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Antes de Sartre viene Martin Heidegger, quien sin duda es el más creador. Nacido en
1889, profesor en Friburgo, autor del libro “El ser y el tiempo”, 1927. Hay que decir
enseguida que Heidegger tenía que escribir una segunda parte, pero no supo organizar
hasta el final su pensamiento. Un pensamiento difícil y torturado.
Ontología significa ciencia del Ser (existencia). Fenomenológica significa que no hay
otra cosa más que los fenómenos, y que no hay que buscar nada detrás de los
fenómenos. En este sentido, este método es completamente ateo.
Heidegger sostenía que, más que razonamientos complicados, lo que hace falta es una
ingenuidad heroica.
Primera cuestión:
¿Qué es el Ser?
¿Qué es la existencia?
Segunda cuestión:
Heidegger dice que todo el mundo lo sabe pero nadie puede responder. San Agustín
decía del tiempo: «Sé lo que es cuando nadie me lo pregunta, pero cuando se me
pregunta, no lo sé».
La filosofía clásica quería explicar el Ser de una manera racional, y no
experimentándolo. Nosotros comenzamos, afirma Heidegger, por el Ser del hombre y,
a continuación, pasamos al ser en general.
Ahora bien, en primer lugar, conviene constatar que sólo el hombre es capaz de
interrogarse respecto a su existencia. Pero ¿cómo?
Dice Heidegger:
Esta se define por lo que llama «Da-sein», «ser-ahí» (ahí abajo). Ser hombre. Existir
como un hombre. El «Seiendes» es una forma de existir de las cosas, una forma absurda
sin tiempo (una silla es, pero no lo sabe).
Ahora bien, el hombre es también un «Seiendes» y es consciente de esto: ser una cosa.
Pero es también trascendente a esto (trascendente: lo que en mí se dirige hacia el
exterior), pues el hombre es una cosa pero también es algo más. Desborda la cosa. Es
trascendente. La palabra «Sein», ser.
En primer lugar es una afirmación del hombre. Después, se trata de dar un sentido a las
cosas, es decir, a los hombres.
Ya hemos dicho que las cosas no tienen límites. No puede decirse dónde termina una
mesa y dónde comienza el suelo, porque a decir verdad se trata siempre de materia
compuesta de átomos. La energía, según Einstein, no es más que una «curvatura» del
espacio y la cosa es una cosa definida porque el hombre la define. El hombre lo hace
desde el punto de vista de sus necesidades y de sus proyectos. La silla es para sentarse,
la mesa es para escribir. Así pues, el «Da-sein», el ser superior, la existencia, forma un
ser superior que es justamente un ser significativo, un ser humano, una existencia.
Heidegger dice que la existencia absurda es «óntica», mientras que la existencia con
sentido, superior, conduce a la ontología.
Aún queda una cosa importante, y que inspiró a Sartre (quien tomó prestado mucho de
Heidegger).
Heidegger dice que la esencia del hombre es su existencia, que el hombre no es una
cosa definida. No hay modelos de hombre -como por ejemplo en la filosofía católica-,
sino que el hombre es una existencia que está haciéndose. Diferencia sutil, pero
profunda. No podemos decir de alguien que es un hombre; solamente podemos decir
que llega a ser hombre, que se realiza como existencia humana. A causa de esto, Sartre
atribuye al hombre una libertad plena para elegirse.
Heidegger diferencia la existencia que llama trivial de la existencia que llama auténtica.
De modo que el hombre existe en dos planos:
Kierkegaard hizo la misma clasificación, pero añadió la vida religiosa. Ahora bien, para
Heidegger, al igual que para Sartre o Marx, la religión es una invención de los hombres
hecha para evitar la confrontación con la verdadera condición humana. Y la vida
cotidiana no es entera ni necesariamente trivial. El hombre puede existir en las dos
dimensiones de lo trivial y lo auténtico.
Cabe preguntarse entonces qué importancia tiene y cuál es el valor de esta existencia
auténtica.
El hombre, dice Heidegger, debe hacerse. Corno no es una cosa, ¡pues bien!, tiene que
hacerse «hombre». La vida trivial es simplemente una huida ante uno mismo. Para
olvidarse y para perderse. Llegar a ser hombre es tan sólo una posibilidad. No se emplea
la palabra «yo», sino que se emplea el «se». «Se» va al cine. «Se» tienen opiniones
políticas. Y el hombre se identifica con su función social. «Se» es ingeniero, etcétera.
Es posible imaginar en qué dirección va este sondeo de Heidegger. El hombre tiene que
llegar a ser verdaderamente hombre.
A la luz de esta concepción, ya veis que hay muy pocas personas que tengan una vida
humana. Nuestra relación con las cosas es sobre todo una relación utilitaria y dominada
por lo que Heidegger llama en alemán «Sorge».
Sein und Zeit (El ser y el tiempo) comienza por establecer la preocupación constante
del hombre por la conservación de la vida, la «Sorge».
Es también una forma de trivializar la existencia, de huir ante la existencia; es una forma
de reemplazar el sentido profundo de la vida por una ciencia superficial y limitada. Lo
dramático en el hombre (y esto recuerda de nuevo a Sartre) es que otorga un sentido a
las cosas con su existencia. Ahora bien, al ocuparse por ejemplo de la ciencia, les otorga
un sentido no auténtico.
El miedo es miedo de alguna cosa. La angustia es el miedo ante la nada, ante el sin
sentido, miedo de no dar sentido al mundo y perderse. Es una experiencia de la nada,
y una de las fuentes principales de la manía de la nada que se ha apoderado de forma
estúpida de la cultura y la literatura europeas.
Para el hombre, la línea recta será siempre el camino más corto entre dos puntos, y no
la curva, como se ha demostrado en el caso de las dimensiones astronómicas.
Pertenezco a la escuela de Montaigne y estoy a favor de una actitud más moderada: no
hay que sucumbir a las teorías; conviene saber que los sistemas tienen una vida muy
corta y no hay que dejarse imponer por ellos.
La existencia está hecha de nada (idea hegeliana), y no puede ser descubierta más que
por la existencia de la nada. (Ejemplo: Los demonios, escena del duelo en Dostoievski.)
El hombre no debe dejarse engañar así. Ir más lejos y decir que el hombre escapa a
toda definición, a toda teoría, a todo cuanto se quiera.
En general, la nada ha sido considerada por toda la filosofía como una contradicción
dialéctica del ser; se piensa en primer lugar que algo es, y solamente después puede
llegarse a la noción de la nada diciendo que al retirar algo se produce el vacío.
Ahora bien, Heidegger pronunció una famosa conferencia titulada «Por qué existe el Ser
y no más bien la nada».
Para Heidegger el Ser aparece en segundo jugar, como una contradicción de la nada.
A. nada
B. Ser.
Esta definición puede parecer bastante gratuita, pero conduce precisamente a una
experiencia en extremo curiosa y verdadera: la existencia humana es una constante
oposición a la nada. El hombre, siempre amenazado por la muerte Y la aniquilación, se
mantiene como una llama que exige ser reavivada y alimentada.
El mérito del estructuralismo consiste en ocuparse seriamente del lenguaje, pues somos
(pues la filosofía es) un verbalismo sin fin.
La obra filosófica de Sartre se puede dividir en tres períodos. El primero, marcado por
la influencia de la fenomenología de Husserl. El segundo, marcado por la adopción de
una postura atea y la asimilación de los presupuestos del existencialismo, siguiendo en
este último aspecto las reflexiones de Heidegger respecto a la ontología de la filosofía
de la existencia. Y el tercero, marcado por el intento de sintetizar el existencialismo con
una visión crítica y alejada de las ortodoxias dominantes del marxismo. Por lo demás,
hay que tener en cuenta de forma general la actividad literaria de Sartre, continuada a
lo largo de toda su vida, así como la actividad periodística y su constante preocupación
por las cuestiones sociales y políticas, que hicieron de él un modelo de referencia para
los intelectuales comprometidos con la lucha contra la injusticia y las contradicciones
sociales de su tiempo.
A. EL PERIODO FENOMENOLÓGICO
Tras su estancia en Berlín como becario del Instituto Francés, habiendo
estudiado sobre todo la filosofía de Husserl, los primeros escritos de Sartre,
escritos entre los años 1936-1940, tienen una orientación claramente
fenomenológica. Así ocurre, por ejemplo, con su primera obra, "La trascendencia
del Ego", en la que se discute la naturaleza de la conciencia, distinguiéndose de
la posición adoptada por Husserl pero en clara dependencia con los
planteamientos fenomenológicos. Lo mismo ocurre con sus otras obras,
filosóficas o literarias, de la época, centradas las primeras en el interés por la
psicología, adoptando una postura crítica respecto a las escuelas psicológicas
de su tiempo, y que llevan los significativos títulos de "La imaginación" y "Lo
imaginario". Y respecto a las segundas, baste citar "La náusea".
B. EL PERÍODO EXISTENCIALISTA
En los años posteriores, hasta 1952, la actividad filosófica de Sartre se vuelve
hacia el existencialismo que, a partir de la publicación de "El ser y la nada", le
van a convertir en el principal, o al menos en el más popular y conocido,
representante del existencialismo. El conocimiento de los principales elementos
de su pensamiento existencialista, que se desarrollan posteriormente, constituye
el objeto de esta exposición, lo que se advierte explícitamente para dejar
constancia de las deliberadas limitaciones de este trabajo.
C. EL PERÍODO MARXISTA
Sin que se pueda decir que abandona las tesis más radicales del existencialismo,
Sartre, a partir de los años 60 y hasta el final de su vida, orientará su actividad
hacia el marxismo. No, ciertamente, hacia las formas más ortodoxas de
marxismo, pero mostrará públicamente su interés hacia los países en los que el
marxismo se constituyó en una forma de poder político, aunque sin escatimar las
críticas, especialmente en aquellos aspectos en que un regimen totalitario choca
con su concepción existencialista del ser humano como libertad. De esta época
datan obras tan importantes como la "Crítica de la razón dialéctica", considerada
por algunos como la declaración de su ruptura con el existencialismo,
apreciación probablemente exagerada.
EL EXISTENCIALISMO DE SARTRE
Jean Paul Sartre fue el filósofo existencialista más comentado y el que alcanzó
mayor notoriedad en los círculos culturales de la Europa de la primera mitad del siglo
XX, incluidos los no existencialistas y los no estrictamente filosóficos. Esto se debe
no sólo a su obra filosófica sino, y principalmente, a su amplia producción novelística
y a sus piezas de teatro. Entre sus novelas figuran titulos tan conocidos como "El
muro" o "La náusea"; y entre sus obras teatrales, "Las rnanos sucias", "La puta
respetuosa', etc.
Todos los demás seres, sin embargo, poseen la existencia de un modo secundario,
no forma parte de su esencia, por lo que son seres contingentes, que pueden existir
o no existir. Fueron muchos los filósofos occidentales que consideraron tal distinción
innecesaria, por cuanto la noción de existir no añade nada a la noción de la esencia
de algo real, como en el caso de la posición adoptada por Kant, o por otras razones
más o menos fundamentadas, rechazando así los planteamientos metafísicos del
tomismo.
Los seres humanos "están ahí", existen como realidades que carecen de una
esencia predefinida; y en ese "estar ahí", lo que sean dependerá exclusivamente de
su modo de existir. Dado que ese existir no es algo "añadido" a una esencia
predefinida, el existir de los seres humanos es anterior a lo que son en cuanto tales,
su existir es anterior a su esencia. Y en la medida en que su ser esto o aquello
depende de su propia realización como seres humanos, su hacerse, su existir, es
un hacer libre. Los seres humanos no están sometidos a la necesidad de
corresponderse a una esencia, por lo que la existencia debe ser asimilada a la
contingencia, no a la necesidad. Los seres humanos son libres.
"Lo esencial es la contingencia", dice Sartre en La Náusea. "Quiero decir que, por
definición, la existencia no es la necesidad. Existir es estar ahí, simplemente; los
existentes aparecen, se dejan encontrar, pero jamás se les puede deducir. Hay
quienes, creo, han comprendido esto. Aunque han intentado superar esta
contingencia inventando un ser necesario y causa de sí. Ahora bien, ningún ser
necesario puede explicar la existencia: la contingencia no es una máscara, una
apariencia que se puede disipar; es lo absoluto y, en consecuencia, la perfecta
gratuidad. Todo es gratuito, este jardín, esta ciudad y yo mismo".
Distingue Sartre en el mundo dos tipos de realidades o entes, los que son "en-sí", y
los que son "para-sí". Entre estos últimos se encuentran los seres humanos, en
cuanto son conscientes de su propio ser, en cuanto existen, en el sentido
anteriormente señalado. Los demás seres simplemente son. El ser humano, siendo
consciente de su propio ser, y precisamente por ello, existe, ¿Cuál es, pues, el ser
del ser humano, el ser del para-sí? El ser del ser humano es la nada, tomada en su
sentido más literal.
Debe, por tanto, existir un ser - que no puede ser el para-sí - y que tenga como
propiedad el níhilizar (negar) la nada, soportarla en su ser y construirla
continuamente de su existencia, un ser por el cual la nada venga a las cosas.
Pero, para ser el creador de la nada, el ser humano debe albergar en si mismo la
nada: el ser del ser humano, en definitiva, es la nada. No hay que entender esta
nada como si el ser humano en si mismo fuera absolutamente nada: en el ser
humano hay un en-sí, es decir, su cuerpo, su "ego", sus costumbres... Pero lo
específicamente humano es su no determinación, su libertad, su nada. Sartre nos
dice, además, que el para-sí (el ser humano) se caracteriza por tres tendencias:
tendencia a la nada
tendencia al otro
tendencia al ser
De la identificación del ser del ser humano y su propia libertad se deducen dos
consecuencias importantes para la concepción del ser humano en Sartre, En primer
lugar, el ser humano, como tal, no posee naturaleza alguna predeterminada, no se
identifica con una esencia determinada: su esencia es su libertad, es decir, la
indeterminación, la ausencia de toda determinación trascendente. En segundo lugar, la
existencia precede necesariamente a la esencia, hasta el punto de que la esencia del
ser humano (del para-sí) es su propia existencia.