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El ratón campesino y el cortesano

Un ratón campesino tenía por amigo a otro de la corte, y lo invitó a que fuese a
comer a la campiña.

Pero como sólo podía ofrecerle trigo y yerbajos, el ratón cortesano le dijo:

- ¿Sabes amigo que llevas una vida de hormiga? En cambio yo poseo bienes en
abundancia. Ven conmigo y a tu disposición los tendrás.

Partieron ambos para la corte. Mostró el ratón ciudadano a su amigo trigo y


legumbres, higos y queso, frutas y miel.

Maravillado el ratón campesino, bendecía a su amigo de todo corazón y renegaba


de su mala suerte.

Dispuestos ya a darse un festín, un hombre abrió de pronto la puerta. Espantados


por el ruido los dos ratones se lanzaron temerosos a los agujeros.

Volvieron luego a buscar higos secos, pero otra persona incursionó en el lugar, y
al verla, los dos amigos se precipitaron nuevamente en una rendija para
esconderse.

Entonces el ratón de los campos, olvidándose de su hambre, suspiró y dijo al ratón


cortesano:

- Adiós amigo, veo que comes hasta hartarte y que estás muy satisfecho; pero es
al precio de mil peligros y constantes temores. Yo, en cambio, soy un pobrete y
vivo mordisqueando la cebada y el trigo, pero sin congojas ni temores hacia nadie.
Cuento con moraleja: El cedro vanidoso

El cedro vanidoso

Esta es la historia de un cedro presumido y tonto, que se jactaba a diario de su hermosura. El


cedro vivía en el medio de un jardín, rodeado de otros árboles más pequeños, y para nada tan
bellos como él. ¡Soy en verdad, algo digno de contemplar, y no hay nadie en este jardín que
supere mi encanto! – repetía el cedro en las mañanas, en las tardes y en las noches.

Al llegar la primavera, los árboles comenzaron a dar hermosas frutas. Deliciosas manzanas tuvo el
manzano, relucientes cerezas aportó el cerezo, y el peral brindó gordas y jugosas peras.

Mientras tanto, el cedro, que no podía dar frutos, se lamentaba angustiado: “Mi belleza no estará
completa hasta que mis ramas no tengan frutos hermosos como yo”. Entonces, se dedicó a
observar a los demás árboles y a imitarlos en todo lo que hicieran para tener frutos. Finalmente, el
cedro tuvo lo que pidió, y en lo alto de sus ramas, asomó un precioso fruto.

“Le daré de comer día y noche para que sea el más grande y hermoso de todos los frutos”
exclamaba el cerro orgulloso de su creación. Sin embargo, de tanto que llegó a crecer aquel fruto,
no hizo más que torcer poco a poco la copa de aquel cedro. Con el paso de los días, el fruto
maduró y se hizo más pesado cada vez, hasta que el cedro no pudo sostenerlo y su copa terminó
completamente quebrada y arruinada.

Algunas personas son como los cedros, que su ambición es tan grande que les lleva a perder todo
cuanto tuvieron, pues no hay nada tan fatal como la vanidad, y debemos evitar ser engreídos con
las personas que nos rodean.

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