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Este artículo trata sobre la revolución en Rusia de 1917. Para otros usos de este término,
véase Revolución rusa (desambiguación).
Revolución rusa
Gobierno previo
Gobierno resultante
El término Revolución rusa (en ruso, Русская революция, Rússkaya revolyútsiya) agrupa
todos los sucesos que condujeron al derrocamiento del régimen zarista y a la instauración
preparada de otro, leninista, a continuación, entre febrero y octubre de 1917, que llevó a la
creación de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia. El zar se vio obligado a
abdicar y el antiguo régimen fue sustituido por un gobierno provisional durante la primera
revolución de febrero de 1917 (marzo en el calendario gregoriano, pues el calendario
juliano estaba en uso en Rusia en ese momento). En la segunda revolución, en octubre,
el Gobierno Provisional fue eliminado y reemplazado con un
gobierno bolchevique (comunista), el Sovnarkom.
La Revolución de Febrero se focalizó, originalmente, en torno a Petrogrado (hoy San
Petersburgo). En el caos, los miembros del parlamento imperial o Duma asumieron el
control del país, formando el Gobierno provisional ruso. La dirección del ejército sentía que
no tenían los medios para reprimir la revolución y Nicolás II, el último emperador de Rusia,
abdicó. Los sóviets (consejos de trabajadores), que fueron dirigidos por facciones
socialistas más radicales, en un principio permitieron al gobierno provisional gobernar,
pero insistieron en una prerrogativa para influir en el gobierno y controlar diversas milicias.
La revolución de febrero se llevó a cabo en el contexto de los duros reveses militares
sufridos durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918),1 que dejó a gran parte del ejército
ruso en un estado de motín.
A partir de entonces se produjo un período de poder dual, durante el cual el Gobierno
provisional ruso tenía el poder del Estado, mientras que la red nacional de sóviets,
liderados por los socialistas y siendo el Sóviet de Petrogrado el más importante, tenía la
lealtad de las clases bajas y la izquierda política. Durante este período caótico hubo
motines frecuentes, protestas y muchas huelgas. Cuando el Gobierno Provisional decidió
continuar la guerra con Alemania, los bolcheviques y otras facciones socialistas hicieron
campaña para detener el conflicto. Los bolcheviques pusieron a milicias obreras bajo su
control y los convirtieron en la Guardia Roja (más tarde, el Ejército Rojo) sobre las que
ejercían un control sustancial.
En la Revolución de Octubre (noviembre en el calendario gregoriano), el Partido
bolchevique, dirigido por Vladímir Lenin, y los trabajadores y soldados de Petrogrado,
derrocaron al gobierno provisional, formándose el gobierno del Sovnarkom. Los
bolcheviques se nombraron a sí mismos líderes de varios ministerios del gobierno y
tomaron el control del campo, creando la Checa, organización de inteligencia política y
militar para aplastar cualquier tipo de disidencia. Para poner fin a la participación de Rusia
en la Primera Guerra Mundial, los líderes bolcheviques firmaron el Tratado de Brest-
Litovsk con Alemania en marzo de 1918.
Posteriormente estalló una guerra civil en Rusia entre la facción «roja» (bolchevique) y
«blanca» (antibolcheviques) —esta última contó con el apoyo de las grandes potencias—,
que iba a continuar durante varios años, en la que los bolcheviques, en última instancia,
salieron victoriosos. De esta manera, la Revolución abrió el camino para la creación de
la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1922. Pese a que muchos
acontecimientos históricos notables tuvieron lugar en Moscú y Petrogrado, también hubo
un movimiento visible en las ciudades de todo el estado, entre las minorías nacionales de
todo el Imperio ruso y en las zonas rurales, donde los campesinos se apoderaron de la
tierra y la redistribuyeron.
La Revolución rusa fue un acontecimiento decisivo y fundador del «corto siglo XX»2 abierto
por el estallido del macroconflicto europeo en 1914 y cerrado en 1991 con la disolución de
la Unión Soviética. Objeto de simpatías y de inmensas esperanzas por unos (Jules
Romains la describió como «la gran luz en el Este» y François Furet como «el encanto
universal de octubre»), también ha sido objeto de severas críticas, de miedos y de odios
viscerales.3 Sigue siendo uno de los acontecimientos más estudiados y más
apasionadamente discutidos de la historia contemporánea.45
Índice
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Previamente a 1917, el antiguo Imperio ruso se regía bajo un régimen zarista, autocrático y
represivo desde hacía tres siglos cuando, en 1613, se instauró en el país la dinastía
Románov.
La abolición de la servidumbre promulgada en 1861 por parte del zar Alejandro II fue la
primera muestra de las fisuras del antiguo sistema feudal. Una vez liberados, los antiguos
siervos se desplazaron a las ciudades, convirtiéndose así en mano de obra industrial.
A comienzos del siglo XX, el desarrollo de la industria rusa era cada vez mayor,
favoreciendo el crecimiento de las ciudades y una creciente efervescencia cultural: el
antiguo orden social se tambaleaba, agravando las dificultades de los más pobres. Las
industrias florecían y la creciente clase obrera se aglutinaba principalmente en las
ciudades, pero la prosperidad del país no había representado beneficio alguno para la
mayoría de la población.
La economía en su conjunto seguía siendo arcaica.6 El valor de la producción industrial
en 1913 era dos veces y media menor que el de Francia, seis veces menor que el
de Alemania y catorce veces menor que el de Estados Unidos.7 La producción agrícola
continuaba siendo deficiente y la falta de transportes paralizaba cualquier intento de
modernización económica.8 El PIB per cápita en aquella época era inferior al de Hungría o
al de España y, aproximadamente, suponía una cuarta parte del de Estados Unidos.9
Además, el país estaba dominado sobre todo por capital extranjero, poseyendo este casi la
mitad de las acciones rusas.10 El proceso de industrialización fue violento y mal aceptado
por los campesinos, que habían sido bruscamente proletarizados. La clase obrera
naciente, aunque numéricamente pequeña, se concentraba en las grandes zonas
industriales, lo que facilitó la creciente conciencia revolucionaria.11
El Imperio ruso seguía siendo un país esencialmente rural (el 85 % de la población vivía en
zonas rurales). Si bien una parte de los campesinos, los kuláks, se había enriquecido y
constituido una especie de clase media rural con el apoyo del régimen; el número de
campesinos sin tierra había aumentado, creando así un auténtico proletariado rural
receptivo a ideas revolucionarias. Incluso después de 1905, un diputado de
la Duma señaló que en muchos pueblos, la presencia de chinches y cucarachas en los
hogares se percibía como signo de riqueza.12
San Petersburgo, capital del Imperio ruso en aquella época y cuna de las tres revoluciones.
Tras la escolarización llevada a cabo unos años antes, algunos obreros habían sido
convencidos por los ideales marxistas y otros pensamientos revolucionarios. Sin embargo,
el poder zarista se mostró inmóvil. En los siglos XIX y XX, varios movimientos organizados
por miembros de todas las clases sociales (estudiantes u obreros, campesinos o nobles)
trataron de derrocar al gobierno sin éxito. Algunos recurrieron al terrorismo y a los
atentados políticos, convirtiéndose los movimientos revolucionarios en objeto de
dura represión, llevada a cabo por la todopoderosa Ojrana, la policía secreta del zar.
Muchos revolucionarios fueron encarcelados o deportados, mientras que otros lograron
escapar y unirse a las filas de los exiliados. Desde esta perspectiva, la Revolución de 1917
es la culminación de una larga sucesión de pequeñas revueltas. Las reformas necesarias,
que ni las insurrecciones campesinas, los atentados políticos y la actividad parlamentaria
de la Duma habían logrado, desembocaron en una revolución impulsada por el
proletariado.
En 1905, tuvo lugar una primera revolución tras la derrota rusa ante Japón en la guerra
ruso-japonesa. El 22 de enero, se convocó una manifestación en San Petersburgo para
exigir reformas al zar Nicolás II, siendo esta duramente reprimida, en lo que se conoce
como el Domingo Sangriento. Se trató de un intento del pueblo ruso de liberarse de su zar
y se caracterizó por los levantamientos y la huelga por parte de los trabajadores y de los
campesinos. Estos formaron los primeros órganos de poder independientes de la tutela del
Estado: los sóviets y, especialmente, el Sóviet de San Petersburgo.
Funerales por las víctimas de la Revolución el 5 de abril de 1917 (23 de marzo según el calendario
juliano) en Petrogrado.
Los días siguientes, las huelgas se generalizaron por todo Petrogrado y la tensión fue en
aumento. Las consignas, hasta el momento más discretas, se politizaron: «¡Abajo la
guerra!», «¡Abajo la autocracia!».16 En esta ocasión, los enfrentamientos con la policía se
saldaron con víctimas en ambas partes.17 Los manifestantes se armaron sustrayendo
armas de los puestos de policía. Tras tres días de manifestaciones, el zar ordenó la
movilización de la guarnición militar de la capital para sofocar la rebelión. Los soldados
resistieron las primeras tentativas de confraternización y mataron a muchos manifestantes.
Sin embargo, durante la noche, parte de una compañía se sumó progresivamente a los
insurgentes, que pudieron de esta forma armarse más convenientemente. Entre tanto, el
zar, sin medios para gobernar, ordenó disolver la Duma y nombrar un comité interino.
Todos los regimientos de la guarnición de Petrogrado se unieron a la revuelta. Fue el
triunfo de la revolución. Presionado por el Estado Mayor, el zar Nicolás II abdicó el 2 de
marzo: «Se deshizo del imperio como un comandante de un escuadrón de caballería».18
Su hermano, el gran duque Miguel Aleksándrovich, rechazó al día siguiente la corona. Fue
el fin del zarismo y se produjeron las primeras elecciones al sóviet de los trabajadores de
la capital, el Sóviet de Petrogrado. El primer episodio de la revolución se había saldado
con más de un centenar de víctimas, principalmente manifestantes,19 mas la caída rápida e
inesperada del régimen, con unas pérdidas humanas relativamente pequeñas, suscitó en
el país una ola de entusiasmo y un sentimiento de liberación.
La dualidad de poderes[editar]
El periodo posterior a la abdicación del zar fue a la vez confuso y de entusiasmo entre la
población. El Gobierno provisional sucedió al zarismo rápidamente, mientras que la
revolución ganaba profundidad y la masa de trabajadores y campesinos se politizaba.
Los sóviets, nacidos de la voluntad popular, no se atrevieron a contradecir de primeras al
Gobierno provisional, pese a su inmovilidad y su actuación en la guerra.20 Sin embargo, el
pequeño Partido Bolchevique, liderado por Lenin quien había vuelto del exilio en Suiza en
el mes de abril, fue quien impuso una radicalización estratégica, se hizo portavoz del
creciente descontento general y se convirtió en depositario de las aspiraciones populares,
mientras que los partidos revolucionarios rivales se desacreditaban entre ellos,
alimentando así el peligro contrarrevolucionario.
«El país más libre del mundo»[editar]
La caída de la monarquía se sintió como una liberación sin precedentes. En Rusia se abrió
un periodo de intensa alegría popular y de fermentación revolucionaria. Un frenesí por
hablar y exponer las ideas propias se instaló en todos los estratos sociales. Las reuniones
fueron diarias y los oradores se sucedían de manera casi interminable. Se multiplicaron los
desfiles y las manifestaciones. Decenas de miles de cartas, con direcciones
y peticiones se enviaban cada semana desde todos los puntos del territorio para dar a
conocer el apoyo, las quejas o las reclamaciones del pueblo. Se dirigían principalmente al
nuevo Gobierno provisional y al Sóviet de Petrogrado.
Más allá de las expectativas inmediatas, lo que dominaba era el rechazo a toda forma de
autoridad, lo que permitió a Lenin hablar de la Rusia de aquellos meses como «el país más
libre del mundo», como describió Marc Ferro:
En Moscú, los trabajadores obligan a su patrón a aprender las bases del futuro derecho obrero;
en Odesa, los estudiantes dictaban a su profesor el nuevo programa de historia de las civilizaciones;
en Petrogrado, los actores sustituyeron a su director de teatro y escogieron el próximo espectáculo;
en el ejército, los soldados invitaban al capellán a sus reuniones para que este diera sentido a sus
vidas. Incluso los niños menores de catorce años reivindicaban el derecho de aprender boxeo para
hacerse escuchar ante los mayores. Era el mundo al revés.21
Estas primeras semanas llenas de esperanza y generosidad fueron muy pacíficas, tanto en
las ciudades como en las zonas rurales. Ninguna represalia, oficial o espontánea, se tomó
contra los antiguos siervos del zar, teniendo incluso derecho estos a trasladar su
residencia o exiliarse. El Gobierno provisional abolió la pena de muerte, ordenó la apertura
de las prisiones, permitiendo el retorno de los exiliados por cualquier motivo (incluido
Lenin) y proclamó las libertades fundamentales: de prensa, de reunión y de conciencia (en
la práctica ya adquirida tras la Revolución de Febrero). El antisemitismo de Estado
desapareció; la Iglesia Ortodoxa Rusa, bajo la tutela del Estado desde tiempos de Pedro I
el Grande, pudo reunir libremente un consejo que, en el verano de 1917, restableció
el Patriarcado de Moscú. En el ejército, la orden n.º 1, expedida por el Sóviet de
Petrogrado, que contaba con la mayoría de socialrevolucionarios y mencheviques, prohibió
el acoso humillante de los oficiales a los soldados e instauró los derechos de reunión,
petición y prensa.22
Por último, la manifestación más clara de la emancipación de la sociedad civil fue, por
supuesto, la creación espontánea de los sóviets(consejos) de obreros, campesinos,
soldados y marineros, que cubrieron en una semana la práctica totalidad del país. Estas
asambleas, que ya habían surgido en 1905, paliaron la escasez de organizaciones
habituales en Occidente (partidos, sindicatos...) debida a la represión zarista. Fueron
órganos de democracia directa que pretendían ejercer un poder autónomo, y, ante la
posibilidad de que el Gobierno Provisional llevara a cabo una contrarrevolución, velaron
por la preservación y la ampliación de las conquistas de la Revolución de Febrero.
El Gobierno Provisional y los sóviets[editar]
La Duma eligió un Gobierno provisional encabezado por Mijaíl Rodzianko, un exoficial del
zar del Partido Octubrista, monárquico y rico terrateniente. Desde el 15 de marzo, la
dirección de dicho Gobierno fue tomada por Gueorgui Lvov, un liberal progresista
del Partido Democrático Constitucional.
Por ello, pese a que la revolución había sido encabezada por los obreros y los soldados, el
poder estaba en manos de un Gobierno provisional dirigido por políticos liberales
del Partido Democrático Constitucional (llamado KD o Kadete), el partido de la burguesía
liberal. Mas, en realidad, era preciso transigir con los sóviets. En las ciudades y pueblos,
con el anuncio de la revolución en la capital, se formaron sóviets al tiempo que los
notables que regían en nombre del zar fueron destituidos. Desde principios de marzo, los
sóviets ya estaban presentes en las principales ciudades, y en abril y mayo se extendieron
a las zonas rurales. Los sóviets eran unas asociaciones donde los trabajadores acudían a
discutir sobre la situación y al mismo tiempo un órgano de gobierno.
El programa del Sóviet de Petrogrado recogía el firmar la paz de manera inmediata y poner
fin así a la Primera Guerra Mundial, otorgar la propiedad de la tierra a los campesinos, la
implantación de la jornada laboral de ocho horas y el establecimiento de una república
democrática. Este programa resultaba inaplicable para la burguesía liberal que asumió el
poder tras la revolución, que no firmó la paz, ni revisó la propiedad de las tierras ni acortó
la jornada laboral.
Además, el Gobierno consideró (así como parte de los dirigentes de los sóviets y de los
partidos revolucionarios) que solo la futura Asamblea Constituyente elegida por sufragio
universal tenía derecho a decidir sobre la propiedad de la tierra y el sistema social. Pero la
ausencia de millones de votantes, que se encontraban combatiendo en el frente, retrasó
la celebración de las elecciones (sobre todo porque el Gobierno continuaba con la guerra).
La realización de las reformas fue continuamente aplazada sine die. La situación llegó
hasta tal punto, que el Gobierno se abstuvo de proclamar oficialmente la República antes
de septiembre. Tomó así el riesgo de decepcionar peligrosamente a la población. Por
añadidura, no podía gobernar sin el apoyo de los sóviets, que contaban con el respaldo y
la confianza de la gran masa de trabajadores.23
Los sóviets estaban dominados por los socialistas,
los mencheviques y socialrevolucionarios. Los bolcheviques, a pesar de su nombre —en
ruso, «mayoritarios»—, eran una minoría. Por aquel momento, los sóviets, incluido el de
Petrogrado, demostraron un apoyo moderado al Gobierno provisional y no continuaron
reclamando las reformas más radicales, lo que obliga a matizar la noción habitual de
«dualidad de poderes». La confluencia entre el Sóviet de Petrogrado y el Gobierno
provisional cristalizó en la figura de Aleksandr Kérenski, socialrevolucionario,
vicepresidente del Sóviet de Petrogrado y ministro de Justicia y Guerra.
Casi todos los revolucionarios, especialmente los de la escuela marxista, creían que
la revolución proletaria era prematura en un país económicamente atrasado y rural.24 En
su opinión, Rusia solo estaba preparada para una revolución burguesa, ya que el
proletariado era demasiado débil y muy reducido. La revolución debía limitarse
primeramente a las tareas que el análisis marxista asignaba a la revolución burguesa,
cumplidas por la Revolución Francesa en 1789: el fin del feudalismo y la reforma agraria.
Desde este punto de vista, los sóviets se concebían como «fortalezas proletarias»
ubicadas en el corazón de la «revolución burguesa»25 dedicadas a velar por la realización
de las reivindicaciones populares, y posteriormente, preparar la transición al socialismo,
además de prevenir una posible contrarrevolución monárquica o la ruptura con
la burguesía.
Pese a ello, esto no respondió a la urgencia que las masas exigían para ver colmadas sus
aspiraciones. Los partidos revolucionarios corrían el peligro de incurrir en el mismo
descrédito popular que el Gobierno provisional.
El general Lavr Kornílov fue nombrado nuevo comandante en jefe por Kérenski. Aunque el
Ejército se descomponía, Kornílov encarnaba la vuelta a la disciplina férrea anterior: en
abril, dio órdenes de disparar a los desertores y de mostrar los cadáveres con señales en
las carreteras, amenazó con penas severas a los agricultores que osaran tomar los
dominios señoriales. Kornílov, renombrado monárquico, era en realidad un republicano
indiferente a la restauración del zar, y un hombre del pueblo (hijo de cosacos y no
aristócrata), lo que era raro en aquella época entre la casta militar. Ante todo nacionalista,
deseaba la continuación de Rusia en la guerra mundial, ya fuera bajo la autoridad del
Gobierno provisional o sin él. Mucho más bonapartista o incluso prefascista que
monárquico,29 no se convirtió tan rápidamente en la esperanza de las antiguas clases
dirigentes, nobleza y alta burguesía, y de todos aquellos que anhelaban un retorno al
orden, o simplemente un castigo severo a los bolcheviques derrotistas.
Aleksandr Kérenski, líder del Gobierno Provisional Ruso.
En las fábricas y en el Ejército, el peligro de una contrarrevolución fue tomando forma. Los
sindicatos, donde los bolcheviques eran mayoría (pese a la represión), organizaron una
huelga que fue seguida de forma masiva. La tensión aumentaba poco a poco, con la
radicalización de los discursos de los diferentes partidos. Así, el 20 de agosto, ante el
Comité Central del Partido KD, su líder, Pável Miliukov, dijo: «El pretexto lo proporcionarán
los motines producidos por el hambre o por la acción de los bolcheviques, en todo caso la
vida empujará a la sociedad y a la población a contemplar la inevitabilidad de una cirugía.»
La Unión de oficiales del ejército y de la marina, organización influyente en la parte
superior del cuerpo del Ejército ruso y financiada por la comunidad empresarial, pidió el
establecimiento de una dictadura militar. En el frente, el capitán Muraviov, miembro
del Partido Social-Revolucionario, formó varios batallones de la muerte y aseguró que
«estos batallones no están destinados a ir al frente, sino a Petrogrado, donde ajustarán
cuentas con los bolcheviques».30
A finales de agosto de 1917, Kornílov organizó un levantamiento armado, enviando tres
regimientos de caballería por ferrocarril a Petrogrado, con el objetivo de aplastar
los sóviets y las organizaciones obreras para devolver a Rusia al contexto bélico. Ante la
incapacidad del Gobierno Provisional para defenderse, los bolcheviques organizaron la
defensa de la capital. Los obreros cavaron trincheras y los ferroviarios enviaron los trenes
a vías muertas, provocando que el contingente se disolviera.
Las consecuencias del intento de golpe fueron importantes: las masas se rearmaron, los
bolcheviques pudieron salir de su semiclandestinidad y en julio, los presos políticos,
incluido Trotski, fueron puestos en libertad por los marineros de Kronstadt. Para sofocar el
golpe, Kérenski solicitó la ayuda de todos los partidos revolucionarios, aceptando la
liberación y el rearme de los bolcheviques. Perdió el apoyo de la derecha, que no le
perdonaba el haber sofocado el intento de golpe, pero sin obtener al tiempo el de la
izquierda, que lo consideraba demasiado indulgente en cuanto a las represalias hacia los
cómplices de Kornílov, y mucho menos el apoyo de la extrema izquierda bolchevique, en la
que Lenin, desde su escondite, dio la orden de no apoyar a Kérenski y de limitarse a luchar
contra Kornílov.
Ebullición popular, explosión campesina y crecimiento de los
bolcheviques[editar]
Reunión bolchevique con Lenin a la derecha de la imagen.
Poco a poco, los obreros y los soldados se fueron convenciendo de que no podía haber
una reconciliación entre el antiguo modelo de sociedad defendido por Kornílov y el nuevo.
El golpe y la caída del Gobierno Provisional, que dio a los sóviets la dirección de la
resistencia, fortaleció y reforzó la autoridad y la presencia en la sociedad de los
bolcheviques. Su prestigio iba en aumento: apremiados por la contrarrevolución, las masas
se radicalizaron y los sindicatos se alinearon con los bolcheviques. El 31 de agosto,
el Sóviet de Petrogrado ya era mayoritariamente bolchevique, escogiendo a Trotski como
su presidente el 30 de septiembre.
Todas las elecciones fueron testimonio del crecimiento bolchevique: así, en las elecciones
de Moscú, entre junio y septiembre, el PSRpasó de 375 000 a 54 000 votos,
los mencheviques de 76 000 a 16 000 y el KD de 109 000 a 101 000 sufragios, mientras
que los bolcheviques aumentaron de 75 000 a 198 000 votos. El lema «Todo el poder para
los sóviets» fue utilizado más allá del ámbito bolchevique, siendo usado por obreros del
PSR o por los mencheviques. El 31 de agosto, el Sóviet de Petrogrado y otros 126 sóviets
votaron una resolución en favor del poder soviético.
La revolución continuaba y se aceleraba, especialmente en las zonas rurales. Durante el
verano de 1917, los agricultores adoptaron medidas, tomando las tierras de los señores,
sin esperar a la prometida reforma agraria y retrasada de forma constante por el Gobierno.
El campesinado ruso, de hecho, regresó a su larga tradición de grandes levantamientos
espontáneos (los bunts), que ya habían marcado el pasado nacional, como las revueltas
protagonizadas por Stenka Razin en el siglo XVII o Yemelián Pugachov en tiempos
de Catalina II. No siempre violentas, estas ocupaciones masivas de tierras fueron a
menudo el escenario de levantamientos espontáneos donde las propiedades de los
maestros eran quemadas, llegando ellos mismos a ser maltratados o asesinados. Estos
inmensos levantamientos campesinos, sin duda los más importantes de la historia
europea, consiguieron que las tierras se compartieran sin que el gobierno condenara ni
ratificara el movimiento. Sabiendo que la «repartición negra» (nombre de la antigua
organización naródnik Repartición Negra) estaba cumpliéndose en sus pueblos, los
soldados, de origen mayoritariamente campesino, desertaron en masa con el fin de poder
participar a tiempo en la nueva distribución de las tierras. La acción de la propaganda
pacifista y el desaliento tras el fracaso de la última ofensiva del verano hicieron el resto.
Las trincheras se vaciaron poco a poco.
Así, los bolcheviques, a los que todavía se los calificaba en junio como «insignificante
puñado de demagogos»31 controlaban la mayor parte del país. Desde junio de 1917, en
una sesión del 1.er Congreso Panruso de los Sóviets, Lenin ya había anunciado
abiertamente —durante una célebre discusión con el menchevique Irakli Tsereteli— que
los bolcheviques estaban dispuestos a tomar el poder, pero que por el momento sus
palabras no habían sido tomadas en serio.32
Octubre de 1917[editar]
Artículo principal: Revolución de Octubre
De hecho, para los bolcheviques, la reforma agraria era lo que se encontraba en el orden
del día y no la construcción de una sociedad socialista, que parecía imposible en un país
tan pobre. Conscientes de que no podían gobernar sin el apoyo de las masas rurales, la
gran mayoría del país, los bolcheviques convocaron del 10 al 16 de noviembre un
congreso campesino. A pesar de la presencia de una mayoría socialrevolucionaria hostil a
los bolcheviques, este último ratificó el Decreto sobre la Tierra y apoyó al nuevo gobierno,
consagrando la unión entre el proletariado urbano y el campesinado.
Así, en los dificilísimos meses que precedieron al Tratado de Brest-Litovsk, el nuevo poder
había conseguido evitar el peligro de enfrentarse a las masas rurales, teniendo en cuenta
que tenía que hacer frente a la hostilidad de los monárquicos, de los liberales y de la
mayor parte de los grupos socialistas. Pero el régimen heredó el catastrófico problema de
abastecimiento de las ciudades, que ya había derribado a Nicolás II y a Kérenski. La
necesidad de hacer pedidos de cereales para sobrevivir traía consigo el germen de un
grave conflicto con el campesinado. Los sóviets organizaron en la primavera de 1918
destacamentos de trabajadores, destinados a llevar a cabo las requisas en el campo, la
llamada prodrazviorstka. La violencia era frecuente en sus métodos y en la resistencia
campesina,53 produciendo a su vez un descenso significativo de la producción agrícola.
Posteriormente, los Blancos, a pesar de proclamar el libre comercio, también se vieron
obligados a recurrir a las requisas forzadas.
Primeros combates de la Guerra Civil (otoño de 1917)[editar]
Artículo principal: Guerra Civil Rusa
Desarrollo de la guerra civil rusa. Territorios bajo control bolchevique en 1918; países que obtuvieron
su independencia durante el conflicto; máximo avance de las fuerzas blancas
La guerra civil rusa no enfrentó solamente al joven Ejército Rojo contra los «ejércitos
blancos» monárquicos apoyados por los ejércitos extranjeros. Su violencia extrema no se
debió tampoco al impacto entre el «terror blanco» y el «terror rojo». Se trató de una guerra
de los campesinos contra las ciudades y contra toda autoridad exterior al pueblo y al
campo. Así fue como el «Ejército Verde», constituido por campesinos que rechazaban los
reclutamientos forzados y los requerimientos, se enfrentó al Ejército Rojo y a los blancos.
A estos combates se sobrepusieron un importante conflicto de generaciones (los jóvenes
campesinos decepcionados de las ciudades o los ejércitos deseosos de desembarazarse
de la tutela de la familia patriarcal, convirtiéndose en los agentes más determinantes de la
revolución en el campo),68 la acción de las minorías nacionales que procuraban
emanciparse de la vieja tutela rusa, la intervención de ejércitos extranjeros (como la de la
nueva Segunda República Polaca en la guerra polaco-soviética), o incluso las tentativas de
los revolucionarios antibolcheviques. Pero las expectativas de los opositores
socialrevolucionarios, del comité de los ex constituyentes, mencheviques, o incluso de los
anarquistas en un tiempo dueños de Ucrania durante la Revolución majnovista, jamás se
hallaron en situación de prevalecer. Mediante las reuniones, la fuerza o la represión, los
bolcheviques impusieron su hegemonía sobre la revolución, como los Blancos sobre la
oposición a la revolución.
Confusa y caótica, la Guerra Civil Rusa se caracterizó por la desintegración del Estado y
de la sociedad bajo la acción de fuerzas centrífugas. La victoria bolchevique significó, en
una Rusia arruinada y exhausta, la reconstrucción de un Estado bajo la autoridad de
un partido único sin rivales ni enemigos y dotado de un poder absoluto. En particular, se
forjó un nuevo Estado policial en torno a la Checa en el transcurso de la Guerra Civil y del
terror rojo.
Todo ello en detrimento de los sueños de las Revoluciones de Febrero y de Octubre, que
habían rechazado toda autoridad y visto confirmarse la autonomía de una sociedad civil,
en lo sucesivo muy duramente magullada, agotada y de nuevo sometida al poder.
El Ejército Rojo contra el Ejército Blanco[editar]
El 23 de febrero de 1918, Trotski fundó el Ejército Rojo. Organizador enérgico y
competente, buen orador, atravesó el país a bordo de su tren blindado y voló de un frente
al otro para restablecer por todas partes la situación militar, galvanizar las energías y
desplegar un esfuerzo enorme de propaganda destinada a los soldados y las masas.
Restableció el servicio militar y aplicó una disciplina de hierro hacia los enemigos y los
desertores.
A pesar de las reacciones negativas de numerosos viejos bolcheviques, Trotski no vaciló
tampoco en reciclar por millares a los antiguos oficiales zaristas. Catorce mil de ellos (el
30 % del total) aceptaron servir al nuevo poder a veces por fuerza (su familia respondería
por su lealtad, en virtud de la «ley de rehenes»), pero también en nombre de la continuidad
del Estado y de la salvación de un país amenazado por la anarquía y el
desmembramiento. Estaban flanqueados por comisarios políticos bolcheviques que
vigilaban su acción.
El Ejército Rojo controlaba solamente un territorio del tamaño del antiguo Principado de
Moscú cercado de todas partes, pero contaba con la ventaja de su superior disciplina y
organización, de su posición central, de formar un bloque cohesionado, de disponer de
ambas capitales —Moscú y Petrogrado— y de las mejores carreteras y vías de ferrocarril.
Los Blancos de Kolchak, Yudénich, Denikin o Wrangel se encontraban divididos e
incapaces de coordinar sus ofensivas. Principalmente, no tenían nada que ofrecer a la
población salvo la vuelta a un antiguo régimen unánimemente detestado, la restitución de
las tierras a los antiguos propietarios, la negativa a toda concesión a las minorías
nacionales y los pogromos antisemitas responsables de cerca de 150 000 muertos.69 Las
masas finalmente dejaron ganar a los bolcheviques, aunque los golpes violentos tampoco
faltaron entre ellas y estos últimos.
Campañas contra las ciudades: el Ejército Verde[editar]
Artículo principal: Rebelión de Tambov
Tanto el Ejército Rojo como los Ejércitos Blancos sufrieron las acciones de guerrillas
campesinas. El llamado Ejército Verde estaba compuesto por campesinos que rechazaban
el reclutamiento en ambos ejércitos, las requisas forzadas y la restitución de las tierras a
los antiguos propietarios de bienes inmuebles deseada por los Blancos.
Los desertores de ambos ejércitos, extremadamente numerosos, fueron un vivero esencial
del Ejército Verde. En 1919-1920, había no menos de tres millones de desertores de los
cinco millones de reclutas del Ejército Rojo; entre la mitad y dos tercios consiguieron
escapar de las búsquedas, detenciones y de la reintegración forzada en el ejército,
reuniéndose con frecuencia los combatientes verdes en los bosques.70 Los Blancos
generalmente fusilaban a los desertores sin otro proceso.
Después de la derrota de los Blancos a finales de 1920, la paz volvió realmente a Rusia
solamente en 1921-1922, tras el aplastamiento de las grandes rebeliones campesinas
como la conducida por el socialrevolucionario Antonov en Tambov a mediados de 1921, la
destrucción de los ejércitos verdes (tiempo atrás dueños de territorios inmensos, como
en Siberia oriental, donde controlaron hasta un millón de km²) y el compromiso de
la NEP (marzo de 1921), aprobada por el régimen bolchevique y los campesinos.
Minorías nacionales contra los rusos[editar]
Los dirigentes de la República montañesa fundada durante la Guerra Civil. Rusia se descomponía
en decenas de gobiernos más o menos efímeros, mientras que innumerables campesinos volvían a
la autarquía.
Desde finales de 1917, animadas por el «decreto de las nacionalidades», que preveía la
posibilidad de separarse de Rusia, Finlandia y Polonia proclamaron su independencia.
En Ucrania, la Rada (consejo) de Kiev le confió desde 1917 al socialista y
nacionalista Symon Petlyura la constitución de un ejército nacional, y rompió con Moscú
tras la Revolución de Octubre. En las elecciones para elegir una asamblea constituyente,
los mencheviques obtuvieron la mayoría de los votos en Georgia, proclamando la
independencia y constituyendo un gobierno internacionalmente reconocido, incluso por
Moscú, en 1920: la República Democrática de Georgia, dirigida por Noe Jordania. Por el
contrario, Letonia votó en un 72 % por los bolcheviques. Los letones tenían una numerosa
presencia en la Guardia Roja, el Ejército Rojo y la Checa. Sin embargo, los países
bálticos ya se habían independizado en el transcurso de la Primera Guerra Mundial.71
Numerosos en todos los partidos y movimientos revolucionarios, los judíos eran
abusivamente relacionados con los bolcheviques por la contrarrevolución. Los Ejércitos
Blancos o el Ejército Petlyura realizaron pogromos antisemitas sistemáticos y a gran
escala, de una violencia mortífera y sin precedente, para entonces, en la historia europea.
El número de muertos asciende a cerca de 150 000, a los que se deben añadir numerosas
violaciones, robos y vandalismos. En cuanto a los bolcheviques, situaron el sionismo y
el bundismo fuera de la ley.
Los Blancos negaban toda concesión a las minorías y combatían tanto a los ejércitos
nacionales como a las tropas bolcheviques. Entre 1920 y 1922, por su parte, el Ejército
Rojo invadió Asia Central, Armenia, Georgia e incluso Mongolia, y reforzó la influencia
ruso-soviética sobre estos territorios. Sin ir más lejos, la República Popular de Mongolia,
satélite de la URSS, se fundó en 1924. Los cosacos, que constituían el núcleo duro del
antibolchevismo, fueron deportados en bloque y vieron suprimidos sus privilegios.
En Ucrania, el Ejército Rojo también se volvió contra sus antiguos aliados, los anarquistas
del ejército de Néstor Majnó: a partir de finales de 1920, atacó brutalmente la experiencia
inédita majnovista. Este movimiento campesino de masas había conseguido dotarse de un
ejército insurrecto capaz de hacer frente durante tres años a la vez a fuerzas austro-
alemanes, a los Blancos de Denikin y Wrangel, al ejército de la República Nacional
Ucraniana dirigida por Petlyura y al Ejército Rojo.
Intervenciones extranjeras y guerra polaco-soviética[editar]
Artículos principales: Guerra Polaco-Soviética e Intervención aliada en la Guerra Civil Rusa.
La Rusia zarista tenía la tradición más fuerte de Europa en cuanto al uso de la violencia
social y política, agravada por el «brutalización» de la sociedad durante la Primera Guerra
Mundial.73 A partir de mediados de 1917, la explosión revolucionaria, hasta entonces muy
poco violenta, se tradujo entre los campesinos rebelados en la matanza de cierto número
de terratenientes y el saqueo de sus residencias. La guerra civil que estallaba iba a servir
de válvula de escape para muchos rencores fruto de siglos de opresión social, a los
miedos de las antiguas élites privilegiadas, o a los reglamentos personales de cuenta.
Practicantes del terrorismo individual desde el siglo XIX, los revolucionarios como los
miembros del Partido Social-Revolucionario no hicieron más que reutilizar las mismas
armas contra los bolcheviques (Fanni Kaplán, red de Borís Sávinkov). Rojos y Blancos
rivalizaban en declaraciones incendiarias y se mostraban preparados para la violencia
radical.
Los Blancos se enajenaron rápidamente las poblaciones encarcelando y masacrando
sistemáticamente a nacionalistas, demócratas, judíos, sindicalistas, revolucionarios
moderados y, por supuesto, bolcheviques, sin olvidar a simples sospechosos, abatidos
ante la menor duda. Restituyeron las tierras a los antiguos propietarios de bienes
inmuebles y no vacilaron en quemar o destruir pueblos enteros, siendo sometidos los
campesinos a castigos corporales humillantes. Sus tropas a menudo se desacreditaban
desde su llegada a fuerza de violaciones y pillajes, mientras que muchos jefes
multiplicaban los actos de arbitrariedad y mostraban un modo de vivir fastuoso y libertino.74
El aparato policial bolchevique, dotado de poderes arbitrarios muy extensos, experimentó
un desarrollo enorme. Aunque Trotski hubiera deseado un proceso público de Nicolás II,
Lenin y una parte del Politburó decidieron en secreto la ejecución sumaria de la familia
imperial. Pretextando la aproximación de los Blancos, esta se efectúa la noche del 17 al 18
de julio de 1918 en Ekaterimburgo. Detenciones, fusilamientos en masa, tomas de rehenes
e internamientos en campos se convirtieron en prácticas comunes. La cuestión de saber si
los campos abiertos por la Checa durante la guerra civil anticiparon o no
al Gulag estalinista se mantiene abierta.
Según el historiador británico George Leggett, aproximadamente 140 000 personas
perecieron a causa del Terror Rojo.75 Mencheviques, anarquistas, social-revolucionarios,
liberales o demócratas fueron perseguidos y puestos fuera de la ley por miles, así como
Blancos y nacionalistas, o incluso pacifistas tolstoianos, sionistas, bundistas etc., junto a
muchos cuyos orígenes sociales o su marginalidad bastaban para convertirlos en
sospechosos. En 1922, el Estado soviético organizó el procesamiento de los líderes social-
revolucionarios encarcelados; varios acusados fueron condenados a muerte y ejecutados y
otros deportados. El 19 de febrero de 1919, la revolucionaria Mariya Spiridónova,
arrestada tras la insurrección social-revolucionaria de izquierda en julio de 1918, fue
condenada por «locura» e internada de diciembre de 1920 a noviembre de 1921 en un
centro psiquiátrico. No obstante, con posterioridad escribió que «durante la época
soviética, las cimas del poder, los viejos bolcheviques, Lenin incluido, cuidaron de mí y,
aislándome del desarrollo de la lucha, siempre de modo muy vigoroso, tomaron al mismo
tiempo medidas para que jamás se me humillara.»76
La Iglesia ortodoxa rusa, que se situó activamente del lado de la reacción
(hubo popes delatores que pudieron ser responsables de numerosas ejecuciones
sumarias),77 sufrió miles de detenciones, ejecuciones, expoliaciones y destrucciones con el
fin de erradicar no solo de su potencia anterior, sino también las creencias religiosas. Se
calcula que entre 1917 y 1918 fueron asesinados 20 mil sacerdotes.78
Todos los contendientes, en diversa medida, utilizaron los mismos métodos de represión:
internamiento de adversarios militares y políticos en campos, toma de rehenes (el primer
decreto referente a rehenes fue promulgado por el general Niessel, comandante de la
misión militar francesa en Rusia)79 y ejecuciones sumarias. Según Peter Holquist «el joven
Estado de los Sóviets y sus adversarios recurrieron de igual forma a los instrumentos y
métodos que habían sido elaborados durante la Gran Guerra».80 Nikolái Melkínov, uno de
los principales miembros del gobierno de Antón Denikin, subrayó en sus memorias que la
administración blanca «había aplicado [...] en sus territorios una política profundamente
soviética».81
Hasta el breve gobierno social-revolucionario de Samara, a menudo considerado como
uno de los beligerantes más moderados, utilizó este tipo de medidas. Al respecto, el
historiador británico Orlando Figes anota: «aunque las libertades de expresión y de
reunión, así como la libertad de prensa fueron restablecidas, era difícil respetarlas en las
condiciones de una guerra civil y las prisiones de Samara estuvieron pronto llenas de
bolcheviques. Iván Maiski, el ministro menchevique de trabajo, contó un total de 4000
detenidos políticos. Las dumas y los zemstvos municipales fueron restablecidos, y los
sóviets, como órganos de clase, excluidos de la vida política».82
Asimismo, los demócratas constitucionales liberales se resignaron a soluciones
dictatoriales allí donde mantenían el control, pero con excepciones: así
en Crimea mantuvieron un régimen constitucional y parlamentario que preservaba las
libertades y hasta esbozaba una tímida reforma agraria.83
Por otro lado, ninguno de los ejércitos quiso dejar tras de sí elementos sospechosos o
peligrosos. Así, los combatientes anarquistas del ejército de Néstor Majnó respetaron más
a la población civil, perdonando y liberando a los simples combatientes hechos prisioneros,
pero eliminaron en su retirada a muchos oficiales, personas nobles,
burgueses, kuláks o popes, mientras tribunales populares surgidos espontáneamente se
encargaban también de juzgar y castigar a los implicados en las matanzas del Terror
Blanco.84
Violencia alimentada desde abajo y desde arriba[editar]
Según Sabine Dullin, «los organismos de represión creados por los bolcheviques dejaban
un gran margen de acción a la iniciativa popular».85 Las Checas locales se mostraban con
frecuencia más radicales que la central. Marc Ferro insiste en el hecho de que el pequeño
partido bolchevique no contaba con los medios para suscitar la violencia generalizada que
experimentó Rusia durante la guerra civil y que los leninistas a menudo reivindicaron y
asumieron la violencia popular espontánea para dar la impresión de que ellos controlaban
la situación, así como para canalizarla e instrumentalizarla para su provecho.86
Lo mismo realizaban sus enemigos, así el muy controvertido jefe nacionalista
ucraniano Symon Petlyura pareció verse desbordado por el antisemitismo visceral de sus
tropas: habría permitido los pogromos, pese a haber intentado frenarles, pero no los
ordenó (su papel exacto sigue siendo muy debatido).
En cuanto al Terror Blanco, los roles de la ideología, la violencia espontánea y la
orquestada «desde arriba» por las autoridades siguen siendo muy discutidos. Así,
según Nicolas Werth, «el Terror Blanco no fue nunca organizado sistemáticamente. Fue,
casi siempre, fruto de acciones de destacamentos descontrolados que escapaban de la
autoridad de un comandante militar que trataba, sin éxito, de llevar a cabo el gobierno. [...]
En la mayoría de las ocasiones estamos ante una represión policial del nivel de un servicio
de contraespionaje militar».87 Otros historiadores consideran, por el contrario, que la
ideología (especialmente la asimilación del comunismo a los judíos y el fantasma de un
complot «judeobolchevique») tuvo un papel importante en el proceso del terror dirigido
desde arriba.88 Según el historiador estadounidense Peter Holquist: «si bien es cierto que
los movimientos antisoviéticos sintieron menos la necesidad de justificar sus acciones, es
completamente claro que sus actos violentos, lejos de ser arbitrarios o fortuitos, fueron por
el contrario calculados. [...] Los prisioneros de guerra eran escogidos por los jefes blancos,
que ponían de lado a aquellos a los que consideraban como indeseables e irrecuperables
(los judíos, los bálticos, los chinos y los comunistas) y los mandaban ejecutar todos
juntos».89
Posiblemente los generales blancos se vieron más desbordados aún que los bolcheviques
por la violencia de sus partidarios sobre territorios vastos donde su autoridad era limitada.
El general Piotr Wrangel describe en sus memorias la anarquía que reinaba sobre el
inmenso territorio controlado por Antón Denikin cuando se puso al frente en marzo de
1920: «el país era dirigido por toda una serie de pequeños sátrapas, comenzando por los
gobernadores para acabar por cualquier suboficial del ejército [...] la indisciplina de las
tropas, el desenfreno y la arbitrariedad que reinaba no eran un secreto para nadie [...] El
ejército, mal abastecido, se alimentaba exclusivamente de la población, gravada con una
carga insoportable».90
Sin embargo, es incontestable que las altas autoridades blancas recurrieron también al
terror. La «conferencia especial» presidida por Denikin tomó en marzo de 1919 la decisión
de condenar a muerte a «toda persona que haya colaborado con el poder del Consejo de
Comisarios del Pueblo». El servicio de propaganda del gobierno de Denikin hizo correr
numerosos rumores durante la guerra sobre la existencia de complots judíos.91 El
general Roman Ungern von Sternberg, apodado «el barón sanguinario», fue sin duda
aquel que fue más lejos en sus acciones. En su famosa «orden n.º 1592», dirigida a sus
ejércitos en marzo de 1921, ordena en su artículo 9 «exterminar a los comisarios, a los
comunistas y a los judíos con sus familias».92
A su vez, numerosos jefes de guerra y los aventureros sacaron provecho del hundimiento
de la autoridad en Rusia para realizar pillajes, masacres y autoproclamarse dirigentes de
territorios más o menos vastos. Otros se alistaron a los ejércitos regulares por
oportunismo. El atamán Nikífor Grigóriev constituyó así una milicia formada por soldados,
desplazados y mercenarios que se puso sucesivamente al servicio de Symon Petlyura, del
Ejército rojo y de los Blancos, sin renunciar en ningún momento a las matanzas y a los
pillajes. Grigóriev acabó siendo asesinado por Néstor Majnó y sus seguidores, con los que
se había aliado brevemente.
Tras la derrota de los blancos, los levantamientos campesinos antibolcheviques
experimentaron su apogeo. Numerosos segadores fueron asesinados, y los bolcheviques y
sus seguidores hostigados, cuando no torturados.93 La respuesta del Ejército Rojo fue
despiadada, con centenares de pueblos íntegramente deportados, miles de insurgentes
fusilados, mujeres e hijos de partisanos secuestrados o asesinados y el uso de armamento
químico por parte de Mijaíl Tujachevski para sofocar la Rebelión de Tambov.94
Tras la victoria final bolchevique, el terror represivo se redujo, pero el aparato policial se
mantuvo intacto.
Victoria y crisis del «comunismo de guerra»[editar]
Artículos principales: Comunismo de guerra y Hambruna rusa de 1921.
La guerra radicalizó espectacularmente al régimen. Para dirigir la guerra total contra los
enemigos, el gobierno de Lenin procedió a nacionalizar la práctica totalidad de los
comercios, la banca, la industria y el artesanado. Las viviendas de las clases acomodadas
fueron colectivizadas, entrando así los apartamentos colectivos en la vida de los rusos.
Mientras la moneda se hundía y el país vivía del trueque y de salarios pagados en especie,
el régimen instauró la gratuidad de las viviendas, los transportes, del agua, de la
electricidad y de los servicios públicos, todos ellos en manos del Estado. Ciertos
bolcheviques llegaron a soñar con abolir el dinero, o por lo menos limitar drásticamente su
uso. El «comunismo de guerra» (término creado a posteriori, aparecido tras el final de la
guerra civil) que había surgido por las difíciles circunstancias, pasó a ser un medio útil para
guiar a Rusia hacia el socialismo.
El poder instauró también un potente dirigismo sobre la economía y los obreros. Para
hacerlo, no vaciló en restablecer una férrea disciplina en las fábricas o en hacer reaparecer
prácticas deshonrosas como el salario a destajo, la libreta de trabajo, el cierre patronal, la
retirada de las cartillas de racionamiento y la detención y deportación de los dirigentes de
huelgas. Centenares de huelguistas fueron fusilados. Los sindicatos fueron depurados,
bolcheviquizados y transformados en correa de transmisión del sistema, las cooperativas
absorbidas y los sóviets transformados en entidades vacías. En 1920, Trotski generó una
vasta controversia proponiendo la «militarización» del trabajo. En el campo,
destacamentos armados procedieron violentamente a realizar requisiciones forzadas de
cereales para abastecer a las ciudades y al Ejército Rojo.
El poder realizó asimismo un enorme esfuerzo para alfabetizar y proporcionar educación a
la población, al tiempo que dirigía sus esfuerzos propagandísticos sobre los soldados y las
masas populares. Animó la efervescencia artística y puso a los creadores vanguardistas al
servicio de la revolución, lo que generó una vasta producción de obras y carteles que
contribuyeron a la adhesión colectiva a los bolcheviques.95
Estas políticas salvaron al régimen, pero contribuyeron al enorme descontento popular y al
hundimiento radical de la producción, de la moneda y del nivel de vida. La economía era
una ruina y la red de transportes había sido destruida. El mercado negro y
el trueque florecieron.96 La desigualdad institucional del racionamiento en favor de los
soldados y los burócratas suscitó protestas populares. Las ciudades perdieron población,
con multitud de obreros y ciudadanos hambrientos que regresaron al campo. Moscú y
Petrogrado perdieron de esta forma la mitad de su población, mientras que la clase obrera
se descomponía: menos de un millón de activos en 1921, frente a los tres millones de
1917.
Entre 1921 y 1922, la hambruna, unida a una grave epidemia de tifus, acabó con la vida de
millones de campesinos rusos.
La Rebelión de Kronstadt y la NEP[editar]
Artículos principales: Rebelión de Kronstadt y Nueva Política Económica.
Hastiados por el monopolio del poder adquirido por los bolcheviques, así como por la
violencia y la represión desplegadas en el campo o contra los obreros huelguistas, los
marinos de Kronstadt se rebelaron en marzo de 1921 y exigieron la vuelta al poder de los
sóviets, elecciones libres, libertad del mercado nacional y el fin de la policía política. En la
práctica la insurrección consistió en la disolución del sóviet de Kronstadt y el
nombramiento de un «comité revolucionario provisional» en su lugar.97 Su levantamiento
fue repelido por Trotski y Tujachevski.
Al mismo tiempo, el poder puso a los mencheviques fuera de la ley, reprimió las últimas
grandes olas de protestas obreras y empezó una campaña violenta de «pacificación»
contra los campesinos insurrectos. El X Congreso del Partido, celebrado a la vez que
ocurría la insurrección de Kronstadt, abolió también el derecho de tendencia en el seno del
Partido por la instauración del «centralismo democrático».
Pero ante el callejón sin salida del «comunismo de guerra» y el hundimiento de la
economía, Lenin decidió volver de manera limitada y provisional al capitalismo de
mercado: se adoptó la Nueva Política Económica (NEP) en el mismo congreso. Esta
liberalización económica permitió enderezar la economía.
Consecuencias[editar]
Consecuencias culturales[editar]
Liberación de las costumbres y emancipación de la mujer[editar]
Tras la guerra civil, tuvo lugar un cambio muy importante en las costumbres sexuales. La
crítica marxista a la familia burguesa ya había conducido a los bolcheviques a modificar la
legislación concerniente al divorcio, el matrimonio y la interrupción voluntaria del
embarazo.98 En 1922, la homosexualidad se vio despenalizada.99 A lo largo de la década
de 1920, el deseo de acceder a una sexualidad más libre puso en marcha un movimiento
social calificado por Wilhelm Reich de «revolución sexual». Impuesto por las bases, no
tuvo tantos apoyos por parte de los responsables del régimen, y progresivamente fue
perdiendo importancia.100
Más generalmente el poder bolchevique, en particular bajo el impulso de Aleksandra
Kolontái, tomó medidas importantes para mejorar el estatus social de la mujer. Además de
las legislaciones en materia de costumbres, una serie de decretos comenzaron a
reconocer desde finales de 1917 el derecho de las mujeres a la jornada de 8 horas, el de
negociar el importe de los salarios, la preservación del empleo en caso de embarazo,
posibilidad de asegurar cuidados a sus hijos durante las horas de trabajo, así como
derechos políticos idénticos a los hombres. Se fomentó el trabajo de las mujeres, tanto
desde una perspectiva emancipadora (el régimen declaró que «encadenada al hogar, la
mujer no podía ser igual al hombre») como para paliar el déficit de mano de obra
provocado por la guerra y las hambrunas.101
La lucha contra el analfabetismo y el acceso de las capas populares a la
cultura[editar]
Dado que la RSFS de Rusia, al final de la guerra civil, contaba con decenas de miles de
huérfanos, se procedió a crear comunidades educativas con niños de todas las edades a
cargo de maestros voluntarios, educándolos en el espíritu socialista. En la misma época,
se abolieron los grados en el ejército y las reglas académicas en el arte. La gramática y la
ortografía se simplificaron y la lucha ideológica contra los prejuicios y las convicciones de
origen religioso alcanzaron su apogeo.
El régimen inició rápidamente un importante esfuerzo en materia de instrucción pública.
Bajo la dirección de Anatoli Lunacharski, el comisariado del pueblo para la instrucción
publicó un decreto declarando la apertura de un «frente contra el analfabetismo» el 10 de
diciembre de 1919. El alcalde de Boulogne-Billancourt, el socialista André Morizet, en un
resumen de su viaje a la Unión Soviética afirmó: «podemos pensar lo que queramos de los
jefes del bolchevismo. Podemos criticar sus métodos, condenar sus actos en general o en
detalle [...]. Pero hay un punto en el que me parece imposible que no aprobemos
unánimemente sus esfuerzos, que no apreciemos sin reservas los resultados ya obtenidos:
en materia de instrucción pública».102
Desde el comienzo de 1918, el régimen impone el triple principio de laicidad, gratuidad y
obligación de la educación. El número de escuelas pasó de 38387 en 1917, a 52274 en
1918 y 62238 en 1919. Asimismo, el presupuesto de educación pasó de 195 millones de
rublos en 1916 a 2914 millones en 1918.103 Se crearon alfabetos nacionales para las
nacionalidades sin escritura, al tiempo que se creaban comisiones de instructores.104 Debe
considerarse además que este incremento presupuestario se produjo en un contexto de
posguerra y de escaso desarrollo económico de las repúblicas integrantes de la Unión
Soviética, lo que derivaba en carencias en el material escolar y en el profesorado, lo que
explica la mediocridad de la instrucción en los primeros años del régimen.
La Revolución y el arte[editar]
Las consecuencias de la revolución se dejaron sentir igualmente en el arte.105 Desde
finales del siglo XIX, Rusia se abrió a las nuevas corrientes artísticas que se desarrollaban
en Europa: el impresionismo (con pintores como Leonid Pasternak y Constantin
Kousnetzoff), el fovismo (con Mijaíl Lariónov o Natalia Goncharova) y
el cubismo (con Vladímir Burliuk). Otras corrientes emergieron en Rusia, como
el supremacismo, que proclamaba la supremacía de la forma pura en la pintura. En la
poesía, Nikolai Gumilev inició en 1911 el acmeísmo. El estreno de la
ópera futurista Victoria sobre el sol, de Alekséi Kruchónyj y Velimir Jlébnikov se produjo el
3 de diciembre de 1913 en San Petersburgo.
Tras la Revolución de Octubre, si bien los bolcheviques prohibieron las obras abiertamente
hostiles hacia el régimen, el nuevo poder no dio sin embargo directivas en materia de arte;
Trotski declaró: «el arte no es un dominio donde el Partido deba ser líder»106 y animó el
florecimiento de las corrientes de vanguardia. Según el historiador del arte Jean-Michel
Palmier, «hay pocos países que dedicasen tanto dinero a las bellas artes, al teatro, a la
literatura o a la pintura como la URSS en el período más difícil que conoció. Mientras que
el hambre reinaba y la contrarrevolución levantaba la cabeza sobre todos los frentes -
interior y exterior-, la joven república de los sóviets gastaba sumas enormes para
desarrollar el arte —y ni siquiera como instrumento de propaganda—.107
Desde los primeros días posteriores a la Revolución de Octubre, el gobierno bolchevique
puso en marcha una serie de medidas destinadas a asegurar la preservación, el inventario
y la nacionalización del patrimonio cultural nacional.108 La colección privada del
comerciante y mecenas Serguéi Shchukin fue requisada para abrir el «primer museo del
arte occidental». Vasili Kandinski fue nombrado director del Museo de la Cultura Artística,
creado en 1919, y abrió una veintena de museos fuera de la capital. Aquí todavía, las
penurias limitaban las ambiciones del régimen. Por falta de créditos para la reconstrucción,
la inmensa mayoría de los proyectos innovadores de arquitectura no pudieron
efectuarse.109
El nuevo entorno político y cultural favoreció el nacimiento de corrientes nuevas y de
debates de escuelas. Según Anatole Kopp, «dentro de esta nueva visión, es posible
distinguir dos orientaciones, de hecho dos vanguardias: una vanguardia esencialmente
formal, que, a pesar del recurso a formas de expresiones inéditas, no asignará al arte una
misión nueva, y una vanguardia social y políticamente consciente, que intentará, a la luz
del marxismo, poner a las técnicas artísticas al servicio de la transformación de la
humanidad».110 Los miembros de esta última corriente, los partidarios del alumbramiento
de una nueva «cultura proletaria», se reagruparon en el seno de la Proletkult, que tuvo su
primer congreso en 1920. Este grupo efectuó rápidamente una agresiva campaña contra
los «compañeros de camino» del partido y todo lo que se apartaba del «arte proletario»,111
pero no obtuvo medidas políticas del aparato estatal.112 A finales de la década de
1920, Iósif Stalin se apoyó sin embargo en las teorías de la Proletkult para reprimir a los
artistas e imponer la línea del realismo socialista.
Consecuencias económicas y sociales[editar]
La Revolución de Febrero de 1917 fue leída por los occidentales con arreglo a la Gran
Guerra en curso, y en general sin gran conocimiento de las realidades rusas.
Las democracias de la Triple Entente (Francia y el Reino Unido) se libraron de un gravoso
aliado como Nicolás II, ya que la continuidad de la autocracia zarista entraba en
contradicción con su propia propaganda sobre la «guerra de derecho». La prensa
(sometida a censura o autocensura) no dio noticia del creciente y robusto rechazo que la
guerra despertaba en la opinión rusa. La revolución se interpretó de forma contraria, como
una voluntad popular de llevar la guerra hasta el fin con un gobierno más competente.122
No hubo consciencia de la amplitud de la rebelión social. El historiador
monárquico Jacques Bainville se expresaba así en L'Action française: «hace falta que la
renovación rusa no se haga lo que hasta aquí no quiso ser, una revolución».123 El
socialista nacionalista Gustave Hervé escribió: «¡Qué son Verdún y el Marne mismo al lado
de la inconmensurable victoria moral que han alcanzado los aliados en Petrogrado!».124
Sin embargo, en septiembre de 1917, el motín de los soldados rusos de La Courtine en
el Lemosín hubo de ser sofocado por fuerzas francesas, dejando varios muertos. Se
sucedieron huelgas importantes y prácticamente insurreccionales que apelaban
abiertamente al ejemplo de los sóviets de trabajadores de Rusia en abril de 1917
en Leipzig, en mayo-junio en Leeds y en agosto en Turín. En Italia o incluso en España,
país no beligerante, aparecieron pintadas con «viva Lenin», más por rechazo simbólico a
la guerra y las condiciones sociales que por un conocimiento efectivo del programa
bolchevique.125 No obstante, el patriotismo obligó a que ninguna tentativa revolucionaria se
efectuara antes del fin de la Gran Guerra.
Varias delegaciones oficiales fueron a Rusia en tiempos del gobierno provisional y
descubrieron la amplitud de la revolución. Volvieron de allí en ocasiones estremecidas,
como fue el caso de los socialistas franceses Albert Thomas y Marcel Cachin, el ministro
laborista inglés Arthur Anderson o la feminista británica Emmeline Pankhurst. Un puñado
de extranjeros presentes en Rusia se adhirió activamente a la Revolución de Octubre,
como el futuro historiador y periodista estadounidense John Reed, o el filósofo cristiano
francés Pierre Pascal. En marzo de 1919, André Marty y Charles Tillon dirigieron el motín
de la flota francesa en mar Negro contra la intervención. Ciertos prisioneros de guerra de
los Imperios centrales, convertidos al bolchevismo durante su cautividad en Rusia, se
hicieron propagadores de la revolución al regresar a sus países, como es el caso
del yugoslavoJosip Broz Tito.
La Alemania de Guillermo II dejó a diversos revolucionarios exiliados en Suiza, entre los
que estaba Lenin, atravesar su territorio para volver a Rusia, considerando que el
pacifismo contribuiría a la retirada de Rusia del conflicto. Ya en esta época circulaba en
Rusia y Occidente la idea de un Lenin «agente alemán», o incluso el rumor de que los
«maximalistas» (traducción inexacta difundida del término bolcheviques) estaban
financiados por «el oro alemán». La Revolución de Octubre fue percibida inicialmente solo
como una peripecia política después de mucha otras, y ni la Entente ni las potencias
centrales creían que el nuevo poder fuera duradero. Tras el tratado de Brest-Litovsk
(contra cuya ratificación votó el SPD en el Reichstag), el Kaiser pasó a ser un objetivo y
paradójico aliado de un régimen bolchevique interesado en jugar a divisiones
«interimperialistas» y en no añadirse un enemigo más. La Entente intervino primeramente
sobre el territorio ruso para evitar la desaparición del Frente Oriental, siendo el reproche
principal hecho a los bolcheviques su «traición» a la alianza. Tras el armisticio de
Compiègne de 1918, fue la revolución como tal lo que se empezó a combatir.
El pacifismo y la crisis económica de la posguerra, así como el rechazo a ver una
revolución fracasada, suscitaron simpatías fuertes y activas en las capas populares de
Europa hacia la Revolución de Octubre. Los excesos del Terror Rojo fueron ignorados,
negados, minimizados o justificados como una respuesta simple al Terror Blanco.
En Francia, la Revolución rusa se ha interpretado al prisma de la memoria de
la Revolución francesa de 1789: los bolcheviques son asimilados así a
los jacobinos, Aleksandr Kérenski a la Gironda, los blancos a los vandeanos, León
Trotski a Lazare Carnot, etc. Un historiador simpatizante con el proceso ruso como Albert
Mathiez trazó desde 1920 la analogía entre Maximilien Robespierre y Lenin, el Terror
Rojo y el Terror de 1793.126 El poeta André Bretón no fue el único que leyó también la
Revolución rusa como una revancha de la fracasada Comuna de París. Pero la «gran luz
en el Este» (título de una obra de Jules Romains) no fue acogida tan bien por todo el
mundo. La clase media se vio afectada por la pérdida del empréstito ruso, que Lenin dejó
de reconocer a comienzos de 1918. El anticomunismo era muy fuerte entre los socialistas
fieles a la «vieja escuela» en el momento del congreso de Tours de 1920, entre los
anarquistas, entre ciertos intelectuales humanistas hostiles hacia los métodos de los
bolcheviques (por ejemplo Romain Rolland, amigo de Gorki) y por supuesto entre las
derechas. Desde 1919, un cartel célebre estigmatiza al bolchevique «el hombre con el
cuchillo entre los dientes».
En Estados Unidos, el red scare o el miedo a los «Rojos» marcó los años inmediatos de
posguerra y contribuyó a las reacciones autoritarias, puritanas y xenófobas (los emigrantes
fueron percibidos como portadores potenciales del «virus» bolchevique) que marcaron la
década de 1920. En Alemania, Hungría e Italia las fuerzas conservadoras, nacionalistas o
fascistas, a veces aliadas por un tiempo a socialdemócratas como Gustav Noske en Berlín,
pelearon para reprimir violentamente el «bolchevismo» (una palabra por otra parte elástica,
bajo la cual acabó por incluirse abusivamente a todo partidario de un cambio social,
incluso cualquier adversario). En 1919, el miedo y el odio al bolchevismo y a la Revolución
de Octubre, de sus transformaciones y de su posible extensión desempeñan un papel para
nada despreciable en la formación de las ideologías y de los
movimientos fascistas de Benito Mussolini en Italia y de Adolf Hitler en Alemania.
En los países colonizados, la Revolución de Octubre también suscitó esperanzas
importantes. En 1920, en Bakú, los bolcheviques convocaron un «congreso de los pueblos
de Oriente» (del 1 al 8 de septiembre) que intentaba ejercer de unión entre los
nacionalismos de los colonizados y el movimiento comunista mundial.
Posterioridad y fin[editar]
La ruina económica y moral que sucedió a la guerra civil dejó paso a una élite de
burócratas, que en el mismo seno del partido bolchevique van a conseguir imponerse al
frente del país. Para eso, debieron deportar y masacrar a todos sus opositores, tanto
«contrarrevolucionarios» como revolucionarios. Millares de militantes comunistas, entre los
que estaba la mayoría de la «vieja guardia» bolchevique, héroes de octubre y de la guerra
civil, fueron de esta forma deportados y posteriormente fusilados. Los más célebres de
estos fueron humillados y desacreditados en público en el momento de los procesos de
Moscú en 1936-1938.
Para asentar su poder, y también para hacer olvidar el muy limitado papel que desempeñó
en la Revolución de Octubre, Iósif Stalin se propuso también liquidar, en el momento de
la Gran Purga de 1936-1938, a toda una generación de militantes, cargos políticos y
económicos, militares, escritores e incluso policías que conocían la situación previa a
1917, la revolución y la posterior guerra civil. En 1930, la mitad de los cargos del Estado y
hasta de la policía había servido bajo el antiguo régimen.127 La «generación de 1937» que
los reemplazó gracias a las purgas, conoció únicamente a Stalin y le debía todo: fue
esta nomenklatura sin pasado revolucionario la que dirigió en lo sucesivo la URSS hasta
casi su disolución.
El régimen «totalitario» de Stalin terminó de asfixiar los ideales de la Revolución de
Octubre. Desde mediados de la década de 1930, restableció un cierto número de valores
deshonrados en tiempos de Lenin y Trotski: exaltación de la familia y de la patria
«socialistas», restauración de títulos militares como el grado de mariscal, venta libre
de vodka por el Estado, academicismo en el arte, rusificación forzada de las minorías y
«chauvinismo de la Gran Rusia», antisemitismo oficial cada vez menos disimulado...
La Segunda Guerra Mundial acabó con esta evolución, La Internacional dejó por ejemplo
de ser el himno soviético en 1943, y los grados y los uniformes del Antiguo Régimen
fueron espectacularmente restablecidos.
Muy poco sensible al internacionalismo de los primeros dirigentes bolcheviques, Stalin
abandonó toda idea de exportar la revolución mediante la Komintern. En su opinión, esta
debía extenderse solo gracias al Ejército Rojo, bajo control estricto de Moscú y como una
extensión del imperio soviético. Fue lo que ocurrió a partir de 1939 con las anexiones
permitidas por el Pacto germano-soviético (mediante las que la URSS recuperó los
territorios perdidos en el momento de la guerra civil rusa) y a continuación con la victoria
de 1945.
Todos estos hechos fueron caracterizados por León Trotski como el «Termidor» de la
Revolución rusa (comparación con la reacción que siguió a la caída de Robespierre
durante la Revolución francesa). El símil presenta, no obstante, ciertos límites. En efecto,
la era stalinista se señala también por una vuelta, contra los campesinos, a los métodos
del «comunismo de guerra». Coincide también con una época de purgas sin precedentes.
Por otra parte, el advenimiento de Stalin significó también una reactivación espectacular de
la transformación económica de Rusia, pudiéndose hablar de la «segunda revolución» de
1930: nacionalización íntegra de las tierras y plan quinquenal, que sacó bruscamente a la
URSS del atraso. Todo ello al pesado y disimulado precio de millones de víctimas,
consecuencia de la ambición totalitaria del poder estatal.
Interpretaciones[editar]
Las causas de esta «degeneración» han sido explicado de diversas formas. Para los
anarquistas, se debió a los principios «autoritarios» del partido bolchevique. Para otros,
como ciertos liberales, se inscribe en las mismas ideas de Karl Marx. Para un cierto
número de marxistas no bolcheviques, Lenin cometió el fatal error de querer poner en
marcha una revolución obrera en un país masivamente campesino y sobrestimó las
potencialidades revolucionarias en los países occidentales. Para los comunistas marxistas
antileninistas, como los comunistas consejistas, los bolcheviques instauraron de golpe
un capitalismo de Estado y se burlaron de los principios comunistas y marxistas.
Ya desde esa época hubo comentarios sobre los acontecimientos de octubre y de la
guerra civil, con marxistas como el teórico Karl Kautsky o la revolucionaria Rosa
Luxemburgoque criticaron la naturaleza del partido bolchevique y su organización leninista
(que el mismo Trotski había denunciado como un peligro ya en 1904). En su opinión, la
asimilación abusiva del partido al pueblo, su desprecio por la democracia y su culto a la
violencia transformaron las purgas y la dictadura impuestas por las circunstancias en un
sistema permanente. El poder del partido sobre el proletariado sustituyó de forma duradera
al poder de los sóviets y de la clase obrera. Se señaló también su carácter jerarquizado,
centralizado, militarizado y monolítico que provocó una concentración de todos sus
poderes dictatoriales en manos de un pequeño grupo en la cúspide (el Politburó, fundado
en 1917)128 y más tarde, en manos de un solo hombre. Este análisis crítico se repitió en la
década de 1930 por un cierto número de antiguos compañeros de la Revolución de
Octubre, como Boris Souvarine, pionero en la crítica al estalinismo.129
Para Trotski y los trotskistas, las causas de la dictadura totalitaria debían buscarse en el
nacimiento de la burocracia, así como en el aislamiento de la revolución en un país pobre y
poco desarrollado. Puede no obstante subrayarse que precisamente en ningún país rico e
industrial estalló una revolución «marxista» en todo el siglo XX, sino en países agrarios o
subdesarrollados (China, Vietnam, Etiopía, Mozambique, etc.). Por otro lado, ninguno de
los regímenes que apelaba a una revolución comunista evitó el orientarse con rapidez
hacia una dictadura policial y burocrática, lo que puede explicarse en parte porque la
inmensa mayoría de los movimientos comunistas eran satélites de Moscú y por la
influencia de Stalin y la URSS en esos países, tanto en materia militar como económica o
política.
La Segunda Guerra Mundial dio paso a la Guerra Fría, enfrentando al Bloque del Este y
a Occidente (principalmente Estados Unidos) con una carrera armamentística que nunca
desembocó en un conflicto directo, hasta la disolución de la Unión Soviética en 1991.
Referencias[editar]
1. Volver arriba↑
La Première Guerre mondiale aggrave les facteurs de fragilité de la Russie. Les défaites
précipitent la désagrégation du régime impérial.
Serge Berstein, Pierre Milza, Histoire du XXe siècle, Tome 1 (1900-1945), p. 88.
2. Volver arriba↑ Esta expresión fue popularizada por el historiador británico Eric
Hobsbawn en su obra La era de los extremos.
3. Volver arriba↑ El historiador Eric Hobsbawn escribió: "La Revolución de Octubre fue
universalmente reconocida como un suceso que conmocionó al mundo." en La era de los
extremos, Complexe, 2003, pág. 99.
4. Volver arriba↑ Debate sobre la Revolución de 1917, Josep Fontana y otros, Público
(España), espacio público, ágora política,2017
5. Volver arriba↑ Centenary of the Russian Revolution. International Online Lecture Series,
WSWS, 2017, en inglés
6. Volver arriba↑ Marc Ferro,La Révolution de 1917, Aubier, Paris, 1967, p. 36.
7. Volver arriba↑ René Girault y Marc Ferro, De la Russie à l’URSS. L’histoire de la Russie de
1850 à nos jours, Nathan, 1989.
8. Volver arriba↑ Marc Ferro,La Révolution de 1917, Aubier, Paris, 1967, p. 39.
9. Volver arriba↑ 3593 dólares per cápita en Rusia en 1913 y 13 327 dólares en EE. UU.
10. Volver arriba↑ Richard Pipes, La Révolution russe, PUF, 1993, p. 71.
11. Volver arriba↑ León Trotski, «Particularités du développement de la Russie.» En Histoire de
la révolution russe. 1. Février, Paris, Éditions du Seuil, 1950, pp. 39-52.
12. Volver arriba↑ François-Xavier Coquin, La Révolution russe, PUF, coll. «Que sais-je?»,
1974, p. 14.
13. Volver arriba↑ Para la década de 1890, Richard Pipes afirma: «la productivité industrielle
russe s'est accrue de 126 pour cent, le double du taux de croissance allemand et le triple
de celui des États-Unis». Traducción: «La productividad industrial rusa aumentó en un
126 %, el doble de la tasa de crecimiento de Alemania y tres veces mayor que la de los
Estados Unidos». La Révolution russe, op. cit., p. 72.
14. Volver arriba↑ Roger Portal, La Russie de 1894 à 1914, Paris, Centre de documentation
universitaire, 1966, p. 78.
15. Volver arriba↑ Hasta el año 1918, Rusia utilizó el calendario juliano, cuyas fechas iban trece
días por detrás a las del calendario gregoriano.
16. Volver arriba↑ Jean Elleinstein, D’une Russie à l’autre, vie et mort de l’URSS, Éditions
Sociales, 1992, 68 p.
17. Volver arriba↑ Louis Aragon et André Maurois, Les Deux Géants. Histoire des États-Unis et
de l’URSS de 1917 à nos jours. Tome 3: Histoire de l’URSS de 1917 à 1929. Tome 4:
Histoire de l’URSS De 1929 à nos jours, Paris, Éditions du Pont Royal, 1963, p. 30.
18. Volver arriba↑ Marc Ferro, La Grande Guerre, 1914-1918, Gallimard, coll. «Idées», Paris,
1969, p. 318.
19. Volver arriba↑ Richard Pipes afirma: «le nombre total des blessés et des morts [de la
Révolution de Février] se situait entre 1300 et 1450 dont 169 tués». La Révolution
russe, op. cit., p. 284.
20. Volver arriba↑ Michel Heller et Aleksandr Nekrich, L’Utopie au pouvoir. Histoire de l’URSS
de 1917 à nos jours, Calmann-Lévy, coll. «Liberté de l’esprit», Paris, 1985, p. 22.
21. Volver arriba↑ Marc Ferro, La Révolution d’Octobre, L’Humanité en marche, Éd. du Burrin,
1972, p. 49.
22. Volver arriba↑ Marc Ferro, La Révolution de 1917, Albin Michel, 1997, pp. 94-95.
23. Volver arriba↑ Léo Figuères, Octobre 17. La révolution en débat, éditions Le Temps des
cerises, Paris, 1995, p. 253.
24. Volver arriba↑ Esta tesis encuentra su origen en el discurso de los mencheviques rusos y
en los análisis del teórico marxista alemán Karl Kautsky. Rosa Luxemburgo, La Révolution
russe, Éditions de l’Aube, coll. «l’Aube poche essai», 2007, pp. 8-9.
25. Volver arriba↑ Marc Ferro, «Pourquoi Février? Pourquoi Octobre?», en La Révolution
d’Octobre et le Mouvement ouvrier européen, EDI, Paris, 1967, p. 17.
26. Volver arriba↑ «Les thèses d’avril de Lénine et la chute de Milioukov»,
encyclopédie Encarta.
27. Volver arriba↑ Marc Ferro (con Jean Ellenstein), La Révolution d’Octobre, L’Humanité en
Marche, Éd. des Burins, 1972.
28. Volver arriba↑ John Keegan, La Grande Guerre, Perrin, 1989.
29. Volver arriba↑ John Keegan, La Grande Guerre, op. cit., et Marc Ferro, Nazisme et
communisme. Deux régimes dans le siècle, Hachette, coll. «Pluriel», 1999, p. 16.
Cependant, selon Robert O. Paxton, Referencia vacía (ayuda), Le fascisme en action,
Seuil, p. 196.
30. Volver arriba↑ Jean-Jacques Marie, La Guerre civile russe, p. 17.
31. Volver arriba↑ León Trotski, «Marée montante.» En Histoire de la révolution russe.
32. Volver arriba↑ Michel Heller et Aleksandr Nekrich, L’Utopie au pouvoir, op. cit., p. 25. Marc
Ferro, d’après le compte rendu des débats, précise qu’en «revendiquant le pouvoir pour
son parti, très minoritaire, Lénine ne provoqua pas l’indignation des députés mais un
immense éclat de rire». La Révolution de 1917, op. cit., p. 473.
33. Volver arriba↑ 1917, documental emitido en el canal Arte el 7 de noviembre de 2007.
34. Volver arriba↑ Richard Pipes, La Révolution russe, op. cit., p. 457.
35. Volver arriba↑ Richard Pipes, La Révolution russe, op. cit., p. 463-464.
36. Volver arriba↑ Marc Ferro añade que «no deberíamos dar mucha significación a estas
cifras». La Révolution de 1917, op. cit., p. 849.
37. Volver arriba↑ Jean-Jacques Marie, Lénine, Paris, Balland, 2004, p. 215.
38. Volver arriba↑ Jean-Jacques Marie, Lénine, p. 217.
39. Volver arriba↑ Marc Ferro, La Révolution de 1917, op. cit., p. 851.
40. Volver arriba↑ Lénine, Œuvres complètes, tome 35, p. 36.
41. Volver arriba↑ Michael Löwy, «La révolution d’Octobre et la question nationale: Lénine
contre Staline.»Critique communiste, n° 150, automne 1997. (En francés.)
42. Volver arriba↑ «Regardez la Commune de Paris. C’était la dictature du prolétariat.» Engels,
préface à La Guerre civile en France de Karl Marx, citado por Kostas Papaioannou en Marx
et les marxistes, Flammarion, 1972, p. 223.
43. Volver arriba↑ Marc Ferro, La Révolution de 1917, op. cit., p. 307.
44. Volver arriba↑ Título de un capítulo de la obra de Hélène Carrère d'Encausse, Lénine,
Fayard, 1997.
45. Volver arriba↑ Alessandro Mongili, Staline et le stalinisme, Casterman, 1995.
46. Volver arriba↑ León Trotski, Ma vie, Gallimard, coll. «Folio», Paris, 2004, pp. 403-408.
47. Volver arriba↑ Rosa Luxemburgo, La Révolution russe, op. cit., p. 15.
48. Volver arriba↑ Marc Ferro (junto a Jean Elleinstein), La Révolution d’Octobre, L’Humanité
en Marche, Éd. du Burin, 1972, p. 95.
49. Volver arriba↑ Nicolas Werth, «Paradoxes et malentendus d’Octobre», en El libro negro del
comunismo, Robert Laffont, 1997, pp. 49-51.
50. Volver arriba↑ Nicolas Werth, L’URSS de Lénine à Staline, Que Sais-Je?, 1998, p. 17.
51. Volver arriba↑ Nicolas Werth comenta: «Étant donné le retard économique de la Russie, le
passage économique au communisme ne se fera pas, contrairement aux prévisions de
Marx, par le «dépérissement» de l’État, mais au contraire, par le contrôle étatique sur
toutes les sphères de l’économie.» Histoire de l’Union soviétique de Lénine à Staline, PUF,
coll. «Que sais-je?», 1998, p. 17. Il ajoute que les Bolcheviks n’avaient pas de programme
économique précis, s’inspirant dès lors de l’exemple allemand, et que dans l’état où ils
trouvent l’industrie, l’autogestion eût été catastrophique.
52. Volver arriba↑ Boris Souvarine, Staline. Aperçu historique du bolchevisme, Plon, 1935,
sobre los primeros días del régimen.
53. Volver arriba↑ Nicolas Werth, Histoire de l’Union soviétique de Lénine à Staline (1917-
1953), op. cit., p. 18.
54. Volver arriba↑ Jean-Jacques Marie, La Guerre civile russe, 1917-1922, p. 19.
55. Volver arriba↑ Nóvaia Zhizn, 7 de diciembre de 1917.
56. Volver arriba↑ Marc Ferro, La Révolution de 1917, 1967, p. 863. Los periódicos
fueron: Rech [La Palabra], periódico del Partido Democrático Constitucional que siguió
publicándose con otros nombres hasta 1918; Dien [El Día], de tendencia liberalburguesa y
financiado por los bancos; Bírzhevka o Birzhevýie Viédomosti [La Gaceta de la Bolsa],
diario burgués fundado en 1880 en dirigido a comerciantes. Según Nicolas Werth, algunos
de ellos serían socialistas, algo que discuten Marc Ferro y Victor Serge. En La Révolution
russe, op. cit., Richard Pipes califica a Dien de periódico menchevique y habla de la
prohibición de Nashe óbscheie delo, «totalmente antibolchevique» de Nóvoie Vremia, «de
derechas» (p. 479). Añade además «la mayor parte de los periódicos prohibidos
reaparecieron rápidamente bajo nombres diferentes».
57. Volver arriba↑ «Par le passé […] Lénine s’était fait alors le chantre de la liberté de la presse
[…] moins de trois mois plus tard, il oublie ce texte intitulé «Comment assurer le succès de
l’Assemblée constituante?». Une fois le pouvoir acquis, il est devenu hostile et à la presse
libre, et à la Constituante». Hélène Carrère d'Encausse, Lénine, Fayard, 1998, p. 350.
Lénine répond ainsi le 7 novembre aux SR de gauche qui protestent contre l’interdiction de
journaux bourgeois: «N'avait-on pas interdit les journaux tsaristes après le renversement du
tsarisme?».
58. Volver arriba↑ Iouri Larine propose ainsi au comité exécutif central une motion réclamant
l’abolition des mesures contre la liberté de la presse, motion qui n’est rejetée qu’à deux voix
près.
59. Volver arriba↑ Marc Ferro, La Révolution de 1917, 1967, p. 863.
60. Volver arriba↑ El decreto de arresto de los jefes de la guerra civil contra la revolución
(Pravda, n° 23, 12 de diciembre (29 de noviembre) de 1917) declara que «Los miembros de
los organismos dirigentes del partido KD son merecedores de ser arrestados y llevados
ante los tribunales revolucionarios».
61. Volver arriba↑ Arno Joseph Mayer, Les Furies: Violence, vengeance, terreur, aux temps de
la révolution française et de la révolution russe, pp. 215-219: «Si no había "pruebas" de una
resistencia implacable a la toma de poder, los bolcheviques probablemente habían
renunciado al terror [...] Aún en noviembre de 1918, Lenin pretendía no sin razón, lo
siguiente: «procedamos a las detenciones pero no recurramos al terror» particularmente
contra los hermanos enemigos». Ver también Pierre Broué, «Les débuts du régime
soviétique et la paix de Brest-Litovsk», en Le Parti bolchevique; o Edward Hallett Carr, La
Révolution russe.
62. Volver arriba↑ Nicolas Werth, L'URSS de Lénine à Staline, Que sais-je?, 1995, p. 8.
63. Volver arriba↑ Isaac Steinberg, In the Workshop of the Revolution, Rinehart, 1955, p. 145.
64. Volver arriba↑ La Terreur sous Lénine, Le Livre de Poche, 1998.
65. Volver arriba↑ La Vérité, 26 janvier 1918.
66. Volver arriba↑ Le Journal du peuple, 24 janvier 1918.
67. Volver arriba↑ Martin Malia, La Tragédie soviétique. Histoire du socialisme en Russie, 1917-
1991, Seuil, p. 158. Asimismo, de acuerdo con Moshe Lewin: «las fuerzas que habían
apoyado al Gobierno Provisional no fueron capaces de producir un equipo dirigente en
enero de 1918 como no lo fueron en septiembre de 1917.», Le Siècle soviétique, Fayard, p.
359.
68. Volver arriba↑ Nicolas Werth, Histoire de l'URSS de Lénine à Staline, op. cit., 1998.
69. Volver arriba↑ Nicolas Werth, Le Livre Noir du Communisme, Robert Laffont, p. 95.
70. Volver arriba↑ Nicolas Werth, «Un État contre son peuple», Le Livre noir du
communisme, op. cit., p. 106.
71. Volver arriba↑ Marc Ferro, Les tabous de l'Histoire, 2005.
72. Volver arriba↑ Orlando Figes, La révolution russe. La tragédie d'un peuple, Robert Laffont,
2007, p. 708.
73. Volver arriba↑ George Mosse, De la Grande Guerre au totalitarisme. La brutalisation des
sociétés européennes, Hachette, Pluriel.
74. Volver arriba↑ Voline, La Révolution inconnue. Russie 1917-1921, Belfond, 1986.
75. Volver arriba↑ v, The Cheka: Lenin's Political Police, Oxford Clarendon Press, 1981.
76. Volver arriba↑ Carta del 13 de noviembre de 1937 recogida en Maria Spiridonova, terroriste
et victime de la Terreur, V. L. Lavrov, 1996 (reproducida en Les cahiers du mouvement
ouvrier, n°3, pp. 89-92).
77. Volver arriba↑ El anarquista Voline muestra en La Révolution inconnue (Belfand, 1986, p.
593) [1] el proceso de un sacerdote ucraniano culpado de delator por la comunidad de su
pueblo.
78. Volver arriba↑ «20,000 priests were executed during first two years after the October
Revolution, hundred of 60,000 churches still worked in 1920.» (25 de enero de 2017).
79. Volver arriba↑ Jean-Jacques Marie, De l'inventeur du «décret des otages".
80. Volver arriba↑ Peter Holquist, op. cit., p. 191.
81. Volver arriba↑ Peter Holquist, op. cit., p. 193.
82. Volver arriba↑ Orlando Figes, La Révolution russe. 1891-1924: la tragédie d'un peuple,
Éditions Denoël, 2007, pp. 713-714.
83. Volver arriba↑ Larousse de la Grande Guerre, 2007, dir. por Alain Cabanes, p. 326. El
exministro de justicia Vladímir Dmítrievich Nabókov, padre del escritor Vladímir Nabókov,
fue uno de los autores de la tentativa.
84. Volver arriba↑ Según Voline, participante activo de la Majnóvschina, en La Révolution
inconnue, op. cit., p. 580: «Tous ceux que l'on savait être des ennemis actifs de la
paysannerie et des ouvriers étaient voués à la mort. De gros propriétaires fonciers et des
koulaks périrent en grand nombre.» Describe (p. 593) la persecución, el proceso popular y
la ejecución de un sacerdote, convencidos por el testimonio de los aldeanos de haber
denunciado a varias decenas de personas a los blancos, quienes los habían fusilado.
85. Volver arriba↑ Sabine Dullin, Histoire de l'URSS, La Découverte, coll. «Repères», p. 8.
86. Volver arriba↑ Marc Ferro, Des soviets au communisme bureaucratique, Julliard, 1980,
introduction.
87. Volver arriba↑ Nicolas Werth, «Un État contre son peuple», op. cit., p. 95.
88. Volver arriba↑ Peter Kenez, «The ideology of the White Movement.» En Soviet Studies,
1980, pp. 58-83; Civil War in South Russia, 1919-1920: The Defeat of the Whites, 1977.
Véase también Moshe Lewin, «The Civil War.» En Party, State and Society, pp. 399-423.
89. Volver arriba↑ Le Siècle des communismes, Éditions de l'Atelier, «Points Seuil», 2004, pp.
190-191.
90. Volver arriba↑ Citado por Jean-Jacques Marie, La Guerre civile russe, 1917-1922, p. 88.
91. Volver arriba↑ Peter Kenez, Civil war in South Russia, 1919-1920, pp. 173-174.
92. Volver arriba↑ Léonid Youzévofitch, ibid, p. 224.
93. Volver arriba↑ «Lorsqu'ils [les insurgés] capturent des soldats de l'Armée rouge, ils séparent
les communistes des autres et laissent les premiers nus dehors, dans le froid, jusqu'à ce
qu'ils meurent gelés […]. Quant aux hommes des détachements de réquisition capturés, les
paysans leur découpent le ventre, leur arrachent les intestins, leur remplissent le ventre de
paille ou de foin et plantent sur la victime un écriteau proclamant "réquisition
terminée!"». Jean-Jacques Marie, La Guerre civile russe, p. 200.
94. Volver arriba↑ Nicolas Werth, «Un État contre son peuple.» En Le Livre noir du
communisme, Robert Laffont, 1997.
95. Volver arriba↑ Sabine Dullin, Histoire de l'URSS, op. cit., «3700 affiches sont ainsi créées
pendant la guerre civile».
96. Volver arriba↑ Nicolas Werth, Histoire de l'URSS de Lénine à Staline, op. cit., la moitié du
ravitaillement urbain en 1920 est assurée par le marché noir.
97. Volver arriba↑ La vérité sur Kronstadt
98. Volver arriba↑
À la fin de l'année 1920, le gouvernement bolchevique autorise l'avortement. La même
année, la France renforce sa répression et criminalise l'avortement.
, Alain Blum, Naitre, vivre et mourir en URSS, Payot, Paris, 2004, p. 173.
99. Volver arriba↑ Dan Healey, Homosexual Desire in Revolutionary Russia The Regulation of
Sexual and Gender Dissent, Chicago, Londres: The University of Chicago Press, 2001, p.
392.
100. Volver arriba↑ Radu Clit, La Sexualité collective: de la révolution bolchevique à nos
jours, Paris, Éditions du Cygne, 2007.
101. Volver arriba↑ Marc Ferro, «Octobre, tournant dans l'histoire de l'émancipation de la
femme.» En La Révolution de 1917, pp. 354-355.
102. Volver arriba↑ André Morizet, Chez Lénine et Trotsky, Édition La Renaissance du
Livre, 1919. Voir aussi reproduction du témoignage dans Les Cahiers du CERMTRI, n° 92.
103. Volver arriba↑ André Morizet, op. cit.
104. Volver arriba↑ Sous le tsarisme, deux écoles seulement formaient des instituteurs
non russes. Leur nombre est passé à vingt-sept en 1920. André Morizet, op. cit.
105. Volver arriba↑ «La culture et l'art au lendemain de la révolution d'octobre 1917»,
en Les Cahiers du mouvement ouvrier, n° 37, primerr trimestre de 2008.
106. Volver arriba↑ Referencia vacía (ayuda), León Trostki, La politique du parti en art,
1924.
107. Volver arriba↑ Jean-Michel Palmier, «Histoire de l'art et marxisme.» En Esthétique
et marxisme, UGE-10/18, 1974.
108. Volver arriba↑ Jean-Michel Palmier in Sur l'art et la littérature, recueil de textes de
Lénine, volume 3, UGE-10/18, 1976, p. 245.
109. Volver arriba↑ Jean-Michel Palmier. En Sur l'art et la littérature, recueil de textes de
Lénine, volume 1, UGE-10/18, p. 81.
110. Volver arriba↑ Anatole Kopp, «Avant-garde.» En Art Russe, Encyclopaedia
Universalis éditeur, 1977, p. 530.
111. Volver arriba↑ Kirinov, miembro de la Proletkult:
En el nombre de nuestro futuro, quemaremos a Rafael, destruiremos los museos y
plantaremos las flores del arte.
112. Volver arriba↑ León Trotski mantuvo polémicas importantes contra los miembros de
la Proletkult, véase La politique du parti en art, 1924.
113. ↑ Saltar a:a b Nicolas Werth, coll. «Que sais-je?», op. cit., p. 22.
114. Volver arriba↑ A. G. Volkov, citado por Jean-Jacques Marie en La guerre civile
russe, 1917-1922, p. 6.
115. Volver arriba↑ Sabine Dullin, Histoire de l'URSS, op. cit., p. 19, menciona que el
40 % de la población de las dos capitales está empleada en la burocracia para 1920.
116. Volver arriba↑ Sabine Dullin, Histoire de l'URSS, op. cit., p. 19, muestra que el
nuevo «Estado obrero» se construyó paradójicamente con burócratas de origen intelectual
o pequeño burgués. La pequeña burguesía representaba el 57 % de los ejecutivos de los
sóviets de provincias.
117. Volver arriba↑ Marc Ferro, Des Soviets au communisme bureaucratique, Julliard,
1980.
118. Volver arriba↑ Nicolas Werth, «Un État contre son peuple.» En Le Livre noir du
communisme, Robert Laffont, 1997.
119. Volver arriba↑ Arno J. Mayer, Les Furies : Violence, vengeance, terreur aux temps
de la Révolution française et de la révolution russe, Fayard, 2002. Según el autor: «La
Terreur est interactive, et l'on peut affirmer sans risque que dans le sillage des révoltes de
1789 et de 1917, il n'y aurait pas eu de terreur si la résistance intérieure et extérieure ne
s'était montrée aussi opiniâtre et aussi intransigeante», p. 86.
120. Volver arriba↑ Marc Ferro, Des soviets au communisme bureaucratique. Les
mécanismes d'une subversion, op. cit., passim.
121. Volver arriba↑ «Dans une phase supérieure de la société communiste, quand
auront disparu l'asservissante subordination des individus à la division du travail et, avec
elle, l'opposition entre le travail intellectuel et le travail manuel [...], alors seulement l'horizon
borné du droit bourgeois pourra être définitivement dépassé et la société pourra écrire sur
ses drapeaux «De chacun selon ses capacités, à chacun selon ses besoins!» Karl
Marx, Critique du programme de Gotha, 1875.
122. Volver arriba↑ Marc Ferro, L'Occident devant la révolution russe, 1969.
123. Volver arriba↑ Jacques Bainville, «Journées révolutionnaires à Pétrograd.»
En L'Action française, 17 de marzo de 1917.
124. Volver arriba↑ Chronique du XXe siècle, Ed. Chroniques, «Le tsar abdique face à la
révolution de Février», p. 221.
125. Volver arriba↑ Pierre Broué, Histoire de la IIIe Internationale, Fayard, 1999.
126. Volver arriba↑ L'importance de la mémoire de la Révolution française dans l'accueil
et l'interprétation de 1917 a été soulignée par le livre de François Furet, Le Passé d'une
Illusion, Robert Laffont, 1995.
127. Volver arriba↑ Nicolas Werth, «Que reste-il de la révolution d’Octobre?» Tribune
libre dans L’Humanité, 7 de noviembre 2007.
128. Volver arriba↑ USSR: Communist Party: 1917-1952 (Politburo) - Archontology.org
129. Volver arriba↑ Boris Souvarine, Staline. Aperçu historique du bolchevisme, Plon,
1935, toujours réédité et utilisé, reprend explicitement en bonne part les thèses du jeune
Trotsky, de Karl Kautsky et de Rosa Luxembourg pour décrire les continuités entre le
bolchevisme d’avant 1917, celui de la révolution et de la guerre civile, et l’ère stalinienne.
Bibliografía[editar]
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128 p., rééd. Les bons caractères, Pantin, 2005, 142;143 p.
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soviétique, 1917-1967, Robert Laffont, 1967.
Marc Ferro, La Révolution de 1917, 2 vol., Aubier, Paris, 1967, rééd. Albin Michel,
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2010 (edición original: A People's Tragedy: Russian Revolution 1891-1924, 1996).
Rosa Luxemburgo, La Révolution russe, septiembre de 1918 (publicado en 1922),
rééd. Éditions de l'Aube, coll. «l'Aube poche essai», 2007, 72 p.
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blanches et vertes, Éditions Autrement, coll. «Mémoires», Paris, 2005, 276 p.
Arno Joseph Mayer, Les Furies – Violence, vengeance, terreur aux temps de la
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Nicolas Werth, 1917: la Russie en révolution, Gallimard, coll. «Découvertes», 1997.