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Objetivo:
“Al finalizar el curso, el alumno presentará una visión orgánica del sacramento del Orden,
explicitando su fundamentación bíblica, su desarrollo teológico y litúrgico en la historia, su
comprensión teológica contemporánea y los elementos actuales de su celebración”.1
Sumario:
I. Introducción. El ministerio sacerdotal en crisis. 2
1
Obefsm, Osmex, Edic. Cem, México 2009, p. 165.
2
G. Greshake, “Ser sacerdote hoy”, Sígueme, Salamanca 2003, pp. 17-60; Juan Esquerda Bifet, “Teología de
la espiritualidad sacerdotal” BAC, Madrid 1976; Mons. Iriarte “Hijos de la Iglesia …y de su tiempo”.
3
Albert Vanhoye, “Un sacerdote diferente”. La Epístola a los Hebreos, Convivium Press, Miami 2011; A.
Vanhoye, “Sacerdotes antiguos, Sacerdote nuevo según el nuevo testamento”, Sígueme, Salamanca 2006;
Jean Galot, “Sacerdote en nombre de Cristo”, Grafite ediciones, Bilbao 2002.
4
J. Galot, o.c. pp. 231-265.
5
J. Galot, o.c. pp. 267-275.
6
J. Galot, o.c. pp. 295-325; Santiago del Cura Elena, “Carácter sacerdotal” en “Diccionario del sacerdocio”,
BAC, Madrid 2005;
7
G. Greshake, o.c. pp. 121-147; Santiago del Cura Elena, “In persona Christi, in persona Ecclesiae”, en
“Diccionario..”, o.c.
8
G. Greshake, o.c. pp. 149-179.
1. ¿Qué se entiende por espiritualidad sacerdotal?10
2. Ministerio y santidad.
B. El sacerdote y los consejos evangélicos.11
1. Sacerdocio y celibato.
2. Obediencia sacerdotal.
3. Ministerio y pobreza.
C. Elementos distintivos del estilo de vida sacerdotal.12
1. Oración.
2. Estudio.
3. Apostolado.
4. Tiempo libre.
9
G. Greshake, o.c. pp. 347-367; J. Galot, o.c. pp. 327-392.
10
Juan Esquerda Bifet, “Teología de la espiritualidad sacerdotal”, BAC, Madrid 1976, pp.195-200.
11
G. Greshake, o.c. pp. 369-415.
12
G. Greshake, o.c. pp. 443-467.
I. Introducción. El ministerio sacerdotal en crisis.
Un preámbulo: Actitud contemplativa, sapiencial, agradecida hacia el sacerdocio. “Un
mensaje de esperanza y de confianza para los sacerdotes (y los seminaristas) del tercer
milenio”. (Card. Darío Castrillón, 15 mayo 2000).
Gracias a Dios: Sal 65, 5-6 “Dichoso el que tú eliges y acercas para que viva en tus atrios. ¡Que
nos saciemos de los bienes de tu Casa, de los dones sagrados de tu Templo! Con portentos de
justicia nos respondes, Dios Salvador Nuestro…”.
Efectivamente, gracias a Dios por el prodigio de que actualmente haya quien sea capaz de una
elección radical por Cristo; gracias a Dios porque haya quien persevere día a día en la fidelidad
a esta llamada, fascinado por Cristo, siempre disponible para El con un corazón indiviso. El
presbítero, ministro de esperanza para el hombre en el Tercer Milenio: “Cualquier
consideración sobre el ministerio sacerdotal, sea desde el punto de vista ontológico (cuando se
quiere definir su contenido), sea desde el punto de vista existencial (cuando se precisa el lugar
que dicho ministerio ocupa en la Iglesia y en el mundo), debe tener en cuenta que a cada
cristiano se pueden aplicar las palabras con las cuales San Pablo describía su prodigiosa
divinización: No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí (Ga 2,20)”; pero el sacerdote, por
medio de la nueva consagración del sacramento del Orden se convierte ipse Christus, para
llevar a cabo no sólo en su nombre, sino con su mismo poder (PO 2)las funciones de enseñar,
santificar y dirigir pastoralmente a los otros miembros de su Cuerpo, hasta el final de los
tiempos. Así, el ministerio sacerdotal, en la perspectiva del Tercer Milenio, se convierte en
ministerio de esperanza, porque hace presente toda la potencia redentora de Cristo pues, “ayer
como hoy, Jesucristo es el mismo, y lo será siempre” (Hb 13,8).
Dignidad e insustituibilidad del ministerio ordenado. Todos nos damos cuenta: hoy los ataques
al sacerdocio ordenado no son ciertamente pocos, presentándose bajo diversos aspectos. Esto
hace particularmente urgente la reflexión sobre la identidad y la fidelidad a las exigencias de su
misión. Su dignidad le viene de su sacralizad: el ministerio ordenado es por esencia sagrado
tanto en su origen (Cristo lo confiere) como por su contenido (los misterios divinos) y por el
modo mismo como es conferido (sacramentalmente). Además, se afirma su insustituibilidad
porque el ministerio ordenado forma parte de una estructura institucional deseada por Dios para
que la vida divina llegue a los hombres de todos los tiempos, a través de los ministros
específicos por El también establecidos.
1. La pregunta sobre la identidad. Esta pregunta sigue siendo hoy una cuestión abierta. Abordar
el tema es una necesidad urgida por la fe que profesamos, por la experiencia de nuestros
presbiterios y por los retos de los tiempos que vivimos. La reflexión sobre la identidad debe
hacerse desde un hoy un para un hoy concreto, social y eclesialmente contextualizado. Por otra
parte, desde la formación actual en el Seminario, nos damos cuenta de que no es posible aceptar
de buen grado y hasta sus últimas consecuencias, algo impreciso e indefinido. “De ahí la
importancia de la identidad asumida, hecha propia, interiorizada y personalizada, en la que uno
se ve reflejado y se quiere ver realizado. No basta una identidad objetiva, que está ahí,
independientemente de mi opción ante ella, aunque sea técnica y científicamente bien
elaborada”13. La pregunta sobre la identidad se la plantean desde hace tiempo muchos
presbíteros, no pocas veces movidos por el sentimiento de inseguridad ante la sociedad actual:
Román Sánchez Chamoso, “Ministros de la Nueva Alianza, teología del Sacerdocio Ministerial”, CEM,
13
14
“El ministerio sacerdotal”, Comisión internacional de teología, 1971.
15
G. Greshake, o.c., pp. 20-24.
- El sínodo de 1971 estudió el tema del sacerdocio, y señaló con claridad la problemática del
momento: “Algunos sacerdotes se sienten extraños a los movimientos que afectan a los grupos
humanos y, al mismo tiempo, impreparados para resolver los problemas de mayor preocupación
de los hombres”; de aquí surgen muchos interrogantes sobre la identidad y el quehacer del
sacerdote.
2) La “desmitización” de lo sobrenatural, como si se tratara de una ideología de actualidad,
concluyendo que todo el orden de la gracia es simplemente un mito que hay que traducir
simplemente a “sentido de la existencia humana”, como puede haber tantas otras formas de
darle sentido. “Si la revelación, la encarnación, la gracia, la resurrección, la Iglesia con sus
signos sacramentales y ministeriales, etc., fuera un simple “mito” que sólo tiene valor y razón
de ser en cuanto dan sentido a la existencia humana, ciertamente no se ve el por qué del
sacerdocio ni de la fe cristiana”.16
En segundo lugar, la crisis de la actividad pastoral; hoy todo mundo habla de una pastoral
eficiente; ¿sabremos qué queremos decir con esto? Ciertamente nunca había habido en la
Iglesia el despliegue de actividades de formación y perfeccionamiento pastoral, de instrumentos
de eficiencia pastoral y de estrategias pastorales, como el que hoy día existe. Pero, a la vez, el
resultado nunca ha sido más pobre y deprimente. Parece ser que muchas cosas son inútiles en
orden al objetivo pastoral que se pretende.
En tercer lugar, aparece el lema de la “democratización” en todos los ámbitos de la vida. Este
lema, entendido como signo de los tiempos, adquiere un valor casi sacral. Sucede que desde
esta perspectiva la generación joven de los sacerdotes se siente legitimada, no “desde arriba”,
como en el caso de las generaciones pasadas, sino “desde abajo”, por el servicio que presta a los
cristianos, por la confianza y el asentimiento que recibe de ellos.
En quinto lugar, nos encontramos con el servicio que prestan los laicos en asuntos que antes
estaban reservados a los sacerdotes. Pareciera que en la actualidad el papel del laico está mejor
clarificado que el del sacerdocio ministerial y concretamente el del presbítero. Hace unos cien
años el laico necesitaba todavía redefinirse, y se hacía comparándolo con la entidad, entonces
obvia y nada problemática, del “clero”; hoy, “no es el laico quien tiene necesidad de ser
definido; es el sacerdote”17.
16
J. Esquerda, o.c. p. 6.
17
Y. Congar, “Ministerios y comunión eclesial”, Madrid, 1973, p. 25.
3. Algunas dificultades en el camino de la asimilación de la novedad cristiana del sacerdocio: a)
El peso y la vigencia del antiguo testamento: el peso de la concepción sacerdotal
veterotestamentaria ha influido en el oscurecimiento de la base neotestamentaria y en la
deformación de la actual concepción del sacerdocio ministerial cristiano. ¿De qué manera? Hay
que reconocer que con frecuencia el ideal sacral del antiguo testamento, el ritualismo y
juridicismo, el régimen de separaciones y purificaciones, la concepción de los “mediadores
sagrados”, la noción de sacrificio y de culto del antiguo testamento es lo que se transparenta en
el lenguaje, en los hábitos y hasta en las actitudes y convicciones de muchos sacerdotes. Esta
referencia al antiguo testamento explica igualmente otros fenómenos, quizá el de mayor
trascendencia, como la creencia de que entre el sacerdocio del antiguo testamento y del nuevo
se dé continuidad y complementariedad, una continuidad en la misma línea fundamental,
cerrándole así el paso al sacerdocio nuevo, tal como nos lo presenta la carta a los Hebreos. b)
La concepción del sacerdocio típica de las religiones: el estudio comparado de la historia de las
religiones, la filosofía y la sociología de la religión presentan el hecho cristiano como uno de
los múltiples fenómenos religiosos que se han dado en la historia de la humanidad y en este
nivel interpretan el sacerdocio cristiano. Estos estudios se mueven en el simple plano de la
religión, no en el nivel de la revelación con todo lo que implica. La pregunta sería, ¿en el
mundo actual secularizado, nuestro pueblo tiene en cuenta el factor revelación?
4. La cuestión del nombre apropiado, terminología del Vaticano II. La terminología de los
documentos conciliares no es uniforme; se alterna la terminología tradicional con otra más
nueva, que refleja, sin duda la nueva eclesiología y la renovada teología del ministerio. Los
términos “presbíteros” y “presbiterio” ganan terreno a costa de “sacerdote” y “sacerdocio”. Los
primeros documentos, como “Sacrosanctum concilium” parecen desconocer este cambio. Lo
más llamativo y teológicamente significativo es el peso que va adquiriendo el término “pastor”,
que califica la especificidad y la novedad del sacerdocio del nuevo testamento (cfr. LG, CD,
PO, AA). Por otra parte no son convertibles “sacerdote” (incluye al obispo) y “presbítero” (se
reserva a quien ha recibido el sacramento del orden en su segundo grado), ni “presbíteros” y
“ministerio ordenado” (incluye también al obispo y al diácono), ni “ministerio sacerdotal” (más
pastoral) y “sacerdocio ministerial” (más sacral). El término de sacerdote puede ser válido y
correcto, a condición de que sea entendido en la originalidad con que es aplicado a Cristo en el
nuevo testamento, sin la carga sacral-cultual del antiguo testamento o de las religiones.
18
Pablo VI, Mensaje de 1968.
19
J. Esquerda, o.c., pp. 10-12.
II. Respuesta teológica al problema de la identidad: Fundamentos bíblicos.20
A. El sacerdocio antiguo en las primeras tradiciones cristianas.21
1) Los sacerdotes en los evangelios.
En los evangelios la palabra sacerdote nunca se aplica ni a Jesús ni a sus discípulos, se refiere
siempre a los sacerdotes judíos.
Así, Lucas describe la organización del sacerdocio al hablar de Zacarías (1, 8-9) y sus
privilegios; el mismo Lucas hace suponer la intervención del sacerdote en la presentación del
niño Jesús en el templo de Jerusalén, y tampoco los nombra al narrar la presencia de Jesús
adolescente en el templo; a lo largo de su vida pública tampoco los menciona. Es el cuarto
evangelista quien habla de los sacerdotes una sola vez, antes de la vida pública de Jesús (Jn
1,19: “Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas preguntarle: ¿Quién eres tú?”).
En los tres primeros evangelios, Jesús habla a veces de los sacerdotes: cuando ordena al leproso
que se presente al sacerdote y haga la ofrenda ritual (Mc 1,44), ya que a los sacerdotes se les
encargaba el control sanitario de los leprosos (Lev 13-14); a los diez leprosos que imploran su
piedad, Jesús les ordena que se presenten al sacerdote (Lc 17,12-14); Jesús usa el episodio de
1Sam 21, 2-7(cuando David entró en la casa de Dios, en tiempos del sumo sacerdote Abiatar, y
comió los panes de la proposición, que sólo a los sacerdotes es lícito comer) para mostrar que
los preceptos, o más bien las prohibiciones, que se refieren al culto ritual no tienen valor
absoluto; y señala otra circunstancia (Mt. 12,5), mencionando al sacerdote, “¿Tampoco habéis
leído en la ley que en día de sábado los sacerdotes en el templo profanan el sábado sin incurrir
en culta”?.
Finalmente, los evangelios hablan nuevamente de un sacerdote en la parábola del buen
samaritano (Lc 10, 30-37): se subraya una enseñanza, el samaritano practica la misericordia, el
sacerdote no, tal vez por observar la ley de la pureza, que le prescribía no tocar un hombre
muerto. Se constata así, que los evangelios reconocen las atribuciones de los sacerdotes judíos
sin manifestar su oposición hacia ellos, y, además, relativizan su papel al rechazar dar al culto
ritual una importancia primordial.
2) Los sumos sacerdotes en los evangelios.
Los evangelios no hablan sólo de sacerdotes (hiereis), sino también y más frecuentemente, de
sumos sacerdotes (archiereis). Se usa tanto en singular como en plural.
En singular: el título designa al personaje situado en la cúspide de la jerarquía sacerdotal,
sucesor de Aarón. En plural nunca se empleó en el antiguo testamento. En el nuevo testamento
designa a “las autoridades religiosas”, es decir, el sumo sacerdotes propiamente dicho, sus
predecesores, el sumo sacerdote segundo, el jefe de la clase sacerdotal encargado del servicio
litúrgico, los encargados del servicio del orden y los tesoreros del templo.
Los sinópticos hablan de los sumos sacerdotes en el primer anuncio de la pasión de Jesús (Mt.
16, 21; Mc8, 31; Lc 9, 22). Aparecen varias observaciones: primera, los sumos sacerdotes
20
Albert Vanhoye, “Sacerdotes antiguos, sacerdote nuevo según el Nuevo Testamento”, 5ª. Edic., Edic.
Sígueme, Salamanca 2006; Gisbert Greshake, “Ser sacerdote hoy”, Sígueme, Salamanca 2003; Jean Galot,
“Sacerdote en nombre de Cristo”, Grafite Ediciones, Bilbao 2002; José Luis Barriocanal Gómez, “Antiguo
Testamento (sacerdocio en el)”, en “Diccionario del Sacerdocio”, BAC, Madrid 2005; J. Trinidad Lomelí, “El
sacerdocio: rasgos bíblicos, un modelo y notas pastorales”, Editora gráfica Halcón, Morelia, 2010; Miguel
Nicolau, “Ministros de Cristo, sacerdocio y sacramento del Orden”, BAC, Madrid 1971; Román Sánchez
Chamoso, “Ministros de la Nueva Alianza”, CEM, México 1990; Tomás Otero Lázaro, “Nuevo Testamento”
en “Diccionario…”, o.c..
21
A. Vanhoye, “Sac. antiguos…” o.c. pp. 17-33.
aparecen como responsables de los sufrimientos de Cristo; los sinópticos muestran una
oposición muy fuerte entre ellos y Jesús; en la narración de la pasión los sumos sacerdotes son
mencionados no menos de quince veces en Mateo y en Marcos, Lucas sólo los menciona 8
veces; en segundo lugar hay que mencionar que en este conflicto los sumos sacerdotes se
presentan más bien como autoridad que como sacerdotes; son mencionados al lado de los otros
dos grupos que integraban el sanedrín: ancianos, sumos sacerdotes y escribas. Mateo y Marcos
subrayan el papel de juez civil que asume el sumo sacerdote en la escena de la sesión nocturna
del sanedrín: “la escena no se desarrolla en un contexto de celebración cultual, sino en un
contexto de ejercicio del poder. El sumo sacerdote no se encuentra en el templo, sino rodeado
de los miembros del sanedrín. Sus atribuciones no son cultuales, sino jurídicas: escuchar a los
testigos, interrogar, juzgar”22
En el cuarto evangelista encontramos también esta oposición; la diferencia está en que son
mencionados antes de la pasión; Juan narra que durante la fiesta de los tabernáculos,
preocupados por el éxito de Jesús, “los sumos sacerdotes y los fariseos enviaron guardias para
detener a Jesús” (Jn 7, 33). La oposición a Jesús aparece más acentuada en San Juan, ya que
asocia a los sumos sacerdotes con los fariseos, enemigos acérrimos de Jesús.
22
A. Vanhoye, “Sac. Antiguos…” p. 27.
23
A. Vanhoye, “Sac. antiguos….” o.c. pp 54-74.
C. El sacerdocio de Cristo en la Carta a los Hebreos: Jesucristo, sacerdote nuevo.24
1. ¿Por qué la Carta a los Hebreos? Si queremos saber quién es el “ministro de la nueva alianza”
sólo hay una fuente: la figura de Cristo Sacerdote. Si tratamos de responder a la pregunta
qué es el presbítero, sólo hay una respuesta: sacerdote de Jesucristo. Si buscamos la verdadera
identidad del sacerdocio ministerial, sólo acertaremos volviendo los ojos al sacerdocio del
nuevo testamento. La cristología sacerdotal, especialmente la expuesta en la carta a los
Hebreos, es la primera e indiscutible referencia del sacerdocio cristiano.
2. Los destinatarios de la Carta a los Hebreos (p. 123).Tengamos en cuenta que este escrito se
dirigía a judeo-cristianos que añoraban el esplendor y la grandeza del Templo frente a la
sorprendente sobriedad que revestía el nuevo sacerdocio. Ante esta tentación, que no deja de
tener actualidad, las líneas de argumentación son muy claras:
a) Lo que agrada a Dios: no son los sacrificios, las oblaciones y holocaustos, que constituían el
centro del culto antiguo (Heb 10, 5-8). Esta idea es retomada de los profetas y centralizada en el
nuevo testamento.
b) La eficacia frente a la inutilidad. Los ritos sacrificiales, señalados por la ley, son solamente
sombra de la realidad y por sí mismos no pueden alcanzar su objetivo. “Pues lo que era
imposible para la ley, a causa de la debilidad humana, lo realizó Dios enviando a su propio Hijo
con una naturaleza semejante a la del pecado y condenó el pecado a través de una naturaleza
mortal, para que así, los que vivimos, no según nuestros desordenados apetitos, sino según el
Espíritu, cumplamos los preceptos de la ley en plenitud” (Rom 8, 3-4). Nos hallamos, pues,
ante una nueva situación caracterizada por la superación de lo antiguo que resulta ineficaz.
c) Cumplimiento frente a la promesa. La promesa del antiguo testamento es presencia en el nuevo,
la sombra ha dejado paso a la realidad. La grandeza de la promesa sólo puede calibrarse por su
cumplimiento. En una palabra, el nuevo testamento confiere su verdadero valor al antiguo. La
grandeza del antiguo testamento es que tiene los “sacramentos de la promesa” y la del nuevo es
que tiene los “sacramentos del cumplimiento”. Antes de Cristo todo era pura espera de lo
venidero; ahora esa espera se ha convertido en fe en los hechos salvíficos realizados y
cumplidos. La promesa de la salvación ha dado paso a la donación de la salvación. “En Cristo
se ha realizado el modelo primordial y el verdadero ser de la única idea de alianza. Se declara la
antigua alianza como sombra y figura de la nueva y es asumida en ésta, en el doble sentido de
conservada y hecha superflua al mismo tiempo” (“Alianza”, J Guhrt, en DTNT).
d) La vida frente al rito. Jesucristo no ejerce su función sacerdotal suprema con el aparato ritual
del Templo, sino en el acto profano o secular de su muerte como malhechor y blasfemo fuera
de la ciudad. Declara abolido un culto basado en ritos externos y en separaciones. Jesús suprime
el viejo culto centrado en el rito para sustituirlo por su propia vida ofrecida al Padre (Heb 10,
4=10).
24
A. Vanhoye, “Sac. antiguos…” o.c. pp 75-246; “Un sacerdote diferente”, la epístola a los hebreos, o.c., pp
175-329. Román Sánchez Chamoso, o.c., cap IV.
¿Qué es esta vida cristiana donde no hay lugar para el sacrificio? ¿No es éste algo esencial
en la religión?
Nosotros hemos creído en aquellos que nos guiaban en el nombre de Jesucristo. Nos hemos
despojado de todo aquello que nos daba la impresión de participar en el mundo de los
ángeles. Nosotros estamos ahora en el desierto espiritual. ¿Tenían razón aquellos que nos
acusaban de traicionar la tradición, y no hace falta volver a ellos?
A los cristianos de la Iglesia primitiva, atormentados por estas cuestiones, un predicador de
la época ha querido responder. Este es el valor de la Carta a los hebreos.
2) Una profundización de la teología cristiana destinada a fortalecer los ánimos.
Transportémonos algunos años antes de la ruina de Jerusalén (70). Es la época de la segunda
generación de cristianos. Después del entusiasmo inicial, muchas comunidades se
desarrollan, pero comienzan a aparecer las dificultades.
En muchos cristianos de origen judío aparece la nostalgia, se recuerda el pasado, Se echa de
menos la liturgia judía
Así pues, los cristianos han renunciado a las ceremonias de la liturgia judía; y sufren por
esta nostalgia; les parece que la Iglesia no ha retomado un elemento muy importante del
pasado: el culto celebrado por los sacerdotes levitas instituidos por Moisés y su hermano
Aarón.
La respuesta de la Carta a los hebreos puede resumirse así:
- Jesucristo está infinitamente por encima de los ángeles, aunque no se le haya conocido
sino como hombre mortal. Él es el Hijo de Dios, y su anonadamiento no ha hecho sino
manifestar su gloria.
- Jesús es el único, el sumo sacerdote, superior a Moisés y a Aarón, porque Él mismo se
ha ofrecido en sacrificio y su ofrenda es eterna.
- Él lleva a plenitud la tarea iniciada por sus predecesores. A su luz la actividad de sus
predecesores no aparece sino como una pálida prefiguración de la Pascua en la que se
resume toda su vida. El Antiguo Testamento debe dar paso al Nuevo Testamento.
- Caminemos, pues, atrevidamente hacia el futuro, sin volver hacia un pasado muerto.
Introducción: 1, 1-4.
1ª. parte: 1, 5- 2, 18. Cristología general:
1) El nombre divino de Cristo: Cristo, Hijo de Dios. 1, 5-14.
2) Exhortación primera. 2, 1-4.
3) El nombre humano de Cristo: Cristo, hermano de los hombres. 2, 5-18.
3ª. parte: 5, 11 – 10, 36. Cristo es el perfecto sumo sacerdote: cristología sacerdotal, rasgos
específicos.
1) Introducción exhortativa: llamada de atención. 5, 11 – 6, 20.
2) Un tipo diferente de sacerdocio. 7, 1-28.
3) Crítica del culto antiguo y de la primera alianza. 8, 1 – 9, 10.
4) Un nuevo tipo de sacrificio y una primera alianza. 9, 18-28.
5) El único sacrificio eficaz. 10, 1-18.
6) Conclusión exhortativa: consecuencias para la vida cristiana. 10, 19-39.
4ª. parte: 11, 1 – 12, 13. La unión con Cristo sumo sacerdote por fe y perseverancia.
1) La fe de los antiguos. 11, 1-40.
2) La perseverancia necesaria. 12, 1-13.
5ª. parte: 12, 14 – 13, 19. Llamando a una conducta recta en busca de la santidad y de la paz.
1) Buscar la santificación. 12, 14-29.
2) La paz con todos. 13, 1-6.
3) Exigencias de la situación de los cristianos. 13, 7-19.
25
A. Vanhoye, o.c. p 247.
siempre sangre que ofrece por sus pecados y por los pecados involuntarios del pueblo. El Espíritu Santo daba
a entender así que el camino del santuario no había sido aún manifestado mientras subsistiera la antigua
tienda; ésta, en efecto, era una imagen de lo que sucede ahora por cuanto en ella se ofrecen dones y sacrificios
que tampoco pueden hacer perfecto interiormente al que los ofrece, ya que esos alimentos, bebidas y
purificaciones diversas, no son más que prescripciones humanas válidas sólo hasta el momento señalado para
instaurar el nuevo orden de cosas”. Comentario:
a) El predicador introduce el tema del culto, y hace la comparación basándose en la Torá y
no en la situación que se daba en tiempos del segundo Templo; esto se concluye porque
no utiliza la palabra “templo” (hieron), ni “santuario” (naos). Pero, por otra parte, se
refiere a un lugar santo “de este mundo”, “mundano” que por lo mismo no puede poner
en relación auténtica con Dios (cfr. 9, 11.24). “La descripción del lugar santo es escueta
(2-5). Insiste en su división en dos partes, llamadas “la primera tienda” y “la segunda”.
Esta insistencia en la división corresponde a un sistema de santificación mediante
separaciones rituales. El lugar santo es un lugar separado del terreno profano, y en ese
lugar santo hay una separación que hace la distinción entre dos niveles de santidad: la
primera tienda es llamada santa; la segunda, muy santa. Por medio de esta separación,
el autor busca que el oyente se acerque cada vez más a la santidad de Dios”.26
b) Se describe el contenido y el culto de ambos espacios, aunque con más detalle el de la
segunda tienda. Tanto por el modo de hacer la descripción como por la omisión del
nombre de Dios el autor manifiesta su intención de descalificar la primera tienda como
camino y la segunda como morada de Dios; ambas son obra humana. Además de
cuestionar el valor del lugar santo, cuestiona el valor de los ritos (9-10), que son
presentados como “una imagen de lo que sucede ahora” (prefiguración para el tiempo en curso) . Esta
prefiguración señala que los dones y sacrificios ofrecidos solamente perfeccionan las
manos, como ritos externos que son, pero no las conciencias, no el interior.
c) Ya desde esta crítica el predicador no solamente evidencia la manera externa de
concebir la religión, sino la ineficacia del culto antiguo por su incapacidad “para
cambiar el corazón del hombre pecador”; lo declara, pues, como provisorio y un tanto
conveniente por la mediación que representaba, “hasta un tiempo de renovación”.
26
A. Vanhoye o.c. p. 249.
27
A. Vanhoye o.c. p. 269.
la antigua alianza, para que los elegidos reciban la herencia eterna que se les había prometido. Porque
para que un testamento tenga efecto, es necesario que se produzca la muerte de quien lo hizo, ya que
el testamento sólo entra en vigor en caso de muerte, pero permanece inválido mientras vive quien lo
hizo. Por eso mismo tampoco la primera alianza fue inaugurada sin derramamiento de sangre. Moisés,
en efecto, después de proclamar todos los mandamientos de la ley ante el pueblo, tomó la sangre de
los toros y de los chivos y la mezcló con agua y, valiéndose de un poco de lana roja y de una rama de
hisopo, roció no sólo el libro de la ley sino también a todo el pueblo, al tiempo que decía: “Esta es la
sangre de la alianza que Dios hace con ustedes”. Del mismo modo roció con la sangre la tienda de la
presencia y todos los utensilios del culto. Y es que, según la ley, casi todo debe ser purificado por la
sangre, ya que sin derramamiento de sangre no hay perdón. Tales ritos eran necesarios para purificar
lo que sólo era una representación de las realidades celestiales; pero las mismas realidades celestiales
necesitaban sacrificios más valiosos que éstos”.
c) Calificación del santuario (desenlace celestial y definitivo de la oblación de Cristo)
(9,24-28): “Por eso Cristo no entró en un santuario construido por hombres –que no pasa de ser
simple imagen del verdadero-, sino en el mismo cielo, a fin de presentarse ahora ante Dios para
interceder por nosotros. Tampoco tuvo que ofrecerse a sí mismo muchas veces, como el sumo
sacerdote, que entra en el santuario una vez al año con sangre ajena. De lo contrario, debería haber
padecido muchas veces desde la creación del mundo, siendo así que le bastó con manifestarse una
sola vez, en este tiempo final, para destruir el pecado con su sacrificio. Y así como está decretado que
los hombres mueran una sola vez, después de lo cual vendrá el juicio, así también Cristo se ofreció
una sola vez para tomar sobre sí los pecados de la multitud, y por segunda vez aparecerá, ya sin
relación con el pecado, para dar la salvación a los que lo esperan”.
Situación cristiana. Conclusión exhortativa: consecuencias para la vida cristiana: 10, 19-
39.
Elementos más importantes:
a) Frase 10, 19-25: “Así pues, hermanos, ya que tenemos libre entrada en el santuario gracias a la sangre
de Jesús, el cual inauguró para nosotros un camino nuevo y vivo a través del velo, es decir, de su cuerpo, y
ya que tenemos un gran sacerdote en la casa de Dios, acerquémonos con un corazón sincero, con plena
confianza, purificado el corazón de todo mal de que tuviéramos conciencia, y lavado el cuerpo con agua
pura. Mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, pues quien nos ha hecho la promesa es
digno de confianza. Procuremos animarnos unos a otros para poner en práctica el amor y las buenas obras;
no abandonemos nuestras reuniones, como algunos tienen por costumbre, sino fortalezcámonos
mutuamente, tanto más cuanto que ya ven que el día se acerca” . Aquí los tres primeros versículos
describen la situación religiosa creada por Cristo; los cuatro últimos invitan a adoptar las
actitudes correspondientes. El autor describe la situación sumamente privilegiada de sus
oyentes, a quienes llama “hermanos”.Y la primera frase no solamente expresa una
seguridad, sino un derecho reconocido; los cristianos, unidos a Cristo por la fe y el
bautismo, tienen la parresía para entrar en el santuario en la sangre de Cristo; se trata de
una novedad sin precedentes: la palabra griega parresía no expresa sólo un sentimiento
de confianza, también expresa un derecho reconocido (en la polis griega era un derecho a
28
A. Vanhoye, “Un sacerdote …”,o.c. p. 310.
participar en las deliberaciones, a tomar la palabra para intervenir), de una seguridad, de
un derecho para acercarse a Dios (se habla de entrar en el santuario), de un libre acceso a
Dios. Además, este derecho no se limita a sólo una vez al año; es siempre válido, pues
han sido santificados en la sangre de Jesús (10, 29), que verdaderamente “la sangre de la
alianza” (10,29). Queda abolida toda separación. Cristo es un sacerdote que asocia al
pueblo a su sacerdocio por medio de su pasión redentora. Hay, por otra parte, dos
aspectos inseparables en el sacrificio de Cristo: uno que tiene que ver con su relación con
Dios, y es el aspecto de la obediencia, de la adhesión personal a la voluntad divina; otro,
que concierne a su relación con los demás hombres, y es su solidaridad fraterna, llevada
hasta el don de sí.
b) Pero no basta el derecho de acceso; hace falta un camino: el camino nuevo y vivo para
los cristianos es Cristo resucitado, camino al santuario divino y sumo sacerdote (“gran
sacerdote”, v. 21). No se puede olvidar que la transformación de la existencia sólo es
posible gracias a la mediación sacerdotal de Cristo, quien es el que comunica a los
creyentes la fuerza purificadora y renovadora del Espíritu. “Pretender iluminar la vida sin
pasar por Cristo es hundirse en la ilusión del orgullo humano y salir al encuentro del
fracaso”29.
c) Así, se comprende la forma como los primeros 3 versículos introducen los siguientes
cuatro: el autor compromete a los cristianos a tomar actitudes que correspondan a la
situación nueva que ha creado el sacerdocio de Cristo. El predicador precisa aquí las
disposiciones que hay que tener para “acercarse”, y hace una exhortación no moral, sino
teologal. ¿Por qué? Porque las virtudes teologales remiten directamente a Dios, no así las
morales. La actitud fundamental consiste en adherirse en plenitud de fe, a Cristo
sacerdote. “Introducido en la presencia de Dios, Cristo es para nosotros un gran sacerdote
digno de fe”. La segunda actitud es la esperanza, que no es realmente más que una
especificación de la fe. “Mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, pues
quien nos ha hecho la promesa es digno de confianza” (v. 23).La tercera actitud en que se
expresa la adhesión de los fieles a Cristo sacerdote es una intensa caridad. Esta se
expresa por la ayuda mutua y por toda clase de obras buenas o de “obras bellas” (v.
24).El resto de la homilía (caps. 11, 12, 13) está ya anunciado aquí, en la mención de las
tres virtudes teologales.
d) Advertencia sumamente severa del predicador (10, 26-31): “Porque, si pecamos
voluntariamente después de haber recibido el pleno conocimiento de la verdad, ya no hay más sacrificio
por nuestros pecados, sino sólo la terrible espera del juicio y el fuego ardiente que consumirá a los
rebeldes. Si el que quebranta la ley de Moisés es condenado a muerte sin compasión por la declaración de
dos o tres testigos, ¿no merecerá un castigo mucho mayor el que pisotee al Hijo de Dios, el que profane la
sangre de la alianza con la que fue consagrado, el que ofenda al Espíritu de la gracia? Pues conocemos al
que dijo: Mía es la venganza; yo daré a cada uno según su merecido (Dt 32,35).Y también:El Señor
juzgará a su pueblo (Dt 32, 36).¡Es terrible caer en manos del Dios vivo!”.Esta advertencia es similar
a la 6, 4-8 (exhortación a mantenerse fieles). En ambos pasajes se trata de un recurso
oratorio con el objeto de advertir sobre posibles incumplimientos graves, que tienen que
ver con la obcecación siempre presente en el pecado plenamente voluntario, pecado que
es inexcusable porque se comete “después de haber recibido (no sólo la gnosis) el pleno
conocimiento (sino la epígnosis) de la verdad”, es decir, la revelación cristiana. El
pecador obcecado se coloca en una situación sin salida al rechazar la sangre del sacrificio
29
A. Vanhoye, “Sacerdotes antiguos, sacerdotes nuevo según el nuevo testamento”, Sígueme, Salamanca
2006, p.234.
de Cristo, lo que equivale a una verdadera apostasía (v. 29). “El pecado del cristiano es
mucho más grave que una infracción a la ley (de Moisés), pues equivale a pisotear al
Hijo de Dios, lo cual significa tratar de la manera más despreciativa a la persona más
digna de honores, la persona divina”30.
e) Lecciones del pasado, motivos para perseverar (10, 32-39): “Recuerden aquellos primeros
tiempos en los que, después de haber sido iluminados, soportaron un combate tan grande y doloroso.
Algunos fueron públicamente injuriados y tuvieron que sufrir tormentos; otros se hicieron solidarios con
los que tales cosas soportaban. Tuvieron, en efecto, compasión de los encarcelados, soportaron con alegría
que los despojaran de sus bienes, sabiendo que tenían riquezas mejores y más duraderas. No pierdan, pues,
esta confianza, que les proporcionará una gran recompensa. Pues tienen necesidad de perseverar, para que,
cumpliendo la voluntad de Dios, obtengan la promesa. Porque,dentro de muy poco tiempo,el que tiene que
venirvendrá sin retraso; y mi justo vivirá por la fe; pero, si retrocede cobardemente, ya no me agradará
(Hab 2, 3-4).Pero nosotros no somos de los que retroceden cobardemente, sino de aquellos que buscan
salvarse por medio de la fe”.
f) La plenitud del sacerdocio de Cristo se manifiesta en el cambio de situación que
proporciona a los hombres.
33
R. Sánchez Chamoso, o.c. pp. 126ss.
34
J. Galot, o.c. pp. 80-ss.
35
R. Sánchez Ch. o.c. p. 129.
Su sacerdocio es trascendente, es de otra clase, de otro tipo, ejemplificado
por Melquisedec (5,10; 6,20). El nuevo sacerdocio no se hereda ni se gana;
no se merece ni se compra; es don, viene de arriba.
La autoridad del sacerdote está despojada de todo poder, sobre todo del poder
político, y consiste en entrega y servicio. El sacerdote es al mismo tiempo
víctima (9,12); la nueva ofrenda no es exterior al oferente. Es un sacrificio
según un nuevo orden. Jesús es el único nuevo sacerdote.
El título de “sacerdote” lo reserva el autor de la carta para Jesús y no lo
aplica a los dirigentes de la comunidad, como lo hacía el antiguo testamento.
Jesús no es “sucedido” en el sacerdocio por los sacerdotes del nuevo
testamento, no es manera alguna “suplantado, porque es él mismo quien
sigue actuando sacerdotalmente en ellos.
En el sacerdocio de Cristo éste es a un tiempo víctima, sacerdote y altar. Esto
hubiese sido totalmente contradictorio para el sacerdocio levítico.
5) Cristo, único mediador.36 La figura del mediador es fundamental en la concepción del
sacerdocio y en la historia de las religiones en general. Lo que el cristianismo aporta como
novedad es el modo de entender al mediador, que supone una discontinuidad con cualquier
otra religión. La primera convicción cristiana es la de que existe un solo mediador. “No hay
más que un mediador de Dios y de los hombres, Cristo Jesús” (1 Tim 2,5). Y esta
mediación descansa, según la carta a los Hebreos, en la dignidad preexistente del Hijo de
Dios (1,3; 8,1; 10,12). No es un mero Moisés que esté entre Dios y el pueblo, ni un
representante de Dios como podría ser un ángel, sino que es “causa de salud eterna” (5,9).
Además, puede decirse que el título de mediador engloba todo el ministerio de Jesús:
revelador, salvador, palabra, camino, mesías. Otros mediadores resultan innecesarios. La
única mediación posible es aquella consistente en aplicar y visibilizar los frutos de la única
mediación de Cristo. La mediación totalizante de Cristo hace que todas se refieran a Él y de
Él tomen toda validez.
6) Cristo, único sacerdote. La singularidad del sacerdocio de Jesucristo se expresa con una
larga serie de calificativos: único, nuevo, perenne, irrepetible, definitivo. Entre los
calificativos resaltan el de único, sumo y eterno sacerdote.
7) Nuevo culto. La novedad del sacerdocio de Cristo es profunda y radical, por lo que todo lo
relacionado con él participa de esa novedad. Tal es el caso del culto. En el Antiguo
Testamento todo está impregnado del culto y el fiel judío se sentía orgulloso del mismo y de
su esplendoroso despliegue en el Templo. La vida individual y colectiva se desenvolvía al
ritmo de las fiestas litúrgicas. Sin embargo, los profetas, que son la conciencia más genuina
del pueblo, señalan frecuentemente las principales limitaciones de este culto. El culto del
antiguo testamento era, de esta forma, reconocido como provisional, relativo y cuestionado.
Los profetas recuerdan que Dios no se deja sobornar, que a Dios no le ciegan la multitud de
sacrificios, ni la riqueza de las ceremonias cultuales, que el Señor reprueba el culto
desmentido por la vida de cada día. Con Jesucristo ha entrado en la historia una radical
novedad cultual. Su muerte en la cruz nada tuvo de rito cultual en el sentido de entonces:
fue la ejecución de un condenado según las costumbres civiles. Sin embargo, la reflexión
cristiana utilizó pronto la terminología cultual para asignar a la muerte de Cristo carácter
sacrificial y litúrgico, de oblación y entrega. La muerte de Jesucristo aparece como
verdadero culto, donde no son los sacrificios y oblaciones externas lo importante, sino la
36
R.Chánchez Ch. o.c. p. 131-ss.
ofrenda de la propia vida. A partir de aquí, el culto que se va configurando en la primitiva
comunidad cristiana lleva el cuño de la presencia de Jesús y de su Espíritu y es concebido
como ofrenda cultual de toda la existencia cristiana. De esta forma se abre paso al nuevo y
verdadero culto cristiano.
8) Nuevo sacrificio. Jesús celebra el rito tradicional de la Pascua y en este marco inaugura la
Cena del Señor. Los gestos y ritos significantes pueden ser a primera vista idénticos, pero el
significado es fundamentalmente diverso. En esta celebración se preanuncia el nuevo
sacrificio que tendrá lugar al día siguiente. Con Jesús llega el ocaso del Templo y el final de
la postura religiosa que hallaba en él su máxima expresión. En el sacrificio de Cristo se da
el tránsito del símbolo a la realidad, de la aspiración al cumplimiento, del signo a la vida. El
concepto de sacrificio es totalmente personalizado, pues consiste en su auto entrega a Dios
y supera cualquier interpretación cosificante. Resulta, así, un sacrificio de tipo nuevo, de
orden existencial, de contenido vital.
37
J. Galot, o.c. p. 133-ss.
sean una ofrenda agradable, santificada por el Espíritu Santo” (15, 15-16) (eis to einai me
leitourgon Cristou Iesou eis ta ethne, hierourgounta to euangelion tou Theou…)(ut sim
minister Christi Iesu in gentibus, sanctificans evangelium Dei..)(d’etre un officiant du
Christ Jésus auprés des païens, ministre de l’Évangile de Dieu..)(hierourgeo: ejercer una
función sagrada, administrar como sacerdote); leitourgeo: servir, prestar servicio,
atender un ministerio sagrado, del culto, de la religión). El sentido, pues, que San Pablo
le da a su ministerio es de carácter cultual, sacerdotal, pero ciertamente no en el sentido
del sacerdocio antiguo.
3) Rasgos distintivos del nuevo sacerdocio:
a) Ministro de la Nueva Alianza. Pablo concibe su misión como ministro de la nueva
alianza; precisa que es nueva, no tanto por su carácter reciente, sino por su
naturaleza, radicalmente diferente: “Dios nos capacitó para ser ministros de una
Nueva Alianza, no de la letra, sino del espíritu. Pues la letra mata, pero el Espíritu
vivifica” (2 Cor 3, 6).”Dios lo ha enviado a llevar el mensaje de una nueva alianza,
liberada del peso de las antiguallas y de la ignorancia que una vez hubo, aquella
alianza predicha por Jeremías y que Cristo había promulgado en la última Cena”38.
El ministerio tiende a “iluminar con el conocimiento de la gloria de Dios en el rostro
de Cristo” (2 Cor 4, 6). Hacer ver a Dios es el objetivo del ministerio; es el culmen
de la misión de enseñanza, porque no podría haber una misión más elevada que ésta.
En la Antigua Alianza permanecía el velo que cubría el rostro de Dios; sólo Cristo
hace que caiga. Por ello, el ministerio de la Nueva Alianza hace contemplar a rostro
descubierto al Señor, de tal modo que los que lo contemplan son transformados a su
imagen (2 Cor 3, 14-18).
Es, por lo mismo, un ministerio santificante por ser “ministerio de la reconciliación”
(2 Cor 5, 18); así define su ministerio el apóstol, porque su tarea es anunciar la
salvación definitivamente adquirida, el perdón de sus culpas ofrecido a todos; el
“Dios que ha reconciliado consigo el mundo en Cristo, no teniendo ya en cuenta las
culpas de los hombres”, es el que pone en los labios de Pablo “la palabra de la
reconciliación” (2 Cor 5, 19). “Los predicadores del evangelio deben proclamar en
primer lugar la redención divina operada por Cristo, por la reconciliación de toda
la humanidad rescatada”39.
Y es en la Eucaristía donde se ejercita de modo excelente el ministerio de la Nueva
Alianza; por ello, refiere las palabras de Jesús sobre el cáliz que es “la Nueva
Alianza”, y en su relato de la institución destaca, más que los otros, la orden de
Cristo: “Haced esto en memoria mía” (1 Cor 11, 24-25). Aun desarrollándose en el
anuncio del Evangelio, el ministerio de la reconciliación comporta un aspecto
cultual muy importante; la renovación de la alianza mediante el sacrificio
eucarístico contribuye a indicar la naturaleza sacerdotal del ministerio.
b) Administrador de los misterios de Dios. Frente a los que le dirigen acusaciones o le
quieren oponer a otros predicadores, Pablo declara: “Que nos tengan los hombres por
servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1 Cor 4, 1). El
administrador es el que tiene el puesto de otro, el que actúa en nombre de otro: Pablo
se proclama siervo de Cristo y rechaza todo lo que pueda parecer presunción de
38
E. B. Allo, Seconde Epitre aux Corinthiens,París 1937, 84, cit. Por J. Galot, oc. P. 142).
39
E.B. Allo, oc. 171, citado por J. Galot, p143)
actuar en nombre propio o una actuación en búsqueda de prestigio personal; por eso
comenta: “lo que se exige de los administradores es que sean fieles” (1 Cor 4, 2).
Por otra parte, el puesto de administrador implica autoridad, poder de gobernar “los
misterios de Dios”; el “misterio” es el plan de salvación que “mantenido en secreto
durante siglos eternos, se ha manifestado al presente…, y se ha dado a conocer a
todas las naciones” mediante la predicación apostólica (Rom 16, 25-26). Predicar a
Cristo significa revelar este misterio, y, revelándolo, cumplirlo, ejecutar el plan
divino. El apóstol es la persona a la que se ha confiado el misterio de Dios y tiene la
responsabilidad de darlo a conocer. Así, Pablo recuerda a los corintios cómo ha
llegado a “anunciar el misterio de Dios” (1 Cor 2, 1), la sabiduría de Dios que se
distingue de la sabiduría de este mundo contenida en el “misterio” (1 Cor 2, 7).
Pablo insiste en la humildad que comporta esta administración, totalmente recibida
del Señor; y como Jesús, que instruía a sus discípulos enseñándoles el humilde
servicio comunicándoles al mismo tiempo su autoridad, Pablo no renuncia en
absoluto a la autoridad que se le ha otorgado, afirmando también que actúa en
calidad de siervo de Cristo.
c) La edificación se realiza cooperando con Dios.
3. Conclusión.
En Pablo no se encuentra una doctrina organizada del sacerdocio; no se encuentra en él ni
siquiera una doctrina organizada de su misión apostólica de la que tiene una conciencia tan
viva. Sin embargo, sus escritos nos dan indicaciones de una concepción sacerdotal del
sacrificio de Cristo y de la naturaleza sacerdotal de la actividad del apóstol.
Por lo que respecta a Cristo, Pablo considera que en él los sacrificios de la Antigua Alianza
han conocido su cumplimiento supremo
40
J. Galot, o.c. pp. 103-132 y 231-265.
discípulos (6,13). Por otra parte, la mención de los nombres de los doce indica el valor único de
la designación a los ojos de los evangelistas y de la comunidad cristiana (1 Cor 15, 5)41.
2. La voluntad creadora.
Jesús crea el grupo de los doce para crear la Iglesia. El número doce es significativo;
corresponde a las doce tribus de Israel y revela la intención de poner los cimientos de un nuevo
Israel.
Marcos ha querido subrayar el aspecto creador de la iniciativa de Jesús, puesto que dice: “Hizo
doce…los hizo doce”(3,14-16). No solamente hizo la elección, uno por uno, de los doce, sino
también la constitución del grupo, que toma la forma de una nueva creación. El uso semítico
del verbo “hacer” con las personas como objeto encuentra tres paralelos en el Antiguo
Testamento: “hacer sacerdotes” (1 Re 13,33; 2Cr 13,9); el Señor "ha hecho" a Moisés y Aarón
(1Sam 12,6). La expresión “hacer un sacerdote” o “hacer sacerdotes” se vuelve a encontrar en
el Nuevo Testamento (Heb 2,2; Apoc 5,10).
La voluntad creadora se expresa particularmente en el caso de Simón, de Santiago y de Juan,
mediante los nombres que se les dan y que significan la adquisición de una nueva personalidad
(Mc 3,16-17); Jesús les ha nombrado “apóstoles”. Es conocida la importancia del nombre en la
mentalidad hebrea: dar un nuevo nombre significa dar una nueva realidad, crear o recrear una
nueva personalidad. Se trata no tan sólo de una nueva función, sino de una transformación más
profunda que implica, a su vez, una nueva relación, más cercana, más íntima con Jesús: “Los
hizo doce para que estuvieran con El y para enviarles…” Antes de ser enviados y para poder ser
enviados, los doce debían ante todo vivir unidos a Jesús, “ser con”, “estar con”.
Por otra parte el número doce, que apunta a la totalidad del nuevo Israel, indica, al mismo
tiempo, la voluntad de romper con el particularismo de la casta sacerdotal, limitada a una tribu.
Situándose fuera de esta casta, Jesús quiere que los doce sean el comienzo, no de una casta o de
una tribu, sino de todo un pueblo. Los doce son designados como los padres del pueblo
escatológico. Esto se clarifica mediante la promesa hecha a Simón, piedra sobre la cual Jesús
edificará su Iglesia (Mt. 16,18). Jesús quiere fundar su edificio sobre los apóstoles, aun cuando
reserva a Pedro un lugar único en los cimientos42.
3. La misión.
Viene expresada en Marcos en estos términos: “ … para enviarlos a predicar con el poder de
echar demonios”. Aquí el mismo verbo empleado para “enviar” (apostellein) sugiere el origen
del título apóstol (apostolos). Lo que importa observar es que la misión de los doce se modela
sobre la de Jesús mismo: Jesús envía a los doce como el Padre le ha enviado, y con un objetivo
parecido en la misión, para predicar y expulsar demonios. Así, se concluye que Jesús ha
llamado a los doce para que continúen su obra, y lo hace dándoles poder (el de expulsar
demonios), y confiándoles el conocimiento de los misterios del reino de Dios (Mt. 13,11).
Además, están destinados a participar del poder del Hijo del hombre, es decir, a “sentarse sobre
doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel”, expresión que pertenece al lenguaje
apocalíptico y que expresa el poder de gobierno del nuevo Israel: los doce recibirán la misión y
el poder de gobernar la Iglesia.
41
J. Galot, o.c., p. 103-104.
42
ibid, 105-107.
Se trata de un poder de dirección con misión de predicación y poder sobre la Eucaristía. En
Mateo (28,18-20) y en Marcos (16,16-18) encontramos la voluntad de parte de Jesús, de confiar
a los doce de modo muy especial, la responsabilidad de la obra evangelizadora y una autoridad
de dirección en este campo. A Jesús pertenece este poder, y El quiere compartirlo con sus
discípulos. Ha querido comunicar a los doce la plenitud de su poder pastoral: gobierno de la
Iglesia, autoridad en la misión de evangelizar y de administrar el bautismo, el poder de celebrar
la Eucaristía y de perdonar los pecados.
43
J. Galot, o.c. pp. 232-ss.
1°. El grupo de los Doce.
La importancia del grupo de los Doce se dejar ver en muchos detalles que aparecen en el
Evangelio, uno de ellos es la prisa con la que es escogido el duodécimo apóstol para reemplazar
a Judas (Hch. 1, 16.20): “Que otro reciba su cargo”. Pedro indica que “es necesario”
considerando que se trata de una voluntad divina.
Pedro había comprendido la intención de Jesús de fundar un nuevo Israel, gracias a los Doce. El
grupo debía estar “completo” en vistas a Pentecostés. Pedro define el papel de los Doce como
“testigos de la Resurrección” (Hch. 1, 22). El elegido debe pertenecer al grupo al que fue
confiado “el misterio del Reino de Dios” (Mc. 4,11), grupo que acogió la revelación
manifestada en las palabras y en la vida de Jesús, y que pudo penetrar en el sentido profundo de
esta revelación.
C. El ministerio “presbiteral”.44
44
J. Galot, o.c. pp. 240- ss.
- Para el “servicio de las mesas”, es decir, para la Eucaristía, no bastaba la designación de un
presbítero por parte de la comunidad; hace falta una ordenación, y ésta, desde el origen, sigue el
rito esencial que permanecerá como el de ordenación sacerdotal: oración e imposición de
manos.
- El papel de la comunidad es el de hallar a los que son aptos para el ministerio. No se dice que
sean llamados ni por la asamblea ni por los apóstoles. La comunidad presenta a aquellos en
quienes reconoce una capacidad espiritual, los que están “llenos de Espíritu y sabiduría”. La
preparación esencial o la aptitud para el ministerio es obra de Dios. Esto significa que la
vocación es acción de Dios y que se trata de descubrirla en los que son sus portadores.
2. Función doctrinal:
La tarea pastoral de los presbíteros comporta una responsabilidad doctrinal. En la Iglesia
apostólica la misión evangelizadora está asegurada por ministros itinerantes entre los que están,
en primer lugar, los apóstoles y sus colaboradores. Pero una función de predicación incumbe a
los epíscopos y a los presbíteros, como lo muestran las cartas pastorales. 1 Tm 5, 17 menciona
que son sobre todo los presbíteros “que se fatigan en la predicación y en la enseñanza” los que
merecen elogio. Por ello, el candidato a la función de presbítero o de epíscopo debe estar
“adherido a la palabra fiel, conforme a la enseñanza” (Tit 1,9). Debe ser “apto para enseñar”
(1Tm 3,2). Los presbíteros de Éfeso deben luchar contra los falsos doctores (1Tm 6,5). La
participación de los presbíteros en el concilio de Jerusalén implica la parte de autoridad que
reciben, junto a los apóstoles, en la clarificación de las controversias doctrinales y en las
decisiones que se deberán tomar sobre la línea de conducta que hay que enseñar a los fieles.
2°. El vocabulario.
En los escritos neotestamentarios los términos “epíscopos”, “presbíteros”, “diáconos”, no
tienen todavía el sentido definitivo que adquirirán más tarde. Por eso los títulos “presbíteros” y
“epíscopos” pueden ser más o menos equivalentes; los presbíteros de Éfeso son llamados
epíscopos (20,28). En cuanto al término “diácono” puede aplicarse a diversos grados de
ministerio: San Pablo se designa bajo ese vocablo (2 Cor 3,6; 11, 23; Ef 3,7). En Hch 1,17-25
en el relato de elección de Matías, el apostolado es llamado “diaconía”, y este término es
empleado igualmente para los demás ministros de un rango inferior a los apóstoles.
El término “presbítero”, que de suyo significa “anciano”, había tomado en el ambiente judío
un significado más técnico, relacionándose con los que ejercían una cierta función de autoridad
en la comunidad: “El presbítero judío es un miembro de un colegio responsable de una
comunidad, local o nacional, con una referencia del todo especial al conocimiento de la Torah”
(Lemaire, Les ministeres, 27).
45
J. Galot o.c. pp. 257-ss.
Nacida en un ambiente judío, la Iglesia ha sumido el uso del término “presbítero”, pero la
finalidad de este préstamo ha sido discutida. Para algunos, los cristianos habrían tomado
simplemente en sus comunidades el modo de dirección de las sinagogas. Para otros, no es el
uso del gobierno local lo que ha sido decisivo, sino más bien el texto de Números (11,16) que
relata la institución de setenta “ancianos” o “presbíteros” en torno a Moisés. En esta
perspectiva, es la Iglesia en su conjunto, considerada como el nuevo Israel, y no sólo cada
comunidad local, la que debe ser provista de presbíteros.
Sin embargo, hay que reconocer que los “presbíteros” aparecen como ministros unidos a una
comunidad particular; se distinguen de los ministros o predicadores itinerantes.
La institución de los presbíteros, mencionada en el Antiguo Testamento, debió de clarificar su
institución en la Iglesia; pero de todas maneras, no es ni el papel atribuido a los presbíteros en
la comunidad judía ni las prefiguraciones proféticas lo que determinó la naturaleza del
ministerio de los presbíteros cristianos. En el ambiente judío los presbíteros no eran sacerdotes.
Por el contrario, en la Iglesia es un ministerio sacerdotal, en el amplio sentido del sacerdocio
instituido por Cristo, lo que se les reconoce. Presbítero toma, pues, un sentido nuevo. Importa
notar, en particular, que el término empleado para designar el ministro evoca ante todo una
función de autoridad en la comunidad, mientras que el sacerdote judío estaba caracterizado por
la función cultual. Esta función de autoridad corresponde a la cualidad de pastor, nota distintiva
del sacerdote en la Iglesia.
El término “epíscopo”, que significa literalmente “vigilante” o “inspector”, había sido utilizado
para cualificar a los titulares de funciones diversas. No es la institución del mundo helénico, ni
la función de vigilante (mebaqqer) entre los esenios lo que determina el contenido de la función
del “epíscopos” cristiano. Este contenido proviene del sacerdocio ministerial instituido por
Cristo y vivido por la Iglesia. Según la terminología de las cartas pastorales y de la primera
carta de Pedro, las comunidades locales son dirigidas por un colegio de presbíteros-epíscopos,
sin que se pueda señalar una diferencia notable entre los dos términos.
La diferenciación sólo vendrá con una fijación de los grados en el ministerio jerárquico, tal
como aparece en las cartas de San Ignacio de Antioquia. Estas cartas constituyen el primer
testimonio del episcopado monárquico y presentan una estructura ministerial compuesta de
obispo (epíscopo), de un consejo de presbíteros, y de diáconos que tienen nada más un papel
subalterno. A partir de este momento, y con la difusión de esta estructura en la Iglesia, los tres
términos “epíscopo”, “presbítero”, “diácono” adquieren un sentido específico que permanecerá
hasta nuestros días. En particular, la distinción entre el papel del obispo y el de los presbíteros
se impone ahora con claridad.
46
J. Galot, o.c., pp. 267-293; Nicolás López Martínez, “Orden, sacramento del” en “Diccionario…”, o.c.
reconocer al episcopado un valor sacramental propio. Hay que advertir que la escolástica
medieval no negaba al episcopado el valor de sacramento, sino que se lo atribuía incluyéndolo
en el sacerdocio. El progreso ha consistido en afirmar un orden sacramental propio al
episcopado, que es distinto del presbiterado.
B. Declaraciones del Concilio de Trento: de las declaraciones del concilio de Trento, deben
retenerse las afirmaciones siguientes:
a) Hay una jerarquía en el poder de orden. Esta jerarquía implica varios grados, pero sin que
quede comprometida la unidad del sacramento: como no hay más que siete sacramentos, el
sacramento del Orden es uno.
b) Esta jerarquía ha sido instituida en virtud de una “ordenación” o disposición divina.
c) Está definido que en esta jerarquía, los obispos son superiores a los presbíteros. Los obispos
tienen poderes que les son propios, especialmente el de confirmar y ordenar, pero sin que se
excluya la posibilidad de que los presbíteros reciban del Papa este poder a título de ministros
extraordinarios.
d) Además de los obispos y presbíteros, la jerarquía comprende ministros, pero el término no está
precisado, y la atención del concilio, al concentrarse sobre el poder de los obispos, no se ha
detenido en los grados inferiores del Orden.
47
Cn 949.
48
J. Galot, o.c. pp. 276-293.
El Vaticano II presenta un avance doctrinal en relación al sacramento del orden respecto al
Concilio de Trento. Mientras que Trento buscó refutar los errores de la Reforma, el Vaticano ha
querido de manera amplia y serena, exponer el sentido y el valor del sacerdocio en la vida de la
Iglesia.
a. Más que desmitificar el carácter sacerdotal, hay que descubrir el significado místico que
conlleva, de modo que al menos por el término “místico” se entienda la presencia del misterio,
el plan de Dios que se apropia de una vida humana. El carácter, dicen los teólogos escolásticos,
es disposición para la gracia. Forma una estructura fundamental que determina las orientaciones
según las cuales se desarrolla la vida de la gracia.
b. Ya por el Bautismo y la Confirmación este plan divino se ha inscrito en el fondo del ser
humano. Ha impreso todo un proyecto de vida cristiana. El proyecto que Dios elabora para una
existencia humana no se queda simplemente en su voluntad; por el carácter bautismal y luego
por el carácter crismal, se graba en el alma de la persona, para poder ser realizado desde el
interior.
c. El carácter sacerdotal no se añade, hablando propiamente, a los otros dos. Profundiza la marca
ya existente imprimiendo en el ser un proyecto de vida sacerdotal, proyecto cuya realización se
49
J. Galot, o.c. pp. 295-325; Santiago del Cura Elena, “Carácter sacerdotal” en “Diccionario del sacerdocio”,
BAC, Madrid 2005;
50
CEC 1272-1274.
51
CEC 1304-1305.
52
Carta circular, “Mane nobiscum, Domine” n. 19.
llevará a cabo mediante las gracias que serán otorgadas a lo largo del ejercicio del ministerio.
En el ser cristiano del bautizado inscribe una orientación que compromete todo este ser en la
misión sacerdotal. De esta forma, la misión no se realiza sólo desde fuera, como uno que envía
a otro para comunicar una voluntad o un deseo; esta misión la graba Dios en la persona para
hacerla inseparable de su ser (identidad y ministerio). Se comprende, por esto, el valor
ontológico y dinámico del carácter sacerdotal. Valor ontológico, puesto que llega al ser, en su
totalidad, tomando lo más profundo de la persona, para dar a Dios no sólo la actividad externa,
sino la fuente de la actividad, a saber, el ser humano con todas sus facultades y posibilidades.
Valor dinámico, en dos sentidos: en orden a la permanente transformación por la docilidad a la
acción del Espíritu (epíclesis, alter Cristus, en orden a ser más), y en orden a la misión, al
quehacer, con un compromiso más radical porque se ha tocado el ser. Dios quiere apropiarse de
todo el hombre, de su ser y de su quehacer; Dios lo quiere convertir en su discípulo (estar con
El) para hacerlo su enviado (misionero). Así, y sólo así (ser y quehacer) se le llama al sacerdote
no sólo mensajero de Dios, sino el hombre de Dios, es decir, aquel que habiendo sido tomado
totalmente por Dios puede irradiar y comunicar a Dios con todo lo que es. Las consecuencias de
este valor ontológico y dinámico son tan profundas, que difícilmente podrá realizarse a sí
mismo fuera de la tarea que le es confiada en el Pueblo de Dios. El Directorio para el ministerio
y la vida de los presbíteros habla de una identidad específica que relaciona íntimamente al
presbítero con la Trinidad y lo configura ontológicamente con Cristo Sacerdote, Maestro,
Santificador y Pastor de su Pueblo. “En este sentido, la identidad del sacerdote es nueva
respecto a la de todos los cristianos que, mediante el Bautismo, participan, en conjunto, del
único sacerdocio de Cristo y están llamados a dar testimonio en toda la tierra… En su peculiar
identidad cristológica, el sacerdote ha de tener conciencia de que su vida es un misterio
insertado totalmente en el misterio de Cristo de un modo nuevo y específico, y esto lo
compromete totalmente en la actividad pastoral y lo gratifica”.53
d. “En la ordenación presbiteral, el sacerdote ha recibido el sello del Espíritu Santo, que ha hecho
de él un hombre signado por el carácter sacramental para ser, para siempre, ministro de Cristo y
de la Iglesia. Asegurado por la promesa de que el Consolador permanecerá con él para siempre
(Jn 14, 16-17), el sacerdote sabe que nunca perderá la presencia ni el poder eficaz del Espíritu
Santo, para poder ejercitar su ministerio y vivir la caridad pastoral como don total de sí mismo
para la salvación de los propios hermanos”.54
Es marca de consagración según la manera como Cristo fue consagrado para su ministerio
sacerdotal en el mundo. El sacerdote es propiedad de Dios, no únicamente en un movimiento
que le une a Dios, sino por un título más especial, en cuanto que hay un movimiento por el que
Dios va hacia la humanidad para salvarla. Por ello la consagración sacerdotal hay que
entenderla según la orientación del misterio de la Encarnación de Cristo (ex hominibus, pro
53
“Directorio para el ministerio y vida de los presbíteros” n. 6.
54
“Directorio…” n. 8.
hominibus, Hb 5,1). El sacerdote está en el mundo pero no es del mundo (PO 3; 17). El
Concilio insiste en el principio de la encarnación: “los presbíteros viven con los demás hombres
como con hermanos” y tienen ante sí el ejemplo de Cristo, “hecho en todo semejante a sus
hermanos, excepto el pecado”, y el de san Pablo “segregado para el Evangelio de Dios” que se
hizo todo a todos para salvar a todos los hombres. Sin embargo, bajo el pretexto de que se
deben comprometer a fondo en el servicio de los hombres, los sacerdotes no podrán, por tanto,
dispensarse de esfuerzo personal de santidad.
Es marca de configuración. El sacerdote es propiedad de Dios (consagración) y configura, por
el carácter, toda su persona a Cristo Sacerdote y Pastor. Ya desde la escolástica medieval
(Alejandro de Hales) se ponía la esencia del carácter en la configuración con el ser divino. De
este modo la configuración da a la consagración toda su realidad, pues ésta no puede reducirse a
una pertenencia o toma de posesión un tanto exterior por parte de Dios hacia el hombre.
Configurado a Cristo Pastor, el sacerdote recibe la aptitud para representarlo ante los hombres;
y si es “otro Cristo”, no lo es en virtud de una simple delegación jurídica, sino por razón de la
figura de Cristo Sacerdote y Pastor impresa en el alma. Esto reclama siempre de parte del
sacerdote un esfuerzo de imitación de Cristo Pastor. La “figura” de Cristo, impresa en el ser,
debe expresarse normalmente en el obrar del sacerdote. Por ello, para el sacerdote, más todavía
que para el cristiano laico, se impone la preocupación de tomar a Cristo como modelo de todo
comportamiento.
“Es también el Espíritu Santo, quien en la ordenación confiere al sacerdote la misión profética
de anunciar y explicar, con autoridad, la Palabra de Dios… Por tanto, el presbítero –con la
ayuda del Espíritu Santo y con el estudio de la Palabra de Dios en las Escrituras- , a la luz de la
Tradición y del Magisterio, descubre la riqueza de la Palabra, que ha de anunciar a la
comunidad, que le ha sido confiada” (n. 9).
“Mediante el carácter sacramental e identificando su intención con la de la Iglesia, el sacerdote
está siempre en comunión con el Espíritu Santo en la celebración de la liturgia, sobre todo de la
Eucaristía y de los demás sacramentos…La celebración sacramental, por tanto, recibe su
eficacia de la palabra de Cristo –que es quien la ha instituido- y del poder del Espíritu Santo,
que con frecuencia la Iglesia invoca mediante la epíclesis” (n. 10).
“Es, en definitiva, en la comunión con el Espíritu Santo donde el sacerdote encuentra la fuerza
para guiar la comunidad, que le fue confiada y para mantenerla en la unidad querida por el
Señor” (n. 11). En el ejercicio de su ministerio al frente de su comunidad debe ser humilde y
coherente, y estar atento a dos tentaciones opuestas: “la primera consiste en ejercer el propio
ministerio tiranizando a su grey (Lc 22, 24-27; 1 Pe 5,1-4), mientras la segunda es la que lleva
a hacer inútil –en nombre de una incorrecta noción de comunidad- la propia configuración con
Cristo Cabeza y Pastor” (n. 16).
En síntesis: el ministerio sacerdotal, como don de Dios, se sitúa en línea vertical de la búsqueda
(ministerio) de Dios Creador y Salvador hacia el hombre, y se comprende como algo sagrado
por esencia tanto por su origen –Cristo lo confiere-, como por el contenido –los misterios
divinos- y por el modo mismo como se desempeña –sacramentalmente.
B. Dimensión cristológica: significado teológico del ministerio como representación de Cristo.55
Representante de Cristo.
Si todo ministro ordenado es un “embajador de Cristo, de modo que Dios mismo habla por
medio de él” (2 Cor 5,20), esto quiere decir que las acciones que él realiza en el ejercicio de su
ministerio no son ya acciones privadas, sino acciones realizadas en el nombre de Cristo a favor
de la comunidad eclesial.
De entrada esto conlleva:
1) Que las acciones ministeriales van siempre acompañadas de un carisma, que en este caso
podemos llamar gracia sacramental, que las hace eficaces para la edificación de la Iglesia. En
ciertos casos esta eficacia llega a ser una “facultad” o poder exclusivo del ministerio en el
ejercicio de ciertas funciones, como en el caso de la consagración de la Eucaristía o de la
absolución de los pecados por parte del sacerdote (obispo o presbítero); en semejantes casos
está garantizado un mínimo de eficacia, por lo que se puede decir que el sacramento es
“válido”, esto es, “hay” sacramento. No se ha de sobrevalorar, sin embargo, este mínimo de
eficacia como si los sacramentos fuesen actos jurídicos para los que es suficiente la validez.
Aun en los casos en que el carisma ministerial es necesario para la validez de ciertos actos
sacramentales, su eficacia de gracia será tanto mayor cuanto más sea ejercido este carisma
ministerial en plena docilidad al Espíritu Santo, con abundancia de santidad y caridad y en la
valoración de los diversos carismas personales.
2) Que el carisma ministerial, aunque en la gran mayoría de los casos (siempre para el diácono y
muy frecuentemente para el obispo y para el presbítero) no es por su naturaleza necesario para
la validez de los actos a él referente, siempre y en todas partes realiza actos públicos de la
Iglesia, efectuados en nombre de Cristo y ejercitados con su autoridad. Así, el obispo y el
presbítero que enseñan, enseñan en el nombre de Cristo; el diácono que ejecuta obras de
misericordia, lo hace en nombre de Cristo.
3) Que los actos de los ministros ordenados, realizados en el ejercicio de su ministerio, están
dotados de una particular acreditación además de la eficacia de gracia. Tal acreditación es
distinta según los ministerios y también según la naturaleza de los actos ministeriales; en ciertos
casos, como en los actos de gobierno, por parte del obispo, su reconocimiento se traduce en
obediencia; en algún caso, como en las definiciones doctrinales de un Concilio Ecuménico o del
Papa, esta acreditación viene a ser “infalibilidad” y su reconocimiento se traduce en
reconocimiento pleno.
4) Lo anterior se comprende mejor desde un acercamiento a la “representación”, que puede ser
referido a la relación del sacerdote con Cristo y con la Iglesia. Hay dos expresiones técnicas en
la teología del sacerdocio: “in persona Christi” e “in persona Ecclesiae” (admiten la variante “in
nomine…”). Al uso y significado de la expresión “in persona Christi” se refiere esta reflexión
sobre el significado cristológico del sacramento del orden; al abordar su significado
pneumatológico tocaremos el uso y significado de la expresión “in persona Ecclesiae”.
55
G. Greshake, o.c. pp. 121-147; Santiago del Cura Elena, “In persona Christi, in persona Ecclesiae”, en
“Diccionario..”, o.c.
representante se halla al servicio de la realidad representada por él (“Toujours la représentation
est a base de service. Les représentants ne sont la que pour servir”: A. Darquennes)56.
Precisamente por esto el encargo para la representación se hace mediante una consagración, es
decir, tomando a una persona “expropiándola” para que pueda ser signo visible de la actividad
del Señor. No se trata, por tanto ni de una transmisión de poderes espirituales, ni tampoco del
simple reconocimiento de algún carisma ya existente.
b) Representación pero no identificación. La expresión “sacerdos, alter Christus” en algún
momento del pasado dio lugar para una malentendida identificación cuasi-mística entre Cristo y
el ministerio eclesiástico. Pero está claro que no solo no hay identificación, sino que en cada
representación existen diferencias propias en relación al representado. Cierto que cada
bautizado puede representar a Cristo ante otra persona, transmitiendo algo de su palabra y de su
persona; sin embargo, la diferencia con respecto al ministerio ordenado es doble: 1) la
representatio Christi “capitis”: representa a Cristo como “el Señor de la Iglesia”, como Aquel
que congrega y llama a su pueblo, lo mantiene unido y lo conduce; y 2) la representación en
virtud del sagrado ministerio que le ha sido conferido sacramentalmente: el ministro no actúa
por su propio poder (no por sus capacidades, no por su preparación, competencia o dotes
naturales), sino por el poder, por la gracia sacramental, por la imposición de las manos
realizada por el obispo (poder sacramental). Ciertamente la Iglesia no debe admitir al
sacramento del orden a quien no sea idóneo, a quien no esté dotado de los correspondientes
carismas. Pero no son los carismas los que hacen que una persona sea sacerdote.
c) “¡Yo no soy!” o la permanente referencia a Cristo. La permanente actitud del ministro debe
ser la del Bautista (Jn. 1,20). El ministerio está referido a Cristo, no al ministro; el ministerio es
servicio y nada más, es, en palabras de H.U. von Balthasar, “apropiación y expropiación,
dirección, pero efectuada desde el último lugar”57. De acuerdo a este sentido de
“representación” el ministro ha de juzgar sus actitudes y su conducta toda: ¿Estoy realmente en
lugar de Cristo? ¿La comunidad reconoce en mi persona, en mi ministerio a Cristo pobre,
humilde, servidor, crucificado? ¿Soy capaz de negarme, de dar la vida por ellos? En la Iglesia
no hay ninguna posición de privilegio, pero ciertamente ante Dios hay una elección, una
vocación especial, un encargo especial; y esto significa la tarea especial, la misión de ser
esclavo de otros, de trabajar hasta la donación total en servicios nada gratificantes. “A una
vocación mayor le corresponde la carga mayor y, con ella una humillación mayor…”. H. U.
von Balthasar concluye: “¿Qué tiene de extraño, pues, que toda la preocupación del Señor para el
equipamiento de sus apóstoles, para su ministerio, especialmente para el del hombre roca, se centrara en la
humildad…? La despersonalización neotestamentaria para el ministerio no se entenderá correctamente sino
cuando se comprenda como supremo esfuerzo de la persona por “entregarlo” todo para el ministerio… La
instrumentalidad del sacerdote católico procede de la instrumentalidad de Cristo, y esta última conduce
inexorablemente a la cruz. A Pedro se le ejercita sin miramientos en ella”. 58 Por tanto, lo peculiar del
ministerio eclesiástico consiste en la vocación para prestar un servicio (diakonein, en el sentido
de los esclavos) sencillo y sin pretensiones.
d) Relacionado con la acción. Al hablar de “representación” ministerial de Cristo no puede
entenderse como un hacer presente a Cristo de manera sustancial, como si el sacerdote fuera en
su esencia “un segundo Cristo”. La “representación” de Cristo por parte del sacerdote se refiere
a la obra salvífica de Cristo en determinadas acciones, bien definidas, que son un signo
sacramental muy claro. Alguien podría objetar que la consagración sacerdotal no se define
56
Citado por G. Greshake, o.c. p. 123.
57
Citado por G. Greshake, o.co. p. 127
58
Citado por Greshake, o.c. p. 129.
solamente por acciones, lo cual es verdad, pero la presencia sacramental del sacerdote no puede
entenderse de manera estática y sustancial, sino que su ser sacerdotal está relacionado con la
acción, es decir, la “representación” ministerial de Cristo tiene “lugar” en determinadas
situaciones sacramentales: proclamación de la palabra, administración de los sacramentos,
dirección de la comunidad. Y desde tiempos del Vaticano II se advertía sobre un posible
malentendido del sacerdocio y de la expresión “in persona Christi Capitis”, “en sentido
sustancial y óntico” (PO 2). Cierto que el actuar se fundamenta en el “ser”, pero este “ser”, lo
explica Santo Tomás, es una potentia o un habitus, una “precaracterización” para la actividad
que sólo se actualiza en determinadas acciones sacramentales.
Esto da lugar, entre otras cosas, para examinar algunas conductas o estilos de vida sacerdotal
que nada tienen que ver con la auténtica “representación” de Cristo, y que son manejadas al
estilo de las “representaciones” de los poderes humanos: títulos, estilos de vida, vivienda,
descanso; ya Jesús advertía sobre esta tentación de buscar puestos y títulos de honor más que se
servicio (Mt 23, 6ss).
2. La sacramentalidad y la ministerialidad de la representación.
a) Al hablar de lo ministerial, del ministerio, se tiene la impresión de ignorar lo personal; así, por
ejemplo, cuando se hablar de Iglesia ministerial, se tiene la idea de una “función impersonal”;
más aún, los diferentes ministerios y los roles o cambios de funciones abonan esta idea, al
grado de sentirse cosificados o instrumentalizados algunos de sus ministros. Así las cosas, lo
“ministerial” se opone a lo “personal”, principalmente a la libertad personal. Esta forma de
entender el ministerio no es, sin embargo, la genuina. La mediación ministerial no anula
necesariamente la caracterización personal, sino la complementa. Sin embargo, en el ministerio
eclesiástico el Señor no vincula la acción salvífica a la capacidad subjetiva de determinadas
personas, sino a la sacramentalidad de la Iglesia que remite a la sacramentalidad de Cristo; por
ello, al creyente, para encontrar a Cristo, no se le remite a la “personalidad” del ministro, sino al
ministerio de Cristo, al ministerio conferido por la ordenación, que es un ministerio que se hace
realidad en determinadas funciones ministeriales garantizadas por Cristo. Así lo comenta San
Agustín: “Nuestro Señor Jesucristo pudo, si hubiera querido, conferir a un siervo suyo el poder de dar su
bautismo en nombre propio, de hacer transferencia del poder de bautizar e investir de ese poder a algún siervo suyo
y comunicar al bautismo transferido al siervo tanta eficacia como tendría el bautismo dado por el Señor. Mas Él no
quiso esto, con el fin de que los bautizados pusieran su esperanza en Aquel por quien sabían que habían sido
bautizados. No quiso que el siervo pusiera su esperanza en el siervo” 59. Así, queda muy claro que el
“servidor” en su cooperación, es únicamente el signo de lo que el Señor mismo hace. Por eso, lo
“ministerial” en la Iglesia es precisamente sacramento de Cristo. El significado sagrado, “sacra
mental” que tienen las acciones sacerdotales nunca pasa desapercibido para el pueblo creyente.
Vale siempre preguntarnos si el ministro, por su parte, es consciente del significado de sus
acciones como ministro consagrado. Pareciera que el sacerdote está expuesto, más que nadie, a
perder la capacidad de asombro, olvidando su identidad y su misión. Al respecto el puente de la
fe lo que muchas veces falla; falla, quién lo dijera, más en el ministro que en el pueblo sencillo
con mirada de niño, para quien todo es posible desde la óptica del creyente. “Tan sólo los ojos de
la fe son capaces de reconocer que en la bajeza, la pobreza y la ambigüedad del signo actúa el Señor mismo.
También el ministerio conferido por la ordenación es un signo de esos: un signo que pasa fácilmente inadvertido,
un signo bajo y a menudo deleznable y ambiguo, pero que señala, por encima de sí, hacia la obra salvífica de
Cristo y la hace presente. Como tal signo sacramental se halla también el ministro ante la comunidad. Por cuanto
59
Agustín de Hipona, “Obras completas de San Agustín XIII: tratados sobre el evangelio de san Juan”, BAC
p. 167, citado por G. Greshake, o.c. p. 134.
es su ministerio el que señala hacia Cristo, queda excluido el que la persona del sacerdote mismo se ponga en lugar
de Cristo”60.
b) Sin embargo, lo anterior no justifica ni mucho menos el cuidado y el respeto que debe tener el
ministro en toda su conducta. No puede darse su existencia por partes o en apartados, como si
en determinados momentos sí tuviera pleno reconocimiento de su sacerdocio y en otros sólo
muy remotamente; recordemos aquello de que “en el templo son sacerdote y fuera de él soy
como un cristiano cualquiera”. “En orden a la credibilidad y al fruto de su ministerio, cuanto
con mayor decisión se ponga existencialmente el sacerdote al servicio de su causa y haga que
Cristo se transparente incluso en su vida personal, entonces su actividad ministerial será tanto
menos chocante y tanto más invitadora y eficaz”61.
60
G. Greshake, p. 135, citando y comentando “Los sacramento de la vida” de Leonardo Boff.
61
G. Greshake, p. 135.
62
E. Schlink, citado por Greshake o.c., p. 138.
hay transiciones continuadas; una oveja, por muchos dones que posea, no puede sustituir al
pastor”63.
Esto no pocas veces, tanto en el pasado como en el presente, da pie para interpretaciones
elitistas y cargadas de privilegios; pero nada tiene que ver con el sentir de Jesús y con la actitud
de sus apóstoles y de sus verdaderos discípulo. Ya desde el Antiguo Testamento la vida de los
pastores establecidos por Dios es “una cadena de fatigas; son exprimidos hasta lo último; sus
faltas se censuran rigurosamente… Se ven relegados y experimentan la rebelión, la traición…;
se convierten cada vez más en personas que sufren por el pueblo”64. En este Cristo se presenta
como el “pastor herido”(Mc 14,27) y cabalmente llena el perfil de “Siervo de Yahvé”. En su
seguimiento, Pedro, juntamente con la concesión del ministerio de pastor, recibe la promesa de
que ha de ser alienado radicalmente de sí mismo y llevado a la cruz. Pablo dirá de sí mismo,
defendiendo su ministerio: “Nos acosan por todas partes, pero no estamos abatidos; nos
encontramos en apuros, pero no desesperados; somos perseguidos, pero no quedamos a merced
del peligro; nos derriban, pero no llegan a rematarnos. Por todas partes vamos llevando en el
cuerpo la muerte de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2 Cor 4,
8ss). Por ello, por ser un “pastor entregado a la muerte”, él puede exigir a la comunidad
obediencia y docilidad. Pedro, como “testigo de los padecimientos de Cristo”, exhorta a sus
“co-presbíteros” a que cuiden del rebaño que les ha sido confiado y a que sean “forma gregis”
(1Pe 5, 1ss), es decir, “modelos con los que pueda identificarse la comunidad”65. Y sin
embargo, el lugar del pastor tiene que encontrarse dentro del rebaño.
4. Sacerdote y laico, ¿una diferencia esencial? (el Vaticano II)
63
Las frases son de H. U. von Balthasar, citadas por Greshake, o.c., p. 139.
64
Nuevamente citas de H.U. von Balthasar en Greshake, o.c. p. 139.
65
Feliz expresión de E. Schillebeeckx, citado por Grashake o.c., p. 140.
66
G. Greshake, o.c. pp. 149-179.
67
Cipria no, Ep. 14,4, citado por Greshake, o.c. p. 170.
época se haya reducido al mínimo, es necesario revalorizar esta participación y buscar nuevas
formas de cooperación del pueblo de Dios. En la elección o asentimiento de la comunidad, es
decir, en la decisión tomada desde abajo, se va manifestando la acción del Espíritu Santo
concretizada desde arriba. Dios llama ciertamente por mediaciones humanas; b) en segundo
lugar, a la presentación por parte de la comunidad sigue la imposición de manos por personas
ya constituidas en la misión ministerial de Cristo, significando el don especial para el
ministerio, la comunicación del Espíritu, y no de parte del consagrante al consagrado, sino
inmediatamente de parte de Dios, pero al mismo tiempo, un don concedido a toda la
comunidad; como que en la ordenación acontece en el consagrado algo que es para toda la
Iglesia; el hecho de que la imposición la hagan, además del consagrante principal, todos los
obispos o todos los presbíteros, según el caso, indica que el consagrado es recibido en el
colegio episcopal o presbiteral, en continuidad formal y material con el ministerio apostólico,
quedando así integrado en la totalidad de la communio eclesial.
1. Representante de la Iglesia. Por el hecho mismo de ser representante de Cristo, todo ministro
ordenado es también representante de la comunidad eclesial; no porque reciba de ella una
delegación, sino por su vinculación a Cristo Cabeza. Por eso también los ministros ordenados
representan a la Iglesia y pueden actuar y hablar en nombre de ella. Así, por ejemplo, el
presbítero que preside la Eucaristía no sólo representa en ella a Cristo Sacerdote, sino que
representa también a la comunidad que ofrece la Víctima en nombre de todos. Asimismo, el
diácono no sólo representa en la Iglesia a Cristo Servidor que lava los pies a los hermanos, sino
que representa en este aspecto a la comunidad y presta sus servicios en nombre de todos, de
modo que estos servicios sean “de comunidad”.Esta representación de la comunidad por parte
de los ministros ordenados no es, con todo, “jurídica”, de modo que sustituya de alguna manera
a la misma comunidad, sino más bien “sacramental”: es tal, en efecto que anime a la comunidad
en el ejercicio de los propios carismas y ministerios.
1. La plenitud del sacramento del orden en el ministerio episcopal: San Ignacio de Antioquia, en
su carta a los cristianos de Magnesia (n. 6) escribe así: “realizad todas vuestras acciones con
aquel espíritu de concordia que place a Dios, bajo la presidencia del obispo, que tiene el puesto
de Dios; de los presbíteros, que representan el senado de los apóstoles; de los diáconos, objeto
de especial afecto, encargado de la diaconía de Jesucristo”. Afirmar que el obispo “tiene el
lugar de Dios” tiene el sentido de que en él está la plenitud y la fuente del ministerio de orden;
los presbíteros y diáconos participan de su ministerio en aspectos distintos y complementarios.
Esta afirmación de San Ignacio sobre la plenitud del ministerio que se encuentra en el obispo
tiene un gran valor teológico, y se considera esencial para definir lo que es específico en el
carisma episcopal.
La misma doctrina, constante en la tradición eclesial, se halla claramente afirmada en el
Concilio Vaticano II. Después de haber hablado de la presencia doce Cristo en la comunidad
eclesial por medio de los pastores, que son “ministros de Cristo y dispensadores de los
misterios de Dios” (1Cor 4,1), el texto conciliar prosigue: “Para realizar estos oficios tan
excelsos, los apóstoles fueron enriquecidos por Cristo con una efusión especial del Espíritu
Santo, que descendió sobre ellos (Hch 1,8; 2,4; Jn 20,22-23), y ellos, a su vez, por la
imposición de las manos, transmitieron a sus colaboradores este don espiritual (1 Tim 4,14;
2Tim 1,6-7), que ha llegado hasta nosotros en la consagración episcopal. “Enseña el Santo
Concilio que en la consagración episcopal se confiere la plenitud del sacramento del Orden…
Con las palabras de la consagración viene así conferida la gracia del Espíritu Santo” (LG 21).
En la fórmula de la consagración se destaca cuál es el carisma que le es propio: “Derrama sobre
este elegido el poder que procede de ti, oh Padre, tu Espíritu Santo que gobierna y guía: tú lo
diste a tu amado Hijo Jesucristo, y él lo transmitió a los santos apóstoles que en la distintas
partes de la tierra fundaron la Iglesia como santuario tuyo, para gloria y alabanza perenne de tu
nombre”
68
Directorio para el ministerio pastoral de los obispos n. 8.
69
Pastores gregis n. 55.
70
Cfr. LG 23-24.
71
Christus Dominus n. 15.
b) El ministerio presidencial del presbítero como representante de Cristo Cabeza, Pastor y
Sacerdote.
El presbítero está llamado a un ministerio presidencial, que es representación de Cristo Cabeza
y Sacerdote y que le confiere una gracia particular para armonizar los diferentes carismas del
pueblo de Dios, de modo que se realice como pueblo sacerdotal (1 Pe 2, 9-10).
El esclarecimiento de la verdadera naturaleza del ministerio del presbítero nos ha llevado a un
importante cambio:
del presbítero “centro de ejecución”, en busca de cooperadores para que éstos lleguen con su
actividad hasta donde no puede alcanzar;
al presbítero, “centro de comunión”, de animación y armonización de los diferentes carismas,
don del Espíritu Santo.
Se trata de un paso de la colaboración a la corresponsabilidad, que para algunos ha sido causa
de desconcierto. Urge, en este sentido, la profundización en la identidad del presbítero.
c) La presidencia de la Eucaristía y el anuncio de la Palabra de Dios72.
El amor pastoral propio del ministerio del presbítero no puede nacer solamente de la buena
voluntad humana, sino que es fruto de la gracia del Espíritu Santo, y, por tanto, encuentra en las
celebraciones litúrgicas, y particularmente en la celebración de la Eucaristía, “la fuente” de toda
gracia y “el culmen” de su ejercicio.
El modo como el presbítero debe ejercer la presidencia de la Eucaristía es signo eficaz, o sea,
imagen visible y fuente de gracia, por la importancia que tiene la ejemplaridad: “Celebrar bien
constituye una primera e importante catequesis sobre el Santo Sacrificio”73. “Aunque no sea
esta la intención del sacerdote, es importante que los fieles le vean recogido cuando se prepara
para celebrar el Santo Sacrificio, que sean testigos del amor y la devoción que pone en la
celebración, y que puedan aprender de él a quedarse algún tiempo para dar gracias después de
la comunión”74.
Mucho de lo que se dice del carisma presidencial del presbítero en la celebración eucarística,
puede aplicarse a su ministerio de anuncio de la Palabra.
“Los presbíteros, como cooperadores de los Obispos, tienen como primer cometido predicar el
Evangelio de Dios a todos; para … constituir e incrementar el Pueblo de Dios”75.
El presbítero proclama la Palabra de Dios en nombre de Cristo y, por tanto, con una eficacia
que proviene de su autoridad. “La predicación queda así configurada como un ministerio que
surge del sacramento de Orden y que se ejercita con la autoridad de Cristo. Sin embargo, la
gracia del Espíritu Santo no garantiza de igual manera todas las acciones de los ministros.
Mientras que en la administración de los sacramentos existe esa garantía, de modo que ni
siquiera el pecado del ministro puede llegar a impedir el fruto de la gracia, existen también
muchas otras acciones en las cuales la componente humana del ministro adquiere una notable
importancia. Y su impronta puede tanto beneficiar como perjudicar a la fecundidad apostólica
de la Iglesia”76.
Por lo demás, el presbítero anuncia la Palabra en nombre de la Iglesia, de la que es
representante. Cuando se dice “en nombre de la Iglesia” se entiende en nombre de la
“comunidad concreta” en que ejerce su ministerio.
72
Carta circular “El sacerdote ante el tercer milenio”, cc. III-IV.
73
Directorio para el ministerio y vida de los presbíteros n. 47.
74
Ibidem.
75
Decreto conciliar Presbyterorum ordinis n. 4.
76
Carta circular “El sacerdote ante el tercer milenio”, c. II.
Se deduce de aquí una consecuencia pastoral muy importante: para anunciar públicamente la
Palabra en nombre de la Iglesia, y para que esto sea auténtico, la proclamación del presbítero
ha de ser en realidad la resonancia que la palabra misma ha tenido en el pueblo, en medio del
cual se encuentra.
d) La corresponsabilidad en la comunión.
En el ejercicio de su ministerio presidencial como guía espiritual, el presbítero no está solo.
Está llamado vivir siempre en comunión: con el Obispo; con el conjunto de presbíteros, es
decir, con el presbiterio, del cual es cabeza el Obispo; con los diáconos, con quienes comparte
el sacramento del Orden; y con todo el pueblo de Dios, en el ámbito de la corresponsabilidad de
carismas y ministerios que está llamado a promover.
“El presbítero realizará la comunión requerida por el ejercicio de su ministerio sacerdotal por
medio de su fidelidad y de su servicio a la autoridad del propio Obispo. Para los pastores más
expertos, es fácil constatar la necesidad de evitar toda forma de subjetivismo en el ejercicio de
su ministerio, y de adherirse corresponsablemente a los programas pastorales. Esta adhesión,
además de ser expresión de madurez, contribuye a edificar la unidad en la comunión, que es
indispensable para la obra de la evangelización”77.
e) La animación misionera78. “Es importante que el presbítero tenga plena conciencia y viva
profundamente esta realidad misionera de su sacerdocio, en plena sintonía con la Iglesia que,
hoy como ayer, siente la necesidad de enviar a sus ministros a los lugares donde es más urgente
la misión sacerdotal y de esforzarse por realizar una más equitativa distribución del clero.
Esta exigencia de la vida de la Iglesia en el mundo contemporáneo debe ser sentida y vivida por
cada sacerdote, sobre todo y esencialmente, como el don, que debe ser vivido dentro de una
institución y a su servicio”.
Hay muchas opiniones, inadmisibles por supuesto, dentro y fuera de la Iglesia que tienden a
desnaturalizar la acción misionera de la Iglesia.
f) Una forma de vida entregada a la causa del Reino y de Dios, mediante los compromisos
evangélicos de castidad, pobreza y obediencia.
Para el presbítero el anuncio del Reino de Dios es el único tesoro (mt 13,44), el único fin, lo
único necesario.
Esto supone moverse para llevar el anuncio del Reino de Dios “gratuitamente” (Mt 10,9), con
disposición de dar la vida, en conformidad con Jesús, que da la vida por sus ovejas (Jn 10,15).
Esto significa una espiritualidad caracterizada por una total donación de sí mismo:
- una donación de sí mismo respecto de las cosas, mediante un compromiso de pobreza;
- una donación de sí mismo tocante a los afectos humanos, mediante un compromiso de castidad
celibataria;
- una donación de la propia voluntad, mediante un compromiso de obediencia.
(Directorio nn. 57-67).
g) Síntesis armónica entre oración y ministerio.
En la armónica síntesis entre oración y ministerio confluyen todas las exigencias del carisma
presbiteral. La separación, y quizá el desequilibrio contrastante entre oración y actividad
ministerial, es causa de sufrimiento, y no pocas veces también de crisis para muchos sacerdotes.
(Directorio nn 38-44).
77
Directorio para el ministerio y vida de los presbíteros, n. 24.
78
Directorio… n. 15: índole misionera del sacerdocio.
III. El ministerio del diácono.79
1. Del ministerio del diácono en la Iglesia antigua al actual renacimiento del diaconado
permanente.
La palabra diácono, del griego diakonos, significa servidor. Diaconía equivale a servicio.
La diaconía es un aspecto fundamental de la vocación cristiana. Así aparece en los escritos
neotestamentarios. “Haceos siervos los unos de los otros por la caridad” (Gal 5,13).
Junto a esta vocación de servicio común a todos los cristianos, vemos en el N.T. que son
nombrados diáconos (Flp 1,1, donde San Pablo saluda a los “obispos y diáconos”; 1 Tim 3, 8-
13, donde se describen las cualidades morales requeridas para los diáconos), como ministros
específicos. Aparecen, pues, consagrados al servicio; son presentados como signo de la
disponibilidad de servicio al que todos son llamados.
Tradicionalmente se considera en la Iglesia el comienzo del diaconado en el episodio narrado
por los Hechos: la elección de los siete (Hch 6,1-6). No se usa el término diácono, pero sí el
término diaconía, tres veces, por cierto.
Este acontecimiento consiste ciertamente en una ordenación, esto es, en una transmisión del
ministerio apostólico; de hecho, los apóstoles “imponen sus manos después de haber orado”.
En la iglesia antigua, hasta el siglo V, el diaconado reviste una gran importancia. “Después del
obispo, y estrechamente ligado a éste, el diácono es el ministro principal de la jerarquía”. Y en
la Didascalia apostolica, XVI encontramos que toda Iglesia local ha de tener sus diáconos en
número “proporcional al de miembros de la Iglesia, para poder conocer y ayudar a cada uno”.
Con el s. V comienza la decadencia del diaconado, su reducción al aspecto litúrgico, y como un
peldaño de acceso al ministerio presbiteral.
En el Vaticano II, concilio orientado hacia la renovación eclesial, un punto muy importante
para dicha renovación es el del diaconado, es decir, el del servicio, el rostro de una Iglesia
servidora como la diseñó su Fundador. La L.G. n 29 establece definitivamente que el ministerio
diaconal renazca en la Iglesia “como propio y permanente grado de la jerarquía y no ya sólo
como etapa para los candidatos al sacerdocio…”.
Más tarde, el Motu proprio Sacrum diaconatus ordinem (18 de junio de 1967) determina, entre
otras cosas, el límite de edad (al menos 25 años para el célibe; al menos 35 para el casado), y
determina que corresponde a las Conferencias Espiscopales, con la aprobación de la Santa
Sede, determinar los tiempos y modos de actuación del diaconado permanente.
Un importante documento posterior del Papa Pablo VI, el Motu proprio Ad Pascendum (15 de
agosto de 1972, determina claramente la naturaleza y la función del ministerio del diaconado
como “animador de servicio, o sea, de la diaconía de la Iglesia, en las comunidades cristianas
locales, signo y sacramento del mismo Cristo Señor, el cual no vino a ser servido, sino a
servir”.
79
Alberto Altana, “La vocación al ministerio ordenado” en “Vocación común y vocaciones específicas”,
Favale Agostino: aspectos bíblicos, teológicos y psicológicos-pedagógicos-pastorales”, Atenas 1984.
la comunidad. En una Iglesia en la que todos están llamados a ser servidores, los diáconos se
presentan como signo sacramental del servicio de Cristo y de la vocación de todos los cristianos
a configurarse con Él en el servicio. Esto queda confirmador por la tradición más antigua, por
las declaraciones del Magisterio y por las consideraciones de los teólogos.
5. Diaconado y Eucaristía.
Si la gracia propia del diaconado está en promover el servicio que es ejercicio del amor, y todo
servicio cristiano, como expresión del amor de Cristo, encuentra su fuente en la Eucaristía,
entonces el diácono, en su ministerio, está llamado a hacer patente cómo la fuente de gracia
para la diaconía cristiana se encuentra en la Eucaristía. En la Iglesia antigua esto aparecía con
toda claridad: en la misma Eucaristía se recogían y se distribuían las ayudas para los
necesitados, mientras los diáconos llevaban a los enfermos y a los prisioneros la comunión
eucarística (testimonio de S. Justino mártir, Apología, 65, 5; citado por Agostino Favale, o.c. P.
179)
.
6. Promoción de los candidatos al diaconado en las comunidades eclesiales.
Para la elección del candidato al ministerio del diaconado, como para otros ministerios
ordenados, hay que reconocer el papel que tiene la comunidad en el discernimiento, aunque
ciertamente pertenece al obispo la última palabra. En estos últimos años se ha avanzado en esta
dirección. Aunque “con pies de plomo”, se ha avanzado mucho en el reconocimiento del papel
que tiene la comunidad, aquella de origen y aquella que ha visto crecer y desarrollar la
respuesta a la vocación al ministerio. Transcribo solamente un texto de las Normas y directivas
de la CEI, n 12,: “Dondequiera, pues, que haya sido desarrollada una pastoral de renovación tal
que pida el ministerio diaconal, considérense atentamente aquellas comunidades (parroquiales o
infraparroquiales, o de otra clase) en las que aquélla se desarrolla, e invítese a aquellos que ya
ejercen un servicio apostólico, teniendo en cuenta particularmente la propuesta y testimonio de
las comunidades en las que aquellos está insertos”.
7. El diaconado de la mujer.
El rito de la ordenación.
La liturgia de la Ordenación expresa en profundidad la teología del sacramento del Orden. El
rito esencial de sacramento del Orden está constituido, para los tres grados, de la imposición de
las manos, de parte del obispo, sobre la cabeza del ordenando, como también de la específica
oración consecratoria que pide a Dios la efusión del Espíritu Santo y de los dones adaptados al
ministerio para el cual el candidato es ordenado.
A. Delante de la asamblea reunida en torno al Obispo, un hermano que conoce la identidad del
candidato pide, en nombre de la Iglesia, que sea ordenado; después de la aceptación por parte
del Obispo, cabeza de la Iglesia local, se procede al interrogatorio, donde el candidato expresa
su voluntad de asumir los siguientes compromisos (empeños) que derivan del ejercicio del
triple oficio profético, cultual y pastoral:
Quiero ejercitar, por toda la vida, el ministerio sacerdotal en el grado de los presbíteros,
colaborando con el Obispo en el servicio al pueblo de Dios, bajo la guía del Espíritu Santo…,
cumplir de manera digna y sabia el ministerio de la palabra en el anuncio del Evangelio y en
la exposición de la fe…, celebrar devota y fielmente los misterios de Cristo, especialmente en el
Sacrificio Eucarístico y el sacramento de la Reconciliación, para alabanza de Dios y para la
santificación del pueblo cristiano, según la tradición de la Iglesia…, cumplir constantemente el
mandato de orar para implorar la divina misericordia a favor del pueblo que se me
encomiende…, unirme más estrechamente a Cristo Sumo Sacerdote, que como víctima pura se
ha ofrecido al Padre…, consagrándome también a Dios por la salvación de todos los hombres.
Prometo, a la vez, obediencia y respeto al Obispo y legítimos superiores.
B. Durante la liturgia de la Ordenación, mientras el elegido está postrado por tierra, la Iglesia se
pone de rodillas y con fervor entona la Letanía de los santos, que termina con la siguiente
oración del obispo consagrante:
“Señor Dios, escucha con bondad nuestras súplicas y confirma con tu gracia lo que, por
nuestro ministerio, realizamos; santifica con tu bendición a estos hijos tuyos que juzgamos
aptos para el servicio de los santos misterios. Por Cristo nuestro Señor”.
C. Después, mientras se canta el “Veni Creator Spiritus”, el elegido se arrodilla delante del
Obispo, que le impone las manos sobre la cabeza. Lo mismo hacen los demás presbíteros
presentes.
F. A los diáconos, revestidos como tales, el Obispo entrega el libro de los Evangelios diciéndoles:
“Recibe el Evangelio de Cristo, del cual has sido constituido mensajero; esmérate en creer lo
que lees, enseñar lo que crees y vivir lo que enseñas”
G. Después, el Obispo unge con el santo crisma las palmas de las manos del ordenado diciendo:
“Nuestro Señor Jesucristo, a quien el Padre ungió con la fuerza del Espíritu Santo, te ayude
siempre a santificar a su pueblo y a ofrecer a Dios el sacrificio”
H. Luego, le da el pan sobre la patena y el cáliz con el vino, preparados para la celebración de la
Misa, diciendo:
“Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Advierte bien lo que realizas,
imita lo que tendrás en tus manos, y configura tu vida con el misterio de la cruz del Señor”.
I.
1. Datos generales:
2. Objetivo:
“Al finalizar el curso, el alumno presentará una visión orgánica del sacramento del Orden,
explicitando su fundamentación bíblica, su desarrollo teológico y litúrgico en la historia, su
comprensión teológica contemporánea y los elementos actuales de su celebración”.
3. Descripción de la materia:
4. Justificación:
5. Contenidos:
Sumario:
V. Espiritualidad sacerdotal.
A. Fundamentos.
1. ¿Qué se entiende por espiritualidad sacerdotal?
2. Ministerio y santidad.
B. El sacerdote y los consejos evangélicos.
1. Sacerdocio y celibato.
2. Obediencia sacerdotal.
3. Ministerio y pobreza.
C. Elementos distintivos del estilo de vida sacerdotal.
1. Oración.
2. Estudio.
3. Apostolado.
4. Tiempo libre.
6. Metodología:
Exposición del profesor.
Temas a desarrollar y exponer por parte de los mismos alumnos.
Notas tomadas en clase.
Apuntes facilitados por el profesor.
7. Actividades de aprendizaje independiente o tareas:
Lecturas y su reporte correspondiente.
Lecturas de documentos de la Iglesia como parte de materia de examen.
9. Bibliografía:
1) Pablo VI, Encíclica “Sacerdotalis coelibatus”, del 24 de junio de l967.
2) Congregación para el clero, Directorio para el ministerio y vida de los presbíteros, del 31 de
enero de 1994.
3) Congregación para el clero, Carta circular sobre el ministerio del sacerdote, El sacerdote ante el
tercer milenio, 19 marzo 1999.
4) Congregación para el clero, instrucción El presbítero, pastor y guía de la comunidad
parroquial, 2002.
5) Directorio para los obispos.
6) Juan Pablo II, Exhortación postsinodal “Pastores dabo vobis” del 25 de marzo de 1992.
7) Galot, J, Sacerdote en nombre de Cristo, Bilbao 2002.
8) Greshake, G., Ser sacerdote hoy, Sígueme, Salamanca 2003.
9) Juan Esquerda Bifet, Teología de la espiritualidad sacerdotal, BAC, Madrid, 1976.
10) Nicolau, Miguel, Ministros de Cristo, BAC, Madrid 1971.
11) Sánchez Chamoso, R., Ministros de la Nueva Alianza, CEM, México 1990.
12) Vanhoye, A., Sacerdotes antiguos, sacerdote nuevo según el Nuevo Testamento, Sígueme,
Salamanca 2006.
13) Vanhoye, A., Un sacerdote diferente, la epístola a los hebreos, Conviviumpress, Colección
rhetorica semítica, 2011.
14) Vaticano II, decreto “Optatam totius”.
Examen final sobre Sacramento del Orden: 4 junio del 2011.
Nombre:_________________________