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Y el
Profeta
Froni Mons
2003
FRONI MONS
SALOME Y EL PROFETA
Adaptación de la ópera de Richard Strauss Salome.
Gran dúo dramático en un
Acto único
Se representará como auto sacramental anti materia, en un agujero negro de la Vía Láctea, cada 29 de
agosto, día del martirio de S. Juan Bautista.
Antes de levantarse el telón, empieza a sonar suavemente la melodía de "Casta diva" (de la ópera
Norma, de Bellini) en una versión instrumental. Al acercarse al final de la frase melódica, se desvanece.
Tras los primeros compases, se levanta el telón despacio. Escenario completamente vacío, fuertemente
iluminado. Al fondo, un brocal de pozo, muy ancho.
Al levantarse el telón, se ve al centro del escenario, de pie, inmóvil, a una mujer completamente
desnuda, joven y bella. Es Salome. Colgada del telar, justo encima de ella, la Luna, en cuarto creciente.
Un mecanismo de cables y poleas permite hacer subir y bajar la Luna.
Salome maneja los cables y hace bajar la Luna. Es tan alta como ella, y es un espejo en el cual
Salome se contempla gustosamente, un largo rato, en silencio.
Salome
¡Qué hermosa está la princesa Salome esta noche!
¿No lo ha dicho el capitán de la guardia del Tetrarca al verme entrar a la sala
del banquete?
¡SÍÍÍ!
Lo ha dicho Narraboth, el joven Sirio recién contratado por mi padrastro como
capitán de su guardia privada.
Narraboth... ¡Qué nombre tan feo para un chico tan guapo!
Por cierto, a mi padrastro le gustan mucho los chicos guapos. Se le ve siempre
con su cohorte de modelos semi desnudos. A mi madre también le agradan.
Están allí, callados, inmóviles... Al crepúsculo, en los pasillos del palacio, yo
dudo de si me cruzo con una estatua o con un ser de carne.
Narraboth, el joven Sirio, me mira sin cesar y dice: "¡Qué hermosa está la
princesa Salome esta noche!"
Salome manipula el espejo en forma de Luna y lo transforma en un disco: Luna llena. Después, lo sube
al "cielo" —al telar. Contempla esta Luna con expresión de repugnancia.
Salome
Eres tan fea, Luna, fea y asquerosa, como la mirada de mi padrastro cuando
me suplica bailar para él.
Cuando termina el banquete, dice: "Danza para mí, Salome, te lo ordena el
Tetrarca de Judea. Danza, Salome, y te daré lo que tú me pidas, aunque fuera
la mitad de mi reino. Te lo daré. ¡Danza ya!"
Entonces, yo me calzo... (Se pone sandalias de tacones muy altos o, mejor, zapatillas de puntas
de ballet, y luego se desplazará siempre en full point.)
... y luego, bailo.
(En lugar de bailar, adopta una pose de ballet, o hace un "arabesque".)
Y después..., el Tetrarca me regala lo prometido.
(Se sienta en el suelo para decir lo que sigue.)
La primera vez, yo era una niña todavía. Bailé, y me regaló cien pavos reales
blancos. Ahora, los cien pavos reales del Tetrarca de Judea se pasean por el
jardín de la princesa Salome. Entre los mirtos.
(Se pone de pie y ajusta a su cuerpo, desnudo hasta el momento, un liguero de encaje blanco.)
Me aburren los pavos reales. Gritan siempre la misma nota desafinada. Eso
pone nervioso a mi maestro de canto. Dice que, por su culpa, no mejoro la
voz.
Otras veces bailé, y el Tetrarca me regaló...
(De un mueble-joyero aparecido misteriosamente, Salome extrae las diversas joyas que describe y con
las que se va adornando en lo sucesivo.)
...Este collar de esmeraldas..., estas ajorcas de pórfido..., estos pendientes de
coral... Esta diadema de brillantes... Estos anillos de topacios que se parecen a
los ojos de los tigres.
(Al ponérselos, un escalofrío intenso la estremece enteramente.)
...Estas pulseras con berilos..., ópalos..., crisolitos y rubíes..., estos collares de
perlas finas, blancas y negras... estos otros, de turquesas...; los cinturones de
seda y oro...; los anillos para los dedos de los pies...; el piercing de oro para el
ombligo...; el zafiro gigante para el labio inferior...
Broches de calcedonia para decorar... el pubis... y... los pezones...
(Termina enteramente vestida por sus solas joyas. Se mira en el espejo de la Luna.)
¡Qué bella está la princesa Salome esta noche!
Me parece que estoy un poco pálida. O, ¿será que la Luna está demasiado
blanca esta noche?
(Empieza a maquillarse: colorete, barra de labios, etc...)
La Luna sabe como a metal repujado. Su cara de fuego frío cubre el banquete
como un sudario. El Tetrarca me mira demasiado con sus ojos de topo viejo.
Son mentiras las lunas.
(Ahora empieza a sonar una música, a modo de ambientador sonoro: es la "Danza macabra" de Camille
Saint Saëns.)
¡Ah! ¡El Tetrarca! Mató a mi padre, y luego, se casó con mi madre. Vieja
historia. Y, cómo no, tiene los pies hinchados. Enfermo de gota. Igual que un
notario de provincia. Tiene un aspecto tétrico.
La Luna se parece al guante del Tetrarca. Un guante de humo sentado en la
puerta de sus deseos culpables. Sus invitados discuten mucho. Discuten sobre
sus religiones, sus equipos de fútbol, sus políticos favoritos... ¡qué sé yo!
Encuentro ridículo discutir sobre esas cosas.
El paje celoso ha arrastrado a Narraboth hasta el otro extremo de la terraza del
palacio, para que, desde ahí, no pueda verme. Pero ahora está mirando a la
Luna, y en ella sigue contemplando mi reflejo.
A mí, no me divierten los festines del Tetrarca. Soy anoréxica. Mi madre no
cesa de darme la lata: "Come, Salome, come." "—No puedo, mamá. Tengo
ganas de vomitar. ¿Por qué me mira así tu marido?" Y salgo de la fiesta, y voy
a mis aposentos, a vomitar tranquilamente, sola, en silencio, las ostras rellenas
con caviar del festín del Tetrarca. Y vomito el caldo de Bamako, vomito los
cangrejos de río de Persépolis, vomito el entremés elefantástico, la crema de
ranas, los buñuelos de rodaballo con licor de arándanos...
"Princesa, el Tetrarca ordena que volváis a la fiesta." "—Dile que estoy mejor
aquí, entretenida con mis muñecas en porcelana de Sèvres."
¡Que deje de mirarme el Tetrarca con sus ojos de topo viejo, y volveré a su
banquete!
(Una voz sobrenatural se hace oír, viniendo del pozo que está al fondo del escenario. No sobresalta a
Salome, que la escucha, atenta.)
Profeta
Ved, el Hijo del Hombre se acerca. El Señor ha llegado. Él viene, y los oídos
de los sordos se abren a la música celestial, escuchan la armonía de las esferas.
(Silencio)
Salome
Dicen que esta voz no es la de Dios, sino la de un profeta de Dios. Esta voz
dice cosas terribles de mi madre. La acusa de incesto, de adulterio. Con todo,
tiene razón. Yo no soy responsable de mi madre. Ella sabrá lo que ha hecho en
su vida, y por qué.
Profeta
No te alegres, Tierra de Infestina, porque la vara del que te azotaba se haya
quebrado.
Salome
Habla con enigmas, ese profeta. Nadie entiende lo que dice. Su voz, y su
acento extranjero me causan... una gran extrañeza, o una gran curiosidad. No
lo sé. Deseo hablar con él.
(Va hasta el brocal, y se inclina para mirar al fondo.)
¡Qué oscuro está ahí dentro! (Mira hacia un punto exterior, indeterminable.)
Los soldados… juegan al ajedrez. (Vuelve al pozo.)
El profeta… calla. (Mira hacia lo lejos.)
El paje… persigue al capitán que me contempla, absorto, en la Luna.
Los judíos pelean retóricamente con los romanos en el festín.
Todo está bien. Yo… sacaré… al profeta de su pozo.
(Con un mecanismo de poleas, Salome acciona el entramado de cuerdas y cables al cual el profeta está
encadenado y lo hace aparecer al borde del brocal del pozo. Es un hombre joven, con pelo largo lleno
de rastas multicolores y barba corta.)
Salome
¡Hola, Profeta! Soy Salome. ¿Cómo te llamas tú?
Profeta
Yokanaán. ¿Eres tú la hija de la... la que se entregó a los capitanes asirios?
Salome (Contrariada)
Oye, tú, no te he sacado para que me hagas preguntas incomprensibles. Aquí,
la periodista, soy yo. (Más suavemente.) Dicen que eres un hombre terrible. ¿Será
cierto?
Profeta
Yo no soy el Cordero de Dios. Después de mí, vendrá Uno, más poderoso que
yo.
Salome
¿Quién es? ¿Cómo se llama?
Profeta
Es el Hijo del Hombre, el Hijo de Dios.
Salome
Desvarías, Yokanaán. Sin embargo, no estás borracho. O sí, estás borracho del
odio a aquellos que te han encerrado en este pozo. Es natural. ¿Sabes? Yo no
debería hablar contigo. El Tetrarca lo ha prohibido. Lo único que me divierte,
es desobedecer. Desobedecer y bailar. ¿Sabes bailar, Yokanaán?
Profeta
¿Dónde se halla aquella que envió embajadores al país de los Caldeos?
Salome
Te dije: "No preguntes". Te dije: "Contéstame". ¿Sabes bailar, Yokanaán?
Profeta
No, Salome, no sé bailar.
Salome (Escruta su rostro con la mirada, a cierta distancia, fascinada.)
¡Oh! Tus ojos son negros, como cavernas oscuras, tus ojos... son... negros, y
reflejan la Luna. (Deja bruscamente de mirarle.)
Tus ojos son terribles, Yokanaán.
Profeta
No debes tener miedo de mí.
Salome
Hasta ver tus ojos, no tenía miedo de nada.
Profeta
El Señor solo debe inspirar temor y devoción.
Salome
¿El Señor? Es vago. No conozco a nadie llamado así. Pero tú, dime lo que
hacías antes de vivir en el pozo del palacio del Tetrarca de Judea.
Profeta
Predicaba en el desierto.
Salome
¡Menudo público el tuyo!
Profeta
Comía langostas y miel. Bautizaba en las aguas del Jordán, en nombre del
Señor, el Hijo del Hombre.
Salome
Vamos al Jordán. Quiero que me bautices a mí también.
(Maniobra el mecanismo de modo a hacer aparecer el cuerpo del profeta hasta la cintura. Torso
desnudo, muy blanco, sin vello.)
¡Qué flaco estás! Eres... como... una imagen de marfil. Es la dieta de la
langosta. Los gatos también se ponen flacos cuando comen demasiadas. Diré
al capitán que te traiga jamón de jabugo y queso manchego. Verás qué prontito
engordas. El capitán lo hará, para complacerme. ¡Qué pálido eres, Yokanaán!
Profeta
Yo no soy pálido, hija de Babilonia. Tú sí estás pálida. Pálida y fría, igual que
la Luna, la Luna muerta, que pronto caerá sobre la Tierra. Incluso el Tetrarca
está preocupado por tu palidez. Dice que estás enferma de muerte, Princesa
Salome.
Salome
Yo no estoy enferma. Soy joven y bella. La luz de la Luna te engaña. ¿Cuántos
años tienes, Yokanaán?
Profeta
Veintitrés.
Salome
Yo, diecisiete. Soy princesa, soy rica, pero no soy feliz. ¿Qué me dice el paje?
Que debo ir a la fiesta. Si ya he dicho que no iré. Estoy entretenida aquí, estoy
en buena compañía. ¡Qué extraña brilla la Luna! Parece... un ojo enorme que
nos está mirando con reproche. Será que el Tetrarca escoptófilo me está
mirando desde la Luna. Tú que eres profeta, ¿qué sabes de la Luna?
Profeta (Entornando los ojos para decir los versos de García Lorca.)
La Luna... viene a la fragua. Viste polisón de nardos. La Luna te mira, ¡mira!,
la Luna te está mirando. Y muestra, lúbrica y dura, un seno de puro estaño.
Luego se va por el cielo, con un Niño de la mano.
¡Ay! Detrás del grito de la zumaya, se oye el batir de alas... el ángel de la
muerte, sobre este palacio...
(Se estremece de horror.)
Salome
Yo no oigo nada. Salvo los ruidos de la fiesta. Los judíos, que rugen... La risa
de mi madre, al borde de un orgasmo... Los romanos borrachos, que cuentan
sus chistes obscenos. Los nazarenos, que se ofenden. No oigo zumaya ni batir
de alas. No importa. Habla. Sigue. No entiendo lo que dices. Pero me gusta tu
voz, tu acento extranjero, tu canturreo de pájaro... (Él calla.) ¡Habla, te lo
ordeno! (Sigue en silencio.) ¿Estás dormido? (Se acerca a él, un poco más a cada frase.) ¿No
me oyes? ¿Estás en éxtasis?
Profeta
¡Atrás, hija de Babilonia! No te acerques a mí. Yo soy el enviado del Señor. Tu
madre ha llenado la Tierra con el vino de sus lujurias.
Salome
No soy responsable de mi madre. Es la reina. Hay que respetarla. Su vida
privada no nos concierne.
Profeta (Gritando)
¡Tu madre es una Herlichini, una bruja mayor, la sirviente de Belcebú!
Salome
¡Ah! El Señor de las Moscas. ¿Te ha gustado esta película de Peter
Brook? Claro, en tu pozo, no ves la tele. Pero antes, antes de vivir en este
agujero negro de anti materia, seguro que ibas al cine, y ahora te acuerdas, y lo
que viste, lo cuentas en tus profecías, ¿verdad? ¡Sí! El cine es el mejor sitio
para comer langostas. Has dicho que comías langostas. Serán las palomitas de
maíz de tu provincia. ¡Responde! El oficio del profeta es hablar. ¡Habla!
Profeta
Hablaré si tú te callas.
Salome
Bonito chantaje. Me callaré. (Se acerca ondulante como una serpiente, al brocal del pozo.)
Profeta (Gritando, muy asustado.)
¡Atrás! ¿Hija de Gomorra! ¡No te acerques a mí!
Salome
No debo hablar, no debo acercarme... ¿qué debo hacer?
Profeta
Cubre tu rostro con un velo...
Salome (Habla moviéndose circularmente y mirándole fijamente. El la sigue con la mirada también,
totalmente fascinado.)
Con lo bonita que soy, sería un pecado ocultar mi cara. Los hombres se
recrean mucho mirándome, a falta de poder hacer más. El joven Sirio, por
ejemplo, me mira sin cesar. Y el Paje, celoso, le dice cada cinco minutos: "No
la mires. Te ruego que no la mires así. No hay derecho de mirar así a una
virgen, a una princesa. Deja de mirar a la princesa Salome." Pero Narraboth
sigue mirándome y repite, embelesado y cursí: "¡Qué hermosa está la princesa
Salome esta noche!"
El Tetrarca, mi padrastro, también me mira sin cesar. Mi madre le repite: "No
la mires. No hay derecho de mirar tan fijamente a una chica. Esto atrae la mala
suerte. Mírame a mí, que soy tu esposa, y entrégame este profeta que dice
cosas abominables de mí. No se debe permitir que un extranjero insulte a la
reina." El Tetrarca se hace el sueco. Tiene miedo al profeta. Si fuera a ser
verdad lo que grita desde el pozo... Todo el mundo sabe que tiene miedo,
porque es un topo cobarde. ¿Por qué hablo? El que tiene que hablar eres tú,
Yokanaán.
Profeta
Derrama ceniza sobre tu cabeza y ve al desierto en busca del Hijo del Hombre.
Salome
¿Quién es este Hijo del Hombre? ¿Es tan guapo como tú?
Profeta
¡Apártate de mí! Oigo un batir de alas sobre la terraza del palacio, algo terrible
va a suceder. Huye de aquí, Salome, ¡sálvate!
Salome
¿No estoy a salvo junto a ti?
Profeta
¡Bájame al pozo otra vez! No quiero que me mires así. Tu mirada es una
caricia demasiado impúdica. Vete lejos de aquí. Va a suceder una desgracia.
Salome (Maneja los cables y hace aparecer entero al hombre, amarrado a su soporte e incapaz de
moverse de allí. Se miran intensamente, en silencio.) Yokanaán, estoy mirando tu cuerpo.
Eres como de marfil recién tallado. Eres un nardo fragante, un loto con rocío.
No te pareces a los otros hombres. Estás igual de bien pintado que un cuadro
de Dorothea Tanning. Eres tan armonioso como una sinfonía de Mahler. No
puedes haber nacido de madre. Eres inmaculado. ¡Déjame adorar tu cuerpo!
Profeta
¡Atrás, hija de la gran prostituta del Apocalipsis! ¡Atrás! Con Eva llegó el mal
al mundo. No me hables más. No quiero oír más tu voz de tórtola. No quiero
oír más el tintineo de tus pulseras, tus ajorcas, tus pendientes. Te dije que me
bajaras al pozo. ¡Bájame!
Salome (Acciona las poleas y le hace bajar hasta que se le vea solamente la cabeza.) Tu cuerpo
es horroroso. No quiero verlo. Eres un leproso. Un ectoplasma. Una clara de
huevo coagulada. Eres un escupitajo de hijo maldito sobre el retrato de su
madre. Eres horrible, eres feísimo.
Lo que me gusta de ti, es el pelo. Nada más que tu pelo. Tu cabellera
compasiva es un racimo de moscatel de las viñas de la Sulamnita. Los bucles,
y los mechones, y los rizos de tu cabello son largos como los caminos. Fino,
sedoso, negro y multicolor es tu pelo. ¡Yokanaán, déjame que muerda en tu
pelo!
Profeta
¡Atrás! Hija de Sodoma! No me toques! No profanes el templo de Dios mi
Señor!
Salome
¡Puhah! Tu pelo es repugnante. Lleno de caspas, grasiento de gel fijador... ¿Es
que nunca te lavas el pelo, asqueroso? Lo que me encandila, es tu boca. Sí,
Yokanaán, tu boca. Se parece a una sandía. ¿Sabes? Ver tu boca me produce la
misma sensación que oír el crujido de una sandía que se abre con un cuchillo
de Albacete. Tu boca chorrea miel cuando hablas. Tu boca es un coral que
prende fuego al primer rayo de la aurora. Nada hay en el mundo tan rojo, tan
atractivo como tu boca. Déjame besar tu boca, ¡Yokanaán!
Profeta
Nunca, hija de Herodías, nunca. ¡Oh! El capitán de la guardia acaba de
pegarse un tiro. Salome, ¿me escuchas? Narraboth, tu enamorado, acaba de
matarse. No soportó tus palabras indecentes. Le dio tanta vergüenza... El joven
Sirio, tan apuesto... ¡Muerto!
Salome (Absorta en su obsesión, no se entera de nada.) Besaré tu boca, Yokanaán, besaré
tu boca.
Profeta
Hija del adulterio, vete de aquí, busca a tu redentor. Quítate las joyas,
entrégalas a los pobres. Busca al Hijo del Hombre. Sabrás que es el Mesías por
este signo: camina sobre las aguas. Arrodíllate ante Él, arrepiéntete, te
perdonará.
(Se inserta aquí un fragmento de "La Consagración de la Primavera", de Stravinski, durante un minuto,
luego sigue el diálogo.)
Salome
Yo soy virgen, no he pecado, nadie tiene que perdonarme nada. Si besar tu
boca es pecado, espera primero que lo haga, y tal vez después me arrepentiré.
Pero lo dudo mucho.
Profeta
Después, será demasiado tarde.
Salome
¡Sí! Yo besaré tu boca, Yokanaán.
(Se abalanza hacia él. Horrorizado, se contorsiona para evitar todo contacto, pero huir le es imposible,
puesto que está amarrado. Sin embargo, estaba equivocado. Salome se ha precipitado hacia la tramoya
para bajar el profeta al pozo rápidamente.)
¡Qué susto! Por poco, mi padrastro me sorprendía charlando con el profeta. Lo
tiene prohibido, incluso al sumo sacerdote de Baal. ¡Qué susto! Mis pulseras
me hielan la piel.
“¿Con quién hablaba Salome en la terraza del palacio esta noche? —Con el
claro de Luna. —Y, si bailara para ti, Tetrarca, ¿me darías lo que yo quiera? —
Por supuesto, aunque me pidieras la mitad de mi reino. —No bailes: es noche
de Luna llena, hija mía. ¡Tetrarca, has pisado sangre! Presagio siniestro. Hace
viento. Vamos adentro. —¿Quién es este muerto? —El joven Sirio. —No he
dado orden de ejecutarle. —El Señor puede resucitarlo. —¡Se lo prohíbo!
¿Oyes este ruido extraño? —No oigo nada. —Salome, bebe conmigo este vino
de Grecia. —No tengo sed, Tetrarca. —Cómo has educado a tu hija... —Mi
hija es de estirpe real como yo, y tú eres hijo de ladrones, calla. —Baila para
mí, Salome. —No bailes, hija mía.”
Voz del Profeta
¡Atended! Ha llegado el momento: el día anunciado ha llegado.
Salome (Siempre imitando palabras dichas por otros personajes.)
“¡Que se calle! Este hombre me injuria. —No dice nada contra ti. Y es un
profeta... —No creo en los profetas.”