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Nosotrxs, lxs antidesarrollistas
1 Cuidad que supero sus limites geográficos y económicos, devorando otras ciudades y pueblos , ejemplo Bogota,
devoro usme, Bosa, engativa, techotiva , etc
Para recuperar y desactivar la rebelión social, principalmente juvenil, contra las
nuevas condiciones de la dominación, las que obedecen al mecanismo de
construcción / destrucción / reconstrucción típico del desarrollismo, se pone en
marcha una versión degenerada de la lucha de clases, los llamados “movimientos
sociales”, plataformas inclusive. Puesto que ya no se quiere otro orden social, el mito
del “ciudadano” puede sustituir cómodamente al mito del proletariado en los nuevos
esquemas ideológicos. El ciudadanismo es el hijo más legítimo del obrerismo y del
progresismo caducos. No surge para enterrarlos, sino para revitalizar su cadáver. En
un momento en que no hay más auténtico diálogo que el que pueda existir entre los
núcleos rebeldes, aquél sólo pretende dialogar con los poderes, hacerse un hueco
desde donde tratar de negociar. Pero la comunidad de los oprimidos no ha de intentar
coexistir pacíficamente con la sociedad opresora pues su existencia no se justifica
sino en la lucha contra ella. Una manera de vivir diferente no ha de cimentarse en el
diálogo y la negociación institucional con la forma esclava precedente. Su
consolidación no vendrá pues ni de una transacción, ni de una crisis económica
cualquiera, sino de una secesión masiva, de una disidencia generalizada, de una
ruptura drástica con la política y con el mercado. En otras palabras, de una revolución
de nuevo tipo. Puesto que el camino contrario a la revolución conduce no sólo a la
infelicidad y la sumisión, sino a la extinción biológica de la humanidad, nosotros, los
antidesarrollistas, estamos por ella.
El pensamiento antidesarrollista o antiindustrial no representa una nueva moda, una
crítica puramente negativa del pensamiento científico y de las ideologías progresistas,
o un vulgar primitivismo que propugna retroceder a un momento cualquiera de la
Historia. Tampoco es una simple denuncia de la domesticación del proletariado y del
despotismo del capital. Menos todavía algo tan mistificador como una teoría unitaria
de la sociedad, propiedad de la última de las vanguardias o del último de los
movimientos. Va más allá que eso. Es el estadio más avanzado de la conciencia
social e histórica. Es una forma determinada de conciencia de cuya generalización
depende la salvación de la época.
Miguel Amorós
Contra un destino inaceptable. ¿Por qu é el
antidesarrollismo?
Texto construido a varias voces.
La derrota del movimiento obrero y las continuas derrotas del movimiento social fue la
causa de que la crítica social quedara aislada en pequeños círculos de irreductibles.
Los cambios profundos experimentados por el sistema capitalista junto con el
crecimiento del aparato estatal bloquearon cualquier deriva que culminara en una
organización de la clase orientada hacia objetivos revolucionarios. Las luchas se
reorientaron hacia reivindicaciones inmediatas centradas principalmente en la
conservación del empleo, mientras que la llama de las grandes metas emancipadoras
quedó apagada por el vendaval participativo que produjo la apertura de las
instituciones a los partidos “obreros”. Tuvo lugar entonces en el terreno teórico el paso
de la crítica proletaria revolucionaria a la ideología social liberal burguesa y, en el
terreno de la praxis, la transformación de la lucha de clases en sindicalismo de
concertación y contienda electoral. El proletariado no salió indemne de tanta
sacudida, fundiéndose con las nuevas clases medias en una masa amorfa adicta al
régimen productivista. Las crisis sucesivas nacidas de las nuevas contradicciones
originadas por la globalización apenas han alterado la situación anterior. Las minorías
radicales siguen empeñándose en reproducir un obrerismo ideológico sin sentido,
aferrándose a las viejas fórmulas superadas. Las alternativas individualistas,
primitivistas y ecologistas no son mucho más acertadas, ya que son simples
ideologías de recambio y no expresiones de movimientos transformadores apoyados
en una comprensión real de las condiciones históricas presentes.
El nuevo régimen social se desarrolló a partir de una fusión del Capital con el Estado
y, por consiguiente, de la economía con el sindicalismo y la política. El crecimiento
económico era la condición sine qua non para el acceso a “la sociedad del bienestar”,
objetivo que había reemplazado a la “autogestión” y el “socialismo” y, por lo tanto, el
imperativo principal de cualquier política de partido. Según la mentalidad progresista
de los nuevos dirigentes, la abundancia de mercancías y crédito, la propiedad
inmobiliaria y los servicios estatales, frutos de un “desarrollo” tecnoeconómico creador
de puestos de trabajo, disolverían cualquier antagonismo social y pondrían fin a una
época de luchas de clase. Las masas, encerradas en su vida privada, dejarían de
buen grado los asuntos públicos y salariales en manos de los profesionales de la
negociación, obedeciendo puntualmente a las indicaciones trasmitidas por los medios
de la comunicación espectacular. En consecuencia, la crítica social tenía que ser
forzosamente contraria al desarrollismo, aunque solamente fuera por contrarrestar el
conformismo producido por dicho “bienestar”. Y había de ser, complementariamente,
antipatriarcal, antiestatista y antipolítica. Tenía que romper tanto con la tradición
socialdemócrata y el obrerismo político, como con el machismo y la ideología del
Progreso, creencias espurias con las que la burguesía había contaminado a lxs
marginadxs.
El mercado mundial transforma la sociedad continuamente de acuerdo con sus
necesidades y sus deseos. El dominio formal de la economía en la antigua sociedad
de clases se transforma en dominio real y total en la moderna sociedad tecnológica
de masas. Los trabajadores masificados ahora son ante todo consumidores. La
principal actividad económica no es industrial, sino administrativa y logística
(terciaria.) La principal fuerza productiva no es el trabajo, sino la tecnología. En
cambio los asalariados son la principal fuerza de consumo. La tecnología, la
burocracia y el consumo son los tres pilares del actual desarrollo. El mundo de la
mercancía ha dejado de ser autogestionable. Es imposible de humanizar: primero hay
que desmontarlo.
III
La integración de los trabajadores, en tanto que principal fuerza de consumo,
unificaba la industria con la vida. El desarrollo era el arma mediante la cual el Capital
colonizaba la vida cotidiana y destruía la sociedad civil –especialmente el medio
obrero– privándola de la menor autonomía. La descolonización no podía ser más que
antidesarrollista. La crítica de la idea de Progreso, como la de la neutralidad de la
técnica y del Estado que le servía de corolario, era el nuevo punto de partida. Otras
razones venían a reafirmar el antidesarrollismo como característica principal del
anticapitalismo: las derivadas de la fusión del territorio y la urbe en detrimento del
primero. El impacto destructivo de las políticas desarrollistas sobre los individuos y el
entorno que ponía en peligro la permanencia de la vida misma en el planeta,
contaminaba, trastornaba el clima, despoblaba el campo, agotaba los recursos,
desequilibraba el territorio y forzaba un estilo de vida urbano artificial y alienado. Así
pues, la crítica social incorporaba como elementos fundamentales la crítica de la
agricultura industrial, del despilfarro energético, del consumismo y del urbanismo. La
revolución no provocaría una aceleración de la economía, sino que activaría un freno
de emergencia. La producción, la circulación y la distribución capitalistas no son
autogestionables. La propiedad nacional o colectivista de unos medios de producción
y circulación eminentemente destructivos no solucionaría ninguno de los problemas
planteados, por cuanto que la solución sería más bien el resultado de diversos
procesos de desglobalización, desmantelamiento industrial, desurbanización y
desestatización.
Absolutamente todas las relaciones de los seres humanos entre sí o con la naturaleza
no son directas, sino que se hallan mediatizadas por cosas, o mejor, por imágenes
asociadas a cosas. Una estructura separada, el Estado, controla y regula esa
mediación reificada. Así pues, el espacio social y la vida que alberga se modelan de
acuerdo con las leyes de dichas cosas (las mercancías, la tecnología), las de la
circulación y las de la seguridad, originando todo un paquete de divisiones sociales:
entre urbanitas y rurales, dirigentes y dirigidos, ricos y pobres, incluidos y excluidos,
veloces y lentos, conectados y desenganchados, etc. El territorio, una vez que ha
quedado libre de agricultores, se convierte en una nueva fuente de recursos (una
nueva fuente de capitales, un decorado y un soporte de macroinfraestructuras (un
elemento estratégico de la circulación.) Esta fragmentación espacial y disgregación
social aparece hoy en forma de una crisis que presenta diversos aspectos, todos ellos
interrelacionados: demográficos, políticos, económicos, culturales, ecológicos,
territoriales, sociales… El capitalismo ha rebasado sus límites estructurales, o dicho
de otra manera, ha tocado techo.
La crisis múltiple del nuevo capitalismo es fruto de dos clases de contradicciones: las
internas, que son causa de fuertes desigualdades sociales, y las externas,
responsables de la contaminación, del cambio climático, del agotamiento de recursos
y de la destrucción del territorio. Las primeras no sobresalen del ámbito capitalista
donde quedan disimuladas como problemas laborales, asuntos crediticios o déficit
parlamentario. Las luchas sindicales y políticas jamás plantean salirse del cuadro que
enmarca al orden establecido; menos todavía se oponen a su lógica. Las
contradicciones principales son pues, o bien producidas por el choque entre la finitud
de los recursos planetarios y la demanda infinita que exige el desarrollo, o bien el
choque entre las limitaciones que impone la devastación y la destrucción ilimitada a la
que obliga el crecimiento continuo. Las contradicciones revelan la naturaleza terrorista
de la economía de mercado y estado en lo relativo al hábitat y la vida de la gente. La
autodefensa ante el terrorismo de la mercancía y del Estado se manifiesta tanto como
lucha urbana que rechaza la industrialización del vivir –o sea, como
antidesarrollismo-, que como defensa del territorio negando la industrialización del
espacio. Los representantes de la dominación, si no pueden integrarlas bajo el ropaje
de oposición “verde”, respetuosa con sus reglas de juego, la presentarán como un
problema minoritario de orden público, para poder así reprimirlas y aplastarlas.
En un momento en que la cuestión social tiende a presentarse como cuestión
territorial, sólo la perspectiva antidesarrollista es capaz de plantearla correctamente.
De hecho, la crítica del desarrollismo es la crítica social tal como ahora existe;
ninguna otra es verdaderamente anticapitalista, puesto que ninguna cuestiona el
crecimiento o el progreso, los viejos dogmas que la burguesía traspasó al
proletariado. Por otro lado, las luchas en defensa y por la preservación del territorio, al
sabotear el desarrollo, hacen que el orden de la clase dominante se tambalee: en la
medida en que consigan conformar un sujeto colectivo anticapitalista esas luchas no
serán más que la lucha de clases moderna.
“La idea de Progreso, refractaria a todo proceso de inteligibilidad, es, junto
con sus secuelas de ignorancia, decadencia y destrucción, lo único que en
verdad progresa.” – Agustín López Tobajas
IV
La conciencia social
anticapitalista se
desprende de la unión
de la crítica y la lucha,
es decir, de la teoría y
la práctica. La crítica
separada de la lucha
deviene ideología
(falsa conciencia); la
lucha separada de la
crítica deviene
nihilismo o reformismo
(falsa oposición.) La
ideología propugna a
menudo un retorno imposible al pasado, lo cual proporciona una excelente coartada a
la inactividad (o a la actividad virtual, que es lo mismo), aunque la forma más habitual
de la misma sea desde el área económica el cooperativismo y desde el área política
el ciudadanismo (el nuevo populismo.) La verdadera función de la praxis ideológica es
gestionar el desastre. Tanto la ideología como el reformismo separan la economía de
la política para así proponer soluciones dentro del sistema dominante, bien sea en un
campo o en el otro. Y ya que los cambios han de derivar de la aplicación de fórmulas
económicas, jurídicas o políticas, ambos niegan la acción, que sustituyen por
sucedáneos teatrales y simbólicos. Huyen de un enfrentamiento real, puesto que
quieren a toda costa compatibilizar su práctica con la dominación, o al menos
aprovechar sus lagunas y resquicios para subsistir y coexistir. Quieren gestionar
espacios aislados y administrar la catástrofe, no suprimirla.
La crítica social no puede prescindir de conceptos como el de alienación, ideología,
razón o sujeto histórico, sin los cuales nunca rebasará el horizonte cultural de la
dominación. El sujeto revolucionario es un ser histórico, una comunidad de individuos
cuyos intereses son universales, producida en el tiempo y que camina hacia su
realización plena en el tiempo. La crítica tradicional concedía el papel de sujeto de la
historia y redentor de la humanidad al proletariado, pero dadas las condiciones
económico-políticas actuales, no puede atribuirse ese honor a la masa desfavorecida
de asalariados. Primero, porque ha perdido su centralidad, ya que no es la principal
fuerza productiva, lo es la tecnología, la maquinización; segundo, porque no forma un
mundo aparte en el seno de la sociedad, con sus propios valores, tradiciones y reglas.
No puede constituirse un sujeto –una comunidad, una clase– exclusivamente
basándose en la condición de asalariado. Tampoco los conflictos laborales, aunque
legítimos, son capaces de abrir unas perspectivas anticapitalistas mínimas. Por otro
lado, no son precisamente los asalariados de hoy quienes reivindican el honor de la
primera fila en el combate por la abolición del Capital y el Estado, prefiriendo de largo
dejarse llevar por las políticas posibilistas de las nuevas clases medias, las únicas
que han mostrado capacidad de iniciativa institucional. El nuevo sujeto, es decir, la
comunidad de combatientes anticapitalistas, ha de emerger de conflictos cuya
resolución sea imposible en el marco del sistema actual de dominio.
V
La unión arriba mencionada entre la crítica y la lucha proporciona al antidesarrollismo
una ventaja que no posee ninguna ideología: saber todo lo que quiere y conocer el
instrumento necesario para ir a por ello. Puede presentar de modo realista y creíble
los trazos principales de un modelo alternativo de sociedad, sociedad que se hará
palpable tan pronto como se supere el nivel táctico de las plataformas, asociaciones y
asambleas, y se pase el nivel estratégico de las comunidades combatientes. O sea,
tan pronto como la fractura social pueda expresarse en todo el sentido con un
“nosotros” frente a “ellos.” Los de abajo contra los de arriba.
Las crisis provocadas por las huidas hacia adelante del capitalismo no hacen sino
afirmar a contrario la pertinencia del mensaje antidesarrollista. Los productos de la
actividad humana –la mercancía, la ciencia, la tecnología, el Estado, las
conurbaciones- se han complicado, independizándose de la sociedad e erguiéndose
contra ella. La humanidad ha sido esclavizada por sus propias creaciones
incontroladas. En particular, la destrucción del territorio debido a la urbanización
cancerosa se revela hoy como destrucción de la sociedad misma y de los individuos
que la componen. El desarrollo, tal como un dios Jano, tiene dos caras: ahora, las
consecuencias iniciales de la crisis energética y del cambio climático, al ilustrar la
extrema dependencia e ignorancia del vecindario urbano, nos muestran la cara que
permanecía escondida. El estancamiento de la producción gasística y petrolera,
anuncian un futuro donde el precio de la energía será cada vez más alto, lo que
encarecerá el transporte, acarreará crisis alimentarias (acentuadas todavía más por el
calentamiento global) y causará colapsos productivos. A medio plazo las metrópolis
(grandes ciudades) serán totalmente inviables y sus habitantes se encontrarán
en la urgencia de escoger entre rehacer su mundo de otro modo o desaparecer.