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Somos diferentes.

Por: William Fernando González S.

“Un tulipán no trata de impresionar a nadie. No se esfuerza en ser diferente de una rosa.
No tiene que hacerlo. Es diferente. Y hay sitio en el jardín para todas las flores.”
Williamson, Marianne.
Los sistemas sociales y políticos han mirado lentamente la necesidad de repensar el concepto
diferencia en la escuela. En los escenarios académicos nos encontramos hoy con una
población distinta, diferente, una población que se encuentra sujeta a la exclusión por su
condición de discapacidad. De allí que, las políticas públicas, los modelos pedagógicos y las
escuelas deberán redirigir la mirada a una educación inclusiva que logre atender las
necesidades de aprendizaje de esta población. Sin embargo, atender esta realidad implica
que, los involucrados en la tarea de educar, eliminen de sí un conjunto de pre-dialogales en
torno a la diversidad, la diferencia y la discapacidad para consolidar la escuela como un
espacio en el que converge lo plural para la construcción de procesos de formación integral1.
Es menester de la población civil y de los entornos educativos encontrar sentido en la
categoría diferencia. Los procesos educativos deben tener en cuenta un sinnúmero de
diferencias que se sitúan en el aula de clase al momento de enseñar. De allí que, la inclusión
debe ser una realidad en la que se permita llevar a cabo acciones para que las personas con
N.E.E se sientan partícipes de una realidad. Para ello, la atención a sus necesidades es una
prioridad en la que se rompan las formas de discriminación por la condición y se creen
espacios pedagógicos que posibiliten el aprendizaje. Espacios pedagógicos que se
reconfiguren desde el contexto de la escuela. Espacios pedagógicos que se conviertan en un
constructo colectivo y no mediaciones dialógicas entre el saber tradicional y la
memorización. Espacios pedagógicos en los que se valoren el conjunto de capacidades y
habilidades de los estudiantes, y desde allí, se propenda por la construcción de categorías
como comunidad, respeto, colaboración y pertenencia.
La educación, al igual que la sociedad, no puede ser inferior a la realidad de este tipo de
población. La realidad debe ser otra. Debe ser una realidad inclusiva que permita que los
discursos de los maestros reconozcan esas diferencias con el otro. Debe ser una realidad que
potencialice al ser humano y lo dignifique en todas sus dimensiones. De allí que, las políticas
públicas, las universidades, las instituciones educativas y en general los involucrados en los
procesos de educación, en comunión con los padres, deberán buscar una educación equitativa
que sea vista como un derecho fundamental y no como un privilegio. Debe pensarse en las
formas de acceso a la escuela logrando una cobertura al sistema y a las formas de aprendizaje;
pero lo más importante deberá ser reconocer a esa persona como alguien digno de sí mismo,
alguien que debe ser tratado con justicia, alguien que deberá ser tratado desde la pedagogía
del amor y del reconocimiento.

1
Un fundamento para lo anterior se consolida en (UNESCO, 1994) al afirmar que: “Los niños y los jóvenes
con necesidades educativas especiales tienen que tener acceso a las escuelas ordinarias, las cuales deberán
incluirlos en el marco de una pedagogía centrada en el niño y con la capacidad para dar respuesta a sus
necesidades”

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