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Richard Taruskin
Traducción: Martín Eckmeyer
Prefacio
Este volumen, dedicado principalmente a los siglos XVII y XVIII (más algún pequeño
desliz en el siglo XIX con el objetivo de completar la discusión sobre las obras
instrumentales de Beethoven), presenta y contextualiza un material que usualmente es
cubierto por los cursos de historia de la música a partir de los períodos denominados
barroco y clásico, de acuerdo a la periodización tradicional de la historia de la música
(es decir, la del siglo XX). El libro está diseñado para acompañar dichos cursos, pero al
mismo tiempo esperamos que al ser utilizado ayude a reconceptualizar su contenido. El
texto en sí mismo brinda copiosas razones para considerar anticuados los términos
barroco y clásico. Ambos son anacrónicos frente al repertorio al que están actualmente
asociados. El adjetivo barroco fue aplicado originalmente a la música del siglo XVIII,
no del XVII, y con intención peyorativa. Mientras que clásico se utilizó por primera vez
para describir a los compositores que ahora asociamos con ese período en la década de
1830, luego de que todos ellos hubieran muerto. El hecho de que estuviesen muertos
constituía en sí mismo una razón que los convertía en “clásicos”, pero el término es
inválido históricamente en lo que respecta al resto de los significados que
habitualmente le asociamos.
En lugar de dos “períodos”, el contenido de este libro podría ser visto como un
compendio de varios eventos importantes, o momentos decisivos de la historia de la
música europea. El primero es el establecimiento de la ópera en el centro del arte
dramático europeo, como género e institución. Este tomo comienza con las dos obras
maestras de la nueva forma teatral, ambas pertenecientes a Claudio Monteverdi, pero
que ejemplifican propuestas creativas muy diversas, sino antitéticas, que responden
respectivamente a sus orígenes en la aristocracia cortesana (en el caso de Orfeo) o en el
teatro público (para el caso de L’Incoronazione di Popea). Esta diferencia social
suministra un paradigma al que recurriremos una y otra vez al abordar en los capítulos
subsiguientes la historia del género. La historia antigua (o “prehistoria”) de la ópera,
que abordamos en el último capítulo del tomo I de la Oxford History, trata sobre la
aparición del idioma “monódico” (una voz solista acompañada por un instrumento
armónico cuya notación consiste en un bajo cifrado), que constituyera una imitación
estilizada de la declamación teatral de la antigua Grecia y suplantara el estilo polifónico
absolutamente elaborado (y perfeccionado) del siglo XVI.
La textura de bajo continuo originada de esta manera se volvió omnipresente en la
música europea durante el siguiente siglo y medio, un período de tiempo que coincide
con lo que usualmente llamamos barroco, pero que brinda una mejor forma de
describirlo (porque es algo concreto). Conceptualizar a la música del siglo XVII y el
temprano XVIII como “período del bajo continuo” tiene además otras dos ventajas:
focaliza la atención en la armonía, el dominio musical que sufrió el desarrollo más
radical durante el siglo XVII, culminando en la completa elaboración del sistema tonal
como regente y generador de la forma musical; por otro lado, la nueva concepción de la
forma determinada por la armonía condicionó enormemente el impresionante auge de
la música instrumental en la segunda mitad del siglo XVII, al punto tal de que durante
el siglo XVIII compitió con la música vocal por el dominio de la escena musical, y que
de hecho conquistó al final del período con el que concluye este libro.
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R. Taruskin: Oxford History of Western Music (Vol.2) FBA – Cátedra de Historia de la Música I
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sobre qué componer y cuándo hacerlo con un grado de libertad que hubiese sido
inconcebible para Monteverdi. Esa emancipación social del artista -¿o habría que decir
“abandono social”?- es probablemente el tema más amplio que se plantea entre las
cubiertas de este libro. Pero no es un relato que este volumen abarca en su totalidad. El
status y las expectativas de Monteverdi se formaron por los desarrollos descriptos en el
volumen anterior de esta colección, y en lo que respecta a las de Beethoven, se
proyectan en direcciones que retomaremos en los tomos sucesivos. Pero el paso crucial
de dejar de ser personal de servicio para convertirse en un agente autónomo, toma
lugar en el transcurso de la presente narrativa y fue la transformación social más
grande en la historia de la música culta. Sin ella, este libro nunca hubiera existido.
R. T.
Agosto de 2008
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R. Taruskin: Oxford History of Western Music (Vol.2) FBA – Cátedra de Historia de la Música I
La primera se tituló Orfeo y era una favola in musica basada en el mismo mito
musical utilizado previamente (y de forma diferente) por los cortesanos musicales de
Florencia: Jacopo Peri y Giulio Caccini. La otra obra, L’incoronazione di Poppea (“La
coronación de Popea”, segunda esposa del emperador romano Nerón) fue denominada
dramma musicale u opera reggia (es decir una “obra en escena”), de modo que obra es
el significado literal de opera, término que ha denominado al género desde entonces.
Ninguna de estas dos obras ha sido interpretada ininterrumpidamente a lo largo de la
historia, aún cuando todavía tienen un pequeño lugar en los bordes del repertorio
operístico actual. Son la representación más antigua y más ejemplar (“clásica”) para el
público actual del drama musical noble y público, respectivamente. Para decirlo en
términos más generales y prácticos, son las primeras representantes de la ópera
cortesana antigua y de la ópera comercial. Como insinúa Pirrotta, comparar ambas
obras, aún a pesar de su autor común, constituye un estudio contrastante y
poderosamente instructivo.
Dado que en su tiempo fue ampliamente reconocido por sus contemporáneos como el
más dotado e interesante compositor de Italia, Monteverdi, aún sin promoverlo, se
convirtió inevitablemente en el vocero y chivo expiatorio de la nueva manera de
componer (o de la seconda prattica como él mismo la llamó). Las críticas capciosas de
sus detractores fueron las que provocaron que Monteverdi se involucrara en la
propaganda para defenderla. Y eso redundó en algo beneficioso para nosotros porque
nos permite comparar directamente su prédica con su práctica, sus intenciones
declaradas con sus logros.
Notas:
1 Pirrotta, “Monteverdi and the Problems of Opera,” en Music and Culture in Italy from the Middle
Poética y Estésica
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Aunque por motivos diversos, ha existido una considerable resistencia a este modelo
de historiografía del arte desde comienzos del siglo XX, lo que dio lugar a algunos
revisionismos. Este libro refleja hasta cierto punto esas resistencias y revisiones. Le
presta la misma atención, o quizás más, a las grandes fuerzas económicas, sociales y
religiosas que a las intenciones personales de los compositores o los teóricos de la
música. (Tal vez no sea necesario decirlo, pero es mejor que lo explicitemos: la
completa omisión de las intenciones individuales constituye un punto de vista tan
parcial y distorsionado como su opuesto. Los compositores reciben la influencia, como
todos nosotros, de todo tipo de condicionantes, pero subjetiva y directamente se ven
influenciados fundamentalmente por la música).
Y sin embargo, cuando se trata del impulso neoclásico que dio origen a la música
dramática de fines del siglo XVI y halló expresión en su teorización explícita, es difícil
no seguir el modelo “poiético”, ubicando los elementos en términos de aspiraciones y
logros de compositores y teóricos. Pero como cualquier otra forma de arte (por lo
menos las que han sido exitosas) la música dramática tiene además, por supuesto, una
faceta “estésica” (del griego aisthesis, percepción) la cual refleja el punto de vista y las
expectativas del público. (Al igual que poética, “estésis” tiene una connotación más
común: estética, la filosofía de lo bello, con la cual no debe ser confundida en este
texto). De hecho, la estésica de la música dramática es tal vez un factor mucho más
determinante, o al menos más obvio en su desarrollo, de lo que representa en cualquier
otra rama del arte musical, y está a su vez muy relacionada con la política. Debemos
explicar esta relación para que podamos entender la “ópera de Monteverdi a
Monteverdi” – es decir las diferencias entre el Orfeo de 1607 y L’incoronazione di
Poppea de 1643-.
Notas:
5 Ellen Rosand, Opera in Seventeenth-Century Venice: The Creation of a Genre (Berkeley and Los
Ópera y Política
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valió no solo de las formas más ingeniosas de impuestos directos e indirectos, sino que
recurrió incluso a la trata de esclavos. Financió sus entretenimientos operáticos
vendiendo a sus súbditos como soldados [en el marco de la Guerra de los Treinta Años]
de forma tal que su floreciente escena operística dependió literalmente de la sangre de
las clases bajas”8. Por lo tanto los espectáculos cortesanos compraron y pagaron por la
idolatría del poder político, al menos en tres sentidos. El primero y más espectacular -y
el más obvio- fue la fusión de todas las artes en una empresa común para el
engrandecimiento del Príncipe. Los enormes conjuntos de cantantes e instrumentistas
(los primeros desplegados de forma neoclásica como coros danzantes semejantes a los
del drama griego; los segundos agrupados en las primeras orquestas) fueron
secundados e incluso superados por las lujosas y elaboradas escenografías y tramoyas
escénicas. En segundo lugar los argumentos, que incluían a héroes mitológicos o
antiguos involucrados en conflictos estereotipados de amor y honor, se convertían en
transparentes alegorías de los mecenas y gobernantes a quiénes se referenciaba
expresamente, según sabemos, en los prólogos obligatorios que vinculaban la narración
de la ópera con los acontecimientos del reino.
Tercero, lo que es más sutil aunque posiblemente más revelador, se establecieron
severos límites al virtuosismo de los cantantes solistas, no fuera cosa que, al
representar indecorosamente su propio poderío, eclipsaran a los personajes del relato
o, mucho peor, a las personas alegóricamente magnificadas. El desprecio hacia el
virtuosismo revela un viejo prejuicio aristocrático, heredado de Aristóteles, que
encontró su mayor influencia neoclásica en el Libro del Cortesano de Castiglione, en el
cual se imponía a los nobles aficionados cantar con sprezzatura (“una especie de noble
negligencia” o displicencia) para que así su condición de “hombres libres” no se viera
comprometida mediante una infusión de profesionalismo servil. Giulio Caccini, el líder
de los monodistas, recuperaba expresamente el concepto de sprezzatura en el prefacio
de su famoso libro de canciones Le Nuove musiche de 1601. Al hacerlo, proporcionaba
una importante definición sobre la manera y el propósito de la gorgia, una moderada,
elegante e íntima aplicación del canto, similar al suave estilo vocal conocido en el siglo
XX como crooning.9
El prefacio de Caccini contiene una comparación sarcástica, e incluso extravagante,
entre la sutil gorgia que él emplea y otra forma de cantar no escrita, memorística: los
passaggii –verdaderos fuegos artificiales virtuosísticos- con los cuales los cantantes
menos elevados socialmente condimentaban sus interpretaciones. Caccini se burla de
los passaggii porque “no se han inventado porque fueran necesarios para un adecuado
modo de cantar, sino según pienso, para lograr un cierto tipo de cosquilleo que generan
en los oídos de aquellos que no saben qué es cantar con sentimiento; ya que, una vez
que esto se comprende, los passaggii no pueden ser sino aborrecidos dado que no hay
nada más contrario a producir un agradable efecto”. En la superficie el asunto es
expresado en términos de gusto, pero no es difícil advertir el esnobismo social
subyacente: el virtuosismo es “común”. Aquellos que lo permiten o estimulan con sus
aplausos deben ser tachados de vulgares, es decir “clase baja”. (Para encontrar a los
herederos de Caccini y su sesgo antipopulista basta leer en el periódico local al crítico
musical de turno y sus comentarios sobre interpretaciones y discos).
No debiera sorprendernos entonces que el virtuosismo haya encontrado un refugio
natural en el teatro de ópera comercial. Es solo una de las razones por las cuales
debemos considerar al Teatro San Cassiano de Venecia y al año 1637 -y no al Palazzo
Pitti florentino de 1597- como el verdadero momento y lugar de nacimiento de la ópera
tal como la conocemos. Mientras los espectáculos cortesanos, incluso el Orfeo, se nos
aparecen como fósiles –exhumados ceremonialmente y exhibidos con sobrio orgullo de
vez en cuando (y enaltecidos con toda seguridad en los libros de texto) pero sin lugar a
dudas como objetos muertos – la temprana ópera comercial nos ha legado las
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Notas:
7 Manfred Bukofzer, Music in the Baroque Era (New York: Norton, 1947), pp. 394-95. [Existe
traducción al castellano: La Música en la Época Barroca: de Monteverdi a Bach, Alianza Editorial,
2004; N. del T.]
8 Bukofzer, Music in the Baroque Era, p. 398.
9 Crooning: estilo de canto suave, profundo y sentimental, introducido en los Estados Unidos en la
década de 1920 por cantantes masculinos a través de la radio, principalmente Rudy Vallee; sus
exponentes más notables fueron Bing Crosby, Buddy Clark, Dean Martin, Frank Sinatra y Nat ‘King’
Cole. [N. del T.]
10 Rosand, Opera in Seventeenth-Century Venice, p. 7.
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Notas:
11 John Roselli, New Grove Dictionary of Opera (London: Macmillan, 1992), cfr. "castrato."
12 Percy A. Scholes, ed., Dr. Burney's Musical Tours in Europe, Vol. I (London: Oxford University
Press, 1959), pp. 247-48.
13 Citado en Rosand, Opera in Seventeenth-Century Venice, p. 11.
Orfeo no fue puesta en escena oficialmente por la corte de Mantua, sino por una
Academia o sociedad de nobles intelectuales –la denominada Accademia degli
Invaghiti (“Academia de los cultos [en artes]). Pero esto era solo una apariencia para
dar la impresión de que la producción era un regalo, dado que los académicos eran
todos cortesanos (en cuyas filas se hallaban tanto el libretista Striggio como el príncipe
homenajeado). La orquesta superaba a la de cualquier intermedio en su rango de
timbres, aunque solo una fracción del total instrumental tocaba simultáneamente, de
modo tal que se requerían unos pocos músicos que actuaran de “dobles”, tomando cada
uno diferentes partes instrumentales que no se superpusieran.
La partitura publicada (Venecia, 1609) solicita un incesante y batiente fundamento o
continuo, contingente formado por cinco instrumentos de teclado (dos clavicordios, dos
registros labiales de órgano y un registro de lengüeta u órgano portativo), siete
instrumentos de cuerda punteada (tres chitarroni, dos cítaras tipo mandolinas y dos
arpas) y tres violas bajas. El ensamble de cuerdas, que está a cargo de los ritornellos
entre los versos de las secciones estróficas, consistía en un grupo básico de doce ripieni
más dos solistas de “violines franceses” (lo que indica evidentemente pequeñas fídulas
o pochettes: violines de bolsillo de maestro de danza). Por último un surtido de
instrumentos de viento de madera y metal, algunos reservados para las escenas
infernales: dos flautas de pico o recorders, dos cornetos, tres trombe sordini
(trompetas con sordina, probablemente a vara), cinco trombones y un clarino, es decir
una trompeta tocada en su registro más alto.
Primero se hacía gala del timbre de los metales en una toccata –una fanfarria cuasi
militar que, de acuerdo con la partitura impresa, debía tocarse tres veces desde
diferentes lugares alrededor de la sala para hacer callar a la audiencia e investir al acto
de la pompa adecuada (relatos de la época del estreno sugieren que se tocaba una
toccata –tal vez esta misma- antes de cada espectáculo cortesano en Mantua; la del
Orfeo –como suele suceder con toda aparente innovación- fue sólo la que se escribió en
partitura por primera vez). Bukofzer señala que el interés por la demostración
ostentosa de poder era un aspecto compartido entre la iglesia de la Contra Reforma y
las cortes “barrocas”, hecho confirmado por la reutilización que Monteverdi hace de la
toccata del Orfeo tres años después en un atípico refuerzo del falsobordone coral
(recitativo coral) para el Invitatorio (salmo inicial) de sus Vísperas de 1610, las cuales
habían sido originalmente escritas para Roma, el cuartel general de la Contra Reforma.
La doxología final se muestra en el ejemplo 1-6.
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Como en el caso del libreto de Rinuccini para la Euridice de Peri, Striggio revisó el
tema mitológico para el Orfeo, evitando la conclusión trágica. En el mito, luego de
perder a Eurídice por segunda vez, Orfeo se vuelve en contra de todas las mujeres, por
cuya razón un insolente coro de celosas Bacantes lo despedazan. En cambio en el
libreto de Orfeo, el padre de éste, Apolo el dios de la música, traslada a su hijo a una
constelación celestial que toma su nombre, sustituyendo así el cataclismo sangriento
por una serena apoteosis. Hay también un didáctico episodio que señala el choque
entre el virtuosismo y la verdadera elocuencia en la gran aria del tercer acto de Orfeo,
Possente spirito, la súplica al barquero Caronte para que lo transporte a través del río
Estigia hacia el Inframundo. El aria consta de cinco estrofas sobre un bajo en ostinatto.
Las primeras cuatro están ornamentadas con passaggii que explotan las famosas
habilidades de Francesco Rasi, un discípulo de Caccini, que estuvo a cargo del rol
protagónico. Las floridas estrofas son cantadas alternadamente con atractivos solos
instrumentales a cargo de los “violines franceses” mencionados anteriormente, el arpa
(haciendo las veces de la lira de Orfeo) y el corneto. Cuando todos estos artificios fallan
en conmover a Caronte, Orfeo, en su desesperación, abandona toda pretensión de
retórica artificiosa y lanza su último ruego en recitativo, sin adornos ni ornamentos y
acompañado solamente por un bajo continuo, el mismísimo emblema de la sinceridad
(Caronte, demasiado torpe como para reaccionar adecuadamente, se queda sin
embargo dormido, posiblemente hechizado por Apolo, y Orfeo le roba la barca: un
pequeño toque de contenido cómico). Más allá de esto, y tal vez de forma extraña para
nosotros que sabemos en qué se convirtió la ópera después, no hay música de amor en
esta tierna favola, ni siquiera en los momentos de la separación y la reunión de los
amantes. Orfeo canta una y otra vez su amor por Eurídice, pero nunca lo expresa
directamente a través de la música –es decir, a ella. De hecho, como si necesitáramos a
la crítica feminista Susan McClary para demostrarlo, Eurídice, con solo unas pocas
líneas de recitado en el primer acto y unas pocas más en el cuarto, es a duras penas un
personaje de lo que, en el fondo, es un muy decoroso e inveteradamente “noble”
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Ej. 1-7 Claudio Monteverdi, Orfeo, Acto II, la mensajera interrumpe las danzas y canciones.
El asunto central del acto es el intercambio entre Orfeo y la ninfa Silvia (cumpliendo
la misma función que la ninfa Daphne en el libreto de la Euridice de Rinuccini), que
está claramente basada, pero al mismo tiempo las supera, en la escena análoga de las
anteriores favole de Peri y Caccini (Ej. 1-8). Monteverdi le rinde homenaje a Peri al
imitar su desarrollo de armonías discordantes; pero allí donde Peri había contrastado
las armonías de Mi mayor y Sol menor en largas secciones correspondientes con las
divisiones más amplias del soliloquio de Orfeo, Monteverdi usa el contraste a una
escala más pequeña, con el fin de subrayar el patetismo del diálogo en forma
psicológica.
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Ej. 1-8 Claudio Monteverdi, Orfeo, Orfeo las horribles noticias de la mensajera
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de transmutación emocional (Ej. 1-9). El secreto yace en el bajo, que comienza con un
estatismo similar al de la versión de Peri pero gradualmente comienza a moverse
mucho más, tanto rítmica como armónicamente, por medio de una progresión, lo cual
resulta en un término medio entre un recitativo y una canción hecha y derecha (más
tarde este estilo intermedio se conocería como arioso). Una vez Orfeo ha hablado y
partido, el coro comienza a entonar un canto fúnebre al convertir las primeras líneas de
la mensajera (“Ah, amargo infortunio”) en un ritornello en el cual las notas de la
mensajera forman el bajo sobre el cual un par de pastores cantan un lamento estrófico
que recuerda el regocijo anterior con agria ironía (Ej. 1-10). Es un buen punto
preguntarnos si debemos considerar a este canto fúnebre como “fenoménico” o
“nouménico”; pero en cualquier caso es la emoción formalizada y ritualizada la que
aquí está siendo expresada, en lugar de la efusión espontánea que proporciona al acto
su centro dramático de gravitación. Por lo tanto, en este afectuoso acto de Orfeo, la
estrategia dramática ha sido rodear el recitativo dramático con arias ornamentales.
Eventualmente, la ópera comercial revertiría esta perspectiva.
Ej. 1-9 Claudio Monteverdi, Orfeo, recitativo de Orfeo ("Tu se' morta")
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Notas:
Véase Susan McClary, "Constructions of Gender in Monteverdi's Dramatic Music," Cambridge
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El show carnavalesco
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La relación entre Nerón y Popea es representada con franca lujuria, y recibe una
representación musical gráfica. En uno de los primeros diálogos entre los amantes,
Popea ostenta sus labios, sus pechos y sus brazos ante Nerón, y el compositor, tomando
el rol de director de escena, parece prescribir no sólo su melodía y realización, sino
también sus lascivos gestos. Como respuesta, Nerón hace una referencia explícita a sus
encuentros sexuales hasta el punto de describir “ese espíritu en llamas que, al besarte,
insuflé en ti” (Ej. 1-14). Y en el famosos número final de la ópera, el aria Pur ti miro,
que es un curvilíneo y electrizante dueto sensual y lujurioso (para dos sopranos,
imposible de saborear actualmente en toda su estrambótica potencia, incluso cuando la
parte de Nerón se transpone al registro “natural” de un hombre, pero es cantada por
una mujer), las contorsiones y pliegues de la música, su agitada sección central y la
fricción disonante entre las dos partes cantadas (y entre ellas y el bajo: ver
especialmente la parte para las palabras piu nonpeno, piu non moro en el ej. 1-15), no
dejan dudas de que los amantes están llevando a cabo su pasión ante nosotros, más allá
de que el director escénico se haya atrevido a mostrarlo explícitamente o no.
Popea: “Cuán suavemente, cuán dulcemente, mi señor, disfrutaste anoche los besos de esta boca.
Nerón: “Cuanto más cariñosos, más mordaces han sido”
Popea: “¿Las manzanas de este pecho?”
Nerón: “Tus pechos merecen un nombre más dulce”
Popea: “¿Los dulces abrazos de estos brazo?”
Ej. 1-14 Claudio Monteverdi, L'incoronazione di Poppea, Acto I, escena 10, C. 1—38
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Ej. 1-15 Claudio Monteverdi, L'incoronazione di Poppea, escena final, no. 24 (ciaccona: Pur ti miro).
Este dueto, del cual en el Ej. 1-15 se muestra la sección final, simboliza y celebra
formalmente un deseo que ha subvertido todos los códigos políticos y morales. Lo hace
a través de una ciaccona, una danza lenta sobre un bajo ostinatto (nuevamente un
tratracordio descendente al comienzo y al final, pero en modo mayor y no menor). Su
forma, con un sección central contrastante y una reexposición del comienzo [da capo],
se volvería gradualmente muy popular entre los compositores y terminaría
reemplazando al aria estrófica. Mientras que en Orfeo la pompa cortesana celebraba el
orden establecido y la autoridad, y la fría moderación que su héroe viola trágicamente,
Poppea, el espectáculo carnavalesco, demuele todo esto: la pasión vence a la razón, la
mujer al hombre, la astucia supera a la verdad, el impulso a la sabiduría, la licencia a la
ley y el artificio (de la persuasión, de la manera de cantar, de la voz en sí misma) supera
a la naturaleza.
Los investigadores acuerdan ahora que Pur ti miro no fue escrita por Monteverdi,
sino por un compositor más joven, en ocasión de una reposición de la ópera en 1650
(tal vez Francesco Cavalli, discípulo de Monteverdi; o Benedetto Ferrari o Francesco
Sacrati, actualmente el principal “sospechoso”). Sólo esa versión ha sobrevivido,
aunque se cree que es una entre tantas que circulaban en los teatros de la época. Y así
se ha convertido hoy en día en el texto estándar de la obra aunque no tuviese ese
estatus en su propio tiempo. Esta es otra diferencia más entre los espectáculos
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cortesanos y las verdaderas óperas antiguas. Las ópera cortesanas, interpretada sólo
una vez, eran impresas y obsequiadas como souvenirs de la fiesta, por lo cual eran
editadas en su texto completo, ideal, con la apariencia de un libro. Estas partituras
podían convertirse en la base de producciones futuras (y así pasó con Orfeo), pero ese
no era su propósito principal.
Las óperas comerciales, por el contrario, no se publicaban en absoluto, tendencia que
se mantuvo por lo menos hasta épocas muy recientes. De igual modo que los shows
musicales de la actualidad (por ejemplo los musicales de “Brodway”), en sus idas y
venidas eran objeto de un incesante revuelo de negociación y revisión que daba lugar a
una multitud de versiones –para este teatro, “para el camino”, para esta estrella o
aquélla- y nunca obtuvieron el estatus de texto definitivo. Las distorsiona
considerablemente contemplarlas desde un punto de vista puramente “poiético”, como
ha sido costumbre en la “música clásica”. En su época fueron “objetos estésicos” por
excelencia, realizaciones y no textos, encarnando mucho de lo que no se escribía y no se
podía escribir. Estaban dirigidas al público de su tiempo, no a la Historia, ni al museo,
la posteridad, el aula ni cualquier otro lugar en donde la poiética es el interés principal.
Una vez más observamos que la condición absolutamente textual (o textualizada) que
asociamos con la “música clásica” y su canon permanente de obras maestras comenzó a
existir mucho después que la multitud de obras que actualmente forman parte de su
órbita. Y eso, algunas veces, produce resultados distorsivos y hasta desagradables. Y
aún así, la ópera comercial nunca suplantó por completo a la cortesana, porque
ocuparon esferas sociales diferentes y se encontraron mucho más tardíamente, en
conflicto, sobre el escenario moderno de la ópera.
Por eso, desde 1637 el mundo de la ópera ha sido un mundo dividido en el que
coexistieron sin paz sus dos vertientes políticas –la edificante junto a la rentable, la
autoritaria con la anárquica, la afirmativa con la opositora. La tensión entre ellas
condicionó todos los aspectos del género: sus formas, estilos, sus significados (o sus
intentos de evadir los significados), sus prácticas interpretativas, sus seguidores, sus
tradiciones críticas. La misma tensión política subyace bajo cada una de las reyertas,
escaramuzas, reformas y querellas que salpicaron la historia de la ópera, e informa las
disputas latentes de la actualidad. No hay otra cosa que explique mejor la
significatividad cultural de la ópera ni que explique tan bien la durabilidad de la más
vieja tradición musical viviente de occidente.
Notas:
Traducción de. Arthur Jacobs, en Monteverde, L'incoronazione di Poppea, Libretto de G. F.
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