidad de considerar otra alternativa de poblamiento para el modelo, debiendo
considerar también el Sur o Suroeste como ruta migratoria (quizás por el río Quinto,

52
Poblamiento humano en las Sierras de San Luis: Estancia La Suiza

que une las sierras de San Luis con la llanura pampeana).


Desde el punto de vista de nuestras hipótesis de movimiento poblacional, la presen-
cia de estos sitios en el occidente de las Sierras de Córdoba plantea varios puntos y
desafíos interesantes a destacar: por un lado, que las vinculaciones morfológicas descu-
biertas desde la bioantropología con poblaciones de Pampa y Patagonia, quedan tam-
bién manifiestas en cuanto a estrategias tecnológicas y, posiblemente, con los procesos
migratorios de dichas regiones, como suponíamos a partir del modelo; por otro, y en
relación a esto último, la ubicación geográfica y ambiental de la localidad de La Suiza
abre la posibilidad de considerar otra alternativa de poblamiento para el modelo, de-
biendo considerar también el Sur o Suroeste como ruta migratoria (quizás a través del río
Quinto (Hauri et al., 2003), que une las sierras de San Luis con la llanura pampeana).
Como planteamos en otro lado (Laguens et al., 2007c) todo ello establece otros
interrogantes interesantes para trabajar como, por ejemplo, determinar si los habitan-
tes de La Suiza tuvieron continuidad en el tiempo, con una evolución local hacia
otras formas de vida; si es así, si existe una filiación entre estos grupos y los cazadores
caracterizados a partir de Intihuasi, si existió una continuidad entre ambas poblacio-
nes, o bien existe la posibilidad de un segundo poblamiento (¿vinculado con los
Andes como sostenía González en 1960?), entre otros problemas a resolver.

Notas
* Este proyecto fue financiado mediante un subsidio de la Agencia Nacional de Promoción
Científica y Técnica, FONCYT, PICT N° 15.187, dirigido por el Dr. Darío Demarchi.
1.
Dicho ingreso no necesariamente tiene que haber sucedido con anterioridad al poblamiento de
la Patagonia o de la Provincia de Buenos Aires, sino que en tanto producto de la fisión de
grupos, puede tratarse de poblaciones hijas de comunidades asentadas en el litoral fluvial o el
norte de la llanura pampeana, cuyo desprendimiento pudo hacerse en momentos posteriores al
de tránsito. Tampoco sería imposible que haya habido una migración en dirección Sur-Norte
desde las pampas bonaerenses. Sin embargo, si bien el terreno tiene equiprobabilidad de
costos, no hay vías claras de tránsito desde allí, como pueden ser ríos o cauces abandonados
(Laguens, 2006).
2.
Agradecemos la colaboración del Dr. Luis Gallo, Director del Museo de Tilisarao, San
Luis, quien descubrió los sitios y halló la primera punta cola de pescado, y quien gentilmente
compartió su información y el trabajo de campo con nosotros.
3.
Agradecemos a la Lic. Claudia Di Lello (CIC- Fac. de Cs. Naturales y Museo, UNLP) de
la División Mineralogía del Museo de La Plata quien realizó las descripciones y las
determinaciones mineralógicas.
4.
Las UE 3- UE 12 y UE 4 fueron consideradas como un relleno muy reciente de las UE 8
y UE 9, respectivamente, considerando a los materiales como intrusivos en dichos estra-
tos, por lo que quedaron fuera de estos componentes.

Referencias bibliográficas
ANDERSON, D. G. y J. C. GILLAM 2000 Paleoindian colonization of the Americas:
implications from an examination of physiography, demography and artifact distribution.
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53
Andrés Laguens; Roxana Cattáneo; Eduardo Pautassi y Gisela Sario

ANDREFSKY, W. 1994 Raw material availability and the organization of technology.


American Antiquity 59 (1): 21-34.
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Andrés Laguens; Roxana Cattáneo; Eduardo Pautassi y Gisela Sario

Figuras

Figura 1. A. Ubicación relativa de la localidad arqueológica Estancia la Suiza; B: esquema del


área de sitios en ELS; C: topografía de los sitios ELS 1 y ELS 3.

56
Poblamiento humano en las Sierras de San Luis: Estancia La Suiza

Figura 2. Puntas cola de pescado de Estancia La Suiza. A: procedente de ELS 1/b;


B: procedente del ELS1 1/a; C: artefactos de ELS 3, Unidad Estratigráfica 14-16.

57
Andrés Laguens; Roxana Cattáneo; Eduardo Pautassi y Gisela Sario

Figura 3. Unidades Estratigráficas, cuadrículas A, B, C y D, sitio ELS 3, Marzo 2007.

58
Poblamiento humano en las Sierras de San Luis: Estancia La Suiza

Figura 4. Secuencia de Unidades Estratigráficas en corte vertical de ELS 3. Arriba, sobre


pared Este de las cuadrículas B y D; abajo: pared Este de las cuadrículas A y C.

59
Andrés Laguens; Roxana Cattáneo; Eduardo Pautassi y Gisela Sario

Figura 5. Vista general del sitio ELS en proceso de excavación.

60
Arte del centro-oeste argentino:
Sierra de Comechingones Sur
Ana María Rocchietti
Universidad Nacional de Río Cuarto
Contacto: anaau2002@yahoo.com.ar

«El arte es la imaginación del mundo, no es el mundo mismo»


Luis Lumbreras.1974. La arqueología como ciencia social

Introducción
El centro de la Argentina, espacio al que pertenece la provincia de Córdoba, es un
país de montañas viejas y de pedregales, de vegetación achaparrada, de algarrobos y
chañares a medida que se viaja hacia el occidente, hacia la Cordillera de los Andes. En
él, el arte rupestre constituye un tesoro de imágenes, frecuente, escondido entre las
rocas.
Nuestro trabajo lo ilustra para darlo a conocer más allá de sus fronteras pero su
finalidad es aportar conceptos a los estudios rupestres.

I.
El arte rupestre fue descubierto en 1879, en la Cordillera Cantábrica (España), y
rápidamente despertó un interés de primera magnitud por los enigmas científicos y
filosóficos que suscitaba: arte de salvajes, arte de hombres prehistóricos, arte de una
humanidad que estaba en el propio pasado de los europeos pero dotado de una
radicalidad singular: su significado era desconocido y debía ser ubicado en la histo-
ria plástica del Hombre o, al menos, en la secuencia evolutiva del progreso en sus
actividades intelectuales. Mucho después se conoció que las pinturas y grabados
estaban vivas en una tierra tan remota como Australia y, por única vez, se pudo
advertir que se ligaban a mitologías aborígenes sobre el Universo o sobre el Planeta1.
Interpretar el arte rupestre, desde entonces, habría de consistir en encontrar el
vínculo entre los signos y sus significados. Tarea difícil porque las imágenes provie-
nen de una intención arbitraria e ideológica, las cuales -como apuntó Lumbreras- son
una imaginación sobre el mundo pero no el mundo mismo (Lumbreras, 1981:158).

61
Ana María Rocchietti

Sin embargo, existe asimismo una cuestión que se integra a la de la interpretación


y ella es la de que al registrar (documentar) creamos un nuevo hecho, por otra imagen
que aunque persiga ser idéntica al original nunca lo logrará. Es una imagen que estará
destinada al almacenaje, a la sistematización y a su transformación en una percepción
más clara, correcta, objetiva pero distinta e -inevitablemente- distorsionada (Sánchez
Proaño, 1991:66). La realidad de las imágenes devendrá, así, fuertemente imbricada
con su documento (calco, fotografía, video, programa de digitalización electrónica).
La química de una fotografía es apenas convergente con la química de las pinturas
reales ya que la fidelidad a los colores nunca alcanza una coincidencia verdadera.
Este problema estuvo en las etapas iniciales de los estudios rupestres y siempre forma-
rá parte del esfuerzo crítico de las reproducciones que se popularizan en las publica-
ciones o en los medios de comunicación. La verdad del documento visual siempre
será una perspectiva de aceptabilidad, es decir, referida a criterios para la aceptación
del documento que ofrecen las publicaciones o films sobre el arte arqueológico.
Pero, ¿a qué se llama arte rupestre y por qué?
La respuesta pareciera sencilla: se nombra así al arte en las rocas, al arte prehistó-
rico en las cuevas, al arte indígena arqueológico, realizado por hombres, pueblos,
cuya única forma de expresión gráfica quedó plasmada en él, en las piedras mobiliares
dibujadas, en la cerámica, en los artefactos de caza, en la textilería, etc. Se lo denomi-
na así porque se evoca el soporte universal que lo define: paredes y techos de cuevas,
abrigos, bloques y paredones según sean las geoformas típicas de cada ambiente
litológico aún cuando en la actualidad se tiende a incluir otras obras o fenómenos en
su universo de investigación.
Sin embargo existen tantas dificultades para definirlo como para explicarlo. Los
especialistas saben de qué hablan cuando lo abordan pero no siempre acuerdan sobre
la mejor forma de denominarlo y eso se debe a que cuando arriesgamos un nombre
esbozamos una teoría.
Las recomendaciones sobre cómo llevar adelante su registro son bastante homogé-
neas en nuestra época. Jean Clottes afirma que se debe estudiar los suelos, las paredes, el
contexto ambiental y arqueológico (Clottes, 1998:29) tratando de abarcar su contexto
externo (los hábitats de sus autores y contemporáneos) e interno (las grutas profundas)
con la finalidad de interpretarlo (Clottes, 1998:7). En cambio, han aparecido intereses
nuevos, especialmente el de su conservación. Ian Wainwrigth -un reconocido experto
en el tema- clasifica los deterioros en naturales y antrópicos definiendo los siguientes
factores que los provocan: 1. alteración y deformación a gran escala, 2. desgate geofísico
y geoquímica y, por último, 3. deterioro biogeofísico y biogeoquímico (Wainwrigth,
1985). En todas partes, sin excepción de tiempo ni de geografía se verifican desprendi-
mientos, exfoliaciones, agrietamientos, filtraciones de agua, acreciones de distinto tipo
(sal, carbonatos, yeso), incrustación de líquenes, acción de los mamíferos, de las aves, de
as avispas, de las bacterias, de los hongos, de los musgos, la frotación de las ancas del
ganado y, sobre todo, del vandalismo humano. Todo esto condena al arte a desaparecer.
También importan los problemas surgidos en su documentación, particularmente,
la cuestión de cómo llevar a cabo una sistematización de la información visual para
luego volcarla a distintos soportes cuya variedad es muy amplia, en términos, técni-
cos en nuestra era tanto como la de secuenciar registros detallados para luego articu-

62
Arte del centro-oeste argentino: Sierra de Comechingones Sur

larlos y obtener el friso completo en el laboratorio informático (Cf. Sánchez Proaño,


2002:80). Pero, también, la documentación lleva, hoy, adosadas las consideraciones
éticas: la investigación debiera ser objeto de regulaciones apropiadas y debiera po-
seer requisitos de acceso, toda documentación del arte rupestre no será destructiva en
relación con el arte rupestre en sí mismo y en relación con los restos arqueológicos
asociados que pudieran existir, ningún artefacto será recogido si es que antes el traba-
jo sea parte de un programa legalmente constituido se prospección o excavación
arqueológica, ninguna excavación se realizará sin ser antes parte de un proyecto de
excavación legal, no se removerá el suelo con el solo objeto de exponer el arte rupes-
tre subyacente y, finalmente, los procedimientos de documentación y de investiga-
ción potencialmente destructivos serán llevados a cabo solo si existiera otro poten-
cial daño sobre el arte rupestre (ARARA, 1987 en Loendorf et al, 1998:21). Esta
preocupación ética se extiende a los registros de campo que deberían ser depositados
en algún lugar público.
Se lo llama «arte» pero se afirma que, por el tipo de práctica que fue, no es un arte
«verdadero» si por detrás de esta denominación predomina una teoría sobre el arte en
sentido estético y se rechaza su investigación como arte si los criterios que se aplican
son los de la Estética occidental. Llamarlo «artesanía» tampoco sería demasiado ade-
cuado porque ese término –además de estar devaluado en nuestra propia sociedad
como si ella fuera un arte menor para el mercado- y sólo destaca la dimensión de
«habilidad» y «destreza». De todos modos, y aún cuando esta designación de arte es
criticada, ella perdura.
En los trabajos modernos aparecen también las expresiones tales como imágenes,
dibujos, manifestaciones. Todas implican algún tipo de adscripción teórica ya sea en
el campo de la percepción, del arte, de la realidad o del método.
El concepto de imagen alude -en el diccionario de la lengua española- a figura o
representación de una cosa por medio del lenguaje, «idealmente» y, también, repre-
sentación religiosa (que es el término que el cristianismo usa para la representación de
los seres de su dogma). Un imaginario sería, a su vez, un conjunto organizado de
imágenes, un repertorio y –asimismo- la ausencia de realidad. Lo que es imaginario no
es real porque surgiría del sueño, de las fantasías oníricas, de la exaltación alienada
tanto de las facultades mentales como del lenguaje. La imágenes están dentro de la
mente de su autor pero se materializan con la ayuda de algún lenguaje (hablado,
gráfico, gestual, escultórico, etc.). La imagen se distancia de lo real sea porque es su
reflejo (y no la cosa misma), sea porque construye cosas diferentes de lo real (incluso
imposibles).
La imposibilidad de llegar al fondo del sentido de las imágenes o signos rupestres
(que yacen ahí solamente como significantes flotantes2, prestos a tomar los significa-
dos que queramos darles, o enigmáticos sin ofrecer la calma de creer en haber encon-
trado su último significado) lleva al problema de la relación teoría/registro en este
campo de investigación. Tampoco aquí hay acuerdo: para unos la investigación se
agota (pero adquiere todo su valor) en el registro, es decir, en la documentación. La
indagación consiste en aumentar la compilación de sitios con arte y en adjudicarles
una cronología. Para otros, la documentación sirve a la teoría como prueba. La teoría,
generalmente en este caso, ofrece explicación para la vida social de sus autores: el arte
sería marca territorial, expresión de la organización política y económica, ritual reli-

63
Ana María Rocchietti

gioso respaldado por el mito, sistema de comunicación entre grupos de una misma
sociedad o entre sociedades o entre los géneros. Menos frecuentemente se advierte
que –en los estudios concretos- la teoría conduzca la documentación pensando a los
registros como una interacción entre sujeto (el investigador) y el arte rupestre.
Hay que tener en cuenta que sus imágenes no tienen –muchas veces- ni siquiera
una percepción unívoca y es muy posible que cada uno vea lo que quiere ver. Aún
cuando lo que se ve sea indubitable (un animal de especie conocida, un hombre)
siempre existe un «plus» o una reserva de significado que se asienta sobre todo lo que
no sabemos sobre el contexto de su ejecución (crisis social, escasez de animales, ciclo
mitológico, instituciones) y, también, sobre lo que vemos parcialmente o mal por
destrucción o por los efectos del paso inexorable del tiempo. En algún sentido, cada
uno de nosotros, en las imágenes, encuentra lo que busca.
Los estudios neopositivistas del arte rupestre no son satisfactorios porque parecen
constatar solamente asociaciones estadísticas entre signos (o motivos) pero, asimis-
mo, los estudios puramente interpretativos o hermenéuticos tampoco lo son ya que
escapan a las pruebas de contrastación y permanecen como estados de conciencia de
sus investigadores. Es probable que nunca se logre una constatación satisfactoria de
la adecuación de nuestro pensamiento –o, por lo menos, de nuestro pensamiento
actual- con el arte rupestre. En esta cuestión no sería conveniente ignorar los aportes
de la semiología y del estructuralismo moderno. En definitiva, el arte en las rocas
describe una antigua episteme, es decir, una organización de conceptos, de pensa-
miento, de retórica.
Muchas veces nos detenemos en la puerta del arte rupestre estimando que él sola-
mente consiste en sus imágenes y somos indiferentes a la posibilidad de que el espa-
cio en que fue realizado fuera mucho más importante que las mismas imágenes: un
espacio sacralizado, heredado como magia, formulado como especial en una clase de
pensamiento que ve en el paisaje, en las rocas, en los cerros, en las aguas, en los
rincones lo que nosotros no vemos.
Por esa razón, algunos autores incluyen dentro del arte rupestre no sólo a las
pinturas, a los petroglifos, a los geoglifos sino también a algunos casos del arte mobiliar
(como los morteros, por ejemplo, o las estelas y las cámaras mortuorias) y, fundamen-
talmente, a sitios o lugares como piedras míticas y cerros sagrados destacando al
apropiación cultural del espacio y no sólo los dibujos (Tarble, 1991).
Nosotros creemos advertir que el arte rupestre argentino y americano (y todo lo que
él comprende, incluyendo los objetos que acabamos de señalar) muestra -simultánea-
mente- coherencia espacial y temporal y movimiento interior en un proceso de varia-
ción, cambio, recombinación de temas y de signos, abandono de otros como grados de
libertad en la ejecución, en la selección de lugares y en las perspectivas de observación.
Es muy probable que el género de vida haya ofrecido la base material para el imagi-
nario y el ritual rupestre. Algunas teorías sobre el cambio social sostienen que cuando
cambia la estructura económica inevitablemente, más tarde o más temprano, sobreviene
el cambio en la ideología. Es indudable que los sitios rupestres ofrecen una oportunidad
muy grande de estudiar ideologías pero las asignaciones a tecnologías y técnicas (de
caza o agrarias) siempre es dificultosa por múltiples causas pero especialmente por la

64
Arte del centro-oeste argentino: Sierra de Comechingones Sur

inseguridad de la correlaciones entre la arqueología que ofrecen las paredes rupestres y


la arqueología que yace a sus pies en las cuevas o abrigos de roca.
La duración es una dimensión característica de las ideologías; también su tenden-
cia a la universalización, a volverse un modelo de desarrollo social generalizado. Los
signos rupestres perduraron como práctica en dos sentidos: como tales -por una con-
fianza real en su eficacia mítica y religiosa- y como continuidad perseverante de
ritual, probablemente mucho más ligados a la institución imaginaria de la sociedad
como acostumbraba a caracterizar Cornelius Castoriadis (1992). Este proceso llevó
miles de años y colapsó ante la ruptura de la vida colectiva y moral que significó la
invasión europea.
En la práctica encontramos investigaciones de sitio, investigaciones de conjuntos
de sitios (enfoques territoriales y estadísticos) y -en la actualidad casi nunca- de deter-
minadas figuras o signos. A veces se correlaciona el arte rupestre con la iconografía de
otras esferas de la expresión cultural, principalmente la cerámica, los textiles, la cestería,
la metalurgia, las calabazas pirograbadas o los huesos y otros materiales decorados. No
siempre la correlación es segura o se puede intentar dependiendo del tipo de registros
arqueológicos regionales. La calidad de las intervenciones arqueológicas y políticas en
ellos es de muy diversa calidad y metodología. Berenguer (1995) sostuvo en un trabajo
muy innovador que el arte tiene las mismas dimensiones semióticas que el lenguaje
general: sintácticas, semánticas y pragmáticas. Asimismo, posee dimensiones no
semióticas como las relaciones cronológicas y espaciales entre signos rupestres así
como una sucesión lineal de eventos físicos, químicos y biológicos únicos.
La demarcación de las propiedades físicas de los sitios rupestres requiere prestar
atención a sus ambientes tanto litológicos como biológicos. Un ambiente está com-
puesto por entidades y procesos y sus características son el resultado de procesos
cíclicos como únicos que han operado a lo largo del tiempo. Y no sólo se compone de
esas propiedades transitoriamente estabilizadas y registradas sino que existe una di-
mensión intangible: la experiencia humana. Ella cuenta tanto en el pasado como en el
presente porque agrega a la percepción distraída de un paisaje un contenido cultural
heredado o activamente construido en nuestra propia época. Ahora bien, por fuera de
las sensaciones e ideas que él añade a un ambiente, también se verifican todas las
condiciones biosociales que definen un género de vida en él. La arqueología de
nuestro tiempo es sensible a estas cuestiones.
Los ambientes rupestres poseen diferencias de escala, de geomorfología y de integri-
dad porque devienen de los procesos y acontecimientos histórico-sociales de las regiones
y de la evolución de los factores de propiedad y explotación económica en ellas. El
registro arqueológico informa sobre la materialidad rupestre, sobre sus vecindades y sobre
esos particulares espacios semióticos (enigmáticos, mudos, escondidos, imperfectos en su
visibilidad) que aluden a una subjetividad y a un conocimiento que nos son extraños.
Su sistematización no es demasiado diversa, ni en criterios ni en denominaciones.
Los investigadores usan términos como estilos, grupos estilísticos, unidades
estilísticas, modalidades estilísticas o, en su defecto, letras o números o códigos para
abarcar en la denominación sitios, paneles y motivos o signos. No siempre tienen
éxito en su comunicabilidad. Generalmente, estamos en una situación en la que ideas
expresan ideas, es decir, usamos conceptos para poder dar cuenta de los conceptos

65
Ana María Rocchietti

que sostienen las imágenes rupestres. Por lo tanto, todo estudio rupestre se realiza en
un marco enteramente ideológico, tanto por parte de los autores como por partes de
los investigadores.
La naturaleza del arte rupestre puede pensarse como ritos en imágenes para contes-
tar a dos preguntas. Una es ¿cómo se originaron las cosas?; Y otra, ¿cómo es el sistema
del Universo? Ambas han sido formuladas insistentemente durante miles y miles de
años y por las más diversas sociedades. No importa que se despliegue como represen-
taciones «realistas» o como imaginario «fantástico»; su carácter es plenamente sim-
bólico, «pensado» 3.
El arte, en cualquiera de sus manifestaciones, es una forma de organizar la expe-
riencia humana y, en particular, el conocimiento. Al respecto podríamos decir que las
maneras de pensar producen maneras de vivir y estilos de existencia; el arte rupestre
fue una de esas maneras. Lévi Strauss (1999:53) sostenía que el arte de las sociedades
primitivas es eminentemente social, a despecho de la creciente individualización
ocurrida en la historia general del arte.
Sánchez de Montañes (1977:143) destaca cuatro aspectos a considerar en el aná-
lisis:

§ aspecto formal o los elementos combinados que le proporcionan coherencia


como para poder ser considerado como algo en sí mismo,
§ aspecto representativo o temático (el argumento),
§ aspecto significativo o idea que puede transmitir, comunicar, comprensible
para el hombre de la época pero difícil de apreciar en una cultura arqueológica,
§ aspecto funcional o de finalidad (la autora se basa, en este caso, en la afirma-
ción de Herskovits -El Hombre y sus obras- de que en las «sociedades primiti-
vas» no hubo arte por el arte).

En este esquema cuentan los elementos formales o motivos, las relaciones entre las
formas o elementos formales, las diferentes formas en que se combinan los elementos
y las cualidades sobre las que descansa la expresión. Pero su dimensión más importan-
te es la de portar significado y de valorar de algún modo específico el material sobre
el cual se ha trabajado hasta volverlo algo diferente de la utilidad (por ejemplo de su
relevante carácter comunicativo). Añade que todo cambio de estilo (es decir, el enfo-
que con que se estudia habitualmente el arte) equivale a un cambio cultural profundo
ya que los estilos son «estables».
Sin embargo, en 1993, apareció un volumen, editado por Lorblanchet y Bahn
que daba a conocer los trabajos presentados en un simposio celebrado en el Segun-
do Congreso de la AURA en Cairns (Australia); en él se daba por iniciada la era
post-estilítica, entendiendo por tal la llegada a escena de los nuevos métodos de
datación del arte –que vendrían a reemplazar al uso cronológico de los estilos- y el
albor de una crítica profunda a la manera de cómo los estilos habían sido elaborados
y utilizados como indicadores cronológicos en Europa y en Australia (Lorblanchet
y Bahn, 1993). Si bien su lectura no obliteró ni la existencia de los estilos como
referentes para describir el arte rupestre ni la tarea de seguir proponiéndolos en los

66
Arte del centro-oeste argentino: Sierra de Comechingones Sur

estudios regionales, provocó una reflexión seria sobre ellos y sobre el análisis del
arte arqueológico en general.
Para la investigación del arte rupestre sólo cabe una visión de conjunto que inten-
te dar una caracterización a estos problemas: cada signo ¿a qué se opone?, ¡con cuál se
combina?, ¿con cuál se complementa? El primero y el tercero son problemas gráficos
y semánticos, el segundo es uno gráfico. Dilucidarlos implica proponer algún camino
de análisis, descubrir nuevos problemas y avanzar sustantivamente en ellos. Mientras
lo primero compromete un esfuerzo por definir sus dimensiones heurísticas, lo último
se vincula, más bien, con la capacidad para interpretar los registros y trascenderlos.
El arte rupestre, resulta así en un tesoro de imágenes y un documento ideológico
de primer orden para entender a las sociedades antiguas -en nuestro caso- de la Argen-
tina Mediterránea. La condición, de acuerdo con nuestra perspectiva, de cumplir con
estos criterios en su estudio: comprensión, distinción, definición, sistematización y
criticidad.
El estilo, como herramienta de análisis, responde a tres preguntas: 1. ¿qué se ve?,
2. ¿cómo está organizado lo que se ve? y 3. ¿por qué se ve lo que se ve? (es decir, ¿qué
causas han originado lo que se ve?). En este último caso, nuestros supuestos de inves-
tigación adjudican las mismas a estos órdenes de causalidad:

§ Acumulación de actos de dibujo (pintura o grabado),


§ Repetición ritual de una ideología,
§ Relictos sucesivos y autónomos de arte o de ideología.

La organización de estos actos o de esta ideología puede ser alta o baja en la


medida en que todos o buena parte de los dibujos estén combinados o conectados
entre sí y baja si los dibujos son autónomos y variantes, separados en tiempo y espa-
cio. De todas maneras no siempre se puede aplicar esta apreciación al heterogéneo
conjunto de registros rupestres. El estilo será el instrumento que permitirá descubrir la
coherencia de la ideología rupestre (o manifestada por los diseños rupestres) o, lo que
para nosotros es lo mismo, el sistema de pensamiento y de acción que llevó a los seres
humanos a pintar o grabar signos (herméticos, esotéricos, espectaculares) en las pare-
des o pisos de roca.
La formulación de estilos es un esfuerzo de interpretación realizado casi ininte-
rrumpidamente por los estudiosos desde que Henri Breuil los formulara, en 1934, para
el arte rupestre de Europa Occidental (Breuil, 1934 y 1952). En términos generales, se
basa en la búsqueda de similaridades por contenido (es decir, eligiendo un cierto
inventario de figuras o signos), por asociación de elementos particulares dentro de un
inventario, por posición (del animal, de sus orejas, patas, etc.) y por técnicas usadas
(Cf. Sieveking (1993:27)4.
Los fundamentos estéticos o ideológicos debieran derivarse de los paneles pinta-
dos o grabados en sí mismos. Sin embargo, existe un cierto consenso sobre que la
estética no es sino uno de sus efectos no buscados. Si son bellos será solamente
porque nosotros admitimos en nuestra subjetividad, como observadores, esta cuali-

67
Ana María Rocchietti

dad. Pero no es demostrable la intención por lo bello por parte de sus autores. Lo
mismo podríamos afirmarlo en relación con la emoción (el miedo, el vínculo con lo
desconocido, el sentimiento primario de lograr comida para sobrevivir, la promesa
ambigua de gobernar el cosmos a través de las ceremonias, etc.). La investigación
arqueológica, si bien la invoca, no se compromete con el valor espiritual y trascen-
dente de los signos. No penetra en el «alma primitiva» de la que hablaba Lucien Lévi-
Bruhl más que para contornearla.
Asimismo, el arte rupestre implica que existió una comunidad de comunicación
(una antigua y ancestral colectividad de gente, viva y muerta, para la cual esos signos
tenían un preciso y especial significado). Si no fuera por los estudios de estilo, ella
permanecería en la esfera conjetural.
El arte rupestre sugiere la expresión ideológica. La ideología tiene una larga trayec-
toria como concepto y una gran discusión teórica por detrás. Las más sobresalientes son:

§ la ideología es cosmovisión (cómo está organizado el Universo) o cosmogonía


(cómo se originó el Universo), conciencia contemplativa,
§ la ideología es sinónimo de simbolización, de proceso de construcción de
significados,
§ la ideología es un conjunto de significados elaborados (anónimamente o por
un autor conocido) con el propósito de luchar contra otros significados y
expresa la lucha política y material en cualquier sociedad entre grupos, secto-
res, clases o estamentos,
§ la ideología es una máscara, una trama de símbolos que oculta la realidad (o lo
que sería aquello que verdaderamente sucede),
§ la ideología es parte de la cultura (y ésta está constituida por las prácticas y
símbolos dependientes de la tradicionalidad),
§ la ideología es toda la cultura (Barthés, 1982, Ricoeur, 1989; Therborn, 1987;
Eagleton, 2003).

El arte rupestre es también pensamiento, si entendemos a éste como la capacidad para


formular conceptos y una cierta forma desorganización de la subjetividad. Al respecto
quedará en las sombras si ella actuó en estados de conciencia alterados (shamanismo y uso
de plantas sagradas para obtenerlos). Pero no podemos evitar a ludir a esta posibilidad.
Decir qué es no equivale a explicar, especialmente en arqueología. Quizá cual-
quier intento de abordaje de las manifestaciones rupestres (y mucho más que los
íconos de la decoración cerámica o textilera porque éstos se complementan con una
funcionalidad existente, concreta) podría resumirse de esta manera:

§ ¿cuál es la imaginación de lo imaginario?


§ ¿qué dice el pensamiento rupestre?
§ ¿es pertinente la empresa desde la arqueología, con sus métodos y con sus
ventajas y límites?

68
Arte del centro-oeste argentino: Sierra de Comechingones Sur

II. Una región rupestre


En el centro-oeste de la Argentina existe una región singular formada por montañas
antiguas cuya enorme extensión y dispar jurisdicción política es denominada Sierras
Pampeanas. Tiene un común una característica: configuran un paisaje granítico típico,
es decir, un ámbito de rocas cristalinas formadas por cuarzo, feldespato, micas y otros
minerales con menor abundancia, cruzadas por filones y diques de cuarzo y con colores
que van desde el gris puro al gris rosado. Ellas poseen formas redondeadas, con oqueda-
des de variada profundidad; alojan helechos, musgos, hierbas olorosas y espinillos que
florecen al llegar el verano. A veces se extienden amplias explanadas de roca desnuda
con algunos cactus y pastos que crecen en el escaso sedimento de sus partes más cónca-
vas. No son montañas excesivamente altas y testimonian el basamento precámbrico de
la América del Sur. En general es una tierra feraz hacia oriente donde se encuentran las
pampas y seca hacia occidente, en dirección de los Andes.
Allí vivieron de manera autónoma los indígenas desde tiempos y con una identi-
dad social que no nos es conocida suficientemente todavía hasta la invasión españo-
la. Este trabajo está destinado a sintetizar muchos años de investigación en uno de los
«bordes» de ese espacio: la Sierra de Comechingones Sur, en la Provincia de Córdoba.
El arte al que nos referimos se encuentra a relativamente pocos kilómetros de la
ciudad de Río Cuarto.
La comarca tiene valles y montes relativamente bajos (ya que apenas alcanzan los
1800 metros sobre el nivel del mar), constituidos por granitos y esquistos, filones y cante-
ras de cuarzo o marmolina y -sobre todo- secciones graníticas extensas y significativas,
configurando un paisaje litológico derivado de las formas redondeadas de esa roca ígnea,
grisácea y lábil a la acción del agua. La Sierra se despliega en sentido meridiano; los
bloques se estrechan en dirección norte-sur. La cubren isletas de monte xerófilo y de
pajonales densos allí donde la agricultura o la ganadería han sentado sus reales desde el
siglo XVI. El monte es un bosque que ha sido climáxico en el pasado y hoy esta disminui-
do por la tala y por su sustitución por especies extranjeras. Numerosos arroyos y arroyitos
bajan desde la altura pero son de régimen irregular; sus cauces se colman en primavera y
verano y en el resto del año lucen secos, arenosos o limosos o con torrenteras relativamen-
te extensas de rodados. Todo ese país fue habitado por los indígenas en distintos momen-
tos de la historia: por todas partes hay sitios con materiales arqueológicos. Allí, la produc-
tividad del ambiente tiene correlato en la productividad humana.
La dinámica demográfica debió estar relacionada con la habitabilidad de la Sierra.
No se trató de un paisaje hostil sino, por lo contrario, pródigo; por lo menos, durante
el Holoceno medio y tardío En él, los sitios rupestres brindan una arqueología de
imágenes. No parece haber existido obstáculos a la vida humana en estos parajes de
valle y abras rellenados con material detrítico, salpicados de espinillos, romerales,
árboles de porte y forraje natural para los guanacos que fueron pintados en las paredes
de piedra de sus refugios naturales. La entrada de los españoles a la tierra montañosa
de la Argentina mediterránea causó tal efecto sobre los indígenas que vivían en ella
que los pintaron en su notable arte rupestre.
Es así como el arte rupestre, en Córdoba, muestra una iconografía fiel al género de
vida y a la historia de sus parajes. Los hombres montados a caballo expresan el final, el
repertorio tardío de esta producción de imágenes que debe haber durado muchos siglos

69
Ana María Rocchietti

y que se encuentra, hoy, dispersa en aleros y refugios de roca en esta montañas viejas, de
perfil redondeado y cubiertas (hasta cierta altura) por un monte abigarrado de algarrobo,
chañar y espinillo. Los valles suaves, originados en la orogenia profunda de sus bloques
inclinados y aflorantes, albergan dibujos (pintados y grabados) realizados por grupos
humanos que habitaron la región, mucho antes de la invasión española que acabamos
de describir. Es posible que muchas hayan sido realizadas por los indios Comechingones,
nombre que les dieran los españoles, pero otras pueden haber deberse a la creación de
una ignota identidad etnohistórica para nosotros. Es probable que vinieran realizándo-
se desde alrededor del comienzo de la era cristiana y que tuvieran influencias –en sus
motivos y temas- de las sociedades que vivían en las áreas geográficas aledañas. La
convención gráfica que estudiamos es, entonces, resultado de la originalidad rupestre
de esta región así como de muchos elementos de variación que impusieran en ella el
noroeste argentino y pampa-patagonia. En la región que estudiamos, la fecha de octubre
de 1573 debe haber constituido el tiempo casi final de la manifestación rupestre. Se
interrumpieron los temas tradicionales (los animales, la caza, los signos herméticos), se
dibujaron en algunos lugares de la sierra hombres a caballo5 y, finalmente, todo termi-
nó6. Mucho más impreciso es intentar establecer sus comienzos.
Las características de un sitio rupestre dependen del paisaje de roca en el que fue
seleccionado para ser pintado o grabado. Puede tratarse de aleros o abrigos (refugios
de poca profundidad, cuya génesis debe ser atribuida a la acción del agua y del
viento) o cavernas o grutas de origen geológico y geomorfológico mucho más com-
plejo. Pueden yacer solitarios o formar parte de un conjunto solidario de sitios. Pue-
den estar ocultos o aparecer simplemente a la mano de una recorrida cuidadosa. Lo
cierto es que el arte rupestre no fue hecho para ser mirado pero sus grados de accesibi-
lidad son bastante variables. Si fue un arte secreto o esotérico no siempre este carácter
obligó a realizarlo en lugares inaccesibles. Sin embargo sus imágenes suelen tener
una relación, remota o próxima, con la luz exterior y con la penetración de la luz en la
intimidad de la oquedad. Como los dibujos que ellos contienen son significantes,
podemos considerarlos espacios semióticos: espacios en los que los indígenas deja-
ron signos con su ideología, su lenguaje gráfico y su cosmovisión.
Vemos así que su simple distribución en el espacio no basta para agotar su proceso
de significación sino que -quizá a diferencia de los que ocurre con los yacimientos
arqueológicos corrientes- ella solamente abre una de las dimensiones de su compleji-
dad. Sin embargo, de las tres líneas de definición de sitio que hemos consignado
antes, tomaremos la primera de ellas (la idea de que existe una materialidad arqueoló-
gica que se distribuye en forma discontinua en toda una región) y la aplicaremos para
fundamentar nuestra proposición sobre el arte rupestre -investigado
arqueológicamente- como una formación arqueológica.
Es así, entonces, que en un paisaje -en este caso el de Comechingones- no solamente
encontraríamos sitios arqueológicos con sus depósitos sedimentarios y artefactuales
sino, asimismo, un régimen de imágenes con su dispersión espacial tan elocuente como
la de los primeros. Las síntesis espaciales permiten verificar cuánto se ha progresado en
la ampliación documental y cuánto en la interpretación de los diseños rupestres. Ellas
son mucho más que una sumatoria de yacimientos arqueológicos.
Los sitios de nuestra región exhiben dos tipos de geoformas: aleros (llamados tam-
bién abrigos o casas de piedra entre los pobladores actuales) y taffoni (designados por

70
Arte del centro-oeste argentino: Sierra de Comechingones Sur

los geólogos con esta expresión italiana) o piedras bola (nombre que usan los lugare-
ños). Tienen orígenes diferentes. Los taffoni son específicos de los países con paisajes
graníticos; los aleros, no. En este tipo de ambientes litológicos no suele haber cuevas.
Los taffoni son grandes «bochas» graníticas, geoformas muy típicas pero no excesi-
vamente frecuentes, formadas por denudación hídrica en el seno de extensos batolitos.
Su superficie externa es muy lisa o casi, sub-esférica, producida por un efecto caracterís-
tico de erosión en hojas de cebolla o catafilar. En su interior siempre existe una oque-
dad -también lisa y netamente cóncava- que a veces posee nichos o superficies cóncavas
menores. En ese interior se aloja, casi inevitablemente, el arte. Es evidente que los
taffoni han sido objeto de especial atención por reunir misterio de la forma y rareza en la
montaña. Los geólogos suponen que estas geoformas existen en el interior de la forma-
ción batolítica, bajo sedimentos de edad posterior los cuales deben haber sido
erosionados. Su ambiente interior es generalmente muy oscuro porque la apertura que
sirve de entrada es muy baja (a veces sólo admite que se ingrese agachándose o en
posición decúbito ventral). La cavidad interior suele estar desnuda de sedimentos y ella
ha crecido -en el tiempo geológico- a expensas de su masa por meteorización y por
erosión hídrica. De ésta última hay evidencias por chorreos negros (ya que arrastran
minerales propios de la descomposición de la roca). Helechos o hierbas suelen vivir a su
amparo cuando se forma alguna pequeña capa de tierra llevada por el viento o
desagregada de la descomposición de los feldespatos o plagioclasas que constituyen la
trama mineral del granito A su alrededor puede haber algunos árboles de porte, espinillos
o pastizal. Suelen aparecer solitarios en el paisaje y son bien visibles como geoforma.
Los aleros, en cambio, son rocas cuyos bloques -por lo común- de formas
paralelepípedas irregulares, sobrepuestos o partidos, delimitan espacios fuera de la
intemperie (uno solo o varios). Su evolución como geoforma empezó en el frente de
erosión, una «visera» que se encuentra a altura variable, de extensión y grosor tam-
bién variable. Los aleros poseen diaclasas y fisuras, es decir, grietas producidas por las
diferencias térmicas y por la erosión hídrica; algunas tienen mucha longitud y anchu-
ra volviéndose verdaderos ejes arquitectónicos de la geoforma y vectores de su evolu-
ción futura. El interior puede ser una cavidad grande o pequeña –brindando mucha o
poca protección- que recibe, generalmente, bastante luz. Las paredes y techos, así
demarcados, tienen planos que describen superficies poco cóncavos en los que apare-
cen los dibujos. También tienen bloques caídos, regolito suelto que proviene de la
descomposición del techo y depósitos sedimentarios no demasiado potentes ya que
no exceden el medio metro de profundidad, por debajo de los cuales se encuentra
regolito y granito desnudo. Éste, a veces, se extiende por afuera del alero, especial-
mente cuando éste forma parte de un conjunto disperso sobre el batolito aflorante;
otras, el terreno por fuera del refugio de roca, se desarrolla en talud siguiendo la
topografía general o cayendo hacia un arroyo y en él crece el monte ocultando la
entrada y- en no pocos casos- el alero mismo.
Tanto en los taffoni como en los aleros se puede identificar una arqueología de
suelo, es decir, sus depósitos arqueológicos con distintos tipos de restos: artefactos
líticos y cerámica en mayor proporción y restos óseos en pronunciado grado de frag-
mentación; extraordinariamente algún objeto de significación especial como las
estatuillas modeladas en arcilla y cocidas o, asimismo, restos correspondientes a ocu-
paciones criollas7 y modernas. En los sitios de piedra bola, esos depósitos se encuen-

71
Ana María Rocchietti

tran en su adyacencia inmediata, contenidos en una matriz de naturaleza húmica y, en


casi todos los casos aflorando en superficie; en los aleros se encuentran tanto en su
interior como en el terreno contiguo denotando el carácter de habitat -transitorio o
permanente- que tuvieron e suelen incluir en bajo su abrigo o fuera de él morteros
fijos, horadados en la piedra de cualquiera de sus bloques. Zorros o pumas suelen
refugiarse en su interior; vacas y chivos tienen acceso fácil y no es raro que alguno
quede atrapado en la parte más profunda por lo cual los pobladores (capataces de
estancia, peones) colocan rocas, pircados, para obturar estas trampas inesperadas para
su ganado añadiendo elementos a la arquitectura humana de ellos.
Cuando un alero o piedra bola guarda arte indígena también, entonces, se constata
una arqueología de pared: de los pigmentos, de los diseños rupestres, de sus
superposiciones, de los soportes en que fueron realizados, de los colores y formas de
los planos elegidos, los fantasmas de pintura, los graffiti antiguos y modernos, las
roturas vandálicas, y los líquenes y musgos que suele alojar, las fisuras y microfisuras,
las líneas y superficies de chorreo, las marcas de humedad, los panales de avispas, el
polvo repartido en su superficie, su posición en el espacio –horizontal, vertical, incli-
nada, las partes cubiertas por sedimentos, los bloques desprendidos, etc.
El modelo analítico para una y otra no es el mismo ya que desarrolla algoritmos
diferenciados. La arqueología de suelo procede a realizar registros estratigráficos,
tipológicos, muestrales distribucionales de distinta extensión (calicatas en algunos
casos o excavaciones amplias en otros). La arqueología de pared rupestre es –todavía-
imprecisa en términos de técnicas de registro y de unificación sistematizada de las
variables a observar; los informes y artículos publicados generalmente no la consigna
porque no nos dicen casi nada acerca de su propia topografía (es decir, sobre sus
accidentes en la roca, sobre el desarrollo de sus planos, sobre las superposiciones
totales o parciales de dibujos, etc.), sobre las características de la roca que está dibu-
jada, sobre sus transformaciones y sobre sus propiedades como soporte. A veces, las
monografías se focalizan e informan sobre los paneles de arte completos o sólo comu-
nican sus signos más elocuentes con fines comparativos.
Las dificultades inherentes a cada una de estas arqueologías y el tipo de información
que fijan parecen bifurcar sus destinos. Muchos informes incluyen a ambas, otros las
separan y, por fin, los más netamente rupestres sólo consignan la arqueología de los signos
pintados y grabados. Los investigadores del arte tienen la convicción que la correlación
entre una y otra debiera ser demostrada con algún grado de probabilidad; la conexión más
segura es cuando se encuentran bloques pintados desprendidos y enterrados en los depó-
sitos internos a los sitios rupestres o cuando se encuentran trozos de la materia prima que
se usó para fabricar los pigmentos en la estratigrafía del sitio. No es frecuente que esto
ocurra. Cuando esta correlación se verifica, estamos ante una interacción heurística entre
arqueología de suelo y arqueología de pared que nos informa sobre el género de vida de
las sociedades indígenas serranas tanto como sobre su ideología. Si ésta no tuvo lugar y no
podemos garantizar esa correspondencia, la arqueología de pared adquiere autonomía, se
lleva a cabo por sí misma aún cuando elecciones personales de los investigadores pueden
conducir al mismo resultado haciendo del registro rupestre una rupestrología que hace
mención a la arqueología de suelo solamente para adjudicar al arte una cronología y una
adscripción cultural. Este trabajo toma este último camino, no porque desdeñe la informa-
ción de los depósitos -que de todas maneras se describen- sino por la convicción de que el
arte merece un tratamiento irreductible por su carácter de imaginario social y por sus

72
Arte del centro-oeste argentino: Sierra de Comechingones Sur

valores ideológicos, rituales y estéticos.


Usamos el término formación arqueológica para connotar los depósitos arqueológi-
cos de una cultura material que se distribuye en una geografía definida, que es proceso y,
a la vez, resultado de una acción humana, social y natural, destacando el movimiento y la
variación en la constitución de las propiedades específicas de los restos arqueológicos así
como la posibilidad de ordenar los datos en un modelo n-dimensional de sitio arqueoló-
gico (Rocchieti, 2004). En la práctica de campo realizada en una región se suelen identi-
ficar una o más formaciones de este tipo: el concepto alude a tipos de asociación sistemá-
tica entre restos artefactuales y no artefactuales verificados en distintos sitios arqueológi-
cos, a posición y relaciones estratigráficas y a parámetros de iniciación, duración y extin-
ción de la misma. Está inspirado en las formaciones geológicas y en los bioestratos de la
paleontología y lo consideramos útil para expresar el «espesor» concreto que ha dejado la
vida humana en los estratos de la tierra. En el caso del arte rupestre, abarcado
descriptivamente como formación arqueológica, esta síntesis está conformada por su ar-
queología de pared (a veces complementada con la de suelo), esto es, la arqueología de los
signos, de los colores, de la roca, de los vectores de transformación.
Es que la investigación rupestre habrá de enfrentarse con un verdadero desideratum:
su carácter doble: relicto material y material significante, situación que es inédita en la
historia del arte y de la comunicación humana. El primero es tangible, el segundo intangi-
ble pero absolutamente interdependientes porque no sólo el primero es condición de
requisito para el segundo (si desaparece, definitivamente desaparece la actuación que
estudiamos como signo) sino porque constituye también al segundo en el plano de la
significación haciendo casi imposible discernir entre lo que es signo y lo que no lo es ya
que, recordemos, el uso de determinado panel de roca, de un nicho en un techo, el acceso
de luz y los efectos que ella provoca en términos de visibilidad ritual, el color del soporte
y los colores de realización de los signos, su forma, todo confluye para volverse signo aún
cuando su naturaleza objetiva –desde otra perspectiva- sea «no sígnica».
En definitiva, poner el centro de los estudios en el arte por sí mismo, en el arte y en
la base tangible de su carácter como formación arqueológica, en ambos a la vez o en
la arqueología del arte junto a la arqueología de los depósitos de sitio, no deja de ser
una elección –muchas veces enteramente personal y no siempre fundamentada- que
podemos constatar en el campo disciplinario propio tanto como en el de las discipli-
nas que también lo toman como objeto de investigación (especialmente, la historia
del arte, la filosofía y la estética). Las referencias a la arqueología artefactual y de
residuos de las actividades económicas y domésticas de los grupos humanos que lo
produjeron es habitual a veces con la misma intensidad que el análisis del arte, a veces
subordinado a su registro; y lo inverso también ocurre y, como ya lo señaláramos más
arriba, el estudio o la mención del arte ocurre como un complemento del trabajo sobre
la arqueología de sitio. Examinar su configuración ideológica bajo la perspectiva
territorial y asimismo como formación arqueológica sensu estricto es consecuencia de
los itinerarios de la arqueología contemporánea, particularmente, aquella que destaca
como fundamental la espacialidad y las n-transformaciones del registro. Desde nues-
tra forma de ver estas cuestiones, consideramos que la categoría de estilo podría ex-
presar la síntesis del arte entre ideología y formación arqueológica, problemática que
desarrollaremos en el capítulo correspondiente asumiendo que clasificar y sistemati-
zar es ya interpretar (Rocchietti, 1984).

73
Ana María Rocchietti

Las fuentes de información rupestre: los sitios rupestres8


Sea por un impulso de juego, por un acto de comunicación o-lo más probable- por
una necesidad de dominar mágicamente el mundo de los animales y de las cosas,
pintaron o grabaron signos en las paredes o en los techos de roca. El caso más frecuen-
te es aquél en el que diseñaron animales con características muy propias en el desarro-
llo de las imágenes, particularmente las del movimiento. En otros casos dibujaron un
repertorio muy amplio de signos geométricos. Mientras que los conjuntos de anima-
les reproducen detalles de anatomía y de conducta de las especies que les eran fami-
liares, los conjuntos de poligonales son particularmente enigmáticos y las más de las
veces aparecen juntas haciendo que evoquemos rituales propiciatorios de caza o de
reproducción. Pero también, este arte exhibe figuras humanas con características de
bosquejo sumario del cuerpo y, en pocos casos con vestidos y adornos. Las figuras
humanas y de animales están pintadas generalmente en blanco, las figuras geométricas
suelen mostrar los colores blanco, ocre y rojo. El inventario de sitios, con su geoforma
de base, es el siguiente:

Cerro Intihuasi – Alero 1 alero


Cerro Intihuasi – Alero 2 alero
Cerro Intihuasi – Alero 3 alero
Cerro Intihuasi – Alero 4 alero
Cerro Intihuasi – Alero 5 alero
Cerro Intihuasi – Alero Mayor alero
Cerro Intihuasi – Alero de la Máscara alero
Cerro Intihuasi – Alero de los ñandúes alero
Cerro Intihuasi – Alero del Norte alero
Cerro Intihuasi - Alero de la Explanada de la Coral alero
Cerro Intihuasi - Aero 1 del Abra Chica taffoni
Cerro Intihuasi – Alero 2 del Abra Chica taffoni
Cerro Intihuasi – Alero del Oeste alero
Bocha Gaumet taffoni
La Barranquita – El Zaino 1 alero

La Barranquita - El Zaino 2 alero


La Barranquita – El Zaino 3 alero
La Barranquita – El Zaino 4 alero
India Muerta – Sierra Grande 1 alero
India Muerta – Sierra Grande 2 alero
India Muerta – Sierra Grande 3 Bloque irregular
Tapera Los Cocos taffoni
El Toldo alero
Los Nogales – Casa de Piedra 1 alero
74
Los Nogales – Casa de Piedra 2 alero
Achiras – Piedra del Águila 8 alero
Achiras – El Ojito alero
Las Lajas - Chorro de Borja bloque
El Pantanillo – Alero Irusta alero
El Pantanillo – Bocha Irusta taffoni
Arroyo La Cruz – La Cruz 1 alero
La Barranquita - El Zaino 2 alero
La Barranquita – El Zaino 3 alero
La Barranquita – El Zaino 4 alero
India Muerta Arte
– Sierra Grande 1 Ana
del centro-oeste argentino:
María Rocchietti
Sierra de Comechingones Sur alero
India Muerta – Sierra Grande 2 alero
India Muerta – Sierra Grande 3 Bloque irregular
Tapera Los Cocos taffoni
El Toldo alero
Los Nogales – Casa de Piedra 1 alero
Los Nogales – Casa de Piedra 2 alero
Achiras – Piedra del Águila 8 alero
Achiras – El Ojito alero
Las Lajas - Chorro de Borja bloque
El Pantanillo – Alero Irusta alero
El Pantanillo – Bocha Irusta taffoni
Arroyo La Cruz – La Cruz 1 alero
Cerro Suco - Suco cueva

La región rupestre
El paisaje serrano y los aleros con arte rupestre delimitan una región: la que surge de
los intercambios entre el hombre y la naturaleza que lo rodea, en este caso ceremoniales,
simbólicos y estéticos. Poco queda en la geografía actual del pasado antiguo: los campos
han sido dedicados a agricultura y a la ganadería, el monte que se deslizaba desde las
cuestas hasta el borde de la llanura cordobesa fue talado y rutas de asfalto la cruzan hacia
el oeste y hacia el sur. Los sitios arqueológicos resguardan esas manifestaciones de las
sociedades autóctonas y alojan a sus mundos, imaginarios y reales. Ese universo de comu-
nicación, de imágenes y de roca es el que sintetizamos bajo el concepto de región rupestre.
En ella uno o varios estilos expresan un universo gráfico y convencional.
La descripción del ambiente litológico dominado por la roca de granito nos ofrece las
bases materiales para entender las pinturas y grabados rupestres de la Sierra de
Comechingones. El fenómeno rupestre posee, simultáneamente, otras dimensiones: las
que se desenvuelven a partir de la interacción entre litología, vegetación, aguas corrien-
tes, movilidad del viento, visibilidad de las vecindades del sitio rupestre, juegos de luces
y de sombras, sonidos y olores característicos. El paisaje rupestre debió ofrecer una co-
nexión entre los aspectos no sígnicos del arte que es crucial para sintetizar las caracterís-
ticas semióticas y no semióticas, arqueológicas y no arqueológicas del sitio en tanto
sistema unificado de elementos y de relaciones entre ellos, en el pasado y en el presente.
Siendo el paisaje una construcción social, tanto de carácter material como de carácter
imaginario, ofrece un dominio de investigación en términos escenográficos y semióticos.
Por lo tanto, el «monte» como paisaje rupestre sintetiza el carácter del arte que encontra-
mos en él. El estudio de esta dimensión de la síntesis rupestre exigiría efectuar un procesa-
miento de la información basado en cinco criterios, teniendo en cuenta que el concepto de
paisaje no puede ser aprehendido sólo desde un concepto singular:

a. circunscripción espacial del fenómeno rupestre,


b. establecimiento de los agrupamientos de sitios (o en su defecto, su dispersión
y aislamiento),

75
Ana María Rocchietti

c. exclusividad en el uso de medio-ambientes,


d. conexiones en espacio y tiempo (similitud entre diseños y correlación
cronológica) y, por último
e. Inter.-visibilidad de los sitios.

La cuestión temporal
El ordenamiento de los registros dentro de un panorama general de continuidad,
constatable en la expresión espacial y en la carencia de diferencias apreciables que
permitan un diagnóstico particularizado de diacronía, requiere una discusión sobre la
variabilidad de sitios presentes en ese sector de la Provincia.
Sea que represente distribución funcional o serie diacrónica, en todo caso ilustra un
pattern estabilizado en el cual podría establecerse casos de largo término (como podría
serlo Casa de Piedra, un sitio al aire libre con un importante número de puntas de
proyectil y artefactos molienda) y de corto término (como Piedra del Águila, un cerro
con trece sitios – paraderos con gran cantidad de raspadores nucleiformes y material de
talla, puntas de proyectil y preformas). Lo que resalta, en todos los casos, es la naturaleza
aleatoria de las distribuciones internas de sitio, con pocas excepciones.
Dados los fechados9 de que disponemos podría proponerse una secuencia del
siguiente tipo para usar en la referencia temporal del arte rupestre (aunque no necesa-
riamente su adscripción arqueológica la cual no es segura salvo en un solo caso):

750 AP Chorro de Borja (ChB)


780 AP Casa Pintada (IW)
1500 AP Chañar de Tío (ChT)
1700 AP Abra Chica (INW El Ojito (?) Casa de Piedra (?) (por set de artefactos)
1940 AP Piedra del Águila (PA8)
2840 AP El Zaino 2 - La Barranquita (LB)

El continuum del proceso histórico regional en el ámbito indígena debe tener un


significado más amplio que la adaptación eficiente puesto que las variantes ambien-
tales durante el Holoceno tardío no parecen haber sido extremas. La arqueología de
suelo de brindó estos fechados definen un rango de duración. Sabemos, ya lo hemos
dicho, que debe haber terminado hacia 1573 o poco después.

Los signos rupestres


Llegados a este punto, podemos presentar la hipótesis fundamental de este trabajo
ya que consideramos que los conjuntos rupestres de la Sierra de Comechingones
permiten advertir una organización visual que se basa en algunas pocas reglas de
diseño. Reglas que sintetizan la coherencia sostenida, perdurable, de la organización
de las imágenes rupestres:

76
Arte del centro-oeste argentino: Sierra de Comechingones Sur

a. El tema general es la fauna, en movimiento10,


b. su lógica que expresa la idea de captura de animales, transitando
iconográficamente desde la representación completa de los animales hasta la
huella de su pata,
c. la imagen humana se dibujó siempre como si estuviera «flotando» en el espa-
cio, pocas veces con partes sexuales, adornos o vestimenta,
d. color derivado del blanco (con matices debido a su transformación por acción
meteórica sobre el pigmento) y, en menor medida, el rojo, el amarillo-ocre y el negro,
e. elección de texturas (es decir, de roca de base), equi-granulares11 en planos
cóncavos o alabeados12.

Estimamos que es posible articular el arte rupestre con su mundo ambiental y social de
manera sintética (aún cuando hubiera entre arte, ambiente y sociedad aspectos contradic-
torios). En principio, cada sitio rupestre posee la autonomía combinatoria de los signos
básicos pero, al mismo tiempo, documenta variación y apartamiento de la «norma» de su
código. La colección de sitios muestra siempre (con mayor o con menor intensidad):

a. similitudes fundamentales entre sitios rupestres, las que ilustran, para noso-
tros, la duración del modelo icónico en el tiempo así como de las corrientes
estilísticas (Gradin, 1999:91) que sostuvieron en sus tradiciones, y
b. variación de «fondo» entre ellos, verificándose ya sea, en los casos en que
aparecen signos únicos, ya sea en los que se verifican modificaciones de com-
binación o en las clases y gamas de colores (Rocchietti, 2000).

Si la variación de fondo no afecta en forma drástica la coherencia de las similitu-


des fundamentales, entonces puede esperarse que las instituciones históricas que la
sostuvieron (y su conciencia social productora) no deban haberse transformado. A la
inversa, si ello ocurre, puede tratarse de su colapso, de su reemplazo o de la experi-
mentación con formas, colores y temas nuevos.

Conclusiones
El arte rupestre es una producción polidimensional y polisémica -allí donde se
verificare- por lo cual cualquier esfuerzo por aprehenderla habrá de acudir a los con-
ceptos que ofrecen las disciplinas sociales. Su naturaleza simbólica y ritual escapa a
los determinismos y ofrece una alternativa metafísica en los sistemas simbólicos con
los que opera el pensamiento humano.

Notas
1
En la Cordillera de Kimberley, en el noroeste de Australia, todavía en la actualidad los aborí-
genes pintan las wandjinas, de un tamaño notable porque pueden alcanzar unos seis metros.
Ellas representan rostros blancos y sin boca, rodeadas de uno o dos semicírculos en forma de
herradura, con líneas irradiadas por el símbolo exterior. Ellos creen que en los primeros días

77
Ana María Rocchietti

del mundo, cada wandjina (de los que había muchos) creó la topografía de una zona determi-
nada y, una vez terminada la tarea, se transformó en una serpiente mítica y se refugió en un
charco cercano. Pero, al hacerlo, dejó una imagen en una pintura rupestre, en un refugio
rocoso, y ordenó que antes de que diera comienzo a cada estación de los monzones, los
hombres tenían que renovarla. La renovación de las wandjina no solamente da comienzo a las
lluvias (porque después viene la época calurosa y seca) sino que es garantía de fecundidad de
los animales, y de los vegetales. El incumplimiento de este mandato acarrearía la sequía y el
hambre. Cuando las pinturas de las cuevas se vuelven borrosas, el wandjina desaparece
llevándose consigo la lluvia y la fertilidad (Cf. Mountford, 1964:12-13).
2
Esta expresión la usó Claude Lévi Strauss para describir las estructuras que subyacen a
los mitos.
3
Jacques Lacan decía que lo Real, para el hombre, es aquello que no puede ser simbolizado.
Las respuestas a ambos interrogantes –por ser cruciales pero inhallables- para la humani-
dad sólo pueden consistir en absolutos símbolos.
4
Esta autora señala que es frecuente el error de confundir contenido con estilo y que los
atributos estilísticos son los que tienen similaridades con otros.
5
En la localidad de Cerro Colorado, en el extremo norte de la Provincia, verdaderas batallas
entre indios y españoles.
6
Seguramente no dejaron de producirse paneles rupestres de inmediato -porque una creen-
cia no se esfuma así porque sí- pero desde esa fecha era una práctica condenada a
desaparecer, por herejía o porque el sentido de ese mundo había cambiado.
7
Muchos aleros fueron usados como una suerte de vivienda natural en la Provincia de
Córdoba porque la población rural pobre usaba los aleros como habitat permanente.
Nosotros mismos hemos recibido testimonios sobre familias conocidas en la zona de
Achiras cuyos bisabuelos y abuelos moraban en ellos y hemos observado su
implementación como galpones y como depósitos.
8
Un sitio rupestre es un lugar en el que los indígenas (habitantes de la región antes de la llegada
de los españoles) han dejado una expresión imaginativa de la realidad o de sus deseos de
realidad así como testimonios de la invasión que cambió su historia. Podemos considerarlos
espacios semióticos ya que los dibujos (pintados o grabados) poseen naturaleza significante.
9
Realizados en el Laboratorio de Radiocarbono y Tritio del Museo de Ciencias Naturales,
Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, Universidad Nacional de La Plata.
10
Es decir, corriendo, desplazándose alineadas, atacando. Su coherencia es muy grande, si
atendemos a su reiteración en casi todos los sitios enumerados.
11
El granito feldespático de los batolitos de Comechingones suele ofrecer algunas superfi-
cies con cristales de cuarzo y feldespato pequeños y de tamaño regular. Van acompañados
de micas blanca y negra que completan el brillo y la tonalidad gris-blancuzca de las
paredes interiores de los aleros.
12
El granito, al exfoliarse, deja oquedades convexas de fuerte curva; por eso, los planos en
que dibujaron describen una especie de cuenco o un plano cóncavo-convexo, aprovecha-
do para obtener más realismo de la figura.

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79
Ana María Rocchietti

Anexo de Imágenes

Mapa de Córdoba. Ubicación de la región rupestre.

Paisaje rupestre.

Paisaje rupestre típico.

80
Arte del centro-oeste argentino: Sierra de Comechingones Sur

Montaje de figuras de arte:


las leyendas son: Alero
Irusta /Campo Toledo /
Chorro de Borja /El Ojito /
Cáliz / Humanos del Alero
1 del Abra Chica (Intihuasi)
India Muerta / Camélidos
Figura Humana (Intihuasi)
huella de puma / El Zaino

81
82
Arqueología de la zona lacustre de Córdoba (N.E.).
Un contexto para armar
Marta Bonofiglio
Universidad Nacional de Córdoba. Museo Histórico Municipal de La Para
Contacto: marthama008@hotmail.com

1. Introducción
Las imágenes que sobre la Mar Chiquita nos transmite la bibliografía escrita du-
rante el siglo XX ocasionan desconcierto al lector que hoy ha visitado el espejo de
agua, sus costas y sus islas. Los mapas de entonces mostraban una laguna de diámetro
más reducido, casi la mitad de la actual, que se prolongaba hacia el Norte mediante
pequeñas lagunas relacionadas entre sí y rodeadas de bañados. Sus aguas poseían un
altísimo nivel de salinidad, la fauna piscícola era escasa, desde 1920 la economía se
basaba en el turismo, atraído por las cualidades medicinales de los barros, en la cría
del coipo, que abastecían a la industria peletera y alguna actividad agrícola incipien-
te. El imaginario colectivo asumía que las condiciones naturales podían retrotraerse
a centenares o miles de años, por lo que aceptaba que había sido escasamente poblada
por grupos aborígenes (Frenguelli y Aparicio, 1932; Outes, 1911).
Todavía hoy, la opinión de obras de circulación masiva repite la misma visión:

«Las bajas tecnologías no parecen conjugar con la posibilidad de densidades poblacionales


en su entorno […] los yacimientos poseen una cerámica pobre y mal cocida....» (Áreas
Naturales Protegidas. Agencia Córdoba Ambiente. La Voz del Interior, 2006).

Actualmente, a partir de los fenómenos hidrológicos acaecidos en los años ‘70, el paisaje
lacustre ha sufrido drásticas modificaciones. Precipitaciones superiores a las normales, en la
cuenca de captación de los ríos afluentes y los aportes de las aguas subterráneas, han provo-
cado cambios en los niveles de costa, en los porcentajes de salinidad de las aguas, en la fauna
ictícola, en la economía regional, perjudicada en gran parte por la pérdida de la superficie
edificada, y de extensiones considerables de los terrenos de cultivo.
Como contrapartida de estas consecuencias ecológicas, hoy está clasificada entre
una de las 10 lagunas de agua saladas más extensa del planeta, una «isla biológica»

83
Marta Bonofiglio

que conserva un alto porcentaje de sus condiciones naturales originales, poseedora de


humedales que representan riqueza y diversidad de especies.
Valorada por sus características, actualmente es objeto de investigaciones bioló-
gicas, geológica, arqueológicas. Sus sedimentos han sido motivo de análisis (Piovano,
et al., 2002, Piovano et al., 2004a y 2004b; Piovano, 2005), los que han permitido
reconstruir la historia del clima hasta un período superior a los 13.000 años AP y
efectuar reconstrucciones paleoclimáticas. De este modo conocemos «que la historia
hidrológica de la laguna se caracteriza por fluctuaciones en su nivel que son de
similar magnitud a las ocurridas durante el siglo XX» (Piovano, 2005). Este autor ha
logrado reconstruir la línea de escarpas que corresponden a una paleo- línea de costas,
coincidentes con el nivel de inundación actual (Piovano, 2006).
Infiere, en consecuencia, fases de alta humedad durante el Pleistoceno Tardío, repre-
sentadas por eventos transgresivos, separadas entre sí por largos períodos de sequía.
El último ciclo húmedo culmina en el 13.700 AP, cuando se inicia una fase regre-
siva. En el Holoceno se registran otros períodos de balances hídricos positivos y
transgresiones, interrumpidas hacia el 4200 A P por etapas de marcada sequía y nive-
les bajos. Estos niveles perduran hasta el último cuarto del siglo XX, caracterizado
por el exceso hídrico. Según Butzer (1989), dichos cambios corresponderían a anoma-
lías de largo plazo en la escala de variabilidad medioambiental por él definida, de
amplitud suficiente para traducirse en los registros arqueológicos. Este tipo de varia-
ciones incluyen oscilaciones repetidas durante los 10.000 años del Holoceno.
El sistema más sensible, en este caso es el hidrológico. Se trata de un tema comple-
jo, conformado por diferentes niveles de análisis como

«la relación entre el agua superficial y a) la infiltración b) las condiciones periódicas de


canales fluviales y las amplitudes y periodicidades de inundaciones. Estos cambios
afectan al equilibrio entre la formación del suelo y la erosión a través de las modificacio-
nes de los microclimas y de la cohesión del suelo, de la cobertura vegetal que retarda los
efectos erosivos de las gotas de lluvia y la abundancia y circulación de las aguas
superficiales o de la remoción de la capa de humus, de los corrimientos del suelo y de la
formación de cañadas» (Bucher et. al, 2006).

Las consecuencias de este proceso pueden ser la profundización de los lechos


fluviales o la formación de un sistema fluvial ramificado y sinuoso, favorable a la
deposición de sedimentos y morfologías aluvionales. Estas modificaciones cualitati-
vas perduran en tanto que los cambios cuantitativos afectan a las estructuras de mo-
saicos y a los ecotonos en particular.
Los cambios descriptos han afectado de distintas maneras a los depósitos arqueoló-
gicos y, por lo tanto al conocimiento del pasado prehistórico. Pensamos que nuestra
percepción del pasado está directamente relacionada con el estado de preservación del
registro material o arqueológico, según las pautas de procesos de formación implicadas,
existiendo un ruido (un problema a resolver) en dicho registro que debe ser extraído
antes de su interpretación en términos de conducta humana (García San Juan, 2004).
En este caso, ese ruido o problema está representado por las múltiples alteraciones que

84
Arqueología de la zona Lacustre de Córdoba (N.E.). Un contexto para armar

ha sufrido el registro debido a las condiciones postdeposicionales, las que provienen de


diferentes factores, en general ocasionados por los eventos climáticos y sus efectos sobre
la biomasa. Esta realidad nos obliga a considerar que cualquier interpretación acerca del
comportamiento humano debe ser precedida por el estudio de las transformaciones
postdeposicionales, en primer lugar, naturales, ya sean biológicas o geomorfológicas.
Entre ellas, las que han incidido de forma directa sobre los establecimientos huma-
nos del pasado son las que provienen de la acción de las aguas sobre el litoral de la
Laguna, con los consiguientes movimientos de sedimentos. Ésta, dado el extenso
perímetro de sus costas y el volumen de agua que contiene, se comporta como un mar
cuyos agentes de transformación son, entre otros, las mareas, la erosión eólica provo-
cada por vientos regulares y frecuentes, la remoción y transporte de sedimentos.
Los antiguos poblados o establecimientos costeros han quedado, en las siguientes
situaciones:

§ Bajo el nivel de la laguna, a cientos de metros de la costa actual. Sobre ellas, las
olas llevan todo tipo de restos, fragmentos cerámicos especialmente. Dicha
actividad constituye el elemento morfodinámico principal del espejo de agua;
los cambios en el balance hídrico originan movimientos que causan la
«canibalización» de su propio depósito y la formación de escarpas (Piovano,
2007). Es en ellas y a causa de estos movimientos que los acantilados y los
médanos alojan las evidencias arqueológicas.
§ en relación con la línea de costas; pueden reconocerse una parte de los sitios
de asentamiento, es decir el sector no cubierto totalmente por las aguas. En este
caso los desplazamientos son más reducidos e identificables.
§ en las barrancas altas, acantilados y médanos formados por la dinámica descripta.
§ en las islas, algunas de las cuales hoy han adoptado esa característica, ya que
antes del 79 integraban la tierra firme y formaban parte del contexto
habitacional propio de los períodos secos.
§ en los paleocauces y actual desembocadura del Río Primero, en las llanuras aluviales
de origen fluvial (desembocaduras del Rio Xanaes) donde son notables los proce-
sos de escurrimiento, la denudación de la superficie, pero que mantienen una
extensión de costas altas con importantes niveles de conservación.

Estas características motivaron que planteáramos el trabajo de investigación en


un proyecto a nivel regional, en el que se determinen paleo ambientes habitados,
posibilidad afirmada por la existencia de recursos críticos como el agua dulce.
Entendemos que los contextos arqueológicos corresponden a momentos diferen-
tes, en paisajes que se han superpuesto temporalmente unos a otros, cuyas caracterís-
ticas bióticas responden a períodos de alternancia.
Las tareas realizadas hasta ahora (primera etapa del trabajo), han aportado información
acerca de algunos aspectos y planteado problemas que orientarán los trabajos futuros.
Se han recolectado varios miles de fragmentos de piezas cerámicas, objetos líticos

85
Marta Bonofiglio

y óseos, los cuales han mostrado variables importantes en tecnologías y posiblemente


revelen los diferentes momentos en que fueron producidos. La variabilidad de las
condiciones en las que se produjo el depósito muestra el resultado de acciones que
provienen del contacto del agua con las distintos tipos de sales y otros factores que
afectan al grado de conservación.

2. Área de Trabajo
Las prospecciones generales de reconocimiento, de las que daremos cuenta a con-
tinuación, abarcaron en la primera etapa las zonas sud -sudoeste de la laguna de la
Mar Chiquita, comprendidas entre las localidades de Altos de Chipión, donde co-
mienza la fractura Tostado- Selva y Loma Alta, a la altura del paraje Las Saladas. La
zona sur comprende, de este a oeste:

a) La desembocadura deltaica del Xanaes. Se trata de un abanico aluvial, parte


de cuyos brazos están desactivados, debido a que el cauce ha sido derivado,
desde el año 1927, al canal de Plujunta. Entre la actual desembocadura y la
antigua, se desarrolla una zona de paleocauces donde hay indicios de ocupa-
ciones prehispánicas. Las costas presentan barrancas de 2,3 m a 1 m de altura.
b) La desembocadura del río Suquía, que se encuentra actualmente en la Lagu-
na del Plata. Lleva sus aguas mediante el llamado Río Primero Nuevo. Según
Bertoldi de Pomar (1953), en 1886, grandes crecientes desviaron el cauce
desde el brazo del Río Primero Viejo, hacia el Nuevo, generando un sistema de
paleocauces. En sus proximidades hemos localizado sitios costeros.
c) La Laguna del Plata: es una laguna satelital, en épocas secas, aislada del lago
principal, al que se une en etapas como las actuales, caracterizadas por un gran
volumen hídrico. Recibe el agua dulce del Suquía y del delta del Segundo, por lo
que sus porcentajes de salinidad suelen ser menores. El material transportado por
los ríos genera un abanico de transición, tanto en la salinidad de las aguas como en
el aporte de sedimentos (Bucher et. al, 2006). En los mapas del siglo pasado se la
representó como una formación independiente lo que debió posibilitar las instala-
ciones humanas en tiempos prehispánicos. Se prospectaron las barrancas y las
playas, que arrojaron abundantes restos arqueológicos. Los pozos de sondeo se
efectuaron en las barrancas, (sitios la Loma y La Playa) en las que los restos se
identifican entre el nivel del piso actual, hasta los 60 cm (formación denominada
«Paleosuelo» (Kanter, 1938). La forma del depósito sugiere eventos de tipo secun-
dario. En el área de montículos (paleomédanos), conocida como Loma de La
Fortuna, se practicó otro sondeo, en el que se evidencian contextos primarios.
d) Hacia el NO, Campo Mare forma parte de la Laguna del Plata. Se caracte-
riza por la presencia de médanos y paleomédanos, de variadas alturas, sosteni-
dos por las raíces de las gramíneas. Los restos aparecen tanto relacionados con
los médanos como en la playa.
e) La zona Noroeste, comprende la región de la Loma Alta, también conocida como
Isla del Tigre. En épocas secas formó parte de la tierra firme, una península que se

86
Arqueología de la zona Lacustre de Córdoba (N.E.). Un contexto para armar

adentraba hacia la laguna, utilizada antes de los años ‘70 para la ganadería. Hoy el
agua invadió los sectores bajos y emerge como un islote, cubierto de un monte
espinoso denso y rodeado de los troncos secos de algarrobos y chañares que el
agua convirtió en un bosque fantasmal de troncos que surgen entre el barro salado.
Los restos se localizaron en el perfil de la costa, barranca de 3 metros de alto. El
acceso debe efectuarse atravesando el terreno inundado. Durante las prospeccio-
nes identificamos el pilar trigonométrico de Segundo orden de la malla geodésica
E (R. A) (4E-II-609) instalado por el Instituto Geográfico Militar en 1955. Los
datos obtenidos en la monografía correspondiente informan que se plantó sobre
tierra firme, del mismo modo que el pilar de acimut, a 817,20 m. Dicho documento
identifica la presencia de una vertiente que proveía de agua dulce. Estos «surgentes»,
llamados por los lugareños «aparecidos»; son vertientes que proceden del aflora-
miento de las aguas subterráneas a través de las fisuras de las capas interiores.

La región de la Mar Chiquita, en general, es objeto de trabajos sistemáticos a


partir del año 2002, realizados desde el Museo Histórico Municipal de La Para y la
Universidad Nacional de Córdoba. Destacamos la labor de preservación que realizan
los Museos de La Para, Miramar y Marull que documentan y preservan este patrimo-
nio y los trabajos de Carlos Ceruti que han abierto un panorama muy claro para los
estudios en la zona. En el pasado, diferentes autores han dejado sus testimonios,
generalmente producto de visitas esporádicas: Frenguelli y Aparicio (1932); Frenguelli
(1945); Hierling (1984); Montes (1956, 1960); Oliva (1947) y Serrano (1945).
Berberián (1995), ubica la región en la sección norte de las Sierras Centrales.
La bibliografía existente ha transmitido la idea de poblaciones con escaso nivel
tecnológico y estilos de vida muy simples, generalmente asociados al nomadismo o a
incursiones temporales, negándose la posibilidad de establecimientos fijos y la de
una evolución cultural (Frenguelli y Aparicio, 1932; Serrano, 1945), así como aporta-
do confusas referencias a sanavirones y comechingones, que, por ahora, no tienen
correlato arqueológico.
En particular, en este trabajo haremos referencia específica al sector de la Loma Alta.
La Loma Alta, es decir, el sector noreste de la laguna fue seleccionado para las
intervenciones arqueológicas, ya que se trata de un emplazamiento ubicado en las
costas altas, cubiertas de montes, no alcanzado por las cotas máximas de la inunda-
ción, que representa, por lo tanto, parte del asentamiento original.
El paisaje actual corresponde a lo formación chaqueña, abundante en recursos
vegetales y faunísticos: quebracho, algarrobo, talas, mistoles, herbáceas característi-
cas de dicha formación y una muy rica fauna: armadillos, anfibios, reptiles, mamífe-
ros, aves acuáticas y terrestres, crustáceos y actualmente peces de especies diversas.
El cambio verificado en el paisaje se encuentra documentado en la monografía 4 E-
II609 del Instituto Geográfico Militar. En ella se observa la distancia entre la costa de la
Mar y la ubicación del punto trigonométrico en el sitio denominado Los Médanos, en
tierra firme, hoy ocupada por las aguas de la Laguna. Según Piovano et al. (2002), en los
últimos 300 años la laguna nunca alcanzó los niveles de crecimiento que viene mante-
niendo en los últimos años. Estos estudios, realizados en base a información sedimentaria,

87
Marta Bonofiglio

composición isotópica de los carbonatos y de la materia orgánica, permitieron recons-


truir la historia hidro climática de la laguna en un período superior a los 13.000 años AP,
lo que ha evidenciado las fluctuaciones a través del tiempo: balances hídricos positi-
vos, alternados por períodos de déficit hídricos. El autor agrega que durante el Holoceno
temprano continúa con una larga serie de balances hídricos positivos y transgresiones,
interrumpida hacia los 4200 años AP por un período de marcada sequía y niveles bajos,
característica que se prolongaría hasta el último cuarto del siglo XX.
Es en estas condiciones ambientales, iniciadas posiblemente en el Holoceno Me-
dio, que se desarrollaron las poblaciones tardías cuyas evidencias analizamos, fecha-
das por C14 en 649 AP, o sea 1301 AD.
El estudio de las evidencias obtenidas en los pozos de sondeo y perfiles de las
playas y barrancas indica la existencia de ocupaciones que dependían de recursos
altamente predecibles como los que brindan los ambientes chaqueños y el litoral
lacustre. A ello se añade la documentación de evidencias de consumo de maíz (pre-
sentes en silito fitolitos de afines a Zea mays, representado por los morfotipos Wavy
top –rondel (Informe de Laura López, 2007).
Nos enfrentamos con grandes concentraciones de restos en cada uno de los espa-
cios prospectados, cuyas características tecnológicas se diferencian de las de las re-
giones vecinas. El conjunto se integra con artefactos de cerámica, piedra, hueso,
productos malacológicos, en los que se representan gran variabilidad de formas y
técnicas de manufactura, estructuras enterradas como los «hornitos». Además de nues-
tros trabajos arqueológicos, tuvimos en cuenta las colecciones catalogadas de los
Museos de La Para, Marull y Miramar.
Nos encontramos con un registro arqueológico que, considerado desde el presen-
te, no refleja las condiciones físicas elegidas por los grupos humanos que le dieron
origen, ni la integridad de sus representaciones sociales originales. Según Criado
Boado (1993):

«…dentro de las primeras instancias fundadoras del registro arqueológico y formando


parte de la racionalidad subyacente a los procesos de la acción social, se encuentra
involucrada una voluntad de hacer que los procesos sociales y/o sus resultados sean más
o menos visibles o invisibles a nivel social […] que esto es así porque las condiciones de
visibilidad de los resultados de la acción social son de hecho la objetivación de la concep-
ción espacial vigente dentro del contexto cultural en el que se desarrolla esa acción».

Nuestro intento es reconstruir, con los datos que poseemos, dicha concepción
espacial en las diferentes etapas de ocupación. Nos proponemos, en base a la recons-
trucción del paisaje habitado reconocer las áreas en las que se realizaron las activida-
des sociales: los objetos materiales y sus efectos (Criado Boado, 1993). La ausencia
de monumentalidad, de estructuras habitacionales y de otros tipos de construcciones
que indiquen modificación intencional del paisaje hace que los restos materiales
(artefactos, estructuras de combustión) constituyan las bases de la reconstrucción de
las redes sociales de este espacio, transformado por la naturaleza y escenario de adap-
taciones y usos diversos a través del tiempo.

88
Arqueología de la zona Lacustre de Córdoba (N.E.). Un contexto para armar

Entre ellos, los restos cerámicos recuperados constituyen un porcentaje elevado


con respecto al total de las manifestaciones ergológicas locales. Las variables tecno-
lógicas representadas, su resistencia a las modificaciones climáticas y a las agresiones
del ambiente salino, su recurrencia en los diferentes sectores de la región, los consti-
tuyen en un componente ineludible para acercarnos a los diferentes aspectos del
funcionamiento de estas sociedades lacustres.
Nos proponemos, en esta etapa organizar algunas de las características de la pro-
ducción cerámica en un sector de la región, observar su función en actividades coti-
dianas, identificar distribuciones, tradiciones, aspectos ideológicos y simbólicos.

3. Análisis del Material


3.1 Contenedores
En esta primera etapa iniciamos el estudio de las propiedades tecnológicas de las
evidencias cerámicas. Por el momento, las hemos agrupado según las características ob-
servadas macroscópicamente, teniendo en cuenta los resultados de los cortes delgados.

3.1.1. Manufactura
Se confeccionaron en base a rollos de arcilla, trabajados en espiral, «acordelados»
(Caggiano, 2000; Rodríguez, 1993); se usaron técnicas de modelado y moldeado (mol-
des de cestas). El tratamiento de la superficie puede ser alisado, pulido o pintado.
Predominan los fragmentos alisados. Los fragmentos pulidos tienen pastas homogé-
neas, abundan los pulidos internos, posiblemente recurso para impermeabilizar la pieza.

Grupo 1: se identificaron fragmentos alisados y pulidos de recipientes de escaso


grosor (3 mm. aproximadamente) que corresponden a cuencos pequeños, de base
redondeada, cuyo diámetro de la boca no excede los 8 cm. Los cortes delgados
realizados sobre muestras de la Laguna del Plata (Dra. Kolsson) describen tres situa-
ciones diversas: a) pasta gris oscuro de matriz homogénea, opaca al microscopio,
con granos de arena inmersos en la masa; b) pasta con áreas opacas y transparentes,
con granos de arena en los que predominan el cuarzo y el feldespato y clastos de
cerámica molida; c) pastas con las mismas características anteriores, más el agregado
de vegetales. Estas pastas son de tipo ordinario, manufactura expeditiva, frágiles,
pero con buena conducción del calor; cocciones irregulares. Las decoraciones son
simples, incisas de líneas rectas sin que hayamos podido reconstruir los diseños. En
algunos casos las impresiones de cestas y redes y cestas se ubican en el interior de la
pieza. La mica es escasa, observación ya hecha por Ceruti (1992).
Grupo 2: otro grupo corresponde a piezas de mayor grosor (entre 4 y 5 mm), inclu-
siones de arena con abundante cuarzo y mica, cocciones parejas y contornos sim-
ples, se trata de piezas globulares, de bocas cuyo diámetro varía entre 5 y 8 cm., de
bases planas o cóncavas; predominan los rebordes modelados de las bases. En este
grupo abundan las impresiones de redes y cestas especialmente en el interior de las
piezas, generalmente más ennegrecido que el exterior. Como decoración, están

89
Marta Bonofiglio

presentes incisiones de distinto tipo: rectas, alrededor de los bordes, incisiones


irregulares, verticales de distinto tamaño, que llenan la superficie, en forma despareja.
Algunas de las piezas de este grupo son troncocónicas, de superficie acabada con un
trabajo de peinado o cepillado o bien en base a la misma forma, armadas sobre cestas
y redes, las que se notan predominantemente en el interior, aunque las hay externas.
Los perfiles son rectos, como en el caso de la troncocónicas o bien inflexionados
simples, como en el caso de las globulares, cuencos pequeños de bases redondeadas
y rectas, platos hondos, chatos, de base recta y contornos rectos y bajos, en los que
la altura es menor que la de 1/3 del diámetro, fuentes, de bases anchas (hasta 30 cm)
y lados no mayores a 5 cm. Hay casos de pintura negra o pintura roja. Las decoracio-
nes son preferentemente incisas (simples, con guardas) e incisas con surco rítmico.
Grupo 3: un tercer grupo está conformado por piezas modeladas sobre una pasta con
abundantes clastos de cuarzo y tiesto molido, abundante mica, núcleos negros, coc-
ciones irregulares; en algunos casos la pieza ha sido toscamente alisadas, otras se
presentan pulidas, color gris oscuro o negro brillante. Se caracterizan por tener decora-
ciones de surcos obtenidos por extracción de materia, de 3 o 4 mm de ancho, más finos
en los extremos, aislados o conjuntos, en posiciones curvas o paralelos entre sí.
Grupo 4: este conjunto se elaboró con una pasta homogénea, excelente cocción,
terminado con pulidos internos y externos, bordes irregulares, con hondas termina-
das en una punta notable. Corresponden a vasijas de bocas anchas, de base recta y
lados bajos (platos hondos). A esta modalidad tecnológica se agregan vasijas gris
oscuro o negras, con aberturas practicadas en el cuerpo de la vasija, o bajo las asas.
En la bibliografía no existe otra evidencia de estas manifestaciones, que interpreta-
mos como usadas para el vertido de sólidos. Las aberturas han sido practicadas antes
de la cocción y están cuidadosamente terminadas. En todos los casos se trata de
vasijas casi enteras, globulares con asas acintadas e incluidas con remache.
Grupo 5: un número menor de fragmentos corresponde a vasijas de paredes finas,
inclusiones de arena con abundante mica, coloración rojiza. La decoración es a
base de incisiones formando triángulos llenos de puntos que se disponen bajo el
borde o en forma vertical con respecto al borde.
Grupo 6: fragmentos de origen alóctono, rojizos y casi anaranjados, pulidos, sin
decoración o con decoración pintada en negro sobre rojo, constituyen un pequeño
grupo que asemeja a la producción cerámica de la región santiagueña (Sunchituyoc).

3.1.2 Formas
Se pueden reconocer variedades de formas. En los sitios estudiados se han recupe-
rado, al mismo tiempo que miles de fragmentos correspondientes a distintas partes de
los ceramios, piezas casi enteras o enteras. Consideramos piezas enteras a las comple-
tas y a aquellas que presentan más de las ¾ partes del total, por lo que su reconstruc-
ción no presenta dudas. Contorno:

a) Vasijas no restringidas (recipientes que tienen un diámetro de boca menor que


el diámetro máximo de la vasija). Entre ellas encontramos contenedores con las
siguientes características:

90
Arqueología de la zona Lacustre de Córdoba (N.E.). Un contexto para armar

Cuencos medianos y pequeños: bases cóncavas y planas. Presentan agujeros de


suspensión en el cuerpo y en las bases.
Platos hondos: los que corresponderían a las vasijas planas de Caggiano. La altura
es 1/3 de la base. Esta es recta o ligeramente convexa, el punto de inflexión es
angular. Apoyan perfectamente sobre la base. Están decoradas en el borde.
Fuentes: son planas. El borde tiene una altura de entre 2 y 4 cm. y las bases hasta
25cm. Los bordes son decorados, lisos u ondulados. La forma de los bordes les
otorga características diferenciales entre sí. No hay piezas iguales.
Recipientes ovoides: son más largos que anchos (entre 20 y 25 cm. de largo y 5 cm
de ancho), con una altura de hasta 4 cm.
Vasijas troncocónicas: bases pequeñas (5-6 cm.), cuerpos que se abren a partir de
un punto de inflexión que forma un ángulo obtuso. Las subdividimos en 2 tipos:
a) Moldeadas sobre cestas, en la mayoría de los casos cubiertas con redes. En este
caso son grandes (30 cm de boca) de terminación ordinaria. b) Modeladas con
rodetes; se trata de recipientes muy bien acabados, con excelente alisado o puli-
dos cuya decoración se ha realizado con peinados de líneas anchas o con guardas
decoradas en surco rítmico.
Platos hondos, fuentes y vasijas cónicas se reconstruyeron por medios tradiciona-
les e informáticos.
Vasos: bases de 4cm como máximo y bocas de 6 cm.
Ollas: contenedores globulares de boca ancha, aptas para sólidos o líquidos y para
la exposición al fuego. Conservan rastros de hollín y de materias grasas en su
interior. Tienen agujeros de suspensión y algunos «hendiduras» cuya función aún
no podemos determinar.

b) Vasijas restringidas (recipientes cuyo diámetro de boca es menor que el diáme-


tro máximo de la vasija):
Cántaros grandes y pequeños, con cuello. Aptos para la contención de líquidos.
Vasijas globulares de cuello pequeño, aptas para la contención de líquidos.
Ser trata de contenedores en los que predomina el alto sobre el ancho, de base
redondeada, que se afina hacia la boca. Bordes decorados.
Botellones: la altura es de 20 cm, la base mide 8 cm. y la boca 4 cm. Algunos tienen
los bordes ondulados.
Botellas con gollete: éstos son pequeños, de bordes evertidos y modelados.
En ambos tipos de vasijas contamos con miniaturas, muy pequeñas, de hasta 4 cm
de alto, que reproducen algunas de las formas descriptas.
Las bases pueden ser planas, cóncavas, esféricas, con impresiones de redes y ces-
tas; bordes modelados. Permiten que la pieza apoye sobre el moldeado y no sobre
la misma base.

91
Marta Bonofiglio

3.1.3 Decoración
Las técnicas de decoración son variadas. Constituyen modalidades hasta ahora no
reconocidas en la zona en tanto que comparte otras con las regiones vecinas, aún
haciendo la salvedad de que las percibimos como manifestaciones de origen local.
Definimos dos grandes tipos: aquellos en los que se modificó la superficie de la
vasija y aquellos en los que se agregó arcilla (Orton et. al, 1997). Entre las primeras
mencionamos: la incisión, la excisión y el moldeado. En las segundas, el agregado de
arcillas en diferentes formas: apéndices, engobes.

3.1.3.1.
Consideramos distintos casos de incisiones; éstas se presentan con diferentes ti-
pos de variantes, generando casos específicos:
a. Líneas
Líneas curvas: aisladas
asociadas en círculos concéntricos
curvas elongadas acabadas en un círculo
onduladas en espiral
figuras curvas aisladas
dispuestas de manera azarosa
enganchadas entre sí
Líneas rectas: aisladas
verticales
verticales y oblicuas
oblicuas
entrecruzadas, delimitando espacios cuadrangulares
entrecruzadas formando espacios triangulares y rómbicos
paralelas entre sí
líneas oblicuas que se suceden formando ángulos
líneas horizontales y oblicuas.
b. Círculos: aislados
integrando guardas
a modo de puntos
marcados con excisión en el centro
llenando triángulos
círculo con punteado central

92
Arqueología de la zona Lacustre de Córdoba (N.E.). Un contexto para armar

c. Ungulado: las marcas de las uñas se suceden llenando campos, formando guar-
das de líneas de uñas sucesivas, a modo de mediaslunas o distribuidas en forma
azarosa.
d. Peinado o cepillado: el cepillado se extiende por todo el cuerpo de la vasija,
ya sea en una sola dirección, vertical o entrecruzadas en distintas direcciones.
e. Surco rítmico: líneas rectas llenas con surco rítmico
guardas con líneas rectas formando triángulos
guardas muy complejas, con líneas rectas en surco rítmico que forman grandes
espacios cuadrangulares
líneas en surco rítmico acompañando diseños de guardas con espacios llenos
de círculos y triángulos
motivos laberínticos
surcos hechos con instrumentos de punta doble

3.1.3.2 Excisos
Un grupo de vasijas globulares muestra hendiduras perpendiculares a la boca, a la
altura de las asas, de forma elíptica. Dichas hendiduras tienen entre 8 y 10 cm. de largo
y 2 y/o 3 cm. de ancho.
En otros contenedores, se practicaron en el cuerpo de la vasija, a 7 cm. de la base,
con un largo de 3 a 4 cm. y 2 cm. de ancho. Se trata de una operación realizada antes
de la cocción, tal vez en el estado de consistencia «cuero», con muy buena termina-
ción. No conocemos su uso, interpretamos que pudieron facilitar el vertido de sólidos.
Cuencos pequeños y medianos, de base redondeada han sido decorados con
excisiones bastante profundas (3 – 4 mm), aisladas; acompañadas con otras en sentido
paralelo u oblicuo. Los cuencos son de cerámica ordinaria, con inclusiones de tiestos
molidos, lo que les da una apariencia rugosa y tosca. Las denominamos «acanalados».

3.1.3.3 Agregado de arcilla


Engobe: Una cubierta fina, blanquecina o rojiza, que le da apariencia brillante a
la pieza, abundan las terminaciones pulidas, posiblemente para aumentar las posi-
bilidades de impermeabilización.
Pasta: con ella se forman orejitas o pequeños mamelones, a modo de asas, y en
forma de pequeñas esferas. Excepcionalmente se han identificado agregados alar-
gados que van desde la boca hasta la base, con líneas excisas transversales, de
apariencia similar a los «loritos» Goya-Malabrigo.

3.1.3.4 Pintadas
Se ha pintado la superficie de rojo o de un color blanquecino - amarillento. Hay
guardas rojas sobre el natural de la pasta.

93
Marta Bonofiglio

El negro se dispuso a grandes pinceladas o formando guardas alternas sobre el


color natural de la pasta.

3.1.3.5 Bordes
Los bordes han sido decorados en su mayoría; es notable en el tratamiento de los
labios incisiones en zig- zag, líneas oblicuas, puntos excisos, pellizcos, marcas de
dedos, cortes perpendiculares, ondas, ondas terminadas en picos.

3.1.3.6 Impresiones de redes y cestas


El moldeado sobre canastas debió ser una tecnología muy usada, ya que hay
cientos de fragmentos que revelan esta técnica, de la que hay diversas variantes:
espiralados, falsos espiralados, cesteria, twining (enroscado sobre elementos vertica-
les fijos.), con importantes relieves. Las impresiones están en las base, en forma de
platillo, pero lo más frecuente es que ocupen la parte interna de la pieza, en todo el
cuerpo, ya que han sido moldeadas.
Se acompañan en general con impresiones de redes de múltiples formas: rectangu-
lares, cuadrangulares, rómbicas (de retículas pequeñas). Regulares e irregulares, siem-
pre con nudos. Las impresiones dejan ver las cuerdas perfectamente hiladas y firmes.
Una discusión vigente se refiere a la función de estos tejidos y su aplicación a los
objetos cerámicos, es decir, cuando constituyen una decoración y cuando se usan con
otras funciones, como asegurar la forma, dotar a la pieza de mayor cohesión, o lograr
efectos que desconocemos, como es el caso de las impresiones internas.
Seguramente la economía tuvo en cuenta la pesca, aunque no encontremos otras
evidencias, ya que difícilmente dedicarían semejante inversión de tiempo y trabajo
sólo para hacer bolsas o para dar forma a los objetos cerámicos. Acordamos con Ceruti
(com. pers) en que las redes cubrieron las cestas y que sobre ellas se distribuyó la
arcilla, la que se desplaza hacia el interior y asegura la red.

3.2. Otros objetos


En este trabajo sólo mencionaremos otros objetos de cerámica como las estatuillas
antropo y zoomorfas. Un grupo de ellas responden a las tradiciones de la Cuenca
Media del Xanaes y del Suquía inscriptas en general en la gran tradición de Sierras
Centrales. Por otra parte, hay ejemplares a modo de placas incisas con elementos que
configuran el rostro, que no corresponden a estas características.
Fichas, cucharas, objetos que se parecen a los peones del juego de ajedrez, bolas
pequeñas con surco, miniaturas, cucharas, bandejitas componen un conjunto complejo.

4. Problemas
El poblamiento de la zona lacustre recién comienza a investigarse. Este primer abordaje

94
Arqueología de la zona Lacustre de Córdoba (N.E.). Un contexto para armar

tiene por objetivo el análisis de los restos existentes, para colaborar en la etapa de estudios
sistemáticos. Si bien no todos los hallazgos cuentan con un contexto de excavación, su presen-
cia constituye un elemento de información y no invalida su uso como evidencia científica ya
que nos permitirá definir patrones tecnológicos y establecer su distribución regional.
El volumen de este material y sus propiedades habla de grupos que habitaron la
región en momentos diferentes.
El material lítico añade información relevante: puntas lanceoladas grandes, enteras
o fragmentadas, plantean la posibilidad de la presencia de cazadores. Puntas triangula-
res grandes evidencian tecnologías que pueden remontarse a más 1000 años atrás. Algu-
nos trabajos (Laguens, 1997) afirman la llegada de los grupos de cazadores desde la
zona amazónida, teoría que habrá que considerar ya que los sistemas del Paraná y del
Dulce hacen posible estos recorridos desde regiones del norte y este de América del Sur.
Se reconocen instrumentos como raspadores y cuchillos, bolas con y sin surco,
piedras con hoyuelos, mencionadas por Serrano (1945) y Rodríguez (1993) para la
tradición Humaitá (sur del Brasil, E del Paraguay, NE argentino y N del Uruguay),
hachas de tipos diferentes: pulidas, semi pulidas, con o sin cuello, medio cuello, con
trabajos de picado; lascas, tabletas de pizarra con los extremos pulidos.
La movilidad de los grupos en el área en parte está sugerida por los diversos
orígenes de la materia prima lítica, recurso crítico que tuvo que ser transportado, dada
la escasa disponibilidad local: granito, magmatita, areniscas compactadas y gneis
provienen de las Sierras Chicas y de las sierras de Ambargasta, rocas ígneas : gabro y
serpentina, del valle de Calamuchita, ocres, areniscas y rocas volcánicas de las Sierras
del Norte, ópalos y sílex de la región misionera (Informe: geólogo Américo Caffarena;
com. personal). Cuarzos, cuarcitas y calcedonia pudieron ser aportados, como cantos
rodados por las aguas de los ríos Suquía y Xanaes.
Relacionados con etapas de productores de alimentos están presentes conanas de
diversos tamaños y sus manos, morteros, palos cavadores, azuelas.
Consideramos que los restos correspondientes a la producción cerámica, abren
importantes interrogantes. Formalmente, es decir en cuanto a pastas, formas y decora-
ción muestran modelos diferentes a los conocidos para Sierras Centrales, incluyendo
la Región Serrana y la cuenca Media del Xanaes.
Como un método de abordaje del problema, creemos que la interrelación de estos
rasgos puede contribuir, con otros elementos del contexto a configurar un estilo, o
tradición que nos permita identificar las comunidades de los ceramistas que las pro-
dujeron y asociarlos a sus diversas manifestaciones de adaptación y uso del ambiente.
Intentamos definir si las manifestaciones cerámicas ya sean objetos de uso cotidia-
no o expresión de elementos simbólicos, son representativos de producción autóctona,
si tienen sus raíces en otras regiones, cual fue el sistema local, o si hubo conjuntos de
elementos que ingresaron al sistema en diferentes etapas.
Las características estilísticas están constituidas por la combinación de diseño y
técnicas decorativas y configuran una expresión del comportamiento social. Constitu-
yen un modo de transformación de la naturaleza, en un tiempo y espacio determinados.
Aceptamos con Leroi y Gourhan (1964) que el estilo es un factor sutil, de difícil
aprehensión, pero a menudo perceptible desde el primer momento y que manifiesta la

95
Marta Bonofiglio

existencia de una unidad cultural, de un modo de pensar y expresarse.


Cremonte (1988), agrega que «tanto la forma como la decoración contribuyen a la
estética de la pieza cerámica, son aspectos que se influencian mutuamente». Establece una
interacción dialéctica entre la figuración formal y los modos sociales de percibir la relación
con el entorno. En el caso que nos ocupa, debemos considerar la presencia de varios entornos,
situaciones diferentes según las etapas. Hoy sabemos que los ciclos de humedad y sequía se
alternaron en el tiempo por lo que paisaje y hábitat, también cambiaron.
Por eso entendemos que nuestro trabajo actual es solo un momento inicial en la tarea
de ordenar el registro, para luego, explorando los sitios diagnósticos, poder establecer
criterios de contemporaneidad, en tanto que construir los contextos que caracterizan los
modos de vida en el transcurso temporal y espacial de estas ocupaciones.
Observamos, sin embargo, que la producción cerámica de esta zona de humedales, y
cuenca baja de los ríos Suquía y Xanaes difiere de la conocida para Sierras Centrales, y
si bien, recordando las observaciones de autores como Serrano (1945), Outes (1911);
Oliva (1947) y Frenguelli y Aparicio (1932), hay similitudes con la del litoral, éstas se
tratan de elementos que pueden solamente relacionarse en algunos aspectos, por lo que
aceptamos que se trata de producciones básicamente locales, al menos, el proceso de
elaboración de rasgos como pastas, forma y decoración asumió modalidades propias.
No podemos asegurar, sin embargo, que se trate de invenciones locales. Pensamos
más bien que se compartieron, modificaron y adaptaron modelos propios de las socie-
dades que habitaron las zonas de floresta y las costas fluviales de América del Sur.
Algunas de las características tecnológicas compartidas son las siguientes:

Manufactura por «acordelado» (cordones de masa) (Rodríguez, 1996; Ceruti,


1992; Caggiano, 1986) o enrollado. El modelado es poco usado, se nota en los
bordes y labios, y en la aplicación de apéndices como asas.
El uso de antiplásticos: hemos identificado las siguientes posibilidades: a) arena, por lo
que se distinguen sus componentes: cuarzo, feldespato y mica, ésta es muy notable, lo
mismo que los gránulos de cuarzo. b) tiesto molido. Es visible en vasijas de paredes finas,
cuencos, en general, frágiles, aunque está presente en pastas más elaboradas. c) restos
vegetales, a veces integrados en forma burda, la deficiente cocción no alcanza a elimi-
narlos, se notan los filamentos en la pasta. d) partículas negras. Son muy abundantes,
pueden ser carbones, o cenizas usados para dar mayor coherencia a la masa de arcilla. Las
características mencionadas se corresponden con las frecuentes en el litoral.
Los acabados de superficie: predominan en la zona de estudio, así como en la región
mencionada los alisados, hay buenos pulidos, tratados con engobes rojizos y negros.
Las formas: se observa predominio de vasijas de contorno simple, no restringidas.
Un alto porcentaje está compuesto por escudillas o cuencos de base redondeada,
hemisféricos. Otros tipos de bases son las planas y cóncavas. Hay «platos hondos»
de bordes altos, ollas, cántaros grandes y pequeños, grandes fuentes, vasijas
troncocónicas, vasos altos. Un tratamiento especial, como ya lo hemos expuesto,
se ha dedicado a los bordes y a los labios, decorados con incisiones, impresiones
de cuerdas, ondas terminadas en puntas, almenas, repulgues, cortes oblicuos, deta-
lles observados en la tecnología de las zonas litorales.

96
Arqueología de la zona Lacustre de Córdoba (N.E.). Un contexto para armar

Las decoraciones son diversas: líneas curvas y rectas y sus combinaciones, inci-
siones que no siguen un diseño, sino que se esparcen por el campo sin un orden
establecido, en forma de pequeñas líneas, que a veces imitan el tejido de las
canastas. Guardas complejas formando complicados zig-zag que encierran moti-
vos cuadrangulares, y múltiples combinaciones, con líneas incisas ungulares, que-
bradas, continuas. Círculos concéntricos rodeados de incisiones triangulares.

La técnica preponderante es el surco rítmico, punteado arrastrado (Meggers y


Evans, 1999) o drag and jab. Esta técnica, según Caggiano (1986), puede ser conside-
rada como un elemento indicador de las semejanzas mencionadas. Dicha autora ob-
serva que este rasgo está compartido por diversas entidades de las Tierras Bajas sud
americanas y está ausente en el área andina. Agrega que el área donde se reconoce es
la del Amazonas y sus afluentes (comprendiendo Brasil, Bolivia, Colombia y Ecua-
dor). Sin embargo, debemos reconocer ausencias de información, vacíos en grandes
regiones del este americano, en este caso del noreste argentino.
Rodríguez y Cerutti (1999) mencionan esta técnica para la tradición Tacuara y
Tupíguaraní; Ceruti (2000) para la Tradición Cultural Esperanza y Goya - Malabrigo;
González (2005) para la depresión del Río Salado (Provincia de Buenos Aires) y en la zona
pampeana (Politis et. al., 2001), así como en la Patagonia (Outes, 1904). En el NOA está
escasamente identificado. En la región montañosa de las Sierras Centrales aparece
esporádicamente, en casos excepcionales como en Ongamira (Pastor, 2007); del mismo
modo ya lo había considerado Serrano (1945) presentando un fragmento de Chacra de La
Merced, es decir, en las proximidades del Río Primero, cuando éste inicia su recorrido por la
llanura pedemontana. Aparece en la cuenca media del Xanaes, en pocos ejemplares de
Rincón (Bonofiglio et. al., 1985) siguiendo hacia el Este, en Costasacate identificamos una
importante variedad de fragmentos con surco rítmico, decorando vasijas muy bien pulidas y
formando guardas complejas. A partir de allí esta decoración está presente en Villa del
Rosario, Villa Concepción del Tío y en los sitios de los paleocauces del Suquía y del Xanaes
(Bonofiglio et. al, 2004). Consideramos que esta modalidad está relacionada con los
asentamientos fluviales y las Tierras Bajas y que su uso pudo difundirse por esta vía.
Para definir el surco rítmico se usaron utensilios de extremo redondo, triangular de una
sola punta o de dos puntas, produciendo en este caso incisiones dobles y diseños complejos.
Otra característica de estos artefactos son las hendiduras y los agujeros de suspen-
sión, frecuentes en todo tipo de vasijas y a veces en las bases, indicando algún tipo de
reutilización de las piezas.
Los contextos de hallazgo de restos cerámicos están acompañados de útiles en
hueso lisos y grabados y una industria malacológica que se caracteriza por sus diseños:
círculos con bordes escalonados, colgantes y una producción lítica muy elaborada.
Estos conjuntos corresponden a entidades productoras de alimentos; azadas y
palos cavadores pudieron colaborar en esta actividad económica, la complejidad de
su ergología habla de grupos con residencias permanentes, capaces además de desa-
rrollar una industria textil variada y compleja.
Dichos elementos configuran un sistema al que adscribimos características propias, se
observa un principio organizador, en el que identificamos rasgos comunes y relaciones que

97
Marta Bonofiglio

se mantienen en las diversas partes de la región. Transmiten una personalidad expresiva, la


manifestación de un pensamiento y sentir colectivos. Si bien observamos variabilidad de
motivos y formas, distinguimos una cierta unidad estética, manifestada tanto en la configu-
ración del soporte (la pasta, la forma de los recipientes) como en la decoración. Corresponde
a un modo de expresión, que si bien incluye elementos de Sierras Centrales (triángulos
llenos de puntos, guardas en T invertida) o del litoral y pampa (surco rítmico, unguiculados,
bordes incisos, fuentes), configuran un cosmos de realidades físicas concretas que evoca y
representa a sociedades con un particular modo de expresarse. Conceptos muy diferentes a
los de quienes consideraban que la laguna era solo objeto de visitas esporádicas.

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Anexo de Imágenes

Sitio La Loma Alta Sitio La Loma Alta-incisos

100
Arqueología de la zona Lacustre de Córdoba (N.E.). Un contexto para armar

Sitio la Loma Alta- inciso

101
102
Capítulo 2
Los paisajes áridos y semiáridos
y sus fronteras

103
104
Desarrollo cronológico cultural del centro-oeste argentino*
Humberto Lagiglia
Museo de Historia Natural de San Rafael
Contacto: lagigliah@yahoo.com.ar

Introducción
Desde el inicio de nuestra labor arqueológica y siguiendo a nuestro maestro, el Dr.
Alberto Rex González, planteamos la necesidad de establecer el desarrollo cronológico
cultural de una subárea arqueológica nueva que denominamos «centro oeste argentino».
En tal sentido se publicaron algunos trabajos tomando como esqueleto guía sitios tipo
como el Rincón del Atuel y Los Morrillos de Ansilta, que dieron las pautas para formular
unidades de desarrollo cultural. Frecuentemente en el país en los últimos tiempos, se
desechan los conceptos de cultura arqueológica, sin embargo nos parece una herramienta
sumamente útil para ordenar contenidos en los procesos de sucesión socio- cultural.
Entendemos por cultura arqueológica aquellas unidades con contenido singular
en el conjunto de sus costumbres y pautas conductuales que se mantiene y perdura
durante cierto tiempo en la escala cronológica de una secuencia ambiental con perso-
nalidad propia y con manifestaciones de la cultura material que se diferencian de sus
antecesoras y sucesoras. No por esto se descartan criterios tales como los de tradición
cultural, donde muchas veces se habla de área de co-tradición. Sin lugar a dudas el
desarrollo de las culturas recibe manifestaciones culturales de los estadios preceden-
tes y transfiere a los sucesivos muchos de sus aspectos que quedan a veces como
vestigiales o como tradiciones culturales.
Muchas veces nos resulta sumamente difícil separar dentro de cada uno de estos
conjuntos, manifestaciones de la cultura material que recurren en un sitio y que son la
expresión de desarrollos que se generan en valles o lugares distantes. A pesar de todo
esto, el estudio contextual en sitios de vivienda o en hallazgos cerrados como las
tumbas ha resultado en cierto modo de sumo valor para establecer las relaciones que
se producen entre diferentes estadios. No entraremos a analizar aquí si estas unidades
que se han denominado culturas desde el punto de vista arqueológico corresponden a
pueblos o etnos. Sería sumamente difícil poderlo establecer. Dentro de esto podría-
mos generar la idea que un mismo etno produce variantes culturales singulares, dife-
rentes entre sí. De todos modos importa para nuestros estudios establecer cómo se
generan las estructuras morfológicas comparativas de la cultura material y establecer
la singularidad en cada una de ellas.

105
Humberto Lagiglia

Los cuadros cronológicos


Existen tendencias actuales de estudios arqueológicos puntuales donde los sitios
que se estudian son englobados como manifestaciones de «cazadores-recolectores» u
otras que no definen estadios de características morfotípicas de los artefactos presen-
tes. Pero, sin lugar a dudas, tomando como criterios indicadores algunos elementos de
los conjuntos de análisis se pueden establecer, mediante la presencia de determinados
rasgos tecnológicos, algunas formas de estadio.
Por eso clásicamente, aunque esto induzca a pensar que no se hace más que retro-
traer viejas tradiciones de la arqueología, hasta el presente no entendemos a qué
pertenece cada cosa. Por supuesto que esto no es extensivo para todos los casos. En
nuestras aperturas conceptuales podemos establecer, siguiendo criterios de desarrollo
en el cono sur americano: Paleoindio, Arcaico, Protoproductores y Productores.

Paleoindio
El Paleoindio es un período arqueológico muy antiguo que está relacionado con
el poblamiento original de América donde los contingentes encontraron fauna de
mega herbívoros y otros en un estadio crítico de extinción faunística.
Sabemos que para esta época se generan grandes cambios y recesos climáticos, de
frío y húmedo a seco y templado, especialmente en nuestras regiones, el clima se va
haciendo más benigno y, lentamente, la fauna superviviente del Pleistoceno va des-
apareciendo. Si la acción antrópica es la responsable de esta causa, no podemos otor-
garle su rol protagónico, pero sí es dable aceptar su contribución a la disminución
pronunciada de estas especies favoreciendo su extinción.
Dentro del centro este argentino, en el confín del área, el ejemplo de un nivel
paleoindio se encuentra en el Atuel, en San Rafael, Mendoza.
En las cuevas de los rebordes del Cerro Negro, la fauna del Pleistoceno superior de
Mega-herbívoros, durante muchos años, ocupó las cuevas como madrigueras o refugios.
Se ha logrado llegar a datar casi más de 30.000 años. Para estas épocas tan anti-
guas, no existían contingentes poblacionales humanos, los que irrumpen, dejando su
registro arqueológico en los alrededores del 11.500 años A. P. Está representada en
estos niveles megafauna de Milodontes, Megathéridos, Paleolamas y Caballos Ame-
ricanos. No sólo dejan restos de huesos que el hombre a veces consume, sino también
los que son producto del pisoteo de estos animales.
Por otro lado aparecen algunos artefactos como raederas, perforadores y buriles. Este
nivel ha sido designado con el nombre de Atuel IV, mientras que el anterior, con
Paleofauna, sin restos humanos, los hemos denominado pre-paleoindio o pre- Atuel IV.
El estadio Atuel IV, se establece cronológicamente entre 9.000 y 11.500 A.P.
Existen fogones con el contexto y excrementos muy bien conservados de estos
megaherbívoros. Los excrementos que aparecen en los niveles pre-paleoindio que
son muy antiguos, se deshacen con mucha facilidad y tienen una coloración comple-
tamente distinta. En cambio los que están dentro del nivel estratigráfico Atuel IV
están caracterizados por estar conformados por boñigas de una coloración diferente
que no se desagregan tan fácilmente.

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Desarrollo cronológico cultural del centro-oeste argentino

Existen un sinnúmero de restos de maderas y vegetales y microrestos que están en


proceso de análisis y que nos dan una idea de que el clima para esta época era más frío
y húmedo del actual con componentes de la flora que aún existen. Estos corresponden
no sólo a la Formación del Monte del Espinal sino a la provincia Patagónica. Aunque
en estos aspectos es digno establecer un interjuego existente entre el Monte y la Flora
patagónica en el cual uno lentamente va a desplazando al otro. Es decir, habría un
corrimiento o desplazamiento hacia el sur y oeste de la flora patagónica. Esos temas
son muy difíciles de establecer por la proximidad de los sitios donde se realiza el
muestreo polínico, en virtud de que los registros contienen elementos compartidos de
ambas poblaciones. En el Atuel IV que corresponde a la etapa Paleoindia y que ten-
dría un desarrollo desde unos 11.500 años a unos 9.000, lo cual puede verse en el
trabajo respectivo (Lagiglia, 2001). Dentro de los hallazgos del Paleoindio del Atuel
correspondiente a la fauna pampeana, se destacan diversos restos óseos y algunos
molares, como uno de Milodóntido, otro de Megatherium sp. y restos correspondien-
tes a la fauna neotrópica como pequeños armadillos, tortugas (Geoquelones sp.). El
molar de Megatherio tiene, como es conocido, una forma de sección cuadrangular
cuya cúspide tiene cortes en V. De acuerdo a las conversaciones y apreciaciones
establecidas con Carlos Rusconi, quien tuvo oportunidad de estudiar la muestra, la
diferencia de grosor de la parte inferior respecto de la superior del molar es de algunos
milímetros menos. Para este investigador este aspecto respondería a que se trata de un
molar juvenil. La corona está formada por dos crestas salientes, separadas una de otra
11 mm. por un valle transversal de 5.9 a 6.6 mm. de profundidad. El molar tiene un
diámetro transversal (en la corona), tomado siguiendo la línea del eje transversal, de
26 mm. por 2.8 mm. Correspondiendo a los restos de milodóntidos apareció un manto
de más de 250 huesecillos dérmicos de estos animales abarcando una superficie de 25
x 20 al lado de un fogón que fue fechado primeramente sin descontaminar la muestra
-siendo uno de los primeros fechados del Atuel en 8.045 ± 55 años A.P. (C)- (Lagiglia
y Lehrman, 1968). Los huesecillos dérmicos fueron fechados con una muestra espe-
cialmente pre-tratada en 9560 ± 90 A.P. (H). Mientras que el carbón que los acompa-
ñaba de un duplicado de la muestra de 8.045 años pre-tratada y descontaminada dio
una antigüedad de 9.580 ± 100 años. Esto da la pauta de la asociación y seguramente
consumo del Milodón por su asociación con el fogón de origen humano.
Dentro de los objetos culturales tallados en piedra del nivel Atuel IV se destacan 6
artefactos. Estos corresponden a una lasca con retoque, una raedera-perforador, un buril,
y otros de pequeño tamaño trabajados en un tipo de calcedonia (Lagiglia, 1977).
Es evidente que entre el denominado pre-Atuel IV y Atuel IV existe una diastema
estratigráfica. Se trataría seguramente de un bloqueo de la cueva, el cual no permi-
tió el acceso a los lugares estudiados de la Paleofauna. Esta diastema estratigráfica
es una parte donde no hay manifestación de restos. Estaría entre unos 24.000 y
12.000 años.
Es sumamente difícil el registro de restos culturales que puedan vincularse con la
etapa Paleoindia, puesto que generalmente se trataría de grupos de cazadores-
recolectores nómades que oscilan o poseen una movilidad muy grande. Esto da la
impresión de que se trataría de grupos que se van desplazando sin tomar una posición
territorial, seguramente tras la búsqueda de recursos de la caza.

107
Humberto Lagiglia

Atuel III
Correspondiente al Periodo Arcaico, el estadio Atuel III se inicia cuando han des-
aparecido los componentes de la fauna pampeana y entra en dominio la fauna geotrópica.
Hay un dominio de plantas como el Lyssium, y aumento de la humedad de edáfica de los
terrenos. Podemos dividir el Arcaico en un pre-Atuel III, cuyas antigüedades son de
7.860 ± 90 y de 7.430 ± 90 A. P. Esta etapa del Arcaico continúa con otra que hemos
denominado de protoproductores. Estos cazadores recolectores que también comparten
el ambiente con la fauna neotrópica prevalecen en un ambiente de formación del monte
donde hay dominio de la Jarilla, del Algarrobo, Chañar Brea. Esta etapa de
protoproductores tiene un desarrollo marcado alrededor de unos 4.000 años A. C. (3.840
± 40 A.P.), desarrollándose hasta el 2.300 A.P. Estos cazadores del Atuel III, confeccio-
nan entierros colectivos que permanentemente los violan para extraer los huesos de la
diáfisis de los difuntos que utilizan seguramente como tubo de aspiración. Aparecen
entre los restos numerosas epífisis cortadas a bisel dentro del conjunto de huesos del
entierro colectivo y escasos tubos o boquillas. Seguramente estas fueron extraídas para
ser utilizadas. Algunas muestras obtenidas dan crédito de ello.
Si bien los sistemas de enterratorios colectivos de este periodo corresponden,
tanto en cuevas como al aire libre, a este sistema, también existe algunos entierros que
se han conservado enfardados o envueltos en esteras, en uno de los casos conservando
algunas partes momificadas.
Estos grupos eran excelentes cesteros, trabajaban las fibras vegetales con suma des-
treza, no conocían la cerámica e inmediatamente corresponde a la base sobre los cuales
se implanta la agricultura incipiente que va a constituir el estadio Atuel II, es decir el de
productores con fuego. Estos agricultores se instalan en las riberas del Atuel, aprove-
chando el agua del río del mismo nombre y cultivando plantas como el maíz, el zapallo,
poroto y quinoa. También eran excelentes en el trabajo de la cestería y del cuero. Los
entierros o funerales lo realizaban en algunos casos momificando los restos, en otros
enterrándolos directamente a orillas de las barrancas del Atuel. En estos grupos se hace
notar el uso de la técnica del semi - telar, el excelente trabajo del cuero, de las fibras
vegetales y de la cordelería. Tenían la costumbre de resguardar los granos de las semillas
cultivadas en cestos de fibras vegetales, como los del poroto, la quinoa, entre otros.
Los entierros de esta etapa son envueltos en cueros perfectamente resguardados en
entierros especiales que eran dispuestos sobre una cama de coirón o fibras vegetales, prote-
gida su cabeza con un cestillo semi-esferoidal y cubierto con una lápida de lajas de basalto.
Esta etapa de agricultores incipientes del Atuel II, si bien tiene un momento de
apogeo entre unos 300 años A.C. y unos 100 de la Era Cristiana, perdura hasta la
época histórica. A partir de los inicios de la Era Cristiana se incorporan nuevas mani-
festaciones tecnológicas que están vinculadas con el desarrollo de la cerámica.
Las primeras manifestaciones de grupos agroalfareros se destacan con la culturas
de Agrelo y regionalmente, en el sur de Mendoza con las de Arbolito y del Overo-
Nihuil. Hacia el 1300 de la Era Cristiana aparecería la Cultura de Viluco que va a
recibir la aculturación incásica entre el 1470 y 1550 de esa Era. Durante todo el
período agro alfarero existió en gran parte del territorio del centro oeste argentino
activos intercambios culturales con Chile central. Se destacan en primer término,
relaciones entre la movilidad de los grupos agro-alfareros de Bato-Llolleo.

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Desarrollo cronológico cultural del centro-oeste argentino

Nota
*
Conferencia presentada durante las VII Jornadas de investigadores en Arqueología y
Etnohistoria del centro-oeste del país (Nota de los Compiladores).

Bibliografía citada
LAGIGLIA, H. y LEHRMAN 1968 Secuencias culturales del Centro Oeste Argentino:
Valles del Atuel y Diamante. Revista Científica de Investigaciones I (4):159-174. Museo
de Historia Natural. San Rafael.
LAGIGLIA, H. 1977 Arqueología y Ambiente natural de los Valles del Atuel y del Diamante.
Tesis doctoral. Universidad Nacional de La Plata. (Ver: Atuel IV ante la prehistoria
americana. Este capítulo fue presentado al II Congreso Nacional de Arqueología Argen-
tina. 1974. Salta.
LAGIGLIA, H. 2001 El Paleindio del Atuel en Sudamérica (Análisis de la Cronología del
Paleoindio del Atuel). Notas del Museo Nº 48. Museo Municipal de Historia Natural de
San Rafael. San Rafael.

Bibliografía consultada
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109
Humberto Lagiglia

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Tumbas y textiles preincaicos en una zona
andina meridional¹*
Catalina Teresa Michieli
Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo «Prof. Mariano Gambier»,
Universidad Nacional de San Juan
Contacto: michieliteresa@interredes.com.ar

La provincia de San Juan de la República Argentina se ubica sobre la vertiente


oriental de la Cordillera de Los Andes. Junto con las provincias de Mendoza y San
Luis constituyen la «región de Cuyo» con identidad geográfica, histórica y cultural.
Con respecto al área andina central, esta región corresponde a un área extrema, en
contacto con la zona andina austral por un lado y con el noroeste argentino por el
otro, del cual, sin embargo, se diferencia.
Los valles ubicados entre la cordillera y el importante cordón orográfico longitudinal
conocido como «Precordillera de La Rioja, San Juan y Mendoza» se denominan, de
norte a sur, Iglesia y Calingasta. En estos tuvieron un gran desarrollo las manifestacio-
nes culturales de los momentos prehispánicos tardíos, es decir entre los años 1000 a
1460 d.C., en época anterior a la dominación incaica de la zona. De ellas se mantienen
variados testimonios por la aridez del clima local (Gambier, 1998; 2000; 2002) que
permite la conservación incluso de materiales perecederos, como los textiles.
Estas manifestaciones, aunque contemporáneas, fueron algo diferentes en cada
uno de los valles, pero con importantes elementos comunes que evidencian un paren-
tesco de raíz posiblemente más antigua. Tales características se advierten especial-
mente con la descripción, análisis y comparación de los textiles que constituyen
fardos funerarios similares, provenientes mayoritariamente de tumbas de «pozo y
cámara» y en menor medida de tumbas simples.

Las tumbas y su cronología


Las tumbas de «pozo y cámara», que no poseen antecedentes regionales anteriores
al año 1000 d.C., constan de un pozo elíptico de aproximadamente 90 cm de largo y
1,00 a 1,50 m metros de profundidad en cuya base se abre una cámara lateral, cerrada
con esteras o pastos, donde se colocaba el cadáver y el ajuar que lo acompañaba. Casi

111
Catalina Teresa Michieli

todas poseían un palo cavador colocado verticalmente, hundido en los sedimentos


del pozo. En ambos valles este tipo de tumbas poseen la misma forma y estructura, con
la leve diferencia de profundidad que puede deberse a que en Calingasta están cava-
das en suelo rocoso y en Angualasto en sedimentos blandos.
Junto con ellas se encuentran algunas tumbas de pozo simple con contextos seme-
jantes. Tanto las tumbas simples como las de «pozo y cámara» contenían preferente-
mente fardos funerarios consistentes en un cadáver de adulto o niño (colocado decú-
bito lateral, con las piernas flectadas y las manos sobre el pubis), envuelto con piezas
de vestimenta y/o restos de ellas. En Calingasta excepcionalmente se encuentran
entierros de nonatos o neonatos en urnas u otros recipientes de cerámica que, en
cambio, fueron usuales en Angualasto.
Para la ubicación cronológica exacta de estos conjuntos funerarios se realizaron fecha-
dos de radiocarbono sobre la estera que cubría la entrada a la cámara en Calingasta y sobre
las uñas de los pies de los cadáveres en el caso de las tumbas de Angualasto mientras que
se consideró la fecha obtenida por A. R. González (Gaspary, 1967:116; González y Lagiglia,
1973:298) sobre una de las telas del cuerpo momificado descubierto por Debenedetti
(1917:50-51) en una de las grutas artificiales de Alto Verde (Calingasta).²
La fecha realizada por González dio una edad convencional de 1035 d.C. en tanto
las fechas calibradas por el laboratorio dieron: 1180 d.C. para la tumba de Cerro
Calvario, 1300 d.C. y 1400 d.C. para las tumbas 2 y 3 de Angualasto respectivamente.

Tabla 1. Fechados radiocarbónicos de fardos funerarios de Calingasta e Iglesia.

Sitio Edad Edad Edad Citado por:


C14 (BP) convencional calibrada
Calingasta 915 ± 55 1035 d.C. González y Lagiglia, 1973
Cerro Calvario, tumba 2 880 ± 50 1180 d.C. Gambier , 2002
Angualasto, tumba 2 550 ± 40 1300 d.C. Gambier, 2002
Angualasto, tumba 3 440 ± 40 1400 d.C. Michieli, 2007

Tabla 2. Cuadro comparativo de los fechados radiocarbónicos en años calendario teniendo en


cuenta el margen de error y/o la calibración

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Tumbas y textiles preincaicos en una zona andina meridional

Considerando que diez fechados calibrados realizados para Angualasto, tanto en


tumbas como en construcciones superficiales y semisubterráneas, abarcan un rango
temporal que va de 1260 a 1430 d.C. y que las edades radiocarbónicas de éstos y otro
fechado anterior no calibrado abarcan un rango que va de 810 a 510 años antes del
presente (Gambier, 2003; Michieli, 2007), puede afirmarse con bastante certeza que
los conjuntos textiles correspondientes con el desarrollo tardío de Calingasta son
algo más antiguos que los semejantes de la cultura de Angualasto.
Tumbas comparables a las que denominamos de «pozo y cámara» se encontraron en el
Norte Chico chileno vinculadas con etapas preincaicas. En Altos Blancos (en la cuenca alta
del río Copiapó, III Región) Niemeyer excavó en 1974 una tumba definida como «ampollar»,
fechada en 1350 años d.C., que contenía un esqueleto flectado, restos de una estera y otros
objetos entre los cuales se destaca un tubo realizado con el raquis de una pluma de cóndor
(Niemeyer et al., 1998:174-175; 273). En la cuenca alta del río Aconcagua (V Región)
recientemente se encontraron túmulos funerarios correspondientes al Período Intermedio
Tardío (1000 a 1400 d.C.) que en ocasiones cubrían tumbas con cámaras o bóvedas excavadas
en el suelo original con acceso por un foso angosto (Pavlovic et al., 2003:52).
En el Norte Grande (I y II Regiones), a su vez, este tipo de tumbas fueron mencionados
también para el Período Intermedio Tardío de Arica y Quillagua (cit. de Michieli, 2000:78).

Los ajuares y las piezas textiles


Los ajuares de estas tumbas incluyen en general cuerpos flectados colocados de
costado con envolturas textiles, una o dos vasijas de cerámica pequeñas, recipientes
de calabaza, cestos en espiral y palos cavadores (Gambier, 1994; 2002). La diferencia
entre ambas manifestaciones culturales está dada por el tipo de cerámica, que corres-
ponde a la característica de cada cultura, y por la cantidad y calidad de los objetos que
conformaban el ajuar contenido en la tumba.
Los fardos están formados por la envoltura del cadáver con una o varias piezas de
vestimenta o sus restos, fuertemente atados con madejas de hilos, cordones o fajas y
prendidos a modo de alfileres con espinas de algarrobo, trozos de palos o cañas finas
(Michieli, 1986; 2001b; 2002). Durante el proceso de desenvoltura de los fardos pudo
apreciarse que los correspondientes a Angualasto presentan una mayor cantidad de
prendas textiles tanto en la envoltura como colocados doblados por debajo del cadá-
ver, así como fajas trenzadas utilizadas como ataduras.
Un gran porcentaje de estas prendas muestra rastros de utilización y desgaste;
algunas están reiteradamente zurcidas y de varias se conservan sólo grandes trozos
usados como trapos para acuñar el fardo o que sirvieron como una especie de almoha-
dilla sobre la que se asentaron los mismos. Esto sugiere que las piezas, aun las que
presentan algún tipo de decoración, eran usuales y comunes en la vida diaria.
En todos estos ajuares funerarios fueron identificadas sin dificultad camisetas y
grandes ponchos como prendas de vestimenta.
En la denominación de las piezas de vestimenta se utilizan los nombres que se regis-
traron en español desde los primeros momentos de la conquista. Es este caso se diferencia
claramente «poncho» de «camiseta», porque son dos prendas distintas concebidas como

113
Catalina Teresa Michieli

tales desde el momento de tejer la tela, ya que la misma tiene diferentes tamaños según su
destino final. Por otra parte se evita el uso de la palabra «túnica» (usual en trabajos sobre
textilería arqueológica) porque consideramos que alude a vestimenta de la antigüedad
occidental que puede ser indistintamente abierta o cerrada, con o sin mangas, lo que
impediría apreciar la importante distinción entre camiseta y poncho.
Las prendas tienen características similares. Para la confección de las telas en
técnica de faz de urdimbre se utilizaron finos y firmes hilos de lana de camélido
(especialmente guanaco) seleccionados por tonos naturales y ocasionalmente teñi-
dos. La mayoría de estas telas son lisas del color natural de la lana de camélido sin
teñir (con apenas una leve apariencia de jaspeado conseguido por el hilo utilizado en
la urdimbre que tiene los cabos de distinto tono) o totalmente teñidas de color rojo;
ocasionalmente presentan listas decorativas en sentido de la urdimbre. Los orillos y la
abertura para el cuello poseen terminaciones especiales.
En cuanto al tamaño, las telas para ponchos, tanto de Calingasta como de
Angualasto, tienen entre 3 y 4 m2, mientras que las telas destinadas a confeccionar
camisetas oscilan entre 1,60 y 3 m2 (Michieli, 2001a; 2001b). Las telas que forman las
camisetas incaicas provenientes de los cerros El Toro y Tambillos (departamento de
Iglesia, San Juan), en cambio, no superan 1,40 m2 (Michieli, 1990).

Tabla 3. Cuadro comparativo del tamaño de las telas de cuatro orillos en faz de urdimbre que
forman ponchos y camisetas para adultos procedentes de Calingasta e Iglesia y de los ajuares
incaicos procedentes de Iglesia (Michieli, 2001b:68).

Sitio Pieza Largo de Ancho de Superficie Citado por:


la tela (m) la tela (m) total (m2)
Angualasto poncho 2,40 1,63 3,91 Renard, 1994
Angualasto poncho 2,20 1,72 3,78 Michieli, 1999
Angualasto poncho 2,48 1,50 3,72 Renard, 1994
Villa Corral poncho 2,24 1,64 3,67 Michieli, 1997
Angualasto poncho 2,35 1, 56 3,66 Michieli, 1999
Sorocayense poncho 2,26 1,60 3,61 Michieli, 1994
Sorocayense poncho 2,20 1,60 3,52 Michieli, 1994
Sorocayense poncho 2,40 1,44 3,45 Michieli, 1996
Angualasto camiseta 2,20 1,48 3,25 Michieli, 1999
Angualasto poncho 2,35 1,30 3,05 Vignati, 1934
Angualasto camiseta 2,00 1,30 2,60 Michieli, 1999
Cº Calvario camiseta 2,10 1,20 2,52 Michieli, 1994
Alto Verde camiseta 2,16 1,16 2,50 Renard, 1994
Angualasto camiseta 1,88 1,30 2,44 Michieli, 1999
Cº Calvario camiseta 2,10 1,16 2,43 Michieli, 1997

114
Tumbas y textiles preincaicos en una zona andina meridional

Cº Calvario camiseta 2,14 1,08 2,31 Michieli, 1994


Angualasto camiseta 1,80 0,90 1,62 Michieli, 1999
Cº El Toro camiseta incaica 1,56 0,90 1,40 Michieli, 1990
Cº Tambillos camiseta incaica 1,68 0,74 1,24 Michieli, 1990
Cº El Toro camiseta incaica 1,52 0,76 1,15 Michieli, 1990

Esto indica también que la pieza de vestimenta llamada «poncho» era una prenda
en sí misma y no una camiseta descosida, que era muy común en las etapas tardías
previas a la dominación incaica de la región y que no provenía de una influencia de
este origen y mucho menos una creación posthispánica.
Se observa también la reiterada la aparición de ciertas piezas que reúnen caracte-
rísticas semejantes (Lámina Nº 1) y que hemos identificado como «telas rectangulares
decoradas» (Michieli, 2000:88-89). En algunos casos estas piezas están completas;
en otros casos existen fragmentos que pueden ser identificados como pertenecientes a
objetos similares. Por los desgastes, roturas, zurcidos y remiendos que presentan,
puede considerarse que se trató de prendas de uso diario y prolongado antes de que
pasaran a integrar ajuares funerarios. Aparecen en contextos de adultos en menor
proporción que en los de niños; en estos últimos, a su vez, se observan los ejemplares
más deteriorados por el intenso uso.

Lámina 1. Piezas rectangulares decoradas: A- Hilario (Calingasta); B- Angualasto (Iglesia).

Presentan similares técnicas de confección y decoración y tamaño normalizado.


La mayoría está realizada con técnica de faz de urdimbre. Son piezas medianas y
livianas; están confeccionadas con hilos muy finos y con menor densidad de tejido
que los ponchos y las camisetas. Si bien la decoración se basa por lo general en listas

115
Catalina Teresa Michieli

en sentido de la urdimbre, algunos casos presentan recursos más complicados (como


el empleo de urdimbres suplementarias, flotantes y transpuestas) que los usados en las
piezas más grandes; posiblemente esto estaba relacionado con una mayor la facilidad
de trabajo en telas de menor tamaño y más livianas.

Tabla 4. Cuadro comparativo del tamaño y técnicas de confección y decoración de las telas
rectangulares decoradas de Iglesia y Calingasta (Michieli, 2000:89).

Sitio Ancho en Largo en Superficie Técnica y Cit. por:


m(trama) m(urd.) (en m2) decoración
Angualasto —- —- —- f/u-tr. supl.
aldea discontinuas
Angualasto —- —- —- f/u-u. supl.
(niño con cesto) flotantes
Angualasto —- —- —- f/u-u. supl. Michieli, 2001a:51
(camino) flotantes
Cerro Negro —- —- — f/u-u. Michieli, 2001a:46
transp.
Cº Calvario (t. 1) —- —- —- f/u-listas Michieli, 2002
urd.
Chinguillos 0,84 —- —- f/u-listas Michieli, 2001a:49
urd.
Angualasto 0,45 0,96 0,43 f/u-u.
(niño con cesto) transp.
Alto Verde 0,70 0,70 0,49 f/u-listas Debenedetti, 1915:71-72
urd.
Angualasto 0,60 1,15 0,69 f/u-listas
(niño sin cesto) urd.
Michieli, 1994:12
Angualasto 0,57 1,30 0,74 f/u-listas
(niño con cesto) urd.
Hilario 0,80 1,22 0,97 f/u-u. Michieli, 2001b:66
transp.
Angualasto 0,80 1,30 1,04 f/u-listas
(niño con cesto) urd.
Angualasto (t. 1) 1,20 1,00 1,20 f/tr-tapiz
multicolor

Excepcionalmente aparece una tela rectangular realizada con técnica de faz de trama
(o «tapiz») con decoración multicolor de 1 m por 1,20 m aproximadamente, en muy buen
estado de conservación (Michieli, 2002:80; 2001b:66; 70). Los colores predominantes
son rojo, verde, amarillo y azul teñidos en diferentes tonos y beige muy claro y beige
castaño natural. La decoración en faz de trama consta de diez listas en sentido de la trama

116
Tumbas y textiles preincaicos en una zona andina meridional

con decoración de zigzagues oblicuos que separan campos triangulares rojos y verdes o
azules terminados en espirales cuadrangulares que combinan los colores de los fondos
(rojo y verde) y el del zigzag (amarillo o beige claro). Ambos extremos comienzan con dos
listas lisas de color rojo y beige claro. Las tramas son discontinuas y se encadenan cuando
cambian de color en forma recta; los planos triangulares que forman los fondos, en cam-
bio, están divididos oblicuamente con tramas discontinuas no encadenadas sino fijadas
directamente a una urdimbre. Las puntas de las tramas se ocultan entre el tejido, pero en
ocasiones alcanzan a aparecer en la superficie. Todo el tejido es irregular en cuanto a la
cantidad de tramas y en cuanto a la organicidad del diseño; lo primero produce
abultamientos que hacen que los laterales correspondientes a los dobleces de trama no
sean rectos sino ondeados. El diseño de esta pieza reproduce los motivos decorativos
usuales en los refuerzos de la base del cuello de ponchos y camisetas de Angualasto. Por
la forma, la técnica de confección y de decoración y el colorido, esta pieza es inusual e
impactante, aunque no tiene la calidad y la dificultad de ejecución que las restantes.
Los ajuares se completan con bolsitas rectangulares vacías colocadas sobre la
cabeza o sobre el pecho del cadáver, vinchas y cinturones formados por madejas de
hilos simples o con confección complicada, sandalias de cuero con y sin decoración,
cestos decorados, excepcionalmente un gorro de red y fajas decoradas que combinan
con gran maestría el trenzado plano y el trenzado macizo.
Casi todas las telas presentan los orillos laterales terminados con un acordonado
de dos elementos o con un trenzado de tres o más elementos formados por hilos
semejantes al de trama pero tomados doble; cada elemento se fija alternadamente en
cada doblez de la trama (Lámina Nº 2). Excepcionalmente estas terminaciones se
presentan recubiertas por costura decorativa; en los ponchos constituyen las termina-
ciones laterales; para estas telas se utilizó siempre trama única.

Lámina 2. Terminación de los orillos laterales de las telas con acordonado de dos elementos o
con trenzado de tres o más elementos: A a C- Angualasto (Iglesia); D y E- Villa Corral y Cº
Calvario (Calingasta).

117
Catalina Teresa Michieli

En cambio en algunos pocos casos se utilizaron tramas múltiples, especialmente


en número de dos a cinco y excepcionalmente doce, que forman en los orillos laterales
una terminación ligeramente ondeada al entrecruzarse los dobleces de las tramas.
Estos ejemplares son más usuales en las prendas de Calingasta que en las de Angualasto.
Como era tradicional desde cientos de años antes en las culturas locales, continuó
empleándose en forma aproximadamente similar el teñido en colores rojo y verde. En
rojo se tiñeron hilos para costuras y decoraciones y para confeccionar telas completas
tanto en Calingasta como en Angualasto. En un caso se tiñó una pieza ya confeccio-
nada.
En Angualasto, sin embargo, aparece como novedad el teñido de hilos en colores
amarillo y azul con gran variedad de gamas.
También en Angualasto se utilizó el teñido de hilos por reserva (o «ikat») espe-
cialmente en color rojo sobre base natural o sobre base previamente teñida de amari-
llo. Estos hilos fueron empleados en trabajos especiales y de poco tamaño como
cadenetas del extremo de la abertura de los cuellos, refuerzos decorativos, cinturones
formados por madejas de hilos y fajas trenzadas (Lámina Nº 3).

Lámina 3. Hilos teñidos por reserva (o «ikat») de Angualasto (Iglesia).

En cuanto a la decoración de los tejidos fue más común el empleo de listas en


sentido de la urdimbre ubicadas solas o agrupando rítmicamente listas lisas de distin-
to tono o color con listas con dameros en dos tonos.
Fue menos común la utilización de listas decorativas realizadas con el empleo de
urdimbres flotantes, suplementarias y transpuestas; estas últimas definen figuras
romboidales y las anteriores o diseños más complejos donde se destacan espirales
dobles encadenadas de formas curvas o rectilíneas. Este tipo de decoración se utilizó
sobre todo en las piezas rectangulares decoradas.

118
Tumbas y textiles preincaicos en una zona andina meridional

En cambio en grandes y pesados ponchos se comprueba la aparición de técnicas


decorativas más especializadas como las urdimbres discontinuas (Lámina Nº 4). La
decoración de piezas de vestimenta con urdimbres discontinuas ya había sido regis-
trada en el ajuar de una momia hallada en Angualasto en 1934 (Vignati, 1934; Renard,
1994); se ha ratificado últimamente con otra pieza hallada en Angualasto y dos ejem-
plares de Calingasta (Michieli, 2001b:67).

Lámina 4. Ponchos confeccionados con técnica de urdimbres discontinuas: A- Angualasto


(Iglesia); B y C: Villa Corral y Sorocayense (Calingasta).

Todas estas consisten en grandes ponchos en los cuales las urdimbres discontinuas,
ubicadas a la altura de los hombros, determinan cuatro sectores (dos lisos y dos deco-
rados con listas) que se distribuyen en forma opuesta. Es interesante observar que en
todos los casos la confección de estas prendas -que de por sí implica una complejidad
técnica y un gran dominio del tejido-, su tamaño y su forma, son prácticamente idén-
ticas, diferenciándose las de Angualasto sólo por la presencia de un refuerzo decora-
tivo en los extremos de la abertura para el cuello.
El hallazgo reiterado de textiles de gran dificultad técnica con características
semejantes indica que posiblemente la elaboración de piezas textiles no era un hecho
común en cada grupo familiar sino que debería haber existido un sector de la sociedad
especializado en este tipo de trabajo.
Por otra parte, la misma reiteración de estos hallazgos en tumbas y contextos
semejantes, así como la evidencia fehaciente de que estas prendas formaban parte de
la vestimenta diaria por el desgaste y reparación que presentan, llevan a considerar
que no se trataba de piezas extraordinarias que denotaran algún tipo de jerarquía de su
usuario, sino que formaban parte del acervo común de una sociedad en la cual no se
observa hasta ahora, estratificación social marcada ni fuerte control estatal.
Las camisetas y bolsas presentan costuras de unión simples, usualmente con cos-

119
Catalina Teresa Michieli

tura en punto guante con mayor o menor densidad, aunque se destacan dos casos de
costuras de unión decorativas con variantes de punto zigzag, dos con punto rococó en
zigzag y otro formando una fantasía cruzada.
Es común que los laterales de las aberturas para el cuello y mangas de camisetas y
ponchos estén recubiertas con costuras decorativas de colores contrastantes y que los enca-
bezamientos de urdimbre de casi todas las telas (que corresponden a los ruedos de ponchos
y camisetas y las bocas de algunas bolsas) estén recubiertos con costura decorativa en punto
de aguja o con cadeneta; en algunos casos también se usaron los puntos festón y ojal.
Además de los detalles que se han señalado, la diferencia más marcada entre la
textilería de Iglesia y la de Calingasta en los momentos tardíos está dada por la
aparición en algunos de los textiles Angualasto de llamativos refuerzos decorativos
en los extremos de la abertura para el cuello de ponchos y camisetas.
Aproximadamente la mitad de los ponchos y camisetas de Angualasto presenta estos
refuerzos decorativos que están realizados con técnica de faz de trama y sus variantes en el
mismo momento del tejido, con la utilización de hilos de color rojo, verde y beige o
marrón natural formando motivos que incluyen combinaciones de espirales (curvas o
cuadrangulares), líneas oblicuas y triángulos escalerados, sucesión de cheurones, o suce-
sión alternada de espirales que nacen de un tronco común y que forman con el fondo
figuras de tipo complementario. Los extremos de los hilos empleados se retuercen forman-
do cordeles de 10 a 13 cm de largo que penden a cada lado de los refuerzos decorativos.
Los motivos de estos refuerzos se repiten en algunas de las decoraciones de telas y en
otras manifestaciones de la cultura. Los hemos interpretado como una abstracción de
atributos propios del cóndor macho adulto [especialmente el cuello, la cresta y el ojo].
Este elemento constituye un rasgo excepcional en la textilería de la región y se liga con
evidencias de zonas circunvecinas del noroeste argentino y norte chileno (Michieli, 2001a).
Finalmente y en coincidencia con la mayor cantidad y diversidad de piezas textiles,
sólo en Angualasto aparecen prendas de tamaño infantil. Éstas se hallaron colocadas
como vestimenta en cadáveres de niños o formando parte de los restos de telas que los
envuelven. Se destacan pequeñas camisetas confeccionadas con lana muy suave (posible-
mente de vicuña) y ponchitos tejidos con cuatro orillos de tamaño adecuado para niños de
meses o recortados de viejas prendas de adulto. Algunos de ellos están sumamente usados,
gastados y remendados, lo que evidencia una intensa y prolongada reutilización.
En síntesis, entre las manifestaciones culturales de los grupos que ocuparon ambos
valles durante el período tardío existen elementos comunes, los que son más visibles en
contextos funerarios. A la semejanza en las formas y contenido de las tumbas se agrega
la similitud en los conjuntos textiles. No obstante esta similitud general, en ellos se
aprecian algunas diferencias de detalles técnicos y de uso que demuestran intenciones
y preferencias que individualizan y definen a cada grupo cultural.
Estas diferencias pueden sintetizarse de la manera siguiente:

1. Mayor cantidad de prendas y objetos textiles en los ajuares textiles de Angualasto.


2. Piezas de vestimenta de tamaño infantil en Angualasto.
3. Uso de fajas trenzadas decoradas en Angualasto.

120
Tumbas y textiles preincaicos en una zona andina meridional

4. Utilización excepcional de faz de trama para la confección de telas en Angualasto.


5. Terminación de orillos laterales con acordonado o trenzado más usual en Angualasto.
6. Uso de tramas múltiples más usual en Calingasta.
7. Refuerzos decorativos en los extremos de la abertura para el cuello de ponchos
y camisetas en Angualasto.
8. Utilización del teñido de hilos de lana en colores azul y amarillo, además de
los tradicionales rojo y verde en Angualasto.
9. Decoración de hilos y cordeles de lana por medio del teñido por reserva en Angualasto.

Notas
*
Conferencia presentada durante las VII Jornadas de investigadores en Arqueología y
Etnohistoria del centro-oeste del país (Nota de los Compiladores).
1
Este trabajo fue presentado parcialmente en el Simposio Internacional «La magia de lo
andino II» (Lima, 2005).
2
GR.N.-5476: Calingasta, 915 ± 55 = 1035 d.C.
Beta-107203: Cerro Calvario, tumba 2 (de «pozo y cámara») [madera de un año: palitos de
la estera] = 880 ± 50 BP. Edad calibrada: con 2 sigmas = 1030 a 1265 d.C.; intercepción con
la curva de calibración = 1180 d.C.; con 1 sigma= 1055 a 1090 d.C./1150 a 1225 d.C.
Beta-134392: Pta. del Barro, Primer Canal, t. 2 [AMS con uña de pie] = 650 ± 40 BP. Edad
calibrada: con 2 sigmas = 1280 a 1405 d.C.; intercepción con la curva de calibración = 1300
d.C.; con 1 sigma= 1290 a 1315 d.C./1350 a 1390 d.C.
Beta-161362: Angualasto t. 3 [AMS con uña de pie] = 440 ± 40 BP. Edad calibrada: con
2 sigmas = 1300 a 1420 d.C.; intercepción con la curva de calibración = 1400 d.C.; con 1
sigma = 1310 a 1370 d.C./1380 a 1410 d.C.

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122
Avances recientes en el conocimiento arqueológico
de los grupos indígenas tardíos y la dominación
incaica de Cuyo*
Alejandro García
CONICET. UNCuyo (FFyL). UNSJ (FFHA)
Contacto: agarcia@logos.uncu.edu.ar

La arqueología de Mendoza ha experimentado avances importantes en los últimos


quince años, vinculados fundamentalmente con la aparición de nuevos enfoques y con la
exploración de temáticas antes no abordadas. Algo similar, aunque en menor escala, está
sucediendo en San Juan gracias al desarrollo de proyectos relacionados con nuevos gru-
pos de trabajo. En gran medida, estos avances de la Arqueología cuyana se vinculan con
un mejoramiento del conocimiento sobre las sociedades tardías prehispánicas (sobre todo
del registro arqueológico huarpe) y la dominación incaica. Si bien en estas temáticas los
estudios documentales tienen aún mayor peso que las investigaciones arqueológicas, se
han registrado recientemente diversos aportes basados en la elaboración de nuevas pro-
puestas y en la ampliación y evaluación del registro arqueológico. A continuación co-
mentaré algunos de estos nuevos resultados (sobre todo los vinculados con nuestras pro-
pias investigaciones) y sus implicancias en el marco de la arqueología de la región.

La arqueología huarpe
Con respecto al registro atribuible a los huarpes, una de las contribuciones más
significativas ha sido el replanteo del esquema cronológico-cultural tradicional pro-
puesto por Humberto Lagiglia. Lagiglia (1976) realizó a mediados de los ‘70 una
búsqueda exhaustiva de todos los materiales arqueológicos tardíos y un ordenamien-
to general que lo llevó a proponer la aparición de un cambio marcado en las socieda-
des indígenas locales a partir de 1200 -1300 d.C. Según esta visión, hacia ese momen-
to se habría producido el paso entre dos entidades denominadas «Culturas de Agrelo»
y «Cultura de Viluco». La primera, que ya había sido definida por Canals Frau en la
década del ‘50 (Canals Frau, 1956), se habría extendido entre aproximadamente 500
y 1.000 años d.C. Luego de un hiatus de unos 200 años habría aparecido un registro
arqueológico totalmente distinto, caracterizado fundamentalmente por vasijas cerá-
micas pequeñas (vasos, jarritas y platos de pasta naranja y decoración geométrica

123
Alejandro García

pintada). Esta «Cultura de Viluco» habría correspondido a los huarpes, el grupo local
que conocieron los conquistadores españoles, y que habría sufrido sucesivos cambios
debido a las conquistas incaica y española y a los contactos con otros grupos indíge-
nas (como los mapuches del sur).
A mediados de los ‘90 ya se disponía de nueva información que permitiría revisar
este esquema. En ese momento no sólo se estaba difundiendo la calibración de fecha-
dos radiocarbónicos sino que además se contaba con registros estratificados prove-
nientes de sitios de montaña, como Agua de la Cueva, que mostraban un acotamiento
muy tardío de la cerámica Viluco y una extensión de la cerámica gris incisa (similar a
la conocida como «Agrelo») por lo menos hasta el período incaico.
Como resultado, se propuso (García, 1996) que los cambios atribuidos a la «Cul-
tura de Viluco» en realidad habrían sido producto del control estatal incaico, y que el
hiatus que entonces se producía entre aproximadamente 1000 y 1500 d.C. (entre lo
«Agrelo» y lo «Viluco») no era tal, ya que en parte se reducía al calibrar los fechados
radiocarbónicos (García, 2004) y en parte se habría debido a la falta de hallazgos de
registros arqueológicos tardíos estratificados y con buen control cronológico, cuya
posterior aparición mostraría la continuidad del registro «Agrelo» hasta el surgimien-
to de los cambios más recientes ya mencionados. Los trabajos realizados en la última
década han apoyado este modelo y en la actualidad varios colegas de la región com-
parten esta interpretación, al menos en lo referido al origen incaico del registro Viluco
(e.g. Cahiza, 2001; Ots, 2007).
Recientemente se ha podido constatar un aspecto interesante relacionado con la
cultura material de los grupos huarpes de Mendoza y San Juan: la utilización de
estilos cerámicos diferentes. En el centro-norte de Mendoza, como ya se ha mencio-
nado, el estilo predominante entre los huarpes de habla millcayac fue el denomina-
do «Viluco». En cambio, en el sur de San Juan (huarpes que hablaban el dialecto
allentiac), si bien aparece escasa alfarería vinculable estilísticamente con la «Viluco»
la cerámica más abundante parece responder al tipo gris con decoración incisa
conocido como «Calingasta». Otro tipo cerámico, de pasta naranja sin decoración o
con decoración pintada, estaría más relacionado con los cambios tecnológicos in-
troducidos por el estado inca. Este último estilo no guarda similitudes con el
«Viluco», ya que las formas, espesor, motivos decorativos, etc. son diferentes. De
manera que, aún cuando la muestra de sitios necesita ser ampliada, el registro cono-
cido indicaría que los estilos cerámicos en uso en el centro-norte de Mendoza y en
el sur de San Juan eran diferentes.
Por lo tanto, la información actualmente disponible indica que durante la domina-
ción incaica algunos aspectos de la cultura material no habrían sido similares y uni-
formes en toda el área huarpe, sino que habría habido diferencias entre los huarpes de
San Juan y los de Mendoza, lo que avalaría la propuesta de que el actual sector
limítrofe entre ambas provincias habría actuado como un límite natural que obstacu-
lizaba la comunicación entre los grupos indígenas ubicados hacia el norte y hacia el
sur previamente a la conquista incaica (García, 2005a). Por otra parte, estas diferen-
cias podrían indicar la utilización de estrategias distintas de anexión territorial por
parte del estado inca, aún cuando (si damos crédito a la documentación temprana) se
habría tratado de grupos correspondientes a la misma etnia (huarpe).

124
Avances recientes en el conocimiento arqueológico de los grupos indígenas tardíos
y la dominación incaica de Cuyo

Finalmente, otro aspecto que está siendo revisado es el de las fronteras del territo-
rio huarpe allentiac (esto es, los huarpes sanjuaninos). Tradicionalmente este límite se
ubicaba por el norte cerca de los 30º 30‘ - 31º S (en la travesía entre los ríos Jáchal y
San Juan) y por el este cerca del límite con San Luis. Sin embargo, recientes observa-
ciones indican que el límite norte pudo haber estado más cerca del río San Juan,
mientras que el límite oriental parecería haberse ubicado entre los ríos San Juan y
Bermejo. Este acotamiento del territorio permite tener una mejor perspectiva de la
envergadura de la etnia huarpe allentiac en relación con sus vecinos capayanes y
yacampis, y contribuye a definir la organización territorial del área en tiempos
prehispánicos tardíos. Pero el hallazgo de un sitio que permitía el control de un paso
importante por una de las quebradas que conecta el Valle de las Invernadas con la
zona baja de Gualilán, llama la atención también sobre un aspecto poco considerado
en la arqueología regional: la posibilidad de conflictos interétnicos, situación que no
debería resultar extraña, debido a la existencia de algunas menciones documentales
tempranas vinculadas con las poblaciones del norte de Mendoza (García, 2001).

El control incaico de Cuyo


Avances similares se han registrado en el conocimiento de la dominación incaica
regional. En este sentido, nuestro trabajo ha contribuido a mejorar algunos aspectos
de la temática, entre los que resaltan: 1) la ampliación del registro arqueológico
incaico; 2) los mecanismos de control estatal implementados en la región; 3) el alto
grado de variabilidad del registro incaico.
1) El conocimiento actual de los sitios incaicos de San Juan y Mendoza se debe en
parte a los relevamiento de Juan Schobinger, y M. Gambier, y sobre todo a las exten-
sivas prospecciones realizadas por Bárcena en las últimas décadas, que en la provin-
cia de San Juan incluyen áreas tan diversas como el Valle de Calingasta, la zona
central, el extremo noroeste y Valle Fértil. Nuestro equipo ha aportado información
sobre nuevos sitios incaicos en varios sectores del área (García, 2005b, 2007; García
et al., 2006). Así, en San Juan se identificaron hasta el momento cinco nuevos sitios
del período incaico en la zona de Pedernal/El Acequión, uno en la Sierra de la Invernada
y ocho en el Parque Nacional San Guillermo y zonas aledañas (denominados Arroyo
Peña Negra, Macho Muerto 3, Alero de los Petroglifos, Vega de los Salineros 2, Tambería
Río San Guillermo, Tambería Junta de la Palca –o Alcaparrosa-, Río San Guillermo 2
y Río San Guillermo 4 –Figuras 1 y 2). En Mendoza se identificaron materiales o
contextos incaicos en diversos sitios de la zona precordillerana, como Agua de la
Cueva, Agua de las Herraduras, alero La Pulpería y Papagayos (Figura 3). Esta amplia-
ción del registro permite a su vez mejorar nuestra percepción del alcance de la domi-
nación incaica local. Pero además, en nuestro caso, uno de los aspectos más interesan-
tes es la aplicación de una perspectiva no monumentalista, que ha permitido la detec-
ción de sitios incaicos con niveles de visibilidad mucho menores que los de los sitios
tradicionales del período. Algunos de aquellos sitios no presentan ninguna evidencia
arquitectónica en superficie (como algunos de la zona de El Acequión). En el caso de
un sitio hallado en La Invernada el grado de destrucción y dispersión de los restos de
una estructura es tan grande que las rocas de la misma no parecían haber formado parte
de una construcción.

125
Alejandro García

Figura 1. Refugio moderno construido con rocas de estructuras incaicas en Macho Muerto 3
(norte de San Juan).

Figura 2. Vista general del Alero de los Petroglifos


(Parque Nacional San Guillermo, norte de San Juan).

Figura 3. Fragmento de cerámica inca hallado en


la localidad de Papagayos, Mendoza.

126
Avances recientes en el conocimiento arqueológico de los grupos indígenas tardíos
y la dominación incaica de Cuyo

También se destaca el estudio de contextos estratigráficos del período inca localiza-


dos en secuencias más amplias en abrigos rocosos de la precordillera mendocina. Este
trabajo, centrado fundamentalmente en el sitio Agua de la Cueva, ofreció información
importante para comprender mejor el uso de estos sectores montañosos por el estado
inca. Entre los elementos más destacados relacionados con estos sitios cabe mencionar:

a) la aparición de cerámica diaguita-chilena III (diaguita-inca), que podría consti-


tuir una manifestación de la presencia de estos grupos en el norte de Mendoza en
el marco de las estrategias de dominación incaica de la zona (García, 1999).
b) La ausencia de modificaciones importantes en los sitios durante las ocupacio-
nes vinculadas con este período. En ningún caso se observa levantamiento de
muros o una estructuración especial del espacio interno de los sitios, lo que denota
el desinterés del estado inca por manifestar de manera llamativa su presencia en
cada uno de los sitios ocupados.
c) La falta de construcción o demarcación especial de las vías de comunicación que
vinculaban los sitios del Valle de Uspallata con los de la llanura mendocina. Este
aspecto no es novedoso, ya que hasta donde se conoce actualmente, responde a lo
observado en el resto de Mendoza y San Juan: la simple utilización de senderos
preexistentes o la apertura de nuevas sendas mediante la simple limpieza de una vía
relativamente angosta y sin pavimentación o demarcación especial. Un ejemplo de
lo anterior puede observarse en el caso de Pedernal/El Acequión (Figura 4).

Figura 4. Tramo de la senda que une los sitios


incaicos de Pedernal/El Acequión.

2) Otro aspecto relevante se vincula con el estudio de los mecanismos del control
estatal incaico sobre los grupos indígenas de la región. En general resulta muy difícil
aproximarse a este tipo de información debido a la falta de integridad de los contextos
arqueológicos y a la falta de asociación entre registros de sitios incaicos y de sitios

127
Alejandro García

correspondientes a las poblaciones locales. El hallazgo reciente de una serie de sitios


espacial y cronológicamente relacionados ha permitido avanzar en la comprensión de
su articulación y de cómo ésta podría reflejar las estrategias estatales de reorganiza-
ción del espacio y de las poblaciones locales. Se trata de tres estructuras halladas en
una cerrillada en el área de la antigua Estancia El Acequión, cerca de la localidad de
Pedernal, y de dos sitios localizados a pocos centenares de metros de los anteriores, en
una zona más baja, a orillas del Río del Agua. La ubicación, configuración y diferen-
cias del registro arqueológico de estos sitios indican una clara separación entre sitios
localizados en sectores altos y destinados al control del espacio regional, por un lado,
y sitios más extensos destinados a vivienda y actividades generalizadas en el sector
bajo, por el otro. A su vez, existe una clara diferenciación entre éstos, marcada por la
alta proporción de cerámica incaica en el sitio «bajo» más oriental, y escasa aparición
de cerámica incaica y predominio de alfarería de estilo local gris inciso en el sitio más
occidental. En éste, a diferencia del primero, se han observado también evidencias de
canales, hornillos, entierros, etc.
Las marcadas diferencias internas del conjunto pueden interpretarse como signo
de una doble jerarquización en este sistema de asentamiento: sitios «altos» vs.
sitios «bajos», por un lado, y dentro de éstos, un sector netamente incaico vs. otro
sector aparentemente ocupado por las poblaciones locales (García, 2007).
3) Finalmente, otro elemento cada vez más evidente a partir de las recientes investigacio-
nes regionales es la alta variabilidad del registro arqueológico incaico de la región:
desde conjuntos con construcciones típicas en Tambillos o Paso del Lámar hasta las
estructuras totalmente «atípicas» de Yalguaraz, desde sitios de gran tamaño como Alca-
parrosa o Ranchillos hasta las pequeñas estructuras de Pedernal/Acequión, desde las
construcciones cuadrangulares de los sitios administrativos estables hasta las ocupacio-
nes efímeras y sin modificaciones estructurales o con pequeños pircados irregulares en
los sitios precordilleranos; registros con y sin cerámica incaica o diaguita chilena, con
puntas de proyectil de diversos estilos, y así sucesivamente. Es esperable que esta marca-
da variabilidad del registro arqueológico refleje no sólo la amplia gama de actividades
y situaciones involucradas en el manejo estatal de la región, sino también diferencias
significativas en las estrategias de control de las poblaciones indígenas locales. En este
sentido, no son sólo interesantes las diferencias antes señaladas en relación a la imposi-
ción o no de cambios tecnológicos en la producción de cerámica en las diversas pobla-
ciones, sino también la propuesta de modelos que permitan avanzar en la discusión del
manejo de los grupos indígenas a nivel local y regional. Afortunadamente, hallazgos
como los del área de Pedernal/Acequión permiten encaminarse en esta dirección. De la
misma manera, los frecuentes hallazgos de alfarería diaguita chilena (y en algunos casos
sin la aparición de cerámica inca) mantienen vigente la idea de un control incaico
general de por lo menos el centro-norte de Mendoza a través de mitmaq diaguitas
chilenos, quizás no como simples colonos transportados por el régimen imperial sino
como aliados o encargados de la administración del sector y de la exploración de los
territorios adyacentes por el sur (García, 1999).

Algunos elementos remarcables y perspectivas futuras


El bosquejo presentado aquí sobre nuestra contribución al avance del conoci-

128
Avances recientes en el conocimiento arqueológico de los grupos indígenas tardíos
y la dominación incaica de Cuyo

miento de la arqueología tardía de San Juan y del centro-norte de Mendoza es breve y


parcial, pero suficiente como para permitir detectar algunos aspectos importantes y
llamar la atención sobre otros que generalmente han sido poco tratados. Uno de estos
elementos es la necesidad de considerar la ocurrencia de situaciones de conflicto
entre las sociedades indígenas tardías y de estar preparados para poder advertir seña-
les de tales situaciones en el registro arqueológico. Como ya se ha señalado, algunos
documentos españoles de época temprana hacen alusión a este tipo de circunstancias,
en tanto que la presencia de sitios locales de control territorial (como el ya señalado
de Gualilán) o de sitios incaicos vinculables con situaciones de defensa (Paso del
Lámar) o de control de poblaciones locales (Pedernal/Acequión) refuerza la idea de
considerar posibles enfrentamientos entre las sociedades indígenas tardías del área.
También parece importante, a la luz de los resultados mostrados, la necesidad de
flexibilizar los criterios de búsqueda de sitios incaicos, teniendo en cuenta que no
siempre éstos van a estar señalados por la presencia de construcciones de gran tamaño,
y ni siquiera por la presencia de evidencias de estructuras. En tal sentido, es importante
destacar el fuerte impacto que sobre los sitios incaicos pudieron tener algunas activida-
des como la preparación de campos de cultivo (sitios de Pedernal/Acequión) o la
reutilización de rocas para construcciones modernas y el huaqueo de bines arqueológi-
cos (por ejemplo en el sitio de la Sierra de la Invernada o en Macho Muerto 3).
Otro aspecto relevante es la necesidad de incorporar a la agenda de trabajo estu-
dios específicamente arqueológicos relacionados con la evolución política y social
de las sociedades indígenas tardías. En este sentido, resulta bienvenido cualquier
intento de despegarse de la dependencia que por razones obvias se tiene muchas
veces de las elaboraciones producidas a partir de la información documental. Como
todos sabemos, siempre es bueno tener presente que los datos documentales deben ser
sometidos a una exhaustiva crítica y ser considerados como una fuente de informa-
ción alternativa y complementaria sobre las sociedades aborígenes en estudio, pero
de ninguna manera como una usina generadora de modelos a los cuales supeditar
indefectiblemente los estudios arqueológicos. Registros arqueológicos como los del
sur de San Juan y del centro-sur de Mendoza constituyen un incentivo importante
para intentar progresar en el análisis de los aspectos sociales y políticos a partir de
criterios desarrollados fundamentalmente desde la Arqueología.
Asimismo, otro punto sobre el que se puede avanzar decididamente a corto plazo
es el de la necesidad de realizar estudios más detallados y profundos en determinados
sitios relacionados con la dominación incaica. Esto no significa de ninguna manera
que los amplios relevamientos realizados en los últimos tiempos no sean de suma
utilidad o deban interrumpirse. Por el contrario, significa que este tipo de aproxima-
ción «extensiva» debería ir acompañada por estudios «intensivos» de sitio o de con-
texto (e.g. Bárcena y Román, 1986-87; Schobinger, 2001) que permitan obtener infor-
mación verdaderamente representativa acerca de las actividades que se desarrollaban
en algunos de éstos y de su funcionamiento. De la misma forma, un mayor trabajo
sobre aspectos específicos puede llevar a ampliar el conocimiento de los cambios
operados en las etnias locales y de las características de la relación entre dominadores
y dominados. Estos son aspectos que aún muestran un vacío importante en la arqueo-
logía incaica regional, y que, por otra parte, resultan imprescindibles para compren-
der los mecanismos de control estatal aplicados al manejo de las poblaciones locales.

129
Alejandro García

Finalmente, me interesa señalar dos elementos que creo importantes para poder
avanzar en el estudio del tema. Por un lado, me parece imprescindible un trabajo orien-
tado a promover la creación de ámbitos propicios para la discusión y elaboración de
propuestas alternativas para la comprensión del registro arqueológico tardío. Esto sig-
nifica que quienes estamos involucrados de alguna manera en el estudio de las socieda-
des tardías y del domino incaico deberíamos alentar la discusión y replanteo de nuestros
propios modelos e interpretaciones y generar en nuestros estudiantes y becarios un
sentimiento de independencia de criterio que les permita contribuir creativamente a ese
proceso con la generación de nuevas ideas. Probablemente esto esté sucediendo en los
equipos de investigación locales, pero de ser así este proceso aún no se ha reflejado en
una multiplicidad de propuestas o en la discusión de las interpretaciones tradicionales.
Por otro lado, cabe señalar el marcado progreso registrado en San Juan en los
últimos años en relación al tema aquí tratado es coincidente con el ingreso a esta
región de nuevos investigadores y grupos de trabajo. Esta situación, contrastante con
la política de frontera cerrada imperante en San Juan hasta hace menos de diez años,
refleja claramente que es necesario aumentar la cantidad de arqueólogos de la región.
Además de constituir un instrumento de extrema utilizado para combatir el avanzado
nivel de pérdida o alteración de sitios y bienes arqueológico por la acción de diversos
agentes de alteración postdepositacional, un sostenido incremento de los recursos
arqueológicos profesionales sin duda garantizaría un avance sustancial en el conoci-
miento arqueológico de las sociedades indígenas tardías y del período incaico, y un
mayor y mejor desarrollo de la disciplina en la región.

Agradecimientos
Agradezco profundamente la amable invitación de los organizadores del Semina-
rio Magistral y VII Jornadas de Investigadores en Arqueología y Etnohistoria del
Centro del País para disertar en el marco del este fructífero encuentro.

Nota
*
Conferencia presentada durante las VII Jornadas de investigadores en Arqueología y
Etnohistoria del centro-oeste del país (Nota de los Compiladores).

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y la dominación incaica de Cuyo

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131
132
La población tardía del Valle de Uco y la dominación
incaica en la frontera suroriental del Qollasuyu
María José Ots
Unidad de Antropología. Instituto Nacional de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales. CONICET.
Contacto: mjots@lab.cricyt.edu.ar

El antiguo Valle de Uco comprendía el territorio ubicado al sur del río Mendoza;
de acuerdo con datos documentales del momento de contacto hispano-indígena este
sector concentraba una importante densidad de población. Los estudios históricos y
arqueológicos incluyen al área en procesos culturales regionales, entre los que nos
interesa el de dominación incaica (estudiado en el marco de los proyectos de investi-
gación de dicha dominación en el Centro oeste argentino -CONICET y ANPCYT-
dirigidos por el Dr. J. R. Bárcena). Partimos del supuesto de que el contacto entre las
sociedades dominada y dominadora, en este caso, la del Tardío del Valle de Uco y la
incaica, introdujo transformaciones en la sociedad local.
Los antecedentes en las investigaciones etnohistóricas y arqueológicas del Valle de
Uco son escasos, aunque estas últimas se están incrementando y posibilitan un mejor
panorama sobre las poblaciones locales. En este sentido, uno de los objetivos de nues-
tros trabajos en el área es profundizar el conocimiento de la prehistoria regional.
La información histórica temprana sobre la percepción que los españoles tuvieron
del ambiente y los recursos del área permite dilucidar aspectos organizacionales de
estas comunidades y las transformaciones que sobre ellas pudieron inducir las conquis-
tas incaica y española. La metodología arqueológica implementada para abordar estos
temas y reconocer en qué aspectos se produjeron cambios en la sociedad local consistió
en un estudio microregional en áreas discretas mediante la prospección y excavación de
sitios en distintos ambientes y el análisis diacrónico de las ocupaciones prehistóricas.

Características del área de estudio


Los valles de Cuyo/Huentota (asiento de la actual ciudad de Mendoza) y Uco conforma-
ban a fines del siglo XVI los principales núcleos poblacionales de lo que luego constituyó
el territorio mendocino, hábitat de ocupación huarpe, cuyo límite sur era el río Diamante. El
«Valle de Diamante» constituyó una frontera ecológico-cultural entre los huarpes y las
sociedades cazadoras nómades (puelches), que se mantuvo hasta el siglo XIX:

133
María José Ots

«...la ciudad de la Resurrección, Provincia de los Guarpes /.../ daba e dio por término /
.../ por la banda del Sur hasta el Valle de Diamante /.../» (Acta de la Fundación de la
Ciudad de Mendoza por Jufré, 28 de marzo de 1562. En: Cabrera 1929:26).

En la actualidad, la denominación Valle de Uco hace referencia a la región com-


prendida por los departamentos de Tupungato, Tunuyán y San Carlos en el centro
oeste de la provincia de Mendoza, los antiguos valles de Uco y Xaurúa (Rosales,
1937:248) (Figura 1). Este territorio constituye el extremo austral oriental del Área
Andina Meridional, en la subárea arqueológica Centro oeste argentino.

Figura 1: Ubicación relativa del Valle de Uco en el centro oeste de la provincia de Mendoza.
Ubicación de las principales referencias mencionadas en el texto.

El área de estudio tiene muy buenas condiciones ambientales: mayor humedad


por abundancia de lluvias y recursos hídricos y mejores tierras y pasturas que otros
sectores de la provincia de Mendoza. En relación con la aridez característica de
Mendoza, el valle superior del Tupungato constituye un sector excepcional que re-
gistra precipitaciones cercanas a los 350 mm anuales (Vitali, 1940:52).
El territorio presenta las características ecológicas propias del ambiente cordillerano
–Cordillera Frontal- y del piedemonte hacia el Este. La vegetación es la típica de
montaña: vegas y matorrales húmedos, cactáceas y coironales en cotas más bajas
(Larrea divaricata, Stipa tenuis, y Piptochaetium napostaense en el piedemonte). El
sector oriental del área presenta vegetación de Bolsones y Huayquerías, con comuni-
dades saxícolas diversas y estepas arbustivas (Larrea cuneifolia, Atriplex lampa,
Geoffroea decorticans y otras) (Roig y otros, s/f). La extracción de madera y leña y el
pastoreo han favorecido intensos procesos de erosión en el piedemonte.

134
La población tardía del Valle de Uco y la dominación incaica en la frontera suroriental de Qollasuyu

El oasis del Valle de Uco, formado por el cono aluvial del río Tunuyán y sus
afluentes, se ubica en la transición entre el piedemonte y el extremo norte de la
«Depresión de los Huarpes», cuenca receptora de sedimentos acarreados por la red
fluvial desde la Cordillera con suelos areno-limosos aptos para la agricultura.
Las condiciones ambientales actuales se han mantenido más o menos similares
desde los inicios del Holoceno tardío, caracterizado por una gran variabilidad am-
biental y la influencia de los eventos El Niño (Zárate, 2002:38). Alrededor de 3000
A.P. comenzaron las condiciones de clima moderno, con lluvias de verano en las áreas
bajas y temperaturas más favorables en las tierras altas (Markgraf, 1983 en Zárate,
2002). Los eventos El Niño determinan un incremento de las precipitaciones invernales
en Los Andes, produciendo un aumento considerable de los caudales fluviales en
verano y mayor recarga de los acuíferos del piedemonte.
Para el momento que nos interesa, los registros dendrocronológicos y de variacio-
nes glaciares de Chile Central y del sector norte de la Patagonia establecen un largo
período más frío y húmedo entre 1270 y 1660 A.D., cuyo punto máximo se dio entre
1340 y 1640 A.D1. Mediante estudios dendrocronológicos en Chile Central se han
identificado precipitaciones por encima del promedio entre 1450 y 1550 A.D. (Villalba
1994). Aun a fines de este período frío (1654) «...el paso de Uco se abre a fines de
febrero, y en abril está cerrado» (Espejo, 1954:188)2.
De acuerdo a la opinión de los cronistas, el clima y el ambiente de Chile resultó más
benigno a los españoles que el de Mendoza (Prieto 2000: 40-41). Sin embargo, a prin-
cipios del siglo XVII se aprecian sectores cordilleranos y del Valle de Uco con buenos
pastos «... donde tienen los españoles sus ganados por ser mui fértil...» (Cartas
Annuas:210). Las condiciones de temperaturas bajas y humedad tuvieron como conse-
cuencia la abundancia de precipitaciones nivales y estivales, favoreciendo el desarrollo
de pasturas y de la actividad ganadera en varios sectores de los valles de Uco y Xaurúa.
Se describe para ambas márgenes del río Tunuyán, entre otros sectores, el paisaje
de ciénagas o dehesas (vg. Espejo, 1954:82-83), semejante a una gran vega con aflo-
ramientos de agua y abundante vegetación hidrófita -pastos, totora, Phragmites
australis (carrizo), Scirpus californicus (junco)- (Prieto y Wuilloud, 1997:31). Otros
recursos, además de los pastos, se explotaban en relación con este paisaje: madera,
leña, aves y peces (Prieto y Wuilloud, 1997).
Estas características contrastan con las del territorio al sur del Diamante, «...tierra
y parte tan agria y fría e inhabitable» (Bibar, 1966:137).

La población del Valle de Uco en el momento de contacto con el


Tawantinsuyu y la conquista europea
A partir del análisis etnohistórico y lingüístico de los datos sobre el área Canals
Frau concluyó que «...la población indígena del Valle de Uco, en la época del descu-
brimiento, estaba constituída por Huarpes mendocinos, o sea, por indios de idioma
Millcayac» (1950:9. Destacado por el autor). Esta hipótesis será contrastada, además,
por los datos arqueológicos a partir de los cuales identificó «dos distintos estadios en
la evolución cultural de los Huarpes» (Canals Frau, 1950), representados por las
posteriormente denominadas «culturas» arqueológicas de «Agrelo» (Canals Frau,

135
María José Ots

1956; Canals Frau y Semper, 1956) y «Viluco» (Lagiglia, 1978) respectivamente. El


momento tardío se caracterizó además por «la presencia de cerámica pintada de in-
fluencias incaicas», «benéfica» influencia que, según el autor, propició el desarrollo
de prácticas agrícolas con irrigación en el Valle de Uco (Canals Frau, 1950:10 y ss.).
Estudios históricos posteriores demostraron que la mayor densidad de población
se concentraba en los valles de Huentota y Uco (Prieto, 1974-76, 2000; Michieli,
1983; Parisii, 2003), donde se manifestó una adaptación exitosa al medio, mediante
tecnología adecuada (Prieto, 2000)3 ?Estas comunidades habrían desarrollado dos
actividades económicas de base diversas -recolección (complementada con caza y
pesca) y agricultura-, coexistentes y complementarias. La filiación cognaticia bilate-
ral y la adscripción territorial bilocal de las poblaciones locales fueron interpretadas
como estrategias adaptativas para el acceso a distintos ambientes y recursos que supo-
nían una gran movilidad de la población (Parisii, 1995; 2003).
En el momento de contacto hispánico, se estarían produciendo procesos de cambio
social que llevarían a la consolidación de «jefaturas de reducido dominio territorial»,
coexistentes con grupos gobernados por «cabecillas». El cambio habría sido inducido
por la presión tributaria incaica, permitiendo el acceso a actividades económicas para la
obtención de excedentes por los grupos menos favorecidos (Parisii, 1995; 2003).
El primer empadronamiento europeo de los pobladores de Mendoza fue realizado
durante «la permanencia forzada de Villagra en 1551» (Canals Frau, 1950), cuyos
datos fueron utilizados por Pedro de Valdivia para el otorgamiento de las primeras
encomiendas de Huarpes, incluyendo a los del Valle de Uco (Medina, 1900, T XXII:
222). El traslado inmediato de la población cuyana para servir en Chile se ha interpre-
tado en relación con la persistencia de la movilidad transandina impuesta por la
dominación incaica (Bárcena, 1994).
La encomienda más temprana conocida para el Valle de Uco fue otorgada por Juan
Jufré a Diego de Velazco4, y consistió en el “cacique Guarinay, que reside en el Valle de
Uco, con todos sus indios é principales, tierras é pueblos, do quiera que estuvieren é fueran
hallados sus sujetos…” (Santiago, 15.06.1563) (Medina, 1898, T XIV:427-428). En la
confirmación de esta encomienda (y de la que Velazco obtuvo en la ciudad de La Resu-
rrección), Villagra aclaró que debía ser “de esta manera: los doscientos indios de valle en
los caciques y principales y sus indios que cayeren en valle, y los trescientos restantes en
algarroberos…” (Medina, 1898, T XIV:427-428), dato que sostiene para este sector la
coexistencia de grupos con distintas actividades económicas. Por el momento no se han
estudiado otros mecanismos que posibilitarían el acceso y la complementación de los
recursos, como en el caso de los indios “algarroberos” Yalchemire, Chiguti y Motu del
Valle de Uco que “... se habían ido a sus tierras y algarrobales y dejado sus casas y
maizales...” en las tierras de cultivo del cacique Ayanta (AHM, C290, D85).
La existencia de tierras destinadas a la agricultura y con irrigación en Uco está docu-
mentada, entre otros casos, en la merced de tierras a Diego Muñoz “donde antiguamente
solía sembrar el cacique del mismo nombre Yampliquentta...” (1581. Citada en Cabrera,
1929:337; Rusconi, 1962:366). Aunque las menciones a acequias en el Valle de Uco son
un poco más tardías, del momento en que se realiza la toma de posesión de las tierras,
conservan la denominación indígena (22.05.1628. AHM, EC, C8, D15; entre otros).
Las condiciones climáticas del Valle de Uco propiciaron desde principios del

136
La población tardía del Valle de Uco y la dominación incaica en la frontera suroriental de Qollasuyu

siglo XVII la progresiva ocupación española para la explotación ganadera (AHM, EC,
C278, D9; entre otras menciones), momento en que la población de este sector estaba
muy disminuida (Cartas Annuas, 1927:210). La reestructuración espacial de los gru-
pos locales es uno de los cambios que produjo el contacto hispano-indígena, como
consecuencia de la encomienda y la reducción impuestas por los españoles, y de las
prácticas de resistencia indígena. Asimismo, continuó la interacción étnica y cultural
entre poblaciones huarpes, puelches y otras procedentes de la vertiente occidental de
la cordillera, características de este espacio fronterizo.
La intensa movilidad transcordillerana está documentada desde momentos
tempranos. Los pasos Piuquenes o “del Yeso” (Espejo, 1954:182), próximo a la na-
ciente del río Tunuyán, y del Cajón del Maipo5 conectan los antiguos valles de Uco y
Xaurúa con el del Maipo, y durante la época colonial fueron pasos alternativos para el
traslado de ganado a Chile (Espejo, 1954:187).
En algunos sitios de Chile Central se han registrado materiales que sugieren la
relación entre los grupos agroalfareros de ambas vertientes trasandinas, tal es el caso,
entre otros, del cementerio de Rengo (cuenca del río Cachapoal), donde se encontró
cerámica de estilo Viluco y Diaguita-chileno inca en contextos prehispánicos (Cáceres
Roque et al., 1993, Raffino y Stehberg, 1997).
Las relaciones interétnicas prehispánicas pervivieron en las uniones o alianzas de
indígenas que resistieron la conquista española y sus consecuencias en continuas
incursiones a las estancias del Valle de Uco (ACM). Asimismo, sitios como Viluco o
Capiz en el antiguo valle de Xaurúa son ejemplos interesantes de la interacción étnica
y cultural poshispánica en la frontera. El cementerio indígena de Viluco, en las proxi-
midades del río Tunuyán en San Carlos, excavado por Reed, fue considerado por
Boman (1920) poshispánico temprano (del primer siglo posterior a la conquista) y de
huarpes millcayac. En el sitio se encontraron recipientes de cerámica cuyo estilo es
característico de las poblaciones tardías locales, identificados posteriormente en otros
sitios de la subárea (Lagiglia, 1978; entre otros), y otros materiales que se asocian a
componentes mapuche (una «pifilca») e hispánico (lanzas y cascabeles de metal,
cuentas de vidrio, etc.).
Próxima a Viluco, la localidad de Capiz conserva la denominación que recibía en
documentos tempranos (AHM, EC, C8, D10; Espejo 1954: 73). A partir de estudios
bioarqueológicos se consideró muy probable que los individuos enterrados en Capiz
fueran huarpes, del primer siglo de contacto hispano-indígena6. Al igual que Viluco,
registra indicadores de gran movilidad de bienes (objetos confeccionados sobre valva de
molusco marino, obsidiana y cerámica del sur de Mendoza, y bienes de origen europeo
como cuentas de vidrio y objetos metálicos). Las investigaciones bioantropológicas y de
dieta han confirmado las propuestas sobre la complementación de caza-recolección y
agricultura-pastoreo como actividades de subsistencia de estas sociedades, destacando la
ausencia de indicadores de stress nutricional (Durán y Novellino, 2003).
A partir de datos documentales se sostuvo que la dominación incaica habría inducido
procesos de cambio social y centralización política, acentuados por la dominación espa-
ñola (Parisii, 2003). Entre las escasas manifestaciones arqueológicas de dicha jerarquización
y complejidad social y política pueden considerarse las características del ajuar funerario
de Capiz que indican diferenciación social (Durán y Novellino, 2003).

137
María José Ots

La estructura arqueológica regional: cambios y continuidades en la


ocupación del espacio
Entre los posibles enfoques para el estudio de la evolución de las sociedades
tardías locales, la propuesta que adoptamos consiste en el análisis de la distribución
espacial de los restos materiales de las actividades humanas en relación con el paisaje
con el propósito de identificar procesos diacrónicos y sincrónicos en la ocupación del
espacio. Ante la imposibilidad de abarcar toda el área, seleccionamos una unidad de
muestreo representativa de las condiciones ambientales generales: el valle del río de
las Tunas.
La unidad de muestreo consiste en un área rectangular discreta de 600 km2 atrave-
sada por el cauce principal del río de las Tunas y parte de los arroyos subsidiarios, que
abarca dos tipos de ambientes: la Cordillera y el piedemonte. Dicho espacio puede
definirse como una “microregión” dentro del Valle de Uco –en el sentido propuesto
por Pérez de Micou y otros (1992:77)-, que articula una serie de microambientes en
zonas con recursos diferenciados, los cuales se presentan en cierta continuidad espa-
cial agrupando gran parte del potencial de recursos ofrecidos por la región de estudio.
El nivel inferior de la planicie pedemontana es un glacis cubierto por una espesa capa
de materiales que desciende desde los 2000 m hasta los 1200 m, con una pendiente entre
2° y 10°. Los limos de origen aluvial y tectónico de la superficie permiten una importante
actividad agrícola (Gutiérrez de Manchón y Furlani de Civit, 1997:233 y ss).
Cubrimos el 1,68% del área mediante la prospección pedestre de transectas (99,22 km
lineares y una superficie de 10,08 km²). Comenzamos nuestras prospecciones en la con-
fluencia del arroyo Cortaderas con el Santa Clara, donde identificamos el sitio estudiado
por Sacchero y García (1991) con cerámica Diaguita clásica y con influencia inca. Las
prospecciones de J. R. Bárcena conectaron este sector con Punta de Vacas, remontando el
río Santa Clara y, a través del Portezuelo del Azufre, el río Tupungato (2001).
A partir del registro muestreado utilizamos fundamentalmente la tecnotipología
lítica y cerámica como indicador cronológico y de componentes (mediante la com-
paración morfológica y estilística con otros contextos regionales del área Centro
oeste argentino), e identificamos seis “componentes”. Los tres primeros son locales:
precerámico, agroalfarero temprano-medio (siglos VI-XII) y tardío (siglos XV-XVII).
Asociada a este último, registramos cerámica Diaguita chilena inca y Aconcagua
Salmón, característicos del componente tardío y bajo dominación incaica del Norte
Chico y Centro de Chile respectivamente. El componente poshispánico consiste en
pircas y puestos de pastoreo, en algunos casos asociados a cerámica naranja vidria-
da, loza, vidrio, etc. (Figura 2).
Algunos elementos observados en la microregión permiten establecer patrones de
ocupación del espacio (Ots, 2006). Como hipótesis operativa, con fines comparativos
para interpretar los principales cambios y continuidades en la ocupación del espacio,
asumimos que la superficie de un sitio estará en relación directa con el tamaño de la
población. La ocupación principal del área durante la prehistoria corresponde a co-
munidades agroalfareras, entre las cuales destacamos dos patrones en la configura-
ción espacial del registro arqueológico, que corresponden a dos momentos.

138
La población tardía del Valle de Uco y la dominación incaica en la frontera suroriental de Qollasuyu

Figura 2. Cuenca del río de las Tunas.


Ubicación de sitios y hallazgos aislados por componente.

Los sitios del componente agroalfarero temprano-medio se ubican sobre las terrazas
de los arroyos afluentes del río de las Tunas en los sectores cordillerano y pedemontano.
Bajo los 1000m s.n.m., también se ubican en las márgenes de cauces (secos en la actua-
lidad) subsidiarios del río de las Tunas. Estos últimos tienen mayor superficie que los
sitios ubicados en los sectores de los cauces superior y medio del río. Hallazgos aislados
o pequeñas concentraciones de este tipo también se encuentran dispersos sobre las
márgenes de estos arroyos. Podría tratarse de un patrón de asentamiento disperso, de
comunidades de población reducida, en relación con la explotación estacional de recur-
sos en distintos ambientes. En la Cordillera, las márgenes de los arroyos subsidiarios del
cauce superior del río de las Tunas son ambientes muy favorables para el asentamiento
estival, aptos para la caza y recolección, y también para las prácticas ganaderas y para la
producción y el procesamiento de alimentos. La distribución de morteros alrededor de
los cursos de agua y barrancas en distintos sectores ambientales se ha interpretado
asimismo como un patrón vertical de explotación económica que probablemente si-
guió la disponibilidad estacional secuencial de frutos maduros a diferentes tiempos y
diferentes alturas (Stehberg y Dillehay, 1988). La localización de morteros, manos y
conanas cerca del agua y de áreas forestadas presupone su función como ciclos de
molienda (Stehberg y Dillehay, 1988:151).
Los asentamientos estacionales de usos específicos del sector cordillerano se rela-
cionan con otros, residenciales de usos múltiples, permanentes, ubicados en el
piedemonte. Estos sitios son más grandes, concentrando –probablemente- mayor can-
tidad de población: mientras que los sitios del período temprano-medio ubicados en
la Cordillera Frontal no superan el rango de los 10.000m², en el piedemonte superan
los 60.000 m². Estas estrategias son características de un sistema Formativo (en el
sentido de Olivera, 2001).

139
María José Ots

Las concentraciones que adscribimos al agroalfarero tardío, en cambio, son menos


numerosas. Una de ellas se ubica en la Cordillera, a más de 2500m s.n.m. -confluencia
de los arroyos Santa Clara y Cortaderas-, y las de mayor tamaño en el piedemonte,
entre 1100 y 900m s.n.m. (sitios Agua Amarga y Puesto La Isla). No registramos
hallazgos aislados de este componente. Este patrón de asentamiento corresponde a
poblaciones más densas y más integradas, concentradas en el piedemonte. Durante
esta etapa no notamos reocupación de los sitios formativos de la Cordillera. La aso-
ciación de estas poblaciones al cauce principal del río de las Tunas, en el sector con
mejores condiciones para la explotación agrícola intensiva podría indicar intensifi-
cación en la producción, mediante la mayor eficiencia en el uso del espacio como
consecuencia de una tecnología más compleja para el manejo del recurso hídrico
(sistema de acequias y aprovechamiento de la pendiente del terreno, como se usa en la
actualidad), disponibilidad de suelos óptimos y mejores instrumentos de labranza.
Esta actividad estaría complementada con pastoreo, caza y recolección.

Características de las ocupaciones tardías


Los sitios multicomponentes Puesto La Isla y Agua Amarga se ubican en un sector
del piedemonte ocupado en la actualidad de manera intensiva por la explotación
agrícola (“Corredor productivo”). En Puesto La Isla (990m s.n.m.), una finca se super-
pone a un sitio de casi 9 Ha de superficie, ubicado en las altas terrazas de la intersec-
ción de los cauces del río de las Tunas y otro arroyo de caudal estacional. Mediante
la recolección selectiva de material en la superficie cultivada, identificamos cerámica
de tres de los componentes agroalfareros descriptos -Viluco, Aconcagua salmón y
Diaguita chilena inca- y artefactos líticos, entre ellos una herramienta agrícola.
Los tiestos Aconcagua salmón o “anaranjado bícromo” (Durán y Massone, 1997)
son partes del borde y cuerpo de pucos, con la característica decoración geométrica
negra sobre la superficie pulida naranja. El único fragmento que identificamos como
Diaguita chileno inca pertenece al borde de un aríbalo. Entre las bases de recipientes
reconocimos una forma que se ha atribuido a la influencia incaica (o más bien, Diaguita
chilena inca) sobre la cerámica Viluco, que consiste en la unión de la base (convexa)
y el cuerpo (evertido) de un puco “por un punto angular” (García, 1994:45).
Excavamos dos sondeos hasta 1,80 m de profundidad. Se observa homogeneidad en el
registro de todos los niveles excavados, sobre todo cerámica, lascas, hueso, cáscara de
huevo, granos de maíz y cuentas de collar de hueso. Entre 1,30 y 1,55 m de profundidad se
registraron 16 puntas de proyectil de cuarzo de tamaño y forma similar (muy pequeñas y
pequeñas, triangulares, con aletas) y mayor cantidad de cuentas de collar que en los demás
niveles. Algunos restos están termoalterados (el 31,7% de la cerámica, y también semillas
sin identificar, granos y marlos de maíz y fragmentos óseos y de cáscara de huevo).
Las clases de cerámica más abundantes (87%) son gris y marrón (distintos matices)
alisadas, sin decoración. Algunos fragmentos están decorados con pastillaje inciso
punteado, incisiones lineares o pintura. La cantidad de artefactos recuperados en los
sondeos sugiere una ocupación (u ocupaciones) muy intensa de un mismo componen-
te, mientras que las clases de artefactos representados en la superficie en distintos
sectores del sitio son menos frecuentes. Entre ellos, solo se registró cerámica marrón
pintada en la excavación.

140
La población tardía del Valle de Uco y la dominación incaica en la frontera suroriental de Qollasuyu

Si bien el porcentaje de fragmentos de cerámica Aconcagua salmón es bajo, debe


considerarse que este estilo no se ha registrado en otros sitios del piedemonte del
Valle de Uco7. Aunque la presencia de estos artefactos no indica necesariamente la
ocupación de grupos Aconcagua en el sitio, puede inferirse al menos intercambio de
bienes entre las poblaciones de ambas vertientes cordilleranas.
En el sitio Agua Amarga (1100m s.n.m.) el espacio cultivado (vid y frutales) ocupa una
superficie de 52,3 Ha, coincidiendo parcialmente con la distribución superficial de mate-
riales arqueológicos. Como resultado de la recolección superficial sistemática y la exca-
vación de sondeos en distintos sectores del sitio se recuperó material cerámico, lítico,
óseo, botánico, cáscara de huevo de ñandú (en estado fresco y quemada), arcilla cocida.
Identificamos un nivel de ocupación entre los 27 y 35cm de profundidad. Un
fragmento de cerámica gris incisa con motivos de “chevrones” de este nivel fue data-
do (muestra UCTL 1723 de la Tabla) en 1100-1200 años A.D. (785 + 80/ 905 + 90).
Otro contexto consiste en una concentración de granos y semillas carbonizados, frag-
mentos de hueso y de cerámica quemados y espículas de carbón. El sedimento arcillo-
so en la base de la concentración (en forma de cubeta) se presenta termoalterado. No se
registraron indicadores de otras actividades en la excavación en extensión de este
nivel (9 m2 de superficie en total), por lo que inferimos que podría corresponder a un
depósito secundario de desechos. Entre los restos botánicos recuperados (carbón,
semillas, granos y frutos carbonizados) identificamos Zea mays (fragmentos de granos
y de marlos, 1244,4g), Phaseolus spp (196,6g) y Cucurbita spp (0,4g).
Este nivel incluye entre los materiales termoalterados un tiesto (borde de recipien-
te abierto) con características de la cerámica del momento tardío (engobe rojo en
ambas caras); los fechados (muestra UTCL 1725. (Ver tabla) lo ubican en un rango
entre 1390-1475 A.D. (530 + 50 y 615 + 60 años A.P.), correspondiendo dicha crono-
logía a la esperada para este tipo de piezas.

Muestra Descripción P (Gy) D EDAD FECHA


(G y/año) (años AP)

UCTL 1723 Agua Amarga 2,90 ± 0,28 3,7*10-3 785 ± 80 1220 AD


S VIII g 4
3,2*10 -3
905 ± 90 1100 AD
Cerámica1000

UCTL 1724 Agua Amarga 1,72 ± 0,13 4,6*10-3 375 ± 40 1630 AD


S VII a 16
4,1*10 -3
420 ± 40 1585 AD
Cerámica 500

UCTL 1725 Agua Amarga 1,86 ± 0,18 3,5*10-3 530 ± 50 1475 AD


B1 a1
3,0*10 -3
615 ± 60 1390 AD
Cerámica 500

UCTL 1726 Agua Amarga 1,65 ± 0,11 4,0*10 3 415 ± 45 1590 AD


S XII e 14
3,5*10-3 470 ± 50 1535 AD
Cerámica 500

Entre los artefactos líticos registrados en el sitio encontramos puntas muy pequeñas,
triangulares, con aletas y, salvo un caso, muy fragmentadas. Este tipo que se ha asignado

141
María José Ots

a momentos tardíos y bajo dominación incaica (García, 1992) se encuentra en la super-


ficie y el primer nivel de excavación en Agua Amarga. Otras puntas triangulares, peque-
ñas, con base convexa o recta, presentan mejor estado de conservación y se encuentran
en niveles más profundos. La materia prima más frecuentemente utilizada para este tipo
de artefactos es el cuarzo, pero también se utiliza obsidiana para el primer tipo descrito.
La identificación taxonómica de los restos óseos permitió determinar especímenes
que se corresponden con las especies Bos taurus y Eudromia elegans; con el género
Lama sp.; al nivel de familia, Dasypodidae; al orden Rodentia; la clase Aves y en
menor grado de identificación, mamíferos diferenciados por tamaño: especímenes
provenientes de carcazas correspondientes a mamíferos grandes, medianos y peque-
ños. Un grupo identificado como «pequeños» (P) pueden ser mamíferos o aves. Los
restos de Rodentia y Dasypodidae indican de posibles modificaciones naturales, aun-
que en el último caso también pueden serlo de consumo, dado que muchos de ellos
tienen alteración térmica. Se observaron muy pocos casos con huellas: incisiones en
fragmentos de costillas y hueso largo de mamífero grande, en estado fresco y quemado
y en huesos probablemente de ave. Se identificó también un instrumento, a partir de
un fragmento muy pequeño probablemente parte de una diáfisis de hueso largo, que-
mado, y con los bordes pulidos, especie de pulidor o retocador8.
Los grupos cerámicos más abundantes de Agua Amarga son los naranja cerrados
(con y sin decoración). Mediante el análisis tecno-tipológico y la comparación con el
registro de otros sectores del área, asociamos los tiestos naranjas decorados con tipos
del momento tardío: por su forma y decoración, algunos fragmentos se asemejan a
partes de las «ollas» o «jarras» características del estilo alfarero tardío «Viluco»
(Lagiglia, 1978). Asimismo, se reconocieron atributos formales y decorativos de los
pucos o escudillas típicos de la denominada «facie II» de dicho estilo o «Viluco Inca»
(Lagiglia 1978, Raffino 1982: 155-157). Sin embargo, la mayoría de los fragmentos
decorados (aproximadamente 0,6 ó 0,7 cm. de espesor) son semejantes al tipo «rojizo
o anaranjado pulido, pintado de rojo» del Tambo incaico de Tambillos (Bárcena y
Román, 1990:41;61), cuya descripción puede asimilarse a la de estos:

«fragmentos de buena fractura, (que) señalan formas según modelos incaicos, con
decoración pintada de rojo, en zonas o en bandas –vg. pintura roja cubriendo desde los
labios hasta la zona de inflexión cuello-cuerpo en un aribaloide...» (Bárcena y Román,
1990:41 y dibujo en pág. 43).

Estas características morfológicas y decorativas se asemejan a las de un aribaloide


procedente de Agua Amarga (Museo Municipal de Historia Natural de San Rafael,
10348. Prieto Olavarría, 2005).
Las semejanzas que se identifican entre la cerámica de producción local de los
tambos incaicos del Valle de Uspallata y de Agua Amarga en los aspectos formales y
decorativos se estudiaron mediante el análisis de otros atributos tecnológicos. El
estudio de las características de las pastas (análisis de cortes delgados, difracción de
rayos x, índice de absorción) de la cerámica de Agua Amarga y su comparación con la
de los tambos permitió la identificación de similitudes tecnológicas entre ambos
grupos (color, textura, densidad y tipo de inclusiones, porosidad), aunque con dife-
rencias mineralógicas que sugieren el uso de distinta materia prima.

142
La población tardía del Valle de Uco y la dominación incaica en la frontera suroriental de Qollasuyu

Otros ejemplares de Agua Amarga son del tipo rojo engobado, con o sin decora-
ción geométrica pintada en blanco y/o negro; y negro y/o rojo sobre engobe blanco
(ambas caras); registrada también en los tambos incaicos del Noroeste de Mendoza, y
en otros sitios del área, cuyos motivos decorativos son característicos del estilo Diaguita
chileno Fase III o Inca (Bárcena, 1988, 1998; Bárcena y Román, 1990; Cahiza, 2003).
El registro de Agua Amarga descrito corresponde respectivamente a los componen-
tes agroalfarero temprano-medio regional y tardío (asociado a cerámica Diaguita chile-
na inca). Los resultados de la datación de la cerámica del sitio (Pontificia Universidad
Católica de Chile, Facultad de Física) (Tabla) confirman el ordenamiento de esta se-
cuencia cultural. Las fechas obtenidas para las últimas tres muestras (del tipo naranja
pintado y con engobe rojo) las ubican dentro de un rango temporal que coincide con el
momento de dominación incaica regional (Bárcena, 1998b, entre otros).
Los artefactos recuperados en Agua Amarga se asocian a actividades generaliza-
das que se habrían desarrollado en espacios domésticos de residencia permanente, en
relación con la extracción, producción, conservación, preparación y consumo de ali-
mentos. Los restos óseos y botánicos conservados gracias a la termoalteración permi-
ten inferir algunas de las actividades de subsistencia. Las especies botánicas recupe-
radas podrían indicar la producción de alimentos en este sector (aunque las transfor-
maciones del paisaje dificultan la identificación de sectores que pudieron ser cultiva-
dos con tecnología similar a la que aún se utiliza).

La dominación incaica del Valle de Uco


La dominación incaica regional se basó, principalmente, en la extracción de dos
tipos de recursos: mano de obra y productos agrícolas. El flujo de personas hacia
Chile para «dar obediencia y servir» a los españoles -documentado tempranamente-
se baso en la modalidad de mit’a incaica preexistente (Bárcena, 1994), el cual, a su
vez, se sustentó en las relaciones interétnicas regionales (Parisii, 2003). La produc-
ción de bienes agrícolas, orientados seguramente al mantenimiento del sistema de
tambos y Qhapac ñan, se basó igualmente en la apropiación del trabajo, pero también
de las tierras aptas para la agricultura bajo irrigación en distintos sectores del área y la
instalación de mitmaq con funciones productivas (Bárcena, 1994, Parisii, 2003).
Durante el momento tardío, las condiciones ambientales y las estrategias adaptativas
implementadas por los habitantes del Valle de Uco sustentan la posibilidad de mante-
ner una población importante mediante prácticas económicas mixtas. En este sentido,
concluye Parisii,

«...es casi imposible demarcar un área no incaica en los valles de Huentota, Caria,
Uspallata y Uco. El proceso de cambio que afecta el usufructo de los bienes productivos
por la acción de los conquistadores interesa al total del área cuyana, determinándose un
nuevo tipo de propiedad, un nuevo mecanismo para acceder a ella, y delimitándose
nuevos «excedentes» en la producción y en el trabajo humano...» (Parisii, 2003: 101).

Los complejos procesos de cambio en las estructuras organizacionales, en relación

143
María José Ots

con la apropiación de tierras y recursos, requieren para esta área, como se ha tratado para
Huentota, un análisis específico. Algunos datos permiten identificar en la población del
Valle de Uco características semejantes a las que se han estudiado en otros sectores,
aunque quedan por definir, por ejemplo, los mecanismos de acceso a los recursos. Si
bien destacamos indicadores históricos y arqueológicos de jerarquías socio políticas,
no se conocen tampoco datos sobre el origen del poder político y sus funciones.
La alternativa propuesta para el estudio arqueológico del cambio y la estabilidad en
las comunidades humanas consistió en el análisis de la distribución espacial de los com-
ponentes artefactuales y otros rasgos arqueológicos a través del tiempo. Partimos de un
supuesto que se ha estudiado en otros sectores del Tawantinsuyu según el cual la interacción
entre las sociedades dominadora y dominada introduce en esta última cambios en distin-
tos aspectos. Consideramos que las transformaciones que se produjeron en las poblacio-
nes locales durante la dominación incaica regional (1470/1551 como máximo rango)
respondieron a la interacción o la coacción que implicó dicha dominación, independien-
temente de los procesos evolutivos de estas sociedades (Dillehay et al. 2006).
Se consideran para el norte y centro de Mendoza procesos de incremento y concen-
tración demográfica, innovaciones en la subsistencia y la tecnología y mayor comple-
jidad social y política en relación con cambios en las condiciones ambientales durante
el Holoceno tardío y con la dinámica cultural regional. En el sector estudiado, la cuenca
del río de las Tunas, los cambios en el patrón de asentamiento indican aumento y
concentración demográfica (reocupación y mayor superficie de los sitios) por parte de
las poblaciones locales tardías contemporáneas a la dominación incaica regional. Inter-
pretamos el incremento del tamaño de estos sitios con respecto a los del período anterior
en relación con la concentración de la población en las tierras óptimas para la agricultu-
ra con irrigación, que suponemos obedece a la coacción del Tawantinsuyu.
Asociada a estos indicadores, la presencia de grupos (o bienes) del Centro y Norte
Chico chileno en este sector concuerda con los procesos demográficos y culturales
que se relacionan con la dominación incaica regional.
Los datos que contribuyen en forma más directa a demostrar la instalación de
grupos incas (o asentados por los incas) en el Valle de Uco son los que se han registra-
do en Agua Amarga, ya que este sitio presenta un componente alfarero incaico cuyos
fechados pueden incluirse dentro del rango temporal establecido por los datos obteni-
dos para otros sitios incaicos del Centro oeste argentino (Bárcena, 1998b, entre otros).
Mediante el análisis tecnológico y tipológico de la cerámica de pasta naranja
decorada de Agua Amarga, identificamos atributos que la asocian con otros ejempla-
res estudiados en el área, y que se adscriben al estilo característico de la cerámica inca
mixta «Viluco-inca» (o la segunda «facie» de Viluco, según la clasificación tradicio-
nal), es decir, piezas que sintetizan atributos locales e incaicos: los pucos o escudillas
y los aribaloides. Los resultados obtenidos de los análisis comentados permiten soste-
ner que la cerámica naranja de Agua Amarga y la de producción local de los tambos de
Uspallata se incluyen dentro de una misma tradición tecnológica, pero que no ha sido
producida con materia prima de la misma procedencia. La asociación de este grupo
tecnotipológico con el Diaguita Chileno inca en Agua Amarga se asemeja a la situa-
ción en los tambos incaicos del Valle de Uspallata.
Otras características de Agua Amarga confirman la interpretación del sitio en rela-

144
La población tardía del Valle de Uco y la dominación incaica en la frontera suroriental de Qollasuyu

ción con un incremento de la producción agrícola en el área durante este momento:


mayor concentración demográfica en un sector apreciado por las condiciones climáticas,
de suelo y agua. Es probable la producción mediante la irrigación por acequias y el
aprovechamiento de la pendiente del terreno, como evidencian las herramientas de
labranza, los productos agrícolas registrados y los bienes asociados con el almacena-
miento y transporte de los mismos. Como en otros sectores de la provincia, no se
identifican en el terreno los espacios cultivados o restos de antiguas acequias (mencio-
nadas frecuentemente en los documentos sobre el Valle de Uco), cuya visibilidad supo-
nemos dificultada por las transformaciones en el paisaje agrícola.

Consideraciones finales
Los datos comentados sostienen para el Valle de Uco algunas de las características que
se han destacado para las comunidades del norte y centro de Mendoza del momento de
contacto hispano-indígena. En la región es escaso el registro de sitios residenciales, como es
el caso de los que aquí presentamos (Agua Amarga y Puesto La Isla). En general, el registro
arqueológico tardío o «cultura de Viluco» proviene de sitios funerarios, permitiendo inter-
pretaciones sesgadas ya que los artefactos que componen los ajuares -bienes suntuarios en
muchos casos- no son representativos de las actividades productivas. Asimismo, los datos
provenientes de un sitio residencial son indicadores más apropiados sobre la identidad de
sus ocupantes que los que provienen de enterratorios, precisamente porque se utilizan en las
actividades cotidianas (Stanish, 1989). Los bienes de lujo que generalmente integran los
ajuares funerarios pueden proceder de otros ámbitos y dar una idea falsa de identidad.
La alta frecuencia en Agua Amarga de cerámica Viluco-inca, y la presencia minoritaria
de Diaguita chilena inca podría corresponder a una importante ocupación del sitio por
parte de grupos productores del primer tipo tanto en Agua Amarga como en los tambos
incaicos, bajo la dirección de artesanos incaicos o trasladados por los incas en su estrate-
gia de dominio regional. Queda por definir la procedencia de estos artesanos, que podría
ser regional, como ya se ha propuesto (Bárcena y Román, 1990) y el área de producción de
la cerámica de Agua Amarga. Estas características incluyen a este sector del Valle de Uco
en la región de producción, distribución y consumo de bienes (los recipientes cerámicos
o su contenido) en relación con la economía política inca, en cuanto se utilizarían para el
finan-ciamiento de la dominación del área.
La interacción de la sociedad local y el estado expansivo incaico afianzó en la
población del Valle de Uco algunas transformaciones que venían desarrollándose a
nivel regional, y que observamos principalmente en la concentración espacial y en la
organización tecnológica, en relación con la intensificación de la producción; en
tanto que aspectos que caracterizan a esta zona fronteriza se mantienen, como fueron
las relaciones interétnicas con comunidades de otros sectores del Centro oeste argen-
tino y el Norte Chico y Centro de Chile.

Notas
1
Ante la imposibilidad de consultar datos directos sobre el área de estudio, los DrEs. R.
Villalba y M. del R. Prieto sugieren utilizar esta información como marco general (M. del
R. Prieto comunicación personal).

145
María José Ots

2
Este paso (Portillo de Piuquenes) comunica Tunuyán con el valle de Maipo en Chile y
actualmente está abierto desde principios de noviembre hasta fines de abril Latitud Sur 33º
38´ - Longitud Oeste 69º 52´- Altura 4.035 m. http://www.difrol.cl (Noviembre 2006)
3
Esta hipótesis contradice a Canals Frau (1950), quien sostuvo que las estrategias adaptativas
de los huarpes del Valle de Uco no permitieron mantener una gran población en el
piedemonte mediante la agricultura con irrigación.
4
Canals Frau presumió que la primera encomienda de Aguarinez (o Guarinay) a Peñalosa
fue otorgada por Pedro del Castillo durante el «repartimiento general de indios», en mayo
de 1561, con que se beneficiaron los integrantes del grupo de conquistadores que lo
acompañó. Sin embargo, estimó que este dato «no puede ser óbice para que la primera
encomienda del mencionado cacique fuera aun más antigua, y procediera de los tiempos
de Pedro de Valdivia» (1950).
5
Latitud Sur 34º 14´ - Longitud Oeste 69º 48´ - Altura 3.430 m. http://www.difrol.cl/html
(noviembre de 2006).
6
Los fechados por TL que presentan los autores son de 450+45 AP –1550 d.C.- (UCTL
1292) y 385+40 AP –1615- (UCTL 1291) (Durán y Novellino, 2003:153).
7
Ejemplares de este estilo cerámico se han encontrado en sitios cordilleranos del sur de
Mendoza (Falabella y otros 2001, Gil y Neme, 2005).
8
Análisis óseo realizado por el Lic. Jorge García Llorca.

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149
150
Textiles «Angualasto» en el Valle de Jachal
Lorena María Ré
Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo «Prof. Mariano Gambier» UNSJ
Contacto: lorenaretare@yahoo.com.ar

Resumen
Se analizan y describen los únicos textiles encontrados hasta la actualidad en el
valle de Jáchal (San Juan, Argentina- Lám. 1), ubicándolos en el período agropecuario
tardío mediante el estudio comparativo con otras piezas textiles de ese período halla-
das en el valle de Iglesia (pertenecientes a los grupos «Angualasto») y Calingasta
(San Juan, Arg.).

Lámina 1. Mapa de la provincia de San


Juan, Argentina, con la ubicación de los
valles de Iglesia, Calingasta y Jáchal.

Introducción
El siguiente trabajo es producto de la labor de investigación realizada bajo la
dirección de la Dra. Teresa Michieli en el marco del Programa «Conocimiento y
difusión de la prehistoria de San Juan» y desarrollado en el Instituto de Investigacio-
nes Arqueológicas y Museo «Prof. Mariano Gambier», Universidad Nacional de San
Juan.
Establece una comparación entre los textiles pertenecientes a los grupos
«Angualasto», estudiados y descriptos en distintas oportunidades (Vignati, 1934;

151
Lorena María Ré

Renard, 1994; Michieli, 2001a, 2001b, 2002, 2007)1 y los recientemente recuperados
por orden Judicial en el año 2005 por el Instituto de Investigaciones Arqueológicas y
Museo «Prof. Mariano Gambier».
Estos textiles pertenecen a un fardo funerario hallado de manera fortuita en Bella
Vista, situada en el valle de Jáchal, al norte de la provincia de San Juan, en el año
2003, que al momento de ser ingresados al Instituto se encontraban en un estado de
muy mala conservación, ya que estuvieron almacenados durante dos años en condi-
ciones inapropiadas.

Textiles Angualasto. Marco de referencia


A partir de los trabajos realizados por el Prof. Mariano Gambier hasta 1999, y publi-
cados en el año 2000, se cuenta con una caracterización general de los grupos Angualasto,
que se fue incrementando resultado de investigaciones posteriores y que aún sigue en
estudio como parte de los trabajos desarrollados en el marco de los proyectos del Insti-
tuto de Investigaciones Arqueológicas. Dichos estudios parten tanto de tareas de campo
realizadas en el sector norte del valle de Iglesia, como de estudios de gabinete e incluso
de datos obtenidos a partir de piezas pertenecientes a colecciones particulares.
Como característica principal se debe tener en cuenta que los grupos Angualasto
se ubican en el período agropecuario tardío preincaico, que comprendió los años
1200 a 1460 d.C. En dicho período se practicó una actividad agrícola ganadera, con
grandes extensiones de cultivo, que recibían el agua de riego mediante importantes
obras hidráulicas. Estos grupos ocupaban no sólo el valle de Iglesia, sino que además
se han encontrado restos de instalaciones similares en los valles de Jáchal y río Ber-
mejo, que poseen evidencias de haber tenido una organización socioeconómica como
la de Angualasto (Gambier, 2000:53-62; Michieli, 2000, 2001, 2002, 2007)2.
En cuanto a la textilería Angualasto, en sucesivos trabajos y publicaciones Michieli
caracteriza los conjuntos textiles de este periodo, describiendo sus particularidades y
estableciendo diferencias con el noroeste argentino, ya que San Juan no se correspon-
de con modelos utilizados para otras regiones; es un caso único en cuanto a «testimo-
nios textiles conservados», contando con un importante patrimonio de textiles ar-
queológicos que han permitido no sólo continuar una línea temporal en la prehistoria
de San Juan a partir del estudio de los mismos, sino que además son extraordinarios en
cuanto a técnica y diversidad.
En sus descripciones Michieli enumera diversos elementos presentes en la textilería
Angualasto como la utilización de la técnica de faz de urdimbre, puntos empleados en
las terminaciones de orillos y como elemento destacado, los refuerzos decorativos
que se ubican en los extremos de las aberturas o cuellos de ponchos y camisetas. Estos
refuerzos tienen la particularidad de estar confeccionados con diseños abstractos in-
terpretados como atributos del cóndor, presentes también en otras producciones de
Angualasto, como la cestería, la cerámica, adornos, pipas, etc.
Las características de Angualasto ya sea sobre su organización socioeconómica o
en cuanto a textiles se refiere, es mucho más extensa y compleja, pero tomaremos los
datos antes enunciados como base para establecer una comparación entre los textiles
«Angualasto» que se analizaron hasta la actualidad, y los recientemente recuperados

152
Textiles «Angualasto» en el Valle de Jachal

por el Instituto de Investigaciones Arqueológicas, que son los únicos textiles halla-
dos en el valle de Jáchal hasta el momento.

Proceso de acondicionamiento y estudio de los textiles de Bella Vista, Jáchal


Las tareas previas al estudio de los textiles implican la limpieza y acondiciona-
miento de los tejidos a tratar, a fin de hacer posible su observación. Luego de realizar
el diagnóstico de los textiles, se consideró someterlos a un proceso de limpieza y
acondicionamiento extenso y meticuloso3.
En este caso puntual nos encontramos ante una serie de fragmentos prácticamente
pegados entre sí a causa de la acumulación de fluidos corporales propios de un fardo
funerario, y presentaban además un gran deterioro a raíz de la inapropiada forma en
que estuvieron almacenadas durante dos años antes de ser recuperadas por el Institu-
to, ya que se encontraban envueltos en papeles de diario, dentro de una caja de cartón,
siendo la tinta de impresión sumamente corrosiva para los tejidos.
Entre las piezas textiles se cuenta con un poncho con refuerzos decorativos, muy
deteriorado, del que se conserva prácticamente la mitad con parte del refuerzo (Lám.
2 y Lám. 7); una tela rectangular con franjas decorativas (Lám. 3), dos fragmentos con
refuerzos (que son posibles ponchos o camisetas), uno marrón café y el otro castaño
(Lám. 4); dos fragmentos de tela, uno liso marrón oscuro y otro marrón rojizo con
franja en tono más oscuro, con extremo de urdimbre.

Lámina 2. Fragmentos textiles sin


montar. Poncho de grandes dimensiones
con refuerzo decorativo (perteneciente al
fardo funerario hallado en Jáchal).

Lámina 3. Tela rectangular con franjas


decorativas en sentido de la urdimbre
(perteneciente al fardo funerario hallado
en Jáchal).

153
Lorena María Ré

A fin de recuperarse la flexibilidad de los tejidos se procedió de la siguiente manera:

a. En primer lugar se colocó cada fragmento entre dos bastidores de malla metáli-
ca, y se aspiró mecánicamente el polvo, para disminuir la suciedad antes del lava-
do. Este paso se realiza entre los bastidores para evitar dañar los tejidos.
b. El procedimiento de lavado implica la cuidadosa manipulación de los tejidos para
evitar que los mismos se rompan en las zonas de doblez, se debe procurar primero la
hidratación prolongada de las piezas, para luego desplegarlas. De esta manera, se colocó
los fragmentos o piezas textiles en forma individual entre bastidores de malla plástica. Se
lavó con agua destilada con detergente de PH neutro que facilita la eliminación de
suciedad adherida a las fibras. Una vez sumergidas las piezas a lavar, se las dejó remojar
un tiempo determinado y luego se hizo el cambio en forma reiterada del contenido de la
batea, eliminando el agua sucia cuantas veces fuera necesario. Al finalizar con el clarea-
do, se sacaron los bastidores para escurrir los tejidos, evitando el contacto directo de la
tela con cualquier superficie que pudiera volver a incorporarle suciedad. Con mucho
cuidado, una vez escurridas, se extendieron desdoblándolas, facilitando el secado.
c. El procedimiento de lavado facilita la eliminación de dobleces, pero no elimina
las arrugas. Para ello se colocaron pesas especiales antes de que los tejidos secaran
totalmente.
d. En este caso los fragmentos de tejido continuaban desprendiendo mucha pelu-
sa, por ello se les roció con un preparado de alcohol etílico y glicerina, al 1%,
aportándoles una apariencia más compacta y a la vez flexible (Abal, et al. 2001:187).
e. Luego se comenzó a montar los fragmentos sobre soportes de tela de poliéster,
cosiéndolos con hilo plástico, seleccionados por sus componentes inocuos para
este tipo de material arqueológico. En algunos casos las telas presentaban indicios
que permitieron reconstruir la forma original, ya que bordes o roturas coincidentes
completaban la forma del tejido. Este proceso demanda la observación detallada
de elementos como tonos del tejido, variaciones en la trama o urdimbre, puntos
empleados en la confección de las terminaciones, y hasta manchas que las piezas
puedan tener. Se convierte en el armado de un verdadero «rompecabezas» (Lám.2).

Como siguiente paso se realizó detallada descripción formal, y la consiguiente


comparación con los textiles de los valles de Iglesia («Angualasto») y Calingasta.

Conclusiones obtenidas
Tal estudio comparativo nos permite afirmar que los textiles pertenecientes al
valle de Jáchal presentan elementos característicos de la textilería «Angualasto».
Entre estas similitudes se puede destacar que:

§ Están confeccionados con técnica de faz de urdimbre.


§ Se utilizaron hilos muy finos de 0,5 a 1 mm de espesor dos cabos retorcidos en

154
Textiles «Angualasto» en el Valle de Jachal

S (en su mayoría más retorcido el de urdimbre que el de la trama).


§ Las terminaciones de las telas, o sea los remates de los orillos, son similares. Se
utiliza para los laterales el acordonado o el punto aguja variedad A; y para los
extremos de urdimbre el punto aguja variedad A o el variedad B (Michieli,
1986, 1994:32). Estos son puntos muy complejos que tienen la apariencia de
ser costuras dobles, están realizados con cabos retorcidos de a pares en S–Z, y
tomando grupos de 4 a 6 urdimbres (Lám. 5).
§ En estas terminaciones se observa también, el empleo de tramas dobles en las
dos últimas pasadas y también la utilización de refuerzos decorativos para los
extremos de aberturas (de ponchos o camisetas), con diseños abstractos pro-
pios de los grupos Angualasto que han sido interpretados como atributos del
cóndor (Michieli, 2001a, 2001b). Estos elementos son la cresta y el ojo, abs-
traídos en formas como la espiral cuadrangular y la sucesión de triángulos
escalerados. (Lám. 4, 6 y 7).
§ El teñido de las fibras en colores rojo, verde, amarillo y azul.
§ La utilización de la técnica «ikat», o reserva de teñido mediante el atado de la
madeja de hilos, lo que da por resultado el cambio de tonos al tejer.
§ La decoración con franjas en sentido de la urdimbre en telas rectangulares.
§ El tejido de telas con urdimbres con hilos de tonos más claros u oscuros, dando
un efecto de rayado apenas perceptible.

Lámina 4. Detalle del refuerzo


decorativo con utilización de hilo teñido
por reserva («ikat»). Fragmento de tela
color marrón oscuro o café con abertura
(posible poncho o camiseta).

Lámina 5. Extremos de urdimbre. a.


Punto aguja variedad A. b. Punto aguja
variedad B.

155
Lorena María Ré

Lámina 6: Dibujo del refuerzo decorativo


de la tela marrón oscuro (dib. A. Díaz).

Lámina 7: Dibujo del refuerzo


decorativo del «poncho» (dib. A. Díaz).

Además de las telas antes enunciadas el ajuar también cuenta con una madeja de
hilo color natural; varios fragmentos de un cordel realizado con fibra vegetal que es
una trenza plana de 7 elementos; fragmentos de un cesto realizado con técnica de
encordado de tres cabos de a pares; todos ellos confeccionados con técnicas que se
utilizaron repetidamente en textiles «Angualasto»4.
Más allá de las similitudes descriptas, nos encontramos con una llamativa diferencia que
distingue a los textiles de Jáchal del resto de las piezas «Angualasto». Dicha característica es
la amplitud de las dimensiones, tanto en las telas como en los refuerzos decorativos.
El poncho de mayor tamaño atribuido a «Angualasto» (Renard 1994) alcanza los 3,91
m², mientras que el correspondiente al fardo funerario de Jáchal suma los 4,62 m². con una
diferencia notable en cuanto a su amplitud. Lo mismo sucede con las telas rectangulares, de
las cuales se registra como de mayor amplitud una tela con listas en sentido de la urdimbre
(Michieli, 2000:88-89, 2007), con un total de 1,04 m² de superficie, mientras que la tela
rectangular perteneciente al fardo funerario del valle de Jáchal tiene 1,45 m² (Tabla 1).

Tabla 1. Comparación de tamaño de algunos textiles (los de mayor tamaño) del período tardío
preincaico del valle de Iglesia («Angualasto») y de Calingasta (Michieli, 2001b:68) con los
hallados en el valle de Jáchal.

Sitio Tipo Largo Ancho Superficie Citado por:


de textil (m) (m) (m²)
Angualasto (Iglesia) poncho 2,40 1,63 3,91 Renard 1994/Michieli 2001
Villa Corral (Calingasta) poncho 2,24 1,64 3,67 Michieli 1997/2001
Bella Vista (Jáchal) poncho 2,46 1,88 4,62
Angualasto (Iglesia) tela rect. 1,30 0,80 1,04 Michieli 2000/2007
Hilario (Calingasta) tela rect. 1,22 0,80 0,97 Michieli 1994/2000
Bella Vista (Jáchal) tela rect. 1,41 1,03 1,45

156
Textiles «Angualasto» en el Valle de Jachal

Más significativa aún, es la diferencia tanto en el ancho como en el largo de los


refuerzos decorativos. Registrado como «Angualasto» en el caso de los ponchos, el
refuerzo más largo mide 2 x 22 cm y, en el caso de las camisetas, llega a los 24 cm. En
cambio los refuerzos decorativos correspondientes telas de Jáchal duplican estas me-
didas. En el caso del poncho el mismo mide 2,5 x 40 cm y en los dos fragmentos (de
los que no se ha determinado si son ponchos o camisetas) uno alcanzaría 2,5 x 38 cm
y el otro 3,5 x 50 cm. Observando en forma comparativa ambos esquemas de refuerzos,
se puede ver claramente esta diferencia (Tabla 2).

Tabla 2. Comparación de tamaños de algunos de refuerzos decorativos en textiles Angualasto


y los pertenecientes a las telas del valle de Jáchal.

Refuerzos decorativos Largo (cm) Ancho (cm)


Textiles Angualasto 24 cm 1,2 cm
22 cm 2 cm
21 cm 1,5 cm
Textiles de Jáchal 50 cm 3,5 cm
40 cm 2,5 cm
38 cm 2,5 cm

Es importante entonces destacar, la relevancia de estos datos. Ya que analizando estas


diferencias en los tamaños de las piezas textiles y de los refuerzos decorativos, se plantea
un interrogante: si estas diferencias en las dimensiones es una característica propia de
los textiles del valle de Jáchal o es un caso aislado y único. Este interrogante permanecerá
latente, ya que no contamos hasta ahora, con otros ejemplares de esta misma procedencia.

Notas
1
Ver en este volumen: Michieli, 2009
2
El período agropecuario tardío preincaico fue modificando las fechas de su duración
conforme avanzaba la investigación sobre el mismo.
3
Procedimientos de rutina para el tratamiento de textiles en el laboratorio del Instituto, que
tienen su base en el trabajo metodológico de la Dra. Michieli.
4
Los trenzados y los fragmentos de cestería sólo fueron sometidos a una limpieza con
cepillos suaves.

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158
Capítulo 3
Etnohistoria de las Sociedades
Complejas

159
160
Las fronteras en los estudios regionales y etnohistóricos.
Propuesta de análisis*
Nidia R. Areces
Consejo de investigaciones, Centro de Estudios sobre Diversidad Cultural,
Universidad Nacional de Rosario
Contacto: nidia_areces@ciudad.com.ar

En esta propuesta se abordarán algunas cuestiones referidas a las posibilidades


que brindan los estudios regionales y etnohistóricos para el análisis de los espacios de
fronteras. Se entiende que las fronteras son expresión de la misma dinámica que con-
figura los asentamientos humanos. Sus límites materiales y simbólicos dependen de la
capacidad que esos grupos tienen de controlar el territorio en cuestión. Tanto este
control como el establecimiento de variadas relaciones con las sociedades circundan-
tes conducen a la configuración y al reconocimiento de una frontera frente a las otras.
En el amplio campo de las relaciones «espacio-sociedad» se privilegia el de las
fronteras. Esta construcción conceptual, con base en las interpretaciones de Frederick
Jackson Turner (1920) y sus discípulos,1 comienza a desarrollarse pensando la fronte-
ra como imagen2 del proceso formativo de una sociedad y no como una línea divisoria
infranqueable. Así la experiencia histórica norteamericana la imagina como reflejo de
todo el proceso según el cual cobra forma esa sociedad y como terreno en cuyo marco
se forja la conciencia nacional. La conjunción de la llegada de los «peregrinos del
Mayflower» y de la «conquista del Oeste» recrea esa imagen al mismo tiempo que
contribuyen a la fijación del «mito de la frontera».
Sea cual fuere la experiencia que se trate, la historia de la frontera siempre atañe al
relato de los esfuerzos de una sociedad por definir su territorialidad. Es decir, constru-
ye su espacio, construcción histórica que rescata en su devenir las relaciones que se
establecen entre las sociedades que conviven y, al mismo tiempo, compiten por ese
espacio. La frontera se origina entonces:

«cuando una comunidad ocupa un territorio. A partir de allí, la frontera se conforma y


modifica de acuerdo con la actividad y el crecimiento de la comunidad o por el impacto
causado sobre ella por otra comunidad» (Lattimore, 1968).

Se puede pensar entonces que las fronteras son expresión de la misma dinámica

161
Nidia R. Areces

que configura los asentamientos humanos, dependiendo sus límites materiales y sim-
bólicos de la capacidad que esos grupos tienen de controlar el territorio en cuestión.
Pero a su vez, la expansión de una determinada sociedad sobre un espacio -de acuerdo
con su propia dinámica interna y con las características físicas, ecológicas, culturales
de su entorno- lleva al establecimiento de variadas relaciones con las sociedades
circundantes las que han construido sus propios espacios, proceso que conduce a «la
configuración de la frontera» frente a las otras.
La referencia a «configuración» alude a la figura global siempre cambiante que
forman los «jugadores» y que incluye no sólo su intelecto sino toda su persona (Elias,
1993:157). Para comprenderla es necesario apreciar la articulación alrededor del
juego de cuatro nociones: idea, concepto, elemento y fenómeno. Para aprehender los
fenómenos -que son los elementos de base de la realidad empírica- deben
descomponérselos, gracias al trabajo analítico de los conceptos. A estos elementos
dispersos hay que agruparlos en nuevas figuras para que no se disipen en un caos
ininteligible; estas figuras son lo que Walter Benjamin llama «ideas», las que tam-
bién reciben el nombre de «configuraciones» o «constelaciones»:

«las Ideas son constelaciones eternas, y en la medida en que los elementos se pueden
concebir como estrellas en el interior de estas constelaciones, los fenómenos quedan a un
tiempo descompuestos y salvados». Porque los elementos son, en un principio, partes de
las realidades empíricas, Benjamin puede escribir en este sentido que `las Ideas son a las
cosas lo que las constelaciones son a las estrellas´» (Mosés, 1997:93-94).

Son estas nociones las que nos permitirán analizar lo que se ha denominado «la
configuración de la frontera».

Las fronteras, expansión y geopolítica


¿Cómo se piensa a la frontera? Su noción en principio indica algo más que la
demarcatoria de un límite territorial. Es un espacio geográfico donde todavía el Esta-
do está incorporando los territorios y configurando los procesos de producción y
estructuración institucional y social, procesos que presuponen el choque, la
interrelación, en síntesis, la vinculación dinámica de sociedades distintas, es decir se
constituye en área de contacto de formaciones sociales diversas. Pero cada sociedad,
cada pueblo interpreta su entorno y, por consiguiente sus márgenes y límites de mane-
ra diferente y para nada estática.
En este sentido, una perspectiva esencial para la comprensión de una zona fronte-
riza es la geopolítica. Ésta permite ver a la realidad de la frontera como «algo vivo,
[como] el producto de un movimiento de expansión diversamente contrariado», por
consiguiente la idea de frontera dimana del tipo de fuerzas que la producen (Toubert,
1992:9-17). Para entender mejor la noción de zona fronteriza es útil incorporar la de
limes, es decir, entendida ésta como una zona de fricción o tensiones que excede la
delgadez de una línea, una «frontera móvil», sintetizando, una franja de territorio de
contorno impreciso, fluctuante, difícil de precisar porque varía según las circunstan-
cias (Vilar, 1982:147-148).

162
Las fronteras en los estudios regionales y etnohitóricos. Propuestas de análisis

En esa misma perspectiva se piensa en particular en la construcción de una territoria-


lidad, base física de la sociedad, que responda a un determinado Estado-nación que a su
vez la garantiza3 y en donde tengan validez las normas que componen la formación
estatal. Esa construcción es el resultado de la presencia y desarrollo de una fuerte socie-
dad civil pero también de las relaciones entre Estados, en síntesis, de «una perspectiva
civil de la geopolítica» (Fajardo Montaña, 1996:237-282). En este planteo no puede
obviarse al poder que una formación social ejerce sobre un espacio, ella se lo apropia y
lo controla para que responda a sus fines globales y, de esa manera y a partir de la
explotación de sus recursos tanto físicos como humanos, obtener de él valores de uso y
de cambio. No se puede tampoco soslayar que el territorio -sobre el cual se ha destacado
su importancia como materialización del vínculo entre el ejercicio de la dominación y
los alcances geográficos de la misma- a más de un contexto geográfico es una construc-
ción cultural mediante la cual la comunidad humana concibe y describe su hábitat.

Las fronteras, hechos históricos y culturales


Las evidencias históricas y arqueológicas no dejan lugar a dudas acerca de que la
frontera no es un hecho geográfico inmutable en el tiempo, sino un hecho histórico,
que se define sobre todo a partir de la acción y el control que el Estado alcanza a
ejercer en los confines de lo que considera es su territorio. Si bien un decisivo medio
del poder político es la centralización territorial, la forma más eficaz de lograrlo es
mediante el establecimiento de instituciones centrales cuyo dominio se ejerce por
todo el territorio demarcado. El Estado centralizado y con un grupo de poder más o
menos estable va adquiriendo capacidades logísticas para ejercitar el poder con auto-
nomía, rasgo que intrínsecamente conlleva su precariedad. La centralidad del Estado
que connota su fuerza, contradictoriamente es también su debilidad por la falta de
poderes reales para penetrar en los ámbitos descentralizados, debilidad que está en
estrecha relación con la infraestructura geográfica y con sus propias limitaciones para
abarcarla. A lo largo de la historia se ha comprobado que ningún Estado ha logrado
todavía controlar todas las relaciones que se desplazan por encima de sus fronteras
(Mann, 1991:732).
Por lo tanto, una frontera no es de ninguna manera un ‘espacio vacío´, es un
espacio que intenta ser ocupado y que, a su vez, es recorrido y traspasado en forma
intermitente. «Es un espacio móvil, contendido y peligroso, pero cerrado, a la vez
fosilizado y cambiante» (Izko, 1992:9-60). Se resalta aquí otro rasgo de la frontera: su
permeabilidad, peculiaridad de esos espacios que le permiten tener una fuerte capila-
ridad social la que incide para que en cortos períodos de tiempo pueda experimentar
profundas transformaciones en su diagrama societario. Si llevamos el análisis a la
dimensión económica, tampoco resulta fácil trazar una línea demarcatoria entre dos
economías diferentes que interactúan -tomemos como ejemplo la agricultura mixta y
el pastoreo nómada- porque las áreas explotadas por las dos economías se interpenetran
y pueden cambiar con el tiempo (Renfrew, 1990:120).
Trasladada la cuestión de la permeabilidad a las fronteras culturales, éstas pueden
estar una veces muy bien definidas y otras veces no alcanzan a diferenciarse, las
pautas pueden ser terminantes y sencillas o bien tortuosas y complejas, y esta riqueza
de diferenciación generalmente no coincide y, de hecho, no puede hacerlo ni con los

163
Nidia R. Areces

límites de las unidades políticas ni con la voluntad (Anderson, 1989:11). La carga


ideológica que se asocia a un mundo de frontera visto como nuevo, pleno de oportu-
nidades que se abren al esfuerzo, se combina pasada la euforia inicial con las expe-
riencias vividas en los espacios ya consolidados en su configuración.
La frontera aparece así como un concepto clave en los relatos y explicaciones de
los procesos culturales contemporáneos. Ninguno de ellos puede soslayar en el con-
texto de la llamada «globalización» las referencias a los límites, los márgenes, las
zonas de contacto. Sin embargo, el concepto de frontera sigue siendo difuso tanto en
cierta retórica diplomática como en gran parte de los ensayos sociales y estudios
culturales. Precisamente porque una de sus características es la duplicidad: frontera
fue y es simultáneamente un objeto/concepto y un concepto/metáfora. De una parte
parece haber fronteras físicas, territoriales, de la otra, fronteras culturales, simbólicas,4
cuando se percibe claramente que ambas se entremezclan porosamente e intercambian
a lo largo del tiempo los elementos que las componen.

Las fronteras, los intercambios y la guerra


En esos espacios de frontera se dan intercambios de todo tipo de objetos y de personas
a través de múltiples modalidades. Determinados estándares y criterios (simbólicos, clasi-
ficatorios y morales) definen, en un contexto histórico particular, la intercambiabilidad de
las cosas. Para interpretar el «marco cultural» dentro del cual se clasifican las cosas que se
intercambian es pertinente destacar las convenciones acerca del intercambio que son
observadas por ambas partes y a nivel del individuo y de la subjetividad, las discrepancias
entre el valor considerado por el que da y el que recibe. Estos intercambios están afectados
por el medio ambiente ecológico, el acceso a los recursos naturales, las relaciones de
trabajo, el reparto de poderes, que imprimen sus marcas específicas a estos fundamentos,
reconocibles entre distintas formaciones socioculturales.
Entremezclada con los intercambios, la guerra, vista no como el simple resultado de
una transacción desgraciada sino como la principal perspectiva relacional a partir de la
búsqueda y la necesidad que los grupos étnicos tienen de expandir la frontera para posibi-
litar la reproducción del grupo. La cuestión es si la guerra excluye o no el intercambio. En
su transcurso, el proceso es de reivindicación de la propia frontera y de percepción de los
contrincantes, al mismo tiempo que se comprueba la permeabilidad y la rigidez de la
frontera en el marco de la naturaleza del conflicto y del problema del ejercicio del poder
donde siempre hay que tener en cuenta la proyección a la sociedad mayorn (Izko, 1992).
Desde otra perspectiva puede observarse la actividad militar a los efectos de clari-
ficar su significación para los pueblos y países dominantes y para el pueblo y países
que están dominando, para lo cual es imprescindible que agucemos la percepción del
antiguo control y sistemas de guerras con el propósito de obtener una clara idea de
cómo funcionaban la logística y la diplomacia geopolítica en la realidad concreta.
Cabe entonces preguntarse ¿de qué manera estos imperios efectivamente ejercieron
su control en las zonas de frontera? En este sentido hay que considerar que los proble-
mas de capacidad logística y tecnológica torna relativos la acción y el control del
Estado en una amplia extensión territorial. La historia guarda muchos ejemplos. La
frontera de un imperio muchas veces no estuvo determinada por la existencia de otro
gran poder en la vecindad sino por sus límites y por la habilidad para preservar de

164
Las fronteras en los estudios regionales y etnohitóricos. Propuestas de análisis

manera efectiva el control en el tiempo y en el espacio. Esto nos lleva a advertir sobre
lo inconveniente que resulta forzar un modelo sistémico en el que juegan un rol
destacado las nociones de centro-periferia, marco que no puede sino determinar un
cuadro excesivamente fijo y estático del problema que estamos analizando y que
excluye toda consideración de las situaciones de cambio.

Las fronteras, la etnicidad y los ‘otros’


La frontera se configura también como frontera étnica, lo cual significa el límite de
reconocimiento de identidades culturales en donde grupos que comparten un mismo
territorio configurando un tejido policromático, se consideran distintos unos de otros,
cada uno de ellos conserva los recuerdos de sus orígenes, costumbres y mitos diferen-
tes, contexto donde es importante destacar el carácter relacional de la conformación
identitaria, a la vez que la centralidad de las representaciones del sí mismo y los otros
en ese proceso. Proceso que, a su vez, genera un espacio de fricción interétnica, con
matices que van de la discriminación a la hostilidad, pasando por las distintas moda-
lidades de intercambio (Barth, 1976:9-49), fenómeno muy interesante por cierto a
través del cual puede observarse un sistema complejo de reciproci-dades, de
complementariedades, de confrontaciones.
Los criterios étnicos constituyen una de las bases de todo pueblo nación, así como
los criterios culturales están en la base de las naciones culturales o naciones definidas
como colectividades de habla común y los criterios jurídico-cívicos fundamentan las
naciones de ciudadanos. De todos ellos se derivan diferencias en lo que hace tanto a
las acciones políticas como también a la demarcación de las fronteras exteriores y a la
forma de la organización interna de la nación respectiva las que permiten comprender
el carácter procesual de la formación de la nación.
Las líneas imaginarias que los Estados fijan cuando delimitan sus jurisdicciones
son permanentemente rebasadas y esos espacios y lugares de frontera se configuran en
ámbitos singulares con muy variadas vinculaciones interétnicas. Si pensamos en ese
campo de interacciones y en que:

«exteriormente la `tribu´ encuentra sus límites inequívocos cuando es una subdivisión de


una comunidad política. Pero en este caso la delimitación es creada casi artificiosamen-
te a partir de la comunidad política» (Weber, 1992:322),

se deduce que no se dan fronteras rigurosas que separan netamente los ámbitos de
lo «indio» y de lo «blanco», de lo «bárbaro» y de lo «civilizado», término este último
prácticamente igualado a «nacional».
Se engendran entonces, a partir de las vinculaciones entre distintos grupos, las que
podemos denominar fronteras psicosociológicas que están determinadas por las
identidades que se asignan cada uno de ellos y que les atribuyen los demás. La percep-
ción de esta doble concepción, que se desprende del proceso de identificación recí-
proca basado en criterios engendrados por la situación de dominación, resulta esen-
cial para comprender la identidad indígena. En efecto, si el indio se considera miem-

165
Nidia R. Areces

bro de un Nos comunitario en donde las relaciones de parentesco, la reciprocidad, los


ritos, la representación simbólica de la tierra y del espacio sirven para forjar los valo-
res del grupo y para relacionar estrechamente a los individuos que lo componen, esta
identidad india valorada entre la gente como un «si mismo» cambia ante la mirada del
otro, blanco o criollo. Éste es poseedor de la cultura de referencia y del poder, e
impone al indio otro sistema de valores y otra identidad, definida desde el exterior. A
través de esta interacción con el otro, el indio se entera de los atributos negativos
conferidos a su identidad comunitaria: es un campesino «atrasado, no civilizado,
sucio, haragán, analfabeto, etc.», confrontación identitaria que engendra una cultura
de retraimiento y una autodepreciación de su identidad étnica. De ahí la necesidad
que sienten los individuos que emigrando de sus comunidades y urbanizándose aspi-
ran a cambiar de «raza social», de borrar los estigmas abandonando lengua, vestimen-
ta, cultura y comunidad, de traspasar las fronteras y negociar su identidad.

Las fronteras y los poderes centrales


En estas disquisiciones están presentes actuales investigaciones que, en lugar
de adoptar la perspectiva unidimensional de una penetración de las periferias por el
Estado, preferentemente estudian las interacciones complejas entre los poderes lo-
cales, en este caso de frontera, y una multiplicidad de poderes superiores. Éstas
responden a normas muy diferentes a las emanadas del tipo ideal weberiano del
Estado soberano que lo exhibe detentando el exclusivo monopolio de la violencia
legítima.
Desde otra perspectiva, se puede pensar en las localidades de frontera a partir de la
construcción regional y comprender así al espacio en toda su complejidad. Tanto la
región como la frontera son parte de un todo. En referencia a su uso político, la región
se convirtió en un área administrada y con ello en parte de una totalidad política más
grande, los Estados-naciones centralizados. La región no fue sólo una parte sino una
parte subordinada de una entidad política más grande. Provinciano y regional pasa-
ron a ser términos de relativa inferioridad con respecto a un centro supuesto, en el uso
dominante. Sin embargo, a diferencia de provinciano y también suburbano, regional
tiene un sentido positivo alternativo «como en el contramovimiento indicado por los
usos modernos de regionalismo» porque «conlleva implicaciones de un modo de
vida valiosamente distintivo». A pesar de lo cual, una corriente de ideas:

«contra la centralización o la hipercentralización y las características metropolitanas que


han hecho hablar de megalópolis (que no significa gran ciudad madre, del griego clásico
megas, grande, sino que se trata de una asociación con megalomaníaco o un sentido más
general de distorsión debida a un tamaño excesivo) todavía se expresa fundamentalmente
en términos de la subordinación anterior» (Williams, 2000:279-281).

Si el ángulo de análisis enfoca las redes de poder y la construcción del Estado


podemos percibir a las localidades de frontera «como unidades que comprenden una
zona de territorio sobre la que una única autoridad central ejerce un control más o
menos efectivo» aclarando que:

166
Las fronteras en los estudios regionales y etnohitóricos. Propuestas de análisis

«cuanto menor sea la zona y más pequeño el número de sus habitantes, en igualdad de
otras circunstancias, más fácil será para la autoridad central (el o los gobernantes)
estar en relación directa con todos sus súbditos [gobernados], y consiguientemente
menor será la necesidad de cualquier clase de élites regionales o locales intermedia-
rias» (Aylmer, 1997:83).

Si se enfocan las relaciones entre centro y localidad, seguramente la mejor manera


de describirlas es «la de una simbiosis o interpenetración más que una rígida dicoto-
mía o conflicto» estimando que

«el centro y la localidad, o el reino y la provincia, no eran ni son entidades antitéticas y


rígidamente separadas, como tampoco lo eran el feudalismo y el capitalismo o la corte
y la aldea, esos otros dobletes conceptuales caros a los historiadores de los comienzos
de los tiempos modernos» (Aylmer, 1997:105).

En este punto, las preguntas que surgen son ¿quiénes son los intermediarios?, ¿po-
demos identificarlos?, ¿están localizados en el centro al mismo tiempo que mantienen
fuertes intereses con la región, con la localidad, con la frontera?, ¿incidieron en los
vínculos personales e institucionales aquellos conflictos que se dieron en el proceso de
construcción grupal?, ¿qué cambios experimenta? El análisis de situaciones con dife-
rente temporalidad resulta esencial para comprender a los actores, a las redes de
intermediación del poder, tanto aquellas situaciones que encierran conflictos, compe-
tencias, antagonismos como aquellas donde predominan acuerdos y conciliaciones.
¿Cómo definir la localidad y el centro para poder considerar las relaciones entre los
actores intervinientes en uno y en otro? Si la intención es repensar la formación del
Estado como un proceso social, tenemos que centrarnos en el conjunto multiforme de
comunicaciones y los procesos de negociaciones entre la sociedad local/regional y los
poderes superiores. Esta perspectiva de análisis implica no solamente el reconocimien-
to de las particularidades de los conflictos locales sino la capacidad creativa de los
poderes locales.5
En su análisis del poder inmaterial de un notable del Piamonte, Giovanni Levi
observa que la integración en las estructuras estatales abre una vía de movilidad social
basada sobre el prestigio, las relaciones sociales y la capacidad de mediación entre la
comunidad local y el mundo exterior. Según este autor, las estrategias familiares susten-
tadas sobre estos factores contribuyen de manera duradera a dar forma a la realidad
política:

«en los intersticios de los sistemas normativos estables o en formación, grupos y perso-
nas juegan una estrategia propia y significativa, capaz de marcar la realidad política
con una huella duradera, no de impedir las formas de dominación sino de condicionarlas
y modificarlas» (Levi, 1990:11).

Es necesario insistir que las explicaciones habituales sobre el nacimiento del


Estado moderno se basan muchas veces en una perspectiva globalizante, que tiende a

167
Nidia R. Areces

infravalorar el papel de la sociedad y de las realidades locales en el condicionamiento


de los caracteres políticos de las conformaciones nacionales.6 Sucede en las explica-
ciones en términos de desarrollo evolutivo que ven en la formación del Estado un
estadio uniforme de la modernización; lo que también se manifiesta en otras explica-
ciones que, aunque subrayando el carácter de progresiva extensión del monopolio
estatal de la autoridad y del control social, consideran al poder central como capaz de
ejercer un dominio uniforme y uniformador. Se deduce, por consiguiente, que el
cambio del papel de las diferentes clases sociales se produce dentro de un marco
sustancialmente estático. Otras posiciones ven en el desarrollo del mercado mundial
capitalista la realidad explicativa fundamental de la dislocación de las diferentes
naciones en el centro o en la periferia del sistema conjunto de explotación. De esta
manera tienden así a quitar toda importancia a las diferencias locales que no estén
determinadas por variables completamente exógenas respecto a la estructura social
interna.7
En estas relaciones complejas entre el centro y las periferias es necesario esclare-
cer principalmente el hecho de que la estructura con la que las nuevas formaciones
estatales americanas que se organiza después de la Independencia en sus aspectos
políticos posteriores está determinada por el modo en que las realidades locales han
reaccionado al del sistema de toma, redistribución y control de los poderes centrales.
Analizar el cruce de pactos y conflictos entre grupos del centro y de las localidades
como mecanismo fundamental que diferencia y caracteriza, a partir de sus resultados,
los sistemas políticos teniendo en cuenta que el poderío del Estado se deriva del
papel de control que los grupos dominantes han debido y podido confiar al poder
central, según su capacidad hegemónica y sus orientaciones económicas y, al mismo
tiempo, no descuidando ni infravalorando la enorme diversidad de las situaciones
periféricas sobre las que el Estado ejerce su propio poder así como de los
condicionamientos que se derivan de él. Fue posible edificar el Estado-nación latino-
americano, precisamente, por las relaciones y vinculaciones que entrelazaron con el
poder central los detentores y beneficiarios del poder regional.

La Etnohistoria, los estudios regionales y las fronteras


De la antropología histórica o variedad «antropológica» de la historia, o
etnohistoria, se puede decir que es una ‘nueva historia’ -aunque no tan nueva dado
que ya tiene su acta de nacimiento a mediados de la década de los setenta del siglo
pasado- que bordea las fronteras de dos disciplinas, la historia y la antropología,
configurando para sí misma una identidad mezclada cuestión que problematiza su
status epistemológico. Así también lo problematiza la emergencia de nuevas pregun-
tas acerca de su condición como campo de estudios resultado de los desarrollos inter-
nos de las disciplinas que la generaron y de los importantes cambios que han venido
experimentando. En todo caso, la historia antropológica es producto de nuestro tiem-
po, un tiempo de donde se han acentuado las polarizaciones sociales y culturales, por
lo que el presente con sus conflictos étnicos y religiosos tiene mucho que ver en el
desarrollo de esta disciplina.
Al mismo tiempo, dicha forma de abordar el problema que se puede denominar
Nueva Etnohistoria puede defenderse como una opción frente a la que resulta de

168
Las fronteras en los estudios regionales y etnohitóricos. Propuestas de análisis

bifurcar los análisis de clases y los estudios étnicos en dos disciplinas separadas, cada
una de ellas provista de su propia batería de conceptos y problemas. Hay que señalar,
además, la conveniencia de poner en discusión el marco de ideas y el vocabulario para
conducir la reflexión sobre la desigualdad estructural en todos los aspectos en que se
presenta habitualmente. Por consiguiente, hay que conceder tanta atención teórica a
las divisiones internas de las clases como al «problema de los límites» mismo; o, más
precisamente, que la identificación de los límites de las clases y de las comunidades
debe abordarse como dos aspectos de un mismo problema y ser analizado como tal.
Ni antropólogos ni historiadores a esta altura de la acumulación disciplinaria
pueden prescindir de las perspectivas diacrónicas y sincrónicas sean que se encuen-
tren trabajando sobre el presente o el pasado. Ni el componente temporal ni el espa-
cial pueden ser excluidos, a pesar de que la historia continúe siendo esencialmente
documentalista y que la antropología recurra sobre todo a la observación de campo.
Los cruces interdisciplinarios entre objetos, y entre técnicas interpretativas,
específicamente por el acercamiento de las escalas de observación de ambas discipli-
nas, se siguen incrementando. Posibilita este incremento la complejidad interna de
las mismas y la permeabilidad de sus límites disciplinarios.
La antropología y la historia no han dejado de encontrarse en los últimos años y ha
sido precisamente el descubrimiento del ‘otro’ el que las ha hecho aproximarse. Fren-
te a intentar comprender a personas muy diferentes a nosotros, con condiciones mate-
riales diferentes y con ideas también diferentes ¿Qué mirada tiene el historiador?
¿Qué mirada tiene el antropólogo? Las percepciones sobre el tiempo y el espacio son
quizás las que los separan aunque las cosas varían poco si cuando tratamos con un
mundo de otro lugar, ese otro lugar está lejos en el tiempo y en el espacio. En uno u
otro caso no es menor el desafío a afrontar. Pero esto no impide que historiadores y
antropólogos compartan cada vez con mayor frecuencia territorios comunes y es pre-
cisamente el campo de los estudios regionales los que les posibilitan compartir
metodologías y técnicas de trabajo. Se aprecia un intercambio que resulta fructífero
entre la antropología, la historia y los estudios regionales y una de las intersecciones
es la etnohistoria.
¿En qué medida la etnohistoria contribuye a la realización de los estudios regio-
nales? Hay que señalar, en primer lugar, la necesidad de visualizar y debatir los fenó-
menos históricos a través de las posibilidades que brindan las intersecciones entre las
distintas disciplinas del campo social. Éstas tienen el carácter de transfronterizas y
dependen en gran medida de un diálogo y cooperación interdisciplinarios abarcando
una amplia perspectiva histórica y procesos culturales e interculturales complejos, así
como percepciones divergentes. La ciencia histórica, la ciencia política, la sociología
y la economía están más estrechamente unidas a sus disciplinas de base, pero también
trabajan para el entendimiento de fenómenos que exigen el cruce de fronteras de las
disciplinas clásicas y -lo que ha sido más evidente en los últimos años- para contribuir
a la ampliación de sus propias disciplinas. Éstas no solamente se confrontan con
materiales empíricos diversos sino que, en parte, también con otras tradiciones de
pensamiento y con el desarrollo de las disciplinas.
En el plano de las intersecciones entre distintas disciplinas se entiende que la
historia regional es uno de los ámbitos más propicios para potenciarlas, en particular
entre la historia y la antropología, siendo un presupuesto para la observación de otros

169
Nidia R. Areces

aspectos que están imbricados y que, en conjunto, conforman la trama de lo social.


Las dimensiones analíticas de la etnohistoria pueden ser aplicadas de distintas mane-
ras al estudio de situaciones del pasado, de momentos históricos, o bien como nos
interesa destacar en este punto, del proceso del desarrollo de una sociedad regional.
En este nivel, el abordaje etnohistórico posibilita una imagen más ajustada y comple-
ta de la sociedad, siempre y cuando se adopte un estilo que enfatice la naturaleza
«perspectiva» de la historia y sus problemas de objetividad. Más importante que
buscar la objetivación es acceder al conocimiento de los distintos niveles de realidad
y de significado que presenta la escritura y así sopesar los conocimientos que aporta.
Las aproximaciones metodológicas sobre los estudios regionales conducen a pre-
guntarse, por ejemplo, ¿cómo pensar la conformación histórica de una región?, ¿cómo
definirla teniendo en cuenta los componentes internos?, ¿qué núcleos la constituyen?,
¿cómo se articulan en el tiempo y el espacio? y ¿coincide el espacio geográfico con el
espacio social? Existen una gran cantidad de preguntas que pueden formularse. Las
regiones lo son en la medida en que su vida social encuentra y muestra ciertos límites o
fronteras en su hegemonía espacial con respecto de otras matrices, tejidos sociales y
prácticas culturales distintas o diferentes. Las regiones no dejan de ser invenciones
tejidas finamente por valores y prácticas culturales que se alteran unas veces de manera
brusca por conflictos militares, conquistas o extinción del grupo social originario.

A manera de conclusión…
Tanto a las fronteras como a todo fenómeno histórico se hace necesario observar-
los y debatirlos a través de las posibilidades que brindan las intersecciones entre las
distintas disciplinas del campo social. En este plano se entiende que la historia regio-
nal es uno de los ámbitos más propicios para potenciar esas intersecciones siendo un
presupuesto para la observación de otros aspectos que están imbricados y que confor-
man la trama de lo social. En la práctica, la historia regional permite detectar las
peculiaridades de cada proceso, observar las semejanzas y las diferencias, las conti-
nuidades y las rupturas. Pero hay que entender que si bien las regiones son buenas
para pensar, esto no implica que se haga un culto del localismo. De igual manera, una
insuficiente contextualización encierra el peligro de proporcionar una visión con
‘anteojeras’ o una crónica intrascendente, las que obvian los problemas esenciales a
discutir. Para salvar estas deficiencias se hace imprescindible acudir a la reflexión
teórica así como repensar los fenómenos históricos y las situaciones que atraviesan
las sociedades. Emprender este camino requiere de las contribuciones de otras disci-
plinas sociales en especial de la etnohistoria, entendiendo que existen diferencias en
los campos disciplinarios pero que, a su vez, estos se complementan contribuyendo
de esa manera a potenciar las miradas y perspectivas de análisis.
Las dimensiones analíticas de la etnohistoria pueden ser aplicadas al proceso de
desarrollo de sociedades de frontera. Esta disciplina no deviene de la simple combina-
ción de la antropología con la historia, sino de la utilización antropológica de fuentes y
datos del pasado para precisar la dimensión temporal y entender con mayor profundi-
dad los procesos de cambio operados en las sociedades objeto de estudio. La posibili-
dad de traducir para la historia las sugerencias de la antropología requiere no sólo
tenerlas presentes sino establecer una permanente interrelación entre ellas y el constructo

170
Las fronteras en los estudios regionales y etnohitóricos. Propuestas de análisis

histórico que, a su vez, es el producto de una reflexión sobre los restos y las fuentes
históricas. La cuestión reside en un ir y venir de estos a la antropología, así como de la
historiografía a los documentos, para comprender las distintas situaciones que atravie-
san los hombres. En síntesis, la riqueza del saber etnohistórico reside en la potenciali-
dad de asumir la consideración del tiempo que tiene la historia y del espacio que tiene
la antropología para así alcanzar una mayor inteligibilidad de los fenómenos sociales.

Notas
* Conferencia presentada durante las VII Jornadas de investigadores en Arqueología y
Etnohistoria del centro-oeste del país (Nota de los Compiladores)
1
El texto de F. J. Turner puede encontrarse en distintas fuentes.
2
La imagen que presenta la imaginación es «un acto sintético que une un saber concreto, que
no tiene carácter de imagen, a elementos más propiamente representativos» (Sartre, 1936:19).
3
La noción de Estado para nada tiene una asimilación automática con la de nación, no
obstante hoy se emplea la denominación común de Estado-nación para designar práctica-
mente cualquier país contemporáneo.
4
Ver, entre otros, Grimson, 2000.
5
Cf. Lombardini, S., O. Raggio, A. Torre, 1986; Grendi, 1993.
6
Dos estudiosos de la historia del derecho, A. M. Hespanha y B. Clavero que han trascen-
dido en sus investigaciones el espacio que estudian, la Península Ibérica, han realizado
valiosos aportes sobre el Estado moderno. Critican radicalmente los análisis que fijan la
atención en aquellos elementos que parecen anunciar la presencia progresiva del Estado,
que ven las monarquías del Antiguo Régimen en los términos de una prehistoria del
Estado liberal; por el contrario están interesados en estudiar las monarquías del Antiguo
Régimen en sus propias lógicas, caracterizadas en particular por la pluralidad de jurisdic-
ciones y por la ausencia de una soberanía estatal, y de una esfera pública distinta del
dominio privado. Véase: Hespanha, 1989; Clavero, 1986.
7
Véase entre otros: Parsons, 1966; Stone, 1965; Wallerstein, 1979.

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172
El Tucumán durante los siglos XVI y XVII.
La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’*
Silvia Palomeque 2
CONICET, Programa de Historia Regional Andina, Área de Historia del Centro de Investiga-
ciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba.
Contacto: spalomeq@ffyh.unc.edu.ar

Este texto tratará sobre la notoria duración del proceso de conquista e invasión
española de la Gobernación del Tucumán, donde la imposibilidad española de lograr
acuerdos duraderos con los señores étnicos o en su defecto de asestarles una derrota
militar definitiva, impidió su habitual asentamiento urbano entre las sociedades indí-
genas de las andinas tierras altas, obligándolos a la fundación de sus ciudades-fuertes
en las tierras bajas, llanas y cálidas, desde donde persistieron en su objetivo original
de controlar las tierras altas.
En esta ocasión revisaremos las conclusiones de un trabajo de síntesis anterior
donde sostuvimos que durante la conquista, los españoles contaron con el apoyo de
«indios amigos» en el piedemonte del Aconquija y en la Mesopotamia Santiagueña,
mientras se mantenían hostiles los indios de tierras altas de valles Calchaquíes y de
Puna. En aquella oportunidad consideramos a las tierras bajas con «indios amigos» o
sometidos a las huestes españolas, a las sociedades indígenas en cuyos territorios se
fundaron las ciudades de Santiago del Estero e Ibatín (1ra. Tucumán), es decir, mantu-
vimos un eje espacial tradicional al delimitar el espacio en base a la fundación de las
ciudades que persistieron a lo largo del período colonial. En cambio, ahora, después
de analizar una temprana serie de los diezmos recaudados en cada jurisdicción del
Tucumán a fines del siglo XVI, plantearemos que dentro de las tierras bajas debemos
incluir a un espacio mayor que es el habitado por todo el conjunto de pueblos asenta-
dos a lo largo de los ríos Salado y Dulce, considerando los cursos inferiores de los dos
ríos como una unidad. Desde la perspectiva colonial, este espacio ya no incluye sólo
a Santiago y a Ibatín sino también a las cambiantes ciudades de Esteco y Madrid de
las que poco nos hemos preocupado hasta ahora.
En un entrecruzamiento de experiencias previas de investigación, de otros colegas
y propias, se comienza con un análisis de los espacios económicos de la Gobernación
del Tucumán y sus transformaciones entre 1590 y 1690 basado en las series de los

173
Silvia Palomeque

diezmos y su distribución entre las distintas ciudades y sus jurisdicciones y, luego,


siempre considerando el tipo de sociedades prehispánicas y su forma de acceso a los
recursos, se integra e interpreta estos resultados consultando los conocimientos prove-
nientes de las investigaciones arqueológicas y etnohistóricas. Este recorrido es el que
nos permitirá plantear que durante el largo y particular proceso de la conquista española
del Tucumán -donde se sigue buscando el asentamiento colonial en las tierras altas y en
el piedemonte en los que se desarrollaba la resistencia indígena-, se da un fuerte deterio-
ro de los recursos ambientales y de las poblaciones indígenas de las tierras bajas, en
tanto los mismos van siendo «consumidos» por la empresa conquistadora.
En todo este proceso, muy signado por los objetivos originales, devienen consecuen-
cias no previstas como es la hegemonía de una zona como Córdoba que no formaba parte
del esquema espacial original, pero que surge y toma gran importancia como punto de
tránsito de variadas redes mercantiles primero y luego como abastecedor de ganado para
los centros mineros andinos, es decir, un espacio muy adecuado a las lógicas del nuevo
mundo colonial y de su mercado interno dinamizado por el espacio económico peruano.
Los avances del proyecto de investigación que aquí presentamos los hemos veni-
do desarrollando paulatinamente, a través de trabajos parciales, pero se convirtieron
en unos de nuestros principales objetivos desde el año 2005 cuando observamos que
las investigaciones previas no nos permitían escribir un texto sobre la situación eco-
nómica y social de Santiago del Estero y de la Gobernación del Tucumán en los siglos
XVI y XVII, que acompañara y contextualizara la publicación de las Actas del Cabil-
do Eclesiástico del Tucumán.... (1592 a 1667) (Palomeque et al., 2005).
Esta investigación, que se inició con la recuperación de investigaciones anteriores
y que luego continuamos a través del análisis de los diezmos y de las transformaciones
sufridas por los recursos de las tierras bajas, nos permitió avanzar en el conocimiento
del proceso de destrucción general que sufrieron las sociedades indígenas durante la
invasión y conquista por parte de los españoles, y las distintas intensidades y
temporalidades que presenta cada región del territorio abarcado por el espacio
institucional que, en términos coloniales, se construyó bajo la designación de la Gober-
nación del Tucumán.
Si bien desde hace tiempo sabíamos que desde Santiago del Estero habían partido
las distintas «entradas» que dieron origen a las ciudades del Tucumán, que estas
entradas y las desnaturalizaciones provocaron un fuerte proceso de destrucción en la
zona de valles calchaquíes, y que el sistema de explotación colonial a través de los
servicios personales implicó un alto grado de desestructuración de las sociedades
indígenas, en este trabajo insistiremos en el hecho que, en toda la Gobernación del
Tucumán, se dio uno de los períodos de invasión y guerra más prolongados, cuyo alto
costo no sólo lo sufrieron los vecinos españoles de Santiago sino que incidió negati-
vamente en la preservación de las sociedades originarias de todo el conjunto regio-
nal, afectando tanto a las sociedades de los valles calchaquíes como a las de las tierras
bajas. Los recursos (ambientales y humanos) de estas tierras bajas posibilitaron el
primer asentamiento español desde donde se desplegaron los esfuerzos militares des-
tinados a acabar con la resistencia de las sociedades indígenas de las tierras altas de
puna, de valles y quebradas, que eran las más valiosas desde la perspectiva española.
Es decir, pondremos el énfasis en que la expansión española fue el origen de un
notorio derrumbe de la población y de los recursos de las tierras bajas, llanas y cálidas,

174
El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’

y que este proceso no sólo lo sufrieron con gran intensidad las zonas de valles
calchaquíes y Santiago del Estero sino un espacio mucho más amplio que incluía a
todas las poblaciones asentadas en las cuencas de los ríos Dulce y Salado, que es la
zona que en este trabajo denominamos tierras bajas. Este proceso de larga y costosa
invasión y conquista recién concluyó hacia fines del siglo XVII e incidió indirecta-
mente en la reestructuración del espacio económico y social del Tucumán, donde a
medida que Córdoba se perfilaba como una región en auge constante, se iban debili-
tando las economías regionales asentadas en las tierras bajas de los ríos Salado y
Dulce mientras que, paulatinamente, se iba iniciando un lento crecimiento de las
tierras altas que los españoles recién controlarán definitivamente en la década de
1660. El estudio comparativo de los montos totales de los diezmos de cada jurisdic-
ción a lo largo de un siglo que presentamos a continuación, nos permitirá tener una
clara dimensión de la magnitud de este proceso, cuyos resultados persistirán hasta
fines del siglo XVIII por lo menos.
En el trasfondo de este análisis están presentes los largos años de lucha militar que
implicó la invasión y conquista de las sociedades indígenas que habitaban en las tierras
sobre las cuales luego los españoles conformaron la Gobernación del Tucumán, todas
ellas integradas al Tawantinsuyu con excepción de las de Córdoba. Esta guerra, cuyas
secuelas han sido poco consideradas por la historiografía argentina, se inició hacia
1536 cuando Almagro y su hueste acompañaron a Paullo Inca hacia la parte del
Tawantinsuyu ubicada en Chile, y luego de su paso quedaron sublevadas las poblacio-
nes indígenas de las tierras altas de los valles Calchaquíes, habitadas por sociedades
andinas de compleja organización social. Esta resistencia inicial, la posterior resisten-
cia de los pueblos de Puna a la hueste de Diego de Rojas, esta falta de sometimiento o de
acuerdos, indirectamente derivó en el futuro asentamiento español entre las poblacio-
nes indígenas que habitaban las tierras bajas y el inicio de frecuentes expediciones
militares que recién culminarían en la década de 1660 con la destrucción y deportación
de los indígenas de valles Calchaquíes, luego de ciento treinta años de conflicto.

Las investigaciones previas y el análisis de las nuevas fuentes


Sobre la historia económica y social de los siglos XVI y XVII de Santiago del Estero,
capital de la Gobernación y sede del Obispado, sólo contábamos con la experiencia que
nos había brindado el análisis de su economía regional pero para un período posterior,
el de los siglos XVIII y XIX, aunque lo insólito de sus primeros resultados nos habían
llevado a incluir un análisis de los recursos ambientales y las formas de acceso y manejo
de los mismos por parte de las sociedades indígenas y campesinas en la larga duración
que va desde el período prehispánico hasta principios del siglo XX. En esa ocasión nos
basamos en el resultado de investigaciones arqueológicas de la década de 1970 de Ana
María Lorandi (Ottonello y Lorandi, 1987), en cronistas, religiosos y funcionarios como
Abreu, Alfaro, Barzana, Bibar, Cieza, Fernández y Sotelo, relatos de viajeros y funciona-
rios del siglo XVIII y XIX y estudios geográficos de los siglos XIX y XX como los de
Fazio, Gancedo y Denis. Durante esa investigación habíamos logrado conocer que
hasta hace casi un siglo, antes de la tala masiva de los bosques, la «mesopotamia
santiagueña» consistía en una extensa planicie inclinada inundable, cubierta por un
denso monte de algarrobos y chañares que estaba bañada por dos importantes ríos. Su
elevada temperatura en los veranos, donde imprevistamente se alternaban períodos de

175
Silvia Palomeque

sequía o de humedad, originaba dos tipos de ciclos y de acceso a distintos recursos en


cada uno de ellos. Si bien había cultivos de temporal (regados sólo por la lluvia), más
importantes que ellos eran los que se realizaban en los pantanos ubicados principalmen-
te alrededor del río Dulce, aunque también se los encontraba en el paralelo río Salado
(Palomeque, 1991; 1992).3 Recuperando estos avances en esta ocasión seguiremos ana-
lizando los procesos de transformación y deterioro de las formas de acceso a los recursos
en las tierras bajas ubicadas alrededor de las cuencas de los ríos Dulce y Salado, y para
ello consultaremos primero los textos de las Actas que con su escueto lenguaje van
dando cuenta de la angustia e impotencia de los religiosos/colonos frente a un ambiente
inmanejable e imprevisible de inundaciones, derrumbe de casas, sequías, incendios,
langostas, etc. Para completar esta información también contamos con documentos del
Archivo Nacional de Sucre (BANB) como las cartas a la Audiencia del Gobernador del
Tucumán en la década de 1630 y los Informes de Santiago del Estero y Esteco del año
1608 cuya importancia ya ha sido señalada por Gastón Doucet.4
Sobre la historia económica y social de la Gobernación del Tucumán en los siglos XVI
y XVII las investigaciones no son frecuentes en tanto la «historia colonial argentina»
habitual trata sobre la conquista española de todo el territorio hasta el año 1600 y luego
salta hacia los procesos previos a la independencia, en el tardío siglo XVIII, centrándose
allí en el auge de la región litoral y portuaria y su vinculación al mercado mundial. Las
pocas investigaciones previas con las que podíamos contar, que son aquellas que recupe-
ran a la Gobernación del Tucumán como unidad de análisis, eran escasas y todas ellas
habían tendido a centrarse primero en el triste destino de la población indígena coloniza-
da y aún no habían avanzado sobre la historia económica regional. Entre ellas correspon-
de mencionar un trabajo temprano de Assadourian (1972) sobre el proceso de conquista
de la región, a Gastón Doucet (1978; 1980a; 1980b) y a Ana María Lorandi (Lorandi,
1988; 1997a; 1997b), habiendo sido todos ellos muy consultados cuando realizamos una
primera síntesis interpretativa sobre la historia de las sociedades indígenas coloniales en
el Tucumán, en la que también integramos nuevos estudios de casos realizados por inte-
grantes del equipo de Lorandi y los de otros grupos como fueron Farberman, Noli, Castro
Olañeta, Piana, Sica, Sanchez, López, Mata, entre otros (Palomeque, 2000).
Sobre la historia económica y social regional tucumana para los siglos XVI y XVII
sólo contábamos con una investigación sobre Córdoba, realizada décadas atrás por C.
Garzón Maceda y Assadourian luego de una larga, sistemática y dificultosa consulta de
los protocolos notariales (Garzón Maceda, 1968; Assadourian, 1982 [1968]) a través de
la cual se relevaron las especializaciones productivas de esta región y sus actores al
igual que los importantes y distantes circuitos mercantiles en los que participaba esta
economía regional. Este excelente trabajo, quizá por el tiempo y los recursos que re-
quiere su realización, aún no ha sido continuado por los colegas de las otras jurisdiccio-
nes de la antigua Gobernación del Tucumán, sobre las cuales no contamos con este tipo
de investigaciones de historia económica y social regional para los siglos XVI y XVII.
Esta falta de conocimientos se nos volvió muy notoria durante la lectura del primer
tomo de las Actas... cuya transcripción estábamos publicando en ese momento (Palomeque
et al., 2005). Las Actas..., que constituyen el primer documento édito referido al conjun-
to de la Gobernación del Tucumán para este período temprano, si bien centran la infor-
mación sobre Santiago del Estero, sede del Obispado hasta 1699, también nos informan
sobre la situación económica del resto de las ciudades tucumanas. Estas Actas ... fueron

176
El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’

las primeras fuentes que nos brindaron los primeros indicios sobre el problema sobre el
cual teníamos que centrar la investigación. Su lectura nos dejó una primera sensación de
que estábamos ante un amplio espacio económico y político que enfrentaba una lenta
decadencia, sensación de la cual había que cuidarse porque la misma estaba muy teñida
por las frecuentes menciones al incierto destino de la iglesia catedral y de toda la ciudad
de Santiago, siempre acosadas por las crecientes del río Dulce y cada vez más carentes
de recursos e indios para enfrentar el problema. También sus textos trasmitían la imagen
de que a medida que se profundizaba la decadencia de Santiago, más importancia iba
tomando la región de Córdoba, zona hacia donde se iba trasladando el centro económi-
co que orientaba el conjunto de la dinámica regional mercantil.
Frente a todo esto optamos por iniciar la investigación sobre los distintos espacios
económicos de la Gobernación del Tucumán recuperando los mencionados aportes ante-
riores pero también incorporando nueva información, que es la que nos ha brindado una
nueva perspectiva sobre la zona. La nueva información, que ya analizamos en un primer
análisis publicado en 2005, consistía en pasajes de las Actas..., en los ingresos recaudados
en cada jurisdicción regional en concepto de pagos de diezmos durante la última década
del siglo XVI (1591-1601) de la Colección García Viñas5 (CGV), el porcentaje de la
distribución regional de 1691/2 (Garavaglia, 1987) y datos sobre recaudaciones de diez-
mos para algunos años puntuales que se mencionan tanto en las Actas como en Arcondo
(1992). Un año después, al publicarse el segundo tomo de las Actas... (1681-1699), (Castro
Olañeta et al, 2006), ya pudimos contar con los avances realizados por Sonia Tell e Isabel
Castro quienes localizaron nuevos datos sobre el monto total de los diezmos recaudados
para el Tucumán en las dos primeras décadas del siglo XVII (1604-1617), para Salta (1680
a 1704) y para el Tucumán en 1691/2 (Tell y Castro, 20066).
En tanto el diezmo consistía en el pago de la décima parte del valor de los frutos
del trabajo agrícola y ganadero, aunque aún desconozcamos con precisión sobre qué
tipo de unidades de producción y productos afectaba, entendimos que dichas cifras
nos brindarían un primer indicador general sobre la situación económica de cada
jurisdicción y su análisis nos permitiría contar con una base sólida para una posterior
integración con otras referencias.
Cabe señalar que desde un primer momento, al analizar los diezmos de 1591 a 1601, el
trabajo se alejó notablemente de nuestras previsiones espaciales, sobre todo al observar
que los diezmos recaudados a fines del siglo XVI provenían de un conjunto de ciudades
tucumanas que no correspondían a las que conocíamos desde los trabajos sobre el siglo
XVIII (Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja y Córdoba), en
tanto varias de ellas aún no se habían fundado, otras se estaban fundando e incluso
existían otras que luego desaparecieron y a las que nunca habíamos prestado atención.
Es decir que, a fines del siglo XVI y primera década del siglo XVII, aún estábamos
dentro del proceso de conformación del espacio colonial español, lo que implicaba la
necesidad de cruzar los datos de los diezmos con el proceso preciso de fundación y
refundación de ciudades. Para ello hubo que recuperar los trabajos previos de síntesis
sobre la invasión y conquista española para observar cómo dicho avance se iba consoli-
dando a través de la fundación de distintas ciudades coloniales que al principio eran
ciudades-fuertes con huestes armadas transitando por los caminos que las comunicaban,
pero que luego fueron ampliando su control sobre el espacio rural de su «jurisdicción».
Para estos temas hemos recuperado síntesis relativamente recientes (Lorandi, 2000;

177
Silvia Palomeque

Palomeque, 2000), hemos vuelto a consultar la obra de Levillier (1926/32) sobre la con-
quista del Tucumán cuyos datos sólo llegan hasta el año 1600 al igual que sus transcrip-
ciones documentales (Levillier, 1918/22; 1919; 1921/26; 1926/32), la del Padre Lizárraga
(1916 [1609]) y hemos incluido la consulta al primer tomo de la obra de Bruno (1966) en
tanto registra con cuidado la historia de la estructura territorial eclesiástica y sus parro-
quias, que se fueron transformando en el proceso de conquista y colonización ya que el
control político y militar español fue paralelo e imbricado con el de la evangelización.
De los testimonios contemporáneos a los hechos que hace años venimos revisan-
do, corresponde recuperar uno que ha influido e influye mucho en nuestros trabajos.
Para los mismos años que nuestra serie de diezmos de fines del siglo XVI ya contába-
mos con una inteligente y humanitaria observación del Padre Barzana sobre la deca-
dencia de Santiago y Esteco y sus causas. El Padre Barzana, luego de haber vivido y
recorrido durante una década estas tierras, en 1594 decía que las casas y los campos
estaban llenos de salitre, que las casas había que repararlas constantemente para que
no se cayeran, que los campos se habían vuelto estériles, y que en estas tierras «... que
cuando se poblaron eran un vergel... la tierra fructífera se ha convertido en tierra
salobre ...» , y que todo ello debido a «... la malicia de los que en ella moran»7 y «...
la grande opresión con que son fatigados los indios...» (Barzana, 1987[1594]:255).

La invasión, la fundación de ciudades y la paulatina conformación de


un espacio colonial8
A continuación presentaremos un resumen, que intentará ser lo más escueto posi-
ble, sobre el proceso de invasión española a la gobernación del Tucumán para el
período previo a 1590, momento en que comienzan las series de diezmos que analiza-
remos más adelante.
Los españoles que invadieron las sociedades indígenas ubicadas en el espacio que
paulatinamente se fue institucionalizando como parte de la Gobernación del Tucumán,
vinieron a estas tierras desde Charcas y Chile, trayendo con ellos su experiencia en la
invasión y conquista de las complejas sociedades andinas de las ricas zonas centrales
del imperio inca. Luego de 1536, año en el que se dio el tránsito de Almagro y Paullo
Inca por las altas tierras andinas enfrentando ya una fuerte resistencia en el valle de
Jujuy y en los valles Calchaquíes, los españoles reanudaron la invasión al Tucumán
en 1543 con la hueste que habitualmente se designa como «la expedición de Diego de
Rojas». Esta hueste exploró toda la zona durante tres años, pero sin lograr asentarse en
ningún lugar debido a la resistencia indígena general, que tomó más fuerza en todas
las tierras altas de Puna y Valles Calchaquíes y Valle de Jujuy.
Recién en la década del 1550 se reinició la invasión al Tucumán, cuando en las
zonas centrales del virreinato del Perú las huestes reales habían derrotado la «suble-
vación de los encomenderos» que desconocían el derecho de la corona a controlar su
accionar y a imponer las leyes protectoras de los indígenas por las que tanto habían
bregado los religiosos lascasianos. En el período que va de 1549 a 1556, bajo la
supervisión de este nuevo tipo de autoridades coloniales pero también en medio de
conflictos entre las huestes provenientes de Charcas y de Chile, se dieron varios
intentos de fundaciones que finalmente lograron concretarse con la fundación de

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El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’

Santiago del Estero (1553), a la orilla del río Dulce, en años que podemos caracterizar
por la presencia de «indios amigos» o ya sometidos en el piedemonte del Aconquija
y en la Mesopotamia Santiagueña mientras se mantenían hostiles los indios de tierras
altas de valles Calchaquíes y de Puna, zonas donde se asentaban las sociedades andinas
de organización social más compleja.
Luego, desde 1556 hasta 1562, bajo el gobierno de Pérez de Zurita, por primera
vez se vivió un período de paz general que alcanzó incluso a los pueblos de las tierras
altas, lo que permitió la fundación de tres ciudades en los valles Calchaquíes (Lon-
dres, Cañete y Córdoba de Calchaquí) y una en el valle de Jujuy (Nieva), luego de que
el cacique Coyoacona de Casabindo acordara la paz con españoles provenientes de
Charcas, dentro de una compleja alianza auspiciada por los señores de los chichas.
Estas ciudades garantizaban el paso por los caminos del Inca que comunicaban a
Charcas con Chile y con el Tucumán. Esta paz fue el fruto de una actitud negociadora
española que respondía a una política general del virreinato cuyo gobernante era el
marqués de Cañete, personaje reconocido por su política protectora hacia los indios.
Pero los españoles no mantuvieron una política de alianza permanente frente a los
grupos indígenas; los enfrentamientos entre las distintas huestes hicieron que dichas
políticas dependieran de las características personales de cada jefe, las que a veces
coincidían con las también cambiantes políticas de las autoridades superiores del
virreinato peruano que se iban volviendo cada vez más desconocedoras de los dere-
chos de los señores étnicos y de las sociedades andinas a medida que avanzada la
década de 1560. En el Tucumán la paz se rompió estrepitosamente en 1562 cuando
desde Chile llegó una nueva autoridad que destituyó a Pérez de Zurita y desconoció
los pactos acordados con los señores étnicos. La consecuencia fue el desencadena-
miento de la gran rebelión de «toda la tierra» (tierras altas y bajas), que también
puede haber sido parte de los movimientos generales de resistencia que las sociedades
andinas iniciaban en esos años. Esta gran rebelión redujo el asentamiento español a
sólo el territorio de la ciudad de Santiago, lugar donde los españoles que se salvaron
quedaron cercados durante largo tiempo bajo el mando del gobernador Francisco de
Aguirre mientras desde la Audiencia de Charcas, creyéndolo muerto, enviaron refuer-
zos militares bajo el mando de Martín de Almendras en una expedición donde parti-
ciparon los encomenderos de Puna y Valles que eran vecinos de Charcas. Durante esta
importante sublevación, los ejércitos indígenas destruyeron las tres ciudades de los
valles Calchaquíes y Nieva del valle de Jujuy, cortando así el camino a Chile y a
Charcas, se enfrentaron y derrotaron a Almendras quien murió a manos de los indios
omaguacas, mientras el resto de su hueste se dirigió hacia el cercado Santiago.
La sublevación, que finalmente se controló contando con el apoyo de estos refuer-
zos militares llegados desde Charcas, tuvo graves consecuencias para los españoles
pues de ahí en más quedaron ocupando sólo las tierras bajas y con la ruta a Chile
interrumpida y la de Charcas transitable sólo en grupos con protección armada. Desde
Santiago, apenas roto el cerco, se efectuó un primer esfuerzo expansivo con la funda-
ción de la primera ciudad de Tucumán (Ibatín, 1565, varios km. al sur de su emplaza-
miento actual) en la falda del Aconquija, en el curso superior del río Dulce. Pocos años
después, con el objeto de pacificar el camino a Charcas, reconocen formalmente a un
poblado denominado Cáceres, asentamiento creado a la orilla del río Salado por un
grupo de soldados españoles sublevados que desde 1567 será legalizado con el nombre

179
Silvia Palomeque

de Talavera de Esteco9. Es decir, que los españoles rompieron el cerco y lograron conso-
lidar nuevas fundaciones ubicadas en los cursos de los ríos Dulce y Salado, todas ellas
ubicadas en las tierras bajas. De ahora en más, los españoles deberán circular hacia
Chile a través de los caminos del sur, por las tierras de los huarpes de Cuyo.
En la década del setenta el virrey Toledo cuya mayor preocupación era proteger el
centro minero potosino y la zona colonizada que estaba amenazada por los agresivos
pueblos de las tierras bajas orientales denominados «chiriguanos» que se habían expan-
dido hacia el oeste acercándose al centro minero, ordenó la fundación de ciudades en
los actuales emplazamientos de Salta y/o Jujuy para garantizar el paso del camino hacia
Charcas y apaciguar los indios sublevados, en tanto temía que sublevaran a los pueblos
chichas y/o se aliaran con los chiriguanos. Pero el virrey parece que tuvo que enfrentar
serias dificultades para ser obedecido por las huestes tucumanas. El proyecto de Toledo
sólo en parte coincidía con otros que se venían generando desde años atrás desde
distintos sectores coloniales. También estaba vigente la propuesta del influyente Oidor
Matienzo de la Audiencia de Charcas sobre comunicar directamente a Charcas (que
incluía la zona minera potosina) con España a través de una cadena de ciudades en el
Tucumán que permitiera el acceso al puerto del océano Atlántico (Buenos Aires), pro-
yecto que en parte coincidía con el de los conquistadores asentados en Chile que
consideraban necesaria una fundación en la zona de Córdoba que les facilitara la comu-
nicación con Charcas y con España a través del Atlántico.
Posiblemente respondiendo a estos dos últimos proyectos más que al del virrey
Toledo, el gobernador del Tucumán Gerónimo Luis de Cabrera hizo caso omiso de la
orden de fundar Salta y desde Santiago realizó la fundación de Córdoba (1573), en el
piedemonte de las últimas sierras antes de entrar a la llanura, bastante más al sur de las
zonas bañadas por los ríos Dulce y Salado, y en tierras habitadas por densas socieda-
des indígenas pero que no habían estado integradas al Tawantinsuyu. A nuestro en-
tender esta fundación respondió a lógicas diversas a las anteriores, en tanto en ella
primaron los intereses mercantiles que requerían de una ciudad que facilitara la comu-
nicación con el océano Atlántico, más que el objetivo de ocupar las difíciles tierras
altas con sus poblaciones indígenas sublevadas.
El virrey Toledo, en 1575, insistiendo en su política fundacional, le ordena a Pedro
de Zárate que dentro de la jurisdicción de Tarija funde nuevamente una ciudad en Jujuy,
Salta o en los valles Calchaquíes con el apoyo de los encomenderos de esas zonas (que
eran los ya mencionados vecinos de Charcas), lo cual se concretó con la fundación de la
segunda ciudad de Jujuy, ahora denominada Alava (1575), en medio de una fuerte
ofensiva indígena que culminó por destruirla, ante la ausencia de apoyo de las huestes
españolas del Tucumán, mientras que igual suerte fueron corriendo otros asentamientos
que Zárate intentó fundar en el valle Calchaquí hasta el año 1577.
Recién en 1582, y con huestes del Tucumán, se concretaron las antiguas órdenes de
Toledo cuando el Gobernador del Tucumán Hernando de Lerma fundó la ciudad de Salta
(1582), aunque su presencia no logró obtener el perseguido objetivo de la paz en la ruta a
Charcas en tanto hasta la misma ciudad durante largos años sufrió serias inestabilidades
debido al asedio indígena. Es decir que desde 1563 hasta mediados de la década de 1580
las tierras altas siguieron sublevadas y el camino a Charcas siguió siendo riesgoso.
Años después los españoles del Tucumán logran desplegar una política militar ofen-
siva con la que ocuparán la Puna y cercarán la zona que quedó sublevada en valles

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El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’

Calchaquíes, permitiendo así el tránsito tranquilo hacia Charcas. Este proceso se desa-
rrolló durante el gobierno de Ramírez de Velasco cuando se reinició otra ofensiva
militar hacia los valles Calchaquíes de dudoso resultado pero que les permitió la conso-
lidación de Salta y la fundación de La Rioja (1593). También invadieron y derrotaron a
las sociedades indígenas de la Puna sin fundar ningún poblado allí (1588-9), donde
habitaban pueblos que pocos años atrás habían acordado su pacificación con la Au-
diencia de Charcas. Posteriormente, con el apoyo de un grupo de vecinos de Salta,
realizaron la tercera fundación de Jujuy (1593) que ya será la definitiva. Es decir que en
este período, los españoles asentados en sus ciudades de las tierras bajas lograron
expandirse y controlar la parte norte de las tierras altas al someter la población de la
Puna mientras se mantenía sublevada la de los valles Calchaquíes, zona que será rodea-
da por un cerco de ciudades, tal como lo planteó Lorandi. Estas ciudades (Salta, La
Rioja y Jujuy) estarán asentadas en los piedemontes, en los valles o quebradas que
permiten y controlan el tránsito entre las tierras altas occidentales y las tierras bajas
orientales, es decir, impidiendo el paso de los pueblos sublevados hacia el camino que
iba de Charcas al Tucumán. Para consolidar dicho camino y poder transitar por la zona
de piedemonte, en ese período se funda Madrid de las Juntas (1592) con apoyo de los
vecinos de Esteco, ciudad que al igual que Esteco estaba asentada sobre el río Salado,
pero más hacia sus naciente, es decir, más cerca del piedemonte. Es decir que luego
varias décadas de conflicto, hacia finales del siglo XVI, justamente en la misma década
para la cual contamos con la series de diezmos que analizaremos en el próximo punto,
allí culminó el «período inicial de la conquista» y quedaron fundadas las principales
ciudades, todas ellas situadas en las tierras bajas o en el piedemonte.

181
Silvia Palomeque

Durante el período de la conquista los enfrentamientos no sólo se dieron en las


tierras altas. Si bien los indios de las tierras bajas tuvieron una actitud más conciliado-
ra con los españoles y colaboraron con ellos sobre todo al continuar sus antiguos
enfrentamientos con los indios de las tierras altas de valles Calchaquíes, debe recordarse
que durante los primeros años de la conquista ellos también se enfrentaron con Diego de
Rojas y tuvieron sitiado mucho tiempo a Aguirre y a todos los españoles en Santiago.
Después de esta sublevación, desde 1566, las tierras bajas quedaron definitivamente
controladas por los españoles que sin duda fueron ayudados en todo momento por un
armamento militar que era sumamente efectivo en este tipo de territorio de llanura.
No sólo el armamento español colaboró en la conquista. Otra de las causas que
permitió el triunfo de esas huestes españolas que a veces se enfrentaban entre sí pero que
se socorrían en caso de necesidad, fue su experiencia previa de conquistadores en las
tierras andinas del norte y su relación con los incas que facilitó este tipo de invasión
cuya etapa inicial estaba orientada a utilizar los conflictos entre los grupos y la conse-
cuente generación de alianzas transitorias y oportunistas con algunos de ellos. En los
documentos no son frecuentes las referencias a la alianza entre españoles e indios, más
bien se tiende a ocultarla para no oscurecer la «heroica gesta» española. Sólo a través de
palabras sueltas se puede ver que junto a la hueste y sus sometidos «indios de servicio»,
«indios de carga» y «yanaconas peruanos», también estaban numerosos «indios ami-
gos» que participaban a la par -y quizás más intensamente- que los españoles, conti-
nuando con sus luchas contra otro grupo indígena que era su tradicional enemigo.
Las alianzas entre españoles y grupos indígenas, y las manipulaciones por parte de
los primeros, fueron posibles por la existencia previa de múltiples cacicazgos que sólo
controlaban cortos grupos de población que mantenían constantes enfrentamientos con
sus vecinos por los recursos y, donde la mayoría de ellos venía de una reciente interven-
ción incaica que había provocado el conjunto de conflictos sobre los cuales se super-
pondrían las políticas de alianzas de los españoles. La alianza o relaciones que con el
incario mantuvieron los pueblos indígenas de las tierras bajas y su lucha contra los
pueblos insumisos de las tierras altas, generó una tradición de redes y alianzas que
facilitaron la relación de estos pueblos con los españoles posibilitando la expansión
desde sus tierras, tal como antes lo hicieron los incas. También la relación con el estado
incaico y sus formas políticas centralizadas incidieron en la capacidad de los pueblos de
Puna y Valles y Quebradas para generar las rápidas y efectivas alianzas antiespañolas.
En resumen, en este período se dio el contacto y alianza de los distintos líderes de las
huestes españolas con diversos grupos indígenas y también la invasión de ambos sobre
otros grupos, con la característica de que no siempre fueron los mismos actores los
implicados. No sólo la violencia, el poder militar o el afán de lucro de los españoles
incidieron en todo este proceso; lamentable e inevitablemente también lo hizo la difi-
cultad del combativo mundo indígena para entender el real significado de la invasión
española. Desde las distintas sociedades indígenas -organizadas en base al respeto de
las relaciones personales y de parentesco- era muy difícil entender cabalmente los obje-
tivos económicos y políticos coloniales de larga duración que persiguieron y finalmen-
te lograron imponer los españoles a pesar de todas sus luchas internas.
Las discrepancias, luchas sangrientas, enfrentamientos y ajusticiamientos que se
dieron entre las distintas huestes españolas no impedían que todos en conjunto persi-
guieran el mismo objetivo: el sometimiento de la población indígena cuya explotación

182
El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’

les permitiría recuperar las inversiones realizadas en su conquista. Según Assadourian,


el carácter privado de la expansión implicaba la obligación de premiar a los responsa-
bles con un régimen de recompensas que fue estatuido en función de la necesidad de
incentivar el interés por la riesgosa aventura, aunque públicamente apareciera como
reconocimiento gracioso de servicios. Las recompensas en mercedes de tierras y en
encomiendas de indios fueron provistas por el propio medio conquistado.
En la década del noventa, en etapa final de la conquista del Tucumán, se profun-
dizaron los abusos y malos tratos a la población indígena mientras se reforzaba el
poder de los encomenderos-conquistadores. Esta situación se tradujo en el incremen-
to de la mortalidad indígena afectada por las pestes y epidemias resultantes del exce-
so de trabajo, la falta de comida y los malos tratos entrecruzados con un período de
sequía. En los primeros años del siglo XVII las autoridades del Tucumán reconocían
que la población indígena restante era sólo una décima parte de la original.

Una mirada a través del estudio de los diezmos


Como ya lo adelantáramos al principio, en este punto pasaremos a analizar y
comparar la serie de los diezmos pagados desde cada una de las jurisdicciones de la
Gobernación del Tucumán o en el conjunto de dicho espacio, tratando de acercarnos
por esta vía a la historia económica y social del Tucumán durante el siglo XVI y XVII.
Si recuperamos todos los montos totales recaudados en concepto de diezmos para
todo el Tucumán, y calculamos los promedios anuales de cada período, obtenemos el
siguiente gráfico:

De acuerdo con esta información, que realmente cubre tres décadas y nada nos
informa sobre 75 años intermedios, tendríamos un primer período de 1590-97 cuyos
diezmos son los más bajos conocidos, que se van incrementando constantemente
hasta 1612, reduciéndose un poco hasta 1616 donde quedan entre 10 y 11 mil pesos
anuales. Luego entramos al largo período sin información hasta que llegamos a 1691
donde la recaudación no presenta mayores cambios en relación a principios del siglo.
Si analizamos estas cifras con más detalle tenemos que del período inicial donde los
diezmos alcanzaban a un promedio anual de 6851$ pasamos a un próximo período de

183
Silvia Palomeque

1597-1601 donde suben a 9295$ (+36%) y luego, en 1604-12, donde siguen subien-
do para llegar a 12.596$ (+84% en relación al período inicial de 1590-97 pero tam-
bién otro 36% en relación al período anterior). Esta alza se interrumpe en el año 1612
donde los diezmos vuelven a bajar, lentamente, sin retrotraerse al nivel del período
anterior, con 10.701$ anuales. Sobre todos los años que van desde 1617 a 1691, es
decir sobre 74 años, no contamos aún con ninguna información sobre los diezmos, y
su ausencia presenta un serio problema en tanto justo en ese período se dan cambios
significativos, como las dos ofensivas española contra los valles calchaquíes en las
décadas de 1630 y 1660 (Lorandi, 2000) y una posible retracción de los precios en el
conjunto regional a partir de 1660, tal como se dio en Córdoba en los precios de los
mulares destinados a la exportación hacia los centros mineros andinos y en consonan-
cia con la retracción de la producción minera (Assadourian, 1982[1968]). En 1691,
cuando volvemos a contar con un monto total anual que alcanza a 12717$, semejante
al de la mejor década de principios de siglo, enfrentamos la duda sobre si un solo año
nos puede marcar la tendencia general de ese momento, en tanto Arcondo (1992:45ss)
sostiene que antes del traslado del obispado a Córdoba (1699) la renta anual alcanza-
ba un promedio de 11.000$, que son los mismos recaudados en el período que va entre
1612 y 1617 cuando se interrumpe nuestra serie anterior.
Para el período de 1591 a 1601 también contamos con la serie de diezmos del
Obispado del Tucumán que nos brinda una información que incluye su desagregación
por jurisdicciones, documento central para este trabajo. Estos datos son los que cons-
tan en el siguiente cuadro, en el cual hemos ido ordenando las ciudades de acuerdo a
la fecha de su fundación definitiva y anotando el año respectivo.

Años Santiago Tucumán Esteco Córdoba Salta L.Rioja V.Madrid Jujuy Total
(1553) (1565) (1567) (1573) (1582) (1591) L.Juntas (1593)10
(1592)
1590/1 6495
91/2 2300 1330 1125 1000 1200 6955
92/3 2700 1150 1550 1100 1300 300 8100
93/4 2200 900 1300 800 1300 300 200 7000
94/5 2200 750 900 820 900 290 250 6110
95/6 2000 1013 1030 880 900 220 410 300 6753
96/7 1700 1100 1150 950 1060 470 300 6730
97/8 2109 1000 1250 950 1200 620 400 7529
98/9 2008 1400 1500 1400 1220 454 860 400 9242
99/00 1910 1500 1230 1500 1500 454 1350 350 9794
1600/1 2036 1320 1200 1700 1750 510 1650 450 10616

Diezmos recavados en el Obispado del Tucumán, 1590/1d 1600/01. Valores en pesos.

Antes de comenzar su análisis, lo primero que tenemos que hacer es agrupar los
datos de Salta y Jujuy en tanto, por investigaciones anteriores, sabemos que los prime-
ros pobladores del Jujuy de 1593 son algunos vecinos de Salta y que Jujuy se fundó
sobre tierras que ya estaban repartidas entre ellos (Palomeque, 2006:18, basándose en
Vergara, 1961[1934]:114-130). También cabe señalar que los diezmos que cobraba el

184
El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’

obispado del Tucumán provenientes de Jujuy no coincidían con el actual territorio de


esta provincia, en tanto su sector norte estaba diezmando al obispado de Charcas y la
recuperación de los mismos por parte del Tucumán será parte de un largo conflicto que
entendemos como la continuación o la secuela del tipo de invasión española que sufrie-
ron las sociedades indígenas de esas zonas. Como antes mencionamos escuetamente,
antes de la tercera y definitiva fundación de Jujuy en 1593, las huestes españolas del
Tucumán invadieron la Puna en zonas donde los indígenas ya estaban en paz, con
religiosos en sus pueblos y tributando a sus encomenderos que eran vecinos de la
Audiencia de Charcas y, en consecuencia, hacia esa circunscripción eclesiástica siguie-
ron fluyendo sus diezmos por lo menos hasta la década de 1660 (Palomeque, 200611).
A continuación presentamos la gráfica que surge de los datos anteriores y de la
mencionada agrupación de Salta y Jujuy:

De la información expuesta se desprende que en los primeros años, lógicamente, hay


una relación directa entre el monto de los diezmos y el tiempo de consolidación de la
presencia española en cada jurisdicción. Esto se comprueba al observar su monto duran-
te el primer año (1591/2) donde la recaudación más alta corresponde a Santiago (1553)
y luego a Tucumán/Ibatín (1565), Esteco (1567) y Córdoba (1573), aunque esta tenden-
cia no siempre es válida ya que en Salta -de fundación y estabilización más tardía (1582
y más aún)- se recaudan diezmos casi tan altos como los de Tucumán/Ibatín.
En segundo lugar, el monto total de los diezmos es inestable y con cierta tenden-
cia a la baja hasta 1594/5, fecha a partir de la cual se estabiliza para comenzar un
constante incremento a partir de 1597/8, donde todo indica que se habrían soluciona-
do los problemas anteriores. Este repunte es tal que la recaudación total del año 1600/
1 es un 52,3% más alta que la del año inicial de 1591/2.
La inestabilidad y decadencia de los diezmos durante el primer quinquenio bien
puede ser considerada como una consecuencia del largo período de campañas milita-
res previas (casi medio siglo), de las cuales las últimas son las de Ramírez de Velasco
hacia Valles Calchaquíes y Puna en los años 1587 y 1588, que continúan luego
cuando finalmente logran fundar las ciudades de La Rioja (1591) y Jujuy (1593)
cerrando el cerco sobre las poblaciones insumisas de Valles Calchaquíes. También es
posible que estén reflejando la gran mortalidad indígena ocurrida a lo largo de este
medio siglo o aún antes (Lorandi, 1988; Pucci, 199812) pero más aún la gran peste

185
Silvia Palomeque

general del año 1590, ocasionada por una epidemia de viruelas que afecta tanto a
Charcas como al Tucumán (CGV, 2935). Sobre estas pestes generales se explaya el
Teniente de Gobernador de Esteco en su informe de 1608, cuando entiende que las
pestes, entre otras, son una de las causas de la decadencia de su ciudad. Él dice que

«...Esta ciudad después de su fundación ha ido en disminucion a causa de que a habido


dos pestilencias generales, que se han muerto mucha suma de indios. Y eran las pestes:
la una llaman los naturales Lipe-Lipe que en dándoles se caian.... muertos y la otra
viruela y sarampión de que murieron muchos indios... españoles y mestizos...» (BANB,
CACh 630, f.13).

A su vez, la bonanza que se observa a partir de 1597/8 debería ser entendida como
resultado de la consolidación de las ciudades durante el período de paz que se inicia
luego de haber rodeado, cercado, la zona sublevada en Valles Calchaquíes con esta
cadena de ciudades, lo cual habría permitido que todo el Tucumán gozara de una
estabilidad y bonanza creciente.
En paralelo, también observamos que dicha bonanza afectaba de manera desigual a las
distintas jurisdicciones, en varias de las cuales ya se nota el inicio de problemas en sus
diezmos. En lo que hace a Santiago del Estero en particular, la última década del siglo XVI
aparece como una época de relativa bonanza en tanto es la jurisdicción que más diezmos
percibe, lo cual se condice con los datos de 1608 sobre el incremento constante del valor de
los oficios vendibles, la estabilización del derrumbe de su población indígena y el desarro-
llo de sus producciones de trigo, maíz, cebada, garbanzos, vides, etc. en las chacras de
españoles cercanas a la ciudad que también cuentan con ganados vacunos y ovinos13 (Pérez
et al., 1997). A contrapelo de estos indicios de bonanza, van apareciendo signos preocupantes
en tanto sus diezmos no tienden a crecer como el resto sino que ya comienzan lentamente a
decaer, como si ello de alguna forma se relacionara con las referencias a los problemas del
salitre que brota y de las inundaciones que derrumban las casas y la catedral.
En el siguiente gráfico podemos observar la participación que a cada jurisdicción le
corresponde en la masa total del diezmo durante todo el período 1591-1601. Para este
gráfico, en aras de la simplificación gráfica, además de la unificación de Salta y Jujuy,
hemos optado por unificar dos jurisdicciones más: una ciudad antigua, Talavera de Esteco
(1567) y otra nueva, Madrid de las Juntas (1592), también debido a varios criterios que nos
indican que es posible que así corresponda hacerlo. El primero es que ambas se localiza-
ban en las tierras cálidas por donde corre el río Salado (Madrid más cercana a las nacientes
que Talavera), el segundo porque desde Esteco partió la mayor parte de los vecinos que
poblaron Madrid (ABNB, CACh 630)14, y el tercero porque en el año de 1609 se traslada-
ron los vecinos de Esteco hacia Madrid conformando una sola población llamada Nuestra
Señora de Talavera de Madrid o Esteco (Bruno, 1966:490). Sin duda el traslado se debió
a la decadencia de Talavera de Esteco producida, según el Informe de 1608 que antes
mencionamos, por la mortalidad de sus indios, el paulatino abandono de la ciudad por
parte de 12 de sus vecinos y el cambio de la ruta hacia Charcas que antes era Santiago del
Estero-Esteco-Salta, en la década de 1590 se modificó para ser Santiago-Madrid-Salta.
Antes de pasar al gráfico, entendemos que corresponde recordar algunos elemen-
tos sobre las zonas donde se asientan estas ciudades y sus funciones.

186
El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’

A lo largo de los valles o planicies por donde corren los dos grandes ríos, el Salado
y el Dulce, tenemos en primer lugar a Santiago del Estero que es el primer asentamiento
español sobre el río Dulce, en la parte en que éste se acerca al Salado. La población
colonial de Santiago fue la que se expandió primero hacia la cuenca superior del río
Dulce con la fundación de Ibatín/Tucumán casi al mismo tiempo que se expandían
hacia Esteco, en el río Salado norte. Años después, desde Esteco, nuevamente los espa-
ñoles se expandieron hacia el curso superior del Salado con la fundación de Madrid.
Tanto la población colonial de Santiago como la de Esteco -ambas localizadas en zonas
cálidas que actualmente se denominan llanura chaqueña- se expandieron hacia zonas
ubicadas en los cursos superiores de sus respectivos ríos, situando las nuevas ciudades
aún en zonas cálidas pero ya en la zona de transición entre las sierras y la llanura
chaqueña, como si quisieran acceder a la zona serrana pero sin lograrlo. Es decir, que
tanto Santiago como Tucumán/Ibatín, Esteco y Madrid están localizados en zonas
cálidas, bañadas por los ríos más importantes de la región. Cabe remarcar también que
durante largos años la mayor parte de los recursos necesarios para la expansión hacia
otras zonas provendrá de estas zonas bañadas por los ríos Dulce y Salado.
Otras tres ciudades están ubicadas en los valles más cercanos al piedemonte de las
cadenas montañosas o en las quebradas cercanas a los indios sublevados: Salta, Jujuy
y La Rioja, cuyo asentamiento y consolidación fue más tardío. Controlar el valle de
Lerma donde se asienta Salta, los valles bajos cercanos a Jujuy, la Puna y la Quebrada
les insumirá toda la década de 1580 e incluso los primeros años de la del ‘90. La Rioja,
situada al oeste de Santiago del Estero casi en línea recta, era un naciente enclave
militar fundado en la década del 90, ubicado en la boca de una quebrada que controla
la salida de los valles sublevados, que difícilmente logra expandirse hacia ellos.
Más al sur, y ya cruzando las áridas salinas que la separan de la zona regadas por
los ríos Dulce y Salado, se encuentra Córdoba, asentada en el piedemonte oriental de
unas antiguas sierras bajas y aisladas, de suelo fértil, con terreno firme y buenos
arroyos, y con un clima más parecido al de España según los relatos nostálgicos de la
época. Fundación conflictiva, con recursos de vecinos santiagueños en acuerdo con
grupos de Charcas o de Chile o de ambos, quienes buscaban consolidar un asenta-
miento en la ruta que permitiera la salida directa al Atlántico. Esta fundación respon-
dió más a los intereses de la comunicación mercantil que al conflicto con las socieda-
des indígenas de tierras altas.

187
Silvia Palomeque

En el gráfico construido en base a los ingresos de cada jurisdicción durante la última


década del siglo XVI, a simple vista, puede observarse que los diezmos de Santiago del
Estero son los más cuantiosos (27%), seguidos de los de Esteco/Madrid (23%), Salta/Jujuy
(19%), Tucumán-Ibatín (15%), Córdoba (14%) y La Rioja (2%), cuya secuencia se corres-
ponde con el tiempo de fundación de cada ciudad con excepción de Tucumán-Ibatín.
Pero si agrupamos a las ciudades de acuerdo a los criterios anteriormente
explicitados, advertimos que aquellas ciudades situadas en las tierras llanas y cálidas
bañadas por los ríos Salado y Dulce (Santiago, Ibatín, Esteco y Madrid) que constitu-
yen nuestras tierras bajas, ellas aportan el 65% de los diezmos, es decir que son la
base económica del asentamiento colonial en la Gobernación del Tucumán.
También, con preocupación, puede observarse que si bien en esta amplia zona se
concentran la mayor parte de los recursos, según los diezmos, aquellos están comenzando
a agotarse. Cruzando este gráfico con los datos del primer cuadro, se observa que, mientras
la tendencia general es al alza, los diezmos de Santiago del Estero presentan una lenta
decadencia a lo largo de la década, los de Esteco y Ibatín/Tucumán se mantienen estables
y los únicos que crecen notoriamente son los de Madrid, reflejando claramente que la
tendencia a la decadencia se acentúa cuanto más sean los años de asentamiento español en
cada jurisdicción. Es justamente el carácter de fundación reciente de Madrid (1592) y los
altos diezmos que recauda, lo que más nos alerta sobre la existencia de un tipo de acceso
y control de los recursos muy exitoso en el corto plazo, pero con tendencias hacia la baja,
hacia la destrucción de los mismos en el mediano plazo.
Para un período muy posterior, específicamente para el año 1691/2, contamos con
otros datos sobre la recaudación de diezmos. Según Arcondo, antes que el Obispo
Mercadillo se hiciera cargo del Obispado (1698), los diezmos de todo el Tucumán
alcanzaban a 11.000 pesos, es decir, casi lo mismo que un siglo atrás, ya que en el año
1600/1 llegaban a 10.616 pesos. Un poco más alto es el monto de 12.717$ que para el
año 1691/2 citan Tell y Castro en base a una referencia de Pastells (Tell y Castro,
2006), pero ello no modifica la tendencia. Para este año también contamos con la
distribución porcentual de la masa total de diezmos del Tucumán calculada por
Garavaglia (1987:27) quien no incluye su valor total, pero cuyos datos nos permiten
realizar una comparación con los que sucedía en cada una de las jurisdicciones a un
siglo atrás. El siguiente grafico se construye en base a estos porcentajes.

188
El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’

Al comparar las dos últimas gráficas, es decir los diezmos de la última década del
siglo XVI y un año de la última década del siglo XVII, pueden advertirse los profundos
cambios que ha sufrido la región del Tucumán a lo largo del siglo XVII, y si remarcamos
el hecho de que dicha estructura de la distribución porcentual de los diezmos se mantie-
ne hasta fines del período colonial (Garavaglia, 1987:27), tenemos que concluir que
durante el siglo XVII se dio una profunda reestructuración de las distintas regiones del
Tucumán.
De estas dos gráficas lo primero que es preciso remarcar es que en el segundo
gráfico, el que corresponde a fines del siglo XVII, se observa que de las antiguas
poblaciones asentadas a lo largo de los cauces de los ríos Salado y Dulce la única
ciudad que persiste y muy reducida es Santiago del Estero, cuyos diezmos han dismi-
nuido tanto que dejaron de ser los más importantes. Los diezmos de Santiago que
alcanzaban un 27% en 1591-1601, pasaron a convertirse en los de menor incidencia,
representando apenas un 7% del total en 1691/2, incluso las Actas... mencionan que
en los años 1637/8 y 1666 no se presentan posturas en el remate de los mismos.
En 1691/2 también se observa que ya no existe Nuestra Señora de Talavera de Madrid
o Esteco situada en el emplazamiento de la antigua ciudad de Madrid, hacia donde se
habían trasladado los vecinos de Esteco en 1609 y que para fines del período 1591-1601
era la más pujante de todas las jurisdicciones.15 Todas estas ciudades del curso superior del
Salado han desaparecido. Sobre Esteco sabemos que en 1610 tenía 110 vecinos y luego,
en un tiempo aún impreciso, comienza a decaer; en 1662 es atacada por indígenas
chaqueños y para 1671 sólo tiene 20 vecinos. Posteriormente, fue convertida en un presi-
dio y finalmente fue destruida por un terremoto en 1692 (Bruno, 1966).
Tampoco Tucumán es la antigua Ibatín situada en el curso superior del río Dulce
que aportaba un 15% de los diezmos. La ciudad original ya no existe, sus vecinos se
trasladaron a su emplazamiento actual (La Toma) en 1685, a nuestro entender hacia
un ambiente semejante, debido a inundaciones y enfermedades tropicales y a la bús-
queda de un lugar más favorable para la inserción mercantil que vinculara la nueva
ciudad al centro minero de Charcas (Noli, 2004). La nueva Tucumán tiene una parti-
cipación muy escasa en la masa de los diezmos de fines del siglo XVII, donde sólo
alcanza el 11% del total, que en poco se diferencia de su opaco lugar a principios del
siglo XVI cuando apenas llegaba a un 15%.
Es decir que se han derrumbado las economías de los antiguos asentamientos
ubicados en las tierras bajas de las zonas de los ríos Salado y Dulce (Esteco/Madrid,
Santiago e Ibatín/Tucumán, en ese orden) que a fines del siglo XVI aportaban el 65%
de los diezmos. Sus ciudades, un siglo después, han decaído notablemente, han des-
aparecido o se han trasladado y su derrumbe que afecta sobre todo a aquellas ubicados
sobre el río Salado. Santiago del Estero queda con su escaso aporte del 7% del total de
los diezmos, que sólo alcanza a un 18% si incluimos a la nueva Tucumán.
Una tendencia inversa, no homogénea, donde se entrecruza la consolidación, la esta-
bilidad y la expansión, se da en el otro grupo de ciudades, las que antes habíamos califi-
cado como localizadas en el piedemonte, conformando un cerco alrededor de los valles
calchaquíes, y que en la última década del siglo XVI recién se estaban consolidando (Salta
y su expansión con la fundación de Jujuy) o fundando (La Rioja). Estos asentamientos en
zonas de piedemonte, durante el siglo XVII y luego de largos años de luchas en los valles

189
Silvia Palomeque

Calchaquíes, se han logrado consolidar como en La Rioja e incluso, después de las guerras
calchaquíes, han logrado fundar una nueva ciudad estable como es la de Catamarca.16 Un
siglo después estas ciudades han incrementado su participación en la masa decimal. Para
1591-1601 el conjunto conformado por Salta, Jujuy y La Rioja alcanzaban un 21% del
total de los diezmos y en 1691/2, si incluimos la nueva ciudad de Catamarca, ya llegaban
al 40% del total, es decir, casi duplican su participación.
Este crecimiento no es homogéneo si comparamos los diezmos de cada una de estas
ciudades. Este exitoso panorama se desdibuja en el caso particular de Salta y Jujuy cuyos
diezmos han bajado del 19% al 13%, en un movimiento de retracción que afecta más a
Salta que a Jujuy, según desprendemos de la serie de diezmos para Salta publicadas por
Tell y Castro (2006). En contraste sobresale el fuerte crecimiento de La Rioja que de un
2% ha saltado al 11%, y más aún el de Catamarca que apenas tiene un poco más de una
década de existencia y cuyos diezmos ya alcanzan al 16% del total (es decir, lo mismo que
los diezmos aportados por lo poco que resta de las antiguas ciudades de las tierras bajas).
Entendemos que su bonanza responde por un lado al proceso de consolidación de
esas economías regionales a principios del siglo XVII y, por el otro, esta alza nos está
marcando el éxito de los conquistadores en el avance hacia las tierras de Valles
Calchaquíes, de regadío y tan fértiles, aunque no debemos olvidar que en 1691/2
estamos ante una situación relativamente reciente ya que dicha expansión sólo ha
logrado consolidarse a fines de la década de 1660. Además, como veremos más ade-
lante, el avance hacia los valles calchaquíes en las décadas de 1630 y 1660 implicó
un conjunto de enfrentamientos militares con altos costos en quebrantos, crisis, etc.,
para todas las ciudades mencionadas, tal como veremos más adelante.
Los diezmos de Córdoba a lo largo del siglo son los que más aumentan, pasando
del 14% en la última década del siglo XVI a un notable 42% en 1691/2. Las Actas...,
nos brindan frecuentes noticias sobre los diezmos de Córdoba sobre todo a partir de
1627 cuando los mismos comienzan a ser los más importantes de la jurisdicción. Las
Actas mencionan que estos diezmos habían crecido notablemente para 1627 alcan-
zando a 4200 pesos, una cifra muy alta en comparación con los 1700 pesos del año
1600, que implica un aumento del 150%. Para años posteriores se observa que dicho
incremento es constante en tanto entre 1634 a 1666 los diezmos oscilan desde 5000$
a 6000$ con una reducción a 4500$ en 1638/9.17 Hacia 1690 estos diezmos se
estabilizan pero en su nivel mas bajo, en 5000$ anuales que realmente son 4600, ya
que en ellos se incluyen 400$ que antes no se cobraban. Este nuevo ingreso se inicia
en 1689 cuando la masa decimal comienza a incluir el medio diezmo cobrado a los
jesuitas que consiste en una suma fija de 600$ por todas sus haciendas (400$ por las
de Córdoba, 50$ por las del Colegio de Santiago, 60$ por las de Tucumán, 30$ por las
de Salta y 60$ por las de La Rioja) (Arcondo, 1992:46).
Cabe señalar además que los diezmos de Córdoba al igual que los de toda la
Gobernación del Tucumán sufren una abrupta caída ya fuera de nuestro período de
estudio. En la primera década del siglo XVIII comienzan a caer y se reducen notable-
mente en la segunda década, llegando a la mitad de su valor habitual.18
Si recuperamos las cifras anteriores referidas al fuerte crecimiento de la economía
de Córdoba que nos indican las cifras de los diezmos de 1627 vemos que estos datos
concuerdan con los estudios de la economía regional realizados por Garzón Maceda

190
El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’

(1968) y Assadourian (1982 [1968]).19 Estos autores nos señalan que en un primer
período (desde fines del siglo XVI hasta 1610 aproximadamente) la región se insertó
en un conjunto amplio de circuitos interregionales comunicándose con Potosí, Chile
y el Atlántico a través de Buenos Aires, con especializaciones productivas variadas
donde los textiles de lana y algodón eran sumamente importantes al igual que en todo
el Tucumán, pero donde también participaban grasas, sebos, trigos, etc. Posteriormen-
te, las prohibiciones legales del acceso al mercado atlántico, la gran mortalidad de la
población indígena y las tierras desocupadas en consecuencia, permitieron u obliga-
ron a organizar una segunda especialización productiva regional, orientada hacia la
producción ganadera en general pero principalmente de mulares, los que eran vendi-
dos luego en el mercado minero altoperuano. Estas mulas, escasas pero de altísimo
valor unitario a principios de siglo (décadas de 1610 y 1620), comenzaron a ser
producidas en forma creciente logrando altos retornos en dinero (décadas de 1630 a
1660), ingresos que luego se van reduciendo a medida que fueron bajando sus valores
unitarios en consonancia con la crisis minera que orientaba el ritmo de sus precios
(décadas 1670 hasta fin de siglo). Estas tendencias a la baja continúan durante el siglo
XVIII hasta que, en la segunda década, la baja de los precios origina la interrupción de
las exportaciones, precisamente en el período analizado por Aníbal Arcondo (1992).
La solidez e importancia económica del asentamiento español en Córdoba era noto-
ria durante el período donde sus relaciones mercantiles eran variadas, cuando se vincu-
laba con la zona minera de Charcas, Chile, el Tucumán, y el Atlántico a través del puerto
de Buenos Aires. En esos años los intereses de los vecinos de esta ciudad parecían
coincidir e incluso liderar al conjunto de intereses de las elites regionales del Tucumán.
Esto se percibe claramente en 1608 en ocasión de una consulta del Consejo de Indias
sobre la conveniencia o no de que la Gobernación del Tucumán y la del Paraguay
dejaran de depender de la Audiencia de Charcas y pasaran depender de la de Santiago de
Chile. Ante la consulta, tanto el Gobernador Alonso de la Rivera como el Obispo Trejo
se opusieron, pero el Obispo fue más allá al proponer la creación de una Audiencia con
sede en Córdoba (CGV, N° 3885 y 3951). Esta propuesta de Trejo toma un sentido más
amplio cuando se observa que en el mismo año el Padre Juan Romero, Viceprovincial
de la Compañía de Jesús, recibió un poder de los vecinos de las ciudades de Buenos
Aires, Córdoba y Santiago del Estero, por el cual lo autorizaron a gestionar en España el
establecimiento de una Audiencia en Córdoba y también a solicitar autorizaciones para
el comercio con Brasil y el abastecimiento directo desde España.
Si bien sería necesario un mayor desarrollo de las investigaciones sobre el conjun-
to de las elites de las distintas jurisdicciones, los datos consultados nos permiten
suponer que esta especie de acuerdo general sobre la centralidad de Córdoba se rom-
pió en la década del 30 cuando la primera sublevación de los calchaquíes o una nueva
invasión española a estas zonas. En estos años, mientras las Actas ... nos informan de
la crisis económica de las ciudades del Tucumán (la fuerte caída de los diezmos en
1632 debido al avance indígena sobre las estancias de Tucumán, La Rioja, Salta,
Esteco y Jujuy y que en los años 1637 y 1638 no se encuentran postores para los
diezmos de Santiago ni de Esteco), se observa el escaso interés de parte de los vecinos
de Córdoba en colaborar con las invasiones hacia las tierras altas andinas, tan aleja-
das de sus fronteras, de sus mercedes de tierras y también de sus derechos a las enco-
miendas de indios ya distribuidas entre los vecinos de las otras jurisdicciones del
Tucumán. Esta actitud los llevó a enfrentamientos internos pero sobre todo con los

191
Silvia Palomeque

otros vecinos de la Gobernación y sus autoridades, los que pueden advertirse cuando
en 1634, desde Salta, el Gobernador del Tucumán informa y denuncia a la Audiencia
de Charcas que con motivo de la sublevación indígena todos los vecinos de su pro-
vincia han acudido a su convocatoria, pero que no lo han hecho los ricos vecinos de
la ciudad de Córdoba,

«... siendo aquella ciudad la más rica de esta provincia y sus vecinos los que mas
utilidad y aprovechamiento han sacado de sus indios ocupandolos.... en poblaciones de
estancias, trajines al puerto de Buenos Aires, guardas de crías de vacas, de mulas y de
ganados mayores, carreterías y en obrajes de sayales y cordellates, sementeras y servi-
cios de casas...»20 (BANB, CACh, 943).

Similar o peor situación económica enfrentan las otras ciudades del Tucumán
durante la siguiente y última rebelión calchaquí, o la última y definitiva invasión a
sus tierras en 1658-1665.21 En esta ocasión los vecinos de Córdoba sí participaron en
la entrada, pero de las Actas se desprende que lo hicieron luego de haber negociado el
acceso a los indios capturados en valles Calchaquíes y posteriormente extrañados
hacia distintas jurisdicciones para ser yanaconizados en las estancias. En las Actas de
1666 se informa que los indios extrañados que hay que catequizar están 260 en
Córdoba, 200 en Santiago, 180 en La Rioja, 160 en Catamarca, 150 en Salta y 140 en
Esteco.
Entendemos que, luego de estas guerras, la centralidad de Córdoba no pareciera
gozar del respeto de los vecinos del resto del Tucumán. Pocos años después del
control de la última sublevación, para 1671, luego de la disolución de la Audiencia
que funcionó en Buenos Aires desde 1661 a 1671, debido a que «...no han resultado
los efectos ... que dieron motivo a su erección...», desde España consultaron a la Real
Audiencia de Charcas sobre la conveniencia de reinstalar esta Audiencia en Córdoba
«... que es la mas principal de aquellas provincias...», para atender los problemas del
Tucumán y de Buenos Aires para los que había sido creada la anterior Audiencia
(BANB, R.C.497). Si bien desconocemos la respuesta y los posibles debates, el hecho
de que esta propuesta no haya funcionado es un indicio de que entre las elites del
Tucumán ya no existía un consenso favorable a Córdoba como a principios del siglo
XVII mientras, paralelamente, se seguía confirmando la importancia económica de
Córdoba y su lugar como punto de comunicación -y también de tensión- de las rela-
ciones entre el Tucumán y Buenos Aires. Cabe mencionar que en esos años también
comenzó a discutirse el traslado de la sede del Obispado hacia Córdoba, con consenso
de un conjunto de importantes autoridades eclesiásticas (seculares y regulares) pero
con fuerte oposición por parte de los vecinos de Santiago que presentaron una quere-
lla en la Audiencia de Charcas en 1681, la que primero obtuvo una resolución favora-
ble del virrey Duque de la Palata pero luego no fue apoyada por el Consejo de Indias,
que se expidió a favor del traslado cuatro años después (Tell y Castro, 2006).
En síntesis y recuperando el problema inicial, del conjunto de la información
desprendemos que hacia fines del siglo XVI, luego de la primera etapa de la conquista
donde sólo quedaron sublevados los valles calchaquíes, las recaudaciones de los
diezmos se estabilizaron y comenzaron a incrementarse. En este período las mayores

192
El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’

recaudaciones correspondían a las ciudades asentadas sobre los cauces de los ríos
Dulce y Salado donde la capital de la gobernación, la ciudad de Santiago del Estero,
mas Esteco, Madrid e Ibatín/Tucumán aportaban el 65% de los diezmos aunque como
indicio preocupante se observa que en este tipo de ciudades de tierras bajas los diez-
mos crecen en las primeras décadas de asentamiento, para tender luego a estabilizarse
y a decaer lentamente, mientras ello no ocurre en las otras ciudades.
Entendemos que esta situación comienza a trastocarse en la década del 30 del
siglo XVII cuando todas las ciudades del Tucumán enfrentan problemas económicos
debido a la primera guerra contra los calchaquíes mientras una de ellas, Córdoba,
logra eludir su colaboración en la misma mientras despegaban y se valorizaban sus
cuantiosas exportaciones ganaderas mulares destinadas a los centros mineros andinos.
A partir de esta década, la economía de Córdoba sobresale sobre el conjunto y sus
diezmos se van convirtiendo en los más importantes de la gobernación y, en conse-
cuencia, marcando las tendencias generales de los mismos que siguen crecientes hasta
la década de 1660. En esta década, cuando una nueva guerra se desarrolla contra los
calchaquíes afectando la economía regional, nuevamente no todas las regiones la
sufren de la misma manera. Por ejemplo, en 1666 mientras en Santiago ofrecían sólo
200$ por sus diezmos, en Córdoba los diezmos alcanzan a 6000$.
Si bien el crecimiento de Córdoba se contradice con la situación del resto de las
ciudades del Tucumán y sus serios quebrantos durante los dos períodos de luchas en
los valles calchaquíes, también hay que aclarar que las menciones de las Actas ....
sobre la existencia de problemas y de decadencia en Santiago no sólo aparece durante
las guerras sino que es una constante que se agudiza a medida que el Obispado va
dependiendo cada vez más de los ingresos que le proveen los diezmos de Córdoba. A
esta decadencia de Santiago hay que sumar la desaparición o traslado de las otras
ciudades situadas en los cursos de los ríos Salado y Dulce, de todo lo cual desprende-
mos que los diezmos de estas jurisdicciones fueron mermando en aras del crecimiento
de los de las otras zonas, sobre todo tras el esfuerzo de conquistar las más valiosas
tierras altas de lo que antes era el Tawantinsuyu.
Las ciudades ubicadas en el piedemonte, en los valles y quebradas que permitían
o cerraban el paso a las valiosas tierras altas (Salta, Jujuy, La Rioja y Catamarca) no
sufrieron el mismo deterioro que aquellas ubicadas en las tierras bajas, en tanto sus
vecinos fueron los directamente beneficiados por el proceso de expansión y consoli-
dación en valles Calchaquíes. Pero, para relacionar las cifras de sus diezmos con este
proceso hay que considerar varios elementos, uno de los cuales es que un proceso de
expansión militar no se traduce inmediatamente en una explotación económica inme-
diata de los recursos obtenidos, sobre todo cuando esos recursos son territoriales pero
sin acceso a trabajadores, ya que la indómita población original tuvieron que expul-
sarla hacia las otras zonas coloniales. Aún así, con estas limitaciones, es sorprendente
el monto que alcanzan los diezmos de La Rioja y de Catamarca, como si allí se
hubieran recuperado muy velozmente sus economías al final de las guerras, y también
es sorprendente la estabilidad o decadencia de los diezmos de Salta y quizá Jujuy, a
las cuales podemos imaginar como las más afectadas por la decadencia de los precios
en Potosí debido a sus intensas relaciones mercantiles con ese destino.
Antes de cerrar este punto nos queda pendiente la pregunta de hasta dónde las oscila-
ciones de los diezmos representan las oscilaciones de la economía de las empresas mer-

193
Silvia Palomeque

cantiles españolas solamente o al conjunto de la producción regional. Todas las referen-


cias de las Actas sobre la recaudación de diezmos no dan mayores detalles sobre qué
productos o grupos pagan diezmos, allí solo se alude a las ciudades y sus jurisdicciones y
a sus «estancias». Gracias a Arcondo (1992:46) sabemos que en los diezmos que hemos
analizado no se incluyeron los correspondientes a las estancias y haciendas jesuíticas que
recién luego de arduas negociaciones comenzaron a pagar a partir de 168922 una suma fija
anual de 600$.23 Aparte de esto, no hemos encontrado estudios sobre los diezmos de las
diócesis del Tucumán o de Buenos Aires donde se indague sobre los cambios en el tipo de
unidades de producción o productos afectados, como si se considerara que éstos eran
constantes en todo el período colonial y en todos los distintos territorios. Como esto no es
así en tanto los productos y los sectores sociales afectados no son homogéneos en todos
los obispados (Moreno Yánez, 1978:257-258), nos queda pendiente un estudio específi-
co sobre el tema mientras del conjunto de los datos y transitoriamente entendemos que los
diezmos recaudados están reflejando tendencias sobre el valor de mercado de la masa
global de productos que se comercializa en cada región. Estas mercancías sabemos que en
su gran mayoría provenía de las diversas empresas de los encomenderos aunque no por
ello tenemos que descontar los que provenían de otros grupos como eran los mercaderes,
artesanos y pequeños productores dentro de los cuales se debe haber encontrado alguna
recortada participación de los indígenas. La encomienda de servicios personales que regía
legalmente en todo el Tucumán hasta 1611, donde no había ningún tipo de tasación
estatal sobre el monto o la composición de los tributos a entregar en concepto de vasallaje
y donde todo el tiempo de trabajo de la familia indígena era expropiado por el encomendero
y sus pobleros, hace suponer que, en general24, en el mercado no ingresaban productos
originados en las economías indígenas como sí se daba en las altas tierras andinas. En años
posteriores, después de que se dictaron las Ordenanzas del Oidor Alfaro, esta participación
mercantil indígena se volvió más posible debido a que se tasaron en productos los tributos
que debía pagar cada hombre adulto, aunque el alto monto de los mismos, la autorización
a conmutarlos por tiempo de trabajo, el fuerte poder político de los encomenderos ante la
debilidad de la corona en estas tierras, nos haga pensar que si esta participación mercantil
indígena se dio, la misma debe haber sido bastante recortada.

Las tierras bajas y su destrucción


El análisis comparado de los ingresos en concepto de diezmos nos llevó a modificar
la comprensión que anteriormente teníamos sobre la situación de las sociedades indíge-
nas coloniales del conjunto del espacio tucumano. En una síntesis interpretativa ante-
rior (Palomeque, 2000), recuperando a Lorandi, habíamos concluido que durante la
colonia se dio un alto grado de desestructuración general de las sociedades indígenas, el
que se agudizaba en las que fueron derrotadas y extrañadas de los valles Calchaquíes, a
lo cual sólo habíamos aportado que había excepciones, que algunos grupos habían
logrado persistir en «pueblos de indios» y que la mayor parte de los mismos se encon-
traban en la Puna y en Santiago. Al plantear esto, no habíamos logrado percibir que el
espacio de tierras bajas desde donde se conquistaron las tierras altas no incluía sola-
mente a la ciudad de Santiago y su jurisdicción sino a un conjunto de ciudades asenta-
das a las veras de los ríos Dulce y Salado (Santiago e Ibatín/Tucumán en el río Dulce y
Esteco y Madrid en el río Salado), donde a las ciudades del Salado no les habíamos
prestado atención por entenderlas como unos de los tantos intentos de fundación frus-

194
El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’

trados. Nuestra percepción más compleja sobre esta zona sólo la conformamos luego de
conocer la gran importancia que sus diezmos alcanzaron por lo menos hasta 1630 y su
posterior colapso. En síntesis, lo que en el trabajo anterior habíamos considerado como
una fuerte persistencia de los indios de los esteros de Santiago en medio de un contexto
general de desestructuración, se ha convertido ahora en un débil resto de las importantes
sociedades indígenas asentadas en la zona de los ríos Dulce y Salado.
De nuestros trabajos anteriores, lo que sigue siendo un avance sobre estos temas, es
lo referido a la persistencia del manejo de los recursos ambientales de la mesopotamia
santiagueña hasta principios de siglo XX que analizamos hace años (Palomeque, 1991;
1992), a la cual considerábamos sólo como una forma parcial y modificada de las
óptimas relaciones hombre-ambiente del período prehispánico. Ahora, con el objetivo
de centrarnos en los procesos de deterioro que produjo la presencia española y en
caracterizar un espacio más amplio que el anterior, incluiremos en el análisis nuevas
referencias brindadas por las Actas...y los Informes de Santiago y de Esteco para 1608.
Dentro del conjunto de las tierras bajas, entendemos que la zona más productiva e
importante era la mesopotamia santiagueña, un amplio territorio que comienza al sur de
la ciudad de Santiago actual. Es una llanura casi sin pendiente, que en partes alcanza a
unos 100 km. de ancho, bordeada por los ríos Dulce y Salado. Esta planicie, antes de la
destrucción de los bosques y de la construcción de los diques del siglo XX, se inundaba
completamente durante los meses en que las crecientes de los ríos desparramaban sus
aguas, depositando también los restos orgánicos que arrastraban en su largo recorrido.
La llanura no estaba deforestada como en la actualidad, sino que se encontraba cubierta
de grandes árboles de alto valor económico entre los cuales el principal era el algarrobo,
del que se obtenía alimento de sus frutos y también su rala sombra posibilitaba los
cultivos en estas zonas durante las altas temperaturas estivales.
Alrededor de la zona inundable se continuaban las zonas boscosas de gran impor-
tancia para la población indígena y campesina, que complementaban su dieta en base
a la caza y recolección en años de inundación o que eran su única fuente de recursos
en los años de sequía. Existían diferencias entre las zonas más cercanas a los dos ríos:
la parte cercana a la costa del río Dulce era más boscosa y más apta para la agricultura
de bañados, mientras que en la costa del río Salado la conformación menos densa del
bosque y la presencia de algunos terrenos más altos y protegidos de la inundación,
permitían que junto a los cultivos de pantanos se practicara también el cultivo de
temporal (y una actividad ganadera más intensa durante el período colonial).
La actividad agrícola combinada con el acceso al bosque era muy importante. Lo
habitual era una combinación anual donde la agricultura predominaba sobre la caza y
recolección, pero también había períodos donde esta relación se invertía. Esto se
debía a que los ciclos climáticos agudos eran frecuentes, si bien la inundación era lo
normal y esperable, a lo largo de la vida de una persona se daban varias sequías,25 que
venían acompañadas de plagas de langostas y que obligaban a basarse en los recursos
de bosque casi con exclusividad.
Los terrenos del bañado, cuando el río los inundaba, tenían la característica de ser
móviles y requerir de trabajo continuo para ser productivos, ya que no toda la zona
inundable era cultivable, sólo lo eran los terrenos de ubicación cambiante donde la
creciente depositaba el limo y eran necesarios trabajos constantes de drenajes para

195
Silvia Palomeque

que no se salinizaran los terrenos donde la creciente dejaba arenas estériles. Las técni-
cas de cultivo en terrenos de inundación requerían mucho trabajo, no sólo para evitar
la salinización y por el desplazamiento del sitio de cultivo, sino porque también era
necesario el traslado de las casas de los habitantes o su protección. Según Lorandi,
antes que llegaran los españoles la mayor densidad de población se asentaba en

«...las zonas deprimidas donde los cauces fluviales divagantes forman una compleja red
de canales de agua permanente que permite una agricultura por inundación favorecida
por endicamientos que se utilizaron como reservorios naturales de agua... El asentamien-
to típico se realizó sobre montículos artificiales para proteger las viviendas de inundacio-
nes y el lodo que estas depositaban en las orillas... se trata de sociedades básicamente de
cazadores y recolectores que alcanzan el carácter de una economía mixta con el aporte de
la agricultura de maíz, zapallos y porotos...» (Otonello y Lorandi, 1987:92).

También en general se acepta que el manejo local de los recursos, los sistemas de
drenaje, etc., deben haberse perfeccionado durante el período del Tawantinsuyu, con el
que las sociedades indígenas santiagueñas mantuvieron buenas relaciones, colaborando
en el control de la frontera chaqueña y de los pueblos de valles Calchaquíes (Lorandi,
1983).
En síntesis, la reconstrucción de las condiciones ambientales a fines del período colo-
nial nos permitió observar que en la mesopotamia santiagueña se daba un sistema de
cultivo intensivo basado en inundaciones y fertilizaciones periódicas y una muy buena
adaptación al ambiente y sus posibilidades. Cabe remarcar que esto implicaba el uso de
una alta cuota de energía, debido a los cortos períodos de siembra y cosecha, la necesaria
traslación de campos de cultivos y también de habitaciones, o al menos su protección
frente a las inundaciones. El acceso a los recursos del bosque permitía una mayor fertiliza-
ción y sombra para los cultivos, al igual que alimentos para los oscilantes períodos climáticos
donde las sequías eran frecuentes. Estamos frente a un cultivo intensivo de fértiles campos
móviles inundados, con combinación frecuente y oscilante de caza y recolección.
Entendemos que sociedades similares a las de la mesopotamia santiagueña, quizá
con menor densidad poblacional y con menos espacio inundable, eran las existentes
en el curso superior del río Dulce y en el río Salado. Para comenzar, corresponde
mencionar que todas estas sociedades prehispánicas parecen haber compartido el
mismo tipo de relación con el Tawantinsuyu. Investigaciones y reflexiones recientes
(Pärssinen, 2003 [1992]:128) plantean que se dieron relaciones entre los incas y los
pueblos de estas y otras zonas cálidas y bajas situadas hacia el oriente de las tierras
altas, y también que estas relaciones eran más laxas o flexibles que las habituales26.
Consultando trabajos previos de Lorandi y Berberián basados en documentos históri-
cos tempranos, y considerando la existencia de estas flexibles relaciones, Pärssinen
entiende que la posible frontera oriental del Tawantinsuyu en el Tucumán abarcaba
este tipo de zonas bajas, y que serían las ubicadas al oeste de una línea que partía
desde el Chorro (actual General Mosconi, al noreste de Salta) y bajaba por el río
Salado hasta la altura de las Salinas ubicadas al sur de Santiago del Estero (Pärssinen,
2003 [1992]:119;128).
Además de esto, estamos ante una zona donde predominaba una lengua. El padre

196
El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’

Barzana relata que en toda la zona de nuestro interés predominaba el uso de la lengua
tonocotes, excepto en el río Dulce donde también se hablan otras lenguas. El dirá:

«... La lengua tonocote que hablan todos los pueblos que sirven a San Miguel de Tucumán
y los que sirven a Esteco, casi todos los del río Salado y cinco y seis del río del Estero»27
(Barzana, 1987[1594]:252).

Y, en general, todos los cronistas caracterizaban a los tonocotés como sociedades


agrícolas aldeanas que mantenían frecuentes conflictos con los lules -también agri-
cultores pero de asentamiento mucho más inestable-, mientras sostenían que en gene-
ral las sociedades indígenas de Esteco (río Salado) en poco se diferenciaban de las del
río del Estero (río Dulce).
Los emplazamientos españoles en el Tucumán se realizaron en estas tierras llanas
y cálidas porque la temprana desestructuración de los sistemas centrales de poder del
Tawantinsuyu debilitaron sus lazos con las sociedades indígenas de puna y valles; y
debido a esto los españoles no pudieron continuar con su política de superposición de
sus asentamientos coloniales sobre las complejas sociedades andinas de las tierras
altas, y se vieron obligados a asentarse finalmente en Santiago. Este emplazamiento,
ubicado en la zona baja, en lugares llanos y cálidos, lugares no deseados e imprevis-
tos, se dio en ambientes y sociedades sobre las que cuales no tenían mayor experien-
cia previa. El valle de «Esteco» también fue de ocupación española muy temprana y
es muy posible que sus pueblos hayan sido parte de las mismas relaciones hispano-
indígenas tempranas que se dieron con los pueblos de la mesopotamia santiagueña.
Según Cieza (1987:177), para el período del Presidente La Gasca, este valle ya había
sido recorrido por Francisco Villagra y su hueste mientras señala que éste era uno de
los lugares recorridos por los conquistadores que venían bajando por Humahuaca.
Incluso antes de la creación de Cáceres, Aguirre ya había distribuido el trabajo de sus
indios entre los encomenderos de Santiago (Levillier, 1920:45).
Volviendo a nuestra inquietud inicial, ¿por qué tienden a agotarse los recursos de
estas zonas bajas que, según Barzana, al principio eran un vergel con gran densidad de
población? Sin duda alguna, tal como dice Barzana, la población indígena de Santiago
del Estero y Esteco era muy densa y éste será el principal recurso prontamente destruido
durante la conquista de los españoles, no sólo por las pestes y los saqueos de comidas y
cosechas, sino también por las frecuentes guerras mantenidas al fundar otras poblacio-
nes, en las «entradas» donde los indígenas acompañaban a la hueste como «indios
amigos» o forzados, por los maltratos infinitos a que los sometían, por la mala alimenta-
ción, por el exceso de trabajo, por enviarlos a otras jurisdicciones, etc., tal como lo han
planteado Assadourian (1972) y también Lorandi (1988), quien insiste en lo destructivo
que fue un sistema de dominación sin tasaciones y basado en los «servicios personales».
Pero cabe remarcar que, al igual que en otras zonas coloniales, la catástrofe demográ-
fica también implicó la desestructuración de la organización social indispensable para
el manejo de ciertos recursos ambientales particulares y caracterizados por su fragilidad.
Si pasamos a revisar los cambios en los recursos ambientales y en su manejo que
produce la invasión y el asentamiento español, lo primero que observamos es que el

197
Silvia Palomeque

asentamiento español requería indispensablemente de la existencia de una ciudad


desde la cual expandirse primero hacia el área rural circundante y luego hacia futuras
invasiones. En la zona de la «mesopotamia» que se iniciaba justo al sur donde los
españoles asentaron la ciudad de Santiago del Estero, en la parte donde las barrancas
del río se volvían más bajas, la ciudad quedó situada aguas arriba del plano inclinado
inundable. Es desde esta ciudad, lugar de asentamiento de los vecinos encomenderos
que se beneficiaban del trabajo indígena, donde se produjo lo que a nuestro entender
fueron los cambios principales en el antiguo sistema de manejo de los recursos.
La ciudad colonial en sí misma, tal como en otros lugares, implicaba un gran
consumo de energía indígena y éste se daba en una coyuntura general de derrumbe de
dicha población. A sus permanentes requerimientos de energía en alimentos, en traba-
jo para pagar el tributo y en las frecuentes campañas militares, en esta zona había que
sumarles el constante reconstruir de casas y edificios que se derrumbaban por el salitre
y necesitaban ser reedificadas, para no contar con las redificaciones que implicaban
los cambios de lugar de la ciudad para eludir las inundaciones por cauces cambiantes.
A todo esto se sumaba la incomprensión o menosprecio español hacia las formas
indígenas de manejo de sus recursos ambientales. El que tanto las ordenanzas de
Abreu como las de Alfaro hayan insistido en el necesario respeto hacia los tiempos de
recolección de la algarroba como hacia la inevitable movilidad de los campos
inundables, es todo un indicador su avasallamiento por parte de los españoles.
Sobre lo que poco o nada mencionan las fuentes directamente, es sobre la lenta e
inevitable desestructuración de los sistemas de drenaje de los campos inundables que
nosotros entendemos como elementos centrales en toda esta decadencia. A nuestro enten-
der una ciudad como la de Santiago, emplazamiento estable ubicado en la parte superior
de un plano inundable, con sus indios de servicio trabajando los cultivos inmediatos,
regados por el sistema europeo de acequias recién construidas, al estar todo ello ubicado
en la parte superior del plano inclinado, desestructuraban el sistema de inundación de la
parte baja de la cuenca. Estaban generando un asentamiento estable y, además, monopo-
lizando y modificando el curso del agua, antes de que la misma ingresara a la planicie
inundable. Estos cambios, río abajo, sin duda tenían que ocasionar la necesidad de multi-
plicar el trabajo en nuevos drenajes, trabajo que no podía invertirse debido a las escasas
energías disponibles para la economía indígena, todo lo cual derivaría en una paulatina
retracción de áreas cultivables debido a la salinización por falta de obras de drenaje.
El monopolio del agua se daba a través de la construcción de una acequia princi-
pal y, paulatinamente, de otras secundarias, con las que se regaban las chacras que
rodeaban la ciudad, todas ellas de propiedad de los españoles. Aparentemente quien
hizo esta acequia fue el Gobernador Abreu, o al menos eso es lo que él dice en una
carta que le escribe a Toledo en 1577, orgulloso de haber podido controlar el curso
superior de las aguas en beneficio de los vecinos:

«...He sacado una acequia principal para riego de sementeras tardías y hecho reparti-
miento dellas ques ymportante cosa por questas son las que ynchen la tierra por ser las
mayores y las que quando faltan hazen mas falta por ques por falta de los temporales
ques al tiempo de las aguas y asi estan proveydos de riego para todos tiempos...»
(Levillier, 1920:58).

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El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’

Mientras todas las referencias hablan de la acequia como una construcción espa-
ñola y no indígena, el Informe de 1608 brinda más detalles, al mencionar que la
ciudad consistía en cuatro cuadras por cinco, con una plaza en el centro, que

«no tiene arrabales porque, en saliendo de la ciudad entra el campo: por una parte se va
a tomar al río y por la otra salida a la acequia principal, donde están las chácaras para
el sustento de los vezinos della....».

Entendemos que aún los españoles mejor intencionados no percibían la


desestructuración que generaban. Esto se nota durante el accionar humanista de algu-
nas autoridades, religiosos o particulares que decían haber logrado cierto alivio para
los indios que antes molían el trigo a mano ya que, desde el período del Gobernador
Alonso de la Rivera, se contaba con un molino «...que muele con el agua de la asequia
principal y el agua con que muele se aprovecha en el riego de las chácaras y otros
efectos...». (Pérez et al., 1997).
Con todos estos elementos, bien puede desprenderse que si en un plano inundable,
factible de salinización donde se acumulan arenas, se sitúa un asentamiento poblacional
estable y además se entuba agua para regar zonas de cultivos que pasan a ser estables,
las secuelas irreversibles28 serían:

§ La modificación del sistema de inundación en el curso inferior, cuya zona


fértil se verá reducida velozmente por falta de agua.
§ El cambio en los comportamientos habituales de escurrimiento del agua, de-
jando obsoletas las antiguas obras de drenaje, y requiriendo nuevas obras justo
durante un período de derrumbe de la población indígena y de desestructuración
de los sistemas de organización políticos y sociales que permitían la realiza-
ción de las obras colectivas. Es decir, imposibilidad de recuperar los sistemas
de drenaje que parecen haberse perfeccionado durante el período de presencia
incaica y un posible retorno a sistemas más simples, factibles de ser operados
por unidades aldeanas o unidades domésticas. Todo este proceso terminaría
por debilitar el denso asentamiento indígena en la zona del río Dulce, con lo
cual el Salado pasaría a ser el área de mayor preservación, tal como se expresa
en el Informe de 1608 cuando se señala que la mayor población indígena se
asienta sobre el Salado, cuando las referencias más tempranas indicaban una
mayor concentración poblacional estaba en las costas del río Dulce.
§ La reorientación del ya escaso trabajo indígena hacia obras constantes de
consolidación del curso del río a la altura de la ciudad y sus chacras (protec-
ción de barrancas), que permitían consolidar el espacio de asentamiento esta-
ble en una zona inundable inadecuada, en tanto todo asentamiento anterior era
móvil y respetaba los movimientos del río.
§ El recurso al trabajo indígena para el desembarrado de las acequias después de
cada ciclo de inundación. 29

199
Silvia Palomeque

§ La salinización constante de los territorios consolidados en tanto éstos eran


una especie de isla seca en un territorio inundable, con la consecuente subida
de las capas freáticas en las paredes de casas que pretender ser estables pero
que, al estar en esta zona sin piedras, sólo podían estar fabricadas con paredes
de adobe que tendían a derrumbarse con la humedad.

Finalmente, lo que -como dijo Barzana- bien podría llamarse «el castigo de los
dioses». Es decir, la indefensión del asentamiento estable frente a los ciclos climáticos
agudos que originaban grandes crecientes, que poco modificaban la vida de las socie-
dades prehispánicas que cambiaban de lugar el asentamiento de sus casas, pero que sí
desestructuraban y debilitaban el asentamiento español para el cual le era indispensa-
ble estar en consolidado en un lugar estable. Nos referimos a las grandes inundaciones
que si bien no eran constantes, parecen haberse dado quizás una vez en la vida de una
persona. En las Actas... se registran varias grandes crecientes del río Dulce (para 1627
y 1663) donde el río «hace madre en la ciudad» y se lleva gran parte de sus casas, e
incluso en un trabajo anterior (Palomeque, 1992) observamos que a fines del siglo
XVIII el río Salado cambió su curso uniéndose al Dulce durante varios años, que en
1825 el río Dulce se alejó hacia el oeste y pasó a correr por las Salinas hasta que, recién
en 1901, otra gran creciente derrumbó los canales artificiales y el río Dulce retornó a
su antiguo cauce.
En el Informe de Esteco de 1608 se constatan los problemas que también enfrentaba el
asentamiento español en esas zonas del Salado que, como caracterizamos antes, era una
zona que presentaba bosques con árboles de mayor envergadura y con áreas de inunda-
ción más reducidas pero donde la mayor humedad permite un mejor desarrollo de la
agricultura de temporal. En esta ciudad los españoles se apropiaron del agua construyen-
do una acequia que pasaba por el medio de la ciudad, pero muy velozmente tuvieron que
bloquearla debido a que en sus casas comenzó a «criarse» el salitre. A esta acequia luego
la reorientaron para mover un molino que se les embarraba en cada crecida y para el riego
de las chacras obviamente eran de españoles y trabajadas por los tonocotes.

«...Las casas no tienen ni huertas ni jardines ni fuente, y al principio cuando se pobló


esta ciudad, de la acequia que riega las chácaras se traia agua a la ciudad por sus
asequias y porque se criaba salitre y hacía daño a las casas la quitaron...» (ABNB,
CACh 630:f.14v).

Salitre en las casas que parecen derretirse, inundaciones increíbles que casi borran
las ciudades, mortalidad indígena constante, son menciones frecuentes en los docu-
mentos a las cuales, hacia fines del siglo XVII, también se añaden las ofensivas de los
indígenas chaqueños con las que justificaban la decadencia de estas ciudades. A
nuestro entender, y luego del recorrido de toda esta investigación, a este avance de las
sociedades «chaqueñas» hacia el espacio colonial habría que interpretarlo de otra
forma, y pensarlo como el avance de pueblos hacia una zona donde se ha reducido
notablemente la antigua población indígena original, derrumbe poblacional deriva-
do de la aguda desestructuración generada por el largo y costoso período de invasión
española.

200
El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’

Notas
* Conferencia presentada durante las VII Jornadas de investigadores en Arqueología y
Etnohistoria del centro-oeste del país (Nota de los Compiladores).
1
Versión revisada y ampliada de Palomeque, 2005a.
2
En esta ocasión, donde recuperamos y revisamos investigaciones previas a la luz de nuevos
datos, deseamos agradecer todas las generosas colaboraciones y sugerencias que fuimos
recibiendo de varios colegas amigos. A Andrés Laguens, Mirta Bonnin y Gabriela Olivera
quienes nos apoyaron en nuestro primer trabajo, y a Ana María Lorandi, Ana María Presta,
Sonia Tell e Isabel Castro que comentaron o colaboraron con los siguientes.
3
Al realizar esta investigación nuestro objetivo fue desmontar la visión historiográfica
nacional vigente hacia 1990, que consideraba que después de la conquista, Santiago del
Estero había pasado a ser una zona semidesértica como en la actualidad, sin que se
percibiera la continuidad de los cultivos campesinos del estero, su importancia ni su
particular combinación entre agricultura y recolección. Esta equivocada visión que a
nuestro entender proviene en parte de unas cortas y veloces líneas de Halperín Donghi
sobre Santiago a fines del período colonial muy leído por los historiadores, es la de
nuestros primeros trabajos sobre la zona (Palomeque, 1989:149-156; 206) al igual que la
de otros colegas (Farberman, 1991:48). Esta perspectiva no era la de los geógrafos e
historiadores santiagueños, que sí conocían esta situación, pero no insistían en ella en
tanto la consideraban algo natural o normal, la «naturalizaban». Actualmente esa visión
historiográfica ya se ha modificado e importantes investigaciones de difusión nacional la
han incorporado y profundizan sobre la misma (Farberman, 2005; Tasso, 2007).
4
Gastón Doucet ya ha avanzado en el análisis sobre el perfil social de los vecinos de esas
ciudades (Doucet, 1991; 1996) y ha prometido un análisis completo de esas fuentes. En
este trabajo sólo recuperaremos las citas que nos sean indispensables del documento
original localizado en la Biblioteca y Archivo Nacional de Sucre para el caso de Esteco y
de una transcripción del documento de Santiago del Estero (Pérez et al.,1997).
5
CGV, 3361. Tomo 172. «Traslado de las cuentas y memorial de los arrendamientos de los
diezmos del Obispado del Tucumán». Agradecemos a Ana M. Presta por habernos
reenviado a la lectura de su catalogo publicado por Raúl A. Molina (1955:585) y a Isabel
Castro Olañeta por haber contrastado dichos datos con los originales del A.G.I., con los
cuales presentaban leves diferencias.
6
En el mencionado artículo también se analiza la legislación vigente sobre la distribución y
asignación de los diezmos.
7
En latín en el impreso original. Incluimos la versión traducida que consta en nota al pie de página.
8
Las referencias específicas sobre las fundaciones y traslados de ciudades para el siglo
XVI provienen principalmente de libros y documentos publicados por Roberto Levillier
y también del Padre Lizárraga, y las del siglo XVII de Cayetano Bruno, recién citados.
Para la invasión y conquista española hemos recuperado los trabajos de síntesis
interpretativa que junto a Ana María Lorandi hicimos para el tomo dirigido por Enrique
Tandeter en la Historia Argentina de Editorial Sudamericana (2000), un artículo posterior
donde analizamos el período colonial temprano de la Puna (Palomeque, 2006) y un
manuscrito de una conferencia sobre la fundación de Córdoba (Palomeque, 2005b).
9
En el río Salado norte, en su rivera oriental, en el paraje El Vencido, localidad de El
Quebrachal, departamento de Anta, provincia de Salta.
10
En 1593 se dio la tercera y definitiva fundación de Jujuy luego de las fundaciones
fracasadas de Nieva (1562) y de Alava (1575).

201
Silvia Palomeque

11
Parte de la información en que se basa la citada publicación proviene del primer tomo de las
Actas...., ya que el Obispo Trejo es quien primero inicia el largo conflicto judicial para recupe-
rar estos diezmos para el Tucumán. Este conflicto, que sigue siendo mencionado frecuente-
mente en las reuniones del Cabildo Eclesiástico, persiste hasta fines de la década de 1660.
12
Pucci plantea que la mortalidad indígena se inicia años antes de que comience la invasión
propiamente dicha, en tanto las destructoras pestes deben haberlos precedido en muchos años.
13
En 1608 también se menciona que los «vecinos y moradores» de la ciudad eran aproxima-
damente 160 hombres, 100 mujeres españolas y mestizas, algunos portugueses, 50 ne-
gros y 50 negras y muy pocos mulatos. En el listado de población se observa, a simple
vista, el alto número de hijos de los conquistadores. En este Informe de 1608 no se
incluye a los indios dentro del rango de «vecinos y moradores». Sobre ellos hay referen-
cias en otra sección del Informe, de cuyo contenido desprendemos que habría cierta
tendencia a la interrupción del gran derrumbe de la población indígena porque allí se dice
que los indígenas eran 20.000, que ahora son 5.000, pero que «de algunos años a esta
parte, no van los naturales en tanta disminución».
14
« ...y ayudó a ir en disminución los indios aver sacado desta ciudad los Gobernadores
pasados vecinos con sus indios para la población de Salta, y la Villa de Madrid y hasta el
río Bermejo....»
15
Tanto fue su crecimiento en esos años, que debido a ello allí se realizó el Sínodo de 1597.
16
En Catamarca, donde no había ningún poblado desde la destrucción de Londres, en 1607
se fundó San Juan Bautista de la Rivera (al oeste de Belén actual, en el valle de Londres)
que se despobló luego por asedio de los indios. En 1633 fue refundada en Pomán, pero
los vecinos no acudeeron a ella sino que se instalaron en la actual Catamarca. Oficialmen-
te, en 1681 se fundó Belén en la antigua jurisdicción de San Juan Bautista de la Rivera y,
entre 1683 y 1684, se fundó Catamarca (Bruno, 1966).
17
Menciones a los diezmos de Córdoba y sus montos se encuentran en las Actas de 1627,
1634 a 39 y en 1666.
18
Arcondo menciona que los diezmos de la Gobernación bajan de 11.000 pesos para la
época en que se hizo cargo el Obispo Mercadillo (1698) a 5.000 o 6.000 pesos en 1711
(Arcondo, 1992).
19
En esta investigación de Assadourian, realizada en la década de 1960, ya se consultó el
primer tomo de las Actas...
20
En estos años de sublevación sólo colaboró Jerónimo Luis de Cabrera «y sus deudos y
amigos» que eran «los más pobres y de menos indios», sin contar con la colaboración de
los otros vecinos que se quedan en Córdoba.
21
En 1658 comenzó la rebelión de indios calchaquíes encabezada por Pedro Bohorques y en
el invierno de 1659 se inició la invasión del gobernador Mercado que derrotó a los
indígenas de la zona norte del valle Calchaquí, quedando sin dominar la población de la
parte sur hasta 1664 cuando, luego de ser derrotada, el valle fue vaciado y su población
dispersada (Lorandi, 2000:305ss, 319-322).
22
A decir verdad, no pagaron un diezmo sino una veintena -o medio diezmo- calculada en
base a una suma fija luego de un acuerdo precedido de fuertes discusiones.
23
Las negociaciones que precedieron la fijación de esta suma fija son tratadas con más
detalle y amplitud en Tell y Castro (2006).
24
Al respecto cabe mencionar que a través de las investigaciones de Gabriela Sica sobre Puna y
Quebrada de Humahuaca, se ha podido conocer que los curacas de dichas zonas lograron
participar en el mercado con productos generados desde sus propias economías (Sica, 2006).

202
El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la
conquista de las ‘Tierras Altas’

25
Entre 1790 y 1850 fueron años de sequía: 1790, 1794, 1799, 1802, 1803, 1817, 1818,
1820 y 1846 (Palomeque, 1991; 1992).
26
El sistema de adhesión entre incas y curacas locales andinos, basado en el parentesco y
que requería que cada inca reconfirmara su autoridad, no funcionaba bien en sistemas
sociales diferentes, de rudimentaria organización política, donde los señores locales te-
nían escasa autoridad. La conquista militar inca era rápida y basada en la fundación de
asentamientos en sociedades semejantes, que no estaban en la «frontera» ni debían prote-
gerla, sino que eran puntos de apoyo a partir de los cuales desarrollaban avances pacíficos
hacia estas zonas nuevas, de sociedades diferentes, en base a «dones prestigiosos» y
«lazos de adhesión» (Pärssinen, 2003 [1992]:73; 92; 115).
27
Forma habitual de denominación del río Dulce en esos años.
28
Digo «secuelas irreversibles» no sólo pensando en el derrumbe de la población sino
también en la destrucción del ambiente. Investigaciones actuales, que ubican la zona en
cuestión dentro del Chaco al que califican como uno de «los muchos ecosistemas fuerte-
mente estacionales...» de América, plantean que una de sus características es la «...lentitud
de los procesos de cicatrización de los ecosistemas y/o... la irreversibilidad de determina-
dos cambios» (Morello, 1983:356).
29
En las Actas es notorio como cada vez que necesitaban de un trabajo sólo se imaginaban
a los indios mitayos como sus posibles ejecutores.

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Silvia Palomeque

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205
206
La noticia periodística como documento histórico y/o
antropológico*
María Cecilia Stroppa
Universidad Nacional de Rosario
Contacto: mcstroppa@arnet.com.ar

Descubriendo las noticias


La prensa de una época constituye un recurso valioso para el investigador en
cuanto brinda una visión contemporánea de los sucesos que se analizan, aunque dada
su inserción en la sociedad, sea una mirada sesgada, parcial y en cierta forma
distorsionada. Algunos la han considerado el «espejo del mundo real», un espejo que
recoge las imágenes del diario acontecer y otros1 la caracterizan como un actor políti-
co colectivo, por la influencia que ejerce en los demás actores sociales que sí
interactúan en el campo político de la conquista del poder. Las noticias, los textos de
cualquier tipo, las conversaciones informales, no sólo regulan una buena parte de
nuestra vida cotidiana sino que funcionan también como uno de los elementos centra-
les para la reproducción de las condiciones del poder. Además, la noticia en su forma
narrativa no es meramente una forma discursiva neutra que pueda o no utilizarse para
representar los acontecimientos reales sino una forma discursiva que supone opciones
ontológicas y epistemológicas con implicaciones ideológicas e incluso
específicamente políticas2.
Analizados en el marco de la teoría de la comunicación, los medios gráficos cons-
tituyen un vehículo por excelencia del mensaje, con un emisor (la prensa o el perio-
dista) y un receptor (el lector). Y ambos forman parte de la sociedad con sus tensiones
y conflictos. Las noticias relevadas en periódicos del siglo XIX sobre el tema indíge-
na tienen la característica de aportar nueva información sobre una problemática que
preocupaba a todos por igual, mantener un carácter testimonial y a la vez, como
discurso público de las élites del poder político, presentar una imagen de carácter
ambivalente positiva/negativa hacia estos grupos, tratándolos por una parte como
pobres personas que deben ser ayudadas dada sus condiciones de vida o como gente
desagradecida que siempre está insatisfecha pese a lo que se hace por ella.
El problema del indio había sido predominante para todos los gobiernos que se
sucedieron desde la Independencia, limitando con sus correrías las labores agrícolas y

207
María Cecilia Stroppa

ganaderas, saqueando poblaciones que sufrían periódicamente los malones, la pérdida


de vidas, el cautiverio de mujeres y el perjuicio a las haciendas. La inestabilidad políti-
ca del país y la guerra con el Paraguay obligaban a las autoridades a mantener la paz
mediante tratados pese a algunas acciones violentas que culminaron con la denomina-
da «Conquista del Desierto» conducida por el Gral. Roca entre abril y mayo de 1879.
En las zonas fronterizas el problema adquiere un perfil propio que involucra tanto
a los estancieros molestos por la leva de peones y las exacciones fiscales como a
militares, peones, sacerdotes, comerciantes, jueces, padres y esposos de los cautivos
reclamando por ellos, etc. Tras la caída de Rosas, los indígenas participan activamen-
te en las guerras civiles a favor de unos u otros, pero a partir de Caseros se instaura un
período de relativa paz. Las fuerzas indígenas se pliegan a quien mejor les pague o les
asegure un suculento botín. La organización estatal continúa siendo reducida y el
pasaje del Estado Colonial al Nacional no termina de resolverse. Lo que comienza a
definirse como una política para con los indios, se manifiesta en relaciones sociales
de desigualdad, de dominación/subordinación que tienen su especificidad y lógica
propia. Ya antes de la Conquista del Desierto están sentadas las bases de la hegemonía
blanca en el campo económico, político, social y militar.
Una primera investigación exploratoria sobre el tema de la frontera en la prensa nos puso
en contacto con algunas publicaciones periódicas del siglo XIX. Muchas voces llevadas al
papel pero sin continuidad cronológica la mayoría de ellas. Finalmente se decidió leer los
primeros veinte años de dos periódicos que poseyeran los requisitos deseados y sobre todo,
fuesen accesibles al público, en este caso al investigador. De allí la inmersión en el archivo
de los Diarios La Capital de Rosario, fundada por Ovidio Lagos y Eudoro Carrasco el 15 de
noviembre de 1867, del cual Ovidio Lagos fue director primero y luego dueño exclusivo del
mismo. El otro periódico elegido fue La Prensa de Buenos Aires, a fin de rastrear esta
problemática en el imaginario social de una época que Sarmiento anticipó tendría «las
ventajas de la extinción de las tribus salvajes...». La elección de estos diarios se debe a su
temprana iniciación y a su continuidad en el tiempo sin interrupciones de ningún tipo. Otros
periódicos de la época como El Rosario (1864-1865), El Ferrocarril (1865-1866), El Cos-
mopolita (1865), etc. tuvieron una existencia muy limitada. Se tuvo también en cuenta a La
Confederación, fundada por don Federico de la Barra, importante bisemanario político,
literario y comercial defensor de las autoridades federales, aparecido el jueves 25 de mayo de
1854, dando publicidad desde sus comienzos a la Constitución Nacional en forma recortable.
Ya en 1828 el rosarino Echeverría instala en Santa Fe, con la imprenta de la Convención que
el mismo había conseguido en préstamo del gobierno porteño, dos periódicos titulados El
Domingo 4 de mayo en Buenos Aires y El Satélite. Ambas hojas de publicidad tuvieron vida
efímera por la falta de lectores suficientes.
El análisis de un corpus de textos periodísticos presenta diversas ventajas ya que,
metodológicamente, resulta por lo general un discurso dotado de gran coherencia
interna y con una visión del mundo formalmente estructurada. Existe una fuerte co-
nexión entre la narrativa periodística y el imaginario de una sociedad y en esta
interacción y diálogo permanente es donde se institucionaliza el discurso cultural y
actúan los así llamados «guiones» culturales cuya organización muestra la visión
sobre los «otros», en este caso los indios americanos. Además, nos permite indagar los
procesos de construcción y representación de identidades en el contexto histórico y
político argentino del siglo XIX. Lamentablemente la heterogeneidad de las noticias

208
La noticia periodística como documento histórico y/o antropológico

relevadas no ha permitido una clasificación de las mismas, ya que éstas aparecen de


forma aislada y resulta difícil encontrar el hilo narrativo entre ellas.

Leyendo las noticias


Desde Rosario especialmente, el conflicto de la frontera parece lejano y ajeno. La
prensa local se hace eco de las protestas de los habitantes por las constantes invasio-
nes y matanzas de los indios y publica los relatos de los cautivos liberados o de sus
familiares, cede sus páginas a comentaristas, a algunos exploradores con ciertas pre-
tensiones literarias, a aquellos que se designan testigos oculares quienes narran cos-
tumbres, hechos, curiosidades relacionadas con los indios y a los corresponsales des-
tacados en los fortines de la frontera. En muchos casos se aconseja generalmente una
política de reducción por parte del gobierno, se citan ejemplos de buena voluntad de
los indios que acosados por el hambre y la peste llegan a las puertas de los fortines a
pedir ayuda y la situación del indígena, se utiliza, más de una vez, como elemento
impugnador de los respectivos gobiernos.
La lectura de periódicos de épocas pasadas suele producir en nosotros dispares
sentimientos de sorpresa y estupor frente a acontecimientos distantes en el tiempo,
que nos son ajenos y que no podemos en muchos casos contextualizar en su justa
medida. Como ejercicio de interpretación, sin tratar de analizar demasiado el lengua-
je o las circunstancias que los rodearon, nos enfrentan a hechos que a veces nos
resultan difíciles de entender desde nuestra posición en el presente, aunque las pala-
bras se constituyan en una forma pura de comunicación. La lectura y reconstrucción
del pasado asume la forma de diálogo entre el lector/historiador y los documentos
considerados textos, acontecimientos históricos en si mismos.
Asomarse con curiosidad a las costumbres y pautas de la vida del Otro, tan diferen-
tes de las propias y cotidianas, es una constante en las noticias periodísticas. El perio-
dista se transforma en un escritor «etnógrafo/historiador» peculiar en el intento de
querer capturar fugazmente ciertos trazos de esas otras vidas, intentando describir una
realidad que difiere enormemente de la suya propia. El texto periodístico nos propone
un modelo del mundo real con el cual está en correlación y del cual constituye un
modelo finito de los hechos. El periodismo y/o la literatura, creadora de un mundo por
excelencia, pueden ser releídos históricamente como una manera de oponer nuevos
modelos acerca del devenir histórico a los ya existentes, corregir ideológicamente la
historia y/o reelaborarla. La interpretación de estos textos son una operación comple-
ja que depende del conocimiento de los códigos por parte de emisores y receptores.
Una lectura histórica de un texto literario, antropológico, político, sociológico o
cualquier otra es perfectamente «lícita» ya que éste ofrece a diferentes lectores distin-
ta información, a la medida de las necesidades de cada uno. Para los historiadores, por
ejemplo, los textos siempre han sido medios para comprender algo más y no objetos
de comprensión en si mismos. Esta historiografía documentalista de abordar un texto
como mera información sobre el pasado, con el objeto de reconstruirlo, es, en reali-
dad, una ficción interpretativa que se apoya en la ilusión de que es posible una
descripción neutral de lo acaecido, sin interpretación o análisis, lo que implica una
concepción del lenguaje como medio absolutamente transparente de representación
de lo real, sin pensar que se describen acontecimientos situados en la historia de la
cultura y del lenguaje.

209
María Cecilia Stroppa

Desde los diarios de la época


Es difícil pensar qué sentimientos se generaban en la población rosarina leyendo
incesantemente sobre invasiones, asaltos, saqueos, robos de personas y animales y los
consecuentes rescates de cautivos de la Sociedad de Beneficencia de Rosario que
aportaban trágicas historias de una realidad desconocida, voces de hombres y mujeres
que en calidad de testigos, procuran reproducir una situación que los ha tenido como
protagonistas durante un tiempo involuntario. Tal vez pocos rosarinos habían oído el
iracundo galope del malón, los alaridos, los relinchos; sufrido los ataques inespera-
dos y violentos, la agresividad de la lucha cuerpo a cuerpo, la pérdida de seres queri-
dos y sus bienes. Pero todos leían sobre estos hechos en las páginas de La Capital y La
Prensa. Encontramos variadas referencias desde la línea defensiva que partía desde el
fuerte de Chascomús y llegaba al de Esquina, pasando por los de Ranchos, Monte,
Lobos, Navarro, Mercedes, Luján, Salto, Rojas, Melincué e India Muerta, siete co-
mandancias en una franja de tierra de aproximadamente 155 leguas.
Una carta del 11 de enero de 1868 (La Capital, Nº 46) de un corresponsal desde
Junín nos relata la invasión de dos mil indios al Fortín Las Tunas -por tercera vez
consecutiva-, e informa que invadirán luego Melincué y Rojas, de cuyos puntos no
están muy distantes:

«Para evitar este peligro no contamos más que con la Guardia Nacional de infantería,
algunos de caballería y los extranjeros, todos los cuales vigilan el pueblo con patrullas.
A juzgar por la declaración del oficial, que es el baqueano de esta frontera, la invasión
a ella parece indudable, no obstante, puede que los indios se entretengan por la provin-
cia de Córdoba y Santa Fe».

Un tipo de invasión frecuente es comparable a la del 2 de setiembre de 1868 (La


Capital, Nº 224) en la cual 200 indios irrumpen por la Cañada de Gómez al Norte
llegando hasta el Carcaraña y hasta una legua de Las Tortugas:

«Han hecho la invasión desvastando con todo descaro y calma - entrando al trote y
recorriendo todos los puntos indicados. Llevan un considerable botín. Como cuatro o
cinco mil animales yeguarizos y caballar. La hacienda vacuna se ha escapado por el mal
estado en que se halla que no han podido arrearla».

Al día siguiente (Nº 225) 400 o 500 indios invaden la estancia de Larré llevándose
de nueve a diez mil caballos y vacas. El comentario del cronista remata la nota con
estas palabras: «todo esto lo deben los argentinos al peor de los gobiernos que ha
tenido la República, General Mitre. Irritante reto de la Barbarie a la Civilización».
Los resultados de estos ataques son siempre similares.

«Mientras los indios nos empobrecen las campañas y nos cautivan las familias, noso-
tros sacrificamos nuestra sangre y tesoros en una guerra exterior, con el mentido objeto
de redimir a un pueblo de un tirano. No fuera mejor cuidar nuestra casa y redimir a

210
La noticia periodística como documento histórico y/o antropológico

nuestras familias arrebatadas por los salvajes sirviendo a sus lúbricas pasiones? Res-
ponda el buen sentido» (4 y 5 de enero 1869, La Capital Nº 343) sobre una invasión a
Los Loros (Río Quinto).

Y así se suceden las noticias a través de los corresponsales: el 31 de julio 1870 (Nº
814) desde Villa de la Concepción donde se narra el saqueo de los indios a Rueda, el
14 de junio 1872 (Nº 1364) cuando los indios entran por las puertas del Saladillo de
la Orqueta, hasta cerca de la colonia Candelaria, etc.
Casi al mismo tiempo se escuchan otras voces con otros argumentos. Una nota del
7 agosto de 1873 (La Capital, Nº 1704) anuncia que

«se está operando un fenómeno social en estos momentos, que puede, si no se explota en
bien de la condición humana, en provecho de la economía y la seguridad de nuestra
riqueza rural, transformarse en un cargo inmenso contra la conciencia de nuestros
gobiernos y nuestros Congresos».

Alude la noticia a los indios de las pampas del Sur que instigados por el hambre,
buscan la protección de los jefes de frontera, piden tierras para abandonar el desierto
y recogerse a una vida más regular por «el poder del hambre». El diario comenta:

«el cacique Ramón, indio influyente entre la tribu de los ranqueles,bastante despierto y
con honestas inclinaciones es uno de los que se han dirigido al Gral Arredondo propo-
niéndole trasladarse con todas sus dependencias a la vida civilizada con tal que se
señalen campos para fijar su residencia y elementos de trabajo para subsistir y progre-
sar. Los bárbaros vienen a entregarse a una nueva vida y la civilización no puede
cerrarles sus puertas sin ponerse al nivel de aquellos».

Este reducimiento voluntario es causado por el hambre,

«no tienen que comer y no tienen los medios de trabajar, ni saben trabajar. No sería
cuerdo descuidar esta prueba, después de sacrificios tan grandes como inútiles. La
guerra en permanencia es también una amenaza en permanencia. La guerra no reme-
dia tanto, toquemos el recurso de la reducción que ellos mismos nos brindan y que
paulatinamente irá quebrando sus chuzas. Hoy serán 200, mañana 2000, más tarde
serán todos. La gran cuestión es formar los primeros núcleos, ésto establece la corrien-
te de esa desgreñada inmigración».

El periodista cita el caso de Catriel y sus indios en la provincia de Buenos Aires y


los errores cometidos en ese intento de reducción ya que sólo se trasladó una tribu con
sus costumbres bárbaras dándoles ocho o diez leguas sin distribución ni orden.
La simplificación de las posturas que se asumen desde las páginas de los periódi-
cos muestra, una y otra vez, la ambivalencia en el discurso frente al mal denominado

211
María Cecilia Stroppa

«problema indígena». Alberdi planifica abrir el país a los inmigrantes europeos que
comienzan a derramarse sobre las extensas tierras despobladas, sin centros urbanos y
sin industrias, con el único atractivo de la fertilidad natural del suelo. Ellos traen la
cultura del trabajo, conocimientos, oficios, artesanías, todo lo contrario que ofrecen
los indígenas3. Nicasio Oroño, que habla desde la provincia y la tradición federal del
Brigadier Estanislao López, tiene la obsesión de sus colonias como proyecto para el
progreso. Como bien dice David Viñas las tierras del desierto debían convertirse en
las tierras para las colonias, resolviendo así el viejo problema

«entre lo vacío y lo lleno, entre lo poblado y lo deshabitado, entre la cultura y la


naturaleza [...] Un espacio concebido no como una dimensión aérea sino como un
parámetro concreto de la propiedad» (Viñas, 1982:145).

Se refuerza una y otra vez la imagen estereotipada de civilización y barbarie ponien-


do las bases de una identidad nacional donde los Otros, dentro de las conflictivas
relaciones interculturales, son quienes deben ser eliminados para el logro del objetivo
nacional. El contacto implica tensiones que no pueden ser resueltas sino por medio de
la eliminación o asimilación, única solución para la asimetría sociocultural. Las prácti-
cas discursivas en los medios están organizadas para mostrar las jerarquías y representar
las diferencias. El ‘espacio vacío´ en poder de los indios debe ser incorporado al estado-
nación y los límites originales ya no son los deseables en función de la nueva imagen
del territorio nacional. Civilización y barbarie enfrentadas a través del desconocimien-
to de ese otro mundo donde lo importante y visible parece ser la comida sin sal, la falta
de pan, de azúcar, de vino, las ceremonias bárbaras, la crueldad innecesaria.
La política de reducción se aconsejaba ya a través de los periódicos desde el año
1869. En una editorial curiosamente titulada «Civilización y caridad» se hace refe-
rencia a los indios del Chaco, que han sido reducidos en un punto denominado San
Javier donde se concentran a más de 1000 indios de todas las edades.

«Vienen por fin, los azotes del desierto y los flagelos de nuestra propiedad a buscar el
amparo de la civilización y el cristianismo. Que no lo busquen en vano. Que compren-
dan ellos y sus hijos los beneficios de la moral y el trabajo honesto, el consuelo de
creencias serenas y consoladoras. Que el pueblo cristiano los acoja y los entregue a
goces de una vida arreglada y que poco a poco se divorcien los seres nómades de sus
hábitos y se conviertan en obreros de la vida oculta. ¿Cual es el medio de obtener el
resultado en perspectiva? Protegerlos, ampararlos y aliviar en lo posible su desnudez.
Están en la miseria y la caridad reclama la acción suave y benéfica de la mujer [...]
Sabemos que el Gobierno ha dado algunos auxilios, que han enviado un sacerdote
idóneo, un maestro de escuela y algunos útiles de labranza. Pero entre tanto el hambre
y la desnudez requieren eficaces auxilios. Que no se pierda esta invocación desgarradora
en el vacío de la indiferencia. NO!» (La Capital, 3 agosto 1869).

Las buenas intenciones que guían al periodista que redactó esta nota no tienen en
cuenta los enormes esfuerzos de reducción llevados a cabo por jesuitas y franciscanos
durante muchos años en todo el país y los inconvenientes ocasionados por una polí-

212
La noticia periodística como documento histórico y/o antropológico

tica tal vez bien intencionada pero que no consideró los diferentes sistemas de vida,
creencias y jerarquías de los diversos grupos indígenas, llevándolos a la desintegra-
ción. Y muy pronto a la extinción. La ignorancia y el desprecio por formas de vida
distintas, el etnocentrismo exacerbado en nombre de una civilización blanca que
centraba sólo su atención en los beneficios del trabajo, la moral y el progreso contri-
buirían a un veloz exterminio de los indios sin culpas ni remordimientos.
Aunque en ocasiones estas representaciones sumen a los individuos en situacio-
nes ambivalentes y confusas. Un periodista se interroga por la identidad de esos
sujetos que han quedado al margen de la sociedad sin poder entrar a la historia:
«Qué son estos indios?
No son extranjeros, porque nacieron en suelo argentino. No son ciudadanos, porque
no ejercen derechos de tales, ni observan las leyes a que los demás ciudadanos se obligan.
No son paisanos o particulares, porque viven a costa del Estado que los mantienen
como máquina de guerra.
No son militares aunque ostenten galones. Y esta clase de colonia tiende a au-
mentarse. Hay que alejarlos de las fronteras y de la vista del desierto (La Prensa, 2
junio 1874, Nº 1340).

Años claves
Las noticias que llegan de la frontera no son solamente informativas y testimonia-
les sino como señala David Viñas (1982:51)

«intercalan elementos teóricos: especulan [...] sobre la conquista, la interpretan, re-


cuerdan sus fundamentos iniciales, insisten en sus componentes doctrinarios, aplauden,
descalifican y hasta proponen sanciones cuando presienten que una trayectoria general
ha sido olvidada o tergiversada. O reiteran, dura y empecinadamente, el dilema frente a
los indios; se convierten o se los suprime».

Es decir, proponen el exterminio total de los indígenas y la consiguiente expro-


piación de sus tierras. Se trata, para Viñas, del comienzo de «la modernidad oligárquica;
la matriz más dinámica de la Argentina oficial contemporánea». Pero no es fácil
desprenderse de esos bárbaros «imposibles de asimilar» que, pese a todos los esfuer-
zos por transformar el espacio nacional en moderno y eficiente intervienen e inciden
en cuestiones políticas nacionales.
Artículos de La Capital del 9 al 13 de abril de1879 (Nº 3369-3371) bajo el título
«Los indios y la política electoral», señalan el recrudecimiento del salvajismo atribu-
yéndolo a la política sin escrúpulos de Avellaneda, cuyas fuerzas

«han perdido el pudor en sus propósitos anarquistas. Guerra salvaje declarada a la sobe-
ranía de los Estados, con la ferocidad inherente a la raza ranquelina que ha sido y es el azote
terrible de nuestras fronteras [...] entre tanto las fuerzas de la Nación que el pueblo argen-

213
María Cecilia Stroppa

tino paga con sus dineros, se ocupan de ejercer todo género de violencias, de iniquidades y
atentados, con el criminal designio de usurpar el voto de las mayorías arrancándoles las
actas para inutilizar la legalidad del triunfo; los indios llegan hasta las puertas de nuestras
ciudades, amenazan las poblaciones, hacen un gran botín, sembrando de cadáveres el
campo de sus depredaciones y dejando en la ruina a más de un comerciante»,

aludiendo a los escándalos ocurridos en Río Cuarto donde afirman que las autori-
dades de las fronteras abandonan sus puestos para hacer «elecciones al paladar del
gobierno».
La situación no es nueva. En una nota de 1870 «Los indios haciendo política. Sus
originalidades» un corresponsal escribe desde el fuerte Coronel Gainza, a propósito
de la presentación en el fortín Benavídez de doña María Antonieta Maldonado, oriun-
da de Totoras y cautiva desde 1868 del cacique Mariano Rosas, aparecida después de
veinte días en el desierto sin alimentarse, comiendo escarcha de las lagunas para
calmar su hambre, envuelta sólo con un pedazo de bayeta. Además de sus problemas
personales por haber dejado a sus hijos en las tolderías del cacique Colupta, narra que
los indios reciben los diarios con regularidad:

«Que ellos saben todo. Que Mansilla se apretó el gorro para Buenos Aires por temor de
Felipe Saá que está en Córdoba, que los indios se plegarán a Saá para acabar con las
tropas nacionales y luego irán hasta Buenos Aires para degollar al General Bartolomé
Mitre por unitario [...] y que ellos temen mucho una invasión de la tropa del ejército»

Y además agrega

«Que los indios precisan aliarse a los de Chile para atacar este fuerte, que solos no se
animan, porque les tienen tomadas todas las mejores aguadas y los caminos reales por
donde hacían excursiones» (La Capital, 28 julio 1870).

Esta ofensiva al gobierno a través del indio se hace patente en la literatura periodística,
ya sea indirectamente a través de comentarios sobre las costumbres, donde se vislumbra
un salvajismo por necesidad -»no tienen que comer, por eso atacan»- o bien en forma de
editoriales, en que aparece la crítica directa. Pero en 1879 comienzan a llenar las páginas
de los diarios los triunfos de Alsina y Roca que dan respuesta a la propuesta de exterminio,

«Cada vez que recibimos noticias de un triunfo obtenido sobre los salvajes que por
espacio de tres siglos han ensangrentado y saqueado nuestras poblaciones fronterizas,
no podemos menos que exclamar ¡Los indios se van! Sí, se van, unos a guarecerse en las
faldas de las escarpadas rocas de los Andes y otros a los ingenios de azúcar, o a
engrosar las filas del Ejército Nacional [...] El temible Epumer ha caido por fin con 300
de los suyos en poder de la expedición que manda el coronel Racedo».

Cartas de particulares enviadas al diario narran episodios extraordinarios de los

214
La noticia periodística como documento histórico y/o antropológico

enfrentamientos con los indios. Desde San Luis, Villa Mercedes, llega el testimonio
de alguien que ha participado y sido testigo ocular de lo ocurrido: la invasión de los
indígenas a un paraje denominado «Sayapé», rechazada por las fuerzas del Coronel
Nelson el día 30 de mayo de 1879 a quien se suman algunos ciudadanos y los solda-
dos del 8º de Caballería:

«Los indios ya nos llevaban más de una hora de delantera, llevando un arreo considerable
de caballada y varios cautivos. Ibamos marchando sobre la rastrillada que habían dejado en
su marcha incesante. En su perspicacia habían elegido para su marcha los peores terrenos,
los que llamamos guadales, pensando así cansar nuestros caballos y burlar nuestra perse-
cución. Efectivamente lo hubieran conseguido si solo se hubieran llevado los caballos pa-
trios, puestos estos iban quedando cansados por el camino, siendo los caballos de los
particulares los que salvaron la situación. Al caer la tarde comenzamos a encontrar vesti-
gios recientes del paso de los indios, como ser fogones con fuego encendido donde ellos
habian acampado. A las doce y media los bomberos regresaron y avisaron al comandante
que los indios estaban levantando campamento a cinco cuadras aproximadamente de donde
nosotros estábamos [...] A la voz de la «A la carga!» el escuadrón cargó a media rienda
yendo nosotros detrás de la primera mitad. La sorpresa de los indios fue completa lo mismo
que su dispersión, solo la noche pudo salvarlos, pues en el entrevero era imposible saber
cuales eran los indios y cuales cristianos. Resultado de esta expedición: once indios muertos,
un prisionero y tres cautivos rescatados. Más de quinientos animales yeguarizos que lleva-
ban robados y una lanza de cacique, trofeo de mi amigo».

El símbolo del poder convertido en objeto de adorno y curiosidad


El «malón blanco» se apropia de las estrategias indígenas y las ideas de Roca
fundamentan el exterminio como única solución viable para la recuperación de terri-
torios tan ricos y fértiles pero improductivos en manos de los bárbaros. El ejército y la
élite argentina lo siguen y respaldan. El proyecto está asegurado. Las páginas de los
diarios hablan ahora de

«los vagos sin familia, (que) andan entre bosques impenetrables, esparcidos o reunidos en
zonas inmensas de pampas que imposibilita su captura y les facilita seguro albergue».

Abundan los estereotipos de un enemigo en retirada:

«el indio es el tipo más haragán y traicionero bajo el sol. De ladrón no diremos nada. No
busca trabajo y al verse libre se ha largado al desierto para renovar sus antiguas
depredaciones».

Nadie se pronuncia a su favor. Sólo se escuchan voces que hablan de seguridad, de


cambio, de proyectos para hacer de la soledad del desierto un espacio «colonizable»
donde comenzar una nueva organización nacional. La ciudad de Rosario comienza a
transformarse aceleradamente al compás del crecimiento económico experimentado

215
María Cecilia Stroppa

por el desarrollo agroexportador y el indio ya no es noticia.


En síntesis, la frontera aparece en las noticias relevadas como un espacio inclasi-
ficable, desordenado, donde se cometen las mayores iniquidades, donde la vida hu-
mana pierde su valor intrínseco y es sólo objeto de unas circunstancias que escapan a
la normalidad. El proyecto de homogeneidad que el país lleva adelante y que se
expresa diariamente en las páginas de los periódicos no deja espacio para lo diferente,
por eso se acepta la desaparición, la aniquilación de esos Otros seres que carecen de
esencia humana porque no se ajustan a la vida civilizada que el país ha elegido como
meta. Un silencio significativo irá reemplazando los nombres extraños de origen
ranquel o tehuelche por los de los recién llegados que en lenguas tan extrañas como
las anteriores se irán apoderando y asentando en aquellas tierras que alguna vez
tuvieron como único habitante a un indio bravo, agitando su chuza mientras el caba-
llo lo lleva hacia el horizonte a la velocidad del viento.

Ejemplos
La muerte de los Zorros
Los textos elegidos para el tema no son transcriptos en esta instancia porque
aparecieron en forma completa en la publicación de las Vª y VIª Jornadas de Investi-
gadores en Arqueología y Etnohistoria del Centro-Oeste del País4. Ellos tienen un
eje en común y tratan de la muerte de los miembros de la dinastía de los Zorros,
noticias que llegaron puntualmente a las páginas de La Capital de Rosario y La
Prensa de Buenos Aires en su momento. La elección del tema se debe tal vez a lo
inusual del mismo, el relato de las honras fúnebres realizadas a la muerte de estos
individuos que ocuparon un lugar sobresaliente en la sociedad indígena de la época.
Los testimonios que proporciona una sepultura nos hablan del sistema de creen-
cias de un pueblo y de los elementos del mito que todos los hombres buscan para su
trascendencia «al mismo tiempo que dota al contexto funerario de una autonomía
significante [...]» (Vincent Garcia, 1995:15). Los ranqueles enterraban a sus muertos
de forma particular y sus creencias muestran la representación de una continuación de
la vida del hombre más allá de la muerte, en condiciones del todo semejantes a la de
la vida terrena, de allí los aperos, los caballos, la montura, la bebida y los alimentos.
Lectores invisibles supieron por los periódicos de sus hazañas y proezas, de sus
ataques y saqueos, de su muerte, entierro y profanación, historias que la inquietud y
curiosidad de los periodistas acercaron a las páginas de los grandes comunicadores de
la época donde también aparecían en frías letras de molde los rasgos civilizadores que
consolidaron la expansión territorial. La sangre de los ranqueles se perdió en la tierra
ferozmente defendida, un espacio ‘vacío´, aún no inscripto en la representación de los
blancos y en su lógica de ‘conquistadores´, nunca reconocido como propio de aque-
llos denominados salvajes, de una barbarie casi animal según la ideología de polari-
zación de la realidad, típica en el mundo occidental del siglo XIX.
Es el momento propicio para que el historiador interprete estos textos que con
seguridad no figuran en los anales oficiales pero expresan lo que Hayden White
(1992:35) llama «el discurso de lo real». Dejar de lado la vieja discusión entre un
«discurso histórico que narra» y un «discurso histórico que narrativiza», entre un

216
La noticia periodística como documento histórico y/o antropológico

discurso que «adopta abiertamente una perspectiva que mira al mundo y lo relata y un
discurso que finge hacer hablar al propio mundo y hablar como relato (1992:18). Lo
importante no es estudiar el discurso sobre el indígena sino las razones que llevaron a
la clase dirigente a elaborarlo, relevar la información que contengan sobre los modos
de vida, comportamientos y prácticas sociales y también los motivos que llevaron a
sus autores textuales a expresarlo de ese modo, lo que no significa que se descalifique
o dude de la información etnográfica contenido en los textos. El escrito histórico
debe avanzar en el descubrimiento de todas las estructuras argumentales posibles que
podrían ser invocadas para encauzar conjuntos de hechos con significados diferentes.
Algo semejante a lo que hace el narrador cuando manda su artículo al periódico,
identificando y describiendo los objetos que encuentra a su paso, haciendo de ellos
posibles objetos de representación narrativa por el lenguaje mismo que usa para des-
cribirlos. De la misma forma, el historiador debe lograr encauzar conjuntos de hechos
pasados con sus significados. Coincidimos con Hayden White (1985) en que

«La distinción más antigua entre ficción e historia, en la cual la ficción es concebida
como la representación de lo imaginable y la historia como la representación de lo real,
debe dar lugar al reconocimiento de que sólo podemos conocer la realidad por contras-
te o por semejanza con lo imaginable».

La vida y muerte de los Zorros que encontramos en los periódicos de la época son
verdaderos documentos para antropólogos e historiadores con el objeto de dar senti-
do, a través de ellos, de prácticas culturales y acontecimientos que aparecen como
presupuestos básicos en la construcción de la realidad compartida por la cultura,
valoraciones de un tiempo y un mundo ya pasado que en nuestro contexto se
reinterpretan y recodifican. Los cientistas sociales deben intentar explicar los textos
del pasado, cualquiera sea su naturaleza (literaria, periodística, epistolar) buscando
establecer con ellos un diálogo y una interpretación que enriquezca nuestro presente.
Tres muertes íntimamente relacionadas en una familia, producto de relaciones
interculturales conflictivas en una zona de tensiones donde el enfrentamiento cons-
tante fue la causal de las mismas. Las tres viven en la memoria colectiva. Por eso se
dice «que la memoria individual apoya y se apoya en la comunidad en su conjunto»
(Halbawchs, 1952:249). El acto de recordar se relaciona siempre con el imaginario,
con el conjunto de imágenes compartidas, constitutivas de las relaciones sociales del
grupo en el gran marco épico que hoy poseemos del siglo XIX en la Argentina.
Resulta ineludible a mi juicio, pese a la reiteración, mencionar el fin de la dinastía
de los Zorros con la entrega de Epumer Rosas.

«Escolta a Epumer el teniente coronel Ramón que se presentó hace dos años al gobierno
con 300 indios diciendo que quería servir a los cristianos, pues estaba cansado de la
vida salvaje. Hoy viene orgulloso al traer prisionero a su antiguo soberano. Ramón es
un indio de presencia esbelta, el más alto tal vez de los salvajes y aún de nuestros
hombres civilizados.[...] Epumer Rosas fue recibido en la estación por Mariano Rosas,
su sobrino que se educa en el Colegio Nacional y tuvieron una larga plática familiar».

217
María Cecilia Stroppa

La reducción es el equivalente a la muerte, pero una muerte sin honores. Los


diarios no registran las honras fúnebres de Epumer, ni siquiera el momento de su
muerte. Estuvo preso en la isla de Martín García hasta el año 1883, en que el senador
Cambaceres lo llevó de peón a su estancia de El Toro, en el partido de Bragado. Quien
fuera en vida un bravo indio de pelea, pasa a la Historia en silencio, su vida se diluye
en los acontecimientos del conflicto del cual no fue vencedor, un protagonista olvi-
dado en los innumerables cruces políticos de la época.

Las cautivas y su rescate


Abordamos este tema desde el imaginario construido sobre las cautivas por la
sociedad blanca de la segunda mitad del siglo XIX en la prensa periodística5. En La
Capital leemos, por ejemplo, que el rescate de cautivos moviliza a la población y el
objetivo fundamental de la Comisión de Damas de Beneficiencia6 en los primeros
tiempos parece ser el de recaudar fondos. El 9 de diciembre de 1867 «las damas
aficionadas de Rosario dan un concierto cuyo producto será destinado a rescatar a los
cautivos arrancados por los bárbaros de sus hogares», según comenta el periodista del
diario La Capital del día siguiente (Nº 23), agregando

«la redención es grande -es verdad- pero también es tristísimo que, en el siglo presente
la mano de la caridad compre la libertad, la vida de nuestros semejantes al bárbaro del
desierto. He aquí el tributo de nuestras miserias!».

La acción de los ciudadanos y la eficaz actividad de las damas comienza a hacerse sentir.

«Para un objeto tan noble como piadoso, no necesitamos invocar la caridad -todos los
corazones generosos deben espontáneamente contribuir con lo que puedan para salvar
esos inocentes de los horrores de la barbarie (La Capital, 1 y 2 de junio de 1868, Nº 150).

Una y otra vez se apela al altruismo del pueblo de Rosario, esposos desconsolados
que lloran la desaparición de sus compañeras de fatigas, padres dolientes cuyos hijos
fueron arrebatados por los indios de sus hogares, todos esperan que la Sociedad de
Beneficencia tome a su cargo tan laudable propósito y los ayude en la salvación de
esas víctimas, se apela a la caridad para recaudar el dinero necesario para el rescate y
se menciona la codicia despertada en los indios que ya en setiembre de 1868 piden
10.000 pesos por cada uno de ellos..
Nos proponemos realizar una serie de apreciaciones sobre las mujeres blancas
cautivas a partir de los testimonios que aparecieron en las páginas de La Capital y La
Prensa en la segunda mitad del siglo XIX. La vida de estas mujeres sólo se puede
comprender en el marco de la conquista, y su situación de cautividad las liga a la vieja
práctica de cautivar, llevada a cabo antes por la sociedad «cristiana» que por la
indígena. Los relatos de cautivas funcionan como justificación y naturalización de
todo el complejo sistema ideológico de la conquista. Desde principios del siglo XVIII

218
La noticia periodística como documento histórico y/o antropológico

las cautivas cristianas constituyeron un preciado botín de guerra para los grupos
indios. Mientras algunas de ellas eran incorporadas a la sociedad india donde cum-
plían con los roles de género que les adjudicaba esa cultura, otras buscaban escapar o
eran rescatadas tras el pago de importantes rescates.
Los cautivos pasan a ser -según algunos autores- «aquello de lo que no se habla»
pese a lo que se publica en la prensa «no hay para esos infelices ni compasión». Los
indios se llevaban las mujeres para servirse de ellas o venderlas, poseerlas mezclaba el
poder y el deseo. Las voces de las cautivas, porque fundamentalmente eran mujeres
las que sufrían el rapto primero y el cautiverio después, se deslizan en los textos sólo
en el discurso de algún narrador y por supuesto, sólo a través de su marco de referencia
e interpretación del mundo. Como dice Susana Rotker (1996:106)

«el problema de las cautivas se resuelve, no porque se las recupere y salve, sino porque
se ha eliminado tanto la frontera como el registro de la existencia de estas mujeres. La
cautiva ya no está en ninguna parte. La cautiva es nadie».

La cautiva permanece en el silencio «aunque en la práctica haya habido expedi-


ciones y negociaciones de rescate, dentro del reino de la palabra es ignorada, defor-
mada, negada» (Pratt, 1992:41).
Sobre el tema transcribimos una carta dirigida a la Sra. Angela N. De Cullen,
Presidenta de la Sociedad Protectora de los Cautivos, aparecida en el diario La Capi-
tal el 28 de diciembre de 1872 (Nº 1520), por su valor descriptivo y documental. El
título de la nota Rescate de cautivas nos adelanta el tema de la misma y las palabras
del religioso franciscano Prefecto de la Congregación de Río Cuarto, Fray Moisés
Alvarez, testimonian la labor fructífera de las damas de Rosario:

«Debo decirle que he consolado a muchas cautivas contándoles que en Rosario se había
formado una sociedad con el objeto de rescatarlas, rayo mantendremos esa esperanza
y quiera Dios que se acorte un tanto nuestro cautiverio, repetían sin cesar».

La carta resume las desventuras de las mujeres cautivadas, el secuestro, el duro


enfrentamiento con la diversidad cultural, la pérdida de los seres queridos que han
quedado atrás, el sufrimiento de ver a sus hijos pequeños morir en viajes intermina-
bles a través del desierto apenas su llanto molesta al indio captor o a sus jóvenes hijas
convertidas en elementos de intercambio para alimentar la lujuria del secuestrador,
convertidos sus cuerpos en espacio de una verdadera batalla donde se engendra a la
fuerza bastardos que la sociedad blanca no querrá, mientras se van destruyendo las
familias junto con la memoria de aquello que ya fue y no volverá a repetirse. El
desconocimiento del idioma agrava la situación: no se entienden los gritos ni las
órdenes ni los deseos de las chinas a las que son entregadas apenas llegadas a los
toldos.
Los recuerdos son intolerables, la memoria trata de reconstruir lo perdido, luchar
contra el olvido y las ausencias, se sufre por lo que se dejó atrás, por la inactividad de

219
María Cecilia Stroppa

los familiares que no luchan para recuperarlas y la esperanza de volver a sus hogares
alimenta los deseos de fuga de algunas, deseos severamente castigados por los indios
que las consideran ya de su propiedad. Los cautivos eran propiedad individual, gene-
ralmente de caciques o indios lanzas, que pertenecían a las jerarquías indígenas, lo
cual señala que la apropiación dependía del rol y status y al mismo tiempo actuaba
como refuerzo del poder. Muchas de las mujeres cautivas se transformaron en esposas
preferidas de sus captores teniendo rápidamente numerosa descendencia, otras fueron
entregadas a otros hombres a cambio de una dote equivalente a la que se obtenía de
una mujer de la propia familia dada en matrimonio; todas ellas se sumaban a la fuerza
de trabajo femenino.
El rapto, el cautiverio, el rescate son instancias que comportan innumerables re-
gistros de los cuales sólo una pequeña parte puede ser objetivada. Las personas son
violentamente aprehendidas de su realidad, pierden el campo simbólico de su perte-
nencia social, las redes de significación en la cual se basan las continuidades y las
familiaridades así también como lo extraño y diferente en su vida cotidiana. Su divi-
sión entre lo propio (nosotros) y lo ajeno (ellos) cobra nuevo sentido según de que
lado de la frontera se encuentren. Al reconocer la diferencia tienen consciencia de la
alteridad, de la propia y la ajena, el conocimiento del Otro les permite ver lo que no
son, tomar consciencia de lo que les falta y rechazar las diferencias. La imagen propia
(identidad) se crea, destruye y reconstruye en la interacción social en los diversos
contextos aún en los más adversos. La identidad se va definiendo a partir de su Otredad:
lo marginal, lo diferente, aquello que no soy. La desigualdad con el Otro, que supone
la superioridad de si mismo, se borra en la ignonimia del cautiverio que sufren las
mujeres, olvidadas de Dios y de su patria, su lengua y su familia. Son blancas, pero eso
es una desventaja en el nuevo ambiente; no son indias, eso es vergonzoso en el
momento del rescate. Las palabras del franciscano son una expresión de deseo:

«[...] quiero si es posible que todos los Argentinos sepan lo que padecen sus hermanos Tierra
Adentro y que así conozcan más y más la utilidad de la Sociedad protectora de cautivos».

Las Damas de Rosario se esfuerzan noblemente por solucionar una situación que
tal vez ni logren entender, en la comodidad de sus hogares, en la placidez de sus vidas.
Pero ¿cuál es la situación de las mujeres y niñas liberadas, víctimas de la sensualidad
y la «crueldad atroz del salvaje»? ¿Qué bienvenida les espera al volver a la sociedad
blanca, con o sin sus hijos a criar? ¿Dónde quedó su decencia? Tal vez en aquellos
toldos que se niegan a abandonar para evitar el escarnio y la condena. Han cruzado
límites que las han fragmentado en su identidad, no son lo que eran ni volverán a
serlo. La transgresión no se borra y la cautiva que logra retornar a los suyos no inspi-
rará confianza nunca más, sufrirán el rechazo y la dura readaptación a una sociedad ya
remota en sus mentes. Además, los hijos tenidos en cautiverio son el lazo que las une
al infierno que vivido y les impide a muchas el regreso. Preguntas y respuestas que
suscita la carta de Fray Álvarez donde se deslizan las imágenes estigmatizantes de las
que hablamos al comienzo.
Por otra parte, el temor vence a la persona que cruza, una vez traspuesta la frontera
ya no pertenecerá ni a un mundo ni a otro. En palabras de Laura Malosetti (1994:22)

220
La noticia periodística como documento histórico y/o antropológico

«la cautiva ya no es un heroína casta que ha logrado mantener su pureza a pesar de todo
[…] Es ahora un personaje de frontera, una mujer sin identidad (sin nombre) condena-
da por su transgresión, no importa que ésta haya sido involuntaria y forzada».

Para las que decidían emprender el camino de la vuelta, lo primero que remarcan los
documentos es el estado de desnudez en el que llegaban a la frontera. En este contexto
vestirlas, taparlas, aparece como sinónimo de reafirmación de los valores de la civiliza-
ción. Una cautiva nunca dejará de serlo aunque sea rescatada y vuelva a vivir con su
familia. Nunca perdían esta condición. La marca de la cautividad permanece con ellas por
el resto de sus vidas. Hay un estigma que no pueden borrar ni tapar con ropas y es el de la
relación sexual con otros hombres, los indios a los cuales han pertenecido en las tolderías.
Esto era considerado una desviación y causa de múltiples males, amenazaba la integridad
de las tradiciones y su cuerpo aparece como una metáfora del espacio social, expresión de
tensiones profundas. Por el resto de sus días, estas mujeres no pierden nunca su condición
de cautivas frente a una sociedad que las rescata pero las juzga. El regreso no es menos
patético que el cautiverio en los toldos. La vuelta significaba en algunos casos la recons-
trucción de su núcleo familiar pero en otros la no inserción en la sociedad blanca les
implicaba quedarse en el fortín, un espacio siempre marginal. La frontera es el lugar
elegido para permanecer esperando, año tras año, la vuelta de los hijos cautivos en el
‘desierto´ y es casi seguro que la mayor parte de las rescatadas pasó a engrosar el sector de
los marginales y desposeídos de aquella sociedad.

Anexo
La Capital, 28 de diciembre de 1872- Nº 1520

Rescate de cautivas
A la Señora Presidenta de la Sociedad Protectora de los Cautivos
Sra Angela N. de Cullen
Buenos Aires, diciembre 16 de 1872

De paso a mi vuelta de Tierra Adentro estuve algunos días en Río Cuarto y por los
padres supe que la sociedad que Ud. preside, trataba de comisionar al padre Fray
Marcos Donati para rescatar algunos cautivos.
Está de más que venga a encomiarle una obra que en si misma lleva bastante
recomendación y que ya ha sido aplaudida por la prensa de Rosario, Buenos Aires,
Córdoba, etc. El Excmo Sr. Obispo de Aulon dirigió meses pasados una circular a
todos los curas de esta arquidiócesis recomendándoles esta gran obra y encargándoles
al mismo tiempo solicitasen limosnas para este objeto.
También está de más que refiera a Ud. los sufrimientos de esas infelices (porque de
ordinario son mujeres) pues más o menos ya se saben; sin embargo me tomo esta
libertad, ya porque me lo rogaron con lágrimas, ya porque quiero si es posible que
todos los Argentinos sepan lo que padecen sus hermanos Tierra Adentro y que así
conozcan más y más la utilidad de la sociedad protectora de cautivos.
No dudo que al oir sus padecimientos y sus lágrimas el que no haya concurrido con

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María Cecilia Stroppa

su contingente lo hará, no creo que haya corazones de un temple tal que ni el padecer lo
conmueva; ni las lágrimas los ablande y por fin no creo que alguno se excuse.
Es indescriptible el estado en que se hallan: padecen y su padecer es sin fruto. Con
el objeto de las burlas de los indios y los cautivos: tal vez por contemporizar con sus
fieros dueños pierden el mérito de todas sus buenas obras, no son mártires por cierto,
la virtud es delicada.
He hablado con algunas cautivas que fueron llevadas chicas, ya no recuerdan
quienes fueron sus padres y mucho menos saben decir a que familia han pertenecido:
sólo mantienen una idea confusa de que son cautivas.
Están acostumbradas a la vida salvaje; no hacen mención de salir aunque puedan,
con nosotros vino una a la Villa de las Mercedes a negociar y se volvió luego, es
preciso notar que ésta no tenía familia en Tierra Adentro, vivía sola, abandonada de
todos y sufriendo mil y mil necesidades, sin embargo prefería permanecer en tal aban-
dono; antes de venirse con los cristianos.
¡Qué se puede esperar de éstas! Evidentemente nada. No son indias, pues se sabe
que son bautizadas, ellas también lo saben y que el bautismo impone obligaciones
que no ignoran, pero tampoco son cristianas por sus costumbres y lo que es peor
todavía que pudiendo salir y unirse de nuevo a la Iglesia no lo hacen.
Este camino seguirán muchas otras, las unas por la razón dicha, las otras porque se
casaron (permítaseme la palabra), tuvieron familia y el amor de sus hijos no les permi-
te separarse de ellos aunque pueden: digo más aunque los indios las despidan de sus
toldos y las otras por otras razones. Ya se deja ver que todas éstas religión y patria han
perdido por eso es preciso que las primeras que se rescaten sean las chicas.
La desgraciada que fue cautivada chica generalmente se pone peor que las chinas, es
grosera en sus hábitos, más ignorante y si se quiere más salvaje aún, si ve un cristiano se
oculta o se dispara como si viera un fenómeno o un fantasma, tal vez es más inhumana que
las mismas indias con otras pobres cautivas si llega a gozar de la amistad o favor de algún
indio; porque sabiendo el odio que estos tienen hacia los cristianos, el modo como los
tratan y que son sus enemigos, hacen lo posible no sólo para desmentir en él estas preocu-
paciones sino también dan una prueba martirizándolas que les pertenecen del todo.
En fin con decir que entre la hez de los indios se distingue fácilmente a una cautiva
se dice mucho pero no se dice todo.
La razón de esto es muy sencilla, es abatida de propósito, se cría en el mayor rigor, es
apaleada, azotada frecuentemente y humillada de mil modos. Un estado tan violento para
todos y sobre todo para una criatura y para una criatura muchas veces tímida, pusilánime,
poquita, no puede tener otro resultado que la descomposición y alteración de las faculta-
des intelectuales. Vuelvo a decir, que también en éstas la religión y la patria se pierden
pues si alguna llega salir, lo que es muy difícil, salen estropeadas inútiles, para si mismas
y solo buenas para ver el estado miserable en que las dejan los bárbaros.
Hablaré ahora de las que tanto, la una como la otra gana y rescatarlas sería servir a
ambas a un mismo tiempo. Hemos visto, señoras, que han sido arrancadas del medio de sus
familias, dejando al marido y los hijos entre los cristianos. No sabíamos qué conversarles,
si le hablábamos de su actual estado era renovar su dolor, en el semblante estaba manifes-

222
La noticia periodística como documento histórico y/o antropológico

tando el dolor que les oprimía el alma, preguntarles de sus familias era ahondar más la
llaga, probablemente el recuerdo de sus hijos había hecho canales en su mejillas, así pues
no se hallan palabras con que saludarlas; con lágrimas nos reciben, entre sollozos pronun-
cian una que otra palabra cortada y teníamos el sentimiento de dejarlas llorando. No se
crea que esto es una alegoría, hace tres años que presencié esta escena en el toldo del indio
Ramón y ahora supe que todavía vive esa pobre, nos contó que tenía el marido y cuatro
hijos chicos entre los cristianos. Esto es frecuentísimo en Tierra Adentro.
Creo que ha de ser terrible para una madre verse lejos de sus hijos, miserable esclava de
un bárbaro y sin esperanza de mejor suerte. Yo no sabría descifrar si la pérdida de la
libertad, de los hijos, del marido son el verdugo que más la aflije, pero lo cierto es que
todos esos recuerdos le amargan día y noche. Algunos maridos no tocan los medios
necesarios para rescatarlas; ellas sin embargo lo saben aunque están lejos, que mejor sería
que no lo supieran, porque evitarían un tormento más sabiendo que aquel que fue el dueño
de su corazón y en quien depositaron su confianza es ahora que tanto lo precisan capaz de
hacer el más pequeño sacrificio por el rescate de la madre de sus hijos. Sin embargo, aún
eso puede ser un consuelo, reflexionando que sus hijos están entre los cristianos y pueden
ser educados como tales, vivir con menos exposición de la vida y sin la fatal necesidad de
estar a voluntad agena (sic). Quién no compadecerá a estas desgraciadas madres?...
Hay más, hemos visto madres que han sido cautivadas con hijos chicos; la historia
de estas pobres es tan triste que no es posible oirla sin conmoverse profundamente, no
sólo sufren sus infortunios, sino también los de sus desgraciados hijos? Por lo ordinario
las señoras rara vez cabalgan, de suerte que obligadas a galopar 25, 30 o más leguas con
una criatura en los brazos o en anca de un indio, cuando no es en pelo o en alguna
montura de ellos que casi es lo mismo¸ se hace pedazos y la criatura se muere o se
enferma del sacudimiento, del sol o de las incomodidades de un viaje tan precipitado.
Y gracias que ésta muera de los sufrimientos del camino y no tenga la desgracia de
ver que el indio impaciente de oirla llorar la mate a lanzazos o caminando la arroje al
suelo donde morirá devorada por las fieras del campo o entre las garras de las aves
carnívoras o bien lentamente por los rigores del hambre.
No puedo pintar el sentimiento de una madre que ve a su hijo exhalar el último
suspiro en medio de horribles extorciones y débiles vajidos producidos por los repe-
tidos golpes de lanza y que sin piedad y sin compasión alguna le acesta una mano
bárbara. Pobres hijos! Desgraciadas madres! ...
Hay todavía más, otras fueron cautivadas con hijas jóvenes. Los indios luego que
llegan a sus toldos las entregan al cuidado de las chinas para que las vigilen y se
sirvan de ellas. Ahí entra el padecer de madres e hijas, no saben el idioma y por lo
tanto no entienden lo que se les manda, las chinas creen que es por soberbia, por no
sujetarse a ellas, las reprenden, pero como!
De ordinario dándole palos, puntapiés, bofetadas y llega a tal el castigo que si
tuvieran otra cosa a mano le dan aunque sea el azador candente. Qué dolor para una
pobre madre ver el bárbaro tratamiento que les dan a sus hijas! Qué sentimiento para
una madre ver que el indio las vende, las juega como si fueran bestias de carga o a vista
y paciencia hace de ellas un tráfico ilícito.
Viven en un continuo martirio y en la fatal expectativa, si hoy o mañana su terrible
dueño en un acto de cólera les dará la muerte.
No permiten que las cautivas se junten, de suerte que puedan consolarse siquiera.

223
María Cecilia Stroppa

Digo poco, carecen hasta de la libertad de desahogarse a sus solas porque temen ser
oídas y que esto les sea de mayor tormento.
Ahora pues, quien explicará el sentimiento de hijas viendo el triste estado de sus madres?
Allí la ven trabajar el doble de lo trabajaba mientras vivía entre los cristianos sin poder
aliviarla; observan que también, no obstante ese empeño no dan gusto a sus fieros dueños.
Para que sepa cuanto sufren estas pobres madres diré en compendio los trabajos
que hacen, sus faenas, sus ocupaciones.
Son muy pocas aquellas a quienes toca la suerte de ocuparse en costuras, en teji-
dos, etc, pues éstas llevarán una vida menos azarosa, son también muy pocas aquellas
a quienes toca servir a una china de buen natural.
La cautiva desde su arribo al toldo es la esclava perpetua; ella ha de ser la última que
se recoja y la primera que se levante, ella ha de ir por la mañana muy temprano a ordeñar
vacas, en seguida ella ha de barrer el toldo, encender el fuego, traer agua y disponer el
almuerzo, en fin ella de hacerlo todo antes de salir al campo. Después de arreglarlo todo
sale al campo a pastorear las vacas, las ovejas, las cabras, o a cavar algún jagüel, o las
zanjas de algún cerco, etc. O a cortar los postes que ella misma ha de hacer el corral
encenada, etc, a su vuelta ha de traer un atado de leña. He aquí sus quehaceres ordinarios
y desgraciada si no lo cumple.
Ahora bien si en tan rudas y penosas ocupaciones hubiera alguna falta, ahí vienen
las represenciones y los castigos. Y como no haberlas si éstas mismas son capaces de
arredrar hasta a nuestros más esforzados campesinos, como no a una pobre mujer?
Ya se sabe que entre nosotros ni a las perezosas ni a las personas más criminales se
obliga a ocuparse de faenas tan ordinarias y sobre todo ajenas a la mujer.
Muchas de ellas jamás tomaron la pala ni el azadón, ni cosa parecida, que costum-
bre pudieron haber adquirido! Ninguna por cierto.
De suerte que los primeros días que toman tales instrumentos son los últimos de
sus vidas. Cómo no cometer faltas!
Pero el indio poco se detiene en examinar si aquella pobre tuvo culpa en dicha
falta. A la noticia que le trae la china, esto es que ha perdido algún cordero se levanta
furioso y la golpea torpemente, dándole bolazos por la cabeza y de lanzazos o final-
mente del modo más bárbaro que puede darse. He tenido oportunidad de ver algunas
cicatrices de lanzazos dados en tales circunstancias. Callo muchísimas cosas más que
el pudor me impide revelarlas.
Si se teme que alguna cautiva se fugue le descarnan las plantas de los pies o se
toman otras prevenciones de esa clase.
.........................................................................................................................
Debo decirle que he consolado a muchas cautivas contándoles que en Rosario se
había formado una sociedad con el objeto de rescatarlas, rayo mantendremos esa
esperanza y quiera Dios que se acorte un tanto nuestro cautiverio, repetían sin cesar.

Si alguna vez puedo cooperar lo haré con el mayor placer


Fray Moisés Alvarez

224
La noticia periodística como documento histórico y/o antropológico

Notas
* Conferencia presentada durante las VII Jornadas de investigadores en Arqueología y
Etnohistoria del centro-oeste del país (Nota de los Compiladores).
1
Ver Héctor Borrat (1989).
2
Sobre este tema sugerimos consultar Hayden White (1992).
3
En 1856 se fundó la colonia Esperanza y tres años después fueron formados los
asentamientos agrícolas de San Carlos y San Jerónimo. Hasta mediados de la década del
setenta las tres colonias atravesaron momentos difíciles y, desde luego, no se fundaron
nuevos asentamientos. Sobre el proceso de colonización seis períodos se destacan nítida-
mente: 1) un desarrollo lento y escasamente exitoso entre 1856 y 1864; 2) una apreciable
recuperación entre 1864 y 1870, especialmente notable en los dos últimos años; 3) una
leve caída, tanto en el número de colonos como en la extensión ocupada, entre 1870 y
1877; 4) una brusca caída entre 1877 y 1880; 5) un espectacular boom entre 1880 y 1892;
y finalmente, 6) una nueva caída entre 1892 y 1894.
4
«Muerte del cacique Painé» (La Capital, 18 de abril de 1868), «Vida y muerte de Mariano
Rosas» (La América del Sur, 26 de agosto de 1877 y La Prensa, 9 de febrero de 1879), «Epumer
Rosas y el fin de una dinastía» (La Prensa, 28 de enero 1879, Nº 2586) en Stroppa (2007b).
5
Sobre el tema se recomienda ver los trabajos de Susana Rotker (1999), Fernando Operé
(2001), Marcela Tamagnini (1995), Stroppa (2004, 2007a) entre otros.
6
En Junio de 1854 se crea en Rosario la Comisión de Damas de Beneficiencia, designán-
dose presidenta a Doña Laureana Correo de Benegas. Estuvieron sucesivamente a cargo
de la institución las señoras: Angela Rodríguez de Rosas, Marcela S. de Rusiñol, Eusebia
S. de Rosas, Benita Vidal de Caminos, Laureana C. de Benegas, Angela N. de Cullen,
Deidamia O. de Díaz Vélez, etc. Lo más destacado de su actuación en estos años es la
Sociedad Protectora de los Cautivos que dependía de la Comisión.
7
Marcela Tamagnini (1995) publica un valioso material documental del Archivo privado
del Convento de San Francisco de Río Cuarto constituido por cartas, memorias, comuni-
caciones, informes, etc. La carta que presentamos no figura en el mismo.

Bibliografía
BORRAT, H. 1989 El periódico actor político. Gustavo Gilli, Barcelona.
HALBAWCHS, M. 1952 Les cadres sociaux de la Memoire. PUF. París.
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la plástica rioplatense del siglo XIX. Facultad de Filosofía y Letras, UBA, Buenos Aires.
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Londres, Routledge, New York.
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STROPPA, M.C. 2004 Cautivas y cautivadas. Identidades en conflicto de las mujeres blan-
cas en la frontera sur de Santa Fe a mediados del siglo XIX. Revista de la Escuela de
Antropología, Vol. IX, UNR. Rosario: 91-104.

225
María Cecilia Stroppa

STROPPA, M.C. 2007a El testimonio de Domiciana. El destino de las mujeres blancas


cautivas en la frontera sur a mediados del siglo XIX. Revista de la Escuela de Antropolo-
gía, Vol. XIII. UNR. Rosario.
STROPPA M.C. 2007b La muerte de los Zorros y su repercusión en el periodismo. En
OLMEDO, E. y F. RIBERO (comp.) Debates actuales en Arqueología y Etnohistoria.
Publicación de las V y VI Jornadas de Investigadores en Arqueología y Etnohistoria del
Centro-Oeste del País. Universidad Nacional de Río Cuarto. Río Cuarto: 233-242.
TAMAGNINI, M. 1995 Cartas de frontera. Los documentos del conflicto interétnico, Uni-
versidad Nacional de Río Cuarto, Río Cuarto.
VIÑAS, D. 1982 Indios, ejército y frontera, Siglo XXI, Buenos Aires.
VINCENT GARCIA, JM. 1995 «Problemas teóricos de la arqueología de la muerte», Biblio-
teca Arqueohistorica limiá, Serie Cursos e Congresos 3, Xinzo de Limia.
WHITE, H. 1987 El contenido de la forma, Ediciones Paidós, Barcelona, 1992.
WHITE, H. 1992 El contenido de la forma, Paidós. Barcelona.

226
Dinámica de frontera al sud-oriente de la Quebrada de
Humahuaca
Mercedes Garay de Fumagalli
Centro Regional Estudios Arqueológicos - Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales.
Universidad Nacional de Jujuy
Contacto: fuma@imagine.com.ar

1. Presentación
Con una visión andino-centrista los estudios arqueológicos e históricos se han
centrado en los desarrollos socio-culturales propios de las Tierras Altas. Las Tierras
Bajas y la franja pedemontana en Argentina, han sido consideradas en su relación
marginal respecto a las anteriores. A sus ocupantes se los ha visto siempre constreñi-
dos a progresar, reaccionar, huir, asimilarse o extinguirse, en respuesta a las acciones
de las sociedades andinas más avanzadas. Este enfoque comienza a cambiar en las
últimas décadas, en las cuales los estudios etnohistóricos de investigadores franceses
como Renard- Casevitz (1981) y Thierry Saignes (1983) en los Andes Orientales de
Perú y Bolivia, ponen el acento en los procesos seculares, originales y variados que se
desarrollan en estas regiones y no solo en su carácter marginal.
Posteriormente también desde la Arqueología se llevan a cabo investigaciones en
las vertientes orientales de los Andes, que abordan los estudios en la región, poniendo
énfasis en las particularidades, importancia y riqueza de los procesos socio-culturales
que se desarrollan en las zonas de frontera.
Schjellerup (1998) indaga sobre la expansión incaica hacia el Este y, tras estudiar
guarniciones de frontera en los Andes Centrales (Perú), otorga a las mismas funciones
defensivas e informativas, destacando que también cumplieron funciones respecto al
ordenamiento del trueque con las poblaciones que provenían del este. Sobre esta
base, la autora caracteriza la especial forma de vida que la frontera otorga a sus habi-
tantes. Para Schjellerup las situaciones de contacto permanentes generan procesos
simbióticos que devienen en conductas particulares, que van a convertirse en ingre-
dientes de una conciencia regional, una identidad que los distingue de sus grupos de
origen y los asemeja, y al mismo tiempo, los distingue entre sí, generando un compor-
tamiento idiosincrático. Esto favorece procesos de etnogénesis y un sentido de
regionalidad, que se traduce a nivel arqueológico en patrones estilísticos propios.

227
Mercedes Garay de Fumagalli

Por su parte, Alconini (2004), quien viene realizando investigaciones en la franja fronte-
riza de las poblaciones andinas con las de las Tierras Bajas orientales, destaca en un trabajo
relacionado con el avance Chiriguano hacia el Oeste, las activas interacciones sociales,
culturales y económicas que se desarrollaron entre las sociedades de la vertiente chaqueña y
el Tawantinsuyu. En este trabajo, la autora resalta el particular interjuego que se produce en
las fronteras entre las poblaciones, el medio ambiente y las instituciones y que, por lo tanto,
las conductas idiosincráticas propias de las fronteras serán producto de cada situación parti-
cular de contacto, considerando que su comprensión dependerá del estudio de la matriz
ecológica, social, política y cultural específica de cada proceso histórico.
En nuestro país, crecientemente la franja de valles orientales, denominada localmente:
Selvas Occidentales (Dougherty, 1974); Bosques occidentales o Sierras Subandinas
(González, 1977); Area Pedemontana (Nuñez Regueiro y Tartussi, 1987) y Yungas (Ven-
tura, 1994), ha sido motivo de investigaciones arqueológicas por parte de autores que,
desde distintos marcos teóricos, en parte inspirados por los autores franceses, van aportan-
do conocimientos sobre estas regiones, casi desconocidas hasta hace dos décadas.
De las investigaciones realizadas hasta el momento, se desprende que los Andes
Orientales presentan ocupaciones humanas seculares en Bolivia y Perú. También en
el Noroeste de la Argentina los conjuntos pertenecientes a San Francisco y Candelaria
en las Sierras Subandinas documentan muy bien el período Formativo, demostrando
la larga ocupación de la franja pedemontana local. Sin embargo, a pesar de la eviden-
cia obtenida, se ha otorgado poco peso a estas sociedades en la construcción de los
procesos de desarrollo socio-cultural regional. No se estudió su continuidad y se
consideró a los valles donde se desarrollaron zonas de tránsito o vías de ingreso hacia
las Tierras Altas. Así estas tierras siempre fueron consideradas «áreas marginales»;
«corredores»; «tierras vacías»; «bordes».
Las causas que generaron esta situación son de carácter epistemológico y otras
relacionadas con las características del registro arqueológico propio de los bosques y
selvas occidentales:

1. De carácter epistemológico: Renard de Casevitz et. al. (1986) dicen

«Existe una división fantasmática de incumbencias teóricas que retoma la mirada de los
europeos sobre las sociedades amerindias, por la cual las sociedades de las cordilleras
andinas serían objeto de los discursos arqueológicos e históricos y las de la floresta
amazónica (y en este caso de las Yungas), de los discursos etnográficos y antropológicos».

Por lo anterior, los estudios de la región de Yungas en el NOA, fueron descuidados


durante muchos años, generando la equivocada interpretación histórica que las mismas
habían sido zonas «vacías» u ocupadas esporádicamente con fines específicos. Asimis-
mo, se desconoció que estos procesos tuvieron importancia decisiva, desde incluso el
precerámico, en la conformación de un macro-espacio de interacción regional, que fue
decisivo en la definición del acervo cultural de las sociedades de las Tierras Altas. Por
ello, la investigación del pasado prehispánico de las sociedades de las florestas, se presen-
ta actualmente como materia fundamental para la arqueología, a fin de interpretar las
conductas, tanto de las sociedades andinas, como los desarrollos locales de las mismas.

228
Dinámica de frontera al sud-oriente de la Quebrada de Humahuaca

2. De carácter arqueológico: La arqueología de las tierras pedemontanas ha sido


más dificultosa y por ello, menos practicada por las siguientes razones:

1. La baja visibilidad de los rasgos materiales, debido a las características


geomorfológicas y a la cubierta vegetal presente en los valles orientales.
2. La escasez de asentamientos con arquitectura monumental y de grandes con-
glomerados.
3. La característica de los asentamientos Formativos que, en general, no presen-
tan estructuras de muros en superficie.

2. Las investigaciones en el sector meridional de los Valles Orientales


de Jujuy
Por sus características geomorfológicas, ecológicas e históricas, consideramos que
nuestra región de estudio está comprendida en una «franja de frontera». Este espacio, cuya
dimensión desconocemos por ahora, se extiende entre dos zonas que se diferencian en sus
poblaciones, en su organización política, social y económica y en sus desarrollos históri-
cos. Sin embargo, no entendemos que por ello se constituya en una línea de ruptura o
discontinuidad geográfica y cultural entre sociedades, sino contrariamente, lo interpreta-
mos como un espacio conectivo (Clementi, 1987). En términos de Parker (2006) y dentro
de la clasificación que el autor realiza, conceptualizamos a estos territorios como una
Frontier, una zona dinámica, fluida, «porosa», de interpenetración entre dos poblaciones,
anteriormente diferenciadas (concepto, este último, tomado de Thompson y Lamar, 1981).
El marco teórico inicial de nuestras investigaciones se basó en el enfoque de la
Arqueología Regional (Parsons, 1972). Este enfoque fue complementado posterior-
mente con el de la Arqueología del Paisaje (Criado Boado, 1999). Abordamos el
estudio desde una unidad de análisis regional, delimitando una región que compren-
de desde las nacientes de los ríos Tiraxi-Tesorero al Norte, la cuenca del río Capillas-
Negro al sur y desde el Pukara de Volcán, al Oeste, a la cuenca del río Ocloyas al Este.
Sobre esta unidad de análisis, buscamos reconstruir e interpretar los paisajes ar-
queológicos, a la manera de Criado Boado (1999), comprendiendo las relaciones
entre 3 dimensiones: 1) el espacio físico o matriz medioambiental, 2) el espacio como
construcción social, producto de la acción humana y de las relaciones entre indivi-
duos y grupos y 3) el espacio en cuanto entorno simbólico, que, sobre todo para el
momento incaico, se refleja en el reclamo del paisaje sagrado a través de la cultura
material con la construcción de apachetas, santuarios, etc.
Por lo anteriormente expuesto, otorgamos especial importancia al análisis de la
matriz espacial en la que desarrollaron su vida los pueblos prehispánicos. Los hom-
bres se apropian y construyen su espacio en base a actividades culturales, rituales,
sociales y económicas y lo hacen en interacción con el medio ambiente. Por ello, todo
paisaje es un paisaje culturalmente construido y para comprender esta construcción
debemos analizar los factores intervinientes, tanto los naturales como los de carácter
socio-cultural. De acuerdo a lo expresado, la localización, el patrón de emplazamien-
to e instalación, las vías de circulación, las estrategias económicas, los rasgos propios

229
Mercedes Garay de Fumagalli

de la dimensión simbólica, se reflejarán en la distribución de la cultura material dise-


ñando la estructura del registro arqueológico que llega hasta nosotros.
A partir de estos lineamientos teóricos, trabajamos la región delimitada con un
enfoque transversal Este- Oeste, que nos permitió comprender mucho más claramente
la organización del paisaje social con relación a los Sistemas de Asentamiento
prehispánicos presentes. Así se estudiaron los sitios arqueológicos, correlacionándolos
con los distintos pisos ecológicos que ocuparon y explotaron, dentro de una econo-
mía complementaria estructurada de acuerdo a la matriz medioambiental particular
del sector meridional de la Quebrada de Humahuaca.

3. Características diferenciales del espacio meridional de la quebrada


de Humahuaca
Los Andes Orientales decrecen en altitud de Oeste a Este, generando hacia el
suroriente una serie de elevaciones, valles intermontanos y cuencas de desagüe que
van perdiendo altura hasta llegar a la llanura chaqueña. Los sistemas hídricos llevan
las aguas hacia el oriente, por lo que todo el sistema pertenece a la vertiente Atlántica.
La quebrada de Humahuaca se caracteriza por su ubicación en sentido longitudinal
NO-SE. La porción meridional, en la que desarrollamos nuestras investigaciones, se ex-
tiende desde la localidad de Volcán (2100 msnm) hasta la localidad de Yala (1400 msnm).
En esta sección se produce un brusco cambio altitudinal, en la llamada cuesta de Bárcena.
En 20 km de distancia se desciende hasta los 1700 m de altura. Este cambio altitudinal
obedece a la presencia del gran conoide de deyección que provoca el Arroyo del Medio y
que constituye el límite sur (climático y de vegetación) de la sección central de la quebra-
da de Humahuaca (Ottonello, 1994b). En razón de lo anterior este sector también consti-
tuye una franja transicional entre el ámbito prepuneño, al Norte y el de Yungas al Sur.
Los valles orientales se extienden longitudinalmente entre la Quebrada de Humahuaca
y la llanura boscosa chaqueña. Esta franja territorial presenta cadenas de cerros de altura
decreciente hacia el Este, de orientación general Norte-Sur, que orográficamente corres-
ponden a las estribaciones meridionales de la cordillera Oriental, compuesta por los cor-
dones de Sta. Victoria, Iruya y Zenta y en el sector sur por las serranías de Volcán y sus
valles intermontanos. Hacia el Este se encuentran las Sierras Subandinas, en ellas el río
San Francisco recorre la depresión más importante, convirtiéndose en el principal colector
de la cuenca que lleva las aguas hacia el río Bermejo y por lo tanto al Paraná y al Atlántico.
Desde un análisis ecológico, esta región presenta en sus distintos pisos altitudinales las
siguientes formaciones fitogeográficas: de los 500 a los 1600 msnm la Selva de Montaña o
Selva Húmeda, también denominada Subtropical Montana, que en esta zona presenta prin-
cipalmente variedades de Cebil (Anadenthadera macrocarpa); de los 1600 a los 1900
msnm el Bosque Montano o Bosque Templado Nublado, que tiene como especies caracte-
rísticas el Pino del Cerro (Podocarpus parlatorei), Nogal criollo (Juglans Australis) y Cedro
(cedrella sp.); de los 1900 a los 2100 msnm, la franja transicional del Aliso (Alnus jorulensis)
y la Queñoa (Prosopis ferox) y sobre los 2100 msnn, las Praderas Montanas, Pastizales de
altura o Pastizales de Neblina (Cabrera, 1958; Browm y Ramadori, 1989).
Una característica muy importante de la región, que facilita la instalación humana,
radica en el hecho que, a los 23º 80´ se presenta un importante escalón altitudinal que

230
Dinámica de frontera al sud-oriente de la Quebrada de Humahuaca

genera el nacimiento de los ríos Tiraxi y Tesorero y la pérdida general de altura de


toda la cuenca. La franja pedemontana se muestra más extendida y aplanada que en el
sector Central y Norte, los vientos húmedos provenientes del sudeste penetran más
hacia el Oeste y por lo tanto, la formación de Yungas se extiende en esta dirección
hacia la Quebrada de Humahuaca, atravesándola a la altura de la localidad de León, en
lo se denomina Yungas occidentales o empobrecidas (Cabrera, 1958).
Esta particularidad geomorfológica y ecológica genera que en el sector meridional
de la Quebrada de Humahuaca, los recursos propios de los Valles Orientales, caracteriza-
dos por su biodiversidad y riqueza, se encuentren más cercanos y accesibles a la Quebra-
da, como así también a las tierras del borde oriental de la Puna. Esta cercanía se ve
favorecida por las quebradas subsidiarias y transversales de León y Tumbaya Grande.
Los recursos que ofrecen los valles cálidos y húmedos del Este son abundantes y
variados y cubren una gama que abarca tanto bienes suntuarios o de prestigio (destina-
dos a la ostentación social, al ritual y a las prácticas medicinales), como de subsistencia,
que comprenden además del alimento, la materia prima destinada a la confección de
artefactos y al vestido. Entre los primeros podemos mencionar: plumas multicolores,
nueces de Nogal Criollo, pieles vistosas como las de gato montés y yaguareté. Entre los
relacionados con el ceremonial otorgamos principal importancia al cebil (Anadenanthera
collubrina), que crece abundantemente en la región. También abundan las plantas
medicinales y otras especies vegetales útiles como el palo de tinte. Con relación a los
productos de subsistencia se encuentran: maderas duras, calabazas usadas como reci-
pientes, abundantes recursos de caza y recolección (entre la que destacamos la miel); y
productos de siembra como la papa semilla y el maíz, que puede sembrarse en ciclos
anticipados respecto a la Quebrada (michka). Es importante asimismo destacar en la
zona la presencia de la mina denominada actualmente Chorrillos, ubicada sobre la
Quebrada de Jaire, que produce carbonatos de cobre (malaquita v azurita), sulfuros de
cobre (calcosina) y fundamentalmente, cobre nativo (Solís com. pers.).
Por lo expuesto concluimos que el sector meridional de la quebrada de Humahuaca
presenta las siguientes características ecológicas distintivas:

1. Las unidades geomorfológicas de Puna, Quebrada y Valles están más cercanas


entre sí que en cualquier otro sector de la Quebrada, por lo tanto los recursos de
los distintos pisos ecológicos son más accesibles para las poblaciones que
habitan cada uno de ellos.
2. Las condiciones medioambientales del sector meridional de la Quebrada son más
húmedas y templadas por lo que las yungas se extienden hacia el oeste, atravesan-
do el valle del río Grande a la altura de León, acercándose al eje de la Quebrada.
3. Los Valles Orientales, a esta latitud, presentan más superficies aplanadas, favo-
reciendo el cultivo y la circulación entre Tierras Bajas y Tierras Altas.

4. Características de la ocupación humana prehispánica en la región


El registro arqueológico de la quebrada de Humahuaca muestra en el sector Central y
Norte, una densa instalación humana sobre el valle del Río Grande y quebradas subsidia-

231
Mercedes Garay de Fumagalli

rias y una ocupación más escasa y dispersa en los Valles Orientales. En cambio, en el sector
meridional esta situación resulta inversa, en los valles pedemontanos hemos prospectado
y relevado 8 sitios Tardíos e Inka; 2 de inicios de Desarrollos Regionales, El Tinajo y Alto
Cutana (Garay de Fumagalli, 1997) y 1 sitio Formativo, Trigo Pampa, emplazado sobre el
arroyo homónimo, en la localidad de Ocloyas (Garay de Fumagalli, 2003b).
En la misma latitud, sobre el eje de la quebrada de Humahuaca, Volcán es el único
sitio de jerarquía que, según nuestras investigaciones, habría sido cabecera política
de los asentamientos contemporáneos de todo el sector meridional (Garay de Fumagalli,
1995). En base al correlato cronológico, al análisis de los conjuntos artefactuales y al
análisis espacial, consideramos que Volcán fue, desde los Desarrollos Regionales, el
núcleo político que pudo haber controlado la producción y extracción de bienes de
los territorios del Oriente de la Quebrada. A la vez, un eje articulador de los procesos
de interacción con sociedades de las tierras altas occidentales.
Los sitios Tardíos e incaicos de los Valles Orientales comprenden:

1. El Sistema de Asentamiento Tiraxi compuesto por 6 sitios que denotan presen-


cia incaica, con núcleo en API que consideramos destinado a la extracción de
bienes y productos propios de las Yungas.
2. Dos enclaves de frontera que controlan las principales vías de acceso desde las
tierras bajas chaqueñas: el Cucho de Ocloyas, pequeña guarnición ubicada en
las cabeceras del río Ledesma, sobre uno de los caminos de acceso directo a la
quebrada de Humahuaca (el que desemboca en la quebrada de Huajra) y el
Antigal de Tacanas, que controla asimismo, la entrada por la cuenca del río
Negro y su afluente principal, el río Capillas, que conecta con el valle de Jujuy.
3. Mula Barranca, asentamiento poblacional en ladera, adyacente al río Ocloyas
y emplazado 3 km al Sur del Cucho de Ocloyas.

En el presente trabajo hemos focalizado nuestro análisis en los sitios más orienta-
les de la región estudiada, que son el Cucho de Ocloyas, Alto Tacanas y Mula Barran-
ca por considerar que, en los dos primeros, estaríamos en presencia de enclaves de
frontera, controlados por el Tawantinsuyu, que operaron dentro del sistema imperial,
con distintas modalidades y funciones, evidenciando las variadas estrategias de con-
trol espacial, de recursos y personas, que el estado incaico utilizó en los territorios por
él conquistados y en el tercer caso, en presencia de un asentamiento local del período
Tardío, que posteriormente entró bajo control del imperio. (Figura 1).

5. Descripción del Cucho de Ocloyas, Alto Tacanas y Mula Barranca


5.1. Cucho de Ocloyas
Está ubicado a los 65º 20‘ Long. O. y 23º 50´ Lat. S., a 1490 msnm, emplazado sobre
las cabeceras del río Ledesma. Es una pequeña guarnición de frontera que habría sido
destacada por los Incas, para controlar la principal entrada directa desde el Chaco a la
quebrada de Humahuaca. Esta se realiza por las localidades de San Bernardo, San Javier

232
Dinámica de frontera al sud-oriente de la Quebrada de Humahuaca

Figura 1

y sale a la misma por la quebrada de Huajra. Asimismo, pudo haber custodiado la zona
de producción-extracción de Tiraxi, también con presencia de sitios incaicos (Garay de
Fumagalli, 2003a) y asentamientos locales como Mula Barranca, recientemente detec-
tados. El fechado radiocarbónico obtenido GX-32582-AMS 320±40 AP, muy tardío,
indicaría que su instalación pudo deberse a la activación de los movimientos en la
frontera, quizá debido al conflicto originado por el avance hacia el sud-oeste de los
Chiriguanos que generó el endurecimiento de la frontera y la instalación de una línea
defensiva, representada más al norte por las guarniciones de Puerta de Zenta y Pueblito
Calilegua (Raffino, 1993). No obstante lo anterior, sus conjuntos cerámicos, con fuerte
presencia de alfarería decorada por desplazamiento de pasta, muestran que el Cucho
habría mediatizado, asimismo, procesos de interacción con poblaciones de la llanura
oriental mediante intercambio de bienes, de servicios y/o de personas ¿mujeres?, que se
realizaban en estos puestos fronterizos que cumplían funciones no solo defensivas
(Garay de Fumagalli, 2003a). Una situación similar a la planteada para otras fronteras
orientales incaicas (Renard de Casevitz et. al., 1986; Schjellerup, 1998; Pärssinen y
Shiiäinen, 1998; Alconini, 2004).

5.2. Alto Tacanas


También llamado Antigal de Tacanas, está instalado a los 65º 12´ Long. O. y 24º
05´ Lat. S. a 1250 msnm. Es un emplazamiento en altura que controla también una

233
Mercedes Garay de Fumagalli

entrada principal desde el Chaco, en este caso al valle de Jujuy, a través del río Negro-
Capillas-Cucho, pero que a su vez controla visualmente una zona apta para la produc-
ción agrícola y rica en recursos de Yunga (Garay de Fumagalli et al. 2004). Este sitio
había sido estudiado en la década del 80 por Dougherty (1982). Sus investigaciones
le permitieron localizar, además, 5 sitios sobre el cauce del río Capillas y el río Cucho,
todos cercanos entre sí, unos 300 m por debajo del Antigal de Tacanas. Ninguno de
ellos tiene similitudes formales constructivas con dicho Antigal, pero los contextos
cerámicos estudiados presentan en todos los casos materiales de influencia incaica,
por lo que es posible suponer que en algún momento fueron habitados coetáneamente.
También Dougherty recupera materiales decorado en N/R, ordinarios y fragmentos
decorados por desplazamiento de pasta, como así también tiestos de indudable proce-
dencia San Francisco. Aunque no se posean fechados cronométricos, todo ello presu-
pone un complejo proceso de ocupación y preexistencia poblacional en la zona.

5.3. Mula Barranca


Se encuentra localizado a los 65º 12´ Long. O y 23º 56´ Lat. S. El área de recintos
se extiende entre los 1433 mts. y los 1560 msnm. Es un emplazamiento en ladera y los
recintos se asocian a niveles aterrazados. Su patrón constructivo y su emplazamiento
difiere de los dos sitios anteriores, aunque existe conexión visual directa con el Cu-
cho de Ocloyas y los contextos cerámicos presentan algunas similitudes que indican
una instalación, que, en un momento, fue contemporánea a la anterior.

6. Similitudes y diferencias entre Cucho de Ocloyas, Aº Tacanas y


Mula barranca
6.1. Similitudes
Los tres sitios están emplazados a similar altura y a casi la misma longitud. Los dos
primeros dominan visualmente las principales vías de circulación al Chaco, no así
Mula Barranca.
El medio ambiente es similar en todos los casos: valles orientales cubiertos de
yungas, en el piso ecológico correspondiente a la base del Bosque Montano con
presencia de nogales y abundantes mirtáceas.
En cuanto a los contextos cerámicos todos presentan tiestos Inca locales, Angosto
Chico Inciso (ACHI), corrugados y ordinarios con pastas locales. Se asemejan sobre
todo en la cerámica ordinaria y la decorada por desplazamiento de pasta.

6.2 Diferencias
Cucho de Ocloyas: Es una instalación claramente defensiva y de control territo-
rial. Presenta muro perimetral y base de torreones. Este sitio presenta conexiones con
el sur de la quebrada de Humahuaca y con la zona de Tiraxi, por cuanto las pastas no
locales presentan en todos los casos, componentes de filitas-pizarras, de la formación
Puncoviscana (que no existe en la zona, aparece en Quebrada a 10 km de distancia).
Sin embargo, lo más representativo de su contexto cerámico es la llamativa canti-

234
Dinámica de frontera al sud-oriente de la Quebrada de Humahuaca

dad de fragmentos decorados con Corrugados Complejos. También presenta más di-
versidad de tiestos de manufactura alóctona, entre ellos muy importantes los Chicha
Morado y Naranja, Castaños y Rojos muy pulidos correspondientes a platos o escudi-
llas incaicas y fragmentos muy micáceos de pastas finas de vasijas pequeñas (14%).
Oportunamente hemos interpretado estos conjuntos como posible producto del tras-
lado de mitimaes a este enclave en el contexto de una estrategia estatal de afirmación
de la frontera oriental (Cremonte, Garay de Fumagalli y Sica, 2003).
Antigal de Tacanas: No presenta muro perimetral, pero pudo haber desaparecido
por la erosión. Los contextos cerámicos son más monótonos que los del Cucho de
Ocloyas. La petrografía es local, igual que en el Cucho, pero no hay tiestos con filitas-
pizarras de las rocas granitoideas propias de la formación Puncoviscana. Los litoclastos
son de basalto porfírico o andesitas porfíricas, o sea provienen de volcanitas. Por lo
tanto las piezas en N/R o Inca-Paya que se recuperaron en el sitio, no son provenientes
del Sur de la quebrada de Humahuaca. Pueden ser locales o provenientes de otros
sitios cercanos al valle de Jujuy. Este sitio podría ser Bajo La Viña, sobre el que se
están desarrollando investigaciones (Kulemeyer, et. al. 1997). Consideramos, por lo
tanto que podría haber formado parte de otra esfera de interacción o control estatal
que involucró al Valle de Jujuy y a sitios orientales ubicados a la misma latitud, en las
cabeceras del río Negro.
Mula Barranca: El patrón de instalación difiere de los anteriores, es más disperso,
consiste en conjuntos de dos o tres recintos restringidos, asociados a otro de mayor
tamaño. No presenta rasgos que lo hagan relacionar con un sitio defensivo. Las técni-
cas constructivas también son diferentes, los muros están realizados con grandes blo-
ques que se van trabando entre sí y que aparentemente sostuvieron paredes y techo de
material perecible, aunque el tamaño y la forma –rectangular de ángulos redondea-
dos- es similar a las del Cucho de Ocloyas.
Los contextos cerámicos presentan una proporción, relativamente alta, de alfare-
ría decorada en negro sobre rojo de líneas gruesas, adscribibles a los contextos Tar-
díos de la quebrada de Humahuaca, acompañados, como en todos los sitios orientales,
por una alta proporción del estilo Angosto Chico Inciso (ACHI) y de cerámicas ordi-
narias con antiplástico de pórfiros basálticos, de origen local. Esta alfarería, se aseme-
ja a la de Alto Tacanas en el uso de antiplástico proveniente de volcanitas locales y se
diferencia del Cucho de Ocloyas dado que en éste aparecen más cerámicas propias de
la quebrada de Humahuaca (realizadas con antiplástico de pizarras y filitas, prove-
nientes de la formación Puncoviscana), cerámica Chicha y los Corrugados Comple-
jos. El hecho que en Mula Barranca, a solo 3 km del Cucho de Ocloyas, no aparezcan
estos conjuntos de corrugados, ratificaría la hipótesis que dichos conjuntos obedece-
rían a la presencia de especialistas de frontera, trasladados por el imperio, en momen-
tos posteriores a la instalación de Mula Barranca en la zona.

7. Análisis del contexto arqueológico de la frontera suroriental


En un espacio territorial limitado y con características ecológicas similares, con dife-
rencias propias de sus distintos pisos altitudinales, detectamos tres sitios arqueológicos
que muestran distinto tipo de presencia o influencia incaica. A escasos 40 km entre sí, dos
sitios de similares características y emplazamiento, presentan diferencias que remiten, por

235
Mercedes Garay de Fumagalli

una parte a la existencia de población preexistente y por otra a las necesidades puntuales
y estrategias de control del imperio incaico en la región. En el caso del Cucho de Ocloyas,
el emplazamiento se habría realizado con el objetivo claro de controlar, mediante contin-
gentes especiales, posiblemente mitimaes militares, la frontera oriental. Estos habrían
tenido, a su vez, la función de absorber y canalizar las interacciones con los grupos
provenientes del Chaco, «amortiguando», de esta manera, el posible impacto de estas
poblaciones sobre las instaladas en la quebrada de Humahuaca.
En cuanto a Alto Tacanas, no queda aún en claro la funcionalidad específica
mostrando diferencias con el Cucho de Ocloyas. No podemos afirmar todavía que su
fin fuera solo defensivo, aunque su emplazamiento en un sitio de difícil habitabilidad,
indica que dicho emplazamiento se relaciona con situaciones de conflicto, tanto si la
función fue la de esconderse, como la de controlar a otras poblaciones, seguramente
provenientes del Chaco. Observamos, asimismo, que esta ocupación se realizó en una
zona apta para la producción agrícola (lo que debe haber sido importante para su
instalación), como así también para la extracción de recursos de yungas. Esta debe
haber sido la razón que generó la existencia de poblaciones locales preexistentes al
dominio incaico en el lugar.
En cuanto a Mula Barranca, descubierto muy recientemente y en plena etapa de
estudio, consideramos que fue un núcleo poblacional habitado durante los Desarro-
llos Regionales, anterior a la instalación del Cucho de Ocloyas (que es un sitio muy
tardío). Sin embargo, la presencia de cerámica inca regional, como los tiestos
espiralados de línea fina Negro sobre Rojo, indicarían que el sitio recibió influencia
incaica. Este sitio correspondería a la ocupación del espacio oriental, previo a la
llegada de los inkas, espacio que luego fue reorganizado, bajo estrategias y mecanis-
mos estatales, a partir del siglo XV.

8. Comentarios finales
Nuestras investigaciones nos llevan a retomar conceptos de otros autores que han
trabajado la frontera oriental del Tawantinsuyu como Renard de Casevitz, Saignes,
Schjellerup, Alconini, Pärssinen y Shiiäinen y a destacar que, como sucede en los
Andes Centrales y Meridionales, los valles sudorientales de Jujuy han sido territorios
de frontera, donde se desarrollaron procesos seculares de contacto interétnico, desde
el Formativo regional hasta la llegada de los Inkas. Estos últimos modificaron, de
acuerdo a sus intereses regionales, las pautas de uso y explotación de la tierra y
posiblemente, la composición étnica de la población de los valles, por la presencia de
mitimaes, proceso que continuó con la llegada de los españoles a la región.
Esta situación ha derivado en contextos arqueológicos que reflejaron los cambios y
discontinuidades de esta especial dinámica poblacional, social y económica. Sin em-
bargo, los rasgos que caracterizan dichos contextos, muestran una serie de regularidades
y recurrencias derivados de un comportamiento local ideosincrático, que se ve refleja-
do, a nivel material, en las modalidades tecnológicas, la manufactura y los tipos de
pastas presentes y en los particulares patrones decorativos de sus estilos cerámicos.
Estos rasgos a los que aludimos, están representados en la alfarería decorada por
desplazamiento de pasta y fundamentalmente en lo que Madrazo (1970) llamó el

236
Dinámica de frontera al sud-oriente de la Quebrada de Humahuaca

Complejo Estilístico Angosto Chico Inciso (ACHI). En todos los sitios pertenecientes
a los Desarrollos Regionales e Incaicos estudiados en el área pedemontana de Jujuy,
se encuentra presente dicho Complejo Estilístico. El mismo está representado en
general, en alfarerías asociadas a ámbitos domésticos y presenta en alta proporción,
restos de hollín. A pesar que se ha recuperado también en los yacimientos de la
quebrada de Humahuaca, en los sitios orientales tiene una representación estadística
mucho mayor. Es de destacar, en este análisis, que Volcán es el yacimiento quebradeño
en el que tiene mayor incidencia este estilo. El mismo está ubicado en el sector
meridional de dicha quebrada y en otros trabajos hemos considerado que fue el nú-
cleo político desde el cual se organizó, durante el Tardío, la ocupación y explotación
de los Valles Orientales de Jujuy (Garay de Fumagalli, 2003a).
Ottonello (1994a), tras analizar las características y dispersión geográfica del ACHI,
recupera consideraciones ya realizadas por Dougherty (1974), proponiendo, como hi-
pótesis, la posible relación entre el estilo San Francisco Ordinario y su derivación en el
estilo Angosto Chico Inciso y, por lo tanto, la procedencia oriental de esta alfarería.
Si bien no es posible, en el estado de nuestras investigaciones, validar esta hipóte-
sis, si podemos confirmar que, a medida que se realizan nuevos estudios en el área
pedemontana, la presencia del ACHI se va perfilando como un estilo local, con amplia
dispersión y presencia permanente en los yacimientos trabajados.
Retomando los planteos que originaron este trabajo, planteamos que la ideosincracia
de los contextos arqueológicos de los Valles Orientales, representada, entre otros rasgos
por la presencia recurrente del ACHI, estaría indicando seculares procesos de ocupación
humana en los mismos; una dinámica de interacción muy activa con poblaciones del
Oriente y de la Quebrada; la reorganización de este espacio de frontera bajo las políticas
estatales incaicas y, como consecuencia de lo anterior, el desarrollo de procesos de
etnogénesis que otorgaron a sus habitantes conductas peculiares y distintivas, refleja-
das en la cultura material que recuperamos mediante el trabajo arqueológico.

Agradecimientos
A las familias Tarifa y Kingard, por confiar en nosotros y permitirnos trabajar en sus
tierras. Al Lic. Luis Laguna por contribuir con su experiencia y conocimiento a las tareas
de campo. A los alumnos Federico Castellanos, Anibal Villaroel y Martín Arjona por su
compromiso y sacrificio en las complejas tareas de campo en los Valles Orientales.

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240
Imágenes de los metales en los Valles Calchaquíes
durante los siglos XVI-XVII
Geraldine A. Gluzman
Museo Etnográfico J. B. Ambrosetti, Buenos Aires
Contacto:ggluzman@gmail.com

«Salimos perdiendo... Salimos ganando...


Se llevaron el oro y nos dejaron el oro...
Se llevaron todo y nos dejaron todo...
Nos dejaron las palabras»
Pablo Neruda. Confieso que he vivido (1974)

Introducción
Al arribo de los españoles a América, muchas de las sociedades indígenas de los
Andes manejaban sofisticadas técnicas de elaboración de bienes de metal, las cuales
incluían la modalidad de fundición por cera perdida de aleaciones binarias y ternarias.
Los objetos metálicos, en su mayoría de carácter ornamental y profusamente decora-
dos, constituían símbolos de estatus social y de poder político y religioso. Para los
europeos que llegaban a la región andina, los metales implicaban una manera de
enriquecimiento rápido y el éxito social asegurado. De este modo, dos concepciones
disímiles sobre una misma «riqueza», la local y la europea, se pusieron en contacto y
lejos de mantenerse cristalizadas fueron alimentándose recíprocamente. En este traba-
jo se analizarán estas perspectivas en un caso de frontera, los Valles Calchaquíes en el
Noroeste Argentino (Figura 1). En el contexto de conflicto permanente y de amenaza
de guerra entre españoles e indígenas que se produjo en esta región, se habrían gene-
rado «creencias de frontera», lo cual implica trascender la idea de frontera como una
línea que divide un espacio seguro de otro a conquistar por medio de la fuerza para
considerarla también como un espacio de conquista organizado a partir del movi-
miento y de los cambios donde, como todo nuevo y desconocido territorio, se carac-
teriza por la aventura, la ambigüedad, lo indefinido y transitivo.
Teniendo en cuenta estas articulaciones, nos proponemos evaluar cómo el imagina-
rio español sobre las riquezas metalíferas y la cantidad real de metales fue decisivo en
los procesos de expansión colonial en el valle, así como también observar cómo los
conocimientos sobre la localización de minas por parte de los españoles pudieron estar

241
Geraldine A. Gluzmán

limitados como resultado de las estrategias de los nativos para impedir su usufructo.

Figura 1. Mapa de los Valles Calchaquíes.

Metales para las deidades, metales para intercambio mercantil


Sin duda uno de los aspectos más sobresalientes de lo que se ha denominado
«encuentro de dos mundos» sea la confrontación de los diversos modos de observar la
riqueza minera entre las sociedades americanas y la europea. No se trataba únicamente
de una cuestión de percepción sino también de los fines a los que ésta estaba destina-
da.
Para las sociedades andinas, el metal constituía uno de los medios más adecuados
para acercarse a los dioses, lo cual en última instancia implicaba una particular moda-
lidad de interacción entre los hombres. Como tecnología de poder estaba orientada a
trasmitir mensajes de diferenciación social y de status político y religioso. En la
región de los Andes Septentrionales (Colombia, Ecuador y sierra y costa Norte de
Perú) la tecnología metalúrgica se orientó hacia la orfebrería empleando aleaciones
binarias (plata-oro, plata-plomo, cobre-plata, oro-cobre) y terciarias (oro-plata-co-
bre), mientras que en sector meridional (Norte de Chile, NOA, Bolivia, Sur de Perú)
predominaron las aleaciones de bronce estannífero y arsenical. Se empleaban comple-
jas técnicas de colada, destacándose la modalidad de fundición por cera perdida. En
el caso del Noroeste Argentino, la actividad metalúrgica fue desde inicios del estable-
cimiento de las aldeas agroalfareras, una de las principales producciones materiales y
simbólicas. La tecnología metalúrgica estuvo encauzada hacia la confección de bie-
nes empleados en actividades no cotidianas, en muchos casos relacionadas con even-
tos religiosos que atraerían centenares de personas y con ajuares mortuorios. Por tal
motivo, los metales eran materias primas óptimas para legitimar una ideología favora-
ble a los grupos de poder. A diferencia del trabajo sobre otros materiales como la
piedra, en la región andina los artefactos en metal no hacen su aparición como bienes
pensados en facilitar actividades de subsistencia. Los bienes de metal decorados, por

242
Imágenes de los metales en los Valles Calchaquíes durante los siglos XVI-XVII

las características de su producción y las vinculaciones del material con el universo


mítico panandino, resultaron particularmente adecuados para servir a la demarcación
de status diferenciales (González, 2002). Los objetos de prestigio metálicos, actuan-
do como símbolos religiosos, transmitían mensajes sobre el orden social y de este
modo lograban la materialización (De Marrais et al., 1996) de la ideología como un
mecanismo de cristalización de dicho orden. A través de la religión se naturalizaba la
vida social, ya que los ritos simulan operar sobre la naturaleza y la sociedad, pero en
realidad actúan sobre sus representaciones (García Canclini, 1986:190).
Con el fin de lograr acercarse los diversos tipos de lógicas de los valores que un
bien pueden poseer, Jean Baudrillard distinguía: a) lógica funcional del valor de uso;
b) lógica económica del valor de cambio; c) lógica del cambio simbólico y d) lógica
del valor/signo (Baudrillard, 1974:56). Las dos primeras clases de valor tienen que
ver principalmente con la base material de la vida social, mientras que los dos últimos
tipos se refieren a los procesos de significación cultural (García Canclini, 2004:34).
En relación con estas lógicas, es posible considerar que la gran mayoría de los
objetos metálicos ornamentales en las sociedades andinas, poseían un valor de uso
otorgado en los contextos de festividades y de ostentación social y es posible consi-
derar que, al menos la mayoría de éstos, carecían de valor monetario formal en un
mercado. Pero asimismo, en el estudio de los metales andinos, es factible destacar
otros dos tipos de valores, signo y símbolo (Baudrillard, 1974). El valor signo hace
referencia al conjunto de connotaciones e implicaciones simbólicas, conectadas a un
objeto. Los bienes decorados en metal poseían connotaciones de asociación a las
deidades tutelares, al tiempo que, a diferencia de otros bienes, su elaboración requería
de una compleja cadena productiva que involucraba operarios especializados y de la
posibilidad de aprovisionamiento de los recursos primarios. Es decir, los objetos
poseían un valor signo, relacionado con su proceso productivo complejo y de consu-
mo segregacional. Asimismo, los objetos podían poseer un valor símbolo, vinculado
al regalo de los mismos, situación que los tornaba intercambiables con ningún otro y
generaba valor simbólico diferente del valor signo. En su manipulación en la vida
social, interactuaban estos tipos de lógicas, y durante el despliegue de festividades se
ponía en juego un sistema de dones y contradones entre los líderes y las deidades y
entre éstos con el resto de la sociedad.
En el imperio inca, parafernalia ritual y bienes de estatus, producidos en diversos
puntos del territorio, eran transportados al Cuzco y luego redistribuidos entre los
líderes locales. El objetivo era que el valor de los mismos aumentara por entrar en
contacto con la divinidad del Inca y la capital imperial (Morris, 1986:64). Este accio-
nar otorgaba a las piezas un valor signo, superior a aquél que era producido localmen-
te pero redistribuido en el ámbito local. En caso de ser entregado a estos líderes
durante ceremonias o el ser parte integral de rituales auspiciados por el incanato, se
acreditaba a los objetos además un valor símbolo. Como regalo o don, poseía una
carga simbólica diferente, que, a su vez generaba lazos permanentes de reciprocidad
entre las partes.
Para los ibéricos de los primeros siglos de la conquista, el metal constituía princi-
palmente un valor de cambio, en especial los metales preciosos. Esto implicaba que
funcionaban como mercancía y resultaban como moneda en sentido económico. Sin
embargo constituían además un valor de uso, de símbolo y de signo, como por ejem-

243
Geraldine A. Gluzmán

plo mediante la connotación de riqueza por medio de la elaboración de objetos de


prestigio (joyas, adornos) y despliegue de regalos. En América, la conquista española
estuvo ampliamente direccionada por la búsqueda de metales primero y más tarde la
explotación metalífera. El anhelo de enriquecimiento y acceso al poder fueron asocia-
dos a los metales preciosos para la gran mayoría de los conquistadores así como para
la monarquía española que autorizaba sus expediciones (Fisher, 2000), y en este
sentido, los minerales poseían valor signo asociado a su proceso de búsqueda y adqui-
sición. Como resultado de esta política económica, en la América española, se desple-
garon dos tempranos centros de explotación de bienes metálicos argentíferos, de
importancia por su alto rendimiento y capacidad de organización de la mano de obra:
la zona de Potosí y la de Nueva España en México, hacia 1545 y 1560 respectivamen-
te. El enorme caudal de plata que recibió el Viejo Mundo de América fue destinado
principalmente a la acuñación de moneda, lo cual se tradujo en la fundición de ines-
timables cantidades de bienes americanos y explotación de menas metalíferas. De este
modo, la vida económica mundial estuvo dominada por los envíos de metales a Euro-
pa: la cantidad de oro y plata trasportada en forma legal desde América superó el 77%
de la suma de las exportaciones durante tres siglos (Rodríguez Molas, 1985:25). En
este contexto, el oro y la plata no eran materiales sagrados sino bienes duraderos y
escasos y que constituyeron la base del crecimiento económico europeo.
En el área andina los españoles se asombraron no sólo por la riqueza en términos
de metales preciosos sino de la maestría de los artesanos. Pronto algunos conquista-
dores llegaron a creer que El Dorado, finalmente había sido descubierto. Fue enton-
ces, desde los primeros contactos con las poblaciones locales que la fiebre del oro y la
plata se instaló en forma definitiva, también, en América del Sur.
Al mismo tiempo, hubo poco interés por el cobre, pobremente explotado por los
españoles para esta época y destinado sobre todo a satisfacer necesidades cotidianas
dentro de América Hispana:

«al presente labran algunas destas (sic) minas [de cobre] los españoles sacando dellas
(sic) todo el cobre que se consume en Indias y alguno que se lleva a España. Todo el
cobre deste (sic) reino del Perú es muy fino, señaladamente lo que se saca en […] lo del
reino de Chile, de donde se trae a esta ciudad de Lima todo lo que se gasta en ella en
fundir artillería, campanas y todos los demás usos en que sirve, así de instrumentos
como de medicina» (Cobo 1964, I:151 en Morssink, 1993:78).

Mientras que la extracción del cobre fue una práctica metalúrgica de importancia
y envergadura para el Estado inca, ya que la mayoría de su producción material era en
bronce, la alusión española a ésta, y al estaño, es escasa. Éstos bienes, si bien poseían
valor de uso (y de cambio), carecieron de importancia económica trasatlántica y de
valor signo y símbolo.
De este modo, los grupos andinos y los conquistadores ibéricos percibieron y
aprovecharon de diversos modos las riquezas mineras que ofrecía la región, lo cual se
tradujo en la explotación ibérica de mano de obra indígena barata y en la creación de
nuevas creencias sobre las mismas. Entendemos que se fueron gestando en las fronte-
ras con los territorios no conquistados estas creencias, que se fueron retroalimentando

244
Imágenes de los metales en los Valles Calchaquíes durante los siglos XVI-XVII

en un espacio liminalmente significativo en sentido simbólico y material. En el con-


texto económico político de la Gobernación del Tucumán, los valles Calchaquíes
pudieron haber constituido un verdadero ámbito de frontera cognitiva y material.

Opiniones españolas sobre la propiedad de los metales preciosos


Resultado de la concepción sobre los metales preciosos como valor de cambio,
desde los inicios de la conquista americana los ibéricos buscaron legitimar su derecho
de usufructo y propiedad. En líneas generales subyacía un intento de justificación de
la apropiación de los recursos por los españoles, sin tener en cuenta los costos de
explotación de la mano de obra indígena. Estas opiniones estuvieron, no obstante,
condicionadas por el rol de cada actor dentro de la sociedad. A modo de ejemplo se
citarán algunas de estas percepciones, las cuales fueron decisivas en las acciones de la
Corona española y pueden ser generalizables al pensamiento ibérico dominante.
El Licenciado Juan de Matienzo de Peralta, Oidor de la Real Audiencia de los
Charcas, observa que:

«… comparemos lo que los españoles reciben y lo que dan a los indios, para ver quién
debe a quién: démosles doctrina, enseñámosles a vivir como hombres, y ellos nos dan
plata, oro, o cosas que lo valen…».

Y más adelante agrega

«pues, ¿qué otra cosa diremos que nos han dado los indios por cosas tan inestimables
como les hemos dado, sino piedras y lodo? Mayormente, que como bárbaros no usaban
la plata para con ella comprar las cosas necesarias, y si algo les aprovechaba, era para
hacer de ella y del oro vasos para beber, y esto a los Incas solamente y algunos caciques
a quien ellos daban para ello licencia […] todo esto se dice para probar que son muy
debidos los tributos a los españoles» (Matienzo, 1967 [1567]:43 y 44).

López de Gomara alude que «... estos metales no se utilizan como moneda -que es el
uso propio de ellos y la verdadera manera de aprovecharlos» (en Romano, 1978:131-
132).
Desde la opinión de las autoridades virreinales como eclesiásticas y desde el
grupo de conquistadores (así como también encomenderos y comerciantes) la propie-
dad de la riqueza es de España y sus hombres. Desde los más variados sectores se
expone el verdadero sentido de la conquista: la sabiduría del eterno Señor ha coloca-
do abundantes minas en América (Rodríguez Molas, 1985:67). En estas concepciones
impera la noción de valor de cambio de los metales preciosos, y es precisamente la
falta de este valor entre las sociedades andinas, entendidas como incivilizadas, lo que
legitima la apropiación por la Corona Española.
El padre de la Compañía de Jesús, José de Acosta agradecía la posibilidad de la
evangelización de los naturales del Perú a los mercaderes y soldados que reconocían la

245
Geraldine A. Gluzmán

tierra atraídos por su riqueza: «que haya mercaderes y soldados con el calor de la codicia
y del mando, busquen y hallen nuevas gentes» (en Rodríguez Molas, 1985:67). Por otro
lado, según los comentarios de Lozano, el rey Carlos V «por su religión verdaderamente
española no reparaba en gastos para que se propagase su fe...» (Lozano, 1874, III: 24).
El dominico Fray Reginaldo de Lizárraga admitía que

«... nuestro Señor no puso el oro y la plata sino en tierras inhabitables; el oro por la
mayor parte por el calor y la plata por el mucho frío, porque los hombres se contentasen
con poco; mas la soberbia humana y codicia, lo inhabitable, como haya oro o plata, lo
hace habitable» (Lizárraga, 1999 [1595-1607]: L. II, 365).

Desde esta perspectiva eclesiástica, la codicia era el motor de la conquista, pero


detrás de estos comentarios no hay una crítica a las condiciones de trabajo indígena
(cf. Lozano, 1970 Vol. I: 2).
Sin embargo, la explotación de minerales precisos también constituía un valor de
signo para lo Corona española y conquistadores americanos. Lizárraga comentaba
hacia el último cuarto del siglo XVI que:

«Este cerro es conocidísimo entre mil que hubiera; parece que la naturaleza se esmeró
en criarle como cosa de donde tanta riqueza había de salir; es como el centro de todas
las Indias, fin y paradero de los que a ellas venimos. Quien no ha visto a Potosí no ha
visto las Indias. Es la riqueza del mundo, terror del Turco, freno de los enemigos de la
fe y del nombre de los españoles, asombro de los herejes, silencio de las bárbaras
naciones. Todos estos epítetos le convienen. Con la riqueza que ha salido de Potosí
Italia, Francia, Flandes y Alemania son ricas, y hasta el Turco tiene en su Tesoro
barras de Potosí, y teme al señor de este cerro, en cuyos reinos corre aquella moneda;
los enemigos del magno Felipe y de los brazos españoles y de su cristiandad, en trayen-
do a la memoria que es señor de Potosí, no se atreven a moverse de sus casas» (Lizárraga,
1999 [1595-1607]: L. I:184, remarcado de la autora).

Contraparte de esta continua búsqueda de minerales, rápido enriquecimiento mone-


tario y ascenso social, es la visión de las sociedades andinas. Guamán Poma de Ayala
simbolizó la dicotomía valor de uso - valor de cambio de los metales en las cosmovisiones
andinas y europeas a través de una conversación entre un indígena y un español donde
el último comenta que los españoles se alimentan de oro y plata (Figura 2):

«y preguntó al español qué es lo que comía; responde en la lengua de español y por


señas que le apuntaba que comía oro y plata. Y así dio mucho oro en polvo y plata y
vajillas de oro» (Guamán Poma de Ayala, ([1615] 1980: 343).

Esta representación además da cuenta de la interacción entre las creencias, las cuales
fueron gestándose a partir de dos formas opuestas de ver la misma riqueza. Esta percep-
ción no se trataría simplemente de una construcción intelectual de un mestizo descen-

246
Imágenes de los metales en los Valles Calchaquíes durante los siglos XVI-XVII

diente de la nobleza inca, sino también el reflejo de la existencia de un imagi-nario


popular (Lorandi, 1997) dentro de la coyuntura del siglo XVII que éste recupera. Tam-
poco se ajustaba a un simple ejercicio de la memoria histórica, sino que subyace una
reformulación espontánea frente a la nueva realidad: no aceptaba «este» mundo al
revés; por el contrario, sus crónicas tenían un claro sentido de lucha y reivindicaciones,
más allá de las naturales contradicciones derivadas de la doble pertenencia a la sociedad
colonial e india de este escritor (Pizarro, 1997). Como sostiene esta autora, estas cróni-
cas permiten abordar la producción de un discurso sobre el poder que refleja la
cosmovisión local en tanto articulada en un contexto regional y mundial (Pizarro,
1997). Esta cuestión es de especial importancia si se tiene en cuenta la dificultad de
recuperar las voces de los distintos grupos locales en lo que hace a la metalurgia y al
intento de explotación de las minas por los europeos. Además disponemos de referen-
cias, que si bien permeadas por el discurso español, aluden a dichos y expresiones de los
indígenas locales en relación con la explotación europea de los minerales americanos.
Figura 2. Encuentro entre españoles y los incas
(tomado de http://www.kb.dk/permalink/2006/poma/info/es/frontpage.htm)

Mitos y realidades sobre la distribución natural de los metales


A lo largo del proceso de conquista y colonización del NOA, podemos distinguir
tres momentos que se sucedieron en el tiempo en donde es recurrente la referencia sobre
la presencia en la región de metales preciosos. En las primeras crónicas vemos una fuerte
mención sobre su explotación en tiempos incaicos y empleo de mitimaes en las tareas
organizacionales. Es importante preguntarse si hubo impacto en estas descripciones de

247
Geraldine A. Gluzmán

las pertenecientes a los yanacona (servidores directos del Inca o de otras autoridades
imperiales) del altiplano que guiaron la primera entrada al NOA, a cargo de Diego de
Almagro. En este sentido, «los cronistas iniciales crearon una nueva geografía a lo que
podríamos agregar que ésta primero reproduce y se adapta a la invención del espacio
previamente efectuado por los incas» (Lorandi et al., 1997:213). Por otro lado, a desta-
car es que el oro y la plata eran considerados de propiedad «natural» del Inca. Al
respecto Herrera declaró que Diego de Rojas en el Tucumán halló «una buena acogida,
como era natural, porque el español había heredado los derechos del Inca» (en Lafone-
Quevedo, 1888: 25, bastardilla de la autora), lo que indica especialmente derechos
sobre el oro y la plata. Las expediciones tempranas de Juan Díaz de Solís y Sebastián
Caboto provenientes del Océano Atlántico tuvieron influencias decisivas en estas dos
primeras entradas al territorio argentino (ver adelante).
Luego, con el mayor conocimiento de la región comienzan a desarrollarse nuevos
objetivos de exploración, basados en las referencias de los grupos locales y de los
españoles que avanzaban en el territorio. Las expectativas de encontrar minerales
explotados por los incas no se abandonaron y se mantuvo la búsqueda de regiones
que, como la de los Césares, no estaban basadas en el supuesto conocimiento de la
zona sino que provenían de viejas creencias y dichos.
Oro y plata fueron importantes además en determinadas circunstancias dentro del
desarrollo social de la gobernación: momentos relacionados con aumento de conflic-
tos dentro de una sociedad plural en continuo estado de alerta. De los tres períodos de
violencia sucedidos por momentos de pacificación que se dieron en el área de los
valles Calchaquíes (1560-63; 1630-43; 1559-65), debemos considerar especialmente
los dos últimos, conocidos como «El gran alzamiento de 1630-1643» y «La última
rebelión calchaquí», la cual trajo como consecuencia la desnaturalización de las
poblaciones calchaquíes. En estos momentos resurgió la idea de ocultamiento indíge-
na de información y posesiones metálicas.
Si bien la explotación de minerales no condujo directamente los sucesos en la
Gobernación de Tucumán, su búsqueda fue un importante impulsor de las empresas
privadas y colectivas que guiaron a las primeras entradas hasta la colonización efec-
tiva del NOA. Esto queda demostrado en la lectura de los documentos de la región,
donde la información referida a metales preciosos es escasa pero continua, vaga y
poco precisa, «y cuando aparece, sólo es para inducir a las autoridades de España a
que se encomienden nuevas conquistas…» (Levillier, 1955:227).
Esta cuestión conduce a plantearse el impacto que tuvieron los modos de ver una
nueva realidad, es decir a preguntarse por el interjuego entre la distribución natural de
la riqueza con la manera de interpretar esa distribución. ¿Los metales fueron parte de
una situación concreta o simplemente un espejo de los anhelos de los europeos en
América? En este contexto es de importancia reconocer que los mitos formaban parte
del bagaje científico de la cristiandad europea (De la Riva, 1991), constituyendo un
modo de explicar -y de enfrentarse cognitivamente- al mundo nuevo que observaban. A
estas «fantasías» hay que sumarle la ambición material, lo que condujo a la difusión de
los antiguos mitos europeos, y a la readaptación y asimilación a aquellos americanos.
Guamán Poma de Ayala comenta, en referencia a la vuelta de los españoles al
Viejo Mundo,

248
Imágenes de los metales en los Valles Calchaquíes durante los siglos XVI-XVII

«de cómo llegó este dicho Candia [español] con la riqueza a España con todo lo que
llevó y publicó de la tierra y riquezas. Y dijo que la gente se vestía y calzaba de todo oro
y plata y que pisaba el suelo de oro y plata y que en la cabeza y en las manos traía oro
y plata» (Guamán Poma de Ayala, [1615] 1980:343).

Esta cita refleja el modo en que los españoles se acercaban a la realidad que
intentaban explicar a sus pares y fundamentalmente a la Corona que otorgaba los
títulos de las empresas de conquista.
Por otro lado, a medida que los peninsulares entraban en relación con la nueva
realidad, las viejas fábulas europeas eran sustituidas por nuevas debido al contacto
con los pobladores locales como por la misma acción exploradora (De la Riva, 1991).
De este modo, se conjugaban las creencias originadas en la Europa Medieval con la
presencia fáctica de piezas en oro y plata en uso a la llegada española en toda región
andina: el español llega entonces a considerar que el metal precioso está en todas
partes, aunque en todas las ocasiones permanece oculto por los indígenas (Blanco-
Fambona, 1919). Frente a este contacto cultural, los mitos en América durante la etapa
de descubrimiento pueden ser divididos en tres tipos (De la Riva, 1991:331): leyen-
das europeas (tales como la leyenda de las Amazonas, la fuente de la Eterna Juventud
y la Antilia); mitos americanos o mestizos (como Eldorado y Cibola), y finalmente
fábulas generadas por los propios conquistadores (Ciudad de los Césares y la Sierra de
la Plata). Tanto la leyenda de Eldorado, mito áureo por excelencia, la de los Césares y
la Sierra de la Plata, máxima expresión de un mito argentífero tuvieron incidencia en
las grandes expediciones a nuevos territorios, en donde permanecía el anhelo de que
junto a su descubrimiento, se lograría fama y riqueza sin límites.
Siguiendo a Ana María Lorandi para los recién llegados, lo maravilloso oculto tras
lo desconocido seguía ejerciendo una atracción siempre renovada.

«Tal vez una frase resuma ese sueño: de campesino a señor, esa fue la verdadera utopía
de cada europeo que llegaba al Nuevo Mundo, para quienes no había fronteras claras
entre la leyenda y la realidad» (Lorandi, 1997:61).

La conjunción de los «espejismos» europeos junto a las creencias y conocimien-


tos de los indios pudieron haber tenido diversos orígenes. En gran parte es factible
que las historias sobre la existencia de metales preciosos fueran exageradas por los
indígenas que, viendo el ansia temprana de oro, las usaran como un modo de alejar a
los españoles de su propia sociedad fomentando la búsqueda de tesoros ocultos aleja-
dos y de difícil acceso. Tampoco se debe dejar de contemplar la posibilidad de que
estas creencias fueran reforzadas o fomentadas por aquellos españoles ya acomodados
como una estrategia de eliminar competencias molestas de sus zonas de acción o que
estas historias fueran ensalzadas por españoles que buscaban la capitulación de em-
presas apoyadas financieramente por la Corona. Es el caso de Pedro Bohórquez en los
valles Calchaquíes (Gluzman, 2006). En otros casos, como El Dorado, el oro constitu-
yó un mecanismo para el intercambio con los europeos. Sus primeras noticias son tras
la fundación de San Francisco de Quito (mediados del siglo XVI) cuando los muyscas
piden ayuda a los invasores españoles para enfrentarse a los chibchas. En esta ocasión

249
Geraldine A. Gluzmán

se relató que en la tierra de los muyscas había grandes cantidades de oro y que dentro
de las ceremonias había un

«...hombre dorado y su séquito que entraba en unas balsas de juncos y en medio de la


laguna1 arrojaban sus ofrendas con ridículas y vanas supersticiones. La gente ordina-
ria llegaba a las orillas y vueltas las espaldas hacía su ofrecimiento porque tenían por
desacato el que mirara aquellas aguas persona que no fuese principal y calificada.
También es tradición muy antigua que arrojaran en ella el oro y las esmeraldas» (Fray
Alonso de Zamora, en Gandía, 1946:118).

Esta ceremonia constituía aquella relacionada a la designación del cacique muysca.


En la historia de la conquista del NOA, los españoles se movieron llevando consigo dos
grandes fantasías íntimamente relacionadas, expresadas en términos de la ciudad de los
Césares y la Sierra de la Plata. Vemos así que en lo que hace al territorio argentino la
búsqueda de metales preciosos no sólo estuvo impulsada por los conflictos políticos y
económicos en los Andes Centrales sino que otras expediciones provenientes desde la costa
del Océano Atlántico, estaban interesadas en el mismo tipo de descubrimiento. De este
modo se hace necesario observar los acontecimientos en el NOA sobre la base de las regiones
que previa o paralelamente comenzaron a reconocerse, en particular desde la cuenca del Río
de la Plata, y cómo influyeron entre sí estos desplazamientos conquistadores.
El mito sobre la sierra de la Plata se origina cuando Juan Díaz de Solís inició una
exploración hacia el sur del Océano Atlántico (1515) con el objetivo de hallar un paso
que comunicase los océanos Pacífico y Atlántico. En esta ocasión el contacto con
indígenas de la cuenca del Río de la Plata llevó al conocimiento que más al norte
existían tierras con oro y plata en donde había guerreros con plateadas armaduras. Pudo
haberse tratado del NOA y sur de Bolivia o incluso de áreas andinas más septentrionales.
Tras la muerte de Solís por los indios guaraníes, se generó una nueva expedición en
búsqueda de las noticias sobre riquezas. Alejo García, portugués que actuaba como jefe
de la expedición se habría encontrado con indios chané que le ofrecieron objetos en oro
y plata (Gandía, 1955). Pero debió volver por el ataque de los indios. Si bien la campaña
terminó en un fracaso, la curiosidad y ansia de metal generaron y dispersaron la leyenda
de la «sierra de la Plata» y años más tarde Sebastián Caboto (1526) envió a Francisco
César a seguir la ruta de la expedición de Solís, quien refuerza el mito. Francisco César
salió con catorce hombres en 1529 desde el fuerte Sancti Spiritu para explorar los
alrededores, y atravesado la actual provincia de Córdoba, habría llegado hasta San Luis.
Si bien Francisco César no halló una tierra con riquezas, logró recaudar información
sobre ésta y retornó con muestras de plata labrada. Por lo tanto también recolectó noti-
cias de las creencias indígenas sobre la existencia de territorios ricos en metales precio-
sos. Aún cuando estas creencias hicieran alusión a las riquezas del Imperio Inca, incluso
después del hallazgo de las riquezas de Cajamarca y Cuzco, o al cerro de Potosí, la
leyenda de la «Ciudad de los Césares» se mantuvo en el imaginario de los conquistado-
res. En términos de Gandía (1933:9) la «ciudad errante» de los Césares fue «la última
leyenda que murió en América y la primera que hechizó las infinitas soledades del sud».
Observó que las creencias alrededor de ciudad de los Césares y la Sierra de la Plata
fueron fusionándose hasta crear una única leyenda, «pero que en realidad reconocen

250
Imágenes de los metales en los Valles Calchaquíes durante los siglos XVI-XVII

orígenes muy diferentes […] haciendo vivir en una sola ciudad a los césares cristianos y
a los césares indios» (Gandía, 1933:19).
Por un lado, se destaca la creencia de que los descendientes de los incas se habrían
refugiado ante la caída del imperio. Una noticia tuvo gran repercusión durante la
ocupación hispana del NOA:

«De estos Incas de César ha oído decir que eran los que estaban poblados en Londres,
que cobraban en oro y plata los tributos y los mandaban al Inca del Cuzco, sacados de
las minas de este Londres y que al tiempo que pasó el Adelantado Almagro al reino de
Chile, estos Incas enviaban una parte del tributo a su señor el Inca en noventa andas...»
(Montes, 1959:88-89).

Sin duda Ramírez de Velasco, más de 50 años después, iba en busca de estos dichos
sobre riquezas mineras al fundar La Rioja y al ir hacia la ciudad mítica de los Césares.
Por otro lado, la ciudad de los Césares se había formado tras naufragios de naves hundi-
das en el estrecho de Magallanes (Gandía, 1933). Pero a su vez «estos naufragios se
llamaban césares porque se creía se habían refugiado en las comarcas visitadas por
Francisco César (Gandía, 1933:42). Luego, éstos se habrían unido a los césares perua-
nos, fusionándose ambas creencias. Esta conjunción explica por qué la ciudad encanta-
da de los césares fue buscada desde Patagonia a los Andes Meridionales.

Los valles Calchaquíes como frontera cognitiva y material


¿Cómo pudieron estas creencias incidir en los valles Calchaquíes? Los fracasos en el
hallazgo de metales no alejaron de las esperanzas españolas –al menos durante los prime-
ros años tras el descubrimiento de Potosí– en hallar nuevas tierras ricas en metal. Estas
imágenes fueron impulsando a los conquistadores, quienes en virtud de su trabajo no
recibían una retribución por la Corona española. Tras pocos años de haberse iniciado la
conquista del territorio, y frente a la realidad de que el oro y la plata no habían colmado a
todos los españoles que llegaban en forma continua, el ideal de la riqueza fácil no se
extinguió sino que se redirigió a aquellas tierras aún no ocupadas, como Patagonia y
ciertos sectores del NOA, como los valles Calchaquíes. Estas creencias permanecerán
como «creencias de frontera» en el imaginario colectivo de aquellos españoles que pobla-
ban en la proximidad de tal espacio simbólica como económicamente significativo.

«No se trata del mineral de Potosí que estaba al alcance de la mano, que sólo necesitaba
trabajo para ser extraído, sino de esa riqueza fabulosa, incalculable, envuelta en las brumas
de la fantasía que sólo un héroe podía conseguir, siempre que fuera capaz de vencer todos
los obstáculos que poblaban las epopeyas relatadas en las novelas de caballería. Algunos
vieron a América como el país del sueño del señor medieval, dueño de hombres que traba-
jaran para él. Otros como el país donde se podía transponer los límites de lo cotidiano y de
las fantasías solitarias para convertirlas en realidad» (Lorandi, 1997:62).

Estos mitos generaron mayor admiración en aquellos españoles aún no acomoda-

251
Geraldine A. Gluzmán

dos que habiendo atravesado el mar vieron en ellos la posibilidad de ascenso social y
de cubrir sus expectativas de fortuna.
La ocupación del NOA y en líneas generales de avanzadas desde esta región hacia
el sur estuvo fuertemente condicionada, por un lado, por la búsqueda de la «Sierra de
la Plata», de la ciudad mítica de los Césares y por otro, por los conflictos jurisdiccio-
nales y económicos entre los ibéricos en los Andes Centrales. A principios de 1535 el
Adelantado Diego de Almagro obtiene la capitulación para conquistar 200 leguas al
sur de los territorios ya reconocidos. El objetivo final hacia tierras inexploradas del
sur era liberar Cuzco de los intereses de Almagro (Lorandi, 2002:52). Hemos visto
que, Almagro se habría encontrado con una caravana de metales que se dirigía al
Cuzco, y estas referencias y la noticia de mitimaes en el sur posiblemente hayan sido
decisivas en las siguientes campañas al Tucumán y hayan contribuido a alimentar el
imaginario sobre la presencia de minerales en gran cantidad.
La segunda entrada al NOA (1543), a cargo de Diego de Rojas, fue en parte moti-
vada por las noticias recopiladas sobre la explotación de minas de oro y plata por el
Inca y sobre la existencia de la Sierra de la Plata, rica en metales preciosos. Larrouy
comenta que sus expedicionarios «transforman en montañas de oro cualesquiera
relumbrones que divisan» (Lizondo Borda, 1928). Una vez en el valle Calchaquí, el
grupo se dividió y parte del mismo continuó más al sur llegando hasta Córdoba y las
costas del río Paraná con el objetivo de encontrar las riquezas que habían sido comen-
tadas previamente por las poblaciones nativas del Río de la Plata. Siete años después,
Núñez de Prado realiza una nueva incursión (1549), que constituía otra de las con-
quistas autorizadas para calmar el descontento de algunos capitanes (Lizondo Borda,
1928) y para alejar a los españoles sin posesiones de las zonas ricas del Alto Perú. No
obstante estos fracasos iniciales de hallar metal, los territorios desconocidos mantu-
vieron el anhelo de hallazgo de riquezas: durante el gobierno de Gonzalo de Abreu,
una nueva expedición partió rumbo a la legendaria región de los Césares (1578), en
búsqueda de tierras ricas en metales preciosos (Lizondo Borda, 1928), pero «…descu-
brió tierra poco poblada y miserable» (Sotelo de Narváez, 1885 [1583]:152). Más
tarde, en 1591, el Gobernador Juan Ramírez de Velasco, fundó la ciudad de Todos los
Santos de la Nueva Rioja (1591), planificándose como punto de referencia para la
explotación de los metales preciosos existentes en el cerro de Famatina, el «Potosí
tucumano» (Boixadós, 1997:343). Unos pocos años atrás (1586) Juan Ramírez de
Velasco también soñó encontrar la región de los Césares, sin fruto.
Desde las primeras entradas al NOA, sus conflictos jurisdiccionales con Chile, la
creación de la gobernación del Río de la Plata así como la ausencia de metales en los
territorios efectivamente ocupados reorientaron la expansión territorial hacia riquezas
poco precisas en ubicación pero reconocidas de valor económico. Durante las épocas de
mayor conflicto, especialmente durante las últimas dos rebeliones calchaquíes (1630-
1643 y 1659 y 1666) se hace alusión a las actividades de extracción de los minerales y
fundición de los mismos para la obtención de metales. La máxima expresión de la
búsqueda de metales se hizo presente durante la etapa de la última resistencia calchaquí,
cuando los conflictos en una población multiétnica cobraron materialidad a través del
imaginario del ocultamiento y presencia de metales en los valles Calchaquíes, referen-
cias basales en la discusión de aceptar el ingreso de Pedro Bohórquez desde 1657. La
falta de explotación posterior a las desnaturalizaciones calchaquíes responde a una

252
Imágenes de los metales en los Valles Calchaquíes durante los siglos XVI-XVII

política de explotación basada en otros recursos más redituables en el contexto de la


gobernación del Tucumán de mediados del siglo XVII.
Ahora bien, ¿por qué se mantuvo el discurso sobre la búsqueda de riqueza de metales
en el valle hasta bien entrado el siglo XVII? Como espacio de frontera, la región de los
valles Calchaquíes mantenía vigente esos mitos porque era una zona aún no explorada
territorial y conceptualmente. Entonces, se observa una relación reciproca entre ficción
y realidad: los hallazgos de metal sean en forma de piezas terminadas y en uso o mineral
contribuyeron a crear, y mantener la creencia de riquezas metalíferas en la región. A esto
hay que adicionar el contacto previo de los primeros conquistadores con otras realida-
des que influyó en la creación de expectativas proyectadas sobre la región del Tucumán
aún no conquistada (Quarleri, 1997) como también aquellas realidades de descubri-
miento de metales en otras regiones al iniciarse un período de exploración sistemática
(como Potosí). De este modo, no se trataba simplemente si los conquistadores conocían
o no la real distribución de las riquezas en el NOA con relación a otras regiones sino que
sus propios intereses (sociales, económicos y políticos) estaban alterando la percepción
de las riquezas. Asimismo, los indios temían el potencial hallazgo de riquezas mineras
e inicio de las explotaciones minero-metalúrgicas en valle. Sea por observación directa
en sus viajes de arrieros a los centros mineros próximos y Potosí, o incluso por los
padecimientos individuales en esas minas, los grupos del valle pudieron haber logrado
acercarse a la realidad minera. Por lo tanto, los grupos indígenas habrían optado por
diversas estrategias de ocultamiento de mineral, llegando en ciertos casos incluso al
asesinato de españoles afortunados en la búsqueda de minerales (como durante el perío-
do de la Gran Rebelión Calchaquí).
Estas estrategias locales, asimismo, posiblemente dieran forma y acrecentaran el
imaginario español sobre las riquezas y el ocultamiento que estuvo presente desde los
tempranos descubrimientos de las tierras luego conquistadas. De este modo, es facti-
ble estar en presencia de dos imaginarios, el español y el americano, que fueron
alimentándose mutuamente, especialmente si se piensa en el contexto de conflicto
permanente y de amenaza de guerra entre españoles e indígenas.
En este trabajo nos propusimos analizar cómo la leyenda constituyó parte integran-
te y flexible del imaginario europeo y cómo muchas de estas creencias confluyeron con
las andinas, creando nuevos mitos y fantasías, la mayoría de las veces como mecanismos
inconscientes de ordenar el mundo nuevo que estaban observando. Otras veces estas
creencias eran fomentadas por lo cual constituían deseos concientes de ciertos españo-
les, que con el fin de generar nuevas expediciones, buscaban convencer a la Corona y a
expedicionarios dispuestos a correr el riesgo de la fantasía. Estas creencias, no obstante
iban surgiendo a lo largo de diferentes áreas de los Andes e involucraban tanto un
componente de anhelo de enriquecimiento económico como también fama y reconoci-
miento social: en España se sabía que el peligro y el coraje podían ser altamente premia-
dos (Lorandi, 1997). Considero que por tal motivo se habrían mantenido vigentes en el
imaginario español las historias de grandes tesoros y yacimientos ocultos por los indí-
genas, no solo en la región (Torreblanca, 1999 [1696]) sino en otras áreas andinas
(Lozano Machuca, 1885 [1581]: XXVI, Stern, 1986) como es el caso del Paitití, Enim,
Manoa, El Dorado durante todo el proceso de conquista.
Como representación significativa, el oro y la plata generaron fantasías de valen-
tía y heroísmo, no sólo ansias de enriquecimiento: el proceso de conquista, no sólo se

253
Geraldine A. Gluzmán

orientó hacia la obtención de éstos en sentido monetario, sino que también, el valor
signo de los minerales preciosos estuvo presente, para demostrar virtudes socialmente
apreciadas en Europa. De este modo, los metales constituyeron uno de los principales
vehículos de expresión de los valores sociales en la Europa de los siglos de la con-
quista americana.

Notas
1
En el NOA existe la creencia sobre tesoros ocultos o «tapados». Uno de los lugares más
frecuentes de ubicación son las lagunas: se repiten en las creencias actuales elementos de
antigua data en el continente.

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255
256
Estudio de elementos metálicos del Fortín Achiras.
Primera aproximación
Adrián Ángel Pifferetti y Claudio Luis Martignoni
Laboratorio de Estudio de Materiales y Tecnologías (Convenio UTN-UNR)
Contacto: apiffere@agatha.unr.edu.ar

Introducción
En el marco de los convenios de colaboración oportunamente firmados por la
Facultad Regional Venado Tuerto de la Universidad Tecnológica Nacional con la
Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Río Cuarto por un lado
y la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario por otro,
se está efectuando en el Laboratorio de Estudio de Materiales y Tecnologías de la
Escuela de Antropología de esta última Facultad, el proceso de limpieza y estudio de
materiales metálicos provenientes de las excavaciones realizadas en el edificio de
«La Comandancia» del Fortín Achiras y sus inmediaciones. Estos trabajos arqueoló-
gicos se realizaron como parte del proyecto Arqueología del Valle de El Pantanillo,
dirigido por el Dr. Antonio Austral y la Lic. Ana María Rocchietti.
El mencionado fuerte formo parte de una serie de precarias unidades militares que
integraron la Línea de Frontera Sud del río Cuarto (fig. 1). Está en discusión si existió
o no un fortín relacionado con la primitiva posta de Achiras entre 1814 y 1830. Lo
que está confirmado es que en 1832 se fundo el fuerte en su emplazamiento actual, el
que funciono hasta 1869, y fue reconstruido al menos tres veces, la última en 1863,
luego del gran levantamiento del 7 de julio que destruyo viviendas, escuela, Iglesia y
Fuerte. (Gutiérrez, 1996; Austral y Rocchietti, 1999).

«Hacia 1840 estaba asegurado por una muralla de piedra y encerraba templo y escuela
publica, acequias y población estable que se extendía por fuera de sus limites. Más luego
hubo reparaciones, agregados y reconstrucciones cuya envergadura hay que establecer
[…] De acuerdo con Gutierrez y testimonios orales sus limites efectivos fueron la calle
Alsina por el este, toda la edificación de la calle Cabrera (desde Alsina a Buenos Aires),
quedando como área arqueológica posible la Plaza Roca, la Plazoleta del Mástil, el
Instituto 24 de Septiembre (escuela media del pueblo), la Iglesia La Merced, la casa de
la sucesión Sarandon, la sucesión E. Oribe, la sucesión J. Indavere» (Austral y Rocchietti,
1999).

257
Adrián Ángel Pifferetti y Claudio Luis Martignoni

Figura 1. Achiras.

Subsisten el edificio conocido como La Comandancia, hoy día transformado en


Museo, que es una estructura de tapia con dinteles, puertas y ventanas originales, que
también conserva el pozo de aljibe original, y un muro de tierra en la orilla del arroyo
los Coquitos.
La Comandancia posee algunas estructuras realizadas en 1936, pero el núcleo
central las salas Norte y Sur, mantiene en su mayor parte las características construc-
tivas de la reconstrucción de 1863. «Las paredes tienen casi un metro de espesor,
desprovistas de cimientos o «encadenado» de piedra» (Austral et al., 1999).
Si bien se han encontrado materiales arqueológicos en diversos lugares que cu-
bren una amplia zona como la plaza del Mástil, la Plaza Roca y la Comandancia, las
muestras metálicas provienen en su totalidad de esta última construcción.
Esta edificación actuó como Comandancia del Fuerte hasta el desmantelamiento
del mismo en 1869, al trasladarse la frontera hacia el río Quinto (Austral et al., 2002). No
conocemos exactamente el destino posterior dichas construcciones y como se fue ope-
rando su desmembramiento en distintos solares que hoy constituyen la plaza Roca, la
Plaza del Mástil, la Comandancia, el solar Indavere y las calles intermedias. Pero sabe-
mos que la Comandancia fue adquirida en 1928 para destinarla a casa habitación vera-
niega, sufriendo ampliaciones y modificaciones diversas (Austral et al., 1999).

Descripción del material y trabajo en realización


Se trata de un conjunto de fragmentos ferrosos forjados o laminados, recubiertos
de concreciones terrosas y productos de corrosión, provenientes de cinco sondeos en
los patios y alrededores del edificio denominado «La Comandancia». Nuestro trabajo
consiste en la limpieza mecánica y/o química de los mismos para poner de manifiesto
características o detalles ocultos o enmascarados por el recubrimiento, que permita
identificar la forma de la pieza, el proceso de fabricación y, dentro de lo posible, su
ubicación cronológica dentro de las distintas funciones cumplidas por los edificios.
Esto resulta fundamental en nuestro caso en que es necesario diferenciar el material
correspondiente al uso cono fortín del de épocas posteriores en que la construcción se
uso como casa habitación familiar.

258
Estudio de elementos metálicos del Fortín Achiras. Primera aproximación

El material recibido proviene de cinco sitios distintos, identificados como: «For-


tín Sector Cabrera 1», «Fortín Jardín del W», «La Comandancia Sondeo 8 Amplia-
ción», «La Comandancia Sondeo 2 Ampliación» y «Fortín La Comandancia S 1,13 E,
3,60». Desconocemos el lugar exacto de estos hallazgos pero un plano publicado por
Austral et. al. (1999, fig. 3) que reproducimos (fig. 2) nos muestra con puntos oscuros
los lugares donde se excavó, y la ubicación relativa respecto a la construcción origi-
nal, salas norte y sur, y los agregados del siglo XX.
El primer sitio corresponde seguramente al jardín del este que da a la calle Cabrera
al igual que el último porque las coordenadas geográficas dan dentro de él. El segun-
do queda claramente identificado, tanto más que en el jardín occidental tenemos un
único punto. Los sondeos deben corresponder a alguno de los puntos en las galerías o
en el pasillo entre las salas Norte y Sur.
Se ha excavado mas en el jardín del este, seguramente porque en el oeste se ha
tenido en cuenta que se realizó un relleno «con tierra para evitar el escurrimiento del
agua de lluvia que viene del desnivel del terreno…para evitar la inundación del
interior de la casa cuando hubiera lluvias fuertes» (Austral et. al., 2002).

Figura 2. La Comandancia
(trazos gruesos) y
construcciones agregadas
en el siglo XX. Los puntos
negros indican los sondeos
(Austral et. al., 1999).

Descripción de los materiales


Hemos enumerado a todo el material en forma correlativa, pero agrupándolo según el
sitio de hallazgo. En el caso de lotes o series de fragmentos de las mismas características le
hemos asignado un único número por pertenecer evidentemente a una misma pieza.
En muchos casos el análisis de los materiales se hace sumamente dificultoso debido al
grado de deterioro y destrucción que presentan, pero en la mayoría de esos casos puede
identificarse que se trata de chapa fina obtenida por procedimientos industriales. (Fig. 3).

Figura 3. Muestra Nº 7.

259
Adrián Ángel Pifferetti y Claudio Luis Martignoni

La enumeración del material en base a su lugar de origen es:

a) Fortín Sector Cabrera 1


1) Del nivel superficie-0,12 m», nº inventario 2, proviene un fragmento
trapezoidal de chapa fina de Fe (1mm de espesor aproximado) que presenta
una ligera curvatura y cuyas dimensiones son: 50 mm de base mayor, 34 mm de
base menor y 25 mm de altura. Presenta en una de sus caras un grueso recubri-
miento de concreciones terrosas, con algunas manchas amarillentas.
2) Una serie de 13 pequeños fragmentos de chapa de Fe, con la misma identifica-
ción, podrían pertenecer al mismo objeto anterior.
3) Dos fragmentos de chapa fina de hierro
4) Clavo de hierro de sección y cabeza circulares.

b) Fortín Jardín del W


5) Del nivel superficie-0,20, H 0,80 W 8,60 m, viene una pieza de hierro de forma
lenticular con un vástago fragmentado. Se ha obtenido a máquina plegando y
solapando chapas de 1mm de espesor, en tres capas superpuestas, la central
plana actúa como nervio central y las dos exteriores se curvan hacia el centro
formando un ancho máximo de 11,5 mm en la parte central. El perímetro plano,
tiene un espesor de 2,5 mm por un ancho de 4-5 mm. El diámetro de la pieza es
32 mm y al ancho del vástago es 19 mm.

Figura 4. Muestra Nº 5.

6) El nivel 0,30-0,70. H 2,00 W 10,60 m, ha dado un resorte de torsión de alambre


de hierro de 1,2 mm (1/20"?) similar al de un broche para colgar ropa
7) El mismo nivel varios fragmentos de chapa fina de hierro muy deteriorados,
espesor (con oxido) 0,8 mm.

c) La Comandancia Sondeo 8 Ampliación


8) Nivel 0,55-0,60. Un fragmento de hierro subtriangular muy meteorizado y
cubierto de concreciones, de 39 x 37 x 44 mm parece forjado. Otro fragmento
mucho más pequeño de forma triangular de 19 x 12 x 16 mm y 5 mm de
espesor, se complementa con el anterior formando parte de una misma pieza.

260
Estudio de elementos metálicos del Fortín Achiras. Primera aproximación

d) La Comandancia Sondeo 2 Ampliación


9) Nivel 0,30-0,35 m. Un clavo de hierro de sección y cabeza circular. Longitud
100 mm, diámetro 4mm, diámetro de la cabeza 8-10 mm. Recubierto de con-
creciones. Curvado en el centro.
10)Nivel 0,60-0,65 m. Fragmento de clavo de hierro de 33 mm de largo, muy
meteorizado, de sección y cabeza indeterminada, aunque podría ser cuadrangular.
11)Mismo nivel. Pequeño clavo (tachuela) de sección cuadrangular de 3 x 4 mm,
largo 20 mm, cabeza irregular subcuadrangular de 7 x 8 mm, «gota de sebo».
12)Nivel 0,75-0,80 m. Fragmentos de un fleje de chapa de hierro muy meteorizado,
cinco entre grandes y medianos y gran cantidad de pequeños. El fragmento
mayor parece presentar un remache. Ancho aprox. 28 mm, espesor 1mm. En la
parte del remache el espesor parece ser mayor 2-3 mm.

e) Fortín La Comandancia S 1,13 E 3,60


13)Fragmento de hierro muy deteriorado, forma y dimensiones indeterminadas.
14)Fragmentos de un fleje de chapa.

Otros materiales
Si bien nuestra función era estudiar los materiales metálicos, recibimos otros dos
objetos con identificación «Fortín, sector Cabrera 1, Acequia, nivel superficie-0,12
m, Nº inventario 2»; los que luego de la limpieza resultaron no serlo.
El primero es una lasca longitudinal de hueso. Una de las superficies, evi-
dentemente la exterior se presenta lisa, mientras que la otra se observa con un
aspecto alveolar y correspondiente al interior. Largo 40 mm, ancho máximo 7
mm, espesor 3 mm.
El otro es un fragmento subcuadrangular de vidrio de color azulado y cierta curva-
tura, muy posiblemente parte del cuello de una botella. La superficie exterior se
presenta muy opacada por el desgaste, la interior es más lisa y traslucida. Alto 16 mm,
ancho 21 mm, espesor 4,7 mm.

Figura 5. Fragmentos mayores de la


Muestra Nº 12.

261
Adrián Ángel Pifferetti y Claudio Luis Martignoni

Conclusiones
Se ha considerado que desde el punto de vista constructivo se identifican dos
eventos o momentos en este edificio «la reconstrucción del Fuerte en 1863 y los
agregados de 1936» (Austral et. al., 1999).
En consonancia con ello hemos considerado dos períodos de ocupación perfecta-
mente diferenciados tanto por uso como por función. El primero corresponde al Fuerte
y el segundo al de casa habitación a partir de 1936.
El análisis preliminar de las características tipológicas y tecnológicas del material
metálico, así como las del fragmento de vidrio, nos lleva a la conclusión de que
prácticamente la totalidad de los materiales corresponde al segundo de los períodos
indicados, de utilización del edificio como casa habitación de uso familiar.
En general todo el conjunto parece corresponder a un período que va de la segun-
da o tercera década del siglo XX hasta mediados de dicho siglo. Si bien no puede
descartarse totalmente, una mayor antigüedad para el fragmento de clavo forjado de
sección cuadrangular, el estado que presenta no permite extraer muchas conclusiones.
Además, existieron herreros que realizaban piezas por forjado a la fragua hasta bien
entrada la década de 1950. En nuestra infancia alcanzamos a verlos, en una ciudad
como Rosario, y en una localidad más pequeña y rural como Achiras su actividad
debe haber sido mucho más importante.
Descartamos entonces que alguno de los elementos estudiados corresponda al
período en que funcionara allí la Comandancia del Fuerte.

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262
Pobladores en la vanguardia de la frontera
Sur de Córdoba: el caso de la Estancia de Chaján
Flavio Ariel Ribero
Laboratorio de Arqueología y Etnohistoria, Universidad Nacional de Río Cuarto
Contacto: flavioribero@yahoo.com.ar

Sierra y llanura conviven en el sur cordobés, espacio en donde se situó histórica-


mente la Frontera Sur de Córdoba, también conocida en estos lares como Frontera del
río Cuarto. Sus límites dependieron de las autoridades y de los pobladores, puesto
que variaron según las alternativas que tuvo el conflicto interétnico a lo largo de su
existencia. El Estado colonial dispuso el emplazamiento de fuertes y fortines, en su
mayoría sobre las márgenes del río Cuarto, estrategia defensiva continuada después
de 1810. No obstante, la línea fronteriza se vio superada por pobladores que se asen-
taron más allá de la misma. En este trabajo presentamos nuestras indagaciones en
torno a los motivos que impulsaron a estos hombres y mujeres a asentarse en los
confines de dicha región. Específicamente, nos abocamos al caso del poblamiento de
la Estancia de Chaján en el despertar del siglo XIX. Lo hacemos partiendo de tres
ideas que consideramos básicas para el análisis y entendimiento de la cuestión, las
cuales abordaremos a continuación.
La primera de ellas es evitar caer en el sobredimensionamiento de la política
fronteriza desplegada por Sobre Monte tras la creación de la Gobernación Intendencia
de Córdoba del Tucumán. Su reorganización de la Frontera Sur de Córdoba incluyó el
agrupamiento de pobladores en pueblos a los que solicitó del rey el rango de villas, la
creación de nuevos fuertes y fortines y el repoblamiento de algunos existentes, con-
formando una línea defensiva que seguía el cauce del Cuarto. Por delante de ella,
hacia el Sur, estaban el Fuerte de Santa Catalina y el fortín de San Fernando. Pero
hacia el Oeste, en el piedemonte de la Sierra de Comechingones, existió una pobla-
ción rural desperdigada que, inclusive, avanzó más allá de la latitud en donde yacían
estos mojones defensivos. Por lo tanto, consideramos que debe atenderse la política
fronteriza de Sobre Monte sin por ello dejar de estudiar a la frontera como un espacio
complejo, en la cual hubo iniciativas de la población civil que también tuvieron peso
a la hora de determinar sus límites.
Por otra parte, y según creemos, vinculado estrechamente con lo planteado ante-
riormente, pensamos en la necesidad de un estudio integrado de la Frontera Sur de

263
Flavio Ariel Ribero

Córdoba y de San Luis. La Sierra de Comechingones se ha constituido en un límite


natural entre estas provincias aunque históricamente la trama de relaciones ha sido
más compleja y tiene diversas etapas. La historiografía ha realizado sus estudios
tratándolos como ámbitos inconexos, situación que debe superarse rescatando las
interrelaciones espaciales de esta región.
Finalmente, los parajes de la frontera ubicados más allá del río Cuarto han sido
estudiados desde la disciplina histórica sólo cuando se trataban los conflictos ocurri-
dos en su seno en diferentes épocas. En este sentido, los estudios históricos se limita-
ron a crónicas de la frontera, relatando los problemas ocasionados a los pobladores
por los malones y luchas intestinas fundamentalmente. De esta manera, se dejó de
lado el proceso que explica el poblamiento y su desenvolvimiento cotidiano, obvian-
do además, su situación de avanzada en la frontera y sus consiguientes connotaciones
interétnicas.
Uno de los casos que más hemos estudiado hasta el momento es el poblamiento de
Chaján. Actualmente, Chaján es el nombre de un pueblo ubicado a 80 km. al sudoeste
de la ciudad de Río Cuarto; pero en el pasado su localización era otra, distando 20
kilómetros al Oeste de la actual, en proximidad de los cerros Negro y Blanco. Chaján
y el cerro Negro son nombrados por la historiografía cordobesa y nacional al abordar
el lugar donde se produjo el combate sostenido por las huestes del caudillo chileno
José Carrera con las del Gobernador de Córdoba, Juan Bautista Bustos, en 1821. Esta
crónica y otros indicios documentales, más los relatos orales de sus actuales habitan-
tes, ubican en las cercanías de los cerros Blanco y Negro los restos de unas construc-
ciones que se señalan como propias del primer poblado de Chaján, a las cuales hemos
estudiado arqueológicamente (Rocchietti y Ribero, 2006).

Razones del poblamiento de Chaján


Documentalmente, la primera noticia sobre este poblamiento la tenemos en 1808,
momento en que se realizó el inventario, tasación y partición de bienes de la Estancia
de Chaján. La misma estaba destinada a la cría de equinos, ovinos y vacunos, y
existen indicios de que se hubiese practicado una agricultura complementaria. Tem-
poralmente, la Estancia perduró, por lo menos, hasta 1821, pero sus orígenes no están
claros. Sus tierras formaron parte del latifundio de los Cabrera, según los límites
mencionados en la ampliación de la merced a favor de esta familia, concedida en
1681. El historiador Luis Giacardi afirma que desde la segunda mitad del siglo XVIII
ya se conoce a Chaján como un paraje, es decir, una población rural semiconcentrada.
Posteriormente, sabemos de la existencia de la Estancia en la primera década del siglo
XIX. Lamentablemente, en el censo virreinal de 1778 en el Curato de Río Cuarto, no
se aclaró con exactitud la ubicación de cada una de las unidades domésticas releva-
das. Los datos de esta fuente documental señalan que estas tierras ya contaban con
pobladores e, inclusive, permiten hipotetizar que la Estancia todavía no se había
formado. La unidad doméstica de los Alfonso, apellido de los propietarios de la Es-
tancia consignado en 1808, está presente en este censo, pero el hecho de contar con
sólo tres miembros pone en duda de que pueda tratarse de una estancia. En la lista de
los milicianos de Achiras de 1815, figuran tres personas de apellido distinto en cali-
dad de residentes o nacidos en Chaján, lo cual induce a pensar pueda tratarse de

264
Pobladores en la vanguardia de la Frontera Sur de Córdoba: el caso de la Estancia de Chaján

pobladores del paraje preexistente o en condición de agregada en la Estancia. Algu-


nas décadas después, la situación del este poblamiento es tildada de vecindario1 en
documentos de la época.
El análisis de la posición geográfica de Chaján, nos permite comprender que se
trata del poblamiento más avanzado latitudinalmente en la Frontera Sur de Córdoba
en la primera década del siglo XIX. Se encontraba ubicado al sur de la línea de fuertes
y fortines de la frontera del río Cuarto, y aún más alejado de la Ruta Real o Camino de
los Chilenos, que vinculaba Chile y Cuyo con Córdoba (desde fines del siglo XVI) y
el Camino Real o Carrera de Las Postas, (también llamado Camino de Chile) que unía
Buenos Aires con Chile, pasando por Mendoza (desde el primer tercio del siglo XVIII)
(Gutiérrez, 2004:38-39).

Mapa con la ubicación de villas, parajes, fuertes y fortines señalados en este trabajo

Analicemos ahora algunas de las razones que llevaron a estos pobladores a asen-
tarse en estas tierras, las cuales pueden ser las siguientes:

a) Dinámica del poblamiento cordobés y puntano en la latitud de Chaján


b) Las rastrilladas de Chaján
c) Influencia de la conflictividad interétnica

a) Dinámica del poblamiento cordobés y puntano en la latitud de Chaján


Según la fuente censal de 1778, la mayor concentración poblacional en el Curato
de Río Cuarto se hallaba en la subdivisión Río Cuarto Arriba (una de cuatro en total)
con el 36 % de un total de 3720 personas (Carbonari y Cocilovo, 2004:43), en la cual
Chaján era su límite sur, correspondiente a las últimas estribaciones de la Sierra de

265
Flavio Ariel Ribero

Comechingones. Esto indica que había una tendencia a asentarse en el piedemonte de


la Sierra de Comechingones, posiblemente, para aprovechar los buenos pastos y agua-
das allí existentes.
Por otra parte, al analizar la ubicación geográfica de la Estancia de Chaján desde
la vecina Provincia de San Luis se observa su cercanía al cerro El Morro, constituyen-
do ésta una región de temprano poblamiento por parte de euroamericanos. Un antece-
dente de ese poblamiento es informado por Catalina Teresa Michieli; en base a títulos
y matrículas de encomienda localizados en el Archivo Nacional de Chile, la autora
señala que en 1704 el Maestre de Campo Gerónimo de Quiroga, vecino de San Luis
de Loyola, poseía indios encomendados en el paraje de El Morro (1995:190). Urbano
Núñez (1980:73) afirma que Jerónimo de Quiroga obtuvo la encomienda del Morro
con el cacique Juan Cuaiguacuendi en el año 1674; el mismo autor señala que en el
año 1753 la Junta de Poblaciones de Chile nombró un comisionado, el oidor Gregorio
Blanco de Laisequilla, al cual se le dieron instrucciones para establecer una nueva
población en el paraje de Las Pulgas2. En otra parte de las instrucciones citadas por
Núnez (1980:74-76), se afirma:

«...Que en atención a que no debían fundarse nuevos pueblos en perjuicio de los anti-
guos, hiciese que los tres acordados en los parajes de Santo Cristo de Renca, las Tablas
y las Pulgas, se formasen en su mayor parte con los hacendados de sus respectivos
contornos que eran vecinos de la ciudad de San Luis y procediese de modo que quedasen
en esta ciudad los suficientes de los que tenían estancias en su inmediación...».

Aunque finalmente no se fundó esta población, consideramos que el texto de las


instrucciones da los suficientes indicios para pensar en la existencia de pobladores
euroamericanos asentados en el espacio comprendido entre la ciudad de San Luis, el
Morro y el cauce del Quinto. De acuerdo a esta fuente y las citadas anteriormente,
podemos suponer que existió desde fines del siglo XVII en la Frontera Sud del territo-
rio puntano, un poblamiento que avanzó siguiendo el cauce del Quinto, tal como
sucedió con relación al Cuarto en buena parte del espacio fronterizo de Córdoba. Si
esto es así, entonces el mismo estuvo localizado geográficamente a mayor latitud en
el Sureste de San Luis y tuvo su correlato en territorio cordobés en la segunda mitad
del siglo XVIII en otros parajes como Zelegua, El Pantanillo y por supuesto, en Chaján,
siendo éste el más avanzado de la Frontera Sur de Córdoba. Desde esta nueva perspec-
tiva, los pobladores que ocupaban las tierras de Chaján estaban situados a igual o
menor latitud que los puntanos, perdiendo la condición de vanguardia que ostenta-
ban en el confín fronterizo cordobés.
Pero además, resulta importante recordar los cambios de jurisdicción que las tie-
rras chajanenses sufrieron históricamente, para de este modo tener más elementos de
juicio a la hora de comprender las razones de su poblamiento temprano en una zona
tan avanzada de la Frontera Sur. Estas tierras estuvieron caracterizadas desde la llega-
da de los españoles por la impronta de ser zona limítrofe. Primero fueron el confín Este
de la Capitanía General de Chile. Cuando la corriente colonizadora del Norte funda la
ciudad de Córdoba, y más específicamente, con la ampliación de la Merced de los
Cabrera en 1681, pasan a ser el límite austral de la Gobernación de Córdoba del

266
Pobladores en la vanguardia de la Frontera Sur de Córdoba: el caso de la Estancia de Chaján

Tucumán. Es decir que, durante este período, Chaján es un espacio limítrofe ambigua-
mente definido entre esta Gobernación del Virreinato del Perú y la Capitanía General
de Chile. Tras la creación del Virreinato del Río de La Plata y la reorganización del
territorio en gobernaciones intendencias y militares, Córdoba, La Rioja y Cuyo pasan
a formar parte de una jurisdicción común: la Gobernación Intendencia de Córdoba del
Tucumán. En la década pos-revolucionaria, cuando las provincias comenzaron a de-
finir sus territorios, Chaján pasó a ser zona fronteriza entre San Luis y Córdoba, sin
estar bien definido de que lado de la Frontera se encontraba, siendo ello el origen de
una disputa de décadas entre las provincias. En conclusión, la situación geográfica
del paraje y/o Estancia de Chaján se torna más comprensible cuando se estudia
íntegramente el avance de pobladores euroamericanos en las dos jurisdicciones men-
cionadas. Si se analiza la misma focalizando únicamente la posición de Chaján con
respecto a la línea militar en territorio cordobés, es inequívocamente un poblamiento
avanzado, que nos plantea serias dificultades para comprender las razones que han
llevado a sus pobladores a estas tierras tan expuestas a los peligros de la frontera. En
cambio, al tener en cuenta el espacio determinado por los territorios poblados tempra-
namente en la jurisdicción de San Luis, latitudinalmente incluso más avanzados que
Chaján, además de la comunicación existente a través de rastrilladas en aquellas
zonas donde la Sierra se va perdiendo, el poblamiento de Chaján, sin perder su condi-
ción de vanguardia fronteriza, resulta entendible ya no como un caso aislado, sino en
conjunción con un avance poblacional claramente reconocible siguiendo al Quinto,
que la política ha separado y la historia ha aceptado y luego la ha trasladado a otros
planos de la vida de los pobladores en aquellas épocas.

b) Las rastrilladas de Chaján


En trabajos anteriores referentes a Chaján en el período 1861 a 1876 (Ribero, 2004,
2007), aludimos a la ubicación geoestratégica de este paraje en posición avanzada en la
Frontera Sur de Córdoba. Concluimos entonces, que el mismo estuvo ubicado en las
últimas estribaciones de la Sierra de Comechingones y resultó un paso de entrada o
salida a las jurisdicciones de las Provincias de Córdoba y San Luis utilizado frecuente-
mente en aquellas latitudes. Sostuvimos además, que las rastrilladas de Chaján, estaban
vinculadas con los pasos sobre el Quinto, caminos que conducían tierra adentro, hacia
las tolderías ranqueles en el actual territorio de La Pampa. De esta manera, explicamos
porque su nombre aparecía frecuentemente en la documentación histórica asociada con
los hechos producidos por la compleja conflictividad de la Frontera Sur de Córdoba en
el período señalado. Además, existen ciertos indicios poco explorados por la
historiografía, que hablan de la existencia de un camino alternativo a la Carrera de las
Postas que pasaba próximo a la margen Norte del Quinto a fines del siglo XVIII y
comienzos del siglo XIX. Nos interesa especialmente poder avanzar en su esclareci-
miento, porque el poblamiento de Chaján adquiriría una nueva perspectiva de análisis,
vinculada a la integración que el mismo le daría con otras regiones.
Barba y Montes (2000:25) sostienen que las autoridades coloniales borbónicas,
tanto de Chile como del Río de La Plata, impulsaron desde fines del siglo XVIII el
redescubrimiento del «viejo camino apto para ser transitado todo el año por carretas,
que unía antiguamente Buenos Aires con Chile». No sabemos si este «viejo camino»
citado por Barba y Montes pasó alguna vez por las tierras de Chaján, pero en el mapa

267
Flavio Ariel Ribero

de las «principales rutas de la provincia de Córdoba, en los comienzos de la era


independiente», publicado por Efraín Bischoff en su Historia de Córdoba
(Cf.1968:108), existe un trazado de una latitud incluso superior a este lugar. Con
relación a este camino pero a principios de 1850, Emilio Rojas de Villafañe lo men-
ciona como una de las cuatro rutas principales que atravesaban la Provincia por en-
tonces, situándola de la siguiente manera:

«...la del camino del Sur, que viniendo de Buenos Aires, atravesaba de este a Oeste el
actual Departamento Roque Sáenz peña y el Sur del Departamento Río Cuarto, no lejos
de la margen Norte del Río Quinto y que conducía a Cuyo y Chile» (Rojas de Villafañe,
1976:166).

Esta era indudablemente más beneficiosa desde el punto de vista de las distancias
menores a recorrer para ir desde Buenos Aires a Cuyo y Chile. Pensamos en varias
razones posibles para que este camino se hubiese abandonado, tales como un avance
latitudinal de la población que no tuvo correlato en el resto de la Frontera Sur y
Sudeste de Córdoba, por lo cual, los trayectos a recorrer por los viajeros habrían sido
demasiado extensos sin disponer de postas de reabastecimiento. Además, una mayor
probabilidad de sufrir el ataque de bandoleros y malones al estar alejados de la protec-
ción, escasa por cierto, de los fuertes y fortines.

c) Influencia de la conflictividad interétnica


Tenemos determinado documentalmente la existencia de la Estancia de Chaján
durante el lapso comprendido entre 1805 y 1821. Al confrontar esta duración con los
períodos de menor y mayor conflictividad entre euroamericanos e indígenas en la
Frontera Sur de Córdoba, surgen nuevas perspectivas para su esclarecimiento. Según
Martha Bechis (2002:5), «...durante los casi 30 años que van desde 1785 a 1813 hubo
paz en todo el cono sur lo que no descartó alguno que otro pequeño conflicto. En este
último año, actos hostiles iniciados ya por los blancos, ya por los aborígenes rompie-
ron aquella larga paz». Por lo tanto, esta explotación habría disfrutado de un período
de baja conflictividad entre aborígenes y euroamericanos, cobrando mayor sentido.
La primera referencia concreta que hemos hallado sobre la existencia de la Estan-
cia de Chaján está en la cita que realiza Carlos Mayol Laferrere (1980:36) del itinera-
rio realizado por el Capitán retirado D. José Santiago Cerro y Zamudio, en el año
1805; según el autor, éste expresó que transitando de la Estancia de Chaján a los
Quebrachos, traspuso dos cerritos llamados Blanco y Negro. Además de nombrar a la
Estancia, la descripción del recorrido seguido por este militar retirado y minero natu-
ral de Chile, ayuda a situarla geográficamente.
Por otra parte, sabemos que la Estancia tuvo continuidad hasta por lo menos 1821.
En oportunidad de realizarse el inventario (1808), se llevó a cabo también la tasación
y partición de sus bienes en hijuelas destinadas a ser entregadas a los herederos,
cuatro menores de edad, los cuales quedaron por su condición bajo las tutorías desig-
nadas por el Defensor de Menores y aprobadas por el Alcalde Ordinario de la Villa de
la Concepción del Río Cuarto. En otro documento localizado en el AHMRC-FDC,

268
Pobladores en la vanguardia de la Frontera Sur de Córdoba: el caso de la Estancia de Chaján

con fecha 13 de noviembre de 1820, se realiza la entrega de una de las hijuelas, hasta
ese momento bajo tutela, a uno de los herederos; consta en la actuación que se lleva a
cabo en la Estancia de Chaján. Pocos meses después, el caudillo chileno José Miguel
Carrera incursionó con sus huestes por la Frontera Sur de Córdoba y San Luis. William
Yates, un oficial irlandés que sirvió bajo su mando escribió que encontrándose en la
frontera de Córdoba hacia el 1° de Marzo de 1821,

«...el grupo llegó a una «farm-house» del límite donde encontraron ganado en abundan-
cia y una chacra con muchas hortalizas. Esto no pudo ser más oportuno porque nos
hubiera resultado imposible continuar dos días más nuestra marcha, después de las
privaciones y fatigas soportadas».

En una nota al pie de dicho relato, Yates comenta: «Difícil sería ubicar esa farm-
house, pero estaría por las inmediaciones de Chajá o Chaján»3.
Tenemos incertidumbre sobre la suerte corrida por la Estancia en años posteriores al
relato de William Yates. En la década del veinte hubo un marcado crecimiento de la
conflictividad interétnica en la Frontera Sur. Durante el gobierno de Juan Bautista
Bustos se firmó el «...Tratado de la Laguna del Guanaco (20 de diciembre, 1825), que
pacificó precariamente a los terribles aucas y pampas...» (Bischoff, 1995:195). Efectiva-
mente, fue una paz endeble. Barrionuevo Imposti (1986:60) sostiene que en 1829 se
produjo una invasión de indios entre el fuerte de Las Pulgas y la Punilla, jurisdicción de
la Provincia de San Luis; ante el temor a la misma, «...los hacendados de Sampacho,
Chaján y Achiras se retiraron hacia el norte». Por lo tanto, si los años de tranquilidad
ante la ausencia de malones en la Frontera Sur acabaron en 1813, como sostiene Martha
Bechis, los pobladores de la Estancia estuvieron sometidos desde entonces a la incerti-
dumbre del peligro constante, agravado por su situación en la vanguardia fronteriza.

Conclusión
El poblamiento de la Estancia de Chaján en el confín de la Frontera Sur de Córdoba,
debe ser analizado con una perspectiva política y geográfica amplia. Su posición, supe-
rando la línea militar y el camino frecuentado, revela que la lógica del poblamiento
euroamericano en nuestra región escapó a las disposiciones del Estado colonial y más
tarde del Estado criollo. La ocupación del territorio fronterizo, especialmente aquel
apto en pastos y aguadas como es el caso del piedemonte serrano cordobés, estuvo en
manos de hombres y mujeres que supieron aprovechar las distintas épocas convenientes
para su asentamiento. Dicha lógica de poblamiento coincide con los estudios históricos
que señalan lapsos de paz en la frontera, situación durante la cual el nivel de riesgos que
tenía esta población se equiparaba a otros sectores de la misma en teoría más resguarda
de un eventual malón o del bandolerismo.

Notas
1
Archivo Histórico Provincia de Córdoba. FG, t1, f212, 1859.

269
Flavio Ariel Ribero

2
El paraje Las Pulgas estaba situado en un paso que las fuentes de la época señalan como muy
conocido sobre el río Quinto, del cual tomaba su nombre. En este lugar, el General Pedernera
fundó en 1856 el Fuerte Constitucional; a su vera surgió un poblado a iniciativa del Gober-
nador de San Luis, Justo Daract, origen de la actual ciudad de Villa Mercedes.
3
Citado en Rocchietti et al., 1998.

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270
Pobladores en la vanguardia de la Frontera Sur de Córdoba: el caso de la Estancia de Chaján

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271
272
Rastrilladas y parajes del Mamüll Mapu
Norberto Mollo y Carlos Della Mattia
Contacto: nmollo@arnet.com.ar

Introducción
Quienes transitan hoy por las pampas argentinas, por sus rutas y caminos, tienen
ante sí una visión totalmente distinta a aquella que se presentaba a los ojos de los
primeros pobladores de esta tierra. Por entonces la «pampa» era sinónimo de desierto,
representado por la inmensa e inhóspita llanura cuyos únicos puntos de referencia lo
constituían algunas especies arbóreas, médanos y lagunas. Elementos que servirían
de orientación y apoyo para el traslado de un lugar a otro de las primeras poblaciones
humanas que llegaron a habitar esta región. «La llanura imponderable, que por todas
partes acorta distancia forma orizonte, y siempre se mira uno como punto en medio de
un circulo...»1.
Las posibilidades de desplazamiento de estos antiguos moradores eran bastante
limitadas, ya que el único medio de movilidad era el caminar, y por consiguiente,
tenían escasas posibilidades de dejar rastros o sendas en su andar, a no ser aquellas
producto de las actividades en las cercanías de su hábitat.
La llegada del español a América, y con él el noble caballo, habría de modificar
sustancialmente las posibilidades de movimiento, permitiendo recorrer grandes dis-
tancias ahorrando tiempo y esfuerzo. Los incipientes caminos irían cambiando su
fisonomía, ya que las huellas dejadas por caballos, vacas y otros animales, serían más
notorias por su anchura y profundidad que las hechas por el tránsito de los aborígenes.
Miles de cabezas de ganado surcaban el corazón de la pampa, dejando tras su paso
innegables señales que marcaban en el suelo el derrotero seguido, el que sería transi-
tado una y otra vez, con numerosos arreos:

«la guella que hay desde Mamilmapú hasta el anterior alojamiento no la abriria entre el
pasto tupido de coyron de que abundan estos Campos un continuo exercicio de carros y
de aqui pueden inferirse, que parcialidad de animales no conducirán»2.

De tal forma se materializaban en el terreno las primeras marcas que darían ori-

273
Norberto Mollo y Carlos Della Mattia

gen al concepto de rastrillada. El término encierra en un criterio amplio la denomi-


nación de aquellas originarias vías de comunicación, que guardando afinidad con
los nombres de «sendas», «huellas», «caminos» o «carriles», fueron utilizados in-
distintamente. La lengua mapuche nos refiere al término y lo menciona como «repü
o rupü».
Cuando el conquistador español quiso adentrarse en el desierto de pasto puna
como de tupidos caldenales, que distinguía la inmensidad de la llanura pampeana,
iría descubriendo estos caminos que interconectaban lugares vitales para la supervi-
vencia como lagunas y/o médanos, parajes conformados por una topografía del terre-
no singular que serviría de abrigo, descanso y de planificación al aborigen para
incursionar sobre otras áreas.
Las primeras expediciones militares provenientes de Chile y hacia el oriente,
ingresaban al territorio del Neuquén, buscando descubrir y conquistar nuevas tie-
rras.

«Valdivia embió al Teniente General Francisco de Villagra, otro segundo Valdivia en el


valor y grandeza de ánimo, a que con ochenta hombres passase la cordillera y vuscasse
nuevas tierras donde poblar esperando hallar otro nuevo Chile en riquezas, de la otra
banda de la cordillera nevada. Partió con título de Mariscal, por el camino de la Villa
Rica, que arriba diximos, como era llano passó con gran facilidad, llevando a un lado
y al otro aquellas inaccesibles montañas y cerranías y a pocos días se halló en las
pampas y llanuras extendidas que van a Córdoba y Buenos Aires»3.

La expedición en busca de los Césares que llevara a cabo Gerónimo Luis de


Cabrera (1620-1621), seguiría el curso desde su partida a orillas del río Cuarto por
rastrilladas existentes y ya conocidas, al menos por los guías que conducían la carava-
na. En su rumbo eminentemente sur-suroeste transitarían la posteriormente conocida
rastrillada de las Pulgas, y por otros sectores de la rastrillada de los chilenos cono-
cidos como rastrillada del Carancho, de Lihuel Calel y de Choele-Choel, hasta
alcanzar el río Negro.
Una extensa red de rastrilladas, preexistentes algunas de ellas a la conquista espa-
ñola, surcaron el amplio territorio pampeano, conectando centros de vital importan-
cia por ser fuentes de recursos naturales y de asiento de población aborigen. Entre
éstos sobresalía el llamado Mamüll Mapu, región de predominancia arbórea que cobi-
jó durante prácticamente un siglo la etnia ranquel. Grandes jefes como Carripilun,
Yanquetruz, Painé, Pichun, Baigorrita, Platero, Mariano y Epumer Rosas, etc., habita-
ron estos montes. Allí convergían rastrilladas que provenían de las fronteras de San
Luis, Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires. Las más notorias en la región pampeana eran
las siguientes: de las Víboras, de Las Pulgas, del Cuero, del Sauce, de Las Tunas, del
Carancho, de Lihuel Calel, el camino de la Derechura o de Las Nuevas Tunas, el
camino del Salto, el camino a Luán Lauquén, el camino a Trenel, el camino a Salinas
Grandes y el camino ó rastrillada de los chilenos. Estas grandes rutas de comunica-
ción se ramificaban a lo largo de su recorrido en otras menores o secundarias,
densificando de tal modo la red de caminos que vinculaban los parajes más salientes
de entonces.

274
Rastrilladas y parajes del Mamúl Mapu

Figura 1. Principales rastrilladas en la región pampeana.

Metodología de Trabajo
Abarcando el área del Mamüll Mapu, que precisaremos más adelante, se construyó un
marco de apoyatura constituido por un mosaico cartográfico elaborado con cartas I.G.M.,
escala 1:100.000, al cual se trasladó la información contenida en los planos de mensura
levantados por los agrimensores y que dieran origen al parcelamiento oficial de los Terri-
torios Nacionales. En ellos el profesional actuante registra, en su andar palmo a palmo
sobre el terreno al delimitar cada lote, una vasta información, como lagunas, médanos,
tipo de vegetación, caminos, vestigios de anteriores asentamientos humanos, etc. El apor-
te del baqueano que lo secunda en su tarea, le permite incluir además datos sobre el
interior del lote, como accidentes y toponimia. A los efectos de la reconstrucción lote por
lote, se consideró también la memoria descriptiva de la labor desarrollada. Esta documen-
tación es merecedora de la mayor credibilidad, ya que muchos de los parajes relevados se
corresponden con los registrados en la cartografía actual.
La moderna fotografía satelital permite redescubrir muchos de los sitios y com-
prender su valor estratégico, dentro del contexto de situación de su tiempo histórico.
La conjunción de estas tres variables de análisis: mensuras, cartografía IGM y fotogra-
fía satelital, nos permiten precisar con un aceptable grado de certeza el curso de las
rastrilladas y la ubicación de parajes y topónimos.

El Mamüll Mapu
El Mamüll Mapu es una amplia zona de la región pampeana enclavada dentro de

275
Norberto Mollo y Carlos Della Mattia

la provincia fitogeográfica del Espinal, caracterizada por una densa vegetación de


porte arbóreo, con predominancia de caldenes, algarrobos y chañares, con presencia
de lagunas y grandes medanales, así como la existencia de agua dulce en las napas
freáticas, aunque sin cursos superficiales de importancia. Este hábitat natural, lejos de
ser un desierto, fue el ámbito propicio para la ocupación gradual de aborígenes. Pri-
mero merodearon estos montes los provenientes de latitudes patagónicas como los
tehuelches septentrionales, como los que halló Cabrera en 1620; luego huilliches,
pehuenches y finalmente los pehuenches ranquelinos quienes se asentaron en el lugar
en las postrimerías del siglo XVIII, para desempeñar desde entonces y por espacio de
una centuria, un protagonismo relevante que los llevaría a trascender más allá del
Mamüll Mapu.
Si bien los montes de caldenales y algarrobales eran muy extensos, la mayor
densidad se da dentro de límites más o menos precisos, que son coincidentes con el
área de ocupación ranquelina. Estos pueden delimitarse con buen criterio, desde el
sur de San Luis y Córdoba, a partir de los montes del Cuero y al sur de la laguna La
Verde, por el norte; los valles Daza y Quehué por el sur, la laguna Meucó por el oeste;
y la llanura pampeana por el este.
Si bien el Mamüll Mapu fue asiento de las tolderías ranqueles, como lugar de
reunión para preparar grandes incursiones sobre las líneas de fronteras, de concentra-
ción de las haciendas y cautivos que reunían producto del malón y objeto de comer-
cio entre ellos y con otras parcialidades, su zona de acción fue notablemente mayor,
haciendo sentir su influencia hasta los caminos de postas y poblaciones del sur de San
Luis, Córdoba, Santa Fe y los llanos bonaerenses. También llegaban hasta las orillas
del río Chadileuvú, límite natural con los pehuenches. «Amigos, este rio que acaba-
mos de pasar es el deslinde de tus tierras con los indios de Mamilmapu...»4 (Luis de la
Cruz dirigiéndose a los caciques pehuenches que lo acompañaban, tras cruzar el río
Chadileuvú) y hasta las propias Salinas Grandes.

Rastrilladas y Parajes del Mamüll Mapu


Los caminos que surcaron el Mamüll Mapu son de muy antigua data, pudiendo
mencionarse entre estos a la posteriormente llamada «Rastrillada de las Pulgas», cuyo
curso siguiera la expedición de Gerónimo Luis de Cabrera en 1620/21 en busca de la
ciudad de los Césares, la «Rastrillada de las Víboras», llamada así por pasar por el
paraje del mismo nombre, y el «Camino de la Derechura o de las Dereceras», que
desde Meuco se dirigía hacia Buenos Aires con rumbo ENE. Esta fue llamada también
como «Camino de las Nuevas Tunas». Las dos últimas fueron recorridas por las expe-
diciones de Benito de Acosta y Ventura Montoya en 1776 y la de Ventura Echeverría
y Diego de las Casas en 1779, quienes nos dejaron una valiosa información. Además
de estas tres grandes rastrilladas existían otras que las vinculaban entre si y a los
parajes adyacentes a las mismas, configurando una destacada red caminera.
Partiendo desde el rio Cuarto, con rumbo sudoeste, Gerónimo Luis de Cabrera
atravesaría el río Quinto por el luego conocido Paso de los Césares, hasta arribar a la
rastrillada de las Pulgas, donde toma el curso de la misma hacia el sur. Esta primigenia
via de comunicación lo llevaba a transitar por el luego conocido Mamüll Mapu,
pasando por la Laguna Malabrigo (inmediatamente al oeste del actual Paraje El Du-

276
Rastrilladas y parajes del Mamúl Mapu

razno) y continuando su marcha unos 20 km al S.S.E., llegan a un lugar que nominarían


Laguna del Juicio. Esta podría tratarse de la laguna posteriormente conocida como
Trehuá Laufquen (Laguna del Perro), donde en sus cercanías encuentran la primera
población aborigen, posiblemente tehuelches septentrionales y avanzada de otros
que se hallaban sobre la sierra de Choique Mahuida, y que hablaban la lengua caguane,
según refiere el propio Cabrera. Esta referencia documental nos ilustra sobre la casi
inexistencia de población aborigen en nuestra área de estudio durante el siglo XVII.
Esta situación no habría de variar mayormente hasta el siglo siguiente, cuando nuevas
crónicas documentales nos permiten conocer los primeros sitios de asentamientos de
poblaciones y parcialidades en tránsito, provenientes de la falda oriental de la Cordi-
llera de los Andes, como huiliches, llanistas, pehuenches ranquilinos y otros. Esta
región de la Pampa comienza a adquirir una fisonomía toponímica caracterizada por
la nominación de parajes con voces mapuches o araucanas, tal era su lengua de origen.
Las citadas entradas españolas de 1776 y 1779 nos hacen conocer la distribución y
ocupación del territorio que nos compete. Entre otros sitios ubican tolderías en Trenel
o Tenel (Lepian), Colu Lauquen (Rainao, Aygopillan, Llancan), Calchahue (Puñaleph),
Nahuel Mapu, Marivil (Culucalquin) y a orillas del Chadileuvú (Llanquetur). La
mayoría de estos parajes se hallaban sobre la Rastrillada de las Víboras, y tanto estos
expedicionarios, como Justo Molina en 1805 y Luis de la Cruz en 1806, que pasaron
por el lugar treinta años después, nada dicen sobre parajes como Poitahué y Leubucó,
entre otros, de singular trascendencia pocos años después. Esto nos deja ver que
dichos lugares todavía no habían sido ocupados, o que su población era incipiente.
Destacan sin embargo a Meuco y Marivil (Cura Lauquen) donde, en este último,
encuentran los toldos de Carripilun. Aproximadamente a partir de la segunda década
del siglo XIX se produce una mayor ocupación del Mamüll Mapu, cobrando notorie-
dad algunos parajes mas hacia el norte, período que se extendería hasta la llamada
«Conquista del Desierto» de 1879, donde los principales jefes ranqueles fueron diez-
mados por el arrollador accionar militar. En este último lapso de tiempo sobresalen
los asientos de los grandes caciques ranquelinos en Poitahué (Yanquetruz, Pichun),
Quenqué (Baigorrita), Guada (Painé), Leubucó (Mariano y Epumer Rosas), Montes de
Carrilobo (Ramón Platero), entre otros.
En el informe que Felipe de Haedo dirige al virrey Cevallos respecto a la entrada
de 1776, hace una detallada descripción de los sucesos y lugares visitados. Entre
estos hace alusión a Telén de esta manera:

«...hasta el sitio llamado Telén, que dista ciento y cuatro leguas de las puntas del Sauce,
que fue la primera tolderia que hallaron. Esta población estaba subordinada bajo las
órdenes del cacique Sipian quien dio noticias que en aquellas inmediaciones se hallaban
otros seis caciques y que así el como los otros, todos concurrían á hacer guerra y robos
en las provincias de Cuyo, Tucuman y Buenos Aires [...] A las tres de la mañana del dia
23 de abril de dicho año sorprendió la marcha de Acosta a la tolderia de dicho Sipion
con 300 hombres; le mataron seis indios y le aprisionaron treinta y tres, en los que se
incluían algunos cautivos que el año antecedente de 775 habian llevado de la jurisdicción
de dicha ciudad de Córdoba, y estos dieron bastante noticia de los establecimientos que
tenían dichos indios [...] hizo llamar el comandante Acosta a dicho Sipion y otros de los
seis caciques nombrados, que comparecieron y trataron de paces…»5.

277
Norberto Mollo y Carlos Della Mattia

¿Sería este cacique Sipian o Sipion el mismo que llaman Lepian, al que ubican en el
paraje Tenel? El informe de Diego de las Casas de las expediciones de 1776/79 cita:

«Lepian, anciano, tiene 20 en 10 toldos, y vive en Tenel, que quiere decir recado hallado.
Tienen dos aguadas cavadas y cercadas, y dista un día de camino de Calchague»6.

¿A que paraje arribó la expedición? ¿A Telén o a Tenel (Trenel)? De acuerdo a los


referidos informes, las expediciones del 76 y 79 partieron de Punta del Sauce y Las
Tunas respectivamente, siguiendo rumbo sudoeste. Si atendemos al curso replanteado
de las rastrilladas en la cartografía IGM vemos que las mismas convergen entre si, en
el paraje Tres Lagunas, cerca de Italó, para fusionarse y continuando hacia Tenel, sitio
de acceso al Mamüll Mapu desde el noreste. De allí su conexión es inmediata con la
rastrillada de las Víboras, con la de las Pulgas, y un poco mas al sur con la de las
Nuevas Tunas. Telén, en cambio, se halla sobre el límite oeste del Mamüll Mapu, por
lo que de haberlo atravesado, no hubiera sido esta la primer toldería, como lo expresa
en forma explícita. La única posibilidad de que Telén fuese el primer paraje de con-
tacto, es haber llegado por la rastrillada de las Pulgas, desde el norte, pero esto contra-
deciría el informe. A manera de conclusión podría existir un error al referirse al paraje,
debido a la similitud de las voces Telén y Tenel en el informe de Haedo. Asimismo la
laguna Telén se halla bastante distante de la rastrillada de las víboras, camino éste que
descubierto por estas expediciones constituyó el campo de acción de las mismas, y
que con rumbo general NE-SO atravesaba de lleno el Mamüll Mapu. No obstante
todas estas consideraciones que hemos expuesto, queda evidenciada la antigüedad de
ambos topónimos. Tenel o Trenel, extensa área medanosa que se localiza en la Sec-
ción VII, fracción C, lote 14, del departamento Rancul, a 13 km al S.O. de Caleufú.
Analizamos ahora las principales rastrilladas que surcaban el Pais del Monte, y los
parajes salientes que se hallaban a la vera de las mismas.

Rastrillada de las Víboras


Procedente de Peningué (Laguna ubicada en proximidades de Estancia El Madro-
ño, Sección II, Fracción A, Lote 15), se dirige hacia el SO ingresando en nuestra área
de estudio a la altura de la laguna Loncoché, (ubicada en la Colonia Los Guanacos,
Sección II, fracción A, lotes 22 y 23, del departamento Capital. Actualmente la ruta
nacional Nº 35 atraviesa la misma en dirección norte-sur). En 1806 Luis de la Cruz
estuvo en el lugar.
Poco más adelante se llega a la laguna y montes de Malal, que De la Cruz llamaría
Puitril Malal. Este paraje fue residencia de las tolderías de uno de los más afamados
caciques que tuviera la pampa: Vicente Pincén. La laguna Malal (Corral) se halla en la
Sección II, Fracción A, Lote 21, del departamento Capital, en la zona rural conocida
como Colonia La Pastoril.
Otro sitio destacado es Calchahue, uno de los primeros centros de población del
Mamüll Mapu, cuya ubicación aproximada podría darse en un accidente natural lla-
mativo constituido por lagunas, médanos y montes, en el deslinde de los lotes 4

278
Rastrilladas y parajes del Mamúl Mapu

Figura 2: Imagen satelital de Loncoché.

(fracción C) y 24 (fracción B) de la sección VIII, en el departamento Toay. El topónimo


actualmente se conserva como Establecimiento Calchagua, ubicado más al sur, en el
lote 7, fracción C. El lugar que nos ocupa podría ser el mismo o, en todo caso, próximo
al luego conocido como Pué-Chapicú-Lauquen.
Hacia el oeste la rastrillada atraviesa un tupido monte, y antes de llegar al paraje
de Las Víboras, merecen destacarse sobre su curso los sitios de Laguna Divisadero y
Laguna de los Chañares, ambas en el lote 25, y Rinancó en el lote 24, fracción A,
Sección VIII en el departamento Loventué.
Uno de los sitios más trascendentes, no solo de esta rastrillada sino del Mamüll
Mapu, es el paraje Las Víboras. Haciendo alusión a la presencia de ofidios que abun-
dan en el área, distintas voces nominaban este paraje, como Chochá, Chochá Lauquen,
Marivil, cuya interpretación etimológica aluden a estos reptiles. La laguna Curra
Lauquen que menciona Luis de la Cruz como hábitat del cacique Carripilun es un
cuerpo de agua que se halla comprendida dentro del área definida por dichos topónimos.
Para obtener una mejor localización de Curra Lauquen (de Cura: piedra, Lauquen:
laguna; «Laguna de la Piedra»), es procedente atender a la descripción que hace este
expedicionario en relación a lo pedregoso del terreno.

279
Norberto Mollo y Carlos Della Mattia

«Este lugar, como he dicho se llama Curra Lauquen, que quiere decir Laguna de
Piedras por razon de que al Norte de este alojamiento se hace en Ybierno una Laguna
sobre un plan pedregoso que es el unico de esta clase que hay en todos estos lugares en
que no se encuentra una piedra»7.

Este paraje es mencionado asimismo por Angueñán y Molina como asiento del
jefe ranquel Carripilún. Al respecto Angueñán dirigiéndose a De la Cruz dice: «Me
contextó, que Carripilun vivia en el Lugar Marivil, dos dias y medio distante deaqui»8.
En 1805, al pasar Justo Molina por el lugar, anotaba en su diario de viaje: «hasta que
llegue a alojar al toldo del Cazique Caripilun, cuyo parage se llama Maribil, y andaria
en este dia nueve leguas»9.
En el marco de aporte de elementos para una mayor investigación sobre el lugar de
residencia de Carripilún, vale agregar una cita documental contemporánea a las ante-
riores, que aporta una nueva toponimia al área en cuestión.

«Luego Dijo qe. su prial biaje se dirigia despues de haserse amigo con este Comandte.
benirte avisar como los Yndios Guiliches pasaron de sus tierras en esta luna de Marzo
mas de Seiscientos Armados en Guerra, y que benian derecho pa. Tierras de Españoles
y que le parece qe. estaban solos, y que haviendo llegado estos Yndios Guiliches hta el
Juncal, dos dias de camino de los Porongos donde viven Carripilum, y esta nuevo Amigo
Llamcaû, de alli sebolvieron asus tierras por las muchas Aguas; y que spire quedaron
algunos Yndios Guiliches Potreando y que de estos son los rastros qe. han visto los
Soldados del fuerte en los Campos de Capelen adentro»10.

El paraje Las Víboras (Chochá, Marivil, Curra Lauquen) se halla en el cuadrante


N.O. del lote 4, fracción D, Sección VIII, departamento Loventué. Punto nodal de
rastrilladas, conectaba con Loventuel y Leubucó donde empalmaba con la rastrilla-
da de las Pulgas; hacia el S.O. por la continuación de la rastrillada homónima con
Meucó; al este con Calchahue y Loncoché; hacia el N.E. con Tenel o Trenel y hacia
el S. con los posteriores sitios de toldos de Antigueo y de Baigorrita. Antes de
constituirse en un asentamiento permanente, Las Víboras era lugar de encuentros
preparatorios del malón a darse sobre las fronteras de Córdoba, Santa Fe y Buenos
Aires.

«…que estos sabian juntarse en Las Víboras para robar en Buenos Aires y Córdoba
algunas ocasiones y que otros iban tambien a Las Víboras y Mamelmapu cuando sabian
que los indios de estos parajes anadaban robando a los cristianos y los aguardaban
para comprarles animales, efectos y cautivos…»11.

Una de las incursiones mas notorias por el trágico resultado fue el asalto a la tropa
de carretas que a la altura del Saladillo en el sur de Córdoba, se produjo en 1777,
liderada por el cacique Llanquitur y secundado entre otros por Carripilun, Quilán,
Neuquén, etc. Hecho muy mentado entonces por la muerte, entre otros, del canónigo

280
Rastrilladas y parajes del Mamúl Mapu

Pedro Ignacio Cañas. Surge de la relación de las expediciones del 76/79 que Llanquitur
se encontraba sobre el río Chadileuvú y utilizaba esta rastrillada en sus permanentes
malones a los caminos de postas.
Al practicar la mensura del lote Nº 24, fracción A, sección VIII, el agrimensor Juan
Ignacio Alsina en mayo de 1882, describe la laguna de Chocha:

«La calidad del campo como la anterior. El terreno arenoso pero firme, pues ha sido
ocupado por los Yndios. Entre otras aguadas, queda en él la parte norte de la laguna de
«Chocha» (vívora). Esta laguna tiene 900 m de largo de Sur á Norte, y 200 m de ancho;
el agua no es muy buena pero tiene vertientes de agua dulce á sús alrededores; por ella
pasa un camino. Queda la laguna «Chocha» sobre el costado Sur del lote á los 2000 m
al Este del esquinero Suroeste»12.

Desde Chochá el curso de la rastrillada de las Víboras se continúa hacia el sudoes-


te hasta los médanos y laguna de Poitahué, ubicados aproximadamente a 12 km al
N.O. de Carro Quemado, en el lote 2, fracción D, sección VIII, en el departamento
Loventué. La memoria del agrimensor Alsina de modo escueto dice «tiene varios
jagüeles en el paraje que se indica como campamento de Poitahue». Queda definida
una interesante área de estudio en el centro sur del lote, donde a través de la imagen
satelital se visualizan dos imponentes lagunas, siendo posible aseverar que confor-
man el paraje Poitahué, ahora bien, sería necesario profundizar la investigación in
situ para determinar mejor su localización. Vemos que la laguna de mayor tamaño se
corresponde bastante bien con la localización que da el agrimensor Alsina en su
croquis de 1882, acompañada además de una importante formación medanosa. Este
agrimensor representa una sola laguna, y la carta IGM a escala 1:100.000 no registra
con claridad ninguna de ellas. La importancia estratégica que tenía Poitahué, dentro
de la red de caminos del Mamüll Mapu, estaba dada por ser el punto de enlace entre
las rastrilladas de las Pulgas y la de las Víboras.
Otro accidente topográfico tiene igual nombre, un poco mas adelante, siguiendo
la rastrillada que nos ocupa, bajo la forma de Médano Poitahué (Extremo N.E. del lote
11 de igual fracción y sección).

Figura 3. Imagen satelital del lote Nº 2 donde se halla Poitahué.

281
Norberto Mollo y Carlos Della Mattia

«...según el baqueano que me acompañaba, lo que los indios llamaban Poitahue, no era
una aguada como generalmente se cree, sino el médano que se observa en el ángulo
Noreste de este lote» 13.

Un tanto más al suroeste se encuentra el paraje Guada, caracterizado asimismo por


una laguna y una zona medanosa, de importantes dimensiones.

«Laguna salobre como de quinientos metros de diametro rodeada de montes. A su


alrededor existen jagüeles de buena agua. Está sobre la divisoria de los lotes 9 y 10 á los
seis mil doscientos metros á contar del Norte»14.

El mismo agrimensor, al efectuar la medición del costado este del lote 10 atravesa-
ría la laguna escribiendo en su memoria: «6200 m. Entré a la laguna Guada. 6700 m.
Salí de la laguna». La laguna y médano Guada se hallan a unos 15 km al oeste de Carro
Quemado. Posiblemente este sitio sería el que Luis de la Cruz llamó, en su viaje de
1806, como Rimecó.

Figura 4. Imagen satelital de Guada.

282
Rastrilladas y parajes del Mamúl Mapu

Otro paraje destacado sobre la rastrillada de las Víboras, que se halla un poco mas
al sur, es la laguna Metriquin o Mitriquin, ubicada en el lote 11 de la fracción D,
sección VIII del departamento Loventué, unos 20 km al S.O. de Carro Quemado. Es un
cuerpo de agua de grandes dimensiones, extendido en dirección N.E.-S.O., cuyas
aguas salobres se corresponden con la salinidad de la zona.

«Laguna salada de mil metros de largo por quinientos de ancho, situada en un gran
bajo á cinco mil metros del costado Norte y tres mil del Este. A su alrededor se encuen-
tran otras aguadas dulces. Hacia el Noreste de Metriquin, á unos quinientos metros se
halla la Salina que se indica en el croquis, de setecientos metros de largo por cuatrocien-
tos de ancho, de sal riquisima. Según el baqueano de este punto se proveian los Yndios
Ranqueles de la sal que consumian»15.

Luis de la Cruz, en su paso por el lugar en 1806, la menciona como Metanquil.

Figura 5. Imagen satelital de la laguna Mitriquin o Metriquin

Con rumbo general S.S.O. la rastrillada se continúa hasta arribar a la laguna de


Meucó, hallándose en este largo trayecto los parajes de Chadilauquen, Ringanco, Nahuel-
Mapú, Butatequen, Rucal, Maribil o Manibil, Tolvan, y Gualicó o Guaibi. A excepción

283
Norberto Mollo y Carlos Della Mattia

de Nahuel Mapú y Rucal, los demás sitios son los mencionados por De la Cruz en su
diario de viaje de 1806. Nahuel Mapú ha sido un paraje notorio en el Mamüll Mapu,
relevado por las expediciones españolas de 1776 y 1779, no es mencionado sin embar-
go por Luis de la Cruz en su paso por el lugar, lo que resulta llamativo. Nahuel Mapú
ocuparía un lugar estratégico en la vida ranquel durante el siglo XIX, tal como lo
evidencian las menciones que de él realiza Estanislao Zeballos, entre otros.
En el territorio pampeano existieron muchos sitios que funcionaron como puntos
nodales, y entre estos podemos mencionar a Meucó. Este lugar representaba la puerta
de ingreso al Mamüll Mapu desde el oeste, a partir de aquí se continuaba la rastrillada
de las Víboras hacia el río Chadileuvú; hacia el S.E. partía el camino de la Derechura
o de las Nuevas Tunas, y varias rastrilladas mas como lo denota el croquis confeccio-
nado por el agrimensor Otamendi, quien redacta en la memoria de mensura del lote 12,
fracción A, sección XIV:

«El terreno de este lote tiene pocos médanos de gran estension. En general es de médanos
altos y poco estendidos. El suelo es guadaloso. La aguada llamada «Meucó» es la
laguna mas grande de todas las que hay en esta seccion, tiene como 1500 m. de Nord-
Este a Sud-Oeste por 1000 m. de Nord-Oeste á Sud-Este. En las inmediaciones de la
laguna se encuentran pastos abundantes y buenos = pasto duro, gramilla, pasto de
hoja, alfilerillo, paja y trebol. Desde esta laguna empiesa la travesia en el camino que
conduce al Rio Salado por el «Paso de Meucó»…»16.

Refiriéndose al Camino de la Derechura, Angueñán señala:

«... que era mejor que los otros que van por lo del difunto Quintrepi (el que va al Salto), y otro
para las fronteras del Sauce (el que va a La Carlota), porque tienen menos aguas y leñas»17.

Figura 6. Plano de mensura del lote 12 (Meucó), fracción A, sección XIV del agrimensor
Otamendi. Dirección de Catastro de la Provincia de La Pampa.

284
Rastrilladas y parajes del Mamúl Mapu

Camino de la Derechura o de las Dereceras o de las Nuevas Tunas


Esta vía de comunicación vinculaba Meucó con Buenos Aires, capital del Virreinato,
con rumbo general N.E. Los parajes que se sucedían a lo largo del camino y que le
informara el indio Angueñán, sobrino del cacique Manquel, a Luis de la Cruz durante
su estada en Meuco, eran los siguientes:

«Que saliendo de aquí por donde venía la luna, que era al este, cuarta al norte, es el mas
recto. Que primero se llegaba al lugar de Chaquilque, y despues á Chiyen, á Malcuaca,
á Quilquil, á Cololanquen, á Tuay, á Aldirinanco, á Lelbun-Mapu; que ya ahí son las
castas a Leubuco, á Catrilechi-mamil, á Trilís, á Moncolo, á Mallin-lauquen, á Pichiloo,
á Cumaloo, á Chalac, á Gualanelú, á Butanguencul, á Leubu-Mapu, y á Loncoguaca; y
de aquí ya está en tierra de españoles, y que con mis cargas, despacio en 10 ó 12 dias
estaria en Buenos Aires»18.

Por vincular en forma más directa Meucó con Buenos Aires, que cualquier otro
camino, Luis de la Cruz le llamó indistintamente «Camino de la Derechura», «Cami-
no de las Dereceras» o «Derrotero de Angueñán». Al llegar al mismo los expediciona-
rios de 1776 y 1779 llamaron al mismo «Camino de las Nuevas Tunas».
De los parajes enunciados, analizamos a los comprendidos en nuestra área de
estudio, tales como Chaquilque, Chillen, Malal-Huaca, Quilquil, Colu Lauquen y
Toay. Otro sitio sobre este camino que merece nuestra atención es Tricaucó.
Tricaucó o Trecao-có: según A. Vúletin «Agua de los loros», Casamiquela «Aguada
de los loros», laguna situada en el lote 11, fracción A, sección IX del departamento
Utracán. Al medir los lotes 17 y 18 de la fracción A, sección XIV, los agrimensores
Cagnoni, Carballo y Otamendi en 1883 hacen mención del «camino de «Meucó» a
«Trecao-có». Este sitio no era mencionado por Angueñan por lo que su ocupación e
importancia es más reciente.
Chaquilque: El paraje Chaquilque se lo localiza en el lote 18, fracción A, sección
IX, del departamento Utracán, a 4 Km al este-sudeste de la actual estancia Malal-Có.
La ubicación del mismo se logra replanteando sobre el curso de la rastrillada que corre
por el valle Daza, la distancia de 9 leguas indicada por Angueñan. Se observa que en
dicho sitio hay un paraje llamado Sanquilqué o Sanquelqué, obtenido de la mensura
de Braly. Según Casamiquela, Chaquilque es una voz mapuche que significa: «Don-
de hay Macahines». Sanquilqué o Sanquelqué, tal vez sea una deformación del
topónimo original; según Vúletin: «Cañada del Carrizo», según Piana: «Aguada del
Carrizo», según Erize: «Agua de Cortaderas» y según Casamiquela: «Donde hay
carrizales». Probablemente se trate del mismo sitio que Olascoaga cita como Chagqui-
hue: «Donde se despedaza o destroza». En la memoria de la mensura del lote mencio-
nado realizada por el Agrimensor Claudio A. Braly, al referirse a su ubicación dentro
del Valle Daza, dice: «Se sale de los médanos, se entra en el valle de Sanquilqué, en un
bañado con mucha agua»19. En este paraje se encontraban los toldos de Payllatur en
1806, en momentos del paso de la expedición de Luis de la Cruz a poca distancia.
Cuarenta años atrás, en 1776, ya existían los primeros asentamientos aborígenes en el
lugar:

285
Norberto Mollo y Carlos Della Mattia

«Pichuimanque, tiene 10 soldados en 6 toldos; vive, en Chaquilque, en distancia de


medio día de camino de Conquaí; sus aguadas son 3 pozos cavados. Este lugar está
sobre el camino de las Nuevas Tunas, descubierto a la izquierda y rumbo al sud […]
Mariñanco tiene 10 indios en 6 toldos; vive en Chadí, a la vista de Chaquilque»20.

Chillen, Chillem o Chiyen: es un paraje compuesto por una laguna situada sobre la
línea limítrofe entre los lotes 10 y 11, Fracción B, Sección IX, del departamento Toay. Su
significado admite diferentes interpretaciones: según Casamiquela una variante es El
Chülen y se refiere a una fruta o a una planta, según Vúletin su nombre hace alusión a la
Gaviota Cocinera, llamada Chille por los aborígenes, con el agregado afirmativo de llén y,
según Puch y Tello «ensillar y desensillar los caballos». Actualmente junto a la laguna
mencionada se encuentra la Estancia El Chillén, dentro del importante valle de igual
nombre. La crónica de mensura de los citados lotes 10 y 11 efectuada por el agrimensor
Carlos A. Braly hace mención del lugar como «Chillem»: «Se llega á unos medanitos que
están al pié de la cadena indicada. Pasto bueno. El cañadon se llama Chillem»21.
Malalguaca o Malalhuaca o Malal Huaca: laguna cuyo nombre deriva de Malal:
corral y Huaca: vaca; «corral de vacas». Dicha laguna se halla dentro del imponente
valle de Malal Huaca, que alberga también a una estancia de idéntico nombre, lote 2,
fracción B, Sección IX, departamento de Toay. El Agrimensor Braly, al efectuar la
medición de los lotes 2 y 9 de la fracción citada, hace una interesante descripción del
sitio. Midiendo el lado norte del lote 9 de oeste a este, sobre los 7.500 metros de
marcha nos dice: «Cruza un camino al S.O. Se baja á un cortaderal á 250 m al N de la
linea aguada de Malal Huaca. Agua abundante, y buenos pastos»22.
Quilquil: laguna ubicada en el lote 3, fracción B, Sección IX, del departamento de
Toay. Según el «Nuevo Diccionario Mapuche-Español» de Vúletin y otros, su nombre
significa pájaro chucho. De acuerdo al relevamiento efectuado por el maestre de campo
Diego de las Casas Quilquil quiere decir «Pájaro Chiquito». Según Casamiquela Kilkil
nombra a una lechuza pequeña llamada Caburé. En este lugar habitaba en 1776/79 el
cacique: «Painemanque, que quiere decir cóndor anciano, tiene 14 indios, inclusos
cuatro hijos, en 7 toldos; vive en el paraje de Quilquil, que quiere decir pájaro chiquito,
cuyas aguadas son 4 pozos cavados y cercados. Dista dos leguas del antecedente (Colu
Lauquen), sito sobre el mismo camino, tras de un cerro pequeño»23. Como esta voz
toponímica se ha perdido en los registros cartográficos actuales, la ubicación tentativa
del sitio Quilquil, sobre el curso de la rastrillada, se logra de la siguiente manera: de la
tabla de distancias que como «Derrotero de Angueñán» exhibe Luis de la Cruz, toma-
mos las que indica de Malal Huaca a Quilquil y de Quilquil a Colu Lauquen, siendo
ambos extremos sitios de precisa localización. Esto nos permite establecer una corres-
pondencia entre las leguas de Angueñán y los kilómetros. Luego medimos sobre la carta
las distancias en Km de Quilquil a los dos extremos. La cita anterior es coincidente con
la localización efectuada, al señalar la distancia de Colu Lauquen a Quilquil.
Colulanquen, Cololanquen, Colo lauquen, Colu-Lauquen, Colu Lafquen o Colu
Lauquen: laguna situada en el lote 4, fracción B, Sección IX, del departamento Toay,
cuya acepción etimológica nos dice Colu: colorado, Lauquen: laguna; «Laguna Co-
lorada». Inmediatamente al este de la misma se ubica hoy la Estancia La Colorada,
cuyo nombre se corresponde con las características del paraje. El agrimensor Braly, al
efectuar la medición del lado norte de dicho lote, sobre el mojón colocado a los 7.500

286
Rastrilladas y parajes del Mamúl Mapu

m expresa: «Tierra baya arenosa. Pasto bueno y abundante. A 500 m al SSO queda la
aguada de Colu-Lauquen. (Laguna colorada)»24. Sus primeros moradores, a fines del
siglo XVIII y principios del XIX fueron los caciques Llancan, Rainao, Aygopillan,
Cayupan y sus gentes.

Figura 7. Plano de mensura del lote 4 (Colu Lauquen), fracción B, Sección IX del agrimensor
Braly. Dirección de Catastro de la Provincia de La Pampa.

Figura 8: Imagen satelital de la laguna Colu Lauquen.

287
Norberto Mollo y Carlos Della Mattia

Tuay o Toay: topónimo cuya etimología hace referencia de modo coincidente con
la opinión de diversos autores al significado de «abra, abertura, rodeo, vuelta ó sende-
ro sinuoso» a través de una tupida población de caldenes, por el que se accedía a la
vertiente ó manantial de agua existente en el lugar. Si bien los médanos y montes de
Toay son imponentes y abarcan una gran extensión, resulta complejo precisar con
exactitud el lugar geográfico que dio origen al topónimo. A partir de Colu Lauquen
dejamos planteadas dos posibilidades de continuación del Camino de las Nuevas
Tunas: una hacia el N.E., rumbo a los médanos y montes próximos a la actual locali-
dad de Toay (Lotes 19 y 20, fracción D, sección II); la otra variante se dirige al S.E. del
lote 21, donde la mensura del agrimensor Joaquín Maqueda registra «Á los 2500 m de
esta linea y como 1500 al Oeste hay unos jagüeles donde ha existido una tolderia»25.
Este lugar podría tratarse del mismo que cita Vúletin, como la aguada o vertiente que
diera origen al nombre de Toay.

Rastrillada de Las Pulgas


La rastrillada de Las Pulgas debe su nombre a que nacía en el paraje de Las Pulgas
(actual Villa Mercedes, provincia de San Luis), sobre la margen norte del río Quinto,
y su recorrido mas relevante, en dirección eminentemente norte-sur, pasaba por los
parajes de Pozo Escondido, Pozo de los Avestruces, Sayape, Los Pocitos, laguna del
Guanaco, Bajos Hondos, Tala, laguna del Padre Marcos, La Hallada, Santiago Pozo o
Santiago Pose, Los Barriles, El Macho Muerto, El Corralito, Las Acollaradas, Totoritas,
La Seña (Desde esta laguna salía hacia el noreste un camino que la comunicaba con el
Fuerte 3 de Febrero), Loncomatro, Chicalcó, Overamanca, Los Chañares, Agustinillo,
Fortín Salitrero, Bagual, Ranquelcó, Médano Colorado (aquí empalmaba con la ras-
trillada del Cuero), La Verde, Trelactué, Pudum, Aillancó, Leuvucó (proximidades de
Victorica, provincia de La Pampa), Liu-Carreta y Poitahué, donde empalmaba con la
rastrillada de las Víboras. Desde Villa Mercedes hacia el norte se comunicaba con
San José del Morro. Esta rastrillada fue relevada en su tránsito de regreso desde los
toldos de Mariano Rosas (Leuvucó), por el coronel Lucio V. Mansilla en 1870; y
medida por el General Arredondo en agosto de 1872, entre Villa Mercedes y Guada (al
sur de Poitahué), resultando una distancia de 90,5 leguas26; transitada y medida asi-
mismo por la 1ª Brigada de la 3ª División Expedicionaria al Desierto en abril de 1879.
Asimismo fue recorrida por el padre Marco Donati en varias oportunidades, quien
describe algunos parajes. Hoy una laguna recuerda su nombre.
De los lugares enunciados, analizaremos el sitio de Leuvucó, comprendido en
nuestra área de estudio
Leuvucó: Este paraje se lo localiza entre los lotes 9 y 12 de la fracción A, sección
VIII, del departamento Loventué, a 17 km al norte de Victorica. La otrora laguna de
Leuvucó caracterizada hoy por un cauce seco en medio de un valle dominado por
formaciones medanosas a ambos lados. Se observan caldenes, chañares, piquillines y
otros árboles del espinal. Además abundante pasto puna, colas de zorros o cortaderas
y en ámbitos más salitrosos pelo de chancho. El material fino del suelo es abundante
observándose concresiones de tosca, con abundante cantidad de arcillas. Hacia el
oeste de la laguna se observa un enorme salitral que define la fisonomía de un paisaje
inhóspito y desolado.

288
Rastrilladas y parajes del Mamúl Mapu

Figura 9. Imagen satelital del paraje Leubucó.

La que fuera laguna de Leuvucó, se halla inmediatamente al oeste de la ruta


provincial Nº 105, la que hace una pronunciada curva para rodearla por el este en su
dirección N-S. El camino vecinal «Cacique Mariano Rosas» la atraviesa en su sector
sur. Observando la imagen satelital, podemos interpretar la correspondencia entre el
significado de Leuvucó (agua que corre), con la geomorfología del lugar.

«Leubucó: Este punto tan nombrado por haber sido allí la residencia de los Rosas, es
una especie de cañadon ó laguna desplayada (estaba seca en la época qué la ví) de 2000
m. de largo, por 500 de ancho, que corre de N.O. á S.E. Tiene en sus alrededores
algunos ojos de agua que se derraman en ella pero de poca importáncia. Está á a la
orilla de un inmenso monte que se estiende al O. y al S.O.»27.

Figura 10. Plano de mensura del lote 9 (Leubucó), fracción A, sección VIII del agrimensor
Juan Alsina. Dirección de Catastro de la Provincia de La Pampa.

289
Norberto Mollo y Carlos Della Mattia

El siguiente paraje que se hallaba sobre la rastrillada de las Pulgas era Leubucó,
punto neurálgico por ser un nodo de rastrilladas y por su relevancia geopolítica, como
asiento de los toldos ranqueles del gran cacique Mariano Rosas.

«La morada de Mariano Rosas consistía en unos cuantos toldos diseminados y en


unos cuantos ranchos, construidos por la gente de Ayala, en un corral y varios
palenques. Leubucó es una laguna sin interés –Quiere decir agua que corre, leuvu,
corre, y co, agua-. Queda en un descampado a orilla de una ceja de monte, en una
quebrada de médanos bajos. Los alrededores de aquel paraje son tristísimos. Es lo
mas yermo y estéril de cuanto he visto; una soledad ideal. De Leubucó arrancan
caminos, grandes rastrilladas por todas partes. Allí es la estación central. Salen
caminos para las tolderías de Ramón que quedan en los montes de Carrilobo; para
las tolderías de Baigorrita, situadas a la orilla de los montes de Quenque; para las
tolderías de Calfucurá en Salinas Grandes; para la Cordillera, y para las tribus
araucanas» 28.

Si bien existen muchos otros sitios de importancia fuera de estas grandes rastrilla-
das, sobresale el de Trehuá Lauquen (Laguna del Perro), centro nodal del cual irradia-
ban ocho caminos en distintas direcciones. El más importante de ellos era una prolon-
gación de la rastrillada de las Pulgas, que a su vez conectaba Poitahué (sobre las
Víboras) con Chaquilque (sobre la Derechura) y más al sur con Traru Lauquen (sobre
los Chilenos). Trehuá Lauquen se encuentra en la Sección IX, fracción A, lote 4, del
departamento Loventué, a 19 km al SSE del paraje El Durazno.

Conclusiones
Nuestra área de estudio, el Mamüll Mapu, fue surcada por tres grandes rastrilladas
principales: la de Las Pulgas, de Las Víboras y el Camino de la Derechura o de Las
Nuevas Tunas. Además existía una vasta red de caminos menores, que vinculaban a
estas entre si y con otros sitios de relevancia.
Algunas de estas rastrilladas resultan ser preexistentes al arribo al lugar de los
pehuenches ranquelinos. Así Gerónimo Luis de Cabrera en 1620, al transitar la rastri-
llada que luego se llamaría de Las Pulgas y otras que le continuaban hacia el sur, no
encuentra población aborigen hasta la Laguna del Juicio (Trehua Lauquen), donde
avista unos pocos moradores, presuntamente tehuelches septentrionales. La llegada
de la parcialidad ranquel se opera en el último tercio del siglo XVIII, emplazando sus
tolderías a la vera, o en las proximidades, de estas grandes vías de comunicación. Así
lo registran las expediciones españolas en 1776 y 1779, y la de Justo Molina en 1805
y Luis de la Cruz en 1806.
En un principio, los parajes que cobijaron a los recién llegados fueron: Trenel,
Calchague, Marivil, Metrenquel, Nahuel Mapu, Meucó, Chaquilque, Quilquil y Colu
Lauquen, entre otros. Mas adelante, en el transcurso del siglo XIX, se densificaría la
ocupación de las tierras del Mamüll Mapu, cobrando importancia otros sitios, como
Poitahué, Guada, y mas hacia el norte Leuvucó, que habría de erigirse en morada de
los mas afamados caciques ranqueles.

290
Rastrilladas y parajes del Mamúl Mapu

La reconstrucción de la red caminera en el área de estudio, nos permite desta-


car sitios erigidos como verdaderos centros nodales de rastrilladas, que facilitaron
las comunicaciones entre las dispersas tolderías que conformaron el país ranquel.
Entre ellos: Meucó, Poitahué, Chocha, Trehuá Lauquen, Caihué, Lomothué, Trenel,
Conhello, Malal, Leuvucó, Lobocó, Ruca Lauquen, Aillancó, Pudum y La Verde.

Figura 11: Mapa de rastrilladas y parajes del Mamüll Mapu

291
Norberto Mollo y Carlos Della Mattia

Notas
1
Archivo Nacional Histórico de Chile (ANHCH). Diario de Viaje de Luis de la Cruz.
Folio 149.
2
ANHCH. Diario de Viaje de Luis de la Cruz. Folios 154 y 154 v.
3
Diego de Rosales. Historia del Reyno de Chile. En: Alvarez, 1972:44.
4
De la Cruz, 1835:111.
5
Revista del Río de la Plata. «Descripción de la Colonia del Sacramento y puertos del Río
de la Plata al norte y sud de Buenos Aires, seguida de un plan para la conquista y
población del Cabo de Hornos y sus pampas, por Don Felipe de Haedo, Año de 1778».
Tomo III. Buenos Aires, 1872. pp. 450.
6
Colección…, 1837:95.
7
ANHCH. Diario de Viaje de Luis de la Cruz. Folios 129 v y 130.
8
ANHCH. Diario de Viaje de Luis de la Cruz. Folio 110 v.
9
Archivo General de la Nación (AGN). Sala IX. División Colonia. Legajo 39-5-5, Expe-
diente Nº 1. Diario de Viaje de Justo Molina.
10
Archivo Histórico de San Luis (AHSL). Carpeta Nº 10. Documento Nº 1557. 11 de abril
de 1806
11
AGN. IX. 24. 1.1. Diario de la expedición de José Francisco Amigorena. Folios 115-131.
12
Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro
Provincial. Mensura del agrimensor Juan Ignacio Alsina. Sección VIII. Fracción A. Lote 24.
13
Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro
Provincial. Mensura del agrimensor Juan Ignacio Alsina. Sección VIII. Fracción D. Lote 11.
14
Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro
Provincial. Mensura del agrimensor Juan Ignacio Alsina. Sección VIII. Fracción D. Lote 9.
15
Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro
Provincial. Mensura del agrimensor Juan Ignacio Alsina. Sección VIII. Fracción D. Lote 11.
16
Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro
Provincial. Mensura del agrimensor P. Otamendi. Sección XIV. Fracción A. Lote 12.
17
De la Cruz, 1835:131.
18
De la Cruz, 1835:130.
19
Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro
Provincial. Mensura del agrimensor Claudio A. Braly. Sección IX, Fracción A, Lote 18.
Agr. 1882.
20
Colección…, 1837:98.
21
Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro
Provincial. Mensura del agrimensor Claudio A. Braly. Sección IX, Fracción B, Lotes 10
y 11. 1882
22
Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro
Provincial. Mensura del agrimensor Claudio A. Braly. Sección IX, Fracción B, Lote 9. 1882.
23
Colección…, 1837:97.
24
Dirección General de Tierras, Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro
Provincial. Mensura del agrimensor Claudio A. Braly. Sección IX. Fracción B. Lote 4. 1882

292
Rastrilladas y parajes del Mamúl Mapu

25
Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro
Provincial. Mensura del agrimensor Joaquín V. Maqueda. Sección II. Fracción D. Lote
21. 1881
26
Memorias del Ministerio de Guerra y Marina. Año 1873. pp. 145
27
Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro
Provincial. Mensura del agrimensor Juan I. Alsina. Sección VIII. Fracción A. Lote 9. 1882.
28
Mansilla, 1987:155-156.

Bibliografía citada
ÁLVAREZ, G. 1972 Neuquén, Historia, Geografía, Toponimia. Universidad del Comahue.
Neuquén.
CASAMIQUELA, R. 2005 Toponimia Indígena de la Provincia de La Pampa. Ministerio
de Cultura y Educación. Santa Rosa.
COLECCIÓN DE VIAGES Y EXPEDICIONES A LOS CAMPOS DE BUENOS-AIRES
Y A LAS COSTAS DE PATAGONIA 1837 «Noticia individual de los caciques, o
capitanes peguenches y pampas que residen al sud, circunvecinos a las fronteras de la
Punta del Sauce, Tercero y Saladillo...». Primera Edición. Imprenta del Estado. Buenos-
Aires.
DE LA CRUZ, L. 1835 Viàge a su costa, del alcalde provincial del muy ilustre Cabildo de la
Concepcion de Chile. Primera Edición. Imprenta del Estado. Buenos Aires.
ERIZE, E. 1990 Toponimia mapuche. Editorial Yepun. Buenos Aires
MANSILLA, L. V. 1987 Una excursión a los indios ranqueles. Centro Editor de América
Latina. Vol. 1. Buenos Aires.
PIANA, E.L. 1981 Toponimia y arqueología del siglo XIX en La Pampa. Eudeba. Buenos Aires.
TELLO, E. A. 1957 Toponimia araucana-pampa. Edición de la Dirección de Cultura de La
Pampa, Santa Rosa.
VÚLETIN, A. 1978 La Pampa. Grafías y etimologías aborígenes. Eudeba. Buenos Aires.

Bibliografía consultada
DELLA MATTIA, C. y N. MOLLO 2000 El Camino de la Derechura. IV Jornadas
Ranquelinas. Rufino. Santa Fe. MS.
DELLA MATTIA, C. y N. MOLLO 2002 Itinerario del viaje de Luis de la Cruz en la
provincia de La Pampa. En AGUERRE, A. y A. TAPIA Entre médanos y caldenes de la
pampa seca. Facultad de Filosofía y Letras, U.B.A. Buenos Aires.
DELLA MATTIA, C. y N. MOLLO 2005 La ruta de Cabrera en busca de los Césares. V
Jornadas de Arqueología e Historia de las Regiones Pampeana y Patagónica. Universi-
dad Nacional de Luján. Luján.
DELLA MATTIA, C. y N. MOLLO 2005 Rastrilladas en el sur de Santa Fe. IV Congreso de
Historia de los pueblos de la provincia de Santa Fe. Esperanza.
FERNÁNDEZ, J. 1998 Historia de los indios ranqueles. Instituto Nacional de Antropología
y Pensamiento Latinoamericano. Buenos Aires.

293
Norberto Mollo y Carlos Della Mattia

NOCETTI O. y L. Mir 2000 Relaciones de la Jornada a los Césares 1625. Ediciones


Amerindia. Buenos Aires.
TAPIA, A. RAMOS, M. y C. BALDASARRE 2006 Estudios de Arqueología Histórica.
Investigaciones argentinas pluridisciplinarias. Museo Municipal de la Ciudad de Río
Grande, Tierra del Fuego. Ediciones Bimce.

Fuentes documentales
Archivo General de la Nación (A.G.N.), Sala IX, División Colonia, Legajo 24-1-1
Archivo General de la Nación (A.G.N.), Sala IX, División Colonia, Legajo 39-5-5 (Diario de
viaje de Justo Molina)
Archivo Histórico de San Luis, Carpeta Nº 10, Documento Nº 1557, 11/04/1806
Archivo Nacional Histórico de Chile (ANHCH), Diario de viaje de Luis de la Cruz.
Dirección General de Tierras, Archivo de Mensuras de La Pampa, Dirección de Catastro
Provincial. Mensuras de las Secciones siguientes:
1881. Sección VII; Agrimensor nacional: José Antonio Lagos
1882. Sección VIII; Agrimensor nacional: Juan Ignacio Alsina
1882. Sección IX; Agrimensor nacional: Claudio Andrés Braly
1885. Sección XIII; Agrimensores nacionales: Benjamín Domínguez, Cagnoni, Carballo y
Otamendi.
1883. Sección XIV; Agrimensores nacionales: Cagnoni, Carballo y Otamendi.
Cartas topográficas del Instituto Geográfico Militar (IGM), a escala 1:500.000, 1:250.000,
1:100.000 y 1:50.000.
Imágenes satelitales obtenidas de la página web: http://maps.google.com
Memorias del Ministerio de Guerra y Marina. Año 1873.
Mosaicos cartográficos de rastrilladas y parajes elaborados por los autores (inéditos).

294
Los ranqueles reducidos en la frontera del
río Quinto durante la década de 1870:
su incorporación al Ejército Nacional
Marcela Tamagnini; Graciana Pérez Zavala y Ernesto Olmedo
Laboratorio de Arqueología y Etnohistoria-Universidad Nacional de Río Cuarto
Contacto: marcela.tamagnini@gmail.com; gracianapz@gmail.com; erolmedo@yahoo.es

«Los prisioneros [indígenas] han sido repartidos en el ejército como soldados en


igualdad de condicion á estos»1

A partir de 1850 gran parte de los territorios fronterizos de la fértil llanura pampeana,
comenzaron a insertarse en el proceso de explotación pecuaria y agrícola-ganadero.
Sin embargo, en el sur de Córdoba y San Luis, la incorporación al capitalismo agrario
pampeano fue tardía. Para comprender la singularidad de este espacio, es necesario
que prestemos atención a los acontecimientos ocurridos a lo largo de la década de
1870, los cuales coinciden con el momento final de la frontera.
En términos generales, podemos decir que en los años ‘70 la vida en la frontera
estuvo signada por un acrecentamiento de las medidas militares y por la puesta en
práctica de planes de avance sobre los indígenas. Un hito distintivo de esta porción
fronteriza fue la creación por parte de los misioneros franciscanos de dos núcleos de
reducciones indígenas sobre el río Quinto, específicamente en cercanías de los fuertes
Sarmiento y Villa Mercedes (Provincias de Córdoba y San Luis). Desde nuestra pers-
pectiva, estas reducciones deben ser analizadas en el marco de los proyectos militares
de avance de la Frontera Sur por cuanto las acciones desarrolladas por los misioneros
estuvieron condicionadas por las tácticas y estrategias castrenses.
Los indígenas reducidos eran ranqueles, una de las etnias que, a lo largo del siglo
XIX, más se ajustó a la condición de indios soberanos. En la década de 1870 sus
principales caciques buscaron sostener su autonomía política y territorial respecto
del Estado argentino a través de la vía diplomática. Sin embargo, en ese mismo perío-
do, diferentes grupos de capitanejos e indios lanza abandonaron las tolderías para
instalarse en la frontera en calidad de indios reducidos. Estos ranqueles rápidamente
fueron incorporados a las fuerzas militares que defendían esta frontera.
Este último suceso dota también de especificidad a la frontera cordobesa-puntana

295
Marcela Tamagnini; Graciana Pérez Zavala y Ernesto Olmedo

por cuanto si bien existen algunos antecedentes de militarización de ranqueles pre-


vios a los de la década de 1870 (los hermanos Llanquelén y Calfulén en los años ‘302
y Coliqueo en los ‘603) el destino final de estos indígenas fue la frontera bonaerense,
particularmente el fuerte Federación (también denominado Junín). Por ello, si compa-
ramos la militarización de indígenas en la frontera cordobesa-puntana con la ocurrida
en otras porciones de la larga línea militar, encontramos que la primera fue mucho más
tardía y que su particularidad quedó determinada por la apuesta reduccional de los
franciscanos.
A su vez, la caracterización del proceso de militarización de los indígenas que se
instalaron en las misiones franciscanas nos permitirá explicar de qué manera la yuxta-
posición de la jerarquía militar nacional con la organización socio-política indígena
habría favorecido la fragmentación y resquebrajamiento de las relaciones en el seno
de las sociedades indígenas que venía propiciando el Gobierno Nacional. Uno de los
aspectos que dotan de visibilidad a este proceso de militarización tiene que ver con la
concesión de grados militares a los caciques, capitanejos e indios lanza reducidos. En
algunas ocasiones, éstos habrían reproducido las diferencias de posición en las tolderías,
pero, en otras habrían generado nuevos rangos tendientes a sobrevalorar el rol de
algunos capitanejos e indios lanza.
Para dar sustento a este conjunto de argumentos, apelamos a las cartas producidas
por los ranqueles, los franciscanos y los militares que vivieron en dicho tramo de la
frontera, localizadas en el Archivo Histórico «José Luis Padrós» (AHCSF). Recurri-
mos también a las Memorias de Guerra y Marina de las décadas de 1860 y 1870, que
consignan, además del presupuesto destinado a cada frontera, la existencia de indios
militarizados dentro de las fuerzas y a la Memoria del Departamento de Justicia, Culto
é Instrucción Pública de 1877.

Las reducciones franciscanas de Las Totoritas, Villa Mercedes y Sarmiento


Para poder explicar las razones que condujeron a la formación de las reducciones de
ranqueles en la frontera del río Quinto es preciso que nsos remontemos a los inicios del
Gobierno de la Confederación Argentina, momento en el que llegaron a Río Cuarto los
doce primeros misioneros franciscanos italianos. Su objetivo era crear un «Colegio
Apostólico de Propaganda Fide»4, destinado a la pacificación de los indígenas. Sin
embargo, en los primeros tiempos su labor se redujo a prestar auxilio espiritual a las
poblaciones cristianas de la frontera. Sólo recién con el avance militar sobre el río
Quinto (1869) se produjo la «inauguración real de las Misiones Católicas entre los
Indios de la Pampa», es decir, entre «las tribus sometidas al Cacique Mariano Rosas»5.
El traslado de la frontera militar del río Cuarto al río Quinto fue uno de los aconte-
cimientos que, en nuestra perspectiva, marcó el curso de la década final de la frontera.
Éste provocó el arrinconamiento de los ranqueles, en especial de aquellos que transi-
taban por las tierras próximas a los nuevos fuertes. La documentación atestigua que a
fines de la década de 1860 los campos que se extendían entre el río Quinto y el Cuero
eran recorridos por los «indios de la orilla», es decir, capitanejos e «indios gauchos»
(no sujetos a ningún cacique) que al tener sus tolderías en lugares estratégicos (por la
presencia de agua y caminos) controlaban el paso de todos aquellos que entraban o
salían de la tierra adentro. La mayor parte de estos «indios de la entrada» habrían

296
Los ranqueles reducidos en la frontera del río Quinto durante la década de 1870:
su incorporación al Ejército Nacional

pertenecido al cacique Ramón y habrían tenido sus toldos en los alrededores de la


Laguna del Cuero. Por su parte, en Lebucó y Poitague residían los caciques principa-
les (Mariano Rosas, Epumer, Baigorrita) y junto a ellos un importante número de
capitanejos (Tamagnini y Pérez Zavala, 2007; 2008).
Esta digresión sobre la territorialidad indígena adquiere todo su valor si tenemos
en cuenta que la mayor parte de los grupos que se trasladaron «del todo a la
cristiandád» entre 1872 y 1878 eran «indios de la orilla». Su instalación en la frontera
habría estado determinada en gran parte por el control nacional de las aguadas y las
tierras de pastoreo, las expediciones punitivas sobre sus toldos, las disidencias con
los caciques principales, las epidemias de viruela y el «estado deplorable» (pobreza)
en que se encontraban. Esquemáticamente podemos diferenciar dos formas de migra-
ción a las reducciones: una, forzada (cuando las fuerzas nacionales regresaban de los
toldos con prisioneros) y, otra, voluntaria (cuando capitanejos e indios lanza acepta-
ban las reiteradas invitaciones de los franciscanos de movilizarse a la frontera). En los
hechos, ambas formas de ingreso a las reducciones fueron complementarias. Así, por
ejemplo, en mayo-junio de 1872 las familias prisioneras de la expedición del General
Arredondo fueron destinadas al paraje de Las Totoritas, sito «unas dos leguas de
distancia de Villa Merced» y cinco meses después treinta y tres lanceros del cacique
Mariano Rosas se incorporaron a este núcleo reduccional con el fin de unirse a sus
parientes. Cabe destacar que entre éstos se encontraban el capitanejo Martín Simón,
Martín López (secretario de Mariano Rosas) y Francisco Mora (lenguaraz del cacique
Ramón)6. Por su parte, a comienzos de mayo de 1874 se presentó a los jefes de frontera
el capitanejo Bustos «con 6 indios y 7 chinas á vivir á Sarmiento». Pocos días después
siguió los mismos pasos el capitanejo Juan Villareal, que llegó acompañado por su
«familia» y por «todos» los indígenas que estaban bajo sus «ordenes» (64 individuos
en total). Para esa fecha también había arribado a Sarmiento el indio Santos con 14 de
sus seguidores. En septiembre de 1874 se redujeron Linconao Cabral y Morales,
quienes escoltados por «30 á 40 personas», prometieron la llegada de nuevos contin-
gentes7. En los años siguientes varios indígenas parientes de Mariano Rosas y resi-
dentes en las tierras colindantes al Cuero fueron tomados prisioneros. El cacique
Ramón y sus «cuatrocientos indios» arribaron «voluntariamente» a Sarmiento Nuevo
en octubre de 1877, luego de que las fuerzas nacionales les retuvieran sus ganados.
Con el inicio de las «Campañas de ablandamiento», en los últimos meses de 1878 se
redujeron varios indígenas de importancia, entre ellos Cayupán, cuñado del cacique
Baigorrita8 (Pérez Zavala y Tamagnini 2007).
El análisis del destino de los ranqueles que se trasladaron a la frontera nos permite
establecer que mientras en las reducciones de Las Totoritas y Villa Mercedes habrían
alojado los indígenas prisioneros, la de Sarmiento habría nacido y se habría consoli-
dado con contingentes que llegaron en forma intencional. Esta última misión –que
estaba ubicada 28 leguas al sudoeste del río Quinto y anexa al fortín homónimo-,
tomó la forma de «pueblo civil» y estaba a cargo del padre Moisés Alvarez9. Por
decreto, el Presidente Domingo F. Sarmiento le concedió a los indígenas allí instala-
dos «1° un juez de Paz, 2° un Capellán, 3° un maestro de escuela, 4° un herrero, 5° un
carpintero». Sin embargo, el Supervisor de Misiones que en marzo de 1878 visitó esta
reducción, afirmaba que en ella vivían alrededor de seiscientos indígenas, «divididos
en familias que habitan miserables chozas de paja». Además agregaba que «muy

297
Marcela Tamagnini; Graciana Pérez Zavala y Ernesto Olmedo

pocos» de estos indígenas se dedicaban a la labranza ya sea por su reciente reducción


(se refiere a los indígenas de Ramón), por «su holgazanería natural» o porque, como
los de Villa Mercedes, estaban ocupados «al servicio militar»10.
A su vez, mencionaba que en la misión de Villa Mercedes vivían «cerca de tres-
cientos indígenas entre grandes y chicos». Ella contaba con la asistencia del Padre
Marcos Donati que regularmente iba hasta ese lugar para socorrer y supervisar a sus
pobladores, aunque su rol se veía desdibujado por la intervención de las autoridades
militares en los asuntos indígenas. Como esta reducción carecía de terreno propio, los
ranqueles debieron ubicarse en un «área de diez y seis manzanas» sobre el camino que
unía la estación de tren con el poblado de Villa Mercedes. Esta circunstancia les
impedía desarrollar la agricultura, obtener suficiente leña y edificar viviendas11.
Finalizadas las expediciones de «ablandamiento» (1878) y la «Campaña al De-
sierto» (1879), esas reducciones fueron disueltas, enviándose a «las familias indias
á diversos puntos de la Provincia de San Luis, Buenos Aires, etc.». Mientras tanto la
misión de Sarmiento llegó a tener «1020 Yndios» y la de Villa Mercedes unos
«500» 12.
Esta información sobre población indígena en la frontera se ve enriquecida por los
datos aportados por la siguiente planilla en la cual se resume el número de habitantes
de la Frontera Sur y Sur-Este de Córdoba en los inicios de 1879, con discriminaciones
de sexo, edad y forma de participación en los ejércitos de línea.

Cuerpos Hombres Mujeres Chicos y Total General Notas


comprendidos cristianas chinas, desde
oficiales y tropa y chinas los mamones
hasta la edad
de 13 años
Plana Mayor 48 28 19 95
de la F.
Batallón 10 de 302 135 37 474
línea
Capital de Comercio: 49.500 $ F

Regimiento 4 251 106 75 432


de Caballería
de Línea
Escuadrón de 132 165 293 590
ranqueles
Compañía 55 50 49 154
única Indios
auxiliares
Piquete de 47 44 46 137
Indios de
Santa Catalina
Particulares 66 50 30 146
Total 901 578 549 2028

298
Los ranqueles reducidos en la frontera del río Quinto durante la década de 1870:
su incorporación al Ejército Nacional

Si bien las misiones habrían sido funcionales a los planes gubernamentales de


consolidar la frontera militar mediante el control y la sumisión indígena, las cartas de
los franciscanos dejan testimonio de distintos problemas que afectaban su desenvol-
vimiento, siendo los más notorios la falta de financiación gubernamental para el
desarrollo agrícola, la carencia de terrenos propios y la militarización de los indíge-
nas reducidos. Esta última cuestión no era menor por cuando ocasionaba dos tipos de
conflictos. Por una parte, generaba disidencias entre los misioneros y los militares, en
razón de que los primeros se oponían a la incorporación de los indígenas a las fuerzas
de línea. Por otra parte, daba lugar a disputas entre los ranqueles reducidos y los que
permanecían en la tierra adentro.
Antes de examinar la última problemática, es necesario que recordemos que los
fuertes Sarmiento y Villa Mercedes fueron el lugar de partida de la 3era División del
Ejército Argentino que comandó el Coronel Eduardo Racedo. En 1879 esta división
estaba compuesta por los regimientos Nº 3 y Nº 10 de Infantería y los regimientos 4°
y 9º de Caballería de Línea. Además, dicha división tenía entre sus fuerzas a los
indígenas reducidos, los cuales estaban distribuidos del siguiente modo: «Compañía
de Indios auxiliares de Sarmiento Nuevo» (3 oficiales y 32 tropa); «Piquete de Indios
Auxiliares de Santa Catalina» (1 oficial y 24 tropa); «Escuadrón Ranqueles» (7 ofi-
ciales y 90 tropa); «Indios amigos de Cayupan» (1 jefe, 2 oficiales, 50 tropa y 1
familia) e «indios amigos de Simón» (2 oficiales y 33 tropa). Asimismo, entre los
indios auxiliares de Sarmiento, Villareal se desempeñaba como «Mayor», al tiempo
que Linconao Cabral, tenía el cargo de «Capitán» y formaba parte de la división de
Sarmiento Nuevo. Santiago Cayupán había recibido el grado militar de «Teniente
Coronel» y el capitanejo Simón el de «Alferés» (Racedo, 1965:12; 40, 51).
El detalle precedente nos permite advertir no sólo la participación de los indíge-
nas reducidos en las distintas columnas que avanzaron sobre las tolderías de los
ranqueles sino también problematizarnos sobre la yuxtaposición de los grados mili-
tares del ejército sobre las tradicionales diferencias entre indígenas. A continuación
nos referiremos a algunos aspectos que tienen que ver con la militarización de esta
sociedad para explicar, luego, de qué manera los indígenas de Las Totoritas, Villa
Mercedes y Sarmiento se convirtieron en parte de las fuerzas nacionales.

La militarización de la sociedad indígena


A la hora de analizar el proceso por el cual los ranqueles reducidos terminaron
admitiendo los grados militares que les otorgó el Gobierno Nacional es necesario que
consideremos, someramente, algunos aspectos ligados a la organización militar de las
fuerzas indígenas. Mansilla (1993), Zeballos (2001) y la historiografía que los continuó
dieron cuenta del carácter guerrero de los indígenas pampeanos que hostigaban con sus
malones el sistema defensivo nacional. Entre las cualidades que, según Walther (1964),
ponían en ventaja a los indígenas frente a los cristianos se pueden mencionar la quema
de los campos, el uso del caballo14 y la lanza como también el exacto conocimiento y
manejo en el terreno, las marchas nocturnas15, la rápida disgregación y recomposición
del malón en el terreno ante la arremetida cristiana. Así, Prudencio Arnold expresa:

«El indio, en el combate, es de empuje terrible; choca con violencia incalculable. De ahí

299
Marcela Tamagnini; Graciana Pérez Zavala y Ernesto Olmedo

que se considere su caballería sin igual en el mundo; ni tampoco hay caballería que
ocasione más bajas al enemigo. Me fundo en la superioridad del caballo que monta y en
la hábil destreza de la lanza que maneja, que es de una largura extraordinaria, casi el
doble de la nuestra, que es de o debe ser de tres varas por la táctica. Además el indio usa
espuelas, prenda que nunca le falta aunque sea de madera y obligándolo a avanzar
hasta hacer chocar la cabeza con los del enemigo» (Arnold, 1973:86).

Una nota especial provenía del tipo de armas que utilizaban los indígenas: lanzas,
chuzas, boleadoras, bolas, arcos y flechas (Walther, 1964). Según el cautivo Santiago
Avendaño, las primeras eran empleadas no sólo con destreza, sino que se destinaban
exclusivamente al enfrentamiento con los cristianos, quedando prohibido su uso en
el seno de la toldería (Hux, 2000). La documentación consultada no ofrece indicios
sobre el uso de armas de fuego en estos tiempos.
La fuerza indígena del espacio pampeano se presentaba, entonces, como una fuer-
za de choque –más que como cuerpo defensivo– capaz de ejecutar entradas fugaces y
contundentes luego de una labor premeditada de inteligencia a través del espionaje
de los indios bomberos y de observantes que pasaban desapercibidos en el terreno.
En términos generales, la producción historiográfica sobre la frontera coincide en
señalar la importancia que habría tenido la guerra con los cristianos para la sociedad
indígena. Mandrini (1984) define al malón como una empresa económica colectiva
que sostenía toda la estructura social indígena. A veces, los malones se conformaban
con partidas relativamente pequeñas, pero en otras ocasiones éstos contaban con
centenares de lanceros de distintas tribus. En el caso de los últimos se requería de una
intensa planificación según la cual el cacique que decidía su realización debía enviar
invitaciones a sus parientes y aliados y, según la conveniencia, a caciques enemigos,
a participar de un parlamento en el que ajustarían los detalles operacionales. En la
junta solía designarse al responsable de la conducción del malón –por lo general
quien había tenido la iniciativa–, la fecha y el lugar de su realización. También era
importante definir el número de caballos que cada participante aportaría porque de la
calidad de éstos, de su velocidad y resistencia habría dependido el botín de cada
indígena y el éxito de la invasión. Las mujeres y los niños colaboraban cuidando la
caballada de reserva y arreando los animales (Mandrini y Ortelli, 1993:57-59).
En la misma dirección, Martha Bechis (1998) señala que aquello que a simple
vista aparecía como un «desorden de las fuerzas» –»ejército volante»– en realidad da
cuenta de una organización para el ataque, para la entrada y retirada al momento de
introducirse en poblados y fuertes. Esta coordinación era posible porque los malones
habrían sido acordados y planificados en las juntas y parlamentos en los que los
indígenas, en tanto colectivo, decidían una estrategia de acción común. Para la auto-
ra, los malones no encontraban fundamento en una estructura jerárquica sino en la
voluntad de los conas, los capitanes y los capitanejos de reclutarse y acatar a quien era
reconocido como líder del mismo. Desde su perspectiva, ello era posible porque en
estas sociedades no habría existido almacenaje colectivo. Si bien las alianzas de paz
y los malones otorgaban poder a los caciques dado que de ellos dependía su distribu-
ción, dicha diferenciación no se habría sostenido en el tiempo porque cada lancero
habría estado facultado para permanecer con el cacique que más bienes distribuía.
Estos procesos de fusión y fisión habrían sido posibles porque cada indígena era

300
Los ranqueles reducidos en la frontera del río Quinto durante la década de 1870:
su incorporación al Ejército Nacional

«guerrero-pastor-comerciante-cabeza de su familia extensa», condición desde la cual,


y por propia iniciativa, se unía a un capitanejo y a través de éste a un cacique princi-
pal. De esta manera, la unión entre caciques, capitanejos y lanzas se asentaba, además
del parentesco, en los agasajos y el compromiso de los primeros de no quebrantar los
negocios domésticos de los segundos. En base a estos elementos, la investigadora
manifiesta que la autoridad de los líderes dependía de sus habilidades y destrezas para
sostener la confianza de sus seguidores (Bechis, 1999 a y b).
Respecto a la reunión de efectivos en la sociedad indígena, encontramos que a
diferencia de lo acaecido en la sociedad cristiana, el reclutamiento de mocetones no
habría sido compulsivo y las posibilidades que los caciques principales, caciques
secundarios, caciquillos y capitanejos tenían para obligar a los lanceros a seguirlos
habrían sido limitadas. Las referencias documentales no permiten identificar la exis-
tencia de castigos y condenas que los intimaran a sumarse a los malones.
A los efectos de comprender la militarización de los ranqueles en el ámbito del
ejército nacional es menester que atendamos previamente algunos aspectos del reclu-
tamiento entre los cristianos.

El reclutamiento de efectivos en la frontera


Para poder explicar el modo en que se produjo el reclutamiento de efectivos en los
fuertes y fortines de la frontera con los indígenas es preciso que previamente puntua-
licemos algunos datos. En 1869 –mediante el adelantamiento ordenado por la Ley Nº
215 del Congreso Nacional, sancionada en 1867– se organizó un primer movimiento
de la línea militar cordobesa hasta el río Quinto basado en la división en cuatro
secciones, dependientes cada una de ellas de una guarnición principal: Tres de Febre-
ro, Sarmiento, Necochea y General Arredondo. En consonancia con este avance sobre
el río Quinto, en la Provincia de San Luis se instaló el fuerte de Villa Mercedes. De
esta manera, el fuerte Tres de Febrero quedó flanqueado hacia el Oeste por el fortín
Pringles (Provincia de San Luis) y, hacia el Este por los fortines Lechuzo, Centinela,
Meladas, Nacional y Paunero (los dos últimos en la avanzada del río Quinto). A
retaguardia de la Línea, es decir en el espacio comprendido entre los ríos Cuarto y
Quinto, quedaron las postas militares del Durazno y Santo Tomás. Un poco después,
en 1871, se erigieron también en esa franja los fortines de El Portezuelo y Espinillo
del Bagual y se reinstalaron tropas en los viejos fuertes de Santa Catalina, Los Jagüeles
y San Fernando. La guarnición Sarmiento fue sede de la comandancia y de la prefec-
tura de misiones entre 1874-1880. Hacia el oeste de dicho fuerte se emplazó el fortín
12 de Línea. A unas seis leguas al norte de Sarmiento se encontraba, desde 1865, la
Posta Militar de Chemecó; en sentido opuesto a este último punto y en dirección
sureste se hallaba el fuerte Necochea. Hacia el oeste del mismo se instaló el fortín 7 de
Línea. Al este, en cambio, se erigieron los fortines Achirero y Árbol. Finalmente, se
emplazaba el fuerte General Arredondo. Al Oeste del mismo se situó -sobre el límite
Este de la provincia de Córdoba-, el fortín 2 de Caballería. Respecto de este último
punto, pero más al Norte entre las líneas del Cuarto y del Quinto, Mansilla instaló el
fortín o posta militar Monte de los Puntanos (Mayol Laferrére, 1978:5-27).
El segundo movimiento de la línea en la provincia de Córdoba se vincula con la
ejecución del Proyecto del Ministro Adolfo Alsina en 1876. En dicha ocasión se

301
Marcela Tamagnini; Graciana Pérez Zavala y Ernesto Olmedo

conformaron dos secciones: la primera denominada Frontera Sur de Córdoba quedó


compuesta por los asentamientos militares: Guerrero, Milton, Ortega y Orma; mien-
tras la División Italó se conformó a partir de los fortines Centinela, Guardias Naciona-
les y Paunero.
Estos fuertes y fortines estaban atendidos por un conjunto de efectivos reclutados
según prácticas que eran comunes a la mayoría de los ejércitos y cuerpos armados del
siglo XIX. El recluta podía pasar a formar parte de la fuerza de manera voluntaria,
mediante el sistema del enganche, reenganche o, en su defecto, luego de haberse
aplicado un procedimiento forzoso. En el caso de los ejércitos que guarnecieron la
frontera cordobesa durante la segunda mitad del siglo XIX los reclutamientos habrían
sido tanto voluntarios como compulsivos. Para proceder a su efectivización, los go-
biernos apelaron a dos mecanismos amparados en reglamentos o leyes. Uno fue el
servicio militar obligatorio que comprendía a todos los varones mayores que pasaron
a formar parte de las Guardias Nacionales, existentes a partir de un decreto del Presi-
dente Urquiza de 1854. El otro mecanismo provino de la sanción de «reglamentos de
campaña» que buscaban, según su letra, combatir la ociosidad mediante la persecu-
ción y el alistamiento de ladrones, malhechores, vagos, mal entretenidos, matreros y
cuatreros. La exigencia del pasaporte para poder circular (atravesar o ingresar) de una
provincia a otra o bien el cumplimiento de penas por delitos menores en la frontera
también servían para reclutar fuerzas.
A los reclutamientos se agregaban las constantes movilizaciones de efectivos ya
congregados en algún punto en pos de lograr el control militar de distintas regiones
(guerra del Paraguay, sublevaciones de las montoneras provinciales, etc). En el sur de
Córdoba, los pobladores de la campaña fueron desplazados varias veces hacia los
puntos de choque con los indígenas. Los ranqueles emplazados en las misiones de los
franciscanos no quedaron al margen de estos reclutamientos de efectivos ni de las
movilizaciones de las tropas.

El reclutamiento de ranqueles en la frontera


Ya en tiempos de la colonia las fuerzas defensivas estaban compuestas por «indios
milicianos» que servían en los batallones del Cuerpo de Castas (pardos y morenos).
Durante la primera década revolucionaria, y en el marco de una preocupación por supe-
rar la relación monarca-súbdito y con la intención de integrar a los indígenas dentro de
la nación americana como hermanos y compatriotas, el Primer Triunvirato (1812) resol-
vió separarlos de este cuerpo, pero para incorporarlos a los Regimientos II y III de
Infantería (Hernández, 1992). A su vez, y según señala Ratto (2003), una de las obliga-
ciones del denominado «Negocio Pacífico» que se instauró a partir del gobierno de Las
Heras, era el servicio miliciano de los «indios amigos», práctica ésta que perduró hasta
su derrota definitiva. De hecho, a lo largo del siglo XIX, muchos lanceros indígenas
participaron como combatientes en las expediciones hacia tierra adentro. Así, por ejem-
plo, la Memoria Anual del Ministerio de Guerra y Marina del año 1863 consigna que el
total de «indios amigos en servicio» en la Frontera Sur era de 387 individuos16. Por su
parte, en 1878, cuando se inició la Conquista del Desierto, el servicio de frontera estaba
atendido por 7.500 individuos de tropa y 800 indios auxiliares «que voluntariamente se
han sometido, aceptando esa condición»17. Si lo cotejamos con la cifra anterior, obser-

302
Los ranqueles reducidos en la frontera del río Quinto durante la década de 1870:
su incorporación al Ejército Nacional

vamos que en 15 años el número se había duplicado y que, sobre el final de la guerra de
fronteras, casi el 10% del total de las fuerzas eran indígenas.
Los ranqueles que llegaron a las reducciones en la década de 1870 sabían que su
traslado a la frontera podía traerles aparejado su incorporación a las fuerzas de línea.
Por ello, una de las condiciones que impusieron era la de no ser convertidos en solda-
dos18. Sin embargo, la correspondencia intercambiada entre los franciscanos que esta-
ban a cargo de las misiones de Sarmiento y Villa Mercedes, permite ver cómo los
indios lanzas terminaron siendo «soldados en servicio activo». La obligación de
prestar «servicios militares» se extendía por lapsos de veinte días, seis meses o más.
En esos casos eran trasladados a los destacamentos, en los que debían barrer las piezas
de los oficiales, limpiar los potreros del Estado, además de ser humillados, castigados
con látigos y, a veces, apresados. Los oficiales de los cuarteles impulsaban estas
acciones, generalmente avalados por sus superiores. Algunos indígenas se resignaban
a su «triste e incomprensible estado» como todo «Militar de Linea». Otros, en cambio,
se sublevaban y, cuando las circunstancias lo admitían, desertaban19. Cabe aclarar
aquí que empleamos los términos «sublevaciones» y «deserciones», en tanto formas
de resistencias al orden, dado que estos indígenas ya se hallaban incorporados de
alguna manera al Ejército Nacional.
Según hemos señalado, una de las particularidades de la Frontera Sur de Córdoba
durante los años ‘70 fue la reducción de los ranqueles en las misiones franciscanas del
río Quinto y su inmediata incorporación al servicio de Guardias Nacionales. La prime-
ra acción que se registra en este sentido data de 1873, cuando los hombres de las
Totoritas fueron trasladados al fuerte de Villa Mercedes. Este proceso de militariza-
ción de los indígenas reducidos se habría acelerado con la revolución encabezada por
Mitre20 en septiembre de 1874, la cual contó con el auxilio de algunos jefes del
ejército como el General Arredondo apostado en Villa Mercedes. En tal sentido, éste
convocó a los indígenas de las Totoritas a marchar bajo sus órdenes, pero éstos ha-
brían preferido «aguardar las ordenes del Gobierno». Por su parte, la represión de la
rebelión fue confiada al General Roca quién convocó a algunos indígenas reducidos,
como por ejemplo Linconao21.
Una consecuencia de este proceso de reclutamiento fue que los indígenas reduci-
dos comenzaron a ser «gobernados por gefes y oficiales de Línea», perdiendo los
misioneros injerencia sobre ellos. Cuando se inauguró la misión de Sarmiento, el
Directorio franciscano discutió esta cuestión, alegando que el Prefecto de Misiones
debía tener incumbencia en los conflictos suscitados en las reducciones, fuertes y/o
poblados cristianos. Con ello se oponían a la propuesta elaborada por el padre Marcos
Donati, particularmente al «párrafo Nº 9 del reglamento» de misiones que establecía
que los indígenas que delinquieran en poblados o fuertes debían ser «juzgados por las
autoridades civiles ó militares de acuerdo con el Cacique». A criterio de la comisión
evaluadora del proyecto, dicho punto era confuso ya que no quedaban deslindados
los límites entre el proceder del cacique y el del jefe militar. Igualmente, estaban en
desacuerdo con el Párrafo 10 según el cual las diferencias que se suscitaran «entre las
reducciones ó entre las familias de una misma Reduccion» debían ser «arregladas por
alguna persona, en la que los yndios tuviesen mas confianza» o bien por «el Gefe de
la frontera» que «los reducirá á la paz, por medios pacíficos»22.
Las objeciones que realizó el Directorio del Colegio Franciscano no modificaron

303
Marcela Tamagnini; Graciana Pérez Zavala y Ernesto Olmedo

demasiado la capacidad de acción de los sucesivos Prefectos de Misiones. En tal


sentido, el padre Álvarez decía con desdén en 1880:

«estos indios sometidos al Gobierno desde un principio se han entendido casi en todo
con el Gefe de las Fronteras y sus subalternos a ellos reconocen por sus superiores a
ellos obedecen, en cuyos actos se inspiran, en cuyas costumbres observan y en cuya vida
militar toman parte de esto se cuidan, por lo demás el misionero les inspira poco
interes»23.

En síntesis, los ranqueles de la frontera quedaron sujetos a los jefes militares, pero
internamente dependían de los capitanejos o indios lanzas que habían conducido al
contingente en el momento de su reducción. Estos líderes indígenas hacían de inter-
mediarios entre el grupo y las autoridades militares. Los misioneros se situaban entre
ambas figuras, variando su influencia según las condiciones de la reducción y sus
vínculos con los jefes militares y los capitanejos. Así, el proceder de las chinas e
indios lanzas sometidos quedó regulado por militares, misioneros y capitanejos, que
no necesariamente coincidían en sus proyectos.

Los cargos militares: entre las diferencias en la toldería y los nuevos grados
El proceso de militarización de los ranqueles reducidos se desarrolló al compás de
la estrategia del Gobierno Nacional de conceder grados militares y sueldos (similares
en muchos casos a los del ejército regular) a los caciques, capitanejos e indios lanza
que encabezaban los contingentes que se trasladaban.
Para analizar esta cuestión es necesario que prestemos atención a los grados mili-
tares del ejército regular. Según la Memoria de Guerra y Marina de 1864, los grados y
funciones del Ejército Nacional estaban divididos en cuatro grupos: Generales; Jefes,
Oficiales y Tropa. Dentro de los primeros se destacaba el Brigadier, el cual era secun-
dado por el Coronel Mayor. En cuanto a los Jefes se distinguían –en orden descenden-
te– los cargos de Coronel, Teniente Coronel y Sargento Mayor. Por su parte, los
Oficiales se dividían en: Capitán; Ayudante Mayor 1°, Ayudante Mayor 2º, Teniente
1°, Teniente 2°, Subteniente, Alférez, Abanderados y Portas. Finalmente, la Tropa se
constituía a partir del Sargento 1°, Sargento 2°, Cabo 1°, Cabo 2º, Cadete, Distingui-
dos, Bandas de guerra (Tambores, Cornetas, Timbaletas y Clarines), Bandas de música
(Maestros y Músicos) y soldados24. Lógicamente, esta estructura se hacía extensiva a
los indígenas que eran incorporados a las fuerzas defensivas cristianas. Para citar un
ejemplo de la década del 1870, el piquete de indios auxiliares de Santa Catalina
estaba compuesto por un Capitán, un Teniente 1°, un Teniente 2°, dos Alféreces, un
Sargento 2° y 38 soldados25.
Ahora bien, ¿qué pasó con las tradicionales diferencias entre aquellos indígenas
que se trasladaron a los fuertes y misiones? El accionar de los jefes de frontera nos
permite distinguir dos situaciones. En algunas ocasiones, éstos impulsaban la reduc-
ción de los principales caciques otorgándoles cargos militares que reproducían las
jerarquías de las tolderías, pero, en otras circunstancias, propiciaban la migración de
capitanejos e indios lanzas ofreciéndoles funciones que superaban a las que tenían en

304
Los ranqueles reducidos en la frontera del río Quinto durante la década de 1870:
su incorporación al Ejército Nacional

los toldos. En términos bélicos, y desde nuestra perspectiva, la militarización de los


indígenas en Sarmiento y Villa Mercedes puede ser inscripta en la estrategia de «ga-
nar posiciones» no tanto en el campo territorial sino en el político y social. Es decir,
ambas políticas deben ser examinadas como complementarias. Todos los ofrecimien-
tos militares habrían perseguido un mismo objetivo: el de propiciar el tránsito de
ranqueles a la frontera para, una vez allí, controlarlos a través de la fragmentación y
generación de contradicciones al interior de esa sociedad.
En este punto de la argumentación resulta válido el análisis de Irianni (2005) en
relación a las transformaciones en las sucesiones de los Catriel entre 1820 y 1870. El
autor considera que la aceptación del cargo de general, no sólo por parte del cacique
sino de quienes lo seguían, fue posible por la extensión hacia abajo de rangos simila-
res de capitanejos y sargentos, que sostenían el poder del cacique con sus respectivas
clientelas de lanceros e indios pobres. No obstante, la adquisición de cargos y status
propios del mundo cristiano fue haciendo que la condición del líder se volviera
difusa. A medida que se afianzaba uno de esos roles, se debilitaba inevitablemente el
otro.
Por otra parte, es preciso que tengamos en cuenta la coyuntura particular en la que
se produjo el sometimiento: aquellos que se redujeron más tempranamente habrían
obtenido algunos «beneficios» que los diferenciaron de los contingentes que lo hi-
cieron con posterioridad. Derivado de lo anterior, podemos postular que la incorpora-
ción de los indígenas habría contribuido a modificar el status tradicional de capitanejos
e indios lanzas, y, junto a ello, a generar diferencias en el proceso de distribución de
raciones y sueldos. Desde esta mirada, sería posible visualizar en los indígenas redu-
cidos la yuxtaposición de la jerarquía militar nacional con la organización socio-
política indígena. La situación en que quedaron algunos de los indígenas de Ramón
una vez en Sarmiento da cuenta de este proceso. En las tolderías, Linconao era
«capitanejo y 2º jefe de Ramon», mientras que Villareal era su dependiente. Como
este último se había reducido un poco antes que Linconao, éste no quería trasladarse
a la frontera para quedar «bajo las órdenes de Villareal». Para salir del atolladero, el
oficial que propiciaba su traslado le pidió al Gobierno que se le concediera a Linconao
el «empleo de Capitan con el grado de mayor» y al indio Morales, su acompañante, el
«empleo de Alferes»26. La llegada de Ramón a Sarmiento en 1877 también impactó en
las posiciones de los indígenas que en las tolderías habían sido sus seguidores. El
cacique fue designado Teniente Coronel, a la vez que el Gobierno concedió a sus
capitanejos puestos de Oficiales y a uno de sus hijos lo designó específicamente como
Alférez (Walther, 1980:420). De esta manera, Ramón volvió a tener autoridad sobre
Linconao y Villareal, aunque en esta ocasión ella se fundaba en la decisión del Go-
bierno de reconocerlo como máxima jerarquía indígena en la frontera. Por su parte,
aún cuando los capitanejos que se redujeron con Ramón fueron situados dentro de la
oficialidad, en la escala de funciones de esa categoría quedaron ubicados por debajo
de Linconao, Morales y Villareal. Así, los jefes nacionales procuraron distinguir a los
indígenas que se habían reducido en los comienzos de la década.
Para poder explicar por qué estas variaciones en los grados militares de los indíge-
nas reducidos resultaban funcionales a la política nacional de sometimiento y con-
trol, es necesario que describamos las implicancias materiales de la militarización en
la frontera.

305
Marcela Tamagnini; Graciana Pérez Zavala y Ernesto Olmedo

Cargos militares, sueldos, vestimenta, racionamiento


Los ranqueles que se trasladaron a las tierras del río Quinto debieron modificar
parte de sus prácticas económicas, en razón de que sus brazos quedaron sujetos a los
proyectos del Gobierno Nacional. Éstos continuaron con sus «boleadas» y siguieron
dedicándose a la labranza y a la ganadería, pero, acentuaron su dependencia respecto
de los bienes cristianos. Las semillas, los bueyes y los instrumentos de labranza eran
provistos por el Gobierno Nacional. A su vez, al igual que en el caso de los indígenas
de tierra adentro, el racionamiento y los sueldos eran recursos importantes para su
subsistencia. Sin embargo, es posible argumentar que ambas fuentes de sustento eran
precarias y, en cierta medida, incompatibles entre sí.
Los indígenas que eran convocados para prestar sus servicios en las armas debían
ser compensados con ración, vestimenta y sueldo. Sin embargo, estos tres ofrecimien-
tos no siempre llegaban en tiempo y forma. O bien, en ciertos casos, servían como un
mecanismo a partir del cual los indígenas quedaban obligados a actuar como solda-
dos. En la correspondencia de los misioneros aparecen varias referencias a esta situa-
ción. Por ejemplo, en setiembre de 1874 el padre Donati advertía que no era conve-
niente que el indio Nicolás recibiera el racionamiento –por entonces diariamente un
Oficial recibía 4 ½ libras de carne y «otros vicios»– porque podía caer en la misma
«red» en la que habían

«quedado entrampados una cuadrilla de cautivos que comenzaron á racionarles con el


titulo de Vaqueanos prestando servicios. A poco á poco, de vez en cuando, los mandaban
á descubrir el campo, en seguida que estuviesen vestidos de paisanos reunidos en tal
Fortin, la conclusion fue que ahora están gobernados por un Oficial como militares
veteranos».

En base a este antecedente, el misionero sostenía que el indígena debía «pensarlo


bien» y determinar si quería ser «la carne de la Patria»27.
En cuanto a la vestimenta tenemos datos que informan que el Gobierno destinó a
los ranqueles que estaban apostados en el piquete de Santa Catalina «38 kepies; 38
blusas de brin; 38 pantalones de brin; 38 Camisas de lienzo; 38 Calzoncillos de
lienzo; 38 botas (pares) y; 38 capotes»28.
La problemática de los sueldos de los indígenas no era diferente a la que afectaba a
los efectivos militares nacionales. Las cartas de 1876 aluden a un conjunto de dificulta-
des que se suscitaron con motivo de los sueldos de los indígenas de Villa Mercedes
quienes habían dejado de recibir sus estipendios porque el Gobierno los consideraba
relevados. A su vez, el lenguaraz Francisco Mora denunciaba que se le pagaba como
Sargento siendo que su cargo era superior. Ante ello, el General Roca le pedía «pacien-
cia» alegando que ese asunto dependía del Comisario Pagador y de la Contaduría y,
además, le recordaba que debía valorar el hecho de que le habían pagado en «soles
peruanos fuertes, de a seis reales» y no en «billetes de grandementi»29. Inconvenientes
similares se desarrollaron en octubre de 1877 razón por la cual el franciscano Moisés
Álvarez debió intervenir ante el Comisario Pagador para que se entregaran los sueldos
que le correspondían a Ramón y sus indios. Al respecto el misionero decía que tal

306
Los ranqueles reducidos en la frontera del río Quinto durante la década de 1870:
su incorporación al Ejército Nacional

funcionario no tenía entre sus listas a los indígenas recientemente reducidos por lo que
sólo había desembolsado «seis meses á los soldados de línea, cuatro á los de G. N. de
baja y dos meses á los indios en actual servicio (los de Linconao)». Asimismo, Álvarez,
destacaba que los indígenas de Linconao recibían el pago de dos meses, es decir, «12
patacones» cuando en realidad se les adeudaban «25 meses»30.
A estas dificultades que surgían a partir del reparto de los sueldos y raciones, se
sumaban aquellas ligadas a la pérdida de los «beneficios» que otorgaba el Gobierno a
los indígenas que permanecían reducidos entre los franciscanos. Así, en 1876 Martín
López alegaba que mientras él estaba en el Fuerte Viejo desempeñándose como lengua-
raz, el Gobierno había entregado ovejas a «todos» los indígenas que estaban en las
Totoritas «y solo» a él no lo habían «hecho parte» pese a que era «del mismo linaje»31.
Sintetizando, la asignación de rangos militares entre los ranqueles reducidos tam-
bién tenía implicancias económicas: los indígenas que recibían un sueldo, eran raciona-
dos. En ciertos casos, tales asignaciones fueron efectuadas de manera compulsiva, ha-
ciendo que los indígenas quedaran obligados a «devolver» lo recibido por su participa-
ción en el servicio de armas. Además, una vez que los indígenas quedaban vinculados
a la fuerza militar, debían hacer frente a los retrasos en los pagos, a los equívocos en los
grados militares y, en el peor de los casos, a las omisiones en los listados del Comisario
Pagador. De este modo, la entrega de sueldos, vestimenta y raciones puede ser conside-
rada como constitutiva del proceso de militarización de los ranqueles reducidos. Su
suministro nos permite visualizar el malestar de y entre los indígenas.

Conclusión
En este trabajo partimos de la premisa de que las reducciones de ranqueles que
surgieron en la década de 1870 fueron resultado tanto de las políticas ofensivas,
diplomáticas y colonizadoras del Gobierno Nacional como de los conflictos entre
caciques, capitanejos e indios lanza. Particularmente, nos interesó analizar las condi-
ciones de vida de los indígenas en la frontera del río Quinto a luz de su incorporación
a las fuerzas militares nacionales. En tal sentido, nos preocupa remarcar que lo proble-
mático de la militarización de los ranqueles reducidos no estaría dado tanto por la
participación de éstos en actividades bélicas (ya que ello no sería diferente a lo acon-
tecido en las tolderías) sino por las implicancias de las mismas. Esquemáticamente
podemos deslindar los siguientes ejes de transformación y conflicto entre los ranqueles
reducidos: 1) inserción dentro la jerarquía militar nacional. Ello implica, por una
parte, aceptar como superiores a los jefes nacionales, y por otro, avalar la autoridad de
indígenas que en las tolderías no necesariamente eran reconocidos como tales y/o con
los que existían conflictos; 2) sujeción a las reglas del régimen militar nacional (sis-
tema de reclutamiento y movilizaciones a distintos puntos de la frontera) como así
también a las obligaciones y castigos del régimen castrense; 3) inserción en la econo-
mía nacional, al depender gran parte de su subsistencia de las asignaciones en suel-
dos, raciones y vestimentas del Estado nacional y 4) obligación de luchar contra los
ranqueles que permanecieron en la tierra adentro hasta las expediciones militares de
1878-1879.
Finalmente, cabe destacar que la sociedad indígena decimonónica se vio atravesa-
da por un franco proceso de militarización que, de manera previa a la inserción a los

307
Marcela Tamagnini; Graciana Pérez Zavala y Ernesto Olmedo

ejércitos de los cristianos, estuvo sujeto un juego estratégico interétnico que operó
en torno de alianzas y contraalianzas tendientes a la neutralización de los enemigos
políticos tanto de uno como del otro lado de la frontera.

Notas
1
Ministerio de Guerra y Marina. Memoria del Departamento de Guerra y Marina, 1879.
Imprenta del Porvenir. Buenos Aires, pág. V-VI.
2
Según el relato de Avendaño, a fines de 1830 los caciques hermanos Llanquelén y
Calfulén con 200 indios habrían abandonado a Llanquetruz para instalarse en el fuerte
Federación. Una vez allí, ambos habrían recibido investiduras militares: el primero de
Teniente Coronel y el segundo de sargento mayor (Hux, 2004:63).
3
Martha Bechis (1994) afirma que Ignacio Coliqueo, proveniente de la zona de Boroa
(Chile), se unió a los ranqueles en la década de 1840. Con el tiempo llegó a ser un cacique
de prestigio, vinculándose inclusive con el Coronel Manuel Baigorria mediante el casa-
miento de una de sus hijas. En los años ‘50 Coliqueo colaboró con el antiguo refugiado
unitario que adhería a la causa de Urquiza. Posteriormente se pasó con éste del lado de
Mitre en 1861. En este marco, después de la batalla de Pavón, Coliqueo y sus seguidores
fueron instalados, como indios amigos, en el fuerte Junín, Provincia de Buenos Aires.
Desde aquella posición y bajo las órdenes de los jefes militares, participó de expediciones
contra los ranqueles (1863) y enfrentó a Calfucurá en 1872.
4
Durante sus primeros 9 años, el Colegio se condujo según el espíritu de la Constitución
Pontificia de Propaganda Fide, hasta que surgió la necesidad de darse su propia «Cons-
titución municipal (local) para los Padres Misioneros de Propaganda Fide del Río
Cuarto». Véase Zavarella, 1983:109.
5
AHCSF. Doc. N° 114. Año 1868, Rte: Fr. M. Donati al Ministro de Justicia, Culto e
Instrucción Pública, Nicolás Avellaneda. Convento de San Francisco, Buenos Aires,
Noviembre de 1868. En: Tamagnini, 1995:136.
6
AHCSF. Año 1875. Doc. Nº 552. Rte: Martín Simón, Francisco Mora y Martín López a
Pablo Pruneda. Villa Mercedes, 14/08/1875. En: Tamagnini, 1995:28.
7
AHCSF. Año 1874. Doc. N° 353; Rte: Julio A. Roca al Marcos Donati. Telegrama. San
Luis, 11/05/1874; Doc. Nº 413. Rte: Juan Villareal a Marcos Donati. Sarmiento, 17/05/
1874; Doc. Nº 415. Rte: Julio A. Roca a Marcos Donati. Telegrama. Río 4º, 20/05/1874;
Doc. Nº 456. Rte: Manuel Díaz a Marcos Donati. Río Cuarto, 8/09/1874. Año 1875.
Doc. Nº 493. Rte: Mariano Rosas a Marcos Donati. Lebucó, 15/01/1875; Doc. Nº 506.
Rte: Mariano Rosas a Marcos Donati. Lebucó, 5/03/1875; Año 1876. Doc. Nº 618. Rte:
Moisés Álvarez a Marcos Donati, Sarmiento, 28/05/1876. En: Tamagnini, 1995:175; 22;
176; 183-184; 25; 208-209
8
AHCSF. Año 1877. Doc. Nº 713. Rte: Moisés Álvarez a Marcos Donati. Sarmiento, 8/
01/1877; Doc. Nº 715. Rte: Epumer Rosas a Marcos Donati. Lebucó, 10/01/1877; Doc.
Nº 738. Rte: Moisés Álvarez a Marcos Donati. Sarmiento, 4/06/1877; Doc. Nº 739. Rte:
Moisés Álvarez a Marcos Donati. Sarmiento, 6/06/1877. En: Tamagnini, 1995:223; 37;
228. Véase también Memoria del Departamento de Justicia, Culto é Instrucción Pública
correspondiente al año 1877, presentada al Honorable Congreso Nacional en 1878, Bue-
nos Aires, Anexo B, Misiones, pp. 357-358.
9
AHCSF. Año 1880. Doc. N° 1160a. Relación de Moisés Álvarez al Venerable Discretorio
sobre lo ocurrido en las misiones a cargo del Colegio Apostólico de Propaganda Fide de
San Francisco Solano de Río Cuarto. 8/06/1880. En Tamagnini, 1995:296-304

308
Los ranqueles reducidos en la frontera del río Quinto durante la década de 1870:
su incorporación al Ejército Nacional

10
Memoria del Departamento de Justicia, Culto é Instrucción Pública correspondiente al
año 1877, presentada al Honorable Congreso Nacional en 1878, Buenos Aires, Anexo B,
Misiones, pp. 357-358.
11
Memoria del Ministerio de Justicia, Culto é Instrucción Pública, Buenos Aires, 1877,
Anexo B, Culto, Misiones entre los indios, pp. 208-211.
12
AHCSF. II Época, Crónica de Quírico Porreca. Rte: Fr. Moisés Álvarez a Fray Joaquín
Remedi. Salta, sin fecha (posiblemente 1880). pp. 225-228; Año 1880. Doc. N° 1160a.
Relación de Moisés Álvarez al Venerable Discretorio sobre lo ocurrido en las misiones a
cargo del Colegio Apostólico de Propaganda Fide de San Francisco Solano de Río
Cuarto. 8/06/1880. En Tamagnini, 1995:296-304
13
Ministerio de Guerra y Marina, Memoria Departamento de Guerra y Marina, 1879, p.
404. Frontera Sur y Sur Este de Córdoba. «Planilla que expresa el numero de habitantes
que tiene la expresada». La misma fue confeccionada en la Guarnición de Sarmiento
Nuevo por Wenceslao Adan, el 1/01/1879.
14
El caballo fue un elemento fundamental en la vida de los indígenas y en sus empresas
contra los cristianos. En un largo y paciente proceso de adiestramiento, el indígena
lograba caballos fuertes y resistentes. Los indígenas se manejaban con dos tipos de
caballos: los de andar y los de guerra (Yunque, 1969).
15
Uno de los recaudos en pleno malón era el de tapar los fogones porque develaban los
movimientos. Mansilla (1993:332) expresaba que el humo traicionaba al hombre de la
Pampa porque era un faro.
16
Ministerio de Guerra y Marina, Memoria Departamento de Guerra y Marina, 1863, p. 9
17
Ministerio de Guerra y Marina, Memoria Departamento de Guerra y Marina, Buenos
Aires, Imprenta Moreno, 1878, p. IV y X. Según la Memoria de 1876, las Comandancias
de Frontera en las que había indios contabilizados dentro de la tropa son: Frontera de
Patagones (423 indios amigos sobre un total de 581 efectivos), Bahía Blanca (101 lance-
ros indígenas sobre un total de 295 efectivos); Frontera Costa Sud (Escuadrón de 52
indios amigos sobre un total de 900 efectivos), Frontera Sud de la Provincia (76 indios G.
N. sobre un total de 1052 efectivos); Frontera del Oeste (344 indios de las tribus de
Coliqueo, Manuel Grande y Tripaylaff sobre 1115 efectivos); Sud y Sud Este de Córdoba
(Escuadrón de 97 indios amigos sobre un total de 797 efectivos); Sud de San Luis
(Piquete de 74 indios amigos sobre un total de 767 efectivos). Ministerio de Guerra y
Marina, Memoria Departamento de Guerra y Marina, 1876, p. 173-203
18
AHCSF. Doc. N° 1161a. Rte: Fray Moisés Álvarez al Ministro de Justicia de la Repúbli-
ca Argentina. Sin fecha (posiblemente de fines de 1877). En: Tamagnini, 1995:305-311.
19
AHCSF. Año 1880. Doc. N° 1160a. Relación de Moisés Álvarez al Venerable Discretorio
sobre lo ocurrido en las misiones a cargo del Colegio Apostólico de Propaganda Fide de
San Francisco Solano de Río Cuarto. 8/06/1880; Sin N° Doc. Rte: Fray Marcos Donati
a Moisés Álvarez. Sin fecha pero posterior a 1874; Doc. N° 1161a. Rte: Fray Moisés
Álvarez al Ministro de Justicia de la República Argentina. Sin fecha (posiblemente de
fines de 1877); Año 1876. Doc. N° 597. Rte: Moisés Álvarez a Marcos Donati. Sarmien-
to, 21/01/1876. Doc. N° 704. Rte: Marcos Donati a Moisés Álvarez. Villa Mercedes, 25/
12/1876; Doc. N° 707 Rte: Moisés Álvarez a Marcos Donati. Sarmiento, 29/12/1876.
Año 1877. Doc. N° 711. Rte: Marcos Donati a Moisés Álvarez. Villa Mercedes, 3/01/
1877. Año 1879. Doc. N° 1071. Rte: Martín J. López a Marcos Donati. Buenos Aires,
10/1879. En: Tamagnini, 1995:296-304; 57; 106-107; 305-310; 71; 111; 72;52-53.
20
El detonante de esta rebelión fue la no aceptación por parte de los nacionalistas del
resultado de las elecciones en las que Avellaneda fue electo presidente.

309
Marcela Tamagnini; Graciana Pérez Zavala y Ernesto Olmedo

21
AHCSF. Año 1875. Doc. Nº 552. Rte: Martín Simon, Francisco Mora y Martín López a
Pablo Pruneda. Villa Mercedes, 14/08/1875. Año 1874. Doc. N° 475. Rte: Moisés
Alvarez a Marcos Donati. Río Cuarto, 22/11/1874. En: Tamagnini, 1995:28, 96.
22
AHCSF. Año 1880. Doc. N° 1160a. Relación de Moisés Álvarez al Venerable Discretorio
sobre lo ocurrido en las misiones a cargo del Colegio Apostólico de Propaganda Fide de
San Francisco Solano de Río Cuarto. 8/06/1880. En: Tamagnini, 1995:296-304. Crónica
de Quírico Porreca. II Época. Rte: Tomás María Gallo a Pío Bentivoglio. Río Cuarto, 26/
07/1874: pp. 221-223.
23
AHCSF. Año 1880. Doc. N° 1160a. Relación de Moisés Álvarez al Venerable Discretorio
sobre lo ocurrido en las misiones a cargo del Colegio Apostólico de Propaganda Fide de
San Francisco Solano de Río Cuarto. 8/06/1880. En: Tamagnini, 1995:296-304. Crónica
de Quírico Porreca. II Época. Rte: Moisés Alvarez a Joaquín Remedi. Salta (posiblemente
de 1880). pp. 227-227.
24
Memorias de Guerra y Marina, 1864. Imprenta del Porvenir. Buenos Aires. «Cuadro
General Ejército, Guardia Nacional en servicio e Indios Amigos».
25
Ministerio de Guerra y Marina. Memoria del Departamento de Guerra y Marina, 1877, p. 514.
26
AHCSF. Año 1874. Doc. Nº 456. Rte: Manuel Díaz a Marcos Donati. Río Cuarto, 8/09/
1874. En: Tamagnini, 1995:183-184.
27
AHCSF. Año 1875. Doc. N° 550a. Rte: Marcos Donati a Moisés Alvarez. Río Cuarto,
12/08/1875; Año 1874. Doc. N° 451. Rte: Marcos Donati a Moisés Alvarez. Villa
Mercedes, 1/09/1874. En: Tamagnini, 1995:63-64; 58.
28
Ministerio de Guerra y Marina. Memoria del Departamento de Guerra y Marina, 1877, p. 514.
29
AHCSF. Año 1876. Doc. Nº 622. Rte: Martín J. López a Julio A. Roca. Villa Mercedes,
4/06/1876; Doc. Nº 670a. Rte: Julio A. Roca a Marcos Donati. Río Cuarto, 16/10/1876.
En: Tamagnini, 1995:33; 115.
30
AHCSF. Año 1877. Doc. N° 788. Rte: Moisés Alvarez a Marcos Donati. Río Cuarto, 30/
10/1877. En: Tamagnini, 1995:113-114.
31
AHCSF. Año 1876. Doc. Nº 622. Rte: Martín J. López a Julio A. Roca. Villa Mercedes,
4/06/1876. En: Tamagnini, 1995:33.

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310
Los ranqueles reducidos en la frontera del río Quinto durante la década de 1870:
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311
312
Capítulo 4
Los derechos de los pueblos
originarios

313
314
Validez de los tratados firmados entre el Estado argentino
y la Nación Mamülche, Pueblo Rankül, 1819 y 1878*
Germán Carlos Canuhé
Presidente Asociación ranquel Willi Kalkin
Contacto: canuhe@yahoo.com.ar

El documento que se adjunta, firmado en las cercanías de Telén, en la actual


Provincia de La Pampa, corazón del Mamüll Mapü, en Noviembre de 1819, prueba
varias cosas. 1) Sudamérica consideraba vital mantener buenas relaciones con la Na-
ción Mamülche, gobernada ya por entonces por el Pueblo Rankül, para asegurar la
Independencia declarada el 9 de Julio de 1816. 2) Los dominios de nuestra nación,
hacia el oeste/suroeste de Buenos Aires, comenzaban en el río Salado, en la actual
Provincia de Buenos Aires (por otros tratados, la frontera norte era el Río Cuarto, en
Córdoba). 3) Los hermanos Nguluches o Araucanos, que habitaban la cordillera, en
Chile, siguieron fieles a España. 4) Nuestra Nación firmó siempre como persona jurí-
dica, no como persona física. 5) Fuímos la primera Nación Libre e Independiente, en
reconocer y apoyar la Independencia Americana. 6) Que había amistad entre las Na-
ciones del otro lado de la cordillera y la del Centro de la actual Argentina pero no
predominio de una sobre otra.
La Nación Mamüll, habitante desde tiempos inmemoriales del Centro de la actual
Argentina (sur de Santa Fe, Córdoba, San Luis, Mendoza, hasta el Neuquén, y toda la
Provincia de La Pampa, según mapa del Senador Nicasio Oroño presentando un pro-
yecto de límites al Congreso en 1865) supo mantener su territorio libre de cualquier
poder terrenal por 350 años, no permitiendo ingresar y menos atravesar su territorio
sin su permiso. La comunicación Buenos Aires - Chile debía hacerse obligadamente
por Santa Fe, Córdoba, Mendoza, y de ahí a Chile.
Para salvar este problema, la capitanía de Chile encomendó a Justo Molina
Vasconcellos para que fuera a nuestro territorio a dialogar con los Ranqueles, gobernan-
tes por entonces de la Nación Mamüll, para que permitieran el paso entre ambos puntos.
En su recorrido de ida, no pudo cumplir con su cometido por la crecida de los ríos que
debía atravesar así que viajó a Buenos Aires por el camino convencional. Sí, lo pudo
hacer en el viaje de regreso, conversando con Carripilün, sin concretar nada. El gobier-
no de Chile le encarga dicha tarea a don Luis de La Cruz, alcalde chileno de Concep-
ción, que acepta la misión. De su Diario de Viaje, acompañado por Molina, extraemos

315
Germán Carlos Canuhé

una extraordinaria percepción de lo que vió y vivió, usos, costumbres, espiritualidad,


creencias, esparcimiento, flora, fauna, calidad de los suelos, relación con otras naciones,
fronteras entre ellas, accidentes geográficos, y muy especialmente la situación política
imperante entonces. Los Huiliche (Tehuelche) al sur del Río Negro, los del norte al
mando de Guerahueque, lindando con la Nación Mamüll. Al sur, gobernados por
Cagnicolo, lindando al norte con Guerahueque y al sur con los Magallánicos. Los
Pehuenche, gobernados por Puelman, que lo acompañó en su viaje, desde Mendoza al
pacífico; y los Mamülche, a cuyo frente estaba el ranquel Carripilün, dominando los
Meli Buta Mapü en el Centro (sur de Santa Fe - Córdoba - San Luis - Mendoza, hasta el
Neuquen y la actual Pcia. de La Pampa, al Este, hasta el Atlántico).
Esta situación es ratificada en 1819 por los flamantes Estados Unidos de Sudamérica,
cuyo Director Supremo, Rondeau, encomienda a Feliciano Chiclana a cabalgar 1.000
kilómetros, hasta el corazón Ranquel, en las cercanías del actual Telén, con el fin de
firmar un Tratado de Paz con la Nación Mamüll, única capaz de hacer peligrar la
revolución si volcaba su apoyo a los españoles. Mientras San Martín preparaba el
ejército libertador en Mendoza, y Güemes custodiaba la frontera norte, estaba latente
la posibilidad de que los españoles, aliados con los indígenas de Chile (Nguluche)
que permanecían realistas, atacaran por la retaguardia cruzando nuestro territorio, si
se lo permitíamos, y recuperar el principal bastión revolucionario, Buenos Aires,
abortando la recién declarada independencia. Chiclana expuso ese punto en el Parla-
mento Ranquel, consiguiendo la firme promesa de la Nación Mamülche de apoyar la
revolución y no hacer caso a la proposición de «sus amigos, los indios chilenos», que
ya habían enviado a sus embajadores y habían sido rechazadas sus pretensiones.
Además, quedó escrito que la frontera con la Nación Mamüll comenzaba en el Río
Salado, al autorizar pasar tres fuertes del lado occidental al oriental, los fuertes de
Luján, Salto y Rojas. Y otros artículos que dejan bien claro que la Mamüll es una
Nación independiente reconociendo a otra que recién declaraba su independencia.
Lamentablemente, los patriotas de Mayo fueron traicionados y uno a uno fueron
muertos, desaparecidos, exiliados. Los intereses de los estancieros hicieron que la
misma traición se extendiera a la Nación Mamüll, inclusive llegando a traer como
mercenarios a hermanos del otro lado de la cordillera al sólo fin de que nos combatie-
ran, lo que originó que transcurrieran tiempos de guerra y paz, con varios Tratados
intermedios hasta llegar al último, firmado el 24 de Julio de 1878, donde, a pesar de
que la Frontera de hecho no era la misma de 1819, los tratos son entre Naciones
independientes, no personas físicas sino siempre personas jurídicas, quedando explí-
cito e implícito el concepto de territorio, además de asegurar que «habría para siempre
paz y amistad» entre ambas Naciones. Este detalle no es menor, cualquier descendien-
te de la Nación Mamüll Pueblo Rankül puede reclamar la validez de dichos compro-
misos en base a lo firmado. Veamos porqué: Naciones Unidas, designó a una persona
que trabajó 10 años para concluir que los Tratados firmados entre Naciones Indias y
los Estados de América, son de total validez. En la reciente «Declaración de los
Derechos Humanos de los Pueblos Indígenas» aprobado por la Asamblea General de
la Naciones Unidas el 13 de setiembre de 2007, en sus fundamentos y en sus artículos
recomienda a los Estados Miembros cumplir con lo especificado en los Tratados
firmados con Naciones Indias. Varios jurisconsultos se han expedido en el mismo
sentido, como lo define el libro «Pacta Sun Servanda», en cuyo título está todo expre-
sado: «Los Pactos son para Cumplirlos».

316
Validez de los tratados firmados entre el Estado argentino y la Nación Mamülche,
Pueblo Rankül, 1819 y 1878

Esta definición ha hecho que en nombre del Pueblo Ranquel, hoy reorganizado en
el Centro de Argentina, con 30 Comunidades, su Jefe Principal, su Consejo de Jefes, y
una entidad de 2º grado denominada: «Federación India en el Centro de Argentina,
FICAR» hayamos solicitado al señor Presidente de La Nación Argentina una entrevis-
ta para dialogar sobre la validez de los Tratados firmados entre Nuestra Nación Mamüll
Pueblo Rankül y sus antecesores en el cargo, y encontrar un punto de inflexión,
dentro de las fronteras del país. No queremos recurrir a organismos internacionales
que sabemos nos darán la razón. No los descartamos, pero creemos que con buena
voluntad y diálogo, seguramente que vamos a encontrar el camino de la reconcilia-
ción, tan necesaria a un Pueblo, una Nación, que sufrió el peor Genocidio y Etnocidio
de que se tenga memoria en este país y que aún no se ha reconocido e incluso muchos
niegan. Hemos decidido no retornar con la lanza, la boleadora, la piedra arrojadiza, el
caballo. A nosotros nos asiste el Derecho Consuetudinario. Sin embargo, vamos a
utilizar un arma que nuestros abuelos ni soñaron y que nos provee el mismo blanco,
que es «el derecho positivo».
El Derecho que nos asiste como Nación Libre e Independiente, que aceptó la
Soberanía Argentina sin renunciar a la posesión de su territorio. Perdimos batallas, no
pudimos contra la tecnología del rémington de repetición, pero no capitulamos. Los
jefes firmantes del último Tratado, el del 24 de Julio de 1878, uno, Epugner, luego de
un largo parlamento con otro Jefe Ranquel, casualmente Carripilón, del lado del
Ejército, decidió entregarse. El otro, Baigorrita, perseguido y alcanzado antes de
llegar a la cordillera, malherido, se negó a ser traído prisionero tirándose una y otra
vez del caballo que lo transportaba, decidiendo el jefe de la partida ultimarlo allí
mismo. Ramón Cabral, el Platero, habitante de El Cuero, el más cercano a la llamada
civilización, en 1877, antes de la gran ofensiva, acepta vivir en Sarmiento Nuevo, tal
vez creyendo que la paz anunciada sería para siempre, como lo dice el Tratado, o
estando al tanto del ataque que se preparaba, al igual que el general Las Heras en
Cancha Rayada, prefirió salvaguardar a su gente del desastre. Gracias a esa valiente
actitud, hoy sus descendientes podemos retornar.
La traición de Roca y sus secuaces fue preparada en el mayor de los secretos.
Mientras por un lado ordenaba firmar el Tratado de Paz, por el otro pedía autorización
al Congreso para llevar la frontera hasta el Río Negro, aprobada a comienzos de
Octubre del mismo año. Y preparaba sigilosamente el ejército de ocupación. No le
importó el Artículo 65 inciso 15 de la entonces Constitución vigente que ordenaba
«mantener el trato pacífico con los indios». Las primeras comisiones que envío nues-
tra Nación para el cumplimiento del Tratado, ambas fueron emboscadas en el Pozo del
Cuadril. Una fue aniquilada, la otra hecha prisionera. Y comenzó la «Conquista...»,
así, sin declaración de guerra. Se apropiaron de nuestro territorio sin «nuestro consen-
timiento libre e informado», por lo tanto en forma ilegal.
Las fuerzas de Ramón, que acompañaron al ejército de ocupación como caballeri-
zos, finalizada la lucha no recibieron ni un metro de tierra. Deciden volver a La
Pampa, radicándose en un campo que no tenía dueño, paraje La Blanca, en las cerca-
nías de Luan Toro. Un comerciante de apellido Guiraldez venía regularmente con una
carreta. Un día llegó, pero no sólo, con un papel, el juez y la policía. Todo el campo
ahora era de él. No era tiempo de pelear. Hubo que salir. Y allá fuímos, al famoso
«desierto», donde no vivían ni las lagartijas. Roca se frotó las manos. No aguantaría-

317
Germán Carlos Canuhé

mos allí, en poco tiempo abandonaríamos ese paraje y nos incorporaríamos a los
nacientes pueblos dando por finalizado lo que para él era «el problema indio».
Pero un indio con tierra no desaparece así nomás. Nuestros padres y abuelos hicie-
ron un paraíso de un páramo. En poco tiempo tuvimos correo, telégrafo, escuela,
policía, comercio. Los jóvenes salían de la Colonia a trabajar en lo que sabían. Y
volvían a disfrutar con sus familias el fruto de su trabajo. Luego la tecnología los
desocupó y comenzaron a hacinarse en pueblos y ciudades.
En la década del 70, un poco antes, un gobernante de La Pampa intentó darnos el
golpe de gracia, decreto mediante que decía que la tierra era para quien mejor podía
trabajarla. Cualquiera menos un indio. Otra vez la historia se repite, aparece un aven-
turero, con un papel, el juez y la policía. A voltear ranchos y alambrar campos. Nuestra
gente se rebeló. Un abogado blanco de Santa Rosa, Fernández Acevedo, se puso de
nuestra parte. Tuvo que venir el Presidente de la República, General Lanusse, en
1972, a darnos los títulos de propiedad. Individual. Allí nos ganaron. Hoy, de 80.000
has. que teníamos nos quedan 40.000. Y otra vez los buitres sobrevuelan sobre noso-
tros. Pero ya no nos encuentran desprevenidos.
Desde 1983, exactamente luego de 100 años de silencio, decidimos volver por
nuestros fueros. Y aquí estamos. Organizados. Y decididos a dar batalla en todos los
frentes. Estamos recuperando nuestro Idioma. Nuestra Educación. Nuestra Organiza-
ción Social. Nuestra Cultura. Nuestros Deportes. Nuestra Espiritualidad. Y estamos
elaborando proyectos de desarrollo. Queremos llegar a la autogestión. Luego, la
libredeterminación. No queremos seguir siendo parias en nuestra propia tierra. Espe-
ramos la respuesta de Presidencia. De ella dependen los pasos futuros. Vamos a utili-
zar todas las alternativas que nos ofrece la Justicia, diálogo mediante.
Es mucho más de lo que nos impusieron los genocidas que impulsaron la llamada
«Conquista del Desierto», que no fue Conquista ni era desierto. 20.000 muertos lo
testifican. Miles de familias destrozadas. Niños alejados de sus padres. Mujeres entre-
gadas como esclavas. Ancianos muertos. Hombres condenados a trabajos forzados por
el sólo pecado de defender su familia, su territorio, su libertad, su forma de vida, su
organización social. Opuesta a una «civilización» que 125 años después sólo muestra
injusticia, descalabro social, diferencias de clases, hambre, desnutrición, enfermeda-
des, pobreza, ataque letal al medio ambiente, afán descomedido de acumular riquezas
materiales por parte de unos pocos con el esfuerzo y a costa de muchos. Y el vacia-
miento de nuestro continente que continúa hoy como lo fue a partir de 1492, con otros
métodos. A tanta injusticia alguien tendrá que dar respuesta. Así como de las 15.000
leguas que se apropiaron en forma ilegal.
Por nuestra parte, nos sentimos capaces, como lo fueron nuestros antepasados por
miles de años, de gobernarnos nosotros mismos. Pedimos, exigimos esa posibilidad.
La Ley está de nuestra parte. La Ley que no es para los indios probres sino para todo
indígena que quiera asumirse como tal. Demostraremos en pocos años que podemos
integrarnos perfectamente a este mundo que insiste en no comprendernos. Sin perder
nuestra identidad. Nuestros valores. Nuestra Organización Social. Y comenzaremos a
aportar a una sociedad que cada vez se manifiesta más comprometida con nuestro
pensamiento. Sólo esperamos la respuesta de las máximas autoridades que gobiernan
hoy Argentina. Que no habrá de tardar. Amuchimai.

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Validez de los tratados firmados entre el Estado argentino y la Nación Mamülche,
Pueblo Rankül, 1819 y 1878

Documentos
PERIÓDICO MENSUAL DE HISTORIA Y LITERATURA DE AMÉRICA
PUBLICADO por Andrés Lamas, Vicente Fidel López y Juan Alaría Gutiérrez.
Tomo V Buenos Aires Imprenta y librería de Mayo, calle de Moreno 911
Plaza de Montserrat. 1873.

«DOCUMENTOS INÉDITOS Referentes a una negociación de paz entre el Gobierno


del Directorio y las tribus ranqueles de la provincia de Buenos Aires 1.819
Proclama del director don José Rondeau - Trascripción de una nota del Departamento
de la guerra, firmada por Don Cornelio Saavedra - Diario del viaje al parlamento con
los indios ranqueles - Acta del resultado del parlamento firmada por el comisionado.
Estas son las piezas oficiales, inéditas, a excepción de una sola, relativas a la negocia-
ción de paz que se celebró en 1.819 con los caciques de la tribu ranquel, estacionada
por entonces a doscientas leguas al S. O. de Buenos Aires. Se verá por estos documen-
tos cuánta era la importancia que el gobierno del Directorio acordaba á las buenas
relaciones con los indígenas, en momentos en que nos amenazaba una invasión
española. El general Rondeau, no solo dirigió una proclama a los señores caciques,
sino que nombró para entenderse con ellos a uno de los ciudadanos más notables por
su patriotismo desde los primeros días de la revolución y que desde la época del
gobierno peninsular había abogado por la conveniencia de mantener relaciones pací-
ficas y de comercio con las tribus del desierto. Los documentos que damos a luz se
componen de la mencionada proclama, del diario de viaje del comisionado, y de un
sucinto resumen de negociación firmado por el Comisionado y su adjunto don Santia-
go Lacasa.

EL DIRECTOR SUPREMO DE LAS PROVINCIAS -UNIDAS EN SUD- AMÉRICA A


LOS SEÑORES CACIQUES, Y A TODOS LOS HABITANTES AL SUD DE ESTE
CONTINENTE.
Compatriotas y amigos: Mis antecesores en el mando han deseado vivamente en
todos los tiempos estrechar con vosotros las más amistosas relaciones. Componéis
una bella porción del todo nacional, y los magistrados no podían ser indiferentes a
vuestra suerte: pero las atenciones de la guerra, la necesidad de exterminar a nuestros
comunes y antiguos tiranos, y las atenciones que estos objetos demandan al gobierno,
han paralizado hasta ahora sus marchas, y se han puesto de por medio entre sus inten-
ciones y la posibilidad de practicarlas. El ojo del Magistrado ha velado siempre sobre
vosotros, y ahora os brindo de nuevo con la protección del gobierno, cuya dirección
está a mi cargo: paz, unión, amistad, confianza mutua, relaciones íntimas, haceros
felices, estos son los votos de mi corazón; estos son mis primeros cuidados con respec-
to a vosotros, y espero que por vuestra parte os prestareis con docilidad. Unámonos,
amigos, estrechemos los lazos de nuestras comunicaciones y comercio, y aun de nues-
tras fuerzas: mirad el porvenir; ved que vais a tener parte en las glorias de vuestro
suelo natal; ved que en unión con nosotros seréis inexpugnables, y que burlaremos
juntos los esfuerzos de los tiranos que no cesan de amargarnos. El nombre solo de
españoles debe aceros temblar pero nosotros os extendemos una mano protectora:

319
Germán Carlos Canuhé

vuestros paisanos, vuestros amigos solo quieren vuestro bien. El coronel don Feliciano
Antonio Chiclana, uno de los gefe de este ejército y que merece mi confianza, es el
comisionado para que os haga proposiciones ventajosas a mi nombre: no las despre-
ciéis. Es el órgano del gobierno, y de todos los habitantes de las provincias que os
aman como a hermanos y miembros de una misma familia. El día más lisonjero de mi
vida será en el que vea cimentadas entre vosotros y estos pueblos la unión y la paz. Ni
desmintáis nuestras esperanzas, ni frustreis nuestros deseos: así os lo recomienda
vuestro mejor amigo.

Buenos Aires, Octubre 11 de 1.819 José Rondeau

Por el departamento de la guerra se me dice con fecha 25 de orden suprema lo siguien-


te: «El señor Ministro de Estado en 3l departamento de Gobierno con fecha de ayer me
dice lo que sigue: «Con esta fecha ha comisionado el Director supremo, al coronel
don Feliciano Antonio de Chiclana y al protector de los indios don Juan Francisco
Ulluoa para que se trasladen al punto en que haya de verificarse la reunión de los
caciques que han de concurrir a un parlamento general y negocien el consentimiento
de ellos para entender indefinidamente la línea de nuestras fronteras. Lo aviso a U.S.
para su inteligencia y que lo comunique al Gefe de E. M. en contestación a la nota que
dirigió a U. S. en el 7 del presente que por decreto supremo de 17 del mismo pasó al
Departamento de mi cargo. «Lo transcribo a U.S. para su inteligencia y fines consi-
guientes». Dios guarde a usted muchos años.

Cornelio de Saavedra

Señor Coronel don Feliciano Antonio de Chiclana.


Diario del viage al parlamento con los indios Ranqueles que hizo desde Buenos Aires
el coronel comisionado don Feliciano Chiclana y su segundo don Santiago Lacasa.
Salimos de Buenos Aires el 23 de Octubre por la mañana asociados de seis soldados y
un cabo, que escoltaban el tráfago de dos carretillas y un carrito. Este día solo pudi-
mos llegar a la posta de la cañada de Morón, por las malas cabalgaduras, y por el
camino muy pesado. En ella compuso un carpintero algunos defectos de las carretillas
y se le pagaron 4 reales. La carne y leña para la gente costó 5 reales.
24. Marchamos hasta la Guardia de Lujan donde llegamos al ponerse el sol. Esta
noche y en el camino se gastaron 7 reales en carne para la gente. A mi llegada inme-
diatamente me vi con el comandante y noticiado por este de que en el Salto no había
novedad de enemigos, le pedí auxilio de cabalgadura, que ofreció dar al siguiente día
por la mañana.
25. Nos mantuvimos en la Guardia de Luján por falta de caballos: se pasó oficio al
comandante del fortín de Areco pidiendo auxilio de 25 caballos para introducir a las
pampas: escribí dos cartas a don Juan Francisco Ulluoa encargándole la recolección
del auxilio, y proponiendo la entrada por este punto de Luján; con la última fue don
Silverio - Se gastaron 10 reales en lazo para las ruedas y 9 reales en mantenciòn de la
gente; la mayor parte de este día fue lluvia.

320
Validez de los tratados firmados entre el Estado argentino y la Nación Mamülche,
Pueblo Rankül, 1819 y 1878

26. Se recibió contestación de Ulluoa señalando por punto de reunión el Médano del
Potroso, y diciendo que solo podía reunir de 25 a 30 caballos - Se pasó oficio al
Alcalde de Navarro pidiendo 25 caballos de auxilio - Se gastaron 8 reales en manuten-
ción de la gente.
27. Este día nos mantuvimos en la Guardia esperando la recolección de caballos. De
Navarro solo contestaron acusando recibo. Se escribió carta a Ulluoa pidiendo que
enviase baqueano hasta Palantelen, por no haber aquí quien nos condujese hasta el
Médano del Potroso - Se gastaron 18 reales en carne, sal, jabón y clavo.
28. Salimos de la Guardia e hicimos noche en la casa de don Silverio Melo, que dista
6 leguas, habiendo tenido un viage penoso por las cañadas crecidas. Nos acompañó el
Alcalde de la hermandad don Casimiro Gómez, para facilitarnos caballos que solo
tenían 55. Se gastaron 20 reales en comida.
29. Nos mantuvimos en casa de dicho Melo por la lluvia, y la gente se ocupó de hacer
maneas, colleras y charqui para lo que se compró un cuero y una res. También contri-
buyó a la demora haberse enfermado de un cólico el lenguaraz Manuel.
30. Abonanzó el tiempo y vinimos a hacer noche en la chacra de Isidoro Molina, que
es la última de este poblado, y dista siete leguas de la anterior. Desde aquí despacha-
mos el chasque a Florencio Sosa a Palentelen en solicitud de Ulluoa.
31. Por la mañana de esta casa de Molina con dirección al Salado, llevando de baqueano
a N. Villegas, e hicimos noche en la tapera de Chivilcoy, que dista 10 leguas, dando
mucho trabajo a los 65 caballos con que entramos a la Pampa.

Noviembre 1º. Levantamos de dicho punto en la mañana de este día, y pasamos el río
Salado con mucha incomodidad por estar algo crecido. En este parage nos alcanzó el
cacique Alleñaú, que iba de paso a sus tolderías, y solicitando le diésemos parte del
regalo, que dijo tenia noticia llevábamos para los Ranqueles, y por no ser de esta nación
ni de los caciques citados se le dio a él y a sus acompañantes solo un poco de yerba,
tabaco, y azúcar con lo que se despidió y siguió su marcha: la noche de este día nos
acompañamos en la cañada del Duraznillo que por ser de legua y media de ancho y muy
pesada nos dio bastante trabajo. Es de notar que las márgenes del Salado a la banda del
este, son terrenos muy amenos, y que ofrecen muy buena proporción para Guardias,
hacienda de ganados etc. Este día anduvimos como 8 leguas.
2. Anduvimos 9 leguas e hicimos noche 2 leguas más al Oeste del célebre Médano,
nombrando las Cortaderas, que los Indios llaman Huinca. Es de tener presente, que
andando del río Salado dos leguas rumbo al Oeste, o Sudoeste, se encuentran los territo-
rios más amenos y deliciosos que se puedan presentar, pues en ellos se forman unos
cerrillos de arena muy pastosos y de regular altura, que de distancia en distancia compo-
nen como unos valles redondos, que contienen lagunas y cañadas abundantes de aguas,
observándose esto mismo en distancia de muchas leguas, según noticia que me comuni-
caron los baqueanos. De estas preciosidades es una el citado Médano de Cortaderas,
especialmente por una laguna que se forma de dos eminencias, y vulgarmente se dice ser
insondable. Todos estos territorios son muy famosos para crianzas de ganados mayores
y menores, son pastosos, sólidos y abundan de aguadas, y sin exageración se puede
afirmar que exceden a los de la costa para dichos objetos.

321
Germán Carlos Canuhé

3. Salimos de dicho punto y habiendo caminado solo dos leguas nos acampamos en la
laguna de los Patos, desde donde enviamos al baqueano con un soldado en solicitud
de Ulluoa, que según cálculo de dicho baqueano debía encontrarse como a 6 leguas
de distancia en el rumbo que viene de la Guardia del Salto.
4. Este día nos mantuvimos en dicha laguna esperando el baqueano.
5. En este día volvió el baqueano avisando que había encontrado a Ulluoa en el punto
prefijado y marchaba para la toldería de Nicolás, desde donde enviaría quien nos
guiase hasta ella, pues nuestro baqueano debía regresarse a su casa. A las once de este
día vimos una partida de indios, armados de chuzas, que pasó como media legua
distante de nuestro campamento, y como supiésemos que estos indios se habían alo-
jado en aquellas inmediaciones, recelando que fuesen salteadores estuvimos con cui-
dado y nos pusimos sobre las armas toda la noche, sin haber ocurrido novedad.
6. Este día como a las once llegó el baqueano de la toldería de Nicolás, y a las tres de
la tarde empezamos a marchar habiendo andado como 5 leguas hasta la noche.
7. Caminamos bien temprano, y aunque solo distábamos de la toldería como 12 leguas
no llegamos a ella hasta las cinco de la tarde, por ser el camino pesado. Aquí encontra-
mos a don Juan Francisco Ulluoa con una escolta de 14 hombres armados, y aunque
traía considerable número de caballos solo ofreció darme 16 de 25 que dijo había
sacado de auxilio del Salto. Al rato de nuestra llegada pidió el cacique yerba y tabaco,
no contentándose con menos de arroba y media de aquella, y 10 varas de tabaco que se
le dieron: y como se informase que no traía el aguardiente por haberlo dejado en la
Guardia con ánimo de repartirlo a mi vuelta del parlamento, dijo: que este no se celebra-
ría de ningún modo si no se llevaba el aguardiente: y aunque sobre esto tuvimos varias
contestaciones no fue posible desistiese de su empeño, y últimamente fue preciso con-
venir con el cacique cuya opinión apoyaba Ulluoa.
8. En la mañana de este día después de una larga sesión con el cacique, los lenguaraces y
Ulluoa en que se le dio la proclama del gobierno, y se hizo entender su contenido a
muchos indios que estuvieron presente, pidió el cacique que se le hiciesen presente los
puntos que se habían de tratar en el parlamento, lo que así se hizo discutiendo sobre cada
uno de ellos. - En seguida envié tres hombres de mi comitiva en solicitud del aguardiente
a la Guardia, sin que fuese posible que Ulluoa hubiese querido dar ningún hombre ni
caballos aunque signifiqué lo atrasada que estaba mi cabalgadura. Aquí es de notar que
Ulluoa el día anterior prometió dar cuatro hombres montados, pero luego se retractó, el
cacique dio 4 hombres con sus correspondientes caballos de carga, y se negó a dar más a
presto de que su caballada estaba flaca. Yo me sospecho que todo fue obra de Ulluoa por
la displicencia que me mostró antes y después de mi asociación, ignorando el motivo que
para ello tuviese. La tarde este día vino el lenguaraz Gutiérrez diciendo que Ulluoa se
marchaba para el Salto la mañana siguiente. Creo que esto sería por la oposición que hice
al cacique Nicolás a abrir los fardos y sacar ropa para un cacique primo suyo, que dijo
había mandado a llamar para que recibiese el regalo.
9. Nos mantuvimos en la misma toldería y Ulluoa no se marchó.
10. Estuvimos en otra toldería y este día apareció el cacique Lorenzo Recuento en
solicitud del regalo, diciendo que no iba al parlamento por vivir en la Cabeza del
Buey, que es a mucha distancia de la toldería de Lienan, y se propuso esperar 5 días
por si venia el aguardiente.

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Validez de los tratados firmados entre el Estado argentino y la Nación Mamülche,
Pueblo Rankül, 1819 y 1878

11. En la misma toldería de Nicolás entregó Ulluoa 23 caballos.


Los días 12, 13, y 14, continuamos esperando el aguardiente en el mismo lugar,
habiendo comprado una vaca, a más de otra que dio el cacique el día de nuestra
llegada, y dos ovejas para mantención de la gente.
15. Continuamos parados, y este día que se marchó el cacique Recuento, se le dio una
casaca, dos camisas, un chaleco, un poncho de bayetón, una manta de paño, yerba,
tabaco y pasas, todo esto sin perjuicio de que en los días intermedios se le había dado
yerba. El dicho Recuento y Nicolás reconvinieron sobre que la ropa no era buena, y
que les faltaba espada y bastón, con tanta indiscreción que solo con sufrir se les pudo
contener. Lorenzo se convino en que Nicolás recibiese el aguardiente que le corres-
pondía. En este día se marchó Ulluoa para el Salto diciendo nos alcanzaría en el
camino.
16. Regresó don Silverio conduciendo 38 barriles de aguardiente y de ellos se dieron
dos a Nicolás, que es la cuota que se había graduado a cada uno de los caciques, y a
más se le dieron otros dos por las muchas instancias que hizo: y dos barriles más para
que entregase a Recuento.
17. Este día nos mantuvimos parados a causa de la embriaguez del cacique y sus
indios que no permitió nos habilitasen con carne para la marcha.
18. Continuó la parada haciendo charque para el viage.
19. Marchamos cerca de medio día acompañados del cacique Nicolás y algunos de sus
indios, y anduvimos como 6 leguas.
20. Continuamos la marcha e hicimos noche en el Médano el Duraznillo, habiendo
andado como 10 leguas asociado de 16 indios que se reunieron en nuestra compañia.
21. Caminamos como 10 leguas y a la tarde nos alojamos cerca de una laguna de agua
dulce sin nombre conocido. Todo lo que anduvimos desde la salida del cacique
Nicolás es terreno salitroso, muy escaso de agua dulce, y con varias lagunas de agua
salada de tres y cuatro leguas de longitud al parecer. Estos campos abundan de trébol
de olor y de salitres.
22. Anduvimos como 12 leguas y nos alojamos a orillas de un Médano de agua dulce y
permanente, que tiene hermosa vista y posición. En este día nos salió al camino el cacique
Pedro a quien se dio el correspondiente regalo de aguardiente, ropa, tabaco etc.
23. Caminamos hasta la toldería del cacique Curutipay, que dista como 4 leguas. Este
cacique nos hizo un recibimiento al parecer muy honorífico, pues sus indios
escaramuzaron a caballo armados de chuza habiéndonos salido a recibir como media
legua de distancia. Llegado a los toldos después de noticiarles el motivo del parla-
mento y el contenido de la proclama del gobierno, con lo demás que se creyó conve-
niente a fin de asegurar la amistad y relaciones, exigió el cacique la parte que le
pertenecía del regalo, y habiéndosele entregado, después de afear la ropa, instó que
se había de dar parte de ella a seis indios más, y dos hijos suyos y tres barriles de
aguardiente a más de dos que a él se le había dado. Teniendo también la impavidez de
instar a que se le de el resto de un tercio de yerba que se había abierto, sin que bastasen
para que desistiese de su propósito las muchas reflexiones que se le hicieron; hasta
que por ultimo fue menester condescender con cuanto él quiso para no quebrantar la

323
Germán Carlos Canuhé

armonía que nos habíamos propuesto observar. En vista de la sin razón de este cacique
se incomodó el cacique Nicolás que iba con nosotros. El tal Curutipay es hombre de
las más perversas intenciones, como lo manifestó a nuestro lenguaraz Pilguelen, di-
ciendo que si no hubiésemos ido a su toldería con la fuerza armada que había reunido
nos habría quitado cuanto llevábamos.
24. Salimos de la toldería de Curutipay a las 10 de la mañana para esperar el auxilio de
12 caballos, que nos franqueó uno de sus hijos y caminamos como 7 leguas acompa-
ñándonos en un Médano conocido con el nombre de Cuchamelú, así llamado por un
árbol de piquillín que tiene a sus orillas.
25. Marchamos de dicho punto y el cacique Nicolás hizo chasque a Lienan avisándo-
le de nuestra marcha, y pidiendo que enviase al camino auxilio de cabalgaduras. Este
día anduvimos de 12 a 14 leguas e hicimos noche en el Médano del Chañarito.
26. Partimos de dicho punto a las cinco de la mañana y nos alojamos en unos Médanos
nombrados los Manantiales. Ese día recibimos contentación de Lienan y nos propuso
si nos parecía enterrásemos las armas en señal de paz, a lo que se respondió que era
inverificable por la distancia que aun nos faltaba para llegar a sus estados. Nuestra
jornada fue de 14 leguas.
27. Salimos de este lugar a las cuatro de la mañana y llegamos a las 7 de ella a los toldos de
Lienan habiendo caminado 8 leguas, en cuyo lugar celebramos el Parlamento.
En veinte y siete días del mes de Noviembre de mil ochocientos diez y nueve años, habiendo
llegado al paraje nombrado Mamuel Mapú, donde tiene su toldería el cacique Lienan,
distante de la Capital de Buenos Aires, de ciento ochenta, a doscientas leguas rumbo al Oeste
Sud Oeste, estando presentes los caciques de la Nación Ranquel nombrados, Carripilon,
Lienan, Payllarín, Quinchun, Millaan, Flumiguan, Millaan, Nelguelche, Neyguan, Paillañan,
Naupai, Quinten, Huilipan, Ilario, Pedro, Lorenzo Recuento y Nicolás Quintana; me personé
en medio del círculo, que tenían formado, asociado del segundo don Santiago Lacasa, y de
los lenguarases Florencio Gutiérrez, y Manuel Pilquelen; y habiéndome dicho, por medio de
estos, que expusiese el objeto y fin con que me había conducido a aquél punto, les signifi-
qué, que era enviado por el Gobierno Supremo de estas Provincias al intento de hacer paz,
amistad y unión perpetua, con la Nación Ranquelina; y en prueba de ello, les hice entender,
por medio de los Intérpretes, el contenido de la Proclama que V. E. les dirijía ; y enterados de
ella, el Cacique Carripilon, comisionado por aquel Congreso, para que hablase a nombre de
todo él, dijo: que todos de un acuerdo, y de buen corazón estaban poseídos de los mismos
sentimientos de paz, y unión; y que me encargaban lo hiciese así entender al Supremo
Gobierno. En seguida les signifiqué, que en prueba de la amistad, y unión con Buenos Aires,
no debían dar entrada en su país, a los Españoles Europeos, como a nuestros Capitales
enemigos, que trataban de esclavizarnos; a lo que respondió Carripilon, que comprendían
las miras de los Maturrangos, que sabían eran nuestros tiranos, a quienes jamás protegerían;
y en este estado, tomando la palabra el cacique Payllarin, dijo; que ya les tenía significado
anteriormente a sus compañeros, que si los Maturrangos volvían a mandar el país, habían de
poner a los Indios en términos de comer pasto, y que así, debían siempre estar con el Gobier-
no de Buenos Aires, que era de Americanos, como ellos, en lo que todos convinieron, con
demostraciones de gozo y alegría. Al mismo objeto de mantener la amistad, propuse; que no
debían dar oído, a las persuaciones que les hicieran los indios Chilenos, sus amigos, sobre
abrigar a los Europeos Españoles, que andaban entre ellos dispersos; y mucho menos permi-

324
Validez de los tratados firmados entre el Estado argentino y la Nación Mamülche,
Pueblo Rankül, 1819 y 1878

tirles, que pasasen por sus territorios a invadir las Fronteras. Aquí contestó el comisionado
Carripilon, que ya habían repulsado las proposiciones que por chasques les habían hecho
los Chilenos sobre el particular, y que estuviésemos seguros, de que no los admitirían en sus
tierras, aunque el cacique Quinteleu los admitía, pero que ellos se encargaban de desenga-
ñarlos. Propuse en tercer lugar; que para que esta amistad fuese sólida, el Gobierno supremo
se comprometía a dar providencias, para que algunos ladrones, o malhechores de los nues-
tros, no les robasen, ni perjudicasen en sus haciendas; y que esto mismo les exigía en nombre
del Gobierno, pues teníamos repetidas experiencias, de robos que los Indios hacen en las
Estancias de nuestra Frontera. Carripilon contestó; que los caciques jamás consentían en los
robos, y que los ladrones eran indios sueltos, que a ocultas de ellos robaban en las Fronteras,
y que así, consentían en que el Gobierno Supremo diese orden para que se les persiguiese
hasta matarlos; a lo que repuse, que nuestro Gobierno nunca entraría en hacer justicia por sí
solo, y que lo más acertado sería, que ellos los aprehendiesen, y remitiesen para castigarlos
y escarmentarlos. Propuse lo 1ª que a consecuencia de la amistad, y unión que se acababa de
pactar, en ningún tiempo, y por ningún motivo debía la Nación Ranquela auxiliar, ni prote-
ger a los montoneros, que, como enemigos del orden, se habían substraído de la obediencia,
y subordinación a nuestro Gobierno; y que por lo tanto no debían sostener aquellos rebeldes,
y sí contribuir a que el Gobierno los castigase como merecían, en lo que convinieron los
indios prometiendo no franquearle, gente, ni cabalgaduras, ni permitirles existir en sus
tierras. Últimamente propuse, que para estrechar la amistad y unión, convendría sacar las
guardias; a lo que respondieron, que de antemano ya habían convenido en que se pusiesen
nuestras Fronteras, de la Banda Oriental del Salado. Repliqué, que no habiendo aguadas
competentes al Oriente del Salado, jamás podría allí verificarse Población, y que era de
necesidad que esta se hiciese al Oeste, a distancia de dos o cuatro leguas de las márgenes del
Río Salado. Sobre este punto discutieron los caciques largo rato, y al fin convinieron en que
se adelantasen las Guardias de Lujan, Salto y Rojas, al Oeste del Salado, con tal que en ellas
solo se pusiese la Fortaleza, y algunas Pulperías para comerciar con los Indios, a quienes se
les habría de auxiliar con cabalgaduras y carne. Con lo que se concluyó la sesión, quedando
los caciques muy satisfechos, no menos que la gruesa suma de Indios que asistieron a aquel
acto - Mamuel Mapü fecha ut supra

Feliciano Antonio Chiclana - Santiago Lacasa»

Tratado de paz con Epumer Rosas y Baigorrita


«Tratado de paz. Acordado por el Exmo. Gobierno Nacional a las tribus indígenas que
encabezan los caciques Epumer Rosas y Manuel Baigorria, concluído en 24 de julio
de 1878.
S.E. el Señor Ministro de la Guerra, General Dn. Julio A. Roca, bajo la inteligencia de
que los expresados Caciques y tribus reconocen y acatan como miembros y habitantes
de la república Argentina la Soberanía Nacional y Autoridad de su Gobierno, ha
convenido en lo siguiente:
Por cuanto ha sido concluido en esta Ciudad de Buenos Aires, un tratado entre el
Teniente Coronel Dn.Manuel J. Olascoaga, comisionado al efecto por parte del Gobier-
no, y los Caciques Cayupan y Huenchugner (a) Chaucalito, como representante el
primero del Cacique principal Manuel Baigorrita de Poitagüe y el segundo del Cacique

325
Germán Carlos Canuhé

de igual clase Epumer Rosas de Lebucó, cuyo tratado es a la letra como sigue:
Artículo 1° Queda convenido que habrá por siempre paz y amistad entre los pueblos
cristianos de la República Argentina y las tribus Ranquelinas que por este convenio
prometen fiel obediencia al Gobierno y fidelidad a la Nación de que hacen parte y el
Gobierno por su parte les concede protección fraternal.
Artículo 2° El Gobierno nacional en consideración a lo arriba expresado y mientras
los Caciques contratantes cumplan y hagan cumplir fielmente lo aquí estipulado
asigna al Cacique Epumer Rosas (150 B) ciento cincuenta pesos bolivianos al mes;
cien pesos bolivianos (100 B) también mensuales al Cacique Mariano hijos, Epumer
chico. Asigna también mensualmente (7 B) siete bolivianos para un trompa, (15 B)
quince pesos bolivianos a un escribiente y quince a un lenguaraz para cada uno.
Asigna así mismo al Cacique Huenchugner (a) Chaucalito (50 B) cincuenta bolivia-
nos y (15 B) quince bolivianos para su lenguaraz.
Articulo 3° El Gobierno Nacional asigna mensualmente al Cacique Manuel Baigorrita
(150 B) ciento cincuenta pesos bolivianos (7 B) siete pesos bolivianos para un trompa
y quince para su lenguaraz.
Artículo 4° El Gobierno Nacional asigna mensualmente al Cacique Cayupan (75 B)
setenta y cinco pesos bolivianos y quince pesos bolivianos a su lenguaraz, asigna así
mismo al Cacique Yanquetruz Guzmán (50 B) cincuenta pesos bolivianos y quince
pesos bolivianos a su lenguaraz.
Artículo 5° El Gobierno Nacional acuerda a los dos Caciques principales arriba men-
cionados, para repartir entre todos los Caciques, Capitanejos y tribus que comprenden
este tratado (2.000) dos mil yeguas cada tres meses para su subsistencia.
Artículo 6° El Gobierno Nacional dará también a los mismos Caciques para la misma
aplicación y efecto del Artículo anterior, cada tres meses (750) setecientos cincuenta
libras de yerba, (500) quinientas libras de azúcar blanca, (500) quinientas libras de
tabaco negro en rama, (500) quinientos cuadernillos de papel, (2000) dos mil libras
harina, (200) doscientas libras jabón y dos pipas aguardiente.
Artículo 7° Es deber de los Caciques arriba mencionados y de todos los Capitanejos
que los acompañan, entregar al Gobierno todos los cautivos, hombres, mujeres o
niños que asista o lleguen a sus tierras o pagos, bien entendido que si el Gobierno
tiene alguna vez conocimiento de que en alguna tribu de las que entran en el presente
tratado se ha detenido por fuerza algún cristiano o se ha hecho algún mal o privado de
su libertad, hará responsable del hecho al Cacique mas cercano o Capitanejo que lo
hubiera consentido, privándoles del sueldo o ración que tuviesen por el tiempo que
estime conveniente. Todo lo que se expresa en el presente artículo respecto de los
cautivos que así mismo estipulado respecto de los malévolos o desertores cristianos
que se asilen o guarezcan entre los indios. Tanto los cautivos como los cristianos
malhechores deben ser entregados en el fuerte más inmediato al lugar donde se en-
cuentren; siendo bastante motivo para considerara sospechoso y comprendido en esta
estipulación, todo cristiano, de cualquier parte que venga, no teniendo pasaporte o
licencia escrita de un Jefe de Frontera.
Artículo 8° El Cacique Epumer Rosas, el Cacique Manuel Baigorrita, y los demás
Caciques nombrados en este tratado darán toda protección y amparo a los sacerdotes

326
Validez de los tratados firmados entre el Estado argentino y la Nación Mamülche,
Pueblo Rankül, 1819 y 1878

misioneros que fueran a tierra adentro, con el objeto de propagar el cristianismo entre
los indios o de sacar cautivos. El Gobierno castigará severamente a todo Cacique,
Capitanejo o indio que no les tributase el debido respeto y hará responsable al Caci-
que que consienta a las personas de dichos sacerdotes.
Artículo 9° Los Caciques mencionados se obligan a perseguir a los indios gauchos
ladrones y a entregar los malévolos cristianos con los animales que llevan a tierra
adentro, así como también entregar bajo la mas seria responsabilidad a todo negocian-
te de ganado robado que cruce por sus campos y pueda ser capturado por algunos de
los Caciques o Capitanejos, conviniendo el Gobierno en recompensar generosamente
a los que entreguen en el fuerte más inmediato las personas y haciendas referidas. Así
también castigará severamente y hará responsable con sus sueldos y racionamientos a
los Caciques y Capitanejos o tribus que amparen o se nieguen a entregar a dichos
negociantes o malévolos.
Artículo 10° S.E: el señor Ministro de la Guerra deseando proteger y hacer respetar a
los Caciques que respeten fielmente estos tratados y quieran conservar el orden entre
sus tribus, ordenará a todos los Jefes de Frontera aprehendan y detengan todo indio
fugitivo que llegue o se encuentre sin licencia o pasaporte de sus respectivos Caci-
ques; y si trajeran animales u otros objetos robados, les sean quitados con cuenta y
razón y devueltos al primer reclamo justificado de los referidos Caciques o propieta-
rios; y que así mismo se haga con los cristianos que se hallen en el mismo caso.
También ordenará que toda comisión o indios sueltos que vengan a los fuertes o
poblaciones cristianas con cualquier negocio o diligencia, trayendo el competente
permiso de su Cacique, sean protegidos y respetados en sus personas y bienes y
recomendará que se les haga justicia en sus reclamos y quejas con arreglo a las leyes
que amparan a todo ciudadano argentino.
Artículo 11° Queda formalmente estipulado que si uno o algunos indios de los que
entran en este tratado, diesen malón sobre cualquier punto de la Frontera o cometie-
sen robo o asesinato sobre los bienes o personas de algún transeúnte o estanciero,
quedará por este solo hecho rota la paz con el Cacique y tribu a que pertenezcan
dichos malhechores; y por lo tanto suspendidos los sueldos y racionamientos asigna-
dos al Cacique y tribu responsable, hasta que se haga efectiva la devolución de lo
robado y el castigo de los criminales. En todo robo o asesinato que se cometa por
indio sobre indios, las partes acusadas serán prendidas y aseguradas y resultando
criminales serán castigados, con arreglo a las leyes del país, y en cuanto a los animales
u objetos robados serán sacados del poder en que se encuentren para devolverlos a sus
legítimos dueños.
Artículo 12° A mas de las concesiones que el Gobierno Nacional hace por este tratado
a los Caciques y tribus que él comprende, dispondrá que aquellos Caciques que más
se distingan en la conservación del orden y la paz, y muestren dedicación a los traba-
jos de la labranza y agricultura, como también se presten a la instrucción y civiliza-
ción de sus hijos, sean obsequiados con alguna gratificación proporcionada al mérito
y se les proporcionen algunos efectos, herramientas y útiles que les sirvan para su
adelanto y bienestar.
Artículo 13° En caso de Guerra exterior o invasión de extranjero u ca-mapuches, todos
los Caciques o tribus se comprometen a prestar decidido apoyo al Gobierno Argenti-

327
Germán Carlos Canuhé

no; bien entendido que serán muy severamente perseguidos y castigados como trai-
dores a la Patria, los Caciques y tribus que en algún tiempo se sepa haber tenido
relación o connivencias con el enemigo.
Artículo 14° Este tratado durará permanentemente mientras ambas partes le presten
cumplimiento y los Caciques y tribus que enteren cuatro años de haberle dado estricto
cumplimiento en todas sus partes, se harán acreedores a un aumento proporcional de
sueldos y raciones.
Artículo 15° Este convenio será firmado en prueba de asentimiento, por los Caciques
Cayupan y Huenchugner, como representantes el primero del cacique principal Ma-
nuel Baigorrita, y el segundo, del igual clase, Epumer Rosas. Lo suscribirá así mismo
el Teniente Coronel Dn. Manuel José Olascoaga como comisionado al efecto, con la
aprobación del Exmo. Gobierno.

A ruego del cacique Cayupan, Patricio Uribe Secretario de Baigorrita


A ruego del Cacique Huenchugner, Martín Lopez Secretario de Epumer
Testigo Padre Marcos Donati
Manuel Jose Olascoaga»

Nota
* Conferencia presentada durante las VII Jornadas de investigadores en Arqueología y
Etnohistoria del centro-oeste del país (Nota de los Compiladores).

328
Los ocupantes aborígenes en el paraje Traful - Cuyin
Manzano (Parque Nacional Nahuel Huapi, Provincia
de Neuquén). Pasado y Presente*
Mario Jorge Silveira
Centro de Arqueología Urbana (FADU-UBA)
Contacto: cau@fadu.uba.ar

El tema a desarrollar es parte de las investigaciones que en conjunto con la histo-


riadora Jacqueline Guindon hemos realizado en la región de Traful-Cuyín Manzano.
El total de ellas han quedado plasmada en un libro que esta en edición para salir en el
2008 y que se titula «Esculpidos en el tiempo. Prehistoria e Historia en Tarful- Cuyín
Manzano».
En él hacemos conocer los resultados de las investigaciones arqueológicas y la
historia de sus pobladores a partir de 1881. En particular nos centramos en los pobla-
dores indígenas de origen mapuche y en sus historias de vida.
Agradezco a mi coautora que me haya permitido utilizar parte de las investigacio-
nes realizadas para este trabajo, que como conferencia fue expuesto en las VII Jorna-
das de Investigaciones en Arqueología y Etnohistoria del Centro Oeste del país,
realizadas en Río Cuarto entre el 23 y 25 de agosto del 2007, a cuyas autoridades
agradezco por la invitación para exponer la conferencia.
La región de la cuenca del lago Traful abarca unos 850 km² y las investigaciones
arqueológicas comenzaron durante el siglo XX, aunque la mayor parte se realizaron a
fines del mismo. Sabemos por esos trabajos que los primeros que poblaron esta región
lo hicieron hace 10.000 años (Crivelli Montero et. al., 1993). Mucho tiempo después,
ya en la era cristiana, desde lo que hoy es Chile pasaron la cordillera grupos mapuches,
prueba de ello fue hallada en dos sitios que llamamos Alero Los Cipreses y Alerto Las
Mellizas por la presencia de cerámica mapuche conocida como de tipo Pitrén (Silveira,
2001). En el segundo con un fechado poco antes de la llegada europea a América 590
± 90 AP, en el primero ya en tiempos de conquista pues la cerámica se encuentra con
elementos de contacto europeo (cuentas de vidrio y vacuno), pero anterior al dominio
de esto territorios por el Gobierno Nacional.
Antes de ese momento hubo algún conocimiento de los grupos indígenas en la
actual provincia de Neuquén por viajes de religiosos, exploradores y viajeros. Sin

329
Mario Jorge Silvera

embargo para la región que nos ocupa la información prácticamente era inexistente.
En realidad empieza a ser conocida con la llegada militar de la denominada «Con-
quista del Desierto». Nos referiremos a ella pero no haremos la historia de la campaña,
sólo los aspectos que tienen que ver con nuestra región.
Una vez llegado al río Negro en 1879, el General Roca trató de consolidar la nueva
frontera con la construcción de una línea de defensa. Había instalado el comando
general en Choele Choel y se extendía por el alto valle hasta la confluencia con el
Limay y el Neuquén, lugar donde se construyó el fortín 1° División, extendiéndose
por el valle del río Neuquén hasta el fuerte 4ta División. Esta frontera quedó al mando
del entonces Coronel Villegas. En las «Instrucciones a que debe sujetarse el Jefe de
la 4ta División del ejército expedicionario», firmadas por el General Roca en los
primeros días de marzo de 1879 y entregadas al Teniente Coronel Napoleón Uriburu,
se le ordena:

«Debe respetar y dar toda clase de garantías de la vida y propiedades a los habitantes
o pobladores que encuentre en esos parajes y que acaten y se sometan a la Autoridad
Nacional, a cuyo efecto debe mandarles previo aviso al emprender la Campaña. Se le
recomienda esto el más estricto cumplimiento… Tratará de averiguar y saber..... el
numero de indios que existan a su frente, del Neuquén al sur..... Al llegar al río Neuquén
se dirigirá al cacique Purran y demás caciques importantes de la parte sud del río..... y
con el objeto de arreglar un tratado de amistad les invitará..... para celebrar un Parla-
mento..... en Choele Choel o el Chinchinal, presidido por el ministro de la Guerra, a
cuyo Parlamento se invitará a Sayhueque y otros.....» (Instrucciones del General Roca al
General Uriburu en Olascoaga, 1980 [1880]:279).

Resumiendo, las instrucciones que Roca le da a Uriburu son: no cruzar el río Neuquén
y buscar un convenio con Purran, Sayhueque y demás capitanejos. Sin embargo, Uriburu
desacató las órdenes pues atravesó el límite señalado y se enfrentó con las tribus de
Purran. Su accionar fue de todos modos aprobada con felicitaciones de Roca, lo que
muestra cual era el verdadero interés: la lucha y un antagonismo irreconciliable, donde
en lugar de pactar con Purran lo apresan con engaño y deslealtad.
Las consecuencias políticas de esta operación, completada en solo tres meses (de
abril a julio de 1879) se hicieron sentir de inmediato, Roca pasó a ser el hombre del
momento, el «héroe del desierto» y en menos de un año ganó la presidencia.
Aunque la mayoría de los indígenas, avisados del avance habían buscado refugio del
otro lado de la cordillera o al sur de la provincia más allá de los lagos, la mayor parte del
territorio de la actual provincia de Neuquén seguía estando en poder de las comunidades
indígenas y prácticamente sin explorar. Su reconocimiento y ocupación será el objeto de
las campañas de 1881 y 1882, llamadas respectivamente «Expedición al gran lago Nahuel
Huapí en el año 1881» y «Campaña de los Andes al Sur» (Villegas, 1974; 1978).
De los caciques principales nos interesa en este caso Sayhueque, que para ese
momento extendía su autoridad sobre la zona de Traful - Cuyin Manzano. Ante el
avance del ejército, éste solicitó en julio de 1878 al General Uriburu mantenerse en
paz, y en consecuencia, Roca lo nombró gobernador de Las Manzanas por ser «el
único cacique que he creído merezca ser considerado por su conducta siempre fiel y

330
Los ocupantes aborígenes en el paraje Traful - Cuyin Manzano (Parque Nacional Nahuel
Huapi, Provincia de Neuquén). Pasado y Presente

la buena comportación y su tribu que no ha figurado en malones» (Memorias de


Guerra y Marina, 1879:427). No obstante, como con Purran, se ignoró todo lo pactado
y Sayhueque fue perseguido y tuvo que huir hacia el sur (Silveira y Guindon, 2008).
La Campaña al Gran Lago Nahuel Huapí es organizada y eligieron para llevarla
adelante al Coronel Conrado Villegas, un militar de nacionalidad uruguaya al que
apodaban «el Tigre». Los detalles y órdenes pertinentes fueron las siguientes:

«Se prepararan los elementos necesarios para verificar una nueva expedición en la
próxima primavera hasta el lago Nahuel Huapí tratando de recorrerlo en toda su
extensión y dejar acantonamientos permanentes si ello se encontrase conveniente.
Esta operación necesaria para que los salvajes que se aíslan al otro lado de la Cordillera,
no intenten restablecer sus antiguos aduares, acabará de asegurar esa región fertilísima
centro de las poblaciones que empiezan a estenderse desde el Océano y por las márgenes
del Negro y el Chubut; y que está brindándose a una colonización importantísima. Es
necesario que se verifique para sacar todo el provecho de las operaciones militares
ejecutadas últimamente. Las fuerzas que ocupan y defienden esas fertilísimas comarcas á
que se ha llamado la Suiza Argentina son bastantes á garantirla..... Esta nueva y rica parte
de nuestro territorio que se abre á la ocupación y progresos de la civilización es ya uno de
los resultados que vienen á indemnizar con usura los gastos y sacrificios de la feliz
operación militar que condujo á la ocupación del Río Negro y de las que continúan
ejecutándose como complemento de aquella» (Memoria de Guerra y Marina 1882, T1:7;9).

Uno de los escenarios naturales de la expedición al Nahuel Huapi, será precisa-


mente la zona de Traful-Cuyín Manzano. Los episodios, relatados en los partes mili-
tares por los mismos protagonistas, constituyen un valioso documento para conocer
las estrategias utilizadas para el avance y que observaron en la región. Veamos que
dice Villegas en el parte de la expedición, que partió finalmente desde Patagones el
15 de junio de 1881:

«Al Sr. Inspector y Comandante General de Armas de la Republica, General D. Joaquín


Viejobueno. Habiendo recibido orden de S. E. El Sr. Ministro de la Guerra de llevar una
expedición con la fuerza de mi mando contra los indios que habitaban el territorio
comprendido entre los ríos Neuquen y Limay y la Cordillera de los Andes, propuse a
S:E: Mi plan de campaña, que era el siguiente: En un mismo día, el 1° de Marzo, debían
ponerse en movimiento las tres Brigadas de que se compone la División; la 1°, costean-
do la falda oriental de la Cordillera, recorrería y batiría en su tránsito todos aquellos
lugares en que pudieran existir indios, y siguiendo su avance, debía estar el 30 del
mismo en el lago de Nahuel –Huapi. La 2° pasando el Neuquén por la confluencia,
remontaría el Limay por su banda Norte, y dividiéndose en dos columnas, remontaría la
mayor de ellas por la ribera Norte del Pichi-Picum-Leufú, buscando las antiguas tolderías
de Reuque-Curá, en cuyo territorio debía hacer una batida, y siguiendo su marcha al
Sud buscaría nuevamente la reunión con la otra columna que seguiría siempre por el
Norte del Limay rumbo al Oeste y en dirección al lago Nahuel-Huapi, batiendo en su
avance á los indios del cacique Sayhueque, establecidos en el río Caleufú. La 1° y 2° se
pondrían en comunicación por medio de partida desprendidas á sus flancos, y se pres-
tarían mutuamente protección en caso necesario. La 3° pasaría por la Isla de Choele-
Choel al Sud del Rio Negro, y descendiéndolo por dicha margen 18 leguas, tomaría la

331
Mario Jorge Silvera

travesía de Balcheta, siguiendo su marcha hasta llegar al lago, reconociendo y batiendo


con sus partidas la mayor extensión de terreno que le fuera posible. El movimiento de
esta Brigada por el Sud de los ríos Negro y Limay tenia por objeto reconocer estos
territorios y forzando sus marchas tomar algunos pasos del último, a fin de que los
indios del triangulo, que al ser atacados por la 1° y 2° y que buscarían muchos pasar al
Sud del Limay, no pudieran efectuarlo; al mismo tiempo, esta Brigada debía pasar al
Norte de este último y marchando sobre el Caleufú, contribuir a estrechar a los indios,
los que entonces se verían envueltos entre tres fuegos. S. E. El Sr. Ministro aprobó el
plan dejando a mi dirección su ejecución» (Memoria de Guerra y Marina, 1881 T2:507).

Entonces, el ejército avanzaría dividido en tres brigadas con el objetivo de «ence-


rrar» a los indios en todas las direcciones: con la primera brigada le cerraban los pasos
cordilleranos y con la tercera les impedían la huída hacia el sur del Limay. Este
movimiento de pinzas estaba orientado a acorralarlos y «encerrarlos para facilitar su
exterminio». La segunda brigada es la que entraría en contacto con la región de
Traful-Cuyín Manzano.
En este mismo parte, presentado por Villegas a Viejobueno dando cuenta de la
expedición hace una ligera descripción de los terrenos recorridos, su topografía, flora,
fauna, ríos, lagos y algunas otras observaciones, entre las que menciona la zona del
Traful y dice:

«Vengan pues allí los brazos que en el Viejo Mundo están desocupados, que encontrarán
trabajo y recompensa. La tierra del valle es fértil como pocas, habiéndolo observado esto
prácticamente. Existen allí treinta indios con sus familias pertenecientes a la tribu de
Inacayal, siendo estos pacíficos y agricultores. He visto los productos que sacan de aque-
lla tierra y ellos no pueden ser más hermosos. Allí se produce trigo (blanco y colorado),
cebada, maíz, quinua, porotos, alverjas (blancas y colorada), zapallos, papas, batatas etc.
etc., y esto, Sr. Inspector es producto que á esa tierra le sacan sus ignorantes pobladores,
que se valen para romper sus seno de un tosco arado constituido de las maderas que le
proporciona el lago; cuales no serán, pues, los productos que saque de esta virgen y feraz
tierra el inteligente agricultor teniendo en su mano las herramientas y útiles modernos que
en el día ofrecen el progreso de la industria» (Memoria de Guerra y Marina, 1881 T2:527).

De acuerdo a los diarios de marcha dejados por militares que actuaron en las
diferentes brigadas, podemos reconstruir buena parte de los acontecimientos produci-
dos durante el avance sobre la región. La segunda Brigada al mando de Winter, dejó
asentado dando aviso de la llegada del ejercito. Al día siguiente, esta brigada en su
diario de campaña el 7 de abril de 1881 menciona el encuentro con un chasque del
cacique Inacayal en la confluencia del Traful con el Limay, que allí acampó y retomó
su marcha a las 6,15 a.m., un dato importante ya que ubica a Inacatal en la región que
estudiamos. En la memoria de los más viejos, hoy transmitida oralmente, se recuerda
que hacia 1904 había tolderías hechas con cueros de potros y guanacos. Lucho Martínez
de Cuyín Manzano, nos contó que en este paraje estaba el cacique Inacayal, y que las
piedras circulares de los toldos se conservaron hasta la gran inundacion de la década
de 1980. Esto era detrás de la casa del actual poblador señor Zumelzú, que es el que
está al fondo del valle, exactamente detrás de tres álamos que aún se encuentran.

332
Los ocupantes aborígenes en el paraje Traful - Cuyin Manzano (Parque Nacional Nahuel
Huapi, Provincia de Neuquén). Pasado y Presente

Por otro lado, encontramos que en los detalles del itinerario de la Segunda Brigada
de caballería de línea, el mismo 7 de abril de 1881llega en marcha a Tranan Manzano1
y deja asentado:

«A las 10 ½ a. m. se encontraron dos indios que venían de chasques con comunicaciones


del señor Comandante en Jefe de la división general Villegas para el señor jefe de esta
brigada. Diez minutos después acampó la Brigada en Trafun2 (reunión de dos ríos),
habiendo andado cinco leguas enviado por el Sr. General Villegas, con una nota para el
Jefe de la vanguardia de la 3° las 2 y 40 p. M. Llegó el indio Pedro Álvarez de la tribu del
cacique Inacayal» (Memoria de Guerra y Marina, 1881 T2:508).

Pero antes de continuar hagamos una referencia a la toponimia de la región, que


como ya hemos observado tuvo grafías distintas. Ambos parajes comparten un rasgo
característico de la región patagónica, y es que han sido espacios poblados antes que
fundados formalmente con los nombres con que los conocemos hoy.
En el campo lingüístico, encontramos que sus denominaciones tienen origen en
voces mapuches que se fueron «castellanizando» a través de los años.
Para el caso de Cuyin Manzano, el mapa de 1884 obtenido en la Dirección de
Catastro de la provincia de Neuquén (expediente 12.4), revela que el nombre original
de este paraje era «Cullan Manzana». Una década más tarde en 1896, en sus «Apuntes
Preliminares» Moreno menciona un arroyo que cae en el río Traful llamado «Cuye
Manzana», transformando la terminación llan en ye. Ya para las primeras décadas de
1900 Culla o Cuye se transforma en Cullin.3 La denominación Cuyin Manzano que
aun perdura comienza a utilizarse a partir de la llegada de Parques Nacionales y
obedecería al desconocimiento del idioma mapuche por parte de la institución e
incluso por los agrimensores que hicieron las respectivas mensuras.
Esta denominación, alude claramente a los manzanos plantados por indígenas con
semillas provistas por los jesuitas, y luego diseminados por los caballos al comer las
manzanas. De éstos pocos quedan en el paraje. En cuanto al significado de Cuyin,
según los pobladores, significaría riqueza, concretamente plata.4 Consultado el dic-
cionario de Arize (1960), no hallamos mención ni de Cullan, Cullín o Cuyin. El de
Groeber (1926), una toponimia araucana, que usa la K en lugar de las «c», al contrario
de Erize que no usa las «k», presenta como Kude o Kuye Manzano, y la traducción
sería «Manzano Viejo». En el librito de Delfino (1968), aparece Cuyín Manzano, e
interpreta que Cuyín proviene de Cullín, cuyün que significa arena. La interpretación
sería entonces Arenal del Manzano. En trance de elegir optaríamos por la de Groeber.
Para el caso de la etimología de la palabra Traful, también encontramos su origen
en un vocablo mapuche. No obstante, no hay demasiada información en cuanto a sus
significado. Por ejemplo en Arize no hay datos, aún buscando travul o traun, pero
estas palabras, para Delfino (1968:290), significarían unión o junta. El geólogo Groeber
(1926:172-173) lo deriva de la palabra Tra(ü)l, que en los diccionarios de Febres y
Havestadt significa cosa plana o planicie, aludiendo a la planicie que creó el hielo en
la última glaciación. Entonces se habría llamado Tra(ü)l al paraje, y posteriormente el
lago y el río sin nombre lo habrían tomado por extensión.

333
Mario Jorge Silvera

Otra interpretación que también menciona Groeber es la de Felix San Martín que,
siguiendo a Febres, dice que Traful significa junta de ríos (aludiendo a la junta del
Traful con el Limay) y que provendría de la palabra thaun (juntarse) y leuvu (el río).
Groeber no se define con claridad por ninguna acepción, pero parece inclinarse por la
primera, es decir planicie, aspecto que está muy relacionado con la caraterística mapuche
de denominar puntos o parajes según aspectos geográficos relevantes.
Observamos que hay más coincidencias, más allá de distintas grafías, a que el
nombre está relacionado con la confluencia de los ríos Limay y Traful. Precisamente
como Confluencia es conmocido actualmente este paraje.
Por entonces, según los datos que aportan los partes y diarios del ejercito en
campaña, la región de Traful- Cuyin-Manzano era arrancada del dominio indígena
por las brigadas que avanzaban en dirección al lago Nahuel Huapi para juntarse allí el
25 de mayo según estaba previsto.
En el resumen Villegas dice entre otras cosas:

«Hemos recorrido territorios inmensos, hasta ahora cubiertos por el negro velo de la
ignorancia que de ellos teníamos. Hemos desalojado a los salvajes de sus guaridas y
estas que hasta entonces eran un misterio para nosotros, hoy día en cualquier momento
por nuestras fuerzas» (Villegas, 1974:100-101).

Lo que vale la pena resaltar es que se vuelve a mencionar al cacique Incanayal,


incluso asentado en esta región con cultivos y hacienda, que nos muestra a estos
aborígenes con una mirada que los presenta como hombres asentados, como «agricul-
tores y pacíficos», tal como el propio Villegas reconoció.
Pero esta no fue la única campaña que pasó por Traful-Cuyín Manzano. El mismo
Villegas ahora General, al año siguiente encabezó la llamada «Campaña de los Andes
al Sur» que también atravesó esta región. La expedición se dividió en tres brigadas y
tuvo lugar entre noviembre de 1882 y abril de 1883. Para la historia de nuestra región,
la que revistió mayor protagonismo fue la tercera brigada que avanzó sobre Traful
bajo las órdenes del coronel Nicolás Palacios. Las órdenes de Villegas para aquellas
tropas habían sido recorrer los cursos de los ríos Negro y Limay hasta llegar a lago
Nahuel Huapí, desde donde perseguiría a Sayhueque e Inacayal que se suponían al sur
del Limay.
Como se observa ya los caciques Inacayal y Sayhueque son definidos como ene-
migos y deben ser perseguidos y atrapados. El discurso había cambiado, claramente lo
expone Villegas cuando dice:

«Después de la campaña de 1881 al lago Nahuel Huapí, me convencí que había que variar el
género de guerra. Ya no sería conveniente operar con columnas pesadas y sí colocar éstas en
puntos estratégicos, y de allí por medio de fuertes o pequeñas partidas, inundar todo el territorio
que se iba a batir, guerra que se debía llevar con toda actividad y rapidez, no suspendiéndola
hasta concluir con los moradores de aquellos territorios, sometiéndolos a las leyes de la Nación,
haciéndolos emigrar allende la cordillera o destruyéndolos» (Villegas, 1978).

334
Los ocupantes aborígenes en el paraje Traful - Cuyin Manzano (Parque Nacional Nahuel
Huapi, Provincia de Neuquén). Pasado y Presente

El 12 de diciembre de 1882 una columna encabezada por Capitán Adolfo Drury


con 45 militares entre los que había 6 indígenas del cuerpo auxiliar y 2 baqueanos
indígenas del Cacique Curá Huinca recorren el valle del Traful. Previamente el 12 de
diciembre se había llegado a la desembocadura del río Trasbun, así llamaron al Traful.
Llegando en la recorrida el 25 de diciembre de 1882 hasta la margen este del Lago
(Villegas, 1978:340).
Lo que hay que resaltar es que en la recorrida del valle del río Traful en esta
campaña no se halló al cacique Inacayal ni otros indígenas, sólo algunos yeguarizos,
vacunos y ovinos. Tampoco hubo ninguna lucha con ellos como alguna tradición
oral lo dice, sosteniendo que se hallaron evidencias de ello. El sitio de tal refriega
estaría poco antes de entrar al lago por la margen sur, por el camino actual que va de
Confluencia a villa Traful. El área fue recorrida minuciosamente sin hallar ninguna
evidencia de la supuesta refriega, aspecto que por otra parte los partes militares desta-
can. En términos de jerga militar el área estaba batida y los indios habían huido,
Villegas dice textualmente:

«En el territorio comprendido entre los ríos Neuquén y Limay, cordillera d los Andes y
Lago Nahuel Huapí, no ha quedado un solo indio, todos han sido arrojados al occidente
de la cordillera de los Andes» (Villegas, 1978:22).

¿Hubo alguna respuesta coordinada al avance de las fuerzas militares? Hubo lo


que podríamos llamar tácticas o actitudes, una de las actitudes tomadas por los pue-
blos indígenas del área ante el avance del ejército fue la dispersión, en la cual cada
grupo parecía tomar rumbos distintos. Los que optaron por el cruce de la cordillera
hacia Chile pusieron en evidencia relaciones de parentesco y redes de intercambio
entre ambos lados de la cordillera, a través de las rutas, pasos y cajones cordilleranos
que habían sido territorios de veranada, recolección o utilizados en los intercambios
durante los tiempos históricos e incluso antes. Este sería el caso, entre otros, del
cacique manzanero Juan Ñancuche, quien desde allí negoció con los jefes del ejército
por medio de un hijo ya que él nunca regresó Este hijo consiguió tierras ya que por vía
de Onelli, de quien fue baqueano, le fue concedida la reserva de Cushmen en la
provincia de Chubut (Delrio, 1996).
Los caciques manzaneros Sayhueque, Inacayal, Foyel y capitanejos, en cambio,
buscaron refugio dirigiéndose hacia el sur, procurando alejarse de los militares tratan-
do de impedir que les impusieran su superioridad.
Paralelamente, el gobierno chileno desarrollaba una política de presión hacia los
principales caciques de la Araucanía, para evitar la inmigración masiva de grupos del
este cordillerano hacia Las Manzanas, controlando asimismo los pases desde la Ar-
gentina. De este lado, nuestras comunidades indígenas habían declarado que «prefie-
ren morir peleando que vivir esclavos» (Memoria de Guerra y Marina, 1882 T1:197).

En diciembre de 1883 «había tenido lugar un gran parlamento al que concurrieron Inacayal,
Foyel, Chagallo, Salvutia, Rayel, Nahuel, Pichi- Curruhuinca, Cumilao, Huichaimilla,
Huenchanecul, Huilcaleo y otros caciquillos en representación de su tribu y Sayhueque

335
Mario Jorge Silvera

con todos sus capitanejos… Que en el parlamento se arribó a la conclusión de no entre-


garse ninguno a las fuerzas del Gobierno y de pelear hasta morir» (Walter, 1980:554).

Pero no hubo pelea, para octubre de 1884 los principales caciques estaban faltos
de comida y perseguidos, sólo les quedaba la entrega incondicional o la huida a Chile
tal como había hecho el cacique Ñancuche, pero ahora también esto era difícil. Sin
embargo Sayhueque continuaba resistiendo simbólica y pasivamente, pero en vano
pues tuvo que rendirse, hecho que ocurrió el 1 de enero de 1885 y ello marcó el final
de la conquista de Neuquén. El 20 de febrero del mismo año Wintter escribe al General
Joaquín Viejobueno, jefe del Estado Mayor del Ejército:

«El cacique Sayhueque, cacique eminentemente prestigioso por su poder entre todas las tribus
que tenían su asiento entre el río Collón- Curá … y el río Deseado… acaba de efectuar su
presentación voluntaria, y con él también los caciques de orden inferior, Inacayal, Huenchenecul,
Chiquichan, Qual, Salvutia, Prayel, Nahuel, Pichi- Curruhuinca, Cumilao y otros, incluso el
obstinado y rebelde Foyel…» (Memoria de Guerra y Marina, 1882 T1:55-57).

De estos caciques el caso de Inacayal fue el más terrible. Fue llevado preso a la
ciudad de la Plata y residía en el Museo de la Plata. Allí murió y de sus restos se conservó
su cráneo que quedó en los depósitos del Museo como un objeto más. Por iniciativa del
Dr. Gustavo Politis, arqueólogo de la Universidad de la Plata, finalmente fue trasladado
a la provincia de Chubut donde fue enterrado en un acto de reivindicación en una
ceremonia donde acudieron indígenas, luego de más de un siglo de su muerte.
Finalizada la campaña de Los Andes en mayo de 1883, se estableció que del fortín
Chacabuco, pasara de campamento a ser un acantonamiento permanente, y allí como
dijimos se presentó el cacique Sayhueque con las tribus que dependían de él como
jefe manzanero (entre las que se incluían las de Inacayal y Foyel). De allí fueron
conducidos por las tropas hasta el fuerte Junín para presentar la rendición formal. El
fortín Chacabuco tuvo vida corta y hay evidencias de donde estuvo, que es al costado
derecho de la ruta 237 que va a Bariloche cuando se pasa la vista panorámica y se baja
a la llanura glaciaria que viene de la margen este del lago Nahuel Huapí, este era un
punto estratégico entre Traful y San Carlos de Bariloche. Ricardo Vallmitjana, vecino
viejo de Bariloche y poseedor de una extensa documentación de toda la región,
sostiene que la iconografía que hay del Fortín Chacabuco está totalmente idealizada
y no se ajusta a la realidad de lo que era el Fortín, un campamento provisorio que tuvo
vida efímera ya que no había razones para su existencia luego de la campaña.
Sigamos cronológicamente con los hechos en la región de Tarful-Cuyín Manzano.
Un dato invalorable lo suministra la mensura llevada a cabo por los agrimensores Carlos
Encina y Edgardo Moreno en 1884, donde nuestra región aparece dividida en seccio-
nes, correspondiendo a Traful la sección XXXIX que sólo llega hasta la mitad del lago
(al oeste no figuran datos) y a Cuyin Manzano (con grafía Cullan Manzano) y el lago
llamado Del Traful. En la sección XXXVII de la agrimensura, en la margen este del lago,
en la confluencia del arroyo Cuyín Manzano y el río Traful y en la margen del río Limay,
unos 1.000 m hacia el norte de Confluencia hay representadas tolderías, siendo las más

336
Los ocupantes aborígenes en el paraje Traful - Cuyin Manzano (Parque Nacional Nahuel
Huapi, Provincia de Neuquén). Pasado y Presente

numerosas las que se encuentran en la margen del lago. Los indígenas aún estaban allí,
reapareciendo y negando la aseveración del General Villegas. Deben haberse escondi-
do para regresar luego del paso de los militares por el área. Hay lugares para ello, o bien
hacia la margen oeste del lago o en cuevas. Hay una muy grande en lo alto de la entrada
del paso Córdoba que puede albergar un centenar de persona. Lo conocí ya que fui
conducido al sitio por un baqueano paisano de la región. Fue sondeada
arqueológicamente pero no encontré señales de ocupación reciente, salvo talla de ma-
terial lítico en superficie, así que lo más probable fue la retirada hacia el brazo norte del
lago Traful (lugar que no fue explorado por el ejército) o hacia Chile.
Estas son las primeras informaciones históricas del área. Antes de continuar con
los hechos que dan cuenta de la ocupación del área bajo dominio del Gobierno Nacio-
nal nos referiremos al problema de las tierras luego de la ocupación militar.

La tierra
La política del Estado consolidado en 1880 fue continuar con la de anteriores
gobiernos: Esto es la transferencia de las tierras públicas a través de la donación, la
venta o la recompensa por servicios prestados a la nación. Esto trajo como consecuen-
cia la concentración de la tierra en pocas manos (Bandieri, 2006).
La Conquista del Desierto determinó que las tierras ocupadas por los pueblos aborí-
genes pasaran a ser patrimonio fiscal. El ordenamiento jurídico de las tierras ganadas a
los aborígenes fue la ley N º 1532 de 1884 con la creación de los Territorios Nacionales.
Veamos los antecedentes de esta situación, ni la ley Nº 047 de 1878 llamada «Ley
del Empréstito» que financió la campaña del Desierto», ni la Nª 1628 de «Premios
Militares» de 1885 que premió con tierras a quienes la llevaron a cabo no fueron
dominantes. En las áreas de frontera, como en la de la región que nos ocupa, la preocu-
pación, al menos en el discurso oficial era fomentar la población y así asegurar la
soberanía por la disputa que se mantenía con Chile. Por ello inicialmente se recurrió
a la ya existente ley de colonización Nª 817 llamada «Ley Avellaneda» que en prin-
cipio no implicaba la propiedad del recurso hasta tanto no se cumpliese con la obliga-
ción de poblar (Bandieri, 2006:3), se podían dar hasta 2 fracciones de 40.000 hectá-
reas. En los territorios Nacionales se establecía un mínimo de 250 familias en 4 años,
debiendo donar o vender a cada una de ellas una superficie no menor de 50 hectáreas,
aparte de construcciones y provisión de víveres. Por esta norma se entregaron más de
3.000.000 de hectáreas en Río Negro y Neuquén. De ellas el Estado cubrió un 8 %, el
92 % restante fue dado a particulares.
Para fines del siglo XIX la mayoría de estas superficies era tierra no ocupada por esos
presuntos colonizadores, en cambio si ocupadas de hecho por indios, chilenos y mestizos.
En realidad no se cumplió la colonización y la ley de Poblamiento de 1891 Nº 2875, anuló
las obligaciones de colonizar y se pudieron conseguir las tierras por donación o pagando
precios muy bajos. Debían devolver un pequeño remanente e introducir capital en mejo-
ras y hacienda. En realidad no se pobló y muchos vendieron las tierras con grandes
ganancias y otros las pusieron en producción pero sin colonizar. La ley no se cumplió.
También en 1882 se sancionó la ley Nº 1265 de «Remate Público», donde se podía
comprar desde 2500 a 40.000 hectáreas a $ 0,20 la Hectárea y se remataba en Buenos Aires

337
Mario Jorge Silvera

previo aviso en los diarios porteños. Esta ley también establecía poblar y además poner un
pequeño capital para mejoras. Tampoco se cumplió. Casi 1.500.000 de hectáreas se ven-
dieron de esta manera en la confluencia de los ríos Neuquén y Limay (Bandieri, 2006:4).
Una excepción la constituyó la «Ley del Hogar» la Nº 1601. Tomó como modelo
la colonización del oeste de USA y se sancionó en 1884. El intento era fomentar la
creación de colonias agrícolas pastoriles en los territorios nacionales, que podían ser
otorgadas a pueblos indígenas. Tal el caso de la Colonia San Martín para Valentín
Sauyhueque y su gente y la Colonia Cushmen en Chubtut para la tribu del cacique
Nahuelquir (del linaje Ñancuche). Fueron muy pocas en número y fracasaron pues la
ley no preveía de los instrumentos adecuados para garantizar los objetivos de ella.
Además los lotes eran de 625 hectáreas cada uno, esto es inadecuado para la práctica
ganadera extensiva, en particular en tierras de meseta, como era el caso de los lotes
que se daban (Bandieri, 2006:4). Es decir, lo poco adjudicado fue en las peores tierras.
Dada la situación caótica legislativa y la gran especulación con las tierras el
gobierno nacional encaró una reforma de «Ley de Tierras» la que tuvo efecto con la Nº
4167, que derogaba las anteriores. Esta ley pretendía distinguir entre diversas clases
de tierras y distintas adjudicaciones de venta y arrendamiento. Se creaban reservas
para pueblos y colonias agrícolas y la venta se restringía a 2.500 hectáreas en los
arrendamientos y ventas, desapareció la donación directa y una firma no podía tener
más de 20.000 hectáreas. Si bien hubo más gente que pudo acceder a tierras, el hecho
de las exigencias de una inversión inicial de capital, limitó las cosas pero en definiti-
va no impidió la adquisición de tierras por grandes terratenientes.
Aparte de estas leyes generales hubo en los territorios nacionales de fines del siglo
XIX a principios del XX, 51 leyes especiales y 7 decretos a fin de adjudicar tierras en
general como donaciones, sin fomento real del poblamiento.
En resumen, este panorama permite entrever que disponer de tenencia de tierras
era casi imposible para los antiguos dueños de ellas, salvo casos aislados como los de
Cushmen y la colonia San Martín.
La ley de «Organización de los Territorios Nacionales» que rigió hasta 1955,
estableció sus limites (que es el de la actual provincia) y determinó la forma por la
cual, cada territorio pasaría a adquirir un régimen representativo y posteriormente la
categoría jerárquica de provincia. Estableció nueve territorios nacionales o
gobernaciones, a las que les fueron asignadas una división de poderes superficialmen-
te similar al de las provincias. Sin embargo, los ciudadanos residentes en Territorios
Nacionales, no participaban siquiera en elecciones para presidente de la Nación, solo
podían elegir autoridades municipales en los pueblos donde se hubieran creado mu-
nicipalidades electivas (pueblos que en toda la historia de Neuquén abarcaron sola-
mente una pequeña parte de su población total).
Cuál fue la población que se comenzó a ubicar en estas regiones. El primer dato lo
suministra en 1895 el segundo censo nacional que incluyó por primera vez a los territo-
rios patagónicos. Las libretas originales de los censistas, consultadas en el Archivo
General de la Nación (A.G.N.), aportan valiosos datos sobre la distribución, el sexo y la
nacionalidad de los primeros pobladores del Neuquén, pero lamentablemente se torna
casi imposible deducir los nombres de las personas que ocupaban el área Traful- Cuyin
Manzano, ya que el relevamiento se basó en un catastro dividido en secciones numera-

338
Los ocupantes aborígenes en el paraje Traful - Cuyin Manzano (Parque Nacional Nahuel
Huapi, Provincia de Neuquén). Pasado y Presente

das que no nos permiten individualizar cada poblado en particular, excepto en la cabe-
cera departamental que en ese momento era Chos Malal (Silveira y Guindon, 2008).
En 1902, una nueva ley confirmó los límites de las divisiones y subdivisiones
internos de cada territorio e intentó esclarecer la ambigüedad con que se usaban los
términos «departamento», «sección» y «distrito». Para el caso de Neuquén se estable-
cía una nueva división departamental y de cinco departamentos numerados pasó a
tener doce con nombres, en ese momento Traful y Cuyin Manzano pasaron a formar
parte del departamento de Los Lagos, situación que aún se mantiene.

Los pioneros
Para un primer momento, consideramos al período comprendido entre 1895, año
de la rendición de Sayhueque y la llegada formal de Parques Nacionales en 1934.
Además, si bien el recorte geográfico la se fijó preferentemente en el área Traful-
Cuyin Manzano, el recorte no excluyó las referencias a otros puntos geográficos, ya
que siempre los pobladores estuvieron muy relacionados con regiones vecinas, como
es el caso de Villa La Angostura y valle del Limay.
Durante los primeros años, los lotes existentes podían ser de propiedad particular,
arrendados al fisco o simplemente ocupados de hecho. Para el área de Traful- Cuyin
Manzano, este último caso merece especial tratamiento, ya que la mayoría de nuestros
pioneros llegaron a la región sin titulo alguno, situación que los hacia aparecer con-
signados como «intrusos» en aquella legislación existente, que no preveía una ocu-
pación del suelo fuera de la condición de propietarios o arrendatarios. En este sentido
se torna sumamente difícil, a partir de la información disponible en los archivos
oficiales, contabilizar la cantidad de explotaciones en condiciones de ocupación
efectiva y las superficies involucradas (Silveira y Guindon, 2008).
Los datos oficiales de los primeros pobladores corresponden a un censo efectuado
en 1914, a raíz de un decreto de 1906 que ordenaba realizar un censo general en los
territorios nacionales. De él se desprenden las primeras cifras generales correspondien-
tes al flamante departamento de Los Lagos, que nos sirven de referencia general para las
poblaciones existentes en el momento, de nacionalidad argentina figuran 810 hombres
y 709 mujeres, lo que suman un total de 1519 personas, en tanto que de nacionalidad
extranjera figuran 1.011 hombres y 724 mujeres, que dan un total de 1.735 personas,
seguramente la mayoría chilenos. El total de almas entre argentinos y extranjeros era de
3.254 para todo el departamento (AGN, Censo General de los Territorios Nacionales de
1914). Posteriormente hacia 1920 se realizó un nuevo censo general de los Territorios
Nacionales, y allí aparece por primera vez detallada el área Traful con cifras oficiales:
181 pobladores rurales (AGN, Censo General de los Territorios Nacionales de 1920).
Sobre la base de los primeros datos cabe destacar que la mayoría de nuestros
pioneros eran de origen chileno. Además, aunque el nombre fuera castizo, por lo
general este enmascaraba la ascendencia indígena. Atraídos por una tierra que les
ofrecía un destino a la vez incierto y promisorio, creemos que aquellos paisanos que
emigraron y se establecieron en el área, de alguna manera dieron continuidad a la
historia de los mapuches que en el inicio de los tiempos históricos e incluso antes,
atravesaron la cordillera y se mezclaron con los cazadores recolectores tehuelches.

339
Mario Jorge Silvera

Incluso parece ser que algunos habían quedado. Aparte de lo hallado en la agri-
mensura que comentamos, la tradición oral que recogimos de los antiguos pobladores
nos cuentan que «se hablaba de indios que habían quedado, eran buenos» y que «allí
donde ellos dejaron sus cosas nada que haga el blanco perdura», una frase que estable-
ce continuidad y pertenencia. Esto sería otra prueba que Villegas no exterminó a los
«salvajes» en su paso por Traful.
Desde el punto de vista histórico, si bien es corto el tiempo que abarca este perío-
do, el panorama es de un cambio total. Donde antes se levantaban las tolderías y rucas
manzaneras, tras el paso del ejército y los topógrafos la tierra comenzaba en los he-
chos a cambiar de dueños.
Recordemos que en el País de Las Manzanas, una misma región pertenecía colec-
tivamente a varios caciques, por tanto la fijación de nuevos límites políticos (tan
artificiales y recientes como en el resto de la Patagonia) y la posterior transformación
de los antiguos dueños de estas tierras en minorías étnicas, fueron los aspectos que
caracterizaron a la nueva organización territorial post campaña.
Un antecedente que de alguna manera reconocía la presencia de población en
estas regiones tan lejanas, es cuando en 1899 el Poder Ejecutivo autorizó a la Gober-
nación del Neuquén a conceder el pago del derecho de «talaje» a quienes hicieran
pastar sus ganados en los campos fiscales del territorio: el precio mensual del talaje se
establecía en $ m/n 0,10 por cada cabeza de ganado menor. Sin embargo, esa norma
era difícil de aplicar en un territorio tan extenso (Silveira y Guindon, 2008).
Llegados a este punto digamos que, aun si se toman como elementos de referencia
las indudablemente bajas cifras oficiales, se comprueba cuánto había de ilusión y de
engaño en aquellos textos de las leyes de tierras de 1903 y de Fomento de los Territo-
rios Nacionales de 1908, que hablaban de estimular la subdivisión de las superficies,
el acceso de pobladores sin capital y la colonización por parte de pequeños y media-
nos propietarios. En la práctica, nada concreto se hacía para favorecer un proceso de
colonización de este tipo (Silveira y Guindon, 2008).
Recién con el gobierno de Yrigoyen se suspendió la adjudicación de tierras en
propiedad y un decreto de 1925 autorizó a la Dirección General de Tierras y Colonias
a otorgar «permisos precarios de ocupación» de lotes pastoriles en territorios nacio-
nales, haciendo explicito que los que no arrendaran ni tuvieran estos permisos serían
considerados «intrusos». Pero esta Dirección de Tierras y Colonias recién instalaría
una oficina en Neuquén en la década de 1930. Pero este es un antecedente de gran
importancia para los primeros pobladores (Silveira y Guindon, 2008).
El cobro de derechos de pastaje fue la forma en que los pioneros de estas tierras se
relacionaron legalmente con ella hasta la llegada de Parques Nacionales. El permiso
precario de ocupación y pastaje otorgaba solo la tenencia de la tierra, ya que a pesar del
acto de dominio que el poblador ejercía sobre la superficie que ocupaba, se encontraba
ejerciendo una posesión en nombre de otro que no era más que el Estado Nacional.
El asentamiento de los pioneros fue lento y modesto. Estuvo vinculado a una
población muy humilde de jornaleros, esquiladores y peones, en su mayoría como ya
dijimos, de origen chileno sumados a los indígenas que se habían quedado en la
región. Descubrir sus nombres, sus vidas de familia y sus destinos finales, es una

340
Los ocupantes aborígenes en el paraje Traful - Cuyin Manzano (Parque Nacional Nahuel
Huapi, Provincia de Neuquén). Pasado y Presente

región compleja que llega a nuestros días a través de entrevistas que hemos realizado
en el área con los descendientes directos de aquellos antiguos que «no llamaban a
este lugar Villa Traful sino Laguna del Traful» (Silveira y Guindon, 2008).
Cuentan hoy los nietos memoriosos que en 1908 llegaron María Inés Pafian, viuda de
Livio, con sus tres hijos (Angelino, Juan y Antonia) y José Ángel Paicil, también viudo
con sus tres hijos (tres mujeres y un varón que era Froilan Paicil). Ambos eran oriundos de
Lago Ranco (Chile) trabajaban en un primer tiempo con Justo Jones en la margen norte del
Nahuel Huapí, un beneficiado por la ley de Premios Militares que lo convirtió en propie-
tario de una estancia y posteriormente llegaron a un arreglo con Newbery, para trabajar a
medias como agricultores, comprometiéndose ambas partes a poner, uno el trigo y los
otros los bueyes y la mano de obra. Por aquellos años, en La Primavera funcionaba el
único molino de la zona. Antes de la partida, nos cuenta su nieta Dionila Calfueque Paicil,
debieron tramitar un certificado de antecedentes que, firmado por el mismo Justo Jones en
1905, la pareja trajo consigo a estas tierras, donde luego formaron una gran familia criando
juntos a los hijos Paicil y Livio (Silveira y Guindon, 2008).
Tres años después, llegaron otros puesteros con sus familias para sembrar, a me-
dias, en la estancia La Primavera: Francisco Gatica, Ignacio Cheuque y Velázquez.
¿Quienes eran los Newbery? Eran dos hermanos que habían llegado a la Argentina
de los EEUU, eran dentistas e instalaron consultorio en Buenos Aires. Tuvieron como
paciente al General Roca y también a oficiales de su entorno. Esta fue la llave para
hacerse de tierras en la provincia de Neuquén, ya por compra a militares o por compras
directas. Estas se extendieron del norte del lago Nahuel Huapí hasta Traful, siendo la
estancia la Primavera con sus 10.000 hectáreas en la margen este del lago la primera
tierra con título en la región de Taful.
Dicen también, que mientras estuvo Newbery todo anduvo bien, pero cuando él se
fue, y quedó al frente de la estancia su cuñado Santiago Taylor, los «medieros» co-
menzaron a verse cada vez más presionados por las exigencias de una mayor propor-
ción de lo cosechado. El arreglo había dejado de tener el aspecto de una sociedad, y
las condiciones iniciales se habían desdibujado, convirtiendo a los «medieros» o
«tercianeros» en peones. Entonces los paisanos «se hicieron fuertes» y se negaron a
irse cuando intentaron echarlos (Silveira y Guindon, 2008).
En 1911 los Taylor intentaron desalojar a estas familias provocando un incendio
que le quemó la población a los Gatica. En relación a este hecho, la incansable memoria
de Dionila, no deja de señalar hoy cómo se resistió su abuela, María. Inés Pafian e intimó
a los agresores a que la quemaran a ella dentro de su casa (Silveira y Guindon, 2008).
Otra familia de origen mapuche fue la de Adolfo Calfueque, hijo de Margarita
Ñancuche que llegó con su padre desde Chile en 1922 y se casó aquí con Florinda,
única hija del matrimonio pionero Paicil- Pafian nacida en Traful.
A cada familia asentada en el área Traful se le asignó una superficie delimitada
naturalmente por los arroyos que las separaban entre si. Cuentan los nietos que antes,
los arroyos no tenían los nombres con los que se conocen ahora, sino que cada uno
llevaba el nombre de la población lindera. Así el arroyo La Tranquera por ejemplo se
llamaba arroyo Paicil, porque constituía el límite de su población. Esta división se
realizó alrededor de 1914, y estuvo a cargo del ingeniero y geógrafo Emilio Frey de la

341
Mario Jorge Silvera

Dirección General de Tierras y Colonias (Silveira y Guindon, 2008).


En 1922 llegó don Olivero con su familia desde Bariloche, enterado de que aquí
había tierras disponibles para trabajar. Vino a caballo y pilcheros (caballo que trans-
portaba enseres personales) a través de una senda que salía de Confluencia. En esa
misma década los Novoa provenientes de Chile, se instalaron en la margen norte del
Lago Traful. Más tarde, allí serán vecinos de los Fernández y los Cerda.
En la zona de Paloma Araucana (margen sur del lago Traful), se pobló con Juana
Cayun de González y en el arroyo Minero don Feliciano Lagos adquiere el puesto de
Quintriqueo (que según nos cuenta Alfonso Lagos era descendiente de un cacique).
Su hijo Polidoro Lagos, se instaló con su familia en el campo de la Medialuna, que
había pertenecido inicialmente a los Taylor. Abel y Arzobindo Lagos en cambio, se
instalaron en el área luego de haber prestado servicios como baqueanos en el avance
del ejército, según datos aportados por sus descendientes. Cuentan hoy los más anti-
guos, que fue Polidoro quien trajo la primera trilladora a Traful (Silveira y Guindon,
2008). Esta familia mantiene un juicio por tenencias de tierras con Parques Naciona-
les y son los pobladores que tiene más ganado.
Para la década de 1930, con pocos años de diferencia, varias familias llegaron a
esta zona en busca de campos para trabajar como jornaleros. Desde el Nahuel Huapi
vino a caballo don Francisco Gallegos y por Caleufú Rosendo Painepe, ambos con sus
respectivas familias.
Los campos fiscales de Cuyin Manzano, también se poblaron en las primeras
décadas del siglo XIX con familias que se dedicaron a la cría de ganado y a la agricul-
tura. Los pioneros fueron hombres y mujeres que, al igual que en el área Traful,
hicieron trascender sus nombres hasta hoy: en 1914 el matrimonio Chamorro, de
origen español, se radicó en Cuyin (él chileno oriundo de Chillan y ella de Junín de
los Andes) luego se instalaron sus vecinos Riquelme, Damas, Chandía, Zumelzu,
Quintriqueo, Asencio y Cornelio (Silveira y Guindon, 2008).
Teresa Chamorro nos contó que su bisabuelo, era un inmigrante español que se
instaló en Chillan y allí formó su familia. Carlos, uno de sus hijos, fue quien en 1909 se
instaló en Cuyin Manzano, en las cercanías de un arroyo conocido localmente como
«Arroyo Chamorro» donde hay dos manantiales y una arboleda muy antigua (que se-
gún nos dijeron data de aquel año). Aquí tuvo ocho hijos (5 mujeres y 3 varones) que
más tarde entrelazarán sus vidas con los hijos trafulenses. La madre de Teresa, por
ejemplo, es la hermana mayor de Nerio Chandía poblador ahora de la margen norte del
lago Traful al casarse con doña Leonor Cerda (Silveira y Guindon, 2008).
Según el poblador Sixto Martínez, también de Cuyín Manzano, los campos que él
tiene en la actualidad fueron poblados en principio por un tal Catalan que no estuvo
mucho tiempo. Luego hacia 1904 vino Domingo Blanco también de Chile, que regresó
a ese país dejando un hijo con nombre Gabriel Asenjo, quien luego de vender el campo
en 1918- 1920 a un tal Ernesto Besanzo, se fue a vivir a La Lipela, paraje sobre el río
Limay. En 1923 el fugaz propietario lo vende a su vez a Toribio Martínez (padre del
actual propietario Señor Sisto Martínez) que había llegado de Gualeguay, traído por el
Señor Araon Anchorena para trabajar en la península de Huemul. La casa primitiva de
los Martínez no se encuentra donde hoy la hallamos, cerca de la margen derecha del río
Cuyín Manzano, sino ladera arriba siguiendo un viejo camino de carretas que iba al

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Los ocupantes aborígenes en el paraje Traful - Cuyin Manzano (Parque Nacional Nahuel
Huapi, Provincia de Neuquén). Pasado y Presente

Valle Encantado y de allí a San Carlos de Bariloche. Este era el camino que los antiguos
pobladores usaban para in a Bariloche en busca de artículos y provisiones, era un
pesado y largo viaje en carreta de bueyes y que duraba varios días. A caballo con la guía
del Sr. Martínez recorrimos esa vieja senda hasta el punto más alto antes de la bajada al
valle Encantado. Todavía está transitable para una carreta o una moderna 4x4.
En nuestro intento de conocer la mayoría de los nombres de aquellos que se
aventuraron a penetrar estas tierras, encontramos también datos acerca de personas
que estuvieron de paso o no residieron permanentemente en la zona. Este es el caso de
un extranjero que venía a comprarles oro a los mineros de los lavaderos ubicados en la
naciente del arroyo Minero, que luego perpetuaría con su nombre el recuerdo de
aquellas actividades auríferas. La mención a Juan Crockett surgió reiteradas veces en
entrevistas realizadas con antiguos pobladores de las cercanías del arroyo Minero,
donde además fueron halladas bateas de madera utilizadas sin dudas para el lavado de
oro. En las nacientes del arroyo Minero aún se conservan restos de las instalaciones
para lavar el oro (Silveira y Guindon, 2008).

Segunda Etapa
Esta etapa comienza con la llegada de la Administración de Parques Nacionales,
ya que la región quedó incorporada al Parque Nacional Nahuel Huapí cuando en 1934
se crearon los Parques Nacionales.
La primera etapa registra la presencia de asentamientos humanos que básicamente
podemos reducir a los dueños de tierras con títulos y a «los pobladores», es decir los
que no tenían títulos sobre ellas. El nuevo ordenamiento jurídico determinaba un área
protegida para la naturaleza y una relación con los pobladores que no tuvieron un
criterio uniforme, ya que criterios sociales y políticos determinaron normas cambian-
tes a lo largo del tiempo, salvo para los muy pocos que tenían títulos.
Si bien las autoridades, admitieron inicialmente la presencia de los pobladores
instalados con anterioridad, renovándole los permisos otorgados por la Dirección
Nacional de Tierras y Colonias, restringieron sus actividades al establecer números
máximos de cabezas de ganado y prohibir totalmente, tanto la tala de árboles como la
caza de especies autóctonas.
El permiso precario de ocupación y pastaje «precario» otorgado por Parques Naciona-
les tenía las siguientes características: a) era personal e intransferible, caducando
automáticamente a la muerte del titular, b) como se otorgaba sobre las tierras del dominio
publico del Estado no generaba derecho alguno sobre la tierra, pudiendo la Administra-
ción de Parques Nacionales cuando lo creyere conveniente disponer de la misma, previa
notificación al interesado a quien se le concedía un plazo máximo de seis meses para el
desalojo, sin derecho a indemnización, solo la posibilidad de retirar las mejoras de su
propiedad, c) la revocabilidad también podía surgir del que poseía la tenencia de la tierra.
En la práctica razones sociopolíticas dificultaron la aplicación del principio de
caducidad de los permisos a la muerte del titular y la consiguiente recuperación por
parte de la Administración de Parques Nacionales. Esas circunstancias, de hecho dieron
lugar a que se individualizaran las medidas a adoptar circunscribiéndolas a cada situa-
ción en particular. Así en muchos casos se revalidaron los permisos a descendientes

343
Mario Jorge Silvera

directos de los colonos originales, en otros se otorgaron nuevos permisos y en algunos


se resolvió el desalojo. En Traful – Cuyin Manzano encontramos ejemplos de la aplica-
ción de estas tres medidas sobre diferentes familias (Silveira y Guindon, 2008).
Vale decir que las propiedades privadas preexistentes en el área fueron aceptadas
por la Administración de Parques Nacionales, ya que al tener títulos de propiedad
nunca fueron intimados a desalojar el parque (ejemplo de la estancia La Primavera en
Traful y Siete Cóndores en Cuyin Manzano).
La estrategia llevada a cabo por dicha Administración a través de los años, se
centró en mantener una situación de precariedad de sus pobladores a fin de evitar una
consolidación mayor de los asentamientos, buscando por esa misma vía el éxodo
voluntario o simplemente esperando la caducidad jurídica de los permisos al falleci-
miento de sus titulares (Silveira y Guindon, 2008).
Un análisis histórico de las políticas institucionales nos permite observar que
estos permisos precarios surgieron en el marco de dos posiciones antagónicas subya-
centes en las diferentes administraciones, una que pretendía colonizar y otra más
ortodoxa que pretendía mantener las áreas en estado de naturaleza y sin habitantes
(Silveira y Guindon, 2008).
En esta etapa llegó otra oleada de ocupación, pero ya no es indígena, aspecto que
muestra cual fue realmente quienes estuvieron en estas tierras antes y a poco de la
llegada militar y política del Estado nacional.
Entre ellos citaremos para 1935 la llegada a esta región de un: yugoslavo llamado
Elías Dimitrivich que llegó primero a Buenos Aires, luego a Chubut y finalmente a Traful,
donde contrae nupcias con María Antonia Livio (nieta de Maria Inés Pafian). Elías era
ferroviario y venia trabajando en las vías, hasta que el tren llegó a Bariloche (1934) donde
conoció a su mujer. Hoy hay dos hijos de ese matrimonio que residen en Villa Traful.
En 1937 llegaron los Greznarik por el paso Perez Rosales, instalándose inicial-
mente en la zona de Laguna Fria, para luego recalar en Villa Traful.
Ese mismo año llegaron Irma Vuilleumi y Herman Marti, un matrimonio de origen suizo
que compró tierras en Traful con la venta de lotes ofrecidos durante la gestión de Bustillo.
Este también fue el caso de Gertrudis Reising y su marido, arribados a la villa en 1940.
En 1944, llegó a la zona de Traful un grupo de obreros constructores, en su mayoría
de origen italiano traídos por Primo Capraro, que venían trabajando desde el Correntoso
y Angostura, se acercaron a estas tierras, uno de ellos, Pedro Longareti decidió quedarse.
Aquí colaboró en la construcción de la casa para el guardaparques y Huinca – Lu que fue
la primera residencia privada junto con La Primavera (Silveira y Guindon, 2008).
En 1945 Leoncio Olatte llegó a la villa desde Villarino por el camino de Confluen-
cia con su mamá y su hermano Bernabé, que trabajaba en la estancia La Primavera.
En 1936 se crearon las villas veraniegas sobre la cadena de lagos que jalonan el
límite patagónico: Llao – Llao, Catedral, Traful y Mascardi. En base a este anteceden-
te, posteriormente por decreto N° 3407 con fecha 4 de diciembre de 1947, se establece
el 30 de noviembre de 1936 como fecha oficial de fundación de la villa (Silveira y
Guindon, 2008). Ese día se celebra la fiesta de los pobladores en Villa Traful.
Conforme las instrucciones impartidas por la División Geodesia de la Dirección de

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Los ocupantes aborígenes en el paraje Traful - Cuyin Manzano (Parque Nacional Nahuel
Huapi, Provincia de Neuquén). Pasado y Presente

Parques Nacionales, el 25 de enero de 1940 se procedió al inicio de la mensura y subdivi-


sión del área, que dio por terminadas el agrimensor Aníbal Riccheri el 31 de octubre de
1944. Si bien ésta fue aprobada, cuatro años después, el 27 de septiembre de 1948, el
Consejo de Mensura incorporó las modificaciones propuestas por el agrimensor Casto
Julio Peña. Finalmente por decreto del Poder Ejecutivo del 16 de diciembre de 1948 N°
38428 se aprobó la subdivisión definitiva para la villa (Silveira y Guindon, 2008).
Para fines de los años 30 se procedió entonces a la venta de tierras en Traful, pero
con poco éxito ya que no reunían las ventajas de ubicación que si tenían las otras
villas. La Villa no contaba aun con la instalación de agua corriente, luz eléctrica,
muelle, juzgado de paz, estafeta postal, escuela o capilla. Como resultado diremos
que no hubo arrebatos por estas tierras de Villa Traful.
En el «Pliego de condiciones para el ofrecimiento publico de los lotes del pueblo
de Traful, en el Parque Nacional Nahuel Huapi»,5 se especificaba el modo en que se
llevarían a cabo las adjudicaciones (por licitación), las condiciones en que se ofre-
cían, las obligaciones que deberían cumplir los que resultaran beneficiados, los pre-
cios básicos del ofrecimiento y las restricciones para los lotes ubicados en ambas
zonas (residencial y comercial). No era una oferta para pobladores humildes como
eran la mayoría de los que estaban viviendo en la región (Silveira y Guindon, 2008).
Esta intención de admitir en los Parques Nacionales el régimen de la propiedad
privada (dentro de cierta medida y aun en tierra de dominio público) está expresada
en el art. 22 que en su inciso I dispone:

«Facúltese al Poder Ejecutivo a excluir de la declaración de dominio publico establecida


en el art. 5°, las fracciones de tierra que a su juicio sean necesarias para la formación
de centros de población o instalaciones de hoteles etc, en los Parques Nacionales de
Nahuel Huapí e Iguazú, dentro de la superficie máxima de 5.000 hectáreas» (Silveira y
Guindon, 2008).

Al realizar un balance de esta primera administración en relación a la tierra, obser-


vamos que con su política de fomento y poblamiento de estas regiones fronterizas, se
autorizó a los pobladores preexistentes que tenían permisos otorgados por la entonces
Dirección Nacional de Tierras y Colonias, a permanecer en el parque. Se le fijó a cada
uno una superficie destinada a cultivos y un cupo de hacienda (generalmente el que
declaraba poseer al momento de intervenir Parques Nacionales). Cada permisionario,
debía declarar anualmente la cantidad de hacienda, solicitar autorización para intro-
ducir mejoras y pagar anualmente el canon de pastaje.
Pese a la prohibición de explotar la madera, en Villa Traful se permitieron dos
aserraderos, cuya madera estaría destinada a la construcción y a vialidad. Estuvieron
ubicados, uno en el arroyo La Maquina y el otro en la entrada de la villa. Allí, no
solamente se emplearon temporariamente buena parte de los pobladores del área, cor-
tando maderas con trozadora y hachas o acarreándolas con bueyes, sino que además se
convirtieron en lugares de encuentro y sociabilidad. Cuentan hoy los antiguos que,
mientras funcionaron los aserraderos, los chicos iban a jugar al aserrín, los grandes se
juntaban a guitarrear y las mujeres les preparaban la comida a los hombres que trabaja-

345
Mario Jorge Silvera

ban allí. Pero esto sólo fue hasta la década del 50 ya que luego se cerraron y provocó que
muchos pobladores perdieran fuentes de trabajo (Silveira y Guindon, 2008).
Tanto en Traful como en Cuyin Manzano, el año 1944 es tristemente recordado por
los antiguos pobladores de la zona, como el año de la gran nevada que aisló a ambos
parajes, mató a sus animales y echó a perder las cosechas. Durante ese mismo año la
reducción del presupuesto destinado a Parques Nacionales, a raíz del desorden financie-
ro provocado por el terremoto de San Juan y su reconstrucción, se sumó a la renuncia
presentada por Bustillo, en total desacuerdo con la gestión del General Farrel y las ideas
que desarrollará posteriormente el general Perón (Silveira y Guindon, 2008).
Durante el inicio del gobierno de Perón el organismo pasó a depender del Minis-
terio de Obras Publicas, como Dirección de Parques Nacionales y Turismo, y poste-
riormente como Administración General de Parques Nacionales y Turismo. Fue de tal
importancia y envergadura la actividad que desarrolló en lo turístico, que llegó a
habilitar su propia oficina de turismo en la ciudad de Nueva York en el año 1949.
Sin embargo, la relación con el sector turismo finalizó en 1951, año en el cual
volvió a depender del Ministerio de Agricultura, quedando la competencia de dicho
sector en la órbita del Ministerio de Transporte.
En lo que concierne a los pobladores, es necesario destacar que en este período se
produjo una notable transformación en sus condiciones materiales de vida. Pasaron
de ser «pilares de nuestra soberanía» como había pretendido Bustillo, a elementos
incompatibles con el objetivo de conservación (Silveira y Guindon, 2008), por lo
menos al inicio de esta nueva gestión, pues hubo consideraciones sociopolíticas que
atenuaron este enfoque.
El turismo social que se impulsó en esa época tuvo poca importancia en esta
región, aunque Traful fue parte de los circuitos del turismo e incluso se habilitaron
dos Hosterías y algún camping. Para los pobladores fue una fuente de trabajo aunque
de poca envergadura.
Luego de la caída del gobierno del General Perón un nuevo contexto sociopolítico
enmarcó la gestión de Parques Nacionales. En cuanto a la actividad desarrollada por la
institución, cabe destacar la vuelta a criterios aún mas estrictos de conservación del patri-
monio natural, por lo que en todos los casos las áreas declaradas protegidas se calificaron
como parques o sea como áreas intangibles donde se desecha su utilización turística.
En 1968 se iniciaron los planes para la puesta en marcha de la primera escuela de
guarda parques, aunque estos existían, pero el objetivo era consolidar un sistema de
vigilancia y control de las áreas protegidas con personal capacitado y preparado
especialmente para esos fines.
En 1970 se introdujeron modificaciones a la ley de Parques Nacionales, tendien-
tes a perfeccionar la calificación de las características de las áreas protegidas adminis-
tradas por el Estado Nacional, diferenciando Parques y/o Reservas Nacionales y Mo-
numentos Naturales (Ley 18.594), categorías que hoy subsisten en la actual ley. A raíz
de esta ley se realizó una zonificación de los Parques Nacionales, que posteriormente
aprobará la Ley Nacional N° 19.292 del año 1971 (Silveira y Guindon, 2008).
En la década del 70 la villa vive cambios como la provisión de energía eléctrica,
puesto sanitario, destacamento policial, casa para guarda parque y Comisión de Fomento.

346
Los ocupantes aborígenes en el paraje Traful - Cuyin Manzano (Parque Nacional Nahuel
Huapi, Provincia de Neuquén). Pasado y Presente

Estos son aspectos de crecimiento y que hace más llevadera la vida para los pobladores.
Hacia 1980 se sanciona la ley N° 23.351 de Parques Nacionales, que introdujo en
el manejo de las áreas protegidas los criterios que aplicó en todas las esferas del
gobierno: la «doctrina de la seguridad nacional».

«A los fines de la presente ley podrán declararse Parques Nacionales, Monumentos


Naturales o Reservas Naturales las áreas del territorio de la Republica que por su
extraordinarias bellezas o riquezas en flora o fauna autóctona o en razón de un interés
científico deben ser conservadas… con ajuste a los requisitos de Seguridad Nacional.
[…] las mismas serán mantenidas sin otras alteraciones que las necesarias para ase-
gurar su control y la atención del visitante tal como lo establece el articulo 4° de la Ley
N° 18.594, alteraciones a las que el proyecto agrega, con carácter de excepcionales,
aquellas que corresponden a medidas de Defensa Nacional, adoptadas para satisfacer
necesidades de Seguridad Nacional» (Art 1° y fundamentos de la Ley N° 22.351).

Si nos interesamos de como fueron las relaciones con los ocupantes aborígenes
con Parques Nacionales, que en realidad se extendía para todos los ocupantes de
tierras que no tenían títulos de propiedad, se pueden resumir en palabras de una
pobladora actual Hayde Quintupuray (nacida en Villa Trafu), que ahora reside en la
cabecera norte del lago Correntoso, paraje muy cercano a Traful).
En una entrevista realizada en el año 2001 dijo:

«Era tan fácil instalarse, vió, no lo molestaban, por eso todo lo que se ve limpio lo
hicieron los abuelos […] O sea que en ese tiempo ya estaba Parques Nacionales, ellos
tuvieron que hacer una reunión todos los familiares para ver quien quedaba de los
hermanos para seguir y así lo nombraron a mi papa, tuvieron que ir al juez, hacer un
acta […]» (Historias de Vida, 2006:9).

Originalmente a Juan Antonio Quintupuray le dieron un permiso de ocupación y


pastaje provisorio al 14 de noviembre de 1838. Posteriormente los Quintupuray consi-
guieron autorización en 1954 para operar con una Hostería, que al año 2007 aún funciona,
destacándose como la única que en la región que pertenece a descendientes de mapuches.
Juan Quintupuray era un mapuche chileno nacido en Osorno, aunque hay datos
que en 1879 estaban en el Correntoso cuando llegó la avanzada del ejército a la zona.
Es probable que migraran y luego volvieran hacia 1907. Sus padres eran Domingo
Quintupuray y su madre María Treuque. Su hijo Isidoro es el padre de la informante
Hayde. Se casó con una Gatica, cuyos padres eran Doña Isidora Gatica de Gatica y el
padre Torres Gatica y ellos criaron a Hayde. Hay más en el relato:

«mira, yo le digo la verdad, los que vivimos en Parques no vivimos tan dignamente,
vivimos ajustados, cualquier cosa que querés hacer tenés que escribir nota, tenemos que
esperar que vuelva. No es fácil vivir en Parques. Tenés que cuidarte de muchas cosas,
cuidarte mucho, si te zafás un poquito ya te van anotando lo que hiciste, si está la tercera,

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Mario Jorge Silvera

te fuiste, es muy bravo, por suerte nosotros nunca tuvimos algo raro, siempre mi papa
respeta mucho» (Historias de Vida 2006:19).

Mencionemos que hacia la década del ‘70 se produjeron violentos desalojos. Un


caso emblemático es el de la familia Iturra, desalojada el 30 de abril de 1977 del paraje
Paloma Araucana (que hoy sirve de camping libre a los turistas), en la margen sur del
lago Traful. La gendarmería (asistida por las autoridades locales como la policía, juez
de paz y guarda parques de Angostura) tenía ordenes de desalojar a aquellos portado-
res de certificados, en los que no coincidieran los apellidos registrados inicialmente
por la Dirección Nacional de Tierras y Colonias, con los de los permisos otorgados
por Parques Nacionales a sus descendientes directos. Ese fue el caso de don Francisco
Iturra, hijo adoptivo de doña Juana Cayun de González, pobladora pionera de Paloma
Araucana. En 1944 con la muerte de doña Juana su hijo, que ya había formado familia
con Ermelinda Calfueque, siguió pagando los pastajes a Parques Nacionales. No obs-
tante, el absurdo de trabajo, hicieron que Francisco no pudiera impedir el desalojo de
las tierras que le pertenecíane la legalidad sumado a la falta de influencias que en
general tienen los hombres d, solo por ser hijo de crianza (Silveira y Guindon, 2008).
Si bien sólo los hijos legítimos heredaban el derecho de ocupación, hay casos de hijos
legítimos que terminaron en desalojo. Don Juan Torres casado con Carmen Quintriqueo,
llegaron a la región en l912 trabajado en la estancia La Primavera, de allí fueron al
Correntoso siendo vecinos de los Quintupuray. Con fecha 20.08.1937 Parques Naciona-
les les dio el permiso de ocupación y pastaje precario. A la muerte de Juan, que gozaba de
muy buen concepto (informes guarda parques), su hijo Guillermo fue considerado intruso
en 1969 (dictadura de Onganía). Luego de muchas intimaciones se cumple el desalojo en
el año 1982. Hoy sólo quedan los árboles frutales plantados por Torres.
Otro caso es el de la familia de Juan Miranda que vivía en el Portezuelo (camino a
Villa La Angostura saliendo de Villa Traful) desde 1930 y con permiso de Parques
desde 1936. El era chileno, a su muerte a sus hijos argentinos, se les niega el permiso
y son desalojados en 1980, 5 años luego del fallecimiento del padre. Hay más casos:

«y asi fue en Cuyin Manzano. Yo me acuerdo de esos tiempos, yo tendría 16 años (1944)
cuando estuvieron molestando a los viejitos con el desalojo, como en ese tiempo yo me
dedicaba a la pluma me dirigí directamente a la Central (Bariloche), y plumeé a dos de
esos, después se quedó todo tranquilo […] Y si los tránsfugas que eran los empleados,
no tanto los de arriba, los guarda parques hacían la tramoya, cuando encontraban un
poco de debilidad empezaban. Hacían mucho abuso, en la zona de Traful hasta han
quemado algunas casas, iban con el juez y el comisario todo arreglado entre ellos […]
En Villa Tradul un tal Dionilo Leiva lo sacaron así, le prendieron fuego a la casa.
Después a otros que viven del otro lado del Traful, en la costa norte, a esos tres veces los
despojaron, pero los muchachos armaron su casilla otra vez, los Fernández, en la
tercera vez le quemaron la casa» (Historias de Vida, 2006:43-44).

Otro caso fue el de la familia Novoa de origen chileno, establecidos desde la


década de 1920 en la margen norte del lago Traful. De ello fui testigo ya que conocí
al matrimonio, muy mayores en el año 1982, que fueron informantes de sitios arqueo-

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Los ocupantes aborígenes en el paraje Traful - Cuyin Manzano (Parque Nacional Nahuel
Huapi, Provincia de Neuquén). Pasado y Presente

lógicos al punto que una cueva que excavamos cercana a la casa la denominamos
Cueva Novoa. Al regresar en el verano de 1983 me enteré de la muerte de la Sra. Novoa
y que su marido estaba muy enfermo e internado en Bariloche. La casa estaba quema-
da con partencias de la misma entre los restos.
Con los permisos de ocupación hay otro punto, ningún poblador podía tener más de
un asentamiento permitido. Don Nerio Chandía poblador en la actualidad en la margen
norte del lago Traful, con ancestros mapuches, fue alguien con quien tuve mucho con-
tacto en mis investigaciones arqueológicas, en particular con las que se efectuaron en la
margen norte del lago y llegué a tener un fuerte vínculo afectivo con él y su esposa Doña
Leonor Cerda, que aún mantengo ya que en e1 2007 nos reunimos en su casa. La familia
de Chandia era de Cuyín Manzano y sus padres tenían allí permiso como ocupantes.
Nerio se casó y se fue a vivir a la margen norte en donde Leonor Cerda tenía casa y
permiso de ocupación heredado de su madre. A la muerte de sus padres Chandía pidió la
continuación de ocupación en Cuyín Manzano. De ello doy fe porque a pedido de Don
Nerio entregué en la Administración de Parques Nacionales en Buenos Aires una nota
donde se tramitaba el pedido y seguí el trámite de la misma. Cuando se resolvió la
instancia administrativo en ella se notificaba que en el caso de Chandía él podía optar
por una u otra de las ocupaciones, no se podían agregar. Resolvió seguir en la margen
norte y perdió todo derecho sobre Cuyín Manzano.
El recuerdo de todos estos hechos también forman parte de la memoria, tanto
individual como colectiva de nuestra región, de lo que llamamos en su momento «el
infortunio de ser poblador» (Silveira y Guindon, 2008).
La primavera de 1983, trajo consigo un nuevo período democrático que, a nivel
regional marcó el inicio de la organización comunal. Aquel pueblito de casas hechas
de madera, rodeadas de huertas y jardines, contaba para la década de 1980, con 77
viviendas y 94 habitantes (51 varones y 43 mujeres).6 En la mayoría de los casos, se
trataba de los hijos y nietos de pobladores originales que, junto con los hombres y
mujeres venidos de otras tierras, continuaron haciendo la historia de la villa.
También hubo cambios en el ordenamiento jurídico de los Parques Nacionales, el
31 de octubre de 1985, se promulgó la ley 23290 en la que se modificaron los límites
geográficos del Parque Nacional Nahuel Huapí. Vale decir que se desafectó parte de la
tierra de los límites de Parque Nacional y se transfirieron, a título gratuito, a la Provin-
cia de Neuquén (ello con algunas mínimas condiciones como la de no enajenación).
La ley 23.291 del mismo año especificó por su parte, la cesión a la provincia de las
tierras ubicadas en el Parque Nacional Nahuel Huapí dentro de la cual se encuentra la
población denominada Villa Traful (Silveira y Guindon, 2008).
Durante la década de 1980 se insinuó con más fuerza una paulatina inserción de
los pobladores a través de su transformación en prestadores de servicios turísticos:
atención de campings, venta de productos regionales, etc. Al tiempo que, la artesanía
local, como la fabricación pan, empanadas, tortas fritas y dulces, se convirtió en una
fuente de ingresos adicional que, hasta hoy en día se brindan, a lo que se agrega la
actividad ganadera (venta de carne vacuna, de corderos y chivos, lecha, cueros, etc.) y
actualmente como guías de caza de ciervos colorados, ya que ahora se permite cazar
estos ciervos exóticos que fueron introducidos en el área a comienzos de siglo XX y
han proliferado mucho.

349
Mario Jorge Silvera

Ya para 1991, la población total de la villa era de 169 habitantes, y para 2001
ascendía a 405 habitantes (211 hombres y 194 mujeres).7 En esta etapa, podemos distin-
guir claramente una paulatina complejización en la organización sociocultural del área,
con tres niveles principales de articulación: familiar, comunitario e intercomunitario.
Cuyín Manzano en cambio ha permanecido casi sin cambios, un ámbito rural,
donde el centro lo constituye la escuela que sostiene la provincia de Neuquén y
donde los niños están internados en el período escolar en su gran mayoría. Es en este
paraje donde se halla la estancia Siete Cóndores que está ubicada entre parte de Cuyín
Manzano hasta el río Traful y la ruta provincial N° 65 (la que va a Villa Traful). Los
datos más antiguos aportados por los pobladores se remontan a la década de 1930,
cuando era alquilada y posteriormente comprada por la familia Creide. Luego de la
muerte de Simón la propiedad fue heredada por su descendencia que años mas tarde se
la vendió a Reynal (por ese entonces dueño de Austral Líneas Aéreas y de un impor-
tante emprendimiento turístico llamado Sol Jet que incluía el Hotel Austral de
Bariloche). El empresario se asoció con un banquero suizo – francés llamado Gerard
Leroux, quien pagó 500.000 dólares y encantado con el lugar invirtió en las mejoras
de la estancia. «El francés puso la plata pero los papeles estaban a nombre del argen-
tino» cuentan los pobladores. Estos sucesos se dieron en la década del 70. Este francés
no sólo estaba profundamente atraído por el paraje, sino que se ocupó de organizar
eventos, reuniones y fiestas tradicionales. Pero éstas no eran sólo para invitados espe-
ciales o europeos, sino también para los paisanos y pobladores de la región, que
concurrían a una fiesta anual atraídos por la entrega de premios de sus «búsquedas del
tesoro» como del tradicional asado de corderos con empanadas regado con vino.
Recuerdan que el único requisito para concurrir a esta fiesta era llevar vestimenta
«gaucha». Recuerdan los pobladores «que si alguno no llevaba pañuelo al cuello, ahí
mismo en la entrada tenia un cajón con pañuelos para que se pusiera quien le faltara».
La destreza de los jinetes en competiciones como la doma o la tradicional «sorti-
ja» eran premiados con medallas, copas o fajas, labradas con cabezas de cóndores e
inscripciones alusivas a la elección del «gaucho perfecto». Incluso hizo confeccionar
pañuelos con motivos del arte rupestre del Alero Las Mellizas.
Este ciclo de fiestas anuales que le habían dado una vida especial a Cuyín Manza-
no, culminó en la década del ‘80 cuando Reynal inicia un juicio contra Leroux, al que
en el fondo había estafado. Amargado por lo sucesos se retira a Europa y nunca más
regresó.
Queda el recuerdo en los pobladores del francés que solía visitarlos en sus modes-
tas casa y matear con ellos y que además se interesaba en las artesanías que solía
comprarles. Hoy la estancia fue comprada por el Sr. Migues y sólo se dedica a activi-
dades rurales.
Resulta casi irónico que este francés tuviera estas vivencias tan genuinas por los
pobladores, aspecto que sólo rescatamos del fallecido obispo de Neuquén Monseñor
Nevares y también de Mauricio Lariviere, heredero del la estancia La Primavera.8
También cabe destacar la gran preocupación comunitaria que en Cuyin Manzano,
llevó a Teresa Chamorro a acaudillar, de alguna manera, la iniciativa de las mujeres en
la fabricación de dulces y tejidos a fines de la década del ‘80.

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Los ocupantes aborígenes en el paraje Traful - Cuyin Manzano (Parque Nacional Nahuel
Huapi, Provincia de Neuquén). Pasado y Presente

Siguiendo con los hechos sucedidos, recordemos que el 10 de enero de 1994, se


promulgó la ley 24302 que establecía qué porciones de tierras se desafectaban del
Parque Nacional Nahuel Huapí, y sobre qué territorios Parques Nacionales manten-
dría el dominio. En cuanto a esto último, el art. 3 apartado d, especifica que se manten-
drá dicho mando sobre los lotes 1 y parte de la actual Villa Traful. Más allá de lo
expuesto sobre estos territorios, y en la confusa inteligencia de las normativas aludi-
das, el art. 4, establece cuáles de las tierras fiscales ubicadas dentro de la actual Villa
Traful, pasarán a dominio provincial libre de todo compromiso.
Siguiendo con el breve análisis de algunas de las normas existentes, nos encontra-
mos con la ley 25323, promulgada en fecha 27 de diciembre de 2001. En la misma, se
modificaron y quedaron sin efecto los límites territoriales del Parque Nahuel Huapí
impuestos en la ley 23290, y se sustituyen por los nuevos que en ella se detallan.
El traspaso significó sin dudas el fin de una etapa, no obstante, a nivel regional, la
administración comunal continuará confiada a una comisión de fomento encabezada y
compuesta por pobladores locales, que para fin del 2007 por haber llegado a 500 habitan-
tes preveía una elección comunal, con intendente elegido por los habitantes de la Villa.
Hay que agregar unas palabras sobre el accionar de la provincia de Neuquén sobre el
Parque Nahuel Huapí. En primer lugar sostuvieron un pleito con la Nación por los
límites del parque con la provincia, sosteniendo que buena parte de Cuyín Manzano
pertenece a la provincia. Incluso visitaban a los ocupantes y éstos pagaron un doble
pastaje, ya que lo hacían a Parques Nacionales y a la provincia con la esperanza que si
esta ganaba el pleito se les prometía títulos sobres las tierras. Desconocemos cual es la
situación del pleito que se encontraba a resolución en la Corte Suprema de Justicia. De
todos modos la provincia mantiene una constante relación con los pobladores, no sólo
en la villa sino también en ámbitos rurales. Nos enteramos que luego de nuestra visita en
el verano del 2007, a los pobladores Chandía y Fernández de la margen norte se les
instalaron paneles solares para que tuvieran electricidad. Por cierto que los pobladores
tiene una visión mucho más favorable de la provincia que de Parques Nacionales.
Si resumimos la historia de los ocupantes, la palabras de Hayde Quintupuray
presenta la visión que el ocupante percibió y aún percibe de Parques Nacionales, que
más allá de todos los hechos que hemos relatado y de los cambios institucionales que
vivió Parques Nacionales mantiene una situación de tensión, aunque en los últimos
años ha habido preocupación en Parques Nacionales para mejorar esa relación, pero
que poco se ha reflejado en esta región.
Terminamos esta conferencia recordando que en el verano del 2007, como ya se
mencioné, estuve en Villa Traful, donde aún los pobladores aún sienten una relación
que podemos calificar como de «desinteligencia», salvo alguna notable excepción
que han manifestado, perciben al guarda parque y a la Institución por extensión, como
un contrincante peligroso y que puede hacerles daño. Quizá un síntoma fue la charla
que en la sala comunitaria brindé a los pobladores en marzo del 2007, con motivo del
libro próximo a salir sobre la Prehistoria y la Historia del área. Concurrieron poblado-
res descendientes de aborígenes, pobladores, habitantes de la villa, guías locales y
guarda parques provinciales. Los de Parques Nacionales no concurrieron, fue casuali-
dad o un síntoma de lo que hemos recogido en cuanto a la vida de los pobladores de
la Villa y alrededores rurales de cómo los guarda parques se relacionan con la gente.

351
Mario Jorge Silvera

Notas
* Conferencia presentada durante las VII Jornadas de investigadores en Arqueología y
Etnohistoria del centro-oeste del país (Nota de los Compiladores).
1
Nótese que la grafía no es Cuyín Manzano.
2
Nótese que la grafía no es Traful.
3
Así es como nos contó Cesar Chamorro que figuraba en las guías editadas en la década de
1930 cuando él trabajaba en el correo.
4
Comunicación personal con Teresa Chamorro.
5
Memoria General de la Administración de Parques Nacionales del año 1937, pp. 184.
6
INDEC. Censo Nacional de Población. Cifras definitivas para las localidades de menos
de 1000 hab.
7
INDEC. Censo Nacional de población y vivienda 1991 y 2001. Cifras definitivas. Para el
caso de Cuyin Manzano los datos aportados por este organismo ubica a su población en
el rubro «población rural dispersa».
8
La estancia La primavera fue adquirida en 1936 por Felipe Lariviere. A su muerte se
dividió en dos fracciones de unas 5.000 hectáreas cada una. La que se situaba en la
margen derecha del río Traful, quedó en poder del Felipe Lariviere hijo, que luego la
vendió al millonario norteamericano Ted Tur ner. La otra fracción, en la margen izquierda,
pasó a poder del otro hijo, Mauricio Lariviere y tomó el nombre de «Arroyo Verde».

Bibliografía
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BANDIERI, S. 2006 Del discurso poblador a la praxis latifundista. La distribución de la
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353
354
Aproximaciones sobre los nuevos movimientos sociales.
Hacia una nueva configuración de identidad
Romina Soledad Bada*y Laura Fernández**
* Universidad Nacional de Río Cuarto - **Instituto de Estudios Superiores Universitarios y
Superiores no Universitarios Fundación Cervantes
Contacto: romi_bada@yahoo.com.ar - estelica@gmail.com

A la hora de dar explicaciones acabadas acerca de lo que resulta el fenómeno de


los Movimientos Sociales y Nuevos Movimientos Sociales, nos encontramos en nuestro
recorrido teórico con una problemática ya observada por algunos teóricos, dicha
problemática se refiere al abordaje epistemológico de los movimientos sociales, que
o bien caen en reduccionismos ya sean de carácter político o metodológico, o bien
tienden a dejar cuestiones fuera del alcance teórico.
De aquí que surge nuestro interés por aproximarnos a una temática que desde ya se
presenta incontrovertible, de modo que resulta difícil de profundizar con claridad en ella.
De manera tal es que nuestra intención es realizar un esbozo, a modo introductorio,
de algunas consideraciones que en un futuro requerirán de un trabajo más exhaustivo;
pues el nuestro, será un intento a modo de plataforma para futuras investigaciones.
Nuestra posición parte de la propuesta de autores como Alberto Melucci y Alain
Tourain en relación a dos ejes; por un lado la cuestión de cómo se construye la ‘acción
colectiva’, en tanto que construcción social y por otro lado qué similitudes y diferen-
cias giran en torno a los términos: «Movimientos Sociales» y «Nuevos Movimientos
Sociales», desde las nuevas perspectivas del sujeto como constructor de identidad.
Nuestro análisis tomará entonces como punto de partida las dos orientaciones
tradicionales de los fenómenos colectivos, para visualizar el lugar que ocupa el ‘actor
social’ como engranaje de lo que luego constituirá la ‘acción colectiva’. Tales orien-
taciones son: la psicología de masa y la sociología del comportamiento colectivo.
La primera acentúa los factores de imitación, irracionalidad, contagio o sugestión,
y la segunda, abarca la ‘acción colectiva’ en tanto respuesta reactiva a la crisis o
desorden del sistema social.
En tal sentido, coincidimos con la crítica de Alberto Melucci a estas orientacio-
nes, entendiendo que las mismas tienden a analizar la ‘acción colectiva’ como ‘acción

355
Romina Soledad Bada y Laura Fernández

sin actor’, esto es, la suma sin conexión de acciones individuales, como así también al
‘actor sin acción’, lo que implica fundamentos objetivos del fenómeno observando la
estructura social de manera que la acción se deduce del análisis de las condiciones
sociales que los actores parecen tener en común.
La cual, según Melucci no resuelve el planto Marciano de «cómo pasar de la clase
en sí a la clase para sí, de las condiciones de clase a la acción de clase» (Melucci, 1990).
Con lo cual podemos observar aquí que tales orientaciones comparten desde la
perspectiva del autor, dos enunciados epistemológicos.
El primero, aborda la ‘acción colectiva’ y el ‘actor social’ en tanto que, dato
empírico unitario, adquiriendo de dicho fenómeno consistencia «ontológica», ya que
la realidad colectiva se asume como unidad.
Este primer enunciado incluye el segundo enunciado, ya que se vincula estrecha-
mente con el proceso de cosificación del fenómeno ‘colectivo’, asumiendo la consis-
tencia de dicho fenómeno en la implicancia de la ‘acción colectiva’ en términos de
«algo dado», reduciendo de este modo la posibilidad de una mayor investigación.
Es a partir de aquí donde se centra nuestro interés en el análisis; pues posiblemente
sea este el punto de fragilidad a la hora del abordaje de dichos fenómenos, pues, al
considerar las bases y los alcances de la percepción epistemológica tradicional, desde
un perspectiva «ontológica», es decir en tanto que, dato empírico unitario, surgiría en
una primera instancia la fragilidad de dichos enunciados al momento de aplicarlos a
los fenómenos sociales.
La debilidad de tales enunciados nos invita a profundizar en la revisión acerca de
las estructuras cognoscitivas y los sistemas de relaciones necesarios para la acción.
Entendemos, entonces, que lo que debe ser explicado en muchos de los análisis de la
‘acción colectiva’ es, la categoría de este ‘actor’ que tiende a ser unificado en tanto
que objeto de análisis.
Si los fenómenos sociales colectivos tienden a una perspectiva epistemológica uni-
taria, es decir, «ontológica», nos mueve a revisar en qué términos se aborda el concepto
clave, concepto de ‘actor social’ y en qué categoría se enmarca la identidad de este actor
que constituirá la acción colectiva, que lo inscribe en tal registro de análisis.
Y tal vez, lo que resulta una obviedad, no lo sea a la hora de volver sobre algunos
supuestos básicos de las Ciencias Sociales, en busca de esclarecer la dinámica actual de la
realidad, esto es, revisar algunas categorías de análisis para aproximarnos, tal vez a la
necesidad de establecer nuevas categorías epistemológicas, que conducirían a la crítica
de la concepción de identidad, desde donde se construye la plataforma de la Modernidad.
Para que exista la acción primero tiene que existir un actor, dicho actor, ¿desde
dónde será abordado?; ¿cómo se presenta la identidad en el mismo?, para luego enten-
derlo en términos sociales: ¿cuáles son los procesos y relaciones a través de los cuales
los individuos se implican en la acción colectiva?
Comencemos por el principio; realicemos un breve recorrido por el concepto de
Identidad.
Ha sido común en gran parte de la tradición filosófica considerar que el fundamen-
to del principio lógico de identidad se encuentra en el principio ontológico, o bien

356
Aproximaciones sobre los nuevos movimientos sociales.
Hacia una nueva configuración de identidad

que ambos son aspectos de una misma concepción; aquella propuesta por Parménides
hace 2.500 años, la cual indica que, siempre que se habla de lo real, se habla de lo
idéntico, la idea de Identidad parece ser entonces, el resultado de una cierta tendencia
de la razón, razón identificadora tan preciada en la historia de la filosofía. Con lo cual,
la identidad sería aquella inevitable tendencia de la razón a reducir lo real a lo idén-
tico, sacrificar la multiplicidad a la identidad con vistas a una explicación.
Siguiendo con nuestro recorrido Aristóteles, cuando trató la cuestión de definir la
identidad, observa que dicha noción se da en varias formas: «una unidad de ser»,
unidad de una multiplicidad de seres o unidad de un solo ser tratado como múltiple
(Aristóteles, Metafísica).
En resumidas cuentas, no realizaremos aquí un tratado histórico-filosófico acerca
del término sino solamente indicar que el racionalismo se ha inclinado a pensar que la
noción ontológica o metafísica de identidad tiene una forma lógica, y que el princi-
pio lógico de identidad tiene alcance ontológico.
Tal posición fue duramente atacada por Hume, esto se ve reflejado especialmente
en la crítica que el filósofo realiza a los que pretenden que hay un «yo», que es
sustancia, y es idéntico a sí mismo. Hume consideró que el problema de la identidad
personal es insoluble, y se contentó con la relativa persistencia de semejanza, conti-
güidad y causalidad de las ideas.
Avanzando en el tiempo la filosofía contemporánea ha examinado el problema de
la identidad de diferentes modos.
Heidegger en «Identidad y Diferencia», indica que la fórmula A=A se refiere a una
igualdad, pero no dice que A sea como «lo mismo». A la igualdad, entonces no
podemos representarla como mera unicidad.
Tal vez este breve recorrido de fundamento a la posibilidad de captación de una
identidad sustancial que nos constituye como sujetos epistemológicos posibles o no
de análisis; de allí la imposibilidad de captar los procesos generados por los sujetos
en relación al dinamismo permanente de los mismos. Creemos que esta manera de
abordar la constitución de los sujetos desde una perspectiva ontológica heredada de
la tradición no nos permite pensar los cuerpos, la sociedad, la historia y la verdad
(categorías éstas fundamentales para el fenómeno que nos ocupa) en tanto que proce-
so, es decir, como un algo que está siendo construído y deconstruído en el ámbito de
las relaciones sociales.
Pues, desde esta perspectiva, los ‘actores sociales’ no son cosas, no son substratos,
es decir, no son sustancias con una esencia pre-dada que se autodesarrolla, sino más
bien, que el «ser» de los mismos se construye en relaciones «entre» hombres y cosas.
En tal sentido, entendemos relaciones de «poderes», puesto que tampoco el poder
es sustancia, ya que el mismo no es de carácter estático, sino que atraviesa el todo de
las relaciones sociales.
Desde esta concepción foucoltiana de la construcción del sujeto podemos soste-
ner que los «actores sociales», así como la identidad de los mismos no tienen una
esencia preexistente, sino que son constituidos en relación a las diferentes prácticas
sociales que asumen.

357
Romina Soledad Bada y Laura Fernández

Por lo tanto sería interesante replantearnos y repensar a cerca del conocimiento


mismo en términos de construcción social, es decir, que la verdad o la realidad misma
sea parte de tal construcción de identidades que se actualizan y reactualizan en las
prácticas de la vida cotidiana.
Con lo cual los enunciados que instalan al actor social como unidad empírica
unitaria no abarcaría en su totalidad la complejidad de las acciones colectivas, como
así tampoco la realidad de los actores sociales, pues las prácticas sociales, parafraseando
a Foucault, pueden llegar a engendrar dominios de saber que no sólo hacen que
aparezcan nuevos objetos, conceptos y técnicas, sino que hacen nacer, además formas
totalmente nuevas de sujetos y sujetos de conocimiento.
En tal sentido, la «acción colectiva» resulta construida mediante representaciones
en torno de lo que hay que ser, hacer y tener, para ser reconocido en la propia identi-
dad, para ser reconocido ante la mirada del otro y por ende el «nosotros» del «ser».
Lo que queremos mostrar con esto es que, no son las representaciones mentales en
tanto que estáticas, las que generan las prácticas sociales colectivas, sino a la inversa,
es decir, no es el pensamiento el que determina el gesto. De allí la importancia de
cuestionar la posición del «actor social» desde una perspectiva identitaria.
Es necesario entonces, tener en cuenta el proceso y el resultado de la acción colectiva,
ya que el resultado de tal proceso puede de algún modo ser observado como unidad
empírica, pero siempre desde una perspectiva dialéctica en relación actor social-realidad.
Lo que nos conduce a tomar la ‘acción colectiva’ en tanto ‘unidad empírica, como
un dato inicial, en el sentido de punto de partida y no como resultado, ya que los
individuos que actúan colectivamente construyen y definen su acción en el campo de
posibilidades y límites que perciben de manera cognitiva con el fin de poner en
marcha relaciones que permitan una carga de sentido a ese «estar juntos».
Así los actores «producen» la acción colectiva porque son capaces de definirse a
sí mismos y definir sus relaciones con el ambiente, de este modo se construye una
forma de estar en el mundo mediante la formación de un nosotros atravesado por un
sistema de acción multipolar. Con lo cual dicha manera de estar en el mundo está en
continuo funcionamiento en tanto que acción colectiva.
Dicha construcción colectiva deberá entonces, ser abordada reconstructivamente
mediante una pluralidad de dimensiones analíticas, pues no estamos hablando de una
sumatoria de individuos, sino de sujetos que se construyen compartiendo un mismo
tiempo y espacio, como así también comportamientos comunes dotados de un sentido
de colectividad mediante la reconstrucción de prácticas que trascienden los
reduccionismos políticos e ideológicos, sino más bien reconstruyendo una nueva
forma de ser y hacer en el mundo.
Teniendo en cuenta lo hasta aquí desarrollado, la problemática epistemológica a
cerca del abordaje del «actor social» dentro de la «acción colectiva», pone en cues-
tión el tema de los «Nuevos Movimientos Sociales», en tanto que categoría diferente
de lo que en su momento fueron los «Movimientos Sociales»; ya que el paradigma
clásico en relación a dichos actores y la acción colectiva colocaba el acento en la
dimensión estructural, es decir en base al predominio de la estructura sobre el actor,
constituyendo de este modo el principio de donde emergería la acción colectiva.

358
Aproximaciones sobre los nuevos movimientos sociales.
Hacia una nueva configuración de identidad

Tal paradigma parece no dar respuesta a la realidad actual, ya que presenciamos en


nuestros tiempos profundas transformaciones, ya sean estructurales, como culturales
que nos enfrentan a un modelo societal diferente que renueva permanentemente tanto
a los actores sociales como a sus formas de acción colectivas.
Esto nos conduce a pensar en una primera instancia que el término «Nuevo Movi-
miento Social», a fin de no caer en equívocos debería ser reemplazado de manera
enunciativa, para brindar claridad sobre los nuevos fenómenos sociales colectivos, en
procura de una redefinición que permita dar especificidad a los contenidos teórico-
prácticos que abordan esta nueva problemática, permitiendo deslindar pertinente-
mente el paradigma clásico de lo que fueran los «Movimientos Sociales» de las nue-
vas maneras de ser de los «Nuevos Movimientos Sociales». Y en una segunda instan-
cia, ir más allá del determinismo estructural de tipo universal, y superar la visión
escencialista y abstracta, de cultura, política y sociedad.
Como se puede evidenciar, un nuevo paradigma de análisis de las acciones colec-
tivas aparece con el enfoque analítico de los nuevos movimientos sociales. Evidente-
mente el carácter novedoso de estos movimientos será definido en contraposición a
los movimientos sociales tradicionales, tales como el movimiento obrero.
La originalidad de estas acciones colectivas debe subrayarse en por lo menos tres
aspectos:

1) En los actores sociales considerados la base social de los nuevos movimientos.


2) En el contexto social del cual surgen estos movimientos sociales, originado por
las modificaciones que ha sufrido la sociedad moderna con respecto al Estado de
Bienestar (contexto social en el que se desarrolló el movimiento obrero).
3) En los objetivos que persiguen estos movimientos que, de manera general,
parecen ser orientados menos hacia la obtención de bienes materiales y más
hacia metas culturales.

Alain Touraine (1997), con respecto a esto sostiene que los nuevos movimientos
sociales no apuntan directamente al sistema político, más bien intentan constituir una
identidad que les permita actuar sobre sí mismos (producirse a sí mismos) y sobre la
sociedad (producir la sociedad) (Touraine, 1997). Esto significa que la búsqueda de
identidad, tan característica dichos movimientos, implica que la meta principal de éstos
sea la de dotar de un sentido a las relaciones sociales que forman la sociedad, de ahí la
importancia de las dimensiones simbólicas de los nuevos movimientos sociales.
Por su parte, Alberto Melucci (1996) construye su análisis a partir de una crítica de
las diversas teorías que se han elaborado acerca de las acciones colectivas. En su
opinión ellas adolecen de la capacidad de explicar los fenómenos de la sociedad
contemporánea, la cual es una sociedad compleja en la que los movimientos sociales
desplazan sus objetivos de lo político hacia las necesidades de autorrealización de
los actores en su vida cotidiana.
Desde el punto de vista de este autor, lo que caracteriza a las sociedades complejas es

359
Romina Soledad Bada y Laura Fernández

la existencia de nuevas prácticas y tipos de acción en donde el manejo de información es


central para su estructuración. El dominio en las sociedades complejas descansa en un
constante flujo de información. La acción colectiva se ubica en el ámbito cultural y en un
mundo regido por el dominio de la información, los movimientos sociales tienden a
cumplir la función de signos que tornan visible la existencia de problemas en ciertas áreas
de la sociedad y cuestionan los códigos simbólicos dominantes introduciendo nuevos
significados sociales (Melucci, 1996). De ahí que los nuevos movimientos sociales pue-
dan convertirse en significados alternativos a los códigos simbólicos dominantes.
De todas maneras, hay que tener en cuenta que la originalidad de conceptos como el de
nuevos movimientos sociales se localiza tanto en el hecho de que dan cuenta del nacimiento
de nuevos fenómenos y sujetos sociales, como en el hecho de que plantean una crítica al
marxismo reduccionista, que tiende a analizar los conflictos exclusivamente en relación con
los intereses de clases e identidades de clases. Los teóricos dedicados a su estudio destacan
la novedad de estos movimientos en contraste con los del socialismo clásico y los ubican en
el campo de la sociedad civil más que en el de las relaciones de propiedad.
La teoría de los nuevos movimientos sociales surge como una respuesta ante la
incapacidad del marxismo tradicional para explicar la naturaleza de acciones colecti-
vas tales como la del movimiento estudiantil del sesenta y ocho (Mayo Francés).
De acuerdo con el marxismo la única acción política significativa es aquella que
surge de la lógica de la base económica, es decir de las relaciones de producción
capitalistas en donde se generan las contradicciones de clases antagónicas. Como
consecuencia de la tesis anterior, se sostiene que las únicas identidades políticas
significativas son aquéllas que se forman a partir de las relaciones de producción
capitalistas, es decir, las identidades de clases surgidas entre proletarios y burgueses.
Ante las limitaciones de esta premisa, los teóricos de los nuevos movimientos
sociales responden con dos criterios analíticos. La acción colectiva puede surgir a
partir de una lógica distinta a la de la estructura económica: por ejemplo la política, la
cultural, la de las relaciones étnicas, la de las relaciones entre géneros o la de las
relaciones con la naturaleza. En consecuencia, las fuentes de identidad colectiva se
pueden formar sobre una base diferente a la de pertenencia de clase.
De ahí la importancia que los teóricos de los nuevos movimientos sociales le atribu-
yen a aspectos tales como: (a) la acción simbólica en la esfera cultural con respecto a la
acción instrumental en la esfera política; (b) a los procesos y estrategias dirigidas a
promover la autonomía de los actores, en relación con las estrategias dirigidas a maximizar
el poder del movimiento social; (c) a un cambio de valores que sustituyen la orientación
de los actores desde los recursos materiales; (d) a las identidades colectivas observadas
como el resultado de procesos de construcción, en lugar de considerar que los actores
colectivos y sus intereses se determinan estructuralmente (Giménez, 1994).
Lo importante de ambos sociólogos (Touraine y Melucci) es que para ellos los
nuevos movimientos sociales deben ser analizados como generadores de nuevas iden-
tidades y estilos de vida.
Con la categoría de nuevo movimiento social intentamos describir y analizar al
conjunto de redes de interacción informales establecidas por una pluralidad de indi-
viduos, grupos y organizaciones, involucrados en torno a conflictos culturales o polí-
ticos, sobre la base de identidades colectivas compartidas (Diani, 1992).

360
Aproximaciones sobre los nuevos movimientos sociales.
Hacia una nueva configuración de identidad

A las características señaladas podemos agregar otras que distinguen a los nuevos
movimientos sociales de los movimientos tradicionales de la sociedad industrial.
En principio, sus metas se encuentran orientadas a los temas de la calidad de vida
y la defensa de estilos de vida particulares, más que a la redistribución económica de
los recursos. De ahí que los valores que enarbolan los nuevos movimientos sociales se
vinculen estrechamente con la defensa de identidades particulares.
A diferencia de los movimientos industriales, los nuevos movimientos construyen
estrategias de acción en las que prefieren actuar al margen de los canales políticos norma-
les e institucionalizados, movilizando a la opinión pública (existen algunos movimientos
sociales que se han institucionalizado integrándose al sistema de partidos, tal y como lo es
el caso de los movimientos verdes en Europa). De manera frecuente se expresan en mani-
festaciones dramáticas en las que recurren a representaciones simbólicas.
Como estructura organizativa, los nuevos movimientos sociales tienden a asumir
una postura antiinstitucional y antiburocrática, evitando así los riesgos de
jerarquización frecuentes en los movimientos sociales del capitalismo industrial.
En vista de lo anterior, los nuevos movimientos sociales se caracterizan ante todo
por ser movimientos identitarios, es decir, fundados en la construcción simbólica de
identidades. Los estudiosos de los movimientos sociales han analizado particular-
mente aquellos movimientos orientados estratégicamente, es decir aquéllos que per-
siguen objetivos políticos tales como el incidir sobre el aparato político, y en los
cuales la acción colectiva es vista de manera instrumental, como un medio para con-
seguir ciertos objetivos. En cambio, se han analizado poco los movimientos
identitarios, que son aquéllos para los cuales la misma acción colectiva se convierte
en la realización de una finalidad: mantener y expresar una identidad. De ahí que
también se designen como acciones expresivas y dramáticas las formas de acción
colectiva que asumen. Nuestro punto de vista radica en que el estudio de los nuevos
movimientos sociales debe combinar el análisis de ambas dimensiones.
En los procesos de acciones colectivas la identidad se convierte en una meta para
lograr fuerza en el movimiento. La identidad como meta significa que la acción colec-
tiva está orientada a desafiar identidades que han sido estigmatizadas, o bien a des-
truir identidades establecidas (y con ello los valores culturales que las sustentan). De
esta manera la identidad se despliega adquiriendo una dimensión estratégica.
Fredrik Barth (1978) ofrece un modelo que permite concebir a las identidades
sociales como un fenómeno fluido y sujeto a una permanente negociación. Las iden-
tidades se encuentran y negocian en sus fronteras; de manera que la identidad de un
grupo se construye a través de la constitución de la frontera del grupo en su interacción
con otros grupos. Así pues, las fronteras son permeables y la identidad se configura a
través de las transacciones que ocurren en las fronteras (Barth, 1978).
Nuestro punto de vista es el del análisis de la identidad como un proceso de
construcción de la concepción que tienen los actores sociales respecto al lugar que
ocupan en un determinado campo social.
Para la sociología, la identidad colectiva se configura en una pluralidad de indivi-
duos que se ven a sí mismos como similares o que tiene conductas similares. La
identidad de grupo es el producto de una definición colectiva interna. Pero al mismo

361
Romina Soledad Bada y Laura Fernández

tiempo que se crea una identidad de grupo se crea un proceso de identificación de los
que no pertenecen al grupo. La identidad colectiva es una autodefinición compartida
de un grupo derivada de intereses, experiencias y solidaridad común. Los individuos
se identifican como parte de un grupo cuando alguna característica que poseen en
común con otros actores es definida como importante y sobresaliente; es decir, un
grupo adquiere una identidad colectiva mediante esquemas cognitivos que definen
sus metas, medios y el ambiente en el que se desarrolla el grupo.
En este proceso de construcción de la identidad, los grupos establecen fronteras
que demarcan territorios sociales entre los distintos grupos. Estas fronteras se crean
poniendo en relieve las diferencias entre el mundo propio y el ajeno. Normalmente
son los grupos sociales dominantes los que crean fronteras que los distinguen de los
grupos dominados. No obstante, en respuesta, los grupos subalternos empiezan a
construir sus propias fronteras, oponiéndose a las categorías con que la clase domi-
nante los ha estigmatizado. La construcción de una identidad entre los grupos domi-
nados conduce a la tendencia a distanciarse de los valores y estructuras de significado
de la cultura dominante, afirmando valores y estructuras alternativas.

Reflexiones Finales
Como consecuencia de lo desarrollado hasta aquí, podríamos decir que, si algo es
claro, es el hecho de que se ha producido una transformación en los principios de la
acción tanto individual como colectiva y es evidente un corrimiento de cuestiones que
podían ser comprendidas a nivel político-ideológico en favor de nuevas conquistas de
orden ético-cultural, es decir, la conquista de una «nueva manera de habitar este mun-
do», pues los temas que hoy se instalan para la reflexión de la acción colectiva se
refieren a la vida cotidiana, a las relaciones interpersonales, logros personales y de
grupo, es decir, temas propios del «mundo de la vida». De modo que, cualquier abordaje
ontologisante, ya sea a nivel de la constitución del «actor social» en tanto individuo,
tanto la «acción colectiva» como algo emergente de las estructuras clásicas, serán cate-
gorías insuficientes para abordar a este nuevo sujeto que se jerge sobre toda oposición
o antagonismo -como sucedía con las clásicas luchas de clases- propendiendo a la
cooperación, a la configuración de nuevos y diversos modos de subjetividad, orienta-
dos entre otras cosas, hacia demandas de inclusión y búsqueda de sentido.
Con respecto al planteamiento de los teóricos de los nuevos movimientos socia-
les, está centrado en la crítica hacia la premisa marxista de la existencia de un sujeto
histórico central quien es el que realiza la lucha anticapitalista. Esta concepción se
basa en la existencia de una lógica de las relaciones sociales fundada en la estructura
económica que dotaba de sentido las conductas de los actores sociales en los demás
campos de actividad. En consecuencia, el actor social fundamental se ubicaba única-
mente en la esfera de la producción. Los teóricos de los nuevos movimientos crean un
paradigma que toma como punto de partida el hecho de que la sociedad capitalista
contemporánea da lugar a la autonomía de los distintos campos de actividad social,
en el sentido de que la lógica propia de un campo no actúa de manera directa y
determinante sobre otro campo de actividad social. Cada campo social conserva una
lógica autónoma. Esta característica da inicio a una creciente politización de lo social
y a una multiplicación de los conflictos sociales, al igual que de los campos de

362
Aproximaciones sobre los nuevos movimientos sociales.
Hacia una nueva configuración de identidad

actividad social autónomos (en la medida en que los conflictos no pueden reducirse a
una causa única y se desarrollan en el interior de los campos en los que aparecen).
Partiendo de esta premisa, en las sociedades capitalistas contemporáneas no existe un
sujeto único sino una multiplicidad de sujetos colectivos.
La pesquisa sobre los movimientos sociales contemporáneos tiene que hacer fren-
te a la novedad que éstos presentan con respecto a otros tipos históricos de acción
colectiva. De acuerdo con Melucci, la característica más sobresaliente es el cambio de
su terreno de acción: del terreno más propiamente político al terreno cultural. Existe
un tipo de movimiento social orientado a la acción política cuyas metas apuntan a
modificar la sociedad, intentando lograr ciertas modificaciones en relación con el
ejercicio del poder político a través de acciones instrumentales. Por otro lado, existe
un tipo de movimiento social cuyas actividades se desarrollan en el terreno cultural y
buscan cambiar la mentalidad y el comportamiento de los individuos.
El sentido de la frase: los movimientos sociales contemporáneos tienen una orien-
tación más cultural que política, nos indica que la orientación cultural de los movi-
mientos sociales contemporáneos, por las características de las sociedades complejas,
tiende a presentarse como un desafío político. Cuando hacemos referencia a las di-
mensiones culturales enfatizamos los procesos en los que los actores sociales constru-
yen los significados mediante los cuales intervienen en las relaciones sociales. El
término de identidad colectiva en el estudio de los movimientos sociales trata de
interrogar sobre los aspectos procesuales mediante los cuales llega a constituirse un
movimiento social y su permanencia en el tiempo.
Así también, la reflexión sobre los movimientos sociales contemporáneos debe
estar vinculada con el contexto social del que emergen, es decir, debe ir acompañada
de un intento por establecer las características de las sociedades complejas de las
cuales surgen, o bien, contestar el interrogante: ¿a qué problemas estructurales res-
ponden estos movimientos sociales contemporáneos?

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Romina Soledad Bada y Laura Fernández

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Universidad Nacional Autónoma de México. IFAL. Embajada de Francia.

364
Sobre interculturalidad...
Jesica Díaz y Juan M. Testa
Universidad Nacional de Río Cuarto
Contacto: jesicadiaz_17@yahoo.com.ar – juan_testa7@yahoo.com.ar

La siguiente presentación pretende mostrar líneas argumentativas sobre cuestio-


nes que atañen a la realidad de las Comunidades Mapuce de la región del Lago Lacar
en la Provincia de Neuquén.
Con respecto a nuestra instancia de trabajo de campo propiamente dicha, la misma se
realizó en diferentes instancias exploratorias. El presente de dichas comunidades, exhibe
una diferencia con respecto a lo observado en los anteriores momentos de estudio, realiza-
dos los años 2004 y 2005, en el último «Viaje de Estudios al Mundo Mapuce» observa-
mos que la preocupación de nuestros interlocutores era cómo llevar a cabo lo pensado,
cómo poner en práctica la interculturalidad más allá de los límites que la escuela presenta.
Trataremos, entonces de descifrar los trasfondos que presenta la «Interculturalidad» en
pos de desentramar el punto preciso donde convergen estructura (sobredeterminación) é
Historia (acontecimiento), teoría y práctica (Rocchietti, 2000:105).
Para lograr nuestro objetivo principal nos remitiremos a las notas de campo reca-
badas en dicha situación desarrollada en el mes de octubre del año 2006 en el Paraje
Paila Menuco de la Provincia de Neuquén; relacionando esta información con aportes
teóricos específicos en pos de dar respuestas a esta compleja situación.

Observaciones, escuchas y reflexiones teóricas sobre interculturalidad


Desde hace dos décadas atrás se constata en Sudamérica, y específicamente en Ar-
gentina una ola creciente de colectivos sociales, impensados hasta el momento, que
comienzan, paulatinamente a pugnar por sus derechos. Entre ellos los pueblos origina-
rios, que desde el Simposio de Barbados intentan revertir situaciones estigmáticas que
devinieron en la consolidación de una conciencia negativa y defensiva que pesó sobre
ellos hasta comienzos de la década de los setenta. Lograr invertir la lógica, es decir,
consolidar su principal arma de lucha basándose en las situaciones de coloniaje fue su
principal tarea y en la actualidad su principal bandera de lucha reivindicatoria.
En los últimos tres años, hemos observado en diferentes Comunidades Mapuce,

365
Jesica Díaz y Juan M. Testa

como así también en la Ruca de la Confederación Neuquina -órgano político que nuclea
o debería hacerlo- todos los reclamos del mencionado pueblo, una diferenciación en los
objetivos propuestos en cada año; en la actualidad la lucha se plantea desde los concep-
tual/ legal, específicamente el debate se centra en la denominación que desde la socie-
dad envolvente se les otorga, en efecto la diferencia de significado legal que tiene
«etnia» o «pueblo originario», pero encontramos una especial atención en la concep-
ción de interculturalidad, basando sus argumentos en que dicho derecho se encuentra
en el artículo 75 de la Constitución Nacional. Reclamo válido ya que

«desde 1985 que se sanciona la Ley Nacional N° 23.302 de «Política Indígena y Apoyo
a las Comunidades Aborígenes» se puso la atención en las problemáticas de tierra,
salud, educación, entre otras, en 1994, la Reforma de la Constitución Nacional introdujo
el Artículo 75 que, en el inciso 17, reconoce la preexistencia de los pueblos originarios,
garantiza el respeto a su identidad y concedo como uno de los derechos primordiales la
educación bilingüe e intercultural» (Ibáñez Caselli, 2003:71-72).

La reflexión sobre la «interculturalidad» excede lo meramente conceptual ya que


encierra una multiplicidad de variables más allá de las culturales: políticas, territoria-
les, económicas, de soberanía, etc. En efecto la relación intercultural es más que
suavizar la fricción «interétnica», un respeto entre diferentes culturas, un diálogo
armonioso de quienes son parte de la cultura «verdadera» y aquellos pertenecientes a
subculturas producto la primera.
La complejidad que este debate encierra nos obliga a pensar en la posibilidad de
llevar a cabo una práctica intercultural plena, en la cual, los portadores de la cultura
entendida como verdadera estén en paridad de condiciones con aquellos a los cuales
se atribuyen prácticas culturales de menor envergadura, es decir, la otredad se vuelva
una nos-otredad, lo que sería igual a la no existencia de otro cultural en condiciones
desfavorables, en conclusión, a revertir las condiciones clásicas de explotación pro-
puestas por el capitalismo, una otredad en situaciones de abnegación de la cual obte-
ner la mano de obra para el funcionamiento del sistema productivo.
Habría que pensar entonces, parafraseando a Sartre (1965:10) «si vemos en ese
hombre que viene hacia nosotros, un alemán, un chino, un judío o, primeramente, un
hombre. Y al decidir lo que es él, se decide lo que es uno».
La transformación de los Estados nacionales, llevada a cabo a mediados de la década
de los noventa, engendra nuevas formas de gobernabilidad y legitimidad nacional como
así también nuevas maneras de interrelación entre lo cultural y lo político. Los Estados no
asumen la asimilación como lo hicieran en otros períodos de la historia, en efecto no
intentan forjar una identidad nacional negando a sus minorías o discriminándolas. Ahora,
se reconoce a la población indígena como algo constitutivo de la nación, aceptando la
existencia de sus derechos colectivos; los Estados se reconocen como multiétnicos,
pluriculturales y multilingües. Asegurando a estos pobladores originarios, una educación
de característica bilingüe e intercultural (Sichra y López, 2003:19-20).
En palabras de Gonzáles Cassanova (2006:411-412), la construcción de un estado
multiétnico se vinculó a la construcción de un mundo hecho de muchos mundos que
tendría como protagonistas a los pueblos, los trabajadores y los ciudadanos.

366
Sobre interculturalidad...

Dicha aceptación se da en el marco no sólo de una transformación estatal, sino de


una transformación internacional, con esto queremos decir, que la caída del modernis-
mo como paradigma mundial arrastra consigo a la figura del Estado como monopoli-
zador de la cultura de una nación, como uniformador cultural; lo que no quiere decir
que dicho proceso haya cambiado las condiciones monopólicas de la cultura, sino
que cambió las manos en las cuales se aloja la capacidad de homogeneizar; es ahora el
mercado, que prescinde del Estado, quien marca los parámetros con los cuales decidir
qué práctica cultural es más o menos verdadera que otra.
De manera ilustrativa, cabe mencionar cómo el componente unificador del proceso
mencionado se manifiesta con claridad en aspectos tan diversos como la forma de vestir,
los criterios que definen lo que es musical y aceptable, la alimentación, la imposición
paulatina de una lengua sobre las demás, el consumismo, etc. (Gottret, 2003:56-57).
El mercado crea entonces, no sólo una subcultura basada en las tradicionales diferencia-
ciones en cuanto a credos, a cómo entender el mundo, a prácticas específicas, como se
realizara en el viejo modelo estatal; sino que agrega una subcultura que se basa en la
imposibilidad de consumir lo ofrecido, diremos entonces, que el mercado crea una
«subcultura del consumo» basada, al igual que en el modelo anterior en la desposesión de
los medios de producción, la falta de igualdad en la distribución del ingreso y el racismo.
Es entonces, en el enmascaramiento producto de la aceptación en el plano del dere-
cho de las comunidades preexistentes, dado en el marco de la Reforma Constitucional
de 1994 donde se encuentra el centro de la problemática, ya que «aceptación y respeto»
no es igual a práctica intercultural, ni mucho menos aún a reconfigurar el mapa de
verdades que genera la cultura. Aceptación, no es tampoco, distribución de riquezas y
socialización de los medios de producción. Es entonces solamente, la consolidación de
falsas condiciones de igualdad para aquellos que la reclaman desde hace ya un tiempo.
Retomando nuevamente a Sartre (1965:34)

«Uno de los fundamentos del racismo es compensar la universalidad latente del libera-
lismo burgués: ya que todos los hombres tienen los mismos derechos, se hará del
argelino un subhombre».

Diremos entonces que la situación no ha cambiado en nada, las voces de los


desposeídos siguen haciéndose escuchar reclamando por lo que les corresponde, y la
propuesta intercultural planteada por el Estado, no es más que una asimilación disi-
mulada de los «pueblos originarios» al circuito económico, ya que

«los colonizados en el interior de un Estado nación pertenecen a una «raza» distinta a la que
domina en el gobierno nacional, que es considerada «inferior» o, a lo sumo, es convertida en
un símbolo «liberador» que forma parte de la demagogia estatal; la mayoría de los coloni-
zados pertenecen a una cultura distinta y habla una lengua distinta de la nacional. Si, como
afirma Marx, «un país se enriquece a expensas de otro país» al igual que «una clase se
enriquece a expensas de otra clase» en muchos estados- nación que provienen de la conquis-
ta de territorios llámense Imperios o repúblicas, a esas dos formas de enriquecimiento se
añaden las del colonialismo interno» (Gonzáles Cassanova, 2006: 410).

367
Jesica Díaz y Juan M. Testa

En síntesis, la categoría de subhombre utilizado por Sartre en 1965 para dar cuenta
de la situación de descolonización africana, es perfectamente extrapolable para dar
explicación a la actualidad del reclamo del Pueblo Mapuce, debido a que la acepta-
ción en el marco de la Ley Suprema no genera igualdad de condiciones de humanidad
ya que la misma se presenta en primer lugar, como un derecho compensatorio y en
segundo como creador de falsas condiciones de igualdad educativa en un contexto
que no pretende disminuir la distancia de la «otredad».
En lo que respecta específicamente al caso de la comunidad Paila Menuco la
interculturalidad, o la materialización de la misma se produce en el plano educativo denomi-
nada por la legislación oficial como Educación Intercultural Bilingüe ó Educación Bilin-
güe Intercultural (EBI) que en dicho paraje se da en la Escuela de Puente Blanco.
La práctica educacional bilingüe e intercultural, se realiza a partir de la relación entre
los contenidos básicos comunes enviados desde la Provincia de Neuquén que los maes-
tros, muchos de procedencia local, aggiornan en su práctica, para poder llevar a cabo el
tipo de educación anhelada; ellos, cada mañana, enarbolan la bandera argentina conjun-
tamente con la enseña que representa a su «nacionalidad», realizan las esteras correspon-
dientes a determinados acontecimientos de manera bilingüe, pero por sobre todo recupe-
ran, desde lo lúdico parte de su identidad perdida hasta entonces, es decir recuperan los
juegos que fueron tradicionales a su comunidad, uno de ellos, el «palin» que es un tipo de
deporte de conjunto que consiste en hacer goles en una zona del equipo contrincante
golpeando una pelotita con elementos similares a bastones (similitud con el hockey).
Esta situación encierra grandes contradicciones, la primera: que los contenidos básicos
comunes son pensados desde el marco de una cultura, la hegemónica, para ser aplicados en
prácticas interculturales; segundo: que la práctica educativa es siempre una práctica de repro-
ducción cultural de dos tipos, uno de ellos reproducción en este caso, de la cultura nacional
argentina, respetando cronogramas oficiales enviados por el Estado provincial, el otro, es la
reproducción de las condiciones de precariedad, ya que incorporar este tipo de educación a
partir de instituciones públicas, no acaba más, por ser una reproducción de las malas condicio-
nes de vida en la que se encuentran estas comunidades; es decir, la práctica de la Educación
Intercultural Bilingüe, planificada por el INAI, que tenía como objetivo principal

«enriquecer al alumno con el desarrollo de su lengua y el aprendizaje del castellano como


vehículo de comunicación con la sociedad hegemónica. A la característica aditiva en lo
lingüístico se suma el pluralismo cultural que se busca fortalecer». (…) «En tanto, estrategia
pedagógica, la educación intercultural bilingüe es un recurso para construir una pedagogía
diferente y significativa en sociedades pluriculturales y multilingües. Respecto a su enfoque
metodológico, la educación intercultural bilingüe enfatiza la necesidad de repensar la rela-
ción conocimiento, lengua y cultura en el aula y en la comunidad para considerar los valores,
saberes, conocimientos, lenguas y otras expresiones culturales como recursos: que no sólo
respete la diversidad sino que asegure una igualdad de oportunidades para esos mundos
postergados, ignorados y expoliados en nombre de la libertad de mercado, nada tiene que
ver con el caso explicitado» (Sichra y López, 2003:22-23).

Sincretismo pictórico o aceptación intercultural


En cuanto a qué entienden o que podemos vislumbrar de la concepción de los

368
Sobre interculturalidad...

Mapuce -que habitan esta comunidad- sobre «interculturalidad», hallamos plasmado


en una de las paredes de la institución educativa, un mural muy ilustrativo (imagen 1),
en el cual convergen símbolos representativos de diferentes sistemas de creencias.
En la parte superior se observa, la tierra, el sol y la luna; en el centro, como figura
más destacada el símbolo del ying y yang, ubicado sobre un libro de color azul en el
cual encontramos, en su página izquierda un cáliz derramando sangre sobre una foga-
ta; en la parte inferior de la pintura hay dos manos entrelazadas sobre un río, y en
perspectiva se plasma el horizonte con un sol naciente. En ambos márgenes, la
pictografía presenta elementos de la cultura originaria aunque en el izquierdo, encon-
tramos que los mismos, se ubican en cercanía de un ramo de laureles.
Si desmembramos la pintura en pos de interpretar el mensaje, podemos encontrar relacio-
nes entre el símbolo ying yang, cuya máxima de significado es, sintéticamente, «que todo lo
bueno tiene algo malo y que todo lo malo tiene algo bueno» con el mito fundador del
pueblo Mapuce en el cual dos serpientes -una buena y otra mala- que representan a su vez al
agua y a la tierra terminan realizando algún acto que no sería propio a su naturaleza, es decir,
la serpiente buena-agua, se derrama sobre la otra, representativa de la tierra, anegando a su
par, mientras que la última, se pliega convirtiéndose en la Cordillera de los Andes salvaguar-
dando a la población. En efecto, diremos que el agua, que en la cosmovisión Mapuce es un
elemento vital en el cual los hombres y mujeres se reflejan, ya que la misma representa el fluir
de la vida, tiene su aspecto negativo cuando produce efectos no deseados (inundaciones,
ahogos, etc), mientras que la tierra, negativizada por la presencia de volcanes, es quien se
convierte en redentora de la población. Prosiguiendo el acto interpretativo, las relaciones
que podemos establecer entre la Biblia, el cáliz, la sangre y el fuego, se enmarcan en la
expresión del sentimiento que estos sujetos tienen con respecto a la colonización y a la
evangelización, que se representa pictográficamente con ambigüedad, ya que la Biblia se
encuentra en un lugar central en cuya página derecha se vislumbran palabras de las cuales la
que se contempla con mayor nitidez es «amén», mientras que en su página izquierda no
encontramos texto sino la imagen del caliz y el fuego. La ambivalencia de la expresión se
encuentra en el plano en el que se enfrentan pasado y presente, la «Conquista del Desierto»
con la destrucción de su forma de vida originaria y el presente evangelizador, sitio en el cual
muchos de los Mapuce encuentran asilo, consuelo, alivio y hasta salvación de algunos de
sus problemas personales.
Una vez desmembrado el centro, encontramos en los márgenes los elementos pro-
pios de su cosmovisión, dándole así conclusión a esta pintura. Vemos entonces el deseo
de un futuro próspero y retomando la
metáfora que inicio el análisis simbó-
lico, todo lo que fue malo -conquista,
evangelización, derramamiento de
sangre, etc- en un nuevo amanecer
debe concluir en un entrelazamiento
de manos; saliendo así en un lugar de
igualdad, respeto y reconocimiento,
su cultura tradicional.

Imagen 1

369
Jesica Díaz y Juan M. Testa

Consideraciones finales
La relación entre el Estado, los marcos legales y los pueblos originarios, forma
parte de un debate político, porque la relación entre ellos, es una relación principal-
mente cambiante. Así, la interculturalidad queda expresada, en este presente, como el
primer elemento utilizado por ambos en una lucha constante.
En esta lucha compleja, el Estado juega un papel muy importante, ya que, al
margen de haber sido desplazado por las burguesías en cuanto a su papel de
homogeneizador cultural, aún representa los intereses de esta clase.
Frente a esta situación, el reconocimiento de la preexistencia étnica y cultural de
los pueblos indígenas en la Constitución Nacional, produjo una recuperación de la
identidad étnica y una reivindicación de sus derechos al mismo tiempo que creó falsas
condiciones de igualdad entre un nosotros y un «otro», todavía diferente, y no sólo
eso, sino también desigual.
En síntesis, pensar la posibilidad de poner en práctica la «interculturalidad» en el
pleno sentido de la palabra, requiere más que acuñar el concepto, reflexionarlo y
luchar por él, requiere un repensar de la forma de Estado y una lucha por la liberación
más allá de legalidades.

Referencias Bibliográficas
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370
Las demandas judiciales de los pueblos indígenas:
«El caso Pulmari»
Virginia Claudia Peña
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Buenos Aires
Contacto: virpenia@hotmail.com

Introducción
En este trabajo nos proponemos explorar a través de un caso paradigmático: «El
caso Pulmarí» los conflictos que se presentan dentro de los organismos encargados de
administrar justicia, ante las demandas judiciales de los Pueblos Indígenas, cuando
éstos valiéndose de las últimas reformas constitucionales estatales comienzan a exi-
gir que dichas reformas se tornen efectivas presentándose un conflicto de legalidades.
Dentro de lo que constituye el caso «Pulmarí», se trata fundamentalmente de
resolver la titularidad de un dominio de 110000 ha. Dónde según el criterio del
pueblo indígena mapuche situado en el lugar, ese dominio le corresponde por dere-
cho histórico y por derecho normativo. Las comunidades afectadas son seis: Catalán,
Aigo, Currumil, Puel, Ñorquinco y Salazar.
La Comisión Interestadual Pulmarí (de ahora en más CIP) fue conformada por
decreto 1410187, ratificada por ley 23612, como la titular del dominio de esas 110000
ha., organismo constituido por el Estado Nacional y el Estado Provincial,

«…como una entidad autárquica con capacidad de derecho público y privado, con un
directorio integrado por cuatro representantes del Estado Nacional, uno por el Ministe-
rio de Defensa, y uno por el Estado Mayor del Ejército, tres por el gobierno de la
provincia de Neuquén, y uno por las comunidades indígenas mapuche, designado a
propuesta de las comunidades» (Art.4)1

los que han integrado el patrimonio para su explotación con dos inmuebles, con el
objeto de transformar la economìa regional con la incorporación productiva y el
desarrollo social de las comunidades indígenas precedentemente citadas.
Las tierras históricamente han sido usadas por las comunidades mapuche como

371
Virginia Claudia Peña

campos de veranada e invernada de su ganado, mediante permisos solicitados al


ejército argentino quién se hace cargo de la administración de los campos a partir de
1952 antes pertenecientes a un estanciero inglés.
El 15 de mayo de 1995 miembros de las comunidades Aigo y Salazar, junto con
representantes de la Confederación Mapuche Neuquina (de ahora en más COM) to-
man pacíficamente la sede de la CIP. El motivo detonante es la decisión oficial de
otorgar convenios parciales y no comunitarios, -a firmar por separado- con cuatro de
las comunidades, para entregarles campos de invernada que se venían reclamando. A
esto se suma la toma de 4000 ha. en el potrero denominado Tierra Gaucha.
El 25 de mayo concluye la toma pacífica de la CIP en Aluminé cuando el gobierno
neuquino con la mediación del obispo Monseñor Radrezzani ante el gobernador
neuquino Felipe Zapag, acuerdan con los mapuche que podrán usar para invernada de
ganado menor las tierras ubicadas en los potreros de Chichería, Loleng y Piedra Gaucha.
El acuerdo logrado con el gobierno provincial y la CIP no se realizó por escrito y
vencido los plazos, las tierras no fueron entregadas a las comunidades. La CIP desco-
noce el acuerdo logrado, sigue entregando tierras a particulares, quiénes comienzan a
alambrar sus terrenos.
Comienza un proceso judicial dónde las familias mapuches son desalojadas con la
figura de delito de usurpación de tierras en perjuicio de la CIP.
Los indígenas son procesados. Un Juez intima a los indígenas a desalojar las
tierras y llevarse todas sus pertenencias en un plazo perentorio y bajo apercibimiento
de ser desalojados por la fuerza pública. Los indígenas apelan y pierden la apelación.
Devueltas las actuaciones al juzgado federal de Zapala, el Sr. Defensor General de
la Nación: Dr. Nicolás Becerra en el año 1996 asume la defensa del lonko Salazar y
otros, conjuntamente con la Defensora Oficial en ese tribunal oral Federal interpo-
niendo un Recurso de Casación dónde se expide a favor de los dirigentes dejando
sentado un precedente fundamental a favor de los Derechos Indígenas.
No obstante dicha presentación, la justicia falla en contra de los indígenas ratifi-
cando los cargos de usurpadores de tierras y hostigamiento.
Los dirigentes de la Confederación Mapuche Neuquina recurren a diferentes orga-
nismos de derechos humanos solicitando adhesión y ayuda ante una respuesta del
Estado Provincial considerada por ellos violatoria de su NOR FELEAL (Derecho
Consuetudinario Mapuche) apoyado en el Derecho Humano Internacional y leyes y
tratados internacionales que son ratificados por el Estado Nacional y contemplados
en la última Reforma de la Constitución Nacional.
Los organismos de Derechos Humanos, APDH de Neuquén los apoyan
proveyéndoles asesoramiento y defensa jurídica.
Por otro lado los mapuches recurren a la ayuda internacional; en el verano de 1997
un Comité de Observadores Internacionales recorre el lugar acompañados por el Sr.
Pérez Esquivel y tras una intensa investigación dejan una serie de recomendaciones a
la Cámara de Diputados del Congreso de la Nación, pidiendo investigación y garan-
tías de cumplimiento de los estatutos de la CIP.
En la actualidad, el conflicto sigue vigente. Las familias mapuches siguen deman-

372
Las demandas judiciales de los pueblos indígenas: «El caso Pulmari»

dando sus derechos y el estado sigue otorgando concesiones de tierras a empresarios


privados legitimando el despojo, criminalizando las protestas y desconociendo trata-
dos internacionales ratificados por el Estado Argentino como el convenio 169 de la
OIT, incorporado a nuestro derecho interno por ley 24.071.

Desarrollo
En relación con los pueblos indígenas las políticas impulsadas por el Estado Nacional
han sido claras a lo largo de la historia y se han visto plasmadas en su Derecho Constitu-
cional. La Constitución de 1853 en el artículo 67 inciso 15 establecía en referencia a las
atribuciones del Congreso: «Proveer a la seguridad de las fronteras; conservar el trato
pacífico con los indios, y promover la conversión de ellos al catolicismo». De acuerdo con
este artículo el criterio subyacente, tenía tres propósitos fundamentales:

§ El conservar un sistema tratadista que permitiera llevar una paz duradera con
aquellos a los que se veía como un cuerpo distinto al proyecto nacional en curso.
§ El etnocidio, a través de la premisa de que los indios debían ser asimilados y
reducidos por la Nación, a través de su conversión al catolicismo, principal
forma de aculturación.
§ Por último se perseguía llevar seguridad a la frontera, línea móvil y compleja pero
sin duda el límite entre el nosotros y el ellos. De acuerdo con éste criterio se lleva
a cabo la Conquista del Desierto dando al tema de la seguridad de las fronteras
(subyacente a ella está la lucha por la posesión de las tierras) una solución militar.

Todo éste discurso asimilacionista siguiendo a Slavsky (1992) se mantuvo vigen-


te hasta después de la última dictadura militar.
A partir de l984, con el retorno de los gobiernos democráticos, entra en escena un
nuevo discurso más pluralista; se sancionan diversas leyes nacionales y provinciales
en relación con los Pueblos Originarios, proceso que desemboca en la Reforma Cons-
titucional de 1994 dónde queda de manifiesto la decisión por parte del Estado Argen-
tino de iniciar una nueva relación con los Pueblos Originarios basada en el respeto y
el reconocimiento multicultural tal como lo manifiesta en el artículo 75 inciso 17:

«Reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos. Ga-


rantizar el respeto a su identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural:
reconocer la personería jurídica de sus comunidades, y la posesión y propiedad comu-
nitarias de las tierras que incondicionalmente ocupan; y regular la entrega de otras
aptas y suficientes para el desarrollo humano; ninguna de ellas será enajenable, trans-
misible ni susceptible de gravámenes o embargos. Asegurar su participación en la
gestión referida a sus recursos naturales y a los demás intereses que los afecten. Las
provincias pueden ejercer concurrentemente estas atribuciones».

De acuerdo con Laura Ramos:

373
Virginia Claudia Peña

«Con la reforma de 1994 la República Argentina adhiere a la corriente reformista


latinoamericana que incorpora a sus cartas fundamentales un nuevo modelo estatal; la
democracia plural. En este sentido se autodefine como una nación pluriètnica y
multicultural, reconociendo a los Pueblos Indígenas como interlocutores legítimos, a la
vez que les garantiza relaciones interétnicas en paridad de condiciones».

En consecuencia, esta modificación de la Carta Constitucional implica el estableci-


miento de nuevas políticas por parte del Estado en relación con los Pueblos Originarios.
Siguiendo la lectura de Laura Ramos el Estado-Nación tradicional identifica a su
pueblo real, con aquél capaz de desarrollar una economía viable, una tecnología, una
organización estatal y una fuerza militar y con ese fin sus administradores monopoli-
zan y centralizan la regulación del orden social bajo su jurisdicción, a la vez que
dicen representar a un pueblo culturalmente homogéneo, cuestión esta que queda
garantizada con la construcción del ciudadano bajo la consigna suprema de la igual-
dad formal ante la ley y la doctrina de los derechos individuales en oposición a los
derechos colectivos como opción única (Derecho positivo). Para los pueblos Origina-
rios el plan es la integración, la negación o el exterminio.
El modelo de Estado Plural requiere de una política que respete no sólo la convi-
vencia de una pluralidad de pueblos y culturas bajo una misma jurisdicción estatal,
sino que admita y promueva la descentralización relativa del poder público también.
Tal descentralización implica, por un lado el resquebrajamiento del monopolio esta-
tal de la violencia legítima (poder de castigar) y de la regulación de la totalidad de las
relaciones sociales (poder disciplinador). Por otro lado, una redistribución del «poder
decidir» sobre el destino del bien común.
En consecuencia se requiere de una reforma del Estado que transite de un Estado
homogeneizador, que monopoliza una visión unívoca de la realidad a un Estado
Plural que considere todas las voces a la hora de tomar decisiones generales y que a la
vez ceda parte del poder jurisdiccional central.
El caso Pulmarí en relación al desarrollo precedente, adquiere suma relevancia por
las circunstancias políticas y legales que se fueron desencadenando a lo largo del
mismo, circunstancias que pusieron de manifiesto las tensiones que la última Reforma
Constitucional despertó entre los funcionarios que tienen que llevar adelante las
nuevas políticas que emanan de las nuevas legislaciones. Tensiones que desemboca-
ron en un conflicto de legalidades entre la justicia federal que procesa a dirigentes
mapuche bajo los cargos de usurpadores de tierras haciendo caso omiso de las últimas
reformas legales y el Defensor General de la Nación quién asume él mismo la defensa
del representante de la Confederación Mapuche Neuquina: el lonko Antonio Salazar
y presenta un Recurso de Casación en relación al pronunciamiento del tribunal oral
dejando sentado un precedente: «y el Derecho de los aborígenes es derecho positivo
porque está en la Constitución Nacional» (Becerra, 1997).
De acuerdo con Juan Carlos Radovich:

«Evidentemente, la acción del Defensor Nacional constituyó un «leading case» dado que
era la primera vez que se planteaba el reconocimiento de los derechos indígenas desde
la reforma constitucional para un caso específico».

374
Las demandas judiciales de los pueblos indígenas: «El caso Pulmari»

Este suceso denota una quiebra entre las reformas judiciales que avalan la preexis-
tencia cultural y étnica de los pueblos indígenas y su derecho a la autodeterminación y
el accionar judicial ante situaciones reivindicativas concretas (poder disciplinador) por
más que éstas se apoyan en leyes nacionales que a su vez ratifican leyes internacionales.
En este caso es claro que los mapuche apelan a un derecho consuetudinario reconoci-
do en la Carta Constitucional, (preexistencia étnica y cultural) que el Defensor reconoce
y trata de instaurar la posibilidad de contemplar en la justicia penal el tema de la Diversi-
dad Cultural y que ambos se enfrentan con un grupo de funcionarios tanto de la justicia
federal como provincial que imbuidos de las ideas propias del Derecho Positivo (igualdad
de las personas ante la ley) no incorporan en su administración de justicia las reformas
constitucionales apelando a vericuetos legales (el artículo de la Constitución no está
reglamentado) y de esta manera abortan la posibilidad de instaurar la posibilidad de la
Diversidad Cultural en el Derecho. El propio Becerra, rescata la relevancia de su interven-
ción en una Conferencia dónde adhiere al reclamo mapuche de que sean respetados sus
derechos ancestrales y que rija la pluralidad en la administración de justicia:

«En realidad, no sólo ha sido una preocupación personal, sino que se ha manifestado como un
problema institucional que fue el eje principal de trabajo en la primera causa en la que tuve
intervención directa como Defensor General de la Nación. Se trató de un recurso de Casación, en
un proceso que se siguió en la provincia de Neuquén a miembros de una comunidad indígena por
el delito de usurpación. Esta inquietud tuvo, incluso favorable acogida en dos anteproyectos de ley
vinculados con la cuestión indígena y que fueron analizados en comisiones especiales en el ámbito
del Ministerio De Justicia … Sin embargo, es a partir de esta década cuando aparece una nueva
corriente, llamada «pluralista» cuya máxima es el respeto a la diversidad cultural. Esto significa,
principalmente crear un modelo constitucional pluralista que legitime los sistemas indígenas,
modificando el carácter etnocéntrico de derecho al otorgar reconocimiento a su derecho consue-
tudinario, siempre dentro del marco del respeto a los derechos y garantías fundamentales. De
esta manera, no sólo se busca la descriminalización de ciertas prácticas culturales, sino también
diluir el monopolio cultural como fuente de orientación jurídica…».

Con respecto a la medida tomada por los jueces al procesar a los dirigentes mapuches
en los cargos de usurpadores de tierras hace mención a que es una decisión absoluta-
mente valorativa y que el derecho en relación con la costumbre va variando con el
transcurso del tiempo, por ello afirma que el Derecho Penal es un producto cultural.

«La cuestión de la diversidad cultural, adquiere importancia institucional cuando se la


analiza en relación al poder penal del Estado, un poder de inigualable magnitud que
refleja la manifestación de la violencia legítima de mayor trascendencia. El derecho que
lo regula está basado en las decisiones de política criminal asumidas y que son absolu-
tamente permeables a las valoraciones. Se valora cuando se tipifican determinadas
acciones como delitos, cuando se investiga y cuando se advierte que no toda conducta
ilícita ingresa al sistema penal».

Como consecuencia sobreviene un conflicto de legalidades ya que el derecho posi-


tivo en el caso de la propiedad de las tierras, legisla para el sujeto individual garantizan-
do sus derechos individuales y el derecho consuetudinario mapuche en lo referente al

375
Virginia Claudia Peña

«territorio», plantea la propiedad comunitaria de las mismas e interpela al Estado Ar-


gentino a contemplar el derecho colectivo para efectivizar este Estado multicultural.
Detrás de la diferencia se esconde otro conflicto, el tema de la soberanía del estado con
respecto al territorio y la reivindicación de autonomía de las comunidades indígenas al
interior de las mismas. Conflicto que apareció en la prensa neuquina del momento confun-
diendo a la opinión pública (Lizarraga, 1995). Dónde el contador de la CIP y querellante
contra la COM los acusa de querer formar un estado aparte del Estado Argentino.
Díaz Polanco lo explicita claramente al explicar que tras la reivindicación del
derecho indígena, subyace la idea (para otros el fantasma) de la autonomía, el derecho
a la libre determinación. En términos de Díaz Polanco «es el más poderoso reclamo de
respeto a la diversidad en América Latina».
Para este autor al mismo tiempo que surge la demanda de autonomía, en el plano
político- ideológico se levanta un obstáculo formidable para la realización de este
derecho. El afianzamiento en la región del pensamiento liberal no pluralista y su
consecuencia: la negación de la autodeterminación como un atributo de los pueblos.
El pensamiento liberal no pluralista no es el único adversario político al que se enfren-
ta el programa autonomista. Se enfrenta al mismo tiempo con las tendencias agrupadas en
el relativismo absoluto responsable del surgimiento de esencialismos etnicistas. Tanto
uno como el otro funcionan como dos caras de la misma moneda dónde ambos enfoques
se refuerzan y cada uno de ellos da pié a las argumentaciones del otro.
Le interesa subrayar que todo ello dificulta la reflexión racional en torno a la
diversidad y la autonomía e induce posiciones reactivas que se refuerzan a partir de
evaluaciones equivocadas.
Del lado liberal se consolidan las tendencias que rechazan la pluralidad como
fundamento del régimen democrático por construir y se regresa con más fuerza a los
planteamientos integracionistas. El principal error consiste en identificar la propues-
ta de autonomía con una versión relativista que parte del supuesto moral de la supe-
rioridad ética de la civilización india.
Del lado autonomista, se favorecen las inclinaciones a atrincherarse en los valores
tradicionales adversos al diálogo intercultural, al tiempo que se erosiona la sustancia
nacional de la propuesta de autonomía y, por consiguiente, se la reduce a una salida
sólo para los indios que supuestamente puede lograrse sin transformaciones sustan-
ciales del Estado Nación. De esta manera la propuesta de autonomía como puente,
diálogo y búsqueda de acuerdo democrático queda debilitada.
Para el autor el primer requisito para iniciar un proceso autonómico es la disposi-
ción al diálogo y la cooperación entre las culturas. En consecuencia el relativismo es
un considerable adversario de la autonomía. A partir de la convicción de que no
existen criterios de evaluación universales en materia moral o epistémica pasa a sos-
tener que no es posible evaluar una cultura a partir de los valores o estándares de otro,
sino que es impracticable construir normas transculturales que permitan la compren-
sión mutua y el establecimiento de puentes entre sistemas culturales diferentes. La
tesis del relativismo no abona la pluralidad sino el atrincheramiento cultural. Y en
este terreno espinoso no puede florecer la autonomía.

376
Las demandas judiciales de los pueblos indígenas: «El caso Pulmari»

Desde el punto de vista del otro adversario de la diversidad, «la teoría liberal» que
prioriza los derechos individuales sobre los culturales es el llamado liberalismo igua-
litario de Rawls de los cuales se rescatan algunos elementos básicos:
La libertad es un valor sustantivo, mientras que la igualdad es un valor adjetivo, la
igualdad no es valiosa sino se predica de alguna situación o propiedad que es en sí
mismo valiosa. Lo que en sí mismo es valioso son los valores individuales.
Sólo los individuos son personas morales. Las personas colectivas no son perso-
nas morales. Se busca invalidar cualquier pretensión de asignarle valor ético a la
comunidad con la intención de ponerla por encima del individuo.
Lo anterior se refuerza con el tercer elemento del sistema: el individualismo ético.
Los individuos valen más que los grupos a los que pertenecen. Los grupos no adquie-
ren la calidad de persona moral por lo mismo las culturas no tienen ningún valor
moral que permita absolutizarlas o idealizarlas.
Los argumentos liberales en torno al imperativo de respetar los derechos funda-
mentales son atendibles, pero el punto es cómo hacerlos compatibles con los derechos
colectivos, como ver a los derechos individuales y colectivos como complementarios
y mutuamente dependientes.
En el proceso histórico de su constitución, la condición humana deviene a un
tiempo colectividad e individualidad. Con igual firmeza hay que sostener tanto los
derechos culturales como los individuales explorando lo que hay en realidad de
particular tanto en uno derechos como en otros.
Para comprender los sucesos de Pulmarí desde el inicio hasta el presente los apor-
tes de Giorgio Agamben (1998) resultan fundamentales en tanto clarifica que el térmi-
no pueblo (única denominación aceptada para los pueblos indígenas por los tratados
internacionales) siempre indica también a los pobres, los desheredados, los excluidos
«un mismo término designa tanto al sujeto político constitutivo como a la clase que
de hecho sino de derecho, está excluida de la política». Pueblo es un concepto polar
que implica un doble movimiento y una compleja relación entre dos extremos. La
constitución de la especie humana en un cuerpo político se realiza a través de una
separación fundamental y en el concepto pueblo se pueden reconocer las parejas
categoriales que definen la estructura política tradicional: «nuda vida» (pueblo) y
«existencia política» (Pueblo). El pueblo lleva consigo la fractura biopolítica funda-
mental. Es lo que no puede ser incluido en el todo del que forma parte y lo que no
puede ser incluido en el conjunto de lo que está incluido siempre. De aquí las contra-
dicciones cada vez que es evocado y puesto en juego en la escena de la política.
Es aquello que ya existe siempre y que, sin embargo, debe aún realizarse; es la fuente
pura de toda identidad pero que debe redefinirse y purificarse permanentemente por me-
dio de la exclusión, la lengua, la sangre o el territorio. O bien, en el polo opuesto, es lo que
se falta por esencia a sí mismo y cuya realización coincide, por eso, con la propia aboli-
ción; es lo que para ser, debe proceder, por medio de su opuesto, a la negación de sí mismo.
Para Agamben si el pueblo contiene en su interior la fractura biopolítica central,
esto nos posibilita realizar de otra manera la lectura de algunos hechos políticos
contemporáneos. La lucha entre los dos pueblos ha existido desde siempre, pero
contemporáneamente se ha acelerado.

377
Virginia Claudia Peña

En otra perspectiva para Agamben nuestro tiempo no consiste en el intento de


colmar la escisión radical que divide al pueblo y de poner término de forma radical a
la existencia de un pueblo de excluidos.
En este intento si coinciden los países industrializados de producir un pueblo
único, no divisible. Es la obsesión del desarrollo que coincide con el proyecto
biopolítico de producir un pueblo sin fractura transformando en nuda vida a todas las
poblaciones del Tercer Mundo dónde los pueblos originarios serían denominados por
Claudia Briones (1998) «el cuarto mundo».
Desde otras perspectivas, resulta más comprensible que pese a los intentos de las
organizaciones mapuches de reivindicarse como colectivos políticos y legalizar sus
demandas; -pasada ya una década- el conflicto Pulmarí sigue vigente, el pueblo
mapuche atropellado y la mira codiciosa de los países industrializados puesta en ese
territorio tratando de reducir a ese pueblo al estado de vida desnuda, con la complici-
dad de la justicia y de algunos de los funcionarios de turno, aplicando una legalidad
que no contempla el derecho colectivo ni la diversidad cultural.

Conclusión
Los tratados internacionales que avalan los derechos de los pueblos indígenas han
sido incorporados a las reformas constitucionales de los países latinoamericanos. Parale-
lamente los Estados van adquiriendo un nuevo perfil en esta nueva coyuntura política
mundial redefiniendo sus atribuciones y delegando funciones; etapa que también coinci-
de con demandas indígenas y con mayor participación de sus líderes en foros y organis-
mos internacionales que terminan haciendo presión en sus propios Estados Nacionales.
Sin embargo, estos avances en los tratados internacionales y su incorporación a las
cartas constitucionales parecieran ser la reaparición de nuevos espejitos de colores a
intercambiar, puesto que sus derechos continúan siendo avasallados y las leyes se consti-
tuyen en nuevas ficciones que no avalan sus reclamos. El conflicto de legalidades queda
planteado en la opción de aplicar un derecho individual o un derecho colectivo. ¿Se trata
de una opción política? ¿Se trata de mayor comprensión de las personas que administran
justicia, que no todos los sujetos son tan iguales ante la ley y que es necesario contemplar
las diversidades culturales? Son muchas las preguntas las que nos hacemos y hasta ahora
en los casos que se van planteando seguimos buscando las respuestas.

Nota
1
IMADR LATIN AMERICAN BASE REPORT OF ACTIVITIES 2001.
http/www.imadr.org/regional /la.acta.reportSpanish2001html

Referencias Bibliográficas
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Las demandas judiciales de los pueblos indígenas: «El caso Pulmari»

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BRIONES, C. 1998 La alteridad del Cuarto Mundo. Una Deconstrucción Antropológica de
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en la Argentina. En RADOVICH, J. y A. BALAZOTE (comps.) La problemática indí-
gena. Cedal. Buenos Aires.

379
380
La educación intercultural bilingüe y su relación con un
nuevo soporte documental: la web
María Victoria Fernández
Centro de Investigaciones Precolombinas
Contacto: mvicfernandez@gmail.com

Introducción
El tema que presentamos es una primera aproximación al nuevo patrón de produc-
ción y difusión de conocimientos de la sociedad actual como es «la web», a través de
una problemática: la «Educación Intercultural Bilingüe» (EBI en adelante) en la
región amazónica.
Nuestro aporte al Seminario Magistral «Las Sociedades de los paisajes semiáridos
y áridos del Centro-Oeste Argentino», VII Jornadas de Investigadores en Arqueología
y Etnohistoria del Centro Oeste del País, consiste en reseñar algunos trabajos y docu-
mentos que se encuentran en internet en relación con la EBI, ya que, éstos hacen
hincapié en la educación que deben desarrollar los pueblos originarios.
De aquí planteamos la siguiente cuestión: ¿La EBI es una nueva forma de re-
conquistar un espacio en la Amazonía Peruana? Nosotros pensamos que las políticas
relacionadas con la EBI son una forma de «re-colonización» de las comunidades
indígenas, en pos de asimilar al otro cultural a la sociedad blanca.
A continuación, en primer lugar, haremos una referencia a dos tipos de documen-
tos, aquellos que buscamos en internet y los que encontramos en el archivo. En segun-
do lugar, abordaremos la cuestión con «fuentes extraídas de la web».

Los «repositorios» cambian


El documento histórico es aquel puede proporcionarnos, tras su interpretación,
algún conocimiento sobre el pasado humano. Abarca amplios vestigios orales y escri-
tos, arqueológicos, plásticos. Por lo tanto, es una huella que el hombre ha dejado y
que examinada convenientemente puede decirnos algo.
El documento electrónico se ajusta a la definición de documento moderno

381
María Victoria Fernández

«Son aquellos que comprenden el aspecto visual o el aspecto sonoro o bien estos dos
aspectos integrados. Pero que además utilizan o (están trabajados) sobre material
sensible y fotosensible, tienen un registro óptico electrónico o electromagnético»
(www.derin.uninet.etu/cgibin/derin/vertrabajo)

David Molina Rabadán y Jesús Fernández García (www.cibersocidad.net), argu-


mentan que, como consecuencia de la revolución de las comunicaciones, nuestra
visión del mundo y las categorías con que lo analizamos, sufrirían una alteración por
el avance tecnológico.
El origen de internet se remonta a la década de 1970 en el ámbito de defensa
estadounidense, se desarrolló y se afianza hacia 1980, y en la década de 1990 se
adoptó su uso en forma masiva.
La etapa de transición entre la era industrial y la postindustrial o era de la informa-
ción fue algo tan discutido, que no nos estamos dando cuenta de que estamos pasando
a la postinformación. La era industrial nos dejó el concepto de la producción en masa
con economías basadas en una producción con métodos uniformes y repetitivos en
cualquier espacio y tiempo dado. La era de las computadoras, nos mostró una misma
economía pero con menor énfasis en el espacio y el tiempo. Nos permite movernos por
diferentes archivos, como si estuviéramos trabajando con tres máquinas distintas en un
mismo tiempo y espacio (Negroponte, 1996).
En la web aparecen un amplio número de enlaces sobre el tema EBI. La dificultad
que encontramos es que, a veces, ese material no es idóneo. Pero uno de los aspectos
del trabajo del investigador es hacer su exploración atendiendo a un criterio de selec-
ción. La ventaja es el acceso al corpus documental y bibliográfico de manera rápida;
y a bases de datos informatizadas. Esto es una herramienta conveniente y práctica,
que no va en detrimento de los soportes tradicionales.
Según Perrone (1998) al aparecer internet surgió un nuevo tipo de publicaciones
científicas. La diferencia principal es que no proviene de un soporte papel sino de uno
electrónico, que se transmite mediante cables telefónicos o de ondas satelitales. Por lo
tanto estamos utilizando tiempos y espacios virtuales relativos y característicos de la
postmodernidad. El manejo de internet parece reflotar una sensación de ir siempre
para adelante. La tecnología es un mundo en movimiento y quien no se halle en el
mismo lugar, retrocene (Adaszko, 1998; Piscitelli, 1988).
La web es heterogénea y un gran hipertexto que no tiene fin, porque un «link» nos
lleva a otro y así sucesivamente, por eso hay que ser cuidadosos cuando analizamos
este tipo de documentación

«Son tan tecnológicas las opciones tradicionales de formalizar el conocimiento y com-


partirlo, segmentarlo, atesorarlo o diseminarlo, (como el lápiz y el papel) como lo son
las tecnologías sofisticadas de la computación y la Internet» (Piscitelli, 2005).

La evidencia que presentamos sobre la EBI proviene de una fuente no tradicional,


y todas las páginas analizadas pertenecen a sitios de organizaciones que tienen con el

382
La educación intercultural bilingüe y su relación con un nuevo soporte documental: la web

tema y la problemática planteada sobre aquella, como a continuación se detalla.

Educación Bilingüe Intercultural en Amazonía Peruana


El «Programa de Formación de Maestros Bilingües de la Amazonía Peruana»
(FORMABIAP), inició sus actividades en 1988 como especialidad en Educación Pri-
maria Intercultural Bilingüe del Instituto Superior Pedagógico Público «Loreto»
(ISPPL), en el marco de un convenio firmado entre la Asociación Interétnica de Desa-
rrollo de la Selva Peruana (AIDESEP) y El Ministerio de Educación. El mismo fue
aprobado mediante la Resolución Ministerial Nº 364-88-ED, ratificado con otra que
lleva el Nº 389-2000-ED. En el futuro

«[...] FORMABIAP se proyecta como una institución gestionada por las organizaciones
indígenas amazónicas que brinda servicios orientados a la formación de recursos hu-
manos capaces de liderar propuestas educativas innovadoras y de desarrollo sosteni-
ble, sustentadas en el reconocimiento de los derechos colectivos de los pueblos indíge-
nas, enraizadas en su herencia cultural, recogiendo los aportes de otras culturas y
promoviendo la valoración positiva de la diversidad» (www.aulaintercultural.org/article).

Antes de crearse la AIDESEP los pueblos indígenas tenían una organización tradi-
cional propia acorde con sus condiciones de desarrollo. La centralización de dicha orga-
nización se inició con la orientación de grupos religiosos tanto católicos como evangéli-
cos. El contexto político de la década de 1970 fue propicio para que las comunidades
nativas se agruparan. Esto estaba en estrecha relación con los procesos sociales a los que
apuntaba la globalización. Es así que, en 1979, se conformó la Coordinadora de Comuni-
dades Nativas de la Selva Peruana, que en 1980 se pasó a llamar AIDESEP y es

«[...] una organización nacional y estamos presididos por un Consejo Nacional que se
asienta en 6 organismos descentralizados ubicados en el norte, centro y sur del país.
Tiene 57 federaciones y organizaciones territoriales, que representan a las 1,350 comu-
nidades donde viven 350,000 hombres y mujeres indígenas, agrupados en 16 familias
lingüísticas» (www.aidesep.org.pe).

La DINEBI (Dirección Nacional de Educación Bilingüe) es un órgano de línea del


Viceministerio de Gestión Pedagógica que diseña e implementa conjuntamente con
las organizaciones indígenas y otras instituciones, modelos de Educación Bilingüe
Intercultural (EBI en adelante). Entre sus objetivos el más importante es «Incorporar
la interculturalidad en el sistema educativo peruano» (www.minedu.gob.pe/denebi).
Entre las características principales de la EBI podemos mencionar: la incorpora-
ción a la práctica pedagógica de valores sociolinguüísticos culturales de los pueblos
nativos; recuperación y valoración de la cultura y la identidad como base del desarro-
llo integral de la persona; la consolidación en el uso de las distintas lenguas autóctonas
como canales de expresión, desarrollo cultural y autoafirmación; la vinculación de la
cultura ancestral con otras culturas, logrando un proceso dinámico de interculturalidad;

383
María Victoria Fernández

garantizar el aprendizaje de la lengua materna y del castellano como segunda lengua;


la determinación de los docentes de dominar la lengua originaria como el español; la
participación de todos los miembros de las comunidades nativas en la formulación y
ejecución de programas de educación con el fin de formar equipos de trabajo capaces
de llevar a cabo la gestión de aquellos; la preservación de las lenguas de los pueblos
indígenas promoviendo su desarrollo y práctica; la incorporación de la historia de
esos pueblos (www.lexnoba.absysnet.com/tema/tema53)

Las políticas lingüísticas


Mientras no se asuma como una cuestión de Estado la política lingüística, sólo se
reduce a una manera de tratar las lenguas minoritarias por el gobierno que detente el poder.
A continuación haremos una breve descripción de las políticas que se llevaron a
cabo en relación con el ámbito lingüístico.

El convenio con el Instituto Lingüístico de Verano (1950-1970)


El Estado peruano con el afán de llevar a cabo una política de integración de la
amazonía, encargó al Instituto Lingüístico de Verano (ILV) la «castellanización y
cristianización» de la población. Hacia 1953, las escuelas bilingües comenzaron a funcio-
nar y los maestros eran personas de la comunidad que tenían algún conocimiento del
castellano. Éstos eran capacitados durante los tres meses de verano. Durante ese tiempo
finalizaban sus estudios primarios y secundarios y se entrenaban en el uso del material
producido por el ILV (www.members.tripod.compe/nilavigil/politicas-ling-am).

Gobierno revolucionario de las fuerzas armadas


El gobierno militar del Gral. Juan Velazco Alvarado (1968-1975) tenía como
objetivo la creación de un nuevo orden socioeconómico, debido a lo cual la educa-
ción formaba parte de las reformas, ya que, el mismo aspiraba a despertar conciencia
crítica en los docentes. Por lo tanto, se creó la Ley General de Educación 19326 y la
Política Nacional de Educación Bilingüe que proponía introducir en la enseñanza
aspectos de la cultura indígena, a partir de sus formas tradicionales como organiza-
ción social, conformación familiar, artesanías (www.lanic.utexas.edu)
La puesta en marcha de esa política se puso de manifiesto en la «Mesa Redonda
sobre el Monolingüismo Quecha y Aymara y la educación en el Perú» (1963). Entre
los problemas que se enumeraron allí, podemos mencionar: el país es plurilingüe con
alta proporción de hablantes de la lengua nativa que tienen algún conocimiento de la
oficial o directamente la desconocen. No existe una lengua común que permita la
comunicación homogénea territorialmente hablando. Existe confusión en los térmi-
nos castellanización y alfabetización, se los incluye en un mismo proceso. La instruc-
ción de los hablantes nativos exige textos y metodología específicos porque la ense-
ñanza de la lengua materna no es equivalente a la de una segunda lengua. La educa-
ción oficial impone una sola lengua como si todos los educandos fueran hispano
hablantes.

384
La educación intercultural bilingüe y su relación con un nuevo soporte documental: la web

La Ley 19326 incorporó la educación bilingüe al sistema educativo y reconoció


lo lingüístico y lo cultural

«[...] la educación bilingüe se dirigirá a evitar la imposición de un modelo exclusivo de


cultura y a propiciar la revalorización dinámica de la pluralidad cultural en términos de
igualdad» (www.members.tripod.compe/nilavigil/politicas-ling-am).

Programas desarrollados por las ONG (Organizaciones no guberna-


mentales)
Entre los años 1970 y 1980, en Perú, hubo proyectos de Educación Bilingüe que
proponían una formación orientada hacia el pluralismo cultural y la construcción de
una sociedad que aceptara la diversidad cultural y lingüística.
Existen programas que asesoraron y capacitaron docentes. Los elaborados por el
CAAP y el PEBIAN produjeron materiales y alfabetos distintos a los del ILV y adap-
taron el currículum oficial de primara. Vale aclarar que el PEBIAN también trabajó en
el nivel secundario (www.members.tripod.compe/nilavigil/politicas-ling-am).
Cada una de las políticas, para nosotros, es una «re-colonización» porque aspira a
integrar al indio al Estado-Nación, a través del discurso del desarrollo y la
interculturalidad como veremos en el acápite siguiente.

Desarrollo e interculturalidad
El discurso del desarrollo es una forma de intervención social que operó desde
mediados del siglo XX en Latinoamérica, y luego se lo relacionó con el crecimiento
económico y con la formulación de políticas atinentes a un proyecto de expansión
que, permitieran satisfacer las necesidades de la sociedad, las cuales, no son sólo
económicas, si no también culturales, e incluyen una creciente intervención de nue-
vos campos de conocimiento, como por ejemplo, la antropología, que en los últimos
años, contribuyó al análisis de proyectos de desarrollo en diversos campos (salud,
educación, economía, sociedad, entre otros). Los mismos fueron aplicados por orga-
nismos internacionales, públicos, privados, organizaciones no gubernamentales.
Este término cuya primera apreciación nos remite a problemáticas económicas, se
encuentra relacionado con el de interculturalidad, que es el concepto con que los
técnicos del Banco Mundial denominan la relación entre las sociedades nacionales y
las etnias indígenas (Rocchietti et al., 2005).
La política educativa de los distintos países de Latinoamérica y la del Perú, en
particular, es digitada por el Banco Mundial. Enmarcada en esta idea, se ha hablado
de educación para los pueblos indígenas y se ha diseñado una propuesta de EBI con
las recomendaciones y asesoría técnica de la citada institución, donde se postula, que
los niños nativos aprendan en su lengua los contenidos básicos generales estipulados
para todos los niños no indígenas, queriendo unificar y estandarizar las lenguas me-
nos dominantes a los fines de la enseñanza y además, homogeneizar las prácticas
pedagógicas orientadas a alumnos cuyo dialecto materno no es el castellano. Su

385
María Victoria Fernández

objetivo es lograr mejores aprendizajes y que éstos se desarrollen en todos los niños
en un mismo nivel educativo. Por lo tanto, el uso de una lengua no es el interés
primordial de las políticas educativas del Banco Mundial ni del Estado peruano
(www.nilavigil.wordpress.com).
No obstante, la interculturalidad no es un concepto privativo del ámbito de la
educación

«La interculturalidad es una dimensión que no se limita al campo de la educación, sino


que se encuentra presente en las relaciones humanas en general como alternativa frente
al autoritarismo, el dogmatismo y el etnocentrismo (Heise et al., 1994:5).
Esta definición es más amplia y se encuentra en oposición a los intentos de
homogeneización que se pretende implementar en el Perú, a través de «un modelo
cultural unitario, urbano y castellanohablante» (Heise et al., 1994:5).

Nosotros pensamos que la EBI a través de la implementación de distintas políticas


y programas, penetran solapadamente en el interior de las comunidades, tratando de
asimilarlas al sistema hegemónico.

Conclusiones
En este trabajo presentamos una primera aproximación al tema de la EBI. Todo lo
referente a éste se basa en documentos bajados de Internet, que es una herramienta
novedosa para los investigadores en ciencias sociales.
Los extractos de los documentos presentados proceden de un soporte no tradicio-
nal, Internet. Nosotros nos proponemos trabajar con esa nueva tecnología y en conse-
cuencia afirmamos que la era digital regulará varios espacios en el siglo XXI. Uno de
esos lugares será el archivo.
Pensamos que la era digital, regulará varios espacios en el siglo XXI. Uno de esos
lugares, es el archivo, donde muchos investigadores trabajan actualmente.

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La educación intercultural bilingüe y su relación con un nuevo soporte documental: la web

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www.aulaintercultural.org/article
www.aidesep.org.pe
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http://members.tripod.compe/nilavigil/politicas-ling-am.html
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http://nilavigil.wordpress.com

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