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aliados al fin
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El pensamiento sobre el desarrollo ha evolucionado con los años, pero a menudo mira
hacia atrás para remodelar viejos conceptos. Vi pasar esto una y otra vez durante mis seis
años como administrador de USAID y, más recientemente, como presidente del Comité de
Ayuda al Desarrollo (CAD) de la OCDE, organismo que coordina la política entre los
principales donantes. La frase “basado en los derechos” es un ejemplo de lo anterior.
Combina una apreciación de la importancia de la sociedad civil y los derechos humanos
con el concepto más aceptado de que un gobierno responsable y eficaz es vital para un
avance constante en materia de desarrollo.
De acuerdo con informes del CAD de la OCDE, de un total actual de $125.6 miles de
millones de dólares de asistencia oficial para el desarrollo (AOD) anuales, el 10% se gasta
en asuntos de gobierno, y de éste se destina el 6% a las actividades de derechos
humanos. Este “marcador” se agregó después de la publicación del informe sobre
derechos humanos de 2008; sin embargo, en esos momentos a los Estados Unidos les
interesaba poco dicha estadística. Eso ha cambiado, y ahora los donantes, incluido el
gobierno de los Estados Unidos, realizan informes mucho más minuciosos sobre los
proyectos de derechos humanos. El sistema de seguimiento de la AOD no es perfecto, ya
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que los donantes gozan de cierto margen con respecto a lo que informan, pero es probable
que haya un mayor nivel de detalle en el futuro y que estos informes anuales se conviertan
en un importante punto de referencia para fines comparativos.
En el pasado no muy lejano, los donantes que deseaban trabajar con la sociedad civil
enfrentaban muchas dificultades para encontrar expertos en la generación de
capacidades. Las organizaciones de derechos humanos se negaban a aceptar
subvenciones para la generación de capacidades locales, y las agrupaciones democráticas
aún no estaban orientadas hacia el trabajo de desarrollo a largo plazo. La tensión entre las
organizaciones de desarrollo democrático y de derechos humanos complicaba aún más la
situación.
¿Aliados o rivales?
Thomas Carothers documentó muy bien esta tensión en un artículo titulado “Democracy
and Human Rights: Policy Allies or Rivals” (La democracia y los derechos humanos:
aliados o rivales en materia de políticas) (The Washington Quarterly, Vol. 17, Núm. 3,
verano de 1994). Carothers observó que “por definición, promover la democracia implica
promover los derechos humanos y que, a la inversa, promover los derechos humanos es
una manera de promover la democracia”. Sin embargo, por una variedad de razones
políticas e ideológicas las dos comunidades estaban en discordia. A las organizaciones de
derechos humanos les interesan las “normas legales internacionales”, escribió Carothers,
“mientras que la democracia es una ideología política”.
Fue necesario que pasara el tiempo y el fin de la Guerra Fría para que estos dos polos
comenzaran a converger. Mientras tanto, los donantes que buscaban promover el
desarrollo desde las bases tuvieron que tratar de generar capacidades con la ayuda de
herramientas muy escasas. Lo hicieron con mucha precaución, a menudo por medio de
organizaciones profesionales que tenían pocos conocimientos sobre las instituciones
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políticas y la organización comunitaria. Las organizaciones de derechos humanos
mantuvieron su distancia, y preferían denunciar abusos ante la comunidad internacional
que involucrarse directamente en la generación de capacidades.
Mientras que algunos de los gobiernos socios siguen sintiéndose amenazados por los
movimientos de la sociedad civil bien organizados y se resisten a la entrada del apoyo de
donantes externos para este tipo de agrupaciones, muchos han reconocido que las
instituciones inclusivas contribuyen a la existencia de una sociedad sana, producen
empresarios y atraen inversiones. Los gobiernos socios experimentan una presión cada
vez mayor para dar más “espacio” a las organizaciones no gubernamentales. Las
preocupaciones sobre este tema y sobre una desigualdad cada vez mayor dentro de las
sociedades son el impulso detrás del “enfoque basado en derechos”.
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La desigualdad en los países desarrollados y en vías de desarrollo está creciendo y sigue
siendo un desafío grave para el desarrollo. El Informe mundial sobre desarrollo humano de
2005 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo mencionó la “desigualdad
del acceso a los recursos y de la distribución de poder dentro y entre las naciones”. El
informe concluyó que “salvo que se corrijan estas desigualdades, los primeros principios de
la Declaración del Milenio [adoptada por las Naciones Unidas en 2001] –el compromiso
con la justicia social, la equidad y los derechos humanos – que dan vida a los Objetivos de
Desarrollo del Milenio, no se traducirán en avances en desarrollo humano”. Las
organizaciones de derechos humanos son profundamente sensibles ante estos temas.
La aprobación de los llamados Principios de París en 2005 vio un cambio del paradigma en
materia de desarrollo hacia la promoción del concepto de “responsabilidad nacional”. Las
organizaciones de la sociedad civil han comenzado a experimentar una consecuencia
inesperada de lo anterior, ya que algunos gobiernos socios comenzaron a interpretarlo
como una aprobación de su papel como algo que excluye a la sociedad civil. El CAD
ofreció un vehículo para mitigar esa preocupación. La serie de conferencias patrocinadas
por el CAD sobre la eficacia de la asistencia, que incluyó la reunión de París, culminó en
un gran encuentro internacional entre los gobiernos y la sociedad civil en Busan, Corea del
Sur, en 2011. Esta fue la oportunidad que necesitaba la sociedad civil para aclarar ese
asunto.
The Busan Fourth High Level Forum 2011, Busan, South Korea. YOPPAMS/Flickr. Some
rights reserved.
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Crear una sociedad civil plenamente capaz de hacer que el gobierno rinda cuentas y de
defender los derechos de los cuidadanos requiere de educación y capacitación. Los
donantes, la comunidad que promueve la democracia y las organizaciones de derechos
humanos han respondido a este desafío colaborando cada vez más con los gobiernos
sede para generar capacidades al nivel de las bases populares. En 2008, el Departamento
de Desarrollo Internacional del Reino Unido le otorgó a Amnistía Internacional una
subvención de cuatro años por un total de £3,149,000 (según NGO Monitor, 4 de junio de
2012). El gobierno holandés y los donantes escandinavos también han estado financiando
generosamente programas de derechos humanos para que capaciten a sus homólogos en
los países en vías de desarrollo. Y en junio de este año USAID lanzó una nueva estrategia
sobre democracia, derechos humanos y desarrollo que busca más educación en derechos
humanos, ya que la agencia hizo de los “derechos humanos un componente explícito” de
su enfoque al desarrollo democrático.
La travesía desde aquellos tiempos en los que las agencias donantes solamente
trabajaban en los sectores sociales y el crecimiento económico hasta las preocupaciones
de hoy sobre la desigualdad y los derechos de los ciudadanos no ha sido fácil. Hace tres
cortas décadas, era tan sólo a regañadientes que los gobiernos colocaban los temas de
derechos humanos en su agenda diplomática. Ahora, el vínculo entre el desarrollo y el
respeto por los derechos humanos se ha convertido en una importante norma internacional
y en una parte del diálogo internacional. Aunque tardíamente, los donantes y sus socios
están comenzando a superar su antigua renuencia a colaborar entre ellos para construir
instituciones democráticas y capacidades de derechos humanos a través de programas de
capacitación.
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