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RESUMEN:
La historia de la Argentina está marcada por la intolerancia respecto de los que
piensan diferente. El retorno a la democracia, en 1983, cambió parcialmente este esce-
nario de intolerancia. Sin embargo, existe todavía una problemática tendencia a utilizar
el derecho penal para perseguir a quienes expresan ideas que escandalizan, irritan u
ofenden. Siguiendo la jurisprudencia de la Corte Suprema de Estados Unidos, este artí-
culo propone que los tribunales controlen estrictamente las regulaciones dirigidas con-
tra determinadas ideas en particular. Además el artículo delinea los aspectos fundamen-
tales de este control. Resulta esencial que los ciudadanos puedan discutir cuestiones
delicadas y trascendentes como el aborto, la inmigración, el terrorismo y las creencias
religiosas sin quedar sometidos a un proceso penal.
ABSTRACT:
Argentine history is marked by serious acts of intolerance against those with dif-
ferent views. The return to democracy, in 1983, has partially changed this culture of
intolerance. However, there is still a problematic tendency to resort to criminal law to
punish and silence those who offend, shock or disturb. Based on the U.S. Supreme
Court’s decisions, this paper argues that Courts should scrutinize closely content-based
laws that punish the expression of a particular idea. The paper further delineates the
main aspects of such scrutiny. It is essential that citizens be able to discuss delicate and
important issues such as abortion, immigration, terrorism and religious beliefs without
being subject to criminal proceedings.
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1.- INTRODUCCIÓN
4 Véase, por ejemplo, Corte Suprema de Justicia de la Nación, 7/7/1992, “Ekmekdjian, Miguel Ángel c/
Sofovich, Gerardo y otros”, considerando n° 12, La Ley 1992-C-543; Corte Suprema de Justicia de la Nación,
20/8/1998, “Locche, Nicolinio c/ Míguez, Daniel A. y otros”, considerando n° 11, La Ley 1998-E-542.
5 Cfr. Emerson, Thomas I., The system of Freedom of Expression, Random House, New York, 1970, p. 9.
6 Abrams v. United States, 250 U.S. 616, 630-631 (1919).
7 Cfr. Bollinger, Lee y Stone, Geoffrey, “Dialogue”, en Bollinger, Lee y Stone, Geoffrey (eds),
Eternally vigilant, The University of Chicago Press, Chicago, 2002, p. 30.
8 Sánchez González, Santiago, La libertad de expresión, Marcial Pons, Madrid, 1992, p. 16.
9 Cfr. Schauer, Frederick,Free Speech: A Philosophical Enquiry, Cambridge University Press,
Cambridge (Massachussets), 1982, p. 81.
10 Cfr. Villaverde Menéndez, Ignacio, “Introducción histórica a las libertades de información y expre-
sión”, en Las libertades de información y expresión: Actas de las VII Jornadas de la Asociación de Letrados
del Tribunal Constitucional, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2002, p.19.
–la política oficial– se servía de las leyes penales y de la cárcel para disuadir a los crí-
ticos”11. La reivindicación de la libertad de expresión apuntó a proteger al disidente polí-
tico, de forma tal que “quien pensara y expresara su pensamiento no temiese al castigo
por su disidencia”12. En este sentido, se ha sostenido que la libertad de expresión con-
sagra el principio de la anti-ortodoxia, según el cual cada persona debe poder expresar-
se libremente, sin miedo a que sus creencias sean consideradas contrarias a una verdad
oficial, establecida por el gobierno13. De esta manera, la libertad de expresión tutela
especialmente al disidente, a los desaventajados, a los oprimidos14. Como observa
Shiffrin, el símbolo por excelencia de la libertad de expresión es el disidente, el pros-
cripto, el paria, el que se aparta de la ortodoxia15.
En otras palabras, el reconocimiento de la libertad de expresión busca evitar que
el Estado restrinja el libre intercambio de ideas y opiniones, característico de una socie-
dad abierta. Ello no significa que el Estado deba ser ideológicamente neutral16. El
Estado puede válidamente difundir sus valores e implementarlos. Lo que no puede es
imponer verdades ideológicas oficiales y castigar al que piensa distinto.
Es en este marco que debe interpretarse el derecho de toda persona a difundir sus
ideas por la prensa sin censura previa –consagrado en el art. 14 de la Constitución
Nacional– y el derecho a la libre difusión de opiniones e ideas de toda índole reconoci-
do en los tratados de derechos humanos que gozan de jerarquía constitucional17. De con-
formidad con estas disposiciones, el Estado no puede castigar o molestar a una persona
por sus ideas u opiniones.
ca18. Como sostiene Dworkin, toda persona tiene el derecho a participar en el proceso
de formación del medio ambiente moral y político de una sociedad determinada19. En
otras palabras, toda persona tiene derecho a tratar de “influir sobre la colectividad”20.
Ello implica el derecho a defender, justificar, cuestionar o atacar las normas morales y
jurídicas que rigen en una sociedad determinada, tales como la forma de gobierno, las
costumbres morales y religiosas de la mayoría y de las minorías, las normas que rigen
las relaciones de familia, la organización del sistema económico, los requisitos de ingre-
so en una determinada comunidad o cualquier otra cuestión vinculada con el medio
ambiente moral y político de la sociedad.
Asimismo, el derecho a la libre difusión de ideas y opiniones se vincula con el
principio de igualdad21. En efecto, en la medida que el Estado debe tratar a todas las per-
sonas con la misma consideración y respeto, no puede negar a determinadas personas
el derecho a participar en el proceso de formación del medio ambiente moral y político
de la sociedad, con el argumento de que sus ideas o convicciones los hacen indignos de
participar en dicho proceso22. El principio de igualdad exige que todas las personas, sin
importar cuán excéntricas o despreciables sean, tengan la oportunidad de influir en las
políticas públicas, en las elecciones y en el medio ambiente moral en que viven23.
Este derecho de cada ciudadano a participar en el proceso de formación de la opi-
nión pública y de influir en la colectividad es lo que distingue el sistema democrático
de los sistemas totalitarios. En un sistema totalitario, es el Estado el que define qué ideas
pueden o no ser recibidas por el público. En cambio, como explica Post, la característi-
ca distintiva del proceso democrático es su apertura a todas las ideas y opiniones posi-
bles24. La democracia constituye un proceso comunicativo, en el cual cada ciudadano
tiene derecho a participar y a exponer su punto de vista acerca de un determinado asun-
to25. La voluntad general es creada a través de un proceso permanente de discusión ente
las mayorías y las minorías. De esta manera, el sistema democrático reconcilia la auto-
nomía individual con la autodeterminación colectiva: cada ciudadano concibe al gobier-
no como “propio” (a pesar de que no comparta todas y cada una de las decisiones guber-
namentales) puesto que puede participar de ese proceso comunicativo26. El rol de la
18 Cfr. Cfr. Post, Robert, “Community and the First Amendment”, Arizona State Law Journal, 1997,
vol. 29, p. 473, 481.
19 Cfr. Dworkin, Ronald, Freedom’s Law. The Moral Reading of the American Constitution, Harvard
University Press, Cambridge (Massachusetts), 1996, p. 238.
20 La expresión es tomada de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que en el caso Herrera
Ulloa c/ Costa Rica sostuvo que la libertad de expresión es “conditio sine qua non para que los partidos polí-
ticos, los sindicatos, las sociedades científicas y culturales y en general, quienes desean influir sobre la
colectividad puedan desarrollarse plenamente”. Cfr. Corte Interamericana de Derechos Humanos, 2/7/2004,
Herrera Ulloa c/ Costa Rica, § 112. Énfasis añadido.
21 En este sentido, véase Dworkin, Ronald, Freedom’s Law..., cit., pp. 237-238; Kagan, Elena,
“Private Speech, Public Purpose: The Role of Government Motive in First Amendment Doctrine”, en
University of Chicago Law Review, 1996, vol. 63, p. 413, 511; Karst, Kenneth L., “Equality as a Central…”,
cit., p. 20; Rubenfeld, Jeb, “The First Amendment’s…”, cit. p. 821.
22 Cfr. Dworkin, Ronald, Freedom’s Law..., cit., p. 200.
23 Ibídem, p. 237.
24 Cfr. Post, Robert, “Racist Speech, Democracy and the First Amendment”, en William and Mary
Law Review, 1991, vol. 32 p. 267.
25 Para un desarrollo de esta noción de la democracia como un proceso comunicativo, véase Post,
Robert, “Racist Speech…”, cit. En el mismo sentido, véase Kelsen, Hans, General theory of law and state,
trad. de A. Wedberg, Rusell & Rusell, New York 1961 pp. 284-288; Barber, Benjamin R., Strong democracy:
participatory politics for a new age, University of California Press, Berkeley (California), 1984, p. 136,
Lamont, Corliss (ed), Dialogue on John Dewey, Horizon, New York, 1959, p. 58; Rawls, John, “Justice as
fairness: political not metaphysical”, en Philosophy and Public Affairs, 1985, vol. 14, p. 223, 230.
26 Cfr. Post, Robert, “Managing Deliberation: The Quandary of Democratic Dialogue”, en Ethics,
1993, vol. 103 p. 654, 660.
la actualidad, entran en esta categoría las normas que reprimen la apología del
delito, la incitación pública a la violencia colectiva y el ultraje a la bandera al
escudo y al himno de la Nación.
(ii) las reglamentaciones que buscan prevenir un mal que carece de toda relación
con el contenido de la expresión. Consisten, generalmente, en normas que
regulan el tiempo, lugar y modo en que debe ejercerse la libertad de expre-
sión. Por ejemplo, la prohibición de realizar una manifestación a las cinco de
la mañana, o la obligación de solicitar un permiso previo para realizar una
reunión en una vía o plaza pública.
De acuerdo con la jurisprudencia de la Corte Suprema estadounidense, las pri-
meras gozan de una fuerte presunción de inconstitucionalidad y quedan sometidas a un
“escrutinio estricto” según el cual el gobierno debe demostrar que la restricción a la
libertad de expresión es necesaria para alcanzar un apremiante interés de la sociedad y
que no existe otro medio menos restrictivo33. En cambio, las segundas quedan sujetas a
un test de constitucionalidad que resulta más sencillo de superar 34.
El reconocimiento de la utilidad de esta distinción no implica favorecer la adop-
ción automática de todos los estándares establecidos por la Corte estadounidense. Sin
embargo, es innegable que constituye un punto de partida válido para analizar la consti-
tucionalidad de las reglamentaciones del derecho a la libre difusión de ideas ya que se
ajusta perfectamente a los fines perseguidos por la libertad de expresión. En la medida
en que su reconocimiento busca evitar que el Estado imponga verdades ideológicas ofi-
ciales –de forma tal que toda persona pueda expresar sus ideas sin miedo a ser castigado
o molestado por ello– resulta lógico presumir la inconstitucionalidad de las reglamenta-
ciones dirigidas contra determinadas ideas en particular. Además, existe una fuerte pro-
babilidad de que estas reglamentaciones basadas en el contenido de la expresión estén
inspiradas en el deseo del gobierno de reforzar su propio poder y de silenciar a los disi-
dentes35. En estos casos, no podemos confiar en el Estado porque está en juego su propio
interés36. En cambio, las reglamentaciones neutrales no generan el mismo grado de sos-
pecha pues se aplican a todas las ideas u opiniones sin distinción y por lo tanto disminu-
ye el riesgo de que exista un intento de persecución ideológica por parte del Estado37.
los funcionarios cronistas o sus parientes, el escudo y la bandera peronista, el nombre propio del presidente
depuesto, el de sus parientes, las expresiones ‘peronismo’, ‘peronista’, ‘justicialismo’, ‘justicialista’, ‘terce-
ra posición’, la abreviatura ‘p. p.”, las fechas exaltadas por el régimen depuesto, las composiciones musica-
les ‘Marcha de los muchachos peronistas’ y ‘Evita capitana’, o fragmentos de las mismas, la obra ‘La razón
de mi vida’ o fragmentos de la misma’, y los discursos del presidente depuesto y de su esposa o fragmentos
de los mismos...”.
33 Cfr. Widmar v. Vincent, 454 U.S. 263, 270 (1981). Mediante la aplicación de este estrictísimo test
de constitucionalidad, la Corte Suprema estadounidense ha declarado inconstitucional casi todas las restric-
ciones a la libertad de expresión basadas en su contenido (cfr. Stone, “Content Regulation and the First
Amendment”,cit., p. 196). Según la Corte estadounidense, la libertad de expresión significa, antes que anda,
que el gobierno no tiene poder para restringir una expresión debido a su mensaje, sus ideas, su temario o su
contenido (Police Department v. Mosley, 408 U.S. 92, 95 [1972]).
34 Ésta es una interpretación un poco simplificada de la jurisprudencia estadounidense. Para un estu-
dio más detallado, véanse los autores citados en la nota n° 31.
35 Cfr. Williams, Susan H., “Content Discrimination and..”, cit., p. 691.
36 Cfr. Fried, Charles, “The New First Amendment Jurisprudence: A Threat to Liberty”, University of
Chicago Law Review, 1992, vol. 59, p. 225, 239; Sullivan, Kathleen M., “Discrimination, Distribution and
Free Speech”, Arizona Law Review, 1995, vol. 37, p. 439, 445.
37 Sin embargo, hay ciertas reglamentaciones neutrales que resultan particularmente problemáticas y
que deben generar un fuerte grado de sospecha acerca de su validez constitucional, como si se tratara de una
reglamentación basada en el contenido del mensaje (Cfr. Kagan, Elena, “Private Speech…”, cit., pp. 456-
473). Véase, en este sentido, lo explicado más adelante en el punto 4.2 de este trabajo.
38 Como explica Schauer, una persona puede expresar una determinada idea a los fines de contribuir
a la discusión pública acerca de la necesidad de preservar o cambiar ciertos valores morales, culturales, reli-
giosos, sociales, políticos (es decir, por motivos ideológicos) o puede hacerlo simplemente con el ánimo de
obtener un beneficio determinado (o sea, por motivos vinculados exclusivamente al interés personal del emi-
sor del acto de comunicación y de su oyente). Cfr. Schauer Frederick, “Mrs. Palsgraf and the First
Amendment”, en Washington and Lee Law Review, 1990, vol. 47, p. 161, 167. Resulta evidente que, desde
el punto de vista de la libertad de expresión, no es lo mismo exhortar al derrocamiento de un gobierno por
razones políticas que incitar a un pariente a matar a un tío para poder heredar. Mientras que la primera expre-
sión vincula con el proceso de formación del medio ambiente moral y político de una sociedad determina-
da, la segunda carece de toda relación con dicho proceso. La presunción de inconstitucionalidad existe sola-
mente respecto de las reglamentaciones a las expresiones que tienen algún contenido ideológico.
39 Kagan, Elena, “Private Speech…”, cit., p. 428.
40 Gertz v. Robert Welch, Inc, 418 U.S. 323, 339 (1974).
41 Cfr. Bollinger, Lee y Stone, Geoffrey, “Dialogue”, en Bollinger, Lee y Stone, Geoffrey (eds),
Eternally vigilant, cit., p. 29; Smith, Steven D., “Skepticism, Tolerance and Truth in the Theory of Free
Expression”, Southern California Law Review, 1987, vol. 60, p. 649, 663.
42 Cfr. Bollinger, Lee y Stone, Geoffrey, “Dialogue”, en Bollinger, Lee y Stone, Geoffrey (eds),
Eternally vigilant, cit., p. 29.
según sus preferencias ideológicas. Por ejemplo, como explica Stone, el gobierno puede
considerar que la discriminación privada es algo malo y sancionar una norma para cas-
tigarla. Lo que el gobierno no puede es clausurar de forma irrevocable el debate acerca
de la bondad o maldad de la discriminación privada y prohibir la difusión de ideas con-
trarias a su política antidiscriminatoria43. Esta facultad no puede ser confiada al Estado
porque está en juego su propio interés y por ende va a actuar de forma partidista o pre-
juiciosa, como nos enseña la historia. Por ello, como señaló el Justice Jackson “cada
persona debe ser su propio guardián de la veracidad porque nuestros antepasados no
confiaron en el gobierno para separar lo verdadero de lo falso para nosotros”44. En sen-
tido coincidente, el juez Petracchi afirmó que “[s]ólo los propios hombres deben tener
y ejercer el control de su ignorancia, y no puede pretender el Estado, so color de origen
mayoritario, y aun en la mentada hipótesis de que su postura expresara la verdad, pri-
var a una minoría del ejercicio de ese control”45. Desde este punto de vista, es innega-
ble que el derecho a la libre difusión de ideas y opiniones es manifiestamente antipa-
ternalista, en la medida que el Estado no puede suplantar el juicio de cada persona res-
pecto la validez o invalidez de las ideas que circulan46.
En segundo lugar, el Estado no puede prohibir una determinada idea u opinión
porque resulta ofensiva para ciertas personas47. Como observaron dos jueces de la Corte
Suprema argentina, con cita de la jurisprudencia de la Corte Suprema estadounidense,
una de las principales funciones de la libertad de expresión es “inducir a la disputa” y
“[e]l mejor modo de alcanzar ese alto propósito se logra cuando aquélla provoca incer-
tidumbre, cuando crea insatisfacción acerca del estado de cosas o aun cuando suscita
irritación en la gente. El discurso es muchas veces provocativo y desafiante”48. Por lo
tanto, el Estado no puede castigar la difusión de una determinada idea a los fines de evi-
tar justamente el malestar o la irritación que dicha expresión genera porque ello impor-
taría una restricción intolerable de la discusión política. Si la difusión de ciertas ideas
pudiera ser restringida con el argumento de que dicha difusión causa un daño emocio-
nal a una parte del público, ningún significativo intercambio de ideas quedaría a salvo
43 Ibídem.
44 Thomas v. Collins, 323 U.S. 516, 545 (1945). En este mismo sentido, véase Fried, Charles, “The
New First Amendment...”, cit., p. 239
45 Corte Suprema de Justicia de la Nación, 22/11/1991, Comunidad Homosexual Argentina, conside-
rando n° 19 de la disidencia del juez Petracchi, La Ley 1991-E-679.
46 Cfr. Stone, Geoffrey R., “Content Regulation and the First Amendment”, cit. pp. 213-214. En este
mismo sentido, véase, Nino, Carlos Santiago, Fundamentos de Derecho Constitucional, Astrea, Buenos
Aires, 1992, p. 262.
47 Este principio fundamental ha sido reconocido de forma unánime por los tribunales. En este senti-
do, la Corte Suprema estadounidense ha sostenido que “[s]i hay un principio fundamental inherente a la
libertad de expresión, es que el gobierno no puede prohibir la expresión de una idea simplemente porque la
sociedad encuentra esa idea ofensiva o desagradable” (Texas v. Johnson, 491 U.S. 397, 414 [1989]). En sen-
tido coincidente, la Corte Europea de Derechos Humanos, que ha señalado que la libertad de expresión tute-
la no solamente las ideas e informaciones que son recibidas favorablemente, o vistas como inofensivas, sino
también aquellas que ofenden, escandalizan o molestan (Cfr. Corte Europea de Derechos Humanos,
23/9/1998, Leideux e Isorni c/ Francia, § 55). En este mismo orden de ideas, la Corte Interamericana de
Derechos Humanos ha afirmado, con cita de la jurisprudencia de la Corte Europea, que la libertad de expre-
sión debe garantizarse también respecto de las ideas “que ofenden, resultan ingratas o perturban al Estado o
a cualquier sector de la población. Tales son las demandas del pluralismo, la tolerancia y el espíritu de aper-
tura sin los cuales no existe una sociedad democrática…” (Herrera Ulloa, cit., § 113). Sin embargo, este
principio no ha sido aplicado de forma consistente por la Corte Europea de Derechos Humanos, que ha sos-
tenido que, en materia religiosa, existe una obligación de evitar el uso de expresiones que son gratuitamen-
te ofensivas para otras personas y que no contribuyen a ninguna forma de debate público (Corte Europea de
Derechos Humanos, 23/8/1994, Otto-Preminger-Institut c/ Austria, § 49).
48 Corte Suprema de Justicia de la Nación. Amarilla, Juan H, 29/9/1998, considerando n° 12 de los
jueces Petracchi y Bossert, La Ley 1998-F-118.
49 Cfr. Braun, Stefan, Democracy Off Balance, University of Toronto Press, Toronto, 2004, p. 63
50 Gargarella, Roberto, “Una justicia bárbara”, Página 12, 20/12/2004.
51 Para un claro ejemplo de esta tendencia a silenciar al que cuestiona los valores comunitarios, véase
la decisión de la Corte Europea de Derechos Humanos en el caso Otto-Preminger-Institut, en donde la Corte
consideró que no importaba una violación a la libertad de expresión el secuestro y la confiscación de una pelí-
cula que “ofendía” los sentimientos religiosos de la mayoría (Corte Europea de Derechos Humanos, Otto-
Preminger-Institut c/ Austria. cit.). La Corte Europea de Derechos Humanos sostuvo que: (i) aquellos que pro-
fesan una determinada religión, deben tolerar y aceptar el rechazo o la oposición a sus creencias e incluso la
difusión de doctrinas hostiles a su fe; (ii) sin embargo, ciertas formas de oposición o rechazo pueden inhibir
a quienes profesan la religión atacada (§ 47); (iii) es legítimo pensar que el respeto por los sentimientos reli-
giosos de los creyentes, garantizado por el art. 9 de la Convención, puede haber sido violado por el retrato
provocativo de objetos de veneración religiosa y ese retrato provocativo puede ser visto como una violación
maliciosa del espíritu de tolerancia, que es una de las características de una sociedad democrática (ibídem);
(iv) el ejercicio de los derechos reconocidos en la Convención engendra deberes y responsabilidades, entre
las cuales se encuentra la obligación de evitar el uso de expresiones que son gratuitamente ofensivas para otras
personas y que no contribuyen a ninguna forma de debate público (ibídem, § 49) ; (vi) no puede soslayarse
el hecho de que religión católica es profesada por la gran mayoría de la región del Tirol. Al ordenar el secues-
tro de la película, las autoridades austriacas buscaban asegurar la paz religiosa y evitar que algunas personas
sufrieran un ataque a sus creencias religiosas en una forma injustificada y ofensiva (ibídem, § 56).
52 Cfr. Kagan, “Private Speech…”, cit., pp. 429-430.
53 Whitney v. California, 274 U.S. 357, 377 (1927). Énfasis añadido.
una fuerte probabilidad de que haya sobredimensionado los posibles daños que dicha
difusión puede causar54. Por lo tanto, el intérprete debe “dudar” de la existencia de
dicho daño y analizar si efectivamente existe una relación de causalidad estricta entre
la expresión que se busca castigar y el daño invocado por el Estado55. La carga de la
prueba recae sobre el Estado, que debe adjuntar evidencia confiable acerca de esta
relación de causalidad56.
Por ejemplo, el Estado tiene un interés legítimo en prevenir la violencia y, por lo
tanto, puede prohibir la difusión de ciertas ideas susceptibles de provocar actos de vio-
lencia. Sin embargo, como señalé anteriormente, es muy probable que el legislador
sobredimensione este riesgo. Por lo tanto, el intérprete debe analizar estrictamente si
efectivamente la difusión de dicha idea va a provocar actos de violencia. Ello explica el
alto grado de protección constitucional que la jurisprudencia ha otorgado a la difusión
de ideas subversivas, que sólo pueden ser castigadas cuando existe un peligro real y
concreto de que se produzcan actos de violencia. En este sentido, la Corte Suprema
estadounidense sostuvo, en Brandenburg v. Ohio, que el Estado no puede prohibir la
prédica del uso de la fuerza o la violación de la ley excepto cuando “tal prédica estu-
viere dirigida a incitar o producir una inminente acción violenta y fuera suficiente para
probablemente incitar o producir tal acción”57. Según la Corte estadounidense, “la mera
enseñanza en abstracto de la propiedad moral o aún la necesidad moral del recurso a la
fuerza no es igual a la preparación de un grupo para la acción violenta o la incitación a
tal acción”58. En Argentina, la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y
Correccional Federal adoptó, en materia de expresiones subversivas, el estándar del
caso Brandenburg v. Ohio59. Al interpretar los alcances del delito de incitación pública
a la violencia colectiva (art. 212 Código Penal), la Cámara señaló que “no cabe atribuir
la categoría de incitación a la mera afirmación de la supuesta bondad de actitudes de
contenido violento, sino que las garantías constitucionales que se hallan en juego obli-
gan a extremar las exigencias relativas a la precisión de las conductas que deben que-
dar atrapadas en esa norma”60. La Cámara interpretó que “[n]o puede considerarse inci-
tación a aquello que bien puede calificarse de un vaticinio, profecía, afirmación, o aun
una justificación cuando éstas carecen de la cualidad de impulsar a la realización de
acciones concretas...”61. La Cámara de Apelaciones en lo Criminal y Correccional
Federal confirmó esta interpretación en un caso más reciente62.
63 Cfr. Sumner, Leonard Wayne, The Hateful and the Obscene…, cit. p. 34.
64 Ibídem.
65 La noción de chilling effect hace referencia al efecto disuasivo que produce una determinada regu-
lación gubernamental respecto de ciertas actividades expresivas que no están alcanzadas directamente por
dicha regulación. Cfr. Schauer, ¨Fear, Risk and the First Amendment: Unraveling the ‘Chilling Effect’”, en
58 Boston University Law Review 685, 693 (1978). Si la regulación gubernamental restringe de forma direc-
ta una actividad expresiva, carece de sentido hablar de chilling effect, porque el objetivo de la regulación es
justamente impedir la realización de dicha actividad (ibídem, p. 690). La noción de chilling effect es rele-
vante cuando la regulación no tiene por objeto restringir una determinada actividad expresiva, pero la efec-
tiva realización de dicha actividad se ve afectada indirectamente por la regulación en cuestión. Por ejemplo,
si una norma penal que castiga la difusión de material obsceno disuade a una persona de difundir una pelí-
cula con escenas eróticas, esa consecuencia es un chilling effect. El objetivo de esta hipotética norma penal
es prevenir la difusión de material obsceno, pero la norma indirectamente también disuade de difundir una
obra cinematográfica. Las razones para atender este chilling effect pueden encontrarse en la incertidumbre
que genera la aplicación de la norma (por ejemplo, porque sus alcances no están claramente delimitados),
en la falibilidad del sistema legal y de sus operadores (que pueden erróneamente concluir que una determi-
nada actividad expresiva está prohibida), o en el deseo de evitar los costos relativos a un litigio (ibídem, pp.
698-700). La existencia del chilling effect es perjudicial para la sociedad, en la medida en que algo que
podría ser legalmente expresado no lo es, por miedo al castigo (ibídem. p. 693). Por ello es que la Corte
Suprema estadounidense ha tenido especialmente en cuenta la existencia del chilling effect al momento de
delinear los tests de constitucionalidad que se aplican a cada clase de expresiones y de delimitar las expre-
siones protegidas de las no protegidas por la Primera Enmienda (ibídem., p 687).
66 Cfr. Sumner, Leonard Wayne, The Hateful and the Obscene…, cit. p. 69.
5.- CONCLUSIÓN