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Siempre he enseñado sobre lo que llamo “las tres C”: convicción, compromiso y
carácter. No puedes hablar de convicción si no lo demuestras con el
compromiso. Ser cristiano convencido requiere comprometerse en la obra del
Señor, de lo contrario es mentira que eres realmente un miembro del cuerpo de
Cristo. Mi convicción de que amaba a Sonia, me llevó a comprometerme con
ella en matrimonio. Demuestra tus convicciones mostrando tus compromisos,
esa es clave para desarrollar carácter.
La Palabra nos ofrece dos distintas experiencias de relación con Dios, una sin
convicción ni compromiso y otra incondicional, entregada sin reservas. En
Proverbios 30:7-9 leemos la oración de un hombre que condiciona su relación
con Dios porque le pide que no le de pobreza ni riqueza, sino lo necesario para
no blasfemar o robar.
Romanos 8: 35-39 nos revela que nada debe separarnos del amor de Cristo. Ni
la muerte, ni la vida, ni los principados o potestades, ni el presente o el futuro,
ni lo alto o profundo.
Cambia tu forma de orar, pierde el miedo y dile: “Señor, sin importar cuánto
reciba de tus manos, dame el carácter para afrontar cualquier situación, sea de
escases o de prosperidad”. Pídele carácter para amarlo y servirle siempre. Eso es
lo que espera de nosotros, oraciones con convicción, fidelidad y compromiso
para demostrar que nada te separará de Su amor incondicional.
Esa frase se escucha mucho en los círculos cristianos, dicha a diversos tipos de personas. Sin
embargo, he podido ver que la mayoría de las veces esta es una respuesta a una preferencia de
comportamiento que tiene la persona que emite tal elogio, quizás porque le gustó algo que vio
al otro hacer o decir. Pero debido a lo alto de tal encomienda –decir que alguien es un hombre
de Dios es en verdad un muy alto honor– debemos considerar si quien lo recibe reúne las
condiciones para ser elogiado así.
A la luz de las Escrituras, me gustaría que consideremos cinco características que deben ser
parte de la vida de aquel que es llamado hombre de Dios. Estas no son las únicas –la Biblia dice
muchas más–, pero estas son las que propongo como prerrequisitos para ser considerado en
tal alta estima. Para recordarlas de una manera sencilla las he llamado las 5 C’s:
Cristo
El hombre que merece el calificativo de ser un hombre de Dios debe ser uno que se ha
arrepentido de sus pecados, ha depositado su fe en la obra salvífica de Cristo a su favor en la
cruz, y ha decidido seguir a CRISTO con la humildad, sencillez de corazón y transformación de
vida que demuestra una dependencia y obediencia total a Su Palabra. Es el hombre que como
el apóstol Pablo esta dispuesto a decir y vivir que “para mí, el vivir es Cristo y el morir es
ganancia” (Fil. 1:21). Contrario a muchos que hoy en día están corriendo detrás de Cristo por
los panes y los peces, el verdadero hombre de Dios es uno que está dispuesto a dar su vida por
la causa de Cristo.
Cruz
El hombre de Dios debe tener un alto concepto de lo que representa la cruz, y debe procurar
guiar sus conversaciones con los inconversos a conocer lo que significa la cruz de Cristo. Pablo
predicaba la cruz, aunque reconocía que era locura para aquellos que se pierden (1 Corintios
1:18). Además, la cruz era la fuente de cualquier gloria que Pablo podía tener, “Pero jamás
acontezca que yo me gloríe, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo ha
sido crucificado para mí y yo para el mundo” (Gálatas 6:14). Un hombre de Dios entiende su
llamado de negarse a sí mismo, tomar la cruz, y seguir a Jesús (Mr. 8:34).
Compromiso
Esta cualidad es de vital importancia. A ningún hombre se le puede tomar en serio si no esta
comprometido genuinamente. ¿Compromiso con qué? Pues debe estar comprometido con:
La causa de Cristo,
Su esposa (o novia),
Sus hijos (si los tiene),
Su familia,
Su iglesia,
Sus estudios,
Su trabajo.
Carácter
El carácter cristiano es la prueba final. Por carácter cristiano se debe entender la semejanza
nuestra con Jesucristo, lo que implica el reto más importante y el mayor objetivo de la vida
cristiana. Ya que lo que nos identifica como hijos de Dios habitados por el Espíritu Santo no son
los dones, sino los frutos, que revelan que hay sabiduría divina corriendo en nuestro ser. Sea
pues nuestra meta ser un retrato viviente de Cristo en esta tierra. Cuando Pablo habla a
Timoteo sobre los requisitos para servir, ya sea como obispos o como diáconos (1 Timoteo 3),
todos tienen que ver con el carácter.
Después de considerar todo lo antes dicho, es nuestra intención que esto nos haga pensar y
reflexionar, para poder decir con limpia conciencia ¡ese es un hombre de Dios!