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III

Por el bosquejo que se ha hecho de la figura del trabajador vemos que dicha figura está
caracterizada, ante todo, por estos tres rasgos: la más extrema tensión de las fuerzas activas,
absoluta y abstracta disposición para el padecer, inserción total en el sistema racional de
planificación de la organización utilitaria social ; desde este punto de vista, repetimos, el ocio
sólo puede parecer como algo completamente imprevisto, extraño, incongruente, incluso
absurdo, y moralmente hablando como algo impropio, sinónimo de holgazanería y pereza.

En contraposición a esto, la doctrina vital de la alta Edad Media dice precisamente lo contrario:
la falta de ocio, la incapacidad para el ocio, está en relación estrecha con la pereza; de la
pereza es donde procede el desasosiego y la actividad incansable del trabajador por el trabajo
mismo. Constituye una relación curiosa el hecho de que la actividad desasosegada de un
fanatismo suicida por el trabajo proceda de una deficiencia en voluntad de realización; un
pensamiento sorprendente que sólo podemos descifrar con esfuerzo. Pero merece la pena que
nos detengamos en ello un momento ¿A qué alude propiamente la antigua doctrina de vida al
hablar de la pereza, de la acdedia?

En primer lugar, se refiere a algo distinto de lo que solemos querer decir cuando hablamos “de
la madre de todos los vicios”. Para la antigua doctrina de vida, la pereza significa, ante todo,
que el hombre renuncia al rango que se le fija en virtud de su propia dignidad; que no quiere
ser lo que Dios quiere que sea, lo cual quiere decir que no quiere ser lo que realmente y en
última instancia es. La Acedia es la “desesperación de la debilidad”, de la que dijo Kierkegaard
que consiste en que uno “desesperadamente no quiere ser él mismo”. El concepto tológico-
metafísico de la pereza significa, por tanto, que el hombre no asienta en última instancia a su
auténtico ser; que después de toda su enérgica actividad, noo se encuentra consigo mismo;
que, como decía la Edad Media, se apodera de él la tristeza, por lo que se refiere al bien divino
que habita en él mismo (esa tritia saeculi de la Sagrada Escritura).

Ahora bien: ¿será la actividad industriosa y la laboriosidad, en el sentido que tiene en la vida
económica burguesa, el concepto contrario correlativo de este concepto contrario correlativo
de este concepto teológico-metafísico de la pereza?

Se ha querido interpretar en realidad la acedia como si tuviera algo que ver con el ethos
económico de la Edad Media. Sombart, por ejemplo dice que la acedia es el defecto del
tranquilo sedentario, en oposición al trabajador útil y activo; pero contra esta interpretación
ya se ha pronunciado Max Scheler. Y posteriormente a Sombart se tradujo acedia por
“mezquindad laboral (industrial)”, lo cual sólo puede querer decir que la acedia es, por tanto,
una falta de espíritu económico de empresa. Es especialmente lamentable la precipitación
apologética con que se intenta legitimar la “doctrina cristiana”, haciéndola coincidir con la
moda al uso y, en nuestro caso, introduciendo el activismo moderno en el “ethos del trabajo
de la Iglesia”, lo que lleva, por ejemplo, a traducir la frase serena de Santo Tomás de Aquino
“vivere secundum actum est quando exercet quis opera vitae in actu” de la siguiente manera:
“vivir en actu consiste en ejercitarse, trabajar, actuar” (¡como si no creyera Santo Tomás que
la contemplación es un opus vitae!)

El concepto opuesto al de acedia no es el espíritu de trabajo de la vida industriosa y laboral,


sino la afirmación y aceptación alegre que el hombre hace de su propio ser, del mundo en su
conjunto, y de Dios, es decir, el amor (del cual procede también ciertamente la especial
lozanía propia del ser activo, que no puede confundirse, sin embargo, con la espasmódica
actividad del fanático del trabajo).
¿Adivinaríamos, si no se nos hubiera transmitido expresamente, que Santo Tomás de Aquino
entiende la acedia como un pecado contra el tercer mandamiento precisamente? Encuentra
tan poca relación entre la pereza y la imagen contraria al “ethos del trabajo”, que la explica
más bien como una infracción del “descanso del espíritu en Dios”.

Pero se dirá ¿qué tiene que ver todo esto con nuestra cuestión? La acedia se cuenta entre los
vitia capitalia, entre los “siete pecados capitales”. Esta traducción no es muy feliz. Caput
significa cabeza; pero caput quiere decir también fuente, y esto es a lo que aquí se alude; los
pecados de donde proceden, como de un manantial, otras desviaciones en un proceso, por así
decirlo, natural. La antigua doctrina de vida decía, y con esto volvemos a nuestra cuestión, que
de la pereza se derivan, sazonada y la falta de ocio (“entre otras”, pues una de las “hijas de la
acedia” es también la desesperación, lo cual significaría que la falta de ocio y la desesperación
eran “hermanas”, pensamiento que podría poner al descubierto y aclarar la creencia que se
encubre en la frase, tan sospechosamente enérgica, “trabajar y no desesperar”)

La pereza, en el sentido antiguo, tiene tan poco que ver con el ocio que es más bien el íntimo
supuesto de la falta de ocio. Sólo puede haber ocio cuando el hombre se encuentra consigo
mismo, cuando asiente a su auténtico ser, y la esencia de la acedia es la no coincidencia del
hombre consigo mismo.

Pereza y falta de ocio se corresponden. El ocio se opone a ambas. El ocio es, como actitud del
alma (pues hay que dajar bien sentado algo evidente: que el ocio no se debe solamente a
hechos externos como pausa en el trabajo, tiempo libre, fin de semana, permiso, vacaciones;
el ocio es un estado del alma), precisamente lo contrapuesto al ejemplo del “trabajador”, y
esto desde cada uno de los tres aspectos de que se ha hablado, a saber: trabajo como
actividad, trabajo como esfuerzo y trbajo como función social. Veamos:

Primero. Frente al exclusivismo de la norma ejemplar del trabajo como actividad está el ocio
como la actitud de la no-actividad, de la íntima falta de ocupación, del descanso, del dejar
hacer del callar.

El ocio es una forma de ese callar que es un presupuesto para la percepción de la realidad; sólo
oye el que calla, y el que no calla no oye. Ese callar no es un apático silencio ni un mutismo
muerto, sino que significa más bien que la capacidad de reacción que por disposición divina
tiene el alma ante el ser no se expresa en palabras. El ocio es la actitud de la precepción
receptiva, de a inmersión intuitiva y contemplativa en el ser.

En el ocio hay, demás, algo de la serena alegría del no poder comprender, del reconocimeinto
del carácter secreto del mundo, de la ciega fortaleza del corazón del que confía y que deja que
las cosas sigan su curso; hay algo de la “confianza en lo fragmentario, que lo que precisamente
constituye la vida y la esencia de la Historia”.

En la misma nota del Diario del poeta Conrado Weiss, de la que se ha tomado la frase que
antecede, se habla de la forma precisa de hablar y pensar de Ernesto Jünguer, que se
caracteriza por una especie de “fanatismo de a verdad y de la disciplina”, y que de hecho
parece arrancar a las cosas su secreto, en un audaz acto de agresión y exhibirlo asépticamente
disecado, de la forma siguiente: esa “forma de exponer” es, “sin embargo, lo apuesto a toda
contemplación y es como una pereza que se aventura en las sublimidades de la exactitud…,
frente a la verdadera pereza, que da su tiempo a Dios, a las cosas y al mundo, a todo, bueno o
malo, con morosidad para lo bueno y para lo malo”.
El ocio no es la actitud del que interviene, sino la del que se relaja; no la del que ase, sino la del
que suelta, se suelta y abandona, casi como la actitud abandonada del que duerme (sólo el
que se abandona está en disposición de dormir). Y en realidad, lo mismo que la falta de ocio y
la falta de sueño parecen estar en cierto sentido relacionadas entre sí, así también el hombre
tratándose del ocio, es afín a los que duermen, de los cuales dijo Heráclito el Oscuro que
“actúan y cooperan en el acontecer del cosmos”. El recreo confortante que nos procura la
visión absorta de una rosa que se abre, de un niño que duerme, de un misterio divino. ¿no se
asemeja al que conseguimos con un sueño profundo y tranquilo? Pues las grandes y felices
intuiciones y ocurrencias, las que no se pueden captar, se le conceden al hombre en el ocio (…)

Segundo. Frente al exclusivismo de la norma ejemplar del trabajo como esfuerzo se encuentra
el ocio como la actitud de la contemplación festiva. La actitud festiva interior del que “huelga”
pertenece, como lo expresa el concepto exclusivamente alemán “feierabend” (“tarde de
fiesta” lo que queda después de la jornada de trabajo), a la esencia misma de lo que
entendemos aquí por ocio. El ocio únicamente es posible una vez presupuesto, como hemos
dicho, que el hombre no sólo concuerde con su propia y verdadera esencia, sino también con
el sentido del universo (mientras que la pereza radica en la falta de esta conformidad). El ocio
vive de la afirmación. No es simplemente lo mismo que falta de actividad; no es lo mismo que
tranquilidad o silencio, ni siquiera interior. Es como el silencio en la conversación de los que se
aman, que se alimenta del acuerdo que reina entre ellos. (…)

La forma más elevada de afirmación es, pues; la fiesta entre sus características esenciales se
cuenta, … “el sosiego, la intensidad de vida y la contemplación hermanas entre sí”. “Celebrar
una fiesta” quiere decir vivir de un modo patente, no cotidiano, ratificándola, la aceptación del
sentido fundamental del universo y la conformidad con él, la inclusión en él. La fiesta es el
origen, íntimo y fundamental, del ocio. Es su carácter festivo lo que hace que el ocio no sea
sólo carencia de esfuerzo, sino lo contrario del esfuerzo.

Tercero. El ocio se contrapone a la exclusividad de la norma ejemplar del trabajo como función
social. La simple pausa en el trabajo, ya dure ésta una hora o una semana o más aún, sigue
perteneciendo a la vida del trabajo cotidiano. Está incluida en el transcurso cronológico de la
jornada de trabajo, es una parte de él. La pausa se hace para el trabajo. Su misión es
suministrar “nuevas fuerzas para trabajar de nuevo”, como el concepto del descanso
reparador indica; uno se repone tanto del trabajo como para el trabajo.

El ocio corta perpendicularmente el término de la jornada de trabajo, exactamente como la


“simple intuición” del intellectus no es una prolongación (por decirlo así) del proceso trabajoso
de la ratio, sino que lo corta perpendicularmente (los antiguos compararon a la ratio con el
tiempo y el intellectus, en cambio, con el “ahora permanente” de la eternidad).

La razón de la existencia del ocio no es el trabajo mismo, por mucha fuerza que el activo
trabajador saque de él; el sentido del ocio no es facilitar en forma de descanso corporal o de
recreo espiritual nuevas fuerzas para trabajar de nuevo, aunque esto sea uno de sus efectos.
Como la contemplación, también el ocio es de rango más elevado que la vita activa (aunque
ésta sea lo humano en sentido más propio), y las jerarquías son inalterables. (…) El ocio no
encuentra su justificación en el hecho de que el “funcionario” actúe en la medida de lo
posible., sin tropiezos y sin fallos, sino en el hecho que el “funcionario” actúe en la medida de
lo posible sin tropiezos y sin fallos, sino en el hecho de que el funcionario, continúe siendo
hombre,… lo cual quiere decir que no se circunscriba al limitado medio ambiente de la
concreta función de su trabajo, sino que sea capaz de abarcar con su mirada al mundo como
una totalidad, realizándose, por tanto, así mismo como un ser implantado en el todo del ente.
La facultad de holgar pertenece, por tanto, a las facultades fundamentales del alma humana,
lo mismo que el don de la inmersión contemplativa en el ente y la virtud de elevar
festivamente el corazón es la fuerza que, trascendiendo el mundo del trabajo, nos permite
establecer contacto con las virtudes sobrehumanas y vitalizadoras del ser, las cuales nos
remiten, reanimados y renovados, a la vigilia del día del trabajo. Únicamente en el ocio
verdadero se nos abre una “puerta que nos conduce al aire libre”, fuera del recinto cerrado de
esa “angustia latente” en la que un agudo observador ha querido ver el significado del mundo
del trabajo, para el que “trajo y paro son los dos polos de una existencia humana sin salida.

El ocio – no sólo en él. Pero innegablemente también en el ocio – se protege y salva lo


verdaderamente humano precisamente porque siempre se trasciende alguna vez el terreno de
lo propiamente humano, no con el esfuerzo extremado del que quiere alcanzar algo, sino con
una especie de arrobamiento (arrobamiento, por supuesto “más difícil” que la tensión
extrema y activa.; “Más difícil”, porque está menos a nuestro alcance; el estado de tensión
extrema es más fácil de producir que al estado de relajación y abandono, por más que éste no
implica esfuerzo; tal es la paradoja de la realización del ocio, que es un estado humano y sobre
humano a la vez . Aristóteles dice del ocio: “Así, no puede vivir el hombre en cuanto que es
hombre, sino únicamente, sino en cuanto que algo divino mora en él”.

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