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Antidesarrollismo

Volviendo a la tierra. Más allá del ecologismo, más allá del


primitivismo.
A todxs las que luchan en sus
territorios contra la civilización
capitalista, su
“progreso” y su desarrollo.

Bogotá-Latinoamerica, territorio dominado por el estado Colombiano


y el capitalismo global.

Texto impreso en el taller de la Biblioteca Tierra Negr(A)


para la cooperativa editorial Combustión Humana Espontánea.

Invitamos a la reproducción total o parcial del presente texto para su debate-practica y o difusión no comercial. No
nos reservamos ningún derecho, mas bien nos tómanos la libertad por asalto,

editorialcombustion@bastardi.net
fb: cooperativa editorial y serigráfica combustión humana espontánea
Nosotrxs, lxs antidesarrollistas

La fe en el crecimiento económico ilimitado como solución a los males sociales ha


sido inherente al régimen capitalista, pero no fue hasta los años cincuenta del siglo
pasado cuando dicha fe, bajo el
nombre de desarrollismo, se
convirtió en una política de Estado.
A partir de entonces, la Razón de
Estado fue principalmente Razón de
Mercado. Por primera vez, la
supervivencia de las estructuras de
poder estatales no dependía de
guerras, aunque fueran “frías”, sino
de economías, preferentemente
“calientes”. La libertad, siempre asociada al derecho civil, pasaba cada vez más por el
derecho mercantil. Ser libre fue a partir de entonces, exclusivamente, poder trabajar,
comprar y vender libremente, sin regulaciones, sin trabas. En lo sucesivo, el grado de
libertad de las sociedades capitalistas vino determinado por el porcentaje de parados
y el nivel de consumo, es decir, por el grado de integración de los trabajadores. Y
corolariamente, la protesta social más auténtica se definió como rechazo al trabajo y
al consumismo, es decir, como negación de la economía independizada de la
colectividad, como crítica antiindustrial, como antidesarrollismo.
Pronto, el desarrollismo se ha convertido en una amenaza no sólo para el medio
ambiente y del territorio, sino para la vida de las personas, reducida ya a los
imperativos laborales y consumistas. La alteración de los ciclos geoquímicos, el
envenenamiento del entorno, la disolución de los ecosistemas, ponen literalmente en
peligro la continuidad de la especie humana. La relación entre la sociedad urbana y el
entorno suburbializado ha sido cada vez más crítica, pues la urbanización
generalizada del mundo conlleva su banalización destructiva no menos generalizada:
uniformización del territorio mediante su fácil accesibilidad; destrucción territorial por
la contaminación y el ladrillo; ruina de sus habitantes por inmersión en un nuevo
medio artificializado, sucio y hostil. El desarrollismo, al valorizar el territorio y la vida,
era inherente a la degradación del medio natural y la descomposición social, pero, a
partir del momento en que cualquier forma de crecer devino fundamentalmente una
forma de destruir, la destrucción misma llegó a ser un factor económico nuevo y se
convirtió en condición sine qua non. El desarrollismo encontró sus límites en el
agotamiento de recursos, el calentamiento global, el cáncer y la producción de
basura. Las fuerzas productivas autónomas eran principalmente fuerzas destructivas,
lo cual volvía problemático y peligroso las huidas hacia delante. Pero la solución al
problema, desde la lógica capitalista, residía en ese mismo peligro. Gracias a él
podían convertirse en valor de cambio los elementos naturales gratuitos como el sol,
el clima, el agua, el aire, el paisaje… O los síntomas de descomposición social como
el vandalismo, la agresividad, los robos, la marginación… El riesgo se volvió capital.
Las críticas ecológicas y sociológicas proporcionaron ideas y argumentos a los
dirigentes mundiales. Así pues, la nueva clase dominante ligada a la economía
globalizada, ha creído hallar la solución en el sindicalismo de concertación, la
tecnología policial, el consumismo “crítico”, el reciclaje y la industria verde; en
resumen, en el desarrollismo “sostenible” y su complemento político, la democracia
“participativa.”
El crecimiento económico, a partir de los años setenta, no pudo asegurarse más por
la mano de obra y pasó a depender completamente del desarrollo técnico. La
tecnología se transformó en la principal fuerza productiva, suprimiendo las
contradicciones que se desprendían de la preponderancia de la fuerza de trabajo. En
adelante los obreros dejaban de ser el elemento principal del proceso productivo, y
por consiguiente, perdían interés como factor estratégico de la lucha social. Si los
conflictos laborales nunca habían cuestionado la naturaleza alienante del trabajo, ni el
objeto o las consecuencias de la producción, puesto que las luchas obreras siempre
se movían en la órbita del capital, menos cuestionarían ahora el meollo del problema,
la máquina, condenándose a la ineficacia más absoluta como luchas por la libertad y
la emancipación. Las ideologías obreristas eran progresistas; consideraban el trabajo
como una actividad moralmente neutra y mantenían una confianza ciega en la ciencia
y la técnica, a las que suponían los pilares del progreso una vez los medios de
producción cayeran en manos proletarias. Criticaban el dominio burgués por no poder
desarrollar a fondo sus capacidades productivas, o sea, por no poder ser
suficientemente desarrollista. En ese punto demostraron estar equivocadas: el
capitalismo, en lugar de inhibir las fuerzas productivas las va desarrollando al
máximo. La sociedad plenamente burguesa es una sociedad de la abundancia. Y
precisamente es esa abundancia, producto de dicho desarrollo, la que ha destruido la
sociedad. En el polo opuesto, los antidesarrollistas, por definición contrarios al
crecimiento de las fuerzas productivas, cuestionan los medios de producción mismos,
ya que la producción, cuya demanda viene determinada por necesidades ficticias y
deseos manipulados, es en su mayoría inútil y perjudicial. Lejos de querer apropiarse
de ellos, aspiran a desmantelarlos. No apuestan por la autogestión de lo existente,
sino por el retorno a lo local. También cuestionan la abundancia, por ser sólo
abundancia de mercancías. Y critican el concepto obrerista de crisis como momento
ascendente de las fuerzas revolucionarias. Bien al contrario, el capitalismo ha sabido
instalarse en ella y demostrar más capacidad de maniobra que sus supuestos
enemigos. La historia de los últimos años enseña que las crisis, lejos de hacer
emerger un sujeto histórico cualquiera, no han hecho más que catapultar la
contrarrevolución.

La visión del futuro proletario era la sociedad convertida en fábrica, nada


esencialmente distinto del presente, en que la sociedad entera es un hipermercado.
La diferencia obedece a que en el periodo de dominio real del capital los centros
comerciales han sustituido a las fábricas y, por lo tanto, el consumo prima sobre el
trabajo. Mientras las clases peligrosas se convertían en masas asalariadas dóciles,
objetos pasivos del capital, el capitalismo ha profundizado su dominio, aflojando los
lazos que le ligaban al mundo laboral. A su manera, el capitalismo moderno también
está contra el trabajo. En la fase anterior de dominio capitalista formal se trabajaba
para consumir; en la actual, hay que consumir incesantemente para que el trabajo
exista. La lucha antidesarrollista quiere romper este círculo infernal, por lo que parte
pues de la negación tanto del trabajo como del consumo, cosa que lleva a cuestionar
la existencia de los lugares mal llamados ciudades, donde ambas actividades son
preponderantes. Condena esos conglomerados amorfos poblados de masas solitarias
en nombre del principio perdido que presidió su fundación: el ágora. Es la dialéctica
trabajo/consumo la que caracteriza a las ciudades al mismo tiempo como empresas,
mercados y fábricas globales. Por eso, el espacio urbano ha dejado de ser un lugar
público para la discusión, el autogobierno, el juego o la fiesta, y su reconstrucción se
rige por los criterios más espectaculares y desarrollistas. La crítica del desarrollismo
es entonces una crítica del urbanismo; la resistencia a la urbanización es por
excelencia una defensa del territorio.
La defensa del territorio, que tras la desaparición de la agricultura tradicional se sitúa
en el centro de la cuestión social, es un combate contra su conversión en mercancía,
o sea, contra la constitución de un mercado del territorio. El territorio es ahora el factor
desarrollista fundamental, fuente inagotable de suelo para urbanizar, promesa de
gigantescas infraestructuras, lugar para la instalación de centrales energéticas y
vertederos, espacio ideal para el turismo y la industria del ocio… Es una mina
inagotable de impuestos y puestos de trabajo basura, algo con lo que poner de
acuerdo a las autoridades regionales, las fuerzas vivas municipales y los ecologistas
neorrurales, para quienes la cuestión territorial es sobre todo un problema fiscal y de
empleos. La lógica de la mercancía está fragmentando y colonizando el territorio
desde las conurbaciones1, componiendo con todo un solo sistema metropolitano. Las
luchas antidesarrollistas tienen pues en la defensa del territorio un dique contra la
oleada urbanizadora del capital. Intentan que retrocedan las fronteras urbanas. Son
luchas por la recuperación del colectivismo agrario y por la desurbanización. Pero
también son luchas que buscan el reencuentro y la comunicación entre las personas,
luchas por el restablecimiento de la vida pública.
Para que el antidesarrollismo llene de contenido las luchas sociales ha de surgir una
cultura política radicalmente diferente a la que hoy predomina. Es una cultura del “no”.
No a cualquier imperativo económico, no a cualquier decisión del Estado. No se trata
pues de participar en el juego político actual para contribuir en la medida que fuere a
la administración del presente estado de cosas. Se trata mejor de reconstruir entre los
oprimidos, fuera de la política pero en el seno mismo del conflicto, una comunidad de
intereses opuestos a dicho estado. Para eso la
multiplicidad de intereses locales ha de
condensarse y reforzarse en un interés general,
a fin de plasmarse a través del debate público
en objetivos concretos y alternativas reales.
Una comunidad así ha de ser igualitaria y estar
guiada por la voluntad de vivir de otro modo. La
política antidesarrollista se basa en el principio
de la acción directa y la representación
colectiva, por lo que no ha de reproducir la separación entre dirigentes y dirigidos que
conforma la sociedad vigente. En esa vuelta a lo público, la economía ha de regresar
al domus, ha de volver a ser lo que fue, una actividad doméstica. La comunidad ha de
asegurarse contra todo poder separado, por un lado, organizándose horizontalmente
mediante estructuras asamblearias, y controlando lo más directamente posible a sus
delegados o enlaces, de forma que no se conviertan en jerarquías formales o
informales. Por el otro, rompiendo la sumisión a la racionalidad mercantil y
tecnológica. Nunca podrá dominar las condiciones de su propia reproducción
inalterada si actúa de otro modo, es decir, si cree en la tecnología y en el mercado, si
reconoce alguna legitimidad en las instituciones del poder dominante o adopta sus
métodos de funcionamiento.

1 Cuidad que supero sus limites geográficos y económicos, devorando otras ciudades y pueblos , ejemplo Bogota,
devoro usme, Bosa, engativa, techotiva , etc
Para recuperar y desactivar la rebelión social, principalmente juvenil, contra las
nuevas condiciones de la dominación, las que obedecen al mecanismo de
construcción / destrucción / reconstrucción típico del desarrollismo, se pone en
marcha una versión degenerada de la lucha de clases, los llamados “movimientos
sociales”, plataformas inclusive. Puesto que ya no se quiere otro orden social, el mito
del “ciudadano” puede sustituir cómodamente al mito del proletariado en los nuevos
esquemas ideológicos. El ciudadanismo es el hijo más legítimo del obrerismo y del
progresismo caducos. No surge para enterrarlos, sino para revitalizar su cadáver. En
un momento en que no hay más auténtico diálogo que el que pueda existir entre los
núcleos rebeldes, aquél sólo pretende dialogar con los poderes, hacerse un hueco
desde donde tratar de negociar. Pero la comunidad de los oprimidos no ha de intentar
coexistir pacíficamente con la sociedad opresora pues su existencia no se justifica
sino en la lucha contra ella. Una manera de vivir diferente no ha de cimentarse en el
diálogo y la negociación institucional con la forma esclava precedente. Su
consolidación no vendrá pues ni de una transacción, ni de una crisis económica
cualquiera, sino de una secesión masiva, de una disidencia generalizada, de una
ruptura drástica con la política y con el mercado. En otras palabras, de una revolución
de nuevo tipo. Puesto que el camino contrario a la revolución conduce no sólo a la
infelicidad y la sumisión, sino a la extinción biológica de la humanidad, nosotros, los
antidesarrollistas, estamos por ella.
El pensamiento antidesarrollista o antiindustrial no representa una nueva moda, una
crítica puramente negativa del pensamiento científico y de las ideologías progresistas,
o un vulgar primitivismo que propugna retroceder a un momento cualquiera de la
Historia. Tampoco es una simple denuncia de la domesticación del proletariado y del
despotismo del capital. Menos todavía algo tan mistificador como una teoría unitaria
de la sociedad, propiedad de la última de las vanguardias o del último de los
movimientos. Va más allá que eso. Es el estadio más avanzado de la conciencia
social e histórica. Es una forma determinada de conciencia de cuya generalización
depende la salvación de la época.

Miguel Amorós
Contra un destino inaceptable. ¿Por qu é el
antidesarrollismo?
Texto construido a varias voces.

La derrota del movimiento obrero y las continuas derrotas del movimiento social fue la
causa de que la crítica social quedara aislada en pequeños círculos de irreductibles.
Los cambios profundos experimentados por el sistema capitalista junto con el
crecimiento del aparato estatal bloquearon cualquier deriva que culminara en una
organización de la clase orientada hacia objetivos revolucionarios. Las luchas se
reorientaron hacia reivindicaciones inmediatas centradas principalmente en la
conservación del empleo, mientras que la llama de las grandes metas emancipadoras
quedó apagada por el vendaval participativo que produjo la apertura de las
instituciones a los partidos “obreros”. Tuvo lugar entonces en el terreno teórico el paso
de la crítica proletaria revolucionaria a la ideología social liberal burguesa y, en el
terreno de la praxis, la transformación de la lucha de clases en sindicalismo de
concertación y contienda electoral. El proletariado no salió indemne de tanta
sacudida, fundiéndose con las nuevas clases medias en una masa amorfa adicta al
régimen productivista. Las crisis sucesivas nacidas de las nuevas contradicciones
originadas por la globalización apenas han alterado la situación anterior. Las minorías
radicales siguen empeñándose en reproducir un obrerismo ideológico sin sentido,
aferrándose a las viejas fórmulas superadas. Las alternativas individualistas,
primitivistas y ecologistas no son mucho más acertadas, ya que son simples
ideologías de recambio y no expresiones de movimientos transformadores apoyados
en una comprensión real de las condiciones históricas presentes.

El nuevo régimen social se desarrolló a partir de una fusión del Capital con el Estado
y, por consiguiente, de la economía con el sindicalismo y la política. El crecimiento
económico era la condición sine qua non para el acceso a “la sociedad del bienestar”,
objetivo que había reemplazado a la “autogestión” y el “socialismo” y, por lo tanto, el
imperativo principal de cualquier política de partido. Según la mentalidad progresista
de los nuevos dirigentes, la abundancia de mercancías y crédito, la propiedad
inmobiliaria y los servicios estatales, frutos de un “desarrollo” tecnoeconómico creador
de puestos de trabajo, disolverían cualquier antagonismo social y pondrían fin a una
época de luchas de clase. Las masas, encerradas en su vida privada, dejarían de
buen grado los asuntos públicos y salariales en manos de los profesionales de la
negociación, obedeciendo puntualmente a las indicaciones trasmitidas por los medios
de la comunicación espectacular. En consecuencia, la crítica social tenía que ser
forzosamente contraria al desarrollismo, aunque solamente fuera por contrarrestar el
conformismo producido por dicho “bienestar”. Y había de ser, complementariamente,
antipatriarcal, antiestatista y antipolítica. Tenía que romper tanto con la tradición
socialdemócrata y el obrerismo político, como con el machismo y la ideología del
Progreso, creencias espurias con las que la burguesía había contaminado a lxs
marginadxs.
El mercado mundial transforma la sociedad continuamente de acuerdo con sus
necesidades y sus deseos. El dominio formal de la economía en la antigua sociedad
de clases se transforma en dominio real y total en la moderna sociedad tecnológica
de masas. Los trabajadores masificados ahora son ante todo consumidores. La
principal actividad económica no es industrial, sino administrativa y logística
(terciaria.) La principal fuerza productiva no es el trabajo, sino la tecnología. En
cambio los asalariados son la principal fuerza de consumo. La tecnología, la
burocracia y el consumo son los tres pilares del actual desarrollo. El mundo de la
mercancía ha dejado de ser autogestionable. Es imposible de humanizar: primero hay
que desmontarlo.

III
La integración de los trabajadores, en tanto que principal fuerza de consumo,
unificaba la industria con la vida. El desarrollo era el arma mediante la cual el Capital
colonizaba la vida cotidiana y destruía la sociedad civil –especialmente el medio
obrero– privándola de la menor autonomía. La descolonización no podía ser más que
antidesarrollista. La crítica de la idea de Progreso, como la de la neutralidad de la
técnica y del Estado que le servía de corolario, era el nuevo punto de partida. Otras
razones venían a reafirmar el antidesarrollismo como característica principal del
anticapitalismo: las derivadas de la fusión del territorio y la urbe en detrimento del
primero. El impacto destructivo de las políticas desarrollistas sobre los individuos y el
entorno que ponía en peligro la permanencia de la vida misma en el planeta,
contaminaba, trastornaba el clima, despoblaba el campo, agotaba los recursos,
desequilibraba el territorio y forzaba un estilo de vida urbano artificial y alienado. Así
pues, la crítica social incorporaba como elementos fundamentales la crítica de la
agricultura industrial, del despilfarro energético, del consumismo y del urbanismo. La
revolución no provocaría una aceleración de la economía, sino que activaría un freno
de emergencia. La producción, la circulación y la distribución capitalistas no son
autogestionables. La propiedad nacional o colectivista de unos medios de producción
y circulación eminentemente destructivos no solucionaría ninguno de los problemas
planteados, por cuanto que la solución sería más bien el resultado de diversos
procesos de desglobalización, desmantelamiento industrial, desurbanización y
desestatización.

Absolutamente todas las relaciones de los seres humanos entre sí o con la naturaleza
no son directas, sino que se hallan mediatizadas por cosas, o mejor, por imágenes
asociadas a cosas. Una estructura separada, el Estado, controla y regula esa
mediación reificada. Así pues, el espacio social y la vida que alberga se modelan de
acuerdo con las leyes de dichas cosas (las mercancías, la tecnología), las de la
circulación y las de la seguridad, originando todo un paquete de divisiones sociales:
entre urbanitas y rurales, dirigentes y dirigidos, ricos y pobres, incluidos y excluidos,
veloces y lentos, conectados y desenganchados, etc. El territorio, una vez que ha
quedado libre de agricultores, se convierte en una nueva fuente de recursos (una
nueva fuente de capitales, un decorado y un soporte de macroinfraestructuras (un
elemento estratégico de la circulación.) Esta fragmentación espacial y disgregación
social aparece hoy en forma de una crisis que presenta diversos aspectos, todos ellos
interrelacionados: demográficos, políticos, económicos, culturales, ecológicos,
territoriales, sociales… El capitalismo ha rebasado sus límites estructurales, o dicho
de otra manera, ha tocado techo.
La crisis múltiple del nuevo capitalismo es fruto de dos clases de contradicciones: las
internas, que son causa de fuertes desigualdades sociales, y las externas,
responsables de la contaminación, del cambio climático, del agotamiento de recursos
y de la destrucción del territorio. Las primeras no sobresalen del ámbito capitalista
donde quedan disimuladas como problemas laborales, asuntos crediticios o déficit
parlamentario. Las luchas sindicales y políticas jamás plantean salirse del cuadro que
enmarca al orden establecido; menos todavía se oponen a su lógica. Las
contradicciones principales son pues, o bien producidas por el choque entre la finitud
de los recursos planetarios y la demanda infinita que exige el desarrollo, o bien el
choque entre las limitaciones que impone la devastación y la destrucción ilimitada a la
que obliga el crecimiento continuo. Las contradicciones revelan la naturaleza terrorista
de la economía de mercado y estado en lo relativo al hábitat y la vida de la gente. La
autodefensa ante el terrorismo de la mercancía y del Estado se manifiesta tanto como
lucha urbana que rechaza la industrialización del vivir –o sea, como
antidesarrollismo-, que como defensa del territorio negando la industrialización del
espacio. Los representantes de la dominación, si no pueden integrarlas bajo el ropaje
de oposición “verde”, respetuosa con sus reglas de juego, la presentarán como un
problema minoritario de orden público, para poder así reprimirlas y aplastarlas.
En un momento en que la cuestión social tiende a presentarse como cuestión
territorial, sólo la perspectiva antidesarrollista es capaz de plantearla correctamente.
De hecho, la crítica del desarrollismo es la crítica social tal como ahora existe;
ninguna otra es verdaderamente anticapitalista, puesto que ninguna cuestiona el
crecimiento o el progreso, los viejos dogmas que la burguesía traspasó al
proletariado. Por otro lado, las luchas en defensa y por la preservación del territorio, al
sabotear el desarrollo, hacen que el orden de la clase dominante se tambalee: en la
medida en que consigan conformar un sujeto colectivo anticapitalista esas luchas no
serán más que la lucha de clases moderna.
“La idea de Progreso, refractaria a todo proceso de inteligibilidad, es, junto
con sus secuelas de ignorancia, decadencia y destrucción, lo único que en
verdad progresa.” – Agustín López Tobajas

IV
La conciencia social
anticapitalista se
desprende de la unión
de la crítica y la lucha,
es decir, de la teoría y
la práctica. La crítica
separada de la lucha
deviene ideología
(falsa conciencia); la
lucha separada de la
crítica deviene
nihilismo o reformismo
(falsa oposición.) La
ideología propugna a
menudo un retorno imposible al pasado, lo cual proporciona una excelente coartada a
la inactividad (o a la actividad virtual, que es lo mismo), aunque la forma más habitual
de la misma sea desde el área económica el cooperativismo y desde el área política
el ciudadanismo (el nuevo populismo.) La verdadera función de la praxis ideológica es
gestionar el desastre. Tanto la ideología como el reformismo separan la economía de
la política para así proponer soluciones dentro del sistema dominante, bien sea en un
campo o en el otro. Y ya que los cambios han de derivar de la aplicación de fórmulas
económicas, jurídicas o políticas, ambos niegan la acción, que sustituyen por
sucedáneos teatrales y simbólicos. Huyen de un enfrentamiento real, puesto que
quieren a toda costa compatibilizar su práctica con la dominación, o al menos
aprovechar sus lagunas y resquicios para subsistir y coexistir. Quieren gestionar
espacios aislados y administrar la catástrofe, no suprimirla.
La crítica social no puede prescindir de conceptos como el de alienación, ideología,
razón o sujeto histórico, sin los cuales nunca rebasará el horizonte cultural de la
dominación. El sujeto revolucionario es un ser histórico, una comunidad de individuos
cuyos intereses son universales, producida en el tiempo y que camina hacia su
realización plena en el tiempo. La crítica tradicional concedía el papel de sujeto de la
historia y redentor de la humanidad al proletariado, pero dadas las condiciones
económico-políticas actuales, no puede atribuirse ese honor a la masa desfavorecida
de asalariados. Primero, porque ha perdido su centralidad, ya que no es la principal
fuerza productiva, lo es la tecnología, la maquinización; segundo, porque no forma un
mundo aparte en el seno de la sociedad, con sus propios valores, tradiciones y reglas.
No puede constituirse un sujeto –una comunidad, una clase– exclusivamente
basándose en la condición de asalariado. Tampoco los conflictos laborales, aunque
legítimos, son capaces de abrir unas perspectivas anticapitalistas mínimas. Por otro
lado, no son precisamente los asalariados de hoy quienes reivindican el honor de la
primera fila en el combate por la abolición del Capital y el Estado, prefiriendo de largo
dejarse llevar por las políticas posibilistas de las nuevas clases medias, las únicas
que han mostrado capacidad de iniciativa institucional. El nuevo sujeto, es decir, la
comunidad de combatientes anticapitalistas, ha de emerger de conflictos cuya
resolución sea imposible en el marco del sistema actual de dominio.
V
La unión arriba mencionada entre la crítica y la lucha proporciona al antidesarrollismo
una ventaja que no posee ninguna ideología: saber todo lo que quiere y conocer el
instrumento necesario para ir a por ello. Puede presentar de modo realista y creíble
los trazos principales de un modelo alternativo de sociedad, sociedad que se hará
palpable tan pronto como se supere el nivel táctico de las plataformas, asociaciones y
asambleas, y se pase el nivel estratégico de las comunidades combatientes. O sea,
tan pronto como la fractura social pueda expresarse en todo el sentido con un
“nosotros” frente a “ellos.” Los de abajo contra los de arriba.
Las crisis provocadas por las huidas hacia adelante del capitalismo no hacen sino
afirmar a contrario la pertinencia del mensaje antidesarrollista. Los productos de la
actividad humana –la mercancía, la ciencia, la tecnología, el Estado, las
conurbaciones- se han complicado, independizándose de la sociedad e erguiéndose
contra ella. La humanidad ha sido esclavizada por sus propias creaciones
incontroladas. En particular, la destrucción del territorio debido a la urbanización
cancerosa se revela hoy como destrucción de la sociedad misma y de los individuos
que la componen. El desarrollo, tal como un dios Jano, tiene dos caras: ahora, las
consecuencias iniciales de la crisis energética y del cambio climático, al ilustrar la
extrema dependencia e ignorancia del vecindario urbano, nos muestran la cara que
permanecía escondida. El estancamiento de la producción gasística y petrolera,
anuncian un futuro donde el precio de la energía será cada vez más alto, lo que
encarecerá el transporte, acarreará crisis alimentarias (acentuadas todavía más por el
calentamiento global) y causará colapsos productivos. A medio plazo las metrópolis
(grandes ciudades) serán totalmente inviables y sus habitantes se encontrarán
en la urgencia de escoger entre rehacer su mundo de otro modo o desaparecer.

Habiendo alcanzado sus límites internos y externos, el capitalismo se ha instalado


permanentemente en la crisis y prosigue su marcha a través de innumerables
confrontaciones. Dejando aparte la geopolítica militar, responsable de las guerras por
el control de recursos, y limitándonos a las condiciones locales, dos son los tipos de
lucha capaces de cuestionar la naturaleza del sistema: las luchas urbanas y la
defensa del territorio. En las conurbaciones tienen lugar resistencias contra la
exclusión y el endurecimiento represivo que exige el control de las masas excluidas.
Son un buen ejemplo de ello las
luchas contra los desahucios, las
privatizaciones, la precariedad y los
abusos jurídico-policiales. Sin
embargo, es en el territorio no
urbano donde se generan los
conflictos mayores, aquellos que
agravan las condiciones de vida y
ponen en peligro la supervivencia
de la población, y que, por lo tanto,
son los que pueden aportar mayor conciencia antidesarrollista. El territorio periurbano,
expurgado de actividades agrícolas, se ha convertido en escenario de grandes
proyectos especulativos sin ninguna utilidad para sus habitantes: prospecciones de
petróleo y gas no convencionales, construcción de grandes infraestructuras, de
macrocárceles, de vertederos, de plantas incineradoras, de centrales energéticas, de
residencias vacacionales, etc. En consecuencia, la defensa del territorio contra su
reordenación explotadora constituye el eje donde pivota la lucha antidesarrollista,
defensa que cuenta con la particularidad de sobrepasar el horizonte rural: sus
efectivos proceden mayoritariamente de las conurbaciones.
VI
El tipo organizativo que surge de la nueva conflictividad se apoya en relaciones de
vecindad, más que de lugar de trabajo. El sujeto se reconstituye ante todo como
organización vecinal, no como sindicato, coalición o partido, y eso es así porque la
cuestión social se presenta cada vez más como cuestión urbana y territorial. Esta
clase de organización, que abarca todas las esferas de la actividad social, goza de la
ventaja de estar mejor prevenida contra la burocracia, pues funciona horizontalmente,
rotando cargos representativos y tareas. No presenta un perfil único, pues es
producto de condiciones locales de lucha, actuando bien como asamblea o
plataforma, bien como grupo de apoyo o “zona a defender”. Tampoco está a salvo de
la recuperación o del reformismo, puesto que la conciencia antidesarrollista no
acompaña las luchas con la suficiente contundencia como para volverlas
irrecuperables y revolucionarias. Y no las acompaña en la medida que el grado de
disidencia de los combatientes es pobre y el fetichismo de la política es grande, cosa
que impide hacer de la segregación un arma. Pero precisamente porque el sistema es
irreformable, la lucha no se ha de centrar solamente en sus aspectos negativos, sino
también en aquellos que de alguna forma constituyen embriones experimentales de
una sociedad nueva. La comunidad se crea tanto en la movilización y la resistencia
como en la obra constructiva y creadora. Y así en el espacio urbano hemos visto
aparecer ágoras de barrio, coordinadoras asamblearias de trabajadores, huertos
comunitarios, comedores populares, clínicas alternativas, talleres autogestionados y
otras iniciativas más o menos logradas como respuesta a problemas concretos. En el
territorio se producen experiencias ruralizadoras como cooperativas integrales,
ocupación de tierras, cultivos salvajes, recuperación de bienes comunales,
reivindicación de prácticas de autogobierno tradicionales (juntas, concejos,
universidades), etc. Son ejemplos dispersos, marginales, voluntaristas y mal
equipados, pero de suma importancia, puesto que indican el camino a seguir cuando
un verdadero movimiento social cristalice y supere el estadio de las barricadas.
VII
Recapitulando, el antidesarrollismo es una reflexión crítica y una práctica antagonista
nacida de los conflictos provocados por el desarrollo en la fase última del régimen
capitalista. Es una teoría abierta que hace balance de la lucha de clases pasada e
incorpora a la vieja tradición anarquista y socialista la crítica del urbanismo, la ciencia,
la tecnología y el progreso. Y es a la vez un sentimiento difuso de futuro fallido que
empuja a la acción. La obsolescencia programada de la humanidad no podrá pararse
más que con el desmantelamiento de industrias e infraestructuras, el reequilibrio
poblacional entre ciudad y campo, la descentralización social y la desestatización,
asuntos que los desastres de la mundialización han llevado a la calle. El sujeto
revolucionario surgirá de la confluencia entre esa sensación de pérdida irreparable
que comunican las agresiones del Capital/Estado, o sea, del sistema, y la insurrección
contra un destino inaceptable, la descomposición inevitable de la civilización
capitalista esperamos desemboque en un periodo de desmantelamiento de
industrias e infraestructuras, de ruralización y de descentralización, o dicho de
otra manera, que inicie una etapa de transición hacia una sociedad justa,
igualitaria, equilibrada y libre, y no un caos social de dictaduras y guerras. Con
tal augusto fin, el antidesarrollismo trata de que estén disponibles las
suficientes armas teóricas y prácticas para que puedan aprovecharlas los
nuevos colectivos y comunidades rebeldes, germen de una civilización distinta,
liberada del patriarcado, de la industria, del capital y del Estado.
Por la tierra y contra el capital
En el año 2012 y en el contexto de varias luchas en las cuales participábamos
creamos la idea de intensificar visiblemente la difusión y la lucha usando la
generalmente pobre fórmula de “el día de”. En este caso no se trataba de ofertas o
descuentos de ninguna índole sino de potenciar cierto análisis sobre la conflictividad y
el enfrentamiento al orden establecido. Como la fórmula complementaba luchas que
ya existían y no buscaba su sustitución decidimos probar. Los puntos básicos de la
intensificación eran tres.
Primero, mostrar que la lucha muchas veces llamada ecológica, ambiental o territorial
debía ser una lucha anticapitalista, general y no caer en parcializaciones. Las luchas
por el medio ambiente no pueden separarse del análisis e intervención sobre el
sistema, estructuras y responsables de la dominación en general. Era necesario
mostrar el vínculo entre las diferentes tensiones y alcances de la dominación actual.
Debíamos explicitar la relación entre cosas tan disímiles como la gentrificación, el
“regalo” de computadoras en las escuelas del Estado, la pasta base, el
envenenamiento del agua y la militarización de nuestros territorios.
Además de entender la unidad esencial de la lucha, el segundo punto era el del
necesario internacionalismo de la resistencia. La ofensiva contra el extractivismo no
podía estancarse en fronteras nacionales tan convenientes para la opresión estatal.
Una supuesta mejor gestión de la explotación no puede solucionar nada para aquellxs
que no sólo quieren que le alarguen la cadena. La planificación del Capital a través de
sus órganos supranacionales y nacionales, es general y se organiza para zonas
amplias de explotación. Los territorios estatales son simplemente las diferentes
administraciones con las cuales lidia el capitalismo financiero a cambio de una
cogestión más amplia de la conflictividad social. El Capital no tiene patria, lxs
oprimidxs sólo la han tenido cuando han sido encerradxs. La IIRSA-COSIPLAN es un
claro ejemplo de esto, el poder real se acuña y se extiende más por los canales de
comunicación de las mercancías en todo el continente que en los parlamentos.
El tercer punto para la intensificación de la lucha por “la tierra y la libertad” era diverso
tanto de la cuestión táctica como de la ética, aunque las contuviera. La relación entre
las nuevas infraestructuras, los planes de saqueo y el dominio a nivel regional
determinaban cosas como el internacionalismo o el análisis integral de la lucha. La
nueva derrota y el aplastamiento de las capacidades autónomas de los movimientos
sociales, dado por el ascenso de los gobiernos progresistas al poder también
determinaba acciones específicas. Reconstruir un imaginario de lucha frente a los
mecanismos de domesticación y recuperación de la izquierda del capital es un trabajo
duro. Al desgaste debía agregársele el enfrentamiento a sus políticas populistas de
mercado, sus nuevos policías rojos y sus legislaciones “antiterroristas”. El imaginario,
esa realidad de lo posible, dio grandes saltos finalmente con la primera derrota del
“gobierno indígena” en el TIPNIS, la lucha contra la minera Aratirí, contra Monsanto y
una vasta explosión de luchas de orientación no políticas en defensa de la naturaleza
en todo el continente.
“No se vende, la tierra se defiende” no ha significado jamás la defensa de un tipo de
explotación más benevolente frente a otra más agresiva, sino que ha sido la
búsqueda de la creación de nuevos vínculos contrarios a toda explotación. Y es en la
lucha donde ese mundo posible asoma la cabeza una y otra vez, incluso con todas
sus tensiones.
En cada región lxs compañerxs deberán hacer su propio análisis de estos últimos
años, la dinámica social es fluctuante y el Mes por la Tierra y contra el Capital ha
jugado su pequeño rol intentando generalizar la lucha. Podemos arriesgar que ciertas
ideas han ido cuajando en todos estos años. Pocxs discuten la conexión inexorable
de las diferentes luchas, los intentos de análisis internacionalistas, la idea de la
ofensiva vinculada a proyectos concretos de lucha y un imaginario común de
transformación social. Un imaginario surgido de encuentros, peleas, cientos de
actividades, reflexiones, textos, solidaridad, cantos y resignificaciones.
Hoy como en el 2012 volvemos a hacer un llamado a potenciar el accionar contra el
capital y en defensa de la tierra, el agua, el aire y las relaciones posibles. O sea,
contra toda dominación y por la creación de vínculos que nos potencien en y desde la
libertad. Hoy, insistimos sobre la necesidad de la reflexión en torno a la vida que
llevamos y a la que podemos llevar. Quien no sólo quiere algo grande, sino que
efectivamente busca los medios para conseguirlo deberá arriesgarse.
Mes por la Tierra y contra el Capital, 2018.
El antidearrollismo es una forma de resistencia, una practica antagonista
contra las consecuencias provocadas por el desarrollo en la historia del
capitalismo. El Antidesarrollismo nace de un balance crítico del fracaso
de luchas obreras (incluyendo las autónomas), el fracaso del socialismo
Real (capitalismo de Estado) y las reformas estructurales (socio-
culturales) del capitalismo en su ultima fase. Es una análisis ecológico y
cultural de las consecuencias del discurso y la practicas progresistas-
desarrollistas.

Y sí, estamos contra el desarrollo, sea capitalista, socialista, verde,


amarillo o rojo, contra sus protectores y falsos críticos, contra esa fe
productivista, contra ese disfraz progresista que siempre justifica la
explotación y el exterminio de especies y grupos humanos bajo el
discurso de un avance técnico e industrial que provea abundancia de
bienes y bienestar.

El pensamiento antidesarrollista pugna por una estrategia global de


confrontación, mientras que la lucha ecologista suele reducirse al
tacticismo, lo que solamente beneficia a la dominación y a sus
partidarios. El Antidesarrollismo no busca el volver a una etapa anterior
de la humanidad, no es primitivista, es ruralista, descentralizador, es
antipatriarcal, anticapitalista y antiestatal, desea la destrucción de la
civilización capitalista, el desmantelamiento de la industria y la
infraestructura, pues el mundo de la mercancía ha dejado de ser
autogestionable. Es imposible de humanizar: primero hay que desmontar.

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