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La guerra sin cuartel de

Stalin y Trotsky: el terror


como arma política
El golpe final fue la orden de asesinar al ex líder de bolchevique en su
exilio mexicano

Por Alfredo Serra


17 de junio de 2018
Especial para Infobae

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León Trotsky y Iosif Stalin
Coyoacán, México, 28 de mayo de 1940, tres de la tarde. León Trotsky
lee un texto por encargo: un joven comunista español, Ramón
Mercader del Río, se ha hecho pasar por estudiante de Letras y le
pide opinión.

Pero mientras el arquitecto de la Revolución Permanente recorre las


primeras líneas, Mercader, por detrás, le hunde en la cabeza un pico
de mango corto. La herida, de siete centímetros de profundidad,
es letal. Trotsky muere en un hospital a las ocho de la noche del
mismo día…

En Moscú, a casi once mil kilómetros del crimen y al enterarse, José


Stalin celebra con champagne, bebida que prefiere por sobre el
vodka.
Se ha cumplido su orden.
No mucho antes, y después del largo exilio de Trotsky por medio
mundo, le ha dicho a Pável Sudoplátov, el Número Dos de la Sección
Exterior del Politburó, máxima fortaleza del poder político:
–Ha hecho bien en huir. Su fracción ya no tiene ninguna figura
relevante. Muerto él, se acabó el problema…

No sólo lo condena a muerte: la ordena sin palabras directas, y su


interlocutor pone en marcha el mecanismo.

Stalin, "el maravilloso georgiano", como lo llamó Lenin antes de


advertir su infinita ambición, ya no tiene límites. Es el amo absoluto, y
a precio de sangre –millones de muertos– más grande y uno de los
más ricos del planeta.

Lev Davídovich Bronstein (Trotsky) era hijo de ricos


terratenientes judíos
Cuando Lenin, padre indiscutido de la Revolución de 1917, lanza su
desafío, es demasiado tarde. Ha dicho que "Stalin es demasiado
brutal, y ese defecto, perfectamente aceptable en nuestro medio y
entre comunistas, es inaceptable en un secretario general. Por lo
tanto, propongo a los camaradas que encuentren un modo de
revocarlo, y de nombrar en su lugar a un hombre que no se le parezca
en nada".

Palabras al viento…

Pero la rivalidad, el odio, el desprecio entre Trotsky y Stalin es


una de las salvajes contradicciones del comunismo: esa dictadura
asfixiante que reinó en Rusia y sus satélites –La URSS– durante siete
décadas, hasta que el hartazgo y las piquetas derribaron el Muro de
Berlín: la última e insostenible cárcel a cielo abierto que fue el sector
alemán del Este…

Porque ambos hombres, a pesar de sus diferencias de cuna, de


carácter, de cultura, de acción…, querían lo mismo: el derrumbe del
zarismo y su criminal régimen de aristócratas millonarios y
campesinos muertos de hambre.

Lev Davídovich Bronstein (Trotsky era el nombre que adoptó de uno


de sus carceleros) nació en Iankova el octubre de 1879.

Iósif Vissariónovich Dzhugashvili (Stalin significa "hombre de


acero"), en Georgia, apenas un año después.

Trotsky era hijo de ricos terratenientes judíos. Stalin, hijo de un


zapatero pobre, violento y borracho.
Iósif Vissariónovich Dzhugashvili era hijo de un zapatero pobre
y borracho.
Trotsky lo tenía todo: gran planta física, distinción, elegancia,
mujeriego con éxito sin par… y los necesarios fanatismo y crueldad
para liderar a las masas a pesar de la duda de Stalin: "¿Cómo un
hombre así puede atraer al pueblo?"

Stalin, en cambio, no tenía nada. Fue un chico de la calle forjado


a golpes: peleas callejeras, y hambre muchas veces.

¿Su aspecto?: en las antípodas de Trotsky. Corpulento, de andar


pesado, el brazo izquierdo más corto que el derecho, cara picada de
viruela, piel grisácea, ojos amarillos (como de gato…), y habla lenta y
monótona: el peor enemigo de la persuasión. Sin embargo, muy
inteligente –brillante alumno del exigente Seminario de Tiflis–, y
seductor de damas mucho más exitoso de lo imaginable.

En cuanto a la acción, también agua y aceite. Trotsky era un


hombre volcánico, irreflexivo a veces, que jugaba muy fuerte
todas sus barajas. Stalin, por oposición, un paciente fumador de
pipa, reflexivo, metódico, ensimismado, distante… Una fiera
agazapada esperando el momento de saltar sobre su presa…

Y en el centro de ambos, la piedra basal de la revolución: Vladímir Ilich


Uliánov (Lenin), el Rey Sol de la Revolución. De aquellos diez días
que conmovieron al mundo, como tituló el periodista norteamericano
John Reed su inmortal crónica de esa explosión que dividió en dos al
mundo, y en más de un sentido, lo cambió, más allá del derrumbe
final.
Murió demasiado joven: en 1924, a los 58 años, y ya muy deteriorado
por un par de ataques cerebrales. De haber vivido más, acaso hubiera
podido cambiar en algo el rumbo de la historia…

Desde luego, Trotsky y Stalin abrevaron –como antes Lenin– en "El


Capital", la obra mayor de Karl Marx. Pero la lucha por el poder los
dividió en tirios y troyanos, en Montescos y Capuletos.

Aquella frase de Lenin ("¡Todo el poder a los soviets"), que englobaba


a campesinos, soldados, trabajadores de todas las ramas, lejos de
unirlos, los dividió para siempre.La lucha por el poder pudo más.
Stalin se erigió en líder absoluto de los bolcheviques, y Trotsky en su
igual de los mencheviques.

Más allá de los infinitos matices y complejidades del proceso


revolucionario, Stalin quería revolucionarios profesionales
disciplinados por y para Rusia: la dictadura del
proletariado. Trotsky, en cambio, un partido de masas no
demasiado organizado, y el triunfo de la Revolución
Permanente. Según él, una acción del proletariado no limitada a un
país sino internacional, porque "sólo sobrevivirá si triunfa en las
naciones más avanzadas", escribió.
Los dos sufrieron cárceles, deportaciones y largos exilios. Los dos
lograron escaparse de sus cárceles. Los dos abandonaron a sus
mujeres y a sus hijos en aras de la revolución.

A pesar de que el PC (b) –Partido Comunista bolchevique– no termina


de digerir el poder de Stalin, lo juzga un hombre tosco y de pocas
luces, y no comprende el apoyo de Lenin… Stalin va urdiendo su
poder –que será omnímodo– con actos cada vez más violentos. Por
ejemplos, las expropiaciones en masa de tierras, que Lenin –siempre
atento a la alcancía del partido bolchevique– aplaude…

Y más aun. A la manera de las juventudes hitlerianas, arma una


banda de matones, amigos suyos desde la infancia, e imponen un
régimen de terror:robos a mano armada, asesinatos, saqueos de
comercios, destrucción de bienes, atesoramiento de rublos…,
mientras Trotsky empieza a ser una sombra. Un ave solitaria en el
mapa del marxismo leninismo.
Al hombre de la eterna pipa sólo le faltaba la última y gran
oportunidad… ¡y la tuvo! La Segunda Guerra Mundial. Su unión
con los aliados. El invierno ruso, golpe mortal para un nazismo sin
destino, y hasta el lujo del soldado soviético que izó la bandera roja de
la hoz y el martillo en lo más alto del Parlamento Alemán.

Stalin murió de hemorragia cerebral el 5 de marzo de 1953, a los 74


años.
Una teoría asegura que fue envenenado.

En sus casi cuarenta años de reinado absoluto, Rusia pasó de


país agrario a segunda potencia industrial del mundo. A precio
altísimo. Entre deportaciones, fusilamientos, purgas,
confinamientos en gulags, cárceles de las que nadie volvía, su
paranoia –ver enemigos en cada rincón– mató a más de diez
millones de almas. Otros juran que a veinte…

Sus defensores argumentan que "Stalin recibió un país que trabajaba


con arados de madera, y que en 1961 puso al primer hombre en el
espacio: Yuri Gagarin".

¿El fin justifica los medios?

La más conmovedora respuesta a ese dilema la dio el gigantesco


escritor Fiodor Dostoyevski. Caminaba junto a un amigo y vio a unos
chicos jugando en la calle. El amigo le preguntó:
–Si para que triunfara esa revolución de la que tanto hablas tuviera
que morir uno de esos niños, ¿lo aceptarías?
–¡Jamás!

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