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William Isaac Amador Navarro Pbro.

Jesús Eduardo Villarroel Rodríguez


Seminario Diocesano Misionero Sacramento I
Redemptoris Mater Bautismo y Confirmación
Nuestra Señora del Pilar Comentario: Iniciacion Cristiana en la Reforma y Trento
Diócesis de Carúpano Jueves, 14 de junio de 2018

BAUTISMO Y CONFIRMACIÓN EN LA REFORMA Y EN TRENTO

En vísperas de la Reforma, pero sobre todo a lo largo de todo el s. XVI siguieron


proliferándose los rituales del bautismo. Estos se presentaron en ocasiones por separado
con nombres como libellus, ordo baptizandi, baptisterium, pero generalmente formaron
parte de colecciones rituales para uso de los presbíteros como benedictionale, liber
manualis, liber sacerdotalis, manuale, manuale pastorum, pastorale, parochiale, rituale
sacerdotale, (Este último en Italia tuvo mayor uso).
El Liber sacerdotalis compuesta en 1523 por un fraile dominico Alberto di Castello;
tuvo 16 ediciones hasta el 1597 que se pudieron difundir, y este a su vez sirvió de
modelo para el ritual del bautismo de Paulo V (1614), y la Agenda sive Benedictionale
commune agendorum pastori ecclesiae neccessarium (Leipzig 1501), en uso en varias
diócesis alemanas, en esta se inspiró Lutero para su Libro Bautismal de 1523.
En la confrontación entre reformadores y católicos en el s. XVI, los dos primeros
sacramentos de la iniciación cristiana no constituyeron un tema central. Sin embargo, toda
vez que aquéllos, también en este punto, llegaron a posturas que estaban en abierta
contradicción con la doctrina católica, el Concilio de Trento se vio obligado a pronunciarse
contra sus errores.

BAUTISMO Y CONFIRMACIÓN SEGÚN LOS REFORMADORES DEL S. XVI

Todos los reformadores del s. XVI valoraban positivamente el bautismo y lo


consideraban un sacramento, aunque su doctrina bautismal se resiente de la concepción
que cada grupo reformista tiene por sacramento. De la misma manera coincidían en negar
la sacramentalidad a la confirmación.
Para Lutero, el bautismo es el sacramento fundamental para la vida cristiana, que
hace posible la eficacia del otro sacramento (Eucaristía). Atribuye gran importancia a la
articulación Palabra-Sacramento (Palabra-Agua). Acentuó la importancia de la Palabra; al
agua la eficacia le viene de la Palabra. El bautismo es ante todo una forma particular de la
Palabra de Dios: «El bautismo es... palabra de Dios en el agua».

La Iniciación Cristiana en la Reforma y el Concilio de Trento


William Isaac Amador Navarro Pbro. Jesús Eduardo Villarroel Rodríguez
Seminario Diocesano Misionero Sacramento I
Redemptoris Mater Bautismo y Confirmación
Nuestra Señora del Pilar Comentario: Iniciacion Cristiana en la Reforma y Trento
Diócesis de Carúpano Jueves, 14 de junio de 2018

El sacramento del bautismo es el sello de la autenticidad de la promesa de la


Palabra; siendo el signo externo que cerciora al creyente del don divino contenido en la
Palabra. Por eso la fe en la Palabra juega un papel insustituible: el verdadero bautismo es
la fe.
Para Lutero, el bautismo presenta ante todo un carácter escatológico, se da con
vistas a la nueva creación del hombre en la resurrección. Atribuye al bautismo la
justificación, que consiste ante todo en el perdón del pecado, entendido más como muerte
que como lavado. Para él hay identidad entre el signo y la acción salvífica.
Otro reformista, Zuinglio, niega al sacramento toda significación religiosa para
reducirlo a un acto exterior de orden político y social, afirmando que el bautismo es un
mero signo, siendo este más un testimonio que un sacramento, porque no es causa de
gracia, sirviendo este para dar certeza de la fe a la Iglesia más que a ti mismo. El signo y
la cosa significada son realidades separadas. El bautismo es signo de admisión en la
Alianza de Dios. Este no considera el bautismo necesario ni para el perdón del pecado
original ni para la salvación.
Siguiendo la línea de los reformistas, este Calvino, consideraba el sacramento
como un signo exterior por el que Dios sella en nuestras conciencias las promesas de su
benevolencia para con nosotros, para fortalecer la flaqueza de nuestra fe y para que nos
demos mutuamente testimonio, tanto ante él como ante los hombres, de que le tenemos
por nuestro Dios. En consecuencia, el bautismo es una promesa, un signo, un indicio de
la acción salvífica realizada en Cristo. Calvino subrayó la naturaleza cognoscitiva del
bautismo: por él Dios da a conocer la salvación; no tiene eficacia más que como
testimonio de la gracia de Dios y como sello del favor que nos otorga.
Ha quedado desatado todo vínculo entre el acto bautismal y la acción salvífica de
Dios en Cristo. La respuesta del creyente a este testimonio de Dios es la confesión ante
los hombres.
Lutero, Zuinglio y Calvino aceptaron y justificaron el bautismo de los niños. Para
Lutero, «los niños pertenecen también a la Redención prometida, realizada por Cristo».
Siendo el bautismo de los niños la mejor demostración de la obra de Dios. Para Lutero,
los niños tienen fe dormida, esta fe se deduce de su bautismo y no viceversa. Para
Zuinglio, basta la fe vicaria de padres y padrinos, porque a los niños no se les puede
exigir la fe. Esto lo hace porque justificaba el bautismo de niños por el testimonio de los

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Padres, siendo que los niños de padres cristianos no pueden ser de peor condición que
los niños del Antiguo Testamento, que eran agregados al pueblo de Dios por la
circuncisión. Sin embargo, para los niños el bautismo no es medio necesario; por eso hay
que bautizarlos, no para salvarlos, sino para dar testimonio de su pertenencia a la Iglesia
cristiana en la que son salvados. Por senderos iguales anda Calvino.
Al margen de los círculos protestantes ortodoxos, aparecen los anabaptistas, estos
profesaron una doctrina bautismal sustentada en una Teoría General de los Sacramentos
muy similar a ellos, con coincidencias escolásticas al definir el sacramento como la razón
de la sacramentalidad, para ellos el signo carecía de contenido real, por ser signo de un
acontecimiento interior que ya ha tenido lugar precedentemente. El sacramento sólo
atestigua la realidad de una vida interior realizada por Dios con independencia de los
sacramentos. Más coherentes con los principios de la Reforma, combatieron
encarnizadamente la práctica del bautismo de niños al no admitir el pecado original, no
veían razón para bautizar a quien no cumplía las disposiciones requeridas de uso de
razón, inteligencia y fe.
Los reformadores compusieron igualmente sus propios rituales de bautismo en
conformidad con sus doctrinas y con clara tendencia a la simplificación. Aun cuando
Lutero en 1523 compuso su Taufbüchlein («para que los padres y los padrinos entiendan
lo que ocurre en el bautismo»). Se mostró conservador y continuista, aunque buscó la
simplificación y la brevedad. Fueron más radicales en la supresión de ritos Zuinglio en su
Ordnung de 1525, que se articula casi exclusivamente en torno a la palabra, y Calvino en
la forme d'administrer le baptesme, de 1543, que se ajusta a la concepción que su autor
tenía del bautismo: un rito de admisión solemne en la comunidad.

BAUTISMO Y CONFIRMACIÓN SEGÚN EL CONCILIO DE TRENTO

En la sesión VII del concilio de Trento (1547), en la congregación general del 17 de


enero, el cardenal de la Santa Cruz leyó una lista de proposiciones erróneas sobre el
bautismo, entresacadas de los escritos de los reformadores y que consideraba
susceptibles de condena por parte del concilio.
El concilio se ocupó del bautismo en diferentes ocasiones: en la sesión V (1546),
con ocasión del pecado original; en la sesión VI (1547), al dar la doctrina sobre la

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justificación; en la sesión XIV (1551), cuando trató del sacramento de la penitencia, y, más
expresamente, en la sesión VIII (1547), que dedicó a la doctrina sobre los sacramentos y,
en particular, sobre el bautismo.
Los pronunciamientos conciliares estuvieron condicionados, de un lado, por las
negaciones de los reformadores, y, del otro, por la doctrina de los escolásticos (y por las
declaraciones del Decretum pro Armenis). Los damos en orden sistemático:
— En términos generales, se vindica como buena la doctrina sobre el bautismo
que propone la Iglesia romana (DS 1616). El bautismo es sacramento en sentido
verdadero y propio (DS 1601), superior al de Juan (DS 1614).
— El sacramento del bautismo y el sacramento de la penitencia son dos
sacramentos distintos; se diferencian en la materia, en la forma, en el ministro y en los
frutos (DS 1671-1672, 1702; cf. también DS 1542-1543).
— El bautismo no es libre, sino necesario para la salvación (DS 1618; cf. DS
1672), como único remedio contra el pecado original (DS 1513-1515) y única causa
(instrumental) de justificación (DS 1524 y 1529), aunque lo puede suplir el votum baptismi
(DS 1524). Por tanto, los niños deben ser bautizados (DS 1514; cf. DS 16251627)21.
— Las disposiciones requeridas en el sujeto para la justificación sacramental son
la fe, el arrepentimiento y detestación de los pecados personales, la esperanza, el deseo
del bautismo y el propósito de iniciar una vida nueva (DS 1526-1527).
— Al ministro se le pide la intención de hacer lo que hace la Iglesia y se afirma la
validez del bautismo conferido por herejes (DS 1617).
— El bautismo ejerce una causalidad instrumental real ex opere operato (DS 1529;
cf. DS 1606, 1608).
— El bautismo borra el pecado original tanto en los adultos como en los niños,
aunque no la concupiscencia (DS 1513-1515); no los hace inmunes al pecado (DS 1619).
Borra los pecados actuales personales (DS 1672; cf. DS 1515 y 1526-1530). Condona
todas las penas temporales debidas al pecado (DS 1543; cf. Decr. pro Armenis: «... de
suerte que, si mueren antes de cometer algún pecado, alcanzan de inmediato el reino de
los cielos y la visión de Dios»: DS 1316).
— Por el bautismo el hombre es renovado interiormente, justificado, revestido de
gracia santificante, positivamente santificado, convertido en hijo adoptivo de Dios,

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incorporado a Cristo, hecho amigo de Dios, sin que nada quede en él que pueda odiar
Dios (DS 1515, 1523, 1524, 1528).
— El bautismo confiere las virtudes infusas de fe, esperanza y caridad (DS 1530).
— El bautismo es puerta de entrada en la Iglesia; hace miembros del Cuerpo de
Cristo (DS 1671; cf. Decr. pro Armenis: DS 1314); somete a los bautizados a las leyes de
la Iglesia (DS 16201621).
— Por fin, el bautismo imprime carácter en el alma, es decir, una señal espiritual e
indeleble por cuya razón no puede repetirse el bautismo (DS 1609; cf. DS 1624).
El concilio también abordó el tema de la confirmación en la sesión VII, vinculándolo
estrechamente con la doctrina de los sacramentos en general y del bautismo. Se limitó a
afirmar, contra la unánime negación de los reformadores, que la confirmación no es sólo
una ceremonia superflua ni una especie de catequesis, sino verdadero sacramento, uno
de los siete (DS 1601 y 1628); que es uno de los tres sacramentos que imprimen carácter
(DS 1609) y que el ministro ordinario es únicamente el obispo (DS 1630).
A pesar de la forma de anatematismos que revisten la mayoría de los
pronunciamientos del concilio, en su conjunto representan una exposición bastante
completa y autorizada de la doctrina católica acerca de estos dos sacramentos de la
iniciación, que durante algunos siglos serviría de punto de referencia a los teólogos
católicos. Sin embargo, parece de justicia confesar que la crisis protestante fue, por falta
de diálogo fructífero, una oportunidad fallida para la Iglesia occidental.
La teología católica dejó pasar la ocasión de confrontar, con espíritu de autocrítica,
sus posturas teológicas y pastorales con las críticas de los renovadores, reconociendo en
ellas algunos valores que eventualmente podría haber reintegrado en su síntesis,
profundizando, por ejemplo, en los fundamentos bíblicos de estos sacramentos, en la
relación Palabra de Dios-sacramento, en la importancia de la Palabra en los sacramentos,
en la función de la fe, en la jerarquía existente entre estos dos sacramentos, en la
referencia del bautismo a la comunidad, la importancia de que los fieles que participan en
la celebración entiendan el sentido de los ritos y de los textos, en el carácter escatológico
del bautismo, es decir, su proyección a la vida cristiana después del bautismo. Por no
haberlo hecho entonces, habrá que esperar hasta los tiempos del Vaticano II a que estos
principios y objetivos, correctamente interpretados, empiecen a inspirar nuestra teología y
nuestra praxis.

La Iniciación Cristiana en la Reforma y el Concilio de Trento

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