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La corrupción es un fenómeno que ha afectado a nuestro país a lo largo de su

historia, y se ha vuelto como un cáncer que perjudica a la justicia social y el sano


desarrollo político, social, económico y moral del país.

El ofrecimiento y la recepción de sobornos, la malversación y mala asignación


de fondos públicos, los escándalos financieros y políticos, el fraude electoral, el
tráfico de influencias, son algunas de las formas en que se ha manifestado.

Pero, más allá de las repercusiones mediáticas, ¿cuánto sabemos sobre las
causas específicas de la corrupción en el país y los costos económicos e
institucionales que ha generado? ¿Cómo combatir este cáncer que atenta contra
los valores y principios morales, espirituales e ideológicos?

El fallecido historiador Alfonso Quiroz, busca responder a esta interrogante, ya


que desde una perspectiva histórica y minuciosamente documentada, nos
presenta un país profundamente afectado por la corrupción administrativa y
estatal, que puede medirse desde las postrimerías del periodo colonial hasta
nuestros días.

Así mismo, la descripción y el análisis en detalle que realiza sobre el abuso de


los recursos públicos nos ayudan a entender cómo la corrupción ha limitado el
desarrollo y el progreso del país.

El historiador Alfonso Quiroz, en su libro “Historia de la corrupción en el Perú”


identificó varios períodos de corrupción en nuestra etapa republicana. Por
ejemplo, las décadas de 1990, en el período de Alberto Fujimori; de 1920,
durante el mandato de Augusto Leguía; y de 1850, época de la consolidación y
conversión de la deuda interna y de la manumisión de los esclavos.

Quiroz también determinó que, después de ciclos de muy alta corrupción, lapsos
de unos 10 años en los que el dinero desviado a la corrupción oscilaba entre 4%
y 7% del PBI, se daba una reacción ciudadana de rechazo, aunque pasajera.

El último gran episodio de corrupción descrito por Quiroz fue el del gobierno de
Fujimori.
Para el sociólogo Gonzalo Portocarrero, estamos ante una nueva crisis por
escándalos como el de Odebrecht o Lava Jato, en la que están implicados los
ex presidentes Alejandro Toledo y Ollanta Humala. Pero también cree que
estamos frente a una nueva oportunidad en la que “se puede tomar en serio a la
corrupción como problema”.

En suma, no se construye un verdadero Estado de derecho sin un sistema


normativo congruente con las necesidades del Estado, sin instituciones que
velen por el cumplimiento de la ley, sin un sistema de control que opere de
manera eficaz, sin una élite dirigente que mire por encima de sus propios
intereses y sin partidos políticos que representen los intereses de la población.
En el Perú de hoy hay cambios importantes, pero hay también continuidades
dramáticas. La corrupción es parte del funcionamiento político nacional. Lo que
se fue construyendo en la historia se nota en el presente. Solo dos datos.
Primero, la gente no denuncia porque no cree, porque sabe que nada va a
cambiar o por las represalias del denunciado. Solo el 15% declara que le
solicitaron una coima, y de ese 15%, solo el 8% denunció. Segundo, no hay
ningún respeto a la ley. En la Encuesta Anticorrupción de Profética, por ejemplo,
el 85% de las personas consideran que los peruanos no respetan las leyes.

Finalmente, queremos mencionar que al leer el libro hemos encontrado las raíces
y explicaciones de tanta corrupción e injusticia en el gobieno. Cómo se hacen los
arreglos y las componendas, qué es eso del intercambio de favores, hasta qué
punto y hasta cuánto se negocia y qué no es negociable, la política del chantaje
y la subordinación para mantener el poder, cómo operan las mafias en el
Congreso, la protección y el aislamiento de la autoridad para que los de al lado
puedan actuar. El azar, pero también el miedo a perder el poder como móviles
de políticas que nunca llegan a ser de Estado.

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