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No hay nada ni nadie que me separe

del amor de Dios

En abundancia o en escases, tu fidelidad al Señor debe prevalecer porque te ha dado la


vida terrenal y la eterna.
Somos frágiles, hombre y mujeres por igual. Queremos hacernos los fuertes pero
tenemos debilidades que debemos trabajar. Es necesario tener voluntad para hacer lo
que no nos agrada con el objetivo de obtener lo bueno que nos agrada. Es necesario
estudiar y trabajar bien, esforzarnos para alcanzar lo que deseamos. Muchas veces
debemos hacer sacrificios para alcanzar lo que nos gusta. Todo debemos hacerlo con la
mejor actitud porque hay áreas que debemos reforzar como nuestra voluntad.

Siempre he enseñado sobre lo que llamo “las tres C”: convicción, compromiso y
carácter. No puedes hablar de convicción si no lo demuestras con el
compromiso. Ser cristiano convencido requiere comprometerse en la obra del
Señor, de lo contrario es mentira que eres realmente un miembro del cuerpo de
Cristo. Mi convicción de que amaba a Sonia, me llevó a comprometerme con
ella en matrimonio. Demuestra tus convicciones mostrando tus compromisos,
esa es clave para desarrollar carácter.

Si retrocedes ante el compromiso, dejas de formar carácter. No es lo mismo ser


siervo y sierva de Dios que hombres y mujeres convencidos y comprometidos
con Él que busca gente de carácter. Los compromisos adquiridos en la iglesia
son oportunidades que el Señor te da para formar tu carácter y demostrar tu
capacidad de recibir la bendición que desea darte.

La Palabra nos ofrece dos distintas experiencias de relación con Dios, una sin
convicción ni compromiso y otra incondicional, entregada sin reservas. En
Proverbios 30:7-9 leemos la oración de un hombre que condiciona su relación
con Dios porque le pide que no le de pobreza ni riqueza, sino lo necesario para
no blasfemar o robar.

El hombre que hace esta petición es inmaduro y superficial, ya que le dice a


Dios que su relación depende de lo que reciba. Esta es la oración de mucha
gente hoy día que la toma como modelo, sin darse cuenta que realmente es
incorrecta. Nuestra situación económica no debe definir la relación que
tengamos con Dios.

Algunos dicen: “Señor, si me sanas o me prosperar, te serviré”, “Si solucionas


mis problemas me consagro a ti”. Te equivocas si le dices a Dios: “Te serviré si
tengo trabajo, de lo contrario, no lo haré” o al contrario: “Te sirvo mientras no
tengo trabajo, luego no podré hacerlo porque estaré muy ocupado”. Otros
dicen que servirán al Señor para que les de una pareja y cuando finalmente la
tienen y se casan, se alejan porque deben atender a los hijos, la casa y los
compromisos. Quienes actúan así, demuestran que no tienen convicción,
compromiso ni carácter. Al Señor Jesucristo le servimos sin ninguna condición.
No le pongas precio a tu relación con Él.

Por el contrario, en Filipenses 4:10-13 encontramos la oración del apóstol Pablo


que dice saber vivir en la abundancia y en la necesidad porque todo lo puede
en Cristo que le fortalece. Esta sí es una auténtica relación con el Padre, sin
condiciones ni medidas. Pablo, a diferencia del hombre de Proverbios 30,
asegura que Dios es lo más importante y su relación con Él no depende de
nada. Aprende a orar así, convencido, comprometido y con carácter. Asegúrale
que nada podrá separarte de Él porque es quien te da fuerzas para responder
bien ante las dificultades y ante las bendiciones.

El carácter es probado en la prosperidad o escases. Pablo dijo que era capaz de


amar al Señor ante las pruebas que suceden cuando tenemos dinero y cuando
no lo tenemos. Dios ve cómo actuamos en cualquiera de las dos situaciones
porque ambas son pruebas.

Romanos 8: 35-39 nos revela que nada debe separarnos del amor de Cristo. Ni
la muerte, ni la vida, ni los principados o potestades, ni el presente o el futuro,
ni lo alto o profundo.

Cambia tu forma de orar, pierde el miedo y dile: “Señor, sin importar cuánto
reciba de tus manos, dame el carácter para afrontar cualquier situación, sea de
escases o de prosperidad”. Pídele carácter para amarlo y servirle siempre. Eso es
lo que espera de nosotros, oraciones con convicción, fidelidad y compromiso
para demostrar que nada te separará de Su amor incondicional.

Por: Pastor Cash Luna


CashLuna.org
Las características de
un hombre de Dios
¡Ese es un hombre de Dios!

Esa frase se escucha mucho en los círculos cristianos, dicha a diversos tipos de personas. Sin
embargo, he podido ver que la mayoría de las veces esta es una respuesta a una preferencia de
comportamiento que tiene la persona que emite tal elogio, quizás porque le gustó algo que vio
al otro hacer o decir. Pero debido a lo alto de tal encomienda –decir que alguien es un hombre
de Dios es en verdad un muy alto honor– debemos considerar si quien lo recibe reúne las
condiciones para ser elogiado así.

A la luz de las Escrituras, me gustaría que consideremos cinco características que deben ser
parte de la vida de aquel que es llamado hombre de Dios. Estas no son las únicas –la Biblia dice
muchas más–, pero estas son las que propongo como prerrequisitos para ser considerado en
tal alta estima. Para recordarlas de una manera sencilla las he llamado las 5 C’s:

Cristo, Cruz, Convicción, Compromiso, Carácter.

Cristo
El hombre que merece el calificativo de ser un hombre de Dios debe ser uno que se ha
arrepentido de sus pecados, ha depositado su fe en la obra salvífica de Cristo a su favor en la
cruz, y ha decidido seguir a CRISTO con la humildad, sencillez de corazón y transformación de
vida que demuestra una dependencia y obediencia total a Su Palabra. Es el hombre que como
el apóstol Pablo esta dispuesto a decir y vivir que “para mí, el vivir es Cristo y el morir es
ganancia” (Fil. 1:21). Contrario a muchos que hoy en día están corriendo detrás de Cristo por
los panes y los peces, el verdadero hombre de Dios es uno que está dispuesto a dar su vida por
la causa de Cristo.

Cruz
El hombre de Dios debe tener un alto concepto de lo que representa la cruz, y debe procurar
guiar sus conversaciones con los inconversos a conocer lo que significa la cruz de Cristo. Pablo
predicaba la cruz, aunque reconocía que era locura para aquellos que se pierden (1 Corintios
1:18). Además, la cruz era la fuente de cualquier gloria que Pablo podía tener, “Pero jamás
acontezca que yo me gloríe, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo ha
sido crucificado para mí y yo para el mundo” (Gálatas 6:14). Un hombre de Dios entiende su
llamado de negarse a sí mismo, tomar la cruz, y seguir a Jesús (Mr. 8:34).

Un hombre de Dios entiende su llamado de negarse a


sí mismo, tomar la cruz, y seguir a Jesús.
Convicción
Un hombre al que podamos llamar hombre de Dios debe estar plenamente convencido de la
existencia de Dios, y de la revelación divina de su Palabra, y defender y proclamar esas
verdades en cualquier lugar. El peso de su convicción debe ser tal que él esté dispuesto a pagar
el precio que tenga que pagar defender la verdad del evangelio. Este hombre está convencido
de su lugar como sal de la tierra y luz del mundo (Mateo 5:13-14), y por tanto, va a procurar
que ocurra lo que dice Mateo 5:16 “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que
vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.

Compromiso
Esta cualidad es de vital importancia. A ningún hombre se le puede tomar en serio si no esta
comprometido genuinamente. ¿Compromiso con qué? Pues debe estar comprometido con:

 La causa de Cristo,
 Su esposa (o novia),
 Sus hijos (si los tiene),
 Su familia,
 Su iglesia,
 Sus estudios,
 Su trabajo.

El hombre comprometido demuestra lealtad a todo lo anterior. Es un hombre que al final de


sus días podrá repetir las palabras del apóstol Pablo: “He peleado la buena batalla, he
terminado la carrera, he guardado la fe” (2 Ti. 4:7). Es aquel hombre que puede repetir las
palabras de Jesús: “Yo te glorifiqué en la tierra, habiendo terminado la obra que me diste que
hiciera”, (Jn. 17:4).

Carácter
El carácter cristiano es la prueba final. Por carácter cristiano se debe entender la semejanza
nuestra con Jesucristo, lo que implica el reto más importante y el mayor objetivo de la vida
cristiana. Ya que lo que nos identifica como hijos de Dios habitados por el Espíritu Santo no son
los dones, sino los frutos, que revelan que hay sabiduría divina corriendo en nuestro ser. Sea
pues nuestra meta ser un retrato viviente de Cristo en esta tierra. Cuando Pablo habla a
Timoteo sobre los requisitos para servir, ya sea como obispos o como diáconos (1 Timoteo 3),
todos tienen que ver con el carácter.

Después de considerar todo lo antes dicho, es nuestra intención que esto nos haga pensar y
reflexionar, para poder decir con limpia conciencia ¡ese es un hombre de Dios!

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