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En el sistema educativo inglés, el primer valor moral que se comunica a los niños es el
de decir la verdad. Sobre este rasgo se ha edificado una cultura. Y la confesión
voluntaria de la culpa se convierte en el comienzo del perdón. La psicología
colombiana, pervertida por la malicia, funciona al revés. Aquí todo el mundo es
inocente. La flagrancia en el delito no constituye prueba de el. El asesino tiene en sus
manos, aún, el cuchillo con sangre, y reclama total inocencia. Hay que probarle con
elementos distintos de la flagrancia la comisión del delito. Y no confiesa jamás.
Quienes recuerden el Caso Profumo tienen un ejemplo de toda una estructura política
basada en la credibilidad del juramento. El ministro Profumo había sido amante de la
espía soviética. Pero tenía el privilegio constitucional de hacer un statement, es decir
una declaración jurada, ante el parlamento, para poner fin al juicio político. Esa
declaración sería tomada en su valor formal porque era el producto de un juramento.
Profumo se cayó del cargo, no por el lío de faldas, sino por el perjurio...
Para recuperar entre los colombianos el valor del juramento, que es lo que le da validez
al testimonio, hay que acometer una profunda reforma moral. Que comienza en los
pupitres de la escuela primaria. Tenemos que volver a trabajar sobre la transmisión de
los valores morales, que hemos dejado en manos de un Estado inepto y cegatón. Y en
manos de la izquierda. El sistema educativo colombiano empobrece moralmente a la
juventud, y en lugar de construir, destruye todo un acervo cultural que es el cimiento de
la nacionalidad.
Por ello hay que devolver la educación a las comunidades, y a las familias, para que
ellas decidan, sin intervención del Estado, qué tipo de valores morales y espirituales
quieren transmitir a la siguiente generación.
Y es evidente que hay que replantear la política criminal, y la graduación de las penas,
no solo para fortalecer la capacidad inquisitiva del aparato judicial, sino para volver a
tener penas que asusten, en lugar de aliviar, al delincuente.