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A principios del s.VI, en Mileto en el Asia menor, hombres como Tales, Anaximandro, Anaxímenes, inauguran
un nuevo modo de reflexión acerca de la naturaleza, una investigación sistemática y desinteresada de una
historia y de la cual presentan una theoria, del origen del mundo, de su composición, de su ordenamiento,
de los fenómenos meteorológicos, proponen desinteresadas de toda la imaginería dramática de las
teogonías y cosmogonías antiguas.
Las grandes figuras de las potencias primordiales ya se han esfumado; nada de agentes sobrenaturales,
cuyas aventuras, luchas y hazañas formaban la trama de los mitos de génesis que narraban la aparición del
mundo y la instauración del orden; ninguna alusión a los dioses que la religión oficial asociaba, tanto a las
creencias como en el culto, a las fuerzas de la naturaleza. Nada existe que no sea naturaleza, phisis.
Los hombres, la divinidad, el mundo, forman un universo unificado, homogéneo, todo él en el mismo plano.
Las vías por donde ha nacido la phisis son perfectamente accesibles a la inteligencia humana: la naturaleza
no ha operado <en el comienzo> de modo distinto de como lo hace todavía, ofreciendo modelos para
comprender como se formó y ordenó el mundo.
Los filósofos jónicos han abierto el camino que la ciencia después sólo ha tenido que seguir. Seria
enteramente falso buscar los origenes en la ciencia jónica, en una concepción mítica cualquiera.
A esta interpretación se opone Cornford: la primera filosofía se acerca más a una construcción mítica que a
una teoría científica. Transpone en una forma laica y con un vocabulario abstracto, la concepción del mundo
elaborada por la religión. Ya que no buscan, como la ciencia, leyes de la naturaleza, sino que se preguntan
con el mito como se ha establecido el orden, como ha podido surgir el cosmos del caos. Los milesios no solo
toman una imagen del mundo, sino también un esquema explicativo: detrás de los elementos de la physis se
perfilan antiguas divinidades mitológicas. A Zeus le corresponde la luz deslumbrante del cielo a Hades la
sombra brumosa; a Poseidón, el elemento liquido y a Gaia, la tierra en la que viven con los hombres.
Si es verdad que los milesios han partido del mito, es verdad también que han transformado profundamente
la imagen del universo, integrándo las cosmogonías junto a nociones políticas y morales, han proyectado
sobre el mundo de la naturaleza aquella concepción del orden y de la ley que, al triunfar en la ciudad, había
hecho del mundo humano un kosmos. Las teogonías y cosmogonías griegas explican la aparición del orden
pero también, son, ante todo: mitos de soberanía. Exaltan el poder de un dios que reina sobre todo el
universo. En todos los dominios –natural, social y ritual-, el orden es el producto de esa victoria del dios
soberano.
Sin embargo, del mito a la filosofía no hubo un salto brusco, el elemento mítico se encuentra presente aún
después de Sócrates. Los pensadores jonios estaban convencidos del imperio de la ley en el universo, de una
ley de equilibrio cósmico que impide el caos y la anarquía. Ademas se interesaron por el hecho del cambio,
del nacer y del crecer, el paso del otoño al invierno en el mundo de la naturaleza exterior, pero si todo
cambia debe haber algo que permanezca. Ha de haber algo primordial, algo que persista. Para los jonios este
principio unificador y de soberanía y elemento primitivo de todas las cosas (arkhé) era un ser material, para
Tales era el agua, Anaxímenes lo identificaba con el Aire, y por último Heráclito con el fuego.
2) La filosofía de Sócrates
3) La filosofía de Platón
Platón nace en Atenas en el siglo V a.c, como su maestro Sócrates, Platón está convencido de que el
verdadero saber no puede referirse a lo que cambia, sino a algo permanente, no a lo múltiple, sino a lo uno.
Sócrates no se preocupó por aclarar la naturaleza del concepto, su status ontológico y además se limitó a los
conceptos morales de verdad, piedad, virtud, etc. Por su lado Platón se propondrá de un lado, aclarar la
índole o modo de ser de los conceptos (ideas) e investigar todo su dominio, no solo los conceptos éticos,
sino también los matemáticos y metafísicos. Hay un “saber” que se alcanza por medio de los sentidos, el
llamado conocimiento sensible, en realidad no debería ser llamado conocimiento, sino meramente opinión
(doxa) porque es siempre vacilante, confuso, contradictorio. El verdadero conocimiento deberá ser de
especie totalmente diferente del que proporcionan los sentidos, tiene que ser riguroso, constante y
permanente, y así para Platón la ciencia es el verdadero conocimiento ya que el objeto no es lo sensible,
vacilante y cambiante, sino lo uniforme y permanente.
Como lo permanente e inmutable no se encuentra en el mundo de lo sensible, Platón postula otro mundo, el
mundo de las ideas o mundo inteligible, del que el mundo sensible no es más que copia o imitación. Cosas
sensibles e ideas representan dos órdenes de cosas, dos modos de ser diferentes. La belleza es siempre la
belleza; en cambio las cosas o personas bellas llegan a un momento en que dejan de serlo. También es
diferente nuestro modo de conocerlas, a las personas o cosas bellas las podemos conocer mediante los
sentidos, en cambio la idea de belleza, no se la ve ni se la toca ni se la oye, sino que se la conoce mediante la
inteligencia.
En concreto, para los dos modos de conocimientos sensibles, la gradación de los discursos se configura de
manera ascendente así: las imágenes (entes del mundo sensible, copias de las apariencias sensibles, retratos
y pinturas, etc) se conoce a través de la imaginación; las cosas sensibles, a través de la creencia, y ambos
dominios generan el discurso de la doxa, creencia u opinión, que conoce el mundo sensible; luego se
encuentran los entes matemáticos y de las ciencias que se conocen a través del entendimiento discursivo;
finalmente encontramos las ideas morales y metafísicas que se conocen de modo dialéctico mediante la
intelección, y formando estos dos tipos de entes el mundo ideal conforman entre ambas el dominio de
la episteme, conocimiento cierto o verdadero que se integra entre el pensamiento discursivo y el
conocimiento dialéctico que es finalmente aquel que permite ascender hasta el conocimiento de la Idea del
Bien que permite llegar a inteligir las relaciones entre todas las ideas.
Luego es mediante la alegoría de la caverna que Platón se propone expresar la condición y el destino del
hombre. La alegoría está dividida en tres partes, la primera describe la caverna, los prisioneros y la vida que
éstos llevan, la segunda nos habla de la liberación y ascenso de un prisionero y la tercera de su regreso a la
cueva. En la primera parte Platón nos pide imaginar que nosotros somos como unos prisioneros que habitan
una caverna subterránea. Estos prisioneros desde niños están encadenados e inmóviles de tal modo que
sólo pueden mirar y ver el fondo de la estancia. Detrás de ellos y en un plano más elevado hay un fuego que
la ilumina; entre el fuego y los prisioneros hay un camino más alto al borde del cual se encuentra una pared
o tabique, como el biombo que los titiriteros levantan delante del público para mostrar, por encima de él, los
muñecos. Por el camino desfilan unos individuos, algunos de los cuales hablan, portando unas esculturas que
representan distintos objetos: unos figuras de animales, otros de árboles y objetos artificiales, etc. Dado que
entre los individuos que pasean por el camino y los prisioneros se encuentra la pared, sobre el fondo sólo se
proyectan las sombras de los objetos portados por dichos individuos.
En esta situación los prisioneros creerían que las sombras que ven y el eco de las voces que oyen son la
realidad. Si se resume este primer momento de la alegoría diremos entonces que los prisioneros se
encuentran en el estado de espíritu que se llamó eikasía o imaginación, que es el inferior de la escala del
saber, de tal manera que los prisioneros se encuentran en la forma inferior de existencia posible, son
prisioneros de las apariencias, no tienen libertad ni verdadero conocimiento (e ignoran que lo poseen)
Las siguientes partes de la alegoría narran la liberación del prisionero, su asenso al exterior y su vuelta a la
caverna. La liberación del prisionero de sus cadenas significa un descubrimiento del mundo verdadero
(mundo de las Ideas) Luego reconoce los objetos en la caverna, sube al mundo exterior y reconoce los
objetos del mundo exterior, ahí el filósofo libera moral e intelectualmente su alma de las limitaciones y
ataduras del cuerpo y del mundo sensible y asciende al mundo de las Ideas; práctica de la dialéctica o
filosofía. Después el prisionero liberado baja de nuevo al mundo de la caverna ya que el filósofo tiene la
obligación moral de volver su mirada hacia el mundo y ayudar a la liberación de las demás personas. Pero es
perseguido y asesinado por sus compañeros, allí Platón expone el proceso y muerte de Sócrates y de todos
aquellos que insisten en mostrar la verdad a los hombres
La formación de la sociedad disciplinaria puede ser caracterizada por la reforma y reorganización a finales
del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX del sistema penal y judicial. Las transformaciones de los sistemas
penales consisten en una reelaboración teórica de la ley que puede encontrarse en Beccaria, Bentham y
Brissot. Según estos autores el crimen, principio fundamental teórico de la ley penal, no ha de tener en
adelante relación alguna con la falta moral o religiosa, por el contrario el crimen o infracción penal es la
ruptura con la ley. El segundo principio es que la ley penal debe simplemente representar lo que es útil para
la sociedad. El tercer principio es una definición clara y simple del crimen, es algo que damnifica a la
sociedad, es un daño social. Hay también una nueva definición del criminal: es alguien que damnifica o
perturba a la sociedad. De ahora en más la ley penal debe permitir sólo la reparación de la perturbación
causada a la sociedad. La ley penal debe reparar el mal o impedir que se cometan males semejantes contra
el cuerpo social. De esta idea se extraen, según los teóricos, cuatro tipos posibles de castigo: el destierro, la
humillación, el trabajo forzado y la pena del Talión (ojo por ojo diente por diente).
Sin embargo este sistema de penalidades no funcionó y rápidamente fue sustituido por una pena muy
curiosa: el encarcelamiento, la prisión, que surge a comienzos del siglo XIX. En este tiempo la penalidad
tendrá más en cuenta el control y la reforma de las actitudes y comportamiento de los individuos que la
defensa general de la sociedad. Toda la penalidad del siglo XIX pasa a ser un control no tanto sobre lo que
hacen los individuos, sino más bien lo que pueden o son capaces de hacer (peligrosidad). Según Foucault
este control sobre los individuos no puede ser realizado por la justicia, sino por una red de instituciones de
vigilancia y corrección: cárceles, escuelas, hospitales, asilos, psiquiátricos, etc. Aquí Foucault describe a este
tipo de sociedad como disciplinaria en oposición a la exclusivamente penal de antes, basándose en el
modelo panóptico, un tipo de orden social cuyas características son la vigilancia individual y permanente,
permite un control en términos pendulares (castigo y recompensa), y está centrado principalmente en la
corrección o normalización de las personas.