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La idea tácitamente
admitida que dentro de
cada cultura las maneras
de actuar, las
instituciones o las
creencias están
integradas en mayor o
menor grado y
funcionalmente ligadas
entre sí, constituye otro
de los postulados
básicos de la antropología que permite descubrir las relaciones coherentes que
se establecen entre los diferentes aspectos de la vida social humana. Como dice
Perti Pelto: "Todos los sistemas culturales se forman con una red de ideas y
patrones de conducta mutuamente dependientes; por eso, a cada cambio
ocurrido en estos elementos suele ocurrir otro en el resto del sistema".
En efecto, existen en cada cultura lo que podríamos llamar unidades de
comportamiento que son como los puntos en los que se unen como los puntos
en los que se unen las cuerdas de una red que, de manera general, suelen
llamarse rasgos culturales, a los que se ajustan normalmente las formas de
actuar de los individuos. Un rasgo cultural es la unidad más simple a la que se
puede reducir una cultura, una entidad específica dentro de la cultura pero que
no puede difundirse independientemente ni integrarse o unir se libremente con
otros, como creen algunos autores, sino que, como lo ha explicado Ruth
Benedict, cada cultura selecciona o escoge entre la infinita variedad de
posibilidades de comportamiento un segmento limitado que unas veces se ajusta
a una configuración y otras no, como por ejemplo la manera de saludar, el uso
de determinadas prendas de vestir, o la aversión a determinadas actitudes. A
estas configuraciones Ruth Benedict las llama Patterns of culture, denominación
que había sido empleada por Franz Boas en sus descripciones de las culturas
tribales. Sin embargo, su traducción y su uso son bastante imprecisos, pues se
utilizan indistintamente los términos normas, pautas o modelos, que
evidentemente tienen connotaciones cercanas pero diferentes.
Algunos patrones pueden establecerse a la luz de los conocimientos y la
observación ordinarios , es decir, son explícitos; otros hay que descubrirlos en la
complejidad del comportamiento, en la estructura subyacente de la cultura o en
la forma en la que adoptan determinados actos, entendiendo primero las
principales fuentes intelectuales y emocionales de la sociedad que se estudia,
puesto que el todo en una cultura no es una suma de partes sino el resultado de
un único ordenamiento y de una única interrelación de partes que configuran una
entidad cultural especifica. La identificación de los patrones culturales nos lleva
a comprender que cada cultura está caracterizada por configuraciones
particulares que penetran todos los aspectos de la vida social, tanto en las
instituciones como en las formas de comportamiento individual, y que toda
cultura persigue objetivos propios, pudiendo ser definida- y en cierto modo como
realización determinada- por las corrientes y tendencias ideológicas y afectivas
que se desarrollaron dentro de ella y la impregnan por completo , esto es , por la
intensidad con que se destacan ciertos valores que orientan los patrones y
determinan la configuración de la "red" de la cultura. Veamos pues que se
entiende por valores.
En todas las culturas hay cosas buenas y malas, cosas que deben hacerse y
otras que deben evitarse, actos que deben evitarse, actos que son admirados y
elogiados, premiados y estimulados, otros que son vituperados, castigados y
prohibidos: hay deberes y derechos, en fin, un sinnúmero de formas de
comportamiento que son importantes o intrascendentes; cosas y situaciones que
son buscadas o rehuidas, útiles o perjudiciales, incluso anodinas. Y es a través
del sentido que se confiere a los actos, a las situaciones y a las cosas, que las
sociedades organizan las normas de comportamiento que orientan y le dan
sentido a las actividades de los individuos y de la sociedad. La palabra valor
recibe una significación más precisa y es de uso más común cuando se habla de
valores materiales o económicos, pero implícitamente y aunque no se piense en
ello los actos de todos los hombre están guiados por juicios acerca de lo bueno
y lo "malo" que comportan los miembros del grupo. Entendido en su más amplio
sentido, el valor es una cualidad que atribuimos a las acciones o a las cosas y
consiste en el acuerdo común de los juicios colectivos que sobre ellas emitimos.
El valor no es el acto o la cosa misma, porque hay actitudes que permaneciendo
en sí, sin variaciones, el tiempo los revalora o, el contrario, lo devalúa o cobran
diferente significado según las circunstancias. Aunque en términos generales el
valor es lo deseable, en la vida del grupo los juicios se ordenan en relación a una
escala que va de lo positivo a lo negativo, de lo bueno a lo malo, de lo deseable
a lo indeseable, es decir, en relaciones de oposición binaria. De allí las
sugestivas propuestas del análisis estructuralista para comprender una cultura a
través de estas oposiciones y del substrato metaperceptible que entraña los
valores. A través del valor cada objeto goza de doble existencia, por una parte
es una estructura de cualidades reales que podemos percibir d otra parte
conforma otra estructura que solo se muestra a nuestra capacidad de estimar. A
veces estas dos experiencias la sensible y la estimable, se dan
independientemente la una de la otra; así se manifiesta la relatividad del valor.
Pero en todo caso, las cosas tienen un valor real en tanto son necesarias para
el grupo. Dicho de otro modo, el valor está referido a todo aquello que satisface
las necesidades humanas; los objetos se valoran porque son necesarios, aunque
a veces su valoración sea indirecta por múltiples circunstancias. Los valores
como las necesidades que los originan pueden separarse en dos órdenes:
biológicos (materiales) culturales (sociales). Las necesidades básicas al tornarse
conscientes se convierten en juicios sobre el objeto que las satisface se vuelven,
pues instrumentos de valoración para el organismo que los reclama como
necesarios. Los valores culturales son derivados de la organización y plasmados
por la sociedad. Al ser originados por la circunstancia social no son homogéneos
ni iguales para todos los hombres ni para todas las culturas, si bien todos
necesitan de ellos para la existencia social. En oposición a los valores
fisiológicos, los valores culturales pueden ser falsos y la raíz de su falsedad
estriba en el desfasamiento que por determinadas causas (como puede ser por
la hegemonía de un grupo dominante portador de otra cultura) se ha producido
entre la realidad de las necesidades sociales y la creencia mantenida por otros
patrones o premisas de la cultura.
Esto nos está demostrando como, por encima de todo, el valor está directamente
relacionado con la integridad de la entidad que identificamos como patria. Lo
mismo se puede decir de los demás valores positivos como la justicia, la ética,
la veracidad, el coraje, el trabajo, el altruismo, etc. Todos ellos están cumpliendo
una función altamente beneficiosa para la armonía y cohesión sociales. Se
puede utilizar con validez un criterio antropológico para estimar la
correspondencia de los valores y es la medida en que una cosa, un tipo de
comportamiento o una institución contribuyen a la supervivencia y bienestar del
grupo y se mantienen en función de la armonía y la coherencia sociales. Acerca
de los patrones y valores se puede establecer las siguientes conclusiones
básicas: