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NOMADAS.

9 | REVISTA CRITICA DE CIENCIAS SOCIALES Y JURIDICAS | ISSN


1578-6730
MONOGRÁFICOS M.2 - TONI NEGRI
Theoria | Proyecto Crítico de Ciencias Sociales | Universidad Complutense de Madrid

Negri - Hart y el Movimiento Operario Italiano


Michael Hardt: El Laboratorio Italiano - Glosario

En esta sección queremos recopilar materiales que nos acerquen a las experiencias del
movimiento operario italiano. Precisamente, la abrimos con un artículo de Michael Hardt
de su libro con P.Virno RADICAL THOUGHT IN ITALY titulado 'Laboratorio Italia'
donde a modo de introducción nos recuerda las tres fuentes clásicas del marxismo: la
filosofía alemana, la economía inglesa y la política francesa, para afirmar que el
pensamiento revolucionario actual se basa en la filosofía francesa, la economía americana
y la política italiana. Un modelo político revolucionario italiano que constituyó una suerte
de laboratorio donde se experimentaron nuevas formas de pensamiento político que
pueden ayudarnos a concebir la práctica revolucionaria hoy.

Esta sección comporta tanta ilusiones como dificultades. Muchos de los materiales serán
vertidos en su idioma original u las traducciones no estarán exentas de dificultades y
errores. Por eso, agradeceríamos mucho vuestra cooperación recabando pgsweb,
traduciendo, sugiriendo y, en definitiva, reconstruyendo mediante el intelecto general una
experiencia operaria cuya radicalidad y autonomía nos sitúan como clase multitudinaria
que aumenta su poder constituyente en el comunismo.

Michael Hardt: El Laboratorio Italiano

En el tiempo de Marx, el pensamiento revolucionario recordaba tres directivas: la filosofía


alemana, la economía inglesa y la política francesa. En nuestros días, al menos para quien
tiene mi experiencia, permaneciendo dentro de la misma estructura Europea y Americana,
debe decir que las directivas cambian y el pensamiento revolucionario alcanza a la
filosofía francesa, la economía americana y la política italiana. Esto no quiere decir que
los movimientos revolucionarios italianos hayan obtenido importantes hitos en los últimos
decenios; sus derrotas, de hecho, han sido espectaculares casi tanto como las sufridas por
el proletariado francés en el siglo XIX. Más bien, tomo el modelo político revolucionario
italiano porque constituyó una suerte de laboratorio donde se han experimentado nuevas
formas de pensamiento político que pueden ayudarnos a concebir la práctica
revolucionaria hoy.

La diferencia del pensamiento italiano respecto al de otros países, sin embargo, no puede
comprenderse sin haber entendido, de alguna manera, la diferencia señalada de los
movimientos sociales y políticos italianos. La teorización, de hecho, en los últimos treinta
años, ha cabalgado en la onda de los movimientos, emergiendo como parte de una
práctica colectiva. Los escritos siempre han tenido una inmediatez política real: daban la
impresión de haber sido realizados en momentos robados, semejantes a una noche
profunda, a fin de interpretar la lucha política del día previo y preparar las luchas
sucesivas. Durante mucho tiempo, muchos de estos autores eran por un lado teóricos, por
otro continuaban diariamente con su militancia política activa.

A Althusser le gustaba citar a Lenin cuando afirmaba que sin teoría revolucionaria no
podía haber práctica revolucionaria. Los italianos más sobre la relación opuesta: la teoría
revolucionaria sólo puede tratar eficazmente las cuestiones que emergen en el curso de la
lucha concreta y, consecuentemente, esta teorización sólo puede articularse a través de su
actuación creativa a nivel práctico. La relación entre teoría y práctica sigue siendo una
problemática abierta, una suerte de laboratorio para ensayar los efectos de nuevas ideas,
estrategias y formas organizativas. La revolución no puede ser otra cosa que este proceso
continuamente abierto de experimentación.

En los años sesenta y setenta, la práctica de la izquierda extraparlamentaria italiana,


independiente y mucho más radical que el Partido Comunista Italiano, constituyó una
anomalía comparándola con los otros países europeos y con respecto a EE.UU., por la
inmensidad, la intensidad, la creatividad y la duración. Alguien ha dicho que mientras en
Francia el 68 acabó en unos pocos meses, en Italia continuó durante diez años, hasta
finales de los años setenta. Y la experiencia italiana no ha sido un débil eco personal de
las de Berkeley en los 60 o el mayo parisino. Los movimientos, en efecto, atravesaron una
serie de pasajes, caracterizados de experimentaciones en el campo de las formas
democráticas de organización política y la teoría política radical.

Un primer periodo prolongado de luchas tuvo lugar entre los primeros años sesenta y el
inicio de los setenta, una fase en la cual los trabajadores constituyeron el epicentro de los
movimientos sociales. La atención de los estudiantes y los intelectuales revolucionarios, y
una parte significativa de los militantes obreros vieron la lucha por el comunismo y por el
poder obrero avanzar a través de las organizaciones políticas independientes, fuera del
control y a menudo en oposición al Partido Comunista y a sus sindicatos. La teorización
política radical más significativa de este periodo tuvo que ver con la autonomía emergente
de la clase trabajadora respecto al capital, el poder de esta clase para generar y sostener
formas sociales y estructuras de valoración independientes de las relaciones de producción
capitalista y, análogamente, la autonomía potencial de la fuerza social del dominio del
Estado. Uno de los slogan principales del movimiento fue "el rechazo del trabajo", que no
significaba un rechazo de la actividad creativa o productiva, sino más bien un rechazo del
trabajo dentro de las relaciones de producción determinadas del capital. El anticapitalismo
de los grupos de trabajadores y estudiantes se traduce directamente en una oposición
generalizada al Estado, a los partidos tradicionales y a los sindicatos institucionales.

Otro momento pudo ser identificado, aproximadamente, en el periodo comprendido entre


1973 y 1979. En términos generales, el epicentro de las luchas radicales en este periodo se
desplegó fuera de la fábrica y en la sociedad, no diluido sino intensificado. Más y más, los
movimientos devinieron en una forma de vida. El antagonismo entre el trabajo y el
capital, que se había desarrollado en el interior de la fábrica, investía ahora todas las
formas de interacción social. Estudiantes, obreros, grupos de desocupados y otras fuerzas
sociales y culturales experimentaban con nuevas formas democráticas de organización
social y de acción política en redes horizontales, no jerárquicas. El movimiento feminista
italiano jugó un papel significativo en este periodo gracias a su actividad centralizada
principalmente en el referéndum sobre el divorcio y el aborto. Este es también un periodo
en el cual grupos terroristas como las Brigadas Rojas surgieron del mismo sustrato social.
No convendría, sin embargo, dejar que la dramática explosión terrorista -en particular el
secuestro y asesinato, en 1978, de un político importante como Aldo Moro- eclipsara los
desarrollos radicales en los campos social y político de una gran parte del movimiento de
la izquierda. Dentro del espectro social había instancias de antagonismo político y formas
difusas de violencia mezcladas con la experimentación social y cultural. La teoría política
que emergía de estos movimientos intentaba formular nociones democráticas alternativas
de poder e insistía sobre la autonomía de lo social contra el dominio del Estado y el
capital. La autovaloración era el concepto principal que circulaba en el movimiento, y se
refería a las formas sociales y las estructuras de valorización que eran relativamente
autónomas y suponían una alternativa efectiva a los circuitos de valorización capitalista.
La autovaloración era considerada la piedra sobre la cual construir una nueva forma de
socialidad, una nueva sociedad.

A finales e los años setenta, el Estado italiano desencadenó una gran ola de represión. Los
magistrados trataron de unir y perseguir a los grupos terroristas con la gama entera de los
movimientos sociales alternativos. Miles de militantes fueron arrestados gracias a las
leyes extraordinarias que permitían una larga detención preventiva sin necesidad de
acusaciones precisas y consentían restablecer los procesos por mucho tiempo. A los jueces
les fueron otorgados amplios poderes para condenar tan solo sobre la base de la
asociación del reo al grupo político acusado de algún crimen. Un gran número de
activistas políticos fueron forzados a la clandestinidad o al exilio, y así, al inicio de los
años ochenta, la organización política de los movimientos sociales fue completamente
destruida.

Al mismo tiempo, el capital italiano comenzó un proyecto de restructuración que,


finalmente, destruiría el poder de la clase obrera industrial. La derrota a nivel simbólico
tuvo lugar en 1980, en la FIAT de Turín, que había sido durante décadas el centro más
importante del poder de los trabajadores. La dirección de la FIAT triunfó en reconstituir la
trabajo de fuerza, expulsando decenas de miles de trabajadores, gracias a la
informatización de la producción. Fueron los años duros, de "gran frío", para los
movimientos sociales, y también la teorización política radical vivió una suerte de exilio,
como si estuviese oculta bajo tierra para resistir a periodo tan difícil. La economía italiana
experimentó un nuevo auge en los años ochenta en grande parte debido a la nueva forma
de producción difusa y flexible, como la caracterizada por el fenómeno Benetton. El
sustrato social, no obstante, estuvo caracterizado por un nuevo conformismo, alimentado
de oportunismo y cinismo. Marx habría podido decir que su querido topo se había
refugiado bajo tierra, moviéndose en sintonía con los tiempos a través de pasajes
subterráneos, esperando el momento justo para emerger.

Todos estos tres periodos - la intensa militancia de los trabajadores en los sesenta, la
experimentación social y cultural de los setenta y la represión de los ochenta- habían
hecho a Italia excepcional respecto a los otros países europeos y a los EE.UU. Los
radicales fuera de Italia pudieron admirar la audacia y la creatividad de aquellos
movimientos sociales y essersi rammaricati per la loro brutale disfatta, pero las
condiciones de la práctica y el pensamiento revolucionario italiano parecían tan distantes
que su lección no podía ser aplicada ni adaptada a otras situaciones nacionales.
Convencidos, sin embargo, que en los años noventa -aunque los títulos de los periódicos,
a veces dramáticos, a veces ridículos, hagan parecer la política italiana más y más
excéntrica- la excepcionalidad italiana ha acabado, tal que ahora el pensamiento
revolucionario italiano (así como los desarrollos reacccionarios) pueda ser reconocido
como relevante por una parte más amplia del planeta en una manera nueva e importante.
Los experimentos del laboratorio italiano son ahora experiencias sobre las condiciones
políticas de una parte más y más grande del mundo.

Esta nueva convergencia de situaciones debería ser conectada a dos procesos generales.
En parte es debida, sin duda, al proyecto de globalización capitalista, dentro del cual, en
algunos sectores, el capital se está sustrayendo en todo el mundo de la dependencia de la
actividad productiva a gran escala en favor de formas productivas que comportan, sobre
todo, formas de trabajo inmaterial y cibernético, redes flexibles y precarias de ocupación y
mercaderías siempre más definidas en términos de cultura y procesos mediáticos. En
Italia, como en todas partes, el capital está afrontando la posmodernización de la
producción. Al mismo tiempo, siempre a escala global, la política neoliberal (impuesta
por el se necessario imposte del FMI y del BM) están empujando a la privatización de
sectores económicos controlados por el Estado y al desmantelamiento de la estructura
típica de la política social del Estado de Bienestar. Los gobiernos Reagan y Teatcher
pueden haber indicado el camino, pero el resto del mundo lo está siguiendo a gran
velocidad.

También en términos políticos y culturales está convergiendo con la de las otras naciones,
a veces con saltos rápidos y dramáticos. Seguramente el cinismo, el miedo, el
oportunismo, que recientemente han caracterizado la cultura de la izquierda institucional
en Italia, representan algo que en los EE.UU. conocemos bien. Se podría decir que la
condición de la política italiana se ha americanizado. Seguramente/Está claro, el rápido
ascenso del magnate de los media Silvio Berlusconi como figura politica de relieve a
mitad de los años noventa, proviniendo desde fuera y en oposición a la estructura política
tradicional, no puede no parecer extrañamente familiar desde el punto de vista
estadounidense. De cualquier modo, Berlusconi combina la eficacia política de un Ross
Perot con la eficacia mediática de un Ted Turner. En todo caso representa un pequeño
paso adelante en el desarrollo de una forma de gobierno - puede llamársela mediocrazia o
telecrazia- que parte del nombramiento de un mal actor como presidente y llega al de un
magnate de los media.

Además, la situación política italiana se aproxima a lo que Fredric Jameson ha


identificado como uno de los aspectos característicos de la cultura de la izquierda U.S.A.
en los últimos años: la situación de una teorización sin movimientos. Esto no quiere decir
que actualmente una teorización radical debiera tener lugar sin referirse a la práctica
política -la revolución, naturalmente, puede ser teorizada solo a partir de la interpretación
y del incremento de las fuerzas inmanentes en el campo social realmente existente.
Significa, más bien, que la teoría radical resulta privada de los movimientos coherentes y
de los sujetos sociales colectivos consolidados que una vez animaron el terreno de la
práctica revolucionaria. Los teóricos buscan ahora interpretar los prerrequisitos de las
conciones emergentes o las fuerzas ascendentes de subjetividad política y comunidad por
venir. En tales condiciones, la teorización política debería en general ser forzada a asumir
un carácter más altamente filosófico o abstracto para recoger esta potencialidad. A un
cierto nivel, entonces, la postmodernización de la economía y la americanización del
campo social y cultural son las dos de caras de una convergencia general. Esta es la razón
por la cual los experimentos llevados a cabo en el laboratorio italiano son ahora
experimentaciones que vislumbran el futuro de todos nosotros.

La convergencia de las condiciones sociales, reduciendo la distancia de la


excepcionalidad italiana, ha vuelto a Italia más similar a nosotros y esto convierte los
escritos de los teóricos radicales italianos importantes para nosotros. Permanecen, sin
embargo, diferencias importantes caracterizadas desde el tipo de pensamiento político,
quizás debido a la riqueza acumulada por su excepcionalidad. En primer lugar, hay una
teorización comunista ligada a la abolición del Estado que di rado encontramos en otras
partes. El rechazo al Estado comporta también un ataque a la organización jerárquica de la
estructura de partido, a los sindicatos y a toda forma de organización social. El
antagonismo al Estado se convierte en el punto central de una insubordinación
generalizada. La abolición del Estado, sin embargo, no significa anarquía. Fuera del poder
constituido del Estado y sus mecanismos de representación hay una forma radical y
participativa de democracia, una asociación libre de fuerzas sociales constituyentes, un
poder constituyente. La autovaloración es un medio para comprender los circuitos que
constituyen una socialidad alternativa, autónoma del control del Estado o del capital.
Algunos de estos autores plantean un proyecto, por ejemplo, donde las estructuras sociales
del Estado de Bienestar deberían transformarse de tal modo que las mismas funciones se
sostengan más desde arriba sino desde abajo, como expresión directa de la comunidad. El
esfuerzo para constituir una comunidad que sea democrática y autónoma , fuera de la
representación política y de la jerarquía, es constante en estos teóricos.

Junto a la crítica radical del Estado hay una atención prolongada al poder del trabajo.
Marx estaba de acuerdo con los economistas capitalistas sobre el hecho que el trabajo
fuera la fuente de toda la riqueza, pero también la fuente de la socialidad misma, el
material con el cual todas nuestras relaciones sociales son instituidas. De las tesis de estos
teóricos italianos emerge la comprensión del modo en que la práctica trabajadora ha
cambiado en los últimos años y como esta nueva forma de trabajo debe comportar una
nueva y más grande potencialidad. Conceptos nuevos como "trabajo inmaterial",
"intelectualidad de masa" y "general intellect" tratan de aferrar las nuevas formas de
cooperación y creatividad messe all'opera en la producción social contemporánea -una
producción colectiva definida desde las redes cibernéticas, intelectuales y afectivo-
sociales. La afirmación del poder del trabajo en estos autores, sin embargo, no debe
confundirse con un simple reclamo para trabajar o disfrutar del mismo. Al contrario, toda
afirmación del trabajo está condicionada primero por el concepto de "rechazo del trabajo"
heredado del movimiento operario de los años sesenta. Los trabajadores radicales (en
Italia como en cualquier parte) siempre han intentado salir del trabajo, de sustraerse a la
explotación y la relación capitalista. Los movimientos sociales traducen todo esto en una
forma de vida realizada en el campo del no-trabajo, fuera de las relaciones del trabajo
asalariado. En los escritos contemporáneos tal tendencia es teorizada de modo más
general como defección o éxodo de masas, fuga de las instituciones del Estado capitalista
y de las relaciones del trabajo asalariado. La afirmación del trabajo, según estos teóricos,
no se refiere entonces simplemente a lo que se hace cuando se trabaja por un salario, sino
más en general al potencial creativo interno de nuestra capacidad práctica. Tales
capacidades creativas en los más diversos sectores -producción material, producción
inmaterial, producción de deseo, producción afectiva y così via- son el trabajo que
produce y reproduce la sociedad. Las semillas de una sociedad comunista existen ya en las
trayectorias virtuales que afirmadas potencialmente con este trabajo en nuevas
articulaciones colectivas.

Lo que más atrae en estos teóricos italianos y en los movimientos ligados al mismo es su
carácter alegre. Demasiado frecuentemente la cultura de la izquierda ha identificado la
vida revolucionaria con la trayectoria estrecha del ascetismo, de la negación y pareja al
resentimiento. Aquí, en vez, la búsqueda colectiva del placer está siempre en primera
línea: la revolución es una máquina deseante. Quizá la razón está en que, aunque estos
autores siguen muchos aspectos de la obra de Marx, raramente desarrollan su crítica de
della merce [las mercaderías/del mercado] y la crítica de la ideología como temas
centrales. Siendo seguramente conceptos importantes, entre ambos de estos análisis corren
el riesgo de caer en una suerte de ascetismo que quisiera predicar la lucha revolucionaria
sobre la base de una negación de los placeres que ofrece la sociedad capitalista. El camino
que encontramos aquí, al contrario, no comporta negación alguna sino, desde luego, la
adopción y la apropiación de los placeres de la sociedad capitalista por parte de todo
nosotros, intensificándolos como riqueza colectiva compartida. Todo esto va más allá de
la visión del comunismo como división igualitaria de la pobreza, y recuerda muy poco a
las formas comunales precapitalistas. El comunismo surgirá más bien desde el corazón del
capitalismo como una forma social que no sólo responderá a las necesidades humanas
básicas de todos, sino acrecentarán e intensificarán nuestros deseos. Junto a la atención al
regocijo hay también otro elemento que permea el trabajo de estos autores: un trato
distintivo de optimismo, que a cualquiera podría parecer a primera vista ingenuo. En
varios momentos de los años setenta, por ejemplo, sus escritos parecían como si la
revolución fuese posible y bastante inminente. Incluso durante los períodos duros de la
derrota y la represión política, la lectura era todavía optimista. En ensayos recientes, por
ejemplo, la contrarevolución de los últimos años es interpretada como una inversión y un
reinvestimento de las energías revolucionarias, como el negativo fotográfico de una
revolución potencial. Estos autores proponen continuamente lo imposible como si fuese la
única opción razonable. Pero esto, en realidad, no tiene nada que ver con el simple
optimismo o pesimismo; es más bien una elección teorética o, mejor, una toma de
posición sobre la vocación de la teoría política. En otras palabras, las tareas de la teoría
política comportan efectivamente los análisis de la forma de dominio y explotación que
nos afligen, pero la primera y más importante tarea es identificar, afirmar y satisfacer las
demandas existentes del poder social que aluden a una nueva sociedad alternativa, a una
comunidad que viene. La potencial revolución es siempre ya inminente en el espacio
social contemporáneo. Así como estos autores están placenteramente libres de todo
ascetismo, también están libres del disfattismo y del victimismo. Es nuestro deber traducir
esto potencial revolucionario, tornando lo imposible real dentro de nuestros contextos.

Glosario

Poder constituyente. Con poder constituyente se alude a una forma de poder que
continuamente crea y pone en movimiento un conjunto de estructuras jurídicas y políticas.
Sus procesos permanentemente abiertos confliggono con el carácter estático y concluso
del poder constituido. La dinámica revolucionaria del poder constituyente es esa misma
constitución de una república; cuando las fuerzas revolucionarias se bloquean o se
refrenan en estructuras constituidas, el momento constituyente ya ha pasado.

Exodo. En parte este término hace referencia al viaje bíblico de los Hebreos a través del
desierto huyendo del ejército del Faraón. El éxodo puede ser mejor entendido, sin
embargo, como una extensión del concepto de "rechazo del trabajo" a todo el conjunto de
las relaciones sociales capitalistas, como una estrategia generalizada de rechazo o
defección. La estructura del comando social lucha no con una oposición directa sino a
través de la posibilidad de una línea de fuga. El éxodo es así concebido como una
alternativa a las formas dialécticas de la política, donde demasiado frecuentemente los dos
antagonistas bloqueados en la contradicción acaban por asimilarse el uno en el otro, como
reflejos en un juego de espejos. La dialéctica política se construye por negaciones, el
éxodo opera, más bien, a través de la separación. El Estado caerá, entonces, no gracias a
un ataque masivo a su corazón, sino mediante un abandono de masas desde sus
articulaciones, que vaciará sus capacidades de soporte. Es importante, sin embargo, que
esta política basada en la separación constituye, simultáneamente, una nueva sociedad,
una nueva república. Deberíamos concebir este éxodo, por lo tanto, como una retirada
activa o una partida fundante, que repulsa el actual orden social y construye una
alternativa.

General Intellect. Este término proviene de un paso específico de Marx, en el cual el


mismo utiliza esta expresión inglesa (ver K. Marx, Lineamenti fondamentali della critica
dell'economia politica, La Nuova Italia, vol.II, pag.4O3). Marx utiliza el término para
referirse al saber social general o a la inteligencia colectiva de una sociedad en un
determinado momento histórico. El capital fijo, en particular la maquina "inteligente",
puede, por lo tanto, incorporar este intelecto general así como los seres humanos.
Justamente como la potencia colectiva de los cuerpos reagrupada conjuntamente es
necesaria para alcanzar algunos objetivos de la producción (por ejemplo, para mover las
enormes piedras de la Pirámide) así también la potencia intelectual colectiva es empleada
directamente en la producción. Además, dado que la tecnología informática y la máquina
cibernética han llegado a ser más importante como medios de producción, el intelecto
general se convierte más y más no solo un recurso directo, sino la fuerza principal de la
producción social.

Trabajo inmaterial. Los bienes en la sociedad capitalista devienen menos materiales,


más definidos desde los componentes culturales, ligados a la información o al
conocimiento, oppure desde cualidades relativas a los servicios y la asistencia. También el
trabajo que produce este tipo mercancía ha cambiado de modo correspondiente. El trabajo
inmaterial, por tanto, podría ser concebido como aquel trabajo que produce el elemento de
información, de cultura o de cura de una mercancía. Una característica fundamental de la
nueva forma de trabajo que esta expresión intenta aferrar es que este trabajo es siempre
más difícil de cuantificar según el esquema capitalista de la valoración: en otras palabras,
el tiempo de trabajo es más difícil de medir y menos distinguible del tiempo fuera del
trabajo. Así, gran parte del valor producido hoy proviene de la actividad externa al
verdadero y propio proceso de producción, que si svolgono dentro de la esfera del no-
trabajo.

Intelectualidad de masa. Por intelectualidad de masa se entiende el saber colectivo y la


potencia intelectual acumulada que se despliega horizontalmente en la sociedad. No se
refiere a un grupo especifico o categoría de la población (como una nueva 'inteligentsia')
sino, más bien, a una cualidad intelectual que define, en un grado más o menos alto, a la
población entera. La intelectualidad no es un fenómeno limitado al individuo o al circulo
interno de los intelectuales reconocidos; es un fenómeno de masa que depende de la
acumulación social y procede de las prácticas colectivas y cooperativas. Gramsci decía
que todos los hombres son intelectuales pero no todos tienen, en la sociedad, la función de
intelectual. Hoy el conocimiento y la practica tecnico-cientifica está difundiendo e
informando en grado sumo todos los aspectos de la vida. El capital ha aprendido de los
análisis de Gramsci y lo ha aplicado al trabajo. La fuerza de trabajo postfordista produce
siempre más sobre la base de su inteligencia colectiva, sobre su intelectualidad de masa.

Rechazo del trabajo. El rechazo del trabajo fue un popular slogan en Italia dentro de los
grupos radicales de obreros ya en los años sesenta que se difundió en los movimientos
sociales de los años setenta. Debe ser entendido, antes que nada, como oposición a la
glorificación del trabajo que ha permeado algunas corrientes de la tradición socialista.
(Pensemos, por ejemplo, en Stajanov, el mítico minero soviético que hizo el trabajo de
muchos hombres por la gloria de su país). Para esos obreros, sin embargo, el comunismo
no es absolutamente entendido como liberacion del trabajo, sino, más bien, como
liberación [por el] dal trabajo. La destrucción del capitalismo comporta también la
destrucción (no la afirmación) del trabajador en cuanto trabajador. El rechazo del trabajo
no debe ser confundido como una suerte de negación de la capacidad creativa y
productiva de cada uno. Es, más bien, el rechazo del comando capitalista cuya estructura y
relaciones de producción enajena y dificulta e lega e distorce esta capacidad. Este rechazo,
por tanto, es también una afirmación de nuestra fuerza productiva o de nuestra capacidad
creativa externa o autónoma de las relaciones capitalista de producción.

Autovalorización. Marx comprende la valorización capitalista como el proceso a través


del cual el capital crea plusvalor/plusvalía dentro del proceso de trabajo. «Si el proceso de
creacion de valor dura sólo hasta el punto en el cual el valor de la fuerza de trabajo
asalariado del capital es sustituido por un nuevo equivalente, es proceso simple de
creación de valor; si el proceso de creación de valor dura más allá de ese punto, eso
deviene proceso de valorización» (K. Marx, Il Capitale, libro 1, Editori Riuniti, 1989, pag.
229). Son, por tanto, el pluslavor y el plusvalor que se crea al definir el proceso de
valorización. La valorización, de modo más general, se refiere también dentro de la
composición social del valor que se basa en la producción y la extracción de plusvalor. Al
contrario, la autovalorización (que encontramos en los Grundrisse) guarda una
composición social alternativa del valor que no se funda sobre la producción de plusvalía
sino sobre las necesidades y los deseos colectivos de una comunidad productiva. En Italia,
este concepto ha sido utilizado para describir la forma, local y comunitaria, de
organización social y del bienestar relativamente autónoma de las relaciones de
producción capitalista y del control del Estado. En un marco más filosófico, la
autovalorización está también concebida como el conjunto de los procesos sociales que
constituyen una subjetividad colectiva alternativa y autónoma, dentro y contra la sociedad
capitalista.

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