● Murió en Barcelona, España, 1924, por una gripe, pobre
● Inició en periodismo en 1912, publicó en El Cojo Ilustrado y El Universal ● Junto con el músico y compositor Pedro Elías Gutiérrez, compuso la zarzuela "Alma Llanera", estrenada en Caracas el 19 de septiembre de 1914. En uno de los actos de la pieza figura un joropo del mismo nombre, que pronto tuvo éxito en la capital convirtiéndose en una pieza de amplia difusión nacional e internacional. El Alma Llanera es hoy considerada como el segundo himno de Venezuela. Sin embargo, el escritor consideraría años después haría un juicio negativo de su obra, afirmando que "De todos mis adefesios es la letra del Alma Llanera del que más me arrepiento". ● Bolívar Coronado imaginó el Arauca vibrador ● Primer desencuentro con Francisco Villaespesa ● En 1916, luego del éxito de su zarzuela, se trasladó a Madrid. Allí escribió artículos literarios y anti gomecistas para distintos periódicos, y trabajó de copiador de manuscritos en la Biblioteca Nacional de Madrid para la "Editorial América", propiedad del escritor venezolano Rufino Blanco Fombona. También trabajó como secretario del escritor español Francisco Villaespesa, lo que le permitió colaborar en publicaciones periódicas españolas. ● Sin embargo, Bolívar Coronado nunca asistió a la biblioteca, limitándose a inventar cinco crónicas firmadas como Fray Nemesio de la Concepción Zapata, Maestre Juan de Ocampo, F. Salcedo Ordoñez, Diego Albéniz de la Cerrada y Mateo Montalvo de Jarama. Estas falsificaciones fueron descubiertas por el escritor e historiador venezolano Vicente Lecuna debido a la presencia de estructuras de redacción y vocablos, inexistentes en la época en que presuntamente se escribieron. ● Gracias a su supuesta habilidad para copiar estilos, hizo pasar por legítimos desde poemas hasta crónicas imaginarias de la conquista de América. Muchas de estas obras fueron publicadas por "Editorial América", que desconocía la falta de autenticidad de los mismos. ● Lecuna avisó a Blanco Fombona, quien, tras cotejar los libros contra los de la biblioteca en Madrid, confirmó que no eran iguales. En la editorial también consiguió obras falsas como El llanero (Estudio de sociología venezolana) de Daniel Mendoza, Letras españolas, primera mitad del siglo XIX de Rafael María Baralt y Obras científicas de Agustín Codazzi, entre muchas otras, incluyendo trabajos supuestos del mismo Blanco Fombona, Andrés Eloy Blanco, Andrés Bello, Juan Antonio Pérez Bonalde, Juan Vicente Gómez, Pío Gil, José Antonio Calcaño y Arturo Uslar Pietri, entre otros. En total, Coronado utilizó alrededor de 600 nombres, entre falsos y verdaderos, para firmar sus escritos, que incluyeron además antologías de poetas que nunca existieron. ● Las falsificaciones de Bolívar fueron reveladas en Venezuela en un aviso anónimo publicado en la edición venezolana de la revista "Billiken" en su edición del 6 de diciembre de 1919.1 El aviso denunció la edición de un libro con un prólogo de Luis Felipe Blanco Meaño (hermano de Andrés Eloy Blanco) que este nunca escribió. En sus escritos más personales, Bolívar Coronado justificó sus acciones como asunto de necesidad. ● Descubierto su engaño, Bolívar Coronado se ganó la enemistad de Rufino Blanco Fombona, quien lo persiguió por toda Europa, sin éxito. En su fuga, obtuvo empleo como corresponsal de guerra en África. Nunca realizó el viaje, pero escribió crónicas con las informaciones que lograba recoger en el puerto. Con su reputación afectada por sus engaños, Bolívar nunca volvió a Venezuela y vivió el resto de sus días marginado y en la pobreza. ● Referencias: el “aura” de Benjamin y Pierre Menard ● http://www.correodelorinoco.gob.ve/bolivar-coronado-escribio-alma-llanera-inspirado- viajeros-que-pasaron-por-aragua/ ● “Entre los impostores y falsarios de la literatura, el venezolano Rafael Bolívar Coronado (1884-1924) merece un lugar de privilegio al lado de George Psalmanzar y James MacPherson, aunque haciendo hincapié en que Bolívar Coronado escribió su obra apócrifa en el siglo XX y no para halagar su vanidad o conseguir más poder, sino para llegar a fin de mes”. Fernando Iwassaki ● Hay dos libros imprescindibles para conocer de cerca a Coronado: “El hombre que nació para el ruido” de Oldman Botello y “Un hombre con mas de seiscientos nombres” escrito por el historiador, ensayista, e increíble bibliófilo como lo es Rafael Ramón Castellanos. ● Rufino Blanco Fombona además de escritor y editor era un atrabiliario armado que no se andaba con sutilezas literarias a la hora de resolver conflictos. De seguro tenía una bala con el nombre de Coronado, pero no pudo encontrarlo. Entonces optó por publicarle un libro inédito: “Memorias de un semibárbaro”. Hacer publicar dichas memorias era un poco desenmascararlo y desacreditarlo en todo sentido. (...) Rafael Bolívar Coronado estaba loco y su locura fue escribir en un tiempo en el cual los escritores estaban interesados en formar parte del decorado del poder como funcionarios o asesores. Con su vida ha escrito la página literaria más fantástica, estrafalaria y vigorosa de nuestro país. Arrojó por el desagüe de la trampa y el heterónimo el prestigio de ser escritor. Quizá dilapidó su talento literario tratando de convertir el hecho de escribir en una actividad perdida en el tumulto de lo común. Coronado como ningún otro descubrió que el escritor es sólo un ídolo con pies de barros y cuando la literatura se torna un eco insoportable de nadería ególatra pensemos en su peripecia intelectual, en sus trapacerías literarias y en su aventajado lirismo de tener la literatura como un medio y no como un fin en sí misma. CARLOS YUSTI Los 600 nombres de Rafael Bolívar Coronado Cualquier apureño que se precie habría de parecerle extraño escuchar durante décadas aquellos dos versos iniciales de ese joropo conocido popularmente como el segundo himno nacional: el “Alma llanera” de 1914: “Yo nací en esta ribera / del Arauca vibrador”. El río Arauca es más bien uno macilento, de aguas terrosas, que no vibra como lo sugiere el adjetivo ni mucho menos espumea junto a garzas y rosas sino hasta completar su cauce con el río Orinoco. Sin embargo, quedó en el cancionero social que ese río vibraba al son del sentimiento nacional, un ardid que sólo Rafael Bolívar Coronado (1884) podía haber logrado, puesto que caló hondo en el imaginario colectivo venezolano. La poderosa imagen fue el primer timo literario de Bolívar Coronado, nacido en Villa de Cura (Aragua), quien nunca visitó las sabanas apureñas en toda su vida y además confesó en Memorias de un semibárbaro que “de todos mis adefesios es la letra del ‘Alma Llanera’ del que más me arrepiento”. Fue periodista de El Cojo Ilustrado y El Universal, y hasta tuvo amigos en el gobierno de Juan Vicente Gómez, sin embargo, harto de aquella Venezuela viajó hasta Madrid, donde trabajó como secretario del escritor español Francisco Villaespesa gracias a la falsificación de cartas de recomendación de otros intelectuales. Su suerte comenzaba a erigirse bajo falacias benignas, que cuestionaban toda legitimidad con el fin de obtener algo de dinero para comer y escribir. Su primer apellido lo prefiguró cual hombre terco, de intensa imaginación y larga visión. Coronado por el destino, para bien y para mal. Pues Villaespesa descubrió el engaño amanuense de Bolívar Coronado y lo botó como los cocineros hacen con los gatos. Y Rafael comenzó a descubrir que su vocación de impostor y falsario, habilidoso de la mímesis estilística y arduo trabajador, le abría oportunidades para llegar con algo en los bolsillos a fin de mes. También escribió desde España artículos literarios y antigomecistas para diferentes medios. Pero su mayor obra vendría con el carismático intelectual venezolano Rufino Blanco Fombona como su principal e inadvertido editor, quien en aquella época poseía la famosa Editorial América. Éste contrató a Bolívar Coronado para que copiara manuscritos en la Biblioteca Nacional de Madrid para su editorial, cosa que nunca llegó a hacer: dispuso de ese espacio bibliográfico para escribir y reescribir, a principios del siglo XX, crónicas de Indias, estudios sociológicos, obras científicas y demás artilugios literarios, que Blanco Fombona publicó sin saber que el aragüeño lo timaba. Así, Bolívar Coronado también pasó secretamente a llamarse Daniel Mendoza, Rafael María Baralt, Fray Nemesio de la Concepción Zapata, Agustín Codazzi. Todos son autores que vivieron y escribieron sus obras; Rafael Bolívar Coronado sólo tomaba sus nombres para crear las suyas. Todas fueron vendidas a Blanco Fombona, quien las publicó en su Editorial América, y aún hoy algunas son referencias académicas como El llanero (estudio de sociología venezolana), a pesar de haberse descubierto el timo literario de su creador. Lo que habla de la calidad estilística de Rafael, cosa que importó poco a Rufino cuando se enteró que su honra editorial se hallaba marchita por la ardid, descubierta por el historiador Vicente Lecuna, quien advirtió sobre ciertas incoherencias en el léxico y la sintaxis entre las crónicas “copiadas” por Bolívar Coronado y los datos originales. Las versiones de Bolívar Coronado, por supuesto, no resistieron el menor examen de Blanco Fombona. Éste lo buscó para batirse en duelo, pero el aragüeño huyó hasta Cataluña donde siguió escribiendo bajo distintos seudónimos para sobrevivir. Cuenta el historiador Rafael Ramón Castellanos que en su estancia catalana “Escribía además de los libros, 12 artículos diarios con nombres diferentes que cambiaba cada semana. Muchos de los artículos eran contra Gómez (...) escribe febrilmente, publica un poema inédito de Sor Juan Inés de la Cruz (suyo) y se hace corresponsal en la guerra del Sahara para La Publicidad, El Noticiero y El Diluvio de Barcelona. Pero en realidad nunca salió de España; se disfrazaba de mendigo y vagabundeaba por los muelles hablando con los marinos y estibadores que llegaban del Sahara español, de África, y con toda la información que les sacaba, calculaba las batallas, las bajas, y nunca llegó a equivocarse, por lo cual el pago era puntual”. La imaginación de Rafael Bolívar Coronado era tan eficaz que recreaba casi con exactitud la realidad. Tal grandilocuencia se expresa en la cantidad de seudónimos que usó, entre los que se encontraban asimismo Andrés Eloy Blanco, Andrés Bello, Juan Antonio Pérez Bonalde, Juan Vicente Gómez, Pío Gil, José Antonio Calcaño y Arturo Uslar Pietri. “La originalidad es el mejor de los plagios”, dice el poeta Carlos Angulo. Usó más de 600 nombres, falsos y verdaderos, y justificó sus timos bajo cuestiones de necesidad: “Ellos necesitaban nombres famosos: yo necesitaba trabajar para salir de apuros, que comenzaban a hacerse también famosos y que como yo no tengo nombre en la República de las Letras, he tenido que usar el de los consagrados, porque yo no puedo darme el lujo de que me salgan telarañas en las muelas”.