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Un agnóstico como Dios manda

Enrique Miret Magadalena 21/01/1986

Varias veces hizo confesiones religiosas el viejo profesor. Y desde hace años venía diciendo: "Yo no soy ateo".
¿Qué era, pues, don Enrique Tierno Galván? Un agnóstico como lo definió en 1869 el inventor de este término, el
biólogo Thomas Henry Huxley: un hombre que no sabe si Dios existe o no. Hay agnósticos de varias clases. Uno es
el agnóstico dogmático, que no cree en la trascendencia pero mantiene una doctrina absoluta, como creencia de
tejas abajo. Fue el caso de Haeckel -en el siglo pasado-, que creía a pies juntillas en el dogma materialista.

Los ha habido más comedidos, como el sabio fisiólogo Du Bois Reymond, aunque afirmaba sin poderlo saber:
"Ignoramus, et ignorábimus". Pensaba que no sólo estamos ahora en la ignorancia -cosa muy cierta-, sino que
siempre lo estaremos, cosa imposible de afirmar porque no podemos hacer cábalas infundadas.

Son agnósticos radicales muchos de los partidarios de aquella filosofía analítica que rechaza todo significado a las
proposiciones no racionales. Ejemplo de ello es la reflexión que hacía Flew del jardinero invisible, definitivamente
superada por el último gran escolástico que ha habido, el teólogo y filósofo Karl Rahner, SJ, o por algunos de sus
colegas, que pensaban más allá de sus cortas especulaciones.

Don Enrique no mantenía esas posturas, sino la más inteligente de otro gran agnóstico que no venía del mundo de
las letras como él, sino del de las ciencias: el francés Jean Rostand. En su confesión de agnóstico, llena de
autenticidad, afirma este gran biólogo lo que era también el pensamiento de Tierno Galván: "No pretendo saber
más que otros, y concedo de buen grado que lo que me parece inconcebible a la luz de lo poco que creo saber
pudiera cesar de parecérmelo a la luz de todo lo que ignoro".

"Una raza a extinguir"

Su problema estaba -como en el caso de Tierno- en su razón, cuando confesaba Rostand: "No puedo evitar que mi
razón se ejercite en los mismos materiales de que dispone, (y) estoy por la apariencia de la mortalidad y no
recurro a ninguna realidad escondida". Es lo que confiesa con lealtad este agnóstico, que "muchos fundan su
creencia en una especie de intuición directa", y por eso, "a tal sentimiento", dice Rostand, "no tengo nada que
objetar, sino que me es tan extraño como a un daltoniano la diferencia del verde al rojo". La misma sinceridad de
nuestro viejo profesor cuando decía noblemente: "Quizá los agnósticos como yo seamos, según se dice, una raza a
extinguir. Posiblemente... No puedo decir ni que sí ni que no. Todo es posible".

Es más: don Enrique aceptaba un Fundamento (así con mayúscula), pero "lo que no ve es personalizado ese
Fundamento". El agnóstico, según él, "no niega, sino simplemente no entiende". Su propia razón no le condujo a
Dios, porque "para la inteligencia, aceptar el misterio como una solución es sobradamente difícil. Es casi
imposible".

Era alguien para quien "el conocimiento racional tiene que fracasar sin más ante las últimas preguntas
fundamentales para dar paso a la fe" (K. Rahner, SJ). Por eso, en 1979 contestó a la pregunta .¿Qué le impide dar
un paso hacia el cristianismo?" esta tajante respuesta: «La fe".

Yo, como creyente, pienso que le faltó conocer las inteligentes y sinceras posturas de algunos pensadores católicos.
Y con ello saber que no estamos tan alejados de él algunos católicos inconformistas.

Leyendo, por ejemplo, uno de éstos, el P. Sertillanges, como buen dominico a su maestro, santo Tomás de Aquino,
extrajo de él convicciones que sorprenderían a muchos católicos españoles. En la Suma contra los gentiles dice el
santo que no sabemos lo que Dios es, sino lo que no es y la relación que tienen con Él todas las cosas. Lo contrario
que nos enseñaron desde pequeños en el catecismo, en los sermones y en los ejercicios espirituales que
impresionaban nuestras mentes en procesó de formación. Igual que había dicho san Agustín siglos antes y nadie
nos lo enseñó: "Dios es inefable; más fácilmente decimos lo que no es que lo que es... ¿Qué diremos, pues, de
Dios? Si lo que vas a decir lo comprendes, no es eso Dios; si pudiste comprenderlo, comprendiste otra cosa en
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lugar de Dios". Con lo cual debíamos afirmar con él que "ni aun inefable podemos llamar a Dios, pues ya decimos
algo cuando decimos eso".

Sin embargo, ¡qué parafernalia de ideas, razonamientos, definiciones y explicaciones (de esa metafísica de
pacotilla, como la llama otro gran pensador católico, E. Gibson) se nos dieron en la instrucción religiosa que
recibimos!... Y qué complicaciones internas y angustias interiores produjo en nosotros esta equivocada manera de
enfocar la religión. Como afirmaba don Enrique Tierno: "La tragedia personal de quien pretende exceder lo finito
suele ser fuente constante de anomalías psíquicas, rencores y frustraciones respecto del mundo y sus exigencias".
Es verdad: un médico católico, el doctor Soulignac, ha podido hablar con toda razón de la "neurosis cristiana" a la
vista de su experiencia clínica.

Todos estos problemas se le hubieran resuelto al creyente si alguien le hubiese hecho conocer las auténticas
enseñanzas tradicionales de su propia religión. Como decía el católico Sertillanges: "Los nombres humanos, aun
los mejores, pueden negarse de Dios, y aún mejor que afirmarse". Deberíamos haber sabido que "lo mismo se
puede decir con certeza: Dios existe, Dios es bueno, Dios es sabio, y que también es cierto que podemos decir lo
contrario" (Sertillanges, Santo Tomás de Aquino). Nuestra experiencia y nuestra razón deberían hacernos aceptar
maduramente -como hizo un agnóstico como don Enrique- que en nosotros todo sucede como si Dios no existiera
ni obrase" (Sertillanges). Eso que llamamos Dios sólo es el fundamento de todo, pero no es una causa como las
otras, por grande e importante que se la suponga. "Dios no obra, en el sentido humano de la palabra, sino que se
contenta, como acción, con ser el fundamento de todo ser y de toda acción" (Sertillanges). Nada más: todo lo
demás sobra de nuestra mente y de nuestros sentimientos religiosos.

Instalado en la finitud

Podíamos haber aceptado así la excelente y ejemplar postura del agnóstico que fue don Enrique cuando decía: el
agnóstico es "el hombre que está perfectamente instalado con la finitud", y es el que "no está perturbado en sus
relaciones con la finitud". "Al contrario, se instala perfectamente en ella", porque no hay más causas que las
visibles; y no hay más que el mundo y su Fundamento; y no una causa que está en contradicción constante con las
causas físicas, psíquicas y sociales de nuestro entorno. El verdadero creyente es el que acepta sólo ese
Fundamento que no sabe definir ni explicar. Como pedía Tierno, el creyente auténtico debe ser "el hombre sin
tragedia teológica". "De aquí la serenidad del agnóstico", su "serenidad vital", porque no se da ninguna
complicada explicación de aquello que desconoce. Igual que podía hacer el cristiano, el cual no se debe
embarrancar en disquisiciones ni lucubraciones imaginativas sobre Dios ni sobre lo que Dios pretende. Sólo sabe
de Él una cosa: que tenemos que adoptar determinadas actitudes porque "las relaciones no van de Dios a
nosotros, sino únicamente de nosotros a Dios" (Sertillanges).

Y esto no puede producir ningún tipo de angustia ni de drama interno, porque la actividad de Dios no se interpone
a la del mundo, porque no existe un Demiurgo que todo lo confunde, mezcla y maneja en competencia con lo
creado. Eso es lo que quiere decir la transcendencia bien entendida, y no una especie de Super-causa que se
mezcla con las causas mundanas, vengan de la naturaleza o del hombre. Es sólo el Fundamento incomprensible de
todo; y no hay -por tanto- más realidad mundana que la que se ve; no existen ocultas causas misteriosas que se
mezclen con las de este mundo. Dios da el sentido a todo, pero no proporciona una especie de añadido en
competencia con lo creado.

En un agnóstico como él debe por eso ver el cristiano a alguien de quien todos debemos aprender; y sentirnos
identificados con él. Era un agnóstico como Dios manda.

http://www.elpais.com/articulo/madrid/TIERNO_GALVAN/_ENRIQUE/MADRID/MADRID_/MUNICIPIO/AYTO/_DE
_MADRID_HA STA_1999/agnostico/Dios/manda/elpepuespmad/19860121elpmad_17/Tes

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