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Sobre la revelación del sí mismo del terapeuta Gestalt

Robine, Jean-Marie

Revista Figura-Fondo nº22

La revelación del terapeuta se debate entre los psicoterapeutas desde los orígenes de la psicoterapia
contemporánea. Este debate es, naturalmente, alimentado por paradojas, argumentos cientisistas o creencias, así
como, presupuestos teóricos. Freud, por ejemplo, preconizaba que el terapeuta «sea impenetrable a los ojos de su
paciente y, que como un espejo, no refleje otra cosa que lo que se le muestra.» (i) Su concepto de «lo impenetrable»
puede parecernos un tanto paradójico si recordamos que con gusto contaba a sus pacientes sus propios sueños o
recuerdos de su infancia. Una extraña ceguera permite todavía a ciertos psicoterapeutas o psicoanalistas de hoy en día
creer en el silencio de su silencio, en su benevolente neutralidad, en la blancura de la pantalla de proyección que
ofrecen a sus pacientes.

La literatura internacional sobre la revelación del terapeuta se hace adepta al «eso depende.» La pertinencia de la
revelación del terapeuta depende de su contenido, de las razones de ese descubrimiento, de la personalidad del
paciente a quien se dirige, de la situación y las circunstancias… La búsqueda pone en evidencia que la revelación del
terapeuta reviste consecuencias positivas y consecuencias negativas para la evolución del paciente.

A la lectura de lo expuesto, no puedo sino hallar la confirmación de mis interrogaciones y dudas frente a las opiniones y
preconizaciones éticas publicadas, así como, las investigaciones sobre el impacto de esa revelación.

A partir de mi experiencia psicoterapéutica; como paciente, y de psicoterapeuta supervisado, supervisor y didáctico,


podría lo mismo mostrar tanto las ventajas como los inconvenientes de esas elecciones, los efectos benéficos y los
efectos perversos.

Si, como piensa Yalom (ii): «Más que ninguna otra característica, es la naturaleza y el grado de exposición de uno mismo
lo que diferencia las escuelas de psicoterapia», debe haber alguna coherencia con nuestras elecciones teóricas que
obran en nuestra decisión de descubrimiento o en su rechazo. Es sobre algunos aspectos de esta articulación que me
propongo centrar mi reflexión de hoy:

Una de las primeras preguntas que se deben hacer cuando se quiere considerar la implicación del terapeuta es la
siguiente: ¿Al servicio de quién va a realizarse ese descubrimiento del terapeuta? Incluso si se supone que nutrirá el
proceso terapéutico, intensificará la alianza, introducirá la autenticidad en la relación, no surge de la evidencia de que
esta práctica beneficie prioritariamente al paciente. Vendría desde luego, a confirmar esta hipótesis; una cierta
complacencia narcisista del terapeuta en la narración de su propia experiencia; sobre todo si queremos admitir que la
intencionalidad de un acto se revela más a través de sus efectos, que en la explicación de los proyectos de quien actúa.

Calmar su propia ansiedad, garantizar su conocimiento por la experiencia, dar pruebas y justificaciones, modelar…son
posturas posibles.

Marta es una estudiante de veintitantos años. Viene a verme para una cita preliminar, con la intención de iniciar una
psicoterapia. Durante toda nuestra cita, yo no logro decir una palabra, hacer una pregunta, dar un informe, así de
copiosa es su charla. Le doy cita para otra charla preliminar y le indico que, la próxima vez, podremos hablar realmente
de la psicoterapia y fijar el encuadre de nuestros encuentros, si ella piensa continuar.

Ella asiste a la segunda cita igual que a la primera, con una verborrea constante, sin ninguna pausa, pero también
sin afecto manifiesto. A mí me preocupa no poder, de nuevo, infiltrarme en su discurso, aunque sea para
mostrarle por la experiencia algo de mi forma de trabajar, y sobre todo, para poder definir juntos la forma de
trabajar. La ocasión se presenta de pronto: su verborrea pierde velocidad, sus ojos se humedecen cuando relata
un episodio doloroso de su infancia; ella hace una pequeña pausa en su torrente de palabras, y yo decido
aprovecharla mediante un comentario banal como: «Me conmueve percibir tu emoción y tu tentativa de retenerla
cuando evocas ese momento de tu vida…» La reacción no se hace esperar y estalla como un latigazo: «¡Ah no, nunca
vuelva a hacer una cosa así! No quiero saber lo que lo conmueve y lo que no. Me conozco lo bastante para saber
que, si de tal o cual forma puedo conmoverlo, me conformaré con eso para poder lograrlo. Quiero seguir siendo
LIBRE!»

Ante eso, era yo quien necesitaba decir algo, notificar mi existencia, buscarle un sitio a la sensibilidad en un
torrente narrativo sin afecto… Ella me recordó con fuerza quién está al servicio de quién.

Una de las principales tareas del terapeuta Gestalt consiste en permitirle al paciente construir una gestalt fuerte,
clara y que se imponga. Con los elementos dispersos de su experiencia, el paciente, ayudado por su psicoterapeuta,
debe poder hallar una unidad. Es una de las fases delicadas del trabajo, una fase en la que se movilizan las cualidades
estéticas del terapeuta, al servicio de la toma de forma, y las cualidades de firmeza para sostener con el paciente la
temática emergente, sin hacerse cómplice del canto de las sirenas, de las evitaciones o interrupciones habituales o
tentadoras.

En ese momento de construcción o, como la moda prefiere llamarlo, de co-construcción, la contribución del terapeuta
es activa y, a es a veces, al utilizar materiales extraídos de su propia experiencia que participarán en esa tarea. La
dificultad consistirá entonces en contribuir de forma lo bastante discreta y pertinente a modo de que los materiales no
descentren la figura que se está elaborando. Estar al servicio de la figura que se construye y no convertirse en la
figura que le llama la atención, a un paciente dispuesto, a veces, a usar todas las escapatorias en esta fase
delicada de salida y confluencia.

Es mi primer encuentro con la Terapia Gestalt. Después de varios años de trabajo psicodramático en grupo,
encuentro otra forma de Psicoterapia en Grupo. La novedad a la cual soy más sensible, en esta primera experiencia, es
que hay una propuesta, una forma de trabajar en la cual la expresión de las emociones y los afectos es bienvenida.

Atravieso una fase difícil en mi vida, una crisis sin ruido, llena de retro-reflexiones y silencios, de interrogaciones y
dudas, de incertidumbres, penas, decepciones. Después de unas horas, abordo esos temas con cierta dificultad, pues
no hay nada claro, no sé cómo tomar las cosas, no sé cómo darle nombre a lo que estoy viviendo, me enredo.
Después de unos minutos, el terapeuta Gestalt, con su estupendo acento inglés, me habla de su experiencia: «Sabes,
Jean-Marie, me conmueve tu experiencia y yo conozco bien ese dolor. Yo también, hace unos años, viví un periodo
depresivo y hasta intenté suicidarme…» Y prosiguió contándome con muchos detalles su hospitalización en
Psiquiatría, etc.

Los instantes cuando sus palabras tuvieron un efecto apaciguador en mí, fueron breves. Primero confusamente, y
luego cada vez con más claridad, surgió mi cólera. Me siento desposeído, está robando mi experiencia, me arrebata
mi expresión, aplasta mi emoción. Él es más que yo: ¿qué vale mi pequeña melancolía frente a su gran depresión?
¿Por qué me estoy quejando si el sufrimiento de los demás puede ser mucho más serio? Y me vinieron a la mente los
recuerdos de la infancia, durante los cuales mi sufrimiento no podía ser escuchado con el pretexto de que había otros
que sufrían por razones mucho más graves, y que mi falta de gusto por tal o cual alimento no podía comprenderse,
dada el hambre contra la que luchaban millones de niños, más desdichados que yo…

Expreso torpemente que no me interesa su historia que no resuelve en nada la mía. El grupo viene en mi auxilio,
rápidamente. El terapeuta parece sorprendido, disgustado, a punto de retirarse en una habitación adyacente. Diez
minutos más tarde, regresa… para anunciarnos con una voz de ultratumba: «ustedes no me aman, así que me voy,
termino con este grupo y los dejo.» Lo cual hizo ante la estupefacción general.

Es otro ejemplo en el cual no sólo las necesidades del terapeuta marcan el paso sobre las necesidades del paciente,
sino que también es donde el terapeuta influye en la figura en construcción, le da un significado diferente al que el
paciente elabora con dificultad, e intenta así convertirse en el centro de atención del grupo.

Ya que se trata de contribuir a la elaboración de la figura, al terapeuta se le solicita que elija los materiales que él
mismo va a retener y a utilizar en la situación. Cierto, sean los que sean, nunca serán neutros. Su compromiso en la
situación, asociado a su ética y a su experiencia clínica, están entre los factores determinantes de sus elecciones. Por lo
tanto no me parece posible elaborar una lista de criterios para explicar racionalmente por qué un pintor eligió un
amarillo en vez de otro para dar el pincelazo siguiente.
3

De hecho, a través de las respuestas (en acta) a esta pregunta de la revelación, aparece lo esencial de la concepción de
la psicoterapia, explícita, pero sobre todo implícita, de cada profesional y la epistemología que ocupa.

Una de las confusiones epistemológicas más extendidas entre los defensores de nuestro enfoque es la confusión entre
los conceptos de «contacto» y de «relación». En el lenguaje cotidiano, las dos palabras son utilizadas con gusto
indiferentemente. La teoría de la Terapia Gestalt hace del concepto de contacto, frente a las filosofías y las
fenomenologías (de Sartre a Maldiney, pasando por Szondi, Colli y otros…), un concepto de contornos mucho más
precisos. La teoría originaria de la Terapia Gestalt no dice nada, además, de la «relación», ya sea terapéutica o no; en
eso se parece a muchos otros enfoques de psicoterapias que en su teorización sólo conservaron de la «relación» un
solo ingrediente, reduciéndola así, según el caso, a la transferencia, a la interacción, al lazo, a la alianza, a la
identificación proyectiva, etc. El contacto, definido como «la primera y más simple realidad», designa la operación
básica que articula un organismo dado con su entorno. Es la conciencia inmediata que tenemos del campo y del
comportamiento dirigido hacia él. Incluso si el contacto articula un sujeto con un objeto vivido como distinto a mí, que
ese objeto sea una cosa, una idea, una persona, es decir que postule un «con» (del latín: cum-tangere), este término no
puede reemplazarse sistemáticamente por el de relación. La manera en la que yo establezco un contacto visual con una
pintura, un alimento, un paisaje no implica en forma alguna una supuesta reciprocidad de la experiencia, lo que no es el
caso en la «relación» incluso si esta última no es necesariamente idéntica o simétrica. (v)

El corpus metódico de la Terapia Gestalt aporta un equipamiento conceptual y metodológico para poner a trabajar el
contactar, es decir, cómo un sujeto contacta al mundo, y cómo un sujeto es contactado por el mundo. Este aparato es
inoperante para describir «la relación.»

Naturalmente, ese contactar se pone de manifiesto en el seno de una relación y conviene no perder de vista que dicha
relación es un medio terapéutico y no un fin en sí mismo. (vi)

Y es en la trampa de la puesta en evidencia de las modalidades del contactar, y en particular las del paciente
contactando a su terapeuta, que la revelación de la psicoterapia puede revelarse como un elemento especialmente
pertinente. Es lo que yo desearía tratar de demostrar, al apoyarme en la base de los dos límites éticos mencionado e
ilustrados más arriba.

Existe en nuestra obra fundadora, Gestalt Therapy, un concepto que yo considero clave, la piedra angular de la
edificación teórica de nuestro enfoque, a pesar de que por mucho tiempo pasó desapercibida. Deseo hablar del «ello
de la situación.» No es sorprendente que ese concepto haya quedado en la sombra en la medida en que nuestros
autores no se proporcionaron los medios para definir más adelante su propuesta. Con ese concepto, nos llevan una
vez más en la perspectiva de campo, cuando incluso el concepto del «ello», tan central en el psicoanálisis, podría
ser considerado como EL concepto intrapsíquico por excelencia. En la tradición del pensamiento psicoanalítico y
para retomar el título original de la obra en la cual Groddeck introdujo ese concepto que Freud tomó después: «Al
Fondo del Hombre: ello» (vii). El «eso» se localiza así «en lo más profundo del ser humano»; aún más profundo que
el inconsciente, una estructura secundaria, mientras que el «eso» se teoriza como una estructura primaria.

Más tarde aparecen Perls y Goodman que nos proponen el «eso de la situación», una deslocalización radical del
eso: ¿El «eso» deberá buscarse en la situación? La consecuencia que yo saco de esta propuesta es que el
surgimiento del «eso» depende de la situación, que la intencionalidad es producida por la situación, y que darle
forma al «eso» en forma de deseo, necesidad, apetito, puesta en marcha se realiza por la función-yo del self, no sin
intervención de la función-personalidad. El campo es fundador, primero, bajo el impulso y la organización del
«self», él mismo función del organismo además de lo que lo rodea, él mismo creador y creado por el campo.

En cuanto dos seres humanos están en presencia uno del otro, la situación que crean y desarrollan es una situación
de contacto. Esta situación genera el surgimiento de un «esto», es decir, de una presión, de una dirección de sentidos
y de razones, de una intencionalidad en la cual el otro tiene un lugar, por mínimo que sea, aunque sea negado.

En otras palabras, ante la presencia del otro se crea en cada uno una prueba, que puede quedar en el orden de lo
implícito, del no-consciente, pero que anima el ser con el otro. Yo iría hasta expresar la hipótesis de que, en toda
situación de puesta en presencia, se crea siempre el deseo de afectar al otro, de crear en él una prueba específica,
(«Mírame», «Reconóceme», «Déjame en paz, no me dirijas la palabra», «Muéstrame que me ves», «Ámame»,
«Deséame»…)

Interrogado sobre su objetivo, sobre la forma como desea afectar al otro, el sujeto no podrá dar sino una respuesta
formada por sus intenciones conscientes, su proyecto deliberado o reconstruido por el ideal del «yo», las
representaciones que tiene de sí mismo y otros factores que constituyen lo que la Terapia Gestalt llama «la función-
personalidad.» Ahora bien, esta modalidad no da lugar a un darse cuenta del ahora, de la novedad de la situación, de
lo desconocido y de la sorpresa de una modalidad de presencia del otro que no imaginábamos.

¿Entonces, cómo conocer algo del impacto de mi presencia sobre el otro más allá de los presupuestos y de las
suposiciones que tengo respecto de mí? Al interrogar al otro sobre su forma de ser afectado por mi contacto y sus
variaciones de instante en instante. «Todo pasa como si la intención del otro habitase mi cuerpo o como si mis
intenciones habitaran el suyo.» Escribió estupendamente Merleau-Ponty (viii). Por esta razón, la revelación de la
prueba del psicoterapeuta, inscrita estrictamente en el «aquí y ahora» de la situación y lo efímero de ella, halla su
plena justificación.
Esther es una joven mujer de unos cuarenta años. Ella es psicoterapeuta y terminó su formación conmigo y mi equipo
hace una docena de años. Después de terminar su formación, no tuve oportunidad de volver a verla ni escuché hablar
de ella , hasta esta sesión que inicia un ciclo de perfeccionamiento profesional al cual se inscribió.

Yo propongo una sesión voluntaria con el fin de disponer de un material en común para su análisis y la elaboración
teórica y metodológica. Los extractos de la conversación siguiente fueron posibles gracias a la grabación integral del
video. Sólo se cambió el nombre de la paciente.

En la primera parte de la sesión que aquí resumo, ella está agobiada por los sollozos y sus palabras surgen con
dificultad entre los espasmos del llanto.

(…)

Esther

Nunca me he sentido amada // ni apreciada // ¡Eso lo sé! // En mi vida // siempre me he esforzado // para que me
reconozcan // como hija // y jamás / / jamás lo he logrado… Así que ahora eso // lo sé // y ya no lo busco…

Ahora, necesito que me reconozcan // mi marido… supongo // que elegí // el cónyuge que elegí // es porque es igual!
La relación es la misma. // Tengo // una relación con él // como si fuera // con mi madre… y, en este momento, lo que
necesito // es que mi esposo me reconozca. ¡Creo que no se da cuenta de lo que le digo!

Trato de decirle que me reconozca… y él, dice que lo fastidio, que lo molesto, que no soy madura. ¿Por qué tendría él
que decir cualquier cosa de si lo que hago está bien?

¡Y yo necesito que me lo digan!

Y si él no es capaz de darme eso, ya no quiero seguir con él.

Me es difícil decírselo, sin embargo lo intento, y él, me agrede, me interrumpe, porque dice que soy agresiva cuando
hablo, porque tengo miedo, y no estoy segura de mí…
JMR

Esther, - soy muy sensible – de la – forma en que se manifiesta tu dolor. – más que lágrimas – tengo la impresión de
percibir – una forma – de asfixia – de sofocamiento.

Esther

No lo sé…

JMR

¿Cómo es tu respiración, ahora?

Esther

Creo que no respiro bien. Siempre tengo bloqueado aquí. (muestra su diafragma)

JMR

Hace un momento, cuando comenzamos la sesión dijiste algunas palabras acerca de ti. Dijiste que en ese momento te
sentías muy triste, que llorabas mucho, y en especial cuando estabas sola. ¿Qué te hace elegir llorar de preferencia
cuando estás sola?

Esther

(Llora) Porque me siento sola. Cuando estoy con los demás, supongo que debo ser adulta, sensata, así que eso, lo
reservo para mí…

JMR

¡Y para nosotros también!


Esther

El deseo de llorar aquí… al principio yo no quería, luchaba por no llorar. ¡Pensaba que no era una buena forma de
comenzar con el grupo! Y después, pensé que me daba igual. Mis lágrimas, mi tristeza, aparecieron porque sentí que
me sentía muy feliz de haber sido elegida para venir con este grupo, eso me decía que la gente me apreciaba, y eso me
da una especie de reconocimiento.

JMR

¡¿Y es la clase de reconocimiento que necesitas?!

Esther

(asiente)

JMR

¿Y esa exigencia de reconocimiento, parece que la focalizas totalmente en tu marido?

Esther (sollozando)

Sí. Me costó trabajo. Comencé a llorar hace uno o dos meses, pero yo no lo sabía… estaba triste, estaba triste… y no
comprendía: primero me sentí triste y triste y triste, después sentí la soledad. Necesito una relación, quiero la relación,
la necesito! ¡Punto final!

[…] (Ella continúa y desarrolla el tema.)

JMR

Entonces… en la situación en la que nos encontramos ahora, tú y yo, me hace preguntarme si lo que pasa no tiene
algo en común con lo que pasa en tu vida: percibo tu sufrimiento, puedo entenderlo, pero no logro SENTIR cuál puede
ser tu necesidad en NUESTRA situación.


Puedo imaginar cuál puede ser tu necesidad en la relación de pareja… y en tu vida, pero en el ahora de nuestro
encuentro, no logro sentirla.

[Primera etapa en la revelación del psicoterapeuta, para intentar abrir a la paciente hacia un componente de la
experiencia al cual no parece prestar atención: el ahora, la presencia de otro, destinatario de su expresión]

Esther

Supongo que venir a sentarme aquí y hacer el esfuerzo de explicar cómo me siento ( vuelve a sollozar), me obliga en
cierto modo a ordenar lo que siento. Acabo de darme cuenta de que probablemente lo necesitaba… y te elegí… para
que tú me digas que lo necesito para crecer sanamente.

JMR

Esperas que yo te confirme que tu necesidad es legítima.

Esther [asiente con la cabeza, llorando]

Sí, eso es lo que necesito… escuchar que no estoy loca por eso…

JMR

El…

Silencio-reflexión

Hay algo que pasa y realmente es extraño…

Porque puedo ver, puedo ver, que me muestras con intensidad tu tristeza… y eso crea en mí algo muy seco, como si
no me conmoviera! Y no sé por qué no me conmueve tanto lo que tú me dices.

¡Estoy muy sorprendido! ¿Me gustaría entender… por qué me conmuevo tan poco? Me digo que sin duda tiene que
ver con la forma como pasa eso.
[Segundo escalón para ascender en la utilización del sí mismo del terapeuta, en vista de que el primero no parece
haber sido captado plenamente por la paciente]

Esther

[silencio y después calmada]

¡Tal vez no sé pedir que me tomen la mano o que me reconozcan, me dicen que busco el pelo en la sopa o que doy
vueltas!

JMR

¡Tienes la impresión de que eso podría volver a ocurrir conmigo! No obstante no tengo deseos de decirte…

[tercera tentativa, invitación a abrir los ojos hacia la situación en el ahora]

Esther

¡No! ¡No!

JMR

¿Entonces por qué no puedo conmoverme realmente?

Esther

(alza los hombros) No lo sé…

JMR

Si mis sentimientos no se han movido en este momento del encuentro contigo, es un poco como si no me sintiera una
verdadera persona…
¿Así que, por qué no sería yo una verdadera persona contigo? ¡En general, tú eres más bien una persona que me
conmueve! ¡Siento afecto por ti, y tú lo sabes!

[Subo otro escalón con mi invitación a apoyarse en lo que pasa en el «aquí-y ahora» de su contacto. Mi propia
insistencia comienza a darme problemas pues temo generar vergüenza en Esther. Para que su atención se dirija con
precisión hacia el «ahora» y no hable con una generalización abusiva, necesito que mi prueba constituya una figura
en el «ahora» y que venga –con asombro – a contradecir el efecto habitual que forma parte del fondo de esa figura]

Esther

Sí, lo sé.

JMR

¿Entonces, cómo es que en este momento que es intenso y dramático, yo tenga un corazón de piedra?

[Una etapa suplementaria dentro de la insistencia de la formación de figura, con palabras aun más confrontantes, ya que
ella me hizo un gesto de que había escuchado (Sí, lo sé.) cuando le dije (Siento afecto por ti y tú lo sabes.)

Esther

Tengo la impresión de que me hago la víctima, o actúo como niña... Pero no creo actuar como una víctima
manipuladora.

JMR

No, yo tampoco lo creo.

Esther

No sé.
JMR

Algo se está aclarando, ahora que intento emplear palabras contigo. Creo que te veo como muy sola… Y que no estás
conmigo.

[La sensatez toma forma poco a poco y viene a aclarar lo que pasa.

Corro el riesgo de abrir la hipótesis que se ha creado para mí, pues la escalada de nuestra interacción podría
conducirla a un callejón sin salida humillante.]

Esther

Sí, estoy sola. Me siento sola.

JMR

¿Sí, pero cuándo estás sola?

Esther

Todo el tiempo, toda mi vida.

JMR

No estamos en «toda la vida». En la vida, hay momentos especiales: momentos de encuentro, momentos de
aislamiento, momentos de encuentro, momentos de aislamiento… ahora nos estamos encontrando. Y sin embargo,
creo que te veo sola, encerrada en tu dolor y tu soledad, como si yo no estuviera aquí para ti. Por lo que no estoy
conmovido. Como si tal vez no te dirigieses a una persona , sino que te dirigieses a una audiencia.

Tal vez no es justo lo que te estoy diciendo: busco contigo comprender lo que pasa…

Esther
(reflexiona en silencio)

Veamos… sé que estoy sola, sé que me aman. Tengo la pequeña sensación que el reconocimiento que no he tenido de
mi madre durante toda mi vida ocurre lo mismo con mi pareja, y, y, y… Tal vez le exijo demasiado pero es una
necesidad que tengo.

JMR

No sé… no sé de qué se trata; pero puedo proponerte una hipótesis que me parece parcial, que no me parece, desde
luego, que cubra la totalidad de lo que pasa con tu compañero o con tu madre. Es algo a propósito del «cómo», del
«cómo con el otro».

Y te propongo intentar algo ahora: te propongo intentar escucharme ahora; que hagas de cuenta que estoy contigo,
que hagas de cuenta que estoy conmovido, preocupado por ti…

[Doy un paso más: la revelación ya no me parece necesaria; ahora puedo sólo conservar mi compromiso como
contribución a la construcción de la figura]

Esther

(Niega con la cabeza, alza los hombros, y llora diciendo: No sé. No sé.)

JMR

¡Yo tampoco sé cómo, intentémoslo!

¿Te interesa? ¿Te interesa que yo esté presente en tu experiencia? ¿Presente por completo, incluyendo
emocionalmente?

Esther

Sé que… no sé, Jean-Marie!

¿Tal vez hay algo en mí?


Siento que tú me aprecias…

No necesito tu aprobación. Siento que tú me aprecias y que no necesito tu aprobación.

Para mí, eres alguien que tiene valor. ¡Puede que no se esté diciendo aquí, pero me ayudas a entender mejor… si no,
yo estaría llorando sin parar, todo el tiempo, por esos problemas! Es por eso que quise trabajar contigo, para ver las
cosas que se me escapan. Todo eso está en realidad más trabajado de lo que he podido contar. No lloro todo el tiempo
como lo hago ahora.

(Silencio, ella me mira)

Recibo tu sonrisa. Te agradezco tu sonrisa.

(Llora)

¿Puedes abrazarme?

JMR

¿En este momento, qué sentido tendría eso para ti?

Esther

(Llorando) ¡Supongo que sería el reconocimiento que no he tenido!

JMR

Con mucho gusto deseo tomarte entre mis brazos, pero siento que tengo una duda…

Esther

Yo también, no veo eso con mucha claridad.


JMR

¡Puedo hacerlo, podría tomarte entre mis brazos, pero te repito, sin… emoción!

(Ella asiente con la cabeza)

¡Si te tomo entre mis brazos, preferiría hacerlo… con cariño!

Con el cariño que siento generalmente por ti y que aún no ha aparecido.

Esther

Sí, lo sé, no es el momento.

JMR

¿Buen momento o no… cómo podríamos crear ese instante entre nosotros?

Esther

(Silencio)

De pronto, se me presentó una imagen: cuando le pido cosas a mi compañero, de cierta manera, él no dice nada, dice
cosas diferentes y es posible que eso no le afecte! Se me ocurrió de pronto.

JMR

Estoy tentado a decirte…

No sé cómo decirlo.
Tengo la impresión de que tus lágrimas no son para mi.. tú no me las envías. Lloras de ti para ti.

Esther

(Asiente con la cabeza)

Sí.

JMR

Entonces eso no me concierne! Y tal vez ocurre lo mismo con tu marido. ¿No crees?

Esther

(Alza los hombros) ¡Puede ser!

JMR

¿Cómo podrías dirigirme tus lágrimas?

Esther

No lo sé.

JMR

¡Inténtalo… sin reflexionar!

(Silencio)

¿Puedes imaginar que yo podría recibir tus lágrimas?


(Gesto con las manos como una copa en su dirección)

¿Cómo podrías hacer para que yo las acoja, que las reciba?

(Silencio)

Esther

Necesito, creo, voy a decirte algo, pero creo que voy a decirlo porque es así como se dice en la teoría. Pero no sé si es
porque así lo siento. ¡Sí, pero es igual que antes! Necesito que tú me ames y que me tomes en tus brazos, pero…

No ahora, porque me pondría así. (Me muestra llorando el rincón del salón y hace el gesto de encogerse)

JMR

¡Pero eso es lo que sabes hacer (ella asiente); es decir, usar tus lágrimas para cortarte!

Esther

¿Usar mis lágrimas para cortarme? ¿Cortarme de qué?

JMR

¡Del otro, del contacto!

(Silencio)

¡Si te vas al rincón, cortarás el contacto!

Esther

Creo que debo dejar de llorar. (Por vez primera ella toma un pañuelo que está a sus espaldas).
JMR

Yo tengo otra propuesta que hacerte. Y no es para tomarte en mis brazos para estrecharte, sino darte durante algunos
instantes mi hombro… para que llores sobre él.

Esther

(Ella asiente)

Sí, sí, prefiero tu hombro a un abrazo.

(Yo me aproximo un poco. Ella se aproxima a su vez y coloca su cabeza sobre mi hombro sollozando durante 30
segundos. Después se retira)

Es como si toda la responsabilidad que yo tenía. Y al ofrecerme tu hombro, me ofrecieras un poco de reposo. Al pedir
ese abrazo, era sin duda para descansar un poco. ¡Sí! Descansar de tanta responsabilidad… Sí, puedo descansar un
poco, sí, yo creo que es eso. Me siento muy sola para llevar la carga.

Me siento muy sola, es lo único que vi.

Es siempre lo que he visto de mi madre: llevar sola la carga.

Y hay muchas cosas, y siento que llevo sola la carga.

JMR

Sí… Sí…

Hasta el punto… hasta el punto de no ver… que hay personas a tu lado, que podrían jalar la carreta contigo.

Esther
(Ella asiente largamente con la cabeza, en silencio.)

¡Sí! Creo que proviene de eso…

(Continúa asintiendo con la cabeza.)

Sí… creo que es eso…

(Silencio largo)

JMR

Tú no ves señales de reconocimiento de parte del otro, pero… para que él pueda darte señales de reconocimiento, tal
vez también deberías hacerlo existir… en tu experiencia.

Esther

(Ella asiente con la cabeza, en silencio)

¡Sí, es lo que vi!

¡Gracias!

JMR

¿Lo dejamos aquí?

En esta ilustración, el terapeuta (en esta ocasión: yo) abre a su paciente el acceso a su rencor, sin saber a dónde lo
llevará su expresión, pero con el deseo de que el conocimiento del impacto sobre el otro promueva que la expresión del
paciente sea integrada como uno de los parámetros de la experiencia. Como la paciente lo dijo, ella ha tenido muchas
veces en su propia terapia la ocasión de explorar el contenido de su sufrimiento, el callejón sin salida de su
reivindicación, la génesis de su intento imposible. ¿Había ella tenido la posibilidad de aprender algo del ahora? ¿De
medir mejor el impacto de su forma de contactar?

Así, la revelación del psicoterapeuta toma todo su sentido: no es tanto para revelar los elementos de su historia y de
su experiencia, ni tampoco para evocar su camino profesional y su supervisión como es el caso a menudo; sino para
ilustrarle como el otro es afectado, casi un «otro generalizado» incluso si no se trata de perder su propia especificidad,
y por ese medio restaurar a su paciente al «estar con él.»

Una de las mayores dificultades de esta forma de exposición de sí mismo reside en el manejo del lenguaje. Puede
lastimar al paciente, obligarle a cargar con la responsabilidad de sentimientos, a veces, desagradables que pueden
habitar en el terapeuta, y así avergonzarlo. ¿Cómo revelar su hastío o su cólera – si de todos modos es de cierta utilidad
– sin lastimar al paciente? En vez de abrir algo de la experiencia en curso, tal expresión de parte del psicoterapeuta
podría más fácilmente cerrarla al invitar implícitamente al paciente a una mayor retro-reflexión o complacencia.

La revelación del sí mismo del psicoterapeuta, es preciso recordarlo, no es un fin en sí mismo. No me parece siquiera
un principio necesario. Es sólo una herramienta de trabajo al servicio del análisis del contacto y de su transformación,
no es sino una de las formas posibles del compromiso del terapeuta Gestalt con la situación.

Jean-Marie Robine

Notas

(i) Freud S. (1912). Recomendaciones a los médicos que practican el psicoanálisis en «The Standard edition of the
psychological Works of Sigmund Freud (Vol. 12 pp. 1-120). Londres: Hogarth Press. (2000). Traducción francesa:
#Conseils au médecin dans le traitement psychanalytique». En Œuvres Complétes, tomo XI, PUF 1998).

(ii) Yalom, I.D. (1985). The theory and practice of group psycotherapy. New York: Basic Books.
(iii) Sartre J.P.: Carnets de la drôle de guerre, Gallimard 1995, en especial las pp. 400sq. Maldiney h. : « La dimension du
contact au regard du vivant et de l’existant. De l’esthétique-sensible à l’esthétique artistique » pp. 177 sq. y
«Esthétique et contact » pp. 1995 sq., en Schotte J. (Ed.) Le contact, (i) Freud S. (1912). Recomendaciones a los médicos
que practican el psicoanálisis en «The Standard edition of the psychological Works of Sigmund Freud (Vol. 12 pp. 1-120).
Londres: Hogarth Press. (2000). Traducción francesa: #Conseils au médecin dans le traitement psychanalytique». En
Œuvres Complétes, tomo XI, PUF 1998).

(iv) Perls F.S., Hefferline R. Goodman P. (1951). Gestalt-therapie, trad. Francesa, l’exprimerie, Burdeos, 2001, ver cap. 1,
& 1,p. 49 de la edición francesa más abajo. Biblioteca de pathoanálisis, Ediciones Universitarias /De Boeck Université,
Bruselas, 1990 Szondi L. Introduction à l’analyse du destin, Pathel Mathos, Nauwalaerts, Louvain/Paris 1983 Colli G.
(1982): Philosophie du contact, Cahiers Posthumes II, traducción del italiano por P. Farazzi, Editions de l’éclat, 2000.

(v) Para desarrollos más amplios, ver también mi artículo, que además data de hace poco y merecería ser retomado: «El
contacto, primera experiencia» (1990) reeditado en Robine Jean-Marie, Gestalt-therapie, la construcción de sí mismo,
L’hamattan, 1998.

(vi) Habría mucho más a escribir sobre este tema, en el momento cuando la «relación» tiende a ser planteada como
parangón de lo que es terapéutico, olvidando incluso que la patología es también un producto de la relación.

(vii) Se trata del título de la primera edición en francés lo que sería reeditado más tarde bajo el título «El libro del esto»
(1963) en la Biblioteque des idées de Gallimard, y a partir de 1973, en la colección «Connaisance de l’inconscient» y
después en la colección Tel).

(viii ) Merlau-Ponty, M. (1945). Phénoménologie de la Perception, Gallimard 1976, pp. 215-216. Ya he utilizado esta cita
cuando desarrollé el tema de la intencionalidad resumida aquí en el capítulo «La intencionalidad en Carne y Hueso.» En
Robine J-M., Se aparece en el otro. L’exprimerie, 2004.
Revista Figura/Fondo - Mexico - n° 22 - 2007

Jean Marie Robine. Fundador y ex-director del Institut Francais de Gestalt-thérapie, miembro titular del Collège de
Gestalt-thérapie, psicoterapeuta y didacta reconocido por elSyndicat National des Praticiens de la Psychothérapie y
fundador de la revista Gestalt y de los Cahiers de Gestalt-thérapie, miembro del consejo editorial del "International
Gestalt Journal" y de Studies in Gestalt Therapy-Dialogical Bridges. Autor de 6 libros de Terapia Gestalt, traducidos a
varios idiomas.

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