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De acuerdo con Carrasco (2004), las estrategias cognitivas son secuencias integradas de
procedimientos o actividades mentales que se activan con el propósito de facilitar la adquisición,
almacenamiento y/o utilización de la información. Se refieren a los procedimientos que exige el
procesamiento de la información en su triple vertiente de adquisición, codificación o
almacenamiento y recuperación. Su finalidad consiste en la integración del nuevo material de
aprendizaje con los conocimientos previos del educando. “En síntesis, se podría definir la
estrategia de aprendizaje como la “habilidad o destreza para hacer algo”, o también como “modo
de actuar que facilita el aprendizaje”. Las estrategias de aprendizaje entonces son modos de
aprender, más y mejor. Por ello es evidente que sólo la metacognición puede conseguir dicho
propósito” (Carrasco, 2004, p. 206).
En este sentido, si las estrategias no se usan metacognitivamente dejan de ser estrategias como
tal; por ello es fundamental que el educador desde el proceso de enseñanza promueva el proceso
metacognitivo en el educando, para que sea él quien emplee la estrategia que mejor se ajuste a las
necesidades su aprendizaje.
De acuerdo con Estévez (2002) las estrategias cognitivas pueden clasificarse de diversas maneras.
Pueden ser agrupadas por el nivel de adquisición de conocimientos y habilidades que apoyan, o
bien por el nivel cognitivo o metacognitivo; por el tipo de conocimiento al que están referidas, es
decir, si se trata de conocimiento procedimental o declarativo.
“La selección de estrategias cognitivas es una tarea de diseño extremadamente importante, que
consiste en decidir cuál estrategia cognitiva usar para qué contenido, con cuáles educandos y en
qué momento de la enseñanza. En otras palabras, no todas las estrategias son apropiadas para
todos los contenidos, ni para todas las personas, ni en todos los momentos o contextos de la
enseñanza”
Estas estrategias son las que ayudan a seleccionar la información importante y a almacenarla en
la memoria a largo plazo; por medio de la codificación el educando categoriza los contenidos
aprendidos y amplía sus esquemas mentales. Algunas de las estrategias que coadyuvan a lograr
este fin son:
Román y Gallego (2001) afirman que el sistema cognoscitivo necesita contar con la capacidad de
recuperación y de recuerdo del conocimiento almacenado en la memoria. Este tipo de estrategias
son las que permiten optimizar la búsqueda de la información almacenada en la memoria a largo
plazo. Dentro de este tipo de estrategias se encuentran:
Las estrategias de apoyo sensibilizan al estudiante con lo que va a aprender, tomando en cuenta
tres dimensiones: la motivación, el afecto y las actitudes. El conocimiento y la motivación
adecuada influyen en el rendimiento académico de los educandos. De acuerdo con Carrasco
(2004) en el aprendizaje intervienen los sentidos, la inteligencia, la voluntad, la memoria, los
sentimientos y las emociones del educando. En este sentido la actuación de los educadores, en el
centro educativo, debería orientarse al desarrollo de patrones motivacionales relacionados con
dos tipos de metas: el incremento de la propia competencia y la experiencia de autonomía y
responsabilidad personal. Al respecto, Ramírez (2002) agrega que se necesitan procesos de apoyo
para el funcionamiento de las estrategias cognitivas de aprendizaje, por lo que son indispensables.
Las estrategias de apoyo ayudan a potenciar el rendimiento de las estrategias de adquisición,
codificación y recuperación, mencionadas anteriormente. Existen dos categorías sobre las
estrategias de apoyo al procesamiento de información. A continuación, Román y Gallego (2001)
las describen:
b. Estrategias socioafectivas: Este tipo de estrategias hacen referencia a los factores sociales y
afectivos que están presentes en el proceso de aprendizaje del educando. Estos factores pueden
ser: el nivel de aspiración, autoconcepto, expectativas de autoeficacia, motivación. Estas
estrategias coadyuvan a controlar y a reducir la ansiedad, los sentimientos de incompetencia y las
expectativas de fracaso. Así también favorecen la autoeficacia y autoestima académica de los
educandos, en las tareas complejas y que requieren mayor esfuerzo y perseverancia de sí mismos.