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Aída Sotelo
creando un espacio de trabajo « sin señor », donde los sujetos no se ocupen de sus egos,
Isabelle Morin.
Como estatuto, esto depende de en dónde el discurso le hace lugar (Lacan, 2012, p.320).
Sin embargo, en el DU no aparece el amo (S1) en primer plano, por eso el discurso parece
una oferta “flexible” de saber (S2), sólo que la obligación rige desde una posición
subyacente y anterior (S1), del mismo modo en que la resolución del MEN define el
título de Licenciatura, y con ello obliga a todos los programas a una estandarización.
La tecno-ciencia produce también ilusión de ahistoricidad, de ubicuidad y pone al sujeto
a circular en una combinatoria virtual sin punto de parada. No todos los chicos
responden a eso de la misma forma. Así, D.R. Dufour llama homo zapping, a los jóvenes
que bajo la influencia de la televisión y demás gadgets “están completamente liberados
de las restricciones temporoespaciales ancestrales, al precio de crear muchos otros que
ya no saben habitar ningún espacio” (2007, p.151). De allí que Dufour denuncie al
pedagogo posmoderno como el que “renuncia a proponer trabajos que los jóvenes ya no
tienen la habilidad de realizar” (2007, p.160). Pero, ¿cuál es el cambio de la ciencia que
afecta al sujeto?
El problema es que la lógica formal no ocurre sin una reducción del material
significante, ni las tautologías sin la infracción a la ley significante de que puede
representar cualquier cosa excepto a sí mismo, lo que redunda en una destitución de la
palabra, en su sustitución por el dígito y el borramiento del sujeto que produce la
ciencia. Al respecto, Marie-Jean Sauret dijo lo siguiente en su seminario de Toulouse en
2013:
La ciencia no «quiere» saber nada de la verdad como causa, «ella no tiene memoria»,
«olvida las peripecias de las cuales nació» («una de las dimensiones de la verdad»), lo
cual le da su aire de «paranoia realizada». Para Lacan ese es el velo que la ciencia lanza
sobre la verdad como causa (prefiriendo la exactitud del cálculo a esa causa) que incluso
para la época de ese texto1, asegura el prestigio que los psicoanalistas deben al oficio de
la verdad (Sauret, 2013, p. 3).