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En La etapa del Boom había una devoción por la palabra y el tratamiento del lenguaje sin
ataduras a modelos establecidos, superación del realismo de la narrativa regionalista e
indigenista, fusión de lo real, lo ideal, y lo fantástico, creando una literatura distinta.
Los escritores del Boom de la novela casi todos con ideología de izquierda desarrollaron la
atención mundial con una literatura que combinaba genialmente la experimentación
moderna con elementos distintivos de la vida y la cultura latinoamericanas: la selva, el mito,
la tradicción oral, la presencia indígena y africana, la política turbulenta.
El Post Boom Recurre a la parodia con una insistencia peculiar, se trata de algo más que
una típica rebeldía, recuperación del realismo, un tangible aumento de las novelas de tema
histórico que emprenden la tarea de releer la história por medio de una reflexión
meta-histórica. Auge del testimonio: la novela testimonial, exilio interior y exterior motivo de
distancia, desgarramiento, la vuelta de temas rurales y la denuncia de temas sociales y la
explotación de la tierra.
En contraste con la prosa del Boom, la novisima narrativa abandona tanto los grandes
metadiscursos (el mito) como la obsesiva búsqueda de la identidad (latinoamericana -
nacional), vinculada a la época de desilución con los proyectos de democratización.
Hay quienes quieren encerrar la época del Boom entre los años 50 y 60, es decir, la época
de gran comercialización de la nueva novela, que se inicia con la entrada en escena de
Fuentes y culmina con el éxito arrollador de Cien Años de Soledad. Pero la publicación de
las tres grandes novelas sobre la dictadura. El Recurso del Método, Yo el Supremo y El
Otoño del Patriarca, en 1974 y 1975, demuestra que El Boom continúa y no da todavía
señales de agotarse.
El Post Boom ha tenido que hacer un gran esfuerzo para sobrevivir, desarrollarse y lograr el
reconocimiento de su carta de ciudadanía. Quizás el recorrer tan agreste camino lo
fortaleció. La cuota pagada ha sido muy elevada, pero resistió y ha vencido. Sin esta lucha
de contrarios, posiblemente no fuera como es hoy.
OTRO
La literatura llega al siglo XXI marcada por el “boom” de la literatura latinoamericana,
ocurrida por los años sesenta. Se denomina boom a la aparición de un sinnúmero de obras
de gran calidad, fenómeno que hizo que se descubriera a los escritores de esta parte del
mundo y se valorara sus creaciones. Esta literatura del boom destacaba por su
preocupación por la estructura narrativa, y estaba impregnada, básicamente, por los
acontecimientos de las dos Guerras mundiales, por la guerra civil española, por el auge del
comunismo, por el triunfo de la revolución cubana. Y por la experiencia de dictaduras
sangrientas que pasaron estos países. Esta literatura incluía reflexiones sociológicas,
filosóficas y literarias.
Con todo este bagaje, más la experiencia adquirida del boom, e, impregnada, además, por
la nueva realidad que estaban viviendo estos países latinoamericanos, en relación a las
drogas, la mafia y el sida; la literatura hace su transición hasta nuestros días. El nuevo
siglo provocó el nacimiento de otros nuevos narradores cosmopolitas que buscaron y
optaron por un discurso diferente. De acuerdo con este cambio de paradigma, los escritores
se dividen en dos grupos: los autores del post boom, que están asociados al concepto de la
post modernidad, y otro, formado por pequeñas asociaciones que se denominan así
mismos: novísimos, macondianos, petit boom, babélicos, planetarios; todos ellos se
consideran producto de la globalización. Este segundo grupo fue el que, primordialmente,
ejerció presión para que el libro sea considerado dentro del mercado; para que sea
convertido en producto de consumo, sometido a las mismas leyes del mercado. Por eso,
muchas de sus producciones son analizadas por el número de vendidos, más que por su
calidad literaria. Sus libros son puestos en las librerías dentro de un contexto y un
andamiaje prefabricado con el fin de atraer al mayor número de consumidores, sin importar
que este hecho signifique al escritor sacrificar la complejidad narrativa y optar por una
escritura leve y fácil. Pero, en definitiva, estos dos grupos son los que han influido, en forma
determinante, en el gusto literario de los lectores de este siglo.
Como ya se indicó, por el otro lado de los que se consideran hijos de la globalización, se
encuentran los escritores del post boom vinculados al concepto de postmodernidad. Este
concepto de postmodernidad alude directamente a la desconfianza y al rechazo que
provoca en estos escritores el discurso autoritario. Indica el recelo que produce el éxito, en
el mercado, del pensamiento no fundamentado en el razonamiento. Se los vincula con un
compromiso de cambio de jerarquización de los conceptos cultura “elevada” y vida
cotidiana; son los defensores de los márgenes, de su valoración y preservación; para estos
escritores el margen debe ocupar un lugar preeminente en la literatura. Con ellos triunfa el
concepto de hibridación y relegan a un segundo plano el tema de la identidad; se interesan
en la heterogeneidad y los fenómenos del mestizaje. Pero, al analizar objetivamente lo
planteado uno se da cuenta de que mucho fue también interés de los escritores del boom,
quienes se mantuvieron atentos y dispuestos a renovarse y a comprender las nuevas
estéticas del momento. Resulta, entonces, que lo postmoderno vendría a ser una negación
y al mismo tiempo una afirmación del paradigma de los escritores modernistas. Porque si
bien es cierto como principio reniegan de las ideas implícitas existentes en esa literatura,
por otro lado, muchos continúan experimentando la estructura narrativa aprendida de sus
antecesores.
Estos nuevos escritores, postmodernos, relegan la fantasía a un segundo plano con el fin de
dar vida a nuevos realismos o alegorías. Se sienten cómodos describiendo situaciones
cotidianas, y reescribiendo temas ya tratados. Permanecen escépticos y contrarios al
maniqueísmo ideológico, por eso, revisan continuamente la historia oficial y desmitifican los
mitos. En general, recuperan géneros olvidados como las fábulas y bestiarios; pero,
básicamente, privilegian la escritura fragmentaria, donde predominan los constantes saltos
en el tiempo; la relación entre narración y tiempo es inexistente. Apuestan por la brevedad,
muchas de sus creaciones son minificciónes. Esta forma de ficción, minificción, está siendo
reconocida como una de las primeras características de la literatura del Siglo XXI, y una de
las más grandes aportaciones hechas por este grupo. Con esta técnica, desarrollan temas
del ámbito privado, referentes a la memoria, el amor, la soledad, enfermedad y la muerte.
Muestran el esfuerzo que realiza el personaje-héroe en la vida y su fracaso, usando un
discurso trasgresor a través del humor y la ironía. A nivel de novela, es rica en detalles,
elimina al narrador omnisciente, mezcla perspectivas e incorpora lo poético como otra
función dentro del texto; así, crea lo que se denomina una metaficción, o sea, crea un texto
sobre texto, mecanismo que impulsa al lector a la intertextualidad.
Con este impulso, este nuevo siglo ha logrado incorporar al campo literario a la cultura de
masas; de esa manera ahora se cuenta y se da importancia a subgéneros narrativos
considerados tradicionalmente menores, como: la ciencia ficción, la novela rosa y la policial.
En estas narraciones se nota el despliegue de un lenguaje periodístico, y uno de sus
recursos es la oralidad. Muchas obras están enfocadas en los mitos creados por los medios
de comunicación, tales como los personajes del celuloide, o villanos de telenovelas. Otros,
se valen de argumentos de la música popular, como los boleros, para desarrollar una
historia; lo mismo hacen con el cine y el cómic.
La migración masiva, ocurrida este siglo, dio origen al surgimiento de nuevos personajes
quienes no tienen una identidad definida, o un territorio propio, quienes inspiran historias
con un magnetismo capaz de unir a los lectores del mundo sin fronteras. Y gracias a que se
alejaron los límites de la literatura y que se volvieron porosos, ha permitido la entrada de
muchas otras voces que surgen justamente producto de la migración, y de la interrelación
entre personas de diferentes comunidades con culturas disímiles. Obras como Big Banana
del hondureño Roberto Quesada (2000) y Una tarde con campanas (2004) del venezolano
Juan Carlos Méndez Guédez, sirven de ejemplo. También hay voces de escritores de este
siglo que se dejan oír a través de los Blog de las redes, que el avance de los medios de
comunicación ha puesto a su alcance. A través de los blog se dan a conocer a un público
más amplio, y presentan trabajos que no pasan por las editoriales.
En lo que respecta a las escritoras, se las ve implicadas en cada una de las tendencias
literarias recientes. Están presentes en la nueva novela histórica, en la de la memoria,
autobiografía, del texto de frontera, el neopolicial, de la ciencia ficción, y la narrativa del
bolero. Hay un hecho que no se puede dejar de mencionar y es que en el siglo pasado, por
los años ochenta, las escritoras fueron testigos del éxito internacional de la chilena Isabel
Allende con su novela La casa de los espíritus. Este hecho es muy significante porque
marcó el fin del monopolio editorial, y de ventas, masculino.
Con ese precedente de éxito de ventas de Allende, algunas narradoras escribieron obras
con fórmulas infalibles para triunfar en el mercado. Con ellas se iniciaba una nueva etapa
literaria que cautivó a una gran masa de público. Pusieron a disposición una serie de
ingredientes ya probados como: realismo mágico, melodrama, erotismo, visión femenina,
cultura de masas y cierto rasgo de compromiso. Muchas siguieron esta tendencia
conocedoras del poder que tienen los medios de comunicación. Algunas de estas novelas
fueron llevadas al cine, y se han convertido en grandes éxitos de ventas. Son textos
sencillos y amenos, ingredientes suficientes y necesarios para triunfar en la librería; pero,
también, son repetitivos, se aferran y dependen de reglas pre establecidas. Destacan por su
levedad, pero, sus autoras se muestran reacias a experimentar cambios que las puedan
alejar de su público.
Frente a las que siguieron esta ruta del éxito asegurado se erige otro grupo amplio de
escritoras exigentes con su oficio que han obtenido un reconocimiento merecido y premios
como son Elena Poniatowska, Claribel Alegría o Rosario Ferré. Y junto a ellas hay otras
con menos atención de las editoriales, pero totalmente reconocidas por los lectores y sus
colegas como figuras preponderantes en la literatura. Estas son Luisa Valenzuela, Alicia
Partnoy, Cristina Siscar, entre otras. Son narradoras que permanecen al día con las últimas
teorías literarias. Se interesan por los problemas del mundo, de su género, por el feminismo,
el psicoanálisis, la filosofía, etc. Son miradas como trasgresoras por sus posturas e interés
en temas sexuales y políticos. Conservan el espíritu rebelde que las ha llevado a realizar
lecturas reivindicativas del papel de la mujer en los cuentos de hadas, hecho que se
remonta a Rosario Ferré, en Arroz con leche (1977). Y continúa con Luisa Valenzuela y Ana
María Shua en sus respectivos libros de cuentos: Simetrías y Casa de geishas. La
narrativa femenina de los últimos años se ha atrevido asimismo con temas considerados
hasta hace poco tabúes, como son las relaciones lésbicas. Como ejemplo se puede
nombrar Las dos caras del deseo de la peruana Carmen Ollé. O, incursionar en temas
sobre la locura como en Nadie me verá llorar, de la mexicana Cristina Rivera Garza. En
resumen, esta es la tendencia de la literatura hispanoamericana en nuestro siglo.
BIBLIOGRAFÍA
Este renacer empezó a notarse en ferias del libro como la de Guadalajara y con los premios
de editoriales españolas, a finales del XX y comienzos de este, a latinoamericanos. Como
si quisieran forzar un boom ficticio. Aunque sirvió para dar más visibilidad a una literatura
eclipsada por los grandes creadores, mientras a la búsqueda de nuevas voces se unieron
más editoriales. A su vez la actividad en Internet fue creciendo. Las fronteras se borraron.
La cultura y la literatura hallaron una forma de divulgación e interactividad de la cual
carecían.
Un año clave en este proceso de hallazgos e impulsos es 2007. Aparece la primera lista de
nuevos valores literarios: una idea del Hay Festival y la capital colombiana, que reunió a los
“mejores 39 escritores menores de 40 años”. Una iniciativa que dio resonancia a esos
autores, y confirmó a algunos como Jorge Volpi, Andrés Neuman y Santiago Roncagliolo;
puso el foco sobre nombres que empezaban a obtener prestigio: Juan Gabriel Vásquez,
Wendy Guerra, Karla Suárez, Iván Thays, Álvaro Enrigue o Alejandro Zambra; y llamó la
atención sobre otros que se han ido consolidando: Ronaldo Menéndez, Antonio Ungar,
Eduardo Halfon, Guadalupe Nettel, Gabriela Alemán, Pablo Casacuberta y Pilar Quintana.
Incluso sirvió para hablar de los escritores de origen latinoamericano que viven en Estados
Unidos y escriben en inglés: Daniel Alarcón (colaborador de revistas como The New Yorker
y Bazaar) y Junot Díaz (premio Pulitzer).
Tres años más tarde, en 2010, la revista británica Granta hizo su apuesta que ampliaba la
anterior: “22 mejores autores en español, menores de 35 años”: seis españoles y 16
latinoamericanos. Confirmó a algunos (Roncagliolo, Neuman y Zambra), dio más impulso a
otros: Patricio Pron y Antonio Ortuño, y llamó la atención sobre otros: Rodrigo Hasbún, Pola
Oloixarac, Samantha Schweblin, Lucía Puenzo, Carlos Labbé y Carlos Yushimito. Al mismo
tiempo, las editoriales tradicionales y las nuevas continuaban sus propias búsquedas de
donde han surgido autores como William Ospina, Yuri Herrera, Ednodio Quintero y Andrea
Jeftanovic.