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Estamos en el orfanato Casa John Grier. La joven internada Jerusha Abbott, cansada de vivir
entre unos muros que sienten la aprisionan, un día recibe la misteriosa carta de un benefactor
que le promete pagarle sus estudios, siempre y cuando nunca intente ponerse en contacto con
él de ningún modo. Jerusha, que es tan agradecida como rebelde, acepta la propuesta pero
comienza a enviarle a su querido “Papaíto” extensas cartas donde le agradece su generosidad
y le cuenta sus aventuras estudiantiles, sus nuevos amigos y sus nuevas ambiciones.
Mientras, gracias a la lectura de estas cartas, conocemos a Jervis Pendleton, el generoso
benefactor. Lejos de ser un anciano como imagina Jerusha, se trata de un hombre joven,
solitario, casi amargado. Las cartas de su protegida pronto lo hacen interesarse más por ella,
hasta comprender que se ha enamorado. Pero, temiendo romper la imagen idealizada de
“Papaíto”, decide intervenir en la vida de la joven como un amigo casual. Cuando Jerusha
comience a confesarle a Papaíto las dudas amorosas que siente por este inesperado amor, se
iniciará el bello, lento y sutil melodrama.
Papaito piernas largas es un estupendo musical que sabe conciliar a la perfección lo clásico
con lo moderno. Su historia se cuenta con la pausa de los relatos bien contados. Jamás
aburre, pero tampoco intenta distraer con una catarata de eventos que solo tienen como fin
simular un vértigo de sucesos. Se contempla como un film del gran y ya muerto Hollywood:
cada escena tiene un propósito, los eventos van sucediéndose con plena naturalidad, sin
apuros, con un preciso ritmo cada vez más tenso, doloroso. Y lo interesante se encuentra en
que este relato tan tradicional pide al mismo tiempo desde su mismo texto una puesta que sea
lúdica, riesgosa y eficaz. A la vez que brinda desde la música un lenguaje sumamente
complejo, que no busca la melodía fácil sino que construye su propio código a medida que los
eventos se suceden. No estamos frente a un rejunte de canciones pegadizas. Estamos ante
una partitura que sabe transitar el mismo espíritu de los personajes.
Lía Jelin y Matias Strafe bien comprendieron que todo el riesgo y triunfo de esta obra estaría
en poder llevar a cabo su difícil puesta a partir de dos cuestiones aquí esenciales: la dirección
de actores y el juego escénico. Este último es sumamente complejo porque ambos
personajes, si bien están siempre en escena, muy pocas veces se comunican de manera
directa, ya que solo lo hacen por medio de las cartas. Aceptar desde la platea este código es
un enorme riesgo, pero el juego es claro y está resuelto de manera impecable. La dirección
bien supo que en esta gran representación que es el vínculo de ambos personajes, la misma
puesta se presta para el juego de la ilusión. Así los baúles, ventanas y pasarelas bien puedan
pasar a convertirse en un campo, una ciudad, una universidad o el más romántico de los
montes nocturnos.
Juan Rodó compone su personaje brindándole toda su presencia y contención para un Jervis
que triunfa en el gesto chico, la pasión contenida, la procesión de amor que va por dentro.
Pero es sin dudas Ángeles Diaz Colodrero el verdadero centro de la obra. Su personaje es
idealista, rebelde, romántico, triste y soñador. Construirlo necesitaba una actriz con suficiente
sentimiento para que nos haga vivir su crecimiento como mujer, sin perder por eso el sentido
de época y al mismo tiempo brindarnos humor y sensibilidad. Un personaje que le va perfecto
a esta talentosa actriz, quién logra así una representación que se lleva todos los emocionados
aplausos.
Papaito piernas largas es una celebración del teatro musical. Un juego donde con tiempo y
serenidad, música y delicadeza, se nos invita a soñar con un mundo de ángeles protectores
para nada perfectos, niñas que son mujeres y amores que seguramente durarán para siempre.
¿Iluso? Si, se trata de teatro.