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Sordo, Pilar. No quiero crecer: Viva la diferencia para padres con hijos adolescentes. Santiago, Chile: Grupo Editorial
Norma, 2009.
RESUMEN
De 13 a 15 años: Terremoto.
La autonomía es clave en esta etapa. Los padres deben explicar la diferencia entre sexo y sexualidad. El
sexo tiene que ver con la práctica sexual, y la sexualidad con la connotación de esta práctica asociada a valores, al
compromiso, a la espera, a contención y a formación que ese niño o que ese adolescente ya ha recibido.
La sexualidad debe estar asociada a la espiritualidad.
Existen tres conceptos que deben ser aprendidos: pudor, autocuidado, virginidad, esperar, libertad, fuerza de
voluntad, perseverancia, reparar, el aprendizaje del dolor, diversión.
Existen grupos en cuanto a la primera experiencia sexual:
Los viejos del alma (aquellos que tienen bastante experiencia, está asociada a los traumas).
Los que no le importan nada, la incorporan como una experiencia de vida y simplemente siguen adelante.
Los que sí le importa, pero no es capaz de verbalizarlo, porque se siente ridículo.
Otro tema de importancia es la preocupación de los padres en forma masiva, es el asunto de los límites. Por
ejemplo, los horarios de salida y llegada a casa.
Para vivir libre en la vida se necesita aprender a ser responsable.
Otro tema es la tecnología y en qué medida utilizarla. Debe ser orientado por el ejemplo. La resolución de
conflictos debe ser cara a cara y no a través de teclados.
La tecnología dificulta el establecer la comunicación social y familiar.
En esta etapa se desarrolla mi escala o formación valórica. También se realiza la imagen de la pareja con la que
me voy a quedar. La elección depende de los valores inculcados por mi familia.
De 18 a 24 años: Sueños.
En esta etapa nos cuenta que los jóvenes tienen temple, son capaces de mantener sus sueños, se manejan
frente las frustraciones laborales o universitarias. En cuanto a la pareja, son capaces de consolidar relaciones basada
en el respeto, en un amor que hace bien, que no daña, que no provoca dolor, que simplemente hace crecer, se
comienza entender que el amor es más que una emoción o un sentimiento; es una decisión que yo tomo con el otro y
que recién a esta edad uno debiera tener orientada.
Palabras claves:
Tolerar los primeros fracasos emocionales y académicos.
Restablecer las relaciones con los padres un poco más madura de uno y con razones absolutamente
fundamentadas frente a los padres, en forma madura y responsable.
Si las personas no creen en el matrimonio, prefieren la idea de convivir. Otro problema es el gustito por el
dinero, en especial con la gente que trabaja y estudia, poco a poco va dejando de lado los estudios. Siempre le
sueldo tienen que ayudar a consolidar la carrera universitaria.
Hay que reforzar las relaciones familiares a pesar que estén grandes siguen dependiendo emocional y
económicamente de la autoridad de los papás y que, por lo tanto, a ellos siempre les deben agradecimiento y respeto.
Tratar de darles como padres a nuestros hijos todas las comodidades para que ellos se desarrollen de la
mejor forma posible quizás no ha de ser la mejor receta ideal. Si es así, pierden la capacidad para incentivarse, con
poca hambre de vida, se van desencantando de las cosas, sienten que nada les llena, que todo les aburre, que a la
primera dificultad lo único que quieren es arrancar, que a la primera frustración piensan que se equivocaron de
carrera, que porque no les gusta un ramo no es la carrera adecuada, etc.
También hay que buscar la consolidación de una adultez formada en parejas sólidas, estables, permanentes,
basadas en el respeto, en la comunión y en el diálogo abierto.
Adolescentes “Bacanes”.
Son aquellos los que llamamos Perno (Nerd, en los EE.UU.), es un niño que en chile es castigado por
estudiar, por hacer lo correcto, por tratar de no salir a carretear si tiene demasiados exámenes en la semana; por no
pololear o tener novia a temprana edad porque está esperando a alguien especial. Ese niño que hace lo correcto es
castigado socialmente. Este niño ama a sus padres y recibe el nombre de “mamón”. El “bacán” real es el que es
capaz primero lo que debe y también disfruta de los placeres. Que tiene amigos, que hace juntas, que tiene
actividades sociales, que es capaz de integrar la vida con otros, pero que ante todo van a estar sus responsabilidades
de niño y su capacidad para poder rendir y ojalá tener buenas notas.
Según Pilar Sordo, estas pulseritas -ya convertidas en un panorama del carrete pre-quinceañero- evidencian la forma
explosiva en que los adolescentes han comenzado a traspasar, a edades cada vez más tempranas, la barrera del
pudor.
Esta dinámica demuestra el poco valor que le entregan al acto de besarse, que bajo estos códigos se transforma en
una práctica divertida, sin trasfondo. Más que un acto importante en su desarrollo sexual y emocional, se convierte en
una búsqueda de sensaciones o de adrenalina.
Para la psicóloga, que describe este fenómeno en su nuevo libro, "No quiero crecer" (Editorial Norma), que se lanzará
estos días, el pudor es clave para el desarrollo de la sexualidad de los adolescentes. El pudor comienza a vivirse
junto con la aparición de los caracteres sexuales secundarios, aquellos que los distinguen, pero no son directamente
parte del sistema reproductor (caderas y pechos en las mujeres; músculos y vello facial en los hombres). Esta etapa -
que actualmente se inicia al final de los 11 años y al comienzo de los 12- provoca que se sientan y se vean distintos.
La primera reacción es que niños y niñas comiencen a resguardarse, a taparse y, en la gran mayoría de los casos, a
avergonzarse. El problema surge en la medida en que los adolescentes cambian, a la velocidad del rayo, la
vergüenza por la desinhibición. Y eso, asegura Pilar Sordo, se evidencia primero en las mujeres y más tardíamente
en los hombres. "Todo esto se hace evidente a los 13 años, cuando muchas niñas empiezan a tener un cuerpo de
mujeres en una estructura mental que sigue siendo infantil. Entonces comienza el tema de jugar con estas
características, probar con cuánto muestran y cuánto no muestran, y su actitud frente al pudor se trastoca. Sienten
que mantener el pudor es una cosa medio ridícula, pero que en cambio es una osadía mostrar. Esta actitud está
ligada con la sobreerotización de la sociedad, donde la mujer es más mujer en la medida en que tiene más busto".
En el caso de los hombres, este juego tiene un aspecto más conductual que corporal. Dice que la osadía masculina
está en el empezar a conquistar, en vencer el pudor a nivel de personalidad. "Más que mostrar su cuerpo, ellos se
preocupan más de conquistar, de mostrarse lo más machos posible y empiezan a trabajar su cuerpo para sentirse
atractivos desde ese ámbito".
En la medida en que esto ocurre es inevitable que niños y niñas terminen encontrándose en un juego donde se
potencian. Mientras estas niñas-mujeres se muestran más, los niños cambian sus conductas para conquistarlas.
Aparecen los códigos de conquista sexual, un crecimiento adolescente impaciente y adelantado. Esto ocurre porque
hay difusión en los límites; no está claro qué se hace a los 13 años, cuánto se seduce, cómo se conquista. "Esas
situaciones corresponden a otra edad, y traspasar ese límite a la larga sólo genera daño. De hecho, yo planteo que
en los cursos de séptimo y octavo básico no se debería pololear. A esa edad su misión debe estar más enfocada con
establecer códigos de lealtad en las amistades, más que códigos de uno a uno en términos de relación de pareja",
explica la psicóloga.
Para Pilar Sordo, como a esta edad los niños actúan muy instintivamente y no tienen un código emocional muy
grande ni menos valórico, el concepto de autocuidado es clave. Puede marcar la diferencia en esta escala de
desarrollo emotivo y sexual. El autocuidado es la salida, el fin de esta escala.
"Es la única manera de prevenir, pero requiere de tres cosas clave: una es la evaluación del riesgo, otra es el
establecimiento de un código valórico que te permita protegerte y el otro tiene que ver con la incorporación de
factores emocionales dentro de este repertorio erótico nuevo. Lograr que los niños manejen este concepto sólo
depende de los padres, quienes deben haberlo trabajado desde el inicio de su crianza. Enseñazas como que nadie lo
puede tocar, que tienen que respetarse a sí mismos, controlar sus instintos. Y eso, que en este momento se deposita
en lo sexual, debió centrarse a los cinco años con las pataletas, o a los tres años para controlarle el sueño o los
esfínteres. Al final, el cómo los papás codifiquen ese proceso de aprendizaje no es independiente de cómo va a llegar
a codificar su conducta sexual en la adolescencia. Es una malla que empieza a agarrar redes distintas".
En su libro Pilar Sordo asegura que actualmente los adolescentes tienen un exceso de información sobre el sexo y la
sexualidad finalmente termina por servirles de nada. Dice que en sus conversaciones con estos niños ha
comprendido que "todos los conocimientos que ellos manejan en relación a cómo cuidarse en términos de
mecanismos de anticoncepción, no los usan porque asumen que nunca van a vivir una situación tan extrema, y si la
vivieran, tampoco van a correr ningún riesgo porque no les va a pasar nada".
Precisamente esta errónea convicción de seguridad -"de que no les va a pasar nada"- es una característica central de
esta etapa de la adolescencia. Se conoce como principio de invulnerabilidad y está directamente relacionado con sus
estructuras mentales y neurológicas propias de su edad, porque hay ciertas partes del cerebro que se bloquean en la
evaluación de los riesgos. Lo natural es que esto vaya desapareciendo a medida que crecen. Pero como en la
actualidad muchos adolescentes también desarrollan una temprana relación con el alcohol, este principio de
invulnerabilidad crece y se extiende por un periodo más extenso de lo normal. Eso aumenta el riesgo. Se extiende la
idea de que las cosas les pueden pasar a otros, pero no a ellos.
"La mayoría de los adolescentes debe asumir el miedo a la experimentación de conductas adultas de una manera
positiva o negativa, dependiendo de su elección. Si lo viven de una manera positiva, el miedo va a ser un factor
protector, que les va a decir que no se pueden meter en situaciones riesgosas porque van a salir dañados. Pero el
problema surge porque en la actualidad el miedo no se enfrenta con esa mirada. Ya no está visto como un factor
protector, sino como algo que hay que traspasar, que hay que avasallar. Ahora el miedo se vive en la medida en que
se vence. Hoy, mayoritariamente los niños de 14 años valoran más al que dice que sí ante una conducta riesgosa que
el que dice valientemente no para protegerse. Ése es el perno", explica la psicóloga.
Bajo esta perspectiva de riesgo mal enfocado, el tema sexual adquiere una perspectiva diferente. La explicación de
Pilar Sordo es que durante la adolescencia son tantas las variables que hay que manejar en la vida cotidiana, son
tantos los miedos con los que los niños tienen que enfrentarse -subirse a una micro por primera vez, poder andar de
noche, experimentar situaciones sociales donde ven a otros consumir drogas, etc.-, que los adolescentes no están
preparados para incorporar además un tema con tanta energía propia como el sexual. "Así, al adelantar su iniciación
sexual, entre las niñas se desvirtúa el concepto de virginidad y muchas veces inician prácticas para las que no están
preparadas como el sexo oral".
"Creo que hay un tema ahí que se debe reflexionar socialmente, sobre todo entre quienes creemos en el concepto de
la espera, la espera en la madurez, la espera en el compromiso para poder entregar esta parte mía, porque
evidentemente esa persona, me guste o no, formará parte de la memoria emocional. Creo que le hemos ido
perdiendo el valor al concepto de espera, a pesar de que hay un grupo grande de jóvenes, de mujeres y hombres,
que lo siguen valorando como algo importante, pero que no se atreven a decirlo, porque son castigados socialmente,
al tratarse de un tema antiguo, un tema que aparentemente no tiene sentido. Y en eso los padres tenemos la
responsabilidad de hacerles soñar con ese concepto, tanto a hombres como a mujeres", explica en su libro.
Para la especialista, la mejor manera para que los padres combatan la errónea percepción del principio de
invulnerabilidad es que controlen los límites y resguarden el espacio protector de los hijos. Que expliquen claramente
cuáles son los factores de riesgo a los que no están dispuestos que se sometan o vivan. Y eso pasa por su
autonomía. "A los quince años los niños no deberían ser tan autónomos. Deberían tener una hora límite clara para
carretear, y menos hacerlo en horarios nocturnos ni en discoteques, porque en esos espacios hay más riesgos.
Además los papás deberían tener un control sobre las amistades de sus hijos. Deberían indicar las variables de
control y las situaciones de riesgos de las cuales están protegiendo a sus hijos".
Para Pilar Sordo, la impaciencia adolescente es otra característica que define y determina el acercamiento de las
nuevas generaciones a la sexualidad. Dice que estamos frente a pre-quinceañeros que quieren experimentar
sensaciones con rapidez y con la excusa de que eso los hace sentir más vivos, más grandes. "Tiene que ver con la
conexión, con la adrenalina, con el que desaparezcan las angustias, las responsabilidades. Pero este deseo de vivir
al máximo inevitablemente se entrecruza con la imprudencia, con la pérdida de control, con la ignorancia de lo que se
está experimentando".
Esta impaciencia inevitablemente está asociada con la sensación de invulnerabilidad. Es el paso siguiente de ese
estado. En la medida en que los adolescentes pierden el miedo, que se sienten seguros ante el riesgo, que
malinterpretan su autonomía, la ansiedad por experimentar crece y genera que se cometan conductas basadas en la
impaciencia.
Además, aclara Pilar Sordo, esta sensación de experimentar también es provocada por otras estructuras sociales
bastante más complejas que ejercen presión sobre los adolescentes. "Esta generación, a la que apellido "banda
ancha", está determinada por un sentimiento de rapidez para todo; para ellos todo tiene que ser instantáneo, todo
tiene que ocurrir en el momento, sin procesos largos. Y eso es algo que replican de lo que sucede dentro de hogares
donde ya no se cocina sino que se compra la comida hecha, en los que todo se encarga por teléfono o por el
computador. Ante esa realidad, estos niños, que no tienen su personalidad e identidad aún estructurada prenden
como pasto seco".
Entonces, si a esta impaciencia también se suman las anteriores etapas -la pérdida de la barrera del pudor, la falta de
autocuidado- no es de extrañar que un gran porcentaje de adolescentes actualmente tenga su primera relación sexual
tempranamente, sin mayor conciencia de lo que están haciendo. Se inician en una sexualidad que, en la gran
mayoría de los casos, no está asociada al afecto, sino sólo a la práctica.
"El resultado es que los adolescentes empiezan a sentir interiormente grandes cuotas de angustia, sobre todo las
mujeres, porque ellas están por naturaleza más intrínsecamente hechas para asociar o mezclar lo emocional, y se les
obliga a disociarlo, porque o están bebidas o porque así hay que hacerlo. El tema es que ni siquiera dejan espacio
para una conquista larga. O se adelanta ella a decirle que le gusta, o se adelanta él, o se besan antes de conversar.
El tema es ir saltándose etapas lo más rápido posible, para avanzar. ¿Hacia dónde? Ni siquiera ellos lo tienen claro,
pero el punto es que están avanzando", dice la psicóloga.
Para poner freno a esta impaciencia, los mecanismos de control de los padres son clave. "Si los papás no atrincan,
no ajustan y no aprietan, de aquí en adelante costará un triunfo. Fundamentalmente hay que tratar de poner límites
de horario, conocer a los amigos de los hijos, algo más que sólo el nombre, tener acceso a las redes tecnológicas que
maneja -fotolog, facebook, twitter, etc.-, saber cómo las viven y cómo las experimentan".
La especialista aclara que es muy importante que los padres comprendan que esto sucede en un trasfondo de
deberes y derechos.
"Hoy los niños tienen más conciencia de lo segundo. En la medida en que los padres instauran esta conciencia,
enseñan códigos valóricos a sus hijos y guiarlos para que se dejen de regir por lo instintivo, la estructura para resistir
este remezón estará mejor preparada".