You are on page 1of 216

Yllara Bettina Müsch

EL CÓDIGO DE LA DIOSA
Memorias de
María Magdalena
La importancia de lo Femenino Interno

Yllara Bettina Müsch


El Código de la Diosa

Memorias de María Magdalena

La importancia de lo Femenino Interno


ediciones vesica piscis
Copyright © 2013 Bettina Elisabeth Müsch

El Código de la Diosa

Copyright © 2013 Ediciones Vesica P iscis

Thomas Edison, 21

29170 Colmenar ÷ Malaga ÷ España

T y F: 0034 952 730 466

edito@vesicapiscis.eu ÷ www.vesicapiscis.eu

P ortada: © Bettina Elisabeth Müsch

Todos los derechos reservados

ISBN: 978-84-15795-07-0
Toda reimpresión, reproducción y difusión de esta obra o de sus
ilustraciones,
sea total o parcial,
realizada a través de fotocopias o medios magnéticos, así como
su almacenamiento
o disposición en una base de datos o en Internet,
requiere de la ratificación firmada y por escrito de Ediciones
Vesica Piscis.
Dedico este libro a siete queridas amigas y
hermosas
hermanas del alma:

Ana Cuéllar, Cinta Farfán, Eugenia Orantes,


María Palomares, Marie Muñoz, Matilde
Capado y Rosalie Poskin; y al espíritu
femenino de la comunidad de Los Portales.

Con amor y agradecimiento por todos los pasos


que hemos dado juntas,

Yllara.
Puliré mi be lle z a con los garfios de l
vie nto.
Se ré tuya sin forma, he cha polvo de
aire ,
diluida e n un cie lo de planos
invisible s.

Para ti quie ro, amado, la pose sión sin


cue rpo,
e l de lirio goz oso de se ntir que tu
abraz o
solo ciñe rosale s de pura e te rnidad.

Nunca podrás te ne rme sin abrir tu


de se o
sobre la de snude z que se lla lo
ine fable ,
ni e ncontrarás mis labios
mie ntras algo concre to e nraíce tu
amor...

¡Q ue tus manos inútile s acaricie n


e stre llas!
No e ntorpe z can be sándome la fuga de
mi cue rpo.
¡Se ré tuya e n la pie l he cha fue go de
sol!
Erne stina de
Champourcin: Amor
María Magdalena en nuestra
Historia

Si el presente libro fuese una pintura, la imagen


plasmada sería el relato de M aryam la M agdalena
que, en cinco capítulos, narra su vida, las palabras de
la Diosa el marco que encuadra su relato, y este
capítulo preliminar el lienzo sobre el cual se pintó así
como la perspectiva del artista, en este caso la mía.

Soy consciente de que este libro puede resultar


provocador para muchas personas, y liberador para
otras muchas. Las reacciones a la historia aquí
relatada, de forma tan diferente a la habitual, no me
pertenecen. Pero sí siento que me corresponde aclarar
con qué intención la he narrado. Al mismo tiempo
querría contextualizar el relato, que es producto tanto
de la investigación como de la inspiración, mi
imaginación, intuición y acceso a los registros
akáshicos.

Conozco la Biblia, he leído tanto los evangelios


canónicos como los apócrifos, y una bibliografía da fe
de los libros que me acompañaron en el camino.
Es importante señalar que los cuatro evangelios,
según M ateo, M arcos, Lucas y Juan, que constituyen
el Nuevo Testamento de la Biblia, no fueron escritos
directamente por Dios, sino por personas inspiradas,
los evangelistas, que transmitieron por escrito y de
forma creativa enseñanzas orales. La mayoría de los
exegetas concuerda en que sus autores no coincidieron
con el Jesús histórico, sino que relataron los hechos
tal como habían llegado a ellos.

Hasta finales del siglo II, no se reconocieron los


evangelios como textos autorizados, ya que el canon
judío constituía las únicas escrituras sagradas
auténticas. Fue en el primer concilio ecuménico, en
Nicea en 325 d.C., cuando estos cuatro evangelios
fueron elegidos, de entre 270 evangelios escritos,
como dogma de fe de la Iglesia Cristiana.

Dicho concilio reunió a los líderes cristianos de


Jerusalén, Roma, Alejandría, Atenas y Antioquia, a
los máximos representantes de otros cultos del
Imperio Romano, como a Júpiter, Apolo, Deméter,
Isis y Osiris, junto al emperador Constantino I,
devoto del culto mitraico al Sol Invicto.

Constantino, quien se había proclamado Emperador


de Roma en 312 d.C., aprobó primero el Edicto de
Milán, que decretó la tolerancia religiosa y concedió a
la Iglesia cristiana la exención de la persecución que
había sufrido, así como la garantía de sus
propiedades. A continuación, convocó el Concilio de
Nicea en el que se tomaron decisiones importantes,
promulgadas como artículos de fe, que han influido en
la vida de millones de personas hasta hoy en día.
Se prohibió que los sacerdotes, muchos de los cuales
en aquella época estaban casados, contrajesen
matrimonio, se acordó una fecha común para celebrar
la pascua, y se reemplazó el sabbath judío como día
santo de la semana por el domingo, venerable día del
sol. Otras tradiciones fueron incorporadas a la
doctrina cristiana, sobre todo procedentes del culto
mitraico profesado por Constantino, quien no se
bautizó hasta hallarse en su lecho de muerte, como la
natividad en una cueva, la visita de los pastores y la
resurrección de los muertos. También se estableció el
25 de Diciembre como fecha de nacimiento de Jesús,
haciéndola coincidir con el último día de las
festividades del Sol Invicto, con las que se celebraba
cada año el retorno de la luz tras el Solsticio de
invierno.

Entre los 270 evangelios disponibles, se eligieron los


que más se adecuaban al dogma promulgado, es decir,
los cuatro evangelios según M ateo, M arcos, Lucas y
Juan que, hoy en día, se denominan evangelios
canónicos y constituyen el Nuevo Testamento. La
posesión de cualquiera de los 266 textos restantes o la
divulgación de sus ideas y contenidos, se
consideraban delito capital, a la vez que se declararon
heréticas aquellas sectas que discrepaban del credo
niceno.

La religión y el poder firmaron su pacto en el Concilio


de Nicea, al establecer el Emperador Constantino la
unión entre la Iglesia y el estado. Lo hizo porque vio
la posibilidad de establecer un imperio acreditado por
la religión, y el provecho que sacaría de ello. Siendo el
defensor del Sacro Imperio Romano, legitimado por
una Iglesia que él mismo había legalizado, pudo
gobernar sirviéndose del respaldo moral que le
proporcionaba la religión.

Así nació la Santa Iglesia católica, para la cual la


nueva unión entre religión y estado, entre moral y
poder, fue igualmente provechosa. Expandió sus
dominios y sus dogmas, creció en bienes y riquezas,
y adquirió poder real sobre la vida y muerte de los
súbditos.

Los herejes sufrieron una brutal represión, de la que la


matanza de los cátaros y de los caballeros del Temple,
así como la santa inquisición, con cientos de miles de
víctimas, dan un horrible testimonio. Y centenares de
escrituras fueron sistemáticamente destruidas y
condenadas al olvido, por mandato de quienes
promulgaron un solo dogma para conservar el poder.
El hallazgo, sin embargo, de los Manuscritos de Nag
Hammadi, en 1945 en Egipto, supuso un punto de
inflexión. Se encontraron 13 códices, todos ellos
traducciones al copto de textos originales griegos de
los siglos II y III de nuestra era, los papiros envueltos
en cuero y enterrados en ánforas sellados.

Gracias a ellos pudimos recuperar los evangelios


apócrifos, quiere decir los no canónicos, perdidos y
olvidados durante casi dos milenios. Se trata de textos
importantes, como los evangelios de la Natividad y de
la Infancia de Jesús, el evangelio de Pedro, cartas de
Jesús, Poncio Pilato, Herodes y Tiberio, y evangelios
gnósticos trascendentales como el evangelio según
Felipe, el evangelio según Tomás, el evangelio según
M aría M agdalena, el evangelio de la Verdad, así como
los Libros Secretos de Juan y de Santiago.

Para mí, fue un verdadero placer encontrar en ellos


material que consolidaba mi impresión de que la
Iglesia católica nos había transmitido una imagen
distorsionada de las circunstancias familiares de
Jesús[1], de la persona de M aría M agdalena, y de la
índole del lazo que hubo entre ella y él.

Los padres de la Iglesia difundieron de forma


deliberada la teoría vejatoria de que M aría M agdalena
había sido la mujer pecadora del evangelio según
Lucas.[2] Entre todos los evangelios, éste es el único
que utiliza la palabra pecadora en referencia a la
mujer que ungió a Jesús. El hecho en sí, de que una
mujer le ungiera con un aceite precioso perfumado de
nardo, es relatado en todos los evangelios canónicos,
lo cual indica que se trata de un acontecimiento
importante, pero sin que los evangelios según Mateo,
Marcos y Juan se refieran a ella como una pecadora.[3]

El evangelio según Juan nombra claramente a la mujer


con el frasco de alabastro, revelando que fue M aría de
Betania, hermana de M arta y Lázaro, quien confirió a
Jesús el espléndido ungüento: “Seis días antes de la
pascua llegó Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, al
que Jesús había resucitado de entre los muertos. Allí
le prepararon una cena: M arta servía, y Lázaro era
uno de los que estaba a la mesa con él. M aría,
tomando una libra de perfume auténtico de nardo, de
mucho precio, ungió los pies de Jesús y se los enjugó
con los cabellos. La casa se llenó del aroma del
perfume.”[4]

La identidad distorsionada de M aría M agdalena como


prostituta fue establecida por el papa Gregorio
M agno, en un sermón que pronunció en el siglo VI
d.C. La injuria sobre su persona no fue reconocida
hasta el año 1969, cuando el papa Pablo VI declaró
oficialmente que M aría M agdalena no debía ser
identificada con la mencionada mujer pecadora del
Nuevo Testamento. Juan Pablo II, finalmente, mostró
respeto hacía una mujer largamente despreciada,
cuando se refirió a ella como la apóstol entre los
apóstoles[5] .

Los evangelios canónicos evidencian el destacado


papel de M aría M agdalena entre los discípulos[6]
recitando su nombre, incluso por delante del de la
Virgen M aría, como primera de la lista de mujeres que
acompañaban a Jesús[7]. La identifican como persona
que descubrió su resurrección[8] y primera a la que se
le apareció[9], después de haber estado con los
familiares de Jesús al pie de la cruz.[10]

Los evangelios apócrifos son aún más explícitos:


“Pedro dijo a M aría: »Hermana, sabemos que el
Salvador te quería más que al resto de las
mujeres.«”[11]- “Y la compañera del Salvador es
M aría M agdalena. El Salvador la amaba más que a
todos los discípulos, y la besaba frecuentemente en la
boca.”[12]

En 2012, saltó la noticia de que se había encontrado el


fragmento de un papiro, escrito en copto entre los
siglos II y IV de la era cristiana, en el que Jesús se
refiere explícitamente a M aría M agdalena como “mi
esposa”.[13]

Hay pues, por un lado, bastante información a tener


en cuenta. Por otro, existen muy pocos datos
históricos que se pudiesen verificar. Los evangelios
incurren en más de una contradicción, como cuando el
evangelio según Mateo fija el nacimiento de Jesús dos
años antes de la muerte de Herodes el Grande,
mientras que el evangelio según Lucas afirma que
Herodes había muerto nueve años antes de nacer
Jesús.

Cualquier intento de fijar las fechas es complicado en


sí, debido a la reforma calendaria promovida en el
siglo VII por el papa Bonifacio IV para medir el
tiempo a partir del nacimiento de Jesús, en vez de
seguir contando los años desde la fundación de Roma
(ab urbe condita), como hasta entonces había sido
habitual.

El año 754 a.u.c., año en el que según los cálculos del


matemático Dionisio el Exiguo había que fechar la
natividad de Jesús, pasó a denominarse el año 1 del
Señor (Anno Domini). Con el tiempo, los años
anteriores al año 1 d.C., que al principio se seguían
contando ab urbe condita, pasaron a nombrarse años
antes de Cristo (a.C.). Esto dio lugar a mucha
confusión. Es sabido, además, que la Iglesia se
equivocó por probablemente siete años, o sea, Jesús
nació en 747 a.u.c. ó 7 a.C.
[1] Hasta los evangelios canónicos mencionan el hecho de que
Jesús fue hijo de unos padres con más descendencia, o sea, que tuvo
hermanos y hermanas: “ Concluidas todas estas parábolas, Jesús se
fue de allí. Y, llegado a su tierra, les enseñaba en la sinagoga, de
modo que se quedaron sorprendidos y decían: ¿ P ero de dónde le
vienen a éste esa sabiduría y esos milagros? ¿ No es éste el hijo del
carpintero? ¿ No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago
y José, Simón y Judas? ¿ No viven entre nosotros todas sus
hermanas? ” Mateo 13:53-56.- “ ¿ No es éste el carpintero, el hijo de
María, y hermano de Santiago y de José, de Judas y de Simón? ¿ Y
no viven sus hermanas aquí entre nosotros? ” Marcos 6:3.- Todas
mis citas del Nuevo Testamento proceden de la Biblia editada por
Herder (2003), aprobada por la Conferencia Episcopal Española.
[2] “ Cierto fariseo le invitó a comer. Entró, pues, Jesús en la casa del
fariseo y se puso a la mesa. Y en esto, una mujer pecadora que había
en la ciudad, al saber que él estaba comiendo en la casa del fariseo,
llevó consigo un frasco de alabastro lleno de perfume, y, poniéndose
detrás de él, a sus pies, y llorando, comenzó a bañárselo con
lágrimas y con sus propios cabellos se los iba secando; luego los
besaba y los ungía con el perfume. Viendo esto el fariseo que lo
había invitado, se decía para sí: » Si éste fuera profeta, sabría quién
y qué clase de mujer es ésta que le está tocando: ¡Es una
pecadora!« ” Lucas 7:36-39.
[3] “ Estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, se le
acercó una mujer con un frasco de alabastro, lleno de perfume de
mucho valor, y se lo derramó en la cabeza mientras él estaba en la
mesa.” Mateo 26:6-7.- “ Hallándose él en Betania, en casa de Simón
el leproso, mientras estaba a la mesa, vino una mujer con un frasco
de alabastro lleno de perfume de nardo auténtico muy caro; rompió
el frasco y le derramó el perfume sobre la cabeza.” Marcos 14:3.
[4] Juan 12:1-3.- Como se puede apreciar en las dos citas de la
anterior nota al pie de página, Mateo y Marcos indican, al igual que
Juan, que dicho suceso ocurrió en Betania.
[5] En su Carta Apostólica de 1988.
[6] Véase Lucas 10:38-42.
[7] Véase Lucas 8:1-3.
[8] Véase Juan 20:1-2.- Mateo 38:1-8.- Marcos 16:1-8.- Lucas
24:1-10.
[9] Véase Juan 20:14-18.- Mateo 38:9-10.
[10] Véase Juan 19:25.- Mateo 27:55-56.
[11]Evangelio según María P.10.- Todas las citas de los evangelios
apócrifos son tomadas de Todos los Evangelios, Traducción
íntegra de las lenguas originales de todos los textos evangélicos
conocido,. Canónicos y Apócrifos, Edición de Antonio P iñero,
EDAF 2010.
[12] Evangelio según Felipe 55b.
[13] Véase
http://www.hds.harvard.edu/sites/hds.harvard.edu/files/attachments/facul
research/research-projects/the-gospel-of-jesuss-
wife/29813/King_JesusSaidToThem_draft_0917.pdf
Aparte de las abundantes referencias a M aría
M agdalena tanto en los evangelios canónicos como
apócrifos, hay leyendas y mitos que dan testimonio
de su relevancia, así como numerosos cuadros de
artistas de la talla de Leonardo da Vinci, M iguel
Ángel, Raphael, Tiziano, Caravaggio, El Greco o
Rubens, que retratan a M aría M agdalena como a una
mujer importante, bella y sexual.

De hecho, su sobrenombre Magdalena, que muchos


creen alude a M agdala como su supuesta ciudad natal,
en hebreo significa fortaleza de Dios o torre de Dios.
En la tradición cabalística, se la relaciona con el arcano
número 16 del Tarot, La Casa de Dios, que refleja un
impulso espiritual sin límites hacia la libertad,
rompiendo estructuras y limitaciones, para poder
realizarse y crear una nueva realidad.

Es conocido que en el cristianismo gnóstico,


perseguido por Constantino y la Iglesia, las mujeres
ocupaban posiciones destacadas, predicaban e
impartían la comunión. M aría M agdalena fue, ya en
vida, objeto de envidia por parte de otros discípulos,
principalmente de Pedro que, después de la muerte de
Jesús, la quiso excluir: “Simón Pedro les dijo: »Que
M aría salga de entre nosotros, pues las mujeres no
son dignas de vida.«”[1]

En otra ocasión, cuando Pedro se enoja con M aría y


pregunta “¿La habrá preferido a nosotros?”[2], Leví
respondió y dijo a Pedro: “Pedro, desde siempre has
sido colérico. Ahora te veo ejercitándote contra la
mujer, al modo en que lo hacen los adversarios. Si el
Salvador la ha hecho digna, ¿quién eres tú para
rechazarla? Con seguridad el Salvador la conoce bien;
por esto la amó más que a nosotros. M ás bien
avergoncémonos y (…) proclamemos el evangelio sin
establecer otra regla ni otra ley que la pronunciada
por el Salvador.”[3]

Es evidente que, a largo plazo, Pedro consiguió su


objetivo. El postulado de que Pedro muriera
martirizado en Roma, afirmación que nunca se ha
podido corroborar de forma fehaciente, sirvió como
fundamento para la doctrina de la sucesión apostólica,
o sea, deriva y legitima hasta hoy en día el poder y la
autoridad de los obispos de Roma y la estructura
jerárquica masculina de la Iglesia.

¿Qué fue de M aría M agdalena? Si ella fue M aría de


Betania, hermana de Lázaro y de M arta, entonces
perteneció por parte de padre a la dinastía de
Benjamín, y su madre fue la princesa asmonea
Eucaria[4], que procedía de la estirpe soberana de la
Reina Viuda Salomé Alejandra, la última de los
asmoneos que gobernaron Israel.

Sus dos hijos se enzarzaron en una lucha enconada


por asumir los cargos de Rey y Sumo Sacerdote que
desembocó en una guerra civil, a la que el general
Pompeyo M agno puso fin, convirtiendo Israel, en el
siglo I antes de Cristo, en Reino tributario de Roma,
con Herodes el Grande como Rey de los judíos, en
calidad de vasallo de Roma.

¿Fue M aría M agdalena una princesa de linaje real?


¿Fue esta la razón por la que ella ungió a Jesús con el
aceite de nardo? En la tradición de Canaán, siempre
era la heredera o sacerdotisa real la que celebraba, en
representación de la Diosa, la unión sagrada con el
Rey consorte.

¿Convirtió M aría M agdalena a Jesús en el mesías que


se sacrificaría para que el pueblo se pudiese
regenerar? De hecho, la palabra cristo es una
traducción griega del nombre hebreo mesías que
significa el ungido, un término comúnmente usado en
la antigüedad para profetas, patriarcas y reyes
[5]
teocráticos.
El evangelio según Marcos revela que Jesús era
consciente de que la ceremonia implicaba “ungir mi
cuerpo para la sepultura”[6]. En el mismo contexto,
Jesús enfatiza no sólo la importancia del acto en sí,
sino también el papel destacado de la mujer que le
ungió: “Os lo aseguro: dondequiera que se predique el
evangelio por todo el mundo, se hablará también, para
recuerdo suyo, de lo que ella ha hecho.”[7]

¿Fueron las bodas de Caná las bodas de M aría


M agdalena y Jesús, que expresamente es llamado
novio en el evangelio según Juan, y durante las cuales
su madre M aría actuó como madrina?[8]

¿Estuvo M aría M agdalena embarazada cuando Jesús


murió en la cruz, tal como sugiere el retablo que se
puede contemplar en una de las capillas del
Monasterio de Santes Creus, en la provincia de
Tarragona?[9] En uno de los íconos de dicho retablo,
hay una pintura que muestra a M aría M agdalena en el
momento de la crucifixión, con el cabello suelto, un
pañuelo en la mano y enjugándose las lágrimas,
completamente desolada e inequívocamente
embarazada, con el vientre abultado y los senos
hinchados.

¿Tuvo M aría M agdalena hijos con Jesús? Otro ícono


del mismo retablo retrata a M aría M agdalena con un
niño en brazos y otro, de la misma edad, cogido de la
mano. También el altar mayor de la Iglesia de Rennes
Le Château, en el Sur de Francia, es enmarcado por
dos grandes figuras, una masculina y otra femenina,
que ambas portan un niño en brazos.[10]

Hay una tradición que coloca a M aría M agdalena


junto a la Virgen M aría y el apóstol Juan en Éfeso.
Otra cree probable que M aría M agdalena se dirigiera,
quizás con la ayuda de José de Arimatea, primero a
Egipto y, luego, a Francia. De hecho, se recuerda a
M aría M agdalena en localidades francesas como
Saintes M aries de la M er,[11] M arsella, Arles o Aix-
en-Provence.

La hipótesis de que viviera y predicara en Francia, se


ve respaldada por un retablo que se halla en la
Catedral de Girona y cuyos íconos, todo dedicados a
M aría M agdalena, la muestran desembarcando en la
costa francesa, con un niño en brazos y siendo
recibida por los Reyes galos que se postran ante ella.
[12]

Estas pinturas resaltan la importancia y elevada


posición de M aría M agdalena, y apoyan la teoría de
la descendencia de Jesús, que también se ha llegado a
denominar estirpe del grial.[13]

¿Qué fue de estos hijos? Hay un documental, The


Lost Tumb of Jesus, del oscarizado James Cameron
que, basándose en la investigación de arqueólogos,
especialistas en genética y otros expertos, muestra el
hallazgo de unos sepulcros, encontrados en una cueva
de más de dos mil años de antigüedad en un suburbio
de Jerusalén. Algunas de las diez tumbas encontradas,
tienen grabado el nombre del difunto. Entre ellos,
M aría, madre de Jesús, José, hermano de Jesús, y
Judah, hijo de Jesús.[14]

¿Fue Judah hijo de Jesús y M aría M agdalena y


murió, quizás, de niño, antes de que ella partiera hacia
las costas galas? En el citado retablo del Monasterio
de Santes Creus, se ve a M aría M agdalena con un
solo niño en brazos que, en realidad, es hembra, como
revela una estatua ubicada en la misma catedral que
retrata a M aría M agdalena, con su característica
cabellera rojiza, dando el pecho a una niña.[15]

Hay un festival interesante que se celebra cada mes de


mayo en la localidad francesa de Saintes M aries de la
M er, en honor a M aría M agdalena y a Sarah la
Egipcia. ¿Es Sarah el nombre que dio M aría
M agdalena a su hija y que, en hebreo, significa
princesa? El sobrenombre egipcia, puede que aluda al
hecho de haber nacido en Egipto y en la
clandestinidad.

Según la leyenda, los descendientes de Sarah


entroncaron con la casa real de los merovingios, que
se convirtió en la primera dinastía que gobernó
Francia tras la caída del Imperio Romano.[16]

Curiosamente, bautizaron a varias ciudades con


nombres como Troyes o París, que hacen referencia a
Troya, donde gran parte de la familia de M aría
M agdalena por parte paterna vivía en la diáspora.

Otro dato interesante es la incorporación del símbolo


de la abeja que, más adelante, derivó en la flor de lis
como emblema de la realeza francesa. La abeja no sólo
destaca la importancia de una Reina a cuyo servicio se
consagraban los que la reconocían como tal, sino que
hace referencia también, por la similitud de la
composición entre la sangre humana y la miel, a la
realeza del ser humano y de la sangre que corre por
sus venas. En el caso del rey Childerico I, fundador de
la dinastía merovingia, se encontraron unas 300 abejas
de oro en su tumba.

Hay otras leyendas que narran como José de


Arimatea llegó a Glastonbury, en Inglaterra, donde
plantó un espino y fundó, con el consentimiento de
los druidas, la primera comunidad cristiana, llevando
consigo la copa que contenía la sangre de Cristo. Es
decir, se relaciona a M aría M agdalena, cuyo vientre
perpetuó la sangre y el linaje de Jesús, también con
Glastonbury, antaño la mítica isla de Avalon, y lugar
por excelencia donde los celtas rendían culto a la
Diosa.

Todavía hoy en día, el espino sagrado sigue ahí, y se


pueden visitar una pequeña ermita dedicada a M aría
M agdalena, Saint Margaret’s Chapel, así como el
Chalice Well, un jardín de exquisita belleza y paz con
su pozo del cáliz cuya tapa está adornada con una
vesica piscis, símbolo de la geometría sagrada que
representa el perfecto equilibrio entre dos fuerzas
iguales, como la primorosa compenetración entre cielo
y tierra, espíritu y materia, y de lo femenino y
masculino eternos.[17]

Por otro, hay un culto interesante a la virgen negra,


procedente de la tradición gnóstica, y una cantidad
asombrosa de vírgenes negras en el mundo, como la
Virgen del Pilar, patrona de España, la Virgen de
Montserrat, patrona de Cataluña, la Virgen de Lluc en
M allorca, la Virgen Negra de Toulouse en Francia, la
Virgen de Guadalupe en M éxico, Nuestra Señora de
los Ángeles en Costa Rica o Nuestra Señora
Aparecida en Brasil. ¿Está vinculado este culto con
una devoción clandestina a M aría M agdalena o a su
hija Sarah, aludiendo quizás también a la morena del
Cantar de los cantares: “Soy morena, pero hermosa,
(…)?”[18]

M uchas imágenes de vírgenes negras, algunas de ellas


procedentes de las cruzadas, se encuentran cerca de
enclaves templarios, y fue justo en los siglos XII y
XIII, época en la que los Caballeros del Temple
adquirieron poder, cuando floreció el culto a la virgen
negra y cuando los trovadores cantaban la alabanza
del amor cortés, elogiando lo Femenino Sagrado.

M ucho se ha escrito sobre una posible misión secreta


de los templarios como brazo armado del Priorato de
Sión, una orden fundada en el siglo XI sobre la abadía
de Nôtre Dame du Mont Sión en Jerusalén que,
supuestamente, quiso implantar un nuevo orden
mundial, suplantando la Iglesia católica por una
profesión de fe distinta, después de revelar El secreto
del Grial y sacar a la luz la descendencia de Jesús y
M aría M agdalena.

Siempre se ha sospechado que éstas y otras órdenes


semi secretas custodiasen documentos importantes y,
quizás, objetos como el sarcófago de M aría
M agdalena o el mítico grial.

Chretien de Troyes, en el siglo XII, fue el primer


autor en escribir una novela sobre el grial. La historia
gira alrededor de Percival que abandona a su madre
para hacerse caballero. Un día, al pasar por el bosque
y querer cruzar un río, se encuentra con el Rey
Pescador, un hombre en una barca y con una herida
que no sana, que le ofrece ayuda y le invita a su
castillo, donde es servida una magnífica cena.

Entre un plato y otro, desfila y vuelve a desfilar una


procesión entre la que se encuentran tanto un paje
que exhibe una lanza de la cual brota sangre, como una
doncella que sobre una bandeja de plata porta un
magnífico cáliz de oro que deslumbra a los
comensales, y a cuyo paso los platos se llenan de
exquisitos manjares.

Percival, que se abstiene de hacer preguntas, descubre


cuando se despierta a la mañana siguiente, que el
castillo está vacío e, incluso, se desvanece al cruzar el
puente levadizo. Deduce que la herida que tiene el
Rey fue causada por la lanza, se traduce en un Reino
baldío, y que sólo el grial puede curar y restablecer a
ambos.
Desde entonces, se sigue buscando el grial, la
misteriosa copa capaz de sanar y regenerar el mundo,
un símbolo de la Diosa que alude al sexo femenino, la
vagina y el útero, y su capacidad de acoger, gestar y
renovar, mientras que la lanza es un símbolo del
principio y sexo masculinos, haciendo referencia a la
virilidad del pene erecto y su capacidad de conquistar.

En la leyenda, se busca el grial y no la lanza porque,


desde hace milenios, hay un desequilibrio entre las
dos energías, la femenina y la masculina, y las
cualidades que representan, tanto en nuestra psique
como en el planeta. Como Percival abandonó a su
madre, los seres humanos dimos la espalda a la Diosa.
Nos aventuramos a explorar la energía masculina y los
principios del hemisferio izquierdo, hasta el punto de
quedarnos huérfanos de madre. Necesitamos el cálido
abrazo de la energía femenina para regenerarnos y
sanarnos.

Desde que en el 4º milenio a.C. surgieron las primeras


civilizaciones de nuestra era, con sus centros de poder
primero en Egipto y, luego, en Grecia y Roma, el
mundo ha sido regido por estructuras jerárquicas
masculinas, tanto en lo secular como en lo
eclesiástico.

Las tres grandes religiones monoteístas, el judaísmo,


el cristianismo y el Islam, con Abraham como
antepasado común,[19] son instituciones patriarcales
que han ofrecido una legitimación moral a una élite de
poder secular masculino que, a cambio, ha autorizado
y protegido estas religiones monoteístas, con un Dios
patriarcal como cabeza visible, a la vez que el
elemento femenino de lo Divino ha ido cayendo en el
olvido.

Necesitamos remontarnos más de cinco mil años en el


tiempo, antes de que el Dios de Israel proclamase
desde el M onte Sinaí sus mandamientos y de que
Zeus gobernase la Tierra con sus rayos desde el
M onte Olimpo, cuando hubo, entre el 7º y 4º milenio
antes de la era cristiana, civilizaciones florecientes que
no tuvieron estructuras patriarcales.

Yacimientos arqueológicos dan fe de ellas, y el


Antiguo Testamento describe una en concreto como
tierra abundante y agrícola: Canaán, la tierra
prometida de leche y de miel[20], situada en Oriente
Próximo, entre el mar M editerráneo y el rió Jordán.
Sus gentes vivían de forma pacífica, sin fortificaciones
ni armas de ataque. Cultivaban cereales y criaban
animales domésticos, amaban el arte y crearon
artesanía, hubo comercio y comunicación. Y rendían
culto a la Diosa, venerando el principio femenino de
gestar y nutrir la vida, su ternura, belleza, creatividad
y abundancia.

Estas comunidades, de repente, se vieron invadidas


por guerreros armados que sometieron sin dificultad a
aquella gente pacífica, con sus territorios sin murallas,
y empezaron a organizar la sociedad de forma
jerárquica y patriarcal. La Biblia relata como el pueblo
de Israel, después de vagar durante una generación
por el desierto, invadió la tierra de Canaán, iniciando
una guerra contra un pueblo que no había cometido
ningún acto hostil, para repartirse las tierras
conquistadas.[21]

Un Dios patriarcal suplantó a la Diosa. Astarot,


Diosa del amor y de la belleza, de la fertilidad y de la
sensualidad, madre de todos los Dioses del panteón
cananeo, fue escarnecida como objeto lascivo de
abominables cultos carnales. Lo mismo les ocurrió a la
Diosa babilonia Ishtar y la sumeria Inanna.
[1]Evangelio según Tomás 114.
[2]Evangelio según María P.18.
[3] Ibíd.
[4] La dinastía de los asmoneos fue fundada como sucesora de la
casa de los macabeos, una de los doce tribus de Israel.
[5] Como, por ejemplo, para el Rey Salomón que fue ungido por
David.
[6] Evangelio según Marcos 14:8.
[7]Evangelio según Marcos 14:9.
[8] Jesús, expresamente, es llamado novio: “ Y como llegó a faltar
vino, la madre de Jesús le dice a éste: « No tienen vino.» (...) Díceles
Jesús: « Llenad estas tinajas de agua.» (…) Así lo hicieron. Cuando
el jefe de los camareros probó el agua convertida en vino, (…) llama
al novio y le dice: (…).”Evangelio según Juan 2:3-10.
[9] Véase http://www.youtube.com/watch? v=rLyliOG5KpA y José
Luis Giménez Rodríguez: El Legado de María Magdalena, P NL
Books 2010.- También José Luis Giménez Rodríguez: El Triunfo de
María Magdalena, Jaque mate a la Inquisición, Ediciones Corona
Borealis 2007.
[10] Ibíd.- Véase también
http://www.jlgimenez.es/lugares_favoritos/P aises_cataros/rennes.htm
[11] El nombre de esta localidad en época romana fue Oppidum
Priscum Ra (la antigua fortaleza de Ra).
[12] Véase http://www.youtube.com/watch? v=rqIHwxhdsq8 y los
citados libros de José Luis Giménez Rodríguez.
[13]Véase Marilyn Hopkins, Graham Simmans y Tim Wallace-
Murphy: Los hijos secretos del Grial, Una conspiración de siglos
alrededor de un linaje sagrado, Ediciones Martínez Roca 2001.-
Laurence Gardner: La Estirpe del Santo Grial, La explosiva
historia de la clonación genética y el antiguo linaje de Jesús,
Ediciones Martínez Roca 2007.- Michael Baignet, Richard Leigh y
Henry Lincoln: El Enigma Sagrado, El Santo Grial, La Orden de
Sión, Los Templarios, Los Francmasones, Los Cátaros, Jesucristo,
Ediciones Martínez Roca 2009.
[14] Véase http://www.youtube.com/watch? v=2ElsUJLzWp8
[15] Véase los citados libros de José Luis Giménez Rodríguez.
[16] Véase los citados libros de Marilyn Hopkins, Graham
Simmans, Tim Wallace-Murphy, de Laurence Gardner, y de Michael
Baignet, Richard Leigh, Henry Lincoln.
[17] El pez fue también el símbolo que usaban los cristianos para
identificarse entre ellos, a la vez que el nacimiento del cristianismo
coincide con el comienzo de la era de P iscis.
[18]Cantar de los cantares 1:5.
[19]Isaac, el hijo que tuvo Abraham con su esposa Sara, junto a su
nieto Jacob, establecieron el judaísmo. Jesús y el cristianismo
pertenecen a su linaje. El profeta Mahoma por su parte, quien fundó
el Islam, fue descendiente de otro hijo de Abraham, Ismael, que éste
había tenido con su esclava Agar.
[20] “ Ahora Yahveh, tu Dios, te conduce hacia una tierra buena,
tierra de torrentes de agua, tierra de trigo, cebada, de viñedos, de
higueras y de granados, tierra de olivares, de aceite y de miel.”
Deuteronomio 8:7-8.
[21] “ Cuando Yahveh, tu Dios, te haya introducido en la tierra que
vas a entrar para tomar posesión de ella y haya arrojado delante de ti
a muchas naciones (…), te las haya entregado y tú las hayas
derrotado, las darás al anatema. No pactarás alianza con ellas ni les
tendrás compasión. (…), así os comportaréis con ellas: demoleréis
sus altares, romperéis sus estelas, talaréis a sus bosques sagrados y
prenderéis fuego a sus ídolos.” Deuteronomio 7:1-5.
Se empezó a considerar impuro el concepto del hieros
gamos o unión sagrada entre lo Femenino y
M asculino Divinos, así como los distinto ritos que
derivaron de esta concepción hierogamática, como la
prostitución sagrada en los templos de Babilonia, la
fiesta de Beltane celebrada por los druidas, o la unión
ritual de un Rey con una alta sacerdotisa que
representaba a la Diosa.[1]

Debido a uno de los primeros mandamientos del


Antiguo Testamento[2] , la Iglesia cristiana prohibió
también durante mucho tiempo el arte figurativo,
impidiendo de esta forma que se pudiese ver y
apreciar la belleza, otro atributo de la Diosa, de modo
que la consciencia de lo bello que se podía admirar y
de la belleza que hay en los ojos de quienes la
contemplan, se fue empobreciendo.

Los principios femeninos de lo Divino se dejaron de


venerar, hasta llegar al extremo de concebir todo lo
relacionado con la feminidad como algo pecaminoso,
sucio e inferior. Durante siglos, el ciclo menstrual
femenino ha generado desprecio y repugnancia,
siendo considerado un signo de pecado. Se ha
asociado a tabúes y una visión negativa de la mujer
como inestable e irracional.
[1] Sin embargo, la noción del sexo sagrado, se reflejan incluso en la
Biblia, cuando en el Cantar de los cantares se elogia el amor
carnal: “ ¡Qué me bese con besos de su boca! Mejores son que el
vino tus amores: más suave el olor de tus perfumes, tu nombre como
bálsamo fragante. Y de ti se enamoran las doncellas. Llévame
contigo corriendo, Introdúceme, rey mío, en tu aposento; Gocemos
juntos, disfrutemos, celebrando tu amor, mejor que el vino. ¡Con
razón se enamoran!” Cantar de los cantares 1:1-4.
[2] “ Yo soy tu Dios. No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te
harás imagen, ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el
cielo, ni abajo en la tierra. No te inclinarás á ellas, ni las honrarás.”
Deuteronomio 5:6-8.
La denigración a la que la feminidad se ha visto
sometida, ha desencadenado en muchas mujeres
miedo a sus propios procesos naturales, y ha
favorecido la medicalización de menstruación, parto y
menopausia, así como una preocupante sumisión a la
cirugía estética, en un intento de no envejecer con los
años y mantener una imagen socialmente aceptada.

Sin embargo, el reprimido carácter sagrado de lo


femenino ha sobrevivido en nuestra psique y el
inconsciente colectivo. Sus ecos resuenan en leyendas
como la del grial, en cuentos infantiles como
Blancanieves, en películas de Disney como La
Sirenita, y también en el culto mariano.

M aría es la figura más pintada y esculpida del mundo,


patrona de innumerables iglesias, basílicas, santuarios,
ciudades y países. Hay fiestas y plegarias dedicadas a
ella como la Asunción, el Avemaría, Nuestra Señora
de Fátima, de Lourdes, Guadalupe, y otras muchas
más. Es la mujer más venerada de todas, a la que
millones de creyentes siguen rogando que les ampare
y acoja bajo su protección y auxilio maternales.

La gran estima que se le tiene, deriva de su condición


como Santa Madre de Dios: “¡Bienaventurado el seno
que te llevó y los pechos que te criaron!”[1] Es decir,
la adoración a M aría como Reina del Cielo se basa en
su condición de dadora de la vida, el mismo motivo
por el que, antaño, se veneraba a la Diosa.
[1]Lucas 11:27.
La Iglesia ha querido desligar a M aría de tales
connotaciones proclamando el dogma de la
Inmaculada Concepción,[1] insistiendo en la perpetua
virginidad de M aría, antes, durante y después de dar a
luz a Jesucristo, aunque esta doctrina no es
mencionada en la Biblia.

Al exaltar la pureza de la Virgen por encima de su


Divina M aternidad, los padres de la Iglesia lograron
contraponer la figura asexual de M aría a la figura de la
mujer sexual, presente tanto en Eva, acusada de la
caída del género humano, como en M aría M agdalena,
difamada como prostituta.

El patriarcado limitó las posibilidades de una mujer de


estar en el mundo y de formar parte de la sociedad a
unos bien definidos modelos de rol. En un polo, la
hija virginal, esposa devota, madre abnegada o monja
casta, en el otro, la amante, cortesana, prostituta,
hechicera o bruja como mujer lujuriosa, de poca moral
y peligrosa.

La castidad de la mujer se convirtió en una virtud,


hasta el punto de controlar la expresión sexual de su
placer, al mismo tiempo que se forzó su maternidad y
que, desde una doble moral de restricción para las
mujeres y libertad para los hombres, se establecieron
la pornografía y la prostitución como juguetes
masculinos.

Durante siglos, la mujer ha ocupado un lugar inferior


al hombre, hasta el punto de cuestionar que tuviera
alma. Se la privó de tener patrimonio y una
educación, confinándola al ámbito privado y mundo
doméstico, donde las mujeres han estado
comparándose y compitiendo entre ellas, con orgullo,
envidia y celos, ansiosas de ocupar un destacado lugar
dentro de la segunda clase que representaron durante
tanto tiempo.

Hoy en día, las mujeres compiten con los hombres


por un lugar en un mundo que, por mucha igualdad de
derechos que haya, sigue regido por valores
masculinos y donde muchas mujeres tienen que
renunciar a su feminidad y disfrazarse de hombre para
ser aceptadas.

Las experiencias denigrantes y traumáticas que


vivieron las mujeres a lo largo de los siglos, son
memorias vivas en el inconsciente colectivo.
Condicionan en nuestra psique la expresión auténtica
de la feminidad de la mujer y de la parte femenina de
todo hombre.
Liberarse de los juicios, identificaciones, limitaciones
y juegos de rol conocidos, constituye todo un reto
para las mujeres. Es un desafío también para los
hombres redefinir su concepción de lo femenino, y
una tarea pendiente para todos nosotros relacionarnos
con respeto, honrando tanto nuestro masculino como
femenino internos.

¿Cuáles son las cualidades que aporta el reprimido


elemento femenino, la parte Yin del Tao? El presente
libro quiere dar respuestas a esta pregunta por boca
tanto de la Diosa como de M aría M agdalena, que
relata su vida en forma de diario.

Ella es una mujer que me ha fascinado desde mi


infancia. Considero que no se le ha hecho justicia, ni
por parte de la Iglesia que la difamó durante siglos
como prostituta, ni por parte de aquellos autores que
la enaltecen ahora como esposa de Jesucristo y madre
de su descendencia. Es encasillar en un extremo u otro
de un paradigma antiguo a una mujer cuya
experiencia, visión y misión fueron extraordinarias.

Lo que la Iglesia me transmitió sobre ella, nunca


concordó con lo que yo percibía cuando conectaba
con su energía. Experimenté una intensa sensación de
cercanía a M aría M agdalena cuando viajé, a los 18
años, por las regiones del Languedoc, de la Camarga y
Provenza, visitando Toulouse, M arsella, Aix-en-
Provence y Arles. Sobre todo, sentí su presencia al
entrar en la catedral de Vézelay, en Borgoña, donde un
monje me explicó que la abadía era el lugar donde se
creía que M aría M agdalena estaba enterrada, habiendo
peregrinaciones a su sepulcro desde el siglo X.

Empecé a interesarme por ella y lo Femenino Sagrado,


dedicando una parte de mi licenciatura a la poesía
medieval de los trovadores y su alabanza del amor
cortés, y me quedé impregnada por la deliciosa
energía femenina de Avalon cuando, años más tarde,
visité por primera vez Glastonbury, en el condado de
Somerset en Inglaterra, donde se respira la presencia
de las Damas de Avalon, de M aría M agdalena y de la
Diosa.

A lo largo de los años, he leído multitud de libros


tanto sobre M aría M agdalena como sobre la historia
de las religiones, el papel de la mujer, filosofía,
psicología y metafísica, a la vez que me formé en
distintas técnicas para la salud holística, entre ellas la
terapia regresiva que facilita el acceso a los archivos
akáshicos.

En ellos se registran todas nuestras vidas, como si


fuese una inmensa biblioteca, sólo que ésta no existe
de forma tangible y física, sino en un plano
vibracional al que se accede sintonizando nuestras
ondas cerebrales adecuadamente, de la misma forma
que conectamos con una determinada emisora de radio
al sintonizar la frecuencia en cuestión.

Acceder a los registros akáshicos ha sido para mi un


valioso instrumento de auto conocimiento y
evolución, ya que me ha permitido identificar y sanar,
poco a poco, el origen de lo que me condicionaba y
hacía sufrir, pudiendo disolver bloqueos, conflictos y
patrones de conducta, a la vez que iba entendiendo
cuál era la tarea que me había propuesto para esta
vida.

A lo largo de una década, he recordado medio centenar


de experiencias vitales. He podido sanar intensos
sentimientos de culpa, abandono, miedo, baja auto
estima y rebeldía. Todo mi aprendizaje y liberación
giraba en torno a la energía femenina, su potencial y
represión. Comprendí que mi tarea pendiente era el
restablecimiento de la energía femenina en mí, de la
energía que yo soy, y de comunicar desde ahí el
significado trascendental de lo Femenino Divino para
la evolución de la humanidad hacia planos más
refinados de existencia.

Nació la intención de escribir El Código de la Diosa,


cuya realización se ha convertido en un regalo para
mí, pudiendo liberar y abrazar mi propia energía
profundamente reprimida, encadenada y paralizada
porque en un momento dado la había juzgado como
destructiva y peligrosa. He podido recuperar mi
propia esencia, encapsulada durante milenios, gracias
a M aría M agdalena que entró en contacto conmigo a
través de los registros akáshicos, y cuyos recuerdos y
presencia me han guiado y acompañado en el camino
de concebir este libro y en mi propio proceso, que
han ido mano en mano.

El proyecto me ha tenido ocupada durante tres años.


Han sido años de ir hacia dentro, de aprender a
aceptarme a mi misma con toda mi historia, de
acogerme en mi totalidad, con todo el bagaje, poder y
potencial que tengo y que tiene la energía femenina.
Años que me han enseñado también a honrar los
desafíos, crisis y pérdidas que fueron parte de mi
camino, y de rendirme finalmente a la vida.

Con este libro quiero dar voz al poder transformador


de la energía femenina, voz a la Diosa y voz a M aría
M agdalena, que comparte a través mía una visión
distinta, más completa y auténtica de su vida y
misión.

Concebir el relato de sus memorias, se ha alimentado


de toda la información y guía que he recibido por
parte de ella y de lo Sagrado Femenino en múltiples
manifestaciones, de personas físicas y entidades no
físicas.

Siempre he sido muy intuitiva y psíquica, pero


también de mente reflexiva e intelecto escrupuloso.
Puedo asegurar que nada de lo aquí relatado se ha
concebido a la ligera, sino que es producto de una
concienzuda dedicación.

Las palabras de la Diosa y el relato de M aryam la


M agdalena son para leerlos tranquilamente y en
estado receptivo, con el corazón y la mente abiertos,
y dejarse impregnar por la energía que desprenden.

Deseo a todos los lectores que sean envueltos por el


cálido abrazo de lo Femenino Sagrado y
transformados por su poderosa energía, que no sólo
puedan sanar y equilibrar su propio femenino y
masculino internos, sino también desbloquear cada
uno su propio infinito potencial, para experimentar el
éxtasis de sentirse completos, realizados y
expandidos, vida exuberante, amor infinito, presencia
eterna y dicha absoluta.

Con amor,

Yllara Bettina Müsch


21 de Diciembre, Solsticio de Invierno del 2013
[1] P or el P apa P ío IX en la Bula Ineffabilis Deus, en 1854.
Yo soy la que soy…

Shakti, Nut, Inanna, Isis, Shekhiná, Venus, Selene,…


son algunos de los muchos nombres con los que he
sido llamada. Yo, que no tengo rostro ni nombre, pues
soy la que soy, la que fui y siempre seré, he sido
venerada en las múltiples facetas de lo que
represento.
Como doncella y virgen, como madre dadora y
nutridora de la vida, como anciana sabia y hechicera,
como efigie de la belleza y del amor, de la sabiduría y
misericordia, y también con el temido rostro de la
señora oscura, como dama de los cuervos que trae la
muerte. Todas mis caras y manifestaciones forman
parte de la eterna rueda de la vida, juventud,
madurez y vejez, muerte y renacimiento, y esta
comprensión os acerca más a mi esencia.

Yo soy el origen de la vida. El alfa y el omega. Mi


vientre os trae a la vida, y mi cálido abrazo os acoge
cuando retornáis a mí. Soy el océano primordial, las
aguas del cielo y las aguas del mundo, soy el
firmamento estrellado y la tierra fecunda. La tierra
que os da forma, os sostiene, y cuyo corazón
compasivo late junto al vuestro.
Moro en todos y cada uno de vosotros. Soy vuestra
naturaleza y verdad más íntimas, vuestro amor,
vuestra compasión, belleza, creatividad, abundancia
y alegría. ¡Halladme dentro de vosotros, pues mi
esencia es vuestra esencia!

Soy el principio femenino que, desde tiempos


ancestrales, se relaciona con la vida y sus misterios,
con la luna y sus ciclos, con la serpiente y su
capacidad de renovación, con los secretos, retos,
regalos y la magia de la existencia misma. Yo soy lo
Divino Femenino.

Desde los albores del tiempo, mi magia teje vuestros


destinos, hechiza vuestros corazones y encanta
vuestros sueños. Soy la inercia de la Tierra, la
abundancia del Sol, y la transcendencia de la Luna.
Soy vuestra madre eterna, cálida, nutridora y
envolvente, soy vuestra amante incondicional que os
adora e inspira, soy vuestra niña divina repleta de
potencial, y soy el hogar al que retornáis.

Sin mí, vuestra existencia sería un desierto sin oasis,


un dolor sin consuelo, un corazón sin latir. Estoy
aquí, para todos vosotros, sin excepción alguna.
Cuando me abrazáis dentro de vuestro ser, en toda mi
plenitud que es vuestra plenitud, aceptando y
apreciando la diversidad de mis manifestaciones, mi
poder y mi potencial para construir y destruir, que es
vuestro poder y vuestro potencial, cuando permitís
que os estreche entre mis brazos, os acune y os ame,
es cuando asumís que sois todo lo que Yo Soy.

Os habéis alejado tanto de mí. Os habéis alejado


tanto de vosotros mismos. Casi me habéis olvidado.
Habéis estado olvidando quienes sois, lo que es la
vida y la belleza de estar vivos, perdiendo la mirada
hacia el potencial que se halla en vuestro interior y el
amor que reside en vuestro corazón.

Pero la remembranza de mi grandeza que es vuestra


grandeza, ha permanecido en vuestro recuerdo, en la
memoria de la humanidad y la memoria de cada uno
de vosotros, guardada en vuestra psique, en
enseñanzas esotéricas, contada en leyendas, tallada
en obras de arte, inscrita en vuestro código genético.
El Código de la Diosa.

Yo me abrí en los albores del tiempo, y me sigo


desplegando ahora y para siempre, como los pétalos
sedosos de una rosa perfumada, en toda mi plenitud
voluptuosa, poderosa y hermosa, fusionándome en un
eterno abrazo con lo Divino Masculino.
Lo Divino Femenino y lo Divino Masculino, somos
dos facetas de un único Todo. El Uno se convierte en
Dos, para así poner en movimiento los elementos,
para ir manifestando lo no manifiesto, hacer tangible
lo intangible, para crear y seguir creando, crecer y
retornar al origen, en un eterno ciclo expansivo sin
fin.

Dos fuerzas complementarias lo mantienen todo


unido, todo en movimiento, y hacen posible el proceso
de la creación. Dos fuerzas que se necesitan, abrazan
y potencian. Que crean un espacio en el que la vida y
la consciencia pueden florecer. Nos hallamos en cada
partícula de vida, en cada molécula de vuestro cuerpo
y cada átomo de vuestro ser. Somos la Unidad.

Es el hieros gamos, el matrimonio sagrado entre lo


Femenino y lo Masculino, lo que os acerca a vuestra
verdadera esencia. Diosa y Dios, Luna y Sol, abajo y
arriba, adentro y afuera, Yin y Yang, cáliz y espada,
espíritu y carne, se funden en un proceso alquímico, y
la intensidad de su clímax os permite tocar y recordar
la Divinidad de vuestro ser, lo sagrado dentro de
cada uno de vosotros, la razón de vuestra existencia,
y el compromiso que tenéis para con vosotros mismos
y la vida.

La memoria de esta unión sagrada, ha permanecido


en vuestro recuerdo y en vuestros anhelos, al igual
que la remembranza de vuestro origen Divino, y el
recuerdo de la Diosa. Por mucho que el mundo
tergiversara la historia y menospreciara lo Femenino,
no me habéis olvidado ni renegado de mí. La
búsqueda del anhelado grial nunca ha cesado. Yo soy
el grial. Yo soy el bálsamo que ansiáis. Yo vivo dentro
de vosotros.

Cuando me halléis dentro de vuestro corazón y


abracéis los dones que os traigo, vuestro dolor se
desvanecerá, la culpa, las dudas, el descontento, el
resentimiento. Cambiaréis, vuestra vida y vuestro
mundo cambiarán. Os sentiréis realizados, plenos,
dichosos, bellos y amorosos. Viviréis el amor que
sois, conscientes de vuestro potencial como seres
eternos en forma humana.

Este es el tiempo de acordaros de mí, de valorar y


honrar lo Divino Femenino, de descubrirlo y
activarlo dentro de vosotros, mujeres y hombres, de
descifrar y poner en práctica el Código de la Diosa,
nivelando ambas energías, la masculina y la
femenina, y ambos hemisferios cerebrales, el
izquierdo y el derecho, el cerebro y el corazón, para
evolucionar hacia planos más refinados de existencia.
Os invito a todos, os amo a todos, os honro a todos.
Y os regalo este relato, el relato de mi amada hija
Maryam, tan hermosa representación de lo Femenino
Divino, cuyo recuerdo ha permanecido en vuestras
almas por los siglos de los siglos, para que resuene
en la memoria de vuestros corazones, y os ayude a
encontrar dentro de vosotros el anhelado grial, la
parte femenina de vuestro legado, la puerta hacia la
gozosa unidad que Yo represento…
La Travesía
No quise mirar hacía atrás. Sabía que, a mis espaldas,
los primeros rayos del alba coronarían el majestuoso
faro que dominaba el puerto de Alejandría. Para mí,
sin embargo, tenía mayor presencia la luz tenue de la
luna que se reflejaba todavía en las vastas aguas que
mecían el barco. Era más palpable, formaba más parte
de mi realidad.

Sabía que, incluso a estas horas tempranas de la


madrugada, las bulliciosas calles de la gran ciudad
estarían hirviendo de vida trepidante. Yo, sin
embargo, estaba muy hierática, ajena a toda la
actividad que se agitaba a mi alrededor. Seguía
inmóvil, de pie en la proa del barco, con mi capa azul,
oscura como el cielo nocturno.

M e mantenía erguida, como si me sostuviesen dos


puntales, de arriba abajo, abierta en canal. Sentía la
brisa que acariciaba mi cabello, respiraba el aroma a
mar, mientras que oía las olas rompiéndose, su
espuma salina salpicando mi cara, mezclándose con
lágrimas silenciosas. M e sentía muerta por dentro y, a
la vez, tan dolorosamente viva, palpando cada matiz
de las sensaciones que me embriagaban. Era
insoportable.
Había llorado durante semanas, sin consuelo, con el
corazón desgarrado, lamentando la crueldad de lo
vivido y vertiendo las lágrimas de mi dolor en el
silencio de las noches, como en un vaso, deambulando
mis pensamientos por tierras desoladas. M is lágrimas
me reconfortaban, evocando en mí la certeza de que
yo seguía viva, mi corazón palpitando a pesar de sus
heridas lacerantes.

M e debía a mi misma y a los fieles compañeros con


quienes compartía amor y destino, que siguiera dando
forma a mis pasos sobre la tierra y despojara mi
mente de los pájaros negros que anidaban en ella, que
no menospreciara el legado de los que murieron y
siguiera adelante con mi misión en esta vida.

Sólo quise mirar de frente, dirección Noroeste, donde


me esperaba un nuevo hogar. Pero las imágenes que
tenía grabadas en mi memoria, me perseguían y
torturaban, desgarrando mi corazón una y otra vez.

Instantáneas lacerantes. Jeshua clavado en la cruz,


agonizando. Su cuerpo, antaño tan lleno de vida,
abrazándome, reconfortándome, ahora inerte, frío,
rígido. Yo, ungiendo su cadáver para la sepultura.
Sabía que podía soportar cualquier cosa, el
agotamiento, la persecución, el exilio, pero la ausencia
del hombre al que amaba con cada fibra de mi ser,
condenado a una muerte pavorosa, me causaba un
dolor insufrible.

Y apenas unas semanas después, privada ya del calor


de su presencia, el zarpazo terrible de la muerte de
Judah. Sólo uno de los mellizos, de los únicos hijos
que tuve jamás, sobrevivió. A Judah, me lo arrebató
una enfermedad infame, a los pocos días de dar a luz.
Fue un golpe horrendo.

M i consuelo es sentir que descansa junto a Jeshua,


gracias a nuestro fiel amigo Juan que, arriesgando su
propia vida, volvió a Judea, para que el cuerpecito de
mi hijo reposara cerca del sepulcro secreto de su
padre.

Lo he perdido tan pronto. El desgarro que siento


apenas me permite respirar. Pero Sarah, mi princesita,
la hermana melliza de Judah, vive. M ecerla en mis
brazos, aspirar su deliciosa fragancia de bebé, y
escuchar los latidos de su corazón tan pequeño y tan
fuerte a la vez, son como un bálsamo para mis
heridas.

M i niña preciosa, con su pelo moreno y ojos oscuros,


profundos como los de Jeshua. Su tez color canela,
herencia de su abuela Eucaria, mi madre, de la estirpe
de los asmoneos que gobernaron Israel hasta que el
general Pompeyo M agno lo convirtió en Reino
tributario de Roma.

M i hijita. Huérfana de padre, sin hermano ni patria.


Pero siempre me tendrá a mí. Y a sus tías M arta y
M aría, que la cuidan con tanto amor y dedicación,
colmando cada día de sus pocas semanas de vida con
cariño y dicha. M e llena de alegría y agradecimiento
que tanto mi hermana pequeña M arta como M aría,
una de las hermanas de Jeshua, me acompañen en este
periplo.

Somos apenas veinte personas, todas de mi círculo


más íntimo, las que nos aventuramos a llevar la buena
nueva hacia Occidente. Lejos del brazo armado de
Roma que nos ha estado persiguiendo, de la hostilidad
que envenena Jerusalén y Judea, de las reyertas y de
la mezquindad del Sanedrín, alejándome de personas
que, antaño, había considerado amigos y que, de
repente, ya no lo fueron. Ni amigos, ni fieles al
espíritu del mensaje por el que Jeshua murió en la
cruz.

Siento, a mis espaldas, la presencia firme y


tranquilizadora del tío Yusuf que, para mí, es como un
padre, y para mi hija Sarah lo más cercano a un
abuelo. Yusuf de Arimatea, hermano de Joaquín, el
abuelo materno de Jeshua, no sólo es un próspero
comerciante, sino también un hombre poderoso y leal.

No sé lo que habría hecho sin él. Fue quien reclamó el


cuerpo de Jeshua y le dio sepultura, quien me ayudó
a huir de Jerusalén, salvando mi vida y la de mi hija.

Nos escondió en la ciclópea Alejandría, en casa de un


médico judío amigo suyo que me asistió en los
dolores del parto, un alumbramiento largo y
laborioso. No es frecuente que una mujer a mis 36
años dé a luz por primera vez, además a mellizos. A
pesar de sus sinceros esfuerzos y toda su sabiduría,
adquirido en el Templo tan afamado de Alejandría,
Eleazar no pudo salvar la vida de Judah.

Uno de los mellizos está con su padre, y la otra con


su madre. La infinita sabiduría divina, que tan
incomprensible y difícil de aceptar me resulta a veces,
lo ha dispuesto así. Estaré eternamente agradecida a
Eleazar y toda su familia, que nos cuidaron como si
fuésemos de su propia sangre.

M i corazón siempre recordará la presencia


tranquilizadora de aquellas personas que sólo
quisieron mi bien, esas manos firmes que aliviaron mi
sufrimiento, las voces suaves y palabras sabias que
hicieron agarrarme a la vida.

Alejandría siempre tendrá este sabor agridulce para


mí, mezcla de dolor y alegría, vida y muerte, ausencia,
destierro y, sin embargo, esperanza.

Este pensamiento, esta verdad, me reconfortan. M e


aferro a ella, mientras que nuestro navío surca las
aguas del M editerráneo. Sí, es cierto. A pesar de las
mortales heridas con las que el destino ha decidido
lacerarme, fracturando mis sueños y mi vida, en mi
corazón anidan esperanza y confianza. Las siento
como una lumbre que me suaviza y templa desde el
interior.

Todavía no logro concebir cómo podré vivir con lo


que he visto y con lo que he perdido. Pero estoy
decidida a dejar atrás el pasado, aceptándolo y
honrándolo, para abrirme pulcra y plenamente al
ahora y la infinidad de sus posibilidades.

Los seres humanos tenemos la facultad de rehacernos.


Podemos renacer en vida, resurgiendo de nuestras
propias cenizas como el ave fénix, libres de lo que
antes nos atormentaba y maniataba.

El verdadero significado del bautismo es este, renacer


a una nueva consciencia y libertad, como si fuésemos
un pergamino en blanco, puro e inocente, habiendo
disuelto las improntas que nos limitaban y cubrían la
luz de nuestra esencia.

No me aferraré al pasado ni me apegaré a


identificaciones. No es importante que sea viuda,
judía o cristiana. Soy una expresión de la vida. Soy
vida. M e siento palpitar en cada instante, en la
eternidad del ahora que no conoce ni ayer ni mañana,
y que colma mi percepción y presencia. Vibrar con la
vida, renovada, cada vez más libre, ligera y pura, es lo
que quiero, lo que elijo.

Resistirme, no sólo significaría ir en contra de la


naturaleza de la propia vida que sigue fluyendo, auto
generándose, abriéndose paso de entre los muertos,
sino que además truncaría mi compromiso conmigo
misma y con Jeshua.

La vida humana es un gran regalo que nos convida la


posibilidad de hacer elecciones conscientes, por
medio de las cuales nos transformamos y
evolucionamos. M i elección fue clara y mi misión
todavía no ha acabado. Tengo un firme compromiso
no sólo con mi propio proceso evolutivo, sino
también con el proyecto mayor de impulsar el
despertar y florecimiento de la humanidad.
Esta travesía hacia una nueva tierra donde sembraré
las semillas del hermoso jardín que la Tierra volverá a
ser algún día, forma parte de mi camino. Siento una
profunda gratitud hacía los elementos y todas las
personas que hacen posible que cumpla con mi
cometido.

Ver a mi hermana acunando a mi hija, ambas tan


parecidas a mi madre, a la que añoro particularmente
ahora que yo misma, por fin, me he convertido en
madre, me permite inclinarme ante la grandeza e
inconmensurabilidad de la vida.

Contemplar a mi madre a través de M arta y de Sarah,


evoca en mí memorias del pasado. Recuerdo el día que
Eucaria, mi amada madre, poco antes de su
fallecimiento, me llevó al bosque. Eran los primeros
día de una tímida primavera, yo tendría unos cuatro
años y ella, enseñándome los primeros brotes verdes
que surgieron de entre arbustos y ramas que parecían
muertos, me habló del milagro primaveral, de la
resurrección de la vida después del invierno.

Aludió a la imagen de la Gran M adre Cósmica que


regala y sesga la vida, que la hace brotar y florecer,
madurar y extinguirse, en un continuo dar y tomar
cíclico. Primavera, verano, otoño e invierno.
Juventud, madurez, vejez y muerte.
M e habló de la triple Diosa, doncella, madre y vieja
sabia, y de su cuarta cara oculta, la dama oscura que
trae la muerte, la liberación, la transformación, para
que la vida pueda resurgir nuevamente. Siento esta
verdad en cada pálpito de mi corazón, aquí, en este
navío que nos lleva a un nuevo comienzo.

M i alma envía una plegaria silenciosa al cielo,


pidiendo estar a la altura de lo que el plan divino en
su infinita sabiduría espera de mí. Ruego ser guiada
por el espíritu sagrado que anima toda la creación.
Imploro tener el corazón limpio en cada instante, la
mente clara y en calma, para poder fluir en sincronía
con la infinita fuerza de la vida.

Los astros nos conducen hacia nuestro destino, de día


el sol, de noche la luna e infinidad de estrellas de la
bóveda celeste. Los vientos nos acompañan, al igual
que las aves y los peces. ¡Cuanta vida!
Eucaria, mi madre, poco después de nuestra visita al
bosque, me regaló unos gusanos de seda que cuidé con
hojas trituradas, observando fascinada su
metamorfosis en bellas mariposas. Las hembras, tras
la cópula, depositaban unos huevos, para morir poco
después, reiniciando el mismo ciclo: huevos, larvas,
crisálidas, hermosas mariposas.

Nacimiento y muerte van mano en mano. Una vez


que hemos entrado en el ciclo de la vida, no hay
marcha atrás. Sabemos que nuestros días en la Tierra
están contados. Pero el espacio de tiempo que la vida
nos concede, lo podemos aprovechar o
desaprovechar. Lo moldeamos según nuestros
criterios conscientes o inconscientes.

Puede que nos dejemos llevar por la corriente de


creencias interiorizadas, las costumbres y tradiciones
de nuestra familia o sociedad, como si nuestra vida no
nos perteneciese. O podemos despertar a nuestra
verdad y potencial más íntimos, y conscientemente
dar forma a nuestros pasos sobre la Tierra.

Si queremos convertirnos en mariposas, necesitamos


pasar por la crisálida, por un proceso interior de
transformación que requiere quietud y paciencia, y en
cuyo transcurso transitamos por nuestra luz y
nuestra sombra, nuestros más fervientes deseos y
más terribles miedos. Una vez iniciado el proceso, ya
no hay marcha atrás. La crisálida no puede volver a
ser gusano, sino que tiene que perseverar hasta lograr
su transformación.

Tarde o temprano, todos saldremos convertidos en


mariposas, en esta vida o en otra. Depende del nivel
de consciencia, del compromiso y de la coherencia de
cada uno. La dicha de realizarnos en nuestro más
pleno potencial puede ocurrir ahora o dentro de miles
de años. El proceso de la evolución en sí es imparable.
En nuestras manos está sintonizarnos con las leyes y
fuerzas que rigen el proceso evolutivo del ser humano
así como la conjunción propicia de espacio y tiempo.

Ciclo tras ciclo, y ciclos dentro de ciclos, en una


continua espiral ascendente, decía mi madre. Y cuando
quise preguntarla por qué la vida era así, para qué
servía cada ciclo vital, ella ya no estaba entre
nosotros. Había perecido en el parto de mis
hermanos, mellizos como mis propios hijos.

Yo quería mucho a Lázaro y a M arta, aunque echaba


terriblemente de menos a nuestra madre. Para mí, ella
era una gran mariposa, y mis hermanos y yo éramos
los huevos que había depositado sobre la Tierra.

No quería defraudarla, quería convertirme en una


hermosa mariposa también, así que seguí el camino
elegido para mí, una joven princesa que debía ingresar
en la Escuela del Templo de Jerusalén, construido
imponentemente sobre la gran explanada del M onte
M oria. Después, sin embargo, elegí otro camino.

No veía mi futuro en un matrimonio, acordado por mi


padre según mi rango y las conveniencias políticas y
económicas. Rehusé contraer nupcias con el noble al
que fui presentada, sino que me embarqué, gracias a la
ayuda de mi tía Alejandra, hermana de mi difunta
madre, en un viaje iniciático que me llevó Nilo arriba
al Templo de Isis, en la Isla de Filae.
Recuerdo la expresión de estupor en el rostro de mi
padre. M e afectó su dolor, pero seguí adelante con mi
proyecto porque anhelaba encontrar respuestas,
elucidaciones más allá de meras creencias o verdades
académicas para las muchas preguntas que bullían en
mi inquieto corazón. Había tanto que no sabía, que no
entendía acerca de la vida y nuestra existencia misma,
misterios y verdades que deseaba desvelar.

He conocido a grandes maestras y maestros y he


aprendido de ellos. Pude beber de una muy antigua
sabiduría que me ayudó a comprender cuan
intrínsecamente el ser humano está ligado a las leyes
del cosmos, a los movimientos y ciclos de los astros.
M acrocosmos y microcosmos regidos por una misma
numerología sagrada, reflejándose en lo grande al igual
que en lo pequeño.

Somos antenas que viajamos y giramos con la Tierra


por el vasto espacio de la Vía Láctea. Cuanto más
cerca se halla el planeta del Gran Sol Central, tanto
más fácil es sintonizarnos con la poderosa vibración
que emana, tanta más claridad y consciencia tenemos,
tanto mayor es nuestra posibilidad de despertar, de
realizarnos y vivir en plenitud.
Sincronizarnos requiere cierta maestría sobre nuestro
cuerpo y mente, sobre nuestra respiración, pulso,
cerebro, voz y posturas corporales, así como hacer
consciente el inconsciente, y disolver el revestimiento
del karma que hemos acumulado, que nos ha ido
moldeando y sigue limitando.
En el Templo de Filae llegué a conocer muchas de mis
vidas pasadas. Comprendí que somos un producto de
ellas, una conglomeración de memorias e improntas
que se hallan en nuestro inconsciente y nos confieren
un determinado aroma que, según las características
de la fragancia en cuestión, atrae ciertas
circunstancias, personas y acontecimientos a nuestra
experiencia.

Si no aceptamos lo que nos ha tocado que, lo


comprendamos o no, es lo que nos corresponde,
acumulamos más karma cuando, en realidad, el
propósito es liberarnos de todos los recuerdos y
patrones que nos mantienen prisioneros y dificultan
nuestra evolución.

Necesitamos ir pelando las capas de nuestra


personalidad y volvernos tan cristalinos como una
gota de agua, tan transparentes que la luz pueda
irradiar a través de nosotros, tan puros que el
Corazón de la Creación pueda latir con nuestra
frecuencia.

Cuando conocí a Jeshua, vi a un hombre que había


adquirido esta maestría sobre si mismo. Un ser que
caminaba completamente en la luz. Había recorrido
medio mundo en búsqueda de sabiduría. Después de
someterse a múltiples iniciaciones y pasar largo
tiempo en soledad y meditación, estuvo a punto de
retornar a su patria donde quiso difundir lo que él
llamaba el evangelio de la verdad y del amor.

Jeshua no vino a traer la paz sino la espada. No quiso


consolar sino despabilar a las personas. No fue un
santo ni buscó ser santificado, sino que fue un
activista que pretendía cambiar las cosas, un rebelde
que cuestionaba de forma intrépida, abriendo mentes
y corazones, un maestro espiritual que impulsó,
inspiró e inició a muchas personas.

Jeshua quiso liberar la espiritualidad de los dogmas


religiosos y sacarla fuera de los templos, proclamando
que el Reino de Dios no se hallaba en el Cielo sino en
el interior de cada ser humano. Abogaba por una
espiritualidad directa, sin intermediarios, para que la
humanidad pudiese redefinir su relación con lo
Divino.

Él vino a revelar que todos somos hijos de Dios, que


el Creador, misteriosamente, habita en todos los
corazones. Instó a que los humanos descubriésemos
el imperecedero tesoro que mora en nuestro interior,
proclamando que él mismo era la palabra, la vida y el
camino para acceder al Reino de Dios.
M uchos discípulos lo han entendido como si la
devoción fuese la llave de acceso, como si ser devoto
de Jeshua y de sus palabras les abriese las puertas del
Cielo. Cuando es difícil que haya consciencia
suficiente, la devoción es, sin duda, una actitud
apropiada.

La verdadera devoción, sin embargo, es muy singular


y propia solamente de las mentes sencillas. Por
desgracia, hay mucha falsa devoción, sólo de palabra
pero no de corazón ni de hechos, e interpretaciones
interesadas y parciales de las palabras de Jeshua que,
a largo plazo, temo puedan tergiversar su genuino
mensaje.

La verdad es que Jeshua mismo fue la encarnación, el


vivo ejemplo de tener acceso al Reino de Dios. Había
aceptado y perdonado, transformado y disuelto
suficientes capas de su personalidad para estar en
sincronía con la vibración de la eternidad en su
interior. Cada palabra que pronunciaba, cada acto que
acometía, en perfecta sintonía con la divina esencia.
Alinearnos con el Reino de Dios como lo hizo Jeshua,
este es el camino.

Es un sendero interior, una tarea que uno tiene


consigo mismo. Es la transformación que nos
convierte en mariposas. El paso por la crisálida
imprescindible. La mirada interior, presencia y
aceptación, entrega y transmutación, para salir con
paz de espíritu, pureza de corazón, la belleza de la
esencia y una energía de amor y dicha.

Son atributos todos de lo femenino interno. Todo lo


creado, todo ser humano, sea mujer u hombre, es un
mezcla única de cualidades femeninas y masculinas.
Dos polaridades que se atraen, dos energías que se
complementan y forman juntas el Tao, todo lo que es.
Arriba y abajo, afuera y adentro, mente y corazón,
lógica e intuición, certeza y ternura, espada y cáliz.

Por la naturaleza misma de la mujer, a nosotras nos


resulta más fácil conectar con lo femenino eterno, e
integrar sus cualidades. Somos las mujeres las que
comprendemos, casi intuitivamente, el principio
cíclico de la vida, ya que nuestro cuerpo tiene su
propio ciclo, mes tras mes, sincronizado con los
ciclos de la luna, que crece, se vuelve llena, va
menguando y se renueva, luna tras luna. Luz y
oscuridad. Nacimiento y muerte. Vida.

Cuando tomo a mi hija en brazos, me percato de que,


verdaderamente, nada se ha acabado, y todo está por
empezar. Los veranos, los años, van y vienen. Nos
hacemos mayores, partimos, volvemos, partículas
minúsculas en la rueda del tiempo. La vida brotando,
perpetuándose continuamente.

Nuestra experiencia humana es cíclica y no lineal.


Amaneceres y atardeceres, lunas llenas y lunas
nuevas, equinoccios y solsticios. Las almas yendo y
viniendo. No hay origen ni conclusión, tan sólo eterna
evolución. Ciclos dentro de ciclos, evolucionando en
espiral.

Desde que he dado a luz, palpo con más nitidez lo


sagrado de la vida y la parte femenina de esta
sacralidad. Somos las mujeres las que conocemos el
misterio del embarazo, gestamos el milagro de la vida,
y la cuidamos. Es la fuerza femenina la que gesta lo
no manifiesto, la que sabe ver el fruto en la semilla, el
holograma del todo, nutriendo y creando lo que está
por venir.

De esta percepción, de esta verdad inalterable,


inherente y palpable en la naturaleza femenina, nació
la imagen de la Gran M adre Cósmica como
representación de lo Divino de la vida, venerada en las
distintas culturas bajo los nombres de Nut, Inanna,
Shakti o Shekinah. La Divinidad representada en una
imagen femenina grandiosa y sobrenatural.

El ser humano siempre ha sabido o intuido que había


algo más allá de la muerte física, algo más grande,
eterno y sagrado. Algo que parecía tan místico,
mágico y misterioso, tan incomprensible y ajeno, que
hemos aceptado e interiorizado la hipótesis de que la
Divinidad se hallara fuera y por encima de nosotros.
Los humanos aquí en la Tierra, y lo Divino lejos de
nosotros en el Cielo.
Hemos ido poblando el cielo con efigies, con deidades
hechas a imagen y semejanza del ser humano, si bien
más grandes y poderosos, creando mitos, leyendas,
cultos y religiones alrededor de ellas. Sin embargo, es
al revés. Nosotros fuimos hechos a imagen y
semejanza del Creador. No nuestro cuerpo físico que
pertenece a la Tierra, que está hecho de tierra y vuelve
a la tierra, sino nuestra esencia misma. La esencia que
se halla dentro de todos y cada uno de nosotros,
palpitando en el vasto espacio de nuestro interior.

Diosas y Dioses, Isis y Osiris, Gaia y Cronos, Venus


y M arte, Sol y Luna, son energías que representan
distintas facetas de lo Divino. Fueron concebidas para
facilitarnos el contacto con nuestra propia Divinidad,
con el Reino de Dios que se halla dentro de nosotros
y con las diferentes cualidades de este reino interior,
tanto con lo M asculino Divino como con lo Divino
Femenino.

Es la energía masculina la que subyuga la materia, la


que se aventura y explora, conquista las tierras y sus
riquezas, y garantiza la supervivencia. Investiga e
inventa, estructura y construye, protege y defiende,
ataca y vence, procurando seguridad y un bienestar
palpable.
Lo M asculino Sagrado sienta los cimientos de una
sociedad, pero sin lo Femenino Sagrado no hay
cultura que pueda florecer. Un ser humano, un país o
un mundo tan sólo basados en cualidades masculinas,
serían como un árbol sin frutos, una flor sin fragancia,
un cuerpo sin esencia.

Sin la energía y la visión holística de la energía


femenina, sin su capacidad de la mirada interior,
sensibilidad, percepción, receptividad e intuición, sin
su amor, ternura y compasión, sin la belleza que
confiere a la vida, nuestra evolución más allá de un
cierto punto no es posible.

Lo Femenino Divino nos permite evolucionar hacia


estados de consciencia más elevados, hacia una
existencia más refinada, hacia sociedades florecientes,
más coherentes y más de corazón.

Cuando prevalece la necesidad de garantizar la mera


supervivencia, es natural que predomine la energía
masculina. Sin embargo, una vez que se ha alcanzado
una cierta seguridad y estabilidad, la energía femenina
puede y debe florecer.

Entonces, el ser se vuelve más importante que el


hacer, el vivir más transcendental que el tener. El
tiempo deja de ser lineal y se convierte en la eternidad
radial del ahora.

Cuando vivimos en el momento presente, con el


corazón abierto y plena percepción, sin resistencia ni
exclusión, nos fusionamos con este ahora. Entonces,
las compuertas de la eternidad se abren y, magnífica y
sencillamente, somos. Consciencia pura, esencia
amorosa infinita, mera presencia de dicha ilimitada.

Yo, M aryam, lo he experimentado, y es lo que deseo


para todos los seres humanos. Es un don, un regalo,
una capacidad inherente de la condición humana.

No somos sólo una sofisticada manifestación de la


vida, sino que somos la vida misma. Vida que quiere y
debe florecer en todo su esplendor. Somos creación y
somos creadores. El Creador supremo nos ha
obsequiado con esta dádiva. Nos creó y puso en
nuestras manos la evolución de la humanidad.

Si queremos experimentar la dicha que,


verdaderamente, significa ser humano, es
imprescindible que exploremos tanto lo masculino
como lo femenino eternos en nuestro interior,
abrazando no sólo lo Divino M asculino sino también
lo Femenino Divino.

Sin embargo, el Dios ha ido arrebatando poder a la


Diosa. El Dios de los hebreos y musulmanes al igual
que los Dioses de Grecia y Roma. Gaia, la Diosa más
grande del principio del cosmos, madre de la Tierra,
esposa y madre de toda la estirpe de Dioses del
panteón griego, fue desbancada a favor de su hijo
Zeus, un Dios severo y patriarcal que gobierna la
Tierra con sus rayos desde el M onte Olimpo, a la vez
que las Diosas de Roma se han convertido en meras
consortes o amantes.

Lo que antaño se veneró, ahora se desprecia como


inferior e, incluso, pecaminoso. Astarot, Ishtar,
Inanna, Diosas del amor, de la fertilidad y de la
belleza, han sido vilipendiadas como figuras
impúdicas de aborrecibles ritos lujuriosos.

Shekinah, complemento femenino del Señor, venerada


junto a él en el Santo de los Santos del Templo de
Jerusalén, imagen de la sabiduría y del Espíritu Santo,
ha caído en el olvido.

La imagen de la Diosa está siendo relegada a las


tinieblas del inconsciente humano. Lo que permanece
y se impone es el Dios, efigie de la energía masculina.
Aun cuando el símbolo en sí mismo no significa nada,
real es el poder que representa. M enospreciando el
emblema, se reniega del poder y de las cualidades que
personifica.
Belleza, sensibilidad, introspección, compasión y
amor, no tienen la importancia necesaria en este
mundo. En un mundo que ya no busca sólo seguridad
sino riquezas y poder. Donde se compara y compite
por logros y posesiones que, más allá de asegurar la
supervivencia, se han convertido en un fin en sí.
Como si un rango o la opulencia económica
garantizasen la felicidad.

Nunca lo hacen. Cuando llega la hora inexorable de


partir, cuando hay que dejar este cuerpo caduco,
todos nos percatamos de que ninguna fama ni riqueza
nos acompañan hacia el más allá. No cuenta lo que
hayamos conseguido u obtenido, sino tan sólo cómo
hemos vivido. Anubis, cuando acoge a los difuntos,
no examina su monedero sino el corazón, que debe
pesar menos de una pluma.

Lo que nos avala, lo que nos permite progresar de


encarnación en encarnación, es nuestra capacidad de
evolucionar hacia estados vibracionales altos de paz,
amor y compasión, que posibilitan una existencia
creativa, abundante y dichosa, en sincronía con el
proyecto de la vida.

El dominio de la energía masculina que se está


fortaleciendo a costa de su energía complementaria, la
femenina, dificulta y ralentiza nuestro proceso
evolutivo. M ilenios ya lleva combatiendo el Dios a la
Diosa, a la vez que las sociedades patriarcales de este
mundo privan de poder a las mujeres.
Yo, M aryam, os digo que todo esto tiene un precio.
Os recuerdo que es el vínculo entre el hombre y la
mujer que impulsa toda vida y toda creatividad, y que
cuando es insano, lleva a la destrucción.

Necesitamos un equilibrio entre ambas energías, la


femenina y masculina, para realizarnos plenamente.
Hay un propósito, hay poder, hay hermosura en la
unión de las dos fuerzas, una circular y la otra
vertical. Cáliz y espada, completándose y honrándose
mutuamente.

Tengo la esperanza de que, algún día, nuestro mundo


sea así, esperanza en esta aventura humana. A pesar
de todo el dolor de muchas vidas, mi fe en el género
humano y en la vida es imperturbable.

Yo, M aryam, sacerdotisa que fui en los tiempos de la


Atlántida, heredera de toda la sabiduría de M u, vi
como el mundo se desajustó. Ultrajadas fueron las
leyes del Universo y, con el núcleo mismo del planeta
desnivelado, las fuerzas de la naturaleza se desataron,
y Atlantis la Gloriosa pereció en las aguas.

Soberbia, avaricia, ignorancia, desprecio, traición,


desarmonía, conflicto, odio, agresión, crueldad,
violencia. M uy lejos ha ido el mundo explorando un
solo lado del péndulo. La balanza tuvo que volver a
ajustarse, para que se instalara el inicio de un nuevo
equilibrio.

Había llegado la hora de anclar el contrapeso en la


consciencia del mundo. Por esto vine, y por esto sigo
aquí. El antiguo ritual necesitaba ser performado. El
hieros gamos, matrimonio sagrado entre lo Femenino
y M asculino Divinos, un poderoso ritual que desde
las tinieblas de los tiempos se ha celebrado cuando la
realidad del mundo así lo requería.

Yo, M aryam de la dinastía de Benjamín por línea


paterna, por parte de madre del linaje de la Reina
Viuda Salomé Alejandra, la última asmonea que
gobernó Israel antes de que se convirtiera en Reino
Tributario de Roma, ungí a Jeshua, del linaje real de la
casa de David, como Rey de Israel. Con un aceite
precioso perfumado de nardo, cuya fragancia
embriagadora atesoro en mi recuerdos.

Cuando derramé el perfume sobre su cabeza, cuando


con él bañe sus pies, secando con mi cabello las
lágrimas que había vertido sobre ellos, Jeshua supo
que lo estaba ungiendo para su sepultura.

En tiempos de contrariedad, a lo largo de los siglos,


siempre que la tierra precisaba tal consagración, el
ritual tenía su lugar y momento. Para garantizar el
equilibrio de las fuerzas de la vida, una reina o
sacerdotisa, en representación de la Diosa, contrae
matrimonio sagrado con un hombre elegido por los
Dioses, dispuesto a sacrificarse por el bien común.

Ella lo unge como Rey del Pueblo, y se celebra una


unión que evoca la vigorosa imagen de la boda entre el
Cielo y la Tierra en los albores del tiempo. M ediante
la unión de las energías femenina y masculina, las
fuerzas contrapuestas se equilibran, la polaridad se
anula, el yo infinito se funde con el yo finito, la
esencia con la persona. Y el mundo puede dirigirse
nuevamente hacia la unidad.
Jeshua y yo, cuando celebramos nuestras bodas en la
ciudad de Caná, volvimos a anclar vibracionalmente y
de forma representativa, el matrimonio sagrado entre
lo Divino Femenino y lo Divino M asculino en la
consciencia de la Tierra.

Jeshua se convirtió en el ungido, el mesías, en cabeza


visible de la esperanza del pueblo, convirtiéndose su
crucifixión y resurrección en un remedio contra el
olvido, un antídoto para el padecimiento del mundo.

Pudo difundir su evangelio que devuelve a cada ser


humano su dignidad, para que nos reconociéramos y
honráramos en nuestra unidad y diversidad, ricos y
pobres, príncipes y esclavos, hombres y mujeres, sin
importar el género, la raza, nacionalidad, clase social o
religión. Todos nosotros hijos de un mismo Dios, de
una misma fuente primigenia, todos iguales en
derechos y potencial.

Yo, M aryam, vengo a restablecer lo Femenino


Sagrado. Para que la humanidad pueda florecer en
sincronía con la matriz de la vida misma, es necesario
que se revalide el reprimido elemento femenino de lo
Divino y que ambas energías se abracen y expresen
equilibradamente. Yo os recuerdo y os recordaré, para
los tiempos de los tiempos, la importancia del código
de la Diosa.
Francia

Arribamos en una pequeña isla en las marismas de la


costa provenzal de las Galias, Râtis, un antiguo
torreón del Dios egipcio Ra, cuyas gentes desde hace
tiempos inmortales rendían culto a la Diosa y donde
familiares míos por línea paterna nos acogieron con
sumo cariño. Gran parte de la casa de Benjamín vivía
desde hace tiempo en la diáspora, tanto en Oriente, en
Troya y Éfeso, como en Occidente, donde se habían
instalado en el Sur y el Oeste de la Galia.

Pisar de nuevo tierra firme, fue extraño después de


tanto tiempo pasado en el navío, mecidos por las
aguas del mar que, como un vasto espejo sin principio
ni fin, transparente de día y opaco de noche, me había
arrullado con la melodía de sus olas. Iban y venían,
creciendo y decreciendo, como mis pensamientos, en
un eterno conocerme y desconocerme.

Abierta en mil heridas, me había entregado a su


hipnótica melopea. Poco a poco, las imágenes
lacerantes del pasado se fueron suavizando, aliviando
y aligerando, hasta que no hubo nada más que este
océano primordial acunándome, invitándome a
fusionarme nuevamente con el origen, con la nada,
ofreciéndome así la oportunidad de renacer libre del
peso del pasado.

Arribé en la costa gala como Afrodita de la espuma


del mar. Con una niña en brazos, el corazón tranquilo,
la mente clara, y la firme intención de ir predicando
por las ciudades y aldeas, consagrando mi vida a que
los seres humanos descubriesen la semilla de lo
Divino en su interior, a que ésta creciera y se
convirtiera en una bella planta con flores y frutos,
toda la Tierra un hermoso jardín.
Fue fácil llegar a la gente, sobre todo en Toulouse y
toda la región de la Aquitania donde encontré gran
receptividad, no sólo entre los nobles cuyas
mansiones mis parientes frecuentaban, sino también
entre las personas humildes.

Viajaba infatigablemente y pronto se congregaba gente


allá donde fuese, para verme y escuchar lo que tenía
que decir. Acudían a pesar de las arduas tareas de su
vida diaria y su cansancio, de las comodidades de sus
existencias holgadas, y del peligro que conllevaban
estas asambleas en tierras ocupadas por Roma.
Asistían porque buscaban esperanza, ansiaban
respuestas y deseaban un cambio.

Les hablaba de la naturaleza misma del deseo. Los


seres humanos, continuamente, deseamos algo más,
mejor o diferente. Nuestros anhelos nos ilusionan y
nos mantienen vivos, a la vez que son la fuente de
mucho sufrimiento. No sólo porque no siempre
conseguimos a lo que aspiramos sino porque, al no
conocer nuestro verdadero potencial y recursos,
solemos elegir desde la limitación y no siempre
sabiamente nuestros objetivos.
Apostamos por metas que, en realidad, no tienen el
poder de satisfacernos. M etas tangibles y materiales
que casi todas nacen de la carencia y que, en gran
medida, dependen de que otras personas nos las
concedan. Objetivos que, una vez conseguidos, con
frecuencia dejan de tener la transcendencia que
habíamos proyectado sobre ellos. Vivimos en un
continuo estado de demanda, ansiando siempre un
futuro mejor.

Necesitamos comprender el origen de nuestro anhelo


y la causa de nuestro sufrimiento. A los seres
humanos nos impulsa el deseo de expandirnos
infinitamente, en una realidad física que de por sí es
limitada. Tener límites, fronteras, un principio y un
fin, está en la naturaleza de todo lo físico. Sufrimos
porque somos seres no físicos, y no nos gusta sentir
estas limitaciones.

Detestamos sentirnos confinados a existir dentro de


un espacio limitado que impide que nos expandamos
más allá de sus fronteras, por muy pequeñas o
grandes sean sus medidas. El esclavo igual que el
príncipe.

Desde hace milenios nos rebelamos contra las


limitaciones que nos restringen y contra aquellos que
nos oprimen. Soñamos con un futuro mejor, pero no
soñamos a lo grande. Nos contentamos con cambiar
un espacio reducido por otro mayor, cada vez que nos
sentimos descontentos, frustrados e infelices.

Yo, M aryam, os invito a ilusionaros sin límites, a


volar alto, a tocar el cielo con el anhelo de nuestras
almas, pues somos infinitos como el firmamento.
Es la gran verdad que la humanidad necesita integrar.
La infinita pulsión de deseo que experimentamos es
propia de la naturaleza infinita del ser que somos en
esta forma humana. Es el ser que nos llama y que
anhela realizarse. Y es el humano que, de forma
consciente o inconsciente, se halla en continua
búsqueda del ser y de su naturaleza última.

No somos solamente un cuerpo, una persona con un


nombre. Sabemos que tenemos una mente que nos
permite pensar, emociones que sentimos, un cuerpo y
energía vital que hacen posible que existamos en el
plano físico. ¿Pero quién es aquel que sabe todo esto?
¿Quién mora dentro de nosotros teniendo consciencia
de si mismo?

Una presencia intangible cuyo origen está en el más


allá. Somos energía dentro de energía, una vibración,
luz y sonido, notas musicales en la sinfonía del
universo. Vida tras vida, la esencia que somos y que
se proyecta en la realidad física, busca realizar su
propia melodía.

Yo, M aryam, os hablo de la posibilidad de hacer


resonar consciente y responsablemente nuestra
propia magnífica melodía. Plasmar la energía que
somos y crear una realidad coherente, es nuestro
derecho de nacimiento y el objetivo que nos
marcamos cuando aceptamos el reto de encarnar en la
Tierra.

En vez de buscar compulsiva e infructuosamente


satisfacciones fuera de nosotros, necesitamos mirar
con consciencia hacia nuestro interior, para descubrir
y comprender quienes y que somos, y vivir desde allí.
Jeshua nos dijo: “El reino de Dios está en
vosotros.”[1]

Por muy luminosa y poderosa que sea la chispa


divina que mora en nosotros, si no nos volvemos
conscientes de su existencia, es como si para nosotros
no existiera, y no podemos hacer uso de su tremendo
potencial.

Pero una vez que conectamos con la ventura y


abundancia del Reino de Dios en nuestro interior,
nuestra vida cambia. Ya no nos identificamos con
nuestro pequeño yo limitado e insatisfecho, sino con
el ser que nos abre las puertas a otra perspectiva y
forma de vivir.

Hay que ir hacia dentro, en silencio y en quietud, para


entrar en contacto con nuestra parte no física, la
esencia que late en nuestro interior. Hay una
presencia infinita, indivisible, que se halla dentro de
todos y cada uno de nosotros. Es la misma lumbre
que reluce dentro de todos los corazones y nos anima
a todos. Nos une entre nosotros y con la fuente de
toda vida.

Formamos parte de un solo campo unificado cuyo


pegamento es la incondicionalidad de su amor y que,
como una telaraña, lo interconecta todo: universos,
galaxias, estrellas, la naturaleza en sus diversas
manifestaciones, la vida en todas sus pequeñas y
grandes formas, desde las más básicas hasta las más
sofisticadas.

Todo y todos estamos hechos de una misma sustancia


viva, la esencia de la vida, el origen de todo lo que es.
Es una inteligencia suprema que rige las órbitas de los
astros, los ciclos del sol y de la luna, día y noche, el
transcurrir de las estaciones. Una fuerza creadora que
gesta y sostiene el milagro de cada nueva vida, que
hace florecer la naturaleza y latir nuestro corazón.

El mundo está lleno de representaciones de esta


poderosa energía, en forma de espiral, de esvástica,
lauburu, antahkarana y tomoe, en el árbol de la vida
de la cábala, en la matriz isométrica de la flor de la
vida, en la geometría sagrada de tetraedros, pirámides
y la estrella de David, en el Arca de la Alianza, en el
código binario del Tao, codificada en el I Ching, en
calendarios, obras de arte y monumentos,
hablándonos de como la vida fluye de forma incesante
en fractales que se replican continuamente, macro y
microcosmos indivisiblemente interconectados.

Esta energía omnipresente y omnipotente que se halla


dentro y fuera de nosotros, la llamamos Dios. En
realidad, no hay denominación para ella, ya que
solamente la conocemos a través de la infinidad de
manifestaciones en las que se expresa. Por esto,
cuando M oisés entró en contacto con ella inquiriendo
en nombre de quién dirigirse a los israelitas, la
respuesta que recibió fue: “Yo soy lo que soy”.[2]

El artista suprema no tiene nombre, no se le puede


definir ni limitar. Pero dimos un nombre y un rostro al
eterno creador. Distintos nombres y diversos rostros,
según las diferentes épocas y culturas. Al principio,
la humanidad veneró representaciones para las
distintas facetas de la ilimitada energía que anima toda
la creación, pero después
[1]Evangelio según Lucas 17:21
[2]Éxodo 3:13-3:15.
se han creado deidades colocadas fuera y por encima
de nosotros y, desde entonces, vivimos separados de
la presencia soberana que mora en todos nosotros.

Jeshua dijo: “¿No crees que estoy en el Padre y el


Padre está en mí? (…) El Padre y yo somos uno.”[1]
Y también: “Si los que os guían os dicen. ‘¡He aquí
que el Reino está en el cielo!’, entonces los pájaros
del cielo se os adelantarán. (…) En cambio, el Reino
está dentro de vosotros y fuera de vosotros.”[2]

La esencia de la vida mora en nuestro interior,


convirtiéndonos en seres eternos, infinitos e
ilimitados, por muy finitos y limitados que sean la
realidad y el cuerpo físicos a través de los cuales
experimentamos la vida. Sin embargo, no somos
conscientes de ello. Vivimos en una penosa
inconsciencia, desconectados de esta fuerza,
separados los unos de los otros, sin saber cómo entrar
en comunión con ella.

Percibimos la vida como algo que ocurre a nuestro


alrededor, casi nunca como una fuerza que late en
nuestro interior y se expresa a través de nosotros. No
vivimos plenamente, porque nos abrimos a la vida
sólo en la medida en que confiemos en ella, temiendo
sentirnos vulnerables y expuestos.
Para todos nosotros hubo un momento, en una de
nuestras primeras experiencias en el plano físico, en el
que nos quedamos tan traumatizados, por un acto que
cometimos, una muerte, un sufrimiento o una pérdida
que vivimos tan pavorosos, que nos desconectamos
de la fuerza vital y de la vibración primigenia que nos
une con la fuente y entre nosotros.

El mismo proceso ocurre cuando, recién nacidos y en


la más tierna infancia, nos hallamos todavía y de
forma inconsciente cerca de nuestra esencia, pero
vamos perdiendo esta conexión conforme crecemos,
nos educan, limitan y deforman. Poco a poco, nos
vamos identificando con el nombre, el cuerpo y la
mente, desarrollando un concepto restringido de
nosotros mismos, a la vez que empezamos a resonar
con patrones y limitaciones establecidos en vidas
anteriores.

Jeshua dijo: “Si no os hacéis como niños, no entraréis


en el reino de los cielos,”[3] haciendo hincapié en la
importancia de disolver todas las capas condicionadas
de nuestra persona, para volver conscientemente a la
pureza de la esencia.

El karma que llevamos de una vida a otra, es como


una mochila llena de piedras cuyo peso nos alerta de
su existencia, y despierta en nosotros el deseo de
deshacernos de ella. El karma está ahí para sanarlo y
liberarnos de su lastre, para volar nuevamente libre,
ligero y alto.

Pero somos como una perla dentro de una ostra cuyas


valvas se han ido endureciendo con los miedos, las
identificaciones y la resistencia a la vida. Sin embargo,
no existe una vida sólo fuera de nosotros. Somos vida.
No es algo que ocurriese ajeno a nosotros. Cuando
resistimos o limitamos la vida, nos rechazamos y
negamos a nosotros mismos y, a largo tiempo, nos
auto destruimos.

Cada uno de nosotros es una bella energía y nada de


lo que hayamos hecho o experimentado, jamás la
puede mancillar. Cuando sabemos que y quienes
somos, ninguna experiencia tiene el poder de
deformarnos o empequeñecernos.

Hace tiempo que olvidamos nuestra verdadera


naturaleza. El conocimiento de nuestro potencial pasó
de la Lemuria a la Atlántida donde, tras una época de
esplendor, se hizo mal uso de este poder. Fue la causa
por la que el Imperio Dorado se hundió en las aguas,
dispersándose la antigua sabiduría por el mundo,
celosamente guardada por una élite, cuya inmensa
mayoría no quiso ni quiere que la gran masa de seres
humanos despierte de la agonía en la que se ha
convertido su vida.

Un mal sueño lleno de penurias y limitaciones que


esclaviza a muchos y enriquece a pocos que, desde
jerarquías de poder secular y religioso, controlan el
mundo creando estructuras, leyes, dogmas e
imposiciones morales que mantienen a la humanidad
en un lamentable estado de inconsciencia, ignorancia,
miedo y sufrimiento, luchando perpetuamente por la
supervivencia, una cierta seguridad y pequeños
placeres.

La humanidad lleva milenios sin tocar con virtuosidad


el hermoso instrumento que es el ser humano, sin
saber la bella melodía que es cada uno de nosotros,
escondida debajo de nuestro miedo, nuestros
máscaras y nuestra sombra.
[1]Evangelio según Juan 14:10 y 10:30.
[2]Evangelio según Tomás 3.
[3]Evangelio según Mateo 18:03
Yo, M aryam, recuerdo la Lemuria y la magnífica
sinfonía que supimos componer, expresándose en las
más primorosas formas. Os digo que podemos
despertar a nuestro potencial, que podemos florecer
como individuos y crear un mundo floreciente.

Necesitamos reconocer y deshacernos de las falsas


limitaciones, enfrentar y abrazar nuestro miedo y
nuestra sombra, y descubrir “el tesoro
imperecedero”[1] de nuestro interior. Necesitamos
aprender a vivir en sincronía con la vibración de la
poderosa energía que es la vida, que nos llama tanto
desde fuera como desde dentro. Entonces viviremos
plenamente en vez de tan sólo sobrevivir.

Llevamos tanto tiempo en modo de supervivencia que


todo nuestro deseo se ha concentrado en buscar
seguridad y control, amor y aprobación, poder y
conocimiento. Todos ellos son objetivos con los que
intentamos sustituir las cualidades de nuestra
auténtica naturaleza, eterna, infinitamente amorosa,
omnisciente y omnipotente.

Tenemos un profundo anhelo de volvernos completos


porque sentimos la ausencia del ser. Nuestro alma
sabe que ha perdido algo y, con frecuencia,
interpretamos esta carencia como castigo por una
infracción que creemos haber cometido, arrastrando
un perpetuo sentimiento de culpa que corroe nuestra
felicidad.

La carencia crea una sensación de vacío en nosotros y


nos hace estar en la demanda. Intuimos que nos falta
algo, pero lo buscamos sola e infructuosamente en lo
material, en posesiones, otras personas, actividades y
distracciones, en el exterior en vez del interior.

Con el tiempo, nos sentimos cada vez más


insatisfechos, incompletos, imperfectos e indignos,
dando lugar a una nociva actitud de victimismo que
impide no sólo la alegría sino también la realización de
nuestra grandeza.

Si viviéramos en comunión con nuestra parte no


física, descubriríamos el inmenso regalo que puede
significar ser humano. No nos sentiríamos inferiores,
pequeños, carentes y pecaminosos.

Cuando Pedro preguntó a Jeshua “¿cuál es el pecado


del mundo?”, éste contestó: “No hay pecado”.[2] No
somos pecadores sino magníficos hijos de la Creación,
inconscientes de nuestra auténtica naturaleza.

¡Despertemos a ella y desprendámonos de todo lo


que es falso en nosotros! ¡Deshagámonos de la falsa
carencia! ¡Vivamos la paz, la dicha y el amor que
somos! ¡No busquemos más la felicidad fuera de
nosotros, no reclamemos paz al mundo, no
mendiguemos más amor! ¡Seamos todo ello!

Amar no es algo que hacemos, es lo que somos. No


podemos dar y recibir amor. No es una moneda de
cambio, sino nuestra esencia. Somos amor. Es
necesario que realicemos esta verdad, que la vivamos,
que la pongamos en práctica.

¡Descubramos la incondicionalidad, la nobleza y el


éxtasis del amor que somos capaces de sentir y de
irradiar! El amor es la génesis y el fruto de la unidad,
la fuerza más poderosa del universo. Es lo que nos
une y nos hace sentir uno, lo que perdura, la única
causa por la que merece vivir y morir.

Todos los conflictos que existen entre los humanos,


todas las guerras que hay en la Tierra, son por
ausencia de amor. Añorando su omnipotencia, el ser
humano busca tener cuanto más poder y control
posibles. Todo en vano, porque nada puede sustituir
la dichosa sensación de sentir nuestra propia energía
amorosa.

El afán de poder y de control ha traído mucho


sufrimiento a la humanidad: miedo, ira, tristeza,
desesperanza. Nos angustiamos y enfadamos cuando
perdemos el control, y nos entristecemos y
empequeñecemos cuando otros nos controlan. Así
nacen tiranos, rebeldes y víctimas. Personas tercas,
iracundas, soberbias y abatidas. Así nace la violencia,
los conflictos y las guerras.

Es hora de volver a abrir el corazón. Hora de vivir


desde el amor. Jeshua nos dijo: “Como el Padre me
amó, así también os amé yo. Permaneced en mi
amor.”[3] Y también: “En esto conocerán todos que
sois discípulos míos: en que tenéis amor unos a
otros.”[4]

Sin embargo, nos cuesta abrir el corazón y amarnos a


nosotros mismos y a otros, porque tenemos muchas
heridas, miedo y resentimiento. Nos hemos hecho
tanto daño los unos a los otros a lo largo de los siglos,
tanto daño a nosotros mismos. Hemos visto nuestros
cuerpos lastimados, nuestras ideas vilipendiadas y
emociones descalabradas.

Cuando, en los albores del tiempo, la serpiente ofreció


la manzana de la vida a los primeros humanos, cuando
la fuerza vital nos invitó a participar en esta aventura
humana, no comimos solamente del árbol de la vida,
sino también del árbol del bien y del mal. Empezamos
a juzgar la vida y sus acontecimientos en correctos e
incorrectos, buenos y malos. Pero la vida es. No hay
nada bueno o malo en ella. Es una suprema fuerza de
una inteligencia superior a la nuestra. Tan sólo
podemos fluir con ella o resistirnos a ella.

A través de los juicios empezamos a deformarnos y


empequeñecernos. Olvidamos que nosotros mismos
somos vida y que, con cada juicio que emitimos, nos
juzgamos a nosotros mismos. Quienes han querido
mantenernos en la falsa limitación, siempre han
fomentado que juzgáramos, porque así permanecemos
en la separación, enfrentándonos entre nosotros y
auto destruyéndonos.

Es esencial que comprendamos cuánto daño hacen los


juicios que emitimos, tanto en palabra como en
pensamiento, a nosotros mismos y a quienes
juzgamos. Cada uno de nosotros es un individuo
único, un alma hermosa con su propia historia, a la
vez que todos estamos interconectados, formando
parte de un solo organismo vivo. Cada herida que
inflingimos a otra persona, la inflingimos al conjunto
del que formamos parte.

Cuando juzgamos, rechazamos una partícula del todo.


Excluimos en vez de incluir. Pero la vida es totalmente
inclusiva. Nuestra actitud sólo puede ser de inclusión,
de aceptación y de perdón. Es la piedra angular del
evangelio de Jeshua.

No significa resignarnos ni someternos a situaciones


de abuso de cualquier índole. Es importante crear un
espacio para uno mismo donde poder desplegarnos,
alejándonos de personas cuya presencia no es
saludable para nosotros, pero sin juzgar a estas
personas, sino aceptando compasivamente que cada
uno está en un determinado punto de su aprendizaje
y evolución, y que no es cuestión de comparar ni de
reprochar. Es tan lícito hallarse en el parvulario como
estudiar en una avanzada institución.

Son las almas viejas, las que llevan ya muchas vidas


en la Tierra, y las muy jóvenes, todavía no tan
contaminadas por las improntas de sus experiencias,
las que recuerdan con más facilidad la dicha de otros
estados del ser. En sus corazones, en vuestros
corazones, resuena la gloria de una existencia
ilimitada, infinitamente dichosa.

Sólo saldremos de la limitada condición en la que


ahora se halla la humanidad, si despertamos a la
consciencia de cuán intrínsecamente unidos estamos
todos, que la misma bella energía mora en todos
nosotros, expresándose en las más distintas formas,
que nuestros juicios nos mantienen en la separación y
limitación, y que necesitamos aceptar y perdonar en
vez de quedarnos apegados a nuestras heridas y al
pasado.

Jeshua nos los enseñó, con su ejemplo, su actitud y


sus palabras. Él dijo: “No juzguéis, y no seréis
juzgados. No condenéis, y no seréis condenados.
Perdonad y seréis perdonados.”[5] “Amad a vuestros
enemigos; haced bien a los que os odian; bendecid a
los que os maldicen; orad por los que os
calumnian.”[6]

Un día, uno de los discípulos preguntó a Jeshua:


“¿Cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano,
si falta contra mí? Hasta siete veces?”[7] Y Jeshua
respondió que “hasta setenta veces siete”[8].

¡Perdonémonos las veces que haga falta! Pues todos


somos hijos de una misma causa primigenia, de una
misma madre y de un mismo padre cósmicos, todos
hermanos, gotas de un mismo océano, miembros de
una sola familia. Cada uno en su camino de retornar al
hogar, en su proceso de redescubrir quien es, sanando
las improntas que le deformaron.

Somos uno, indivisibles, eternos e indestructibles.


Nuestra forma humana, sin embargo, es efímera e
inerme. Nos ofendemos y protegemos porque nos
sentimos vulnerables, porque nos hemos identificado
completamente con nuestro envoltorio mortal e,
incluso, con nuestras ideas y emociones que también
sentimos pueden herirse. Nos cuesta perdonar y nos
cuesta confiar.

El inconsciente y nuestros tejidos llevan un registro


de cada herida y cada trauma, tanto físico como
emocional, así como de nuestras acciones y
reacciones, componiendo el karma que hemos
acumulado a lo largo de nuestras experiencias vitales.

El karma es como una fragancia que vestimos y que


condiciona las circunstancias de nuestra vida. Cuántas
más capas e improntas llevamos, más limitada es
nuestra experiencia y mayor la necesidad de restaurar
el estado original del ser. Sólo podemos retornar a la
inocencia de la esencia si nos liberamos del karma, de
todo el bagaje que nos ha ido impactando y sigue
limitando.

La llave mágica es el perdón, la suprema comprensión


de que no hay nada que perdonar, que todos y cada
uno somos perfectos, inmaculados e intactos, de
extraordinaria belleza, grandeza y nobleza, con un
magnífico potencial por desvelar. Perdonando
dejamos de ser prisioneros del pasado y de nuestro
karma acumulado.

¡Dejemos de auto limitarnos! ¡Sanémonos en vez de


seguir padeciendo! ¡Aprendamos a actuar desde la
consciencia, en vez de reaccionar sobre los registros
del inconsciente! Siempre podemos aceptar y
perdonar, y fluir en vez de resistir.
¡Responsabilicémonos plenamente del mundo que
cada uno va creando en su interior y a su alrededor,
actuando con consciencia, amor, perdón y compasión!

“Lo que cada uno siembra, eso mismo cosechará.”[9]


Cada uno elige lo que planta y cultiva. Discordia,
miedo, testarudez, violencia. Paz, esperanza, alegría,
amor. Cada uno de nosotros es responsable de si
mismo y de la realidad que va creando día a día, con
cada pensamiento, palabra y acto.

El libre albedrío nos permite elegir. ¿En qué mundo


queremos vivir? ¿Qué clase de persona elegimos ser?
¿Un humano ciego y limitado, o un ser espléndido y
luminoso dentro de esta forma humana? Jeshua dijo:
“Hay luz dentro de un hombre de luz, e ilumina todo
el mundo. Si no ilumina, hay tiniebla.”[10]

El ser humano está diseñado para evolucionar, para


florecer y dar frutos. ¡Despertemos a esta verdad!
¡Comprometámonos con nuestro potencial!
¡Realicémonos plenamente! ¡Convirtámonos en luz,
en energía brillante!

¡Quitémonos todo lo que es denso, falso y superfluo!


¡Florezcamos! ¡Veamos aflorar la Divinidad en
nuestras vidas, su magia, belleza, abundancia y
éxtasis! ¡Convirtamos la Tierra en un floreciente
jardín lleno de paz, amor y dicha!

Este es el mensaje de Jeshua. Esta es mi visión de una


humanidad y Tierra realizados y exuberantes. No son
solamente palabras. No es algo que nadie tenga que
creer. Sino que es una llamada a despertar, una
invitación a dar un paso hacia un nuevo paradigma, a
hacer un cambio interno que promoverá cambios
externos.

Nosotros somos el cambio que queremos ver en el


mundo. Este cambio consiste en reconocernos en
nuestra pureza como los soles que somos, más allá de
todas las sombras y nubes que, con el tiempo, han ido
cubriendo nuestro resplandor. No tienen importancia,
tan sólo la que nosotros les demos. Nos
transformamos disolviéndolas, comprendiéndonos a
nosotros mismos libres de ellas, en un instante o a lo
largo de muchos años.
Retornando a la belleza e impecabilidad de nuestra
esencia, transformaremos el mundo en un hermoso
lugar de vida trepidante, de creatividad y abundancia
para todos.

Yo, M aryam, os invito a comprometeros con vuestro


potencial, con el potencial y el despertar de la
humanidad. Os pido un voto de fe y de confianza,
sobre todo, una coherente actitud de no agresión y
amoroso perdón que necesita ser practicada en cada
momento, con uno mismo y con todos los demás.

Ruego que el ser humano se alinee con el ser superior,


que sienta el amor y la compasión brotar en su
corazón, que vea tan sólo perfección dentro de
cualquier imperfección, que honre y celebre la vida, y
que descubra la belleza de la existencia humana
conociendo la dicha de sentirse completo, en fusión
con su ser y plenamente realizado. Este es mi deseo y
mi bendición.
[1]Evangelio según Tomás 76
[2]Evangelio según María P.7.
[3]Evangelio según Juan 15:9
[4]Evangelio según Juan 13:35
[5]Evangelio según Lucas 6:37
[6]Evangelio según Lucas 6:27-28
[7]Evangelio según Mateo 18:21
[8]Evangelio según Mateo 18-22
[9]Gálatas 6:7
[10]Evangelio según Tomás 24
Sarah

Tras siete largos años, hoy llega al fin el anhelado


momento de reunirme de nuevo con mi hija Sarah. M e
siento inmensamente feliz, y también algo inquieta.
¿Cómo será nuestro reencuentro? ¿Qué veré en sus
insondable ojos color azabache? ¿M e dejará
conocerla? Añoro su resplandeciente presencia a mi
lado. Nómada por vocación, he recorrido largas
distancias, como un ave migratoria, pero no hubo
lugar donde no haya sentido su ausencia. En el que no
recordara su sonrisa cautivadora.

Pero ya no es la dulce niña cuyo sueño velaba y


cuyas penas supe reconfortar. Siete años nos separan
de aquellos tiempos dorados de su infancia. Deseo de
corazón que me fluyan las palabras como el río, como
la lluvia, como las lágrimas que vertimos ambas
cuando llegó el día de la despedida. El momento de
enviarla aquí, a los siete años de edad, al Templo de
Isis que surge ahora ante mis ojos, imponentemente
erigido sobre la isla de Filae, al que se va acercando el
navío que me ha traído de vuelta a Egipto.

Al país de Kemet, desde donde huí hace catorce años


con Sarah en brazos. Y aquí estoy, para estrechar a mi
hija nuevamente contra mi corazón. Desde aquí, la
zona alta del Nilo que linda con el reino nubio de
Kush, viajaremos hacia el Noreste, primero en barco
y luego en camello, donde nos reuniremos con
M yriam de Nazaret, la amada madre de Jeshua, para
que abuela y nieta, por fin, puedan conocerse. De sus
cartas sé que M yriam desea compartir con mi hija las
memorias de su extraordinaria vida.

Pero antes me toca a mí relatarle a Sarah mi historia,


que es parte de la suya. Quiero ser transparente como
el agua, como un diamante, para que sepa de qué
material está hecha. Espero que mis palabras consigan
surcar cualquier brecha. M i corazón se regocija ante la
ilusión de pasar juntas días soleados y noches
estrelladas, compartiendo espacio e intimidad. Sin
embargo, ¿por dónde empezar?

M ientras que el sol se levanta magníficamente entre


las montañas, acariciando altas palmeras y extensos
campos verdes, admiro cada vez más de cerca los
soberbios pilones y columnas del Templo de Isis, con
sus ricos colores y espléndidos dibujos de la flor de
loto y rama de palma. Nada ha cambiado. Es como si
el tiempo se hubiese parado.

Recuerdo los años que pasé aquí como si fuese ayer.


M e veo sentada en una de las ventanas que salpican el
muro occidental, desde donde divisaba la isla sagrada
de Bigae con su santuario de Osiris. Evoco el dulce y
penetrante aroma del incienso y el bello repiqueteo de
los címbalos, mientras que entonábamos los antiguos
mantras.

Aquí comprendí la importancia de crear un amplio


espacio interno desde el cual establecerme y vivir,
independiente de las exigencias y proyecciones de
otras personas sobre mi, de mis aparentes logros o
fracasos, y de lo que ocurra a mi alrededor.
Estaré eternamente agradecida a mi tía Alejandra por
facilitarme aquel peregrinaje al país de los faraones.
Acompañada por dos primas, varios sirvientes y una
pequeña escolta, emprendí viaje hacia el Sur,
embelesada con los soberbios santuarios que pudimos
visitar conforme remontamos lentamente el gran río.
Tell ell-Amarna, Abydos y Dendera, Karnak y Luxor,
Esna y Edfu. Templos y pirámides, palacios y
obeliscos. Un mundo exótico, completamente
diferente al que había conocido en el M onte M oria.

M e quedé fascinada con las distintas deidades


masculinas y femeninas que se veneraban en los
diferentes templos, algunas de las cuales tenían forma
animal. Hubo una devoción extendida al Dios solar, a
la energía representativa del astro rey que ilumina
nuestros días y cuyos rayos dorados posibilitan toda
vida en la tierra. M il años atrás, el faraón Akenatón
había impulsado un culto monoteísta a Atón, el sol
negro, en representación no solamente del Gran Sol
Central, sino también del hecho de que todo lo creado
viene y se va por mayúsculas y minúsculas aberturas
negras, en galaxias, sistemas solares, células y
partículas.

Finalmente, llegamos a la hermosa Isla de las Flores


con su Pirámide Elefantina, situada en la primera
catarata para, finalmente, desembarcar en la isla de
Filae, metrópolis por excelencia del culto a Isis. Un
lugar mágico, poblado por árboles, flores y pájaros.
Sus murallas, terrazas y muelles protegiendo la isla
contra la turbulenta pleamar que inunda las fértiles
tierras de ambas riberas del Nilo comenzando el
verano.

No en vano, el Templo de Isis está situado en el lugar


exacto donde el sol, antes de revertir su rumbo, se
detiene en el Solsticio de verano, festejando el
momento anual del reencuentro entre Osiris e Isis, y
la fecundidad con la que el Dios bendice a la Tierra.

Estaba encantada de hallarme en la isla en la que


Eucaria, mi amada madre, también había sido instruida
en su juventud. M i anhelo era acercarme a la
Divinidad aquí en Filae, en este bello lugar de
sabiduría milenaria donde se respiraba paz, ternura,
alegría, y una profunda devoción hacia lo Femenino
Sagrado. M i corazón se sentía en casa, ansiosa de que
empezara mi instrucción.

Por un lado, las sacerdotisas me hicieron explorar mi


mente, su superficie consciente, el lago subconsciente
que se extiende por debajo, y las profundidades de su
parte inconsciente. Viajé con mi atención y
respiración por las distintas partes de mi cerebro,
desde el hueso sagrado donde nace la médula espinal,
subiendo mi columna hasta la glándula pineal en el
centro de mi cerebro, para arribar finalmente en la
glándula pituitaria detrás de mi frente, donde descubrí
el tercer ojo que, a diferencia de nuestros ojos
visibles, no percibe el mundo exterior sino el interior.
M e indicaron que explorara mi cuerpo por dentro y,
finalmente, me llevaron al corazón.

Hallé una hermosa energía expansiva en mi corazón, a


la que le di voz entonando armónicos que hicieron
vibrar mi cuerpo por dentro y fuera, a la vez que
descubrí en las distintas capas de mi cuerpo, corazón
y mente infinidad de memorias que condicionaban mi
conducta, mis sueños y mis temores.

Cuanta más consciencia adquiría, con cuanta más


atención y capacidad de percepción me observaba,
tanto más claras se volvieron las aguas de mi
inconsciente. Empecé a sentirme cada vez más libre,
ligera y expandida, conforme se derribaron puertas,
paredes y subsuelos en mi interior que antes me
habían embarrado y enclaustrado, al mismo tiempo
que me volví más y más receptiva, pudiendo captar
con facilidad los mensajes de mi mente subconsciente.

Por otro, las sacerdotisas me explicaron que somos


ciudadanos de dos mundos, uno visible y otro
invisible, que el ser eterno e intangible, la Divinidad
misma, mora dentro de todos y cada uno de nosotros,
aunque tan sólo veamos nuestra parte humana y
tangible, y que el propósito último de nuestra
existencia es encarnar esta Divinidad aquí en la Tierra,
una vez que, liberados de toda resistencia, nos
abramos a ella para que nos llene y guíe.

M e pareció una visión fascinante del ser humano,


pero no quise que se quedara en un mero concepto
intelectual o algo que pudiese creer o no creer, sino
que ansiaba experimentarlo. Anhelaba descubrir este
mundo intangible y entrar en contacto con lo Divino.

Con tal propósito, las sacerdotisas me enviaron


durante meses a que meditara largas horas en la
naturaleza, con los ojos abiertos y atención aguda.
Empecé a contemplar el río, una ola, el brillo del sol
en una gota de agua, un árbol, una flor, una hoja, la
sabia fluyendo por sus venas, admirando la gloria
prodigiosa de la creación.

Cuán más quieta y atentamente escuchaba, más me


hablaba la naturaleza, más me susurraba la eternidad
desde todos los lados. Sentí que yo misma era parte
de la naturaleza y del milagro de la vida, inseparable
de lo que veía, del aire que respiraba, del fuego vital
que percibía en mi interior, del agua que bebía, de la
tierra que me sostenía y alimentaba, y del espacio que
me contenía. Todo en la naturaleza era una
manifestación de una fuerza sagrada y eterna, casi
palpable el lugar donde lo finito y lo infinito se
tocaban.

Percibía sin palabras, de forma intensa y con mucha


transparencia, conectando con un solo campo de
energía vibrante mediante el cual todo se hallaba en
conexión. Sentí que había una fuente de la que brota
toda vida, que se halla en el centro y origen de todo lo
que existe, y que manaba también dentro de mi.
Verdaderamente, yo y todos teníamos nuestras raíces
en lo Divino.

Fue un peregrinaje hacia dimensiones desconocidas


dentro de mí, más allá de los pensamientos. Cuanto
más sensitiva me volvía, más íntimo era el contacto
conmigo misma, mayor la sensación de ser mera
consciencia expandida, y más hermosa la energía que
emanaba de mi corazón, llenándome de paz, serenidad
y júbilo, de amor puro por todo lo que había, como si
yo y todo lo que me rodeaba fuésemos una bella
sinfonía, sin poder ni querer separar sus distintas
notas musicales.
Comprendí que cada uno de nosotros tiene un núcleo
sagrado. Cada célula, cada planeta, cada sistema solar
y galaxia tienen un núcleo. Todos estos núcleos están
interconectados. Todos estos núcleos son Uno. Es el
Todo expresándose en lo pequeño y lo grande, en el
microcosmos al igual que en el macrocosmos. Núcleos
dentro de núcleos. Fractales dentro de fractales.
Ciclos dentro de ciclos. Toda la naturaleza, toda vida
un gigantesco holograma.

Nuestro núcleo es el corazón. La energía luminosa que


irradiamos desde el sentir puro, son los hilos de la
divina matriz hechos visibles. Todos formamos parte
de la misma telaraña única e inconmensurable. Todos
estamos embutidos en esta infinita matriz que es la
vida, eterna en su esencia, cíclica en su apariencia, las
estrellas y nosotros puntos de luz en el grandioso
tapiz que va tejiendo.

M e perdía en la contemplación de la magnitud del


cielo nocturno, fascinada no sólo por el resplandor de
los astros, sino también por el vasto espacio que
conformaba la bóveda celeste, mucho más extensa
esta oscuridad que los puntos iluminados por
estrellas. Comprendí que era el espacio que lo
mantenía todo en cohesión, que ahí, en la aparente
oscuridad de la nada, era donde debía buscar el origen
de lo Divino, la ubicación desde donde aquella
suprema inteligencia obraba sus milagros.

Tocar lo Divino de esta forma, fue una experiencia


sobrecogedora para mi. Realicé con toda claridad que
yo no era mi cuerpo ni mis memorias, sino la
consciencia que observaba y que, en última instancia,
no había diferencia ni separación entre lo que yo era y
observaba. Sólo había un mismo sonido original que
resonaba en distintas cadencias.

M e expandí cada vez más, sintiendo el claro anhelo de


fundirme plenamente con la consciencia eterna que
casi podía tocar con mis manos. Ansiaba
amalgamarme con el Todo y experimentarme a mi
misma tan infinita e ilimitada como lo eran la negrura
y la luz del Creador y de su creación.

Sin embargo, había algo que me retenía. Una sensación


de estrechez, de rigidez dentro de mi, la duda también
de ser digna de tal epifanía. Pero, sobre todo, miedo a
no poder controlar la experiencia, resistencia a
entregarme, y un gran temor a disolverme.

Profundas conversaciones con las sacerdotisas,


valiosos pergaminos que estudié en la magnífica
biblioteca del templo y fascinantes viajes de
consciencia que emprendí en la pirámide de la cercana
Isla Elefantina, me hicieron comprender que había una
dicotomía en mí que ilustraba a la perfección el dilema
y la condición del ser humano.

Quise ser libre y atada a la vez. Por un lado, anhelaba


fusionarme con la infinidad del ser. Por otro, temía
salir del espacio delimitado, seguro y conocido que,
hasta ahora, me había protegido y apresado al mismo
tiempo. Era el miedo de mi pequeño yo humano a
disolverse en la inmensidad del ser eterno, a ser
aniquilada como individualidad. El temor a
desintegrarme y de perder el control sobre mi energía,
luchaba contra mi anhelo de encontrarme nuevamente
libre de cualquier restricción. Temía lo que anhelaba, y
ansiaba de lo que huía.
Siempre había percibido una especie de vacío dentro
de mí, un vacío que nunca había querido atravesar, del
que me había evadido y el cual había llenado con
pensamientos compulsivos y mucha tristeza
sintiendo, con frecuencia, una gran soledad. Un vacío
tan vasto como inmensa era la Divinidad con la que,
por fin, había entrado en contacto.

Comprendí que este vacío que había rehuido tanto, en


realidad, era el lugar donde moraba mi ser eterno. M e
había sentido triste y sola porque nunca me había
atrevido a salir de mi separación para entregarme
plenamente a los brazos de lo Divino, temiendo
encontrarme ahí no solamente con mi luz verdadera
sino también con los dragones de mi sombra, sin
comprender aún que ambas forman parte de la
experiencia de cualquier energía proyectada a la
dualidad.

Fuertes eran las compuertas de mi yo humano y


férreo su control. De este pequeño yo personal que
era fruto del impulso primario de supervivencia.
Comprendía este instinto de proteger mi cuerpo, de
sentirme segura y a salvo. Había visto también mi
deseo de ser vista y reconocida, aprobada y amada.
Pero, realmente, nada de ello me había hecho sentir
bien, porque lo que verdaderamente anhelaba era a mi
misma, ser entera, completa en mi misma.

M i decisión estaba clara. A pesar de mi miedo y de mi


resistencia, quería amalgamarme con mi ser, abrirme
completamente a la esencia divina, y vivir desde ella.
Sabía que esto suponía un valiente salto al vacío, ya
que el yo que creía ser tenía que morir, para que
pudiese ser lo que realmente era.
M i pequeño yo y todas mis identificaciones
necesitaban disolverse, para que el poder místico me
revelara la magnificencia de mi verdadero yo. Un yo
que ya no sería tan personal y limitado, sino más
global e ilimitado. Lo que no sabía era cómo
conseguirlo.

Había experimentado la ausencia temporal de mi yo


personal cuando me perdía en la contemplación de la
gloria de la naturaleza, cuando entonaba durante largas
horas los antiguos mantras, o me absorbía por
completo en otra actividad que me llenaba.
M omentos gozosos, fuera del tiempo, algunos
mágicos pero efímeros. Siempre volvía a lo cotidiano,
a las partes conocidas de mi misma.

Las sacerdotisas me explicaron que el secreto


consistía en tres claves y un desafío: mi atención, la
mirada interior, la fusión con el ahora, y enfrentar
valientemente el miedo a la muerte.

Necesitaba quedarme muy quieta y dirigir mi mirada


hacia dentro, hacia mi mundo interior, atenta a todo lo
que percibía sin distraerme de mi enfoque de atención,
que era el ahora presente en mí. M e recomendaron
que, antes de afrontar cualquier miedo, experimentara
con otras cualidades y sensaciones, siguiendo siempre
el movimiento de su energía por mi cuerpo sin
identificarme con ningún pensamiento ni emoción.

Así que me tumbé con los ojos cerrados sobre la


hierba verde, calmé mi mente respirando
tranquilamente, dispuesta a experimentar lo que
ocurriría en mi interior, en el espacio que convierte
nuestros cuerpos en magníficas cajas de resonancia.

M e abrí a sentir la tristeza. Fue como una ola gigante


que chocó contra mi corazón y taponó mi garganta.
Poco a poco, se fue convirtiendo en un inmenso lago
que me inundaba y cuyas aguas, paulatinamente, se
volvieron cada vez más quietas. M e invadió un sereno
bienestar y, de pronto, sentí este espacio dentro de mí
que parecía vacío y silencioso. M e entregué a el. No
había nada más que este espacio que, súbitamente, se
llenó de vida trepidante. Todo era vida, alegría, dicha,
éxtasis. Reposaba en la tranquila intensidad del ojo de
un huracán, en los brazos amorosos de lo eterno.
Había conectado por primera vez con la Divinidad
que moraba dentro de mí, y fue hermoso.

Cada vez me identificaba menos con la persona que


había creído ser, y más con la jubilosa y amorosa
consciencia que sentía que era. Seguí observando mis
pensamientos sin apegarme a ellos, consciente de que
no era yo la que pensaba sino que, simplemente,
experimentaba un pensamiento, los cuales emanaban
de mi pasado, mi condicionamiento, memorias e
inconsciente.

Con el tiempo, comprendí que los pensamientos no


sólo habían determinado mi estado de ánimo, sino que
también aparecían según la disposición de mi espíritu.
Cuánto más placentero era mi ánimo, más positivos y
constructivos eran mis pensamientos. La buena
higiene mental era esencial, para que mis
pensamientos, emociones, energía y cuerpo se
pudiesen alinear y convertirse en una antena
coherente, capaz de sintonizar con otras dimensiones
de existencia.
Tanto nuestra mente como nuestro cuerpo son
acumulaciones, aglomeraciones de memorias,
pensamientos y emociones. Era importante que
trabajara también con los registros de mi cuerpo.

Empecé a darme permiso para sentir plenamente


cualquier emoción que me embargaba, siempre sin
identificarme con ella ni dejarme enredar por la mente
en historias relacionadas con la emoción en cuestión.
Aprendí a localizar y liberar también emociones que
se habían cristalizado en mis tejidos debido a que,
durante mucho tiempo, no me había dado permiso
para sentirlas.

Había rehuido y reprimido emociones desagradables


como la ira, culpa o vergüenza. Pero al no darles
expresión, al no permitir que su energía fluyera, estas
emociones se habían estancado y congelado en mis
tejidos.

Así es como se genera cualquier enfermedad. El


cuerpo nos recuerda a través de ella que hay un
impacto sobre nuestra vibración que necesita ser
mirado y sanado. Cada dolencia representa una
oportunidad para evolucionar, para liberarnos de
creencias limitantes y emociones corrosivas.
Todas las emociones ligadas a experiencias
impactantes son registradas y archivadas,
constituyendo un banco de memorias cuyas huellas se
hallan en nuestros tejidos. La memoria del cuerpo es
mayor que la de la mente y más ancestral.

Nuestro cuerpo es una antena que resuena con bancos


de datos interdimensionales que, como las nubes en el
cielo, almacenan nuestra historia. Todo lo que hemos
experimentado, sentido y pensado jamás. Cada uno
de nosotros un depósito de memorias. Comprendí la
necesidad de limpiar este almacén, y me dediqué con
tesón a ello.

Cuando sentía resistencia, experimentaba esta


resistencia sintiendo todo mi cuerpo contraerse y
blindarse. La ira me quemaba y cegaba, la vergüenza
me consumía, la culpa me aplastaba. Aprendí a no
juzgar ninguna de estas energías en movimiento que
liberaba, a no quedarme tampoco con ninguna, ni
identificarme jamás con lo que se movía.

Invariablemente, al final de cada trabajo sobre el


banco de memorias de mi cuerpo, con toda mi
atención enfocada hacia dentro y en el momento
presente, conectaba con el vasto espacio al que me
abría en mi interior, y experimentaba la dicha
temporal de fusionarme con la Divinidad.
Llevaba siete años en Filae cuando llegó el día en el
que me sentí preparada para explorar y enfrentar el
miedo a la muerte. Todos nuestros temores derivan de
este miedo universal que acompaña nuestra existencia.

Nacimiento y muerte van mano en mano. Pero


eludimos el hecho de tener que enfrentarnos, tarde o
temprano, al incierto umbral de la muerte. Es lo único
que el yo personal no puede controlar, y la razón de
su existencia. El humano siente pavor ante la
ineludible disolución de si mismo, y su instinto de
supervivencia rehúye y combate lo que más teme.
Vencer el miedo a la muerte, significa vencer nuestro
finito yo personal. Quien creíamos ser se disuelve en
la infinidad del ser.
Nunca olvidaré aquel día y aquella experiencia. Entré
en ella abriéndome a sentir plenamente mi temor a
fallar, a ser indigna, a no sentirme amparada.
Desolación. Un tremendo agujero en mi pecho. M i
corazón en un puño como una piedra oscura. El
miedo de haber pecado contra Dios y de que fuerzas
impías se apoderasen de mi alma. M i cuerpo
estremeciéndose en temblores. Terror al sufrimiento,
la tortura y agonía. Aves negras retorciéndose en mi
vientre. Sollozos y gritos sacudiéndome.

Después, un río de memorias. Imagen tras imagen,


recuerdo tras recuerdo, aparecieron ante mi ojo
interior. Vi las veces que había dejado mi cuerpo de
forma pavorosa, cuantas veces me había ido de este
mundo, sólo para volver una y otra vez. ¡Cuánto
dolor! Sepulcro tras sepulcro. Cientos de experiencias
de muerte colapsaron de forma agonizante. M i cuerpo
deshecho. El alma aplastada. ¡Quería liberarme de las
garras de la muerte! ¡Quería dejar de morir y renacer
siendo nada más que un cuerpo! ¡Quería despertar a
mi verdadera esencia ahora y para siempre!

De pronto, las puertas de mi universo interior se


abrieron ampliamente. Los lazos que me habían
aprisionado se desvanecieron, la agitación de mi alma
cesó y una gran calma invadió mi cuerpo. Yo estaba
en el universo y el universo estaba en mí. Con cada
respiración, las tinieblas y la pesadez se volvían más
y más ligeras. Flotaba en una nube de luz. Deambulé,
fascinada, por estancias luminosas desconocidas, mi
corazón danzando en melodías celestiales.
Desde lo más hondo de mi ser surgieron palabras de
reconciliación, de amor y de agradecimiento. El amor
infinito que sentía me transportó más allá de la forma.
Sumergida en un océano de luz, cada célula de mi
cuerpo y cada partícula de mi alma se renovaron,
fusionándose con la grandiosidad de mi ser infinito.
Fue una vivencia sublime, poderosa.

La luz en mi estaba completamente libre de miedo.


Sabía que la muerte no podía tocarme. El miedo que
había sentido no era real. Fue un producto de mi
mente limitada, de mi identificación con el cuerpo.
Pero yo no era mi cuerpo. Era eterna. Yo no era el
cambio sino la presencia inmutable que lo
experimentaba. Era invulnerable.

La última y definitiva prueba llegaría a la hora de mi


muerte, cuando me tocaría emprender el tránsito a
otros planos sosteniendo esta consciencia de
inmortalidad. Pero el amor y la dicha que me
embriagaban eran ilimitadas. Sabía que yo era toda
vida, vida eterna.

No importaba cómo llamaba a la fuerza poderosa que


sentía en cada molécula de mi ser. Luz, amor,
consciencia, vida, Divinidad. Era lo único real. Era
todo lo que había. Siempre había estado ahí, aun
cuando yo no había reparado en ella. Como cuando
las nubes cubren el cielo y no nos dejan ver la luz, a
pesar de que el sol brilla en el firmamento.

Pero ahora me había entregado a ella, fusionado con


ella, y sabía que podía confiar. Fue un momento
trascendente para mí, un punto de inflexión, una gran
transformación. Cuando miraba a las personas, tan
sólo veía amor y Divinidad, el ser supremo disfrazado
en distintas formas aparentemente limitadas.

M e encomendé a la suprema fuerza que sentía pulsar


en mis células, para que me envolviera y guiara mis
pasos. Sabía que ya nunca más se trataría de mi
voluntad, sino de vivir en sincronía con sus designios.
Intuía que los venturosos años que había pasado en el
Templo de Isis pronto tocarían su fin. M i corazón
albergaba la certeza de que la Divinidad encontraría la
forma de hacerme suya.

Unos meses después, conocí a Jeshua. ¿Cómo relatar


el encuentro con aquel singular ser humano? ¿Cómo
describirle a Sarah al hombre insólito que había sido
su padre? Un humano que se había dado plenamente a
la luz, la eternidad brillando en sus ojos, toda su
apariencia de una intensidad vibrante.
Le escuché hablar ante una asamblea en Abydos,
compartiendo el conocimiento que le había aportado
un largo viaje que, una década atrás, había iniciado en
Egipto y el cual le había llevado a Grecia y Roma, y a
lugares tan lejanos como Persia, la India y el Tíbet,
donde había estudiado con monjes, brahmanes,
ermitaños, hombres y mujeres santos.

Con voz cálida y clara, habló de las muchas moradas


que tiene la mansión de lo eterno. Dimensiones dentro
de dimensiones, formando en su conjunto un solo
campo pulsante, una divina matriz cuyos hilos lo
entrelazaban todo. Todos los Dioses un solo Dios,
una suprema inteligencia inmutable e inenarrable, el
origen primigenio de todo lo creado, presente en
todos los corazones, impulsándolos a retornar al
hogar, a realizarse en esta forma humana como Hijos
de Dios.

Sus palabras me tocaron profundamente. Expresó con


gran sabiduría y sensibilidad lo que la mente apenas
puede concebir. Una verdad más elevada que ella, más
sublime. Pude vislumbrar la hermosa imagen que
evocaba su discurso y sentir mi corazón resonar con
lo que transmitía. Todo lo que yo había
experimentado en los últimos años, me confirmaba
que estaba en lo cierto.
Nuestra salvación, dijo, radicaba en superar la ilusión
de la separación, no concibiéndonos como un yo
individual entre otros distintos, sino como un solo
ser, una sola vida expresándose en múltiples cuerpos
y facetas. Todo lo que sucede a uno, afectando al
todo. Lo que ocurre al otro, ocurriéndome a mí.
Porque todos somos uno. Nuestra tarea el retorno a la
unidad, a la luz y el amor incondicionales.

Habló con suma elocuencia del perdón como elemento


inherente y actitud indispensable del concepto de la
unidad. El otro otro yo, yo otro tu. Caras y espejos
de un solo Todo. Lo que proyectamos sobre el otro,
perteneciéndonos. Todo daño causado a otro,
lastimándonos. Violencia e ira afligiendo a quien las
sufre y quien las siente.

Toda culpa y crítica desafiando la perfección de la


suprema creación. Resistencia, control y
manipulación, disposiciones prepotentes que
distorsionan nuestra sincronía con la vida y nuestra
capacidad de percibir los designios de lo Divino.
Enfatizó la gran labor que constituiría despertar a los
seres humanos de su profundo sueño. El largo camino
por recorrer basándose en el amor, el perdón y la
aceptación, empezando cada uno consigo mismo y,
después, con su ministerio. Aceptar todo lo que es, a
todos como son, a todo lo que fue, dijo. Aceptar que
no hay nada que perdonar.

Dejar atrás el pasado, renunciar a las identificaciones


y abrir nuestro corazón a la amorosa energía
omnipotente y omnisciente que guía cada uno de
nuestros pasos en la eternidad del ahora, para que
florezcamos como humanos y la Divinidad se pueda
expresar plenamente en nosotros.

Estaba cautivada. Tanto con el discurso como por el


hombre. Sabía que tenía ante mi a un gran visionario, a
un extraordinario maestro espiritual, y que yo quería
ser su discípula. Quería beber de su sabiduría y
participar en su misión.

Un año más tarde, le abrí la casa familiar en Betania,


en la falda del M onte de los Olivos, donde me había
instalado con mis hermanos M arta y Lázaro tras el
fallecimiento de nuestro padre y mi vuelta a Judea,
ofreciéndole a Jeshua un espacio para sus tertulias, a
las que acudía cada vez más gente.

M e convertí en una de sus diligentes discípulos y,


más tarde, en su esposa. Nos atraíamos como dos
partículas de luz, regocijándose nuestras almas ante
un lazo que era más antiguo que el tiempo.
Compartimos plácidos silencios, largas
conversaciones, una misma visión de un mundo
evolucionado y el firme compromiso de contribuir a
que la humanidad despertara a su verdadera
naturaleza y potencial.

Amé a este hombre más allá de las palabras, más allá


de los cuerpos. Albergaba su corazón en el mío, fui
luz en sus ojos. Nuestro amor fue eterno como la vida
misma, libre como el viento y dulce como la miel.
Descubrí mi sensualidad y experimenté la plenitud de
mi feminidad a través de la unión con mi esposo y del
embarazo.

En Filae había empezado a honrar mi cuerpo como un


templo para la Divinidad, pudiendo apreciar ahora la
sensualidad que experimentaba como un delicioso
elixir que quise explorar y celebrar. M e entregué a ella
y a Jeshua, a esta intimidad profunda y gozosa que es
la sexualidad, capaz de eclipsar toda separación.

El arte del amor puede ser una oración sagrada cuando


dos cuerpos fusionándose se funden conscientemente
en un solo ser, éxtasis puro, más allá de cualquier
forma. Siendo la forma, sin embargo, la que posibilita
tan sublime experiencia. El amor haciendo el amor al
amor. Dos energías volviéndose uno, experimentando
la unidad. Lo Femenino y lo M asculino Sagrados
danzando en una hermosa coreografía. Una comunión
excelsa cuyo cometido puede ser profundamente
espiritual, expresión y celebración de la vida y su
sacralidad.

Era feliz más allá de las palabras con la vida que


compartía con Jeshua, aunque no conseguí quedarme
embarazada hasta el año anterior a su detención.
Hubo sumo interés en su misiva. Jeshua era un
erudito de las escrituras, con una mente aguda e ideas
novedosas, un corazón compasivo y una presencia
deslumbrante. M ucha gente le escuchaba y le seguía,
cansada de tanto conflicto, de la violencia, codicia e
injusticia que se respiraban en Palestina.

Estaban intrigados por el mensaje de esperanza que


divulgaba, y también por las milagrosas sanaciones
que habían tenido lugar en su presencia. Cuando un
ser está completamente en la luz, se halla Uno con el
poder ilimitado de lo Divino, y en su presencia todo
se sana. No hay desarmonía ni falta posible. Todo
vuelve a su perfecta condición original.

Con el tiempo, muchas personas veían en Jeshua la


encarnación del anhelado mesías que tomaría las
riendas del pueblo para liberarlo de la esclavitud de
Roma y restaurar la dinastía de David en el trono de
Jerusalén. Jeshua, a quien yo misma ungí para su
misión de instaurar un nuevo orden mundial basado
en una espiritualidad directa y plena de seres
humanos libres e iguales que se sabían todos uno, era
consciente del desafío que su misión suponía tanto
para el poder de Roma como el del Sanedrín.

Él no sólo supo que, tarde o temprano, lo detendrían


y ejecutarían, sino que tuvo la magnanimidad de
convertir su crucifixión en un ejemplo de aceptación,
de perdón y de superación. Todavía me impactan los
recuerdos de la agonía de su cuerpo en la cruz y el
digno tránsito que hizo con una determinación casi
sobrenatural.

M e veo a mi misma a los pies del calvario, deshecha


en lágrimas, embarazada y desolada. Pero también
recuerdo mi inmensa alegría cuando Jeshua se me
apareció, pidiéndome que anunciara la noticia de su
resurrección al mundo.

Cuando un ser humano es arrancado de la vida en


plena flor, la energía vital de la que es separado no es
débil, como cuando uno expira su último aliento
siendo anciano, sino vigorosa. Y alguien con cierta
maestría sobre si mismo, es capaz de utilizar esta
energía para aparecer en forma etérea. Es lo que hizo
Jeshua para confirmar la inmortalidad del ser que
había predicado.

La divina providencia en su inescrutable sabiduría lo


empujó hacia la cruz. Fue horrendo y, a la vez, el
escenario perfecto para inmortalizar su evangelio.
Rindiéndose a la voluntad divina, sacrificó su cuerpo
para demostrar que todos somos vida eterna.

Quiero contarle todo esto a Sarah. Quiero que sepa


cuán gran hombre fue su padre, un ser inmenso que
entregó su vida por completo a la luz. Un ser humano
esplendoroso, pulcro y humilde, transparente como el
agua y luminoso como las estrellas, que dio
generosamente para alumbrar este mundo y a sus
gentes. Un sol resplandeciente que pertenece a la
hermandad de los luceros cuyo cometido es guiar e
iniciar a las almas en su retorno a la Divinidad.

Tu padre vive en mi corazón para siempre, Sarah. La


muerte no puede apagar la llama del amor. Perder y
tener son sino ilusiones de la mente. No podemos
encadenar la felicidad. Yo la besé en sus alas, para que
viviera en el alba de la eternidad. Quizás, algún día,
retorne a mí, como lo haces hoy tu, amada hija de mi
corazón, que pronto escribirás tu propia historia.
¡Permíteme bendecirte! ¡Déjame estrecharte entre mis
brazos!
Avalon

M i corazón se regocija en la serena paz y la sencilla


belleza del paisaje verde que se extiende ante mis
ojos. Ynisvitrin, la resplandeciente isla principal de
Avalon, envuelta en los velos que la mantienen
invisible ante los ojos de quienes no han sido
iniciados en los misterios, se ha convertido desde hace
ya muchos años en mi hogar. Amo a cada manzano,
sauce, roble y junco de este santuario de la naturaleza.
Los arroyos y manantiales de las tierras pantanosas
que rodean las islas, crean de forma natural un flujo de
agua en espiral con poderosos vórtices de resonancia,
evocando en mi memoria imágenes del Templo de
Osiris en Abydos, de las Pirámides de Giza, y del
complejo de templos, pirámides y palacios de la
Atlántida, todos surcados por lagos, cuevas, pozos,
túneles y canales de agua. El legado de civilizaciones
ancestrales diseñado aquí por la mano de la naturaleza
misma.

Delante de mí, en el mayor de los vórtices, se eleva la


verde colina del Tor, cuya eminencia piramidal señala
un eje donde lo finito y lo infinito se enroscan,
entrelazando el mundo visible y los mundos
invisibles.

M ás de una vez he cruzado las fronteras entre las


dimensiones recorriendo el camino procesional que
serpentea en espiral alrededor del Tor. Un sendero
que conduce al peregrino tanto al círculo de megalitos
que corona su cima, como a un portal en el interior de
la colina donde el tiempo y el espacio se vuelven
permeables.

Ahí, en el centro de la espiral del vórtice, reposa el


huevo dorado de la vida que los atlantes trajeron a la
isla y que, antaño, había yacido en la vieja tierra
madre, Lemuria la Primorosa. Un mineral de plasma
vivo con un infinito núcleo negro, que es fuente de
gran energía y cuya forma elipsoidal es la primigenia
de toda vida, la de las órbitas de los astros y la de las
aberturas energéticas por las que los seres entramos y
salimos de nuestro campo energético y de la vida.

En la cúspide de la espiral, dos anillos de megalitos


recrean el flujo dinámico de un torus, el sagrado molde
geométrico de la vida misma, que entrelaza la
infinidad de espirales, fractales y núcleos de las
galaxias y de los universos en sus partes visibles e
invisibles.

Fue ahí, arriba en el Tor, donde se me desveló el


símbolo del infinito en forma de ocho, cuando vi
desplegarse la forma toroide de tri en bidimensional,
entretejiéndose las órbitas de magnos astros al igual
que las hélices de minúsculas partículas, más allá de
cualquier comprensión intelectual sólo posible desde
la visión interna expandida.

Vislumbré la disposición de las siete islas que


componen el dominio sagrado de Avalon como reflejo
de las siete estrellas hermanas de la constelación de
las Pléyades. Matariki, susurraba una voz, de donde
vino la madre que nos dio la vida.
Voces que emergieron de la memoria de mi ser
inmortal me mostraron la hermosura de los cielos. La
tierra azul con su luna plateada girando alrededor de la
esfera dorada del sol en una danza eterna llena de
amor. Formando parte de coreografías cada vez más
complejas y, sin embargo, de una simplicidad
asombrosa.

Nuestro sol bailando junto a sus estrellas hermanas de


las Pléyades, trazando espirales fulgurantes alrededor
de la constelación de Sirio, luz más resplandeciente de
la bóveda celeste y gran sol central del brazo de
Orión, los tres astros de su cinturón deslumbrándome
con su resplandor. Sirio y Orión, Isis y Osiris, Diosa
y Dios velando juntos los cielos y secretos de la Vía
Láctea.

La belleza imperecedera de las estrellas me abrió las


puertas de la eternidad, e imágenes cada vez más
nítidas empezaron a emerger de las tinieblas del
tiempo. Vi sumergirse la Vieja Tierra en un gran
cataclismo, las cúspides de las más altas montañas
convirtiéndose en pequeñas islas bañadas por aguas
cálidas.
Vi emerger otro continente, donde los supervivientes
de la antigua sabiduría encontraron un nuevo hogar. Vi
desaparecer también esta tierra, Atlantis la Gloriosa,
hundirse entre fuego y humo para siempre en el
océano, y a los que lograron zarpar antes de la
hecatombe arribar en patrias extranjeras.

Algunos dirigiéndose al gran continente en Occidente,


otros navegando hacia Oriente, llevando la antigua
sabiduría a las montañas del Himalaya y convirtiendo
el país de Kemet en tierra de faraones.

Unos pocos barcos zambulléndose en las frías aguas


del mar del Norte, para fondear en las costas
acantiladas de Britania, isla sagrada de druidas y
hadas. Entre ellos los príncipes herederos, Osinarma
y Domara, dispuestos por el destino en
embarcaciones diferentes.

Osinarma, alto, rubio y apuesto, con los dragones


rojos de su real linaje tatuados en las muñecas y la
fuerza de los truenos y relámpagos recorriendo sus
venas, arribando en el Sur. Aliándose con una tribu de
los durotriges para erigir en una planicie, donde dos
poderosas arterias de fuerza geomántica se entrelazan,
una Gran Rueda del Sol.
M egalitos imponentes alzados por el poder del
sonido, destreza sin igual del pueblo dorado, maestros
del canto mágico, capaces de mover materia mediante
la transformación frecuencial. Yo, M aryam,
sacerdotisa que fui en la Atlántida y sacerdotisa que
fui en la gloriosa Lemuria, os digo que es el sonido
que crea toda forma. Es el poder del espacio que
vibra.
El pueblo dorado supo comunicarse con este espacio
que es la morada del Creador, y levantar con suprema
destreza megalitos para erigir obeliscos, pirámides y
ruedas solares. Una vez terminado el círculo, en el
amanecer del Solsticio de verano, cuando el astro rey
tan venerado por los atlantes alcanzara el cenit de su
fuerza, esta rueda de poder les serviría a los atlantes
para establecer nuevamente la supremacía de su
nación, construyendo templos y palacios, una flota y
ejércitos.

¡Ay! Lágrimas de dolor e impotencia llenan mis ojos.


¿Cuándo aprenderemos? ¿No fueron la soberbia y la
avaricia las causas por las que el Imperio Dorado se
hundió en el fuego y las aguas de la destrucción?
¿Para qué cometer nuevamente el mismo error? Esta
no es tierra de palacios dorados y templos de piedra,
sino de pantanos y alcornoques, de elfos y hadas.

Fue Domara, la princesa con el cabello como lenguas


de fuego y ojos azules como el mar al atardecer, la que
resonó con la magia inherente en la naturaleza de su
nueva tierra. El velero en el que se hallaba, había
rodeado la costa Suroeste de la isla y encontrado en la
desembocadura del río Avon la posibilidad de arribar
entre los acantilados afilados de su inhóspita costa.
Así llegaron a Avalon, donde fueron bien recibidos
por los nativos que, desde hace tiempos inmortales,
honraban la naturaleza y el ciclo eterno de la vida.
Junto a los druidas, veneraban a los robles, el
muérdago, los pájaros, el fuego y el lago sagrados.
Reverenciaban la tierra como madre que gesta, nutre y
sostiene, viendo la Divinidad en cada expresión de la
naturaleza, en cada planta, animal y piedra, en la
lluvia, el viento y el sol.

Fueron los atlantes los que mulleron con azadas y su


propias manos el camino procesional que serpentea
alrededor del Tor, después de que Domara visualizase
sus espirales en un sueño. La espiral que es una
representación del movimiento de la energía vital, de
las energías cósmicas y de la estructura de toda vida,
un símbolo también de la Diosa, de la matriz,
hablando de ciclos, renovación y evolución.

Cuando los dos asentimientos atlantes, pasados unos


años, se reencontraron, estalló un conflicto entre los
que habían empezado a vivir en armonía con las
fuerzas de la creación y aquellos que quisieron seguir
sometiendo la naturaleza.

Osinarma, arrepentido de su participación tras el


reencuentro con su amada, destruyó gran parte de la
rueda de poder, haciendo acopio de su don de evocar
la tormenta. Pereció a causa de aquella hazaña, llorado
por Domara con gran aflicción, sumo amor y magno
agradecimiento.

Habiéndose quedado encinta antes del cataclismo, la


princesa atlante había dado a luz a mellizos, un niño y
una niña, hijos del trueno y de la nación dorada que se
mezclarían con el pueblo de los hadas y elfos,
fundando el linaje sagrado de Avalon. ¡Cómo se repite
la historia!

A Domara, primera Dama del Lago, le siguió su hija


como soberana espiritual de la Isla Resplandeciente.
Su rostro toma forma ante mis ojos atemporales, una
media luna plateada en su frente, su cabello rubio
ondeando al viento, su esbelta silueta envuelta en la
fina capa azul de las sacerdotisas.

Nombres y rostros empiezan a desfilar ante mi ojo


interior. Eilana, Callista, Helena, Viviane, M orgaine,
Nimuë. No distingo si lo que estoy viendo pertenece
al pasado o queda por acontecer. La vida que parece
un río en flujo constante mientras que estamos en un
cuerpo, ante la mirada eterna se convierte en un lago
de cristal, sus múltiples facetas revelándose. En la
leída atemporal que todo lo comprende y todo lo
acepta, en algunas de estas mujeres me reconozco a
mi misma.
M e quedo maravillada ante el viaje ciclópeo del alma
que, como hilo dorado en el tapiz del tiempo, viene y
va, vuelve y evoluciona. Una y otra vez, con una
tenacidad formidable, buscando completarse y traer
toda la plenitud y hermosura del ser a la forma
humana.

Un periplo en cuyo transcurso nos encontramos y


reencontramos con seres queridos cuyos facciones y
nombres varían, como en una danza eterna. Cada
pareja con la que bailamos, con cuyos ojos
tropezamos, un alma amada. Las más amadas, a
veces, aquellas que lecciones más duras nos vienen a
enseñar.

El hijo de Domara y Osinarma, bardo y guerrero, fue


quien siguió luciendo los dragones de los hijos de las
estrellas, dispuesto a proteger con su vida y su
espada a la tierra y sus gentes. De generación a
generación, qué así fuese. El Pendragon. Bretones,
romanos, sajones, hombres de distinta procedencia
llevando tal digno título. Gawein, Caurasio, Arturo.
En muchos corre la sangre de Avalon, y a todos les
distingue la realeza de su corazón.

¡Cuántas vidas y cuántas muertes! La carga emocional


de los milenios que mi alma ha visto pasar, de tantos
advenimientos, dolor y partidas, me aplasta como una
losa. ¿Cuánto tiempo tendrá que pasar para que la
humanidad pueda vivir y morir de otra forma? ¿Sin
violencia, ignorancia, injusticia, guerras y sufrimiento?

Es un clamor que se clava en mi corazón como un


punzón. No quiero apegarme a este dolor sino
desidentificarme, desprenderme de los negros
pensamientos como una serpiente se despoja de su
piel. El amanecer de hoy es demasiado bello como
para dejarme embargar por cualquier aflicción.
Después de largos días de frío, lluvia y niebla,
propicios para esta época otoñal, el sol vuelve a
acariciar la Tierra con sus generosos rayos dorados.

M i mirada se posa en el espino blanco que el tío


Yusuf plantó aquí para fundar, con el consentimiento
de los druidas y sacerdotisas, nuestra pequeña
comunidad cristiana, y cuya exótica presencia suele
enternecer mi corazón. Es bajo este espino donde nos
solemos reunir en círculo para contarnos nuestras
vidas, esperanzas y preocupaciones, en un continuo
compartir constructivo.

Otra fuente de gozo que restaura la paz de mi


espíritu, la encuentran mis ojos y mi corazón en el
bello jardín que las sacerdotisas han diseñado
alrededor de las dos manantiales que brotan a los pies
de la colina del Tor, creando un santuario donde se
siente a la Diosa presente.
He elegido este glorioso lugar para impartir mis
enseñanzas, que han encontrado un nutrido público
tanto entre cristianos como druidas. Cuando viajaba
predicando, tan sólo disponía de un tiempo limitado
y del poder de mis palabras para tocar el corazón de
las personas. En muchos resonaba la energía que mis
discursos evocaban. Otros, sin embargo, se quedaron
indiferentes o escépticos porque su corazón, blindado
por capas de dolor e intelecto, no recordaba. También
hubo quienes quisieron indagar más profundamente
en los misterios que desvelaba.

Aquí, finalmente, se me han brindado espacio y


tiempo para instruir a los que buscan liberarse y
expandirse, con prácticas de toda índole, tal como las
sacerdotisas de Isis y Jeshua me enseñaron a mí.
Difícilmente, puede haber un entorno más bello para
aproximarse a lo Divino que este primoroso jardín.

A un lado, brota el flujo del manantial blanco que nos


abastece con el agua más exquisito que mi paladar ha
degustado jamás, hablándonos de la pureza de la
esencia y de la inocencia del ser, de la virginidad de la
mujer y de su ovulación, de la capacidad de la
doncella para transformarse y hacer posible la vida.
Al lado, la fuente roja, rica en hierro, evoca la
tangibilidad de la vida manifiesta, huesos, carne y
sangre, y la imagen de la mujer sexualmente activa,
menstruando, dando a luz, siendo madre, floreciendo
hasta que, finalmente, el flujo de la sangre cesa para
dar lugar a una nueva transformación.

Es en estas aguas ferrosas que forman una alberca


antes de correr colina abajo, donde las jóvenes se
sumergen tanto en la ceremonia con la que se celebra
su menarquia, como en aquella que las consagra
sacerdotisas.

Yo me he purificado en estas heladas aguas sagradas,


en un ritual que para mí tuvo un doble sentido.
Honrar mi menopausia, mi transformación de mujer
fértil en mujer sabia, y mi decisión de retirarme del
mundo y vivir aquí, en las balsámicas tierras de la Isla
Resplandeciente.

Tenía cincuenta y tantos años. M i hija Sarah había


contraído nupcias con un noble asentado en la Galia,
tenía hijos y perpetua un linaje del que me siento
orgullosa. Después de casi dos décadas viajando
infatigablemente para predicar el evangelio de Jeshua,
me sentía cansada y mi corazón inquieto. La serena
paz y deliciosa energía de las islas de Avalon me
parecieron el lugar idóneo para reponer tanto mi
energía vital como la paz de mi espíritu, y dedicar
tiempo a la mirada interior.

A lo largo de los inviernos que han acontecido desde


aquel entonces, cuanto más profundamente he
penetrado en el silencioso núcleo de mi corazón, más
me he percatado de una rebeldía que hay en mi
respecto al tiempo. Una especie de bloqueo en mi
propio proceso evolutivo que se asemeja a la
dificultad que tuve de joven, ahí en la Isla de Filae,
para aceptar la dualidad de nuestra existencia.

Sólo quise ver y aceptar la luz, pero no abrazar la


oscuridad. No lograba asumir lo que juzgaba como feo
o despreciable en el mundo, personas malvadas,
gobiernos injustos, guerras y catástrofes, carencia y
sufrimiento. Hasta que las sacerdotisas me hicieron
revivir mi primera vida en el planeta, una vida en la
que me había caído de la perfección de otros planos
de existencia a la aparente imperfección de la vida en
la Tierra.

Vi que la dualidad había nacido primero en mi


corazón, en mi interior, cuando empecé a juzgar las
vivencias que experimentaba, para después instalarse
a mi alrededor en forma de personas buenas o
malévolas y, finalmente, se convirtió en un desafío en
el mundo exterior.
Comprendí que el mundo era tan dual como yo lo
experimentaba. Cuanto más me colocaba en un
extremo del péndulo, más abyecto me pareció el otro.
Sin embargo, situándome en el centro, en el punto
neutro, pude ver la belleza de las dos fuerzas, la
luminosa y la oscura, trazando multitud de formas.
Entendí que no eran opuestas sino complementarias,
haciendo posible la ilimitada manifestación de la vida
misma.

No hay luz sin oscuridad, no hay día sin noche, ni


evolución posible sin el desafío de integrar la
dualidad. Solamente queremos erradicar la dualidad
del mundo cuando todavía no nos hemos vuelto
completos en nuestro interior. Una vez que seamos
inclusivos, ya no hay exclusión posible.

Desde que pude abrazar la dualidad y disolverme en


la unidad, desde que me había entregado a la fuerza
suprema y me había fundido con ella, he vivido en
sincronía con sus designios y señales. Últimamente,
sin embargo, me siento inquieta, hay ansiedad en mi
pecho y un dolor punzante detrás de la sien.

Cuando voy hacia dentro y exploro estas sensaciones,


conecto con una necesidad de consecución, y el
anhelo de ver hecha realidad mi visión de una
humanidad realizada y de un mundo transformado.
No resisto que todavía no haya un cambio palpable,
un atisbo de esperanza que indique el despertar del
ser humano a gran escala, el renacer de una nueva era
dorada. Que todavía todo siga igual, me resulta
intolerable. Contemplar este mundo tan hostil,
ignorante e intolerante, tan falta de compasión y de
belleza, me duele y me hace sentir fracasada.

Las imágenes que, en mis frecuentes horas de soledad


e introspección, se me han desvelado al contemplar el
espejo eterno del lago sagrado, son alarmantes.
Visiones que concuerdan con aquellas que he tenido
cuando, en otras ocasiones ceremoniales, he asumido
la función de oráculo de Avalon.

Cuando una sacerdotisa es elegida para tal cometido,


se retira durante tres días para ayunar y meditar,
preparándose para abrir su corazón y su mente de
forma plena a la omnisciencia divina, la cual provee
guía e información concretas en respuesta a una
pregunta, una plegaria, que emitimos desde la pureza
de nuestro ser.

Confieso que, en estas últimas jornadas, no sólo he


enfocado mi intención en obtener información acerca
de lo que está ocurriendo y lo que acontecerá en el
mundo exterior, sino que también he lanzado mi
inquietud personal. Quiero entregar mi resistencia, mi
soberbia ante los designios de lo Divino. Intuyo
también que me queda una última misión por cumplir,
y deseo con todo mi corazón que me sea desvelada.

Huelo las hierbas aromáticas que las sacerdotisas


están quemando al lado del gran cáliz plateado, que
pronto se llenará con el agua sagrada de la fuente
blanca, para que me sumerja en su espejo. Pronto me
traerán el brebaje de setas, tan amargo y tan potente,
que me catapultará a otras dimensiones.

M e queda poco tiempo para seguir hilando mis


pensamientos, cada vez más veloces y lúcidos. No es
cuestión de planteamientos egoicos. No se trata de
mi. Es cuestión de que comprenda qué es el tiempo.

Lo estoy viendo de forma lineal, desde el punto


donde yo me hallo ahora físicamente. Pero es una
percepción limitada. En realidad, tanto yo como el
tiempo somos espacio. Espacio que contiene todo al
mismo tiempo. Por lo tanto, el tiempo no es lineal,
sino elástico, dúctil, dilatable y relativo. Es una
ilusión provocada por la rotación y traslación de la
Tierra. Un espejo lleno de falsas imágenes, de
sombras y nubes que tapan el resplandor de la verdad
última.

Cuanto más me fundo con la presencia eterna, más


desaparece el tiempo. Ya no soy ni siquiera la que lo
experimenta, sino la experiencia misma,
completamente atemporal.

Aquí me traen el desabrido líquido. Una vez ingerido,


me guían hacia el alto taburete al lado del fuego, cuyo
humo cargado de hierbas me envuelve como una capa
blanquecina. Sauce, acacia, artemisia, fresno, cerezo
silvestre, milenrama. Su aroma me traspasa y,
mientras que mi cabello se desliza como una cortina
alrededor del gran cáliz que me espera, que parece
llamarme, ya me he diluido en las imágenes que su
agua me refleja.

Una mujer, alta, pelirroja, imponente. Boudica, reina


de los icenos, furiosa tras el rapto y la muerte de sus
amadas hijas. Boudica, vengativa, liderando el mayor
levantamiento contra el águila romano jamás visto. En
el trono de Claudio que, hace ya más de diez
inviernos invadió Britania, sentado ahora Nerón. Otro
emperador. Otro Dios. Roma, siempre Roma.

Pero no hay mayor poder destructivo que una gran


mujer furiosa. Boudica arrasando los asentimientos
romanos. Camulodunum conquistada. Londinium
incendiada. También Verulamium nuevamente en
manos de los bretones.
Pero, ¡ay!, Boudica y sus tropas cayendo en una
emboscada. Decenas de miles de vidas masacradas
por los enemigos. Hombres y mujeres, niños y
embarazadas. Sangre y muerte, derrota y desolación.
¡Cuánto me cuesta quererte en la plenitud de tu
poder, Dama Oscura, Señora de los Cuervos!

Nerón celebrando su cruenta victoria. Simón Pedro


predicando por Antioquia, apresado en Roma y
martirizado en el circo de la colina vaticana. Pablo de
Tarso, viajando por Asia M enor, capturado en
Jerusalén, cautivo igualmente en Roma.
Juan, mi amado Juan, al final también crucificado, en
Éfeso tras una larga vida dedicada a la enseñanza y
contemplación. En Éfeso donde Juan y la comunidad
cristiana acogieron a M yriam de Nazaret, la amada
madre de Jeshua, y donde exhaló su último aliento.
¡Cuanta muerte! ¡Cuánta crueldad!

Santiago de Zebedeo torturado en Palestina, sus


huesos venerados en la Galicia junto a los restos
clandestinos de mi hijo, Judah, su sepulcro secreto
descubierto por unos caballeros con una cruz de paño
rojo sobre sus túnicas blancas, en una iglesia mandada
construir por un rey hispano, en una ciudad que toma
el nombre del apóstol. Santiago.

El camino de Santiago. Peregrinaje a las reliquias.


Hidalgos nobles custodiando el camino. Caballeros del
Temple. El espléndido Templo de Jerusalén destruido
por Tito, sucesor de Nerón. Las riquezas del Templo.
Sus secretos. Un estandarte blanco y negro, Yin y
Yang, con una esvástica roja como la sangre de la vida.
Velando el linaje. ¿M i linaje?

Campañas militares para establecer el control


cristiano sobre Tierra Santa. Cruzadas. M ás sangre,
más muerte. Flavio Valerio Aurelio Constantino,
Emperador de los romanos, legalizando la religión
cristiana. Nicea. Un concilio. Una Iglesia católica. Su
cabeza visible, el papa, obispo de Roma. ¿Sucesor de
San Pedro? ¿Una alianza entre Roma y los cristianos?

Imagen tras imagen. Borrándose, sobreponiéndose,


sin tiempo para preguntas, para interpretar,
comprender, respirar. Un papa, Clemente, a merced
de un Rey, Felipe, ansiosos ambos de riquezas y
poder. Acusando a los caballeros de herejía y
sacrilegio. Una masacre. 13 de Octubre. Jaques de
M olay, último Gran M aestre del Temple.

Otras órdenes. Hermandades secretas guardando el


conocimiento. M asones, rosacruces, cátaros. M ás
matanzas. ¡Ay, qué dolor! Catedrales erigiéndose
hacia el cielo y trovadores alabando el amor cortés. El
culto a M aría. M adonas negras. Una adoración oculta
a lo Femenino Sagrado. ¿El retorno de la Diosa?

La gran rueda del tiempo girando. M i cabeza dando


vueltas. No sé lo que es ahora, lo que fue y lo que
será. Tiempos oscuros. El matrimonio entre religión y
poder hundiendo a la humanidad en las tinieblas. Edad
M edia.

La sabiduría de milenios prohibida y deliberadamente


destruida. La gran biblioteca de Alejandría incendiada.
La Santa Inquisición. Cientos de miles de mujeres
abrasadas en hogueras, acusadas de brujería, injuriadas
y exterminadas. ¡Qué crueldad! ¡Qué dolor!

Después, un renacimiento, una ilustración. Pero tan


sólo de la mente, no del corazón. Imagen tras imagen.
Desoladoras, desgarradoras. Guerras, guillotinas,
terror, campos de concentración, aniquilación, armas,
amenazas, intolerancia, falta de compasión. Todo
versando, una y otra vez, sobre el poder, su control,
consolidación, amplificación. ¿Cuándo pondremos fin
a todo esto? ¿Cuándo?

Jesús, hijo de Dios, en un pedestal. La trinidad.


Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¿Dónde está lo Divino
Femenino? ¿Dónde está el corazón? ¿Dónde está el
equilibrio?
Un genuino mensaje de amor, una suprema verdad, un
llamamiento a la igualdad y unidad, tergiversado y
utilizado. La crucifixión de Jeshua más importante
que su resurrección. ¡Ay! Es demasiado.

El alarido que surge de mi garganta, de mi corazón y


de mi alma, desgaja el aire, cae sobre los que me
rodean, retumba en los que me prestan oídos. Se oye
más allá de Avalon, más allá de Britania, más allá de
los confines de este mundo.

¿Cuándo aprenderemos? ¿Cuándo viviremos la


recompensa a todo este viaje? M M . M is iniciales.
Números romanos. Dos mil años. ¿Tanto tiempo
tendrá que esperar la humanidad para resucitar de este
sueño maligno?

M ientras que recobro el aliento, la mirada fija en el


espejo del agua, la imagen de un escarabajo aparece en
su superficie, parecido a aquellos tallados en
lapislázuli que se veneran en Egipto como símbolo de
la continua transformación de la existencia.

Ahora veo todo en cámara lenta, cada vez más nítido


y, de pronto, comprendo que tengo ante mis ojos
atemporales una gran rueda del tiempo cuyas yugas
muestran el devenir de la humanidad.

Veo el caparazón del escarabajo dividido en dos


hemisferios por una línea horizontal que cruza otra
vertical, en cuya parte superior se halla un solo ojo
dorado. Isis-Sirio.

El caparazón es la órbita de nuestro sistema solar


alrededor de Sirio, el Sol de nuestro Sol, que no se
halla en el centro de la elipse sino en el hemisferio
superior, el cual es más grande que el inferior.

Ambos hemisferios constan de cuatro fragmentos


cada uno, dos a cada lado de la línea vertical, tanto
arriba como abajo. Ocho yugas del tiempo que giran
en dirección antihoraria. 26.000 años un giro
completo. Desde la cabeza hacia abajo, 13.000 años
de declive. Después, otros 13.000 años de lenta
ascensión.

Los dos fragmentos de la cabeza, los más cercanos al


Gran Sol, de 5.000 años de duración cada uno,
conforman una Edad de Oro que duró diez milenios.
Lemuria la Amorosa.

El fragmento inmediatamente por encima del ecuador


a la izquierda de la línea vertical, de 4.000 años de
duración, una Edad de Plata. Época de Atlantis la
Gloriosa. Otra Edad de Plata idéntica, también por
encima de la línea horizontal y a la derecha de la línea
vertical.

Dos Edades de Oro y dos Edades de Plata en el


hemisferio superior. 18.000 años orbitando en la luz.
Después, 8.000 años viajando por la oscuridad de la
noche del tiempo en el hemisferio inferior. ¿Dónde
nos hallamos nosotros?

Veo un pequeño punto luminoso viajar desde la


cabeza hacia abajo por el costado izquierdo del
caparazón y cruzar la raya del ecuador, adentrándose
en el hemisferio inferior. El hundimiento de la
Atlántida, diluvio, catástrofes e incultura. 2.000 años
en este fragmento, una Edad de Bronce.

El punto de luz sigue bajando y veo emerger, al entrar


en el siguiente fragmento, las primeras civilizaciones
de nuestro mundo, en M esopotamia y Egipto, cuatro
milenios antes de nuestra era. Una Edad de Hierro, la
más oscura de las cuatro edades, abarcando los dos
fragmentos inferiores a ambos lados de la línea
vertical, de 2.000 años cada uno.

Aquí es donde nos hallamos. El punto luminosa lo


señala claramente. Entrando en otra Era de Bronce, en
el segundo fragmento desde abajo de la parte derecha
del caparazón que, igualmente, durará 2.000 años.

¡Faltan dos milenios para salir de la noche del tiempo,


para volver a cruzar el ecuador y adentrarnos
nuevamente en la luz! Será en el siglo XXI de la era
cristiana cuando entraremos de nuevo en el hemisferio
superior, donde los rayos primorosos de Isis nos
iluminaran.

Veo la constelación de Acuario emerger a la derecha


del ecuador, puerta de entrada a tiempos más
refinados. Opuesta en el tiempo, a 13.000 años de
distancia, aparece la constelación de Leo en el cuarto
superior izquierdo, señalando el final de la última Era
Dorada, la enigmática esfinge con su cabeza de león
dando testimonio de aquellos tiempos gloriosos.

Conforme el símbolo del escarabajo se va


desvaneciendo emerge, desde las profundidades del
gran cáliz, la imagen sobrenatural de la Diosa,
derramándose sobre mi como el río de la vida,
sometiendo todas las defensas de mi ser. A su amor
me sujeto. La belleza de su luna clara ilumina mi
noche oscura. A su abrazo me entrego, olvidándome
del tiempo, rindiéndome por completo al palpitar de
su corazón. Yo amo. Yo soy. Reposo en ella.

Cuando recobro la consciencia ya es de noche. Tengo


fuerza suficiente para incorporarme y tomar una
infusión de avena con miel que las sacerdotisas me
han traído para reconfortarme. M i estómago rehúsa
ingerir comida sólida, incluso la sopa que me acercan a
los labios me causa arcadas. Fue un largo viaje con
intensas visiones. Pero aunque mi cuerpo me duela,
mi mente es clara y mi corazón se halla nuevamente
en paz. Por fin, sé lo que tengo que hacer.

Es menester retirarme durante veintiún días a un


cobertizo aislado donde preparar adecuadamente mi
cuerpo y mi energía vital, para culminar en el Solsticio
de invierno, cuando la energía de lo Sagrado Femenino
se halla en la cúspide de su poder, mi aportación a su
restablecimiento en la Tierra.

Ayunando, tan sólo ingiriendo agua y frutos, me


embarco en un recorrido por las tres caras de la Diosa,
por los tres centros de mi cuerpo, haciendo subir y
expandir mi energía pulcramente, de forma lenta y
poderosa.

Cada mañana me baño en el lago sagrado,


sumergiéndome en el misterio del agua primordial.
Cada noche contemplo las llamas de un fuego que
enciendo para perderme en sus destello etéricos. El
viento hace crepitar los leños, mientras que la luna
lentamente va creciendo.
La primera semana la dedico a la Tierra, la primera
cara de la Diosa, y la inercia que representa. Quieta,
voy hacía dentro y empiezo a sentirme uno con la
Tierra que me nutre y sostiene, y a cuyo barro
volverá mi cuerpo el día apropiado. Siento el palpitar
de su corazón en mis pies, en mis piernas y en mi
vientre. M i cuerpo recuerda como gesté a mis hijos,
como di de mamar a mi hija, perpetuando la vida.

Siento la fuerza de la Tierra latir en mis venas y crecer


la energía en mi hara, el centro energético situado
debajo de mi ombligo donde estuve unida a mi madre,
a la cual siento acariciarme en sueños y a la que honro
al igual que a la M adre Tierra, a la que cada día rindo
culto compartiendo mi frugal sustento con los
duendes que velan mi cobertizo y que, a cambio, me
obsequian con exóticas flores que crecen en el Reino
de las hadas.

La luz de mi hara va iluminando el palacio de mi


vientre, purificando los tejidos de mis órganos
sexuales de toda memoria nociva, de esta y de otras
vidas, mías y de otras mujeres. Acompaño este
proceso con profundas respiraciones conscientes
entonando mantras sagrados, hasta que lo siento
como un lago cristalino. M i útero una flor de loto
impoluta. No hay nada que pudo manchar esta
pureza. Ningún rapto, ninguna violencia, ningún
dolor.

Poco a poco, mi hara va calentando las aguas del lago


de mi vientre, y conecto con la fuerza primordial de la
supervivencia. Seguridad, comida, procreación.
Abrazo los árboles que me protegen de la lluvia, las
maderas del cobertizo que me guardan del frío de la
noche, me deleito con los frutos que me alimentan,
sacio mi sed con el agua de la fuente sagrada, y
celebro el delicioso bullicio de la energía vital en mi
vientre. M e siento viva, húmeda, fluida, abierta y
dichosa.

Danzando entro en la segunda semana de mi retiro,


entregándome a la energía fogosa del Sol, la segunda
cara de la Diosa, a su abundancia y creativa actividad.
Las aguas del palacio de mi vientre se van
evaporando, su rocío subiendo a lo largo de mi espina
dorsal irrigando mi corazón, donde una primorosa
rosa roja se va desplegando.

Pétalo tras pétalo, la voy limpiando de cualquier


rencor, odio y dolor, hasta que pueda desplegarse en
todo su amoroso esplendor. Ningún miedo a ser
vulnerable, a entregarme a la vida, a ser amor.

M e siento exuberante y reboso agradecimiento. Canto


de alegría, danzando envuelta en una fina estola de
color carmesí, con mi pelo canoso suelto. M e abrazo
a mi misma, a mi madre y a mi padre, a todos mis
antepasados, a Jeshua, mis hijos y nietos, alumnos y
compañeros.

No hay nadie a quien no pudiese estrechar contra mi


pecho, a quien no pudiese bendecir desde el primor de
mi corazón, grande, ligero y palpitante, ahora que soy
madre y padre de mi propia consciencia y de mi
propio destino, libre de cualquier genética, de deudas
y demandas.

Con esta hermosa certeza me adentro en la tercera


semana, y me abro a la última cara de la Diosa, la de la
Luna y su trascendencia. El rocío de mi energía vital
sube desde el corazón hacía arriba como un vibrante
embudo, impregnando mi mente de energía amorosa.

Comprendo cuan distinto es acceder a la mente sin


pasar por el corazón, cuando tan sólo es intelecto, un
cuchillo que saja y segrega. Pero la mente es un
instrumento maravilloso poniéndose al servicio de la
sabiduría del corazón.

M e vuelvo otra vez quieta, a veces toco el harpa,


pues la música, la mente y las matemáticas del
universo están intrínsecamente interrelacionadas. Día
tras día, me adentro más y más en la mente universal,
disolviéndome en la inteligencia superior que teje los
misterios de la vida y de la muerte.

M e convierto en presencia pura, soy mirada


atemporal, y ante la luz tenue de la luna que
resplandece en mi frente, empapando la mansión
cristalina de mi cerebro, la rueda del tiempo que
vislumbré en el espejo del cáliz empieza a girar.

Ciclo tras ciclo, en una infinita espiral. Imposible


distinguir donde es abajo y arriba, hoy, ayer o
mañana. Eternidad, hermosura, cantando todos
nosotros en su corazón único, en una totalidad sin fin.
Poco importan los cuerpos, los disfraces, el tiempo
aparente. Polvo de estrellas. Tan sólo cuenta que
pulamos nuestra belleza, el gozoso delirio de nuestro
corazón amoroso sellando lo inefable de esta aventura
humana.

Comprendo que podemos vivir desde una verdad


relativa ligada a la ilusión del tiempo, o desde una
verdad absoluta atemporal cuya verdad y visión no se
enturbian con imágenes temporales, fugaces ante la
presencia de la esencia eterna encarnada en todos
nosotros. Yo elijo la verdad absoluta. Ninguna ilusión
tiene el poder de perturbarme jamás.
Estoy preparada. Lentamente, mi energía se
desenrosca como una serpiente real, elevándose por
encima de mi cabeza. M ás que instinto, corazón y
mente, ahora soy consciencia búdica, esencia pura,
energía refinada. Soy una esfera de luz recorriendo el
camino procesional que serpentea alrededor del Tor,
todo bañado en plata por el resplandor de la luna
llena.
El Solsticio de invierno ha llegado. Es medianoche,
noche profunda, antes de que suban las antorchas de
los druidas por la espiral de la colina sagrada.
Dominio de la Diosa en la cúspide de su poder.

Aquí estoy, en el centro del anillo, en el eje donde se


entrelazan los mundos. He dejado de ser M aryam y
me he transformado en la Diosa, en sus cualidades y
su esplendor. Alzo los brazos al Cielo, ebrio del
poder de lo Sagrado Femenino.

Cuando los bajo lentamente, con las palmas sellando


el Tor, envío todo mi ser y toda la energía de lo
Divino Femenino a esta colina sagrada, anclando para
los tiempos de los tiempos el Código de la Diosa en la
eminencia del Tor que, como una antena, se conecta
con la rejilla cristalina que circunda la Tierra.

Aún cuando el mundo se sumerge en un sueño


maligno, cuando todo es negrura y sufrimiento,
desolación y desesperanza, alguien tiene que sostener
la antorcha, mantener la fe y enseñar el camino, como
un faro cuya señal luminosa guía a los navíos y sus
viajeros en la oscuridad de la noche.

El Tor y mi energía somos este faro, la antorcha que


os llama incesantemente, que os conduce hacia una
tierra de leche y de miel donde lo Femenino Divino no
se queda paralizado, sino que renace de sus cenizas
para la gloria de toda la humanidad y de la creación.
El retorno a casa

M i tumba no está señalizada, lo cual me parece


apropiado. Yo no fui mi cuerpo ni soy mis restos
mortales. Fueron un recipiente, una forma fintita para
la esencia infinita. Del mismo modo que el grial es un
receptáculo para cualidades inmateriales, los seres
humanos también somos recipientes de una sustancia
incorpórea. El mundo de las formas tan sólo es una
manifestación de la reverberación que está más allá de
cualquier forma.

El mítico cáliz no debe ser buscado por el receptáculo


físico que es, sino por lo que contiene. Por sus
cualidades capaces de sanar y regenerar el mundo y la
humanidad. Cualidades de la energía femenina. No es
que sólo el grial las contenga, sino que se hallan
presentes en cada ser humano, en la vasija de energía
de vida que es cada uno.

Beber de la tan anhelada copa significa saciar vuestra


sed de amor y ternura, aceptación y aprobación.
Sabed que la fuente de tan ansiado elixir brota dentro
de todos y cada uno de vosotros, en vuestro corazón,
en vuestra parte femenina, capaz de intuir y de saber
que sois perfectos y completos en vosotros mismos.
Cualquier defecto, carencia o limitación que creéis
tener, es nada más que esto. Una creencia que habéis
adoptado y a la que dais más credibilidad que a la
verdad última y absoluta de vuestra luz inmaculada.

Reconoceros en vuestra belleza y esplendor más allá


de cualquier herida, sombra y limitación, es un regalo
de lo Divino Femenino, de la madre eterna que ve el
fruto exquisito en cada semilla, y la semilla divina en
todo fruto. Vivir en su verdad, en su amoroso abrazo
y visión, os hará libres de cualquier ilusoria
restricción, condición o impedimento. Libres de ser
vosotros mismos. Libres de ser.

Cuando englobé y consagré mi energía en el vórtice


del Tor, en representación eterna de lo Divino
Femenino presente en la Tierra, me alejé tanto de mi
cuerpo físico y gasté tanta energía vital, que apenas
vivía cuando me encontraron. Supe que no me
quedaba mucho tiempo. Después de unos meses de
convalecencia, emprendí viaje rumbo a Francia, para
abrazar a mi hija Sarah y a mis nietos una última vez
antes de partir hacia otros estados de realidad.

Cuando un ser humano ha adquirido cierta maestría


sobre si mismo, puede elegir cuándo, dónde y cómo
dejar su cuerpo. Fue lo que hice. M i tránsito fue
pacífico y consciente, elevándose mi esencia con la
exhalación de mi último aliento a planos cada vez más
ligeros.

Cuando dejamos el cuerpo, la chispa eterna que


somos, retorna a un reino de una belleza
indescriptible. Ascendí por una espiral dorada que
existía en un espacio inmaculado de luz blanca, donde
aglomeraciones de colores brillantes y esferas
centelleantes emitieron ondas de éxtasis puro que se
tradujeron en himnos de una hermosura sobrenatural.
Supe que era apreciada y amada más allá de cualquier
medida. Era lo que yo visionaba y sigo vislumbrando
para el plano más denso de la Tierra. Que cada ser
humano se sabe infinitamente amado y apreciado, por
la misma energía y sustancia de la que está hecho cada
uno, al igual que lo son el Creador y toda la creación.
El amor amándose a si mismo. Cada ser humano
viviendo y estableciendo relaciones sobre el amor que
es la base natural de su existencia.

Recorrí muchas moradas del Reino eterno, cada vez


más bellas, refinadas y sutiles, todas ellas vibrando
alrededor de un núcleo que no es físico, no es tangible
y, sin embargo, existe dentro de todo lo que es. Está
más allá de cualquier forma, es resonancia pura,
infinita, el eterno aum, el aliento de la creación.

Percibía todo nítidamente, sin depender de sentidos


físicos. Era consciencia pura, sabía que existía, que
era, dentro de esta belleza a la que pertenecía, de la
que no me hallaba separada. Consciencia no nacida de
una mente individual, sino de la mente universal,
cósmica, de la que todos formamos parte.

Al morir traspasamos el velo que limita nuestra


percepción en la vida física. Aún cuando en forma
humana no conseguimos recorrer este velo para saber
que somos seres infinitos, una vez que dejamos el
cuerpo descubrimos nuestra verdadera naturaleza.
Entonces, experimentamos que nuestro hogar se halla
en lo eterno, cada uno de nosotros una chispa de lo
Divino, todos y todo intrínsecamente
interconectados.
Desde esta comprensión revisamos la experiencia
vital que acabamos de finalizar, dentro del marco
mayor de todas nuestras vidas y evolución. Tomamos
consciencia de cuáles son las lecciones que nos
quedan por aprender para sanar las heridas de nuestro
alma que, en su viaje desde la inocencia inconsciente
del ser hacia la inocencia consciente del ser, se cree
lastimada, abandonada, limitada, aturdida e
incompleta.

Los estados interdimensionales entre una vida y otra,


de hecho, dependen del nivel de nuestra consciencia.
El grado evolutivo que alcanzamos en vida determina
el plano donde nos instalamos en lo no físico. Hay
cotas de mayor o menor inconsciencia, oscuridad y
penuria, y otras de menor o mayor consciencia y
hermosura, dependiendo de lo libre que se halle el
alma de ataduras, compulsiones y patrones
limitantes.

Los almas que hemos adquirido cierta maestría sobre


nosotros mismos, podemos elegir cuándo, dónde y
cómo volver a la vida física, para ir puliendo lo que
nos queda por sanar y servir a otros en su camino
evolutivo, para convertirnos en creadores plenos en la
Tierra y retornar un día para siempre a la luz,
disolviéndonos nuevamente en la belleza de la nada.

Yo, la que fui M aryam la M agdalena, os digo que


cuánto más conectáis en vida con la dadiva del ser
eterno que mora en vuestro interior, tanta más
hermosura habrá, tanto en la mansión de vuestro alma
como en vuestras existencias físicas en el plano de la
Tierra.
El nacimiento humano es un obsequio de inmenso
valor que os confiere la oportunidad de hacer
elecciones conscientes que expanden y elevan vuestra
consciencia. Estando en vida en contacto con vuestro
origen y plenitud, os abre la puerta para vivir desde
una nueva libertad, desde la fuente y su abundancia,
desde el amor y la celebración de la vida.

Una vez que dejáis el cuerpo, perdéis la oportunidad


de elegir y transformaros conscientemente, sino que
fluís con vuestras tendencias y compulsiones, tan en
sincronía o tan poco en sincronía con el proyecto de
la vida como lo hayáis estado en el plano físico.
Tenéis que esperar otra oportunidad para encarnaros
como humano, para alcanzar en otra experiencia vital
la tan anhelada expansión y felicidad.

El ser humano es como un tesoro dentro de un


envoltorio que no se conoce más allá de la superficie
que ve. Vivir de esta forma, es como saborear la piel
de una fruta sin llegar a deleitarse con su jugosa carne.
Es imprescindible que os descubráis más en
profundidad, más allá del envoltorio y de las
apariencias de la superficie, si vuestro anhelo es vivir
plenamente y disfrutar de vuestra existencia.
Hay un inmenso potencial en el ser humano, aunque
vuestro pequeño yo personal no lo crea. Es
expresamente la creencia de vuestro ego, la de sentirse
pequeño, indefenso, indigno y abandonado, la que
boicotea el anhelo de vuestro alma y la llamada de
vuestro ser. Una parte vuestra desea despertar y
expandirse, pero vuestro ego no se lo permite porque
teme disolverse. Tiene miedo de ser aniquilado como
individuo.
Sin embargo, el ansia del ego de ser inmortal, de
sentirse eternamente seguro y amado, tan sólo puede
encontrar su realización en la fusión con el ser. La
unión con vuestra esencia no os erradica como
individualidad, sino que os enriquece, os engrandece,
enaltece y dignifica, y os permite vivir en sincronía
con la suprema fuerza de la vida misma.

Amados hermanos y hermanas míos, es hora de que


salgáis de la falsa ilusión de vuestra pequeñez e
impotencia. La verdad es todo lo contrario, por
mucho que el estado, los gobiernos, políticos, bancos,
grandes industrias, medios de comunicación e
instituciones educativas os quieran haceros creer que
sois insignificantes y eternamente desgraciados.

Son las mismas familias, el mismo dinero, los mismos


intereses económicos y el mismo afán de control y
poder que, desde hace milenios, os mantienen en una
falsa matrix que os impide alinearos con la gloriosa
matriz de la vida. Os esclavizan en el esfuerzo y la
lucha, por la supervivencia, la seguridad, salud y el
poder adquisitivo. Os separan y enfrentan entre
vosotros, os endeudan, distraen y ofuscan.

Os veo y mi corazón se duele porque no sois felices.


Vuestra mente es un cuchillo que juzga, separa e hiere,
generando un profundo cansancio y sufrimiento
emocional. La ciencia que habéis desarrollado tan
unilateralmente desde el hemisferio izquierdo, no
reconoce las leyes del universo, no va más allá de lo
tangible, sino que se contenta desarrollando nuevas
tecnologías que no solucionan los problemas
fundamentales de vuestra existencia, el hambre, la
indigencia, la falta de energía libre y recursos básicos.
Hago un llamamiento a todos vosotros que vuestras
necesidades básicas están cubiertas, pues sólo cuando
la supervivencia está garantizada el ser humano puede
evolucionar hacia su pleno potencial. Habéis llegado a
un extremo, a un punto de no retorno. El mundo y la
humanidad han sido llevados a un límite donde os
destruiréis si no recapituláis, si no os redescubrís y
redefinís como los seres ilimitados y completos que
sois bajo todo el disfraz que creéis verdad.

Necesitáis abrazar vuestro origen y esencia en sus dos


polaridades, el elemento femenino al igual que el
masculino, y alcanzar un equilibrio entre las dos
fuerzas que componen y mantienen la unidad. El
universo y todas sus manifestaciones energéticas
tienen la facultad de crear, mantener y destruir,
dependiendo de la composición de sus polaridades.
Os destruiréis si no os abrís a las cualidades
femeninas de vuestro potencial.

El esfuerzo, la lucha, ambición y competitividad, el


éxito social y poder económico, son sólo una pequeña
parte de la vida, la cual se llena de una belleza
extraordinaria cuando la sensibilidad y la empatía, la
creatividad y el arte son incorporadas. Cuando las
personas cuidan de si misma y otras, colaboran, se
respetan, aprecian y honran, la vida rebosa dicha.

Es hora de que descubráis las cualidades de vuestro


femenino interno que os hará florecer. Os invito a
emprender un proceso interior que os llevará al
corazón, que os transformará sanando vuestros
traumas, y os permitirá abrazaros en vuestra
totalidad.
Buscar la naturaleza última, no está reñido con vivir
vuestra vida. Cuando el proceso interior se convierte
en vuestra prioridad, todo lo demás se alinea con este
propósito. El trabajo al que os dedicáis, las personas
que aparecen en vuestra vida, encuentros,
oportunidades y sincronicidades.

Tenéis tantas heridas, tantas espinas, que no sabéis la


bella flor que sois cada uno. Hacer un trabajo interior
no consiste en quitar solamente las espinas, ni en
desmenuzar las falsas identificaciones hasta que no
quede nada, sino que significa también y ante todo
nutrir y cuidar esta flor que nació de una primorosa
semilla, para que pueda desplegarse en todo su
glorioso esplendor.

¡Vislumbrad conmigo un mundo equilibrado, lleno de


belleza, amor y compasión! ¡Cread conmigo esta
realidad en vuestros corazones!

Yo veo a los seres humanos viviendo en armonía con


la naturaleza y honrando la Tierra. Como los atributos
masculinos y femeninos así como ambos hemisferios
cerebrales se hallan equilibrados, ya no hay guerras en
el planeta ni devastación del medio ambiente, sino una
actitud sensitiva hacia toda vida.
Habiendo integrado a la Diosa, ya nadie se siente
huérfano de madre. Todas las personas acceden a la
ternura de lo eterno femenino en su interior, son e
irradian amor, apreciando la vida en todas sus
manifestaciones. Cada persona consciente de su
potencial, genuina y bella más allá de las apariencias,
en contacto con sus sueños y la opulenta plenitud de
su interior.
Ya no hay cánones de belleza, ni culto a la juventud ni
temor a la muerte. Veo a mujeres ya no disfrazadas de
hombre, y a hombres que se atreven a vivir su lado
femenino. Vulnerables ambos, sensibles, abiertos y
comprometidos. No hay culpa ni resentimiento, todas
las heridas aceptadas y sanadas.

Veo relaciones equilibradas y dignas entre mujeres y


hombres, y una sexualidad libre de traumas y
represiones. Seres que celebran el éxtasis como
epifanía espiritual, que conscientemente crean nueva
vida y un nuevo mundo.

Os halláis tan cerca, amados hermanos y hermanas


míos, en el mismo umbral de una nueva era de luz que
durará 18.000 años. ¡Es tan factible vuestra plena
realización y la de un mundo floreciente, tan
plenamente apoyada por la conjunción propicia de las
energías del cosmos!

Vuestra entrada en una nueva Edad de Plata es


inmediata. Es por ello que las fuerzas ocultas del
planeta extreman sus recursos para manteneros en la
esclavitud, en la preocupación y lucha. Saben que vais
a despegar y volar si aflojan los grilletes con los que
os encadenan al cautiverio de una falsa matrix, en
cuyo engañoso espejo sois seres insignificantes
luchando por vuestra supervivencia y necesidades
básicas. No quieren renunciar a ser una élite, a su
fortuna y su poder sobre la humanidad.

Necesitáis comprender que la sabiduría acerca del


potencial humano existe desde hace tiempos
inmortales. Pero durante milenios, ha sido custodiada
como conocimiento oculto por dos clases de
personas, incluso dentro de las mismas ordenes
secretas, de la Iglesia y otras instituciones.
De una parte, por personas que no quisieron que una
valiosa sabiduría cayese en el olvido a lo largo del
tiempo, en toda esta época de oscuridad en la que ha
sido peligroso hablar abiertamente de dichos
conocimientos. De otra parte, por personas que no
quisieron que esta sabiduría llegara a manos de la
humanidad, ya que su objetivo era utilizar estos
conocimientos exclusivamente en beneficio propio.

Estos últimos son los que gobiernan el mundo, los


que tienen el poder económico, legislativo, ejecutivo,
jurídico y moral. Saben que el ser humano es ilimitado
y que todos formáis parte de una grandiosa matriz
infinita pero, al negar a la gran masa de seres humanos
el conocimiento de su verdadera naturaleza y
potencial, ellos subyugan la humanidad. M ienten,
manipulan, indoctrinan y destruyen.

No tienen ningún interés en compartir su


conocimiento ya que, mientras que los demás se
quedan en la ignorancia y necesidad, ellos siguen
distinguiéndose y beneficiándose. El precio que pagan
es la renuncia al corazón y la realización última.
Como no se funden con la esencia, no son felices, no
conocen el amor. Es por ello que se aferran más y más
al poder y al control.
No es menester luchar contra ellos, sino abrazar y
encarnar el conocimiento secreto que nunca fue
revelado a gran escala en su totalidad. Se os ha
hablado del poder del pensamiento y de la ley de la
atracción, haciendo nuevamente hincapié en las
cualidades del hemisferio izquierdo y de la energía
masculina para modelar la materia. Es hora de que os
abráis al hemisferio derecho, a la energía femenina y al
corazón, para que experimentéis la dicha de vivir en
sincronía con la verdadera matriz de la vida.
Incluso en esta nueva era de Acuario hay muchos
falsos profetas, que siguen estudiando las leyes del
universo en beneficio propio. Conocen las líneas
magnéticas de la Tierra, los lugares de su intersección,
y saben manejar esta energía. Han estudiado la antigua
sabiduría y son poseedores del conocimiento oculto,
pero su corazón está frío y sus intenciones no son
pulcras. Tan sólo conocen el poder de la mente.
Caminan por el sendero de la ambición y de la
consecución, acumulando riquezas y poder sobre
otras personas que les entregan el suyo.

Por otro, está el camino de los que se rinden por


completo a la luz y la verdad, los que entregan su yo
personal para vivir con humildad desde el corazón y
el yo ilimitado de la unidad, sin querer ser
importantes ni beneficiarse desmedidamente. No
imponen su conocimiento ni lo salvaguardan, sino que
lo comparten generosamente. Promueven un estilo de
vida basado en el compromiso de vivir en sincronía
con la fuente suprema.

Jeshua fue uno de estos luceros cuyo cometido es


despertar y guiar a las almas de retorno a su
Divinidad. Fue ejecutado y silenciado como muchos
otros.
Yo os insto a que reclaméis vuestra herencia galáctica
y que reivindiquéis el principio femenino de esta
herencia. Vuestra felicidad no consiste en convertiros
en pequeños magnates, en ricos pudientes como
aquellos que os esclavizaron. Son sus valores que os
han inculcado. Valores unilaterales de la energía y del
principio masculinos.

¡Ni tampoco aspiréis a ascender al Cielo! Es una


trampa de la era de Acuario. ¡No miréis hacia arriba,
mirad hacia adentro! No es cuestión de que subáis a
otras dimensiones, sino de que traigáis el Cielo a la
Tierra. El propósito es encarnar todo vuestro
potencial aquí y ahora, ser la gloriosa vida que sois, y
convertiros en los magníficos creadores que habéis
venido a ser.

Yo os imploro que os abráis al cálido abrazo de lo


Femenino Divino, para que descubráis en su amorosa
reverberación el ser esplendoroso que sois. Para que
os volváis cada vez más pulcros y fluidos, sensitivos
y perceptivos, amorosos y compasivos,
transparentes como el agua y luminosos como las
estrellas. Para que disfrutéis en la Tierra la hermosura
atemporal, la abundancia infinita, el inmenso amor y
el éxtasis desbordante de ser vida en estado puro.
Bella creación y bellos creadores. Este es mi deseo, mi
compromiso y mi bendición.
… y siempre seré
Maryam la Magdalena fue un faro en la historia del
alma humana. Una magnífica representante de mi
Reino, una mujer digna, completa, intensa, sensitiva,
bella, sabia y expandida. Mucho se ha querido
desacreditarla. Mucho se ha querido empequeñecer a
lo Divino Femenino.

Demasiado temible parece mi poder. Para poder


cantar mi alabanza, me habéis convertido en una
virgen inmaculada e inalcanzable. Me habéis negado
mi sexualidad, que es vuestra sexualidad sagrada. Y
seguís negando la mitad de mi poder, renegando así
de la plenitud de vuestro potencial.

Yo soy energía en estado puro, soy fuego celestial y


agua de vida. Brisa suave y viento huracanado,
tierra fecunda y terremoto terrible. Acaricio y azoto,
riego e inundo. Traigo la muerte al igual que la nueva
vida. Construyo, nutro y destruyo, en un ciclo sin fin,
renovándome y transformándome incesantemente.
Ilimitado es mi poder.

Como Maryam la Magdalena os llamó, así os llamo


yo. ¡No me temáis! ¡No temáis mi pleno potencial!
¡No neguéis mi lado temible ni vuestra propia parte
oscura! Sólo cuando abrazáis mi energía en su
totalidad, podéis acceder a ella. Sólo entonces, os
podéis realizar plenamente, hijos de la consciencia
estelar. Sólo cuando os aceptáis en vuestra totalidad,
hijos de la dualidad, la podéis transcender.
Incluyendo y no excluyendo, retornáis al corazón
único que es vuestro hogar.

Esparcidos fuisteis sobre el planeta, hijos míos, como


siembra de las estrellas. Inconmensurable la energía
que os trajo, yo, la que os parió. Os catapulté a la
vida, a la polaridad y densidad de la Tierra, para que
aprendierais a responsabilizaros de la energía que
sois, de vuestro poder para crear y para destruir.
Para que os convirtierais en creadores conscientes.

Sé que el reto fue inmenso, y que vuestro camino no


ha sido fácil, sino clavado de penas, insoportable a
veces. Sé de vuestro dolor, de las heridas de vuestro
corazón, de vuestras carencias, ausencias, desgarros
y zarpazos del destino.

Estoy aquí. Siempre he estado. Soy vuestra madre que


os ama infinitamente. En los albores del tiempo,
todavía tan cerca de mí, me habéis amado y adorado.
Después, os habéis alejado.

Tuvisteis que hacerlo. Tuvisteis que explorar la


energía del padre, y reclamar los dones de lo Divino
Masculino. Consciencia, sabiduría, discernimiento.
Fuerza y estructura para dar forma a mi infinita
energía e ilimitado poder.

Ha llegado el momento de retornar a mí y de


reclamar mis dones. Las dos partes complementarias
del Tao necesitan fusionarse dentro de cada uno de
vosotros, para que podáis florecer como los hijos del
Reino que sois, para que os despleguéis en todo
vuestro glorioso esplendor, encarnando vuestra
Divinidad en la Tierra.

Suficiente tiempo habéis apostado por el principio


masculino en detrimento del femenino. La humanidad
está exhausta y la Tierra devastada. Es hora de que
Dios y Diosa vuelvan a danzar juntos. Shiva y
Shakti, Osiris e Isis, Jahwe y Shekinah. Es hora de
conjugar las cualidades masculinas con las
femeninas, la visión del Dios con mi energía.

Abrazarme dentro de vosotros con todo mi potencial,


es disolver vuestras limitaciones. Es quemar vuestros
juicios y liberaros de falsas identificaciones. No
importa lo que hayáis hecho o dejado de hacer. El
pasado nunca os define. Lo que os valida y enaltece
es la nobleza de vuestro corazón, la pulcritud de
vuestras intenciones y la coherencia de vuestras
acciones en la eternidad del ahora.
Yo os amo sin juicio y sin condiciones. Os amo más
allá de cualquier medida. Soy la energía de vida que
os anima. ¡Reconocedme!

Me hallo en la gloria dorada del sol y en la luz tenue


de la luna, en la nutrición que os ofrece la tierra, en el
agua que bebéis y el aire que respiráis. En vuestro
aliento, en cada latido de vuestro corazón.

Moro en vosotros. En cada una de vuestras células,


en el vasto espacio de vuestro interior. Codificada
estoy en el Internet biológico de vuestro ADN. Soy la
banda ancha que os conecta con el Reino de las
Estrellas del cual procedéis.
¡Reclamad vuestro linaje galáctico! ¡Reivindicad
soberanía sobre quienes sois!

Hacedlo con humildad y nobleza, pues habéis nacido


tanto de la Tierra como de las Estrellas. Sois
magníficos seres eternos en esta finita forma humana,
con todos los códigos necesarios para acceder a la
sabiduría cósmica, para defender, sustentar y alentar
la vida en este planeta en sus más hermosas
expresiones.

¡Honrad la Tierra y sus recursos, sus bosques, aguas


y el aire que respiráis! ¡Honrad la vida, a los niños, y
a las mujeres que los traen a la vida! ¡Honrad lo
Femenino Divino y vuestro propio femenino interno!

No importa si sois hombre o mujer en este cuerpo y


en esta vida. ¡Reclamad vuestra herencia galáctica
completa! ¡Reivindicad vuestra herencia femenina!
¡Activad el Código de la Diosa dentro de vosotros, y
descodificaréis los códigos de vuestro ADN!

Es la llave para la sanación y evolución de la


humanidad y de la Tierra. Al apreciar nuevamente los
genuinos atributos de lo Femenino, vuestras energías
interiores se equilibrarán, vuestros hemisferios se
fusionarán, y floreceréis como las primorosas flores
celestiales que sois.
La frecuencia que emitís baña vuestras células,
impidiendo o fomentando que sean receptivas para la
información multidimensional con la que vuestro
ADN puede resonar. Las emociones bajas cierran los
receptores de vuestras células, mientras que las
frecuencias coherentes los abren.

You might also like