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Los desheredados del Cerro Blanco

Siempre que se habla del hombre de las cavernas, nuestra imaginación nos hace recordar
las fabulosas historias tejidas alrededor de las razas primitivas que huían de las fieras y
se guarecían en las grutas y cavernas de los cerros para formar entre sus tinieblas el
hogar de esa existencia prehistórica… Toda aquella primitiva suposición, la hemos vivido
en el Cerro Blanco, en las vecindades del Cementerio General, a donde han ido a esconder
su miseria los arrojados del paraíso de las salitreras, de la vida exuberante de los campos
y de la actividad febril de las industrias. Como aquellos que luchaban con las fieras y se
ocultaban de los tigres en las grutas, éstos han arañado la piedra blanda y blanquecina
para formarse sus grutas y socorrerse de las inclemencias de estas noches de otoño y
para abrigarse con la irradiación de calor que despide la piedra después verla recibido
del sol.
El egoísmo de nuestra civilización moderna, obliga a infinidad de seres a poner en
práctica la imaginación de los sabios y a procurarse abrigo entre los matorrales o en la
cueva dejada por un tiro de dinamita que algún minero iluso disparo en la creencia de
que hallaría una veta de precioso metal. Y ahí están viviendo su existencia con el
panorama de un cementerio ante sus ojos, que les hará recordar las miserias de las
vanidades humanas, mientras sus estómagos aguijonearan los sentidos para renegar de
la sociedad que los lanzó a vivir sin un techo y con la mano extendida para comer de la
caridad pública. Así como los puentes sobre el Támesis, en Londres, albergan toda la hez
de aquella capital, los cerros de Santiago son los que han recibido a la mayoría de los
cesantes, porque ahí encuentran abrigo y en donde, alejados de la sociedad, dan libre
curso a su vida y a sus amargas protestas de miseria.
Santiago de Chile, 7 de mayo de 1932, Edición 1420, Editorial Zig-Zag, p. 24-25

Higienización de los cesantes.


“Los cesantes del Cerro Blanco son bañados y afeitados, repartiéndoseles
después vestuario.-enseguida una gran parte de ellos, fue distribuida en las obras
camineras de la provincia de Santiago·… En las canteras abandonadas del Cerro Blanco y
en los lugares que pueden presentar amparo para el frio nocturno, se habían refugiado
alrededor de 500 cesantes, aquellos que estaban más afectados por la miseria y cuyas
ropas eran verdaderos andrajos. Durante las visitas practicadas al Cerro Blanco por los
funcionarios de la Oficina de Cesantes y por jefes de Carabineros, se pudo constatar la
forma desaseada y miserable en que allí se vivía, al mismo tiempo que la promiscuidad
vergonzosa que se llevaba en la vida de aquella colectividad de individuos…Ante aquel
cuadro de miseria, se arbitraron rápidas medidas tendientes a evitar el desarrollo de
enfermedades contagiosas que ya manifestaban claramente sus signos en muchos de los
habitantes del Cerro Blanco, al mismo tiempo que se comprobó la necesidad de levantar
el estado higiénico de aquellas personas, todas las cuales demostraban las
características de estar invadidos por toda suerte de parásitos. En esta situación, la
Oficina de Cesante ordeno el traslado de todos estos cesantes hasta la Casa de Limpieza,
donde fueron sometidos a una especial higiene, siendo todos bañados, afeitados y
haciéndoseles un corte general de pelo… a fin evitar que las personas que iban en tal
estado de miseria continuaran en aquel estado, después de la higienización de sus
personas, fueron obsequiadas con buenos trajes y camisetas… limpios y afeitados los
cesantes fueron trasladados en camiones especiales a la Cuesta de la Pataguilla y otras
obras públicas de la provincia de Santiago. Todos llevados con un salario determinado y
bajo el control de la Dirección del Trabajo.
Santiago de Chile, 7 de mayo de 1932, Edición 1420, Editorial Zig-Zag, p. 42-43
El sueño de la miseria y el hambre.
“El sueño es dulce cuando el corazón está libre de preocupaciones, cuando el cerebro está
libre de preocupaciones puede hilvanar frescas imágenes y hacer que la existencia
navegue por mundos lejanos e invisibles a nuestras pupilas; pero, cuando sobre el cuerpo
y el espíritu hay dolores e intensas amarguras, dormir resulta afirmar mas la tristeza y
cavar más hondas fosas adentro del corazón. El sueño de la miseria es lúgubre y
constante pesadillas, de sobresaltos que rompen las bellas imágenes, de desencantos que
apagan la canción de gozosos afluvios que vienen desde la orilla legendaria de lo
impalpable. Esos hombres dormidos en las calles, acunados por el bullicio y el estruendo,
aquellos que no saben del lecho muelle ni de la almohada de tibias lanas, por muy
miserable que sean, por muy maltratados que estén por la vida, deben tener pequeños
deslumbramientos mientras están con los ojos dormidos; pero, sin embargo, secretas
inquietudes deben morderles el alma, como a los asesinos en el rigor de sus celdas o a los
bandoleros en su lecho de agrestes expiaciones”.
El sueño de los que tienen hambre es el peor de todos los sueños. Ese sueño en que
hay una voz superior a toda otra que grita desesperadamente adentro del pecho,
pidiendo lo que al cuerpo le es indispensable. Los hombres dormidos en las calles y los
parques, las mujeres abandonadas y los niños harapientos, tienen sueño doloroso y
agudo como un puñal acerado. Sueño cargado de espejismo y de fiabres, de cansancio y
fatigas, de rotas ilusiones de nuestra patria.
Esos son los seres que hoy duermen en los parques, en las calles de Santiago y de las
provincias, como los ebrios o los vagabundos. Sin embargo, esa gente ha sido y puede ser
laboriosa; ero, mientras tanto solo el dolor llevan a cuestas, el peor de todos los dolores:
el hambre, que aguijona las entrañas aun durante el sueño y que dibuja en los rostros
espectrales tatuajes.
Santiago de Chile, 2 de enero de 1932. Edición 1402, Editorial Zigzag.

El Ropero del Pobre.


“Pocas obras de mayor transcendencia en este tiempo de miseria, se ha organizado en
Chile que el Ropero del Pobre, institución destinada a recoger, confeccionar y distribuir
ropa para los más necesitados. Para este noble fin se ha habilitado el edificio fiscal
existente en la calle Nataniel esquina Alonso Ovalle, donde se ha instalado una gran sala
de costura, en la cual trabaja un gran número de distinguidas damas y niñas de nuestra
sociedad”… “En las demás reparticiones del amplio edificio, hay otras salas de costura,
locales, donde se guarda la ropa que es recogida diariamente por el camión recolectador
en todos los barrios de la ciudad y la cual es sometida a un prolijo aseo y, luego, reparada
y arreglada en forma que sea útil para los numerosos menesterosos que hoy ambulan por
las calles de la ciudad”…”Este taller está organizado en forma admirable,
desarrollándose una labor constante por parte de las 200 damas de nuestra sociedad que
participan en tan piadosas labores… las cercanías del invierno, hacen más importantes la
labor del Ropero del Pobre. Ya sabemos que el número de gente sin trabajo y sin hogar es
enorme a cada paso encontramos niños desnudos y madres sin medios de poder
proporcionárselos. Hacia ellos ira el Ropero del Pobre, cubriendo la desnudez y la miseria
y atenuando los rigores de las largas noches de los vagabundos, bajo el frio y la lluvia”…
Zig-Zag. Santiago: Zig-Zag, Edicion 1421, (14 mayo 1932)
El impacto económico de la Gran Depresión en Chile.
“América latina y, Chile en particular, fueron áreas afectadas por la Depresión. Los
precios de las materias primas exportadas por América Latina cayeron de una manera
verdaderamente dramática y en este aspecto ningún país latinoamericano permaneció
inmune. También cayeron los precios de las mercaderías importadas, por la declinación
de la demanda mundial y por la disminución de los costos, circunstancias ambas que
produjeron una doble restricción en el valor unitario de las mercaderías que se vendían a
América Latina. Sin embargo, los precios de las importaciones cayeron, en general, ni tan
rápido como los precios de las exportaciones; además, los términos de intercambio
cayeron agudamente para todos los países latinoamericanos. Mientras que todos estos
países sufrieron una caída en el precio de las materias primas que exportaban, el
volumen de sus ventas de exportación disminuye notoriamente. Los países
sudamericanos que fueron más perjudicados en este sentido fueron los que
experimentaron una caída severa en el precio y en el volumen de sus exportaciones.
Dentro de este grupo encontramos a Bolivia, Chile y México, cuyas economías estaban
dominadas por la exportación de minerales. Estos países sufrieron la declinación más
aguda en el poder de compra de sus exportaciones. En el caso de Chile, la caída en un 83
por ciento en el poder de compra de sus exportaciones, fue la más grande registrada en
América Latina en toda su historia en un periodo tan corto de tiempo, y fue una de las
más severas en el mundo”.
Alejandro Soto Cárdenas, Influencia Británica en el Salitre (Origen, Naturaleza y
Decadencia) Editorial de la Universidad de Santiago de Chile, página 423.

Las causas de la Crisis salitrera chilena en 1920.


“Diversas naturalezas explican la situación de la crisis del salitre en Chile situación. En
primer lugar, hay que mencionar la decadencia de esta actividad como tal, debido al
agotamiento de los caliches de alta ley y a la invención del salitre sintético por los
alemanes en la Primera Guerra Mundial. En segundo lugar, hay que referirse al
desarrollo de los sentimientos nacionalistas en Chile que ya no toleraban el predominio
extranjero en una actividad económica que era tan vital para este país. En tercer
término, tenemos la presión ejercida por inversionistas yugoslavos y norteamericanos
que disputaron a los británicos la hegemonía que hasta entonces habían tenido en esta
actividad minera y que terminaron por suplantarlos a pesar del nacionalismo chileno.
Finalmente, hay que recordar el movimiento obrero chileno que dejo en claro ante la
opinión pública y el gobierno de Chile los aspectos odiosos del dominio británico en la
minería salitrera”.
Alejandro Soto Cárdenas, Influencia Británica en el Salitre (Origen, Naturaleza y
Decadencia) Editorial de la Universidad de Santiago de Chile, página 158.

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