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DE LA OBSERVACIÓN A LA REPRESENTACIÓN

ÉDISON DUVÁN ÁVALOS FLOREZ1


duvanflo@yahoo.com

¿Es posible omitir el proceso de observación como génesis de la


representación? O planteada la misma pregunta de otra manera: ¿es
posible que escribamos sobre aquello que nunca ha sido percibido a través
de nuestros sentidos? En primera instancia, podríamos responder que sí es posible,
siempre y cuando tomemos como referente una imagen que cada uno de nosotros ha
construido en la intimidad más cerrada de su pensamiento. Así, si describiéramos, por
ejemplo, una figura inédita, original y extraña, una figura que solo existiera en nuestra
mente, estaríamos, entonces, representando mediante la escritura algo que no surgió a
partir de un proceso de observación de la realidad, sino que nació por sí mismo en la
profundidad de nuestro ser.

Pero, apenas planteamos esta hipótesis, nos damos cuenta de dos imposibilidades
que dejan en entredicho su validez.

La primera imposibilidad consiste en que quizás esa figura imaginada, a pesar de


los esfuerzos mentales que se le inviertan, no será tan inédita, ni tan original, ni tan
extraña como habíamos supuesto. No, en realidad esa figura presentará colores, formas,
volúmenes y texturas muy parecidos a los de la realidad, solo que dispuestos en un orden
diferente. De manera que al describirla no estaríamos hablando de algo que nació por sí
mismo de la profundidad del ser, sino que estaríamos, al fin de cuentas, representando
algo que evidentemente nació de un proceso de observación consistente en alterar el
orden establecido en la realidad.

La segunda imposibilidad consiste en que esa figura, independientemente de que


haya sido concebida sin ninguna influencia de la realidad exterior, tendrá que ser
sometida dentro de la mente a un proceso inevitable de observación para poder ser
representada. Es decir, habrá que aislarla en los terrenos de la imaginación para poder
contemplarla en cada uno de sus aspectos, y generar así las variables que luego
permitirán redactar la descripción. De este modo, la representación estará igualmente
marcada en su origen por un proceso de observación, solo que esta vez el proceso
invertirá el sentido de su dirección: ya no tendrá como propósito interiorizar la realidad
sino que se plegará sobre sí mismo para contemplar su propio rostro.

1 Estudiante de la Universidad Andina Simón Bolívar.


La conclusión, así, parece inevitable. No es posible realizar una representación de
algo que nunca ha sido percibido por nuestros sentidos: solo podemos representar
aquello que hemos sometido a un proceso de observación.

La situación resulta muy parecida a un fenómeno que se presenta en los ciegos


de nacimiento: ellos tampoco pueden ver en sus sueños porque su cerebro, al
desconocer esa experiencia sensorial, queda inhabilitado para construirla. Las
percepciones que experimentan en sus sueños están relacionadas con sonidos, olores,
sabores y texturas, es decir, solo pueden soñar aquello que han experimentado; cualquier
intento de ver obedecerá a la excitación de alguno de los sentidos que sí poseen. Del
mismo modo, nuestro cerebro solo puede representar aquello que ha percibido:
cualquier intento de representar lo que no ha percibido es en realidad una alteración de
lo ya percibido.

Pero ¿cómo entender, entonces, a la luz de esta conclusión las representaciones


de la literatura fantástica? ¿Es justo reducir a una mera alteración de la realidad, por
ejemplo, los bestiarios de Sendak y las tierras de Tolkien? Por supuesto, no. Lo único que
esta conclusión pretende afirmar es que las representaciones creadas por ambos autores
no tienen un origen per se, sino que son fruto de una observación que alteró la realidad:
cada bestia ofrece un nuevo orden de los animales ya inventariados; cada tierra ofrece
un nuevo orden de los paisajes ya descubiertos.

Ahora bien, ese nuevo orden dispuesto en la representación tiene tal originalidad
que es capaz de desprenderse de su modelo original, cobrar una existencia
independiente y sumergir al lector en la ilusión de estar viviendo otra vida. De hecho, al
analizar los componentes morfológicos de la palabra representación pareciera que el
prefijo re no indicara un efecto repetitivo en el que se vuelve a presentar lo ya observado.
No, más bien pareciera que ese prefijo en realidad indicara un efecto de intensidad, tal
como sucede, por ejemplo, con los verbos renegar, rellenar o remorder, donde el prefijo
no indica una repetición de la acción sino una ejecución intensa de la acción. En este
sentido, representar sería presentar con más fuerza, con más ahínco, con más potencia
lo que fue observado, hasta el punto de convertirlo en una nueva creación.

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