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Más allá de la renovación y la unidad

Por una refundación radical y popular de la izquierda peruana

La situación actual

La sensación de triunfo y de esperanza que dejó el buen desempeño electoral del Frente Amplio en
abril, parece disiparse. En su lugar se extienden cada vez más la frustración y la desconfianza. Con
excusas diversas, aunque apelando siempre a la unidad y a la táctica más realista, hemos visto cómo las
disputas por el padrón electoral oficial y por la mayor cercanía a la candidata natural, han generado un
franco fuego abierto y nuevas fracturas.

Los últimos meses se resumen en un desfile de acuerdos ignorados, renuncias colectivas, expulsiones
poco fraternas, anuncios de nuevas inscripciones y una triste lejanía de la izquierda frente a las luchas
populares reales, que se enfrentan a una clase dominante que ha copado las instituciones del Estado,
cuyos intereses priman en los grandes medios de comunicación y cuya voracidad de lucro es una
amenaza constante de sobre-explotación, desplazamiento territorial y muerte, para la mayoría de
peruanos y peruanas.

Si bien existen distintas orientaciones políticas dentro de la izquierda, no han sido estas diferencias las
que explican los sucesos recientes; mucho menos su causa se encuentra en discrepancias
programáticas. Se trata, más bien, de la repetición triste de una realidad que es necesario señalar con
total claridad: sin identidad propia, sin horizonte de largo plazo y sin arraigo popular real, el centro de
las preocupaciones de las cúpulas dirigentes de la mayoría de los aparatos de la izquierda política
nacional, se encuentra en cómo ganar la siguiente elección o, dicho de forma más precisa, en cómo
lograr un cargo público.

Siendo necesario y fundamental pelear en la arena electoral, la ausencia de toda perspectiva


estratégica abre paso a un oportunismo nocivo que se disfraza de pragmático y sume a la izquierda
peruana en la irrelevancia y en la permanente autodestrucción. La hace incluso funcional a la
dominación social vigente, pues su inacción y su falta de perspectiva, han dejado espacio libre al
crecimiento del populismo fujimorista que tiene hoy la simpatía y hasta la fidelidad de un importante
sector del pueblo trabajador, en particular de aquellos que sufren las peores consecuencias del
régimen económico neoliberal, que impuso la dictadura de Fujimori.

No es una crisis

No estamos ante una crisis. Las crisis, por definición, son temporales. Antes bien, el grueso de la
izquierda peruana padece hoy las consecuencias de no haber cerrado adecuadamente un ciclo político,
cuyas réplicas agónicas persisten hasta hoy. Se trata de problemas de fondo que es necesario enfrentar
sin mayor postergación.

El ciclo abierto con la llamada nueva izquierda de los sesenta, que surgió del impulso heroico de toda
una generación de militantes revolucionarios y que vivió su auge hacia finales de los setenta, parecía
cerrarse hacia los noventa y dos mil, pero no ha dado paso todavía a un momento nuevo.

El abandono progresivo de la apuesta revolucionaria y, de forma correspondiente, el abandono de la


principal herramienta teórica de esa apuesta, el marxismo, son la principal señal de su agotamiento. Y
es que no se trató de un repliegue táctico, ni de una superación teórica y política. La aspiración
revolucionaria y la teoría revolucionaria, simplemente se dejaron de lado, erosionando así los
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cimientos de la identidad de la izquierda, de su mística militante y de su capacidad de ofrecer una
visión de cambio a nuestros pueblos.

La caída del bloque soviético, el terrorismo de Sendero Luminoso, la embestida neoliberal, las
migraciones masivas del campo a la ciudad y la desarticulación del movimiento popular de los años
setenta, entre otros puntos, explican este fenómeno. No se trata, pues, de echar culpas. Está pendiente
un balance sincero y profundo. Pero las consecuencias de esta pérdida de identidad son de gran
importancia.

Aun con el compromiso sincero y la vocación de cambio de la mayoría de sus miembros, nuestra
izquierda se presenta hoy como la sola oposición de la derecha, como una amalgama amorfa de
consignas radicales y razonamientos liberales, una combinación de indignación frente a la injusticia y
poca capacidad de explicación del sistema capitalista contemporáneo, un puñado de activismos
dispersos con grandes dificultades para entablar puentes entre sí.

Esta erosión de la identidad revolucionaria ha devenido en la ausencia de un horizonte político de largo


plazo. Vamos a la deriva. Sin horizonte de transformación, sin perspectiva estratégica, la batalla
electoral, la discusión sobre candidaturas, el activismo desenfrenado, constituyen carreras a ciegas y
abren grandes espacios al oportunismo; más aún si constatamos que el proceso de pérdida de
identidad y de horizonte, ha ido de la mano con un sistemático alejamiento del mundo popular.

Si bien en este aspecto la realidad es bastante heterogénea, es claro que el grueso de las
organizaciones de izquierda y la izquierda política partidaria, en general, no están presentes en el día a
día de los sectores que padecen las consecuencias peores del sistema económico y de las diversas
formas de dominación que con él se articulan.

No estamos presentes en las luchas populares concretas. Nuestras militancias no se sostienen en


trabajos organizativos de base. Nuestros programas y nuestras consignas no responden al pueblo de
forma orgánica. Si algo, por lo menos, debería hacer a la izquierda precisamente izquierda, es la
apuesta por la organización social como una forma de construcción de poder popular, pero hoy no nos
encontramos con el pueblo organizado ni está en el centro de nuestras agendas organizar a la
población.

Más que renovación, refundación

Sin una clara identidad propia, sin horizonte de largo plazo y sin arraigo popular real, la lucha por el
poder político es no solo una lucha a ciegas y un incentivo para el desarrollo de múltiples
oportunismos, sino que puede crearnos algunas ilusiones. Una de ellas es que, ante una alta adhesión
electoral a una figura carismática, creamos que todos los problemas han sido superados. Y otra es que
creamos, de forma equivocada, que porque aparezcan cuadros jóvenes con mayor presencia pública y
liderazgo, estamos entrando a un momento nuevo.

Más que una renovación sanguínea, se necesita una renovación política y aquello implica
necesariamente abordar los temas de fondo y abrir un ciclo nuevo. Aquello supone, pues, una genuina
refundación; una refundación generacional, entendida no como una cuestión etaria, planteada desde
la soberbia de la juventud, sino como una cuestión de época, de cambio histórico, planteada desde la
urgencia revolucionaria de una generación que se propone un país y una humanidad radicalmente
distintas, una apuesta que congregará a quienes tengan la vocación sincera y el compromiso por
cambiar todo lo que deba ser cambiado.
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Y esta refundación deberá ser radical y popular. Debe ir a la raíz de los problemas de la izquierda y
plantearse un cambio también en la raíz de los problemas sociales. Aquello no significa, en absoluto,
replegarnos de la arena política electoral, pero sí entrar en ella con orientación estratégica,
representando con valentía las demandas populares, construyendo verdadera representación política,
en vínculo orgánico con el pueblo organizado y viendo a la arena electoral como un espacio más de
lucha para transformar la estructura de poder.

Nueve puntos por la refundación

El movimiento por la refundación se traduce en nueve puntos concretos, que nos deben permitir
congregarnos y comenzar a hacer lo que, so pretexto de pragmatismo, ha sido permanentemente
postergado, con las consecuencias ya conocidas. Esos puntos son los siguientes:

1. Trabajo de base y acercamiento a las luchas populares. Apostamos por una izquierda que se
construya desde las luchas de nuestros pueblos. Antes que un acercamiento a un genérico
pueblo visto como algo ajeno, buscamos, más bien, que la izquierda esté presente en el seno
mismo del pueblo trabajador. Queremos una izquierda popular, que construya poder desde
abajo, desde las organizaciones y movimientos sociales.

2. Conocer la realidad actual para construir propuesta revolucionaria. Queremos una izquierda
donde el trabajo formativo sea constante y donde se investigue con seriedad la realidad
peruana y mundial. Aquello supone acercar academia y política, pero, sobre todo, afirmarnos
en que construir una propuesta revolucionaria para nuestro país significa comprenderlo a
profundidad, saber en qué momento nos encontramos y cuáles son las estrategias más
adecuadas para lograr el cambio que necesitamos.

3. Volver a Marx y a Mariátegui. La teoría es una de las armas más poderosas para la lucha
política. En la historia de la izquierda, el marxismo ha sido una de las teorías que ha mostrado
con mayor claridad la realidad del poder y de la dominación. Es necesario volver a Marx para
tomar de su obra, antes que las respuestas últimas, las preguntas necesarias: un método de
análisis de la realidad desde el que abramos una ruta para la creación constante. En la misma
línea, es preciso volver a Mariátegui, sobre todo por su llamado a construir una interpretación
original de nuestra realidad y una ruta auténtica para la transformación.

4. Un balance serio y profundo de la izquierda. Sería un error caer en la posición soberbia del
borrón y cuenta nueva. La historia de nuestra izquierda sigue su curso. Iniciamos un proceso
de refundación, queremos abrir un nuevo ciclo, pero aquello no significa negar nuestra
trayectoria histórica. Es necesario hacer un balance serio de esa historia. Aprender de los
errores, nutrirnos de los aciertos y trazarnos un horizonte de largo plazo que se alimente de
ese balance.

5. Fortalecer espacios unitarios y articularnos. Si bien tiene poco sentido apostar por la unidad
de forma automática, sin poner sobre la mesa un programa político concreto que le dé
sentido, sí es necesario fortalecer los espacios unitarios existentes y plantear desde ellos el
debate sobre la refundación. Necesitamos, además, articularnos en torno a puntos
estratégicos concretos. La dispersión y la fragmentación aportan poco cuando la clase
dominante se encuentra altamente organizada.

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6. Llevar a la lucha política las demandas populares. En el momento actual no cabe ningún tipo
de repliegue de la lucha política electoral. Es necesario pelear la arena electoral y dar la batalla
política desde los espacios de representación que se han logrado conquistar hasta el
momento. Sin embargo, la lucha política solo tiene sentido -si se pretende de izquierda- si
constituye un canal para la representación sincera de las demandas populares, sin cálculo
político, sin temor a quedar mal con quienes quisieran una izquierda a la medida del sistema,
domesticada, que no ponga en riesgo el estado actual de cosas.

7. Confrontar con la derecha económica y política. En el momento actual, en el que los grandes
grupos de poder económico nacionales y extranjeros cuentan con un Estado a su medida,
tienen el apoyo de los principales medios de comunicación y sus representantes políticos han
copado las instituciones públicas y los poderes del Estado, es necesario confrontar. Confrontar
significa, en estas circunstancias, la defensa cerrada de derechos, la denuncia directa y clara
del modelo económico y del sistema y la construcción de propuesta política que apunte a un
cambio profundo. No se puede caer en el juego del mal menor ante una derecha que se
presenta en apariencia dividida entre fujimorismo y oficialismo, pero que se alinea sin dudarlo
en torno a los grandes intereses económicos que secuestran nuestra soberanía y reprimen a
nuestros pueblos.

8. Des-centralizar la izquierda. Nuestra izquierda, como el país, padece de un profundo


centralismo y eso debe cambiar también de forma radical. La izquierda debe fundarse sobre la
base de las diversas expresiones regionales de lucha popular y política. Debe dejar de
enunciarse solo desde la capital y los liderazgos con mayor presencia mediática en Lima. Debe
dejar de ser una izquierda criolla y citadina. La refundación de nuestra izquierda debe ser
impulsada desde todos los rincones del país.

9. Construir nuevas formas de hacer política. Transformar el país significa también transformar
la política. En la actualidad existen prácticas como el amiguismo, el dogmatismo, el sectarismo,
el oportunismo, etc., que deben ser desterradas. La izquierda por la que apostamos debe
basarse en militantes con una moral sólida, que en su práctica misma construyan la sociedad
distinta que anhelamos, que muestren no solo una prédica revolucionaria sino una práctica
revolucionaria.

Nuestro país necesita un quiebre histórico. Basta ya de esa historia de hambre, sufrimiento y muerte a
la que la clase dominante pretende acostumbrarnos. Luchemos por una verdadera emancipación social
que nos permita gozar del producto de nuestro trabajo en libertad, sin opresiones de ninguna clase y
que nos permita vivir dignamente a todos y todas.

¡Por una refundación radical y popular de la izquierda peruana!


¡Por un Perú y un mundo donde vivamos con libertad, justicia y dignidad!

Perú, noviembre del 2016.

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