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EL NACIMIENTO DE LA ONU
El mundo surgido después de la Segunda Guerra Mundial fue muy distinto del de la
preguerra, en especial desde el punto de vista de las relaciones internacionales. Como
sabemos, desde el final del conflicto se clausuró la época de la preponderancia europea y
empezó la era de las grandes potencias. Estas fueron, en adelante, dos, los Estados Unidos y la
URSS, y ambas eran extraeuropeas. Hasta entonces, en cambio, el predominio había sido de
potencias europeas de tamaño medio como Alemania, Francia o Gran Bretaña, mientras que
ahora se enfrentaron Estados gigantes. Por si fuera poco, el resultado de la guerra tuvo como
consecuencia que los países europeos perdieran el prestigio y la influencia en los países
colonizados y eso concluyó por modificar el panorama.
Pero un rasgo fundamental del nuevo mundo surgido de la guerra mundial, no es sólo el
hecho de que fuera dominado por esas superpotencias sino la realidad de que la paz entre ellas
resultó desde un principio fallida. Los aliados hubieran querido perpetuar la solidaridad entre
las "Naciones Unidas", denominación ya utilizada durante el conflicto, y establecer un nuevo
sistema de relaciones internacionales. Para ello un elemento esencial era la creación de una
nueva organización mundial que aprovechara la experiencia de la Sociedad de Naciones y
fuera capaz de superar sus inconvenientes. Desde el momento de la elaboración de la Carta
del Atlántico, en agosto de 1941, se había pretendido por el presidente norteamericano
establecer los nuevos principios del orden internacional. De él se habló en repetidas ocasiones
en las conferencias entre los grandes habidas en Moscú y Teherán. Los expertos reunidos en
Dumbarton Oaks, en otoño de 1944, establecieron los principios de la ONU. En Yalta, a
comienzos de 1945, se plantearon y resolvieron cuestiones espinosas como las relativas a la
representación de la URSS. Pretextando que el Imperio británico era una unidad política, los
soviéticos querían quince puestos en la Asamblea pero sólo lograron tres, para la Federación
rusa, Ukrania y Bielorrusia, respectivamente. Llegados a este acuerdo los grandes decidieron
reunir una conferencia constitutiva de la nueva organización en San Francisco, entre abril y
junio de ese mismo año. La carta fundacional fue suscrita por cincuenta Estados el 25 de ese
último mes.
En Yalta los tres grandes, por influencia principalmente norteamericana, habían decidido
los procedimientos que serían aplicados para evitar los inconvenientes que en su momento
tuvo la Sociedad de Naciones, de los cuales el principal fue el principio de unanimidad en
las decisiones. La nueva organización dispondría, en consecuencia, de un directorio de
grandes potencias, miembros permanentes del Consejo de Seguridad, que disponían del
derecho de veto a los que habría que sumar miembros no permanentes elegidos por dos años
hasta completar once miembros en 1946 y quince a partir de 1966. Su papel tenía que ser
decisivo en las cuestiones relativas a la paz y la seguridad al tener capacidad para tomar
resoluciones que impondrían obligaciones a los Estados. Por su parte, la Asamblea venía a ser
la encarnación de la Democracia a escala universal y entre los Estados. Aparte de admitir a
nuevos miembros y elegir a los no permanentes del Consejo de Seguridad, la Asamblea no
podía tomar otras decisiones que las de carácter muy general, llamadas "recomendaciones",
que debían ser aprobadas por dos tercios de los miembros presentes y votantes. Sin embargo,
en la práctica, las Asambleas de la ONU se convirtieron en grandes foros internacionales. El
secretario general -el primero fue el noruego Trygve Lye, elegido por acuerdo entre soviéticos
y norteamericanos- también desempeñó un papel creciente en el escenario internacional. La
ONU, en fin, vio cómo se incorporaba a su organización una serie de organismos e
instituciones especializados respecto a los cuales el secretario general ejerció una función
coordinadora.
Toda esta arquitectura organizativa pronto se demostró impotente para encauzar la
situación internacional por la incapacidad de entenderse las grandes potencias. Ya en enero de
1946 los países anglosajones se quejaron ante el Consejo de Seguridad de la ocupación del
Azerbaiyán iraní por parte de la URSS. En la comisión de energía atómica de la ONU los
Estados Unidos presentaron el llamado Plan Baruch que supuso remitir a un organismo
internacional el desarrollo de la energía nuclear prohibiendo su uso bélico. Acheson, el
secretario de Estado norteamericano, llegó a decir que si no existía acuerdo con la URSS en
este punto a lo máximo que podría llegarse es a una "tregua armada". Pero los soviéticos
rechazaron el plan mientras que un clima crecientemente enrarecido por el descubrimiento del
espionaje mutuo hacía crecer las dificultades entre ambas superpotencias. En realidad la
dificultad de comprensión entre esas dos grandes potencias venía de antes y se había hecho
manifiesta a lo largo de las grandes cumbres que habían tenido lugar en el transcurso de la
guerra. En esas reuniones se tomaron decisiones que afectaron al futuro destino del mundo.
Lo que ahora nos interesa es recalcar las diferencias de criterio. Roosevelt, que partió
para Yalta tan sólo dos días después de la inauguración de su tercera presidencia, parecía
haber estado angustiado por la necesidad de construir un nuevo orden internacional; como
Moisés, llegó hasta la tierra prometida pero no pudo entrar en ella. Churchill y Stalin se
ocupaban de cuestiones mucho más prosaicas y concretas. El primero se quejó de que se
pretendiera en tan sólo unas horas resolver la cuestión alemana y, por tanto, el destino de
millones de seres humanos. Una anécdota describe la profunda desconfianza existente entre
los soviéticos y los británicos. Churchill, aludiendo al problema de las reparaciones, dijo que
para tirar del carro de Alemania era preciso poner por delante un caballo como para indicar
que este país necesitaría un motor de desarrollo, pero Stalin le repuso que el caballo podía dar
una coz.
Cuando tuvo lugar la reunión de Postdam, en julio de 1945, ya había motivos muy
importantes de desconfianza entre las dos grandes superpotencias. No versaban sobre áreas
de influencia sino acerca de la forma de ejercer ésta. En el Este de Europa ya se había
producido la toma del poder por parte de los comunistas en Rumania y en Polonia, la cual
había estado en el origen del estallido de la guerra. Los partidarios del Gobierno exiliado en
Londres durante toda la Guerra Mundial fueron detenidos como supuestos colaboracionistas
con los alemanes. Por su parte, los aliados habían admitido, con duras quejas por parte de los
soviéticos, la rendición de ejércitos alemanes en el Este, e incluso habían mantenido
conversaciones con militares alemanes en Berna, incrementando de forma exponencial la
habitual tendencia de Stalin a la susceptibilidad. Mientras que Churchill, deprimido y
derrotado en las elecciones, desapareció del panorama, Truman, poco ducho en política
exterior y con tendencia a la elementalidad, representó un talante distinto al de Roosevelt, no
dudando en revelar la existencia de la bomba atómica con lo que esgrimía un arma que bien
podía ser utilizada contra el antiguo aliado. Stalin estaba informado de su existencia y, por
tanto, en nada se vio afectado por la noticia. La conferencia estuvo mucho mejor organizada
que Yalta y duró más, pero su resultado fue acogido con escepticismo por una opinión que la
había seguido puntualmente porque, en la práctica, fue seguida día a día por la prensa.
Con esos antecedentes, condenada al mal funcionamiento, la organización
internacional destinada a resguardar la paz, a lo largo de 1946 y 1947 se fue convirtiendo en
cada vez más inevitable el camino hacia el enfrentamiento en el panorama internacional de las
dos superpotencias. En Moscú tuvo lugar una conferencia de ministros de Asuntos Exteriores
de los grandes en que quedó prevista la celebración de una reunión en París de 21 de los
países vencedores en la guerra con cinco de los vencidos. Molotov aceptó esta decisión,
gracias a que los aliados, por su parte, toleraron que los cambios introducidos en la
composición de los Gobiernos de Bulgaria y Rumania fuera mínima. En esta segunda ocasión,
en la capital francesa los acuerdos de paz se cerraron con dificultades importantes -febrero de
1947- pero la posibilidad de algo parecido con respecto a Alemania y al Japón quedó en la
lejanía de un horizonte remoto. Italia perdió sus conquistas de la era fascista que se
convirtieron en países independientes (Albania y Etiopía) o pasaron a Grecia (Rodas y el
Dodecaneso) pero se plantearon conflictos respecto a las restantes colonias y también en
relación con Trieste, largo tiempo disputada con los yugoslavos (hasta 1954). Rumania perdió
Besarabia y Bukovina pero incorporó Transilvania; Bulgaria mantuvo sus fronteras aunque
recuperó pérdidas territoriales anteriores y la gran perjudicada por el acuerdo en el centro de
Europa fue Hungría quien cedió, aparte de Transilvania, zonas menos importantes a la URSS
y a Checoslovaquia. Finlandia, además de sus cesiones territoriales a la URSS, tuvo que pagar
fuertes reparaciones.
En cambio, no se llegó a ningún acuerdo principalmente sobre Alemania, problema
mucho más importante que el de Japón, en donde en la práctica no había más que una
ocupación norteamericana y no de otros países. Para esta última se había pensado en una
ocupación sometida a una autoridad compartida entre los aliados pero, para que pudiera
existir, resultaba imprescindible un acuerdo político esencial que estuvo siempre muy lejano
de plasmarse en la realidad. Stalin, que había defendido en un principio la idea de trocear
Alemania, la abandonó. Fue tan sólo Francia quien se mantuvo en una posición parcialmente
identificada con esta idea reclamando el control del Sarre y la internacionalización del Ruhr.
Ambas potencias reclamaron el estricto cumplimiento de un programa de reparaciones, la
primera por el procedimiento de desmontar las fábricas alemanas, y la segunda por el de
compensar sus pérdidas a base de carbón. Pero, de cualquier modo, la cuestión alemana no
sólo no quedó resuelta sino que no llegaría a estarlo de forma definitiva hasta 1989.
En realidad, cuando los mencionados acuerdos de París fueron suscritos, ya el clima
internacional se había deteriorado gravemente. A lo largo de 1946 se produjeron escaramuzas
en la ONU. Incluso cuando había coincidencia -como, por ejemplo, a la hora de condenar al
régimen español-, en realidad cada uno de los dos bloques estaba defendiendo posiciones
divergentes (la URSS deseaba desestabilizar la retaguardia occidental y los anglosajones una
transición pacífica a una Monarquía liberal). En marzo de 1946, en un discurso en Fulton,
Estados Unidos, Churchill denunció que sobre el viejo continente se había desplegado una
especie de telón de acero desde Stettin, en el Báltico, hasta Trieste en el Adriático. El
dirigente británico no creía que la URSS quisiera la guerra pero sí los frutos de la misma y
una expansión ilimitada de su poder y de su doctrina. Por su parte, George Kennan, el
embajador norteamericano en Moscú, por las mismas fechas proponía a las autoridades de su
país "contener con paciencia, firmeza y vigilancia" las tendencias soviéticas a la expansión. El
primero proporcionó la retórica a una interpretación que examinaremos de manera detallada
más adelante. Se ha escrito que el espíritu de Yalta había sido sustituido a estas alturas por el
de Riga (es decir, el de los diplomáticos norteamericanos que, como Kennan, habían
aprendido ruso en la capital de Letonia). El de la población del Mar Negro había conseguido
hacer compatible un cierto wilsonismo idealista, deseoso de establecer un nuevo orden
internacional en que la URSS jugara un papel importante con el prosaico respeto a las áreas
de influencia, incluso aquéllas construidas por el puro uso de la fuerza. En cambio, para los
diplomáticos de la capital letona, la propia existencia de la URSS como Estado revolucionario
mundial resultaba un peligro de tal envergadura que resultaba inaceptable para las potencias
democráticas. Pero, en realidad, el cambio de clima, aunque muy súbito en Occidente, se
debió principalmente a un descubrimiento de la actitud soviética que pudo presentarse como
una revelación y dar lugar a exageraciones y desmesuras pero que respondía a una visión
radicalmente nueva de la realidad soviética, poco clara cuando la URSS aparecía como un
aliado contra el Eje.
La primera causa de la guerra fría fue, por tanto, la división ideológica del mundo. El
año 1947 fue decisivo y terrible en la configuración del mundo internacional de la posguerra.
El origen de la expresión "guerra fría" se suele atribuir al periodista norteamericano Walter
Lippmann pero algún especialista -Fontaine- ha llegado a rastrear su origen nada menos que
en las coplas del infante Don Juan Manuel que la habría empleado para describir un conflicto
que se desarrolló sin, al mismo tiempo, declararse. Esta tensión permanente e irresoluble
pero, al mismo tiempo, no destinada a producir una nueva conflagración mundial confrontó,
aunque de manera muy cambiante de acuerdo con el transcurso del tiempo, a las dos grandes
superpotencias. De entrada el lenguaje empleado por los dirigentes no pudo ser más
dramático. De la URSS dijo el presidente Truman que no entendía otro lenguaje que el del
número de las divisiones de las cuales el otro disponía. La sustitución del secretario de Estado
Byrnes, todavía deseoso de negociar con la URSS por el general Marshall, antiguo
comandante militar de las fuerzas americanas en China en enero de 1947, supuso un giro
decisivo en la política exterior norteamericana. Truman llegó a decir que desde los tiempos
del antagonismo en Roma y Cartago no había existido un grado tal de polarización del poder
sobre la Tierra. Ya en 1948 se multiplicaron los conflictos que en ocasiones pudieron adquirir
un tono violento aunque tan sólo en la periferia.
El año 1946 se abrió bajo los mejores auspicios para los norteamericanos. Con la
victoria en la Segunda Guerra Mundial se abrió una nueva etapa en la Historia de los Estados
Unidos. Esencial en este período de la vida norteamericana fue la sensación colectiva de que
en este momento se podía conseguir alcanzar lo que la nación se propusiera. Un comentarista
político, Luce, aseguró que se iniciaba "an American Century", un siglo americano. Así fue en
el sentido de que en gran medida lo que fue sucediendo en los Estados Unidos acabó por
producirse luego en otras latitudes, incluso en las más lejanas. Los Estados Unidos
concluyeron la Segunda Guerra Mundial con 405.000 muertos, muchos más que al final de la
primera, pero también con un grado espectacular de prosperidad y también de unanimidad
respecto a los planteamientos fundamentales. Aunque luego, muchos años después, hubo
actitudes muy contrapuestas, lo cierto es que en 1945 el 75% de los norteamericanos estaba de
acuerdo con el lanzamiento de la bomba atómica. En realidad nadie entre los dirigentes del
país manifestó una clara voluntad de que la bomba no fuera lanzada. Pero esta unanimidad
estuvo acompañada también por una indudable ingenuidad. En 1945, el 80% de los
norteamericanos estaba de acuerdo con la vertebración de un nuevo sistema de relaciones
internacionales basado en la ONU y pensado para hacer posible la paz. En estos momentos,
además, la popularidad de la Unión Soviética entre los norteamericanos era superior a la que
obtenía Gran Bretaña. Menos de un tercio de los norteamericanos pensaba en la posibilidad de
que hubiera una guerra en el próximo cuarto de siglo. Al mismo tiempo, no tantos
norteamericanos fueron conscientes del decisivo papel que le correspondería jugar en adelante
a los Estados Unidos. Se explica esta situación por el previo aislamiento que sólo había sido
superado con la entrada en la guerra: hasta 1938 Rumania había tenido un Ejército más
numeroso que los Estados Unidos.
Además, después de concluida, había otras poderosas razones para no sentir ningún
tipo de prevención ante el exterior. Con independencia de que no hubiera perspectivas en el
horizonte de enfrentamiento, al final de la guerra no había países sobre la superficie del globo
que tuvieran bombas atómicas ni tampoco aviones para transportarlas hasta los Estados
Unidos. Pero de toda esta situación en el plazo de los tres años transcurridos hasta 1948 ya no
quedaba nada. Si las perspectivas interiores seguían siendo buenas, aunque entreveradas de
una peculiar histeria anticomunista, el horizonte exterior se había nublado de forma definitiva.
Truman, en el momento en que le tocó dar el pésame a la viuda de Roosevelt, le
preguntó qué podía hacer por ella y ésta le contestó con idéntica pregunta. El presidente
fallecido había dejado como herencia a los Estados Unidos una mujer que era un político muy
poco práctico y un vicepresidente que era un político muy pragmático, pero al que nadie
parecía tomarle muy en serio, ni siquiera aquel que le había nombrado. Persona con capacidad
ejecutiva y decisoria, accesible y popular, Harry Truman tenía un curriculum nada
impresionante. Había fracasado en una empresa textil y eso le había hecho dedicarse a la
política, pero parecía un profesional de la misma a muchos años luz del presidente Roosevelt,
quien ni siquiera le conocía, y fue convertido en candidato porque Byrnes, su opción
preferida, parecía más peligroso para que triunfara su candidatura. Truman no estaba
preparado ni remotamente para la decisiva misión que tuvo que desempeñar en materia
internacional e incluso había sido marginado en tiempos anteriores de cualquier debate de la
administración norteamericana en torno a política exterior. Su única declaración en esta
materia, al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, había consistido en decir que los Estados
Unidos tenían que estar en contra de cualquiera que triunfara, fuera Alemania o Rusia.
Patriota, concienzudo y poco brillante, Truman tuvo que enfrentarse con prudencia o con
imaginación, según los casos, a algunas de las más graves decisiones de política exterior de su
país en un momento decisivo. En su última comunicación con Churchill, Roosevelt le había
recomendado "minimizar" el problema con los soviéticos pero, en realidad, él mismo había
empezado a ser consciente de todas las dificultades para llegar a un acuerdo duradero con
Stalin. Roosevelt no era un ingenuo simplón en estas materias, tal como en ocasiones se le ha
retratado. Pero lo que, sin duda, resulta cierto es que Truman en diez días cambió mucho y
con brusquedad la relación norteamericana con la URSS. Asesorado por Harriman, el
embajador norteamericano en Moscú, en la primera conversación que tuvo con Molotov le
mostró tal dureza que el diplomático soviético aseguró que nunca había sido tratado así.
Político provinciano, Truman estaba convencido de que, a base de tratar a Stalin con
monosílabos, podría obtener de ellos mucho más que con condescendencia. En realidad Stalin
era bastante más prudente y proclive a la cautela respecto a la política exterior que a la
interior. Según Kennan, el primer elaborador de la doctrina de la "contención", la idea de una
Unión Soviética dispuesta de forma inmediata al ataque con Estados Unidos fue siempre, más
que nada, el producto de la imaginación. Pero la dura reacción norteamericana, una vez llegó
al poder Truman, tuvo como consecuencia multiplicar las sospechas de Stalin y su
inseguridad. Para él la bomba atómica tenía un efecto principalmente psicológico y, por eso,
sólo podía afectar a quien tuviera "nervios débiles". No le influyó, por tanto, de manera
especial la noticia de que el adversario tenía la bomba, lo que, además, ya conocía gracias a
sus espías pero, en cambio, se quejó de la brusca suspensión de los envíos de ayuda que la
URSS había venido recibiendo durante toda la guerra. De este modo puede decirse que en el
estallido de la guerra fría tuvo un papel decisivo la percepción que se tuvo del adversario.
Como veremos más adelante, además, ésta acabó afectando de forma muy destacada a la
evolución de la vida interna de los Estados Unidos. En la definición de una política respecto a
la guerra fría jugó un papel decisivo sobre Truman la fuerte influencia de un "establishment"
cuyas actitudes habrían de perdurar en el seno de la política norteamericana. Stimson, el
general Marshall -"el americano más grande en vida", según Truman-, Forrestal o Dean
Acheson, un arrogante diplomático, fueron sus figuras más destacadas y alguno de ellos,
como el último, duró hasta los años setenta en su influencia sobre la política exterior
norteamericana. Formaban parte de una élite cultivada que era consciente de lo mucho que
había luchado Estados Unidos para obtener la victoria y que deploraban el "apaciguamiento"
en el que se habían embarcado las potencias democráticas europeas hasta 1939. Para ellos
existía la absoluta necesidad de que los Estados Unidos fueran creíbles; además, estaban
convencidos de que disponían de todos los medios materiales, técnicos y humanos para
conseguir lo que quisieran. La conciencia de la necesidad de no ceder ante los soviéticos se
transmitió al presidente quien, en sus memorias, asegura sobre la actuación soviética en Corea
que "el comunismo ha actuado exactamente como Hitler y Mussolini habían actuado quince y
veinte años antes". Esa actitud de los dirigentes norteamericanos se mantuvo durante décadas.
Quienes ejercieron el poder cuando estalló la guerra fría no tenían nada de conservadores.
Truman podía ser elemental -"su lengua iba más deprisa que su cabeza", afirmaba Acheson-
pero era un demócrata progresista. A su madre le comentó que tenía un amigo que en veinte
años no había tratado a un republicano. "No se ha perdido gran cosa", repuso ésta. Los
primeros meses de 1946 supusieron un cambio en la política norteamericana sobre la URSS
pero no determinaron aún un giro definitivo. El gasto militar pasó de casi ochenta y dos mil
de millones de dólares a algo más de trece mil millones en 1945-7, una reducción
impresionante que denota la confianza en la paz. Ya en abril de 1946 habían sido
desmovilizados siete de los doce millones de hombres con los que Estados Unidos había
concluido la Guerra Mundial y pronto las Fuerzas Armadas sólo contaron con un millón y
medio de soldados. Es cierto que los Estados Unidos tenían en sus manos -de momento en
régimen de monopolio- el arma nuclear, pero las bombas atómicas exigían setenta hombres
para montarlas y los aviones erraban en ocasiones hasta kilómetros al lanzarlas. Además, ni
siquiera existía un número muy elevado. La política contraria a la guerra fría contó en Wallace
con un defensor entusiasta, aunque con el paso del tiempo acabara cambiando de postura.
Hombre religioso y conocido científico en materias agrícolas, representó la actitud contraria a
la ruptura con Rusia como consecuencia de una visión en parte ingenua pero también
aislacionista. Pretendió, por ejemplo, que los norteamericanos no tenían nada que hacer en el
Este de Europa como tampoco los rusos en Latinoamérica: eso le hizo aceptar, por ejemplo, el
golpe de Estado comunista en Checoslovaquia. Truman, en realidad, no le hizo caso pero le
mantuvo en su puesto ministerial como responsable de Agricultura, lo que pudo dar la
sensación de que estaba en parte de acuerdo con él. Fue un acontecimiento exterior el que
acabó decantando la cuestión: la guerra civil en Grecia provocó el definitivo decantamiento
hacia una neta política de resistencia en todos los frentes respecto a los soviéticos. Dean
Acheson formuló una tesis que luego, de un modo u otro, fue remodelándose con el transcurso
del tiempo. Consistía en partir de la base de que una cesión en apariencia mínima podría tener
como consecuencia una avalancha de desastres sucesivos. En su primera versión la fórmula
consistió en temer que una manzana podrida pudiera poner en peligro a todas las demás. De
ahí la llamada "doctrina Truman", es decir, el apoyo a los países que intentaran resistir a la
penetración comunista. Pero esta doctrina tuvo como contrapartida también la ayuda material
a esos países. Tal como lo explicó el general Marshall, que dio nombre al plan destinado a
cumplir ese propósito, "nuestra política no está dirigida contra ningún país ni doctrina sino
contra el hambre, la pobreza, la desesperación y el caos". Cuando se pidió a los países
europeos que presupuestaran sus necesidades, adelantaron una demanda de casi dieciocho mil
millones de dólares. Quedaron reducidos, por parte de los norteamericanos, a algo más de
trece mil, entregados entre 1948 y 1952. Tuvieron una importancia decisiva, como veremos,
de cara a la reconstrucción de Europa. Marshall, inteligente y dotado de un espíritu práctico
envidiable, había propuesto no combatir el problema en que se encontraba Europa sino
resolverlo y, sin duda, lo logró.
-REFORZAMIENTO DE LA DICTADURA
La guerra fue una auténtica catástrofe para los soviéticos en un grado aún mayor que para el
resto de la Humanidad, como lo prueban los datos estadísticos. Se pudo calcular, en efecto,
que durante el conflicto hubo dieciocho millones de muertos soviéticos, de los que siete
fueron militares muertos en el campo de batalla; otros cómputos elevan el número de muertos
hasta veintiséis millones. Otros datos no cuantitativos resultan todavía más expresivos que los
que se derivan de las cifras de bajas: los niños que vivieron el sitio de Leningrado, por
ejemplo, no pudieron nunca olvidar la experiencia padecida. La guerra, por otro lado, había
estado acompañada de desastres económicos graves. La producción agrícola se redujo a la
mitad y la producción de acero permaneció a un nivel todavía inferior. El hambre se instaló en
la URSS durante la posguerra y, en 1947, debió reintroducirse la cartilla de racionamiento. Un
total de más de veinte millones de personas habían perdido sus hogares. El hecho de que la
URSS incrementara su extensión y su número de habitantes supuso, en realidad, más bocas
que alimentar y en este sentido se puede decir que la victoria tuvo como consecuencia una
multiplicación de las dificultades inmediatas, aunque también supusiera un engrandecimiento
nacional. La guerra "patriótica" proporcionó a la URSS un Imperio en el exterior, pero
mantuvo la sensación entre sus dirigentes, entre ellos de forma singular el propio Stalin, de
que el régimen era demasiado débil aún como para que pudiera disminuir su presión totalitaria
sobre el conjunto de la población. La realidad es que verdaderamente el país tan sólo quería
curarse de sus heridas mientras que la situación interior se caracterizaba por la estabilidad.
Pero en la zona Oeste, la población había quedado sometida a la influencia de ideas venidas
del exterior. Esto, junto con el hecho de que durante el período bélico se debería haber
aflojado la tensión precedente, le dio a Stalin la impresión de que su trabajo de los años treinta
había quedado destruido. Lo que intentó entonces el líder soviético fue reconstruirlo. Pero el
tono de esta reconstrucción fue muy diferente de la época anterior. A fin de cuentas, con todo
lo que tuvo de violencia y represión, lo sucedido en los años treinta había sido una aventura
revolucionaria. Al final de los años cuarenta, lo que se produjo no fue de hecho otra cosa que
una restauración. Merece la pena recordar, en efecto, que la misma denominación de
instituciones como el Ejército, el Partido comunista y el Consejo de ministros se volvió más
convencional y se sustituyeron denominaciones más propias de la época revolucionaria
(como, por ejemplo, Fuerzas Armadas Revolucionarias, Partido bolchevique o Consejo de
comisarios del pueblo). Por eso, supuso un menor grado de violencia en términos relativos,
pero, al mismo tiempo, ésta fue más gratuita e innecesaria que en cualquier otro momento del
pasado. Como se ha indicado, el final de la guerra en absoluto supuso la desaparición de la
violencia física o del terror policial, sino que las medidas de este tipo se recrudecieron. Hay
que tener en cuenta, en primer lugar, que había extensas zonas del país en las que el control
del Ejército soviético no se había establecido de forma definitiva o en las que era preciso
asentar el poder del régimen porque se trataba de nuevas incorporaciones territoriales. En tan
sólo el mes de marzo de 1946 más de ocho mil "bandidos" fueron liquidados en Ucrania;
aunque no puede negarse la posibilidad de que hubiera bandidismo por motivos sociales, lo
más probable es que se tratara de guerrilleros independentistas. La pacificación de Ucrania se
extendió hasta 1950, al tiempo que se mostraban profundos problemas agrarios en toda esta
república. Por su parte, los cálculos hechos acerca del número de personas que fueron
desterradas de los Países Bálticos inmediatamente después de la guerra oscilan mucho, desde
las cien mil hasta las seiscientas mil personas, pero de cualquier modo las cifras resultan muy
elevadas. En los campos de trabajo y en las colonias había en marzo de 1947 unos dos
millones y medio de personas, pero a esta cifra hay que sumar los prisioneros propiamente
dichos, condenados por delitos y encarcelados en prisiones, en las que a menudo no disponían
de más de dos metros cuadrados por persona. En total, la cifra de condenados llegaría a unos
cinco millones de personas, pero de acuerdo con otros cómputos pueden haber sido hasta unos
ocho millones los confinados de una u otra manera en zonas inhóspitas. Existen testimonios
concretos de cómo este terror policial se puso en marcha de cara a la población y de la
nimiedad de los motivos por los que podían recibirse las penas. Un oficial de artillería que
había criticado en cartas privadas algunos aspectos del sistema político fue condenado a ocho
años de trabajos forzados: se llamaba Alexander Solzhenitsyn y, con el tiempo, habría de
convertirse en famoso escritor y narrador de la vida en lo que denominó como "el
archipiélago Gulag". Los prisioneros soviéticos hechos por los alemanes habían sido tratados
pésimamente pero, una vez se les repatrió, muchos de ellos fueron enviados a campos de
concentración, aunque sólo fuera por haber tenido contacto con un mundo considerado
pernicioso. Un joven que cortejaba a la hija del dictador sufrió cinco años de deportación "por
ser espía británico" cuando, en realidad, durante la guerra no había hecho otra cosa que
mantener un contacto profesional imprescindible, y aun ordenado por sus superiores, con
oficiales de un país que era aliado de la URSS. Todo esto, como es lógico, tenía mucho que
ver con el permanente temor de Stalin al contacto con el exterior. Mientras se producía esta
primera restauración del régimen dictatorial, tenía también lugar la normalización de la vida
material de la URSS. En el ritmo y el contenido de la misma hubo considerables diferencias.
La reconstrucción industrial fue relativamente rápida. En 1948 se consiguió alcanzar el nivel
productivo de 1940 y en 1952 se habían doblado las cifras de las producciones más
importantes. Los inconvenientes más señalados los sufrió la industria de consumo, de modo
que sólo en 1952 se recuperaron los niveles de preguerra. El desarrollo seguía basándose, por
tanto, en la acumulación de los esfuerzos en la industria pesada, pero eso tuvo graves
inconvenientes en la vida del ciudadano. En 1948, el salario real se situaba en el índice 45
para 1928 = 100; en 1952, llegó hasta el 70, todavía muy lejano de la preguerra. Los esfuerzos
para lograr una industrialización militarizada los pagó, por tanto, el ciudadano. De otro lado,
la situación de la agricultura resultó, como fue siempre habitual en la URSS, mucho más
difícil de abordar y conseguir darle una solución que implicara un crecimiento semejante al
industrial. En 1950, apenas se llegó a una producción agrícola semejante a la de preguerra,
mientras que el ganado era inferior en un 16-18% a las cifras precedentes. Los dirigentes
políticos soviéticos tuvieron que ser tolerantes con respecto a los agricultores privados,
especialmente en las zonas recién incorporadas al mundo soviético, como los Países Bálticos.
En la dirección hubo amplias discusiones sobre los procedimientos de organización social de
la producción. El "zveno" suponía de hecho dejar la iniciativa a las familias en el cultivo, lo
que implicaba una especie de tolerancia respecto a la agricultura privada. Sin embargo, a
partir de 1950 la utilización de las brigadas de trabajo, unidades mayores, supuso un mayor
grado de colectivización. A pesar de ello, los reclutamientos de comunistas en el mundo rural
se mantuvieron en unas cifras bajas, lo que parece un buen testimonio de la resistencia ante el
partido. En 1951, Kruschev defendió la creación de "agrovillas", especie de centros urbanos
en el medio rural, donde viviría la población dedicada a obtener rendimientos del campo
utilizando los medios proporcionados por una colectivización total. Ésta, sin embargo, fue
siempre una fórmula que resultaba de muy difícil aplicación, por el simple hecho de que no
había medios para construir tales ciudades. El proyecto resulta interesante, porque denota el
persistente interés del poder por impulsar una colectivización muy mal aceptada por el medio
rural. Al mismo tiempo que se reconstruía la vida material del país, se reelaboraba también la
fundamentación ideológica del régimen. Ya hemos visto los procedimientos utilizados para
asimilar a las nuevas incorporaciones territoriales a la URSS. En la posguerra se mantuvo e
incluso se acrecentó la exaltación de lo ruso. Rusia aparecía designada en los textos oficiales
como "la nación dirigente de la URSS" y era presentada como una especie de "hermano
mayor" de la Federación, mientras que, al mismo tiempo, se producía el repudio sistemático
de los llamados "nacionalismos burgueses". En realidad, pese a que habían desaparecido las
causas mínimamente objetivas para argumentarlas, prosiguieron las deportaciones de pueblos
enteros por sospecha de infidelidad. En 1946, fueron deportados chechenos, ingushetios y
tártaros. La república autónoma de los dos primeros pueblos fue borrada del texto de la
Constitución -e incluso de todos los textos oficiales- y Crimea se vio convertida en una
región, cuando hasta entonces había sido una república autónoma. Se produjeron pocas
protestas contra esta política centralista y rusificadora, pero en ocasiones resultaron sonadas,
aunque nuestro conocimiento de ellas es limitado. Parecen haber sido especialmente
significativas en la república federada musulmana de Kirghizia durante los años cuarenta y en
Georgia en 1952. Se dio la paradoja de que la Constitución soviética fue modificada en 1946
para permitir la entrada de Bielorrusia y Ucrania en la ONU como miembros de pleno
derecho, pero los puestos clave en el partido y en las fuerzas de seguridad siguieron estando
en ambos países controlados por elementos rusos. Junto a la centralización, otro rasgo muy
característico de la restauración de la posguerra fue el culto a la personalidad. En los años
finales de su vida Stalin, acentuó sin justificación alguna sus pretensiones de ser un gran
teórico, quizá con la idea de perdurar en el futuro como tal. Eso es lo que explica que veinte
millones de ejemplares de obras suyas fueran difundidos y que, entre 1945 y 1953, se
escribieran unas quinientas cincuenta obras acerca de sus aportaciones doctrinales en los más
diversos campos. A diferencia de Mao, no se hizo proclamar a sí mismo "el poeta más grande
de los tiempos modernos", pero, cuando se procedió a modificar el himno nacional de la
URSS, la letra hizo alusión a su persona y no, en cambio, al propio Partido Comunista. En el
terreno histórico, se estableció una muy poco disimulada comparación entre la figura de Stalin
e Iván el Terrible, manifiesta, a título de ejemplo, en una película realizada por el conocido
director Eisenstein, a la que, sin embargo, el dictador opuso varios reparos. De acuerdo con
esta interpretación, al igual que en el caso de aquel zar, las informaciones venidas de fuera
sobre el personaje serían puras y simples difamaciones mientras que las peculiaridades de lo
sucedido en ese momento de la Historia se explicarían por hallarse Rusia rodeada por
enemigos de todo tipo. La dureza empleada por el zar habría sido una exigencia derivada de la
imprescindible construcción de un Estado nacional, mientras que las masacres y otros excesos
que habrían tenido lugar habrían sido ignoradas por el propio Iván. Así, la comparación, como
puede comprobarse, resultaba claramente exculpatoria para Stalin. Otro aspecto de la
restauración de la dictadura consistió en apartar de cualquier responsabilidad política a
quienes pudieran hacer sombra al propio Stalin. El Ejército soviético estaba aureolado por el
prestigio de la victoria y potencialmente podía convertirse en un cuerpo social autónomo. El
mariscal Zhukov era, para la población, no sólo quien había defendido Moscú sino el que
había conquistado Berlín. El Ejército no había tenido nunca en Rusia una tradición
directamente intervencionista en la política, pero sí había tenido un destacable grado de
influencia sobre los cambios producidos en este terreno. En consecuencia, lo primero que
Stalin hizo una vez acabada la guerra fue poner al Ejército en su sitio: por ello, hizo
desaparecer del panorama público el mariscal Zhukov. Los procedimientos seguidos para
anular el peligro de una influencia militar consistieron en la integración del Ejército en el
partido, la separación de los jefes militares, relegados algunos de ellos a guarniciones lejanas,
y la despersonalización en las explicaciones emocionales acerca de la guerra. La batalla de
Berlín fue atribuida a Stalin y no a Zhukov, en flagrante violación de la veracidad histórica.
Finalmente, también en materia cultural se produjo una restauración, consistente en someter
todas las ciencias -e incluso la creación literaria o artística- a los principios del marxismo-
leninismo en su versión estalinista. Zdanov fue el representante más caracterizado de esa
voluntad de radical intervencionismo de la política en la cultura y el encargado de que se
llevara a cabo. En el terreno de la creación, los máximos extremos de este fenómeno fueron la
oda al plan forestal que se vio obligado a componer Shostakovich y la frase de Mandelstam en
la que afirmaba que en ningún otro país se daba tanta importancia a la poesía como en la
URSS, "pues se podía morir como consecuencia de un verso". La poetisa Ajmatova, cuyos
dos maridos sucesivos habían sido eliminados por Stalin, fue considerada heterodoxa por su
supuesta literatura "decadente". En realidad, cualquier fórmula que se identificase con la
dedicación exclusiva a los propios sentimientos y se alejara de la fórmula estereotipada del
"realismo socialista" podría sufrir idéntico destino. Prokofief y Shostakovich fueron, en
consecuencia, convocados para dar lecciones de música "comunista". Finalmente, los dos,
junto con Jachaturian, fueron condenados, acusados de mantener tendencias "decadentes". La
"zdanovtchina", es decir, la influencia del dirigente comunista Zdanov sobre el mundo
intelectual, nació también de un temor profundo ante la atracción que los integrantes del
mismo sentían por el mundo cultural e intelectual de Occidente. En consecuencia, se
produjeron duros ataques del mundo oficial contra el formalismo o el esteticismo como
expresiones contrarias al "espíritu de partido" o demasiado vinculadas con el mundo
occidental y, sobre todo, desde de 1949 se condenó el "cosmopolitismo". Lo verdaderamente
nuevo de este período del estalinismo, con respecto a la preguerra, fue, en efecto, la radical
hostilidad a cuanto significara contacto con el exterior y, en especial, con Occidente. Stalin
convirtió, así, el "cosmopolitismo" no sólo en algo a evitar o en un defecto, sino incluso en un
delito perseguible y penable por la autoridad. En el terreno científico, se procuró la
identificación absoluta con la ortodoxia política de las más variadas teorías científicas. En dos
terrenos concretos el intento de hacerlo fue particularmente acerbo. En la lingüística, el propio
Stalin intervino en contra de Marr, un especialista que había muerto hacía quince años y cuya
ortodoxia era tanta que había defendido la tesis de que la lengua era un fenómeno de clase. En
botánica, Lyssenko tuvo a su favor, desde el punto de vista de los intereses del régimen, el
hecho de que prometía una excepcional capacidad de desarrollo futuro para la agricultura
soviética. En realidad, se trataba tan sólo de un detractor de las leyes mendelianas a las que
calificaba de "burguesas". Sus teorías eran puras patrañas nacidas de otorgar a los
fundamentos del marxismo-leninismo una virtualidad en materias botánicas, de las que
carecía por completo. Lo que sorprende no es tanto que este tipo de personajes pudiera existir,
como que sus tesis fueran aprobadas y luego promovidas por el Comité Central o el secretario
general del partido como la única fórmula compatible con la ortodoxia. El propio Stalin
polemizó sobre cuestiones de lingüística con los especialistas y patrocinó supercherías como
las de Lyssenko. Por la misma época atribuyó a Rusia, con nulo fundamento, la mayor parte
de los inventos de la ciencia moderna. Ésa es la mejor prueba de que el nacionalismo estuvo
muy vinculado con los propósitos de restauración ideológica. Hubo también discusiones en
materia económica sobre las perspectivas de desarrollo del capitalismo. El economista Varga
defendió la idea de que el sistema capitalista se había readaptado, por lo que no cabía esperar
un inminente colapso del mismo y que no pretendía mantener al mundo comunista en una
situación de perpetua tensión. El propio Stalin respondió a estas tesis en 1952. Más que
discutir las tesis de fondo de Varga -que eran evidentes pero que parecían poner en cuestión la
actitud del régimen ante la guerra fría- afirmó que la URSS debía aprovechar el momento en
que la presión capitalista era menor para avanzar a pasos agigantados en su desarrollo
económico. Las tesis de Varga fueron condenadas pero, a diferencia de lo que hubiera
sucedido en los años treinta, quien las había enunciado no fue liquidado. Este dato mismo
tiene importancia como indicio. Los años que mediaron entre 1945 y 1950 vieron en la URSS
una curiosa mezcla de reajustes hacia una restauración de la dictadura idéntica a la preguerra
y de tolerancias. No hubo un sistema de terror tan absoluto como en los años treinta y eso
tuvo como consecuencia que algún discrepante, como Varga, pudiera sobrevivir. Pero, con el
paso del tiempo, la tendencia manifestada fue hacia un retorno a la dureza dictatorial. Así se
aprecia en la vida interna del partido y en lo que podemos intuir merced al conocimiento de
las luchas en el seno de la clase dirigente. En la posguerra tuvo lugar una transformación del
PCUS que había crecido mucho: debió ser purgado y, a continuación, a partir de 1947 se le
dejó crecer de nuevo pero sometido a muchos más filtros. A los miembros del partido se les
exigió, ante todo, un talante personal basado en la lealtad. El partido "no necesitaba talento
sino fidelidad", dijo Stalin, en una frase que resulta muy expresiva de su mentalidad y de las
características de su régimen. Mientras tanto, continuaban las luchas en el seno de la dirección
del PCUS, aunque ahora quien resolvía era siempre Stalin. En la posguerra, los antiguos
dirigentes -como Molotov y Kaganovich- perdieron influencia frente a los nuevos, como
Malenkov. Personalidad dotada de gran capacidad administrativa, en 1946-7 perdió a su vez
influencia paralelamente al ascenso de Zdanov pero, cuando éste murió, en 1948, recuperó su
poder y, en alianza con Beria, consiguió la liquidación de los seguidores de su adversario. Si
en este enfrentamiento cabe descubrir una sucesión de alternativas, en otro -el desplazamiento
de la generación mayor- resulta mucho más clara la tendencia general. En 1949, Molotov,
Vorochilov y Mikoyan perdieron sus carteras. La mujer de Molotov, acusada de sionista, fue
detenida, torturada y enviada a Siberia. Pero si Stalin se apoyaba en la nueva generación,
quería mantenerla dividida. Kruschov fue promovido para evitar que la influencia de
Malenkov resultara indiscutida. El sistema estalinista seguía siendo el mismo que en la época
de las purgas de los años treinta, pero ahora éstas no se llevaban a cabo en el conjunto del
partido, sino que tan sólo afectaban al núcleo dirigente y eran menos sangrientas que antes. La
línea de tendencia en la evolución política se puede reconstruir partiendo de que a partir de un
determinado momento se resolvió el titubeo entre el recuerdo de las concesiones de la época
bélica y la restauración de la dictadura de los años treinta. En 1950, todas las concesiones a la
población fueron ya superadas. Voznesenski, defensor de una estrategia de tolerancia con
respecto a los campesinos, fue eliminado y a continuación fusilado, sin que se sepa a ciencia
cierta si ello fue debido a la postura que había mantenido. Era la primera vez, después de las
grandes purgas, que un miembro del Politburó era condenado a muerte y eso mismo ya
supuso una advertencia para todos los dirigentes. Al mismo tiempo, se aplicaba una
conversión del rublo, que sirvió para que los campesinos perdiesen los beneficios que habían
obtenido de sus ventas en el mercado negro. A estas alturas, la URSS había superado el nivel
de producción de la preguerra en sectores clave, como el carbón, el hierro, el acero, el
petróleo y la electricidad. En 1949, la URSS dispuso de una bomba atómica rudimentaria y en
1953, de un prototipo de bomba de hidrógeno. Tenía, al mismo tiempo, problemas muy
agudos en el campo: la cosecha de 1952 tuvo un nivel inferior a la de 1929, que, a su vez,
había sido inferior a la de 1913. Pero ya la URSS se había convertido en una superpotencia
mundial, con intereses en todos los puntos del globo.
- LA DESCOLONIZACIÓN EN ASIA
La descolonización del Sureste asiático fue en gran medida una consecuencia de la derrota
japonesa, pero también influyó en ella la voluntad expresada previamente por las sociedades
indígenas, como fue el caso de India, a quienes las circunstancias vividas durante la guerra les
proporcionaron muchos incentivos. En 1945, en esta región del mundo sólo Tailandia era un
país independiente, pero a la altura de 1957 habían nacido diez nuevos Estados. La
descolonización se llevó a cabo por lo menos parcialmente con intervención de la violencia y
no llegó a obtener como resultado una estabilidad total. En la India, los antecedentes del
movimiento independentista eran ya antiguos, dado que el Partido del Congreso había sido
fundado en 1886; desde hacía más de medio siglo la reivindicación estaba, por tanto, sobre el
tapete. Existía, además, un peculiar sistema de diarquía que, si reservaba para los británicos
determinadas competencias como las relativas a Hacienda, comunicaciones y orden público,
dejaba el resto en manos de autoridades locales, elegidas por un censo equivalente a tan sólo
una décima parte de la población. Gracias a este procedimiento, pudo formarse una clase
política que nutrió el Partido del Congreso, que ya en 1937 dominaba las asambleas locales.
Si la Primera Guerra Mundial había sido importante para India, durante la siguiente adquirió
aún mayor conciencia nacional. Para la propia Gran Bretaña, fue también esencial lo que
explica que su Ejército allí se multiplicara por diez durante el período bélico. Aunque hubo
graves incidentes con centenares de muertos, los británicos pudieron contar con la fidelidad
de la mayor parte de los dirigentes indios. En el momento de la máxima expansión japonesa,
el jefe del Partido del Congreso, Nehru, pidió la independencia y, al mismo tiempo, la
participación del Ejército indio en contra del Eje. Influido por la Fabian Society, Nehru
procedía de una familia cosmopolita y su padre estaba muy britanizado. El destino de la India
independiente estaría mucho más en sus manos que en las de Gandhi, asesinado en enero de
1948 por un nacionalista hindú que le consideró responsable de la partición del país. Las
opiniones de Gandhi, por ejemplo, pudieron ser tenidas en cuenta en lo referente a la
secularización de las instituciones, pero ni sus recomendaciones sobre la comunidad
campesina ni sobre la ordenación de las labores artesanales indígenas fueron seguidas. Desde
el mismo momento de concluir el conflicto, el Gobierno laborista de Attlee fue favorable a la
independencia, que hubiera sido mucho más difícil en el caso de que Churchill hubiera
seguido en el poder, pero el problema fundamental a la hora de conseguirla fue la misma
pluralidad de la sociedad india. Así como el Partido del Congreso deseaba el mantenimiento
de una fuerte unidad, los musulmanes agrupados en una Liga dirigida por Jinnah, no se
quisieron convertir en una minoría política y religiosa dentro un país unitario: de ahí la
reivindicación de un Pakistán independiente. Entre 1945 y 1946, la Liga obtuvo 439 de los
494 puestos regionales que correspondían a los electores musulmanes. En el verano de 1946,
los incidentes entre musulmanes e hindúes fueron agravándose día a día, degenerando en una
auténtica guerra civil: en Calcuta, hubo 4.000 muertos, 7.000 en Bihar y 5.000 en el Punjab.
En esta situación, como luego harían en Palestina, los británicos tomaron la decisión de
retirarse. Fue Lord Mountbatten el encargado de dirigir a la India hacia la independencia, que
fue proclamada en agosto de 1947, favoreciendo al mismo tiempo la partición en dos unidades
políticas independientes: por un lado, India, como Estado laico y, por otro, Pakistán, formado
por una porción occidental, el Punjab, y otra oriental, el Este de Bengala. Pero la delimitación
de fronteras comúnmente aceptadas entre ambos Estados resultó por completo imposible sin
que la pertenencia de ambos a la Commonwealth sirviera para solucionar el conflicto. Una
guerra, abierta entre 1947-48, no sirvió para resolver la disputa especialmente grave en el caso
de Cachemira en donde el marajah era hindú pero la población era musulmana. De la guerra,
sólo surgió una línea provisional que sería el escenario de posteriores enfrentamientos, pero
que en esencia hasta el momento no se ha modificado. No fue ése el único conflicto con el
que tuvo que enfrentarse India en los primeros años de su existencia. Entre 1946 y 1951,
actuó una persistente guerrilla comunista en el Estado de Hyderabad. India reclamó, además,
las pequeñas posesiones costeras francesas y portuguesas, pero no logró hacerse con las
primeras hasta 1954 y hubo de esperar a los años sesenta para controlar la Goa portuguesa con
el imprescindible recurso a la violencia. India nació oficialmente con la proclamación, en
enero de 1950, de una Constitución largamente debatida. Con sus 395 artículos, era una de las
más extensas que se habían redactado nunca, pero de hecho 250 de ellos procedían de la
Government Act concedida en 1935 por la autoridad colonial. La innovación decisiva fue la
introducción del sufragio universal: hasta ese momento, no votaban más que 41 millones de
personas, pero ahora lo hicieron 171 millones. India pudo proclamar orgullosamente, por
consiguiente, que era "la mayor democracia del mundo". El punto de partida, sin embargo, era
muy complicado. A comienzos de los cincuenta, la renta per capita era de tan sólo 54 dólares,
la esperanza de vida era de 32 años y el 84% de los indios eran analfabetos; la población
urbana era tan sólo el 15% del total. La pluralidad persistía: unos 30 millones de indios eran
musulmanes y los sijs formaban una etnia de rasgos escasamente asimilables. Había catorce
lenguas admitidas, aunque sólo el hindi tuviera carácter oficial para el conjunto del Estado. Si
India persistió como unidad y lo hizo en un régimen democrático, en parte fue por la
experiencia adquirida en la etapa colonial y por su propia pluralidad. Pero existió también otro
factor importante, nacido del monopolio del poder político ejercido por el Partido del
Congreso. Aunque el voto que consiguió durante la etapa posterior a la independencia rondó
tan sólo el 45%, tuvo la ventaja de ser un partido plural, capaz de asociarse a otros y se vio
beneficiado por un sistema electoral de escrutinio uninominal, como el británico, que de
momento mantuvo alejada a la oposición del poder. Bajo la dirección de Nehru, India intentó
jugar un creciente papel mundial, situándose a la cabeza del neutralismo y del
anticolonialismo. Aunque permaneció en la Commonwealth, rechazó la ayuda norteamericana
así como la pertenencia a la red de pactos que la superpotencia occidental iba enhebrando
alrededor de la URSS. En marzo de 1947, Nehru reunió una amplia conferencia de
representantes de países asiáticos y se convirtió en un portavoz del no alineamiento. A
mediados de los años cincuenta, los contactos con los dirigentes indios y soviéticos habían
logrado ya producir una profunda irritación en el secretario de Estado norteamericano, Foster
Dulles. Pero, al mismo tiempo, no dudó en condenar el ataque de Corea del Norte. También la
descolonización se hizo presente en otros países del Sureste asiático. Birmania obtuvo la
independencia en 1948, negándose a cualquier vinculación con la Commonwealth, pero muy
pronto tuvo que enfrentarse a una guerra civil por la existencia de una activa guerrilla
comunista. En Indonesia, el partido nacionalista de Sukarno no había dudado en colaborar
durante la guerra con los japoneses, quienes concedieron la independencia en el momento de
perder el archipiélago. Aunque Holanda intentó recuperar luego sus antiguas colonias,
tolerando la existencia de una Federación en Java mientras que el resto de los territorios serían
controlados por ella misma, fracasó en sus propósitos. Una sublevación comunista le dio el
pretexto para la intervención pero, a fines de 1949, la presión conjunta de los anglosajones y
de las Naciones Unidas le obligaron a abandonar cualquier pretensión de dominio de la
región, aunque conservó la porción occidental de Nueva Guinea hasta comienzos de los años
sesenta. También en Indochina lo sucedido durante la guerra resultó de importancia decisiva
para el proceso descolonizador. En marzo de 1945, liquidada la presencia francesa por los
japoneses, fue proclamada la República de Vietnam. La Francia gaullista no dudó, sin
embargo, un momento en enviar una fuerza expedicionaria dirigida por el general Leclerc
para restablecer su influencia; su propósito no era ahora volver a restablecer la antigua
colonia, sino que ésta quedara convertida en un Estado independiente pero dentro de la Unión
Francesa. Pero para ello era imprescindible empezar por reconquistarla. Las operaciones
bélicas, sin embargo, no fueron nada sencillas. En marzo de 1946, se llegó a un acuerdo en
Indochina entre los beligerantes y, en septiembre, Ho Chi Minh, el líder vietnamita, y el
Gobierno francés firmaron en Fontainebleau un tratado de ratificación. Pero ninguno de los
contendientes estaba dispuesto a respetarlo en la práctica. Al final de este mismo año, tras una
serie de matanzas de franceses, había estallado ya una guerra que habría de durar ocho años.
Francia intentó en junio de 1948 la creación de un Estado vietnamita al que prometió la
independencia total, bajo la fórmula monárquica del emperador Bao Dai, pero que nunca tuvo
la menor oportunidad de ser aceptado por el adversario. A partir del estallido de la Guerra de
Corea, la de Indochina se convirtió en otro punto más de conflicto entre las superpotencias.
En enero de 1950, Ho Chi Minh consiguió el reconocimiento por parte de soviéticos y chinos.
Logró, además, en este mismo año importantes victorias militares, pero el Ejército francés,
mandado por el general De Lattre de Tassigny y apoyado por los norteamericanos, pareció ser
capaz de conseguir enderezar la situación. Pero las dificultades militares francesas acabaron
por agravarse con el transcurso del tiempo. El alto mando francés tomó la decisión de
convertir Dien Bien Phu en una especie de base de resistencia, destinada a proteger el camino
hacia Laos y formada por una sólida guarnición muy bien dotada de medios. Su misión sería
imponerse progresivamente sobre el hostil medio rural. Sin embargo, sus 11.000 hombres se
vieron rodeados por los 50.000 del general Giap sin que les cupiera otra posibilidad de recibir
auxilio que el que pudiera llegar por avión. En marzo de 1954, la base fue atacada por los
vietnamitas, en un momento en que se debatían en Ginebra, a la vez, el armisticio en Corea y
la paz en Vietnam. A comienzos de mayo, la posición cayó en manos del enemigo y con ello
se desvanecieron las posibilidades de que Francia pudiera seguir desempeñando un papel
decisor en esta parte del mundo. Ya para entonces, la mayor parte de la financiación de la
guerra había quedado en manos de los norteamericanos. Al acuerdo de armisticio no se llegó
hasta julio de 1954. De acuerdo con él, Vietnam quedó dividido en dos por el paralelo 17:
mientras en el Norte dominaban los comunistas, en el Sur ese papel le correspondía a los
nacionalistas de Ngo Dinh Diem, que pronto se desembarazó del emperador Bao Dai,
mientras que la influencia francesa se desvanecía sustituida por la norteamericana. Como en
el caso de Alemania y de Corea, un nuevo país había quedado dividido como consecuencia de
la guerra fría. Lo sucedido testimonió en todo caso que en el Extremo Oriente había un nuevo
poder político con el que era imprescindible contar. China, en efecto, había dotado de medios
militares a los vietnamitas y había acabado convenciéndoles de que limitaran su esfera de
dominio al paralelo 17. Francia, por su parte, había acudido a esta guerra con nula convicción
y sin perspectivas de futuro. Aunque hasta 1950 el Gobierno no se manifestó dispuesto al
abandono, un año antes sólo un quinto de la población estaba a favor del mantenimiento de
una Indochina francesa. La guerra, en cierta forma, permaneció oculta a la vista de la
población, a pesar de las protestas de los comunistas: tan sólo 70.000 franceses combatieron
en ella; de ellos, 19.000 murieron, junto a una cifra tres o cuatro veces superior de soldados
coloniales. Así quedó presagiado lo que habría de ser el fin del Imperio francés en años
sucesivos.
- LA GUERRA DE COREA
Medio siglo después de su estallido hoy, cuando ya es accesible una parte de los archivos
soviéticos, se conoce mucho mejor el origen de una guerra como la de Corea que pudo
producir una conflagración mundial. A diferencia de la de Vietnam, la de Corea ha quedado
desdibujada en el recuerdo, no produjo una profunda conmoción moral en Estados Unidos y
carece del monumento conmemorativo que aquélla tiene en Washington D.C. Los
espectadores de la serie televisiva M.A.S.H., ambientada en ella, a menudo pensaron que se
refería al otro conflicto. Pero hubiera sido inconcebible que una alusión a Vietnam se hiciera
en tales términos humorísticos. Para comprender lo sucedido en Corea, es necesario recordar
que en torno a 1948 el mundo había quedado dividido en dos, debido a la guerra fría. Lo que
habían previsto los aliados acerca de Corea era la desaparición de la colonización japonesa y
una cierta tutela internacional durante algún tiempo. En esta península asiática, la ocupación
por parte de dos aliados -la URSS y los Estados Unidos- con sistemas de organización social
y política tan diferentes tuvo como consecuencia una delimitación de las respectivas áreas de
influencia en el paralelo 38. Al igual que Alemania, Corea quedó así dividida en dos partes.
En el verano de 1947, los norteamericanos llevaron la cuestión coreana a la ONU, que decidió
la formación de un Gobierno provisional después de la celebración de unas elecciones en la
totalidad del territorio. Pero éstas sólo se celebraron en el Sur, dando la victoria a Syngman
Rhee, mientras que en el Norte una Asamblea con supuestos representantes del Sur decidía,
poco después, la proclamación de la República Popular de Corea. A fines de 1948, los
soviéticos retiraron sus fuerzas de ocupación e inmediatamente después lo hicieron los
norteamericanos. Quedaron, así, enfrentadas dos Coreas. La del Norte fue un Estado muy
militarizado, que se apoyaba en fuertes sentimientos nacionalistas. En cuanto a la del Sur,
Rhee, que había vivido durante largo tiempo en Estados Unidos y parte de cuyos
colaboradores lo habían sido también de los japoneses, fue un gobernante autoritario que
propició una vida política escasamente democratizada. No tuvo inconveniente, por ejemplo,
en ordenar la prisión de parlamentarios. El temor en el Sur a una intervención comunista
parece que era escasa, a diferencia de lo que por entonces sucedía en Alemania. Sin embargo,
el Ejército surcoreano estaba poco preparado desde el punto de vista material, mientras que
las unidades norteamericanas más próximas -las estacionadas en Japón- sólo disponían de
munición para 45 días de combate. En este panorama estalló un conflicto que fue la primera y
la única ocasión en que, tras la Segunda Guerra Mundial, se enfrentaron las dos
superpotencias y en el que se corrió el peligro, si bien remoto, de que fuera empleada el arma
nuclear. Contrariamente a lo sucedido en otros acontecimientos parecidos producidos en Asia,
relacionados con la descolonización, en éste puede decirse que la guerra fría fue la causante
única de lo que aconteció. Sin la menor duda, la responsabilidad le correspondió a los
soviéticos. Es cierto que Rhee siempre fue partidario de la unificación y en estos momentos
hablaba de "una marcha hacia el Norte". Pero así como él no pudo imponer su solución a los
norteamericanos, el oportunismo de Stalin, capaz de tantear cualquier signo de posible
debilidad norteamericana, le hizo dejarse convencer por Kim-Il Sung, el líder comunista
norcoreano. No estuvo, sin embargo, dispuesto a intervenir por sí mismo, sino que se sirvió de
Mao. El error de los norteamericanos fue haber aparentado no tener tanto interés en Corea: no
dejaron allí tanques pretextando que la orografía no permitía emplearlos e incluso
disminuyeron a la mitad la ayuda económica solicitada. El secretario de Estado
norteamericano, Acheson, cometió la gran equivocación de considerar en público a Corea
fuera del perímetro defendible por su país y de este modo pudo crear expectativas en Stalin.
El 25 de junio de 1950, se produjo la invasión, con unos 90.000 soldados norcoreanos
apoyados por centenar y medio de tanques soviéticos. En realidad, uno y otro bando habían
organizado operaciones bélicas de menor entidad contra el adversario; ahora, los atacantes del
Norte pretextaron haber sido agredidos por los surcoreanos. En un principio, obtuvieron
victorias espectaculares, de tal modo que al poco tiempo encerraron al enemigo en un
perímetro en torno a Pusan, pero provocaron una inmediata reacción no sólo de Norteamérica
sino de las propias Naciones Unidas. Truman y, en general, los norteamericanos percibieron lo
sucedido como una reedición de lo que en su día había hecho Hitler: "En mi generación
-escribió en sus memorias el presidente norteamericano- no fue ésta la única ocasión en que el
fuerte había atacado al débil". Corea fue, para él, la Grecia de Oriente y, como esta nación en
1947, también debía ser salvada de la agresión comunista. La unanimidad en la opinión
pública norteamericana fue completa: la ampliación del servicio militar, propuesta por
Truman, fue aprobada en el Congreso por 314 votos a 4, pero ahí se detuvo la intervención del
ejecutivo norteamericano, lo que sin duda sentó un mal precedente. El secretario general de la
ONU, el noruego Tryvge Lie, declaró que se había agredido a la organización misma. En el
Consejo de Seguridad, reunido en ausencia de la URSS, que quizá todavía pensaba en una
victoria rápida -los norcoreanos calculaban para la guerra una duración máxima de ocho días-,
condenó al atacante. Quince países enviaron efectivos militares a combatir a Corea y otros
cuarenta enviaron ayuda humanitaria. Sin embargo, desde un principio el mando militar fue
puesto en las manos del general norteamericano Douglas Mc Arthur, un héroe de guerra que
era también un personaje egocéntrico, inestable y desequilibrado hasta la paranoia, al que
Truman describía como Mr. Prima Donna y "una de las personas más peligrosas de este país".
Sus compañeros de armas eran de la misma opinión; Eisenhower, que había sido subordinado
suyo, dijo que "he estudiado drama con él cinco años en Washington y cuatro en Filipinas".
La decisión norteamericana respecto a emplearse a fondo en Corea se vio fomentada por el
pronto descubrimiento de que el enemigo torturaba y ejecutaba a los prisioneros y a los
civiles; 26.000 fueron eliminados entre julio y septiembre. El hecho de que al mismo tiempo
se manifestara una presión de la China comunista sobre Taiwan sirvió para acentuar el temor
de que el comunismo tratase de lograr una expansión decisiva en Asia. La situación militar
cambió radicalmente cuando MacArthur desembarcó, con apenas 20 muertos, en Inchon el 15
de septiembre de 1950 siguiendo una táctica muy característica suya durante la guerra del
Pacífico consistente en llevar a cabo un ataque repentino y decidido a la retaguardia enemiga
dejando aislados sus puestos avanzados. De esta forma, el Ejército norcoreano dejó muy
pronto de ser un instrumento de combate eficaz y sus unidades se retiraron -las que pudieron-
de forma precipitada hacia el Norte. Se planteó entonces la posibilidad de detener las
operaciones militares en el paralelo 38 o proseguirlas más arriba. Para MacArthur, como para
Rhee, era esencial destruir al Ejército enemigo y llevar a cabo la reunificación del país.
Elementos muy significados de la Administración norteamericana no fueron en absoluto
partidarios de traspasar el paralelo 38, pero al general norteamericano no se le obligó a otra
limitación en sus planes bélicos que no atacar China. En este momento, se debía haber
producido la consulta al Congreso. La propia Asamblea de las Naciones Unidas, siguiendo la
que había sido su doctrina hasta el momento, votó de forma abrumadora a favor de la
reunificación de Corea. Para casi dos tercios de los norteamericanos detenerse en el paralelo
38 equivalía a adoptar una política de "apaciguamiento" frente al comunismo. A comienzos de
octubre de 1950, los norteamericanos traspasaron el paralelo 38 y la China de Mao se
apresuró a declarar, por boca de Chu En Lai, su disposición a reaccionar. La posición de la
segunda gran potencia comunista era muy semejante a la de los Estados Unidos sobre Taiwan:
no podía dejar que Corea del Norte fuera borrada del mapa. Disponía de cinco millones de
hombres en armas para impedirlo. El 24 de octubre, las tropas surcoreanas y norteamericanas
estaban ya a 50 kilómetros de la frontera china pero, en noviembre, había de 30.000 a 40.000
chinos combatiendo con los norcoreanos. Hasta cincuenta y seis divisiones de "voluntarios"
chinos fueron utilizadas a continuación en la guerra. Su presencia inicial, por una mezcla de
falta de medios y de ocultamiento, pasó desapercibida para el adversario. Pero pronto fue
patente que esos soldados, que tenían poco apoyo artillero pero disponían de armas ligeras y
se movían al margen de la red de carreteras, podían ser muy peligrosos. Además, aviones Mig
de fabricación soviética empezaron a aparecer en el cielo produciéndose los primeros
combates masivos de aviones a reacción de la Historia humana. Uno de los descubrimientos
más recientes de la historiografía es que estaban tripulados por rusos, de modo que Stalin al
final acabó por comprometer a tropas propias aunque lo hizo con mucha discreción. A los
norteamericanos muy pronto les sorprendieron los ataques adversarios en oleadas humanas
con aparente desdén por el número de bajas. La reacción de MacArthur ante una situación que
no había sido capaz de prever fue nerviosa y desproporcionada; probablemente en ese mismo
momento hubiera debido ser cesado. Muy pronto se quejó de que no se le dejara bombardear
al enemigo en China o los puentes de la frontera de este país con Corea. Llegó a considerar
"inmoral" que se le dieran este tipo de instrucciones y debió haber sido partidario, incluso, de
la utilización del arma atómica. La mayor parte de los dirigentes norteamericanos, en cambio,
no tomó en consideración esta posibilidad, aunque Acheson llegó a decir que lo inmoral era la
agresión y no la utilización de cualquier tipo de arma para evitarla y Truman recordó que tan
sólo a él correspondía la decisión de utilizar la bomba. Pero los laboristas británicos
mostraron una cerrada oposición a esta posibilidad, que nunca se pensó en serio a pesar de
tener a su favor la mayor parte de la opinión norteamericana, e incluso el arsenal de este país,
que hubiera podido poner fuera de combate a Corea del Norte, es mucho más dudoso que lo
hubiera conseguido en el caso de China en estos momentos. Una reacción como ésta sólo se
entiende teniendo en cuenta la potencia del ataque chino y norcoreano. En enero de 1951,
volvió a caer Seúl, la capital surcoreana y hasta marzo de 1951 la situación no se restableció
en torno al paralelo 38. Pero de nuevo se planteaba el dilema de si autorizar o no el avance
más allá de esta frontera. En ese momento, tuvo lugar el definitivo enfrentamiento entre
Truman y MacArthur. Ya conocemos la pésima opinión que el presidente tenía del general. En
octubre de 1950, habían mantenido una dura entrevista cuando MacArthur había hecho
pública la posibilidad de una guerra generalizada en Asia. Siempre se había declarado a favor
de una intervención en la guerra civil china en apoyo de los chinos nacionalistas atacando el
continente. Luego siguió interviniendo en materias de política exterior cerca de los líderes
republicanos calificando la posición de las Naciones Unidas como "tolerante" con el
adversario o incluso criticando al presidente de forma indirecta por no darse cuenta de que los
"conspiradores comunistas" habían apostado por iniciar la conquista del mundo en Asia. El 9
de abril de 1951, fue relevado a propuesta del alto mando norteamericano, unánime sobre esta
cuestión de principio. Objeto de fantásticos recibimientos en San Francisco y Nueva York,
MacArthur tuvo una popularidad enorme pero efímera. La última ofensiva china y norcoreana
se produjo entre el final del mes de abril y mayo de 1951. Pudieron participar en ella 700.000
hombres, que tuvieron unas 200.000 bajas. Luego, finalmente, el frente se estabilizó. En junio
de 1951, casi un año exacto después de la agresión norcoreana, el embajador soviético ante las
Naciones Unidas propuso un armisticio militar, pero sólo en noviembre se detuvieron los
combates de una forma definitiva. En julio de 1953, se llegó a la determinación de la frontera
siguiendo una línea que venía a ser, de forma aproximada, el paralelo 38. La cuestión más
discutida en las conversaciones posteriores a 1951 fue la de los prisioneros. Una parte de los
norcoreanos en poder del adversario no quiso volver a su país de procedencia. Rhee se negó a
firmar un acuerdo para su entrega y les integró en la vida civil de Corea del Sur. Como en
tantas otras ocasiones durante la guerra fría, no se puede decir que se hubiera llegado a una
solución final sino tan sólo a un arreglo momentáneo. A finales de los años ochenta, Corea del
Norte tenía todavía 850.000 hombres en armas para una población de veinte millones de
habitantes, mientras que Corea del Sur tenía 650.000 para 42 millones. El balance de la guerra
supuso pérdidas humanas y materiales muy importantes. Aproximadamente, 1.400.000
norteamericanos sirvieron en aquel conflicto y de ellos 33.600 murieron en combate, pero
hubo otros veinte mil que perdieron la vida por enfermedades o accidentes. Aunque popular
en un principio, la guerra dejó un cierto sentimiento de insatisfacción como el primer
conflicto que los Estados Unidos no habían ganado de forma clara. El general Bradley, uno de
los héroes de la Segunda Guerra Mundial, afirmó en el verano de 1950 que se debía "trazar
una línea" frente a la expansión comunista y que Corea daba la oportunidad de hacerlo, pero
el resultado proporcionó pocas satisfacciones. El Ejército surcoreano tuvo algo más de
400.000 muertos. Los norteamericanos calcularon también que podían haber muerto, entre
norcoreanos y chinos, un millón y medio de personas más. Las enseñanzas militares del
conflicto fueron importantes, aunque no siempre fueron comprendidas de forma inmediata.
Fracasaron rotundamente las operaciones de inteligencia y de información occidentales. Por el
contrario, la Aviación norteamericana testimonió su absoluta superioridad: perdió sólo 78
aviones frente a los muchos millares del enemigo. Pero quizá no se sacó de ello todo el
partido posible, debido a la demostración de que un Ejército cuyo nivel de armamento era
muy inferior podía enfrentarse a otro muy superior con posibilidades reales de éxito. Los
chinos y norcoreanos aprendieron que no debían hacer la guerra combatiendo a un Ejército
moderno, de la misma manera que lo habían hecho hasta el momento. De ahí que, años
después, la estrategia aplicada en Vietnam fuera muy distinta.