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FELIPE II EL REY DIOS

El monarca Felipe II llegó a ser considerado como el más absoluto del mundo.
Tuvo que cargar con la responsabilidad de administrar el mayor imperio
conocido. Se ha dicho de él que fue el primer gobernante que intentó instaurar
un auténtico Estado español. Sin embargo, la visión del gobernante entre sus
súbditos era de déspota, despiadado y cruel. De hecho, existe la creencia
consolidada entre buena parte de los historiadores que así lo afirman en la
actualidad.

A pesar de ello, existe otra parte de la historiografía actual que señala como en
realidad sus poderes no eran tan absolutos y en muchas ocasiones sus
decisiones estaban supeditadas y limitadas en gran medida tanto por los fueros
de las diversos reinos hispanos como por la amplitud de la jurisdicción de la
nobleza y el clero. Heredó las maneras de su padre el emperador Carlos I pero
lo cierto es que tuvo que adaptarse a los nuevos tiempos y luchó contra
numerosos residuos que heredó de la etapa anterior.

No creía en los luteranos y no compartía la forma de administrar los recursos de


su padre ni tampoco de la política seguida pro éste en América. A pesar de ello
asumió las instrucciones legadas por su padre e intentó seguir el camino trazado
por éste a mediados del siglo XVI. Sin embargo, su concepción del poder no era
del todo absolutista en el sentido de divinizar su personalidad ante los súbditos
sino que pensaba que el gobernante tenía una única obligación y gran
responsabilidad para aquellos a los que gobernaba. Creía en la autoridad real
pero no en el absolutismo exacerbado. En el año 1586 dejó de utilizar el título de
Majestad.

Lo cierto es que el rey actuaba en tres esferas claramente diferenciadas como


eran la Corona, el Estado y la Monarquía. España había sabido aglutinar en torno
a la institución monárquica amplios territorios o reinos que formaban parte del
estado. La gran obra del historiador Fernand Braudel sobre Felipe II y el
Mediterráneo dejaron patente el problema del limitado poder del monarca en
estos territorios provocados por la dificultad de la comunicación y la lejanía de
los territorios administrados. Es por ello que, en cierto modo, Felipe II se convirtió
en un monarca burócrata que tuvo que desarrollar un amplio sistema estatal de
centralización política y administrativa capaz de mover la maquinaria gestora
hacia los diferentes reinos que en aquellos momentos comprendían el panórama
español.

A pesar de las voces disidentes se dice que Felipe II lejos de ser ese gran
monarca universal de un imperio en el que nunca se ponía el sol se comportó
como un auténtico ejecutivo de hoy en día sin querer imponer el culto a su
persona entre los administrados. Su concepción del imperio universal no era por
tanto imperialista. A pesar del peso de la historiografía que señala su carácter
expansionista se sabe también que fue él quien a mediados del siglo XVI señaló
que no quería conseguir más territorios sino consolidar los que ya tenía,
consciente del enorme peso material que su administración comportaba. Todo

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ello no significa necesariamente que España se convirtiera en un país
centralizado y unificado pues los fueros y otras normativas legales lo impedían.

Felipe II era consciente de que mantener ciertas diferencias comportaba tener al


súbdito en situación de obediencia y por tanto exentas de peligro para la
institución monárquica. De hecho, el concepto de España ya existía en el intento
de consolidar una administración potente, fiable y fuerte pero el monarca jamás
lo empleó en sus títulos. Sin unidad y sin jurisdicción total sobre todos los reinos
el monarca se arrogó buena parte del protagonismo dirigente y tuvo que asumir
el poder personalmente sin que ello conllevase una política imperialista. En la
práctica, el monarca actuó más como rey de Castilla que como monarca
español.

Por otra parte, jamás toleró la rebelión de sus súbditos y en numerosas


ocasiones se adelantaba a los acontecimientos en previsión de males mayores.
Confío en sus ministros y asesores pero nunca dejó los asuntos más importantes
entre sus manos, al menos durante los últimos años de su mandato. Esta actitud
era la que parecía darle el toque despótico del que se le acusa. Sus decisiones
eran siempre consultadas aunque una vez tomada la decisión por terrible que
fuera nunca se volvía atrás. Esto provoca tener que diferenciar entre crueldad
por necesidades de Estado y crueldad derivada de la conducta personal del rey.
Lo cierto es que tuvo que tomar decisiones, muchas equivocadas, pero siempre
trató de consensuarlas, aunque fuera de un modo diferente al que en la
actualidad pudieramos pensar.

Su reinado atravesó dos momentos claramente diferenciados, el primero


de expansión y el segundo de decadencia al final del mismo que se continuará
durante los reinados de sus sucesores Felipe III y Felipe IV. En definitiva, los
historiadores económicos han señalado que Felipe II heredó un reino prospero
que crecía económica y demográficamente y dejó en herencia otro bien
diferente, decadente, deprimido y sin expectativas económicas tanto en el
interior como hacia el exterior del país. Lo que primero no era más que un
estancamiento se convirtió en una depresión económica que se extendió durante
todo el siglo XVII.

Una de las causas fundamentales de este deterioro económico se relaciona


directamente con el increíble aumento de la presión fiscal que gravaba
directamente sobre toda la actividad económica en general. Otro factor de
desestabilización fue la venta de terrenos baldíos y propiedades comunales que
eran disfrutadas por los pueblos en usufructo a los particulares. Además las
sucesivas declaraciones de bancarrota de la Hacienda pública o suspensión de
pagos dejaba sin abonar las deudas contraídas con los banqueros y
comerciantes, por lo general genoveses, con el consiguiente malestar y
finalización de relaciones entre ambos. Lo lamentable fue que en los dos
reinados posteriores la táctica empleada por los monarcas siguió siendo la
misma sacrificando la economía a los designios de la política. El estancamiento
se convirtió en depresión.

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En el año 1588 sufrió el descalabro de la Armada Invencible, principio del fín de
la hegemonía española que marca la última fase del reinado de Felipe II. Tan
solo unos años después, concretamente en el año1598 el monarca fallecía en el
ilustre Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, residencia del rey en los
últimos años de su vida.

Desde su muerte fue presentado por sus defensores como arquetipo de virtudes,
y por sus enemigos como una persona extremadamente fanática y despótica.
Esta dicotomía entre la leyenda blanca o rosa y leyenda negra fue favorecida por
su propio accionar, ya que se negó a que se publicaran biografías suyas en vida
y ordenó la destrucción de su correspondencia.
La historiografía anglosajona y protestante lo ha calificado como un ser fanático,
despótico, criminal, imperialista y genocida minimizando sus victorias hasta lo
anecdótico y magnificando sus derrotas en exceso. Basta como ejemplo la
pérdida de una parte de la Grande y Felicísima Armada —llamada por sus
enemigos la Armada Invencible— debido a un fuerte temporal, que fue
transformada en una victoria inglesa.
Su reinado se caracterizó por la exploración global y la expansión territorial a
través de los océanos Atlántico y Pacífico. Con Felipe II la Monarquía
Hispánica llegó a ser la primera potencia de Europa y el Imperio español alcanzó
su apogeo. Fue el primer imperio de ámbito mundial. Por primera vez en la
historia, un imperio integraba territorios de todos los continentes habitados.

Reformas administrativas

El padre del rey, Carlos I, había gobernado como un emperador, y como tal,
España y principalmente Castilla habían sido fuente de recursos militares y
económicos para unas guerras lejanas, de naturaleza estratégica, difíciles de
justificar localmente puesto que respondían a su ambición personal (y aún más,
a las ambiciones de la Casa de Austria) y que se habían convertido en carísimas
con las innovaciones tecnológicas bélicas. Todo mantenido con los fondos
castellanos y con las riquezas americanas, que llegaban a ir directamente desde
América a los banqueros holandeses, alemanes y genoveses sin pasar por
España.

Felipe II, como su antecesor, fue un rey autoritario, continuó con las instituciones
heredadas de Carlos I, y con la misma estructura de su imperio y autonomía de
sus componentes. Pero gobernó como un rey nacional, España y especialmente
Castilla eran el centro del imperio, con su administración localizada en Madrid.
Felipe II no visitó apenas sus territorios de fuera de la península y los administró
a través de oficiales y virreyes quizá porque temía caer en el error de su padre,
Carlos I, ausente de España durante los años de las rebeliones comuneras;
quizá porque, a diferencia de su padre, que aprendió muy mayor el español,
Felipe II se sentía profundamente español.

Convirtió España en el primer reino moderno, realizó reformas hidráulicas (presa


del Monnegre) y una reforma de la red de caminos, con posadas, con una
administración (y una burocracia) desconocida hasta entonces. Los

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administrativos de Felipe II solían tener estudios universitarios, principalmente
de las universidades de Alcalá y Salamanca, la nobleza también ocupaba
puestos administrativos, aunque en menor cantidad. Ejemplos reseñables de su
meticulosa administración son:
• En 1561, Felipe II decidió trasladar la sede de la corte y convirtió a Madrid en
la primera capital permanente de la monarquía española. Desde
entonces, salvo un breve intervalo de tiempo entre 1601 y 1606, bajo el
gobierno de Felipe III, en el que temporalmente la capitalidad pasó a
Valladolid, Madrid ha sido la capital de España y sede del Gobierno de la
Nación.i
• La Grande y Felicísima Armada o Armada Invencible, de la que se conocía
hasta el nombre del ínfimo grumete, mientras que los ingleses no tuvieron
noticia cierta ni siquiera de todos los barcos que participaron.

• Los tercios eran las mejores unidades militares de su época. Creados por su
antecesor, Carlos I de España, fueron decisivos para Felipe II en las
victorias que obtuvo frente a los franceses, ingleses y holandeses en su
reinado (ver apartados correspondientes). Eran expertos en tácticas como
el asedio (en Amberes de 1584 a 1585).
• Aparte de tener los mejores soldados también disponía de los mejores
generales de su época, tanto en tierra como en el mar. De estos
destacaron Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel —III duque de Alba
de Tormes—, Alejandro Farnesio, duque de Parma, Álvaro de Bazán y
Juan de Austria, entre otros.
• Innovaciones militares en todos los sentidos. Aparición de los arcabuceros y
mosqueteros, que combatían junto con los piqueros y la Caballería.
Asimismo se disponía de artillería: desde cañones de bronce o hierro
colado, medioscañones, culebrinas hasta falconetes. En el aspecto
táctico, destaca la utilización de ataques por sorpresa nocturnos
(Encamisada). Si se trataba de un asedio, los Tercios realizaban obras de
atrincheramiento para rodear la plaza y aproximar los cañones y minas a
los muros. Uno de los escuadrones se mantenía en reserva para rechazar
cualquier tentativa de contraataque de los sitiados.
• En el mar, destacaba la utilización masiva de galeones, ya que su combinación
de tamaño, velamen y la posibilidad de transportar armamento y tropas lo
hacían idóneo para las largas travesías oceánicas, combinando así la
capacidad de transporte de las naves de carga con la potencia de fuego
que requerían las nuevas técnicas de guerra en el mar, permitiendo
disponer de barcos de transporte fuertemente armados.
• Carlos I creó el 27 de febrero de 1537 la Infantería de Marina de España,
convirtiéndola en la más antigua del mundo al asignar de forma
permanente a las escuadras de galeras del Mediterráneo las compañías
viejas del mar de Nápoles. Sin embargo, fue Felipe II quien creó el
concepto actual de fuerza de desembarco, concepto que aún perdura en
nuestros días.
• Destinó gran cantidad de dinero para crear la mejor red de espionaje de la
época. Es muy conocido el uso de la tinta invisible y de la escritura
microscópica por parte de los servicios secretos de Felipe II. Bernardino
de Mendoza, fue militar, embajador y jefe de los servicios secretos en
diversas regiones del Imperio español bajo Felipe II y durante este tiempo

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estuvo destinado como embajador español en París. Una de las acciones
más importantes atribuidas a este antepasado de los actuales servicios
secretos, fue el asesinato de Guillermo de Orange a manos de Balthasar
Gérard.
• Creación del Camino Español, una ruta terrestre para transportar dinero y
tropas desde las posesiones españolas en Italia, hacia los Países Bajos
españoles.
• El comercio con las Indias estaba fuertemente controlado. Por ley, esas
posesiones españolas sólo podían comerciar con un puerto en España
(primero Sevilla, luego Cádiz). Los ingleses, holandeses y franceses
trataron de romper el monopolio, pero éste duró durante más de dos
siglos. Gracias al monopolio, España se convirtió en el país más rico de
Europa. Esta riqueza permitió sufragar sobre todo las guerras contra los
protestantes del centro y norte de Europa. También causó una enorme
inflación en el siglo XVI, lo que prácticamente destruyó la economía
española.
• Felipe II se comunicaba casi diariamente con sus embajadores, virreyes y
oficiales repartidos por el imperio mediante un sistema de mensajeros que
tardaba menos de tres días en llegar a cualquier parte de la península o
unos ocho días en llegar a los Países Bajos.
• En 1566 realizó una reforma monetaria con el fin de aumentar el valor del
escudo de oro y se pusieron en circulación diferentes especies de vellón
rico.
• En 1567 Felipe II encargó a Jerónimo Zurita y Castro reunir los documentos
de Estado de Aragón e Italia y juntarlos con los de Castilla en el castillo
de Simancas, creando uno de los mayores archivos nacionales de su
tiempo.
El gobierno mediante Consejos instaurado por su padre seguía siendo la
columna vertebral de su manera de dirigir el estado. El más importante era el
Consejo de Estado del cual el rey era el presidente. El rey se comunicaba con
sus Consejos principalmente mediante la consulta, un documento con la opinión
del Consejo sobre un tema solicitado por el rey. Asimismo existían seis Consejos
regionales: el de Castilla, de Aragón, de Portugal, de Indias, de Italia y de Países
Bajos y ejercían labores legislativas, judiciales y ejecutivas.
Felipe II también gustaba de contar con la opinión de un grupo selecto de
consejeros, formado por el catalán Luis de Requesens, el castellano Gran duque
de Alba, el vasco Juan de Idiáquez, el cardenal borgoñés Antonio Perrenot de
Granvela y los portugueses Ruy Gómez de Silva y Cristóbal de Moura repartidos
por diferentes oficinas o siendo miembros del Consejo de Estado. Felipe II y su
secretario se encargaban directamente de los asuntos más importantes, otro
grupo de secretarios se dedicaba a asuntos cotidianos. Con Felipe II la figura de
secretario del rey alcanzó una gran importancia, entre sus secretarios destacan
Gonzalo Pérez, su hijo Antonio Pérez, el cardenal Granvela y Mateo Vázquez de
Leca. En 1586 creó la Junta Grande, formada por oficiales y controlada por
secretarios. Otras juntas dependientes de ésta, eran la de Milicia, de Población,
de Cortes, de Arbitrios y de Presidentes.
Finanzas

Durante su reinado, la Hacienda Real se declaró en bancarrota tres veces (1557,


1575 y 1596), aunque, en realidad, eran suspensiones de pagos, técnicamente

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muy bien elaboradas según la economía moderna, pero completamente
desconocidas por entonces.
Felipe II heredó una deuda de su padre de unos veinte millones de ducados y
dejó a su sucesor una que quintuplicaba esta deuda. En 1557, al poco de entrar
al poder el rey, la Corona hubo de suspender los pagos de sus deudas
declarando la primera bancarrota. Pero los ingresos de la Corona se doblaron al
poco de llegar Felipe II al poder, y al final de su reinado eran cuatro veces mayor
que cuando comenzó a reinar, pues la carga fiscal sobre Castilla se cuadruplicó
y la riqueza procedente de América alcanzó valores históricos. Al igual que con
su predecesor, la riqueza del Imperio recaía principalmente en Castilla y
dependía de los avances a gran interés de banqueros holandeses y genoveses.
Por otra parte, también eran importantes los ingresos procedentes de América,
los cuales suponían entre un 10 % y un 20 % anual de la riqueza de la Corona.
Los mayores consumidores de ingresos fueron los problemas en los Países
Bajos y la política en el Mediterráneo, juntos, unos seis millones de ducados al
año.

El estado de las finanzas dependía totalmente de la situación económica


castellana. Los Países Bajos eran los principales receptores de la lana castellana
y, debido al ya abierto conflicto de los Países Bajos, la ruta lanera se interrumpió,
lo que produjo una recesión en la economía castellana en 1575. Como
consecuencia, en ese mismo año se produjo una segunda suspensión de pagos
al declararse la segunda bancarrota. En 1577 se llegó a un acuerdo con
banqueros genoveses para seguir adelantando dinero a la Corona, pero a un
precio muy alto para Castilla, que agravó su recesión. Esto se conoce como El
Remedio General de 1577, que consistió en una consolidación de la deuda a
largo plazo, pudiendo llegar a 70 u 80 años. Se entregaron así juros (bonos) a
los acreedores como compromiso de la Corona de la devolución del dinero con
un interés del 7%. Dicho dinero se iría devolviendo a medida que se volviera a
tener de nuevo liquidez y con el aval de los metales americanos. Paralelamente,
entre 1576 y 1588, Felipe usó la intermediación financiera de Simón Ruiz, que le
facilitaba pagos, cobros y préstamos a través de letras de cambio.

Anteriormente a Felipe II ya existían diversos impuestos: La alcabala, impuesto


de aduanas; la cruzada impuesto eclesiástico; el subsidio, impuesto sobre rentas
y tierras y las tercias reales, impuestos a órdenes militares. Felipe II además de
subir estos durante su reinado, implantó otros, entre ellos el excusado en 1567,
impuestos sobre parroquias. De la Iglesia Felipe II consiguió recaudar hasta el
20% de la riqueza de la Corona, lo que supuso la crítica de algunos eclesiásticos.
En 1590 se aprueban en las Cortes los millones, consistentes en ocho millones
de ducados al año para los seis siguientes años, los cuales se dedicaron en la
construcción de una nueva Armada y para la sangrante política militar. Esto
terminó por arruinar a las ciudades castellanas y fulminar con los ya débiles
intentos de industrialización que quedaban. En 1597 se produjo una nueva
suspensión de pagos al declararse la tercera bancarrota, recurriéndose a un
nuevo Remedio General. Esto provocó un gigantesco y desproporcionado
endeudamiento de la Corona, pero permitió la continuación de la política exterior.
Tras la ya malparada situación económica en Castilla que recibió de Carlos I,
Felipe II dejó España al borde de la crisis. La vida de los españoles del tiempo
era dura; la población soportaba una inflación brutal, por ejemplo, el precio del

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grano subió un 50 % en los últimos cuatro años del siglo; la carga fiscal, tanto en
productores como en consumidores, era excesiva. Debido a la inflación y la carga
fiscal, cada vez existían menos negocios, mercaderes y empresarios dejaban
sus negocios en cuanto podían adquirir un título nobiliario, con su baja carga
fiscal. En las últimas Cortes, los diputados protestaron efusivamente ante otra
demanda de más dinero por parte del rey, urgiendo por una retirada de los
ejércitos de Flandes, buscar la paz con Francia e Inglaterra y concentrar su
formidable poder militar y marítimo en la defensa de España y su imperio. En
1598, Felipe II firmó la paz con Francia; con Flandes no consiguió un acuerdo e
Inglaterra no ponía las cosas fáciles con su constante piratería y hostilidad hacia
España. La situación se agravaría con Felipe III debido a la reducción de
ingresos procedentes de América y se comenzarían a oír aún más voces acerca
de que Castilla no podía seguir soportando la carga de tantas guerras y de que
el resto de miembros debían también contribuir al bien común.
La presión fiscal en Aragón, sin ser tan brutal a la de Castilla, no era mucho
menor. Pero en este caso, la mayor parte de lo recaudado no iba a formar parte
de la Corona española sino que, gracias a la protección de los fueros, pasaban
a formar parte de la riqueza de la oligarquía y de la nobleza de esos reinos. El
comercio en el Mediterráneo para Aragón, especialmente Cataluña, seguía muy
dañado por el dominio turco y la competencia de genoveses y venecianos.
Los ingresos procedentes de otras partes del imperio —Países Bajos, Nápoles,
Milán, Sicilia— se gastaban en sus propias necesidades. La anexión de Portugal
fue económicamente un gran esfuerzo para Castilla, pues pasó a costear la
defensa marítima de su extenso imperio sin aportar Portugal nada al conjunto.
La mayoría de historiadores coincide en subrayar que la situación de pobreza
que sumió al país al final de su reinado está directamente relacionada por la
carga del Imperio y su papel de defensor de la cristiandad. Durante el reinado de
Felipe II apenas hubo un respiro en el esfuerzo militar. Hubo de compaginar dos
durante la mayor parte de su reino: el Mediterráneo contra el poder turco y los
Países Bajos contra los rebeldes. Al final de su reinado contaba con tres frentes
simultáneos: los Países Bajos, Inglaterra y Francia. La única potencia capaz de
soportar esta carga en el siglo XVI era España, pero con unos beneficios
discutibles y a un precio muy alto para sus habitantes.

Política exterior
Caracterizada por sus guerras contra: Francia, los Países Bajos, el Imperio turco
e Inglaterra.
Guerras con Francia Guerras italianas
Felipe II mantuvo las guerras con Francia, por el apoyo francés a los rebeldes
flamencos, obteniendo una gran victoria en la batalla de San Quintín, librada el
10 de agosto de 1557, festividad de san Lorenzo, en recuerdo de la cual hizo
edificar el monasterio de El Escorial,
Conflictos con los Países Bajos Guerra de los Ochenta Años
Felipe II había recibido como herencia de su padre, Carlos I, los Países Bajos en
unión del Franco Condado, para que España, en aquel entonces la nación más
poderosa del mundo, defendiera al Imperio frente a Francia. Por esta razón, era
un punto a la vez estratégico y de debilidad para Felipe II. Estratégico pues a
mediados del siglo XVI Amberes era el puerto más importante de Europa del
norte, que servía como base de operaciones a la armada española, y un centro

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donde se comerciaba con bienes de toda Europa y se vendía la lana castellana.
Lana, de oveja merina, procesada en los Países Bajos que, vendida a precios
razonables, llegaría manufacturada a España, con el correspondiente valor
añadido, pero menor que si hubiera sido manufacturada en la península puesto
que allí la mano de obra era más barata. España era un foco de inflación para
los Países Bajos debido al oro llegado de América favoreciendo los altos
salarios.
Una debilidad, pues para los Países Bajos no sólo supuso un cambio de rey sino
también un cambio de «dueño», pasaron de formar parte de un imperio a formar
parte del reino más poderoso de la época. A diferencia de Castilla, Aragón y
Nápoles, los Países Bajos no eran parte de la herencia de los Reyes Católicos,
y veían a España como un país extranjero. Así lo sentían los propios ciudadanos
de los Países Bajos, pues veían, a diferencia de Carlos I a un rey extranjero
(nacido en Valladolid, con la Corte en Madrid, nunca vivía en aquellos territorios
y delegaba su gobierno). A esto hay que añadir el choque religioso que se estaba
gestando dentro de Flandes, y que sería azuzado por la posición de Felipe II en
el plano religioso, las guerras de religión volvían al corazón de Europa después
de la Guerra de Esmalcalda.
Problemas con Inglaterra Guerra anglo-española (1585-1604)
Guerras con el Imperio Otomano Batalla de Lepanto (1571).
Expansión por el Atlántico y el Pacífico

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