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Se recuerda el año 1450 por uno de los avances tecnológicos más importantes de la
civilización humana: el invento de Johannes Gutenberg de una imprenta portátil en la
ciudad alemana de Mainz. Sin ella, es inconcebible que el siguiente acontecimiento más
importante del período, el desafío reformista de Martín Lutero a la Iglesia Católica
Romana en 1517, hubiese despegado con la misma velocidad dramática y el mismo
efecto. Ambos acontecimientos, que cambiaron una época, iban a tener enormes
consecuencias en la diseminación y la transformación de la música.
El nuevo estilo trajo como consecuencia que se diera a la música polifónica el carácter de
un juego acrobático de la inteligencia. Se exageró el valor matemático de las normas de la
música medida y llegó a entendérsela exclusivamente como una ciencia en la que se
combinaban las diversas duraciones de las notas. Los compositores eran muchas veces
más sabios que artistas y no se tomaba muy en cuenta siempre la música como medio
expresivo de las emociones y sentimientos humanos.
Las obras polifónicas adoptaron así las formas más curiosas y sutiles. Unas veces, la
melodía fue “imitada” empezando la frase por el fin y retrocediendo hasta el principio
(regla del cangrejo); otras veces la melodía era reproducida invirtiéndose los intervalos,
como cuando se refleja una imagen (espejo); otras veces la imitación se hacía con las
mismas notas pero con valores reproducidos; otras veces con valores aumentados. En
medio de todas estas combinaciones -en las que los contrapuntistas flamencos fueron
extraordinariamente hábiles- los textos en muchos casos resultaban incomprensibles para
los oyentes.
Dada esta cualidad muy frecuente de la música polifónica, se comprende con facilidad el
que se atribuyera escasa importancia a la melodía que servía de tema para el desarrollo
de las imitaciones. Generalmente se adoptaba un canto popular cualquiera o una melodía
gregoriana que entonaba el tenor o cantus firmus, sobre la cual se construía el edificio
polifónico.
Por raro que nos parezca, el caso de los polifonistas flamencos posee una justificación, en
la medida en que su arte era la consecuencia de la fascinación que produjo desde varias
generaciones las diversas posibilidades de combinación de las melodías en el
contrapunto, combinación que por primera vez se ensayaba en la historia.
La escuela flamenca tiene la trascendencia de haber descubierto todos los recursos de la
polifonía (imitaciones, inversiones, réplicas, contrapunto doble) y el haber hecho posible el
arte posterior del desarrollo temático y de las variaciones en Bach, Haydn, Beethoven,
Brahms, Liszt e inclusive Schönberg y otros compositores del siglo XX. Vale decir
entonces que los polifonistas flamencos nos legaron el arte de extraer de un tema musical
dado todas las derivaciones, transformaciones y contraposiciones posibles.
Jacob Obrecht (c.1450-1505) se destaca dentro de esta escuela por un fuerte sentimiento
tonal y un gusto por la unidad, lograda gracias a la repetición de un mismo motivo, que
expone, variándolo en las diferentes voces.
Algunas de sus obras están escritas para un número variado de voces, que suelen llegar
hasta seis y se mueven dentro de un contrapunto imitativo de extrema fluidez. Estas
canciones muestran a veces un refinado sentido del humor, como es el caso de Adieu
mes amours, que es una elegante manera de recordar a su patrón, Luis XII de Francia,
que aún no se le ha pagado su sueldo (adiós, mis amores a menos que la paga del rey
venga más a menudo, dice el texto). Una de las creaciones más difundidas de Josquin es
El grillo, compuesta en el estilo de la frottola italiana, en la que cuenta que este insecto,
excelente cantor, debe subsistir sólo con una dieta de rocío.
La inmensa fama de josquin se proyectó durante todo el siglo XVI por medio de sus
discípulos directos (no muchos) y de quienes, sin tener un real contacto con él, sintieron la
fuerza poderosa de su potente creatividad. A causa de la vida cosmopolita de los músicos
renacentistas, el estilo de Josquin se difundió por gran parte de Europa, desde Portugal y
España hasta la Europa del este.
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Renacimiento
Historia III
Año 2018
Germán Bari