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Cargas eléctricas iguales se repelen y cargas opuestas se atraen, es un principio

de electrostática que aprendemos en la escuela. La manera en que dos cargas


eléctricas interaccionan fue descubierta en el siglo XVIII por el físico francés
Charles-Augustin de Coulomb y es equivalente a la ley de gravitación universal
de Newton para cargas eléctricas, hoy le llamamos ley de Coulomb.
Nuestra historia de misterio comienza con un dispositivo diseñado para medir
la carga eléctrica de un objeto, llamado electroscopio. Este simple aparato
consiste en dos delgadas láminas metálicas que cuelgan de una barra dentro de
un recipiente transparente. Cuando un cuerpo cargado eléctricamente se acerca
a la barra metálica, el exceso de carga eléctrica se distribuye en las láminas, las
que al cargarse del mismo signo se separan debido a la mutua repulsión
eléctrica, de acuerdo a la ley de Coulomb. Cuando el electroscopio se descarga
(al conectar la barra a tierra), las láminas pierden su exceso de carga y con ello
su mutua repulsión por lo que se juntan nuevamente. Es un aparato tan sencillo
que cualquiera puede construirlo en su casa; recuerdo haber pasado con
fascinación muchas tardes jugando con mi propio electroscopio cuando niño ya
que es lo más cercano a un truco de magia (lo recomiendo).

electroscopio

En 1785, Coulomb hizo una inquietante observación: luego de cargar un


electroscopio y aislarlo, este debería permanecer cargado (con sus láminas
separadas), sin embargo era común ver que al esperar lo suficiente las láminas
se acercan lentamente indicando que la carga eléctrica en exceso desaparece. Así
como la energía se conserva (no se crea ni destruye, sólo se transforma), la carga
eléctrica no puede desaparecer, debe ir a algún lado.
Durante el siglo XIX los fenómenos eléctricos y magnéticos condujeron a una
revolución en la física; uno de sus protagonistas fue el inglés Michael
Faraday, a quien debemos el principio básico del generador de electricidad y el
motor eléctrico (además de una impresionante lista de invenciones y
descubrimientos) que conducirían al desarrollo industrial moderno. En 1835
Faraday fabricó electroscopios con mejor aislación que los usados por Coulomb
medio siglo antes y verificó su observación de la llamada descarga espontánea
de un electroscopio. Faraday propuso que la única manera de comprender este
fenómeno era suponiendo que el ambiente debía estar rodeado de algún tipo de
flujo de partículas cargadas moviéndose por el aire que permitían la descarga
del electroscopio. Sin embargo su solución al problema no explica la naturaleza
de ese “flujo de partículas cargadas”. Electroscopios fueron llevados a profundas
minas subterráneas y túneles, donde se comprobó que allí también se producía
la descarga espontánea.
A fines del siglo XIX uno de los grandes desarrollos de la física fue el
descubrimiento de la radiactividad. En su intento por comprender el motivo por
el cual ciertos elementos químicos como el uranio o el torio emitían radiación,
en 1898 Marie Curie propuso que el cosmos estaría lleno de radiación de alta
energía que era absorbida por elementos pesados en la Tierra (como el uranio y
el torio) lo que generaba su radiactividad. Esta descripción de la radiactividad
resultó ser incorrecta, sin embargo la visionaria idea de MadammeCurie al
imaginar radiación de alta energía en el cosmos resultaría correcta por motivos
completamente diferentes.
Volviendo al electroscopio, el estudio de la radiactividad daría los esposos Curie
el Premio Nobel de Física en 1903 y no pasó mucho tiempo hasta que a alguien
se le ocurrió ver si estos elementos afectarían la descarga de electroscopio. Así
fue como el canadiense Robert Duncan descubrió que una fuente radiactiva
podría descargar rápidamente un electroscopio a través del aire, sin contacto.
Esto llevó al neozelandés Ernest Rutherford, quien más tarde descubriría el
núcleo atómico y se convertiría en el padre de la física nuclear, a proponer un
posible origen al flujo de partículas cargadas propuestas por Faraday: las rocas
de la Tierra con sus diferentes elementos producen radiactividad natural en la
forma de radiación que emanaría del suelo, se movería a través del aire y
neutralizaría la carga en el electroscopio descargándolo. Al fin había una
posible respuesta que tenía sentido. Sin embargo en física una hipótesis que
tenga sentido no es suficiente y no necesariamente es la respuesta correcta.
Otras ideas también fueron propuestas, por ejemplo, el genial Nikola Tesla
sugirió que la radiación propuesta por Faraday era producida por el Sol y llegó
incluso a patentar en 1901 un aparato que haría uso de esta radiación para
generar electricidad.
Para medir la hipotética radiación proveniente del suelo se propuso cargar un
electroscopio y medir el tiempo que demora en descargarse espontáneamente;
según la hipótesis, a mayor altura (más lejos de la Tierra) debería haber menos
radiación y por lo tanto el electroscopio se descargaría más lentamente, a menor
altura (más cerca de la Tierra) habría más radiación y el electroscopio se
descargaría más rápido. La carrera por medir esta radiación que emanaba de la
Tierra había comenzado y físicos alrededor del mundo se lanzaron a construir
electroscopios cada vez más precisos para medir su tiempo de descarga
espontánea a diferentes alturas. En Alemania el físico y sacerdote
jesuíta Theodor Wulf se hizo famoso por construir los mejores electroscopios
y además los perfeccionó para hacerlos fácilmente transportables. En 1909 Wulf
estaba de viaje en París y llevó consigo su mejor electroscopio; subió a lo alto de
la Torre Eiffel para realizar mediciones sin embargo los 300 metros de altura no
fueron suficientes para medir un cambio significativo.
Con la aviación todavía en pañales, los vuelos en globo eran la única manera de
realizar mediciones científicas a gran altura. El obvio siguiente paso sería volar
en globo llevando un electroscopio, a lo que varios valientes se arriesgaron. En
Alemania en 1909 el físico Karl Bergwitz llegó hasta una altura de 1300 metros y
Albert Gockel en Suiza llegó a los 3000 metros, pero sus mediciones no fueron
conclusivas. Incluso a esa altura la radiación parecía no disminuir, lo que tenía
de cabeza a la comunidad científica de la época.

En Italia el físico Domenico Pacini tuvo una ingeniosa idea: en vez de buscar
una gran altura para alejarse del suelo, Pacini hizo sus mediciones en un barco
al medio de un profundo lago, donde el suelo está bastante lejos (al fondo del
lago) y por lo tanto sería equivalente a hacer las mediciones a gran altura.
También llevó un electroscopio al mar en su barco. Sus resultados mostraron
que sin importar cuán lejos estuviese de la costa, el electroscopio se descargaba
de la misma forma. A la radiación parecía no importarle lo lejos que estuviese
del suelo por lo que Pacini consideró que la radiación no provenía del suelo sino
que del cielo. Convencido de que la radiación no tenía su origen en la Tierra, en
1910 Pacini estudió el posible cambio de la radiación durante el paso del cometa
Halley, sin embargo no hubo diferencia alguna y el cometa fue descartado como
una explicación.

Victor Hess

El misterioso origen de la radiación que descargaba el electroscopio no revelaba


su naturaleza tan fácilmente y muchos valientes siguieron realizando
mediciones en profundos lagos y a grandes alturas, hasta la llegada del más
obstinado de todos. En 1911 el arriesgado físico austriaco Victor Hess realizó
seis vuelos a diferentes alturas sin resultados concretos. Frustrado se dio cuenta
que a única solución parecía ser llevar un electroscopio más y más alto, sin
embargo debido a las condiciones de la atmósfera y en especial la falta de
oxígeno, viajes en globo a más de 3000 metros sin equipos especiales para la
respiración eran casi un suicidio.
En 1912, con un gran espíritu de aventura, además de pasión y curiosidad por
conocer la respuesta, Hess decidió arriesgarse y reclutó a un par de osados
viajeros: un globero y un meteorólogo. En vez de los típicos globos usados hasta
entonces, Hess tomó medidas drásticas y junto a su tripulación ascenderían en
un globo inflado con más de 1600 m³ de peligroso y altamente inflamable
hidrógeno. Además las mediciones serían realizadas con tres diferentes
electroscopios. A las 6:20 de la mañana del 7 de agosto Hess se embarcó en su
séptimo viaje, el que lo dejaría en los libros de la historia de la física. En el
ascenso Hess cargaba los electroscopios y medía el tiempo de descarga
espontánea, mientras ascendían repetía la medición una y otra vez. A las 8:30 se
encontraban a 3000 metros, 45 minutos más tarde alcanzarían los 4500 metros.
Después de cuatro horas y media de vuelo, Hess y sus instrumentos llegaron
hasta aterradores 5350 metros de altura. Con gran cuidado y dedicación, y
probablemente con una sonrisa en la cara, Hess registró cómo cambiaba la
cantidad de radiación al alejarse de la tierra. Allí comenzaron el descenso,
aterrizando Brandeburgo en las afueras de Berlín pasado el mediodía.

Victor Hess al comienzo de uno de sus famosos vuelos

Hess finalmente logró medir un cambio significativo de la cantidad radiación


con la altura, sin embargo al ver sus datos recolectados no tuvo uno de esos
ficticios momentos de gritar ¡eureka! sino que al contrario tuvo uno de esos
momentos de asombro que marcan un gran descubrimiento, los cuales van
probablemente acompañados de una fuerte interjección: Hess descubrió que a
mayor altura sus electroscopios se descargaban más rápido, es decir, mientras
más se alejaba del suelo mayor era la radiación que descargaba sus
instrumentos. Este resultado contradecía completamente la hipótesis original.
Tratando de hacer sentido a sus mediciones y de cierta manera de acuerdo a las
ideas de Pacini, Victor Hess se arriesgó a anunciar que la radiación que
descarga los electroscopios no proviene de abajo sino que de arriba,
esta radiación compuesta por las partículas cargadas propuestas por
Faraday no tendría su origen en la Tierra sino que vendrían del
cosmos y bombardearían continuamente nuestra atmósfera.Hess
había descubierto la existencia de una radiación cósmica y tenía los datos
experimentales que lo demostraban. La hipótesis y los resultados de Hess
fueron después confirmados independientemente por muchos otros arriesgados
físicos que volaron hasta más de 9000 metros, mostrando que la intensidad de
la radiación seguía aumentando con la altura.
Con el descubrimiento de esta radiación cósmica Hess se convirtió en una
celebridad aunque generaba también muchas preguntas: ¿de dónde proviene
esta radiación? ¿qué es esta radiación, son partículas de luz o de materia? ¿cuál
es su energía? Mirando al cielo, la fuente más obvia era el Sol y la hipótesis de
Tesla comenzó a popularizarse. El mismo Hess se arriesgó en peligrosos viajes
en globo durante la noche para poner a prueba esta hipótesis, demostrando que
la radiación era la misma día y noche. Más tarde y volando en globo durante un
eclipse solar Hess confirmó que el Sol no podía ser la fuente de la intensa y
energética radiación del cosmos, su origen seguía siendo un misterio.

Robert Millikan

Aunque el descubrimiento y estudio de la radiación cósmica se realizaba


principalmente en Europa, la Primera Guerra Mundial impidió gran parte de la
cooperación internacional entre científicos y en Estados Unidos un afamado
físico experimental comenzó a ganar protagonismo. Después de la Primera
Guerra el estudio de la radiación cósmica se trasladó a EEUU, donde Robert
Millikan era un reconocido físico experimental por su medición de la carga
eléctrica del electrón. Millikan era un ferviente defensor de la naturaleza
ondulatoria de la luz y por años criticó el concepto de fotón introducido por
Einstein en 1905. Tanto era su descontento con la idea de corpúsculos de luz
que se dedicó a realizar muchos experimentos para demostrar que la fórmula
del efecto fotoeléctrico de Einstein era errónea. Al contrario, Millikan demostró
que la fórmula de Einstein está en completo acuerdo con los experimentos. La
ironía es que con esto Einstein obtuvo el Premio Nobel en 1921 y Millikan
el Premio Nobel en 1923. Millikan tenía una gran influencia política y mediática,
era también el director del importante Laboratorio de Física del Instituto
Tecnológico de California (Caltech) por lo que esta institución se convirtió en
uno de los polos de estudio de la radiación cósmica. Cuenta la leyenda que
Millikan repitió muchos de los experimentos de Hess y Pacini sin mencionarlos
por lo que se llevó mucho del crédito, aunque sus resultados eran conocidos en
Europa 10 años antes.
Usando la reciente tecnología de transmisión de datos de la época, Millikan
desarrolló electroscopios que podían volar en globos a gran altitud sin necesidad
de personas realizando la medición. Así llegó hasta 15.000 m de altura donde
encontró sólo un 25%
de la radiación reportada por Hess. Con su característico estilo, en la reunión
anual de la Sociedad Americana de Física (APS) en 1925 anunció sus resultados
indicando que la radiación cósmica no existía; con toda la autoridad de un
poderoso y respetado físico experimental que acababa de ganar el Premio Nobel
refutó la idea de Hess señalando: “toda esta radiación tiene un origen local”.
Esta declaración generó mucho impacto, pocos se atrevían a contradecir a una
eminencia como Millikan. Su principal detractor fue Arthur H. Compton, un
brillante físico experimental que dos años más tarde (en 1927) recibiría
el Premio Nobel por el descubrimiento del efecto que lleva su nombre y que
confirmó la naturaleza corpuscular de la luz propuesta por Einstein. Este
descubrimiento constituyó evidencia concreta de que la luz tiene propiedades de
onda y de partícula, por lo que Compton y sus experimentos jugaron un rol
fundamental en el establecimiento de la física cuántica. En la famosa imagen del
Congreso de Solvay de 1927 aparece sentado detrás de Einstein.
Millikan siguió realizando experimentos a grandes alturas que lo llevaron desde
profundos lagos en California hasta la cordillera de Los Andes en Bolivia. Más
tarde cambiaría drásticamente de opinión: repitiendo los experimentos de
Pacini bajo el agua concluyó que debería existir una radiación en toda la
atmósfera a la que llamó rayos cósmicos(término usado hasta hoy). A pesar
de haber re-descubierto la radiación conocida desde la medición de Hess en 1911
y repitiendo los experimentos de Pacini, Millikan le hizo tanta publicidad a “su
descubrimiento” que los medios de la época en EEUU se referían a “los rayos de
Millikan” así como hoy los medios hablan de partículas divinas.
En 1928 los medios se deleitaban publicitando los energéticos “rayos de Millikan”

En Europa, Hess y Pacini muy molestos escribieron varios artículos tratando de


recuperar el crédito que con esfuerzo habían ganado una década antes y que
ahora les quitaban desde el otro lado del Atlántico.
Millikan en portada

En EEUU los medios celebraban este “triunfo de la ciencia estadounidense” y el


“descubrimiento” llevó a Millikan hasta la portada de la afamada revista Time.
Esta controversia generó varios artículos y cartas en los que se intentaba aclarar
que los resultados de Millikan simplemente confirmaban el descubrimiento de
Hess y los varios valientes que siguieron sus pasos en peligrosos vuelos en globo
a gran altura. Mientras, Millikan contaba a los medios sus aventuras acarreando
equipos científicos para realizar sus mediciones en Los Andes, en profundos
lagos en California y con globos en Texas.
Volviendo a la física, Millikan no sólo bautizó a los rayos cósmicos, también se
atrevió a formular que éstos no son partículas de materia y defendía la idea de
que los rayos cósmicos eran simplemente rayos gamma, es decir, fotones de alta
energía y no partículas cargadas. Varios años pasaron antes de confirmar la
naturaleza de los rayos cósmicos ya que si Millikan decía que eran fotones,
entonces debían ser fotones. Si se trataba de rayos cósmicos Millikan tenía la
última palabra.

Ajeno al mundo de los rayos cósmicos, un estudiante de Rutherford


llamado Hans Geiger trabajaba en física nuclear. Ante la necesidad de
distinguir partículas cargadas eléctricamente en su laboratorio, el maestro le
encargó a su pupilo construir un detector especial. Más tarde Geiger perfeccionó
este detector junto a Walther Müller, su primer estudiante. Juntos inventaron
un dispositivo para detectar partículas cargadas. Este es el famoso contador
Geiger-Müller que se usa hasta nuestros días y que emite el característico
sonido cuando detecta radiación ionizante. Este invento fue una sensación
inmediata y comenzó a usarse en laboratorios alrededor del mundo. En 1929 se
confirmó que los rayos cósmicos activaban el contador Geiger, lo que permitió al
fin confirmar que deberían ser partículas de materia con carga eléctrica y no las
partículas de luz (fotones) que Millikan defendía apasionadamente. Al mismo
tiempo, el ruso Dmitri Skobeltsyn se dedicó a estudiar rayos cósmicos
usando una cámara de niebla y observó que la trayectoria de los rayos cósmicos
se curva en la presencia de un campo magnético, prueba irrefutable de que
poseen carga eléctrica (y por lo tanto no son fotones). Skobeltsyn también
observó que algunos electrones se curvaban en la dirección opuesta a la
esperada, como si tuviesen carga positiva pero lamentablemente interpretó esto
como un error experimental probablemente debido a que

el campo magnético estaba al revés (esta


erróneainterpretación le costó el Premio Nobel). Estas observaciones serían
suficientes para resolver el misterio, pero muchas veces la física avanza gracias a
los incansables cuestionamientos de gente muy testaruda e inteligente como
Millikan. Siendo un hueso duro de roer y con orgullo por su hipótesis, Millikan
aceptó la evidencia presentada sin embargo planteó una interesante idea: si los
rayos cósmicos tuviesen suficiente energía entonces producirían nuevas
partículas al colisionar con los átomos de la alta atmósfera, por lo tanto lo que
observamos en todos estos experimentos terrestres no es el rayo cósmico inicial
(llamado primario) sino que las partículas creadas en la colisión entre el
primario y núcleos atómicos en la atmósfera. Así Millikan introdujo el concepto
de lluvia de partículas secundarias (particle showers) que serían lo que se
mide en experimentos en la superficie de la Tierra. Esta idea se usa hasta hoy y
sirve como principio básico de los experimentos en el LHC que detectan la lluvia
de partículas creadas al colisionar protones. Curiosamente, Georges
Lemaître, famoso por sus estudios en cosmología, se interesó en los rayos
cósmicos porque pensaba que eran los restos de la explosión que habría dado
origen al Universo. Esta idea es incorrecta, pero su historia es muy interesante.
Millikan sabía que ir al espacio para realizar mediciones no era una opción
realista en esos años por lo que mantuvo su postura de que los rayos cósmicos
primarios podrían ser partículas de luz y no partículas de materia con carga
eléctrica. Ante esta insistencia, Arthur H. Compton, ahora con la autoridad
que le daba tener un Premio Nobel (1927)bajo el brazo, desafió a Millikan al
proponerse confirmar si los rayos cósmicos tenían carga eléctrica. La gran
dificultad era la presencia de la atmósfera que hace difícil el estudio del rayo
cósmico primario. Compton tuvo la idea de escalar el experimento de
Skobeltzyn y en vez de imanes usaría el campo magnético creado por la Tierra,
el cual se extiende más allá de la atmósfera.
Arthur H. Compton feliz realizando experimentos al aire libre

La hipótesis de Compton era que si los rayos cósmicos primarios tienen carga
eléctrica entonces serían desviados por el campo magnético terrestre, que es
más intenso en los polos y más débil en el ecuador. Compton propuso buscar
cómo cambia la intensidad de los rayos cósmicos a diferentes latitudes del
planeta, para lo que en 1930 organizó una serie de expediciones, decenas de
físicos realizaron mediciones alrededor del mundo. El resultado fue el
pronosticado por Compton: en los polos la radiación cósmica es mayor que en el
ecuador. El físico italiano Bruno Rossi y Compton (de manera independiente)
propusieron también la hipótesis de que si los rayos cósmicos poseen carga
positiva se observarían más llegando desde el oeste que del este, debido a la
influencia del campo magnético terrestre. Esta
asimetría este-oeste fue también observada, confirmando que los rayos
cósmicos son partículas de materia con carga eléctrica, principalmente positiva.
Los experimentos daban la razón a Compton sobre Millikan, y la revista Time lo
celebró con otra portada, esta vez mostrando a un triufante Compton con un
detector de rayos cósmicos en sus manos.
Con el reciente desarrollo de la física nuclear, ahora los físicos contaban con una
fuente gratuita de radiación de alta energía para sus experimentos. Ya no serían
necesarios los arcaicos tubos de vacío o fuentes radiactivas para bombardear
muestras con iones y la física de rayos cósmicos dio origen a lo que hoy
llamamos física de partículas. El rápido desarrollo, los muchos experimentos
y la participación de lumbreras como Millikan y Compton atrajeron a muchos de
los grandes experimentales de la época a trabajar en rayos cósmicos. Robert
Millikan, quien finalmente aceptó que los rayos cósmicos (como él mismo los
había bautizado) eran partículas cargadas y no partículas de luz, siguió con sus
estudios así como la formación de nuevas generaciones de científicos. Uno de
sus estudiantes de doctorado llamado Carl Anderson se dedicó a estudiar
cuidadosamente las propiedades de los rayos cósmicos, en particular su masa y
carga eléctrica. En 1930, año en que Wolfgang Pauli propuso el neutrino,
Anderson tenía sólo 25 años y encontró, igual que Skobeltsyn años antes, que en
un campo magnético rayos cósmicos con una masa similar a la del electrón se
curvaban en la dirección opuesta a la esperada, como si fuesen electrones
positivos. Sin embargo ante el temor de arruinar su carrera, Anderson prefirió
no anunciar lo que parecía una nueva y exótica partícula y siguió estudiando sus
propiedades cuidadosamente.
Trayectoria del primer positrón registrada por Anderson 1932.

En 1932 armado con una cámara de niebla en un campo magnético logró


capturar un rayo cósmico con una trayectoria casi idéntica a la de un electrón
(es decir con la misma masa) pero que se curvaba en la dirección opuesta, esto
es una prueba irrefutable de la existencia de una nueva y exótica partícula
similar al electrón pero con carga positiva: el positrón, la primera partícula de
antimateria observada en la Tierra. El positrón (a veces llamado anti-electrón)
había sido predicho por las matemáticas de Paul Dirac como una consecuencia
de combinar la naciente mecánica cuántica con la relatividad especial de
Einstein (ver ¿Qué es la antimateria?). En 1936 Victor Hess obtuvo el crédito
que tanto merecía al recibir el Premio Nobel por el descubrimiento de los
rayos cósmicos junto a Carl Anderson por el descubrimiento del
positrón.

Más tarde en 1936, el mismo Anderson descubrió otra partícula, esta vez similar
al electrón pero más masivo al que hoy llamamos muón. Varias nuevas
partículas fueron descubiertas estudiando rayos cósmicos, incluyendo los piones
(1947), kaones (1949) y otras que preservaron sus nombres como letras griegas:
Lambda (1949), Xi (1952) y Sigma (1953). Los muones descubiertos por
Anderson pueden observarse con otro montaje que puede realizarse en casa.
Hace poco Symmetry Magazine publicó una guía para contruir una cámara de
niebla casera que permite ver las estelas dejadas por muones creados por rayos
cósmicos. El artículo ha sido traducido en Ciencia Kanija, por lo que no hay
excusas para no construir un detector de partículas en casa para ver las trazas de
los muones que nos “llueven” continuamente del cielo.
Por otro lado los físicos de partículas contaban con una nueva herramienta
inventada por Ernest Lawrence en Berkeley en 1930: el ciclotrón. Aunque su
primer acelerador de partículas podía sostenerse en la mano, estos aparatos
crecieron rápidamente proporcionando haces de partículas con menos energía
que los rayos cósmicos pero en un ambiente mucho más controlado. Lawrence
educó a un ejército de físicos y técnicos que llevaron a la física de partículas
desde experimentos en una mesa a colosales aceleradores que dieron origen a la
Gran Ciencia.

Evolución del ciclotrón

Esto produjo una migración de físicos experimentales a esta nueva disciplina,


los rayos cósmicos tenían mayor energía pero su fuente no podía controlarse
contrario a los precisos experimentos que podían realizarse con los cada vez más
poderosos aceleradores de partículas. En ambas disciplinas, rayos cósmicos y
física de partículas, comenzaron a descubrirse más y más nuevas partículas
llevando a un zoológico de partículas que comenzó a preocupar a los teóricos
que debían explicar las muchas partículas que nadie esperaba.

Algunos entusiastas siguieron estudiando rayos cósmicos, en especial el


francés Pierre Auger quien estaba intrigado con la idea de las lluvias de
partículas secundarias sugeridas por Millikan. Varios experimentos mostraban
que al colisionar con átomos en la atmósfera, nuevas partículas serían creadas
las que se desintegrarían rápidamente en otras, generando así una cascada de
partículas repartiéndose la energía del rayo cósmico inicial. La física de estas
lluvias de partículas resultó bastante compleja y varios de los jóvenes genios de
la época como J. F. Carlson, J. Robert Oppenheimer (sí, Oppie), Homi Bhabha,
W. Heitler y Hans Bethe desarrollaron las matemáticas necesarias para su
estudio teórico y experimental.
Pierre Auger

Pierre Auger obtuvo su doctorado en 1926 estudiando el efecto fotoeléctrico y se


hizo conocido por descubrir una extraña emisión de electrones en materiales los
que hoy se denominan electrones de Auger. Lamentablemente el crédito debería
ser para Lise Meitner, quien descubrió el mismo fenómeno años antes; otra
injusticia en contra de la gran Meitner, que se suma a su merecido Premio
Nobel que nunca recibió a pesar de las 48 nominaciones recibidas por el Comité
Nobel.
Estudiando rayos cósmicos, Auger descubrió que dos contadores Geiger
separados por unos metros se activaban simultáneamente con el paso de un
rayo cósmico. Dado que un único rayo cósmico no podía activar ambos
detectores, Auger interpretó esto inicialmente como una simple coincidencia,
sin embargo al medir este efecto una y otra vez Auger se dio cuenta que esto no
era un fenómeno aislado e imaginó que estos dos rayos cósmicos tenían un
origen común. Auger luego imaginó que si un conjunto de varios detectores se
distribuyen separados por unos metros la energía medida por cada uno podría
después sumarse para reconstruir la energía del rayo cósmico inicial (primario).
Para su sorpresa, Auger encontró que detectores separados incluso cientos de
metros seguían detectado coincidencias por lo que las lluvias de partículas
secundarias debían ser enormes depositando su energía en áreas muy extensas.
La idea de Auger capturó la atención de la comunidad científica y siguiendo este
principio varios conjuntos de detectores comenzaron a construirse en todo el
mundo. Auger no sólo proporcionó un método para reconstruir las reacciones
en la atmósfera, también encontró que muchos rayos cósmicos podían llegar a
tener energías extremadamente altas, energías que jamás podrían reproducirse
en un laboratorio (hasta nuestros días, incluso las colisiones de protones en el
LHC parecen de juguete al lado rayos cósmicos ultraenergéticos que colisionan
con la atmósfera). Esta energía sería distribuida entre las muchas partículas
secundarias, sin embargo aún así muchas de estas partículas cargadas se
moverían a velocidades formidables, incluso más rápido que la luz en agua o en
el aire. Esto fue un descubrimiento sensacional ya que en 1934 los rusos Pavel
Cherenkov, Igor Frank e Ilya Tamm habían demostrado que cuando una
partícula cargada se mueve más rápido que la luz en un medio como el agua se
emite un tipo especial de luz que permitiría determinar su trayectoria, energía y
muchas propiedades que los físicos quieren medir (ver La majestuosa radiación
de Cherenkov). De esta forma, combinando las ideas de Auger y Cherenkov,
nacieron los conjuntos de decenas de detectores hechos con tanques de agua
(llamados Water Cherenkov detectors) distribuidos en grandes areas para medir
varias componentes de la lluvia de partículas y reconstruir el rayo cósmico
primario.

representación artística de una lluvia de partículas sobre un conjunto de detectores

En 1952 el conocido productor Frank Capra produjo un entretenido corto para


niños sobre la historia de los rayos cósmicos (al menos su primeros 50 años).
Narrado en la forma de una historia de misterio la audiencia que cuestiona esta
historia de detectives es nada más y nada menos que Edgar Alan Poe, Charles
Dikens y Dostoyevsky (en forma de marionetas). El video incluye varias
demostraciones, incluyendo una genial escena mostrando la descarga de un
electroscopio con un trozo de uranio natural. Aunque está diseñado para niños,
me hizo pasar un muy buen rato y gracias a Dostoyevsky las carcajadas están
garantizadas (lamentablemente está en inglés, aunque tiene subtítulos).
Los rayos cósmicos constituyen mensajeros cósmicos que nos traen noticias de
remotas zonas del universo, su carga eléctrica permitió identificar la mayoría de
sus propiedades, sin embargo esto es también un problema. Nuestra galaxia está
repleta de complicados campos magnéticos que desvían las trayectorias de los
rayos cósmicos, por lo tanto no es posible trazar su fuente original. Sólo los
rayos cósmicos de más alta energía (llamados ultraenergéticos o UHECR por su
sigla en inglés) son los que menos se ven afectados por estos campos magnéticos
galácticos sin embargo los UHECR son muy escasos. Pierre Auger concluyó que
la única manera de observar estos escasos UHECR y con ello aspirar a conocer
sus fuentes era construyendo un conjunto de detectores abarcando miles de
metros cuadrados de superficie, sólo así podría desarrollarse la astronomía de
rayos cósmicos. Así aparecieron los observatorios de rayos cósmicos, los
que siguiendo la idea de Auger están formados por muchos detectores
distribuidos en grandes superficies. Algunos de los más importantes han sido el
observatorio Volcano Ranch que funcionó en los años 50 en EEUU, el
experimento Haverah Park en el Reino Unido con una superficie de 12 km² que
funcionó entre 1967-1987 y el observatorio KASCADE en Alemania (a sólo
metros del experimento KATRIN) que ha desarrollado nuevas tecnologías de
detección.
KASCADE en Karlsruhe, Alemania

De histórico interés es un rayo cósmico que activó los detectores operados por la
Universidad de Utah en una base militar en medio del desierto. La madrugada
del 15 de octubre de 1991, el conjunto de detectores llamado Fly’s Eye observó
un rayo cósmico con una energía de 320 exa-electronvoltios, esto es millones de
veces más energéticos que los protones que colisionan en el LHC. Este es hasta
la fecha el récord de energía observado y hace poco la revista Quanta
Magazine le dedicó un excelente artículo: “The Particle That Broke a Cosmic
Speed Limit.”
En el sigo XXI la física de rayos cósmicos está más vigente que nunca, hoy no
sólo se estudian las lluvias de partículas secundarias en varios conjuntos en la
superficie, detectores de rayos cósmicos también han sido instalados en satélites
e incluso en la Estación Espacial Internacional, como es el caso del
moderno experimento AMS-02. Siguiendo la idea de Auger, enormes conjuntos
de detectores miden las propiedades de rayos cósmicos en los observatorios
YangBaJing en el Tibet (China) y Telescope Array en el desierto de Utah
(EEUU). Hace algo más de una década, líderes de este campo se unieron para
formar una gran colaboración internacional con el objetivo de construir el más
grande observatorio de rayos cósmicos, el que se terminó de construir en 2003
en la pampa argentina. Con 1600 detectores separados 1.5 km, este colosal
instrumento cubre una superficie de 3000 km² y fue apropiadamente bautizado
como Observatorio Pierre Auger.
Uno de los 1600 tanques de agua con detectores del Observatorio Pierre Auger

En sus más de 10 años en funcionamiento ha permitido el estudio de muchas


otras propiedades, su composición así como detectado algunos de los más
energéticos rayos cósmicos. Este observatorio sigue recolectando datos y sólo
hace unos días se ha aprobadouna extensión con nuevas tecnologías por lo que
habrá Observatorio Pierre Auger al menos hasta el año 2025. El observatorio
produjo un excelente video sobre los rayos cósmicos, su importancia y el trabajo
que realizan en la pampa argentina llamado Voces del Universo.
En 2011 se celebraron los 100 años del descubrimiento de los rayos cósmicos;
llevamos más de un siglo interrogando estas energéticas partículas que
bombadean nuestro planeta continuamente sin embargo su origen es todavía un
misterio. Claramente nos queda mucho por aprender de estos mensajeros del
cosmos imaginados hace más de un siglo por la joven Marie Curie.

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Imágenes: American Physical Society, CERN, NobelPrize.org, KASKADE,
Observatorio Pierre Auger.

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