Professional Documents
Culture Documents
Anadeli Bencomo
Marc Zimmerman
coordinadores
IR Y VENIR
PROCESOS TRANSNACIONALES
ENTRE
I.S.B.N. 978-1-941373-04-0
www.alternativas.osu.edu
Edición y diseño: Abril Trigo
Portada: Migración (Federico Uribe, 2002)
2017
Sonia
Báez-‐Hernández
ha
enseñado
en
la
Universidad
de
Illinois,
Chicago
y
Colombia
College.
Ella
fue
artista
residente
en
el
programa
Pollock-‐Krasner
(2002-‐03),
y
su
obra
se
ha
exhibido
en
Chicago
en
el
Museo
de
Ciencia
e
Industria,
School
of
the
Art
Institute,
y
Collage
de
las
Américas;
también
en
el
Museo
de
Arte
Moderno
en
la
República
Dominicana,
Royal
College
of
Art
y
otros
lugares.
Ha
publicado
sobre
inmigración
y
formación
de
identidad,
diferencia
política
y
cultural
en
la
práctica
del
tatuaje
y
el
graffiti,
y
la
experiencia
de
mujeres
latinas
con
cáncer.
Además,
ha
publicado
varios
poemas
en
Between
the
Heart
and
the
Land:
Women
Poets
from
the
Midwest
(2001)
y
en
el
Centro
de
Estudios
Puertorriqueños
Journal.
Anadeli
Bencomo
estudió
la
Maestría
en
Literatura
Latinoamericana
en
la
Universidad
Simón
Bolívar
en
Caracas
y
el
doctorado
en
Literatura
Hispanoamericana
en
la
Universidad
de
Pittsburgh.
Es
profesora
de
literatura
y
cultura
latinoamericana
en
la
Universidad
de
Houston,
donde
actualmente
se
desempeña
como
Vicedecana
de
Investigación
de
la
Facultad
de
Humanidades
y
Ciencias
Sociales.
Sus
libros
estudian
las
direcciones
de
la
crónica
mexicana
contemporánea
Voces
y
voceros
de
la
megalópolis
(2002)
y
Entre
héroes
fantasmas
y
apocalípticos:
Testigos
y
paisajes
en
la
crónica
mexicana
(2011).
Es
coeditora
de
En
breve:
la
novela
corta
en
México
(2014)
y
autora
de
numerosos
artículos
sobre
estudios
literarios
y
culturales
latinoamericanos.
Ha
sido
becaria
de
la
Fundación
Rockefeller
en
dos
oportunidades
e
investigadora
residente
en
México
como
parte
del
programa
Fulbright-‐García
Robles.
Marc
Zimmerman
ha
enseñado
en
la
Universidad
de
Puerto
Rico,
Río
Piedras;
McGill
University,
la
Universidad
Autónoma
de
Nicaragua.
También
ha
trabajado
con
migrantes
trabajadores
en
Minnesota
y
con
poetas
en
el
Ministerio
de
Cultura
de
Nicaragua.
Fue
becado
de
Fulbright
en
Guatemala
(1988-‐90);
miembro
del
jurado
para
el
premio
Casa
de
las
Américas
de
1994;
y
Director
de
Estudios
Graduados
del
programa
de
Estudios
latinoamericanos
de
la
Universidad
de
Illinois-‐Chicago,
donde
enseñó
por
22
años.
Desde
2002,
es
Director
del
Departamento
de
Lenguas
Clásicas
y
Modernas
de
la
Universidad
de
Houston,
donde
también
dirige
el
proyecto
de
investigaciones
y
publicaciones,
Global
CASA
y
LACASA
(Latin
American/Latino
Cultural
Activities
and
Studies
Arena).
Ha
publicado
varios
articulos;
y
sus
libros
y
ediciones
en
colaboración
incluyen:
El
Quarteto
Centroamericano
(1980-‐1998);
Processes
of
Unity
in
Caribbean
Societies,
Ideologies
and
Literatures
(1983);
Lucien
Goldmann
y
el
estructuralismo
genético
(1985);
Literature
and
Politics
in
the
Central
American
Revolutions
(1990);
U.S.
Latino
Literature
(1992);
Literature
and
Resistance
in
Guatemala
(1995),
New
World
[Dis]Orders
and
Peripheral
Strains
(1998);
Globalización,
nación,
(post)modernidad:
estudios
culturales
puertorriqueños
(2001);
y
Ciudades
latinoamericanas
en
el
nuevo
[des]orden
mundial
(2004).
Dedicatoria
De Sonia Báez:
De Anadeli Bencomo:
De Marc Zimmerman:
Prefacio 1
Migración (2002) 7
Federico Uribe
Introducción 8
Dambalah La Flambeau (2000) 30
Edouard Duval Carrie
I. Perspectivas generales 31
El auge de los Estudios Migratorios Transnacionales 32
Sarah Mahler
Globalización y producción de conocimientos: hacia una reconfiguración
geocultural 65
Juan Poblete
Presente de Derechos Humanos (2004) 87
Sonia Báez Hernández
II. Sur y Centro/Norte 88
Imaginarios migrantes: los uruguayos en Massachussets 89
Abril Trigo
Desplazamiento y transnacionalismo en la construcción de una identidad
cultural andina en los EE.UU. 119 J
Centroamericanos-americanos: Invisibilidad, poder y representación en el
mundo latino de los Estados Unidos 138
Arturo Arias
El Departamento 15 en Washington, D.C.: la construcción de un espacio
cultural salvadoreño 161
Ana Patricia Rodríguez
Pasaporte inerte en lo transnacional y peanuts (2004) 176
Sonia Báez Hernández
III. Caribe/USA 177
Disquisiciones en la diáspora: sobre dominicanistas, transnacionalismo
y comunidad 178
Silvio Torres-Saillant
La formación y el desarrollo transnacional del capital cívico social
entre los cubanos católicos en Miami 212
Katrin Hansing
Nación, migración, identidad: reflexiones sobre el transnacionalismo
a propósito del caso de Puerto Rico 230
Jorge Duany
Enormes sonidos… ¿de pequeños países? Migración y globalización
en la música salsa 243
Ángel Quintero-Rivera
Pasaporte inerte en lo transnacional y peanuts (2004) 270
Sonia Báez Hernández
IV. Entre México y El Norte 271
Reflexiones en torno a los Estados, los subalternos y las relaciones
de poder en un mundo de flujos de bienes y personas 272
John Gledhill
Entre la Mixteca y Nueva York: las remesas socioculturales
de los migrantes mexicanos 298
Liliana Rivero-Sánchez
Migrantes atenguillenses en Estados Unidos y Canadá.
Creatividad y recursos simbólicos 327
María de Lourdes García Curiel
México en su sitio. México en Chicago, Tucson, Los Ángeles, Dallas,
San Antonio, Nueva York, y la lista se amplía 347
Carlos Monsiváis
Detengan la trata humana (2004) 364
Sonia Báez Hernández
Obras citadas 365
Notas sobre los coordinadores, autores y artistas 409
IR
Y
VENIR
1
La
creciente
importancia
de
los
flujos
migratorios
transnacionales,
agravada
por
la
tragedia
de
poblaciones
enteras
de
desplazados
y
millares
de
refugiados
por
motivos
bélicos,
y
amplificada
por
una
renovada
xenofobia
sobre
la
cual
se
montan
las
políticas
regresivas
y
represivas
implementadas
por
los
actuales
gobiernos
europeos
y
norteamericano,
nos
han
determinado
a
publicar
una
segunda
edición,
esta
vez
digital,
de
Ir
y
venir.
Procesos
transnacionales
entre
América
Latina
y
el
norte,
estupenda
compilación
sobre
tema
realizada
por
Sonia
Báez
Hernández,
Anadeli
Bencomo
y
Marc
Zimmerman.
La
originalidad,
calidad
y
amplitud
de
los
ensayos
que
componen
el
libro
mantienen
su
plena
vigencia
intelectual
y
política
tanto
o
más
que
en
el
momento
de
su
primera
publicación
por
la
editorial
LaCasa
en
colaboración
con
Bravo
y
Allende
Editores
hace
exactamente
diez
años.
Esta
edición
mantiene
los
ensayos
originales
en
su
forma
original,
a
excepción
de
la
Introducción,
que
ha
sido
revisada
y
actualizada
debidamente,
y
de
algunos
cambios
en
las
obras
de
arte
incluidas
en
el
libro.
Abril
Trigo
Febrero
2017
IR
Y
VENIR
2
PREFACIO
LA PROBLEMÁTICA
Durante
las
últimas
décadas,
la
investigación
sobre
la
vida
y
la
cultura
de
los
latinos
en
los
Estados
Unidos
ha
cobrado
una
gran
importancia.
De
igual
forma,
se
ha
convertido
en
un
elemento
esencial
dentro
del
análisis
sobre
el
impacto
de
las
migraciones
más
recientes
sobre
estas
comunidades
latinas.
Relacionado
con
estos
temas
es
conveniente,
además,
el
estudio
del
fenómeno
transnacional,
es
decir,
de
los
múltiples
flujos
de
individuos
y
de
subjetividades
a
través
de
las
fronteras;
teniendo
que
resaltar
también,
el
impacto
de
los
procesos
transnacionales
que
han
experimentado
las
comunidades
de
donde
han
venido
los
migrantes.
Por
eso
nos
referimos
en
nuestro
título
a
un
“ir
y
venir”
para
describir
este
tránsito
transnacional
caracterizado
por
la
ausencia
de
una
determinación
o
fijación,
tanto
cultural
como
geográfica,
de
los
diversos
actores
involucrados
en
este
fenómeno.
La
migración
transnacional
afecta,
de
diferentes
formas,
ciertas
categorías
tradicionales
de
identidad,
como
es
el
caso
del
concepto
de
nación,
de
ciudadanía,
de
comunidad;
exigiendo,
por
lo
tanto,
una
revisión
más
detallada
de
éstas
y
de
otras
cuestiones
frente
a
las
múltiples
condiciones
impulsadas
por
la
globalización.
Ahora
bien,
si
bien
ya
existen
en
la
actualidad
un
gran
número
de
estudios
sobre
los
procesos
transnacionales
(Gail
Mummert,
Vélez
y
Sampaio),
todavía
no
hemos
encontrado
hasta
el
momento
un
nexo
que
nos
permite
entrelazar
dichos
estudios
con
los
de
los
estudios
culturales
y
su
énfasis
en
las
transformaciones,
rearticulaciones
y
reterritorializaciones
de
los
procesos
culturales
dentro
del
contexto
de
la
globalización.
Para
lograr
este
texto,
hemos
reunido
algunos
ensayos
de
varios
expertos
en
migración
transnacional
(Sarah
Mahler,
Jorge
Duany,
Katrin
Hansing,
John
Gledhill)
y
también
de
especialistas
en
estudios
culturales
(Juan
Poblete,
Abril
Trigo,
Ángel
Quintero
Rivera,
Juan
Zevallos,
Arturo
Arias,
Carlos
Monsiváis
entre
otros).
La
temática
de
los
ensayos
es
variada
e
incluye
tópicos
IR
Y
VENIR
3
IR
Y
VENIR
4
AGRADECIMIENTOS
El
libro
nació
como
proyecto
en
el
simposio,
Mapping
Latin
American
Chicago
(MLAC)
celebrado
inmediatamente
después
de
la
Conferencia
de
la
Asociación
de
Estudios
Latinoamericanos
en
septiembre
de
1998,
por
el
programa
de
Estudios
Latinoamericanos
(ahora
“Latin
American
and
Latino
Studies”,
o
“LALS”)
de
la
Universidad
de
Illinois
de
Chicago
(UIC).
Concebido
como
un
paso
crucial
de
un
proyecto
más
amplio
denominado
LACASA
Chicago
(Chicago
Latin
American
Activities
and
Studies
Arena—ahora
LACASA)
y
elaborado
durante
el
año
que
estuve
afiliado
al
Great
Cities
Institute
(1997-‐98)
de
la
UIC,
el
MLAC
fue
financiado
por
la
Fundación
Rockefeller
y
por
el
mencionado
Institute.
También
participaron
LALS
y
otras
entidades
de
UIC,
incluyendo
el
Nuveen
Center
for
International
Relations,
el
Institute
for
Humanities
y
el
Centro
Cultural
Latino
Rafael
Cintrón-‐Ortiz.
Este
simposio
congregó
a
reconocidos
especialistas
en
estudios
culturales
latinoamericanos
y
latinos
en
Estados
Unidos
junto
con
especialistas
del
“Midwest”
del
mismo
país,
con
el
fin
de
considerar
una
serie
de
asuntos
relacionados
con
el
surgimiento
de
Chicago
como
una
ciudad
híbrida,
pero
significativamente
globalizada,
transnacionalizada
y
latinoamericanizada
a
finales
del
siglo
XX.
Los
invitados
presentaron
una
serie
de
trabajos
de
gran
calidad.
Este
hecho
nos
convenció
de
la
factibilidad
y
de
la
necesidad
de
editar
un
libro
con
algunos
de
estos
artículos
que
bien
pudieran
servirnos
para
avanzar
un
poco
más
en
el
desarrollo
programático
de
las
áreas
de
globalización
y
de
los
estudios
transnacionales
latinoamericanos
y
latinos.
Para
desarrollar
dicho
proyecto,
Sonia
Báez
se
encargó
del
aspecto
visual
y
Anadeli
Bencomo
de
la
redacción
de
los
ensayos.
Este
libro
constituye
un
nuevo
volumen
que
forma
parte
de
una
serie
de
colecciones
sobre
estudios
culturales
latinoamericanos
dentro
de
la
nueva
era
de
la
globalización,
desarrollada
como
parte
del
proyecto
de
LACASA
Chicago.
El
primer
texto,
New
World
[Dis]Orders
and
Peripheral
Strains
(Chicago:
MARCH/Abrazo
1998),
editado
con
Michael
Piazza,
presenta
algunas
de
las
premisas
básicas
de
nuestro
proyecto
general.
El
segundo
texto,
Globalización,
(post)modernidad
y
estudios
culturales
puertorriqueños
(San
Juan:
LACASA
Puerto
Rico
y
LACASA
Chicago
2001),
editado
en
IR
Y
VENIR
5
colaboración
con
Luis
Felipe
Díaz,
se
puede
considerar
como
una
continuación
a
New
World
[Dis]Orders
pero
que
pretende
en
este
caso
centrarse
en
una
localidad
muy
específica
y
especial
en
América
Latina—la
cual,
en
estos
momentos,
está
transcendiendo
su
espacio
isleño
al
continente
que
la
anexó.
El
tercer
texto,
Ciudades
latinoamericanas
en
el
nuevo
[des]orden
mundial
(México.
Siglo
XXI
2004)
nos
retorna
al
objetivo
geográfico
del
primer
texto,
aunque
enfocándose,
en
la
dimensión
urbana.
Otro
volumen,
fruto
también
de
la
conferencia
MLAC
sobre
los
latinos
en
las
ciudades
latinizadas
de
los
Estados
Unidos
se
encuentra
actualmente
en
preparación.
Los
editores
quisieran
agradecer,
además,
a
la
profesora
Marcia
Farr,
afiliada
anteriormente
a
la
UIC
y
ahora
a
la
Universidad
de
Ohio
State,
por
financiar
la
digitalización
de
la
presentación
de
Carlos
Monsiváis
realizada
por
Abel
Mercado.
También
agradecemos
a
Sarah
Mahler
por
hacer
posible
la
participación
de
Katrin
Hansing.
Agradecemos
las
traducciones
elaboradas
por
los
estudiantes
del
programa
de
postgrado
de
español
de
la
Universidad
de
Houston:
Alberto
Cofresi,
Stella
Cruz-‐
Romero,
Miguel
Bustamante
Tristán,
Flavia
Belpoliti,
Alberto
Jorge
Ameal
Pérez
y
Patricia
Gubitosi,
que
igualmente
colaboraron
en
la
crítica
y
redacción
de
los
ensayos
junto
con
María
Teresa
Vera,
David
Rangel,
Cardenio
Bedoya,
Luziris
Pineda
y
Tatiana
Caycedo.
Debemos
hacer
un
especial
reconocimiento
a
Stella
Cruz-‐Romero,
a
Marino
Carlos
Segura
y
a
Blanca
González
Guardarama,
quienes
estuvieron
a
cargo
de
la
edición
de
una
gran
parte
de
los
artículos
incluidos
en
este
volumen.
Les
agradecemos
su
dedicación
y
su
compromiso
con
la
calidad
final
del
texto.
También
quisiéramos
reconocer
al
College
of
Liberal
Arts
and
Social
Sciences
de
la
Universidad
de
Houston,
por
los
fondos
que
apoyaron
la
iniciativa
del
programa
CCC
(Comparative
Critical
and
Cultural
Studies)
y
a
la
beca
GEAR
de
la
misma
Universidad.
Finalmente
queremos
reconocer
el
apoyo
y
asesoría
de
Tom
Gutting
y
de
Nicolás
Kanellos,
cuyo
apoyo
fue
clave
en
la
configuración
de
nuestra
propuesta.
Este
libro,
incluido
dentro
de
una
serie
de
textos
sobre
estudios
culturales
del
proyecto
LACASA,
pretende
consolidar
y
promocionar
el
programa
graduado
de
Español
del
Departamento
de
Estudios
Latinoamericanos
de
la
Universidad
de
Houston.
Por
ello,
este
ambicioso
proyecto
forma
parte
tanto
de
los
programas
de
World
Culture
and
Literature
(WCL)
y
como
del
curriculum
IR
Y
VENIR
6
de
asignaturas
de
postgrado
en
español
del
Departamento
de
Lenguas
Modernas
y
Clásicas
de
la
misma
universidad.
El
nombre
LACASA
no
sólo
se
refiere
a
“Cultural
Activities
and
Studies
Arena”,
sino
también
al
hogar:
es
nuestra
casa,
pero
es
también
la
casa
de
nuestros
amigos
y
lectores.
Los
editores.
Miami
y
Houston,
2006
IR
Y
VENIR
7
Federico Uribe
Migración (2002)
IR
Y
VENIR
8
INTRODUCCIÓN
Sonia Báez Hernández, Anadeli Bencomo y Marc Zimmerman1
GLOBALIZACIÓN Y TRANSNACIONALISMOS
Este
libro
se
planteó
inicialmente
como
un
espacio
para
la
reflexión
sobre
los
procesos
trasnacionales
relacionados
con
lo
latino
y
lo
latinoamericano.
Sin
embargo,
según
fuimos
avanzando
en
su
elaboración,
descubrimos
que
la
discusión
sobre
los
actores
y
las
prácticas
transnacionales
se
articulaba
en
más
de
una
ocasión
con
las
problemáticas
y
la
teorización
vinculadas
a
los
fenómenos
de
la
globalización.
De
acuerdo
a
las
ideas
de
Daniel
Mato,
esta
relación
sugiere
que
los
estudios
sobre
lo
transnacional
se
están
refiriendo
en
gran
parte
a
las
prácticas
de
actores
sociales
involucrados
en
“niveles
tendencialmente
planetarios”
(Mato
1997:
147).
Resulta
entonces
aparente
que
el
vínculo
entre
la
globalización
y
los
transnacionalismos
se
construye
a
partir
de
la
relación
ineludible
entre
unos
agentes
globalizadores,
como
son
las
tecnologías
de
la
comunicación
y
el
transporte,
los
flujos
de
capitales,
los
nuevos
modos
de
producción
postnacionales,
y
unos
actores
(personas
y
subjetividades)
capaces
de
identificarse
con
un
mundo
en
el
que
las
fronteras
internacionales
–reales
e
imaginarias–
parecen
reconstituirse
para
dar
paso
a
una
red
de
interconexiones
múltiples.
Así
se
concibe
lo
transnacional
como
un
modelo
de
relación
entre
individuos
e
imaginarios
conectados
a
nivel
global
y
en
constante
movimiento
entre
fronteras
políticas,
económicas,
nacionales
y
culturales.
Dentro
de
esta
red
de
relaciones
se
forjan
y
se
experimentan
múltiples
prácticas
transnacionales
que
podrían
ser
definidas
como
iniciativas,
experiencias
cotidianas,
formaciones
organizativas
y
comunitarias
que
tienden
a
normalizar
el
flujo
1
Los
coordinadores
quieren
agradecer
los
comentarios
de
Elizabeth
Cummins,
Stella
Cruz-‐Romero,
Jaime
Retamales,
María
Teresa
Vera
y
Alberto
Ameal
Pérez
(estudiantes
graduados
en
el
Departamento
de
Modern
and
Classical
Languages
de
la
Universidad
de
Houston)
sobre
algunos
de
los
artículos
incluidos
en
nuestro
libro.
IR
Y
VENIR
9
entre
un
ir
y
un
venir,
entre
un
allá
y
un
aquí,
entre
un
espacio/tiempo
en
continua
reconfiguración.
De
esta
manera
podemos
entender
el
transnacionalismo
como
un
fenómeno
caracterizado
por
el
dinamismo
constante
de
sus
procesos
y
vinculado
de
manera
directa
con
estructuras,
procesos
y
fuerzas
globalizadoras.
La
ruptura
de
un
orden
mundial
basado
en
la
oposición
binaria
a
nivel
nacional
y
étnico,
por
un
lado,
y
las
relaciones
entre
los
mapas
epistemológicos
y
los
mapas-‐
redes
transnacionales
implican
desafíos
reales.
La
ruptura
del
orden
mundial
que
se
produce
como
resultado
del
fin
de
la
Guerra
Fría,
cuando
los
centros
del
capital
se
descentralizan
y
se
desnacionalizan
ciertos
modos
de
producción
–el
“posfordismo”–,
implica
nuevos
modos
de
identificación
para
los
actores
involucrados,
tanto
los
productores
como
los
consumidores.
Por
lo
tanto,
nos
parece
fundamental
tomar
en
cuenta
los
aspectos
culturales
que
forman
parte
de
estos
procesos
para
entender
mejor
la
dinámica
de
los
flujos
transnacionales.
Durante
los
últimos
años,
los
estudios
transnacionales
han
enfatizado
la
cuestión
de
los
movimientos
migratorios
como
parte
de
una
economía
mundial
cada
día
más
integrada.
Mientras
que
los
macroestudios
de
la
globalización
examinan
los
complejos
movimientos
de
comercio,
de
capital,
de
trabajadores,
de
empleos
y
de
mercados
a
través
de
las
fronteras
nacionales,
los
micro-‐
estudios
transnacionales
se
interesan
más
por
la
gente,
por
las
prácticas
personales
y
por
las
comunidades
de
los
individuos
que
viven
en
más
de
un
sitio,
que
en
lugar
de
ser
los
portadores
inconscientes
de
ciertas
categorías
tradicionales
como
la
de
“refugiados
desarraigados”,
manipulan
activamente
una
serie
de
identidades,
de
posiciones
de
clase
y
de
etnicidades
en
diversos
contextos.
En
otras
palabras,
mientras
entendemos
la
globalización
como
la
compleja
red
que
desterritorializa
mercados,
capitales
y
nacionalidades,
el
trasnacionalismo
se
ofrece
como
una
posibilidad
de
pensar
en
reterritorializaciones
de
personas
y
de
comunidades
como
parte
de
nuevos
paradigmas
identitarios
y
subjetivos
que
no
responden
ya
a
la
idea
de
una
geografía,
de
un
imaginario
ni
a
una
identidad
que
les
vincule
al
paradigma
de
un
estado-‐nación.
En
la
década
de
los
noventa,
el
emergente
campo
de
los
estudios
transnacionales
recurrió
a
una
de
las
definiciones
pioneras
acuñada
por
las
antropólogas
Linda
Basch,
Nina
Glick
Schiller
y
Cristina
Szanton
Blanc.
Estas
especialistas
definieron
el
transnacionalismo
como
el
conjunto
de
procesos
a
través
de
los
cuales
los
migrantes
forjan
y
desarrollan
relaciones
sociales
entrecruzadas
que enlazan sus sociedades de origen con las sociedades de residencia.2 Esta definición analizaba
IR
Y
VENIR
10
IR
Y
VENIR
11
algunas
coyunturas
políticas,
los
desastres
de
las
guerras
recientes
y
las
crisis
del
medio
ambiente
que
condicionan
buena
parte
de
estos
desplazamientos.
En
la
medida
en
que
la
gente
se
traslada
del
campo
a
la
ciudad,
mientras
los
individuos
van
y
vienen
a
y
desde
Madrid,
Santurce
y
el
Bronx,
cruzando
las
fronteras,
las
poblaciones
e
identidades
van
cambiando
y
modificándose
constantemente.
Ahora
bien,
muchos
de
los
cambios
relacionados
con
esta
migración
transnacional
pueden
causar
profundas
crisis
de
identidad.
Los
conflictos
psicológicos
e
identitarios
son
a
veces
tan
fuertes
que
la
gente
se
trastorna;
con
el
agravante
de
que
las
metodologías
normativas
de
las
prácticas
psicológicas
o
la
psiquiátricas
actuales
no
funcionan
en
todos
los
casos
para
tratar
los
problemas
mentales
suscitados
por
tal
migración.
Además,
carecemos
de
una
teoría
elaborada
específicamente
para
estudiar
con
detalle
las
implicaciones
de
los
procesos
culturales
de
los
inmigrantes.
Obviamente
reconocemos
las
reflexiones
sobre
estos
procesos
que
han
sido
desarrolladas
en
los
libros
más
recientes
de
Arjun
Appadurai,
de
Néstor
García
Canclini,
de
George
Yúdice
y
de
otros
autores
reconocidos
dentro
del
campo
de
los
estudios
culturales.
En
este
libro
reunimos
precisamente
algunas
perspectivas
particulares
frente
al
tema
que
nos
lleva
a
entender
el
estado
actual
del
debate
sobre
lo
transnacional.
Por
eso,
los
artículos
incluidos
en
el
libro
se
plantean
preguntas
alrededor
de
las
nuevas
articulaciones
que
están
surgiendo
a
nivel
nacional,
regional
y
local,
como
consecuencia
de
todos
estos
fenómenos.
Nuestro
libro
se
centra
principalmente
en
dos
puntos:
1.Cómo
se
pueden
considerar
los
procesos
transnacionales
y
su
nexo
con
los
estudios
de
la
globalización
y
sus
efectos
culturales:
cómo,
en
realidad,
los
estudios
transnacionales
se
relacionan
con
el
campo
de
los
estudios
culturales
en
una
trayectoria
que
va
desde
Gramsci
a
Raymond
Williams,
Stuart
Hall,
Appadurai
y
hasta
los
latinoamericanistas
como
García
Canclini.
Nuestra
hipótesis
postula
que
sin
considerar
un
enfoque
cultural
no
se
puede
desarrollar
en
toda
su
complejidad
el
emergente
campo
de
los
estudios
transnacionales.
2.
Cómo
el
campo
de
los
estudios
latinos/latinoamericanos
tras
la
irrupción
de
tendencias
y
de
teorías
globalizadoras
va
modificándose
y
afectando
a
su
vez
el
marco
de
los
estudios
IR
Y
VENIR
12
transnacionales.
Al
mismo
tiempo,
el
libro
presenta
una
revisión
que
favorece
diferentes
consideraciones
y
a
su
vez
integra
varias
dimensiones
de
aquellos
flujos
que
se
dan
entre
dos
polos,
el
sur
y
el
norte.
Evidentemente,
al
hablar
de
flujos
nos
referimos
a
una
amplia
gama
de
intercambios
que
incluyen
movimientos
migratorios,
transacciones
mercantiles,
movimientos
de
capital,
mediaciones
culturales,
etc.
Ahora
bien,
debemos
señalar
que
en
el
caso
de
los
flujos
entre
América
Latina
y
el
norte
nos
encontramos
ante
un
cuadro
de
relaciones
transnacionales
asimétricas,
es
decir,
definidas
por
diferencias
fundamentales
entre
los
polos
que
integran
este
modelo
de
intercambio
económico,
político
y
humano.
El
polo
representado
por
el
norte
(Estados
Unidos
y
Canadá)
se
asocia
tradicionalmente
con
un
conjunto
de
condiciones
y
de
oportunidades
que
se
prevén
como
ventajosas
frente
a
las
que
caracterizan
a
la
región
latinoamericana
del
continente.
Esta
asimetría
fundamental
define
la
naturaleza
de
cierto
transnacionalismo
que
aquí
nos
ocupa:
un
transnacionalismo
desde
abajo,
según
la
denominación
empleada
por
Sarah
Mahler
en
su
artículo,
y
que
se
refiere
al
contraste
entre
un
transnacionalismo
desde
arriba
ligado
a
las
fuerzas
hegemónicas
de
la
globalización
y
al
fenómeno
de
los
flujos
‘menores’
vinculados
a
prácticas
migratorias
y
culturales
de
ciertos
actores/sectores
subalternos.
La
idea
sería
precisamente
explorar
los
modos
en
los
que
se
articulan
estos
transnacionalismos
asimétricos
y
resaltar
las
condiciones,
prácticas
y
resultantes
de
este
engranaje
bidireccional.
En
las
consideraciones
sobre
los
fenómenos
transnacionales
desde
la
perspectiva
latino/latinoamericana,
estamos
privilegiando
una
cara
de
la
moneda
que
descubre
no
sólo
las
asimetrías
predecibles,
sino
aquellos
ejemplos
y
situaciones
que
sirven
para
refutar
el
optimismo
teórico
de
ciertos
modelos
emancipatorios
como
los
identificados
con
la
multitud
migrante
descrita
por
Hardt
y
Negri
en
Imperio,
o
con
cierto
matiz
celebratorio
del
fenómeno
que
estudiosos
como
Luis
Guarnizo
desarrollan
al
analizar
el
fenómeno
transnacional.
Algunos
de
los
ensayos
incluidos
en
este
volumen
pretenden
demostrar
que
el
transnacionalismo
no
se
traduce
necesariamente
(como
podría
esperarse
desde
otras
latitudes
geográficas
y
epistemológicas)
en
un
correlato
de
actitudes
y
de
avances
democratizadores.
Sobre
algunos
de
estos
aspectos
nos
advierte
Torres
Saillant
en
su
análisis
del
transnacionalismo
desde
la
perspectiva
dominicana.
De
IR
Y
VENIR
13
igual
forma,
Zygmunt
Bauman
en
su
libro
sobre
la
globalización
distingue
entre
las
“elites
globales”
capaces
de
movilizarse
internacionalmente
a
su
antojo
gracias
a
ciertos
dispositivos
formales
(pasaportes,
visas,
profesión…)
y
aquellos
otros
actores
menos
privilegiados
y
desprovistos
de
los
dispositivos
facilitadores
de
la
movilidad
asociada
a
los
flujos
transnacionales.
Y
precisamente,
hacia
estos
grupos
de
migrantes
subalternos,
precarios,
se
inclina
la
balanza
cuando
se
trata
de
flujos
sur/norte
en
el
caso
del
continente
americano.
A
esta
diferenciación
clave
se
refiere
Bauman
cuando
afirma
que:
“La
combinación
actual
de
la
anulación
de
visas
de
entrada
junto
con
el
refuerzo
de
controles
inmigratorios,
tiene
un
significado
simbólico
profundo.
Podría
tomarse
como
la
metáfora
de
una
estratificación
nueva
y
emergente”
(86).
Esta
distinción
conlleva
un
punto
de
partida
particular
no
sólo
por
la
calificación
y
clasificación
que
plantea,
sino
también
por
las
consecuencias
que
dicha
distinción
acarrea
consigo.
Más
aún,
y
tras
el
incremento
de
las
restricciones
migratorias
llevadas
a
cabo
en
los
Estados
Unidos
después
del
atentado
del
11
de
septiembre
de
2001,
cabe
preguntarnos
sobre
los
alcances
del
transnacionalismo
dentro
de
las
nuevas
coordenadas
migratorias
y
sociales
que
caracterizan
el
nuevo
siglo
(la
guerra
de
Iraq,
el
narcotráfico
en
México,
las
múltiples
rebeliones
en
el
Medio
Oriente,
la
redefinida
comunidad
europea,
las
amenazas
terroristas
de
redes
como
Al-‐Qaeda
e
Isis).
Y
al
mismo
tiempo,
resulta
pertinente
considerar
que
las
divisiones
y
diferencias
entre
sujetos/grupos
de
actores
transnacionales
no
se
reconocen
exclusivamente
entre
los
inmigrantes
y
los
ciudadanos
establecidos,
pues
también
se
advierten
discrimnaciones
significativas
entre
los
migrantes
procedentes
del
centro
y
del
sur
del
continente
americano.
Existe,
dentro
de
las
colectividades
migrantes
y
de
las
comunidades
que
se
han
asentado
recientemente
en
el
norte,
una
división
asociada
con
el
grado
de
preparación
profesional,
con
el
color
de
la
piel,
con
el
país
de
procedencia,
con
el
tipo
de
estatus
migratorio,
con
el
tiempo
de
residencia
en
la
sociedad
receptora
y
con
otros
factores
determinantes.
Los
propios
miembros
de
las
comunidades
migrantes
y
transmigrantes
están
conscientes
de
las
prácticas
discriminatorias
clasistas
y
racistas
que
se
observan
en
el
seno
mismo
de
sus
comunidades.
Esta
situación
provoca
experiencias
migratorias
disociadas,
abriendo
espacio
a
prácticas
de
violencia,
tal
y
como
señalan
algunos
estudiosos
del
tema
migratorio
como
Néstor
Rodríguez.
Al
leer
los
diferentes
ensayos
incluidos
en
este
volumen,
se
advertirá
entonces
no
sólo
la
diferencia
entre
los
lugares
de
enunciación
de
la
IR
Y
VENIR
14
problemática
transnacional,
sino
también
la
disparidad
de
las
llamadas
prácticas
transnacionales
que
abarcan
desde
posiciones
estratégicas
en
las
universidades
hasta
los
riesgosos
límites
de
la
frontera.
Portes,
Guarnizo
y
Landolt
(1999:
viii)
proponían
que
una
actividad,
para
ser
considerada
práctica
transnacional,
debía
mantenerse
regularmente
por
un
tiempo
significativo
a
través
de
bordes
nacionales
y
debía
contar,
además,
con
un
compromiso
sostenido
por
parte
de
los
actores
participantes
en
dicha
actividad.
Pero
más
importante
para
nuestra
discusión
aquí
es
la
distinción
que
los
mismos
autores
(y
sobre
todo
Portes)
reseñaban
entre
prácticas
transnacionales
económicas,
políticas
y
culturales.
Esta
diferenciación
puede
ayudarnos
a
entender
los
distintos
aspectos
trabajados
por
los
textos
de
Ir
y
Venir.
Por
un
lado,
tendríamos
lo
que
podemos
reconocer
como
el
transnacionalismo
económico
que
se
encontraría
vinculado
a
las
prácticas
laborales
propiciadas
por
el
paradigma
del
norte
como
un
horizonte
más
ventajoso
para
el
trabajador.
Se
piensa
en
el
Norte
como
un
lugar
con
una
estable
oferta
de
trabajo,
que
ofrece
además
ciertas
garantías
y
mejoras
laborales
para
individuos
y
familias
que
abandonan
su
país
de
origen
para
gozar
de
las
ventajas
que
en
este
sector
les
ofrece
el
país
receptor.
Por
otra
parte,
la
vertiente
política
del
transnacionalismo
se
asocia
con
las
oportunidades
de
intervención
e
interlocución
pública
para
sujetos
que,
en
circunstancias
espacialmente
más
arraigadas,
no
disponen
de
un
acceso
efectivo
a
los
canales
de
expresión
e
intervención
política.
La
esfera
transnacional
actuaría
potencialmente
como
un
espacio
de
posibilidades
democratizadoras.
Y,
finalmente,
tendríamos
el
llamado
transnacionalismo
cultural
que
permitiría
el
resguardo,
la
transmisión,
la
reproducción
y
la
rearticulación
de
tradiciones
vinculadas
al
país
de
origen
y
que
pasarían
a
formar
parte
del
acervo
cultural
de
las
generaciones
más
jóvenes
(menos
ligadas
al
lugar
de
nacimiento
de
sus
padres).
Aunque
esta
distinción
parezca
a
primera
vista
un
tanto
simplista
y
esquematizadora,
permite
analizar
vertientes
conceptuales
y
temáticas
que
iremos
reconociendo
a
medida
que
vayamos
leyendo
los
diferentes
ensayos
incluidos
en
las
secciones
de
este
libro.
Obviamente,
resulta
utópico
esperar
que
todos
los
autores
consideren
o
aborden
sólo
una
de
las
expresiones
del
transnacionalismo,
puesto
que
estas
corrientes
del
transnacionalismo
no
son
independientes
entre
sí
y,
muchas
veces,
se
encuentran
determinadas
mutuamente.
IR
Y
VENIR
15
Al
mismo
tiempo,
habría
que
tener
presente
algunas
ideas,
como
las
expuestas
por
Roger
Rouse
acerca
de
la
“producción
de
subjetividades
dentro
del
capitalismo
transnacional”,
un
proceso
si
se
quiere
de
connotaciones
transpolíticas,
pues
la
remodelación
de
las
subjetividades
involucradas
en
los
flujos
migratorios
contemporáneos
no
gira
ya
primordialmente
en
torno
a
una
relación
política
con
los
Estados,
sino
alrededor
de
actitudes
laborales
y
de
consumo
(véase
artículos
de
Trigo
y
Zevallos).3
Cabría
entonces
preguntarse
por
los
modos
y
manifestaciones
de
nuevos
imaginarios
identitarios
que
reformulan
las
tradicionales
subjetividades
ciudadanas
y
que
no
obedecen
a
lealtades
comunitarias
fijas
y
celebratorias,
sino
a
constantes
readecuaciones
subjetivas
ligadas
a
cambios
geográficos,
laborales,
culturales,
de
expectativas,
etc.
A
su
vez,
se
hace
necesaria
la
consideración
de
nuevas
dimensiones
de
la
ciudadanía
que
se
generan
en
parte
como
consecuencia
de
las
condiciones
propias
de
las
comunidades
transnacionales
y
en
relación
con
los
mencionados
imaginarios
transidentitarios:
las
ciudadanías
laborales,
las
ciudadanías
del
consumo
y
las
ciudadanías
multinacionales,
entre
otras.
¿Cómo
aproximarnos
al
aspecto
subjetivo
de
los
procesos
transnacionales?
¿Cómo
no
quedarnos
cortos
en
esta
labor
caracterizadora
que
debe
tomar
en
cuenta
vivencias,
prácticas
culturales,
económicas
y
sociopolíticas?
Elaborando
la
perspectiva
de
Rouse
(1988),
diríamos
que
el
proceso
transnacional
es
un
devenir
de
ensamblajes,
conexiones
y
reterritorializaciones
que
constituyen
la
subjetividad
posmoderna.
Al
considerar
las
experiencias,
percepciones
y
emociones
de
desplazamiento,
reubicación
y
desarraigo,
se
revelan
disrupciones
múltiples
e
identidades
subjetivas
reinventadas
al
encontrarse
inmersas
en
diferentes
movimientos
y
fronteras
translocales.
Las
sensaciones
nostálgicas
alimentadas
por
recuerdos
y
añoranzas,
como
parte
de
las
vivencias
transmigratorias
desempeñan
un
papel
dialéctico
y
central
en
la
estructuración
del
sujeto
transnacional
porque
a
través
de
ellas
se
mantienen
una
serie
de
vínculos
con
el
país
de
origen
(Braidotti
1994).
Se
entiende
así
a
la
cartografía
de
percepciones
como
método
que
presenta
al
migrante
en
tanto
sujeto
híbrido,
constituido
a
partir
y
a
través
de
fragmentos,
que
participa
en
vivo
en
un
ambiente
de
múltiples
lenguajes
y
culturas,
con
fuerte
marcas
de
nomadismo
(por
la
falta
de
vinculación
al
estado-‐nación
o
reivindicaciones
jurídico-‐legales).
Estos
desplazamientos
reales,
bajo
la
perspectiva
de
las
percepciones
y
de
las
sensaciones
nostálgicas
en
los
inmigrantes,
IR
Y
VENIR
16
van
construyendo
una
memoria
relacionada
con
el
modo
de
vida
más
o
menos
itinerante,
con
las
crisis
de
identidad
personal,
con
conflictos
raciales
y
abandonos
temporales
para
aquellas
“personas
que
cargan
el
cielo
sobre
sus
cabezas”
(Danticat).
Esta
cartografía
de
la
percepción
revela
la
actualidad
de
la
experiencia,
las
distintas
transformaciones,
psíquicas
y
corporales,
que
remodelan
la
memoria
del
sujeto,
haciendo
que
las
experiencias
pasadas
y
presentes
se
intersecten
y
confluyan,
al
igual
que
los
múltiples
espacios
evocados
(lo
local,
lo
regional,
la
comunidad
de
allá
y
de
aquí)
se
evocan
en
el
ámbito
local,
regional,
en
el
vecindario,
(en
los
Estados
Unidos
y
en
su
país
natal).
Las
percepciones
y
los
recuerdos
del
migrante
encarnan
una
pluralidad
de
fragmentos,
voces,
culturas
e
identidades,
acompasando
una
“categoría
de
confusión
o
desorden”
la
cual
“pone
en
duda
el
hecho
de
tomar
parte
[de
formaciones
establecidas]
y
abre
paso
a
interrogantes…”
(Chamber)
acerca
del
ser
migrante.
Los
flujos
migratorios
ligados
a
desplazamientos,
a
identidades
híbridas
y
a
relaciones
de
movimientos
hacia
o
desde
la
metrópolis,
expresan
experiencias
de
dislocación,
de
reconstitución
de
una
localidad
y
de
reinscripción
en
devenires
minoritarios.
Tales
desplazamientos
reinscriben
a
los
migrantes
en
espacios
de
luchas
y
de
confrontaciones
que
expresan
una
diferencia
política
y
a
la
vez
una
re-‐imaginación
del
país
natal
a
partir
de
historias
fragmentadas,
narraciones
orales,
visitas
esporádicas,
recuerdos,
experiencias
y
percepciones.
Se
reproducen
en
el
sujeto
vínculos
“nacionales”
que
demarcan
su
“latinidad”
y
su
diferencia
política,
al
tiempo
que
se
multiplica
la
transferencia
de
significados
de
pertenencia
y
de
participación
comunitaria.
Los
migrantes
y
sus
descendientes
emergen
con
múltiples
lenguas
y
acentos,
evidenciando
que
los
desplazamientos
conectan,
conjugan
y
reinventan
devenires
específicos
al
articular
segmentos
del
presente
en
la
sociedad
receptora
y
del
país
de
origen.
Estas
expresiones
en
la
vida
del
migrante
expresan
una
política
de
diferenciación
o
de
resistencia
a
nivel
cotidiano.
Los
migrantes,
desde
un
marco
micropolítico,
revelan
formas
de
diferenciación
y
de
autofiguración
cuasinacionales
(segmentos
de
la
vida
cotidiana
y
sus
percepciones
pueden
transportar
al
país
natal).
Lo
local
se
asocia
precisamente
con
este
conocimiento
fragmentado
donde
conviven
variados
criterios
de
pertenencia,
desplazamientos
y
diferencias
culturales.
(Homi
K.
Bhabha)
En
las
movilizaciones
transnacionales,
los
latinos
(incluyendo
haitianos
y
brasileños)
IR
Y
VENIR
17
atraviesan
horizontes,
fronteras
y
hasta
el
mismo
Atlántico;
pero
a
este
tránsito
le
acompañan
nostalgias,
ilusiones,
percepciones,
celebraciones
corporales,
cosmologías
que
desbordan
a
los
desplazamientos.
Estas
hibridaciones
pueden
ser
continuas
o
discontinuas,
pero
no
tienden
a
reconstituirse
bajo
un
eje
homogéneo.
Los
flujos
imaginarios
aparecen
y
desaparecen
como
el
deseo,
permitiendo
un
espacio
de
experimentación
que
abarca
procesos
de
desterritorialización
o
reterritorialización.
Ciertos
segmentos
en
la
vida
del
sujeto
migrante
operan
de
manera
particular
al
concatenarse
al
pasado
y
ofrecen
posibilidades
de
experimentación
y
de
movimientos
de
desterritorialización.
Mahler
y
Pessar
(2001)
problematizan
el
objeto
de
estudio
de
la
investigación
transnacional
al
enfatizar
el
papel
de
la
vida
cotidiana,
pero
involucran
en
el
debate
una
serie
de
interrogantes
alrededor
del
asunto
de
cómo
medir
las
percepciones
vinculadas
a
prácticas
cotidianas.
Otra
pregunta
semejante
giraría
en
torno
al
papel
que
desempeñan
la
imaginación
y
las
acciones
corporales
dentro
de
la
investigación
transnacional.
Octavio
Ianni
(1996)
abre
el
campo
a
la
investigación,
a
la
teoría
y
a
la
historia
a
formas
innovadoras
–generalmente
desaprobadas
por
el
saber
global–
que
den
cuenta
de
la
imaginación
y
de
las
metáforas,
ya
que
revelan
una
realidad
social,
económica,
política,
demográfica,
religiosa
y
cultural.
Pero
debemos
sobrepasar
la
metáfora
para
dar
a
conocer
las
configuraciones
y
los
diferentes
movimientos
de
la
sociedad
global,
para
descubrir
historias
ocultas
y
movimientos
de
desterritorialización
y
reterritorialización.
Frente
a
esta
interrogante
proponemos
una
cartografía
de
la
localidad
para
incluir
la
memoria,
las
percepciones,
la
música,
las
artes
plásticas,
la
literatura,
las
expresiones
corporales
(por
ejemplo,
el
baile)
que
pueblan
de
forma
variada
y
polifónica
al
sujeto.
Este
libro
pretende
precisamente
tomar
en
cuenta
elementos
de
esta
cartografía
imaginaria
que
se
vincula
con
las
realidades
y
con
las
subjetividades
transnacionales.
Esta
introducción
y
nuestro
libro
en
su
totalidad
descifran
la
subjetividad
de
los
migrantes
como
una
encarnación
de
hibridez
o
una
posición
de
estar
entre
países,
lenguaje...
lo
cual
revela
los
flujos,
los
desbordamientos
y
transformaciones
para
aquellos
que
viajan
“a
los
países.”
IR
Y
VENIR
18
IR
Y
VENIR
19
IR
Y
VENIR
20
capitalismo”.
Para
Trigo
memoria
e
inmigración
establecen
unos
ejes
de
reflexión
que
nos
permiten
poner
en
perspectiva
ciertos
constructos
como
la
identidad,
la
nación,
el
estado,
la
historia,
la
modernidad
y
la
globalización.
Zevallos
analiza
a
los
inmigrantes
peruanos
y
propone
una
nueva
categoría
de
“desplazados”
para
referirse
a
estos
refugiados
políticos.
Explica
que
los
migrantes
peruanos
en
los
Estados
Unidos
habitan
dos
espacios
culturales—el
de
otros
hispanohablantes
y
el
del
nacionalismo—y
propone
que
se
practique
una
“ciudadanía
cultural”
que
respete
las
diferencias
y
permita
el
derecho
a
la
actividad
democrática.
Para
Zevallos,
dentro
de
los
estudios
del
cosmopolitismo,
la
globalización
y
el
transnacionalismo,
el
flujo
de
capitales,
de
culturas,
de
identidades
y
de
sujetos
se
ha
visto
como
una
superación
o
negación
de
los
fenómenos
de
desplazamiento
y
de
exilio
en
las
Américas.
Su
texto
enfatiza
la
idea
de
que
los
desplazamientos
y
ciertos
flujos
transnacionales
no
son
necesariamente
movilizaciones
voluntarias.
Al
contrario,
estas
movilizaciones
son
efecto
de
factores
externos
a
sus
protagonistas
y
ocurren
en
dos
momentos
que
se
suceden
o
se
alternan
con
un
gran
costo
emocional
y
social
en
la
experiencia
vital
de
los
inmigrantes
residentes
en
los
Estados
Unidos.
A
partir
de
la
referencia
particular
a
una
comunidad
quechua
que
emigra
al
norte,
se
analiza
cómo
los
desplazamientos
transnacionales
contribuyen
a
la
construcción
de
una
identidad
cultural
andina.
Por
otro
lado,
Arturo
Arias
examina
la
carga
particular
que
los
centroamericanos
traen
a
los
Estados
Unidos
como
inmigrantes
y
la
razón
por
la
cual,
pese
a
ser
una
comunidad
numerosa,
permanece
invisibilizada
para
la
gran
mayoría
de
los
estadounidenses
y,
al
mismo
tiempo,
para
la
oligarquía
de
sus
países
de
origen.
En
primer
lugar,
los
inmigrantes
centroamericanos
no
se
ajustan
cabalmente
a
los
paradigmas
de
la
latinoamericanidad,
ni
tampoco
al
discurso
de
la
marginalidad
dentro
de
los
Estados
Unidos,
y
por
ello
sus
narrativas
de
inmigración
no
se
corresponden
con
los
moldes
prototípicos.
En
segundo
lugar,
al
conformar
un
colectivo
impropio
e
irrepresentable
para
las
clases
altas
de
sus
propios
países
estos
migrantes
figuran
como
una
comunidad
incómoda
o
inaprehensible
dentro
del
imaginario
nacional
correspondiente.
De
igual
modo,
Arias
describe
cómo
el
proceso
histórico
traumático
que
han
vivido
los
ciudadanos
de
algunos
de
estos
países
centroamericanos
ha
influido
en
la
concepción
de
sí
mismos
y
de
su
propia
identidad,
frente
a
otros
grupos
como
los
mexicanos.
Estos
acontecimientos
han
marcado
sus
vidas,
hasta
tal
punto,
IR
Y
VENIR
21
que
mientras
los
americanos
los
perciben
como
ilegales
y
comunistas,
ellos
se
consideran
a
sí
mismos
inferiores
a
los
mexicanos.
Al
final,
el
autor
invita
a
problematizar
lo
que
él
llama
conciencia
diaspórica,
que
permitiría
diferenciar
a
los
mexicoamericanos
de
los
centroamericanos,
y
de
esta
forma,
se
podrían
entender
las
particularidades
de
los
centroamericanos
en
los
Estados
Unidos.
En
el
ensayo
de
Ana
Patricia
Rodríguez
se
considera
la
representación
de
un
tercer
espacio
en
ciertos
textos
culturales
relacionado
con
las
transformaciones
operadas
a
nivel
físico
y
simbólico
dentro
de
la
comunidad
receptora
y
en
las
dinámicas
sociales
involucradas
en
estas
‘zonas
de
contacto’.
En
pocas
palabras,
el
término
“tercer”
se
refiere
a
las
operaciones
transculturadoras
que
se
dan
a
partir
del
contacto
de
los
elementos
de
la
cultura
original
y
la
del
nuevo
contexto
donde
reside
el
migrante.
La
identidad
cultural
se
plantea
como
un
proceso
recombinatorio
o
interseccional,
sujeto
a
múltiples
variables
incluyendo
las
de
espacio
físico,
clase,
género,
sexualidad,
raza,
etnia,
nación,
región,
políticas
locales
y
globales,
todas
condicionadas
—en
menor
o
mayor
medida—
por
el
elemento
de
“localidad”
o
de
lugar.
Silvio
Torres-‐Saillant,
en
tanto
especialista
en
cultura
y
literatura
dominicanas
presenta
una
revisión
crítica
del
campo
de
los
estudios
trasnacionales
que
han
tratado
de
analizar
el
caso
dominicano.
Su
objetivo
es
confrontar
aquellas
aproximaciones
teóricas
a
las
migraciones
transnacionales
que
se
pliegan
a
argumentaciones
celebratorias
y
simplificadoras.
Para
Torres-‐
Saillant
es
inapropiado
referirse
a
los
movimientos
migratorios
dominicanos
desde
una
matriz
generalizadora
del
transnacionalismo
que
supondría
una
población
migrante
de
semejantes
condiciones
socioculturales,
obviando
los
conflictos
y
diferencias
políticas
claves
para
entender
el
contexto
dominicano
de
allá
y
de
aquí.
Como
bien
se
sabe,
los
inmigrantes
cubanos
gozan
de
una
serie
de
beneficios
que
son
parte
del
legado
de
la
administración
del
expresidente
Kennedy.
Su
condición
dentro
de
la
sociedad
norteamericana
dista
en
general
de
la
situación
de
otros
grupos
de
migrantes
caribeños
en
los
Estados
Unidos.
No
obstante,
las
históricas
tensiones
entre
el
régimen
de
la
isla
y
la
política
norteamericana
,que
apenas
empiezan
a
relajarse
gracias
a
las
iniciativas
del
gobierno
de
Obama,
no
han
propiciado
verdaderos
flujos
transnacionales
entre
Cuba
y
los
Estados
Unidos.
El
movimiento
que
se
dado
de
manera
determinante
es
el
de
la
emigración/inmigración
con
pocas
oportunidades
de
retorno
para
los
protagonistas
de
este
rumbo
migratorio.
Dentro
de
este
IR
Y
VENIR
22
contexto,
el
ensayo
de
Katrin
Hansing
analiza,
a
partir
de
un
caso
particular,
cómo
la
fuerza
de
las
presiones
transnacionales
es
capaz
de
superar
bloqueos
oficiales
y
otros
obstáculos
semejantes.
Centrándose
en
la
comunidad
cubana
en
Miami,
Hansing
incorpora
la
memoria
y
el
uso
del
capital
social
de
los
exiliados
cubanos
en
su
reflexión
sobre
la
naturaleza
de
ciertos
procesos
transnacionales.
Su
análisis
es
importante
porque
desmiente
la
impresión
generalizada
de
que
la
situación
política
cubana
frena
los
impulsos
y
a
las
fuerzas
transnacionales.
Por
ejemplo,
ciertos
imaginarios
se
recuperan
de
manera
política,
sirviendo
para
construir
y
reforzar
lazos
de
intercambio
transnacional
entre
Miami
y
Cuba
a
través
de
diferentes
actores
como
es
el
caso
de
las
iglesias
y
otras
instituciones
eclesiásticas.
Jorge
Duany,
por
su
parte,
afirma
que
los
puertorriqueños
han
sido
siempre
transnacionales,
coloniales
y
nacionales
a
la
vez.
Al
analizar
el
flujo
constante
de
los
puertorriqueños
entre
su
isla
y
el
territorio
estadounidense,
Duany
se
pregunta
por
los
anclajes
de
la
identidad
nacional
en
un
contexto
transnacional:
“¿Dónde
se
localiza
el
sentido
de
pertenencia?,
¿cómo
se
articula
y
representa?,
¿quién
lo
imagina
y
desde
qué
punto
de
vista?,
¿cómo
puede
un
pueblo
definirse
como
una
nación
sin
aspirar
a
un
Estado
aparte?”.
Las
ideas
de
Duany
tienen
antecedentes
en
los
trabajos
sobre
la
migración
puertorriqueña
de
Carlos
Torres
y
Marisa
Alicea,
entre
otros.
Algunas
ideas
similares
aparecieron
con
anterioridad
en
el
trabajo
de
Quintero
Rivera,
que
se
centra
no
tanto
en
la
migración
de
gente,
sino
en
el
flujo
de
la
cultura
musical.
El
ensayo
de
Quintero-‐Rivera
resume
algunas
de
las
ideas
de
su
conocido
libro
Salsa,
sabor
y
control
y
delinea
la
continuidad
musical
cimarrona
a
partir
de
la
salsa
al
considerar
los
ritmos
afrocaribeños
como
plasmación
de
una
otredad
constituida
en
torno
a
categorías
de
raza
y
de
subalternidad
y
producto
de
la
globalización
capitalista
a
través
de
los
siglos.
En
este
contexto,
el
autor
ve
cómo
la
salsa
evoca
“el
poderoso
imaginario
caribeño
de
la
cimarronería”
que
expresa
también
las
tensiones
de
algunos
sectores
de
puertorriqueños
en
Nueva
York
que
construyen
sus
identidades
y
resistencias
dentro
de
los
esquemas
raciales
de
la
Metrópolis.
Para
Quintero-‐Rivera,
no
habría
que
entender
la
salsa
como
meras
sonoridades
importadas
de
África,
sino
como
un
producto
particular
del
Nuevo
Mundo.
Esto
mismo
nos
lleva
a
preguntarnos,
¿cuál
es
el
carácter
y
el
papel
de
la
migración
transnacional
de
los
latinos
en
la
globalización
de
la
salsa?
Para
Quintero-‐Rivera,
los
músicos
y
su
público
logran
manifestar
sus
IR
Y
VENIR
23
identidades
híbridas
y
heterogéneas
reivindicando
lo
indígena
y
lo
afro-‐puertorriqueño
en
relación
con
sus
cambios
e
interpenetraciones
históricas.
La
salsa
en
este
contexto
sería,
más
que
un
producto
de
la
globalización,
la
expresión
más
creativa
de
los
procesos
transnacionales
entre
los
puertorriqueños;
y
entre
ellos
y
el
resto
del
mundo.
Por
otra
parte,
la
experiencia
de
la
migración
transnacional
mexicana
se
considera
como
una
de
las
más
complejas
y
ricas
en
las
relaciones
sur-‐centro-‐norte.
John
Gledhill,
uno
de
los
pioneros
en
el
campo
de
estudios
transnacionales,
contribuye
en
este
volumen
con
un
artículo
sobre
la
migración
transnacional
de
Michoacán,
dentro
del
marco
más
amplio
de
la
migración
mexicana.
En
sus
propias
palabras,
“aunque
gran
parte
del
trabajo
del
antropólogo
sobre
la
migración
internacional
se
dedica
al
estudio
y
análisis
de
variaciones
regionales
y
locales,
de
vez
en
cuando
puede
ser
conveniente
tomar
una
perspectiva
más
general”.
En
este
artículo,
el
autor
describe
la
evolución
de
la
migración
internacional
michoacana,
destacando
tanto
los
cambios
que
caracterizaron
distintas
épocas
de
la
evolución
de
estos
movimientos,
como
los
efectos
del
incremento
del
número
de
personas
involucradas
y
de
la
diversificación
de
los
patrones
sociales
de
la
migración.
A
su
vez,
se
propone
que
una
historia
de
la
migración
escrita
desde
el
punto
de
vista
de
una
historia
del
capitalismo,
por
ejemplo,
es
sólo
una
manera
de
comprender
los
hechos
(aunque
ésta
sigue
siendo
de
suma
importancia).
El
artículo
de
Liliana
Rivera-‐Sánchez
se
inscribe
en
los
estudios
sobre
los
efectos
socioculturales
de
las
movilidades
humanas.
Analiza
algunas
de
las
transformaciones
socioculturales
que
impactan
las
relaciones
comunitarias,
como
también
las
interconexiones
y
sus
efectos
en
los
pueblos
y
lugares
originarios
de
los
migrantes.
Por
otro
lado,
presenta
la
dinámica
de
los
intercambios
en
los
circuitos
migratorios
de
alta
movilidad
al
considerar
las
remesas
socioculturales
como
elementos
de
cambio
e
hibridación
de
los
productos
culturales.
Mediante
testimonios
orales,
se
reconstruye
la
dinámica
de
intercambio
en
el
circuito
migratorio
Mixteca-‐
Nueva
York-‐
Mixteca,
al
tiempo
que
se
observan
las
transformaciones
de
los
espacios
y
las
prácticas
emergentes
en
las
localidades
de
origen,
como
consecuencia
de
la
constitución
de
redes
migrantes
y
el
desarrollo
histórico
de
la
movilidad
circular.
El
texto
parte
de
la
premisa
de
que
las
transformaciones
no
se
derivan
únicamente
del
envío
de
dinero
y
del
tránsito
de
personas,
sino
del
intercambio
dinámico
de
bienes
sociales
y
culturales
que
cotidianamente
van
y
vienen
a
través
IR
Y
VENIR
24
IR
Y
VENIR
25
podríamos
decir
que
las
heterotopías
se
manifiestan
en
toda
sociedad
y
cultura,
funcionando
de
manera
diferente
y
reclamando
ser
determinadas
y
estudiadas
de
manera
particular
en
cada
caso.
Cabe
entonces
preguntarse
cómo
esta
noción
nos
ayuda
a
entender
las
obras
visuales
que
ilustran
este
libro.
“Migración”,
la
instalación
creada
por
Federico
Uribe,
representa
a
diversas
aves
en
sus
movimientos
migratorios.
Las
aves
son
representadas
por
100
tornillos
que
se
alinean
en
formación
aérea
o
en
movimientos
de
migración.
Los
inmigrantes
ilegales,
como
las
aves,
se
desplazan,
pero
los
primeros
responden
a
la
pulsación
del
mercado
de
trabajo
(mano
de
obra
barata),
mientras
que
las
aves
migran
por
pulsiones
biológicas.
Dentro
del
mercado
de
trabajo,
las
“aves”
migratorias
anidan
en
el
sector
de
los
servicios:
industria
hotelera,
limpieza,
restaurantes,
sector
agrícola
e
industrial
(empacadoras
de
carnes
y
alimentos).
Las
pinturas
de
Edouard
Duval-‐Carrié
retrazan
una
serie
de
narrativas
histórico-‐sociales
de
los
migrantes
haitianos,
un
viaje
que
a
nivel
simbólico
establece
las
raíces
históricas
del
vudú
en
Haití,
los
espíritus
del
vudú
viajando
hacia
Haití
a
través
de
selvas
y
sobre
el
Atlántico.
En
la
diáspora,
los
espacios
de
las
heterotopías
son
multiformes.
El
vudú
es
un
espacio
de
heterotopía
que
se
forma
en
el
contexto
colonial
y
resiste
el
poder
esclavizador
al
transformar
las
denominaciones
de
las
divinidades
del
vudú
con
el
auxilio
de
nombres
y
ritualidades
tomadas
del
catolicismo
(prácticas
que
se
han
identificado
en
el
candombe
y
la
santería).
La
heterotopía
del
vudú
pertenece
al
espacio
sagrado,
pero
es
un
espacio
culturalmente
definido,
el
cual
funciona
como
un
microcosmos
que
refleja
el
orden
social
y
cultural
de
la
comunidad.
El
vudú
como
heterotopía
está
poblado
de
prácticas
contestatarias,
de
apropiación,
de
ruptura
u
oposición,
de
transición
y
continuidad.
Por
ejemplo,
en
el
contexto
postmoderno,
el
vudú,
apropia
imágenes
de
la
película
Star
Wars
para
incorporarla
a
los
altares.
Este
tipo
de
apropiaciones
alude
a
la
forma
híbrida
del
vudú
que
continúa
añadiendo
imágenes
y
significados
dentro
de
su
espacio
simbólico.
En
la
cosmología
del
vudú,
las
divinidades
rectoras
del
universo
se
encuentran
internalizadas
en
todas
las
personas.
Las
divinidades
protegen
a
sus
devotos
frente
a
los
peligros
(noción
similar
a
la
del
santo/a
patrono/a),
acompañando
simbólicamente
a
los
inmigrantes
en
los
movimientos
de
desterritorialización
y
reterritorialización.
La
inmigración
de
divinidades
en
la
obra
de
Edouard
Duval-‐Carrié
representa
en
primer
lugar
esta
cosmología
y
se
refiere
a
las
prácticas
IR
Y
VENIR
26
religiosas-‐culturales-‐rituales
propias
de
la
diáspora
haitiana
tanto
en
la
época
colonial,
como
en
la
postmoderna.
Las
inmigraciones
se
vuelven
peligrosas
al
cruzar
desiertos,
al
atravesar
fronteras
con
coyotes
o
polleros
poco
confiables
o
al
intentar
la
travesía
marítima.
Cuadros
de
Edouard
Duval
Carrié
como
“Dambalah
la
Flambeau”
representan
la
travesía
de
los
haitianos
hacia
los
Estados
Unidos.
En
estas
dos
pinturas,
el
bote
se
desplaza
en
la
noche
frente
a
la
silueta
de
una
Miami
iluminada.
El
brillo
de
la
ciudad
se
asocia
con
la
promesa
del
sueño
americano
que
contrasta
con
la
precariedad
de
la
embarcación
sobrecargada
y
amenazada
por
los
guardacostas.
Los
guardacostas
anticipan
la
política
de
desigualdad,
discriminación
y
detenciones
a
las
que
serán
sometidos
los
haitianos
que
tratan
de
burlar
la
vigilancia
de
estos
oficiales.
En
“Dambalah”
la
divinidad
aparece
como
serpiente
sinuosa
en
la
parte
inferior
de
la
pintura
homónima,
apuntando
a
la
conexión
con
una
cultura
ancestral
que
resguardaría
un
balance
cósmico
y
brindaría
protección
a
los
migrantes
a
partir
de
ciertos
rituales
de
protección
asociados
a
las
divinidades
(como
el
poder
de
hacer
invisible
el
bote
ante
la
vigilancia
de
los
guardacostas).
Como
“boat-‐people”
los
inmigrantes
enfrentan
posibilidades
múltiples:
la
muerte
en
el
océano
atlántico,
la
represión
del
estado,
la
política
de
deportación
una
vez
en
tierra
firme.
“Dambalah”
representa
igualmente
las
múltiples
violencias
enterradas
bajo
los
flujos
transnacionales,
que
lejos
de
insertarse
dentro
de
un
contexto
neutral,
lo
hacen
en
medio
de
tensiones
y
asimetrías
imborrables.
Los
fenómenos
de
migración
transnacional
no
implican
la
superación
de
las
diferencias
internacionales
que
frecuentemente
se
resuelven
en
guerras,
intervenciones,
presiones
de
unas
naciones
sobre
otras.
La
obra
de
Duval-‐Carrié
aborda
la
diáspora
haitiana
en
sus
movimientos
de
des-‐
territorialización
geográfica
y
cultural.
Desde
un
punto
de
vista
subjetivo,
debemos
identificar
otros
umbrales
de
desterritorialización
en
los
desplazamientos
nómadas
del
propio
Duval–Carrié
(Puerto
Rico,
Montreal–París
y
Miami)
Los
flujos
de
desterritorialización
y
de
reterritorialización
marcan
ciertas
memorias
que
se
manifiestan
en
las
artes
plásticas
y
en
la
literatura.
En
el
espacio
de
la
memoria
se
reinventan
la
nación,
los
vecindarios,
los
sentidos
de
pertenencia,
reemplazando
la
historia
con
un
imaginario
fragmentado
como
la
misma
ruta
nómada
y
la
itinerancia.
La
obra
de
Duval-‐Carrié
representa
estos
segmentos,
devenires,
heterotopías
y
las
luchas
de
los
inmigrantes
IR
Y
VENIR
27
haitianos
en
el
mundo
transnacional
que
los
conforma
como
sujetos
híbridos.
La
hibridez
que
involucra
el
flujo
transnacional
hace
que
el
sujeto
migrante
participe
en
ambientes
múltiples
donde
diferentes
lenguajes,
acentos,
cultura,
potencian
experiencias
heterotópicas
entre
espacios
(el
lugar
de
origen
y
el
lugar
de
recepción)
y
entre
temporalidades
(tiempo
histórico
y
tiempo/memoria
personal).
La
instalación
“Pasaporte
inerte
en
lo
transnacional
y
peanuts”
revela
la
memoria
de
la
artista
Sonia
Báez-‐Hernández.
En
la
caja
se
conjugan
los
devenires
de
su
infancia
y
se
reproducen
imágenes
de
su
pasaporte
(sellos,
firmas,
fotos).
Las
imágenes
de
transparencias
colocadas
unas
encima
de
otras,
aluden
simbólicamente
a
los
desplazamientos
de
la
autora
de
la
pieza
en
cuestión.
Estos
desplazamientos
representan,
por
un
lado,
una
ruptura
con
el
lenguaje
y
un
adelgazamiento
del
acento
dominicano.
Por
otro,
las
cuerdas
vocales
yuxtapuestas
con
las
imágenes
del
pasaporte,
marcan
los
desajustes
y
reajustes
entre
el
acento,
la
gramática
y
la
sintaxis
del
idioma
inglés.
Los
múltiples
desplazamientos
se
señalan
a
través
de
las
suelas
desgastadas
de
unos
zapatos
que
representan
ese
ir
y
venir
ligado
a
las
luchas
económicas
por
la
supervivencia
cotidiana,
ese
continuo
bregar
de
una
clase
trabajadora
asiduamente
discriminada
en
la
comunidad
receptora.
Las
piezas
que
ilustran
este
libro
se
encuentran
enraizadas
en
experiencias
de
desterritorialización,
hablan
de
memorias
discontinuas
y
de
fragmentos
que
emergen
dentro
de
las
pulsaciones
del
presente
y
del
pasado.
Para
Iain
Chambers,
el
migrante
está
sumergido
en
continuos
movimientos
de
transmutación
y
de
transformación.
El
anclaje
del
recuerdo
y
la
memoria,
los
desplazamientos
y
los
espacios
de
la
heterotopía
son
cambiantes
y
nunca
pueden
descifrarse
completamente.
Como
consecuencia,
estas
obras
ligadas
a
la
experiencia
transnacional
expresan
también
un
sentido
de
“wondering
without
a
fixed
home,
and
dwelling
at
the
crossroad
of
the
World”
(Chambers,
33).
En
Migrancy,
Culture,
Identity,
Chambers
explora
cómo
el
discurso
de
la
migración
encarna
precisamente
estos
nuevos
modos
de
morar
y
su
correspondiente
pluralidad
de
historias,
de
lenguajes
y
de
identidades
híbridas
en
constante
mutación.
IR
Y
VENIR
28
A MODO DE CIERRE
Después
de
leer
los
artículos
y
de
transitar
por
las
imágenes
aquí
presentadas,
deberíamos
reflexionar
sobre
el
pasado
de
los
latinoamericanos
en
su
transcurso
transnacional,
planteándonos,
además,
la
pregunta
sobre
el
futuro
de
los
latinoamericanos
–de
aquí
y
de
allá–
dentro
de
una
sociedad
cada
vez
más
globalizada.
Seguramente,
muchas
cuestiones
persistirán
en
los
años
venideros,
junto
al
auge
de
nuevas
poblaciones
y
comunidades
y
de
sus
relaciones
con
los
procesos
tanto
locales
como
transnacionales,
con
luchas
políticas,
con
identidades
urbanas
en
crisis,
con
tensiones
y
violencia
sociales.
Una
cuestión
que
debe
ser
confrontada
de
manera
más
directa
en
el
futuro
es
aquella
de
las
políticas
de
identidad
insertas
dentro
de
las
tensiones
y
oposiciones
de
las
comunidades
latinas
de
hoy
en
día.
Estas
comunidades,
lejos
de
constituir
utópicas
comunidades
multiculturales,
experimentan
las
diferencias
internas
entre
chicanos
y
mexicanos,
entre
latinos
y
latinoamericanos,
poniendo
en
evidencia
los
conflictos
que
caracterizan
a
las
nuevas
y
recientes
formaciones
sociales
transnacionales.
Estas
nuevas
tensiones
que
reconocemos
a
nivel
comunitario
se
hacen
también
presentes
entre
el
campo
de
los
estudios
latinos
y
el
campo
de
los
estudios
transnacionales.
Existen
tensiones
entre
los
grupos
y
los
especialistas,
pues
quienes
lideran
el
campo
de
los
estudios
latinos/hispanos
tienden
a
ser
latinos,
mientras
que
los
especialistas
que
han
indagado
en
el
campo
de
estudios
transnacionales
son
generalmente
norteamericanos
o,
más
recientemente,
latinoamericanos
que
representan
la
línea
del
nuevo
latinoamericanismo.
Los
veteranos
de
los
estudios
chicanos,
por
ejemplo,
se
han
resistido
a
la
transformación
de
su
campo
al
no
incorporar
las
direcciones
y
aportes
de
los
estudios
latinos
y
latinoamericanistas.
No
sorprende
entonces
que
para
la
primera
década
del
siglo
XXI
contemos
con
sólo
una
colección
sobre
el
tema
transnacional
a
cargo
de
autores
latinos/hispanos
(Vélez,
Sampaio,
González-‐Estay,
2002).
Podríamos
pronosticar
cómo
en
el
futuro
existirán
especialistas
en
estudios
chicanos
y
de
frontera
que
resentirán
la
virtual
agresión
a
su
campo
de
estudios
por
parte
de
una
emergente
generación
de
académicos
y
de
unas
nuevas
perspectivas
que
se
advierten
como
despreocupadas
y
desconectadas
de
cierto
contexto
histórico
legitimador.
Algunos
especialistas
latinos
no
verán
IR
Y
VENIR
29
con
buenos
ojos
la
incursión
un
tanto
audaz
de
especialistas
latinoamericanos
pertenecientes
a
una
ascendente
clase
media
que
no
ha
experimentado
como
ellos
los
procesos
de
racismo
y
de
estigmatización
sociales
que
forman
parte
crucial
de
la
experiencia
de
los
latinos
en
cuanto
minoría
étnica
dentro
de
los
Estados
Unidos.
Por
otro
lado,
algunos
latinoamericanistas
se
mostrarán
sorprendidos
ante
lo
que
ellos
perciben
como
una
inflexibilidad
de
sus
colegas
latinos,
quienes
se
resisten
a
incorporar
a
sus
respectivas
especialidades
los
efectos
y
las
relaciones
fomentadas
por
un
nuevo
orden
global.
A
lo
largo
de
esta
introducción
y
en
varios
de
los
artículos
aquí
congregados
se
pretende
mostrar
cómo
el
futuro
latino
y
latinoamericano
estará
definido
de
manera
determinante
por
las
migraciones
de
personas
y
de
productos
culturales,
incluyendo
los
bienes
materiales
y
los
flujos
electrónicos.
Actualmente
emergen
identidades
que
surgen
de
nuevas
mezclas
raciales
y
culturales,
ubicándonos
en
un
espacio
histórico
cuyas
coordenadas
difieren
dramáticamente
de
aquellas
a
las
que
estábamos
habituados
a
reconocer
y
ante
las
cuales
sabíamos
cómo
responder.
Al
mismo
tiempo,
consideramos
que
parte
de
nuestra
labor
consiste
en
plantearnos
la
posibilidad
de
que
los
estudios
latinos
y
latinoamericanos
logren
conformar
algún
espacio
compartido
de
reflexión
donde
se
reconozcan
y
respeten
las
respectivas
diferencias.
De
manera
simultánea,
debemos
preguntarnos
cómo
los
estudios
culturales
latinos
y
latinoamericanos
van
a
articularse
con
los
aportes
y
las
direcciones
de
la
teoría
transnacional
que
trata
de
explicar
las
coordenadas
de
un
mundo
globalizado.
Para
concluir,
cabe
resaltar
el
hecho
de
que
los
flujos
de
la
globalización
nunca
son
neutrales
o
inocentes.
Después
de
los
atentados
terroristas
del
11
de
septiembre
de
2001,
de
la
guerra
en
Iraq,
y
de
la
reciente
crisis
de
los
refugiados
del
Medio
Oriente,
los
flujos
transnacionales
se
han
desviado,
se
han
obstaculizado,
se
han
interrumpido
y/o
detenido.
Resulta
clave
entonces
plantearnos
diferentes
preguntas
sobre
el
futuro
de
los
procesos
transnacionales
dentro
de
este
panorama
de
políticas
migratorias
adversas.
No
obstante,
la
consideración
sobre
las
políticas
de
inmigración
y
sobre
la
política
en
general
es
sólo
una
de
las
tantas
dimensiones
que
evidencia
las
relaciones
entre
ellos.
IR
Y
VENIR
30
IR
Y
VENIR
31
I. PERSPECTIVAS GENERALES
IR
Y
VENIR
32
Sarah J. Mahler
1. INTRODUCCIÓN
“Transnacional”,
“transnacionalismo”
y
“globalización”
son
términos
que
han
sido
usados
de
tantas
maneras
y
con
tantos
matices
que
su
verdadera
utilidad
es
punto
de
debate.
Existe,
incluso,
quienes
sostienen
que
la
academia,
a
guisa
de
la
cultura
popular,
es
susceptible
a
ciertos
caprichos
y
tendencias,
y
que
lo
transnacional
no
es
otra
cosa
que
la
palabra
del
día
que
todos
quieren
pronunciar.
En
mi
opinión,
la
forma
particular
en
que
se
usan
estos
términos
delata
precisamente
su
utilidad,
por
encima
de
la
jerga
académica
y
muy
a
pesar
de
las
inconsistencias
conceptuales
y
terminológicas
que
aletarguen
su
fácil
manejo.
Uno
de
los
campos
con
mayor
necesidad
de
ser
esclarecido
es
el
de
la
migración
transnacional.
2
Traducción
de
Alberto
de
Jesús.
Las
versiones
preliminares
de
este
trabajo
fueron
presentadas
el
primero
de
abril
de
2001
ante
el
Rockefeller
Working
Group,
Universidad
de
Florida,
Latin
American
and
Caribbean
Center,
Gainesville,
Florida
y
el
3
de
abril
de
2001,
ante
el
Spanish
National
Distance
University,
UNED,
en
su
sede
de
Miami.
Mi
agradecimiento
a
los
que
participaron
en
estos
eventos,
demasiado
numerosos
para
nombrarlos
individualmente,
por
sus
útiles
comentarios.
Algunas
versiones
preliminares
también
circularon
por
varios
medios
a
petición
de
distintos
colegas
y
fue
así
como
Marc
Zimmerman
se
topó
con
el
trabajo
y,
muy
en
deuda,
vio
su
potencial
para
ser
publicado.
También,
quiero
agradecer
al
Pew
Charitable
Trusts
por
el
auspicio
de
la
investigación
que,
junto
a
mis
colegas
Alex
y
Carol
Stepick,
Terry
Rey,
Katrin
Hansing,
Yves
Labissiere
y
una
cantidad
de
asistentes,
realizamos
para
Florida
International
University.
Ha
sido
un
verdadero
placer
estudiar
religión
en
una
ciudad
como
es
Miami,
y
valoramos
la
influencia
que
ha
tenido
en
el
entendimiento
del
fenómeno
de
la
migración
transnacional.
Uno
de
los
investigadores
que
inicialmente
abogó
por
una
perspectiva
transnacional
de
la
migración,
Nina
Glick
Schiller,
cuenta
que
“transnacional”
fue
elegida
por
su
uso
en
conexión
con
las
corporaciones
transnacionales,
compañías
que
negocian
a
través
de
las
fronteras.
Glick
Schiller
acepta
que
la
elección
del
tema
ha
brindado
más
confusión
que
claridad
con
respecto
a
la
migración
(comunicación
personal).
IR
Y
VENIR
33
Los
estudios
de
migración
internacional,
con
la
gran
excepción
de
las
teorías
de
la
migración
y
del
retorno
migratorio,
hasta
el
momento
se
han
concentrado
en
estudiar
la
migración
partiendo
desde
el
limitado
contexto
nacional
—
observando
el
efecto
de
la
migración
y
la
acogida
del
inmigrante
desde
el
punto
de
vista
del
país
de
origen.
En
cambio,
la
migración
transnacional
está
anclada
precisamente
en
el
entendimiento
de
que
la
nación-‐estado,
a
pesar
de
su
capacidad
para
controlar
la
migración,
no
es
el
único
elemento
apropiado
desde
el
cual
lanzar
el
estudio
del
fenómeno.
Mientras
más
se
estudie
la
migración
como
un
factor
local,
como
continúa
enfocándose
en
los
Estados
Unidos
y
en
menor
escala
en
la
Unión
Europea,
más
se
acrecienta
el
aislamiento
artificial
en
que
ésta
recae
con
respecto
a
otras
fuerzas
sociales
de
mayor
envergadura
que
forjan
diversos
aspectos
de
nuestra
existencia.
Mi
intención
en
este
artículo
es
clarificar
el
impreciso
panorama
que
se
extiende
sobre
el
concepto
de
transnacionalismo
y
de
la
migración
transnacional
en
particular.
Mi
aporte
se
puede
dividir
en
dos
partes.
En
primer
lugar,
voy
a
resumir
algunas
de
las
ideas
que
otros
expertos
han
desarrollado
para
analizar
el
fenómeno
de
la
migración
internacional
en
la
última
década
y
media,
señalando
las
áreas
que
necesitan
ser
revisadas.
No
soy
la
primera
en
emprender
esta
tarea
(Faist
2000;
Glick
Schiller
1999;
Guarnizo
2000;
Levitt
2001),
pero
aún
queda
mucho
por
decir.
A
continuación,
pretendo
modificar
el
enfoque,
que
anteriormente
siempre
comenzaba
partiendo
desde
el
interior
del
fenómeno
de
la
migración
transnacional
hacia
una
discusión
diseñada
para
demostrar,
de
esta
forma,
cómo
los
estudios
migratorios
son
útiles
para
entrelazar
la
migración
con
un
sinnúmero
de
diversas
actividades
que
sobrepasan
fronteras.
A
manera
de
anticipo,
demostraré
cómo
la
literatura
migratoria
transnacional
aporta
sustanciosamente
a
los
debates
sobre
la
supervivencia
de
la
nación-‐estado
en
una
etapa
de
globalización
apremiante;
y
cómo
a
su
vez
ayuda
a
explicar
la
etnogénesis
de
ciertas
identidades
y
de
su
transformación
por
encima
de
los
espacios
sociales
y
geográficos
que
la
delimitan,
y
cómo,
finalmente,
es
necesario
realizar
un
mayor
esfuerzo
para
lograr
que
los
estudios
de
migración
transnacional
alcancen
la
esfera
de
los
estudios
culturales
transnacionales
en
general
(Appadurai
1996;
Forster
1991;
Gupta
y
Fergusson
1992;
Hall
1990;
Hall
1991;
Hannerz
1987;
Hannerz
1989)
y
de
otros
campos
transfronterizos.
Doy
por
sentado
que
el
paradigma
transnacional
ha
madurado
en
la
última
década
y
media
como
consecuencia
de
la
revisión
interna
de
sus
conceptos,
de
su
metodología,
de
sus
teorizaciones
y
IR
Y
VENIR
34
IR
Y
VENIR
35
Un
patrón
de
migración
bajo
el
cual
las
personas,
a
pesar
de
cruzar
las
fronteras
para
establecerse
y
desarrollar
nuevas
relaciones
sociales
en
una
nueva
nación,
mantienen
nexos
sociales
con
el
estamento
del
cual
son
oriundos.
Los
migrantes
transnacionales
literalmente
viven
sus
vidas
a
través
de
fronteras
internacionales.
Establecen
campos
de
comunicación
social
que
se
extienden
transnacionalmente.
Los
transmigrantes
son
individuos
que
son
reclamados
por
dos
o
más
naciones
independientes,
en
cuyos
márgenes
viven
como
actores
sociales,
y
que
poseen
la
distinción
de
llamar
a
una
de
estas
naciones
su
estado
de
origen
(Glick
Schiller
1999:96).
Un
par
de
frases
en
esta
definición
merecen
ser
examinadas.
Primero,
la
que
dice
“un
patrón
de
migración”,
por
ser
un
tanto
inexacta
en
la
medida
en
que
implica
un
conocimiento
sobre
la
forma
en
que
migran
las
personas.
El
uso
dado
a
la
frase
tiene
que
ver
con
las
redes
de
interacciones
que
los
migrantes
mantienen
por
encima
de
las
fronteras.
Segundo,
la
descripción
de
la
migración
transnacional
como
una
situación
bajo
la
cual
“los
migrantes
transnacionales
literalmente
viven
sus
vidas
a
través
de
fronteras
internacionales”
merece
ser
matizada.
Como
mencionaré
más
adelante
con
gran
énfasis,
la
actividad
transnacional
de
los
migrantes
es
un
fenómeno
muy
variado;
algunos
cortan
con
el
país
de
origen
totalmente
mientras
que
otros
dedican
una
mayor
cantidad
de
tiempo
y
esfuerzo
a
mantener
los
lazos
con
el
país
anterior
en
lugar
de
integrarse
en
la
nueva
sociedad,
el
resto
cae
en
algún
espacio
entre
estas
dos
tendencias.
El
punto
que
más
voy
a
enfatizar
se
refiere
al
paradigma
de
la
migración
transnacional
que
no
descarta
los
lazos
transfronterizos.
A
medida
que
avanzamos
en
el
estudio
del
paradigma
nos
acercamos
al
reconocimiento
de
su
envergadura,
su
intensidad
y
de
algunos
otros
marcadores
de
la
actividad
transnacional.
Por
lo
tanto,
se
considera
insuficiente
exponer
cualquier
marcador
de
la
existencia
de
los
lazos
transnacionales,
como
es
el
caso
de
las
misivas
que
sólo
fueron
remitidas
una
vez
para
fundamentar
la
existencia
de
la
migración
transnacional.
Argumentos
como
estos
debilitan
su
utilidad
(Guarnizo
y
Portes
2001).
Los
expertos
que
trabajan
dentro
del
paradigma
de
la
migración
transnacional
muchas
veces
optan
por
comparar
el
fenómeno
con
el
tema
más
trabajado
de
la
“inmigración”,
que
supone
un
objeto
de
estudio
migratorio
unidireccional
seguido
de
un
proceso
de
asimilación
(Rouse
1995).
IR
Y
VENIR
36
Estudiar
la
“In”
migración
implica
adentrarse
en
el
tema
de
la
integración
social
y
económica
del
inmigrante,
y
por
consiguiente
se
trata
del
análisis
de
la
migración
dentro
y
sobre
la
nación-‐estado
que
los
recibe.
Sin
embargo,
existen
al
menos
dos
áreas
de
estudio
dentro
de
la
migración
que
exigen
un
marco
socioeconómico
más
amplio
para
ser
comprendida.
Me
refiero
a
aquellas
teorías
de
migración
que
tratan
sobre
el
regreso
migratorio
y
a
las
remesas
de
carácter
pecuniario.
Los
teóricos
de
la
escuela
histórico-‐estructural
que
pretenden
explicar
los
motivos
por
los
que
la
gente
que
emigra,
se
encuentra
ligada
al
estudio
de
los
elementos
supra-‐individuales
que
moldean
al
individuo
y
a
la
familia
de
forma
tal
que
el
resultado
final
es
la
emigración
(Massey
1999;
Portes
1999;
Sassen
1988).
Además,
el
estudio
del
retorno
migratorio
sugiere
que
la
migración
debe
ser
estudiada
como
fenómeno
transnacional
o,
al
menos,
desde
un
contexto
binacional.
Cabría
señalar,
sin
embargo,
que
estos
estudios
continúan
enfatizando
la
relación
del
inmigrante
con
la
nueva
sociedad
que
adopta
en
detrimento
del
estudio
de
los
efectos
del
emigrante
para
con
la
sociedad
de
origen
(e.
g.,
Gmelch
1980;
Rhoades
1978).
La
aparición
del
paradigma
transnacional
en
los
estudios
migratorios
no
fue
aceptada
cabalmente
por
la
mayoría
de
los
expertos
e
incluso
no
faltó
quien
se
opusiera
abiertamente
al
nuevo
enfoque
(Waldinger
1998).
Entre
otras
diversas
críticas,
los
opositores
arguyeron
que
los
lazos
transnacionales
no
podían
considerarse
como
un
fenómeno
reciente
y
que
otras
generaciones
de
emigrantes
ya
habían
manifestado
semejantes
características
anteriormente.
La
revisión
histórica
que
se
desató
sobre
el
tema
confirmó
la
historicidad
de
los
lazos
transnacionales
(Foner
1999;
Glick
Schiller
1999;
Guarnizo
y
Smith
1998;
Wyman
1993;
Levitt,
2001).
Sin
embargo,
también
se
hizo
patente
que,
como
consecuencia
del
progreso
en
el
transporte
y
en
la
comunicación,
la
interacción
transnacional
del
inmigrante
se
ha
acrecentado
en
tiempos
recientes,
hasta
tal
punto,
que
no
se
le
puede
considerar
como
el
mismo
fenómeno
de
otras
generaciones
(Ong
1999;
Portes,
Guarnizo
y
Landolt
1999;
Smith
1998).
Otros
críticos
sostuvieron
que
los
lazos
transnacionales
tienden
a
ser
efímeros
y
que
difícilmente
sobreviven
por
encima
de
la
primera
generación
(Jones-‐Correa
1988;
Suarez-‐Orozco
1998;
Waldinger
1998).
Esta
idea
no
ha
tenido
una
resolución
definitiva
puesto
que
muy
pocos
estudios
tratan
el
tema
más
allá
de
la
primera
generación,
pero
la
escueta
evidencia
acumulada
hasta
el
momento
sugiere
que
los
lazos
transnacionales
son
mantenidos
o
reinventados
por
IR
Y
VENIR
37
subsecuentes
generaciones
en
la
medida
en
que
los
jóvenes
examinan
su
postura
dentro
de
las
jerarquías
sociales
del
país
anfitrión
(Glick
Schiller
y
Fouron
1999;
Smith
1998;
Glick
Schiller,
2001;
Levitt,
2002).
Si
bien
se
puede
decir
que
la
incorporación
de
los
estudios
transnacionales
en
la
academia
ha
sido
una
tarea
ardua,
de
igual
forma
se
puede
admitir
que
la
década
de
los
noventa
fue
testigo
de
un
vuelco
decisivo
en
los
estudios
migratorios
hacia
una
perspectiva
transnacional.
El
corpus
de
trabajo
se
concentró
en
casos
particulares
que
estudiaban
mayormente
la
migración
entre
Latinoamérica
/
el
Caribe
y
los
Estados
Unidos.
Los
trabajos
dedicados
a
la
migración
entre
Estados
Unidos
y
Asia
constituyen
un
esfuerzo
más
reciente,
como
lo
es
también
el
estudio
de
otros
campos
migratorios
fuera
de
los
Estados
Unidos
a
partir
de
la
fundación
del
Programa
de
Comunidades
Transnacionales
de
la
Universidad
de
Oxford
(véase
por
ejemplo
a
Vertovec
1999;
Bryceson,
2002).
En
términos
generales
estos
programas
han
realizado
un
gran
aporte
en
cuanto
a
la
cantidad
de
conocimiento
acumulado
al
respecto,
sin
embargo,
debido
a
la
multitud
de
conceptos
creados
en
el
proceso,
así
como
a
la
insistencia
en
usar
diferentes
metáforas
para
explicar
el
fenómeno
de
los
migrantes
con
ataduras
complejas
a
varios
sistemas
sociales
transfornterizos,
el
resultado
final
ha
provocado
gran
confusión
en
lugar
esclarecer
el
tema.
Más
adelante
revisitaremos
este
confuso
mundo
de
la
terminología
generada
en
el
campo.
Para
mediados
de
la
última
década
del
siglo
anterior
la
migración
transnacional
quedó
establecida
como
un
legítimo
fenómeno
que
no
necesitaba
justificación
aparte
(véase
a
Portes,
Guarnizo
y
Landolt
1999).
Hoy
en
día
es
un
campo
con
buena
acogida,
pero
no
significa
que
todos
los
investigadores
del
fenómeno
migratorio
incluyan
algún
aspecto
transnacional
en
sus
trabajos
ni
que
todos
los
académicos
se
adhieran
a
sus
pautas.
Algunos
se
acercan
al
estudio
transnacional
atraídos
por
su
potencial
para
entrelazar
la
migración
con
otros
diversos
campos
y
teorías
sociales
más
amplias,
como
es
el
caso
de
la
globalización
(Ong
1999;
Sassen
1996),
de
los
movimientos
sociales
transnacionales
y
de
los
estudios
culturales,
entre
otros.
En
la
última
parte
del
artículo
revisaremos
esta
idea
con
más
detalle.
En
cuanto
al
aspecto
metodológico,
en
los
últimos
tiempos
se
han
realizado
varios
estudios
comparativos
en
los
que
han
utilizado
parámetros
reconocidos
para
el
análisis
de
datos
tomando
como
materia
prima
IR
Y
VENIR
38
IR
Y
VENIR
39
que
los
procesos
globales
en
su
mayoría
están
desarticulados
de
cualquier
territorio
nacional,
los
procesos
transnacionales
quedan
anclados
y
trascienden
varias
naciones-‐estado”
(1995b:548,
énfasis
añadido).
A
la
definición
de
Kearney
merece
dedicarle
unas
líneas
en
este
trabajo.
En
primer
lugar,
el
término
“anclados”
sugiere
que
los
lazos
transnacionales
se
encuentran
ligados
a
“relaciones
sociales
específicas
establecidas
entre
individuos
particulares,
sobre
un
territorio
concreto,
al
margen
de
un
tiempo
histórico
real”
(Guarnizo
y
Smith
1998:11).
Por
consiguiente,
las
relaciones
transnacionales
son
muchas
veces
“translocales”,
en
las
que
se
asocian
localidades
dentro
de
distintos
estados
separados
por
fronteras
internacionales.
Sin
embargo,
siguiendo
con
la
definición
de
Kearney,
los
lazos
transnacionales
que
establecen
los
migrantes
equivalen
a
relaciones
sociales
que,
a
pesar
de
nutrirse
de
una
realidad
inminente,
“trascienden”
fronteras.
Los
que
promueven
la
migración
transnacional
enfatizan
este
uso
de
“trascender”
que
no
implica
“transcendental”
en
el
sentido
de
“sin
ataduras”
que
promulgan
los
defensores
de
los
estudios
culturales
transnacionales
(Bhabha
1990).
Tampoco
es
un
indicio
de
“cosmopolitismo”
en
donde
se
promulga
que
la
identidad
de
una
persona
puede
proyectarse
por
encima
de
las
fronteras
nacionales
(Chean
Pheng
y
Robbins
1998;
Pollock
et
al.
2000).
Por
el
contrario,
este
uso
del
prefijo
“trans”
connota
tanto
el
concepto
de
un
puente
sobre
el
espacio
fronterizo
(pero
firmemente
apuntalado
en
el
suelo),
como
la
idea
de
algo
que
puede,
aunque
no
siempre,
generar
cambios,
como
es
el
caso
de
las
palabras
“transformativo”
o
“transgresivo”
(Ong
1999).
El
trabajo
de
Glick
Schiller
continúa
el
proceso
de
delimitar
lo
“transnacional”
de
lo
“global”
mediante
el
escrutinio
de
las
ideas
de
alcance
y
las
de
acción
social
o
agencia:
“Global”
refiere
a
los
procesos
que
no
quedan
delimitados
por
un
solo
estado,
sino
que
se
propagan
por
todo
el
globo.
Ciertos
procesos,
como
la
producción
de
capital,
se
comprenden
mejor
bajo
esta
perspectiva
global
puesto
que
se
trata
de
un
sistema
cuyo
desarrollo
proviene
no
de
un
solo
estado
sino
de
varios
estados
europeos
en
un
apogeo
industrial
impulsado
por
los
recursos,
riquezas,
y
trabajo
de
una
clase
burguesa
en
crecimiento.
Por
otro
lado,
empleo
la
palabra
transna-‐
cional
para
discutir
fenómenos
políticos,
económicos,
sociales
y
culturales
que
se
extienden
más
allá
de
las
fronteras
de
cualquier
estado,
que
incluyen
actantes
que
no
son
el
estado,
pero
que
pueden
ser
afectados
por
la
política
y
por
las
reglas
del
estado”
(1999:
IR
Y
VENIR
40
IR
Y
VENIR
41
que
ellos
mismos
ayudaron
a
crear;
de
forma
similar,
los
agentes
de
la
nación-‐estado
han
hecho
sentir
su
influencia
en
los
migrantes
por
encima
de
las
fronteras,
disciplinando
los
esfuerzos
transnacionales
por
parte
de
migrantes
y
cultivando
en
ellos
vínculos
emocionales
que
los
enlazan
a
su
país
de
origen
(para
un
resumen
detallado
véase
Glick
Schiller
1999).
Aun
más,
la
migración
transnacional,
así
como
los
propios
migrantes,
ha
resistido
a
la
soberanía
del
estado
y
a
su
capacidad
para
decidir
sobre
los
derechos
de
sus
ciudadanos.
Por
otra
parte,
si
tenemos
en
cuenta
que
la
formación
nacional
se
ha
nutrido
en
gran
medida
de
los
esfuerzos
de
los
migrantes,
muchos
de
los
simpatizantes
de
la
perspectiva
transnacional
de
la
migración
no
consideran
la
propia
migración
como
un
elemento
que
necesariamente
subestime
el
poder
del
estado,
aunque
cabe
admitir
que
bajo
la
globalización
sí
han
logrado
retar
la
capacidad
del
estado
para
regular
el
movimiento
de
materia
prima,
de
capital
y
de
fuerza
trabajadora.
Robert
Smith
(1998:203)
argumenta
que
el
estado
desempeña
un
papel
importante
en
la
vida
del
inmigrante
transnacional
porque
“provee
un
lugar
donde
vocear
sus
opiniones
para
los
migrantes
y
su
descendencia
(que
por
lo
general
no
tienen
[en
el
país
anfitrión])
y
desde
el
cual
recibir
atención,
aparte
de
crear
un
ambiente
público
donde
es
posible
fomentar
identidades
alternas
en
oposición
a
las
que
negativamente
le
otorga
la
sociedad
dominante
en
el
nuevo
país”.
Debido
a
que
continúa
siendo
el
estado
quien
garantiza
los
derechos
humanos
de
sus
ciudadanos,
la
ciudadanía
posnacional,
a
pesar
de
haber
sido
propuesta,
no
existe
(Soysal
1994).
El
estado
sigue
siendo
el
foco
de
atención
de
muchos
migrantes
transnacionales
y
la
exigencia
de
que
se
le
garanticen
o
extiendan
sus
derechos
recae
precisamente
en
la
nación-‐estado.
Las
actividades
transfronterizas
de
los
migrantes
han
fomentado
innovaciones
en
el
estado,
han
generado
revisiones
en
su
política
para
que
se
considere
como
un
ente
transnacional
y
han
influenciado
sus
estrategias,
como
resultado
de
esta
nueva
realidad
(Baker
Cristales
1999:
Basch,
Glick
Schiller,
y
Santón
Blanc
1994;
Durand,
Parrado,
y
Massey
1996;
Feldman-‐Bianco
1992;
Glick
Schiller
1999;
Goldring
1998;
González
Gutiérrez
1997;
Guarnizo
1998;
Itzigsohn
et
al.
1999;
Kearny
1995a;
Landolt,
Autler,
y
Baires
1999;
Smith
n.d.).
Este
aspecto
del
fenómeno
conlleva
el
peligro
de
que
las
elites
gobernantes
lo
tilden
de
subalterno;
como
resultado,
los
migrantes
tienden
a
luchar
por
sus
derechos
desde
la
seguridad
que
les
brinda
el
estado
al
que
se
amoldan,
donde
la
capacidad
para
organizarse
y
para
hacer
valer
su
propia
voz
se
encuentra
más
protegida
IR
Y
VENIR
42
en
comparación
con
los
estados
de
origen.
No
es
de
sorprender
que
exista
una
contra
respuesta
mediante
la
cual
los
estados
intentan
disciplinar
a
sus
expatriados
y
que
genera
una
interacción
dialéctica.
La
discusión
anterior
nos
lleva
hasta
el
segundo
aspecto,
íntimamente
relacionado
con
el
anterior:
el
papel
de
las
fronteras
internacionales
en
el
marco
de
lo
transnacional.
Contrario
a
las
funciones
de
la
nación-‐estado,
el
papel
de
las
fronteras
no
tiene
tanta
primicia
en
los
estudios.
Una
función
es
obvia:
delimitar
los
territorios
que
constituyen
los
estados
y
las
personas
que
viven
en
ellos.
En
un
tiempo
en
que
muchos
autores
describen
a
la
frontera
en
proceso
de
desvanecerse
(Anzaldúa
1987),
el
tema
merece
una
mejor
justificación
de
la
centralidad
de
las
fronteras
por
parte
de
los
defensores
de
la
migración
transnacional.
La
mejor
defensa
de
la
frontera
como
esencial
para
el
paradigma
la
escuché
en
un
debate
en
el
que
se
mencionó
la
idea
de
si
la
migración
puertorriqueña
que
llega
a
los
Estados
Unidos
podía
ser
considerada
como
transnacional.
Voy
a
resumir
la
discusión:
las
personas
que
forjan
lazos
por
encima
de
las
fronteras
regionales
geográficas
muy
a
menudo
experimentan
diferencias
culturales
y
psicológicas
paralelas
a
las
de
los
migrantes
transnacionales,
a
pesar
de
que
su
patrón
de
migración
no
puede
ser
considerado
como
transnacional.
¿Por
qué?
Porque
aquellos
casos
en
los
que
se
incluyen
estamentos
neocoloniales
no
existen
dos
estados
independientes
que
puedan
reclamar
(y
controlar)
a
los
migrantes,
y
ante
los
cuales
los
migrantes
puedan
hacer
sus
reclamos.
Si
eliminamos
las
fronteras
internacionales,
como
necesarias
en
la
construcción
del
paradigma,
la
migración
transnacional
se
convierte
simplemente
en
un
ejemplo
más
del
flujo
cultural
transnacional
que
corroe
el
poder
del
estado
y
esto
no
es
lo
que
se
observa
en
la
práctica.
En
mi
opinión,
tenemos
la
necesidad
de
encontrar
mejores
puntos
en
común
entre
los
estudios
migratorios
transnacionales
y
otras
disciplinas
que
investiguen
fenómenos
culturales
que
traspasan
las
fronteras,
lo
cual
debe
ser
acometido
con
cautela
para
evitar
caer
en
la
guerra
terminológica
y
conceptual
que
existe
hoy
en
día
en
estos
campos.
Finalmente,
creo
que
debe
darse
cabida
a
la
extensión
del
debate
sobre
la
importancia
de
las
fronteras
y
de
los
estados
que
las
regulan,
para
poder
analizar
la
exclusión
dentro
de
lo
“transnacional”
de
la
migración
en
contextos
neocoloniales.
Este
es
un
aspecto
del
paradigma
que
merece
atención.
IR
Y
VENIR
43
IR
Y
VENIR
44
“Diáspora”
es
el
término
de
más
extensa
historia
y
generalmente
se
define
como
“un
grupo
que
bajo
el
peso
de
algún
evento
traumático
tiende
a
dispersarse,
dejando
una
visión
y
una
memoria
de
una
patria
perdida
o
en
necesidad
de
ser
recreada,
y
cuyas
peculiaridades
culturales
son
rechazadas
o
mal
entendidas
por
la
sociedad
que
los
recibe”
(Faist
2000:
197;
véase
también
a
Cohen
1997).
La
definición
de
Faist
no
incluye
la
relación
de
la
diáspora
con
la
nación-‐estado,
pero
para
Glick
Schiller
esto
es
esencial.
Según
la
crítica,
los
individuos
envueltos
en
la
diáspora,
a
diferencia
del
inmigrante
transnacional,
no
están
“atados
a
un
estado
contemporáneo”
(Glick
Schiller
1999:
96).
Muy
a
pesar
de
esto,
muchos
críticos
hablan
de
la
diáspora
como
sinónimo
de
comunidades
de
migrantes
transnacionales
(Clifford
1994),
lo
cual
empeora
el
asunto.
Roger
Rouse
llama
a
estos
espacios
unidos
por
los
migrantes
transnacionales
“circuitos”
(Rouse
1992),
pero
su
conceptualización
ha
sido
criticada
debido
a
su
dependencia
del
movimiento
humano
(Mahler
1998)
y
por
el
uso
de
la
“metáfora
del
cierre”
(Glick
Schiller
1999).
En
la
década
de
los
noventa,
la
idea
de
una
“comunidad
transnacional”
estuvo
de
moda
en
calidad
conceptual
de
unidad
de
análisis
para
los
estudios
transnacionales,
pero
también
fue
criticada
porque
trae
consigo
la
implicación
de
que
el
grupo
mantiene
su
unidad
sin
tomar
en
cuenta
ciertas
variables
de
clase,
género,
raza,
religión,
etc.,
que
pudieran
dividirlo
(Glick
Schiller
1999;
Mahler
1998).
Este
problema
se
acrecienta
a
medida
en
que
los
nuevos
estudios
contradicen
los
argumentos
iniciales
que
presentaban
versiones
emancipadoras
de
las
actividades
transnacionales
(Nagengast
y
Kearney
1990;
Portes
1996;
Smith
1994)
utilizando
como
evidencia
su
capacidad
para
promover
competencia
entre
clases
sociales
y
géneros
(Goldring
1996;
Goldring
2001;
Lungo,
Eekhoff
y
Baires
1996;
Mitchell
1997).
Guarnizo
utiliza
un
término
adicional,
“formación
social
transnacional”,
que
define
como:
“territoriedad
de
múltiples
y
complejas
matrices
de
orden
socioeconómico
y
político
asimétrico,
de
discursos
hegemónicos
y
de
prácticas
e
identidades
culturales
que
giran
entorno
a
eventos
de
formación
y
de
constitución
de
grupos
sociales
nacionales
y
locales”
(Guarnizo
2000:
4).
Personalmente
me
parece
un
caso
igualmente
problemático
debido
a
que
ofrece
una
impresión
aparentemente
totalizante,
encasilladora
y
rígida.
Por
otro
lado,
estoy
de
acuerdo
cuando
delimita
lo
que
es
y
no
es
transnacional
y
en
cómo
cataloga
las
actividades
transnacionales.
En
general,
la
unidad
conceptual
más
empleada
entre
los
que
cultivan
el
tema
es
“campo
IR
Y
VENIR
45
social
transnacional”,
elaborada
por
Glick
Schiller
y
sus
colegas
(Basch,
Glick
Schiller,
and
Szanton
Blanc
1994;
Glick
Schiller,
Basch,
and
Blanc-‐Szanton
1992)
y
definida
como
un
“terreno
desligado
de
redes
egocéntricas”
(Glick
Schiller
1999:
97).
Ella
afirma
que
“las
relaciones
concatenadas
le
adjudican
al
trasmigrante
un
espacio
cultural
y
social
diferente
al
de
sus
vecinos,
al
de
sus
compañeros
de
trabajo
y
al
de
aquellos
amigos
que
no
comparten
esta
realidad”
(Glick
Schiller
2000:
1).
Yo
tampoco
usaría
esta
frase
debido
a
que
pone
demasiado
peso
sobre
el
sentido
territorial
de
lo
transnacional
y
como
consecuencia
puede
limitar
una
perspectiva
más
amplia.
Esto
explicaría
el
empleo
en
la
cita
anterior
de
términos
como
“terreno”
y
“espacio”.
Me
parece
que
promulgar
ideas
semejantes
o
conceptos
atados
a
territorialidades
debilita
el
intento
de
relacionar
la
migración
transnacional
con
otros
fenómenos
transnacionales
de
igual
dinamismo.
Discutí
este
problema
con
mi
colega
Patricia
Pessar
durante
una
sesión
editorial
para
una
tirada
especial
de
una
revista
sobre
géneros
y
contextos
transnacionales.
Entre
las
propuestas
presentadas
en
el
proyecto,
que
inicialmente
se
centraban
en
una
migración
transnacional,
aparecían
varios
estudios
de
personas
que
se
desenvolvían
trasfronterizamente
pero
que
no
podían
ser
clasificados
de
acuerdo
con
las
definiciones
de
migrantes
transnacionales
existentes
(eran
turistas,
migrantes
en
potencia,
refugiados
en
campamentos,
y
cosas
por
el
estilo)
(Mahler
y
Pessar
2001).
Para
poder
incluir
estos
estudios
tan
importantes
tuvimos
que
cambiar
el
tema
del
tomo
para
que
su
enfoque
estuviera
relacionado
con
los
procesos
que
imperan
dentro
del
contexto
transnacional
y
de
esta
manera
nos
fuera
posible
seguirle
la
pista
a
las
relaciones
trasfronterizas
que
no
estuvieran
cubiertas
por
el
esquema
de
la
migración
transnacional
propiamente.
Una
de
las
principales
razones
por
la
cual
los
defensores
de
la
migración
transnacional
preferimos
usar
unidades
conceptuales
con
marcos
territoriales,
no
es
tanto
por
la
idea
del
espacio,
sino
porque
intentamos
unir
los
procesos
transnacionales
con
ciertas
realidades
sociales,
y
queremos
distinguirnos
de
los
autores
que
se
centran
en
el
estudio
cultural
transnacional.
Su
enfoque
se
encuentra
más
vinculado
con
las
comunicaciones
globales,
la
producción
y
la
difusión
de
los
medios,
gente
que
crea
y
difunde
imágenes,
y
las
ideas
e
identidades
que
surcan
el
globo
creando
un
mercado
mundial
fuera
del
control
de
los
estados
(Appadurai
1996;
Bhabha
1990;
Morley
and
Robins
1995).
Por
el
contrario,
los
defensores
de
la
migración
transnacional
mantienen
que
los
IR
Y
VENIR
46
lazos
transnacionales
son
el
producto
de
contextos
migratorios
que
a
su
vez
reciben
la
influencia
de
los
estados
y
de
otras
presiones
históricas
y
estructurales
de
forma
recíproca.
Por
lo
tanto,
“campo
social
transnacional”
se
relaciona
menos
con
“campo”,
en
el
sentido
de
espacio,
y
más
con
“campo
social”,
en
el
sentido
de
relaciones
sociales.
IR
Y
VENIR
47
irremediable,
sine
qua
non,
de
la
migración
transnacional
(Guarnizo
1994;
Portes
1996;
Rouse
1990).
Soy
de
la
opinión
que
los
trabajos
iniciales,
encabezados
por
la
vertiente
mexicana
y,
en
menor
grado,
caribeña
del
fenómeno
reforzaron
la
idea
de
que
los
migrantes
mexicanos,
legales
o
no,
tienen
mucha
capacidad
de
moverse
libremente
dentro
y
fuera
de
los
Estados
Unidos.
Los
migrantes
de
países
más
distantes
tienen
un
viaje
extenso,
con
más
fronteras
que
cruzar
y
un
mayor
número
de
percances
que
solventar,
lo
que
convierte
sus
travesías
en
gestas
costosas
y
de
gran
dificultad,
en
comparación
al
caso
mexicano,
y
por
consiguiente
el
flujo
constante
entre
países
no
debería
ser
el
principal
ni
el
único
factor
utilizado
para
describir
los
lazos
transnacionales
(Mahler
1998).
Problematizar
el
evento
trashumante
en
constante
flujo
frente
a
la
migración
transnacional
ha
servido
para
ensanchar
los
horizontes
de
los
estudios
transnacionales
e
incorporar
nuevas
perspectivas,
como
el
intercambio
de
ideas
trasfronterizas,
correspondencias,
organización
política,
etc.
Al
mismo
tiempo
trae
a
colación
la
idea
de
si
los
mismos
no-‐migrantes,
que
interactúan
de
forma
relevante
con
los
migrantes,
son
entes
transnacionales
de
por
sí.
Algunos
expertos,
incluyéndome
a
mí,
aceptan
este
corolario,
otros
van
más
allá
y
proponen,
por
ejemplo,
que
la
juventud
no-‐migrante
pertenece
a
una
especie
de
segunda
generación
al
igual
que
sus
homónimos
del
otro
lado
del
campo
social
transnacional
(Glick
Schiller
y
Fouron
1999;
Glick
Schiller,
2001).
Obviamente
no
todos
parecen
estar
tan
entusiasmados
con
esta
interpretación.
Un
problema
básico
de
incluir
a
los
no-‐migrantes
dentro
de
la
ecuación,
como
posibles
agentes
transnacionales,
precisamente,
reside
en
la
necesidad
de
establecer
ciertos
parámetros
que
guíen
dicha
inclusión.
¿De
qué
manera
podemos
decidir
quiénes,
entre
la
vasta
mayoría
de
personas
que
no
emigran,
pueden
ser
considerados
como
transnacionales?
Otra
disyuntiva
que
se
desprende
de
la
misma
discusión
sería
aceptar
si
las
personas
deben
actuar
transnacionalmente
de
forma
clara,
evidente,
o
si
es
posible
pertenecer
al
grupo
transnacional
si
sus
acciones
son
mayoritariamente
cognoscitivas.
Esto
parecería
poco
probable,
pero
como
mi
colega,
Patricia
Pessar,
y
yo
hemos
discutido
en
otras
ocasiones,
el
papel
de
la
imaginación
requiere
de
mayor
atención:
Muchas
de
las
actividades
transnacionales
quedan
reflejadas
en
la
imaginación,
en
la
IR
Y
VENIR
48
preparación
de
planes
y
de
estrategias
de
las
personas
involucradas,
y
deben
ser
consideradas
como
parte
de
su
agencia.
Sin
embargo,
en
algunos
casos
encontramos
personas
que
no
participan
en
actividades
transnacionales
que
pueden
ser
medidas
objetivamente
(gracias
a
los
giros
monetarios
y
a
las
cartas,
o
que
pertenecen
a
organizaciones
transnacionales),
pero
que
todavía
viven
en
un
espacio
cognitivo
transnacional.
Un
caso
ilustrativo
sería
el
de
los
jóvenes
que
viven
con
miras
a
emigrar
y
que,
en
preparación
para
un
futuro
en
el
extranjero,
dejan
de
un
lado
la
educación
debido
a
que
es
una
actividad
de
poca
utilidad
fuera
de
su
país.
Tal
vez
el
proceso
de
migración
para
estas
personas
se
dé
en
el
futuro,
haciendo
realidad
lo
que
comenzó
como
un
impulso
de
la
imaginación,
pero
incluso
si
no
sucediera,
el
hecho
de
que
tomaron
la
decisión
de
abandonar
la
escuela
sólo
puede
ser
explicado
basándose
en
sus
imaginadas
vidas
como
migrantes.
Por
ello,
abogamos
por
la
idea
de
que
los
estudios
que
tratan
el
tema
de
la
agencia
transnacional
incluyan
tanto
las
acciones
corporales
como
las
cognitivas,
a
pesar
de
lo
difícil
que
resulte
detectar
y
medir
estos
factores
tan
elusivos
(Mahler
y
Pessar
2001:447).
IR
Y
VENIR
49
3
Le
debo
a
Luis
E.
Guarnizo
(Guarnizo
2000)
mi
sensibilidad
sobre
este
tema.
IR
Y
VENIR
50
AGENCIA
Bajo
Nivel
Alto
Nivel
ACTANTES
Pequeña-‐escala,
Desorganizados
Altamente
Institucionalizados,
Organizados
El
método
continuo,
en
comparación
con
una
simple
tabla
es
más
útil,
puesto
que
la
agencia
es
un
asunto
de
movimientos
graduales
y
no
de
absolutos.
Un
modelo
de
continuidad
funciona
mejor
para
explicar
una
escala
en
constante
cambio.
De
manera
que
las
acciones
de
una
persona
en
un
momento
pueden
cambiar
con
el
tiempo
hacia
el
extremo
opuesto
de
la
escala.
De
hecho,
una
persona
puede
estar
implicada,
a
la
vez,
en
varias
actividades
transnacionales
que
corresponderían
a
diferentes
puntos
en
la
escala,
lo
que
haría
difícil
catalogar
a
dicho
actante
junto
con
sus
acciones
dentro
del
esquema
de
“alto”
o
“bajo”
nivel
de
interacción
al
que
nos
referíamos
anteriormente.
Un
ejemplo
sería
el
de
un
sacerdote
que
viaja
al
extranjero
para
visitar
alguna
comunidad
de
migrantes
que
pertenecieron
en
el
país
originario
a
su
parroquia.
Una
vez
allí,
no
sólo
les
brinda
servicio,
sino
que
además
recauda
dinero
para
beneficiar
aquella
iglesia
que
dejaron
atrás.
A
su
vez,
ejerce
como
portavoz
de
la
archidiócesis,
que
atiende
las
necesidades
de
sus
compatriotas
y
coordina,
con
el
apoyo
local,
diversos
eventos
para
celebrar
las
fiestas
de
los
santos
patronos
tan
importantes
para
la
comunidad
que
visita.
¿Cómo
se
puede
clasificar
a
este
cura
y
sus
actividades?
IR
Y
VENIR
51
finales
de
los
noventa,
casi
una
década
después
de
que
los
estudios
transnacionales
dentro
del
contexto
de
la
migración
se
hicieran
populares.
De
hecho,
el
debate
al
respecto
todavía
continúa
abierto.
Según
mi
interpretación
de
la
evidencia,
los
intereses
particulares
de
los
expertos
que
se
dedican
al
estudio
de
la
migración
transnacional
terminan
influyendo
en
la
línea
de
pensamiento
que
defienden.
Por
ejemplo,
el
trabajo
fundamental,
producto
de
un
ciclo
de
conferencias
realizadas
en
1990,
y
que
puso
en
boga
el
tema
tuvo
como
subtítulo:
“Race,
Class,
Ethnicity
and
Nationalism
Reconsidered”
(Glick
Schiller,
Basch,
y
Blanc-‐Szanton
1992).
La
noción
de
género
fue
abandonada
posteriormente
por
completo
hasta
que
se
iniciaron
los
esfuerzos
necesarios
por
traerlo
de
nuevo
a
debate
en
1996.
De
forma
análoga,
un
aspecto
como
la
religión,
tradicionalmente
marginado
en
el
área
de
los
estudios
migratorios,
fue
igualmente
ignorada
hasta
que
algunos
investigadores
acertadamente
decidieron
prestarle
mayor
atención
(Levitt
1998;
Menjívar
1999;
Vázquez
1999).
Finalmente,
el
área
que
mayor
crecimiento
ha
experimentado
sin
duda
alguna,
es
aquella
que
se
refiere
a
la
encrucijada
entre
la
migración
transnacional
y
el
Estado,
en
términos
de
proyectos
nacionalistas
(Feldman-‐Bianco
1992;
Glick
Schiller
1999;
Goldring
2001;
González
Gutiérrez
1997;
Guarnizo
1998;
Guarnizo,
Sánchez,
and
Roach
1999;
Kearney
1995a;
Landolt,
Autler,
and
Baires
1999;
Mahler
2000;
Mato
1997;
Ong
1999;
Smith
1998;
Smith,
2003).
En
términos
de
desarrollo
conceptual
inicial
del
subcampo,
el
tratamiento
ad
hoc
del
enfoque
que
mencionábamos
no
era
extraño,
a
pesar
de
que
su
fin
se
acercaba.
El
próximo
paso
fue
delimitar
las
actividades
transnacionales
por
intensidad.
En
las
publicaciones
de
finales
de
los
noventa
se
hicieron
comunes
frases
como
lazos
“sostenidos
sobre
el
tiempo”
o
que
se
dan
“de
forma
regular”,
como
forma
para
excluir
actividades
singulares
o
infrecuentes.
Citando
a
Guarnizo,
las
acciones
deben,
por
necesidad,
“formar
parte
integral
de
la
vida
diaria
del
individuo
en
cuestión”
y
“ser
ejecutadas
de
forma
rutinaria”
para
poder
ser
calificadas
como
transnacionales
(Guarnizo
2000:
1).
El
libro
publicado
en
1999,
Ethnic
and
Racial
Studies,
que
tuvo
como
editores
a
Alejandro
Portes,
Luis
E.
Guarnizo
y
Patricia
Landolt,
representa
otro
hito
en
el
proceso
para
clarificar
el
estado
conceptual
del
campo;
en
él
varios
autores
cultivan
una
tipología
de
las
actividades
transnacionales
que
tiene
presente
diversos
aspectos
del
fenómeno,
incluyendo
el
enfoque
(por
ejemplo,
político
IR
Y
VENIR
52
versus
económico
versus
cultural
versus
social),
el
poder
de
agencia
(alto
versus
bajo;
estrecho
versus
ancho),
historia
(orígenes
y
desarrollo),
e
intensidad
(regular
versus
episódica)
(Itzigsohn
et
al.
1999;
Landolt,
Autler
y
Baires
1999;
Portes,
Guarnizo
y
Landolt
1999;
Vertovec
1999).
Guarnizo
va
un
poco
más
allá
cuando
propone
que
“nuestro
deber
no
es
solamente
determinar
la
extensión
de
lo
transnacional,
sino,
más
importante
aún,
trazar
sus
límites:
¿Cuáles
son
los
límites?
¿Dónde
quedan
los
márgenes?
¿Qué
elementos
no
pueden
ser
transnacionalizadas
y
cuáles
son
las
consecuencias
que
resultan
de
definir
ciertos
procesos
como
transnacionales?”
(Guarnizo
2000:
5).
Recientemente
Guarnizo
ha
tratado
el
aspecto
de
la
intensiadad
basándose
en
la
distinción
entre
lo
que
él
llama
transnacionalismo
“vital”
y
transnacionalismo
“ampliado”.
Desde
un
punto
de
vista
individual,
el
transnacionalismo
vital
se
define
como
“actividades
que
(a)
son
vitales
en
la
vida
cotidiana
de
un
individuo,
(b)
a
las
que
se
dedica
de
forma
regular,
y
que
(c)
mantienen
algún
patrón,
y
que
por
lo
tanto
las
convierte
en
un
evento
predecible
hasta
cierto
grado.”
En
contraste,
el
transnacionalismo
ampliado
es
aquel
que
“integra
a
la
participación
irregular
de
los
migrantes
que
ocurre
durante
las
diversas
encrucijadas
históricas
importantes
como
son
los
momentos
de
tensión
política
o
desastres
catastróficos”
(Guarnizo
2000:
1-‐2).
Heurísticamente,
la
definición
posee
ciertos
méritos
que
se
diluyen
por
la
falta
de
precisión
en
su
enunciación.
Por
ejemplo,
¿qué
significa
de
forma
“regular”?
Aún
más,
el
alcance
de
esta
terminología
no
nos
ayuda
a
la
hora
de
clarificar
cuestiones
que
pretenden
delimitar
las
acciones
transnacionales,
tales
como,
si
existe
algún
modo
de
medir
lazos
cognitivos
y,
en
el
caso
de
que
no
fuera
posible,
si
debemos
ignorarlos,
o
¿cómo
evaluar
los
aportes
documentados
de
lazos
transnacionales
en
comparación
con
aquellos
que
se
pueden
percibir
fácilmente?
¿Cuánta
responsabilidad
tiene
el
investigador
de
buscar
aquellas
actividades
que,
siendo
importantes,
sólo
ocurren
tras
bastidores?
Estas
interrogantes
son
testigo
de
los
problemas
conceptuales
y
del
trabajo
que
queda
por
realizarse
en
el
campo
de
los
estudios
transnacionales.
D. MOTIVACIONES Y EFECTOS
¿Qué
motivación
tienen
los
migrantes
para
conducir
sus
vidas
a
través
de
fronteras
IR
Y
VENIR
53
internacionales?
Aunque
parezca
un
problema
simple
–mantenerse
en
contacto
con
la
familia
que
dejaron
atrás,
por
ejemplo
–escudriñar
en
las
motivaciones
de
los
migrantes
es
una
tarea
mucho
más
difícil
de
lo
que
parece
a
primera
vista.
Frecuentemente,
las
personas
entrevistadas
ofrecen
ciertas
explicaciones
que
representan
una
articulación
pública
de
su
estado
y
que
no
necesariamente
coinciden
con
los
deseos
personales
y
privados
que
los
motivan.
De
igual
forma
cabe
tener
en
cuenta
que
las
personas
pueden
actuar
de
forma
subconsciente
hasta
tal
punto
que
sus
motivaciones
quedan
a
la
deriva
sin
poder
ser
detectadas.
Estos
problemas
a
los
que
se
enfrenta
el
investigador
a
la
hora
de
determinar
las
intenciones
de
las
personas
envueltas
no
deben
opacar
la
necesidad
que
existe
de
mantenerse
al
tanto
de
los
procesos
cognitivos
del
actante.
El
acto
de
formularse
unas
metas
muchas
veces
sucede
en
el
ámbito
de
la
imaginación
y
no
siempre
se
comunica
abiertamente.
Podríamos
argumentar,
incluso,
que
las
intenciones
de
los
individuos
no
siempre
encuentran
una
manifestación
externa
concreta;
por
lo
tanto,
no
se
puede
descartar
el
aporte
de
la
imaginación
en
el
proceso.
En
pocas
palabras,
los
investigadores
deben
prestar
particular
atención
a
la
forma
en
la
que
operan
términos
como
“propósito”,
“motivación”
y
“meta”.
No
tengo
una
respuesta
absoluta,
pero
pienso
que
los
propósitos
no
pueden
ser
desglosados
en
categorías
menores.
Por
eso
insisto
en
que
sean
expuestos
de
forma
continua
en
un
esquema
cuyos
extremos
se
encuentran,
por
una
parte
el
altruismo,
y
por
la
otra
el
individualismo.
Cada
acción
puede
ser
concebida
basándose
en
más
de
una
meta,
teniendo
en
cuenta
los
propósitos
por
separado.
Otra
opción
sería
tabular
un
“promedio”
de
los
propósitos
y
usar
esto
como
un
punto
en
la
gráfica.
Un
beneficio
adicional
lo
obtenemos
al
presentar
la
evidencia
en
forma
continua,
la
cual
es
muy
útil
a
la
hora
de
representar
a
aquellos
procesos
que
son
dinámicos;
las
motivaciones
del
individuo
pueden
cambiar
con
el
tiempo
y
pueden
ocupar
distintas
escalas
en
la
gráfica
a
lo
largo
del
continuo.
Si
bien
el
tema
de
la
razón
por
la
que
algunas
personas
se
desenvuelven
a
través
de
fronteras
se
ha
mencionado
con
frecuencia
en
el
corpus,
sin
embargo
han
sido
pocos
los
estudios
dedicados
al
tema
por
completo.
En
el
tomo
fundamental
de
Basch,
Glick
Schiller
y
Santón
Blanc
(1994)
se
mencionan
tres
propósitos
generales
detrás
de
las
motivaciones
de
los
migrantes
IR
Y
VENIR
54
transnacionales4:
(1)
garantizar
la
supervivencia
y
la
continuidad
de
la
familia
por
encima
de
los
problemas
económicos
y
políticos
del
país
de
origen;
(2)
romper
con
barreras
de
movimiento
social
en
el
país
de
origen
que
sólo
pueden
ser
superadas
desde
afuera;
y
(3)
lidiar
con
presiones
raciales
en
los
Estados
Unidos
que
obligan
al
inmigrante
a
buscar
refugio
o
identidades
alternas
mediante
el
cultivo
de
lazos
transnacionales.
El
caso
de
los
migrantes
que
buscan
el
ascenso
social
en
el
país
de
origen
por
medio
de
sus
acciones
transnacionales
está
bastante
trabajado
(inter
alia
Fouron
and
Glick
Schiller
2001;
Georges
1992;
Goldring
1998;
Guarnizo
1994;
Mahler
2001;
Matthei
and
Smith
1998;
Menjívar
2000;
Ong
1992;
Smith
1998).
Obviamente
el
tema
no
es
nuevo,
era
muy
común
en
los
estudios
de
la
migración
de
retorno
(e.
g.,
Fanon
1967;
Gmelch
1980;
Gmelch
1992;
Rhoades
1978).
Las
personas
no
siempre
actúan
por
motivos
individuales;
los
anales
están
repletos
de
casos
en
los
que
son
asociaciones
transnacionales
las
que
inician
el
proceso
de
recaudar
fondos
para
realizar
obras
en
sus
comunidades
de
origen
(Baker
Cristales
1999;
Chinchilla,
Hamilton
y
Loucky
1993;
Goldring
2001;
González
Gutiérrez
1997;
Hamilton
y
Chinchilla
1999;
Levitt
1997;
Lungo,
Eekhoff,
y
Baires
1996;
Popkin
1995;
Smith
1998).
Los
estudios
no
ofrecen
un
consenso
sobre
la
razón
por
la
cual
las
personas
forman
sociedades
de
ayuda
o
si
sus
motivos
son
homogéneos
o
divididos
en
términos
de
clase,
género,
raza,
etc.
El
estudio
de
Luin
Goldring
acerca
de
las
sociedades
mexicanas
transnacionales
de
ayuda,
que
analiza
a
fondo
el
papel
que
tienen
las
diferencias
de
género
en
la
formación
de
estos
grupos
y
en
su
relación
con
el
estado
mexicano
(Goldring
2001)
es
una
excepción,
puesto
que
la
mayoría
de
los
aportes
no
dan
luz
en
cuanto
a
quién
conforma
estas
sociedades
y
qué
intereses
representan.
Es
un
área
de
estudio
que
necesita
mucha
atención.
4
Basch,
Nina
Glick
Schiller
y
Szanton
Blanc,
1994:
7.
afirman
que:
“El
transnacionalismo
es
la
cristalización
de
un
proceso
social
en
el
cual
los
inmigrantes
establecen
campos
sociales
que
cruzan
fronteras
geográficas,
culturales
y
políticas.
Los
inmigrantes
se
entienden
como
transmigrantes
cuando
desarrollan
y
mantienen
relaciones
múltiples–
relaciones
familiares,
económicas,
sociales,
organizacionales,
religiosas,
y
políticas–que
cruzan
fronteras....
La
multiplicidad
del
involucramiento
del
migrante
en
las
sociedades
nativas
y
anfitrionas
es
un
elemento
central
del
transnacionalismo.
Los
transmigrantes
toman
acciones,
hacen
decisiones
y
sienten
preocupaciones
entre
este
campo
de
relaciones
sociales
que
vincula
su
país
de
origen
y
su
país
o
países
de
asentamiento.
Pensamos
que
la
migración
transnacional
difiere
de
la
experiencia
migratoria
previa
y
es
más
y
más
un
fenómeno
global
al
grado
que
las
poblaciones
en
todos
los
países
dependientes
están
siendo
forzadas
a
migrar
a
los
centros
de
capital
para
vivir.
Sin
embargo,
la
manera
en
la
cual
los
transmigrantes
conceptualizan
sus
experiencias,
incluyendo
sus
identidades
colectivas,
es
conformado
por
el
contexto
político
y
económico
del
país
de
origen
y
de
los
países
de
asentamiento
de
los
transmigrantes.
(1994:
ix-‐xv)
IR
Y
VENIR
55
Un
caso
menos
explorado
aún
son
los
estudios
que
intentan
descifrar
cómo
las
relaciones
sociales
afectan
o
son
afectadas
por
las
acciones
y
por
los
procesos
transnacionales.
El
investigador
debería
tener
presente,
no
sólo
la
clase
social
de
las
personas
involucradas
en
procesos
transnacionales
y
cómo
esto
refleja
su
posición
dentro
del
sistema,
sino
además
el
efecto
de
la
migración
transnacional
en
el
cambio
de
status
que
experimentan
muchos
de
estos
individuos.
Un
buen
ejemplo
de
todo
esto
lo
encontramos
en
el
trabajo
de
Fouron
y
Glick
Schiller
(2001).
Otro
ejemplo
surge
de
mis
estudios,
de
cómo
las
autoridades
locales
en
El
Salvador
sienten
recelo
contra
las
personas
que
regresan
del
extranjero
con
cierta
solvencia
económica.
Estas
personas
construyen
casas
enormes
y
se
pasean
en
camionetas,
lujos
que
antes
sólo
se
podía
permitir
la
elite
local.
Ante
esta
situación,
cabe
preguntarnos:
¿cómo
reacciona
la
elite?
En
algunos
casos
su
respuesta
consiste
en
levantar
una
segunda
planta
en
su
residencia
para
así
poder,
literal
y
simbólicamente,
recobrar
su
dominio
sobre
los
demás.
Otra
reacción
de
la
elite
que
presenta
Guarnizo
con
respecto
al
caso
dominicano,
es
la
que
intenta
desacreditar
a
los
que
regresan
tildándoles
de
traficantes
de
drogas
(Guarnizo
1994).
Estos
son
sólo
algunos
de
los
ejemplos
del
tipo
de
resultado
que
se
puede
obtener
si
la
investigación
transnacional
se
maneja
si
tenemos
en
cuenta
los
lazos
unitivos
y
las
líneas
separatorias
productos
de
la
migración
transnacional.
Recientemente
parte
del
esfuerzo
de
los
investigadores
se
ha
centrado
en
el
estudio
de
la
función
de
la
nación-‐estado
en
el
ámbito
transnacional.
Históricamente,
algunos
estados
impulsaron
a
sus
ciudadanos
para
que
emigraran
al
exterior
como
parte
del
proceso
de
la
formación
de
una
identidad
nacional
(Feldman-‐Bianco
1992;
Mahler
2000;
Smith
2003;
Landolt
1999;
Wyman
1993).
Hoy
en
día,
muchos
estados,
desde
la
India
(Lessinger
1992),
hasta
las
Filipinas
(Basch,
Glick
Schiller
y
Stantón
Blanc
1994),
y
desde
Brasil
(Levitt
n.d.)
hasta
la
República
Dominicana
(Guarnizo
1998;
Sorensen
1998)
participan
activamente
en
sus
comunidades
del
exterior
mediante
el
auspicio
de
centros
culturales
y
la
promoción
de
festividades
del
día
de
independencia,
con
miras
a
mantener
la
lealtad
de
sus
compatriotas
y
de
esta
manera
asegurar
el
influjo
de
remesas
hacia
sus
respectivos
países,
capital
que
es
de
suma
importancia
para
la
estabilidad
económica
del
país.
Por
ejemplo,
en
1999
algunos
oficiales
del
gobierno
salvadoreño
me
comunicaron
que
la
principal
preocupación
de
la
oficina
de
asuntos
externos
que
sondeaba
la
población
salvadoreña
IR
Y
VENIR
56
en
los
Estados
Unidos
era
precisamente
la
posibilidad
de
que
el
influjo
de
capital
disminuyera
a
medida
que
la
población
inmigrante
se
adaptara
a
una
forma
“americanizada”
de
vida.
Como
resultado
el
gobierno
salvadoreño
creó
un
programa
especial
para
afrontar
este
problema
siguiendo
las
pautas
de
la
experiencia
del
gobierno
de
México
que,
no
tan
sólo
le
preocupaba
el
flujo
de
capital,
sino
el
destino
político
del
país
en
cuanto
a
ciertas
iniciativas
que
pudieran
afectar
legislaciones
con
respecto
a
las
reformas
de
las
leyes
de
inmigración
y
al
Tratado
de
Libre
Comercio
de
las
Naciones
Americanas
(González
Gutiérrez
1997;
Guarnizo
1998;
Smith
1998;
Smith
2003).
Hay
que
destacar
que
cualquier
agenda
estatal
para
entablar
alianzas
con
su
población
en
suelo
norteamericano
sirve
a
la
inversa
como
vehículo
para
que
los
migrantes
ejerzan
su
propia
voluntad.
En
muchos
casos,
los
migrantes
usan
su
poder
económico
para
cabildear
en
favor
de
una
expansión
de
sus
derechos
a
la
ciudadanía
y
al
voto
(Graham
1997;
Guarnizo
1998;
Itzigsohn
et
al.
1999;
Kearney
1995a;
Levitt
2001),
para
fomentar
obras
públicas
en
el
país
de
origen
(Hamilton
y
Chinchilla
1999;
Landolt,
Autler
y
Baires
1999;
Popkin
1995),
y
para
obtener
un
mayor
reconocimiento
de
sus
organizaciones
religiosas
y
étnicas
(Levitt
2001;
Nagengast
y
Kearney
1990;
Tweed
1997).
Por
un
lado,
los
estudios
que
parten
de
casos
particulares
para
formular
generalizaciones
sobre
las
motivaciones
de
los
migrantes
y
su
relación
con
los
estados
han
sido
abundantes,
aunque
no
muy
definitivos;
mientras
que
por
otro
lado,
el
análisis
del
efecto
que
tienen
estas
dinámicas
en
las
respectivas
sociedades
ha
generado
muy
pocos
estudios.
En
la
introducción
a
Transnationalism
from
Below,
el
trabajo
con
gran
acogida
de
Guarnizo
y
Smith
(1998:
27),
los
autores
afirman
que
“un
punto
importante
que
no
se
debe
pasar
por
alto,
dentro
de
los
estudios
transnacionales,
es
la
necesidad
de
realizar
una
investigación
acerca
de
las
causas
del
transnacionalismo
y
de
los
efectos
que
la
práctica
y
la
discusión
transnacional
tiene
sobre
los
estamentos,
las
identidades
y
los
organismos
sociales
preexistententes.”
La
propuesta
no
ha
sido
acometida
por
completo,
pero
en
repetidas
ocasiones
los
resultados
demuestran
que
los
migrantes
tienen
mayor
posibilidad
de
mejorar
su
posición
dentro
de
las
jerarquías
sociales
y
económicas
existentes
en
lugar
de
alcanzar
una
transformación
radical
de
las
mismas
(Basch,
Glick
Schiller,
y
Szanton
Blanc
1994;
Fouron
y
Glick
Schiller
2001;
Glick
Schiller
IR
Y
VENIR
57
1999;
Glick
Schiller
y
Fouron
1999;
Goldring
1998;
Guarnizo
y
Smith
1998;
Kyle
1995;
Mahler
1998;
Smith
1998).
Estos
hallazgos
contradicen
abiertamente
las
conclusiones
iniciales
que
hablaban
de
una
nueva
fuerza
subalterna
(Smith
1994).
Cabe
resaltar
que
uno
de
los
impedimentos
para
obtener
la
evidencia
necesaria
es
precisamente
el
método
de
análisis.
Por
ejemplo,
Guarnizo
y
Smith
nos
invitan
a
considerar
las
relaciones
sociales
“preexistentes”.
Pero,
¿cuáles?,
¿qué
debemos
utilizar
como
marcador
para
medir
el
cambio,
sobre
todo
en
lugares
en
los
que
no
existe
documentación
anterior
y
toda
la
evidencia
se
basa
en
la
memoria?
Contratiempos
como
estos
continúan
sin
ser
resueltos.
Por
último,
el
análisis
y
la
identificación
de
los
efectos
requieren
que
el
investigador
disponga
de
la
capacidad
necesaria
para
diferenciar
entre
actos
intencionales
y
aquellos
actos
inesperados,
entre
actos
inmediatos
y
aquellos
a
largo
plazo,
y
entre
distintos
niveles
de
agencia.
Algunos
efectos
sólo
afectan
a
los
participantes
que
mantienen
un
mismo
nivel
de
agencia.
Por
ejemplo,
los
pastores
que
ejercen
su
profesión
a
través
de
varias
fronteras
difícilmente
consideran
que
sus
actos
vayan
a
transformar
la
política
de
su
iglesia.
Por
otra
parte,
se
da
el
caso
en
que
algunas
actividades
influencian
ambos
lados
de
la
ecuación
involucrando
distintos
niveles
de
agencia.
Un
ejemplo
clásico
es
el
de
las
remesas
de
dinero.
Estas
correspondencias
que
los
familiares
envían
a
sus
parientes
en
otros
países
tienen
el
potencial
de
cambiar
su
posición
social.
El
cúmulo
de
miles
de
personas
enviando
dinero
puede
tener
un
efecto
de
millones,
tal
vez
billo-‐
nes,
de
dólares
que
se
difunde
en
la
economía
del
país,
alterándola,
y
moldeando
las
relaciones
internacionales
con
el
país
desde
donde
se
envía
el
dinero
(Mahler
1999a;
Mahler
2000;
Smith
1998).
IR
Y
VENIR
58
pertenecen
a
un
mismo
país
–como
los
salvadoreños
de
Los
Ángeles
versus
los
de
San
Francisco,
Houston
o
Nueva
York.
La
investigación
gana
en
precisión
cuando
es
llevada
a
cabo
en
múltiples
localidades
–algo
que
distingue
claramente
el
estudio
migratorio
transnacional
del
típico
estudio
migratorio,
centrado
únicamente
en
las
comunidades
de
inmigrantes
en
el
nuevo
país
o
al
cual
regresan.
Además,
tanto
los
estudios
comparativos
como
los
de
enfoque
particular
deben
tomar
en
consideración
el
parámetro
temporal.
Un
estudio
sincrónico
no
tiene
el
abarque
metodológico
necesario
para
explicar
el
fenómeno
transnacional,
aunque
bien
pudiera
servir
para
traerlo
a
la
luz.
Si
añadiéramos
estas
sugerencias
y
diseñáramos
un
mayor
número
de
estudios
com-‐
parativos,
sería
posible
generar
resultados
de
los
cuales
se
desprendan
patrones
que
sean
útiles
para
formular
hipótesis
sobre
las
que
pueda
establecerse
una
teoría
del
fenómeno
transnacional.
Evidentemente,
el
campo
todavía
no
tiene
esta
madurez,
pero
está
luchando
por
adquirirla.
De
todas
formas,
no
es
de
extrañar
que
surjan
teorías
simples
y
absolutas.
Grandes
teóricos
de
la
migración
ya
han
postulado
la
imposibilidad
de
dar
con
una
teoría
todopoderosa
que
explique
las
anuencias
de
la
migración
internacional
(Massey
1999;
Portes
1999).
Dado
que
la
migración
transnacional
resulta
mucho
más
compleja,
cualquier
intento
de
formular
dicha
teoría
es
doblemente
arduo.
Seguramente
se
necesite
de
múltiples
teorías
asociadas
entre
sí,
pero
centradas
cada
una
de
ellas
en
un
aspecto
particular
del
fenómeno
–parecido
a
lo
que
sucede
hoy
en
día
con
la
teoría
de
la
interrelación
para
explicar
por
qué
la
migración
internacional
se
mantiene
a
través
del
tiempo,
pero
sin
incluir
el
porqué
de
su
inicio.
IR
Y
VENIR
59
marco.
Incluso
cabría
aclarar
que
mis
conclusiones
no
representan
el
consenso
general
de
todas
las
personas
que
tocan
el
tema,
aunque
sí
se
puede
decir
que,
en
comparación
con
unos
años
atrás,
el
campo
es
mucho
más
homogéneo
en
cuanto
a
sus
términos,
definiciones,
métodos
de
investigación
y
conceptos
usados.
A
continuación
nos
dispondremos
a
cambiar
nuestro
punto
de
observación,
de
la
discusión
sobre
la
migración
transnacional
como
campo
de
estudio
hacia
una
discusión
que
hace
uso
de
estos
estudios
para
referirnos,
finalmente,
a
la
actual
posición
de
la
migración
internacional
que
se
encuentra
en
el
centro
de
debate
sobre
la
globalización
y
la
transnacionalización.
Mientras
que
la
mayoría
de
los
estudios
sobre
la
migración
internacional
aparecen
centrados
en
el
fenómeno
de
la
adaptación
del
migrante
a
su
nuevo
entorno,
y
por
lo
tanto
optan
por
concentrarse
en
países
particulares
o
sus
intereses,
la
perspectiva
transnacional
permite
situar
a
la
migración
en
un
contexto
más
amplio
desde
donde
es
posible
asociarla
conceptualmente
con
otros
fenómenos.
Estoy
convencida
de
que
la
migración
transnacional
ha
alcanzado
un
nivel
de
madurez
a
través
del
cual
es
posible
y
deseable
integrarla
a
un
sinnúmero
de
procesos
económicos,
políticos
y
culturales
que
no
pueden
ser
comprendidos
en
su
totalidad
con
los
modelos
teóricos
existentes
que
se
basan
en
la
idea
de
un
estado-‐nación
único.
¿Correrán
estos
nuevos
matices
la
misma
suerte
de
confusión
e
imprecisión
que
invaden
los
conceptos
de
“transnacionalismo”
y
de
“globalización”?
La
posibilidad
existe,
aunque
aminorada
por
la
certeza
de
que
el
modelo
desarrollado
para
la
migración
transnacional
sirve
para
estudiar
otros
procesos
similares.
Ya
hemos
visto
cómo
el
cuerpo
de
trabajo
sobre
la
migración
transnacional
aporta
al
debate
en
torno
a
los
beneficios
que
genera
el
Estado
bajo
la
globalización
y
cómo
explica
la
etnogénesis
de
la
identidad
y
la
forma
en
que
es
transformada.
Aun
así,
se
necesita
de
mucho
trabajo
para
lograr
que
la
migración
transnacional
se
acople
con
los
estudios
culturales
transnacionales,
un
área
de
gran
actividad
especulativa
y
de
muchos
estudios
(Appadurai
1996;
Forster
1991;
Gupta
y
Ferguson
1992;
Hall
1990;
Hall
1991;
Hannerz
1987;
Hannerz
1989).
A
continuación,
sin
pretender
ser
exhaustiva,
presentaré
algunos
ejemplos
en
los
que
coinciden
o
se
solapan
ambos
campos.
Un
buen
punto
de
partida
lo
constituyen
los
movimientos
políticos
y
sociales
transnacionales.
Como
resultado
de
las
protestas
en
1999
frente
a
la
sede
de
la
Organización
IR
Y
VENIR
60
Mundial
de
Tratados
en
Seattle,
Washington,
se
generó
un
gran
interés
en
el
uso,
a
veces
subalternamente,
del
Internet
como
herramienta
creativa
de
grupos
descontentos.
Desgraciadamente,
ninguna
investigación
se
ha
tomado
la
molestia
de
comparar
y
contrastar
los
movimientos
transnacionales
de
migrantes
con
aquellos
de
los
no-‐migrantes.
Por
el
contrario,
cada
uno
de
estos
dos
fenómenos
ha
sido
estudiado
independientemente
el
uno
del
otro.
Por
ejemplo,
el
trabajo
de
Brysk
(1993;
2000),
Keck
y
Sikkink
(1998),
y
Álvarez
y
su
grupo
(Álvarez,
Dagnino
y
Escobar
1998)
sobre
el
activismo
político
transfronterizo
se
pudiera
relacionar
con
otras
publicaciones
que
analizan
cómo
los
migrantes
se
organizan
en
un
país
para
manipular
la
política
y
los
derechos
al
ciudadano
en
sus
países
de
origen
(Basch,
Glick
Schiller,
y
Szanton
Blanc
1994;
Goldring
2001;
Graham
1997;
Guarnizo
1998;
Guarnizo,
Sánchez,
y
Roach
1999;
Itzigsohn
et
al.
1999;
Richman
1992;
Smith
1998;
Smith
n.d.).
Aunque
estos
autores
se
citan
mutuamente,
los
argumentos
no
están
construidos
alrededor
de
ideas
que
exploten
las
distintas
posibilidades.
De
forma
parecida,
los
trabajos
que
toman
en
consideración
los
movimientos
indígenas
y
étnicos
(por
ejemplo,
Brysk
2000;
Mato
1997;
Nagengast
y
Kearney
1990;
Schein
1998)
por
lo
general
incluyen
otros
trabajos
que
parten
de
la
experiencia
del
migrante
o
del
no
migrante,
pero
muy
escasamente
encajan
en
ambos
grupos.
Otro
ejemplo
de
cómo
la
migración
puede
ser
relacionada
con
otros
procesos
trans-‐
nacionales
se
refleja
en
la
feminización
de
la
fuerza
trabajadora
bajo
el
régimen
de
la
globalización.
Este
es
un
tema
que
ha
generado
gran
atención
(Enloe
1990;
Fernandez-‐
Kelly
1985;
Freeman
2000;
Ong
1991;
Ong
1999),
pero
no
es
fácil
encontrar
estudios
que
unan
la
feminización
del
trabajo
al
alza
con
la
feminización
del
flujo
migratorio
internacional
(Brettell
y
deBerjeois
1992;
Hondagneu-‐Sotelo
1994;
Ong
1991;
Sassen
1988).
Se
puede
ir
más
allá
y
decir
que
mientras
se
ha
estudiado
el
efecto
de
las
relaciones
de
género
en
la
integración
de
la
mujer
como
fuerza
trabajadora
en
la
investigación
feminista,
todavía
falta
por
incorporar
el
efecto
de
la
migración
transnacional
–es
decir
migraciones
bidireccionales—en
las
relaciones
de
género
por
encima
de
las
fronteras
(véase
la
discusión
de
Mahler
y
Pessar
al
respecto,
2001).
IR
Y
VENIR
61
7. EL POTENCIAL TRANSNACIONAL
La
discusión
anterior
invita
a
relacionar
la
migración
con
otros
fenómenos,
pero
de
una
forma
que
pretende
levantar
puentes
entre
islas
en
el
mar.
Sin
embargo,
pienso
que
la
perspectiva
más
original
es
la
que
busca
estas
afinidades
mediante
el
concepto
de
la
“flexibilidad”.
Durante
varias
décadas,
los
expertos
han
trazado
el
cambio
en
la
producción
de
capital
pasando
por
el
fordismo
y
culminando
en
la
acumulación
flexible
(Harvey
1989),
un
tipo
de
producción
de
capital
mediante
el
cual,
las
corporaciones
aumentan
sus
ganancias
y
disminuyen
el
potencial
de
pérdidas
mediante
el
recurso
de
expandir
sus
operaciones
a
través
de
todo
el
mundo,
aprovechándose
de
la
mano
de
obra
barata,
de
las
pocas
regulaciones
y
de
otros
aspectos
semejantes.
La
producción
aumenta
a
medida
que
aumentan
los
lugares
en
los
que
se
lleva
a
cabo
la
tarea.
De
manera
que,
si
un
lugar
se
paraliza
debido
a
una
huelga,
un
desastre
natural
o
algún
otro
problema
de
este
tipo,
el
producto
siempre
puede
llegar
al
mercado
gracias
a
que
existen
otros
centros
de
producción.
Este
tipo
de
producción
es
posible
gracias
a
la
colaboración
de
distintas
tecnologías
como
el
sistema
telefónico,
las
computadoras,
el
Internet
y
la
aviación.
Aihwa
Ong
(1999)
señala
que
la
producción
posfordista
funciona
bajo
una
“lógica
de
flexibilidad”
donde
la
flexibilidad
recae
en
manos
de
las
grandes
corporaciones
mientras
que
los
estados
y
las
ONGs
tratan
de
conseguir
alguna
influencia
sobre
ellas,
en
lo
que
pudiera
llamarse
una
lucha
entre
David
y
Goliat.
De
una
forma
perspicaz,
Ong
nos
invita
a
ver
más
allá
de
lo
obvio
y,
como
resultado,
logra
colocar
a
los
migrantes
transnacionales
no
tanto
en
la
periferia,
sino
en
el
centro
de
estos
procesos.
Señala,
por
ejemplo,
que
los
migrantes
toman
ventaja
de
las
circunstancias
que
crea
la
acumulación
flexible
de
capital
para
beneficio
propio.
No
son
simples
peones
del
sistema
global
sino
participantes
activos
que
sostienen
su
propio
sistema
flexible
para
generar
ventajas
económicas
y
sociales.
El
caso
ilustrativo
sería
el
de
los
individuos
que
poseen
varias
ciudadanías
y
actas
residenciales
a
un
mismo
tiempo.
Con
la
ventaja
que
les
ofrece
el
tener
actas
de
diversos
países,
estos
individuos
pueden
pasar
de
un
lugar
a
otro
según
las
condiciones
empeoren
o
mejoren,
haciendo
un
paralelo
con
las
grandes
corporaciones
que
constantemente
cambian
el
centro
de
producción
entre
varios
países
IR
Y
VENIR
62
para
adaptarse
a
los
cambios
que
puedan
afectarles.
En
palabras
de
Benedict
Anderson
(1994:323),
debido
a
las
condiciones
actuales,
los
pasaportes
están
“cada
vez
menos
relacionados
con
la
ciudadanía
o
con
una
representación
de
lealtad
hacia
el
país
anfitrión,
sino
[que
son
usados
como]
instrumentos
que
permiten
a
los
migrantes
participar
en
la
fuerza
laboral”.
Claro
que
no
todas
las
personas
traen
consigo
múltiples
pasaportes
o
tienen
la
misma
oportunidad
de
adquirirlos;
sin
embargo,
muchas
organizaciones
de
migrantes
transnacionales
se
han
ocupado
de
exigir
mayores
derechos
civiles
y
como
resultado,
aparte
de
las
condiciones
generales
del
capitalismo
global,
han
aumentado
la
posibilidad
que
tienen
estas
personas
de
adquirirlos.
Incluso
entre
las
personas
que
no
tienen
la
necesidad
de
mantener
tal
grado
de
movilidad,
debido
a
que
viven
en
países
con
economías
y
gobiernos
estables,
se
está
generando
un
nuevo
interés
en
obtener,
gracias
a
lazos
étnicos,
ciudadanías
de
múltiples
países,
como
es
el
caso
de
la
Unión
Europea
y
Canadá.
Por
lo
tanto,
la
flexibilidad
individual
no
se
limita
a
casos
de
ciudadanía.
Otros
personajes
menores,
como
los
migrantes,
se
valen
de
algunas
de
las
mismas
herramientas
de
acumulación
flexible
que
se
sirven
de
las
corporaciones
para
impulsarse
a
sí
mismos
y
a
los
grupos
a
los
que
pertenecen.
Smith
(1998),
por
ejemplo,
cuenta
cómo
las
asociaciones
de
migrantes
mexicanos
se
comunican
con
sus
homólogos
en
las
zonas
rurales
de
México
por
medio
de
teléfonos
celulares;
por
otro
lado
la
tecnología
del
fax
y
del
Internet
sirve
en
China
para
oponerse
al
totalitarismo.
Quisiera
enfatizar
el
hecho
de
que
algunas
de
las
mismas
herramientas
que
promueven
la
acumulación
flexible
de
capital
son
utilizadas
por
ciertos
individuos
para
aprovecharse
del
sistema
al
que
sirven,
al
menos
en
algún
nivel,
y
para
alcanzar
sus
propios
fines
de
cruzar
fronteras.
Por
lo
tanto
es
un
mecanismo
importante
tanto
para
individuos
comunes
y
corrientes,
como
para
las
corporaciones.
Los
migrantes
y
sus
socios
no
migrantes
han
tomado
ventaja
de
la
distribución
irregular
de
los
derechos
civiles
en
distintos
estados
asentándose
en
los
lugares
más
estables
y
entablando
sus
luchas
para
lograr
mejorías
en
la
calidad
de
los
derechos
civiles
desde
allí,
evitando
cualquier
represalia
que
pudiera
surgir
si
operaran
desde
el
lugar
que
atacan.
Los
estados-‐nación,
por
lo
general,
no
aceptan
tales
amenazas
hacia
su
poder
y
soberanía
sin
combatirlas,
y
buscan
alternativas
para
ejercer
su
dominio
sobre
su
gente.
Un
ejemplo
espectacular
es
el
programa
del
gobierno
mexicano
denominado
“Programa
para
Comunidades
Mexicanas
en
el
Exterior”
(PCME).
El
gobierno
mexicano
tiene
una
larga
tradición
de
mantener
IR
Y
VENIR
63
relaciones
con
sus
compatriotas
en
el
extranjero,
pero
el
PCME
representa
un
paso
más
agresivo
en
su
lucha
por
obtener
apoyo
en
favor
del
tratado
de
libre
comercio
(NAFTA)
que
data
de
principios
de
los
noventa
(para
detalles
véase
a
Goldring
1998;
González
Gutiérrez
1997;
Guarnizo
1998;
Smith
1998).
Para
endulzar
el
asunto,
el
PCME
instauró
su
programa
del
“dos
por
uno”
(más
tarde
el
“tres
por
uno”)
que
consistía
en
que
el
estado
(no
sólo
a
nivel
federal)
aportaba
dos
dólares
por
cada
dólar
que
los
migrantes
enviaban
para
obras
públicas
de
las
comunidades
de
donde
eran
oriundos.
Pero,
para
participar
del
programa,
estos
grupos
tenían
que
asociarse
formalmente
con
el
PCME.
Con
esta
estratagema
el
PCME
lograba
control
sobre
grupos
potencialmente
subversivos
hasta
el
punto
que
manipulaba
la
elección
de
líderes
caudillistas
(Glodring
2001).
Al
igual
que
los
estados-‐nación
que
constantemente
evolucionan
y
maquinan
nuevas
formas
de
controlar
a
las
personas
dentro
y
fuera
de
sus
límites
fronterizos,
los
migrantes
adoptan
y
crean
diversas
tácticas
para
sobrevivir
y
florecer
a
pesar
del
empuje
de
fuerzas
mayores
y
actuantes
a
gran
escala.
Este
es
el
estado
actual
de
la
interacción
social
entre
pequeños
y
grandes
participantes;
y
por
supuesto,
cabría
tener
en
cuenta
que
la
nación-‐estado
y
las
grandes
corporaciones,
aunque
representan
elementos
de
gran
poder,
no
son
las
únicas
instituciones
que
influyen
en
el
comportamiento
de
las
personas.
Los
carteles
familiares
(Ong
1999),
las
ONGs
(Pessar
2001)
y
muchos
otros
elementos
también
participan
del
proceso.
8. CONCLUSIÓN
Cuando
la
globalización
es
vista
no
como
un
discurso
de
dominación
absoluta
sino
como
una
fuerza
revitalizadora
y
subyugadora
al
mismo
tiempo,
alcanzamos
un
entendimiento
del
fenómeno
que
nos
ayuda
a
comprender
los
distintos
y
diversos
procesos
que
coluden
y
colisionan
entre
sí.
El
paradigma
transnacional
sitúa
la
migración
en
el
centro
de
esta
dinámica
en
lugar
de
enajenarla
como
lo
hace
el
paradigma
de
la
inmigración
y
del
asentamiento.
En
los
años
que
han
transcurrido
desde
que
se
inauguró
el
tema
de
los
estudios
migratorios
transnacionales,
el
grueso
de
los
estudios
generados
se
ha
encargado
de
pulir
los
distintos
IR
Y
VENIR
64
elementos
que
componen
el
campo.
El
aspecto
menos
estudiado
ha
sido
la
idea
de
relacionar
la
migración
transnacional
a
otros
fenómenos
transnacionales.
Esta
peculiaridad,
en
mi
opinión,
puede
atribuirse
a
la
necesidad
que
tiene
el
campo
de
legitimarse
dentro
de
un
marco
general
y
mejor
establecido
de
los
estudios
de
la
migración
internacional;
de
adquirir
autoridad
se
podría
decir.
La
publicación
de
todo
un
tomo
de
una
revista
que
gira
en
torno
a
la
migración
transnacional,
International
Migration
Review
(Levitt,
2003),
el
baluarte
principal
para
temas
de
migración,
al
menos
en
los
Estados
Unidos,
atestigua
la
aceptación
del
paradigma,
aunque
todavía
quedan
detractores
y
argumentos
que
superar.
Es
hora
de
aunar
nuestras
energías
para
crear
un
campo
de
estudios
transnacionales
que,
aparte
de
la
migración,
sirva
para
analizar
otros
fenómenos
trasfronterizos.
Sí,
la
migración
transnacional
ha
alcanzado
un
alto
grado
de
maduración,
pero
ésto
sólo
significa
una
etapa
más
en
un
proceso
de
crecimiento.
IR
Y
VENIR
65
Juan Poblete
INTRODUCCIÓN
El
final
de
la
Guerra
Fría,
la
reestructuración
de
la
economía
norteamericana
y
mundial,
los
procesos
demográficos,
económicos
y
culturales
que
normalmente
denominamos
globalización
y
transnacionalización
han
tenido
y
continúan
teniendo
un
fuerte
impacto
sobre
las
formas
en
las
que,
desde
los
Estados
Unidos,
se
estudia
y
concibe
tanto
a
las
poblaciones
latinas
del
interior
del
país
como
a
las
latinoamericanas
al
sur
del
continente.
En
el
ámbito
masivo
de
la
prensa
dominante
norteamericana,
ésto
ha
significado
una
cobertura
excepcional
de
la
llamada
explosión
de
los
latinos
que
ha
alcanzado
un
cierto
clímax
en
su
reciente
ascenso
demográfico
al
status
de
primera
minoría
étnica
(es
decir
no
blanca)
del
país.
A
nivel
universitario,
esto
ha
traido
consigo
dificultades
y
nuevos
desafíos
tanto
epistemológicos
como
políticos
para
las
dos
formaciones
institucionales
que,
en
los
Estados
Unidos,
se
han
ocupado
por
separado
del
estudio
de
las
poblaciones
latinas
internas
(Estudios
Étnicos
y
más
concretamente,
Estudios
Chicanos
y
Puertorriqueños)
y
externas
(Estudios
de
Área
y
más
precisamente,
Estudios
Latinoamericanos).
En
este
contexto,
existe
hoy
en
los
Estados
Unidos
un
discurso
de
articulación
de
los
Estudios
Étnicos
(Chicanos,
Puerrtorriqueños,
etc.)
y
de
los
Estudios
de
Área
(Estudios
Latinoamericanos)
en
5
Este
trabajo
es
una
reelaboración
a
partir
de
mi
Introducción
a
Critical
Latin
American
and
Latino
Studies.
(Poblete,
ed.
2003).
IR
Y
VENIR
66
donde
sus
genealogías
divergentes,
a
las
que
me
referiré
más
adelante,
confluyen
bajo
la
aparente
unicidad
proporcionada
por
el
discurso
neoliberal
de
la
globalización
económica.
Para
este
discurso,
los
Estudios
Étnicos
son
el
espacio
de
la
reproducción
y
del
cultivo
de
una
diversidad
cultural
que
es
vista
ahora
como
una
ventaja
para
la
expansión
acelerada
del
capitalismo
norteamericano.
Mientras
tanto,
los
Estudios
de
Área
son
redefinidos
en
función
de
las
necesidades
del
desarrollo
del
mercado
encargado
de
proporcionar
el
conocimiento
que
permita
vencer
la
resistencia
geocultural
al
consumo
(Véase
Yúdice
2003).
Además,
los
Estudios
de
Área
brindan
el
conocimiento
para
lograr
una
mejor
comprensión
de
los
mercados
y
para
entender
sus
especificidades
locales,
con
el
fin
de
posicionar
o
distribuir
mejor
los
productos
adecuados.
Desde
este
punto
de
vista,
que
llamaremos
aquí
reconfiguración
globalizante
desde
arriba,
la
producción
de
conocimiento
aplicable
globalmente
al
proceso
de
expansión
de
los
grandes
capitales
norteamericanos
requiere
tanto
el
uso
y
la
administración
de
la
diversidad
étnica
nacional
interna
como
la
capacidad
de
comprender
y
dominar
la
diferencia
geocultural
externa.
Este
diagnóstico
es
compartido
de
cierta
manera,
en
estos
momentos
desde
el
sur
político,
geográfico
y
cultural,
por
muchos
grandes
intelectuales
latinoamericanos,
tal
como
se
aprecia
en
el
reciente
volumen
colectivo
del
Convenio
Andrés
Bello.
Bajo
el
título,
El
Espacio
Cultural
Latinoamericano.
Bases
para
una
política
cultural
de
integración,
se
declara
que:
“La
tesis
central
de
este
documento
propone
que
el
mundo
en
este
siglo
no
se
constituirá
en
torno
a
lo
geopolítico
ni
a
lo
geoeconómico
sino
principalmente
a
lo
geocultural.
Será
apropiado,
construido,
distribuido
entre
diferentes
espacios
culturales
y,
en
concreto,
América
Latina
debería
considerarse
uno
de
ellos”
(Garretón
et
al,
2003:14)
Podríamos
llamar
a
esta
posición
reconfiguración
globalizante
desde
abajo.
Ambas
posturas
se
fundamentan
en
un
postulado
central
de
la
nueva
economía:
el
conocimiento
ya
no
pertenece
solamente
al
plano
de
lo
ideológico,
sino
que
se
ha
instalado
en
el
centro
del
proceso
productivo,
convirtiéndose
en
“una
materia
prima
de
las
más
valiosas”
(Garretón
et
al.
2003:21).
De
ello
se
deriva
la
necesidad
de
establecer
diálogos
constructivos
entre
al
menos
dos
de
los
grandes
ámbitos
productores
de
conocimientos
sobre
las
poblaciones
hemisféricas:
los
Estados
Unidos
y
América
Latina.
Estas
consideraciones
generales
señalan
el
límite
externo
y,
a
la
vez,
el
espacio
propicio
IR
Y
VENIR
67
para
un
paso
crucial
en
dichos
diálogos.
Me
refiero
a
una
nueva
articulación
progresista
de
los
Estudios
de
Área
y
Étnicos,
o
para
ser
más
concretos
de
los
Estudios
Chicanos,
Latinos
y
Latinoamericanos
que
llamaremos
reconfiguración
geocultural
y
disciplinaria
Latinoamericana
en
los
Estados
Unidos.
Un
primer
postulado
central
sería
considerar
que
esta
articulación
de
los
Estudios
Chicano/Latinos
y
Latinoamericanos,
es
decir,
de
la
producción
de
conocimientos
sobre
lo
latinoamericano
desde
y
en
los
Estados
Unidos,
no
es
sólo
política
y
culturalmente
deseable
y
se
corresponde
de
una
forma
mejor
con
las
realidades
sociales,
económicas
y
culturales
del
presente
en
todo
el
continente
sino
que,
además,
resulta
fundamental
para
el
éxito
de
la
reconfiguración
globalizante
desde
abajo.
El
desafío
en
aquella
rearticulación
se
centra
en
superar
simultaneamente,
como
veremos
luego,
el
discurso
neoliberal
dominante
y
el
lugar
restringido
que
allí
se
le
asigna
a
los
Estudios
de
Área
y
Étnicos;
reconstruir
epistemológica,
política
y
culturalmente
el
eje
Norte-‐Sur
sobre
bases
democráticas
que
se
refieran
también
a
los
ingentes
procesos
de
transnacionalización
que
afectan
a
las
poblaciones
Latinas
del
Norte
y
del
Sur;
y,
finalmente,
superar
lo
que
exista
de
limitador
e
inadecuado
para
el
período
actual
dentro
de
las
herencias
disciplinarias
e
institucionales
de
los
Estudios
de
Área
y
Étnicos.
Esto
implicará,
como
veremos,
una
desnacionalización
del
enfoque
norteamericano
sobre
las
llamadas
“minorías
étnicas”
y
una
redefinición
del
imaginario
que
separa,
nítidamente,
los
Estados
Unidos
de
América
Latina.
Ambos
pasos
permitirán,
entonces,
dimensionar
importantes
fenómenos
transnacionales
tales
como
la
globalización
específicamente
latinoamericana
de
la
cultura
visual,
musical
y
escrita,
y
la
formación
de
circuitos
y/o
comunidades
de
inmigrantes
cuyas
lealtades
culturales,
políticas
y
sociales
atraviesan
muchas
de
las
fronteras
previamente
existentes.
En
cuanto
al
segundo
principio
clave
para
dicha
reconfiguración
podríamos
señalar
que
el
discurso
sobre
la
diferencia
(cultural,
sexual,
étnica,
etc.)
sólo
tiene
sentido
cuando
deviene
del
discurso
sobre
la
desigualdad
socioeconómica
y
que,
al
mismo
tiempo,
dicho
discurso
no
puede
sino
partir
de
una
comprensión
adecuada
de
la
diferencia.
Se
trata,
en
este
sentido,
de
reconceptualizar
epistemológicamente
y
de
potenciar
políticamente
el
estudio
de
las
poblaciones
latinoamericanas,
en
el
hemisferio,
a
partir
de
los
procesos
de
transnacionalización
de
sus
culturas.
Esta
perspectiva
requiere
una
comprensión
geopolítica,
en
primer
lugar,
de
la
IR
Y
VENIR
68
ESTUDIOS ÉTNICOS
Tanto
si
tenemos
presente
la
aparición
en
los
Estados
Unidos
de
los
Estudios
Étnicos
en
los
años
sesenta
como
resultado
victorioso
de
la
presión
de
los
movimientos
sociales
o
bien
como
el
precio
que
esos
movimientos
radicales
de
aquellos
años
tuvieron
que
pagar
para
ser
oídos
y
legitimados
a
nivel
institucional,
es
decir,
con
independencia
de
si
los
vemos
como
la
coronación
y
triunfo
de
la
protesta
racial
y
de
clase,
o
si
los
consideramos
como
un
cambio
gubernamental
producido
gracias
a
un
cambio
de
centro
de
atención
que
pasa
de
la
lucha
de
clases
a
las
demandas
culturales
o
si
los
vemos
en
ambos
sentidos
(cf.
Flores
y
Yúdice
1990:
nota
2);
lo
cierto
es
que
los
6
Esta
formulación
se
ha
beneficiado
de
la
lectura
de
la
obra
de
Grosfoguel
(2001)
y
Mignolo
(2003).
IR
Y
VENIR
69
Estudios
Étnicos
marcan
al
menos
un
rompimiento
doble
e
importante,
tanto
bajo
el
paradigma
del
inmigrante
étnico
concebido
como
un
elemento
en
un
constante
e
inexorable
proceso
de
socialización
dentro
de
una
sociedad
norteamericana
percibida
como
un
todo
ho-‐
mogéneo,
en
cuanto
a
ese
imaginario
social
blanco.
A
pesar
de
la
naturaleza
masiva
de
los
procesos
de
inmigración
involucrados,
la
unidad
operativa
de
análisis
del
paradigma
de
la
asimilación
había
sido
el
individuo
(implícitamente
blanco),
cuyos
méritos
o
deméritos
favorecían
una
trayectoria
de
éxito
o
fracaso
para
un
actor
trascendental
carente
de
marcas
raciales
o
étnicas
reconocidas.
En
el
nuevo
modelo
étnico,
esa
unidad
se
convirtió
en
la
comunidad
a
la
cual
pertenecía
el
individuo
y
de
la
que
derivaban
muchas
de
sus
marcas
culturales
e
identitarias.
Surgió,
así,
una
nueva
plataforma
grupal
desde
la
cual
era
posible
reclamar
los
derechos
de
forma
pública
y
a
la
vez
como
parte
de
los
derechos
individuales
(Véase
Flores
y
Yúdice
1990,
nota
2).
Esto
significó
un
desplazamiento
relativo
de
la
centralidad
de
la
categoría
sociológica
de
“inmigración”
por
un
concepto
de
la
economía
política
y
de
la
antropología:
el
colonialismo
y
más
específicamente,
el
colonialismo
interno.
La
figura
del
inmigrante,
que
se
estaba
asimilando,
fue
reemplazada
por
el
colonizado
insurgente
en
la
lucha
contra
la
dominación
cultural,
política,
racial
y
económica.
El
momento
de
los
Estudios
Étnicos
podría
entonces
ser
considerado
también
como
el
desplazamiento
de
aquellas
narrativas
de
homogeneidad
nacional
norteamericana
blanca
por
nuevos
relatos
que
respondían
a
un
imaginario
mucho
más
internacional.
Me
refiero
a
luchas
tercermundistas
anticoloniales,
socialismos
y
movimientos
anticapitalistas
que
destacaban
no
el
excepcionalismo
norteamericano
sino
los
múltiples
puntos
de
contacto
que
ligaban
sus
diversas
poblaciones
étnicas
con
culturas
nacionales
extranjeras.
De
una
manera
algo
paradójica,
estos
movimientos
étnicos
nacionalistas
alentaron,
simultáneamente
y
en
conjunto,
un
imaginario
internacional/internacionalista.
Dentro
de
este
contexto,
se
formularon
dos
series
de
demandas
de
incorporación
real
a
una
sociedad
multicultural
norteamericana
recientemente
imaginada.
Ramón
Gutiérrez
las
ha
descrito
señalando
que
participaban
de
dos
naturalezas
diferentes:
primero,
los
argumentos
morales
a
través
de
los
cuales
los
activistas
chicanos
y
asiático-‐americanos
“se
imaginaron
a
sí
mismos
como
colonias
internas
dominadas
por
la
América
blanca”.
Y
segundo,
los
argumentos
políticos
que
IR
Y
VENIR
70
provocaron
que
las
instituciones
educativas
se
vieran
forzadas
a
“enfrentar
las
necesidades
educacionales
de
toda
la
ciudadanía”
(Gutiérrez,
1994:159).
Aunque
esta
formulación
reduce
la
naturaleza
real
de
estas
demandas,
comprende
bien
la
doble
dinámica
inscrita
en
el
corazón
de
los
Estudios
Étnicos:
una
tensión
entre
el
énfasis
existente
entre
el
lazo
interno
de
las
etnicidades
no-‐blancas
con
la
América
blanca;
o
el
énfasis
en
la
conexión
externa
con
imaginarios
nacionales/étnicos
alternativos
que
les
proporcionaban
su
componente
étnico,
la
naturaleza
autónoma
de
su
identidad
étnica
versus
la
interdependencia
asimétrica
y
relacional
con
la
sociedad
blanca
norteamericana
dominante.
ESTUDIOS DE ÁREA
En
contraste
con
el
origen
de
los
Estudios
Étnicos
en
los
movimientos
sociales,
la
historia
habitual
acerca
de
los
Estudios
de
Área
destaca
sus
orígenes
en
la
Guerra
Fría
(Véase
por
ejemplo,
Cabán
1998:
202).
Los
Estudios
Latinoamericanos
de
Área
se
enmarcan
sólo
parcialmente
dentro
de
esta
descripción.
Esto
se
da
porque
es
indudable
que
todo
lo
que
en
la
actualidad
concebimos
como
característico
de
los
Estudios
Latinoamericanos
en
los
Estados
Unidos,
es
decir
la
interdisciplinariedad
con
un
predominio
especial
de
las
ciencias
sociales
y
un
énfasis
en
temas
socioeconómicos
y
políticos
fue
el
resultado
de
los
recursos
y
de
las
energías
que
la
Guerra
Fría
hizo
posible
en
las
universidades
norteamericanas.
Por
otra
parte,
los
Estudios
Latinoamericanos
divergen
de
esta
historia
en
por
lo
menos
dos
aspectos
importantes:
en
primer
lugar,
como
ha
mostrado
Mark
T.
Berger
(1995),
antes
de
1945
había
una
cantidad
considerable
de
estudios
sobre
América
Latina
en
los
Estados
Unidos.7
En
segundo
lugar,
los
investigadores
y
los
estudiosos
que
trabajaron
en
Estudios
de
Área
Latinoamericanos
no
siempre
fueron
leales
a
los
objetivos
de
las
políticas
norteamericanas
de
la
Guerra
Fría
y,
de
hecho,
con
frecuencia
fueron
sus
críticos
más
activos
en
una
serie
histórica
que
va
desde
las
conexiones
con
Cuba
y
Chile
hasta
las
guerras
y
7
Para
no
referirme
a
la
tradición
vernacular
del
pensar
latinoamericano
representado
por
figuras
como
Andrés
Bello,
Francisco
Bilbao,
José
Martí,
José
Carlos
Mariátegui,
Ernesto
Guevara,
etc,
que
escapan
al
ámbito
que
trato
aquí.
IR
Y
VENIR
71
revoluciones
centroamericanas.8
De
cualquier
manera,
es
evidente
que
los
Estudios
de
Área
desde
sus
comienzos
tuvieron
como
principio
de
organización
la
centralidad
de
los
Estados
Unidos
(y
de
la
Europa
Occidental)
desde
la
cual
todas
las
perspectivas
que
constituían
un
cierto
sector
del
mundo
como
región,
emanaban.
En
tanto
centro
no-‐regional,
el
conocimiento
de
los
Estados
Unidos
(y
de
Europa
Occidental)
gozaba
de
un
reclamo
epistemológico
que
en
muchos
sentidos
recuerda
la
lógica
negativa
que
organiza
la
etnicidad
y
los
Estudios
Étnicos:
se
lo
suponía
el
centro
sin
marcas
que
producía
conocimientos
y
prácticas
sociales
también
libradas
de
marcas
regionales.
Mientras
que
en
los
orígenes
de
los
Estudios
Étnicos
whiteness
había
tenido
el
status
de
lo
no-‐étnico,
de
hecho,
el
status
de
aquello
contra
lo
cual
todas
las
etnicidades
eran
definidas
y
se
definían
a
sí
mismas;
en
la
constitución
de
los
Estudios
de
Área,
los
Estados
Unidos
funcionaron
como
la
fuente
de
lo
no-‐regional
alrededor
de
cuya
centralidad
orbitaban
todas
las
regiones.
No
se
trataba
solamente
de
que
el
conocimiento
producido
en
los
Estudios
de
Área
respondiese
a
los
intereses
nacionales
de
los
Estados
Unidos,
sino
de
que
en
realidad,
este
conocimiento
norteamericano
reclamaba
para
sí
el
espacio
de
la
universalidad
con
respecto
a,
o
en
contra
de
la
cual
todos
los
demás
conocimientos
eran
desviaciones
o
variaciones
regionales.
Una
de
las
formas
que
adoptó
este
reclamo
de
universalidad,
por
supuesto,
fue
la
teoría
del
desarrollo.
Esta
lógica
etnocéntrica
y
centralizante,
como
sugiere
Wallerstein
(1997),
ya
en
el
siglo
XIX
había
constituido
el
principio
organizador
de
las
disciplinas
y
de
sus
respectivas
divisiones
del
trabajo.
Mientras
que
la
Economía,
las
Ciencias
Políticas,
la
Sociología
y
la
Historia
estudiaban
sobre
todo
el
Occidente
(de
una
manera
estado-‐céntrica,
es
decir,
estudiando
los
Estados
Unidos,
Alemania,
Francia,
Inglaterra);
la
Antropología
y
los
Estudios
Orientales
se
concentraban
fundamentalmente
en
lo
primitivo
y
en
las
altas
civilizaciones
del
pasado
del
mundo
no-‐occidental,
respectivamente.
De
este
modo
se
podría
argumentar
incluso
que
este
mapa
disciplinario
se
constituyó
sobre
la
base
de
una
negación
de
la
contemporaneidad
(coevalness),
a
través
de
la
cual
8
Eric
Hershberg
(1998)
señala
por
ejemplo:
“Herein
lies
what
is
best
understood
as
the
fundamental
paradox
of
the
partnership
between
government
and
the
academy
in
the
establishment
and
expansion
of
Area
Studies.
As
often
as
not,
scholars
who
benefited
directly
from
investment
motivated
by
Cold
War
agendas
proved
unsympathetic,
even
hostile,
to
those
very
agendas.
Nowhere
was
this
more
evident
than
in
the
field
of
Latin
American
Studies”
(121).
IR
Y
VENIR
72
el
Occidente
producía
conocimiento
acerca
del
presente
y
del
futuro
mientras
el
resto
del
mundo
constituía
el
marco
que
ofrecía
la
oportunidad
de
conocer
el
pasado
por
la
vía
de
los
trabajos
de
campo
o
“field
trips”
(véase
Clifford
1986).
El
desarrollismo
significó
la
extensión
completa
del
Estado
como
unidad,
a
menudo,
en
vías
de
consolidación
de
la
vida
civilizada
en
el
mundo
moderno
y
como
pilar
epistemológico
de
la
investigación
social.
Además,
como
objetivo
del
proceso
de
modernización,
el
Estado
y
sus
procesos
concomitantes
de
homogeneidad
nacional
y
de
territorialidad
definida
(basados
en
el
modelo
de
industrialización
occidental)
se
convirtieron
en
un
marco
normativo.
Cabe
señalar
que
dentro
de
este
imaginario
teórico
del
desarrollo
desempeñaron
un
papel
esencial
los
procesos
gemelos
de
migración
masiva
del
campo
a
la
ciudad,
la
urbanización
de
la
vida
moderna
y
los
efectos
civilizadores
de
los
medios
de
comunicación
en
la
socialización
de
la
modernidad
nacional
o
del
desarrollo.
IR
Y
VENIR
73
se
ha
referido
también
a
la
política
de
identidad
y
a
“la
idea
dogmática
de
que
la
raza,
por
sí
sola,
explica
virtualmente
todo”
con
el
concepto
de
“representación
simbólica”
(Marable
1993:117).
Oscureciendo
la
estratificación
social
dentro
de
la
comunidad
negra,
la
“representación
simbólica”
proporciona
también
una
racionalización
aceptable
de
la
posición
de
relativo
privilegio
de
la
clase
media
negra,
mientras
se
las
arregla
para
preservar
sus
afinidades
culturales
electivas.
Los
Estudios
Latinoamericanos,
por
otro
lado,
han
sido
criticados
en
al
menos
dos
aspectos:
primero,
por
identificarse
con
los
proyectos
homogeneizadores
de
desarrollo
nacional
de
las
burguesías
dependientes
y,
en
segundo
lugar,
por
su
ceguera
frente
a
los
problemas
de
diversidad
cultural
a
nivel
intranacional
y
regional.
Desde
la
teoría
de
“rational
choice”
han
sido
concebidos
también
como
productores
de
observaciones
culturales
carentes
de
valor
y
sin
capacidad
predictiva
que,
por
lo
tanto,
no
se
prestan
a
generalizaciones
lógicas
y
epistemológicas.
Los
Estudios
Étnicos
y
de
Área
han
significado
también,
desde
una
óptica
positiva
—y
esto
explicaría
en
parte
la
virulencia
de
los
ataques
en
su
contra—
una
crítica
ideológica
del
conocimiento
disciplinario
tradicional
de
base
universitaria,
en
tanto
que
éste
poseería
un
sesgo
contrario
a
las
minorías
en
los
Estados
Unidos,
incapaz
de
percibir
la
especificidad
cultural
en
el
extranjero.
Las
ciencias
sociales
dominantes,
más
concretamente,
fueron
acusadas
de
promover
estereotipos
raciales
coloniales
bajo
el
disfraz
de
conocimientos
científicos
objetivos.
La
crítica
que
realizaron
los
Estudios
Étnicos
y
de
Área
sobre
las
disciplinas,
por
lo
tanto,
incluyó
dos
aspectos:
la
necesidad
de
reconectar
la
producción
de
conocimientos
con
las
comunidades
sociales,
y
la
necesidad
de
superar
la
separación
objetiva
entre
el
investigador
y
su
objeto
de
estudio
yendo
más
allá
de
los
límites
disciplinarios
y
acercándose
hacia
los
interdisciplinarios.
Estos
dos
legados
poderosos
y
activos
de
los
Estudios
Étnicos
y
de
Área
no
pueden
y
no
deben
ser
fácilmente
olvidados,
precisamente,
en
estos
momentos
en
que
parece
necesario
evaluar
sus
perfiles
de
cara
a
la
transnacionalización
de
las
poblaciones
Latinoamericanas.
IR
Y
VENIR
74
profunda
de
procesos
que
han
resistido
a
los
paradigmas
de
los
Estudios
Étnicos
o
han
resultado
invisibles
desde
la
perspectiva
de
los
Estudios
de
Área.
Considerados
como
campo
fronterizo
entre
los
Estudios
Étnicos
y
de
Área,
los
Estudios
Latinos
se
autoposicionan
con
frecuencia
como
el
espacio
analítico
donde
las
fronteras
y
lo
fronterizo
pueden
ser
analizados
y
con
ellos
todo
tipo
de
fenómenos
transnacionales,
translingüísticos
y
transculturales.
De
esta
forma,
los
Estudios
Latinos
podrían,
desde
esta
óptica,
realizar
la
importante
labor
de
criticar
desde
lo
transnacional
las
limitaciones
nacionales
y
nacionalistas
de
los
paradigmas
de
Área
y
Étnicos.
Los
problemas
aparecen
cuando
los
Estudios
Latinos
se
transforman
también
en
la
interpelación
institucional
preferida
por
una
administración
universitaria
a
cargo
de
lo
que
eufemísticamente
se
denomina
optimización
de
recursos,
consolidación
de
programas
y
en
general,
de
una
reducción
de
las
ciencias
humanas
y
sociales.
Este
deseo
administrativo
de
unificar
las
poblaciones
latinas
es,
sin
embargo,
políticamente
ambivalente:
por
un
lado,
abre
posibilidades
y
peligros,
y
por
otro,
su
valor
específico
depende
de
su
articulación
concreta
en
lo
político-‐
institucional.
En
esta
ambigüedad,
este
deseo
de
unificación
coincide
con
iniciativas
de
mercado
orientadas
a
crear
la
‘novedad’
del
fenómeno
latino
y
su
existencia
como
un
mercado
emergente
de
inmigrantes
‘nuevos’,
listos
para
ser
explotados
o
servidos,
según
se
prefiera,
por
los
ataques
o
las
estrategias
capitalistas
de
inversión.
Las
mismas
lógicas
de
mercado
e
institucionales
que
reducen
y
convierten
a
los
latinos
en
un
nuevo
mercado
étnico
en
el
marco
de
un
espacio
de
mercado
multicultural
junto
a
otras
etnicidades
involucradas
en
el
espacio
democrático
del
consumo,
son
las
mismas
que
les
ofrecen
una
continua
validación
y
una
posición
popular
de
sujeto
que
polariza
el
campo
político
entre
blancos
monolingües
(en
inglés)
y
latinos
monolingües
y
bilingües
subalternizados,
permitiendo
así
un
amplio
espacio
para
coaliciones
con
otros
grupos
subalternos.
Junto
al
mercado,
el
estado,
las
comunidades
mismas
y
sus
líderes,
actúan
como
agentes
en
la
creación,
promoción
e
imposición
de
identidades
étnicas.
Michael
Omi
(1996)
ha
sostenido
que
este
proceso
de
pan-‐etnicidades
racializadas
es
el
resultado
de
una
relación
dinámica
en
la
que
el
estado
prefiere
administrar
demandas
en
bloque,
en
lugar
de
una
proliferación
de
demandas
más
específicas,
mientras
que
“las
elites
que
representan
a
estos
grupos
consideran
ventajoso
realizar
demandas
políticas
usando
el
respaldo
de
los
números
y
de
los
recursos
que
IR
Y
VENIR
75
IR
Y
VENIR
76
Unidos.
c)
La
coyuntura
histórica
y
económica
específica
en
la
que
se
produce
la
entrada
de
los
inmigrantes
a
los
EE.UU.
Una
economía
globalizada
ha
traído
como
consecuencia,
una
caída
continua
en
los
puestos
de
trabajo
industrial
históricamente
ligados
a
las
olas
migratorias
europeas.
Las
crecientes
demandas
de
capital
cultural
para
entrar
al
mercado
laboral
industrial
han
coincidido
con
una
también
creciente
preocupación
política
sobre
el
papel
del
lenguaje
en
lo
que
se
considera
identidad
norteamericana
(“English
Only”
y
campañas
contra
la
educación
bilingüe)
(Oboler
1995:
7-‐9;
Nelson
y
Tienda
1985).
Estos
tres
factores,
dicho
sea
de
paso,
pueden
ser
relacionados
con
los
perfiles
tra-‐
dicionales
de:
a)
los
Estudios
Chicanos
y
los
Estudios
Puertorriqueños,
b)
los
Estudios
Latinoamericanos
y
c)
los
Estudios
Latinos;
y
a
la
vez,
también
pueden
relacionarse
con
las
tres
etapas
históricas
que
sus
orígenes
sociales
ejemplifican:
la
colonial,
la
neocolonial
y
la
global.
Su
coexistencia
en
la
actualidad,
tanto
a
nivel
social
como
disciplinario,
constituye
una
de
las
razones
más
poderosas
para
desear
diálogos
y
no
substituciones
entre
estas
diferentes
tradiciones
de
estudio.
Diálogos
que
se
apoyen
en
un
entendimiento
recíproco
de
sus
trayectorias
históricas,
de
sus
conceptos
críticos
y
de
sus
contribuciones.
Sólo
de
esta
forma
se
podrá
simultáneamente
hacer
justicia
a
la
variedad
de
contextos
nacionales
involucrados,
mientras
se
logra
una
perspectiva
transnacional
que
los
englobe.
Sin
embargo,
debido
a
las
lógicas
de
su
institucionalización,
los
nuevos
fenómenos
situados
dentro
del
marco
que
define
la
especificidad
del
campo
Latino
-‐los
textos
en
inglés
con
condimentos
cosméticos
en
español,
las
comunidades
bilingües
y
migrantes
que
hacen
cambio
de
código
lingüístico
(code
switching),
la
cultura
popular
latina
en
los
Estados
Unidostodos
ellos
podrían
llegar
a
ocupar
el
único
espacio
concebido
como
legítimo,
relegando
a
las
comunidades
situadas
en
los
dos
extremos
de
este
“entre
lugar”
(las
culturas
colonizadas
internamente
y
la
América
Latina
en
el
exterior),
a
un
status
secundario.
En
esta
versión
específica,
pero
me
atrevo
a
subrayar,
no
necesariamente
en
otras,
los
Estudios
Latinos
podrían
ser
diseñados
como
un
espejismo
ideológico:
los
Estudios
Latinos
ofrecerían
así
a
la
academia
norteamericana
una
oportunidad
para
dedicarse,
aparentemente,
al
estudio
de
procesos
globales
de
hibridación
social
y
cultural,
mientras
que
en
realidad
lo
que
harían
sería
reenmarcar
esos
estudios
-‐donde
la
hibridez
ha
devenido
un
ideal
normativo
y
ha
IR
Y
VENIR
77
9
Sobre
este
tema
véanse
Shea
(1997),
Payne
(1998),
Hu-‐DeHart
(1993),
Hall
y
Turrow
(1998),
Yang
(2000)
y
Heilbrunn
(1996).
10
Después
de
todo,
como
lo
ha
recordado
Vicente
Rafael,
tras
comenzar
como
hijos
de
la
teoría
de
la
modernización
después
de
la
Segunda
Guerra
Mundial,
los
Estudios
de
Área
han
evolucionado
y
han
desplazado
‘their
focus
from
the
modernization
of
local
differences
to
understanding
the
various
strategies
for
localizing
modernity”
Rafael
(1999:1209).
De
hecho,
los
únicos
lugares
en
donde
la
teoría
de
la
modernización
se
halla
aún
presente
son
‘those
who
call
for
its
abolition
in
the
name
of
grand
theories
of
rational
choice
and
free
markets
that
see
local
differences
as
obstacles
to
be
overcome”
(Véase
también
Payne
(1998:262)
donde
son
llamados
‘revised
modernisation
theorists’).
IR
Y
VENIR
78
contradictoria:
mientras
sus
análisis
pueden
ser
vistos,
desde
un
cierto
punto,
como
el
maquillaje
cultural
necesario
para
la
optimización
del
consumo
local
y
global
de
productos
de
las
grandes
compañías
norteamericanas
y
trasnacionales,
y
de
sus
planes
de
expansión
de
mercados;
además
pueden
ser
teorizados
como
espacios
cuyas
tradiciones
analíticas
tienden
a
la
valoración
y
al
estudio
apropiado
de
procesos
considerados,
más
bien,
vernacularizaciones
o
hibridaciones
de
la
globalización.
Anna
Tsing
afirma
que,
puesto
que
el
globo
es
una
región
agrandada,
la
construcción
de
escalas
a
nivel
global
pone
en
relieve
los
cuestionamientos
que
proyectan
las
varias
formas
de
concebir
las
regiones
para
facilitar
o
interrumpir
las
perspectivas
globales
(Tsing
2000).
Me
gustaría,
de
esta
manera,
poder
replantear
los
Estudios
Latinos,
Chicanos
y
Latinoamericanos
como
el
espacio
que
facilita
una
activa
reimaginación
de
un
marco
político
y
cultural
de
dimensiones
transamericanas
e
incluso
transatlánticas.
En
él,
los
colonizados
se
vuelven
de
nuevo
visibles
o
retornan
a
las
metrópolis
con
sus
problemas,
esperanzas,
culturas
y
demandas.
Por
otro
lado,
me
gustaría
también
pensar
en
esa
reconsideración
como
la
interrupción
de
imaginarios
monolingües
y
monoculturales
globales;
el
punto
de
llegada
de
un
imaginario
latinoamericano
secular
y
la
continuación
y
transformación
de
una
memoria
narrativa
también
secular.
Pero
considerar
esta
narrativa
secular
no
debería
significar
caer
en
formas
de
escen-‐
cialismo
hispánico.
Es
fundamental
entender
que
esas
formas
de
narrativas
e
identificaciones
fueron,
son
y
serán
siempre
el
resultado
de
hibridaciones
culturales
entre
agentes
múltiples
y
heterogéneos,
no
la
expresión
de
una
lógica
única
inscrita
en
un
espacio
cultural
sagrado
e
invariable.
Las
identidades
nacionales
latinoamericanas
son
hoy
claramente
no
sólo
el
resultado
de
procesos
de
formación
de
sujetos
orquestados
por
el
estado
con
tecnologías
aparentemente
independientes
tales
como
la
religión,
los
textos
escolares,
las
historias
nacionales,
los
patrimonios
culturales
y
el
control
monopólico
de
los
medios
de
comunicación.
Cuando
alrededor
del
ochenta
por
ciento
de
los
videos,
y
un
porcentaje
muy
alto
de
los
programas
televisivos
que
los
latinoamericanos
miran
diariamente
como
una
de
sus
formas
preferidas
de
entretenimiento,
cuando
tantas
horas
de
sus
vidas
cotidianas
dependen
de
objetos
y
mensajes
producidos
en
los
Estados
Unidos,
la
diferencia
entre
el
inmigrante
real
y
el
virtual
parece
en
muchos
sentidos
menos
relevante
que
sus
múltiples
formas
de
contacto.
¿Cómo
se
IR
Y
VENIR
79
conectan
u
oponen
las
narrativas
del
nuevo
folklore
mundial,
como
por
ejemplo
las
formas
neutras
de
espectacularización
narrativa
en
las
películas
de
Steven
Spielberg,
con
el
imaginario
melodramático
de
una
región-‐mundo
en
las
telenovelas
latinoamericanas?
¿Cómo
se
habita
el
espacio
nacional
cuando
las
ceremonias
de
pertenencia
son
no
sólo
las
de
la
novela
nacional
y
el
periódico
sino
también
las
de
la
esfera
globalizada
y
regional
de
la
televisión,
el
cable,
la
música,
los
videos
y
las
películas?
En
América
Latina
existe
una
larga
historia
de
formas
de
globalización
a
través
de
sucesivos
proyectos
imperiales
y
coloniales
de
los
poderes
europeos
y
de
los
Estados
Unidos.
En
su
último
avatar,
cualitativa
y
cuantitativamente
diferente,
la
globalización
constituye
también
un
circuito
latinoamericano
que
posee
especificidad
cultural,
cuyos
textos
y
prácticas
de
producción
y
consumo,
siempre
ya
globalizadas,
requieren
para
su
comprensión
tanto
los
conocimientos
específicos
producidos
por
los
Estudios
Chicanos,
Latinos
y
Latinoamericanos
como
su
colaboración,
traducción
y
diálogo
continuos
en
un
marco
contemporáneo
globalizado,
y
a
la
vez
firmemente
regional.
Este
concepto
de
una
Latinoamérica
globalizada
como
una
región-‐mundo
específica,
me
gustaría
insistir,
pues
no
quisiera
que
se
me
malinterpretara,
que
no
se
trata
de
la
expresión
tardía
de
deseos
bolivarianos
extemporáneos,
sino
como
una
de
las
posibles
cartografías,
mapeos
o
articulaciones
exigidos
por
procesos
socioculturales
ya
existentes:
desde
la
Guagua
Aérea
de
los
puertorriqueños
al
increíble
Puente
Telefónico
de
los
dominicanos
aquí
y
allá,
desde
las
organizaciones
de
movimientos
sociales
trasnacionales
(feministas,
indígenas,
etc.)
hasta
el
lugar
que
la
transferencia
de
fondos
de
los
inmigrantes
representa
para
muchas
de
las
economías
de
sus
países
de
origen.
Quisiera
en
estos
momentos,
para
concluir,
proporcionar
dos
ejemplos
de
la
manera
en
que
la
trasnacionalización
de
las
culturas
latinas
dentro
y
fuera
de
los
Estados
Unidos
puede
estar
marcando
la
pauta
de
una
transformación
requerida
en
las
formas
de
la
producción
de
conocimientos
que,
en
sus
consecuencias
político-‐culturales,
podría
tener
alcances
hemisféricos.
Mi
hipótesis
defiende
que
ambos
casos
-‐me
refiero
al
bilingüismo
y
a
las
remesas
de
dinero
que
mandan
los
migrantes-‐
ponen
de
manifiesto
la
necesidad
de
combinar
el
análisis
del
marco
nacional
con
sus
contrapartes
internacional
y
transnacional,
entendiendo
así
que
toda
globalización
se
localiza
y
que
todo
espacio
local
ya
constituye
de
alguna
forma,
hoy
y
siempre,
un
espacio
glocal.
IR
Y
VENIR
80
IR
Y
VENIR
81
que
las
comunidades
lingüísticas
no
deberían
dejar
exclusivamente
a
cargo
de
las
estructuras
políticas
formales,
sino
que
son
temas
entorno
a
los
cuales
deberían
organizarse
para
crear
más
presión
política.
Aunque
la
institucionalización
de
la
educación
bilingüe
ha
significado,
allí
donde
aún
subsiste,
un
progreso
respecto
a
la
oferta
educativa
preexistente,
sin
embargo
ha
representado
también
una
desmovilización
de
los
movimientos
sociales
cuya
actividad
originó
la
demanda
política
de
la
necesidad
de
la
educación
bilingüe.
(Crawford
2000:
117).
En
este
contexto
podemos
preguntarnos
con
Sander
L.
Gillman
(2000):
¿por
qué
en
los
Estados
Unidos
el
bilingüismo
se
considera
bueno
para
las
clases
acomodadas
que
activamente
pagan
por
su
implementación,
mientras
que
es
estigmatizado
social
y
políticamente
para
las
clases
bajas?
¿Por
qué
las
elites
bilingües
son
un
bien,
mientras
que
a
los
ciudadanos
latinos
bilingües
se
les
considera
como
una
amenaza
para
la
polis
nacional?
Tal
vez
podríamos
postular
que
ésta
es
la
manera
en
la
cual
la
naturaleza
dual,
global
y
nacional
de
la
sociedad
norteamericana
se
manifiesta
más
claramente.
El
sistema
universitario
norteamericano
refleja
esta
estructura
dual
a
través
de
sus
diferentes
funciones
especializadas:
las
llamadas
Ivy
Leagues
(universidades
elitistas
de
la
costa
este
del
país)
y
las
instituciones
de
elite,
en
general,
preparan
a
las
nuevas
elites
trasna-‐
cionales
para
la
dominación
global.
Les
proporcionan
las
herramientas,
incluyendo
las
competencias
lingüísticas,
consideradas
como
bienes
culturales
indispensables
para
el
manejo
y
para
la
administración
de
la
diversidad
cultural
tanto
a
nivel
nacional
como
al
internacional.
A
un
nivel
más
bajo,
por
otra
parte,
en
un
sector
importante
de
la
educación
primaria,
secundaria
y
terciaria,
esos
mismos
bienes
culturales
son
estigmatizados
y
desalentados
en
la
población
latina
(y
en
otras
minorías
étnicas).
Así,
no
siempre
en
la
teoría
pero
a
menudo
en
la
práctica,
la
diversidad
cultural
se
transforma
por
la
vía
de
la
asimilación
y
en
particular
por
la
vía
de
la
asimilación
lingüística,
en
una
cultura
nacional
norteamericana
monolingüística
y
monocultural.
Los
estudiantes
latinos
(así
como
otros
estudiantes
minoritarios,
por
supuesto)
se
encuentran
privados,
de
este
modo,
de
sus
pocas
ventajas
de
capital
cultural,
transformando
sus
bienes
en
pasivos
o
desventajas
culturales.
Que
la
separación
entre
las
instituciones
de
educación
elitista
y
no
elitista
es
una
función
de
la
reproducción
del
statu
quo
no
debería
sorprender
a
nadie.
Sin
embargo,
resulta
menos
evidente
observar
cómo
esta
estructura
diferencial
coincide
actualmente,
en
un
alto
grado,
con
la
separación
entre
unos
Estados
Unidos
IR
Y
VENIR
82
12
Sobre
el
concepto
de
ciudadanía
cultural
véanse
Flores
(1997)
y
García
Canclini
(1995).
La
“ciudadanía
cultural”,
resultado
conceptual
del
trabajo
de
campo
realizado
en
California
por
autores
como
Renato
Rosaldo,
Rina
Benmayor
y
William
Flores
ha
sido
definida
por
este
último,
en
los
siguientes
términos:
“Cultural
citizenship
can
be
thought
of
as
a
broad
range
of
activities
of
everyday
life
through
which
Latinos
and
other
groups
claim
space
in
society,
define
their
communities
and
claim
rights.
It
involves
the
right
to
retain
difference,
while
also
attaining
membership
in
society.
It
also
involves
self-‐definition,
affirmation
and
empowerment”
(Flores
1997:262).
IR
Y
VENIR
83
13
Sobre
las
remesas
económicas
y
su
impacto,
véase
Luin
Goldring
(2002).
IR
Y
VENIR
84
ejercer
una
ciudadanía
doble:
una
norteamericana
y
otra
latinoamericana
que
se
conciben
no
como
polos
esquizofrénicos
sino
como
los
lados
complementarios
de
una
nueva
y
poderosa
forma
de
subjetividad
política.
Esto
supone
una
activa
participación
en
la
política
estadounidense
(registro
electoral,
organización
comunitaria,
sindicalización,
etc.),
para
mejorar
las
condiciones
laborales
y
de
vida
de
los
millones
de
latinos
residentes
en
los
Estados
Unidos
y,
de
forma
indirecta,
de
muchas
de
sus
familias
en
el
hemisferio.
A
través
de
una
negación
de
la
lógica
minorizante
de
la
política
norteamericana
hegemónica,
es
decir,
por
medio
del
rechazo
al
devenir
de
una
minoría
puramente
norteamericana
en
el
molde
asimilista,
esta
doble
ciudadanía
(que
algunos
países
latinoamericanos
consideran
ya
legalmente)
supone
y
exige
la
capacidad
de
reestructurar
la
agenda
de
la
representación
política
de
los
latinos
en
los
Estados
Unidos
y
de
dirigirla
hacia
una
concepción
más
interactiva
de
ciudadanía
latinoamericana
hemisférica.
En
vez
de
limitar
las
luchas
políticas
al
ámbito
restringido
de
la
esfera
política
nor-‐
teamericana
-‐donde,
sin
embargo,
queda
mucho
por
hacer
en
términos
de
bilingüismo
y
representación-‐
es
preciso
estimular
la
creciente
y
nueva
sociedad
civil
latinoamericana
de
organizaciones
de
base
y
de
tamaño
medio.
La
agenda
política
de
una
esfera
pública
transnacional
de
este
tipo
incluiría,
de
manera
crucial,
los
destinos
conectados
de
las
fuerzas
latinoamericanas
de
trabajo
frente
al
capital
global.
A
nivel
hemisférico,
los
latinoamericanos,
de
manera
similar
a
como
lo
hacen
ya
a
través
de
las
remesas,
transformarían
la
separación
radical
entre
los
lugares
en
los
que
se
puede
extraer/contratar/explotar
la
mano
de
obra
barata
sin
prestar
ninguna
atención
a
sus
condiciones
de
reproducción,
ni
a
aquellos
lugares
donde
se
invierten
y
gozan
las
ganancias
finales
del
capital.
Desde
este
punto
de
vista
la
nueva
ciudadanía
hemisférica
de
los
latinoamericanos
considera
al
hemisferio
todo,
con
su
economía
política
específica
y
la
interconexión
de
sus
políticas,
culturas
y
sociedades,
como
su
ámbito
legítimo
de
participación.14
En
una
época
de
globalización,
el
latinoamericanismo
crítico
que
propongo
interrumpe
cualquier
intento
de
cortar
la
conexión
latinoamericana
de
los
latinos
residentes
en
los
Estados
Unidos.
Por
el
contrario,
promueve
una
postura
que
convierte
esos
vínculos
en
el
centro
de
su
actuar
político
y
cultural.
Dicho
latinoamericanismo
crítico
comprende,
además,
que
la
diversidad
o
la
tolerancia
racial
a
nivel
14
Para
una
excelente
visión
de
conjunto
de
los
aspectos
socioeconómicos
involucrados
en
la
interdependencia
hemisférica,
véase
Bonilla
et
al.
(1998),
especialmente
los
ensayos
de
Rebecca
Morales,
Manuel
Pastor
y
Frank
Bonilla.
IR
Y
VENIR
85
IR
Y
VENIR
86
el
futuro
de
los
Estudios
Étnicos
y
de
Área.
Se
trata,
como
afirma
Fernando
Coronil,
de
destacar
la
historicidad
de
un
territorio
mientras,
simultáneamente,
se
reterritorializa
la
historia
(Coronil
1996:
76-‐77).
Si
el
conocimiento
se
encuentra
efectivamente
instalado
en
el
corazón
de
las
trans-‐
formaciones
globalizadoras,
replantearse
cuáles
son
las
condiciones
institucionales
y
disciplinarias
de
la
producción
del
conocimiento
sobre
la
diferencia
y
la
desigualdad,
y
cuáles
son
sus
agendas,
enfoques
y
objetos
de
estudio
legítimos
puede
tener
un
efecto
decisivo
y
transformador.
A
este
gesto
de
expansión
geocultural
de
la
imaginación
disciplinaria
e
institucional
ha
querido
contribuir
este
ensayo.
IR
Y
VENIR
87
IR
Y
VENIR
88
IR
Y
VENIR
89
IMAGINARIOS MIGRANTES:
LOS URUGUAYOS DE MASSACHUSSETS
Abril Trigo
IR
Y
VENIR
90
en
Fitchburg
una
teoría
de
la
migrancia
que
se
adecuaba
a
mi
necesidad
de
procesar
psicológica
e
ideológicamente
mis
propias
experiencias.
No
había
procurado
tan
sólo
entenderme
a
mí
mismo
en
ellos:
había
intentado
justificarme
en
ellos.
Sus
experiencias
migrantes
no
habían
sido
acontecimientos
desde
los
cuales
me
fuera
posible
entender
mi
propia
experiencia,
sino
un
texto
que
me
permitiera
leer
la
teoría
preconcebida
que
me
justificaba.
Dicho
de
otro
modo,
si
ser
conciente
de
mi
involucramiento
subjetivo
en
el
tema
había
facilitado
una
toma
de
posición
autocrítica,
sin
embargo
había
suscitado
posteriormente
un
enmadejado
doblemente
ideológico
al
sublimar
mi
desconcierto
existencial
en
una
perversa
modalidad
de
turismo
teórico
que
me
permitía
legitimar
mi
inestable
y
flotante
identidad
(ver
Kaplan
1996:
66).
Mi
propósito,
concretamente,
era
determinar
las
características
sociales
e
históricas
específicas
de
la
migrancia,
en
una
lectura
a
contrapelo
de
las
modalidades
mistificadas
del
exilio
y
de
la
diáspora,
y
enfatizando
el
proceso
histórico
de
articulación
y
pasaje
de
la
inmigración
internacional
(moderna)
a
la
migrancia
y
a
la
diáspora
transnacionales
(¿posmodernas?).
Una
observación
y
la
intersección
de
dos
líneas
temáticas
guiaban
mi
reflexión:
la
importancia
inusitada
que
adquiere
la
memoria
-‐y
la
lucha
por
la
memoria,
y
la
lucha
entre
distintas
memorias,
y
la
lucha
entre
distintas
formas
de
la
memoria-‐
en
la
experiencia
del
migrar
y
de
la
diáspora.
Migrancia
y
memoria,
de
esta
manera,
constituían
dos
ejes
de
reflexión
en
los
cuales
se
enmaraña
la
difusa
problemática
de
la
identidad
y
de
la
nación,
del
estado
y
de
la
historia,
de
la
modernidad
y
de
la
globalización;
de
la
mera
existencia
y
de
la
viabilidad
de
lo
nacional,
cuya
clave
podría
encontrarse,
hoy,
en
el
cruce
de
la
memoria
y
de
la
migrancia,
en
el
enigma
de
la
diáspora,
en
la
experiencia
liminal
del
transterrado
y
en
su
labor
sobre
la
memoria.
Mi
intención
era
elucidar
cómo
recobran
los
uruguayos
en
la
diáspora,
a
través
de
la
traumática
experiencia
del
migrar,
las
memorias
culturales
soterradas
bajo
sucesivas
capas
históricas
de
la
memoria
histórica
y
del
imaginario
nacional,
permitiéndonos
entrever,
de
esa
manera,
nuevos
modos
de
solidaridad
social,
de
praxis
ciudadana
y
de
experiencia
comunitaria
cuando
el
tejido
social
y
cultural
del
país–
como
casi
toda
América
Latina–
parece
desintegrarse.
Puesto
en
términos
más
amplios,
cómo
los
ciudadanos
de
las
naciones
neocoloniales
y
poscoloniales
acorraladas
por
la
globalización,
arrancados
de
su
sociedad
y
de
su
cultura
y
empujados
a
la
diáspora
como
migrantes
transnacionales,
recuperan
y
reciclan
sus
memorias
IR
Y
VENIR
91
culturales
para
negociar
así
una
identidad
escindida
entre
el
aquí-‐ahora
y
el
entonces-‐allá,
ofreciéndonos
nuevas
formas,
alternativas,
de
pensar
lo
nacional
dentro
del
marco
de
la
globalización
en
la
periferia
del
capitalismo.
IR
Y
VENIR
92
características.
Porque,
en
el
caso
de
fracasar
la
disociación,
surge
inexorablemente
la
ansiedad
confusional
con
todas
sus
temidas
consecuencias”
(Grinberg
y
Grinberg
1984:
20).
Hacer
las
paces
con
ambos
mundos,
después
de
un
doloroso
trabajo
de
duelo
por
la
pérdida
(no
se
obtiene
la
paz
mientras
el
objeto
viva
en
la
memoria)
y
de
autodespojamiento
de
parte
de
su
identidad,
permite
al
individuo
“padecer
su
dolor”
y
asumir
su
condición
de
inmigrante.
Cuando
el
emigrante
finalmente
resuelve
las
fracturas
y
discontinuidades
entre
el
entonces-‐allá
y
el
aquí-‐
ahora,
“no
sólo
sabrá
que
emigra,
sino
que
‘será’
un
emigrante.
(…)
‘Ser’
un
emigrante
es,
pues,
muy
distinto
a
‘saber’
que
se
emigra.
Implica
asumir
plena
y
profundamente
la
verdad
y
la
responsabilidad
absolutas
inherentes
a
esa
condición.
Las
realizaciones
de
este
tipo
pertenecen
a
un
estado
mental
y
emocional
difíciles
de
soportar.
Ello
explica
la
necesidad
de
recurrir
a
múltiples
operaciones
defensivas,
para
quedarse
tan
sólo
en
el
‘saber’
y
no
en
el
‘ser’
emigrantes”
(Grinberg
y
Grinberg
1984:
81-‐2).
Tengo
dos
hermanos
en
Buenos
Aires,
uno
en
Australia,
y
una
hermana
y
dos
hermanos
más
en
el
Uruguay,
pero
ni
nos
escribimos.
Nunca
fuimos
muy
unidos.
No
tengo
en
el
Uruguay
a
quien
extrañar,
pero
me
siento
uruguayo
porque
yo
acá
vivo
a
la
uruguaya,
¿entiende?
Lo
único
que
no
hago
es
ir
al
fútbol...
(Mauricio
Rodríguez).
El
inmigrante
moderno
internacional,
incluso
cuando
partiera
soñando
en
el
regreso,
debido
al
horizonte
imaginario
y
a
las
posibilidades
tecnológicas
y
materiales
de
la
época,
se
embarcaba
siempre
en
un
proyecto
de
vida,
en
un
viaje
posiblemente
sin
retorno,
que
en
la
mayoría
de
los
casos
terminaba
siendo
así.
Todo
esto,
sumado
al
hecho
de
que
migraba
desde
zonas
metropolitanas
a
regiones
periféricas,
alimentaba
un
fuerte
sentimiento
de
pérdida
por
el
mundo
familiar
abandonado
y
una
elevada
disponibilidad
a
afincarse,
a
identificarse
con
una
sociedad
dispuesta
a
asimilarlo,
en
pocas
palabras:
a
hacerse
inmigrante
(Safran1991:
85).
La
inmigración,
vista
de
esta
forma,
es
el
modo
de
migración
predominante
–nunca
exclusivo
ni
excluyente–
durante
la
fase
expansiva
del
capital
imperialista:
son
nuestros
abuelos
quienes
protagonizaron
esa
historia
sin
héroes.
A
horcajadas
entre
el
capitalismo
imperialista
y
el
internacionalismo
proletario,
las
masivas
inmigraciones
modernas
configuran
un
dispositivo
demográfico
de
primer
IR
Y
VENIR
93
IR
Y
VENIR
94
IR
Y
VENIR
95
IR
Y
VENIR
96
desconocido
(Freud
1955).
La
incubada
ansiedad
por
la
prevista
pérdida
da
lugar,
de
golpe,
al
horror
de
no
pertenecer,
a
tener
que
asumir
una
escisión
irremediable
que
sólo
es
aceptada
como
enriquecimiento,
aun
cuando
doloroso,
al
comprender
que
ya
no
se
es
el
que
se
fue,
y
aquel
que
se
era
es
ahora
un
extranjero,
perdido
para
siempre
en
una
alteridad
“contradictoria
que
nos
salva,
tal
vez,
del
encierro
mortífero
de
lo
homogéneo,
de
la
alienación
que
representa
la
ilusión
de
la
completud”
(Viñar
y
Viñar
1993:
90-‐91).
Estuve
nueve
años
sin
ir
y
cuando
fui
para
las
fiestas
del
88
me
chocó
todo,
encontré
todo
raro,
me
sentí
mal
(...)
No
sé,
yo
estaba
en
otro
mundo.
Me
sentía
un
extraño,
como
que
la
gente
no
me
aceptaba
porque
yo
me
había
ido.
Capaz
que
son
ideas
de
uno,
pero
yo
me
sentía
mal.
Fui
por
cuatro
semanas
y
estuve
tres,
después
de
nueve
años.
A
la
tercera
no
aguantaba
más
y
me
vine.
A
los
amigos
los
encontraba
y
no
los
encontraba,
o
al
que
encontraba
no
tenía
tiempo
para
nada,
los
encontraba,
pero…
¡horrible,
horrible!
(Walter).
Antonio
Cornejo
Polar,
procurando
superar
el
determinismo
epistémico
de
la
metáfora
del
mestizaje
(la
concreción
de
una
identidad
en
una
síntesis
dialéctica),
propuso
el
análisis
de
“la
condición
migrante”
a
partir
de
la
idea
de
“forasterismo”
de
José
María
Arguedas.
El
migrante,
dijo,
si
bien
vive
en
un
presente
que
parece
amalgamar
los
muchos
trajines
previos,
ni
puede
ni
quiere
fundir
sus
experiencias
de
vida
“porque
su
naturaleza
discontinua
pone
énfasis
en
la
múltiple
diversidad
de
esos
tiempos
y
de
esos
espacios”
(Cornejo
Polar
1995:
103-‐104).
De
tal
modo,
“mientras
que
el
mestizo
(léase
aquí
inmigrante)
trataría
de
articular
su
doble
ancestro
en
una
coherencia
inestable
y
precaria,
el
migrante,
en
cambio,
se
instalaría
en
dos
mundos
de
cierta
manera
antagónicos
por
sus
valencias:
el
ayer
y
el
allá,
de
un
lado,
y
el
hoy
y
el
aquí,
de
otro,
aunque
ambas
posiciones
estén
inevitablemente
teñidas
la
una
por
la
otra
en
permanente
pero
cambiante
fluctuación.
De
esta
suerte,
el
migrante
habla
desde
dos
o
más
locus
y
–más
comprometedoramente
aún-‐
duplica
(o
multiplica)
la
índole
misma
de
su
condición
de
sujeto”
(Cornejo
Polar
1994:
209).
Creo
que
ese
es
el
gran
tema
de
madurar...
No
sabíamos
de
dónde
éramos,
porque
en
la
casa
IR
Y
VENIR
97
éramos
una
familia
latina,
pero
fuera
de
la
casa,
el
mundo
alrededor,
era
todo
blanco...
Entonces,
una
vez
que
llegamos
a
la
secundaria
y
entramos
en
contacto
con
más
gente,
fue
como...
bueno,
¿soy
latina
o
soy
blanca?...
Estás
atrapado
justo
en
el
medio...
(Ana
María
Arístegui).
Esto
es,
a
mi
entender,
absolutamente
aplicable
a
la
experiencia
transnacional
de
la
migrancia
y
la
diáspora,
que
a
diferencia
de
la
inmigración
internacional,
no
conduce
a
síntesis
dialécticas,
a
fusiones
e
identidades
estables,
sino
que
mantiene
en
suspenso
culturas
diferentes,
a
veces
antagónicas,
en
las
cuales
el
migrante
es
un
ave
de
paso.
Y
si
admitimos
que
el
lenguaje
es
un
ámbito
medular
de
gestación,
condensación
y
disputa
de
la
id/entidad,
cuán
sagaz
resulta
la
observación
de
Cornejo
respecto
a
los
dos
modos
de
producción
lingüística
en
juego.
En
tanto
la
inmigración,
como
el
mestizaje,
operaría
metafóricamente,
la
migrancia
y
la
diáspora
lo
harían
en
forma
metonímica.
De
este
modo,
el
discurso
del
migrante
yuxtapone
mundos
e
imaginarios
en
una
dinámica
centrífuga,
expansiva,
que
contamina
el
lenguaje
con
otros
tiempos
y
espacios,
con
otras
experiencias
que
lo
atraviesan
en
múltiples
sentidos,
desgarrado
por
la
vigencia
del
aquí-‐ahora
y
del
entonces-‐allá,
“casi
como
un
acto
simbólico
que
en
el
instante
mismo
en
que
afirma
la
rotundidad
de
una
frontera
la
está
burlando”
(Cornejo
Polar
1995:
106).
Este
modo
metonímico
de
producción
social
y
cultural
promueve
una
id/entidad
esquizo,
“una
doble
conciencia”,
dijera
Du
Bois,
como
si
el
sujeto
-‐un
marginal-‐
estuviese
situado
“simultáneamente
entre
dos
espejos,
cada
uno
reflejando
una
imagen
distinta
de
sí
mismo”
(Stonequist
1961:
145).
Por
eso
me
siento
muy
afortunada
porque
ahora
puedo
mirar
hacia
atrás
y
equilibrar
mi
vida
con
las
experiencias
que
he
tenido
en
la
familia
y
en
la
sociedad
y
la
forma
en
que
la
sociedad
impacta
sobre
la
familia...
Me
siento
muy
afortunada
de
poder
sacar
lo
mejor
de
ambas
culturas
y
mezclarlas
lo
mejor
que
puedo...
(Adriana
Berhouet).
IR
Y
VENIR
98
MEMORIA E IDENTIDAD
Se
extraña
el
barrio,
el
ómnibus,
la
feria,
el
carnaval,
el
fútbol
(…)
hasta…
yo
qué
sé…
el
pan
que
comés.
(Nelson
Saldivia).
La
identidad,
que
siempre
es
social,
se
constituye
mediante
la
identificación
a
un
imaginario
que
organiza,
estructura
y
reproduce
la
realidad
social,
política
y
cultural.
Este
imaginario
social
retiene
al
individuo
interpelado
como
sujeto
al
orden
simbólico
mediante
una
estimulación
libidinal:
es
el
placer
de
responder
a
la
interpelación
del
poder
y
de
sentirse
parte
y
partícipe
de
una
comunidad,
lo
que
activa
y
legitima
la
autoridad
del
imaginario
social,
la
fuerza
de
la
ideología,
la
escurridiza
tautología
de
la
identidad.
Este
dispositivo
de
identificación
es
complementado
y
se
sustenta
en
la
memoria
histórica,
montaje
narrativo,
literario
y
pedagógico
manufacturado
por
equipos
letrados
con
el
fin
de
legitimar
los
orígenes,
generalmente
espurios,
del
estado.
Cuando,
bajo
la
traumática
experiencia
de
la
migrancia
y
la
diáspora,
el
imaginario
social
(nacional)
y
la
memoria
histórica
entran
en
crisis,
se
produce
una
reactivación
de
la
memoria
cultural,
efecto
de
prácticas
intersubjetivas
de
resignificación
entre
la
conciencia
del
presente
y
la
experiencia
del
pasado.
La
reemergencia
de
las
memorias
culturales
soterradas
bajo
el
peso
de
la
memoria
histórica,
que
actúan
y
actualizan
la
historicidad
en
la
experiencia
cotidiana,
estimulan
los
residuos
de
placer
insatisfecho
por
el
imaginario
nacional
y
despiertan
las
energías
aletargadas
de
la
imaginación
radical,
corriente
colectiva
de
carácter
centrífugo
que
se
levanta
contra
la
hegemonía
centrípeta
y
pedagógica
del
imaginario
nacional.
Esto
es
lo
que
ocurre
precisamente
con
los
uruguayos
en
la
diáspora,
quienes,
al
no
estar
ya
en
el
entorno
sociocultural
donde
actúa
el
imaginario
nacional
y
su
desprestigiada
memoria
histórica,
se
enfrentan,
muchas
veces
con
horror,
a
la
inevitable
fractura
de
su
identidad,
que
lejos
de
ser
una
totalidad
unívoca,
se
revela
como
una
zona
en
disputa,
un
edificio
construido
sobre
las
arenas
movedizas
de
la
historia.
A
partir
de
ahí
van
recuperando,
de
manera
imperceptible
casi,
las
memorias
culturales
que
suscitan
la
productividad
de
la
imaginación
radical,
imaginación
necesaria
para
volver
a
pensar
formas
alternativas
de
comunidad
a
partir
de
IR
Y
VENIR
99
IR
Y
VENIR
100
Pero
al
volver
a
Uruguay
es
mi
casa…
Nos
sentamos
a
tomar
mate,
nos
ponemos
a
conversar
y
es
como
si
nunca
me
hubiese
ido,
como
si
esos
años
se
hubiesen
quedado
estacionados,
te
juro
que
es
como
si
volviera
a
lo
que
fui…
(Noemí
Ferraro).
La
casa
en
la
memoria
y
la
memoria
como
casa
son
precisamente
los
ejes
de
la
poética
del
espacio
de
Bachelard,
para
quien
la
casa
es
“nuestro
rincón
del
mundo”,
“nuestro
primer
universo”,
“región
lejana
(donde)
memoria
e
imaginación
no
permiten
que
se
las
disocie”
(1983:
34-‐35):
“un
lugar
donde
cada
día
se
multiplica
todos
los
días”
(Yi-‐Fu
Tuan
1977:
144).
Mediante
el
topoanálisis,
Bachelard
propone
develar
las
profundidades
del
ser,
allí
donde
“el
espacio
lo
es
todo,
porque
el
tiempo
no
anima
ya
la
memoria”,
dado
que
esta
“no
registra
la
duración
en
el
sentido
bergsoniano”.
Esa
es
la
paradoja
de
la
memoria.
Su
forma
es
el
tiempo,
pero
un
tiempo
desmaterializado,
que
carece
de
duración,
de
densidad,
de
textura,
y
por
ello
sólo
aprehensible
mediante
su
anclaje
a
lo
espacial.
Puede
ser
una
casa,
una
calle
o
un
barrio,
un
rostro
o
un
objeto,
un
sabor
o
un
aroma,
sin
duda
una
voz,
donde
descanse
el
verdadero
sentido
de
la
patria.
Es
el
pago,
pueblo,
aldea,
comarca:
“El
objeto
nostálgico
no
es
el
país
que
fue,
tampoco
al
que
van
a
volver.
Es
todo
eso,
pero
mucho
más.
Es
la
tierra
que
pobló
la
infancia
(…)
no
sólo
el
pasado
que
pasó:
es
también
el
pasado
que
no
fue,
las
fantasías
que
soñamos,
que
nos
soñaron,
y
que
aún
viven
allí”
(Gil
1993:
9).
Yo
vine
a
los
siete
años
y
de
lo
que
me
acuerdo
más
es
de
la
casa
de
los
padres
de
mi
padre
en
Solimar,
que
íbamos
a
la
playa.
Y
me
acuerdo
de
caras,
como
la
de
mi
abuelo
y
mi
abuela
y
mis
tíos…
Hay
una
calle
en
Fichburg
que
me
hace
acordar
a
Solimar,
donde
estaba
la
casa
de
mi
abuela
y
había
un
bosque,
igualita…
Algunas
veces
veo
algo
que
me
trae
memorias,
cosas
que
viví
pero
no
sé
bien
cuándo…
(Natalia).
A
pesar
del
giro
metafísico
que
confiere
Bachelard
a
su
memoria-‐casa,
sus
descripciones
concretas
refieren
a
experiencias
cotidianas,
a
flor
de
piel.
En
efecto,
si
bien
es
en
el
espacio
alojado
en
la
memoria
donde
reside,
para
él,
el
núcleo
intransferible
de
la
identidad,
su
poética
del
espacio,
no
obstante,
se
proyecta
en
el
presente
mediante
los
recuerdos
grabados
en
el
IR
Y
VENIR
101
cuerpo.
No
me
refiero
solamente
a
memorias
físicas,
sino
al
conocimiento
del
espacio
por
el
cuerpo
y
a
su
transformación
mediante
el
movimiento.
La
memoria
del
pago
está
inscripta
en
la
piel,
en
los
sentidos,
en
“la
resonancia
de
la
ausencia
en
el
cuerpo”
de
olores,
texturas
y
sonidos,
“en
la
geografía
del
cuerpo
sensible
y
erótico”
(Viñar
y
Viñar
1993:
88).
No
en
la
memoria
“automática”
que,
de
acuerdo
a
Bergson,
responde
espontáneamente
a
los
estímulos
externos
en
forma
refleja,
sino
en
la
“imagen-‐memoria”
que
actualiza,
en
el
presente
de
la
praxis,
el
archivo
de
la
“memoria
pura”,
activado
por
la
percepción
de
la
realidad
circundante
(Bergson
1950:
163
y
171;
Deleuze
1991).
Es
precisamente
esta
interpelación
de
la
“memoria
pura”
por
las
circunstancias
concretas
del
aquí-‐ahora
lo
que
activa
la
evocación
de
las
experiencias
del
entonces-‐allá,
y
es
en
el
encuentro
del
presente
del
ahora
benjaminiano
(Jetztzeit)
con
el
pasado
de
la
experiencia
acumulada
(Erfahrung)
donde
se
produce
la
experiencia
vivida
(Erlebnis)
como
duración:
es
decir,
como
presente
concreto,
ahora,
mientras
escribo
estas
palabras,
con
un
pie
en
el
pasado
y
otro
pie
en
el
futuro.
Así
entendida,
la
id/entidad
(del)
migrante
se
produce
en
la
intersección
de
la
experiencia
vivida
durante
el
presente
del
aquí-‐ahora
con
la
experiencia
acumulada
en
la
memoria
del
entonces-‐allá.
No
se
trata,
claro
está,
de
una
memoria
estrictamente
personal
ni
de
una
experiencia
solipcista,
sino
de
una
memoria
cultural
producida
por
y
productora
de
una
comunidad
concreta
a
través
de
la
experiencia
colectiva
acumulada.
La
memoria
cultural
(práctica
y
performativa)
se
distingue,
así,
de
la
memoria
histórica
(instrumental
y
pedagógica)
al
servicio
de
los
imaginarios
nacionales,
construida
sobre
los
despojos
de
las
memorias
colectivas
premodernas
con
el
explícito
objetivo
de
vaciarlas
de
la
Jetztzeit,
hacer
tábula
rasa,
e
inscribir
sobre
ellas
el
presente
vacío
y
homogéneo
del
estado-‐nación
(Halbwachs
1980;
Toennies
1971;
Bhabha
1990).
Así
como
la
experiencia
más
solitaria
aparece
siempre
condicionada
por
e
inserta
a
un
contexto
sociocultural
específico,
en
la
memoria
cultural
convergen
un
amasijo
de
experiencias
y
de
discursos
individuales
y
colectivos,
propios
y
ajenos,
coetáneos
y
antiguos,
reales
e
imaginarios.
Esto
permite
a
Benjamin
localizar
en
ella
las
tradiciones
colectivas
y
las
artes
del
cuentacuentos
que
compendian
los
ritos
y
los
mitos,
las
fiestas
y
los
duelos,
la
codificación
y
la
improvisación
(Benjamin
1968:
159).
Así,
el
presente,
definido
arbitrariamente
como
lo
que
es,
IR
Y
VENIR
102
debería
mejor
ser
entendido
como
lo
que
está
siendo
hecho,
porque
el
presente
no
es
nada,
sino
puro
devenir
que
no
acaba
de
ser
cuando
ya
ha
comenzado
a
desvanecerse.
La
experiencia
vivida
en
lo
cotidiano
es
la
duración
de
la
memoria
cultural
en
el
presente
del
ahora;
la
confluencia
del
ser
(lo
pasado
es
idéntico
a
sí
mismo
ineluctablemente)
con
el
devenir
(el
flujo
del
presente).
En
esa
encrucijada
se
ubica
la
memoria
cultural.
Es
casi
como
abrir
un
libro
de
historia,
¿entiendes?,
a
través
de
la
mirada
de
otros
y
sin
saber
con
certeza...
Por
la
mirada
de
mi
padre,
entonces...
allá...
(Ana
María
Arístegui).
La
id/entidad
migrante
se
realiza,
en
conclusión,
mediante
un
desprendimiento,
muchas
veces
doloroso,
del
sujeto
de
su
confortable
identificación
en/con
lo
simbólico
-‐el
imaginario
social
nacional
y
la
memoria
histórica-‐
para
asumir
la
inquietante
certeza
de
la
responsabilidad
que
le
compete
en
el
quehacer
histórico
-‐la
comunidad
como
praxis
social.
Pero
si
la
experiencia
de
la
migrancia
y
la
diáspora
se
fundan
en
el
tránsito
y
en
la
transitividad
identitarias,
en
la
articulación
necesariamente
conflictiva
de
la
ecuación
praxis
social/memoria
cultural,
acarrea
también
un
doble
riesgo:
si
el
migrante
no
vive
el
aquí-‐ahora
como
su
realidad
social
concreta,
y
la
experimenta
en
cambio
como
hiperreal,
tenderá
a
reificar
el
entonces-‐allá
alojado
en
su
memoria
como
lo
Real,
objeto
de
identificación
exclusiva
y
excluyente;
si,
por
el
contrario,
convierte
el
entonces-‐allá
de
la
memoria
en
una
reminiscencia
hiperreal,
puede
alienarse
en
un
aquí-‐ahora
que,
amputado
de
la
experiencia
acumulada
y
despojado
de
la
duración
que
otorga
densidad
a
la
experiencia
vivida,
resulte
deshistorizado,
fetichizado
como
lo
Real.
Una
adecuada
negociación
y
reconversión
de
la
subjetividad
implica
necesariamente
procesar
las
memorias
como
instancias
dialécticamente
imbricadas
al
presente
en
duración,
como
experiencias
vividas
en
la
práctica.
¿Qué
ocurre,
entonces,
con
la
memoria
histórica
que
sustenta
el
imaginario
social
y
nacional,
al
ser
sacudida
por
los
procesos
de
globalización,
en
el
torbellino
de
los
cuales
acaecen
la
migrancia
y
la
diáspora?
En
muchos
casos
puede
salir
reforzada,
llegando,
incluso,
a
la
plasmación
de
renovados
nacionalismos
de
corte
racista
y
fundamentalista;
los
ejemplos
abundan.
Por
lo
general,
sin
embargo,
la
memoria
histórica,
necesariamente
reforzada
mediante
la
ritualizada
repetición
IR
Y
VENIR
103
IR
Y
VENIR
104
sociales,
descompagina
las
estructuras
familiares
y
desestabiliza
los
roles
sexuales,
cuestionando
totalmente
la
identidad
del
migrante,
pero
mucho
más
aún
la
de
los
migrantes
varones,
quienes,
desprovistos
de
la
malla
protectora
de
la
sociedad
uruguaya
y
de
su
imaginario
patriarcal,
tienen
mucho
más
que
perder
que
las
mujeres.
En
efecto,
mientras
estas
ganan
en
independencia
y
toman
el
timón
de
la
familia,
los
migrantes
varones
se
refugian
en
el
trabajo
y
en
el
fútbol.
No
precisamente
en
el
imaginema
de
“la
garra
charrúa”,
sino
en
la
actuación
de
las
memorias
culturales
masculinas
cristalizadas
en
este
deporte.
Esta
importancia
del
fútbol
en
la
vida
cotidiana
de
los
migrantes
varones
-‐como
práctica
social,
como
referente
simbólico
y
como
terapia
colectiva-‐
está
íntimamente
vinculada
al
papel
central
que
tuviera
en
la
configuración
cultural
de
la
sociedad
uruguaya
moderna,
tanto
en
lo
referente
a
la
asimilación
de
los
inmigrantes
como
a
la
formación
de
una
memoria
cultural
popular,
que
ahora
resurge
en
la
experiencia
liminar
de
la
diáspora.
Los
primeros
uruguayos
llegaron
a
Fitchburg
en
1967.
Durante
los
años
setenta
continuarían
arribando,
en
flujo
reducido
pero
constante,
siguiendo
una
cadena
de
contactos
personales
y
familiares.
Es
a
partir
de
mediados
de
los
ochenta,
coincidiendo
con
la
restauración
democrática
y
con
los
primeros
coletazos
del
modelo
neoliberal
cuando
sucede
lo
que
algunos
entrevistados
califican
de
“ola
espantosa”
de
“gente
más
bien
de
mala
vida,
sin
familia,
hombres
solos
que
vienen
y
ahí
están
metidos
en
las
mismas
porquerías
que
los
puertorriqueños
[sic]…”
(Daniel
Di
Pierro).
Esta
segunda
ola
migratoria
diferiría
de
la
primera
en
varios
sentidos,
registrando
las
transformaciones
operadas
por
la
globalización.
Es,
en
primer
lugar,
promovida
por
una
red
de
traficantes
que
vendía,
a
precios
usurarios
y
con
garantía
inmobiliaria,
los
pasajes
a
México,
los
contactos
con
los
coyotes
que
facilitaban
el
cruce
a
Estados
Unidos
y
las
visas
de
turista
para
quienes
preferían
un
viaje
menos
aventurado
entrando
por
el
aeropuerto
de
Nueva
York.
Luego,
aunque
mantiene
el
perfil
obrero
de
la
primera,
presenta
un
notable
descenso
en
el
nivel
social
y
educativo
que
refleja
las
fuertes
transformaciones
económicas,
políticas
y
culturales
sufridas
por
la
sociedad
uruguaya
durante
la
década
de
los
stetenta.
La
animosidad
entre
los
migrantes
de
ambas
olas
podría
atribuirse
a
la
competencia
por
los
mejores
puestos
de
trabajo
en
una
economía
local
deprimida,
pero
registra
también
un
quiebre
de
mentalidades
que
responde
a
las
IR
Y
VENIR
105
IR
Y
VENIR
106
amistad.
Jugábamos
contra
unos
cuadros
griegos,
después
también
en
unos
campeonatos
de
indoor,
fútbol
de
adentro.
Y
una
vez
o
dos
salimos
campeones.
Nos
hacíamos
respetar…
Yo
creo
que
todo
deporte
junta
a
la
gente,
como
una
rueda
que
la
hace
andar.
Y
creo
que
lo
sentíamos
como
un
desahogo,
¿no?,
más
los
primeros
tiempos.
(Dante
Suárez).
En
los
noventa,
con
la
comunidad
dislocada
y
hasta
cierto
punto
estratificada
de
acuerdo
con
los
orígenes
sociales
y
barriales
de
las
sucesivas
olas
migratorias,
que
indican
una
“lumpenización”
tendencial,
llegaron
a
existir
dos
equipos
rivales.
Finalmente,
el
único
equipo
sobreviviente,
muy
desprestigiado
ante
gran
parte
de
la
comunidad,
se
disolvió
tras
ser
expulsado
de
una
liga
local
a
consecuencia
de
una
batalla
campal
durante
un
partido
con
un
cuadro
de
salvadoreños.
Pero
el
fútbol,
siempre
el
fútbol,
aun
cuando
haya
finalmente
fallado
como
cemento
comunitario,
impregna
todo
y
todo
lo
traduce
en
pautas
culturales
y
en
modos
de
socialización.
Con
ganas
o
sin
ganas,
muchos
se
reúnen
cada
semana
a
jugar
un
picado;
los
jóvenes,
sobre
todo,
tienen
un
papel
protagonista
en
los
equipos
de
las
escuelas
secundarias
y
en
los
innumerables
equipos,
muchos
de
ellos
de
vida
efímera,
que
aparecen
y
desaparecen
como
hongos
en
un
área
densamente
poblada
por
sudamericanos,
portugueses,
griegos,
italianos
y
centroeuropeos
o
sus
descendientes,
lo
que
promueve
una
intensa
actividad
futbolística
financiada
por
las
diversas
colectividades
étnicas.
Entre
varios
ex
jugadores
profesionales
y
un
joven
jugador
con
ambiciones
de
hacer
carrera
en
la
Major
League
Soccer,
figura
prominentemente
el
director
del
programa
de
fútbol
del
Fitchburg
College,
quien,
además
de
tener
una
extensa
actividad
como
entrenador
de
equipos
semiprofesionales,
es
sobre
todo
como
director
del
programa
de
fútbol
del
sistema
escolar
primario
y
secundario
de
Fitchburg
que
ha
cumplido
un
papel
diseminador
que
trasciende
ampliamente
los
ámbitos
de
la
colectividad
uruguaya,
al
haber
formado
varias
generaciones
de
jugadores,
de
diferentes
nacionalidades,
que
han
cumplido
un
papel
destacado
en
el
fútbol
estatal.
El
fútbol
es,
por
encima
de
todo,
tema
de
conversación
primordial
cuando
dos
uruguayos
se
encuentran,
ya
sea
para
rememorar
hechos
y
figuras
del
pasado,
como
para
referirse
a
la
información
y
a
la
polémica
del
fútbol
actual,
mundial
y
uruguayo.
En
este
sentido,
para
muchos,
IR
Y
VENIR
107
estar
informado
sobre
el
Uruguay
significa
estar
al
tanto
de
lo
que
acontece
en
el
campeonato
uruguayo.
Ahora
bien,
¿qué
significado
puede
tener
esta
trama
del
fútbol
-‐como
práctica,
como
referente,
como
afición,
como
rito,
como
añoranza-‐
en
la
memoria
cultural
de
estos
uruguayos,
por
debajo
y
a
pesar
del
desprestigiado
imaginema
de
“la
garra
charrúa”?
Éramos
los
más
machos
porque
le
ganábamos
a
la
buena
o
a
la
mala
a
todo
el
mundo,
¿viste?
¡La
garra
charrúa…!
¡No
importaba
cómo,
pero
había
que
ganar!
Y
esa
mentalidad
se
fue
pasando
generación
tras
generación.
Yo
tenía
esa
misma
mentalidad,
pero
al
llegar
acá
cambié,
porque
vi,
incluso
en
México,
que
no
éramos
mejor
que
nadie.
(Cacho
Arístegui).
IR
Y
VENIR
108
fútbol
es
un
juego,
no
un
deporte;
es
estilo,
no
un
conjunto
de
reglas:
así
al
menos
lo
definía
la
revista
El
Gráfico
allá
por
1927
(No.
394,
18,
en
Archetti
1999:
58).
Y
es
también
ceremonia,
acontecimiento,
rito,
fiesta,
siempre
y
cuando
predomine
el
principio
del
placer
y
del
juego
sobre
el
principio
de
realidad
y
de
la
mercancía.
Pero
el
fútbol
es
todo
eso
y
mucho
más,
por
cierto:
es
negocio,
es
industria,
es
mercancía.
Si
el
estilo
de
juego,
como
sostiene
Julio
Mafud,
es
la
resultante
del
estilo
social
(1967:
118),
¿sería
posible
hablar
de
un
estilo
uruguayo?
Escribió
alguna
vez
Galeano:
“En
el
estilo
y
la
‘garra’
de
algunos
jugadores,
sobrevivientes
de
la
época
de
oro
en
que
se
jugaba
‘con
todo’,
reconocemos
de
algún
modo
un
estilo
nacional,
con
sus
rasgos
negativos
y
positivos,
la
‘viveza’
muchas
veces
cochina
tanto
como
la
firmeza
y
la
imaginación,
la
manera
de
plantarse
en
la
cancha
y
la
fracción
de
segundo
que
demora
un
delantero
en
escapar
por
el
costado
donde
no
se
le
espera,
abrir
la
brecha
y
meter
el
gol”
(1968:
6).
No
sé
si
es
legítimo
hablar
de
un
estilo
nacional;
bastaría,
en
todo
caso,
preguntarnos:
qué
queda
de
aquel
estilo
nacional
en
el
fútbol
uruguayo
actual,
o
por
qué
ese
estilo
nacional
correspondería
al
fútbol
de
antaño
y
no
al
de
hoy.
Inflamados
de
populismo,
quienes
siguen
esta
interpretación
pierden
de
vista
el
lado
oscuro
del
fútbol
y
reproducen,
inadvertidamente
quizás,
un
imaginario
popular
elaborado
hacia
las
décadas
de
1920
y
1930
a
partir
de
los
modernos
medios
de
comunicación,
con
el
fin
de
nacionalizar
a
los
inmigrantes
y
consolidar
el
mercado
y
la
sociedad
de
masas
moderna
y
nacional.
Esta
fue
la
labor
del
imaginario
masculino,
criollo
y
popular,
portador
de
los
valores
de
fuerza,
virilidad
y
resistencia
física
atribuidos
al
“estilo
de
juego
criollo”
practicado
por
los
hijos
de
inmigrantes
de
origen
mediterráneo,
que
complementa
al
imaginario
nacional
argentino,
según
Eduardo
Archetti.
Aunque
desde
siempre
el
fútbol
argentino
había
sido
mucho
más
técnico
que
el
uruguayo,
después
de
la
extraordinaria
actuación
de
las
selecciones
uruguaya
y
argentina
en
las
olimpiadas
de
1924
se
impuso
la
percepción
de
un
“estilo
rioplatense”
común
a
ambos
países.
Hacia
1928,
cuando
los
juegos
olímpicos
en
Ámsterdam,
esta
visión,
en
gran
parte
construida
desde
una
mirada
europea,
era
ya
prevaleciente,
dando
pie
a
la
teoría
de
dos
estilos
antagónicos,
uno,
británico,
basado
en
la
disciplina
colectiva
y
el
propósito
de
ganar
el
partido,
y
el
otro,
criollo,
en
la
táctica
individual
y
el
propósito
de
divertirse,
oposición
central
en
el
nuevo
imaginario
(El
IR
Y
VENIR
109
Gráfico
1928,
No.
470,
15,
en
Archetti
1994:
34
y
1999:
56-‐9).
Un
estilo
de
juego
rioplatense
era
así
canonizado,
a
pesar
de
que
en
el
mismo
año
se
comenzaran
a
notar
diferencias
entre
el
fútbol
de
ambos
márgenes
del
Plata.
Chantecler,
importante
cronista
de
El
Gráfico,
escribe
que
aunque
todos
los
rio-‐
platenses,
apasionantes
improvisadores,
juegan
un
fútbol
prodigioso,
los
argentinos
juegan
con
el
corazón,
son
más
agresivos
y
veloces,
mientras
que
los
uruguayos
juegan
con
la
cabeza,
son
más
románticos
y
reposados.
Estas
diferencias
de
estilo
comenzaron
a
señalarse
ya
hacia
1923,
indicando
rasgos
más
fuertemente
criollos
en
los
uruguayos,
destacados
por
su
estilo
individualista,
en
comparación
con
los
argentinos,
que
mostraban
los
caracteres
más
eficaces
pero
menos
lúdicos
del
fútbol
británico.
Sin
embargo,
vale
destacar
que
los
rasgos
de
este
estilo
criollo,
observados
primero
en
el
fútbol
uruguayo,
con
el
tiempo
vendrían
a
definir
un
estilo
nacional
argentino.
Según
Archetti,
el
“imaginario
del
fútbol”
vigente
aún
hoy
día
en
Argentina
es
creado
precisamente
en
esta
época
por
los
cronistas
de
El
Gráfico,
entre
los
cuales
figura
prominentemente
Ricardo
Lorenzo,
Borocotó,
forjador
de
la
mitología
popular
del
pibe,
el
potrero
y
la
gambeta
(El
Gráfico
480,
1928:
11,
en
Archetti
1994:
36),
mediante
un
discurso
populista
que
reelabora
desde
los
paisajes
suburbanos
de
la
ciudad
de
inmigrantes
las
imágenes
míticas
del
gaucho
y
de
la
pampa.
Así
lo
prueba
este
texto
de
W.
Koebel,
viajero
inglés
que
hacia
los
albores
del
siglo
registraba
la
siguiente
escena
en
la
Villa
del
Cerro,
en
Montevideo:
“De
repente,
en
medio
de
estas
viviendas
primitivas
de
piedra,
un
pequeño
grupo
de
niños
casi
desnudos
está
jugando
al
fútbol,
utilizando
una
vieja
piel
de
cordero,
arrollada
hasta
imitar
todo
lo
posible
a
una
pelota,
atada
con
un
piolín”
(en
Di
Segni
y
Pellegrino
1969:
75).
El
pibe,
cuyo
paradigma
contemporáneo
sería
Maradona,
representa
el
desafío
que
la
creatividad
de
los
sectores
subalternos
plantea
a
la
disciplina
del
trabajo,
al
orden
político
y
a
la
jerarquía
social.
El
pibe
es
una
figura
liminal
y
libertaria
del
mismo
modo
que
el
potrero
es
un
espacio
abierto
en
el
desamparo
del
suburbio.
Como
nota
curiosa,
entre
los
principales
forjadores
de
este
imaginario
popular
argentino
figuran
prominentemente
dos
uruguayos,
el
ya
citado
Borocotó,
influyente
periodista
deportivo
y
guionista
de
cine,
que
llegó
a
editor
jefe
de
El
Gráfico,
y
Lalo
Pelliciari,
director
de
Radio
Rivadavia
primero
y
Radio
Mitre
después,
e
inventor,
con
su
“expresión
netamente
arrabalera”,
de
la
retórica
y
del
histrionismo
del
relato
radial
(Archetti
1999:
74;
Alabarces
y
Rodríguez
1996;
Sebreli
1981:
IR
Y
VENIR
110
131).
Y
hubo
otro
uruguayo
que
está
en
Canadá,
que
jugaba
muy
bien
al
fútbol
y
también
era
bastante
revoltoso…
Y…
no
hay
lógica
con
los
uruguayos...
(Mauricio
Rodríguez).
Tiene
sentido
esto,
porque
este
estilo
habría
prendido
más
fuertemente
en
Uruguay,
donde
por
haberse
introducido
los
deportes
más
tardíamente
que
en
Argentina,
por
la
ausencia
de
una
comunidad
inglesa
importante
y
por
ser
Montevideo
una
plaza
secundaria
respecto
a
la
porteña,
el
fútbol
fue
siempre
más
indisciplinado
e
informal
que
el
practicado
en
Buenos
Aires,
aunque
estuviera
vinculado
a
una
sociedad,
a
una
economía
y
a
una
cultura
ya
insertas
en
mercados
regionales
y
en
circuitos
internacionales.
Porque
vale
recordar
que
el
fútbol
fue
introducido
en
Uruguay
hacia
1880,
como
lo
había
sido
en
Argentina
un
par
de
décadas
antes,
y
en
Chile
y
en
Brasil
apenas
unos
años
más
tarde,
por
técnicos
y
funcionarios
ingleses
empleados
de
empresas
británicas.
Lo
que
comenzara
siendo
un
sport
elegante
y
un
sello
de
distinción
objeto
de
emulación
por
las
oligarquías
criollas,
pasó
a
ser
en
poco
tiempo,
como
en
Inglaterra,
una
técnica
pedagógica
ya
no
más
restringida
a
la
formación
moral
y
física
de
los
jóvenes
aristócratas,
sino
un
dispositivo
de
disciplinamiento
de
los
sectores
populares
y
de
administración
del
tiempo
libre
de
la
clase
obrera.
Condenado
por
sectores
de
la
ciudad
letrada
como
pasatiempo
bárbaro,
el
fútbol
fue
introducido
hacia
1899
en
los
planes
universitarios,
en
el
entendido
de
que
su
reglamentación
precisa,
su
exaltación
de
la
disciplina,
su
estímulo
de
la
competencia
y
su
promoción
del
vigor
físico,
lo
hacían
un
instrumento
excelente
para
la
formación
de
ciudadanos.
Se
desarrolló
así,
de
forma
paralela,
un
fútbol
de
elite
practicado
en
los
colegios
privados
ingleses,
y
un
fútbol
popular,
promovido
por
las
compañías
británicas
como
parte
de
su
imagen
publicitaria
y
por
la
política
de
higiene
pública
llevada
adelante
por
el
aparato
educativo
estatal.
Pero
el
fútbol
no
podía
ser
tan
sólo
un
instrumento
de
contención
social
y
de
pedagogía
cívica;
era
también
un
dispositivo
de
integración
nacional
y
de
movilidad
social.
En
poco
tiempo
se
popularizó
hacia
arriba
y
hacia
abajo
del
espectro
social:
mientras
los
obreros,
tanto
criollos
como
inmigrantes,
eran
aceptados
en
la
cancha,
los
jóvenes
universitarios,
provenientes
de
la
burguesía
IR
Y
VENIR
111
y
de
la
emergente
clase
media,
procuraban
emular
y
desafiar,
en
un
temprano
nacionalismo
deportivo,
a
los
exclusivos
clubes
ingleses.
De
esta
forma,
el
fútbol
llegó
a
ser
cruzada
nacionalista
para
las
clases
medias
y
en
acontecimiento
barrial
y
popular
para
los
sectores
populares,
y
con
el
tiempo
se
convirtió
en
el
principal
medio
de
entretenimiento,
adiestramiento
gregario
y
control
psicológico
de
masas,
pero
también
locus
de
la
creatividad
popular,
de
la
gambeta
a
las
normas
y
a
las
jerarquías
sociales
(Alabarces
1998:
81),
como
los
picnics
organizados
regularmente
por
agrupaciones
anarquistas
y
socialistas,
sindicatos
y
comunidades
étnicas
para
recolectar
fondos,
hacer
política
y
divertirse
un
rato,
donde
se
comía
y
se
bebía,
se
bailaba
y
se
cantaba,
se
hablaba
de
política
y
se
jugaba
al
fútbol.
De
estas
prácticas
surgieron
los
clubes
de
barrio,
en
cuyas
sedes
sociales
se
amenizaban
bailes
y
casamientos,
se
organizaban
campeonatos
de
bochas
y
de
truco,
y
se
jugaba
al
fútbol.
Su
índole
territorial
les
permitía
cumplir
una
importantísima
función
identitaria
para
una
población
compuesta
en
su
mayoría
de
inmigrantes
extranjeros
y
de
migrantes
del
interior
a
quienes
las
interpelaciones
patrióticas
del
imaginario
nacional
les
decían
poco
y
nada.
En
la
vida
barrial
y
en
la
rivalidad,
muchas
veces
violenta,
entre
equipos
barriales
adversarios,
se
consolidaron
fuertes
identidades
locales,
pues
para
el
inmigrante
o
para
el
hijo
de
inmigrante
el
barrio
constituía
algo
así
como
un
rincón
de
la
aldea
enquistado
en
medio
de
la
ciudad
anónima
y
hostil.
Los
barrios
de
Montevideo,
que
fueron
adquiriendo
su
identidad
cultural
entre
1890
y
1930,
se
convirtieron
en
una
extensión
de
la
casa,
en
un
territorio
fronterizo
entre
la
intimidad
del
hogar
y
la
ciudad
ajena,
quizá
peligrosa,
sin
duda
impersonal,
donde
la
presurosa
transformación
del
paisaje
urbano
acompasaba
la
formación
de
identidades
sociales
construidas
en
la
vida
cotidiana
(González
Sierra
1996:
209;
Gorelik
1996;
Porzecanski
1996:
312).
La
esquina,
el
boliche,
las
calles
del
barrio,
el
ritmo
achatado
y
familiar
del
suburbio,
las
redes
de
la
oralidad
y
el
mate
en
la
vereda,
el
picado
en
el
medio
de
la
calle,
proporcionaban
a
los
migrantes
un
sentimiento
de
identidad
parroquial
y
un
medio
de
transculturación
desde
el
cual
negociar
la
irrupción
convulsiva
de
la
modernidad
en
una
sociedad
de
costumbres
y
ritmos
aún
preindustriales.
El
espacio
urbano
de
la
modernidad
periférica
testimonia
y
enmarca,
así,
el
salto
del
potrero
a
la
cancha,
del
sueño
del
pibe
a
la
profesionalización,
del
fútbol
informal
al
fútbol
espectáculo.
De
ahí
los
rasgos
precapitalistas,
casi
rurales,
definitivamente
lúdicos
de
aquel
fútbol
que
era
puro
IR
Y
VENIR
112
juego,
un
estilo
individualista,
pícaro,
zumbón,
lleno
de
mañas,
más
táctica
que
estrategia,
más
diversión
que
cálculo;
un
fútbol
que
era,
con
su
culto
al
coraje,
su
agresividad
y
su
astucia,
una
vía
de
democratización
simbólica
y
una
forma
sesgada
de
hacer
frente
a
la
modernización.
Un
modo
de
resistencia
cultural
plasmado
en
un
estilo
aguantador
y
ríspido,
adiestrado
por
la
pobreza
esperanzada
del
migrante,
que
accedía,
jugando
contra
otros,
a
un
espacio
de
identificación.
Jugar
y
poder
ganar
significaba,
para
los
hijos
de
migrantes,
la
confirmación
simbólica
de
su
existencia
social
y
de
su
integración
nacional.
Era
el
estilo
adecuado
a
un
fútbol
semiprofesional
y
semicapitalista,
a
un
fútbol
que
se
resistía
al
devenir
espectáculo
y
mercancía,
incluso
cuando
la
profesionalización
prometiera
el
éxito
y
la
fama,
y
de
hecho
funcionara
como
mecanismo
democratizador
y
de
ascenso
social.
Un
fútbol
ceremonia
y
acontecimiento
donde
el
tiempo
histórico
y
el
orden
social
quedaban
en
suspenso,
subordinados
a
un
tiempo
mítico,
lúdico,
ritual
(Verdú
1980:
8;
Alabarces
1997:
47).
Ese
fútbol
de
barrio,
transplantado
por
los
primeros
migrantes
a
Fitchburg,
fue
lo
que
permitió
a
muchos
de
ellos
construirse
un
lugar
-‐demarcado
en
la
familiaridad
de
la
cancha
y
las
reglas
de
juego-‐
donde
reproducir
cada
domingo
el
entonces-‐allá
alojado
en
la
memoria.
Una
ceremonia
donde
poder
vivir
un
rato
el
barrio,
el
pago,
la
patria,
en
el
rito
del
encuentro
y
en
el
goce
del
cuerpo,
más
acá
de
cualquier
equívoco
imaginario
nacional.
Vos
ves
jugar
al
fútbol
muchachitos
de
diez
años
que
vinieron
cuando
tenían
dos
y
te
quedás
de
boca
abierta...
¿Cómo
ese
muchachito
puede
ser
tan
superior
a
un
gringo
que
viene
jugando
la
misma
cantidad
de
años?
Porque
ya
está
adentro,
son
cosas
que
vienen
con
uno…
(Cacho
Arístegui).
IR
Y
VENIR
113
libradas
al
principio
del
placer
regulado
por
la
economía
libidinal,
y
una
pragmática
capitalista
regulada
por
el
principio
de
realidad
dictado
por
la
economía
política.
Las
instancias
pivotales
en
este
proceso
de
conversión
cívica
y
capitalista
son
la
profesionalización
del
juego
y
sus
actores
en
beneficio
de
la
productividad
(los
jugadores,
ya
no
más
aficionados,
y
el
director
técnico,
no
más
entrenador),
y
la
introducción
de
la
emblemática
autoridad
del
árbitro,
cuya
entrada
en
escena
como
guardián
de
un
tiempo
y
de
un
espacio
escasos
y
como
juez
inapelable,
refuerza
el
principio
de
realidad
(Verdú
1980:
51-‐2).
No
conozco
ninguna
explicación
satisfactoria
a
la
anomalía
de
que
un
país
pequeño,
pobre,
despoblado
y
marginal
como
Uruguay
llegara
a
tener
hacia
la
década
de
1920
un
papel
tan
destacado
en
el
fútbol
internacional.
Si
añadimos
a
Argentina,
que
disputó
con
Uruguay
las
finales
de
las
olimpiadas
de
1928
y
del
mundial
de
1930,
y
a
Brasil,
que
ya
se
iba
perfilando
como
potencia,
ya
no
cabe
plantearse
el
asunto
en
términos
nacionales,
pues
se
trata,
incuestionablemente,
de
un
fenómeno
regional
sólo
explicable
en
términos
globales.
Si
el
fútbol
es
un
deporte
moderno,
originado
y
desarrollado
bajo
el
capitalismo,
cuya
lógica
termina
por
asimilar
y
reproducir,
¿cómo
se
explica
que
el
fútbol
más
exitoso
de
esas
primeras
décadas
del
siglo
XX
se
origine
en
rincones
de
la
periferia
y
no
en
los
países
centrales
y
económicamente
más
desarrollados?
La
temprana
primacía
del
fútbol
rioplatense
se
debe,
a
mí
entender,
a
dos
factores:
en
primer
lugar,
a
las
devastadoras
consecuencias
demográficas,
sociales
y
económicas
de
la
primera
guerra
mundial
en
Europa;
en
segundo
lugar,
al
efecto
que
dichas
con-‐
secuencias
tuvieron
sobre
el
fútbol,
demorando
por
varias
décadas
su
cabal
conversión
al
sistema
capitalista.
Su
abierta
manipulación
política
en
los
años
treinta
por
los
regímenes
fascistas
y
el
estallido
de
la
segunda
guerra
mundial
interrumpirían
una
vez
más
la
consolidación
de
un
mercado
internacional
del
fútbol.
Como
consecuencia
de
esta
sucesión
de
crisis
europeas,
el
fútbol
continuaría
siendo
en
buena
medida
un
deporte
para
jugar
más
que
un
espectáculo
para
consumir.
Durante
el
proceso
de
transformación
en
un
espectáculo,
seguiría
siendo,
en
parte
al
menos,
pasatiempo
de
aficionados
regulado
por
la
economía
libidinal
del
placer
del
juego.
En
este
marco
internacional,
en
el
cual
el
fútbol
parecía
quedar
fuera
de
las
leyes
del
mercado,
es
comprensible
que
el
mejor
IR
Y
VENIR
114
IR
Y
VENIR
115
culturales?
¿Cómo
explicarnos,
si
no,
la
centralidad
que
tiene
en
la
vida
de
los
uruguayos
en
la
diáspora?
Ya
le
digo,
la
verdad
que
no
extrañé
mucho,
pero
extrañaba
el
fútbol…
(Mauricio
Rodríguez).
Como
los
testimonios
de
los
uruguayos
en
Fitchburg
demuestran,
la
diáspora
tiene
un
efecto
corrosivo
sobre
el
imaginario
de
“la
Suiza
de
América”
y
la
memoria
histórica,
cuya
presencia
se
deja
apenas
sentir
en
el
tono
nostálgico,
la
irrupción
de
prejuicios,
de
gestos
no
premeditados.
Las
fiestas
nacionales
o
los
símbolos
patrios
son
raramente
invocados,
casi
como
fetiches,
o
en
el
lamento
de
que
la
bandera
uruguaya
no
figure
ya
entre
las
muchas
desplegadas
en
el
aeropuerto
Kennedy,
o
en
la
exitosa
gestión
del
Gato
Mayas
para
que
el
ayuntamiento
izara
la
bandera
uruguaya
en
la
plaza
de
la
ciudad
que
celebra
las
distintas
comunidades
nacionales,
o
los
picnics
familiares,
organizados
anualmente
por
Biteca
Jiménez,
los
25
de
agosto.
Sin
embargo,
algunos
imaginemas,
particularmente
aquellos
de
índole
popular,
demuestran
una
curiosa
persistencia,
aun
cuando
se
muestran
adaptados
a
las
circunstancias
migrantes.
Es
el
caso
de
la
inquebrantable
creencia
en
la
europeidad
del
uruguayo,
excepcionalidad
étnica
y
cultural
que
encuentran
perversamente
confirmada,
por
ejemplo,
en
la
habilidad
de
muchos
para
pasar
por
italianos.
Sentimiento
de
superioridad
étnica
disfrazado
de
superioridad
cultural,
en
la
convicción
de
que
no
hay
un
pueblo
más
culto
que
el
uruguayo,
gracias
a
un
sistema
educativo
permanentemente
idealizado
al
ser
comparado
con
el
estado
deplorable
de
la
educación
pública
en
Estados
Unidos.
Esta
certeza
de
pertenecer
a
un
pueblo
culto
y
educado
les
permite
sublimar
la
discriminación
de
la
que
son
objeto
y
su
propio
racismo
en
un
sentimiento
de
superioridad
cultural
compensatorio.
Otros
imaginemas,
sin
embargo,
como
los
que
refieren
a
la
justicia
social,
a
la
democracia
participativa
y
a
la
movilidad
social,
asociados
a
un
estado
de
bienestar
y
redistribuidor
hoy
en
ruinas,
parecen
haberse
hundido
sin
remedio,
en
parte
como
consecuencia
de
la
modernización
neoliberal,
en
parte
por
la
misma
experiencia
de
la
diáspora,
que
impone
sus
propias
exigencias
imaginarias.
Algo
particular
ocurre
con
el
imaginema
de
la
garra
charrúa,
que
a
pesar
de
haber
perdido
toda
credibilidad
deportiva,
ha
adquirido
una
cierta
connotación
política
de
resistencia
social
y
de
aguante
individual
gracias
a
la
represión
dictatorial
IR
Y
VENIR
116
primero
y
a
la
experiencia
del
exilio
y
de
la
diáspora
después:
los
uruguayos
somos
duros,
estoicos,
aguantadores,
como
lo
demuestran
los
migrantes.
Aunque
elaborado
narrativamente
por
la
radio
y
la
prensa
hacia
los
años
treinta,
y
ritualizado
luego
cívicamente
en
cuando
Maracaná,
es
decir,
cuando
el
fútbol
uruguayo
entraba
ya
en
declive,
el
imaginema
de
la
garra
charrúa
adquirió
carnadura
en
boliches
y
en
clubes
de
barrio,
en
el
campito
y
en
la
vereda,
como
modo
de
sublimar
con
los
valores
de
la
virilidad
y
de
la
tenacidad
con
la
progresiva
pérdida
de
calidad
futbolística.
Gracias
a
la
garra
charrúa,
los
uruguayos
nos
podíamos
imaginar
todavía
campeones;
gracias
a
la
garra
charrúa,
los
uruguayos,
que
nos
sentíamos
europeos
transplantados,
podíamos
imaginarnos
herederos
de
la
frugalidad
y
de
la
tenacidad
de
los
extintos
charrúas,
y
sublimar
nuestro
doble
sentimiento
de
inferioridad
como
americanos
fuera
de
lugar
y
como
exponentes
de
un
fútbol
apenas
mediocre.
Me
vine
también
porque
estaba
un
poco
aburrido
de
lo
que
sería
un
síndrome
conservador
que
está
sufriendo
la
sociedad
de
nosotros.
Lamentablemente
todo
pasa
por
lo
económico...
mediocridad
a
la
fuerza
(...)
En
el
fútbol
está
pasando
lo
mismo
y
en
la
juventud
también
(...)
No
creo
que
sea
que
no
hay
más
jugadores
o
no
haya
talento
como
antes,
sino
que
se
trata
del
síndrome
del
negocio
que
hay
entre
técnicos,
políticos
y
todo
lo
que
rodea
al
fútbol,
una
especie
de
mafia,
un
poco
una
dictadura,
¿no?
(Gabriel
Dellasio).
Se
podrían
rastrear
los
orígenes
de
la
garra
charrúa
a
la
cristalización
del
estilo
criollo
representado,
según
Chantecler,
por
la
“viveza
criolla”,
coartada
para
una
indefectible
caída
en
el
“juego
sucio”,
como
anota
Galeano
(El
Gráfico
652
y
653:
1932,
en
Archetti
1999:
68).
Equívocas
virtudes
que
cristalizaron
durante
la
final
del
mundial
de
1930,
en
la
que
los
argentinos
buscaban
la
revancha
a
su
derrota
en
las
olimpiadas
de
1928
y
que
de
acuerdo
a
la
autorizada
historia
del
fútbol
argentino
de
Osvaldo
Bayer,
los
uruguayos
habrían
ganado
a
pura
garra
y
jugando
sucio,
imponiendo
una
presión
física
y
psicológica
que
los
argentinos
no
pudieron
resistir
(1990:
34-‐5).
Este
traumático
re-‐
sultado
daría
origen
al
complejo
de
paternidad
del
fútbol
argentino,
que
duraría
hasta
el
mundial
del
78,
y
que
sentaría
las
bases
de
dos
imaginarios
opuestos
y
complementarios:
la
austera
y
taimada
garra
charrúa,
distintiva
de
un
fútbol
corajudo,
fuerte
y
macho,
y
el
bullicioso,
IR
Y
VENIR
117
por
momentos
anárquico,
estilo
del
pibe
argentino,
caracterizado
por
su
alarde
de
imaginación
y
de
su
virtuosismo
técnico.
Indudablemente,
la
sublimación
de
la
supuesta
creatividad
del
estilo
del
pibe
ayudó
a
los
argentinos
a
compensar
su
complejo
de
paternidad,
del
mismo
modo
que
la
sublimación
de
la
supuesta
virilidad
de
la
garra
charrúa
ayudó
a
los
uruguayos
a
compensar
su
complejo
de
inferioridad
frente
a
una
modernidad
inalcanzable.
Ambos
imaginarios
contribuyeron,
en
forma
especular,
a
la
pareja
consolidación
de
los
imaginarios
de
ambos
países,
cuyo
núcleo
común
masculino
y
patriarcal
se
pone
de
manifiesto,
entre
otras
cosas,
en
el
fútbol.
Ambos
reaseguran,
en
el
juego
de
cintura
de
la
modernidad
periférica,
sus
cualidades
premodernas.
En
contraste
con
los
valores
modernos
del
trabajo
en
equipo,
el
esfuerzo
disciplinado
y
el
planeamiento
científico,
reivindican
la
indolencia
y
la
intuición
en
el
caso
del
estilo
del
pibe,
y
el
coraje
y
la
fuerza
en
el
caso
de
la
garra
charrúa,
todos
ellos
valores
premodernos.
En
ambos
casos
se
trata
de
una
masculinidad
que
no
termina
de
adecuarse
a
las
exigencias
de
la
modernidad
capitalista:
responsabilidad
familiar,
confiabilidad
social,
calculabilidad
económica
y
disciplina
laboral.
Amigos
amigos,
tengo
pocos,
prácticamente
todos
uruguayos,
porque
el
tema
nuestro
es
el
fútbol
y
lo
que
está
pasando
allá,
y
vos
con
un
puertorriqueño...
no
podés
hablar
de
eso.
(Nelson
Saldivia).
Hoy
la
diáspora
ha
desestabilizado
las
costumbres
sociales,
las
estructuras
familiares
y
los
roles
de
género,
poniendo
en
cuestión
la
identidad
del
migrante
en
todos
sus
sentidos,
y
más
aún
en
el
caso
de
los
migrantes
varones,
puesto
que
ellos
son
quienes
tienden
a
identificarse
más
con
la
esfera
política
perdida
y
con
el
núcleo
patriarcal
del
imaginario
de
“la
Suiza
de
América”.
Privados
de
la
tabla
de
salvación
del
mismo
y
de
una
esfera
pública
propia,
tienen
mucho
más
que
perder
que
las
mujeres,
quienes,
por
el
contrario,
tienen
mucho
que
ganar
en
las
micropolíticas
de
la
esfera
familiar.
Bajo
estas
circunstancias,
los
hombres
se
sienten
más
vulnerables
que
las
mujeres,
como
se
puede
observar
en
los
mismos
testimonios.
Estas,
en
general,
demuestran
una
mayor
capacidad
de
adaptación
al
nuevo
medio
social
y
cultural,
y
tienden
a
ser
mucho
más
competentes
en
el
manejo
de
la
lengua
y
en
los
códigos
socioculturales,
obteniendo,
a
cambio,
un
papel
más
IR
Y
VENIR
118
prominente
en
la
estructura
familiar
(“A
esta
altura
del
partido
siempre
voy
a
mirar
para
allá,
¿viste?
Mi
señora
igual,
pero
ella
es
más
centrada
y
entiende
suficiente
inglés.
Yo
no,
esa
es
mi
contra”,
reconoce
Nelson
Saldivia).
Aunque
a
veces
parecen
reproducir
e
incluso
preferir
un
papel
subordinado
y
tradicional
(“Yo
creo
que
soy
la
misma…
Ni
siquiera
manejo,
con
eso
te
digo
todo.
Soy
una
mujer
dependiente…”,
declara
con
un
dejo
de
ironía
Susana
Bregua),
la
mayoría
de
las
veces
demuestran
tener
bajo
control
la
situación,
gracias
particularmente
a
su
independencia
económica.
“La
diferencia
grande
era
que
acá
había
más
oportunidad
para
la
mujer
trabajar”,
dice
Raúl
Berhouet,
y
aclara
su
esposa,
Gladis
Aristegui,
“Lo
que
pasa
es
que
cuando
una
no
tiene
un
estudio,
tiene
que
ir
a
trabajar
de
sirvienta,
y
acá
la
facilidad
eran
las
fábricas
de
plástico”.
Las
mujeres
encontraron
más
oportunidades
de
trabajo
en
Estados
Unidos,
aunque
no
necesariamente
más
opciones.
Lo
que
cambió
en
la
diáspora
fue
la
actitud,
de
hombres
y
mujeres,
hacia
las
mujeres
que
trabajan
y
hacia
las
mujeres
en
el
trabajo.
De
cualquier
forma,
mejores
oportunidades
laborales
generalmente
implican,
para
la
mujer,
mayores
oportunidades
de
realización
personal
y
una
parcial
adquisición
de
poder
perversamente
vinculada
a
las
penurias
familiares.
Es
por
ello
que
las
mujeres
se
afirman
en
las
micropolíticas
del
lenguaje
y
de
la
familia
en
tanto
los
hombres,
privados
de
las
ventajas
relativas
que
les
confería
el
imaginario
social
y
más
susceptibles
a
la
nostalgia,
se
refugian
en
el
fútbol.
No
precisamente
en
el
imaginema
de
la
garra
charrúa,
que
ha
dejado
hace
tiempo
de
operar
como
“eficaz
vehículo
simbólico”,
como
sostiene
Alfaro
(2000:
73),
demasiado
desprestigiado
a
estas
alturas
del
partido,
sino
en
el
fútbol
como
práctica,
como
drama,
como
ritual
de
su
propia
identidad
fracturada:
como
gesto
cultural
que
actúa
y
actualiza
la
masculinidad
latente
en
las
borrosas
memorias
culturales
del
pago.
Y
son
estas
memorias,
ya
no
más
cribadas
por
la
creencia
en
la
garra
charrúa,
las
que
vuelven
a
emerger
en
la
cotidiana
negociación
de
la
experiencia
de
la
diáspora,
en
el
goce
del
cuerpo
que
juega
y
suda
y
renace,
lleno
de
barro,
como
me
dijera
con
un
guiño
en
cierta
ocasión
el
cincuentón
y
padre
de
tres
hijos
mayorcitos,
lleno
de
barro
y
aterido
de
frío,
al
terminar
un
picado
de
dos
horas
con
un
grupo
de
chilenos,
argentinos
y
uruguayos
bajo
un
terrible
aguacero:
“¿Somos
como
gurises
chicos,
no?”
IR
Y
VENIR
119
DESPLAZAMIENTO Y TRANSNACIONALISMO EN LA
CONSTRUCCIÓN DE UNA IDENTIDAD CULTURAL
ANDINA EN LOS EE.UU.
DESPLAZAMIENTO
En
la
historia
del
Perú
durante
el
siglo
XX,
como
en
otros
países
latinoamericanos,
se
han
ido
alternando
diferentes
gobiernos
dictatoriales
y
democráticos.
Las
dictaduras
militares
además
de
ejecutar
extrajudicialmente
a
un
número
elevado
de
personas,
también
pusieron
su
empeño
en
deportar
a
sus
opositores
o
enemigos
políticos
condenándolos
al
exilio.
Los
opositores
a
los
regímenes
dictatoriales
que
preferían
quedarse
en
sus
países
decidieron
asumir
el
auto-‐
silenciamiento,
el
insilio
o
exilio
interior.
Otro
numeroso
grupo,
cansado
de
todas
las
acciones
dictatoriales
optaron
por
abandonar
sus
países,
si
se
lo
podían
permitir
económicamente,
o
buscaron
asilo
refugio
político
en
el
extranjero.
Los
periodos
democráticos
se
han
caracterizado
por
el
retorno
de
los
auto-‐
exilados
o
deportados
por
las
dictaduras
militares.
En
1980
se
inaugura
una
“primavera
democrática”
en
el
Perú
que
continúa
hasta
nuestros
días.
La
única
interrupción
del
periodo
democrático
más
extenso
de
la
historia
del
Perú
(que
había
durado
veintitrés
años)
se
llevó
a
cabo
con
la
pretendida
tercera
reelección
de
Alberto
Fujimori
en
el
año
2000,
previa
aprobación
de
una
nueva
constitución
para
reeligirse.
A
pesar
de
que
un
estado
de
derecho
como
el
democrático
no
debería
permitir
ejecuciones
sumarias,
deportaciones
forzadas
y
refugiados
políticos,
sin
embargo
los
excesos
del
Estado
durante
el
periodo
1980-‐2000
alcanzaron
cifras
nunca
antes
vistas
en
Perú.
La
razón
más
IR
Y
VENIR
120
importante
que
motivaba
estos
actos
que
violan
los
derechos
fundamentales
de
los
ciudadanos
fue
la
imposición
del
modelo
económico
neoliberal
en
el
Perú,
que
trajo
consigo
una
crisis
económica
y
política
que
jamás
habían
sufrido.
Por
otra
parte,
como
coincidencia
o
respuesta
al
inicio
del
neoliberalismo
en
el
Perú,
una
“guerra
de
baja
intensidad”
entre
las
fuerzas
armadas
peruanas
y
el
grupo
maoísta
Sendero
Luminoso
afectó
a
la
totalidad
de
los
ciudadanos
peruanos
entre
1979
y
1992.
La
Comisión
de
la
Verdad
estimó
que
esta
guerra
había
provocado
70.000
muertos
y
desaparecidos,
y
alrededor
de
un
millón
de
desplazados
(CVR
2003).
Aunque
en
esta
primavera
democrática
(1980-‐2004)
se
sucedieron
presidentes
y
partidos
políticos
que
fueron
víctimas
de
deportaciones
y
exilios,
ésta
es
una
época
en
la
que
se
produce
la
mayor
migración
de
ciudadanos
peruanos
dentro
del
propio
país
y
al
extranjero.15
En
términos
más
precisos,
durante
los
años
ochenta
se
incrementó
dramáticamente
la
migración
de
ciudadanos
peruanos
de
las
áreas
rurales
a
las
ciudades
y
de
éstas
al
extranjero.
Si
bien
la
migración
masiva
del
campo
a
la
ciudad
empezó
en
los
años
cincuenta
y
ha
transformado
Perú
de
un
país
rural
en
uno
urbano,
la
violencia
política
ejercida
por
Sendero
Luminoso
y
las
fuerzas
armadas
peruanas
aumentaron
los
flujos
migratorios
con
el
desplazamiento
masivo
de
pobladores
de
las
zonas
de
emergencia
a
las
ciudades
y
al
extranjero.
En
los
ochenta,
década
de
chaqwa
(caos)
para
los
hablantes
quechuas,
se
crea
la
categoría
de
desplazados
para
referirse
a
esta
nueva
migración
en
un
contexto
de
democracia.
(Kirk
1991;
Varios
1999;
Zevallos
Romani
1994).16
Los
términos
refugiados,
exiliados
o
desterrados
fueron
dejados
de
lado,
pues
se
encontraban
asociados
con
tiempos
de
dictadura
y
no
se
podían
aceptar
situaciones
semejantes
durante
regímenes
democráticos.
Con
anterioridad
a
la
aparición
del
informe
de
la
Comisión
de
la
Verdad
y
Reconciliación
ya
se
estimaba
que
el
número
de
desplazados
a
las
ciudades
peruanas
había
alcanzado
la
cifra
de
200.000
mil
personas
(Kirk
1991:
3)
o
incluso
alcanzó
los
600.000
(CEDLA
15
El
presidente
Fernando
Belaúnde
Terry
inauguró
este
periodo
democrático
con
su
segundo
gobierno
(1980-‐
1984).
El
primer
gobierno
de
Belaúnde
Terry
sufrió
un
golpe
de
estado
en
1968
y
ejerció
el
poder
por
segunda
vez
después
de
retornar
de
un
exilio
de
12
años.
Entre
1985
y
1999
gobierna
el
Partido
Aprista
Peruano
cuyos
miembros
habían
sido
víctimas
de
asesinatos,
de
persecución
política
y
de
exilio
por
diferentes
dictaduras.
Entre
1990
y
el
2000
gobierna
Alberto
Fujimori,
hijo
de
inmigrantes
japoneses
pobres.
En
el
2002
empieza
el
gobierno
de
Alejandro
Toledo,
quien
salió
del
Perú
como
refugiado
económico
a
los
15
años
y
regresó
ya
adulto
al
Perú
para
trabajar
en
organismos
internacionales,
después
de
recibir
su
educación
en
universidades
californianas.
16
Se
ha
inventado
esta
categoría
para
distinguir
la
emigración
forzada
que
las
comunidades
latinoamericanas
han
tenido
que
hacer
en
Centroamérica,
Perú
y
Colombia.
IR
Y
VENIR
121
2000:
69).
Los
desplazados,
aunque
pudieron
escapar
al
genocidio
perpetrado
por
las
fuerzas
en
conflicto,
encontraron
pésimas
condiciones
de
vida
en
sus
nuevos
hogares.
Según
Robin
Kirk
“como
desplazados,
sufren
altos
niveles
de
desnutrición,
enfermedad
y
trauma
psicológico
y
sus
condiciones
de
vida
son
consideradas
extremadamente
malas
aún
para
los
estándares
peruanos”
(1991:
3).
Los
estudios
sobre
las
consecuencias
de
la
violencia
armada
tienden
a
considerar
sólo
dos
grupos:
los
desplazados
del
campo
a
la
ciudad
y
los
refugiados
políticos
en
el
extranjero.17
El
primer
grupo
prácticamente
no
goza
de
ningún
derecho
de
ciudadanos
en
comparación
con
el
segundo
grupo
que
sí
disfruta
de
la
protección
de
países
y
de
leyes
internacionales
de
asilo.
Según
Robin
Kirk:
En
contraste
con
los
refugiados
en
el
extranjero
que
gozan
del
‘interés
de
la
comunidad
internacional’,
los
desplazados
(...)
virtualmente
no
reciben
ayuda
nacional
o
internacional,
a
pesar
de
su
considerable
número
y
extrema
pobreza.
Dentro
del
Perú,
los
desplazados
no
son
considerados
por
el
gobierno;
más
aún
informalmente,
las
guerrillas
y
las
fuerzas
de
seguridad
consideran
a
las
comunidades
de
desplazados
como
reclutas
potenciales
o
enemigos.
Con
algunas
excepciones
(...)
las
organizaciones
internacionales
no
reconocen
a
los
desplazados
de
Perú.
Ningún
convenio
interna-‐
cional
los
protege.
En
realidad,
estos
civiles
desarraigados
son
con
frecuencia
más
vulnerables
a
la
persecución
y
la
privación
extrema
que
aquellos
capaces
de
dejar
el
país
y
calificar
para
recibir
ayuda
como
refugiados.
Los
desplazados
se
describen
como
si
estuvieran
atrapados
‘en
el
medio’
del
autoritarismo
de
las
guerrillas
del
maoísta
Sendero
Luminoso
y
la
brutalidad
de
las
fuerzas
de
seguridad
(1991:
3).
A
estos
dos
grupos
habría
que
añadir
un
tercero
constituido
por
los
desplazados
que
decidieron
iniciar
una
segunda
migración
al
extranjero
sin
la
protección
de
países
u
organismos
internacionales
que
les
pudieran
dar
asilo
político.18
Una
vez
que
salvaron
sus
vidas
emigrando
del
17
Los
países
nórdicos
y
Francia
otorgaron
asilo
político
a
militantes
y
familiares
de
Sendero
Luminoso
y
del
Movimiento
Revolucionario
Túpac
Amaru
cuando
empezaron
a
actuar
grupos
paramilitares
en
su
contra.
18
Una
gráfica
narración
sobre
la
migración
de
peruanos
indocumentados
se
encuentra
en
el
libro
de
Oboler
(xi-‐
xii).
IR
Y
VENIR
122
campo
a
la
ciudad
tuvieron
que
realizar
la
emigración
indocumentada
al
extranjero
debido
a
las
condiciones
de
vida
infrahumanas
que
les
ofrecían
las
ciudades
peruanas.
La
intimidación
constante
de
parte
de
las
fuerzas
policiales
y
del
ejército
dada
su
procedencia
de
“zonas
rojas”,
unida
al
desempleo,
al
hambre
y
a
la
inflación
obligaron
a
este
grupo
a
autoexilarse
y
a
buscar
refugio
económico
en
el
extranjero.
Pero
antes
de
este
autoexilio
al
extranjero
sufrieron
el
destierro
en
el
sentido
estricto
de
la
palabra.
Por
sus
actividades
agrícolas,
la
mayoría
de
los
miembros
de
la
comunidad
estaban
arraigados
por
generaciones
a
sus
tierras.
Solamente
el
hambre
y
la
violencia
armada
los
obligó
a
abandonarlas.
Según
Cynthia
McClintock:
En
particular,
la
pobreza
estaba
peor
entre
aquellos
que
ya
eran
pobres.
Entre
1971-‐
1972
y
1983,
el
promedio
real
del
ingreso
familiar
disminuyó
en
un
29
%
para
los
más
pobres
que
constituían
el
25%
de
familias
en
el
Perú.
El
hambre
era
rampante.
En
1988
el
consumo
diario
de
calorías
por
persona
era
solamente
2.269,
muy
por
debajo
del
promedio
regional
de
2.728;
Perú
fue
uno
de
los
pocos
países
latinoamericanos
donde
el
consumo
diario
de
calorías
declinó
desde
finales
de
los
cincuenta
o
comienzos
de
los
sesenta
hasta
1988.
El
hambre
fue
especialmente
intensa
entre
los
campesinos
de
la
región
donde
se
originó
Sendero
Luminoso.
En
1984,
por
ejemplo,
la
malnutrición
crónica
era
evidente
en
más
del
70%
de
los
campesinos
que
se
de-‐
dicaban
a
la
agricultura
de
subsistencia
en
el
Perú.
Algunos
peruanos
percibieron
su
difícil
situación
económica
y
vieron
en
forma
tan
clara
la
responsabilidad
del
gobierno
para
que
ésta
ocurra
que
los
llevó
a
calificar
al
gobierno
como
de
‘genocida’
(1992:
226).
La
rapidez
de
su
proceso
de
migración,
la
carencia
de
documentos
y
los
traumas
sufridos
por
la
violencia
provocaron
que
su
proceso
de
adaptación
fuera
más
lento
y
difícil.
La
pena
y
la
nostalgia
fueron
tan
intensos
en
un
primer
momento
que
varios
de
ellos
tuvieron
que
recibir
tratamiento
psiquiátrico.
En
efecto,
los
desplazados
que
migraron
a
los
EE.UU.
adolecen
de
condiciones
de
vida
adeucadas
por
parte
de
la
política
exterior,
bastante
ambigua,
del
gobierno
norteamericano
respecto
al
conflicto
armado
que
asoló
varias
regiones
peruanas
entre
1979
y
1992.
A
diferencia
del
reconocimiento
masivo
y
de
amnistías
otorgadas
a
los
refugiados
centroamericanos
que
inmigraron
a
los
EE.UU.,
el
gobierno
norteamericano,
salvo
contadas
IR
Y
VENIR
123
IR
Y
VENIR
124
Estados
Unidos
de
Norteamérica
albergan
las
islas
más
grandes.19
Por
un
lado,
el
número
de
inmigrantes
andinos
es
tan
elevado
en
estas
islas
que
han
comenzado
a
plantear
desafíos
a
los
criterios
de
clasificiación
de
los
habitantes
de
los
EE.UU.
El
censo
norteamericano
de
1990
consideró
la
nacionalidad
peruana
de
estos
inmigrantes
como
parte
de
las
tabulaciones
de
los
pobladores
de
ciertos
pueblos
y
ciudades.20
Sin
embargo,
el
censo
del
2000
ofreció
la
posibilidad
de
declarar
la
etnicidad
aymará
y
quechua
de
los
indígenas
peruanos,
aunque
lamentablemente
dentro
de
las
tabulaciones
generales
se
les
incluyó
en
la
categoría
“Native
American”.
Por
otro
lado,
la
fracción
indígena
de
este
flujo
migratorio
ha
afectado
a
la
comunidad
latinoamericana
y
latina
ya
establecida.
Respecto
a
este
punto
Varese
sostiene
que
“la
composición
étnica
de
las
comunidades
estadounidenses
de
recepción
llamadas
‘chicanas’,
‘latinas’,
‘latinoamericanas’,
‘méxicoamericanas’
o
‘hispanas’,
está
cambiando
drásticamente
debido
a
la
presencia
masiva
de
indígenas
de
América
Latina”
(1990:
15).
Por
otra
parte,
algunos
empresarios
sagaces
han
creado
servicios
orientados
a
satisfacer
las
necesidades
específicas
de
esta
población
como
son
los
restaurantes,
los
espectáculos,
las
farmacias,
los
laboratorios
clínicos,
los
consultorios
médicos,
los
bufetes
de
abogados,
los
super-‐
mercados
y
las
agencias
de
viaje.
TRANSNACIONALISMO E IDENTIDAD
Existen
muchas
formas
de
definir
el
transnacionalismo.
La
definición
operativa
que
más
se
acomoda
a
este
trabajo
es
la
de
Alejandro
Portes,
quien
define
el
transnacionalismo
como
un
concepto
que
“se
relaciona
cada
vez
más
con
los
campos
sociales
que
crean
los
inmigrantes
entre
sus
comunidades
y
sus
naciones
de
origen,
generalmente
pobres,
y
los
países
avanzados
donde
se
establecen”
(2002:
137).
Después
de
definir
el
concepto,
Portes
lo
aplica
mencionando
que:
19
Una
primera
aproximación
descriptiva
y
teórica
sobre
al
archipiélago
andino
la
he
desarrollado
en
“Hacia
una
topografía
del
archipiélago
cultural
andino”
(2000:
101-‐110).
20
La
categoría
de
peruano
ya
aparece
con
un
porcentaje
propio
en
las
tablas
que
registran
las
nacionalidades
de
los
habitantes
de
pueblos
y
ciudades
norteamericanas
en
el
censo
norteamericano
de
1990.
En
Patterson,
5.473
personas
declararon
ser
de
origen
peruano
en
el
censo
de
1990.
Son
el
tercer
grupo
hispánico
después
de
los
26,362
puertorriqueños
y
de
los
8,750
dominicanos
<http://venus.census.gov/cdrom/lookup/974470447>.
Hay
que
hacer
la
aclaración
que
la
cantidad
de
ciudadanos
peruanos
es
mucho
mayor.
Nunca
se
tendrán
cifras
exactas
porque
muchos
ciudadanos
peruanos
son
indocumentados.
IR
Y
VENIR
125
“Debido
a
su
continua
condición
de
subordinación
económica
en
el
sistema
global,
América
Latina
se
ha
vuelto
exportadora
no
sólo
de
materia
prima,
víveres
y
artículos
ensamblados,
sino
también
de
gente”
(2002:137).
En
el
caso
peruano
“las
redes
de
apoyo
y
subsistencia
que
los
migrantes
peruanos
cuando
migran
transnacionalmente
están
inmersas
en
tres
tipos
diferentes
de
relaciones
sociales:
a)
relaciones
de
patrón
cliente
que
han
sido
usadas
convencionalmente
como
medios
de
reclutar
mano
de
obra
rural
en
las
haciendas,
minas
y
la
industria
de
empleadas
domésticas
en
el
Perú
[…].
b)
Redes
de
migración
que
han
surgido
de
masiva
migración
urbana
rural
que
el
Perú
ha
experimentado
en
el
Siglo
XX
[…].
c)
Lazos
de
parentesco
y
matrimonio
entre
miembros
de
la
familia
nuclear
o
extendida
que
se
convierten
en
el
más
importante
recurso
de
la
clase
media
baja
y
baja
para
formar
redes
de
migración
y
crear
otros
medios
de
apoyo
y
de
subsistencia
en
otras
partes
del
mundo”
(Paerregaard
2002:
2-‐3).
En
esta
segunda
parte
del
artículo
pretendo
realizar
un
análisis
sobre
un
caso
concreto
de
una
comunidad
transnacional
puesta
en
relación
con
la
reconfiguración
de
una
identidad
social
y
cultural.21
El
caso
específico
se
refiere
a
la
construcción
de
una
identidad
cultural
andina
de
un
grupo
de
desplazados
peruanos
en
la
ciudad
de
Patterson
que
han
formado
una
comunidad
transnacional
tras
superar
los
mayores
efectos
del
exilio.
A
grandes
rasgos,
podemos
decir
que
esta
comunidad
transnacional
se
encuentra
formada
por
un
grupo
de
individuos
pobres
con
una
cultura
y
una
nacionalidad
común,
que
se
han
establecido
en
otro
país
y
llevan
una
vida
comunitaria
en
la
que
se
reproducen
sus
prácticas
y
sus
valores
culturales
de
origen.
La
transnacionalidad
de
esta
comunidad
también
radica
en
el
hecho
de
que
establece
varios
enclaves,
en
su
país
de
origen
y
en
diferentes
países
de
migración,
por
donde
circulan
bienes
materiales,
culturales,
además
de
seres
humanos,
en
una
dinámica
de
ida
y
vuelta.
Lo
más
importante
es
que
a
pesar
de
vivir
alejados
se
siguen
considerando
una
comunidad
y
además
crean
los
mecanismos
necesarios
para
que
dicha
comunidad
permanezca
cohesionada
y
no
desaparezca.
En
mi
propuesta,
la
comunidad
transnacional
establece
varias
islas
que
conforman
un
archipiélago
cultural
y
que
poseen
especificidades
definidas
por
variables,
mucho
más
personales
y
locales
como
la
familia,
el
barrio,
el
pueblo
y
la
región
geográfica.
21
Existen
otros
estudios
de
caso
de
peruanos
andinos
en
la
ciudad
de
Patterson.
El
antropólogo
Javier
Ávila
Molero
ha
publicado
el
artículo
“Lo
que
el
viento
se
llevó:
Diásporas
campesinas
en
Lima
y
los
Estados
Unidos”
(2004)
sobre
una
comunidad
transnacional
de
San
Antonio
de
Cochas
establecida
en
Patterson.
IR
Y
VENIR
126
22
En
Latinoamérica,
organismos
internacionales
e
instituciones
gubernamentales
ya
están
dando
los
primeros
pasos
para
ayudar
a
resolver
la
situación
de
los
migrantes.
Se
pueden
rastrear
los
últimos
esfuerzos
para
resolver
la
problemática
de
los
migrantes
en
el
libro
de
CEDLA.
23
Una
manera
indirecta
de
confirmar
las
malas
condiciones
de
vida
en
Patterson
y
en
Nueva
Jersey
es
el
censo
norteamericano
de
1990.
El
estado
de
Nueva
Jersey
entre
1985
y
1990
tenía
569.590
inmigrantes
y
763.123
emigrantes.
De
los
inmigrantes
211.417
vinieron
del
extranjero.
La
migración
neta
es
negativa:
–193.533.
Esto
significa
que
muchas
personas
dejan
el
estado
de
Nueva
Jersey
porque
encuentran
mejores
condiciones
de
vida
en
otros
estados
o
países,
y
los
inmigrantes
extranjeros
ayudan
a
resolver
el
despoblamiento
del
estado.
Buscar
la
información
estadística
en
<http://www.census.gov/populations/socdemo/migration/net-‐mig.txt>.
24
Tice
da
una
buena
documentación
fotográfica
del
Patterson
de
1968-‐1970.
25
El
mejor
panorama
sobre
la
desindustrialización
y
sus
efectos
se
puede
encontrar
en
el
libro
de
Bluestone
y
Harrison.
IR
Y
VENIR
127
y
las
viviendas
baratas
vinieron
a
reforzar
un
flujo
migratorio
de
peruanos
que
ya
había
empezado
mucho
antes.26
Pero
debido
a
que
esta
ciudad
era
habitada
por
personas
de
bajos
ingresos
que
viven
en
inmuebles
de
bajo
precio,
consecuentemente
sus
escuelas
y
colegios
son
deficientes,
se
encuentran
superpoblados
y
carecen
de
una
infraestructura
educativa
inadecuada,
ya
que
los
impuestos
sobre
la
propiedad
que
mantienen
estas
escuelas
son
reducidos.
Si
bien
estas
condiciones
de
vida
no
se
consideran
idóneas
para
la
sociedad
estado-‐
unidense,
debido
a
que
los
inmigrantes
andinos
se
ubican
social
y
económicamente
entre
los
niveles
más
bajos
de
la
sociedad
receptora,
sin
embargo
estos
espacios
han
mejorado
en
comparación
con
sus
lugares
de
origen.
Por
este
motivo
han
tomado
la
decisión
de
establecerse
en
los
EE.UU.
Los
inmigrantes
andinos
han
podido
conseguir
con
sus
bajos
ingresos
una
alimentación
con
el
suficiente
número
de
calorías,
una
vivienda
más
decente,
disponibilidad
de
servicios
básicos
y
una
relativa
seguridad
de
la
que
no
disponían
en
el
Perú.
Pero
al
considerarse
una
comunidad
establecida
en
los
EE.UU.
necesitan
también
ejercer
su
ciudadanía
cultural
entendida
como
“el
derecho
a
ser
diferente
(en
cuanto
a
raza,
etnia
o
lengua
materna)
frente
a
las
normas
de
la
comunidad
nacional
dominante
[anglosajona],
sin
perjudicar
el
derecho
de
pertenecer,
en
el
sentido
de
participar,
en
los
procesos
democráticos
del
estado-‐nación
[norteamericano]”
(Rosaldo
1994:
67).
La
identidad
cultural
andina
se
constituye
en
relación
con
los
diferentes
espacios
culturales
que
también
conlleva
su
transnacionalización,
tal
como
Ruz
Baia
(1999)
lo
demuestra
en
su
estudio
sobre
los
cultos
religiosos
de
los
peruanos
residentes
en
Patterson.
Me
interesa
indagar
su
construcción
tomando
en
consideración
dos
espacios
sociocul-‐
turales
de
hispanohablantes.
El
primero
es
el
articulado
por
la
población
dominicana
y
puertorriqueña
que
los
inmigrantes
andinos
encontraron
cuando
empezaron
a
residir
en
Patterson.
El
segundo
está
configurado
por
la
población
de
ciudadanos
peruanos
llamados
criollos.27
El
primero
les
pone
en
contacto
con
la
esfera
pública
estadounidense
ya
que
emplean
las
políticas
multiculturalistas
del
gobierno
26
Según
Ruiz
Baia,
Patterson
se
convierte
en
un
foco
de
migración
de
peruanos
porque
las
industrias
textiles
tenían
subsidiarias
en
el
Perú
que
acumulaban
el
algodón
peruano.
Así
empezaron
a
contratar
personal
peruano
que
se
mudó
a
las
fábricas
y
a
las
oficinas
centrales
establecidas
en
Nueva
Jersey
(93-‐94).
27
A
manera
de
referencia,
la
escritora
puertorriqueña
Judith
Ortiz-‐Cofer
(1990)
describe
a
Patterson
como
una
ciudad
en
la
que
los
puertorriqueños
estaban
hacinados,
sufrían
marginación
social
y
eran
víctimas
del
racismo
durante
los
sesenta.
IR
Y
VENIR
128
norteamericano.
En
la
esfera
pública
varios
inmigrantes
andinos
son
definidos
como
hispanos
y
asumen
la
identidad
hispana
porque
son
conscientes
de
la
existencia
de
políticas
de
segregación
positiva
(“acción
afirmativa”)
del
gobierno
norteamericano
que
protegen
a
sus
minorías.
También
asumen
la
identidad
latina
porque
asumen
elementos
comunes
con
los
latinos
norteamericanos
y
con
otros
inmigrantes
latinoamericanos
para
poder
establecer
redes
sociales.
Sin
embargo,
se
generan
conflictos
entre
inmigrantes
de
nacionalidades
latinoamericanas
a
pesar
de
poseer
culturas
similares.
Las
políticas
nacionalistas
de
sus
repúblicas
de
origen
han
creado
rivalidades
y
odios
que
se
trasladan
al
nuevo
contexto
internacional.
El
nacionalismo
continúa
siendo
para
los
inmigrantes
andinos
su
horizonte
imaginario
que
moldea
sentimientos
y
determina
pautas
de
interacción
social.
La
nación
forma
sujetos
nacionales
y
también
formas
de
socialización.
Sujetos
en
tanto
que
respetan
a
la
nación
y
pueden
morir
por
ella.
Socialización,
puesto
que
los
individuos
tienden
a
juntarse
con
otros
sujetos
de
la
misma
nacionalidad
y/o
rechazar
a
los
enemigos
construidos
por
el
nacionalismo
de
sus
países
de
origen.
Por
ejemplo,
los
ciudadanos
ecuatorianos
todavía
mantienen
cierta
desconfianza
y
animadversión
contra
los
ciudadanos
peruanos
porque
en
las
escuelas
ecuatorianas
les
enseñaron
que
el
Perú
se
apropió
paulatinamente
de
su
territorio,
desde
que
fueron
creadas
las
repúblicas
peruana
y
ecuatoriana
en
el
siglo
XIX.
Por
esta
razón,
las
pretensiones
amazónicas
de
los
gobiernos
ecuatorianos
tienen
pleno
sentido
para
la
población
nacional.
Pero
el
nacionalismo
sigue
teniendo
ese
poder
subalternizador
que
provoca
la
desunión
para
que
continúe
la
explotación
y
se
posterguen
un
conjunto
de
reivindicaciones
comunes
que
realmente
coadyuve
al
diseño
de
una
agenda
que
responda
a
los
verdaderos
intereses
de
los
subalternos
en
Latinoamérica
y
en
el
extranjero.
El
segundo
espacio
lleva
a
la
constitución
de
una
comunidad
transnacional
de
peruanos
que
se
articula
en
torno
al
nacionalismo.
El
nacionalismo
favorece
la
interactuación
en
el
extranjero
entre
peruanos
de
diferentes
clases
sociales
y
culturales,
hecho
que
no
se
daba
en
su
lugar
de
origen.
Si
bien
el
nacionalismo
peruano
tiene
un
poder
aglutinante
que
se
expresa
en
prácticas
alimenticias,
deportivas
y
religiosas,
en
el
interior
de
la
comunidad
transnacional
peruana
la
construcción
de
la
identidad
cultural
no
es
unívoca.
Los
inmigrantes
andinos
definen
su
entidad
tomando
en
cuenta
diversos
contextos.
En
el
contexto
internacional
se
consideran
peruanos
y
latinos.
En
el
contexto
IR
Y
VENIR
129
del
estado-‐
nación
optaron
por
considerarse
andinos
en
oposición
a
los
criollos.28
Tras
definir
un
nivel
de
identidad
frente
a
la
dicotomía:
andinos
y
criollos;
la
identidad
cultural
andina
se
hace
más
refinada
con
el
uso
de
discursos
incaístas,
multiculturalistas
e
indigenistas
que,
por
cierto,
establecen
distintas
posiciones
dentro
de
la
comunidad.29
En
resumen,
a
pesar
de
que
el
nacionalismo
genera
políticas
de
diferencia
y
emerge
en
discursos
suplementarios
relacionados
con
la
construcción
de
género,
clase
y
raza,
éste
demarca
solamente
un
aspecto
de
la
identidad
de
los
inmigrantes
(Bhabha
1990).
Entre
otros
aspectos,
la
familia,
el
barrio,
el
pueblo
y
la
región
como
instancias
de
socialización
y
reproducción
cultural
convergen,
se
superponen
y
contrastan
en
la
formación
de
estas
comunidades
transnacionales.
En
términos
más
concretos,
una
vez
que
se
han
establecido
las
condiciones
favorables
para
inmigrar,
el
núcleo
de
inmigración
se
constituye
a
partir
de
la
familia
nuclear
y,
más
tarde,
de
la
familia
extendida
(Foner
1997:
961;
Scott
y
Scott
1986:
95-‐96).
El
siguiente
paso
es
la
inmigración
de
los
vecinos
y
amigos
del
barrio
y
del
pueblo.
Después,
enterados
de
la
existencia
de
este
foco
de
inmigración
vienen
más
habitantes
de
la
región.
Si
bien
estas
instancias
contribuyen
a
la
adaptación
de
los
inmigrantes
y
a
la
cohesión
de
la
comunidad
transnacional,
también
generan,
por
ejemplo,
una
fuerza
de
dispersión
y
desunión
que
debilitan
la
creación
de
un
movimiento
panlatino.
Las
rivalidades
y
animadversiones
de
clanes
familiares,
pueblos
y
regiones
se
llevan
al
extranjero.
En
Patterson,
la
mayoría
de
la
población
peruana
está
constituida
por
criollos
del
puerto
del
Callao,
barrios
de
Surquillo
y
del
Cercado
de
Lima,
y
una
minoría
son
andinos
provenientes
de
varios
pueblos
de
la
Sierra.
Esta
minoría
andina
también
se
encuentra
en
una
posición
subalterna
dentro
de
la
comunidad
transnacional
peruana
ya
que
la
mayoría
criolla
hegemoniza
la
dirigencia
de
instituciones
religiosas
y
deportivas.
Del
28
Dentro
de
las
rivalidades
y
de
las
oposiciones
de
mayor
notoriedad
entre
ciudadanos
peruanos
se
presenta
la
de
criollos
y
andinos
que
definen
idiosincrasias,
comportamientos
y
status
sociales.
En
términos
gruesos,
según
las
declaraciones
de
los
inmigrantes
andinos,
los
criollos
son
aquellas
personas
individualistas,
en
su
mayor
parte
nacidas
en
Lima,
y
cuya
conducta
se
basa
en
el
mínimo
esfuerzo.
Siempre
tratan
de
sacar
el
máximo
provecho
a
las
oportunidades
y
en
cualquier
acción
que
emprenden
el
fin
justifica
los
medios.
Por
el
contrario,
los
andinos
han
nacido
en
la
sierra,
tienen
costumbres
comunitarias,
una
ética
del
trabajo
y
antes
de
actuar
piensan
en
si
sus
acciones
tendrán
consecuencias
para
los
demás.
29
El
discurso
incaista
define
al
individuo
como
descendiente
de
los
Incas,
el
discurso
multiculturalista
define
al
individuo
como
una
persona
que
posee
tres
o
más
culturas,
el
discurso
indígena
ubica
a
la
persona
en
un
grupo
étnico
específico.
He
tratado
con
mayor
detalle
estos
discursos
en
Zevallos
Aguilar
(2000:101-‐102
y
Zevallos
Aguilar
(en
prensa).
IR
Y
VENIR
130
mismo
modo
en
supermercados
y
restaurantes
se
han
impuesto
el
consumo
alimenticio,
la
música
y
bailes
que
definen
una
identidad
criolla.30
En
el
caso
de
mi
estudio,
la
comunidad
transnacional
aparece
integrada
por
todos
los
desplazados
originarios
de
Patosuray31
que
han
conformado
un
archipiélago
con
islas
en
Patosuray,
Lima
y
Patterson.
Este
pueblo,
por
ubicarse
en
una
zona
de
emer-‐
gencia,
fue
asolado
por
la
violencia
armada
en
los
ochenta.
En
el
caso
de
Patosuray,
la
mayoría
de
sus
pobladores
emigraron
a
Lima
y
un
grupo
menor
a
Patterson,
pues
decidieron
no
ser
de
nuevo
víctimas
de
la
violencia
ejercida
por
el
ejército
peruano
y
por
Sendero
Luminoso.32
Los
patosureños
han
formado
una
comunidad
transnacional
en
varias
etapas
diferenciadas,
si
se
considera
que
“la
transnacionalización
de
un
espacio
migratorio
(…)
no
es
sólo
un
proceso
de
construcción
de
un
sistema
de
redes
sociales
desterritorializadas,
sino
también
implica
la
capacidad
de
cruzar
fronteras
y
de
ligar
lugares
multilocalizados”
(Cortes
2002:
63).
En
la
primera
etapa,
los
flujos
de
ida
y
vuelta
se
encontraban
circunscritos
a
la
circulación
de
bienes
culturales
y
materiales.
Salvo
las
conversaciones
telefónicas
o
el
correo
electrónico,
las
conexiones
iban
en
un
solo
sentido
con
la
inmigración,
las
remesas,
el
consumo
y
el
envío
de
bienes
materiales
y
culturales
al
Perú.
Los
desplazados
no
podían
volver
a
su
país.
La
búsqueda
por
la
regularización
de
su
situación
legal
y
los
trabajos
mal
remunerados
los
obligaban
a
quedarse
en
los
Estados
Unidos
por
varios
años.
Además,
recordemos
que
para
obtener
la
residencia
se
necesita
permanecer
en
el
país
receptor
y
que
la
falta
de
capacidad
de
ahorro
hacía
difícil
comprar
los
costosos
pasajes
aéreos
para
regresar
al
Perú.
En
la
segunda
etapa,
el
flujo
de
seres
humanos
se
ha
sumado
al
tránsito
transnacional
entre
Estados
Unidos
y
Perú.
Aunque
este
movimiento
nunca
va
a
alcanzar
la
rapidez
e
intensidad
que
caracteriza
al
del
archipiélago
mexicano,
este
flujo
de
ida
y
vuelta
se
ha
hecho
más
dinámico
entre
las
tres
islas
después
de
que
el
gobierno
peruano
capturó
a
Abimael
Guzmán
30
Las
islas
de
este
archipiélago
tienen
su
propia
especificidad.
Mientras
Patterson
es
una
isla
criolla,
pueblos
cercanos
a
Patterson
son
islas
andinas.
En
este
sentido
se
pueden,
en
estas
islas
andinas,
comer
platos
típicos
de
la
sierra
y
escuchar
y
bailar
música
andina
como
el
huayno.
31
Patosuray
es
un
nombre
ficticio.
No
voy
a
mencionar
el
verdadero
nombre
del
pueblo
y
nombres
de
los
participantes
en
la
fiesta
para
proteger
su
privacidad
y
no
hacerles
recordar
los
terribles
momentos
que
quieren
olvidar.
Patosuray
representa
a
muchos
pueblos
que
sufrieron
crímenes
contra
la
humanidad
y
el
desplazamiento
de
los
supervivientes
a
ciudades
peruanas
y
extranjeras.
32
Nelson
Manrique
(1990;
1995)
ofrece
un
panorama
muy
completo
sobre
la
violencia
que
afectó
al
Perú
y
a
la
región
central
durante
los
ochenta.
IR
Y
VENIR
131
33
El
desplazamiento
de
poblaciones
dentro
de
las
fronteras
nacionales
ya
ha
sido
trabajado.
Sin
embargo,
el
desplazamiento
al
extranjero
todavía
no.
IR
Y
VENIR
132
clandestinos”
por
haber
participado
en
operaciones
especiales
de
las
fuerzas
armadas
peruanas
para
combatir
a
los
grupos
alzados
en
armas.34
En
ambos
casos,
la
comunidad
establecida
no
hizo
distinciones
de
las
opciones
individuales
que
tuvieron
los
miembros
de
la
comunidad
en
esta
época
de
violencia.
Lo
único
que
importaba
era
que
todos
ellos
se
consideraban
víctimas
de
ella.
A
principios
de
los
noventa
el
número
de
inmigrantes
de
Patosuray
era
tan
grande
que
tuvieron
que
alquilar
un
edificio
para
dar
acogida
a
los
miembros
de
la
comunidad,
mientras
buscaban
viviendas
más
cómodas
y
mejores
oportunidades
de
trabajo.
Para
abaratar
costos
y
dar
ayuda
a
los
miembros
de
la
comunidad
cocinaban
en
una
olla
comunitaria.
Las
diferentes
trayectorias
y
opciones
en
una
época
de
violencia
armada
han
creado
el
tabú
de
no
hablar
sobre
ella.35
En
años
recientes,
la
mayor
parte
de
los
inmigrantes
han
legalizado
su
situación
y
viven
desperdigados
en
el
noreste
norteamericano.
Las
prácticas
lingüísticas,
culinarias,
religiosas,
deportivas
y
musicales
sirven
para
establecer
una
continuidad
con
la
cultura
del
lugar
de
origen,
pero
también
son
mecanismos
de
adaptación
a
su
nuevo
contexto.
Sobre
todo,
las
fiestas
religiosas,
nacionales
o
familiares
crean
un
espacio
y
tiempo
privilegiados
donde
se
puede
percibir
con
claridad
el
despliegue
de
identidades
culturales
en
el
idioma,
el
baile,
la
música
y
la
comida.36
Se
organizan
fiestas
para
unir
a
los
miembros
de
una
comunidad
y
con
el
propósito
de
crear
un
sentimiento
de
pertenencia.
En
ellas
se
superan
las
diferencias
y
las
contradicciones
que
los
comuneros
puedan
tener.
Por
ese
motivo,
aun
en
el
caso
de
que
una
comunidad
previamente
constituida
en
su
lugar
de
origen
haya
sido
desterritorializada
por
agentes
del
estado-‐nación
moderno,
sus
miembros
separados
celebran
los
mismos
días
34
El
gobierno
norteamericano
otorgaba
visas
a
aquellos
miembros
de
las
fuerzas
armadas
o
policiales
peruanas
que
habían
sido
condenados
a
pena
de
muerte
por
Sendero
Luminoso.
Este
grupo
rebelde
solía
hacer
listas
de
condenados
a
muerte
luego
de
haber
comprobado
la
responsabilidad
individual
en
la
muerte
o
tortura
de
miembros
del
aparato
político
o
militar
de
Sendero
Luminoso.
La
ayuda
del
gobierno
norteamericano
terminaba
con
el
otorgamiento
de
la
visa
de
ingreso
y
una
bolsa
de
viaje.
No
se
ocupó
en
conseguirles
vivienda
o
trabajo.
Ahora
se
encuentran
ex
oficiales
de
las
fuerzas
del
orden
peruano
con
serios
desequilibrios
emocionales,
por
haber
ejecutado
inimaginables
actos
de
violencia,
ejerciendo
oficios
y
labores
en
el
sector
servicios
que
no
corresponden
a
su
educación
en
pueblos
y
ciudades
norteamericanas.
35
Cuando
traté
de
conversar
sobre
temas
relacionados
con
la
violencia,
mis
interlocutores
se
sentían
muy
incómodos
y
evitaban
el
tema
de
conversación.
36
El
culto
al
Señor
de
los
Milagros
en
Nueva
Jersey
como
indicador
de
una
cultura
nacional
peruana
ha
sido
estudiado
por
Ruiz
Baía.
También
existe
una
crónica
de
Rénique
sobre
la
procesión
del
Señor
de
los
milagros
en
Manhattan,
Nueva
York
realizada
en
octubre
de
1996.
IR
Y
VENIR
133
festivos
para
sentirse
parte
de
la
comunidad.37
Las
fiestas
pueden
ser
abiertas
o
cerradas.
Las
abiertas
son
aquellas
que
se
organizan
en
lugares
públicos
tales
como
restaurantes,
salones
de
baile,
calles
y
parques.38
Las
fiestas
cerradas
son
aquellas
que
se
organizan
en
casas
o
en
residencias.
Lo
que
importa
es
que
en
ambos
casos
“la
fiesta
define
un
espacio
de
encuentro
en
donde
volvemos
al
centro
[lugar
de
origen]
acompañados
de
nuestra
música,
nuestro
canto,
nuestro
baile,
nuestras
broncas
y
dulzuras.
Nos
permite
recargar
energías,
como
diría
un
wayki
[hermano],
y
volver
a
la
brega”
(Roncalla
1998:
62).
En
las
páginas
que
presento
a
continuación
pretendo
realizar
un
breve
análisis
sobre
la
fiesta
de
Año
Nuevo
de
1997
celebrada
por
la
comunidad
transnacional
de
Patosuray.
Si
bien
existe
un
núcleo
de
seis
familias
de
patosureños
residentes
en
Patterson,
30
invitados
vinieron
de
Nueva
York,
Connecticut
y
Nueva
Jersey.
Las
fiestas
son
ocasiones
idóneas
para
reunirse
y
reforzar
sus
lazos
comunitarios.
La
fiesta
observada
tiene
etapas
bien
determinadas
en
las
que
se
pueden
distinguir
identidades
culturales
bien
definidas
por
el
tipo
de
baile
y
el
tipo
de
música
que
tocan
y
escuchan
las
tres
generaciones
participantes
(abuelos,
padres
e
hijos).
Así,
tenemos
una
parte
en
la
que
abuelos
y
padres
bailan
el
huayno,
ritmo
musical
de
origen
indígena
que
es
más
escuchado
y
bailado
en
el
Perú.
Hay
una
segunda
parte
en
la
que
se
escucha
el
vals
y
la
polka
criollos
que
cuentan
con
la
predilección
de
los
padres.
El
vals
y
la
polka
criollos
son
el
resultado
de
la
apropiación
cultural
y
reconversión
del
waltz
y
de
la
polka
europeos,
por
parte
de
músicos
populares
urbanos
a
principios
del
siglo
XX.
En
el
presente,
el
consumo
del
vals
y
la
polka
criollos
apelan
a
una
identidad
nacional
de
los
inmigrantes.
Sobretodo
el
vals
criollo
es
considerado
como
la
música
nacional
peruana.
Su
práctica
y
difusión
fueron
incentivadas
por
los
medios
masivos
de
comunicación
en
los
años
cincuenta
de
tal
modo
que
hay
dos
generaciones
de
peruanos
urbanos
entre
50
y
80
años
que
se
identifican
con
la
música
criolla
y
las
generaciones
más
jóvenes,
que
lo
consideran
un
componente
indiscutible
de
su
bagaje
musical.
Hay
una
parte
en
la
que
se
escucha
y
se
baila
chicha,
merengue
y
salsa
que
es
más
intergeneracional.
La
apelación
intergeneracional
de
estos
tres
últimos
ritmos
37
En
esta
línea
de
pensamiento,
Rosaldo
apunta
que:
“por
más
dispersas
que
estén,
las
comunidades
de
ascendencia
mexicana
se
imaginan
a
sí
mismas
a
partir
del
hecho
de
que
celebran
los
días
de
la
misma
forma”
(1994:
77).
38
El
mayor
ejemplo
de
una
fiesta
pública
de
una
comunidad
transnacional
es
la
fiesta
patronal
celebrada
por
la
comunidad
de
Cabanaconde.
Esta
fiesta
fue
documentada
en
el
video
de
Gelles
y
Martínez.
IR
Y
VENIR
134
radica
en
el
hecho
de
que
rebasan
los
ámbitos
locales.
La
chicha
es
un
género
musical
creado
por
emigrantes
rurales
que
en
la
ciudad
fusionaron
el
huayno
peruano
y
la
cumbia
colombiana
de
los
setenta
para
adelante.39
La
salsa
y
el
merengue
son
dos
géneros
musicales
producidos
en
Nueva
York
y
el
Caribe
para
ser
comercializados
en
un
mercado
continental.
El
público
latinoamericano
ha
consumido
estos
géneros
para
satisfacer
un
deseo
cosmopolita
y
construir
una
identidad
transnacional
latinoamericana.40
Finalmente,
existe
una
parte
que
escucha
la
música
del
país
receptor
como
el
hip-‐hop,
que
es
bailado
por
la
generación
de
jóvenes
adolescentes,
que
en
este
caso
son
los
nietos.
Es
interesante
constatar
que
los
niños,
ya
sea
por
decisión
propia
o
por
estímulo
de
sus
padres,
escuchan
y
bailan
todos
los
ritmos.
Pero
a
medida
que
la
noche
va
avanzando
se
impone
el
huayno
y
solamente
se
quedan
hasta
el
día
siguiente
los
participantes
que
manifiestan
públicamente
el
mayor
arraigo
de
sus
raíces
regionales
andinas.
En
efecto,
la
fiesta
que
reúne
tres
generaciones
de
familiares
y
amigos
es
abandonada
por
los
participantes
dependiendo
de
su
aparente
grado
de
integración
a
la
sociedad
norteamericana.
Los
primeros
en
salir
de
la
fiesta
son
los
jóvenes
adolescentes
que
han
escogido
la
cultura
del
hip-‐hop
norteamericano
como
su
música
generacional.
Este
grupo
de
jóvenes,
que
viste
como
los
adolescentes
negros
norteamericanos,
escucha
rap
y
va
a
la
fiesta
para
compartir
un
momento
con
la
comunidad,
lleva
sus
discos
compactos
que
son
tocados
en
el
aparato
estereofónico,
pero
después
de
saludar,
conversar
y
comer,
se
despiden
respetuosamente
y
dejan
la
fiesta
a
las
11
de
la
noche
para
reunirse
con
otros
jóvenes
norteamericanos
y
continuar
la
celebración
del
año
nuevo.41
Después
de
varias
horas
el
segundo
grupo
en
dejar
la
fiesta
es
el
que
le
gusta
salsa
y
otros
ritmos
latinos.
Este
grupo
viste
ropa
elegante
como
abrigos,
ternos
y
vestidos
de
un
estilo
internacional.
Bailan
todos
los
ritmos
con
excepción
del
huayno.
Cuando
se
les
pregunta
por
que
39
Hurtado
Suárez
enfatiza
los
aspectos
de
la
migración
en
la
música
chicha
en
su
estudio
(6-‐30).
40
Mato,
en
su
estudio
de
un
concierto
de
Rubén
Blades,
analiza
los
factores
de
la
construcción
de
la
identidad
transnacional
a
través
de
la
salsa
(612-‐613).
En
su
análisis
Mato
olvida
la
variable
generacional
puesto
que
la
salsa
de
Rubén
Blades
apela
a
una
generación
de
latinoamericanos
progresistas
que
fueron
jóvenes
entre
los
70
y
80.
41
Este
comportamiento
respetuoso
contrasta
con
el
que
tendrían
sus
pares
norteamericanos.
En
las
fiestas
de
anglosajones
no
hay
mayor
interacción
intergeneracional.
Cuando
se
celebra
una
ocasión
los
niños
están
separados
de
los
adultos
y
jóvenes.
Cada
grupo
tiene
su
propio
espacio
con
sus
propias
actividades.
Los
niños
miran
televisión
en
una
habitación.
Los
jóvenes
escuchan
y
bailan
su
propia
música
en
otra
y
los
adultos
beben
y
comen
mientras
conversan
en
la
sala
comedor.
IR
Y
VENIR
135
no
bailan
el
huayno
contestan
que
les
gusta
escuchar
el
huayno
pero
no
lo
bailan
porque
nacieron
en
Lima.
El
tercer
grupo,
que
permanece
hasta
que
termina
la
fiesta,
baila
todos
los
ritmos
posibles,
se
emborracha
y
cuando
nota
que
los
otros
grupos
han
abandonado
la
fiesta
habla
en
quechua
y
la
única
música
que
se
baila
y
se
danza
hasta
el
amanecer
es
el
huayno
y
otros
ritmos
indígenas.
Este
grupo
en
su
mayor
parte
viste
ropas
sencillas
como
camisas
de
franela,
pantalones
de
algodón
y
botas
de
trabajo.
Algunas
prendas
de
vestir
como
sombreros
y
chalecos
son
de
sus
lugares
de
origen.
No
ostentan
mayores
marcas
de
integración
o
de
prosperidad
en
la
sociedad
receptora.
Como
ya
se
dijo
en
anteriormente,
en
esta
comunidad
todavía
se
pueden
apreciar
unidades
discretas
de
identidad
cultural.
Del
mismo
modo,
para
mantener
la
unidad
de
la
comunidad
existe
un
respeto
tácito
hacia
las
preferencias
musicales
personales.
No
se
impone
por
la
fuerza
un
ritmo
musical
sino
que
cada
grupo
tiene
la
oportunidad
de
escuchar
la
música
que
prefiera.
Sin
embargo,
se
puede
decir
la
fiesta
pertenece
al
grupo
cuyo
soporte
de
identidad
regional
es
la
música
andina.
Se
entiende
que
estas
personas,
en
otros
momentos
y
espacios,
ejercen
otras
identidades
que
no
se
ha
tenido
la
oportunidad
de
observar.
Si
bien,
encontramos
tres
grupos
generacionales
que
manifiestan
el
ejercicio
público
de
identidades
con
sus
preferencias
musicales
en
la
fiesta,
¿cuál
es
el
cemento
que
los
aglutina
como
comunidad?
Por
cierto,
las
interacciones
de
género,
generación
que
se
despliegan
en
la
fiesta
refuerzan
y
restablecen
las
relaciones
sociales
de
la
comunidad.
Ahora
me
interesa
analizar
los
dos
elementos
aglutinantes
más
visibles
en
la
fiesta
sin
entrar
en
las
complejidades
de
la
gastrodinámica
que
se
preocupa
en
analizar
“los
cambios
de
dietas
y
comportamientos
de
comensales”
(Rao
1989:
121).
Estos
son
el
consumo
de
bebidas
alcohólicas
por
parte
de
los
adultos
y
el
plato
especial
preparado
para
la
ocasión
que
es
compartido
por
todos
ellos.
Al
principio
de
la
fiesta
todos
los
invitados
traen
el
alcohol
de
su
preferencia
y
cuando
se
terminan
estas
bebidas
alcohólicas
se
hace
una
colecta
de
dinero
entre
los
asistentes
para
comprar
cerveza.
La
compra
de
la
cerveza
es
una
decisión
que
presupone
un
consenso
tácito
puesto
que
nadie
propone
otra
opción
de
consumo
alcohólico.
Me
parece
que
el
consumo
de
la
cerveza
también
conforma
un
elemento
aglutinante
que
pone
en
juego
una
identidad
nacional
de
los
inmigrantes
andinos.
En
el
presente,
la
cerveza
es
la
bebida
nacional
del
Perú
contemporáneo.
Su
IR
Y
VENIR
136
consumo
es
masivo
en
todo
el
territorio
nacional
peruano
y
supera
el
consumo
de
cualquier
otra
bebida
alcohólica
como
la
nativa
chicha
o
los
diversos
licores
de
origen
europeo
como
el
vino
o
el
whisky.
Su
consumo
fue
inducido
durante
el
siglo
XX
por
empresarios
peruanos
y
extranjeros
que
instalaron
cervecerías
durante
los
denominados
procesos
de
sustitución
de
importaciones.
La
distribución
de
la
cerveza
empezó
en
las
principales
ciudades
donde
era
producida
o
importada.
Con
el
tiempo,
su
distribución
se
extendió
al
campo.
La
publicidad
de
las
compañías
cerveceras
para
reforzar
el
consumo
de
su
producto
ha
establecido
conexiones
entre
cerveza,
nacionalismo
y
balompié
(fútbol),
que
es
el
deporte
predilecto
de
la
mayoría
de
ciudadanos
peruanos.
El
plato
especial
que
se
consume
en
la
fiesta
es
un
híbrido
en
el
que
se
han
fusionado
y
superpuesto
productos
de
diversas
tradiciones
culinarias.
La
hibridez
de
este
plato
sigue
un
patrón
de
mezcla,
fusión
de
culinarias
étnicas
en
un
solo
plato
propio
de
la
comida
estadounidense
(Gabaccia
1998:
1-‐9).
Su
creación
es
tan
reciente
que
todavía
no
tiene
nombre
propio
sino
se
le
aplica
el
nombre
genérico
“el
plato”.
El
plato
tiene
tres
secciones
separadas.
La
primera
está
ocupada
por
una
ensalada
de
lechuga
iceberg,
tomate,
cebolla
y
un
aderezo
italiano;
la
segunda
por
una
porción
de
“macarroni
and
cheese”
(macarrones
cubiertos
con
queso
fundido)
mezclado
con
atún
de
lata;
la
tercera
por
papas
sancochadas
de
guarnición.
Evidentemente,
en
este
plato
se
han
mezclado
gustos
y
productos
de
al
menos
dos
culinarias.
Por
un
lado
se
han
adoptado
ingredientes
de
la
comida
popular
norteamericana
como
los
vegetales
de
la
ensalada
y
el
“macarroni
and
cheese”.
Se
puede
decir
que
esta
ensalada
y
el
“macarroni
cheese”
son
elementos
de
la
cultura
norteamericana.
La
mayor
parte
de
las
familias
norteamericanas
comen
este
tipo
de
ensalada
casi
todos
los
días.
El
“macarroni
and
cheese”
es
un
plato
casero
de
comida
rápida
de
consumo
masivo
en
los
Estados
Unidos
que
las
madres
preparan
para
satisfacer
a
sus
niños.
Por
el
contrario,
en
los
Andes
no
se
comen
ensaladas
con
frecuencia
por
el
peligro
que
conlleva
comer
vegetales
crudos
en
malas
condiciones
de
salubridad.
Si
existe
algo
semejante
a
las
ensaladas
son
las
“zarzas”,
que
vienen
a
ser
más
que
nada
decoración
de
platos
abundantes
en
proteínas
y
carbohidratos.
Por
otra
parte
está
la
papa,
un
ingrediente
de
claro
consumo
popular
peruano.
La
papa
preparada
de
diferentes
maneras
constituye
la
mayor
fuente
de
carbohidratos
en
la
dieta
de
la
población
serrana.
El
único
elemento
común
que
es
consumido
en
los
dos
países
es
el
atún
IR
Y
VENIR
137
enlatado
que
ha
generado
diversos
tipos
de
platos
de
fácil
preparación
El
atún
enlatado
es
de
consumo
masivo
debido
al
bajo
precio
que
tiene
en
los
EE.UU.
y
en
el
Perú.
Este
nuevo
plato
que
no
pertenece
a
ninguna
de
las
culinarias
tiene
que
ser
híbrido
y
se
constituye
de
acuerdo
con
elementos
comunes
y
distintos,
y
adquiere
un
carácter
aglutinante
de
individuos
de
diferentes
edades,
gustos
musicales
y
hábitos
alimenticios.
Como
se
ha
podido
observar,
la
identidad
de
esta
comunidad
transnacional
ha
sido
creada
en
condiciones
de
subalternidad.
Se
despliega
en
unidades
discretas
determinadas
por
la
edad,
los
ingresos
económicos
y
las
preferencias
musicales
que
se
respetan.
Estas
prácticas
pueden
ser
prácticas
culturales
viejas
que
fueron
llevadas
de
sus
lugares
de
origen
o
prácticas
culturales
nuevas,
adquiridas
en
sus
diferentes
lugares
de
residencia
que
configuran
los
denominadores
comunes.
También
pueden
ser
inducidas
y
promovidas
por
políticas
culturales
de
los
estados-‐
nación.
Lo
importante
es
que
tanto
los
elementos
comunes
y
diferentes
mantienen
la
unidad
de
la
comunidad.
En
pocas
palabras,
la
identidad
cultural
andina
se
manifiesta
en
tiempos
y
contextos
diferentes,
no
es
monolítica
sino
diversa,
pero
presenta
hechos
que
permiten
compartir,
al
grupo
que
las
posee,
todos
los
elementos
comunes
que
los
identifican
como
miembros
de
una
comunidad
específica
y
diferente
de
otras
comunidades
que
habitan
Patterson.
Del
mismo
modo,
es
una
identidad
cambiante
que
se
enriquece
con
sucesivas
apropiaciones
y
reconversiones
de
prácticas
culturales
de
las
sociedades
a
las
que
llegan.
No
se
debe
olvidar
que
los
gustos
musicales
y
los
hábitos
alimenticios
que
se
consideraban
propios
de
su
lugar
de
origen
ya
eran
el
resultado
de
otras
reconversiones
y
de
fusiones
culturales
previas.
Si
bien
es
una
comunidad
que
se
ha
convertido
en
transnacional
por
su
propia
gestión,
para
sobrellevar
el
exilio
y
las
carencias
de
su
país
de
origen,
también
son
necesarias
algunas
resoluciones
políticas
específicas
de
los
gobiernos
peruano
y
norteamericano
que
protejan
y
promuevan
sus
derechos
humanos.
Es
hora
de
que
se
reconozcan
los
aportes
de
estos
sujetos
migrantes
que
están
contribuyendo
con
su
fuerza
de
trabajo
a
la
existencia
de
los
estados-‐
nación
donde
transcurren
sus
días.
Las
remesas
enviadas
a
sus
países
de
origen
son
mayores
que
los
ingresos
de
las
exportaciones
o
que
la
inversión
extranjera,
y
su
trabajo
mal
pagado
hace
viable
la
economía
de
los
países
donde
residen.
IR
Y
VENIR
138
CENTROAMERICANOS-AMERICANOS: INVISIBILIDAD,
PODER Y REPRESENTACIÓN EN EL MUNDO LATINO DE
LOS ESTADOS UNIDOS42
Arturo Arias
El
Soldado
Tatuado
(The
Tattoed
Soldier)
la
primera
novela
escrita
en
inglés
por
un
autor
guatemalteco-‐americano
Héctor
Tobar,
comienza
con
el
desalojo
del
personaje
principal
Antonio
Bernal,
de
su
apartamento
en
el
centro
de
la
ciudad
de
Los
Ángeles.43
Se
introduce
un
elemento
de
humor
en
la
novela
ya
que
Antonio
no
puede
entender
a
su
casero
coreano,
porque
en
esta
ciudad
ambos
“podían
pasar
días
e
incluso
semanas
hablando
únicamente
en
su
lengua
nativa”
(Tobar
2000:
3).
Antonio,
quien
fuera
una
vez
empleado
gubernamental
de
clase
media
en
su
tierra
natal,
ahora
es
un
hombre
sin
techo.
Hacía
unos
años
en
su
país,
había
escapado
de
las
escuadras
de
la
muerte
que
vinieron
por
él
y
que
asesinaron
a
su
esposa
Elena
y
al
más
pequeño
de
sus
dos
hijos,
después
de
eso,
fue
asediado
por
la
desesperación
y
por
la
vergüenza
de
haber
huido.
En
el
parque
McArthur
cercano
al
apartamento
de
Antonio,
Guillermo
Longoria
está
jugando
ajedrez.
Longoria
que
había
sido
un
miembro
del
Batallón
Jaguar
del
ejército
guatemalteco,
fue
quien
42
Traducción-‐edición
de
Stella
Cruz-‐Romero.
43
Algunos
críticos
han
advertido
que
The
Long
Night
of
White
Chickens
(1992)
de
Francisco
Goldman
es
el
primer
texto
de
un
latino
centroamericano.
Sin
embargo,
la
identidad
de
Goldman
es
la
de
un
escritor
binacional,
pues
Goldman
era
el
hijo
de
un
ciudadano
norteamericano
que
vivía
en
Guatemala
y
que
adquirió
sus
conocimientos.
del
país,
mientras
asistió
allí
a
una
escuela
americana
durante
algunos
años.
Otros
críticos
han
señalado
La
llama
del
retorno
(1987)
de
Carlos
René
García
Escobar.
No
obstante,
aunque
esta
novela
trata
de
la
vida
inmigrante
en
Los
Ángeles,
fue
escrita
para
un
lector
guatemalteco
en
español,
por
un
escritor
que
pasó
muy
poco
tiempo
en
California,
además
la
obra
nunca
fue
traducida
al
inglés.
En
este
sentido,
la
novela
de
Tobar
cumple
todos
los
requisitos
de
una
novela
latina,
ya
que
está
escrita
en
inglés
por
el
hijo
de
una
pareja
inmigrante
guatemalteca.
Además
Tobar
creció
en
Estados
Unidos
dentro
de
una
comunidad
latina
y
en
su
obra
narra
algunos
acontecimientos
de
esta
misma
comunidad
en
Estados
Unidos.
IR
Y
VENIR
139
IR
Y
VENIR
140
los
centroamericanos44
traen
a
los
Estados
Unidos
como
inmigrantes
y
el
por
qué
ellos
permanecen
“invisibles”
para
la
gran
mayoría
de
los
ciudadanos
estadounidenses
pese
a
su
presencia
abrumadora
en
el
país,
especialmente
desde
las
guerras
libradas
en
los
ochentas
cuando
cerca
de
tres
o
cuatro
millones
de
centroamericanos
huyeron
de
la
pesadilla
de
la
violencia
y
de
las
masacres.
Por
lo
tanto,
en
este
ensayo
me
gustaría
propiciar
un
espacio
teórico
para
aquellos
rostros
dispersos
de
la
“otredad”
que
no
se
ajustan
a
los
modelos
de
la
latinoamericanidad
ni
de
la
reconocida
marginalidad
en
los
Estados
Unidos.45
Haré
esto
eligiendo
sitios
y
relaciones
específicas
de
la
historia
intelectual
y
política
de
Centroamérica,
así
como
su
representación
en
la
literatura
y
en
el
cine,
a
fin
de
articular
la
conciencia
diaspórica46
de
este
paradigma
de
nueva
identidad
“centroamericana-‐americana”,
una
difícil
extravagancia
lingüística
en
relación
con
otros
grupos
latinos
de
los
Estados
Unidos.47
Como
lo
afirmé
anteriormente,
fueron
las
guerras
civiles
de
los
años
ochenta
las
que
crearon
el
modelo
descrito
por
Hamilton
y
Stoltz
Chinchilla,
según
el
cual
los
centroamericanos
“se
diferencian
de
muchos
otros
grupos
de
inmigrantes...
en
que
no
son
estrictamente
migrantes
económicos
ni
tampoco
son
aceptados
como
refugiados,
sino
que
poseen
características
inherentes
a
los
dos
grupos”
(2).
Esta
población
entró
al
país
a
través
de
California
y
Texas,
y
44
En
“Central
American-‐Americans?
Re-‐Mapping
Latino/Latin
American
Subjectivities”
(Arias
2000),
argumento
que
debemos
pensar
en
la
división
de
categorías,
como
por
ejemplo
la
categoría
“centroamericano”
como
múltiple
y
discontinuo
y
no
como
una
categoría
con
“integridad
ontológica”.
Todos
podemos
ser
centroamericanos
en
la
medida
en
que
aceptemos
una
historia
de
identidad
generada
por
la
“grandiosa
narrativa”
propia
del
istmo,
de
una
unidad
geopolítica
mítica
que
ya
existía
en
esta
región
desde
los
tiempos
de
los
ancestrales
mayas
hace
2000
años.
Esto
por
supuesto
que
incluiría
Chiapas,
Tabasco
y
toda
la
península
del
Yucatán,
llevándonos
a
la
vez
a
preguntarnos
acerca
de
la
“magnífica
narrativa”
originaria
de
México.
En
efecto,
siempre
podremos
retomar
cualquier
parte
de
esta
historia
de
filiaciones
en
nuevos
contextos
tales
como
la
diáspora
y
el
exilio
en
el
presente.
Precisamente
porque
cada
parte
es
únicamente
una
de
las
tantas
historias
antagónicas,
no
se
puede
señalar
una
historia
interna
total
y
coherente
de
una
comunidad
o
de
una
región.
45
Después
de
todo,
la
subjetividad
es
una
posición
transgresiva
para
reconfigurar
los
modos
tradicionales
e
individuales
de
ver
la
nación
y
la
ciudadanía.
A
este
respecto,
el
intermedio
textual
promueve
un
espacio
de
resistencia
en
el
cual
se
critica
la
normatividad
concebida
dentro
de
los
parámetros
de
la
igualdad
étnica.
46
Como
Barkan
y
Shelton
sostienen
(1988:
ix-‐x),
el
concepto
de
diáspora
es
un
paradigma
explicativo
que
crea
una
comunidad
no
normativa
en
la
cual
“la
restauración
del
sentido
colectivo
de
identidad
y
de
representación
histórica
en
el
país
natal
podría
ser
resuelto
a
través
de
la
misma
diáspora”
(5).
Por
tanto,
la
identidad
diaspórica
provee
solamente
soluciones
aleatorias
que
son
discontinuas
e
ilimitadas,
entrelazando
los
márgenes
y
el
centro
47
Como
algunos
críticos
han
observado,
autores
mexicoamericanos
como
Helena
María
Viramontes
y
Demetria
Martínez
(quien
intervino
en
el
Movimiento
de
Asilo
para
esconder
refugiados
de
la
guerra
salvadoreña
en
los
años
ochenta)
han
explorado
estas
cuestiones
de
identidad
e
invisibilidad,
silencio
y
representación
entre
centroamericanos.
Por
otra
parte,
sus
obras
también
tratan
sobre
las
relaciones
identitarias
entre
salvadoreños
y
mexicoamericanos
dentro
de
los
Estados
Unidos.
IR
Y
VENIR
141
luego
se
dispersó
por
todo
el
vasto
territorio
norteamericano.
Así
que,
aunque
la
mayoría
de
centroamericanos
aún
viven
en
su
mayor
parte
en
California
y
Texas,
siendo
Los
Ángeles
y
Houston
las
principales
áreas
urbanas
donde
se
concentran,
también
existen
grupos
importantes
de
centroamericanos
presentes
y
visibles
en
ciudades
tan
diversas
como
Miami,
Chicago,
Washington
D.C.,
Nueva
York,
Providence
y
Boston.
Asimismo,
están
presentes
en
áreas
rurales
de
Kansas,
Iowa,
Illinois
y
Nebraska.
Pese
a
su
presencia
numérica,
la
población
centroamericana
permanece
casi
invisible
dentro
del
confín
imaginario
de
lo
que
constituye
el
panorama
multicultural
de
los
Estados
Unidos.
Para
dar
un
ejemplo
reciente,
escribí
este
trabajo
en
medio
de
la
gran
conmoción
de
los
medios
de
comunicación
respecto
a
la
probabilidad
de
que
la
película
“The
Beautiful
Mind”
ganara
el
Oscar.
Con
todo
y
esto,
perdido
en
la
especulación
de
si
el
actor
australiano
Russell
Crowe,
quien
representa
al
matemático
John
Nash,
ganaría
Oscares
o
si
Nash
era
homosexual
o
antisemita,
estaba
el
hecho
de
que
la
esposa
de
Nash
era
Alicia
Lardé,
una
mujer
centroamericana.
En
la
película,
ni
se
hace
mención
alguna
a
su
origen
y
nacionalidad
salvadoreña,
ni
su
papel
fue
personificado
por
una
actriz
latina.
Alicia
Lardé
era
una
estudiante
de
física
de
M.I.T.
cuando
Nash
la
conoció
en
los
tardíos
años
cincuenta,
siendo
éste
un
logro
muy
importante
para
una
mujer
centroamericana
en
aquellos
días.
Lardé
es
la
sobrina
de
Salarrué,
uno
de
los
escritores
salvadoreños
más
sobresalientes
del
siglo
XX,
que
estaba
casado
con
Zelie
Lardé.48
La
otra
única
“celebridad”
centroamericana-‐americana
reciente
de
quien
me
acuerdo
es
Rosa
López.
Los
seguidores
del
periodismo
sensacionalista
deben
recordar
que
ella
era
la
empleada
doméstica
en
la
casa
de
O.J.
Simpson
y
su
testimonio
fue
decisivo
para
que
lo
declarasen
no
culpable.
Ella
también
era
una
mujer
salvadoreña.
Como
lo
manifesté
en
un
trabajo
anterior,
“latino
estadounidense”
es
una
categoría
compleja
cuya
especificidad
ha
llegado
a
referirse
a
una
gran
variedad
de
grupos
que
viven
en
este
país
que
van
desde
caribeños
hasta
mexicanos
entre
otros,
pero
que
raramente
liga
a
esta
categoría
ese
singular
y
contradictorio
tropo:
“centroamericano-‐americano”,
una
repetición
retórica
que
suena
a
48
Un
punto
similar
destaca
Lisa
Navarrete
(2002)
cuando
argumenta
que
“podríamos
haber
presenciado
la
representación
de
una
verdadera
rareza
de
un
modelo
ejemplar
y
tridimensional
de
una
latina
por
una
actriz
bien
conocida
y
aclamada
por
la
crítica.
Aún
mejor,
este
hecho
hubiera
podido
dar
la
oportunidad
a
una
actriz
latina
de
impulsar
su
carrera...Al
menos,
Howard
y
Goldsman
deben
a
la
comunidad
latina
una
explicación...”
IR
Y
VENIR
142
49
Jorge
Tetzagüic,
un
inmigrante
guatemalteco
que
trabaja
con
pandillas
latinas
urbanas,
argumenta
que
los
jóvenes
centroamericanos
no
necesariamente
se
consideran
a
sí
mismos
como
tales,
sino
que
expresan
su
punto
de
vista
diciendo
que
“ellos
no
se
sienten
cómodos
con
mexicanos
ni
tampoco
con
suramericanos,
sino
que
se
sienten
a
gusto
en
la
compañía
y
complicidad
de
otros
centroamericanos,
aunque
ellos
no
hayan
pensado
en
una
identidad
centroamericana
propiamente
dicha”.
Comunicación
personal,
Cambridge,
MA,
6
de
abril
de
2002.
La
categoría
estadística
de
“otros
centroamericanos”
expuesta
por
Michael
Jones-‐Correa
en
los
gráficos
que
usó
en
su
ensayo
“Swimming
in
the
Latino
Sea:
The
‘Other’
Latinos
and
Politics”,
puede
también
señalar
a
un
pequeño
segmento
de
la
población
centroamericana
en
los
Estados
Unidos
que
prefiere
no
identificarse
por
su
origen
nacional
(guatemalteco-‐
americano
o
salvadoreño-‐americano,
por
ejemplo).
Algunos
individuos
como
el
poeta
maya
Chinchilla
se
han
manifestado
públicamente
acerca
de
sentirse
más
“centroamericano-‐americano”
que
“guatemalteco-‐americano”.
IR
Y
VENIR
143
IR
Y
VENIR
144
50
En
mi
opinión,
este
es
un
ejemplo
de
la
situación
que
yo
mismo
he
vivido,
y
a
pesar
de
no
haber
sufrido
el
mismo
destino
de
muchos
de
mis
compatriotas,
he
experimentado
esta
múltiple
marginalización
de
forma
dramática,
angustiante
y
trágica.
Nosotros
también
somos
nativos,
como
Spivak
le
recuerda
a
Benita
Parry
cuando
ella
critica
su
posición
de
no
dejar
hablar
al
subalterno.
“Hablamos
como
el
Friday
de
Defoe,
únicamente
que
lo
hacemos
mejor”
(190).
IR
Y
VENIR
145
51
Pete
Sigal
(2000)
comenta
esto.
Ver
especialmente
la
p.41
para
un
análisis
análogo
del
asunto.
IR
Y
VENIR
146
articularon
una
identidad
complementaria
entre
grupos
de
ambas
áreas,
el
valle
central
de
México
y
el
istmo.
Un
grupo
representaba
al
sol
y
el
otro
a
la
luna.
Esta
dualidad
era
representada
en
un
juego
competitivo
de
bola.
En
este
deporte,
los
guerreros
del
sol
y
los
de
la
luna
competían
entre
sí
en
una
revalidación
ritualizada
de
la
lucha
sobrenatural
entre
los
dioses
del
cielo
y
aquellos
del
infierno.
La
lógica
de
esta
articulación
es
compleja
y
podría
ser
el
tema
de
un
ensayo
mucho
más
largo.52
No
obstante,
la
conquista
española
rompió
el
modelo
complementario
mediante
el
cual
ambos
grupos
se
identificaban
a
sí
mismos,
y
articuló
una
nueva
lógica
de
conquista
y
colonialismo
que
cambió
el
eje
de
equilibrio
entre
ellos,
del
eje
horizontal
al
eje
vertical.
De
acuerdo
con
Max
Harris
(2000),
en
la
tercera
década
del
siglo
XVI,
la
Europa
católica
estaba
nerviosa
porque
el
territorio
que
ellos
controlaban
se
estaba
perdiendo
tanto
por
el
surgimiento
del
protestantismo
como
por
el
avance
de
las
fuerzas
armadas
de
Süleyman
El
Magnífico.
Como
consecuencia,
la
única
esperanza
que
tenía
el
catolicismo
para
sobrevivir,
según
algunos
católicos
españoles,
era
su
instauración
en
el
Nuevo
Mundo.
Por
ende,
en
1523
con
Cortés
vinieron
doce
misioneros
franciscanos
que
fueron
vistos
como
los
doce
apóstoles:
Ellos
se
creyeron
los
llamados
a
establecer
una
iglesia
pura
entre
los
indígenas
que,
a
su
vez,
restituiría
las
bendiciones
divinas
a
la
Europa
católica
presidida
por
el
santo
emperador
romano
y
el
rey
de
España
Carlos
V.
La
orden
franciscana
en
España
creía
que
la
conquista
y
conversión
del
nuevo
mundo
presagiaba
el
resurgimiento
del
poder
español
y
el
inminente
triunfo
del
catolicismo
en
el
viejo
mundo.
Se
creía
que
España
llevaría
en
barco
a
los
ejércitos
de
indígenas
conversos
del
nuevo
mundo
a
través
del
Atlántico
y
en
el
Mediterráneo,
para
unir
fuerzas
con
la
armada
católica
de
Carlos
V
en
una
última
cruzada
triunfante
contra
los
musulmanes
y
judíos
del
viejo
mundo.
(Harris
123)
En
este
contexto,
el
primer
logro
de
la
conquista
fue
el
“milagro”
en
la
colina
del
Tepeyac
en
1531
al
norte
de
la
ciudad
de
México,
cuando
supuestamente
la
Virgen
María
se
apareció
a
un
indio
converso
llamado
Juan
Diego.
El
hecho
de
que
el
reino
Mexica
fuera
elegido
como
el
lugar
del
nuevo
reino
católico
con
la
52
Estas
imágenes
han
sido
desarrolladas
más
ampliamente
en
mi
novela
Jaguar
en
llamas
(1989).
IR
Y
VENIR
147
creación
de
una
virgen
indígena
y
que
los
guerreros
Tlaxclaltecas
fueran
usados
por
Pedro
de
Alvarado
en
su
conquista
de
la
parte
norte
del
istmo
centroamericano,
cambió
radicalmente
las
relaciones
de
poder
que
habían
prevalecido
durante
los
mil
años
previos.
Por
primera
vez,
los
papeles
complementarios
del
valle
central
y
el
istmo
fueron
destruidos,
y
el
poder
del
primero
ahora
llamado
Virreinato
de
la
Nueva
España
fue
impuesto
sobre
este
último
que
ahora
lo
constituían
los
habitantes
del
Reino
de
Guatemala
(posteriormente
“Capitanía
General”).
La
intervención
española
entonces
cambió
las
formas
de
identidad
en
la
región
y
fijó
la
nueva
dinámica
del
poder.
Richard
Trexler
ya
había
señalado
en
Sex
and
Conquest
que
a
menudo,
los
españoles
feminizaban
a
sus
enemigos
de
guerra
y
violaban
tanto
a
los
hombres
como
a
las
mujeres
que
conquistaban
(Trexler
1995:
60-‐81).
Aunque
pudiera
parecer
extraño,
este
gesto
se
suponía
que
mostraba
a
los
europeos
que
la
gente
conquistada
era
menos
civilizada
que
sus
conquistadores.
Sigal
agrega
que
“los
españoles
feminizaban
a
sus
enemigos
con
el
fin
de
mantener
cierta
distancia
social
entre
ellos
mismos
y
el
Otro”
(2000:
44).
Los
conceptos
de
poder
de
género
también
existían
en
los
tiempos
prehispánicos,
pero
los
guerreros
vencidos
jamás
eran
violados
y
siempre
tenían
la
oportunidad
de
recobrar
su
masculinidad
a
través
de
sacrificios
humanos.
Esta
celebración
tan
macabra
como
pudiera
parecer
a
los
ojos
occidentales,
era
percibida
por
los
indígenas
como
un
símbolo
de
renacimiento
que
permitía
a
la
comunidad
pasar
de
una
era
a
otra.
Bajo
este
sistema
de
conocimiento,
el
sacrificio
humano
no
era
un
mero
ejercicio
para
calmar
a
los
furiosos
dioses,
como
ha
sido
popularmente
descrito,
sino
que
era
un
marcador
de
tiempo
en
el
cual
el
sacrificio
mismo
era
un
acto
creativo
de
autoempoderamiento
que
garantizaba
la
supervivencia
y
el
crecimiento
de
la
comunidad
(Sigal
47).
Los
guerreros
vencidos,
que
simbólicamente
habían
perdido
su
hombría
en
la
batalla,
podían
recuperarla
y
ser
considerados
como
héroes
si
ellos
aceptaban
la
ceremonia
de
sacrificio.
Este
proceso
ejemplar
también
ayuda
a
preservar
el
balance
entre
las
dos
regiones
del
mundo
mesoamericano.
En
consecuencia,
la
ritualización
de
las
guerras
de
las
flores
o
“Guerras
Floridas”
era
efectuada
para
preservar
el
dualismo
mesoamericano,
como
lo
era
el
juego
de
bola
con
su
continua
lucha
entre
los
guerreros
del
sol
y
los
de
la
luna.
Sin
embargo,
una
vez
tuvo
lugar
la
conquista
militar
española
no
hubo
mayor
posibilidad
de
redención
de
género,
pues
la
masculinidad
de
los
guerreros
mayas
vencidos
no
podía
salvarse
IR
Y
VENIR
148
por
medio
del
ritual
del
sacrificio.
Muchos
otros
elementos
del
mundo
Maya
se
alteraron,
incluyendo
el
conflicto
que
se
produjo
entre
conceptos
como
guerrero
y
pecador
(Sigal
61);
la
participación
de
los
guerreros
Tlaxcaltecas,
reclutados
por
Alvarado,
en
la
conquista
de
los
Mayas;
el
nuevo
nombre
de
la
ciudad
Mexica
y
la
designación
de
esta
ciudad
como
la
capital
del
virreinato
de
Nueva
España
y
como
lugar
de
la
capilla
de
Guadalupe.
Por
tanto,
fueron
establecidas
nuevas
reglas
de
orden
y
de
poder
que
hicieron
que
los
habitantes
del
istmo
no
fueran
considerados
iguales
a
los
mexicas
sino
inferiores,
y
por
ende
subordinados
del
virreinato.
Los
guerreros
mayas
derrotados
fueron
feminizados
sin
la
posibilidad
de
recobrar
su
masculinidad,
inclusive
a
los
ojos
de
los
habitantes
nativos
del
valle
central
de
México.53
En
otras
palabras,
la
colonización
cambió
la
percepción
que
los
supervivientes
del
mundo
Mexica
(ellos
mismos
subalternados
por
los
españoles)
tenían
acerca
de
la
gente
del
istmo.
Eran
vistos
como
gente
manchada
y
violada,
lo
que
justificaba
su
clasificación
en
un
estrato
social
por
debajo
del
suyo
propio.
En
este
nuevo
orden,
como
Garrett
W.
Cook
dice,
España
llegó
a
ser
el
Tulán
de
la
mitología
de
la
posconquista,
Santiago
se
convirtió
en
la
estrella
matutina
y
Jesús
en
un
embaucador,
cuya
persecución
por
sus
enemigos
estableció
el
orden
mundial
(Cook
2000:23).
Una
de
las
consecuencias
directas
de
la
situación
de
los
indígenas
del
istmo
situados
en
lo
más
bajo
de
la
jerarquía
regional,
es
el
refrán
“Mejor
pobre
que
indio”,
un
adagio
racializado
por
campesinos
mestizos
pobres,
que
todavía
se
oye
en
toda
Guatemala
en
la
actualidad.
Este
fenómeno
también
es
la
base
del
argumento
de
David
Theo
Goldberg
según
el
cual:
“la
raza
es
integral
al
surgimiento,
desarrollo
y
transformaciones...
del
estado-‐nación
moderno”
(2000:
4).
De
acuerdo
con
Goldberg,
la
definición
racial
de
los
estados
modernos
surge
conceptualmente
de
los
debates
entre
Sepúlveda
y
Las
Casas
en
los
años
1550,
donde
la
naturaleza
del
“indianismo”
se
utilizaba
para
definir
el
papel
que
desempeñaba
la
población
conquistada
en
el
modelo
colonial
que
emergía
en
ese
momento.
En
términos
europeos,
una
buena
explicación
del
alterado
orden
que
dejó
a
los
53
Este
es
el
tema
de
mi
análisis
del
personaje
Kukulkán
en
Leyendas
de
Guatemala
de
Asturias.
Ver
“El
nacimiento
del
neoindigenismo:
Quetzalcoatl
resimbolizado”.
La
feminización
simbólica
de
los
guerreros
mayas
pudiera
también
explicar
por
qué
en
los
tiempos
modernos
el
más
grande
insulto
de
la
región,
más
allá
del
tan
apaleado
“hijo
de
la
chingada”
es
“hueco”,
un
eufemismo
de
“homosexual”.
En
el
mundo
ibérico
un
“hueco”
no
es
el
“top”,
el
varón
que
penetra
otro
varón,
sino
el
“bottom”,
el
penetrado.
IR
Y
VENIR
149
centroamericanos
con
tan
bajo
status
fue
el
hecho
de
que
México
era
más
rico,
considerando
los
enormes
depósitos
de
plata
hallados
en
la
Sierra
Madre
mexicana,
mientras
que
en
Centroamérica,
en
cambio,
no
fueron
encontrados
metales
preciosos.
Como
consecuencia,
durante
el
período
colonial
el
istmo
se
convirtió
en
subalterno
del
virreinato
de
la
Nueva
España
y
por
ende,
la
Capitanía
General
del
reino
de
Guatemala
tuvo
que
jurar
lealtad
al
virrey
de
Nueva
España.
Además,
en
la
Inquisición
guatemalteca,
que
era
dependiente
de
la
ciudad
de
México,
tanto
las
autoridades
inquisitoriales
como
los
sacerdotes
guatemaltecos
estaban
bajo
el
mando
del
arzobispo
de
Nueva
España.
Todo
el
comercio
de
la
región
hacia
España
tenía
que
parar
primero
en
Veracruz
y
recibir
un
certificado
del
virrey
antes
de
cruzar
el
Atlántico
hacia
Cádiz.
Cuando
México
declaró
su
independencia
de
España
en
1821,
inmediatamente
el
ejército
mexicano
de
Vicente
Filísola
invadió
Centroamérica
y
la
anexó
al
imperio
de
Agustín
de
Iturbide
que
duró
un
corto
tiempo.
No
obstante,
cuando
este
fue
derrocado
de
su
poder
eel
1
de
julio
de
1823,
una
vez
más
Centroamérica
declaró
su
independencia,
esta
vez
de
México.
Sin
embargo,
durante
este
proceso
las
provincias
de
Chiapas,
Tabasco
y
Campeche
(habitadas
por
los
mayas)
que
habían
sido
adscritas
al
reino
de
Guatemala
durante
la
colonia,
se
perdieron
con
la
nueva
República
de
México.
Durante
el
período
independiente,
doscientos
años
de
tensa
cohabitación
han
hecho
de
Centroamérica
una
provincia
cultural
de
México
donde
se
contratan
mariachis,
multitudes
han
idolatrado
a
Cantinflas
y
los
tacos
dominan
el
escenario
gastronómico.
Simultáneamente,
la
paranoia
acerca
de
las
intenciones
políticas
de
México
ha
servido
para
autorizar
y
legitimar
regímenes
políticos
dudosos
en
la
región,
a
la
vez
que
se
organizan
fiestas
cada
vez
que
el
equipo
nacional
de
fútbol
de
México
pierde
un
juego
durante
la
Copa
Mundial
de
Fútbol.
Esta
ambigüedad
aparece
en
la
película
El
Norte,
cuando
Enrique,
que
está
trabajando
ilegalmente
en
un
restaurante
de
Los
Ángeles,
es
denunciado
a
los
Servicios
de
Inmigración
y
Naturalización
por
un
méxicoamericano,
mientras
que
un
mexicano
ilegal
lo
salva
del
arresto.54
Mi
narrativa
no
pretende
reducir,
a
estas
pocas
líneas,
los
complejos
eventos
históricos
que
conformaron
una
red
colonial
singular
durante
un
período
de
tres
siglos;
tampoco
es
mi
intención
pretender
afirmar
que
las
relaciones
entre
los
mexicanos
y
los
guatemaltecos
se
han
54
Yo
simplemente
advierto
del
fenómeno
aquí.
Por
otro
lado,
uno
podría
problematizar
tanto
la
naturaleza
de
esta
representación
fílmica,
como
el
efecto
negativo
que
estas
escenas
generaron
a
los
espectadores
mexicoamericanos
durante
los
años
ochenta.
IR
Y
VENIR
150
55
En
realidad
fue
la
experiencia
de
la
mayoría
de
exiliados
guatemaltecos
en
México
durante
el
siglo
XX.
Fueron
recibidos
con
los
brazos
abiertos
en
el
país,
les
ofrecieron
trabajo,
les
dieron
papeles
de
residencia
y
les
proveyeron
humana
y
políticamente
con
solidaridad.
Yo
mismo
me
beneficié
en
los
años
ochenta.
56
Estamos
manejando
aquí
la
descripción
de
modernidad
de
Foucault
en
“What
is
Enlightenment?”.
57
Los
inmigrantes
guatemaltecos
José
Mercedes
Sotz,
René
Funes
y
Byron
Titus
hablaron
abiertamente
de
su
ambigüedad
en
relación
con
los
inmigrantes
mexicanos.
Comunicación
personal,
Cambridge,
MA,
6
de
abril
de
2002.
IR
Y
VENIR
151
también.
En
mi
primer
día
en
la
clase
de
cuarto
grado
del
señor
Bax,
un
pequeño
niño
llamado
Alex
me
preguntó
que
yo
de
donde
era...
“Mmmm”,
yo
empecé.
“Mmmm”,
continué
mirándolo
a
los
ojos.
Yo
iba
a
decir
México.
Se
suponía
que
debía
decirle
de
México
y
agregar
“pero
nacido
aquí”
y
dejarlo
así.
Mi
madre
me
dijo
que
debía
decirlo
todas
las
veces
inclusive
en
la
escuela
elemental
Union
Avenue.
Todo
lo
que
nos
gusta
a
los
salvadoreños:
pupusas,
pacaya,
flor
de
izote
y
el
español
era
reservado
para
la
casa,
nunca
en
público...Siempre
di
que
eres
mexicano.
Siempre
habla
inglish
en
la
calle.
Sólo
así
te
dejarán
tranquilo.
(66)
La
mezcla
de
todos
estos
elementos
ha
intensificado
la
opresión
familiar
a
todos
estos
grupos
de
inmigrantes.58
Los
centroamericanos
que
huían
a
los
Estados
Unidos
tenían
que
enfrentar
no
sólo
el
trauma
por
la
muerte
de
sus
familiares
y
de
pueblos
arrasados,
sino
la
angustia
de
tener
que
pasar
por
mexicanos.
No
obstante,
ser
confundidos
con
los
mexicanos
a
veces
les
daba
ventajas
porque
les
posibilitaba
camuflarse
como
mecanismo
de
supervivencia.
Si
bien
es
cierto
que
este
hecho
era
positivo
desde
el
punto
de
vista
de
seguridad
y
de
protección
frente
a
los
organismos
de
inmigración,
también
lo
es
el
hecho
de
que
se
veían
forzados
a
adoptar
una
identidad
que
no
era
propia,
una
identidad
que
de
alguna
manera
les
era
familiar
pero
que
ellos
no
manejaban
ni
les
permitía
actuar
con
la
misma
naturalidad
con
la
que
ellos
actuaban
siendo
ellos
mismos.
Escenas
típicas
de
esta
problemática
aparecen
en
la
película
El
Norte.
En
una
de
ellas,
los
dos
hermanos
se
trepan
en
la
parte
trasera
de
una
camioneta
estacionada
a
la
orilla
de
la
carretera
a
la
cual
le
estaban
cambiando
una
llanta
desinflada
en
Chiapas.
Cuando
el
conductor
los
descubre,
ellos
le
dicen
que
son
de
Oaxaca.
Desafortunadamente,
Enrique
y
Rosa
no
tenían
ni
idea
de
la
geografía
y
señalaron
para
el
sur,
hacia
Guatemala,
cuando
en
realidad
Oaxaca
estaba
ubicado
al
norte
de
donde
ellos
estaban.
En
una
escena
diferente,
cuando
los
hermanos
son
atrapados
en
la
frontera,
repetían
continuamente
la
palabra
“chingada”
a
fin
de
ser
reconocidos
como
individuos
mexicanos,
lo
cual
hace
evidente
que
“actuar
como
mexicanos”
es
otra
58
Cuando
me
refiero
a
asuntos
tradicionales
como
los
que
he
señalado
en
otra
parte,
hablo
del
proceso
de
aprendizaje
de
una
nueva
lengua
y
de
una
nueva
cultura,
la
separación
de
aquellos
que
amamos,
así
como
del
resentimiento
provocado
por
una
población
hostil
que,
en
este
caso
en
particular,
incluye
latinos
de
otras
nacionalidades
que
llegaron
antes
que
ellos.
IR
Y
VENIR
152
contrarepresentación
de
los
centroamericanos
en
los
Estados
Unidos
que,
contradictoriamente
coherente,
se
convierte
solamente
en
una
parodia
de
los
estereotipos
étnicos.
Después
de
todo,
cuando
una
persona
se
identifica
con
alguien
más,
él
o
ella
crean
una
imagen
interna
de
esa
persona
o
de
quien
ellos
desean
que
esa
persona
sea,
para
luego
identificarse
con
esa
imagen
interiorizada
e
idealizada.
Una
identidad
no
es
moldeada
en
“otro”
concreto
sino
en
la
imagen
de
su
imagen,
la
imagen
estereotipada
de
los
mexicanos
que
la
cultura
popular
ha
proyectado
en
Centroamérica.
En
otras
palabras,
durante
el
proceso
de
“actuar
como
mexicanos”
los
centroamericanos
articulan
lo
que
ellos
desean
que
el
“otro”
sea,
y
no
tanto
lo
que
los
mexicanos
como
grupo
heterogéneo
realmente
son.
En
realidad,
es
discutible
que
ellos
estén
representando
lo
que
el
nuevo
poder
colonial
piensa
que
el
“otro”
mexicano
es,
ya
que
como
en
el
caso
de
España
y
los
Mexica,
los
Estados
Unidos
ven
a
los
mexicanos
como
“los
indeseables
preferidos”,
más
por
razones
políticas
que
por
razones
económicas.
Este
proceso
puede
llamar
la
atención
por
la
devastación
psíquica
causada
por
la
representación
negativa
sistemática
de
los
mexicanos
o
de
los
méxicoamericanos
como
otros
que
los
reflejan,
imitan
e
interiorizan
estos
estereotipos
sin
problematizarlos
o
sin
asumir
una
distancia
crítica.59
La
forma
en
que
los
centroamericanos
en
los
Estados
Unidos
son
forzados
a
parodiar
los
estereotipos
étnicos
de
los
mexicanos
en
una
especie
de
“travestismo
representativo”,60
no
sólo
impide
su
aparición
y
reconocimiento,
sino
que
también
socava
la
identidad
tanto
del
intérprete
como
del
interpretado;
es
una
reiteración
de
la
normativa.
Debemos
recordar
que
este
estereotipo
es
una
simplificación
porque
es
una
forma
de
representación
que
niega
el
papel
de
la
diferencia
entre
todos
aquellos
grupos
involucrados;
después
de
todo,
los
estereotipos
fijan
las
diferencias.
Como
Homi
Bhabha
manifiesta:
“Los
sujetos
del
discurso
son
construidos
dentro
de
un
aparato
de
poder
que
contiene,
en
ambos
sentidos
de
la
palabra,
el
conocimiento
de
un
“otro”,
un
59
Esta
situación
puede
ser
vista
de
acuerdo
con
las
expectativas
generadas
previamente
al
11
de
septiembre,
acerca
de
la
legalización
de
la
migración
mexicana
en
los
Estados
Unidos,
y
en
los
gestos
imitadores
del
consulado
de
los
guatemaltecos
y
salvadoreños
en
California,
concediendo
tarjetas
de
identificación
consular
a
sus
ciudadanos
ilegales
siguiendo
el
ejemplo
mexicano.
60
Prefiero
el
término
“travestismo
representativo”
para
subrayar
el
aspecto
de
representación
de
la
identidad
como
la
perfila
en
su
trabajo
Judith
Butler,
más
que
términos
similares
como
“travestismo
cultural”
que
ha
sido
usado
por
críticos
jóvenes
como
Jossiana
Arroyo
en
presentaciones
como
“Carnaval,
masculinidad
y
máscaras
de
la
identidad
en
Cuba
y
Brasil:
el
travestismo
cultural
de
Fernando
Ortiz”,
para
contextualizar
algunos
escritores
cubanos,
brasileños
y
latinos.
IR
Y
VENIR
153
conocimiento
que
es
estacionario
y
fetichista
y
que
circula
a
través
del
discurso
colonial
como
esa
forma
limitada
de
otredad
que
he
llamado
el
estereotipo”
(1993:
78).
Estas
representaciones
no
sólo
impiden
a
los
migrantes
centroamericanos
elaborar
una
catarsis
que
les
permita
curarse
del
trauma
de
la
guerra;
sino
que
son
estas
mismas
estrategias
representacionales
un
contaminante
simbólico
de
su
propia
subjetividad,
al
grado
que
en
ser
cuidadosos
para
no
articular
ninguna
forma
de
protesta
en
contra
del
racismo,
sexismo
u
otra
práctica
opresiva,
ellos
se
autoreprimen
de
utilizar
su
poder
y
de
desafiar
la
autoridad.61
Como
consecuencia,
mientras
se
acentúa
el
conflicto
entre
grupos
étnicos,
también
se
mantienen
los
pensamientos
alternativos
alejados
del
paisaje
latino.
Por
eso
es
que
en
la
novela
‘centroamericana-‐americana’
de
Mario
Bencastro,
Odisea
del
norte,
el
protagonista
salvadoreño
Calixto
se
muestra
“aturdido,
aterrorizado,
furioso
e
imposibilitado
para
decir
una
palabra
acerca
de
su
tragedia”
(1998:
2).
Por
este
motivo,
cuando
le
preguntan
acerca
de
su
compañero
de
trabajo,
quién
cayó
y
murió
porque
las
cuerdas
se
rompieron
al
estar
lavando
las
ventanas
del
octavo
piso
del
edificio
Adams-‐Morgan
en
Washington
D.C.,
el
triple
pasado
participio
denota
el
triple
grado
de
miedo
que
siente
Calixto.
Sorprendido
por
la
muerte
de
su
compañero,
temeroso
de
la
policía
porque
es
ilegal,
pero
también
enojado
como
resultado
del
trauma
de
una
guerra
que
todavía
parece
perseguirlo
complicando
sus
relaciones
con
la
autoridad.
Él
no
sólo
teme
a
la
policía
porque
“ellos
lo
culparían
por
esa
muerte
y
él
terminaría
en
la
cárcel,
sino
deportado
por
ser
indocumentado”
(2)
como
cualquier
otro
inmigrante
en
los
Estados
Unidos,
sino
también
porque
él
fue
injustamente
perseguido
en
su
país
de
origen:
Cuando
varios
hombres
llegaron
a
la
sala
buscando
a
Calixto,
Lina
su
esposa
estaba
en
el
apartamento
de
su
amiga
Hortensia,
al
otro
lado
del
edificio.
Un
vecino
vino
corriendo
a
avisarles.
“¡Ellos
están
buscando
a
don
Calixto
para
arrestarlo!”
“¿Arrestarlo
por
qué?”
pregunto
Lina
con
sobresaltada
incredulidad.
“¡Ellos
dicen
que
él
es
un
61
Aquí
puede
ser
útil
recordar
la
distinción
que
Zizek
hace
sobre
la
identificación
imaginaria
como
un
parecido
imaginado
con
la
imagen
que
puede
ser
vista,
y
la
identificación
simbólica
como
la
mirada,
la
forma
en
que
creemos
que
vemos
a
otros,
actuando
de
cierta
forma
agradable
o
despreciable
para
nosotros
mismos.
Chow
ya
ha
comentado
ésto
(1998:
41-‐42).
IR
Y
VENIR
154
62
Los
guatemaltecos
José
Mercedes
Sotz
y
René
Funes
hablan
abiertamente
de
este
miedo
que
impide
a
la
comunidad
que
se
organice
como
tal
en
Estados
Unidos.
Personal
Communication,
Cambridge,
MA,
6
de
abril
de
2002.
IR
Y
VENIR
155
irreconocidos.
Como
sujetos
nacionales,
ellos
carecían
de
una
verdadera
identidad
hasta
el
grado
en
que
fueron
privados
de
sus
derechos
civiles;
es
decir,
ni
eran
articulados
como
parte
integrante
de
la
comunidad,
ni
considerados
como
un
verdadero
antagonista
fuera
de
ella.
La
gente
que
huyó
de
los
países
centroamericanos,
indígenas
o
no,
se
mantuvieron
en
oposición
al
sueño
oligarca
de
autorealización,
mientras
los
campesinos
encarnaban
todo
lo
opuesto
a
aquello
que
la
oligarquía
representaba.
Vistos
por
la
oligarquía
como
gente
deforme
y
carente
de
belleza,
lo
cual
por
definición
no
podía
constituir
un
sujeto,
vinieron
a
representar
el
mismo
proceso
de
desestabilización
nacional
en
sí,
pues
no
eran
ni
occidentales
ni
extranjeros
para
el
país.
Permanecieron
silenciados
e
invisibles
por
su
conformación
como
un
grupo
social
“impropio”
representado
en
una
otredad
innombrable
e
indefinible
que
permanece
“irrepresentable”
dentro
de
la
visión
oligarca
de
lo
que
supuestamente
significa
el
occidente.63
Por
ende,
estos
inmigrantes
constituyen
una
población
que
ni
fue
totalmente
definida
en
su
país
de
origen,
ni
se
sintieron
en
casa
en
su
propio
país
pese
a
poseer
una
tradición
propia
(Los
Mayas
serían
una
excepción
a
esto,
por
supuesto).
Sin
embargo,
a
pesar
de
ser
una
población
tan
traumatizada
por
el
tercer
tipo
de
miedo,
ni
están
tratando
de
reimaginarse
a
sí
mismos
en
los
Estados
Unidos,
ni
tampoco
de
inventar
un
sueño
utópico
de
libertad
política
y
mucho
menos
albergando
expectativas
económicas,
aunque
estos
dos
últimos
elementos
estén
presentes
también
en
la
comunidad.
Ante
todo,
los
centroamericanos
en
los
Estados
Unidos
están
tratando
de
convenir
con
el
hecho
de
que
las
estructuras
estabilizadoras
de
sus
propios
países
de
origen
intentan
protegerse
a
sí
mismas
poniéndoles
una
etiqueta
de
impresentables,
y
por
ello
de
población
desechable,
una
actitud
expresada
como
una
experiencia
límite
en
las
masacres
y
el
genocidio
de
los
ochentas;
en
términos
de
Lyotard
lo
que
es
el
“terror
originario”.
Sus
repercusiones
se
sienten
en
el
silencio
presente
de
los
centroamericano-‐americanos
y
en
su
tendencia
a
imitar
lo
que
perciben
como
su
otro
privilegiado:
los
méxicoamericanos.64
63
Estas
reflexiones
siguen
de
cerca
el
análisis
de
los
judíos
en
el
régimen
Nazi
hecho
por
Brandt,
en
su
artículo
“Compartiendo
lo
incompartible:
Jabès,
deconstrucción
y
el
pensamiento
de
los
judíos”.
Hay
una
similitud
obvia
entre
la
experiencia
del
holocausto
y
el
genocidio
en
Centroamérica
en
1932
y
en
la
década
de
los
ochenta
respectivamente
64
Es
en
este
contexto
en
el
que
Hamilton
y
Stoltz
Chinchilla
encuentran
en
su
investigación
sociológica
que
“los
niños
y
la
gente
joven
estaban
totalmente
desensibilizados
a
la
violencia”
(2001:
52),
también
notaron
que
los
centroamericanos
vinieron
a
los
Estados
Unidos
bajo
circunstancias
traumáticas
similares
a
las
de
la
población
del
sudeste
de
Asia,
obviamente
considerando
que
este
último
grupo
tenía
estado
legal
y
por
ende
estaba
autorizado
para
IR
Y
VENIR
156
En
la
película
El
silencio
de
Neto
(1994),
dirigido
por
el
guatemalteco
Luis
Argueta,
residente
de
Nueva
York,
la
reacción
del
pequeño
niño
Neto
ante
el
doble
trauma
del
bombardeo
de
la
ciudad
de
Guatemala
en
junio
de
1954
y
la
pelea
entre
su
tío
favorito
Ernesto
y
su
padre,
es
el
miedo.
Cuando
Neto
le
dice
a
su
tío
Ernesto,
“¿Por
qué
no
mejor
se
queda
callado?”,
el
siempre
vigilante
tío
Ernesto
contesta:
-‐Eso
sería
lo
más
fácil,
¿verdad
Neto?
Pero
no.
Cuando
hay
que
hablar,
hay
que
hablar.
Cómo
te
parecés
a
tu
mamá.
Tan
callado
como
ella...
Tan
callado
como
todo
este
país.
Neto,
ese
silencio
no
es
bueno.
Nos
lo
metieron
adentro
desde
que
nacemos,
pero
hay
que
luchar
hasta
sacarlo
por
completo.
Entonces
podremos
respirar.
Por
eso
es
que
Josefina
Gutiérrez,
viviendo
en
el
distrito
Pico-‐Unión
de
los
Ángeles,
dice
que
“era
más
fácil
decir
que
yo
era
chicana”
(izote
vos
28).
O
por
qué
Josefina
Martínez
Pimentel,
quien
vino
legalmente
al
país
con
un
título
universitario
de
UCLA
y
una
Maestría
de
Berkeley,
escribe:
Mi
identidad
no
tiene
que
ver
con
afirmar
la
diferencia
entre
yo
y
mis
hermanas
mexicanas...
No
tiene
que
ver
con
hacer
ver
a
alguien
in
MECHA
(Movimiento
Estudiantil
Chicano
de
Aztlán)
que
Aztlán
no
incluye
salvadoreños...
tiene
que
ver
con
las
situaciones
que
te
hacen
más
fuerte
y
ponen
a
prueba
tu
habilidad
para
sobrevivir”
(izote
vos
59).
Sin
embargo,
Martínez
Pimentel
es
sigilosa
en
cuanto
a
lo
que
significa
la
última
frase.
Ella
calla
la
experiencia
de
la
guerra
que
la
traumatizó
tanto
a
ella
como
a
su
familia,
aunque
reconoce
que
es
un
elemento
formativo
de
su
identidad.
Dada
la
huella
del
“terror
originario”,
esta
población
se
protege
a
sí
misma
pretendiendo
ser
lo
que
no
es,
pero
ni
se
escuda
de
su
victimización
para
crear
una
identidad
en
este
país,
ni
para
obtener
ningún
reconocimiento
o
recibir
la
ayuda
económica
estadounidense,
mientras
que
los
centroamericanos
no
estaban
reconocidos
como
refugiados
por
el
gobierno
de
los
Estados
Unidos
y
por
lo
tanto,
en
contadas
ocasiones
obtenían
el
asilo
político.
Como
resultado,
su
temor
a
la
deportación
se
convirtió
en
una
obsesión
que
agudizó
el
trauma
del
“terror
originario”.
Por
ello,
Hamilton
y
Stoltz
Chinchilla
concluyeron
diciendo:
“Los
salvadoreños
y
guatemaltecos
no
pudieron
ni
ser
bienvenidos
como
refugiados
ni
tener
derecho
al
asilo.
Su
estado
de
indocumentados
determinó
su
experiencia
y
limitó
sus
opciones
en
hacer
frente
a
las
cicatrices
psicológicas
y
emocionales
que
trajeron
con
ellos...
“
(53).
IR
Y
VENIR
157
privilegios.
Viven
en
un
proceso
psíquico
replegado
que
están
tratando
de
trascender
mientras
al
mismo
tiempo
pretenden
que
nunca
pasó.
De
la
misma
manera,
los
centroamericanos-‐
americanos
terminan
en
una
negación
hasta
de
su
propia
existencia.
Esta
“no
identidad”
niega
la
posibilidad
de
unas
políticas
de
identidad.65
En
el
momento
en
que
rastreamos
la
herencia
del
genocidio
y
los
modelos
que
engendró
es
cuando
podemos
minar
la
propia
certeza
de
lo
que
sería
una
representación
latina
esencializada,
donde
el
discurso
subalterno
parece
mezclarse
con
el
discurso
del
imperio
convirtiéndose
en
una
fuerza
coercitiva
y
reduccionista
con
sus
implicaciones
prácticas.
Por
supuesto,
sabemos
confinar
las
especificidades
complejas,
lo
comunal,
asuntos
y
tensiones
existentes
incluyendo
tensiones
raciales
entre
los
mismos
latinos.
La
colección
de
información
empírica
de
Sarah
Mahler
muestra
la
aparición
de
estos
elementos
entre
salvadoreños
y
otras
comunidades
latinas
de
Long
Island.66
Estamos
de
acuerdo
con
Laó-‐Montes
cuando
afirmamos
que
la
latinización
es
el
primer
y
primordial
proceso
de
poder
de
la
diferenciación
social
y
de
la
producción
cultural
(17),
y
esas
diferencias
entre
las
comunidades
latinas
aparecen
“como
expresiones
del
deseo
por
la
definición
de
uno
mismo
y
por
la
búsqueda
afirmativa
de
una
memoria
colectiva
y
de
una
comunidad”
(18).
Al
mantener
al
centroamericano-‐americano
en
el
centro
de
la
cuestión,
generamos
una
ruptura
del
tropo
latino
que
da
lugar
a
una
crítica,
precisamente
para
evitar
el
escencialismo
de
la
noción
de
“ladino”.
En
Ethics
after
Idealism
(1998),
Rey
Chow
analiza
el
asunto
de
la
otredad
cultural
que
ha
sido
muy
importante
en
todo
su
trabajo.
Ella
argumenta
que
en
el
momento
en
que
la
identidad
cultural
se
sobreponga
con
la
forma
en
la
que
leemos
nuestros
tantos
“otros”,
lo
que
tiene
que
ser
examinado
críticamente
no
son
las
políticas
identitarias
por
sí
mismas
sino
el
idealismo,
especialmente
en
el
sentido
de
la
idealización
de
la
otredad
–que
descansa
en
el
corazón
de
las
65
Como
lo
mencioné
en
“¿Centroamericanos-‐americanos?
El
recartografiar
de
las
subjetividades
latinas
o
latinoamericanas
en
ambos
lados
de
los
montes
Rocosos”,
con
las
descripciones
también
se
corre
el
riesgo
de
homogeneizar
la
que
realmente
es
una
comunidad
heterogénea.
Debemos
recordar
que
el
desplazamiento
cultural
y
las
políticas
identitarias
que
caracterizan
a
los
centroamericanos
no
sólo
difieren
de
esos
otros
grupos
latinos
dentro
de
los
Estados
Unidos,
sino
que
también
se
diferencian
mucho
entre
ellos.
66
Ver
American
Dreaming
(1995),
un
libro
que
se
centra
en
un
grupo
de
inmigrantes
salvadoreños
que
se
establecieron
en
Long
Island.
Mahler
examina
críticamente
las
teorías
académicas
acerca
del
comportamiento
de
los
inmigrantes
y
sus
comunidades
y
argumenta
que
la
marginalización
fomenta
el
antagonismo
dentro
de
los
grupos
étnicos
mientras
socava
la
solidaridad
étnica.
IR
Y
VENIR
158
políticas
identitarias.
El
reconocimiento
de
la
necesidad
de
una
crítica
al
idealismo
le
permite
a
Chow
constituir
una
serie
de
éticas
para
la
época
postcolonial
y
posmoderna.
En
particular,
ella
emplea
el
término
“ética”
para
designar
el
acto
de
tomar
decisiones
–en
su
contexto,
decisiones
de
lectura-‐
que
inmediatamente
puede
que
no
coincidan
con
las
costumbres
sociales
predominantes
de
idealizar
nuestros
otros,
pero
que
pese
a
ello,
habilita
tales
otros
a
surgir
con
su
complejidad
total.
Podemos
ubicar
el
debate
sobre
Rigoberta
Menchú
dentro
del
planteamiento
delineado
por
Chow.
Cuando
el
antropólogo
David
Stoll
desafió
su
narración
biográfica,
la
controversia
evidenció
estar
más
relacionada
con
la
naturaleza
de
la
guerra
civil
que
con
la
vida
misma
de
Menchú.
Al
insinuar
que
los
significantes
de
Menchú
están
llenos
de
ideologemas
que
hacen
su
etnicidad
redundante,
Stoll
la
sitúa,
convenientemente,
dentro
del
estereotipo
de
la
persona
de
color
descarriada
y
alcahueta.
Esta
actitud
enmascara
la
amenaza
subyacente
y
la
tensión
oculta
que
los
sujetos
de
color
insertan
en
la
plácida
y
estable
“tiranía
narcisista”
de
la
sociedad
blanca
americana.
Sin
embargo,
este
mismo
factor
motivó
que
la
controversia
fuera
leída
como
un
fenómeno
étnico
americano
en
los
Estados
Unidos,
dentro
del
cual
no
sólo
los
centroamericanos
sino
todos
los
latinos
terminaron
siendo
tanto
explicables
como
borrados
en
una
sola
acción.
A
consecuencia
de
las
insinuaciones
de
Stoll,
las
escuelas
secundarias,
los
institutos
comunitarios
e
incluso
las
universidades
de
los
Estados
Unidos
han
dejado
de
enseñar
el
texto
de
Menchú,
lo
cual
no
significa
desde
luego,
que
otro
texto
centroamericano
o
latino
haya
tomado
su
lugar;
sino
que
simplemente
la
corriente
principal
de
los
Estados
Unidos
ha
sido
orientada
hacia
la
“no
identificación”
con
la
latinidad
como
colectividad
representada
por
esta
singular
mujer
maya.
Es
toda
la
latinidad
la
que
ha
sido
eliminada
de
su
estado
canónico
en
las
disciplinas
académicas.
Más
allá
de
nuestra
censura
moral
con
respecto
a
esta
consecuencia
particular
del
debate,
nos
vemos
forzados
a
preguntar:
¿en
primer
lugar,
por
qué
estaban
leyendo
el
libro
de
Menchú?
¿Fue
porque
ella
era
maya
o
guatemalteca,
o
porque
ella
fue
idealizada
en
los
términos
que
Chow
define
como
“la
representación
icónica
de
la
otredad”,
lo
cual
anula
su
propia
especificidad
centroamericana?
Estamos
en
parte
de
acuerdo
en
el
hecho
de
cómo
Rigoberta
Menchú
ha
sido
construida
como
una
nativa
de
los
Estados
Unidos,
evidenciando
una
transferencia
esencial
del
discurso
subalterno
IR
Y
VENIR
159
al
discurso
imperial.
Chow
ya
había
señalado
que
a
pesar
de
(o
tal
vez
por
razones
de)
su
omnipresencia,
los
indígenas
permanecen
invisibles.
Los
trabajos
“indígenas”
que
han
sido
clasificados
como
atemporales
o
como
históricos
en
el
discurso
postimperialista,
son
determinados
por
la
búsqueda
de
“autenticidad”.
En
este
sentido,
es
bienvenida
una
crítica
sana
si
develara
cómo,
debajo
del
idealismo
icónico,
fue
construido
un
estereotipo
que
permitió
que
la
mujer
maya
se
transformara
en
una
representación
sintética
de
identidades
múltiples
en
mutua
tensión.
En
este
sentido,
debemos
tomarnos
a
pecho
la
sugerencia
de
Chakrabarty
de
que
tenemos
que
pluralizar
“la
historia
del
poder
en
la
modernidad
global”
y
separarla
“de
cualquier
narrativa
universalista
de
capital”
(14).
El
debate
se
ha
convertido,
al
menos,
en
una
posibilidad
de
historiar
y
reconstruir
la
experiencia
de
modernidad
de
los
centroamericanos.
No
obstante,
la
crítica
del
eurocentrismo
de
Stoll
se
ha
hecho
aún
más
complicada
por
la
revaloración
de
la
misma
noción
de
“centroamericanismo”.
La
perspectiva
desde
la
diáspora
debería
desafiar
las
diversas
expresiones
de
escencialismo
latino
y
por
lo
tanto,
abrir
espacios
intelectuales
contestatarios
tanto
de
origen
político
como
cultural
para
todas
las
diversas
representaciones
étnicas
y
nacionales
originadas
en
América
Latina
y
que
se
encuentran
ahora
presentes
en
los
Estados
Unidos.
En
este
marco
también
debemos
contextualizar
la
crítica
poscolonial
o
subalterna
como
un
emplazamiento
para
la
promulgación
del
cumplimiento
de
anhelos
y
deseos
de
críticos
en
lo
que
se
refiere
a
convenir
con
sus
propias
identidades
culturales
y
profesionales.
En
efecto,
algo
ya
había
sido
dicho
hace
años
por
Gareth
Williams
durante
los
debates
relacionados
con
el
testimonio
latinoamericano
como
género.
La
crítica
de
Chow
como
la
hemos
empleado
en
este
análisis,
representa
un
acontecimiento
nuevo
en
el
campo
de
los
estudios
chinos
que
ha
llevado
a
teorizar
tanto
en
contenido
como
en
forma,
una
posición
subalterna
como
una
posible
alternativa
a
la
teoría
nacional
centralista
de
la
literatura
y
de
la
cultura
chinas.
De
forma
análoga,
nuestras
respectivas
posiciones
deberían
dirigirse
hacia
el
complejo
asunto
de
la
construcción
de
la
identidad
bajo
la
rúbrica
de
“diáspora
latina”.
Esta
tarea
se
ha
hecho
aún
más
compleja
ahora
que
debemos
dar
especial
atención
al
discurso
ideológico,
militar
y
cultural
de
los
Estados
Unidos
en
relación
con
los
inmigrantes,
después
de
los
acontecimientos
del
11
de
septiembre.
Deberíamos
intentar
sacar
a
la
luz
no
sólo
su
potencial
emancipador,
sino
las
ironías
de
los
discursos
diaspóricos
y
si
IR
Y
VENIR
160
realmente
vamos
a
criticar
la
complejidad
de
la
posición
postcolonial
tanto
dentro
como
en
contra
de
las
culturas
dominantes.
Rey
Chow
establece
su
campo
“ni
en
lo
chino
ni
en
lo
occidental,
sino
en
una
dialéctica
dentro
de
la
cual
lo
chino
y
lo
occidental
están
representados”.
Como
Chow,
yo
no
puedo
atribuir
a
Centroamérica
una
“diferencia
absoluta”
ni
con
respecto
a
México,
ni
con
respecto
al
Occidente,
pero
me
gustaría
hacer
una
transposición
análoga
al
describir
mi
propia
situación
ni
como
centroamericano,
ni
como
mexicano
y
tampoco
como
radicado
en
los
Estados
Unidos;
prefiero
una
dialéctica
en
la
cual
figuren
las
tres
en
detrimento
del
sujeto
centroamericano.
Al
respecto,
me
parece
que
lo
que
es
diferente
entre
los
méxicoamericanos
y
los
centroamericanos-‐
americanos
es
su
conciencia
diaspórica.
Esta
es
pues,
el
área
compleja
que
debemos
problematizar
para
entender
las
particularidades
de
los
centroamericanos-‐americanos
en
los
Estados
Unidos.
Para
volver
a
los
detalles
con
los
cuales
empecé,
el
tatuaje
del
soldado
es,
finalmente,
la
huella
del
“terror
originario”.
Es
la
marca
del
peso
histórico
que
mantiene
a
los
centroamericanos
en
la
ambivalencia
representacional
de
la
“no
identidad”.
Dentro
de
la
política
cultural
latina,
este
tatuaje
sirve
como
recordatorio
no
sólo
de
la
dificultad
de
sanación
en
el
desplazamiento
diaspórico,
sino
también
porque
la
noción
de
una
identidad
política
homogénea
es
solamente
una
fantasía
en
marcha.
IR
Y
VENIR
161
INTRODUCCIÓN
En
las
últimas
décadas,
los
inmigrantes
salvadoreños
en
su
conjunto
han
sido
identificados
como
“los
hermanos
lejanos”
y
bajo
la
denominación
de
“Departamento
15”
(un
nuevo
departamento
que
se
suma
a
las
catorce
provincias
que
existen
dentro
del
territorio
nacional
salvadoreño).68
Los
habitantes
del
Departamento
15,
es
decir,
los
integrantes
de
la
migración
salvadoreña
global,
radican
en
lugares
dispersos
de
América
Central,
Sudamérica,
el
Caribe,
México,
Canadá,
Europa,
Asia,
Australia
y
los
Estados
Unidos
de
Norteamérica.
El
“Departamento
15”
debe
su
nombre
en
parte
a
La
Prensa
Gráfica
de
El
Salvador
que
publica
una
sección
titulada
“Departamento
15”,
dedicada
al
reportaje
de
temas,
noticias,
artículos,
editoriales,
correo
electrónico
y
anuncios
publicitarios
relacionados
con
la
inmigración
salvadoreña,
reflejando
así
la
importancia
material
y
simbólica
de
los
salvadoreños
en
el
exterior
(La
Prensa
Gráfica,
http://www.
laprensagrafica.com/dpt15/,
28
de
julio
de
2004).
A
principios
del
siglo
XXI
se
calcula
que
más
de
67
Este
ensayo
está
dedicado
a
mi
querido
padre
y
a
mis
adoradas
hermanas
y
sobrino—Mario,
Claudia,
Nancy,
Cynthia
y
Cassius
Rodríguez.
68
El
concepto
del
Departamento
15
salvadoreño
es
parecido
al
del
“Décimo
Departamento”
de
Haití.
Laguerre
(1998)
explica
que
en
1994
la
administración
del
presidente
Jean-‐Bertrand
Aristide
estableció
el
Ministerio
de
Asuntos
Diaspóricos
para
coordinar
relaciones
entre
el
gobierno
de
Haití
y
el
Departamento
10,
es
decir,
la
diáspora
haitiana.
De
igual
manera,
a
los
chilenos
del
exilio
se
les
identifica
como
la
catorce
región
de
Chile
(Ministerio
de
Relaciones
Exteriores
de
Colombia,
28
de
julio
de
2000).
IR
Y
VENIR
162
tres
millones
de
salvadoreños
viven
fuera
del
país
y
que
ellos
contribuyen
con
más
de
1.7
millardos
de
dólares
anuales
en
remesas
familiares
(Murphy,
2001:
A8;
La
Prensa
Gráfica,
http://www.laprensagrafica.com/dpt15/remesas/,
28
julio
2004),
sin
las
cuales
el
país
centroamericano
simplemente
no
podría
salir
adelante.
Sarah
Mahler,
investigadora
de
la
inmigración
salvadoreña
en
los
EE.UU.,
explica
que
dada
la
historia
y
las
actuales
condiciones
de
vida
en
El
Salvador,
el
movimiento
de
inmigrantes
hacia
el
norte
no
cesará
y
las
remesas
(divisas)
que
envían
los
salvadoreños
seguirán
generando
un
gran
capital
para
la
nación
(Mahler
1995a,
1995b,
2000),
convirtiéndola
de
tal
manera
en
“el
país
de
las
remesas”,
como
ha
informado
La
Prensa
Gráfica.
Como
veremos
en
este
ensayo,
los
migrantes
salvadoreños
producen
comunidades
transnacionales
que
giran
como
satélites
alrededor
de
El
Salvador
pero
que
a
su
vez,
al
transladarse
a
nuevos
sitios
sus
identidades
adquieren
diferentes
matices
culturales.
Mahler
identifica
la
migración
salvadoreña
como
transnacional
porque,
al
reubicarse
en
otros
sitios,
estos
inmigrantes
construyen
y
mantienen
enlaces
materiales,
afectivos
y
simbólicos
con
su
país
de
origen.
Regularmente
se
comunican
con
familiares
por
medio
de
llamadas
telefónicas,
cartas,
internet
y
a
través
de
otros
medios
tecnológicos,
envían
grandes
sumas
de
dinero
y
encomiendas,
y
algunos
incluso
viajan
a
menudo
al
país.
En
torno
a
las
necesidades
y
a
las
contribuciones
de
los
migrantes
al
mercado
transnacional
asociado
con
ellos
y,
gracias
al
“ir
y
venir”
de
materiales,
surgen
múltiples
industrias,
negocios,
servicios,
actores
sociales
y
producciones
culturales
que
no
sólo
atraen
la
atención
de
sectores
financieros
en
El
Salvador
y
en
los
países
receptores,
sino
que
también
nutren
todo
un
aparato
económico,
cultural,
intelectual
y
académico.
Numerosas
investigaciones
examinan
el
modelo
migratorio
transnacional
salvadoreño
en
contextos
y
localidades
particulares,
entre
ellos
San
José
de
Costa
Rica,
Cálgary,
Canadá,
y
en
los
EE.UU.
—Los
Ángeles,
San
Francisco,
Houston
y
Washington,
D.C.
(Ver
Córdova
1987;
Lara
Martínez
1994;
Ulloa
1994;
Mahler
1995a,
1995b,
2000;
Pedersen
1995;
Repak
1995;
Hamilton
y
Chinchilla
1997,
2001;
Zilberg
1997;
Cadaval
1998;
Winschun
1999;
Menjívar
2000;
Coutin
2000;
Hayden
2003).
Desde
su
lejanía,
los
salvadoreños
del
Departamento
15
reconfiguran
la
cultura
salvadoreña,
transformado
sus
identidades
bajo
las
presiones
locales
que
enfrentan.
A
través
de
de
una
recopilación
de
textos
visuales
y
musicales
producidos
por
artistas
de
la
diáspora
IR
Y
VENIR
163
salvadoreña,
en
este
trabajo
se
presentará
no
sólo
ha
historia
de
la
inmigración
salvadoreña,
sino
que
se
explorará
la
producción
del
terreno
imaginario
del
Departamento
15
en
el
contexto
particular
de
Washington,
D.C.
IR
Y
VENIR
164
IR
Y
VENIR
165
diáspora
salvadoreña
en
los
EE.UU.
Muchos
inmigrantes
salvadoreños
y
sus
hijos,
sin
embargo,
todavía
tienen
poco
acceso
a
los
niveles
de
educación
superior
y
ejercen
una
voz
política
limitada
en
los
EE.UU.,
precisamente
por
su
condición
migratoria
indocumentada
y
temporal
debido
al
estatus
generalizado
de
TPS
de
muchos
inmigrantes.
IR
Y
VENIR
166
Central.
El
Centro
de
Arte
entre
la
calle
Irving
y
la
16th,
noroeste,
organiza
peñas,
bailes,
teatro,
conciertos,
películas,
exhibiciones
de
arte,
foros
de
información
y
otras
reuniones
para
movilizar
a
la
población
del
barrio
de
Mount
Pleasant,
mientras
que
el
Latin
American
Youth
Center
(LAYC)
desarrolla
programas
educativos
y
sociales
para
la
juventud
del
área.
La
colectiva
teatral
LatiNegro,
fundada
por
los
jóvenes
activistas
culturales
Quique
Avilés,
Michelle
Banks,
entre
otros,
pone
en
escena
los
problemas
de
la
comunidad
y
ofrece
talleres
teatrales
en
las
escuelas,
en
las
cárceles
y
en
otros
espacios
públicos.
Cuando
en
1991
el
barrio
de
Mount
Pleasant
explota
en
disturbios
entre
la
policía
metropolitana
y
las
comunidades
latinas
y
afroamericanas
(Jenning
and
Lusane
IR
Y
VENIR
167
1994),
el
frente
cultural
ya
mencionado
entra
en
acción
para
sanar
las
huellas
de
la
violencia.
A
su
vez,
Mario
Bencastro,
escritor
salvadoreño
radicado
en
el
norte
de
Virginia
y
que
ha
escrito
varias
novelas
sobre
la
historia
y
la
diáspora
salvadoreña,
en
Odisea
al
norte
(1999)
representa
la
vida
del
inmigrante
en
Mount
Pleasant
y
da
testimonio
de
las
tensiones
raciales
que
provocan
los
Mount
Pleasant
Riots.
Bencastro
ofrece
talleres
educativos
en
las
escuelas
primarias
y
secundarias
en
todo
los
EE.UU.,
participa
en
programas
de
alcance
para
la
comunidad
latina,
y
mantiene
un
boletín
electrónico
informativo
sobre
la
producción
cultural
latina
en
el
área
metropolitana
de
Washington,
D.C.
y
en
El
Salvador.
Otro
activista
cultural,
Daniel
Joya
combina
su
trabajo
en
la
comunidad
latina
del
condado
de
Prince
George’s,
Maryland,
con
la
actividad
literaria,
publicando
un
libro
titulado
Los
sueños
de
un
callejero
(2003),
donde
relata
los
episodios
más
atroces
en
la
vida
de
un
huérfano
huele-‐pega
de
San
Salvador.
También,
algunos
artistas
locales
como
el
poeta-‐activista
Quique
Avilés
organiza
lecturas,
“performances”
y
teatro
callejero
con
la
cooperativa
Sol
&
Soul
(http://www.solysoul.com),69
el
cantautor
Lilo
González
y
su
grupo
Los
de
la
Mount
Pleasant
participan
en
conciertos
públicos,
y
la
pintora
Karla
Rodas
exhibe
su
trabajo
en
galerías,
restaurantes,
murales
y
eventos
comunitarios;
sólo
pretendo
mencionar
cómo
algunos
salvadoreños
están
retomando
el
espacio
público
y
representando
a
la
comunidad
salvadoreña
mediante
la
creación
de
una
simbología
local
y
gracias
a
la
articulación
de
su
presencia
cultural.
Como
explica
William
V.
Flores,
cuando
los
latinos
y,
en
este
caso
los
salvadoreños,
reclaman
y
reto-‐
man
un
espacio
cultural
lo
hacen
para
sentirse
parte
de
un
lugar,
“where
they
can
feel
a
sense
of
belonging,
comfortable,
and
at
home”
(Flores,
1997:
262-‐263),
en
donde
puedan
ejercer
modalidades
de
pertenencia
y
permanencia.
Para
esto,
el
espacio
físico
y
creativo
es
primordial,
como
nos
recuerda
Flores
(263).
A
continuación
examinaré
la
pintura
de
Karla
Rodas
y
la
producción
musical
de
Lilo
González,
que
participan
en
la
representación
pública
de
la
comunidad
salvadoreña
y
en
la
producción
de
un
espacio
cultural
salvadoreño
en
Washington,
D.C.
69
En
este
trabajo
no
examino
a
fondo
el
trabajo
del
poeta-‐activista
de
Washington,
D.C.,
Quique
Avilés.
Consultar
mi
artículo
en
Zimmerman
y
Baeza
Ventura,
eds.
2004.
IR
Y
VENIR
168
IR
Y
VENIR
169
IR
Y
VENIR
170
Espacio:
Viajes
a
Los
Angeles
y
otros
lugares
reales-‐e-‐imaginados
(Thirdspace:
Journeys
to
Los
Angeles
and
Other
Real-‐and-‐Imagined
Places,
1998),
identifica
la
producción
del
tercer
espacio,
en
“donde
todo
es
visto
simultáneamente
como
un
palimpsesto
histórico,
social,
espacial...
relaciones
temporales,
sociales,
espaciales
que
constantemente
se
escriben,
se
borran
y
se
reescriben
de
nuevo”.70
Soja
explica
que
las
identidades
sociales
se
construyen
a
partir
de
una
“trialéctica”
formada
por
la
historia,
la
sociedad
y
el
espacio
físico;
tres
variables
que
impactan
el
ajuste
cultural
de
los
salvadoreños
en
lugares
tan
diferentes
como
Washington,
D.C.,
Los
Angeles,
Melbourne,
Australia,
San
José
de
Costa
Rica,
y
el
Distrito
Federal
de
México,
por
citar
sólo
unos
ejemplos
de
la
extensión
del
Departamento
15.
Se
puede
identificar,
pues,
el
Departamento
15,
como
la
producción
de
una
extensa
“tercera
cultura”
de
los
salvadoreños
reubicados
en
sitios
a
través
del
mundo.
El
tercer
espacio,
como
explica
Soja,
es
un
espacio
físico,
geográfico,
económico,
sociocultural
y
simbólico,
es
decir,
imaginario,
que
se
da
en
lugares
donde
entran
en
contacto
varios
grupos
sociales.
Los
Angeles
y
otras
ciudades
estadounidenses,
según
los
críticos
Soja
y
Mike
Davis,
podrían
concebirse
como
el
habitus
o
el
incubus
de
nuevos
actores
sociales
y
de
expresiones
de
latinidad,
que
al
entrar
en
contacto
o
en
intersección
suelen
transformarse
mutuamente
y
cambiar
el
espacio
material
(físico).
Este
proceso
de
inserción
material
(económica)
de
las
comunidades
latinas
produce
a
su
vez
una
hibridación
cultural
con
efectos
“reales”
en
un
espacio
geográfico
concreto.
Ciudades
estadounidenses
como
Los
Angeles,
San
Francisco,
Houston
y
Washington,
D.C.,
como
algunos
de
los
sitios
habitados
por
salvadoreños,
empiezan
a
mostrar
signos
de
la
presencia
de
los
salvadoreños.
Estos
incluyen
como
hemos
dicho
los
signos
más
visibles
del
mercado
cultural,
las
tiendas
y
los
restaurantes
que
abastecen
los
gustos
y
las
necesidades
particulares
de
los
salvadoreños;
los
negocios
que
ofrecen
servicios
para
el
intercambio
transnacional
(negocios
de
encomiendas,
servicio
de
teléfono,
agencias
de
viajes);
los
centros
de
ayuda
y
de
servicios
para
la
comunidad;
los
centros
educativos;
las
iglesias
evangelistas
con
sus
sedes
en
El
Salvador;
los
medios
de
comunicación
como
los
periódicos,
la
radio
y
el
noticiero
local
en
canales
de
televisión
en
español,
y
la
producción
cultural
y
artística
puesta
al
telón
de
los
espacios
públicos,
incluyendo
teatros,
murales,
bailes,
carnavales
y
programas
culturales.
Estos
70
Everything
is
seen
as
a
simultaneously
historical-‐social-‐spatial
palimpsest
involving
“thirdspace
sites”
in
which
inextricably
intertwined
temporal,
social,
and
spatial
relations
are
being
constantly
reinscribed,
erased,
and
reinscribed
again.
(18,
la
traducción
es
mía).
IR
Y
VENIR
171
ejemplos,
como
dije,
sólo
representan
los
signos
más
visibles
de
la
construcción
de
comunidades
e
identidades
latinas
concentradas
en
espacios
específicos.
Por
lo
tanto,
el
espacio
geográfico
ubicado
por
poblaciones
salvadoreñas
se
convierte
en
un
enclave
étnico,
de
lo
cual
canta
Lilo
González
y
su
grupo
musical,
los
de
la
Mount
Pleasant.
Lilo
González
es
otro
artista
salvadoreño
del
Departamento
15
en
el
área
de
Washington,
D.C.;
González
nació
en
la
ciudad
de
Armenia,
al
noroeste
de
El
Salvador
e
inmigró
a
los
EE.UU.
“sin
papeles”
en
1984.
Hoy
en
día,
González
vive
en
el
estado
de
Maryland.
Durante
muchos
años
fue
director
del
Centro
de
Arte
en
Washington,
D.C.,
González
trabaja
en
proyectos
culturales
con
la
comunidad
latina
y
dirige
el
grupo
musical,
“Lilo
González
y
los
de
la
Mount
Pleasant”.
Su
producción
musical
está
recopilada
en
un
disco
compacto
titulado
A
quien
corresponda,
en
el
cual
se
relata
la
experiencia
de
los
inmigrantes
latinoamericanos
en
al
área
de
Washington,
D.C.
(Lilo
González
y
los
de
la
Mount
Pleasant,
A
quien
corresponda,
LP
Records,
1994.
LML
2741).
La
primera
composición
musical
del
disco
compacto
se
titula
“La
Mount
Pleasant”.
En
ella
se
representa
la
vida
de
don
Manuel,
un
personaje
que
llega
a
la
Mount
Pleasant
indocumentado
pero
que
al
recibir
su
residencia
es
asimilado
por
el
estilo
de
vida
americano
hasta
tal
punto,
que
ya
sólo
quiere
comer
pupusas
“made
in
U.S.A”.
La
canción
hace
una
crítica
fuerte
del
inmigrante
que
pierde
su
compasión
y
sentido
de
solidaridad
con
su
prójimo.
A
la
vez
el
refrán
da
tributo
a
todos
aquellos
que
trabajan
en
Washington,
D.C.—“los
que
limpian
oficinas,
/...
panaderos,
cocineros,
/
artesanos,/
carpinteros,
/
los
arrechos
pa’l
trabajo,
/
como
le
suben
a
la
cuarto,
/
el
part-‐time
no
me
da
abasto,
/
pa’
la
olla
de
frijoles...”.
Refiriéndose
a
“los
hermanos
lejanos”,
esta
canción
alude
al
famoso
“Poema
de
amor”
en
las
Historias
prohibidas
del
púlgarcito
de
Roque
Dalton.
Otra
balada,
“Amor
sin
papeles”,
ofrece
el
testimonio
de
un
inmigrante
indocumentado
que
esta
a
punto
de
ser
deportado,
mientras
que
“Las
historias
prohibidas
de
Pedro
y
Tyrone”
(otra
alusión
a
las
Historias
prohibidas
de
Dalton)
relata
la
historia
de
las
vidas
paralelas
de
dos
jóvenes
que
viven
en
Washington,
D.C.,
un
joven
afroamericano
llamado
Tyrone,
y
Pedro,
un
joven
salvadoreño,
cuyas
realidades
no
son
tan
diferentes.
Al
ritmo
de
reggae,
la
canción
cuenta
cómo
los
jóvenes
se
crían
en
la
pobreza
de
la
capital
norteamericana,
enfrentando
el
racismo,
las
drogas,
el
consumismo,
la
marginalidad
y
la
falta
de
oportunidad.
Como
muchos
jóvenes
inmigrantes
salvadoreños
en
el
Distrito,
Pedro
es
un
“cipote
/
lleno
de
tanto
dolor,
/
tiene
un
mundo
de
IR
Y
VENIR
172
ilusiones,
/
hecho
de
mangos
en
flor.
/
Este
mundo
de
pobreza,
/
de
caña,
viento
y
canción,
/...
“.
Nos
cuenta
la
canción
que
Pedro
“llegó
buscando
a
estas
tierras,
/
la
estatua
de
la
libertad,
/
pero
ella
estaba
muy
alta,
/
me
dijo,
no
la
pude
yo
alcanzar./
Siempre
piensa
en
el
presente,/
suspira
por
el
pasado,
/
conociendo
nuestra
historia,
/
Pedro,
el
futuro
es
tu
regalo”.
La
letra
de
la
canción
también
se
refiere
a
un
joven
que
vive
al
otro
lado
de
la
Casa
Blanca
sin
expectativas
y
proyecciones,
dejándose
consumir
por
la
ideología
de
que
“ser
es
tener”.
La
inmigración
de
Pedro,
representaría
a
la
de
los
salvadoreños
en
general
y
hablaría
del
alto
costo
de
la
migración,
puesto
que
“la
estatua
de
la
libertad”
y
todo
lo
que
ella
simboliza
queda
fuera
del
alcance
del
inmigrante
y
del
marginado
étnico.
La
canción
“Lamento
de
la
nana-‐tierra”
(The
Border
Crossed
My
Land)
está
dedicada
a
los
inmigrantes
salvadoreños,
al
pueblo
indígena
americano
y
a
los
hermanos
mexicanos
de
la
frontera
que
ahora
divide
los
pueblos
del
norte
y
del
sur.
La
letra
de
la
canción
describe
la
partida
de
una
madre
salvadoreña,
que
sale
de
su
hogar
y
de
su
pueblo
sin
poder
despedirse
de
su
familia:
“Yo
salí
muy
temprano,
/
para
no
despertarlos,
/
para
que
no
lloraran,
/
para
hacerlo
más
suave...
/
para
hacerlo
mejor”.
Como
hemos
visto,
la
mujer
salvadoreña
representa
una
fuerza
de
valor
económico
y
moral
dentro
de
la
inmigración
centroamericana
general
(Repak
1995;
Cortez
1995).
Esta
canción
brinda
homenaje
a
las
mujeres
que
al
cruzar
la
frontera
rompen
con
la
tradición
familiar,
cultural
y
nacional
en
busca
de
otros
senderos.
La
inmigración
las
lleva
al
borde
de
la
frontera
donde
deben
arriesgar
sus
vidas,
cuerpos
y
deseos.
En
esta
misma
región,
las
mujeres
inmigrantes
se
cruzan
con
otros
sujetos
fronterizos
quienes
igualmente
llegan
a
este
espacio
limítrofe.
Por
medio
de
la
voz
de
un
indígena
de
la
zona
(un
Yaqui)
la
canción
expresa
una
protesta
ante
la
imposición
de
fronteras
geopolíticas:
“no
tengás
miedo
mi
hermano,
/
esta
tierra
es
tuya
y
mía,
/
no
me
jodás
paisano,
/
esta
tierra
es
de
los
dos”.
El
final
de
la
canción
hace
un
llamado
al
extenso
pueblo
fronterizo
que
proviene
de
diversas
nacionalidades,
razas,
clases,
géneros
sexuales,
identidades
e
historias.
Según
la
canción,
la
frontera
pertenece
a
“Los
que
vienen
de
abajo,
/
y
qué
importa
un
carajo,/
si
no
saben
leer./
Ellos
son
mis
hermanos,
/
lo
más
puro
y
más
sano,
/
los
que
cortan
café”.
En
fin,
la
canción
propone
una
hermandad
de
sujetos
fronterizos,
marginados
todos
por
la
economía
global
y
forzados
a
migrar.
El
disco
compacto
cierra
con
la
canción
“Forjando
un
solo
pueblo”
que
está
compuesta
de
IR
Y
VENIR
173
un
surtido
de
ritmos
y
de
sonidos
latinos
que
incluye
el
tango,
la
salsa
y
la
cumbia.
Estos
géneros
intercalados
sirven
como
metáforas
orales
que
resuenan
con
las
identidades
híbridas
latinas
del
área
metropolitana
de
Washington,
D.C.,
en
donde
se
encuentran
personas
de
toda
América
Latina.
Al
inicio
de
la
balada,
el
narrador
canta,
“Yo
quiero
construir
mi
patria,
/
con
madera
u
hojalata./
hacerla
muy
cuadradita
desde
Alaska
al
Mar
de
la
Plata...
“.
Es
en
el
Distrito
de
Columbia
que
González
plantea
la
posibilidad
de
(re)crear
la
identidad
salvadoreña
y,
más
aún,
forjar
la
unión
latinoamericana
con
el
fin
de
restaurar
“el
sueño
bolivariano”,
pero
esta
vez
“con
taquitos
mejicanos/
con
pupusas
de
mi
patria,
/
con
arepas
de
Caracas,
/
un
lechoncito
dorado./
Unas
canciones
de
Cuba,
/
el
merengue
del
Caribe,
/
una
samba
brasileña,
/
la
zampoña
de
los
Andes,
/
una
cuequita
chilena”.
Aquí
González
alude
a
la
posibilidad
de
reconvertir
materiales
locales
(García
Canclini
1992)
de
la
cultura
inmigrante
dondequiera
que
se
transplante
el
migrante
en
las
Américas.
En
esta
reconceptualización
utópica
se
invoca
la
visión
de
una
“Nuestra
América”
unida
y
orgullosa
de
sus
orígenes
latinos.
Para
lograr
esta
reconstrucción
visionaria
de
América
Latina
se
debe
dejar
atrás
y
cortar
con
ciertas
ideologías,
historias
y
tradiciones,
pues
bien
explica
el
narrador
en
primera
persona
que,
“Cuando
salí
de
mi
pueblo,
/
dejé
un
puñado
de
sueños,
/
las
canciones
de
la
banda,
/
una
bolsa
de
propaganda,
la
sonrisa
del
abuelo”,
entre
otras
cosas.
Al
terminar
un
lapso
de
nostalgia
y
de
negociaciones,
el
personaje
nos
recuerda
que
aún
como
inmigrantes
tenemos
responsabilidades
y
conexiones
con
el
país
de
origen
y
con
otros
inmigrantes,
pues
“...
cuando
vengas
aquí
/
no
te
olvides
de
allá
abajo,
porque
todo
lo
que
sube,
/
siempre
se
viene
pa’
abajo”.
La
canción
propone
la
construcción
de
una
conciencia
sociopolítica
y
alude
a
la
posibilidad
de
solidarizarse
con
los
inmigrantes
por
medio
de
la
reflexión
y
del
movimiento
social.
CONCLUSIONES
La
creación
de
un
tercer
espacio
en
los
textos
culturales
de
Lilo
González,
Karla
Rodas,
entre
otros,
no
significa
simplemente
la
transposición
o
inserción
de
un
grupo
a
otro
espacio,
sino
que
también
representa
la
transformación
del
espacio
de
recepción
como
ya
hemos
visto
y
la
recomposición
total
de
elementos
básicos
que
configuran
una
identidad
dentro
de
otra
dinámica
IR
Y
VENIR
174
social.
En
sí,
el
término
“tercero”
indica
la
suma
de
dos
componentes
de
la
cultura
original
y
del
nuevo
contexto
(“los
taquitos
mexicanos”
y
“las
pupusas
de
mi
patria”
son
signos
de
dicha
reterritorialización
cultural).
La
identidad
cultural
se
plantea
como
proceso
recombinatorio,
sujeto
a
múltiples
variables
incluyendo
las
de
espacio
físico,
clase,
género,
sexualidad,
raza,
etnia,
nación,
región,
políticas
locales
y
globales,
todas
ellas
condicionadas
por
el
elemento
de
“localidad”
o
lugar
(location).
Vista
a
partir
de
este
marco
de
referencia,
la
cultura
salvadoreña
que
“viaja”
a
los
EE.UU.
es
transformada
por
el
proceso
de
movimiento
y
de
reubicación
en
otro
espacio;
la
identidad
salvadoreña
va
transculturándose
debidamente.
Las
culturas
que
viajan
y
se
reubican,
como
diría
el
crítico
cultural
James
Clifford,
por
necesidad
tienen
que
negociar
sus
“raíces”
(signo
mayor
de
la
identidad)
y
tomar
otros
caminos
(rutas)
(Clifford
1997),
injertándose
en
otros
suelos
y
produciendo
en
este
caso
diferentes
cultivos
fuera
del
contexto
nacional
de
El
Salvador.
¿Es
esto
acaso
un
ejemplo
de
pérdida
de
cultura,
como
algunos
piensan?
Pensar
en
una
pérdida
de
cultura
implica
la
fijación
de
un
patrimonio
cultural
exclusivo
y
hegemónico,
que
se
basa
en
elementos
cerrados
y
homogéneos,
pero
las
culturas
diaspóricas
como
la
salvadoreña
se
encuentran
siempre
en
flujo
y
transformación.
En
sus
transculturaciones
locales
los
salvadoreños
no
se
“asimilan”,
ni
pierden
su
salvadoreñidad
en
otros
lugares,
sino
que
reconstruyen
su
cultura
de
una
manera
dinámica
y
dialógica,
respondiendo
a
su
nueva
situación.
De
ahí,
como
diría
Soja,
que
incluso
el
espacio
geográfico
juegue
un
papel
importante
en
la
construcción
de
identidades.
La
diáspora
salvadoreña
forma
parte
de
la
expansión
y
de
la
producción
de
latinidades
a
través
del
mundo
y
del
hemisferio
occidental,
desde
“Alaska
hasta
el
Mar
de
Plata”,
como
lo
proyecta
González
en
su
canción.
Junto
con
los
otros
latinos
radicados
en
Washington,
D.C.
los
salvadoreños
ubican
el
espacio
creativo
de
“en
medio”
(tercero)
que
ya
no
es
ni
El
Salvador
ni
los
Estados
Unidos
propiamente,
sino
que
el
espacio
de
múltiples
diásporas
que
convergen
en
los
EE.UU.
El
Departamento
15
forma
parte
del
“tercer
espacio”
en
donde
se
entrecruzan
y
se
enlazan
múltiples
culturas
latinas
y
en
donde
se
reconstruye
la
identidad
salvadoreña
para
transponer
de
esta
forma
elementos
culturales
salvadoreños,
estadounidenses,
latinos,
etc.
La
lógica
cultural
del
tercer
espacio,
o
sea
la
del
Departamento
15,
rompe
con
una
noción
exclusiva,
única
y
monológica
de
la
salvadoreñidad.
En
cambio,
en
el
Departamento
15,
se
entrelazan
múltiples
maneras
de
“ser
IR
Y
VENIR
175
salvadoreño”.
IR
Y
VENIR
176
IR
Y
VENIR
177
III. Caribe/USA
IR
Y
VENIR
178
PREÁMBULO
La
experiencia
dominicana
en
los
Estados
Unidos
apareció
en
la
década
de
los
noventa
como
un
campo
dinámico
frente
a
los
ojos
de
los
observadores
académicos.
Sin
embargo,
como
un
terreno
de
lucha,
ha
dado
lugar
a
un
enfrentamiento
epistemológico
entre
agrupaciones
con
ideologías
opuestas
y
reclamos
contrarios
acerca
de
cómo
delimitar
la
órbita
del
objeto
de
estudio
y
cómo
formular
las
preguntas
centrales
de
su
investigación.
En
el
presente,
la
mayoría
de
los
estudios
sobre
los
dominicanos
en
los
Estados
Unidos
se
focalizan
en
el
examen
del
dinamismo
estructural
de
la
comunidad,
o
en
las
prácticas
transnacionales
entre
los
miembros
de
ese
grupo.
Este
trabajo
pretende
demostrar
la
manera
en
la
que
se
integran
las
dos
posiciones,
en
última
71
Traducción
de
Patricia
Gubitosi
y
Rocío
Viegas.
Diferentes
partes
de
este
texto
fueron
usadas
en
varias
charlas
en
los
último
años:
“Acerca
de
los
dominicanos
americanos”
invitado
por
el
programa
de
Estudios
Latinos
de
la
Universidad
de
Columbia
el
24
de
marzo
de
1999;
“El
pueblo
sin
sitio:
disquisiciones
en
la
diáspora
sobre
la
transnacionalidad
dominicana”,
patrocinado
por
el
Centro
“David
Rockefeller”
para
Estudios
Latinoamericanos
de
la
Universidad
de
Harvard,
el
3
de
marzo
de
1999;
“Aquí
para
quedarse”,
los
dominicanos
como
una
minoría
étnica
en
los
Estados
Unidos”
auspiciado
por
el
Comité
de
celebración
latina
de
la
Universidad
de
Millersville,
el
25
de
febrero
de
1999;
“Más
allá
de
la
identidad
transnacional-‐transmigratoria:
raza,
comunidad
y
diáspora
entre
los
dominicanos
de
los
Estados
Unidos”,
invitado
por
el
Instituto
Mauricio
Gastón
de
la
Universidad
de
Massachusetts
en
Boston
el
24
de
noviembre
de
1998.
Agradezco
a
mis
colegas
Clara
Rodríguez
(Columbia),
Doris
Sommer
(Harvard),
Marcelo
Suárez-‐
Orozco
(Harvard),
Aída
Ceara
(Millersville),
y
Andrés
Torres
(Umass-‐Boston)
por
sus
amables
invitaciones,
las
cuales
me
proporcionaron
un
generoso
marco
para
expresar
los
pensamientos
aquí
contenidos.
Por
último,
quisiera
reflejar
mi
deuda
con
Gerald
Meyer
del
Hostos
Community
College,
CUNY,
por
alertarme
sobre
el
invalorable
legado
de
los
defensores
del
pluralismo
cultural
en
los
Estados
Unidos
en
los
primeros
años
del
siglo
veinte.
IR
Y
VENIR
179
instancia,
o
si
por
el
contrario
se
mantienen
atrincheradas
en
su
aislamiento;
por
ello,
no
sólo
moldeará
el
futuro
curso
de
los
estudios
dominicanos
como
área
de
investigaciones
académicas,
sino
que
además
contribuirá
a
debilitar
o
a
fortalecer
los
esfuerzos
de
la
comunidad
dominicana
para
mediar
como
un
segmento
permanente
de
la
población
de
los
Estados
Unidos.
Este
trabajo
resalta
el
papel
de
la
identidad
en
la
diáspora
como
una
estructura
que
puede
ayudar
a
resolver
la
tensión
entre
aquellos
trabajos
que
se
enfocan
en
la
formación
de
la
comunidad
y
aquellos
que
privilegian
las
interacciones
transnacionales.
CONTEXTO HISTÓRICO
La
investigación
académica
de
la
cuestión
dominicana
pertenece,
como
una
subdivisión
de
los
estudios
latinos,
a
un
área
más
amplia
y
multidisciplinaria
que
es
la
de
los
estudios
étnicos,
la
cual
surge
en
la
década
de
los
sesenta.
Los
programas
que
aparecieron
hace
cuatro
décadas
en
instituciones
y
universidades
a
lo
largo
de
toda
la
nación,
se
enfocaban
en
todos
los
problemas
de
los
americanos
negros,
indígenas,
hispanos
y
asiáticos;
que
encontraron
su
origen
en
la
época
de
los
conflictos
surgidos
gracias
al
movimiento
de
derechos
civiles.
Ese
contexto
explica
la
agenda
explícitamente
correctiva
de
estos
programas
que
esclarecerían
a
los
americanos
no
blancos.
Un
importante
estudio
afroamericano
publicado
en
1973
identificó
sucintamente
los
objetivos
de
estas
investigaciones
como
“la
reescritura
de
la
historia
americana
y
la
reconceptualización
de
los
rasgos
esenciales
de
la
sociedad
estadounidense”;
así
como
también
“el
establecimiento
de
un
espacio
propio
para
que
la
gente
de
color
pueda
contar
su
propia
historia”
(Alkalimat
1986:
5).
Como
lo
ilustra
este
ejemplo,
los
programas
de
estudios
étnicos,
en
armonía
con
la
lucha
por
la
justicia
social
que
había
llevado
a
los
manifestantes
a
las
calles,
se
propuso
corregir,
de
alguna
manera,
la
“no
visibilidad”
a
la
que
la
universidad
había
relegado
a
las
minorías
no
blancas
para
dar
forma
al
relato
de
su
experiencia
nacional.
Anteriormente,
durante
los
primeros
años
del
siglo
XX,
muchos
de
los
precursores
de
los
estudios
étnicos
se
adhirieron
a
diferentes
temarios
de
reformas
y
protestas.
Mi
colega,
Gerald
Meyer,
un
historiador
de
políticas
radicales
en
los
Estados
Unidos,
resaltó
el
legado
democrático
de
IR
Y
VENIR
180
Horacio
Kallen,
Randolph
Bourne,
Louis
Adamic
y
Leonard
Covello
como
precursores
del
pluralismo
cultural
durante
las
primeras
décadas
del
siglo
XX.
Conocida
su
propia
posición
política,
étnica
y
cultural
de
judío
alemán,
anglosajón
renegado,
esloveno
e
italiano,
respectivamente;
estos
intelectuales
articularon,
con
fervor,
un
compromiso
para
defender
a
los
nuevos
inmigrantes.
Sus
creencias
de
que
las
comunidades
minoritarias
“tenían
el
derecho
a
mantener
su
cultura”
constituyeron
una
alternativa
humanista
a
las
injusticias
que,
frecuentemente,
debieron
sufrir
los
recién
llegados
(Meyer
1999).
Las
campañas
de
americanización
que
penetraron
en
todas
las
instituciones
del
país
presentaban
una
imagen
del
inmigrante
como
antagonista
de
la
nación.
Sólo
desprendiéndose
por
completo
de
su
propia
condición
de
extranjeros
podían
demostrar
su
lealtad
para
con
los
Estados
Unidos.
El
contexto
histórico
en
el
cual
esta
ideología
conservadora
sobre
la
americanización
tomó
forma,
fue
la
afluencia
masiva
de
inmigrantes,
sobre
todo
de
Europa
del
este
y
de
Italia,
que
llegaron
a
los
Estados
Unidos
entre
1880
y
1915.
La
diversidad
étnica
y
lingüística
que
trajo
aparejado
el
establecimiento
de
estos
recién
llegados
provocó
una
profunda
inquietud
en
la
ideología
cultural
dominante
que
defendía
la
herencia
anglosajona
como
una
amalgama
ontológica
sin
la
cual
la
nación
se
desintegraría.
Convertirse
en
estadounidense
significaba,
inequívocamente,
borrar
las
huellas
de
la
propia
etnicidad;
mientras
que
hablar
una
lengua
diferente
lo
convertía
a
uno
en
sospechoso.
Teddy
Roosevelt,
quien
después
de
haber
visto
en
1909
la
obra
de
Israel
Zangwill,
The
Melting
Polt,
había
exclamado
“el
hombre
que
se
vuelve
completamente
americano,
cumple
una
obligación
cabal
con
su
patria
adoptiva”,
insistía
en
un
discurso
de
campaña
durante
la
elección
presidencial
de
1916,
que
afirmaba
que
el
crisol
del
país
debe
presentar
a
“nuestra
gente
como
americanos,
de
nacionalidad
americana;
y
no
como
habitantes
de
una
casa
de
huéspedes
multilingüe
y
nosotros
tenemos
sitio
sólo
para
una
lealtad;
y
es
la
lealtad
para
con
el
pueblo
americano”
(Dicker
1995:
35;
Stubbs
y
Barnet
1996:
677).
Así
mismo,
Woodrow
Wilson
en
1918
persuadió
a
la
plataforma
de
su
partido,
entre
otras
cosas,
para
que
condenara
las
asociaciones
étnicas
como
subversivas
y
llegó
a
afirmar
que
“cualquier
hombre
que
carga
un
guión
alrededor
de
sí,
lleva
una
daga
que
está
lista
para
ser
hundida
en
lo
más
vital
de
la
república”
(McClymer
1982:98;
Stubbs
y
Barnett
1996:
677).
Al
igual
que
Roosevelt
y
Wilson,
otros
hombres
de
estado
se
esforzaron
en
mostrar
su
celo
patriótico
apelando
a
la
homogeneización
IR
Y
VENIR
181
IR
Y
VENIR
182
relaciones
entre
los
Estados
Unidos
y
la
República
Dominicana
a
partir
de
1870
cuando
el
territorio
dominicano
frenó
las
pasiones
expansionistas
de
los
hombres
de
estado
norteamericano,
desde
el
control
militar
y
fiscal
del
pequeño
país
caribeño
por
parte
de
los
Estados
Unidos
en
las
primeras
décadas
del
siglo
XX,
y
la
dictadura
prolongada
de
Rafael
Leonidas
Trujillo,
de
1930
a
1961,
hasta
el
retorno
de
los
marines
estadounidenses
a
tierras
dominicanas
en
1965.
A
partir
de
los
setenta,
cuando
la
inmigración
dominicana
comenzó
a
instalarse
en
varias
ciudades,
especialmente
en
el
noreste,
los
investigadores
del
fenómeno
de
inmigración
volvieron
su
mirada,
de
manera
creciente,
hacia
los
dominicanos.
Antropólogos,
sociólogos
y
otros
científicos
sociales
comenzaron
a
estudiar
las
causas
del
éxodo,
las
características
demográficas
de
los
inmigrantes,
su
patrón
migratorio,
su
modo
de
incorporación
a
la
sociedad
americana
y
su
impacto
en
la
vida
de
su
país
de
origen.
El
interés
de
estos
analistas
sociales
por
la
inmigración
dominicana
produjo
numerosos
estudios
y
escritos
sobre
los
hechos
ocurridos
durante
los
últimos
treinta
años
(Aponte
1999),
marcado,
predominantemente,
por
una
toma
de
distancia
y
en
un
intento
por
presentar
toda
la
sociedad
americana
a
los
recién
llegados.
A
finales
de
los
ochenta,
algunos
miembros
de
la
comunidad
dominicana
se
convirtieron
en
una
voz
autorizada
a
partir
de
sus
puestos
universitarios;
principalmente
en
la
Universidad
de
la
ciudad
de
Nueva
York;
y
la
orientación
de
sus
investigaciones
condujo
los
estudios
dominicanos
hacia
una
afinidad
más
cercana
al
discurso
académico
como
la
originada
en
otros
estudios
étnicos
de
ese
momento.
La
necesidad
de
incluir
a
los
dominicanos
en
la
narración
de
la
experiencia
americana,
la
urgencia
de
combatir
la
interpretación
deshumanizada
de
la
imagen
de
los
dominicanos
propagada
por
los
medios,
y
la
preocupación
por
el
futuro
de
la
comunidad
se
convirtieron
de
inmediato
en
diferentes
aspectos
de
su
discurso.
Dos
de
los
miembros
más
activos
del
naciente
conjunto
de
académicos
dominicanos-‐estadounidenses
han
articulado
una
visión
que
se
esfuerza
por
hacer
de
puente
entre
la
defensa
de
la
comunidad
y
el
trabajo
académico:
“todos
los
dominicanistas
tienen
la
misma
realidad
delante
de
sí:
una
comunidad
dominicana
plagada
de
desempleo,
drogas,
violencia,
viviendas
insuficientes,
elevadas
tasas
de
deserción
escolar,
un
número
suficientemente
excesivo
de
personas
en
prisiones
del
estado
y
otras
múltiples
enfermedades
sociales.
En
lugares
como
Nueva
York,
los
dominicanos
se
encuentran
enmarcados
dentro
de
una
serie
de
estereotipos
deshumanizadores
debido
a
la
poderosa
influencia
de
los
IR
Y
VENIR
183
medios
de
comunicación
de
masas,
intensificada
ahora
por
las
corrientes
anti-‐inmigratorias
que
prevalecen
hoy
en
el
mundo.
Quisiéramos
defender
el
papel
que
los
académicos
desempeñan
en
este
escenario.
Además,
quisiéramos
afirmar
que
la
salvación
o
extinción
de
los
dominicanos
como
comunidad
en
los
Estados
Unidos
se
verá
favorecida
o
impedida
por
aquellos
que
escriban
libros
o
artículos
sobre
ella”
(Hernández
y
Torres-‐Saillant
1996:4).
Estas
voces
nativas
incrementaron
desde
el
principio
las
cuestiones
sobre
la
manera
en
la
cual,
el
trabajo
de
sus
colegas
no
dominicanos,
afectó
la
vida
de
la
comunidad.
A
algunos
les
preocupó
el
hecho
de
que,
mientras
otros
investigadores
habían
iluminado
significativamente
la
cuestión
de
la
dinámica
social
de
los
inmigrantes
dominicanos,
ellos
con
frecuencia
“se
aproximaron
a
la
comunidad
con
la
distancia
de
un
botánico
frente
a
una
planta
venenosa”
(Torres-‐Saillant
1989:
22).
De
igual
forma,
la
investigadora
dominicana-‐estadounidense
Ramona
Hernández
advirtió
sobre
algunas
implicancias
conflictivas
que
ella
misma
encontró
en
Through
the
Eye
of
the
Needle:
Inmigrants
and
Enterprise
in
New
York’s
Garment
Trade
(1986)
del
sociólogo
Roger
Waldinger.
Hernández
sostenía
que,
al
comparar
a
los
inmigrantes
chinos
y
dominicanos
en
términos
de
sus
respectivas
habilidades
para
prosperar
en
la
industria
del
vestir,
Waldinger
se
aproxima
de
manera
arriesgada
al
enfrentamiento
de
una
comunidad
contra
la
otra.
Al
enfatizar
que
los
inmigrantes
chinos
superan
a
su
contraparte
dominicana
en
la
preparación
industrial,
el
autor
abrazó
la
lógica
que
evalúa
la
condición
de
grupo
minoritario
desde
la
perspectiva
de
su
capital
humano,
desplazando
el
foco
de
atención
más
allá
de
los
obstáculos
e
impedimentos
constreñidos
en
la
organización
estructural
de
la
sociedad
americana.
Hernández
experimentó
un
temor
natural
sobre
la
dirección
hacia
la
que
podía
conducir
ese
retrato
estereotipado
y
la
imagen
construida
de
manera
etnocéntrica;
recomendando
mucha
precaución
cuando
era
aplicada
a
los
dominicanos
y
a
otros
grupos
marginados
(Hernández
1992:47).
De
forma
similar,
cuando
en
1989
mi
colega
Jorge
Duany,
en
aquel
entonces,
miembro
de
la
Universidad
del
Sagrado
Corazón
de
Santurce,
Puerto
Rico,
me
invitó
a
hablar
en
un
panel
de
inmigración
dominicana
durante
la
convención
anual
de
la
Asociación
de
Estudios
Latinoamericanos,
encontré
natural
realizar
como
tema
de
discusión
una
crítica
hacia
algunos
de
los
principales
estudios
sobre
esa
cuestión.
Revisé
los
textos
de
Nancie
González,
Glenn
Hendriks
y
Philip
Kayal
centrando
la
atención
en
las
prácticas
retóricas
empleadas
por
los
investigadores
IR
Y
VENIR
184
en
su
representación
de
la
población,
bajo
una
cuidadosa
lectura.
Basándose
en
las
técnicas
del
análisis
del
discurso,
la
investigación
estableció
que,
a
diferencia
de
lo
que
ocurrió
con
el
caso
de
González,
Hendricks
y
Kayal,
los
otros
investigadores
tendieron
a
relegar
a
los
dominicanos
de
su
ontológica
alteridad,
alegando
explicaciones
culturales
sobre
el
comportamiento
y
las
condiciones
que
corresponden
actualmente
a
un
conjunto
discreto
de
factores
históricos.
La
crítica
urgió
a
los
colegas
no
dominicanos
a
abstenerse
de
cambiar
las
normas
de
los
dominicanos
o
de
cualquier
otra
minoría
étnica,
después
de
que
fueron
conscientes
de
las
desiguales
relaciones
de
poder
que
se
ponen
en
juego
cuando
uno
se
construye
etnográficamente
como
otra
raza
o
cultura
(Torres-‐
Saillant
1997:10-‐11).
Hoy
en
día,
las
voces
nativas
de
los
dominicanos
comparten
espacios
con
colegas
de
otras
etnias
dentro
del
sector
académico
que
se
concentran
en
el
estudio
de
la
experiencia
dominicana.
Las
siguientes
secciones
se
esforzarán
en
arrojar
luz
sobre
la
naturaleza
del
acuerdo
que
existe
entre
los
dos
grupos.
Como
las
páginas
siguientes
tratarán
de
ilustrarnos
que
existen
como
proyectos
intelectuales
que
rara
vez
convergen:
uno
orientado
por
el
típico
impulso
correctivo
de
las
empresas
de
estudios
étnicos,
y
otra
satisfaciéndose
a
sí
misma
con
la
mera
observación
de
cualquier
tendencia
estimada
benemérita
por
la
investigación
académica.
La
perspectiva
de
aquellos
investigadores
no
dominicanos
que
persisten
en
colocar
el
foco
de
su
análisis
lejos
de
la
estructura
dinámica
de
la
comunidad
y
cerca
del
examen
de
la
libre
movilidad
transnacional
parece
inevitablemente
predestinada
a
yuxtaponerse
a
las
investigaciones
de
sus
contrapartes
dominicanas.
EVALUANDO LA BIDIRECCIONALIDAD
Durante
la
segunda
mitad
de
los
años
noventa,
el
aspecto
que
ha
provocado
mayor
interés
entre
los
observadores
de
la
experiencia
migratoria
dominicana
ha
sido
la
aparente
bidireccionalidad
de
la
vida
de
los
miembros
de
esta
comunidad.
Los
investigadores
se
han
maravillado
de
la
aparente
interdependencia
de
los
inmigrantes
en
el
país
anfitrión
y
sus
compatriotas
del
país
de
origen.
Sorprendida
de
cómo
este
fenómeno
actúa
por
sí
mismo
en
el
mundo
de
la
política,
la
IR
Y
VENIR
185
analista
política
Pamela
Graham
señala
dos
maneras
de
fertilización
por
medio
de
las
cuales
los
dominicanos
que
viven
en
los
Estados
Unidos
han
influenciado
en
la
reforma
legislativa
de
la
República
Dominicana;
y
cómo
los
partidos
políticos
desde
la
lejanía
han
favorecido
en
el
salto
que
catapultó
a
un
dominicano
hasta
el
ayuntamiento
de
la
ciudad
de
Nueva
York
y
a
otro
a
la
Asamblea
del
Estado
(1997:116).
La
socióloga
Peggy
Levitt
resaltó
esta
otra
realidad
cuando
empezó
a
analizar
los
posibles
motivos
de
estancamiento
de
los
dominicanos
que
habitan
en
un
área
diferente
de
Boston,
ya
que
dirigen
su
atención
a
las
novedades
políticas
y
sociales
de
su
aldea
nativa
de
Miraflores,
mientras
levantan
dudas
a
la
vez
acerca
de
las
oportunidades
que
los
inmigrantes
pueden
lograr
para
participar
como
miembros
plenos
de
dos
estados
(1998:23).
El
mayor
defensor
de
la
bidireccionalidad
dominicana,
el
sociólogo
Luis
Guarnizo
reconoció
que
la
comunidad
de
los
emigrantes
ha
desempeñado
un
papel
esencial
dentro
de
la
política
en
su
país
natal.
En
las
elecciones
de
Nueva
York
de
1994,
en
las
que
apareció
Jorge
Fernández
como
candidato
del
Partido
de
la
Liberación
Dominicana
a
la
cámara
baja
del
congreso
a
su
regreso
a
la
isla,
es
una
evidencia
clara,
para
Guarnizo,
del
lugar
hacia
el
cual
los
inmigrantes
desplazaron
el
centro
del
escenario
de
la
vida
pública
del
país
de
origen.
Él
afirma,
en
efecto,
que
no
podemos
ver
a
la
República
Dominicana
y
a
los
Estados
Unidos
“como
dominios
separados
y
aislados;
sino
como
una
sola
parte
y
porción
de
una
misma
área
(aunque
desigualmente
desarrollada)
sociocultural,
económica
y
política”
(Guarnizo
1994:84;
1997:
312).
Guarnizo,
Levitt
y
Graham
pertenecen
al
núcleo
de
académicos
especialistas
en
migración
dominicana,
que
se
aproximan
al
objeto
de
estudio
desde
el
ventajoso
marco
del
transnacionalismo,
un
moderno
modelo
de
análisis
que
recalca
el
lugar
en
el
que
la
inmigración
transforma
las
relaciones
sociales,
produciendo
nuevas
formas
de
identidad
que
trascienden
las
nociones
tradicionales
de
espacio
físico
y
cultural.
Este
concepto
difiere
del
“trans-‐nacionalismo”,
tal
como
lo
definió
Ralph
Bourne
en
su
ensayo
Trans-‐National
America
de
1916.
Bourne
empleó
este
término
para
describir
las
medidas
deseables
gracias
a
las
cuales
toda
persona
originaria
de
otra
nación
que
viviera
en
los
Estados
Unidos
podía
participar
en
una
“cooperación
de
culturas”.
Él
presentó
el
“trans-‐nacionalismo
como
una
alternativa
democrática
a
la
homogeneización
cultural
postulada
por
los
poderosos
defensores
de
la
americanización
que
sentían
que
la
unidad
de
la
nación
americana
requería
la
destrucción
de
las
distintas
herencias
étnicas
de
los
inmigrantes
IR
Y
VENIR
186
IR
Y
VENIR
187
y
ricas
mujeres
americanas
como
Doris
Duke,
las
hermanas
Gabor
y
Barbara
Hutton,
mientras
llevaba
a
cabo
negocios
políticos
para
su
jefe.
Andrés
Requena,
un
opositor
de
Trujillo
que
escribió
la
novela
Cementerio
sin
cruces,
contraria
al
gobierno,
encontró
su
muerte
transnacional
en
la
Avenida
Madison
número
243
en
la
zona
este
de
Manhattan,
el
2
de
octubre
de
1952,
a
manos
del
sanguinario
Félix
W.
Bernardino,
cónsul
general
de
la
República
Dominicana
en
Nueva
York.
El
tirano
había
designado
a
Bernardino
allí
para
mantener
bajo
raya
a
la
comunidad
de
emigrados.
Luego
vino
el
asesinato
más
conocido
de
todos
los
transnacionales
ordenados
por
Trujillo.
El
exiliado
vasco
Jesús
de
Galíndez,
un
antiguo
consultor
del
Ministerio
de
Trabajo
y
Asuntos
Exteriores
dominicano
que
había
roto
sus
lazos
con
el
régimen;
cuando
llegó
a
Nueva
York
obtuvo
un
doctorado
en
la
Universidad
de
Columbia
donde
también
dictó
cursos
de
política
latinoamericana.
El
12
de
marzo
de
1956
un
secuaz
del
dictador
lo
secuestró
y
lo
llevó
de
vuelta
a
Santo
Domingo
donde,
según
dicen,
el
mismo
Trujillo
fiscalizó
su
muerte.
El
asunto
Galíndez
causó
indignación
internacional
y
las
autoridades
federales
de
los
Estados
Unidos
fueron
forzadas
a
presentar
cargos
contra
el
gobierno
dominicano.
Los
pedidos
de
justicia
no
encontraron
eco
en
El
diario
de
Nueva
York,
uno
de
los
mayores
diarios
en
lengua
española
en
la
ciudad;
cuyo
editor,
el
norteamericano
Stanley
Ross
fue
un
fiel
aliado
del
dictador.
El
régimen
de
Trujillo
había
invertido
mucho
dinero
en
comprar
la
amistad
de
medios
claves
de
comunicación,
así
como
también
de
legisladores
norteamericanos.
A
medida
que
el
gobierno
dominicano
se
fue
aprovechando
de
consejeros
de
primer
nivel,
contratando,
por
ejemplo,
a
Franklin
D.
Roosevelt,
Jr.,
el
último
hijo
del
presidente,
Trujillo
se
las
arregló
para
capear
el
temporal
desatado
a
partir
del
asunto
Galíndez.
Ya
sea
para
arruinar
a
un
enemigo,
cosechar
apoyo
para
su
régimen
o
evitar
responder
por
sus
crímenes,
Trujillo
supo
cómo
trascender
los
límites
de
las
fronteras
nacionales.
Él,
de
hecho,
ascendió
políticamente
gracias
a
un
hecho
eminentemente
transnacional:
la
ocupación
de
la
República
Dominicana
por
las
tropas
de
los
Estados
Unidos
desde
1916
hasta
1924.
Construyó
su
carrera
cuidadosamente
en
la
Guardia
Nacional
Dominicana,
un
cuerpo
militar
formado
por
los
norteamericanos.
Siendo
subteniente
en
1920,
estuvo
al
borde
de
alcanzar
un
veredicto
de
culpabilidad
en
una
corte
marcial
de
los
cuerpos
de
marines
de
los
Estados
Unidos
por
violar
a
una
campesina
de
17
años
de
edad;
pero
el
ingenioso
Trujillo
se
las
arregló
para
saltar
los
rangos
y
IR
Y
VENIR
188
ascender,
rápidamente,
a
capitán
cuando
los
Marines
se
retiraron
del
país
en
1924.
El
presidente
dominicano
Horacio
Vázquez
lo
promovió
a
teniente
coronel
ese
mismo
año,
y
en
1925
lo
convirtió
en
Jefe
de
la
Policía
Nacional.
Durante
los
siguientes
cinco
años,
persuadió
al
anciano
hombre
de
estado
para
que
lo
nombrara
General
Trujillo
y,
al
tener
a
las
fuerzas
armadas
bajo
su
control,
se
volvió
contra
Vázquez
y
se
apoderó
del
gobierno.
El
trabajo
previo
que
los
soldados
estadounidenses
habían
hecho
para
desarmar
a
la
población
civil,
jugó
a
favor
de
Trujillo
otorgándole
a
su
gobierno
el
absoluto
monopolio
de
la
violencia.
El
hecho
de
que
una
población
en
medio
del
Caribe
fuera
gobernada
durante
ocho
años
consecutivos
por
un
gobierno
que
obedecía
órdenes
de
Washington,
se
pone
a
la
altura
de
los
episodios
transnacionales
más
sobresalientes
del
siglo,
aunque
existieron
antecedentes
en
los
países
involucrados.
Dos
años
antes
de
la
invasión,
el
empresario
Francisco
José
Peynado,
el
adinerado
agricultor
Juan
Bautista
Vicini
Burgos,
el
novelista
Manuel
de
Jesús
Galván
y
el
poeta
Manuel
F.
Cestero
poseían
y
dirigían
en
la
calle
39
Oeste,
número
225
de
la
ciudad
de
Nueva
York,
la
publicación
periódica
Las
novedades,
una
empresa
editorial
que
abastecía
al
conjunto
de
lectores
hispanohablantes
de
la
ciudad.
Esta
empresa
administrativa
transportada
desde
Santo
Domingo
hasta
el
centro
de
Manhattan
en
1914,
nos
recuerda
a
otra
empresa
conducida
en
sentido
inverso
e
ideada
cinco
décadas
antes
por
los
aventureros
norteamericanos
William
Cazneau
y
Joseph
Fabens,
cuya
compañía,
la
American
West
India,
con
base
en
Nueva
York
creó
una
colonia
estadounidense
cerca
del
río
Ozama
en
la
ciudad
de
Santo
Domingo
para
atraer
ciudadanos
de
Estados
Unidos
que
quisieran
escaparse
de
la
triste
realidad
que
vivía
su
país
durante
la
Guerra
Civil.
La
interacción
entre
la
sociedad
dominicana
y
los
Estados
Unidos
data
de,
al
menos,
la
segunda
mitad
del
siglo
XIX.
El
hecho
más
sobresaliente
ocurrió
durante
el
período
de
la
administración
de
Ulysses
S.
Grant
que
coincidió
con
la
del
presidente
Buenaventura
Báez
en
la
República
Dominicana.
La
pasión
de
Grant
por
anexionar
la
tierra
dominicana
al
territorio
de
los
Estados
Unidos
encontró
la
pareja
perfecta
en
el
desvergonzado
deseo
de
Báez
de
vender
su
país
al
mejor
postor.
Tratando
de
evitar
la
vigorosa
oposición
del
Congreso
encabezada
sobre
todo
por
el
senador
Charles
Sumner,
Grant
envío
una
Comisión
de
Investigación
del
Senado
para
estimar
la
condición
del
país
y
su
gente,
y
para
averiguar
los
beneficios
de
la
anexión.
La
comisión
estuvo
IR
Y
VENIR
189
constituida
por
tres
senadores
de
los
Estados
Unidos,
entre
los
cuales
se
encontraba
Andrew
D.
White
que
luego
se
convirtió
en
presidente
fundador
de
la
Universidad
Cornell
y
que
contaba
con
un
personal
de
apoyo
que
incluía
al
afamado
abolicionista
Frederick
Douglas
como
su
secretario.
Al
dirigirse
al
Congreso
el
5
de
abril
de
1871,
Grant
presentó
las
investigaciones
de
la
comisión
como
evidencia
de
que
“el
interés
de
nuestro
país
y
de
Santo
Domingo
invita
a
la
anexión
de
esa
república”;
pero,
fracasó
en
su
intento
al
no
conseguir
la
mayoría
de
los
votos
y
tuvo
entonces
que
desistir
de
su
esfuerzo
anexionista
(Welles
1966:
400).
El
fracaso
de
este
proyecto
de
convertir
al
pequeño
país
del
Caribe
en
parte
de
la
Unión,
una
idea
que
Washington
había
alimentado
en
varios
niveles
a
partir
de
la
administración
del
presidente
James
K.
Polk,
no
disminuyó
la
injerencia
norteamericana
en
la
vida
política
y
económica
de
los
dominicanos.
Al
finalizar
la
centuria,
los
intereses
de
los
Estados
Unidos
en
el
país
eran
tan
altos
que
la
Casa
Blanca
tomó
la
responsabilidad
de
arbitrar
los
tratos
financieros
dominicanos
con
Europa.
La
República
Dominicana,
de
hecho,
sirvió
como
catalizador
para
el
corolario
de
la
Doctrina
Monroe
que
Teddy
Roosevelt
proclamó
en
1904;
por
medio
del
cual
Estados
Unidos
se
arrogó
a
sí
mismo
el
derecho
de
intervenir
militarmente,
o
de
cualquier
otro
modo,
en
cualquier
país
del
hemisferio
que
fracasara
en
mantener
su
propia
casa
en
orden.
El
corolario
de
Roosevelt
fue
implementado
en
1905
estableciendo
una
sindicatura
aduanera
en
la
República
Dominicana,
lo
cual
presagió
la
intervención
militar
que
se
materializaría
en
1916,
y
que
se
repetiría
en
1965.
Mientras
tanto,
la
influencia
de
los
Estados
Unidos
transformó
la
vida
dominicana.
La
industria
del
azúcar,
que
creció
bajo
los
auspicios
de
capital
americano,
se
convirtió
en
el
centro
de
la
economía
del
país;
y
el
“baseball”,
el
juego
americano,
se
transformó
en
el
pasatiempo
nacional
de
los
dominicanos.
Hoy
no
le
damos
importancia
al
hecho
de
que
muchos
de
los
clubes
de
baseball
estadounidenses
tienen
academias
en
ciudades
dominicanas
con
el
expreso
propósito
de
producir
jugadores
dominicanos
para
importar
a
las
ligas
mayores
cuando
el
producto
es
bueno.
Por
la
misma
razón,
los
dominicanos
han
consumido
vorazmente,
durante
la
mayor
parte
del
siglo
XX,
las
ideas
de
felicidad
de
Hollywood,
las
visiones
de
modernidad
de
la
Avenida
Madison
y
las
nociones
de
desarrollo
de
Wall
Street.
Por
momentos,
los
dominicanos
han
tenido
la
estructura
de
sus
vidas
moldeada,
material
y
simbólicamente,
por
las
agendas
de
agentes
extraños
a
la
geografía
nacional.
Su
sociedad,
en
IR
Y
VENIR
190
otras
palabras,
ha
padecido
un
estatus
dependiente
en
el
sistema
del
mundo
al
que
pertenecen.
Han
experimentado
circunstancias
en
las
cuales
tuvieron
que,
o
bien
dejar
su
país
para
engrandecer
sus
posibilidades
de
supervivencia;
o
bien,
tratar
con
la
impotencia
de
que
los
asuntos
económicos
y
políticos
de
su
sociedad
estén
dictados
por
fuerzas
extranjeras.
Al
ilustrar
este
fenómeno
hace
una
década
atrás,
yo
cité
estos
eficaces
ejemplos:
“en
la
década
de
los
setenta,
un
presidente
dominicano
apareció
en
la
televisión
nacional
dominicana
con
una
súplica
al
gobierno
de
los
Estados
Unidos,
el
cual
había
reducido
la
cuota
del
azúcar
dominicano.
En
su
discurso
fue
tan
lejos
que
llegó
a
decir
que
si
el
presidente
Nixon
encontraba
alguna
falla
en
su
presidencia
y
de-‐
seaba
que
él
desistiera
de
su
candidatura
para
reconsiderar
la
reducción
sobre
la
cuota
de
azúcar
dominicano,
él
estaría
dispuesto
a
abandonar
su
condición
de
jefe
electo
de
la
nación.
Pero,
incluso
más
tarde,
en
nuestra
década,
en
vísperas
de
las
últimas
elecciones
presidenciales
en
la
República
Dominicana,
uno
podía
escuchar
a
los
dominicanos,
sin
indignación,
pues
aunque
Juan
Bosch
fuera
un
buen
candidato
y
pareciera
atraer
muchos
votos,
no
ganaría
porque
los
Estados
Unidos
no
le
daría
la
bienvenida
a
un
presidente
con
sus
ideas
izquierdistas.
A
medida
que
nos
acercamos
a
las
elecciones
presidenciales
en
la
República
Dominicana,
uno
escucha,
de
nuevo,
la
misma
tonada.
Los
dominicanos,
parece
que
están
acostumbrados
a
no
tener
control
sobre
los
eventos
políticos
que
los
afectan
profundamente”
(Torres-‐Saillant
1989:
12).
Entonces,
por
consiguiente,
no
debería
causarnos
gran
sorpresa
el
ver
a
los
líderes
políticos
dominicanos
esforzarse,
muy
pragmáticamente,
para
capitalizar
el
hecho
de
que
hoy,
gracias
a
la
desafortunada
situación
histórica
descrita
aquí
mismo,
cerca
de
una
quinta
parte
de
la
población
dominicana
vive
fuera
de
la
geografía
de
la
patria.
El
reciente
vicepresidente
de
la
Internacional
Socialista
y
por
largo
tiempo
candidato
presidencial
del
Partido
Revolucionario
Dominicano,
José
Francisco
Peña
Gómez
se
comprometió
en
1990
a
promover
una
enmienda
constitucional
que
permitiría
a
los
dominicanos
retener
su
ciudadanía
original
si
se
naturalizaban
como
ciudadanos
estadounidenses
(Ríos
1992:
225).
La
idea
era
asegurar
que
los
inmigrantes
quedaran
atados
a
su
país
nativo
a
pesar
de
que
consiguieran
facultades
políticas
en
la
sociedad
que
los
recibe,
garantizando
así
la
participación
de
la
comunidad
de
emigrantes
en
los
planes
de
desarrollo
de
la
sociedad
emisora.
La
comunidad
de
emigrantes,
como
la
diáspora
haitiana,
no
sólo
continúa
apoyando
al
suelo
natal
con
remesas,
sino
también
pudo
apoyar
al
Estado
Dominicano
en
sus
IR
Y
VENIR
191
IR
Y
VENIR
192
epistemológica.
La
oposición
proviene,
principalmente
de
los
otros
dominicanistas,
un
grupo
de
intelectuales,
artistas
y
activistas
comunitarios
nativos
quienes
tienen
como
objetivo
ayudar
a
inscribir
a
los
dominicanos
dentro
del
imaginario
nacional
de
los
Estados
Unidos.
DEFENSA Y ERUDICIÓN
Gayatri
Chakravorty
Spivak
ha
afirmado
acertadamente
la
necesidad
de
los
intelectuales
de
definir
su
propia
posición
como
sujetos
de
investigación
(Spivak
1994:
92).
Yo
creo
que
la
mayoría
de
los
dominicanos
del
grupo
alternativo
aceptaría
la
posición
inherente
en
un
documento
titulado
“Esencias
dominicanas
en
la
academia
de
los
Estados
Unidos”
redactado
por
un
profesor
asociado
del
Instituto
de
Estudios
Dominicanos
de
la
Universidad
de
la
ciudad
de
Nueva
York.
En
un
pasaje
pertinente
se
lee:
“La
configuración
de
los
estudios
dominicanos
debe
abarcar
no
sólo
la
producción
del
conocimiento
sino
también
una
agenda
de
investigación
dirigida
a
asegurar
la
supervivencia
material
y
espiritual
de
la
comunidad
dominicana
en
los
Estados
Unidos.
Nuestro
esfuerzo
no
puede
ser
defendido
por
intelectuales
volátiles
que
se
aproximan
a
la
cuestión
dominicana
motivados
sólo
por
la
atracción
que
ejerce
un
campo
interesante
en
el
cual
puede
escribirse
un
libro
que
puede
venderse
en
el
mercado.
El
trabajo
académico
de
los
dominicanistas
debe
abarcar
una
visión
acerca
del
futuro
de
la
comunidad.
Necesitamos
intelectuales
con
la
habilidad
de
abrazar
esa
visión
sin
un
sentimiento
de
vergüenza.
Los
colegas
a
quienes
nosotros
respetamos,
y
a
los
que
podemos
naturalmente
pensar
como
aliados
son
intelectuales
y
educadores
de
cualquier
grupo
étnico
que
han
resuelto
la
dicotomía
entre
talento
individual
y
pertenencia
a
la
comunidad.
Puesto
que
creemos
que
la
supervivencia
de
nuestra
comunidad
está
en
juego,
valoramos
a
los
aliados
académicos
que
están
dispuestos
a
servir
como
intelectuales
de
esta
cruzada,
aceptando
su
porción
de
responsabilidad
social
para
el
bienestar
colectivo”
(adaptado
de
Hernández
y
Torres-‐Saillant
1996:
6-‐7).
Esa
posición
intelectual
encontró
un
crucial
desafío
después
del
10
y
11
de
mayo
de
1998,
cuando
el
New
York
Times
publicó
extensos
artículos
que
difamaban
a
los
inmigrantes
dominicanos
a
lo
largo
de
dos
páginas
principales.
Escritos
por
los
periodistas
Larry
Rohter
y
Clifford
IR
Y
VENIR
193
Krauss,
los
artículos
ofrecían
el
ejemplo
de
René
Antonio
Aquino
como
ajustándose
al
“perfil
del
típico
inmigrante
dominicano
de
la
ciudad
de
Nueva
York”.
Aquino
“un
dominicano
que
está
esperando
juicio
por
cargo
de
drogas
en
Hartford”
y
“uno
de
los
pioneros
en
expandir
el
terreno
de
las
pandillas
dominicanas”
llegó
a
Nueva
York
“siendo
adolescente
junto
a
sus
padres,
aprendió
inglés
razonablemente
bien;
y
se
convirtió
en
un
ardiente
fanático
de
los
Yankees.
Aunque
nunca
terminó
la
secundaria,
se
las
ingenió
para
comprar
una
bodega
llamada
Diana’s
en
la
avenida
Wilson
en
Bushwick,
en
Brooklyn,
y
disfrutó
de
una
vida
de
clase
media
que
se
completa
con
autos
deportivos
y
un
par
de
casas
alquiladas
en
Queens”.
Después
de
haberlo
descrito
como
el
perfil
del
“típico
inmigrante
dominicano”,
Rohter
y
Krauss,
pudieron
proceder,
lógicamente,
a
igualar
el
crecimiento
de
los
negocios
financieros
ilegales
en
el
área
de
Nueva
York
con
la
llegada
continua
de
dominicanos
a
los
Estados
Unidos.
Ellos
cierran
su
artículo
con
esta
funesta
predicción:
“definitivamente,
el
lavado
de
dinero
está
creciendo
al
mismo
tiempo
que
crece
la
inmigración
dominicana”.
Al
tiempo
que
los
dominicanos
de
Nueva
York
exigían
declaraciones
públicas
de
rectificación,
los
intelectuales
del
Instituto
Dominicano
daban
al
público
nueva
información
de
dos
estudios
socioeconómicos
de
la
comunidad
en
la
ciudad
que
desmentían
la
prosperidad
material
que
los
periodistas
atribuyeron
al
típico
inmigrante
dominicano.
Respecto
a
la
caracterización
de
la
comunidad
como
incisivamente
criminal,
los
deman-‐
dados
eligieron
poner
la
representación
difamatoria
en
un
marco
histórico.
Un
pasaje
citado
por
Hispanic
Outlook
on
Higher
Education
dice:
“No
trataríamos
de
imputar
motivos
ulteriores
a
la
difamación
de
la
comunidad
dominicana
por
parte
de
Rohter
y
Krauss.
Simplemente
podríamos
asumir
que
este
caso
de
agresión
contra
los
dominicanos
se
corresponde
con
un
patrón
en
la
historia
de
la
inmigración
estadounidense.
En
su
proceso
de
establecerse
en
este
país
los
grupos
étnicos,
normalmente,
han
tenido
que
contar
con
voces
hostiles
por
parte
de
personas
de
la
prensa
que,
estimuladas
por
la
certeza
de
impunidad,
han
tomado
la
tarea
de
vilipendiar
a
los
grupos
minoritarios.
Irlandeses,
puertorriqueños,
italianos
y
afroamericanos
han
sufrido
su
porción
de
ignominia.
A
medida
que
el
poder
económico
y
político
de
estas
comunidades
fue
creciendo,
el
abuso
verbal
perpetrado
contra
ellos
decreció
en
forma
proporcional.
Los
dominicanos
pueden
consolarse
a
sí
mismos
con
el
pensamiento
de
que
otras
comunidades
IR
Y
VENIR
194
étnicas
han
tenido
que
sufrir
infamias
y
aún
así
se
las
han
arreglado
para
sobrevivir”
(Hixson
1998:
25).
En
general,
la
erudición
a
la
que
contribuyeron
las
voces
nativas
produce
una
in-‐
mediación
perceptible
respecto
a
la
defensa
de
la
comunidad
dominicana;
mientras
al
mismo
tiempo,
intercede
por
la
inserción
de
la
experiencia
de
la
comunidad
en
áreas
del
discurso
que
la
omiten.
Los
textos
de
Junot
Díaz
que
ganaron
por
tercera
vez
la
inclusión
dentro
de
Los
mejores
cuentos
americanos,
el
éxito
tremendo
y
los
numerosos
premios
de
la
poetisa
y
novelista
Julia
Álvarez,
la
reciente
celebridad
de
Rhina
Espaillat,
una
poetisa
dominicana
de
nacimiento
que
ganó
el
premio
Howard
Nemerov
Sonnet
en
1998,
el
mismo
año
que
su
libro
Where
Horizons
Go
[Donde
van
los
horizontes]
ganó
el
Premio
de
Poesía
T.S.
Eliot;
y
el
auspicioso
comienzo
de
Loida
Maritza
Pérez,
cuya
primera
novela
Geographies
of
Home
[Geografías
del
hogar]
de
1999
recibió
el
ardiente
elogio
de
Maryse
Condé
y
Edwidge
Danticat,
todo
lo
cual
sirve
con
un
propósito
de
autoridad
dentro
del
nivel
de
las
políticas
simbólicas,
en
las
que
el
simple
hecho
de
ver
que
los
nombres
de
los
autores
dominicanos
aparecen
en
muchas
de
las
listas
de
mejor
venta
de
este
país
acrecienta
la
confianza
cultural
de
la
comunidad
en
sí
misma,
haciendo
más
fuerte
su
sentido
de
pertenencia
a
los
Estados
Unidos.
La
intelectual
literata
Daisy
Cocco
de
Filippis,
a
través
de
su
compilación
de
antologías
de
escritores
dominicanos
en
los
Estados
Unidos,
ayudó
a
documentar
la
porción
menos
visible,
escrita
primeramente
en
español,
del
gran
corpus
literario
de
la
diáspora
dominicana.
En
el
libro
The
Dominican
Americans
(Los
dominicanos
estadounidenses),
la
socióloga
Ramona
Hernández
y
este
autor
insisten
en
mostrar
a
los
dominicanos
en
los
Estados
Unidos,
no
como
“otro”
exterior
que
sólo
cruza
como
meras
aves
de
paso,
o
como
un
grupo
de
gente
indecisa
y
ambulante
sin
raíces
tanteando
su
paso
a
través
de
la
historia
sin
una
idea
clara
de
su
destino.
En
lugar
de
eso,
vemos
a
los
dominicanos
como
una
porción
regular
de
la
población
estadounidense
con
raíces
en
este
país
que
datan
de
hace
un
siglo
y
medio.
A
pesar
de
tener
un
perfil
socioeconómico
un
tanto
tenebroso,
particularmente
si
miramos
a
Nueva
York,
muestran
un
escenario
lúgubre:
alto
desempleo,
salarios
inferiores
a
la
media
de
los
trabajadores,
bajos
logros
educativos,
una
alta
incidencia
de
violencia
relacionada
con
las
drogas
y
niveles
adversos
de
eficiencia
en
inglés.
Pero
ese
cuadro
problemático
no
ha
detenido
la
formación
de
iniciativas
radicales
dirigidas
a
las
IR
Y
VENIR
195
IR
Y
VENIR
196
dominicanos,
ya
sea
como
autores
o
como
sujetos
de
estudio
en
algunos
de
sus
noventa
y
cuatro
capítulos.
DEFINIENDO LO DEFINIDO
La
lucha
epistemológica
que
separa
los
dos
grupos
académicos
que
rivalizan
por
conseguir
la
supremacía
dentro
del
campo
de
la
migración
dominicana,
es
decir,
sobre
la
autoridad
a
la
hora
de
definir
lo
dominicano,
parece
irresoluble
hasta
el
momento.
Los
defensores
de
una
construcción
dinámica
común
parecen
casi
condicionados
a
una
continua
confrontación
con
los
transnacionalistas.
Por
supuesto,
no
todos
los
observadores
académicos
que
abrazan
el
transnacionalismo
se
ven
envueltos
en
esta
controversia.
El
título
mismo:
Between
two
Islands:
Dominican
International
Migration
(1991)
[Entre
dos
islas:
la
migración
internacional
dominicana];
libro
muy
importante
de
las
investigadoras
sobre
migración
dominicana,
Sherri
Grasmuck
y
Patricia
Pessar,
alude
al
movimiento
pendular
de
muchos
dominicanos
desde
la
isla
Española
hasta
la
isla
de
Manhattan.
La
antropóloga
Eugenia
Georges
estudió
las
influencias
económicas,
sociales
y
culturales
relacionadas
con
el
género
que
la
migración
internacional
tuvo
dentro
de
las
comunidades
de
inmigrantes
de
origen
dominicano
de
la
aldea
a
la
cual
llamó
Los
Pinos.
La
autora
examinó
las
fuerzas
relacionadas
que
“llegaron
atravesando
límites
internacionales
articulando
Los
Pinos
y
Nueva
York
en
un
único
campo
social
transnacional”
(1990:
234).
Georges,
sin
embargo,
no
proclamó
la
llegada
de
nuevas
clases
de
dominicanos
que
superaron
las
afiliaciones
nacionales
al
escenario
de
la
historia.
Tampoco
lo
hizo
Jorge
Duany,
quien
en
1993
estudió
la
transnacionalidad
de
los
dominicanos
de
Washington
Heighs,
extensión
semejante
a
cumbres
de
lirismo
sociológico.
Encontró
allí
“el
emergente
de
una
identidad
transnacional”
entre
los
residentes
“Caracterizados
por
un
ambivalente
apego
a
la
sociedad
huésped
y
una
persistente
mirada
tanto
hacia
el
país
natal
como
hacia
la
red
familiar
que
cruza
los
límites
geopolíticos.
(Duany
1994:
46).
Pero
esta
habilidad
para
negociar
entre
el
país
de
origen
y
el
receptor
fue
impulsada
por
una
necesidad
material,
y
no
envuelve
una
negación
del
“cimiento
estable
de
una
sólida
comunidad
dominicana”;
la
cual,
como
Duany
también
documentó,
ha
servido
para
asegurar
IR
Y
VENIR
197
IR
Y
VENIR
198
York
(1998:186-‐87,
203).
Guarnizo
no
necesita
acceder
a
los
datos
usados
por
otros
autores.
Él
simplemente
prefiere
diferentes
clases
de
estadísticas
que
son
más
parecidas
a
su
plácida
visión
de
la
transnacionalidad
dominicana.
Ni
es
sorprendente,
tampoco,
que
sus
mediciones
y
pruebas
muestren,
por
el
contrario,
indicadores
favorables.
Por
ejemplo,
de
150
inmigrantes
que
retornaron
a
su
patria,
y
a
los
cuales
él
entrevistó
en
la
República
Dominicana
para
mostrar
la
movilidad
circular
del
grupo,
el
79,6%
tenía
casa
propia
y
eran
económicamente
activos,
el
82,5%
residía
en
barrios
de
clase
media,
y
el
74,4%
había
aumentado
hasta
tres
veces
su
estatus
ocupacional,
desde
un
23,3%
cuando
ellos
llegaron
a
los
Estados
Unidos
hasta
un
73,8%
en
el
momento
de
su
entrevista
(Guarnizo
1997:
290).
Los
informantes
de
Guarnizo
eran
personas
que
no
habían
sufrido,
como
la
mayoría
de
los
inmigrantes
dominicanos,
la
exclusión
en
el
mercado
de
trabajo
en
su
país
de
origen.
Ellos
emigraron,
en
general,
motivados
por
el
atractivo
de
la
prosperidad,
instigados
por
cuentos
de
oportunidades
y
de
éxitos
escuchados
a
sus
amigos
y
familiares
(292).
Como
resultado,
él
se
encontró
por
casualidad
con
unos
individuos
que
corrieron
la
misma
suerte
que
tuvo
Carlos
Rojas
quien
“pudo
actuar
expediciosamente
de
acuerdo
con
sus
deseos
para
(re)seleccionar
su
lugar
de
residencia
en
dos
estado-‐naciones
diferentes
como
si
las
fronteras
nacionales
no
existieran”
(297).
Fiel
a
su
punto
de
vista
sobre
la
estructura
binacional
de
la
sociedad
dominicana
contemporánea,
Guarnizo
publica
un
artículo
en
1997
sobre
el
retorno
de
los
inmigrantes
con
dos
epígrafes
que
evocan
su
retrato
de
los
dominicanos
como
la
quintaesencia
de
lo
transnacional.
Uno
habla
de
un
trabajador
inmigrante
llamado
Carlos
Ávila,
de
64
años
de
edad,
quien,
aunque
regresó
a
la
República
Dominicana
después
de
haber
vivido
durante
veinticinco
años
ininterrumpidamente
en
la
ciudad
de
Nueva
York,
estaba
seguro
de
querer
mantener
su
departamento
en
Washington
Heights
sólo
para
estar
en
un
sitio
protegido.
El
otro,
una
especie
de
relato
literario
sobre
la
vida
binacional
del
actual
presidente
dominicano
dice
así:
“Leonel
Fernández,
hijo
de
una
enfermera
dominicana
que
emigró
a
los
Estados
Unidos
en
la
década
del
sesenta,
vivió
por
más
de
una
década
en
la
ciudad
de
Nueva
York
donde
asistió
a
la
escuela
primaria
y
secundaria
en
Washington
Heights.
Después
de
su
regreso
a
Santo
Domingo,
se
graduó
en
Derecho
y
volvió
a
Nueva
York
para
proseguir
sus
estudios
graduados
y
coordinar
allí
las
actividades
políticas
del
Partido
de
la
Liberación
Dominicana.
Después
de
graduarse,
a
los
42
años
IR
Y
VENIR
199
de
edad,
volvió
nuevamente
a
Santo
Domingo.
El
30
de
junio
de
1996
fue
elegido
presidente
de
la
República
Dominicana.
Como
un
residente
legal
en
los
Estados
Unidos,
el
presidente
Fernández
ha
alentado
a
los
inmigrantes
dominicanos
a
convertirse
en
ciudadanos
norteamericanos
y
a
participar
activamente
en
la
política
local
mientras
mantienen
lazos
con
su
país
natal.
Recientemente,
declaró
que
intentaría
vivir
en
los
Estados
Unidos
en
el
futuro,
después
de
haber
servido
como
presidente,
y
que
se
uniría,
entonces,
a
su
madre
y
a
sus
familiares
que
todavía
viven
en
el
mismo
departamento
de
la
“Gran
Manzana”
(Guarnizo
1997:
282).
Curiosamente,
aunque
empleados
para
ejemplificar
la
condición
del
inmigrante
moderno,
ni
Ávila
ni
Fernández
califican
como
el
típico
ejemplo
del
promedio
de
los
miembros
comunes
de
la
comunidad.
El
perfil
socioeconómico
de
los
dominicanos
en
Nueva
York
podría
volver
inverosímil
que
un
trabajador
con
un
salario
medio
que
regresa
a
su
país
natal
pudiera
ser
capaz
de
continuar
financiando
su
departamento
de
Manhattan,
dado
el
alto
incremento
del
costo
de
la
renta
que
ha
ocasionado
que
haya
cada
vez
menos
demanda
en
vecindarios
como
Washington
Heights.
El
caso
Fernández
también
carece
de
aplicabilidad
como
modelo;
ya
que,
aunque
se
haya
dado,
muy
pocos
de
los
que
han
emigrado
tienen
la
oportunidad
de
convertirse
en
jefes
de
estado
de
sus
propios
países.
Su
ascenso
político
es
hoy
tan
excepcional
como
hace
cien
años
lo
fue
el
inmigrante
cubano
Tomás
Estrada
Palma,
quien
había
servido
como
director
de
la
Escuela
del
Valle
Central
para
niños,
ubicada
en
el
condado
de
Orange
en
Nueva
York
antes
de
convertirse
en
el
presidente
de
la
República
de
Cuba
en
1902.
Junto
a
lo
excepcional
de
su
caso,
el
relato
acerca
de
Fernández
exhibe
inquietantes
inexactitudes
biográficas.
Por
ejemplo,
después
de
haber
vuelto
a
su
país
natal
antes
de
completar
la
secundaria,
él
no
regresó
a
Nueva
York
para
proseguir
sus
estudios
graduados,
y
no
asumió
la
coordinación
de
las
actividades
del
Partido
de
la
Liberación.
Tampoco
su
madre
reside
en
la
Gran
Manzana,
donde
se
supone
que
ocupa
el
mismo
apartamento
en
el
que
ella
vivió
durante
los
años
sesenta,
sino
que
se
estableció
confortablemente
en
la
ciudad
de
Santo
Domingo
como
un
inmigrante
convencional
que
retorna.
Además,
Fernández
no
participa
en
la
política
de
su
país
como
un
binacional.
Él
pagó
sus
derechos
como
un
político
dominicano
de
raza,
al
haber
servido
durante
veinte
años
como
fiel
e
incondicional
discípulo
de
Juan
Bosch,
fundador
del
partido.
Su
experiencia
neoyorquina
quedó,
de
hecho,
sumergida,
y
sólo
apareció
en
la
actividad
pública
después
de
que
Bosch
se
hubiera
retirado
IR
Y
VENIR
200
IR
Y
VENIR
201
IR
Y
VENIR
202
distancias
geográficas
y
ha
anulado
la
tensión
que,
con
frecuencia,
se
asocia
con
el
vivir
lejos
de
su
propia
tierra.
Estas
nuevas
circunstancias,
aparentemente,
dejan
espacio
para
que
numerosos
grupos
de
otras
nacionalidades
se
transladen
libremente
traspasando
los
límites
culturales
de
los
estados-‐nación.
De
hecho,
esta
concepción
acerca
de
la
movilidad
sin
límites
de
los
nuevos
inmigrantes
recuerda
el
concepto
de
“guagua
aérea”,
esa
noción
de
“bus
volador”
que
el
escritor
Luis
Rafael
Sánchez
ha
desarrollado
para
describir
la
condición
viajera
de
la
nación
puertorriqueña.
Sánchez
ve
a
su
pueblo
como
“el
que
viaja
diariamente
entre;
lo
que
para
ellos
se
ha
vuelto
Nueva
York,
un
desacreditado
Eliseo
y
un
inhabitado
Edén,
como
ha
comenzado
a
ser
Puerto
Rico
(1994:
15).
Como
prueba
de
su
ánimo
indomable,
los
puertorriqueños
reclaman,
ahora
legítimamente,
la
conquista
de
su
espacio
aéreo,
“espacio
de
una
nación
que
flota
entre
dos
puertos
que
se
encuentran
inmersos
en
el
tráfico
de
la
esperanza”
(Sánchez
1994:
22).
Aunque
Sánchez
no
se
revuelque
en
la
desesperación,
la
condición
que
él
describe,
sumado
al
legado
de
una
dominación
colonial
y
lujuriosa
que
se
remonta
hacia
1898,
como
mínimo,
muestra
la
especificidad
de
la
historia
puertorriqueña;
y,
al
mismo
tiempo,
es
penetrada
por
los
indicadores
del
trauma.
Sontag
y
Dugger,
por
otra
parte,
conciben
la
guagua
aérea
como
un
elemento
propicio
que
se
despliega
sobre
el
espectro
global,
acompañando
al
inmigrante
moderno.
Ellas
postulan
que
“como
el
mundo
se
ha
vuelto
demasiado
pequeño,
las
experiencias
de
los
inmigrantes
han
cambiado
inevitablemente”.
Los
periodistas
apelan
al
caso
del
hombre
de
negocios
dominicano
en
Nueva
York,
Fernando
Mateo,
para
ilustrar
su
declaración.
Mateo
se
hizo
conocido
en
1994
cuando
lanzó
con
éxito
una
campaña
donde
alentaba
a
los
neoyorquinos
a
cambiar
sus
armas
ilegales
por
juguetes.
El
inesperado
éxito
de
la
iniciativa
“juguetes
por
pistolas”
le
hizo
ganar
a
Mateo
una
invitación
para
el
espectáculo
de
Oprah
Winfrey
y
también
para
la
Casa
Blanca.
La
atención
y
la
bienvenida
que
los
medios
le
prestaron,
le
proporcionó
un
alto
grado
de
conocimiento
que
él,
astutamente,
capitalizó
lanzando
entonces
su
Mateo
Express,
una
próspera
y
creciente
compañía
de
transferencia
de
dinero.
En
Nueva
York,
la
moda
de
“juguetes
por
pistolas”
duró
solamente
algunos
meses;
rápidamente
eclipsada
por
la
llegada
de
del
alcalde
Rodolfo
Giuliani,
un
antiguo
fiscal
que
apenas
se
había
interesado
en
una
aproximación
simbólica
a
la
lucha
contra
el
crimen.
Todavía
Mateo
IR
Y
VENIR
203
administraba
inteligentemente
la
cuota
de
reconocimiento
que
tenía
su
nombre,
sobre
todo
en
la
televisión
y
en
los
medios
gráficos
hispanos
de
Nueva
York,
gracias
a
una
serie
de
maniobras
bien
publicitadas.
Él
mostró
su
anhelado
proyecto,
revelando
un
plan
para
proponer
al
candidato
republicano
como
alcalde
de
Nueva
York,
patrocinando
una
gira
de
la
estrella
del
merengue,
Fernandito
Villalona,
a
quien
las
autoridades
norteamericanas
habían
prohibido
la
entrada
al
territorio
estadounidense,
promoviéndose
a
sí
mismo
como
un
campeón
de
votos
derechistas
de
los
dominicanos
en
el
extranjero,
y
anunciando
su
intención
de
postularse
para
altos
cargos
políticos
en
la
República
Dominicana.
El
atrayente
espectáculo
dado
por
Mateo
ayudó
a
mantener
su
nombre
en
las
noticias
hispanas,
contribuyendo,
más
probablemente,
al
crecimiento
de
su
negocio
de
transferencia
de
dinero.
Esto
parecía
ser,
en
realidad,
una
imagen
de
la
prosperidad
que
el
artículo
del
New
York
Times
deseaba
insinuar
a
través
de
una
fotografía
en
primera
plana,
en
donde
aparecía
él
y
su
esposa
paseando
en
primera
clase
en
uno
de
sus
vuelos
directos
entre
su
país
natal
y
su
domicilio
en
Nueva
York.
Sontag
y
Dugger
nos
informan:
“en
unos
días,
él
y
su
esposa
Stella
partirán
con
el
estridente
tráfico
de
la
gran
autopista
central
y
finalizarán
su
viaje
a
lomo
de
caballo
en
la
verde
campiña
dominicana
río
abajo,
para
saborear
ron
y
chivito”.
Los
periodistas,
sin
embargo,
no
hacen
demasiada
alharaca
del
éxito
económico
de
Mateo.
Ellos
no
se
detienen
en
conectar
su
bienestar
financiero
con
su
habilidad
para
moverse
entre
Nueva
York
y
su
playa
natal
sin
conflicto
ni
molestia.
Ellos
parecen
retratar
a
Mateo,
a
pesar
de
su
riqueza,
como
la
personificación
de
uno
u
otro
modo
del
típico
inmigrante
moderno.
Ellos
lo
conviertieron
en
una
imagen
bucólica
a
través
del
siguiente
emblema:
“un
ciudadano
dual
de
la
República
Dominicana
y
de
los
Estados
Unidos,
él
viste
en
su
solapa
un
pin
hecho
a
medida
que
entrelaza
las
banderas
dominicana
y
estadounidense.
Habla
con
fluidez
español
e
inglés;
y
en
los
negocios
se
mueve
con
soltura
en
cualquiera
de
las
dos
culturas.
Sin
embargo,
no
hay
fractura
en
su
existencia”
(p.
1).
Otra
vez,
encontramos
aquí
la
tendencia
a
representar
la
conducción
de
los
nuevos
inmigrantes,
por
medio
de
casos
que
son
reconocidamente
excepcionales.
El
perfil
socioeconómico
de
los
dominicanos
en
Nueva
York
que,
gracias
al
esfuerzo
de
sus
intelectuales,
ha
comenzado
a
ser
beneficioso
a
partir
de
los
noventa,
desalentarían
el
empleo
de
los
ricos
IR
Y
VENIR
204
empresarios
para
ilustrar
las
condiciones
de
los
inmigrantes
dominicanos;
así
como
también
desalentaría
el
conferirle
un
papel
semejante
a
una
autoridad
de
la
droga
o
a
un
presidente
de
estado.
Los
periodistas
del
New
York
Times
saben
de
sobra
que
no
todos
los
dominicanos
poseen
una
gran
riqueza,
sin
embargo,
este
conocimiento
no
alteró
sus
análisis.
Por
el
contrario,
ellos
afirman,
sin
ánimo
de
equivocarse,
que
“los
dominicanos,
sin
importar
su
clase
son
probablemente
el
más
transnacional
de
todos
los
inmigrantes
de
Nueva
York.
Como
el
grupo
de
inmigrantes
más
grande
de
Nueva
York,
ellos
han
transformado
su
nación
mientras
pretenden
poseer
barrios
enteros
de
Nueva
York.
De
forma
predecible,
Sontag
y
Dugger
siguen
un
camino
de
verificación
diferente
para
invocar
el
paradigmático
caso
del
presidente
Fernández
que,
según
ellos,
creció
en
la
zona
más
elevada
del
lado
oeste,
consiguió
en
silencio
su
tarjeta
verde
y
ha
dicho
que
intenta
juntarse
otra
vez
con
su
familia
en
Manhattan
al
final
de
su
mandato”
(1998:
28).
La
práctica
de
privilegios,
a
excepción
de
las
raras
ocasiones
en
donde
se
sustancia
la
verdad
y
se
declara
acerca
de
las
virtudes
de
la
identidad
binacional
y
transnacional
entre
los
dominicanos,
falsifica
la
experiencia
inmigratoria
de
este
grupo
en
el
que
unos
pocos
acostumbran
a
representar
injustamente
a
la
mayoría,
lo
que
indica
la
considerable
indiferencia
hacia
la
situación
actual
de
la
mayor
parte
de
estos
inmigrantes.
Por
consiguiente,
esta
práctica
se
burla
de
la
angustia
y
del
dolor
de
muchas
de
las
llamadas
familias
binacionales
que
no
tienen
suficiente
poder
económico
para
brindar
soluciones
financieras
a
los
problemas
que
surgen
de
la
división
que,
frecuentemente,
desgarra
a
las
familias
que
se
hallan
separadas
y
cuyos
miembros
se
encuentran
a
uno
u
otro
lado
del
océano.
No
hemos
escuchado
ninguna
mención
a
casos
como
el
de
doña
Chea,
la
madre
soltera
de
cuatro
hijos;
uno
de
los
cuales
vivía
con
ella
en
un
pequeño
departamento
de
Brooklyn,
y
los
otros
tres
permanecían
en
San
Juan
de
la
Maguana,
una
de
las
zonas
más
desvastada
por
la
furia
del
Huracán
Jorge
a
mediados
de
octubre
de
1998,
esperando
recibir
sus
visas
norteamericanas.
La
interrupción
de
las
líneas
de
teléfono
y
la
suspensión
de
los
vuelos
durante
largos
días
a
causa
del
desastre
natural
retrasaron
las
malas
noticias:
los
niños
fueron
enterrados
vivos
por
un
alud
de
barro
que
cubrió
la
casa
por
completo
sin
permitirles
salir.
El
angustioso
pesar
que
nubló
el
corazón
de
Chea
debe
haber
excedido,
en
mucho,
el
gran
dolor
que
incluso
el
mismo
escenario
de
la
Antigua
Atenas
pudo
haber
jamás
representado.
IR
Y
VENIR
205
IR
Y
VENIR
206
diáspora
que
otros
utilizan
para
referirse
a
“una
clase
específica
de
confín
transnacional
que
conlleva
la
expulsión
o
el
involuntario
exilio,
basado
en
un
recuerdo
de
la
patria
perdida
o
imaginada
que
ya
ha
sido
establecida”
(Levitt
1998:
928).
Su
definición
parece
proscribir
cualquier
uso
del
término
fuera
del
contexto
bíblico
original,
y
falla
al
reconocer
que
una
inmigración
masiva
es
raramente
voluntaria,
incluso
cuando
las
personas
pueden
ir
a
un
consulado
extranjero
por
propia
voluntad.
Desde
mi
punto
de
vista,
la
idea
de
la
diáspora
es
más
útil
que
la
del
transnacionalismmo
a
la
hora
de
ayudarnos
a
discernir
la
complejidad
de
la
moderna
experiencia
de
los
inmigrantes
dominicanos.
La
verdadera
etimología
de
la
palabra
garantiza
el
lugar
de
su
complejidad.
Para
el
griego
sperein
significa
ambos,
asentarse
y
esparcirse,
lo
que
sugiere,
al
menos,
el
sentido
de
echar
raíces,
que
luego
se
convierte
en
el
desarraigo
(Torres-‐Saillant
1999:
35).
Con
los
antecedentes
de
los
hebreos,
los
griegos
y
los
armenios
en
el
pasado
remoto,
pueden
moderar
la
radical
novedad
que
los
aprendices
de
investigación
han
llegado
a
atribuirle
a
los
flujos
humanos
contemporáneos
y
a
los
asentamientos
de
ultramar.
Presionados
por
un
mercado
académico
altamente
competitivo
que
sobrevalora
los
análisis
afilados
como
una
valiosa
mercancía
intelectual;
los
investigadores,
frecuentemente,
abrazan
esquemas
de
pensamiento
que
parecen
exagerar
la
novedad
de
la
dinámica
que
ellos
están
examinando.
Los
menos
perspicaces
hablan
como
si
la
realidad
remanente
bastara
para
transfigurarse.
La
locura
por
la
nomenclatura,
que
hoy
invade
muchos
escritos
de
las
ciencias
sociales,
podría
detenerse,
sin
embargo,
a
partir
de
un
bien
merecido
deseo
por
impedir
los
discursos
repetidos
que
son
considerados
reemplazables.
Para
aliviar
esto,
podría
ayudar
el
hecho
de
que,
a
pesar
de
su
antigüedad,
el
concepto
de
diáspora
podría
retener,
sin
embargo,
la
habilidad
de
contar
con
circunstancias
socioeconómicas,
políticas
y
culturales
como
las
que
experimentan
las
comunidades
minoritarias
de
inmigrantes
en
la
sociedad
contemporánea.
Khachig
Tölölyan,
director
de
la
revista
Diáspora,
ha
argumentado
que
la
vieja
noción
de
diáspora
se
ha
ensanchado
y
se
ha
actualizado
a
consecuencia
de
los
acontecimientos
discursivos
y
materiales
que
tuvieron
lugar
durante
la
década
de
los
sesenta
(1996:
27).
La
diáspora
alardea
de
la
ventaja
adicional
que
se
introduce
sin
que
sea
necesaria
una
disputa
con
la
determinación
de
las
personas
transplantadas
que
construyen
una
comunidad
y
echan
raíces
en
el
país
huésped;
absolutamente
diferente
a
los
paradigmas
de
los
defensores
del
transnacionalismo
que,
con
Nina
Nyberg
Sorensen,
podrían
preguntarse
de
igual
forma
sobre
las
IR
Y
VENIR
207
IR
Y
VENIR
208
IR
Y
VENIR
209
Estados
Unidos
y
la
conciencia
aguda
de
la
población
“no
blanca”
sobre
la
necesidad
de
protegerse
a
sí
mismos
de
los
efectos
materiales
del
racismo
encontrará,
probablemente,
a
una
Ciguapa
sensibilizada
ante
la
importancia
de
reconocer
y
de
respetar
las
diferencias.
Uno
puede
esperar
que
ella
repudie
las
visiones
de
la
dominicaneidad
y
de
las
nociones
de
cultura
nacional
que
son
excesivamente
eurocéntricas
y
abiertamente
negrofóbicas.
De
nuevo
en
su
tierra
natal,
donde
ella
principalmente
hará
visitas
como
una
inmigrante
circular,
la
Ciguapa
se
distanciará
radicalmente
de
las
representaciones
de
los
dominicanos
que
excluyen
la
herencia
africana,
y
privilegian
las
representaciones
culturales
de
los
occidentales
educados,
de
piel
clara,
que
son
una
minoría
dominante.
Albergará,
también,
poca
tolerancia
y
menos
paciencia
con
los
sentimientos
antihaitianos
presentes
en
el
discurso
público
de
los
líderes
de
los
partidos,
de
los
legisladores,
de
los
comentadores
de
televisión
y
de
los
columnistas
de
periódicos.
Después
de
haberse
encontrado
y
colaborado
con
numerosos
haitianos
inmigrantes
en
Nueva
York,
en
donde
las
dos
comunidades
aprendieron
a
reconocerse
la
una
a
la
otra,
como
las
dos
partes
de
un
mismo
matrimonio
en
el
cual
ambos
sufrieron
la
expulsión
de
sus
países
de
origen,
donde
se
les
cerraron
las
puertas
de
las
oportunidades,
la
Ciguapa
llevará
sobre
sus
hombros
una
carga
ideológica.
Ella
estará
lista
para
desenmascarar
las
pretensiones
de
los
portavoces
del
Estado
dominicano
que
defienden
que
los
inmigrantes
haitianos
les
quitan
los
trabajos
a
los
ciudadanos
del
país,
que
agotan
los
servicios
sociales
o
que
diluyen
la
esencia
étnica
de
la
nación.
Reconociendo
demasiado
penosamente
que
cargos
similares
fueron
lanzados
contra
ella
en
Nueva
York,
Puerto
Rico
o
en
otras
partes;
la
Ciguapa
no
podrá
mirar
hacia
otro
camino
-‐
ni
moral,
ni
político
ni
existencialmentecuando
sus
propios
compatriotas
en
la
República
Dominicana
demonizan
a
un
grupo
de
personas
extranjeras
de
piel
oscura
que
han
cruzado
la
frontera
en
busca
de
una
mejor
oportunidad
de
vida.
El
cuadro
dispara
memorias
que
literalmente
hieren.
IR
Y
VENIR
210
visitando
o
parte
para
siempre
de
la
tierra
donde
nació,
nadie
—académicos,
observadores,
defensores
de
la
comunidad,
incluyendo
a
los
periodistas
del
New
York
Times—
lo
puede
predecir
con
alguna
certeza.
Quizás
las
“remesas”
culturales
y
sociales
que
manda
a
su
tierra
natal
lograrán
compensar
el
efecto
negativo
de
un
prejuicio
que
se
encuentra
en
las
declaraciones
de
las
figuras
públicas
desde
el
Jefe
de
la
Policía
Nacional,
Pedro
de
Jesús
Candelier,
hasta
el
Presidente
Fernández—que
señala
el
regreso
de
los
inmigrantes
(peyorativamente
llamados
“Dominican-‐
yorks”),
como
la
causa
principal
del
alto
porcentaje
de
crímenes
que
han
plagado
los
centros
urbanos
de
la
República
Dominicana
(Cabrera
1999:
4;
Torres
1999:
16).
Los
cambios
ocurrirán,
pero
no
sabemos
de
qué
clase
o
en
qué
sentido.
Lo
más
sabio
en
esta
coyuntura
sería
contener
la
expulsión
en
vez
de
celebrarla.
La
condición
de
transnacional
no
es
idílica.
A
pesar
de
ser
aplaudida
por
periodistas
e
investigadores,
frecuentemente
es
algo
trágico.
Cuando
analizamos
sin
presiones
estas
historias
exitosas
bajo
la
luz
de
la
literatura
como
ciencia
social,
podemos,
tal
vez,
darnos
cuenta
de
que
la
transnacionalidad
muestra,
demasiado
frecuentemente,
a
personas
sin
un
lugar
al
que
ellas
puedan
llamar
propio
sobre
la
superficie
de
nuestra
bendita
tierra.
Sólo
en
buenas
condiciones
podemos
llevar
a
cabo
la
múltiple
localidad
sin
dolor.
El
resto,
normalmente,
ansía
echar
raíces.
Su
balance
psicológico
tiende
a
depender
de
la
seguridad
que
brinda,
al
menos,
algún
sitio
del
mundo
donde
podamos
estar
normalmente.
Hoy
en
día,
los
académicos
hemos
convertido
en
fetiche
a
la
globalización;
alegremente
defendemos
la
hibridez,
y
apasionadamente
ensalzamos
las
múltiples
identidades.
Mientras
glorificamos
nuestro
presumible
“espacio
sin
frontera”,
nosotros
tenemos
el
privilegio
de
haber
alcanzado
un
alto
grado
de
desarrollo
en
la
sociedad
humana.
Declaramos
que
la
nación
es
cosa
del
pasado,
una
aberración
fuera
de
época
que
heredamos
de
nuestros
antepasados
ignorantes,
pero
que
con
nuestra
prudencia
hemos
sido
capaces
de
trascender.
Verdaderamente,
sabemos
que
en
ningún
otro
momento
de
la
historia
los
Estados
Unidos,
por
ejemplo,
han
mostrado
tanto
celo
como
ahora
en
controlar
sus
fronteras,
en
restringir
la
inmigración
y
en
incrementar
las
deportaciones.
Sin
embargo,
artículos
de
los
mayores
periódicos
y
publicaciones
de
investigación
continúan
hablando
de
la
nación
como
una
entidad
ya
muerta.
Además,
asumimos
nuestro
punto
de
vista
postmoderno
de
nación
como
si
en
él
estuvieran
de
acuerdo
todos
los
estados
del
mundo.
Este
significado,
efectivamente,
es
donde
proyectamos
IR
Y
VENIR
211
nuestros
privilegios
—educación
favorable,
empleo,
capital
cultural,
poder
político
y
seguridad
personal,
de
donde
emana
nuestro
“avanzado”
punto
de
vista
del
concepto
de
nación,
sobre
los
seres
humanos
de
todo
el
mundo.
Sin
embargo,
si
observamos
cuidadosamente,
vemos
que
el
nosotros
de
la
literatura
no
abarca
todo
el
mundo.
Sólo
cubre
a
una
minoría
relativa
que
puede,
desde
luego,
cosechar
el
beneficio
de
los
movimientos
de
capital,
de
personas,
de
productos
de
consumo,
de
mensajes
transmitidos
a
través
de
las
telecomunicaciones
que
se
mueven
con
increible
rapidez
de
país
en
país.
Una
mayoría
todavía
permanece
fuera
de
esta
dislocación
espacial,
empeña
su
desgarrado
corazón
al
que
la
pérdida
de
libertad
siempre
había
hecho
sufrir,
llevando
hacia
delante
la
debilidad
de
la
humildad,
ya
sea
hacia
una
orilla
o
hacia
la
otra.
Actualmente,
como
en
tiempos
bíblicos,
de
Homero
o
de
los
aztecas,
la
gente
quiere
tener
un
hogar.
Ellos
no
quieren
ser
extraños
o
extranjeros.
No
eligen
voluntaria
y
gozosamente
ir
a
lugares
cuyas
lenguas
no
pueden
hablar
y
donde
son
tratados
como
niños.
Ni
tampoco
disfrutan
de
situaciones
donde
sus
niños
hablan
una
lengua
diferente
a
la
de
ellos
como,
con
tanta
frecuencia
y
tan
dolorosamente,
ocurre
en
las
primeras
etapas
de
muchos
poblados
de
inmigrantes.
El
hecho
de
que
las
personas
tengan
que
viajar
por
extensas
geografías
hacia
áreas
de
lenguas
y
culturas
diferentes
para
construir
su
vida,
habla
más
de
un
retroceso
del
mercado
laboral
que
de
visiones
expandidas
de
la
identidad
nacional.
Independientemente
de
cambios
sociales,
culturales
o
ideológicos
que
un
inmigrante
pudiera
padecer,
las
personas
responden
más
decididamente
a
necesidades
materiales
de
supervivencia
que
a
un
impulso
de
ontológica
renovación.
Dejar
el
lugar
donde
uno
nació
en
búsqueda
de
trabajo
o
de
oportunidades
tiene
consecuencias
favorables
para
muchas
personas.
Pero
nosotros
no
deberíamos
pasar
por
alto
el
hecho
doloroso
de
que,
para
muchos,
más
que
una
clase
de
movilidad
ésto
significa
un
drama
de
desplazamiento,
de
destitución
y,
por
último,
de
pérdida
de
hogar.
Los
investigadores
de
estudios
dominicanos,
en
particular,
deberían
ser
precavidos
en
no
distanciarse
ellos
mismos
de
una
preocupación
con
los
menos
poderosos,
al
pretender
aparecer
intelectualmente
al
tanto,
si
no
quieren
hacer
daño
tanto
a
su
campo
académico
como
a
los
seres
humanos
que
justifican
su
existencia.
IR
Y
VENIR
212
Katrin Hansing
INTRODUCCIÓN
María73
estaba
desesperada
tratando
de
vender
su
último
talón
de
boletos
de
rifa.
A
ella
le
quedaban
catorce
boletos
y
se
acercaba
el
día
para
entregar
los
premios
de
la
rifa.
Catorce
boletos
significaban
catorce
dólares
extra
para
el
ministerio
de
la
iglesia
para
el
que
ella
intentaba
recolectar
fondos.
Mientras
trata
de
recuperar
un
poco
de
aliento,
antes
de
apresurase
a
la
venta
de
los
boletos
que
le
quedan,
se
dice
a
sí
misma:
“yo
hago
esto
por
la
iglesia.”
Y
después
de
dirigir
su
mirada
hacia
dos
pinturas
abstractas
añade,
“Yo
también
las
pinté
como
premios
para
la
rifa.
Yo
sé
que
no
es
mucho,
pero
es
lo
menos
que
puedo
hacer
por
mi
iglesia.”
María,
tiene
más
de
setenta
años
y
es
miembro
de
la
iglesia
de
Santa
Amelia,
una
parroquia
católica
predominantemente
cubana
en
Miami,
Florida.
Además,
participa
activamente
en
los
72
Traducción
de
la
autora
y
de
Pedro
Luis
Ferrer.
Este
artículo
está
basado
en
una
investigación
que
hice
con
fondos
del
Pew
Charitable
Trust.
El
título
del
proyecto
de
esta
organización
es
“Religión
e
inmigración
en
Miami.”
Mi
artículo
también
será
publicado
en
inglés
en
un
volumen
co-‐editado
por
Alez
Stepick;
Sarah
Mahler
y
Terry
Rey,
que
estará
enteramente
dedicado
a
los
resultados
de
la
investigación
auspiciada
por
el
proyecto
Pew.
73
Este
seudónimo
se
le
ha
asignado
a
nuestro
informante
de
la
parroquia
en
Miami
y
de
la
diócesis
en
Cuba.
Aunque
tenemos
permiso
de
los
informantes
para
utilizar
su
nombre
real,
pensamos
que
es
mejor
que
ellos
mantengan
un
carácter
anónimo.
IR
Y
VENIR
213
eventos
que
la
iglesia
organiza
para
recaudar
fondos
y
que
tradicionalmente
se
dirigían
a
cubrir
necesidades
de
la
comunidad
local
y
de
la
propia
parroquia
de
la
Archidiócesis
de
Miami.
No
es
inusual
que
los
feligreses
participen
en
este
tipo
de
campañas,
lo
particular
de
este
caso
es
que
la
iglesia
para
la
que
ella
colabora
no
es
la
parroquia
local
a
la
que
pertenece,
sino
que
se
encuentra
en
la
isla
de
Cuba,
en
concreto,
en
la
diócesis
de
Gatango,
en
la
parte
oriental
de
la
isla.
Desde
1998
la
parroquia
de
Santa
Amelia
en
Miami
y
la
diócesis
de
Gatango
en
Cuba
han
estado
conectadas
formalmente
a
través
de
una
relación
de
hermandad
iglesia-‐diócesis.
La
Noche
Cubana,
en
la
cual
ha
participado
María,
es
un
evento
que
forma
parte
de
una
gran
iniciativa
llevada
a
cabo
por
la
iglesia
de
Santa
Amelia
para
recaudar
fondos
para
la
diócesis
en
Cuba.
Aunque
se
puede
observar
un
incremento
reciente
en
el
número
de
lazos
religiosos
informales
entre
los
cubanos
católicos
en
ambos
extremos
de
estrecho
de
la
Florida,
todavía
los
vínculos
institucionales
y
formales
no
suelen
ser
muy
comunes.
Debido
al
clima
político
tan
tenso
entre
Cuba
y
los
Estados
Unidos,
y
en
particular
con
Miami,
dicha
relación
de
hermandad
entre
las
dos
parroquias
(estadounidense
y
cubana)
se
puede
considerar
bastante
singular.
¿Cómo
se
ha
desarrollado
este
lazo
transnacional
religioso,
cómo
se
ha
manisfestado
y
cuáles
han
sido
algunos
de
sus
efectos
y
consecuencias?
Estas
son
algunas
de
las
interrogantes
que
me
propongo
analizar
en
este
ensayo.
Este
artículo,
en
particular,
examina
los
siguientes
hechos:
en
primer
lugar,
las
dinámicas
involucradas
en
el
desarrollo
del
compromiso
cívico
social
de
carácter
transnacional
por
parte
de
la
iglesia
de
Santa
Amelia
y
en
relación
con
la
mencionada
diócesis
cubana;
en
segundo
lugar,
la
movilización
y
el
uso
de
capital
social
en
esta
tentativa;
y,
en
tercer
lugar,
las
complejas
relaciones
de
poder
que,
aunque
sutiles,
se
encuentran
presentes
dentro
de
esta
relación
de
hermandad
eclesiástica/social.
Igualmente,
y
de
manera
introductoria,
presentaré
un
breve
resumen
de
los
vínculos
tradicionales
existentes
entre
los
cubanos
de
la
isla
y
los
de
Estados
Unidos
(particularmente
en
Miami),
al
igual
que
las
relaciones
establecidas
entre
la
iglesia
católica
en
Cuba
y
la
Archidiócesis
de
Miami.
IR
Y
VENIR
214
IR
Y
VENIR
215
el
hecho
de
que
el
uno
no
puede
respirar
sin
el
otro.
La
Revolución
cubana
al
arrojar
miles
de
exiliados
cubanos
a
Miami
no
sólo
cambió
la
ciudad
profundamente
a
nivel
social,
lingüístico,
político
y
económico,
sino
que
transformó
igualmente
el
panorama
religioso
fundamentalmente
el
católico.
La
historia
de
la
diócesis
de
Miami,
creada
en
1958
y
posteriormente
convertida
en
Archidiócesis,
no
sólo
ha
marchado
simultáneamente
al
curso
del
exilio
cubano,
sino
que
además
ha
permanecido
íntimamente
relacionada
con
éste.
Desde
el
inicio
de
la
revolución
isleña,
la
Iglesia
desempeñó
un
papel
central
en
la
recepción,
bienvenida
e
integración
de
los
contigentes
de
refugiados
cubanos
en
Miami.
La
Iglesia
católica
colaboró
en
la
reubicación
de
aproximadamente
el
70%
de
los
700.000
cubanos
que
llegaron
a
los
Estados
Unidos
entre
1961
y
1973.
Este
compromiso
activo
continuó
durante
los
años
ochenta
cuando
surgió
la
crisis
de
los
balseros
del
Mariel.
Desde
la
década
de
los
noventa
y
hasta
la
actualidad,
más
de
60
%
de
todos
los
cubanos
recién
llegados
han
contado
con
el
apoyo
de
la
Iglesia
católica
para
instalarse
en
el
nuevo
territorio.74
A
pesar
de
la
intensa
participación
de
la
archidiócesis
en
el
drama
cubano
durante
más
de
cuarenta
años,
los
lazos
efectivos
entre
la
archidiócesis
y
iglesia
católica
cubana
no
se
pueden
considerar
arraigados,
especialmente
en
las
primeras
tres
décadas
de
la
revolución.
Esta
situación
tiene
su
explicación
principalmente
en
la
difícil
situación
política
existente
en
los
Estados
Unidos
y
en
Cuba,
donde
se
refleja
el
ambiente
en
el
cual
se
desenvuelven
las
iglesias
de
aquí
y
allá.
Mientras
la
iglesia
católica
cubana
tenía
que
vérselas
con
las
enormes
presiones
y
prejuicios
del
régimen
comunista,
que
la
sitúan
en
una
posición
marginal
y
silenciada,
la
iglesia
en
Miami
se
convirtía
en
una
poderosa
tribuna
para
divulgar
posiciones
anticastristas.
Estas
diferentes
realidades
y
las
presiones
políticas
que
vivieron
las
dos
iglesias,
junto
con
la
omnipresente
hostilidad
entre
los
dos
países
fomentaron
un
clima
de
desconfianza
mutua
que
iba
acrecentando
una
división
entre
las
dos
iglesias.
Desde
mediados
de
la
década
de
los
ochenta,
y
especialmente
desde
la
crisis
económica
y
la
apertura
de
la
esfera
religiosa
en
Cuba
al
inicio
de
la
década
de
los
noventa,
hemos
asistido
a
un
74
Además
de
darle
la
bienvenida
a
muchos
cubanos
en
el
exilio,
gran
parte
del
clero
cubano
de
la
archidiócesis
de
la
isla
participó
en
la
operación
Pedro
Pan,
la
cual
transportó
secretamente
a
los
Estados
Unidos
unos
14.000
niños/as
cubanos.
IR
Y
VENIR
216
auge
de
las
relaciones
transnacionales
que
ha
continiuado
desarrollándose
entre
las
dos
iglesias.
A
pesar
de
que
un
gran
número
de
estas
relaciones
son
de
carácter
informal,
sin
embargo
cada
vez
están
surgiendo
más
visible
y
frecuentemente
otros
vínculos
oficiales
como
la
relación
de
‘hermandad’
entre
la
parroquia
de
Santa
Amelia
(Miami)
y
la
diócesis
de
Gatango
(Cuba).
75
La
iglesia
católica
es
bien
conocida
por
su
compromiso
de
trabajo
social
y
de
caridad.
Entre
su
compromiso
socio-‐
cívico
incluyen
un
gran
número
de
servicios
tales
como:
socorro
por
desastre,
apoyo
a
refugiados/inmigración,
comida
y
medicinas
para
los
indigentes
etc.
Siendo
una
institución
jerárquica
altamente
estructurada,
los
diferentes
ministerios
o
departamentos
tienden
a
ser
responsables
y
a
manejar
éstos
y
otros
servicios
sociales
y
cívicos,
a
varios
IR
Y
VENIR
217
hermandad
que
la
iglesia
de
Santa
Amelia
tiene
a
larga
distancia
con
la
diócesis
de
Gatango
en
Cuba.
niveles
de
iglesia,
los
cuales
van
desde
el
Mar
Santo,
al
Episcopado,
a
la
diócesis
y
a
las
parroquias
a
nivel
local.
En
la
práctica,
sin
embargo,
mucho
de
los
programas
que
se
consideran
como
programas
dirigidos
a
la
comunidad,
tales
como
los
programas
de
distribución
de
alimento,
programas
de
alfabetización,
programa
de
rehabilitación
de
drogas,
servicios
de
inmigración
(legal
y
social),
visita
a
los
ancianos,
visita
a
los
enfermos,
vagabundos,
etc.
son
organizados
a
nivel
de
la
diócesis
o
de
la
archidiócesis.
En
los
Estados
Unidos,
la
mayor
parte
de
estos
servicios
son
manejados
por
Caridades
Católicas
y
por
varias
órdenes
religiosas.
Los
feligreses
individualmente
pueden
hacer
y
hacen
trabajo
voluntario,
dedicando
su
tiempo
y
sus
destrezas
a
estos
programas
comunitarios,
pero
esto
no
son
necesariamente
organizados
por
sus
parroquias.
Como
una
unidad
básica
de
la
Iglesia,
la
parroquia
tiende
a
enfocarse
en
las
necesidades
de
su
congregación.
76
Para
asegurar
cierto
nivel
de
compromiso
y
de
soporte
económico,
la
Archidiócesis
decidió
que
cada
parroquia
participante
en
Miami
debería
recaudar
una
cantidad
mínima
de
6.000
dólares
anuales
para
la
diócesis
hermana
en
Cuba.
IR
Y
VENIR
218
de
las
iglesias
respondieron
afirmando
que
éstas
tenían
muchas
necesidades
y
compromisos
en
sus
propias
parroquias
y,
en
consecuencia,
no
podían
extender
su
ayuda
a
la
iglesia
cubana.
Según
un
miembro
de
la
iglesia
de
Santa
Ágata,
esta
negativa
respondía
más
a
la
política
de
los
cubanos
en
el
exilio
que
a
una
falta
de
recursos
locales.
Una
mujer
presentaba
la
siguiente
explicación:
Mucha
gente
automáticamente
asume
que
al
ayudar
a
la
iglesia
cubana,
se
ayuda
igualmente
a
Fidel
y
a
su
régimen,
contribuyendo
así
a
mantenerlo
en
el
poder.
Ellos
están
cegados
por
una
mentalidad
que
equipara
todo
lo
cubano
con
Fidel
Castro,
incluyendo
a
la
iglesia.
Santa
Amelia,
al
ser
una
parroquia
conservadora,
contó
con
una
reacción
inicial
no
muy
diferente
a
la
del
resto
de
las
iglesias
cubanas
en
Miami.
Muchos
de
los
feligreses
respondieron
con
una
actitud
de
escepticismo
y
de
indecisión.
Por
lo
tanto,
debido
a
estas
circunstancias
debemos
interrogarnos
¿qué
hizo
entonces
que
Santa
Amelia
respondiera
al
llamado
del
Arzobispo?
De
acuerdo
con
Grisel
Pérez,
una
feligresa
y
líder
laica
del
ministerio
de
Santa
Amelia-‐
Gatango,
se
dieron
varios
factores
que
coincidieron
y
que
también
influyeron
a
la
hora
de
incentivar
una
voluntad
de
hacer
algo.
En
este
sentido,
el
liderazgo
y
la
personalidad
del
antiguo
párroco
de
la
iglesia,
Monseñor
Henríquez,
debe
ser
especialmente
mencionado.
Conocido
por
su
imparcialidad
y
por
su
apoyo
a
la
iglesia
en
Cuba,
se
entiende
que
comulgara
completamente
con
la
idea
del
arzobispo.
Muy
consciente
de
lo
prejuicios
de
su
congregación,
el
padre
Henríquez
mencionó
la
idea
en
sus
homilías
y
en
otros
eventos
de
la
iglesia,
enfatizando
una
visión
de
los
valores
cristianos,
de
fraternidad,
y
exhortando
a
los
feligreses
a
que
se
comprometieran
con
la
iglesia
cubana.
Además,
de
forma
precavida,
tomó
la
decisión
de
crear
un
ministerio
específicamente
dedicado
a
planificar
la
asociación
entre
la
iglesia
y
la
diócesis
cubana.
A
su
vez,
el
padre
Henríquez
necesitaba
de
líderes
laicos
e
imparciales
que
pudiesen
ser
capaces
de
ver
más
allá
de
la
política
dominante
del
exilio
cubano.
Por
ello,
el
mencionado
párroco
recurrió
a
Grisel
Pérez
para
que
se
encargara
del
nuevo
ministerio.
Conocida
por
su
fuerte
devoción
hacia
la
iglesia
cubana
y
por
su
compromiso
hacia
la
apertura
de
un
diálogo
con
la
isla,
Grisel
IR
Y
VENIR
219
aceptó
el
reto
y
reclutó
a
varios
cubanos
para
que
la
ayudaran
en
su
tarea.
Todos
estos
voluntarios
habían
nacido,
se
habían
criado
en
Cuba
y
habían
permanecido
en
contacto
con
la
iglesia
cubana
antes
de
emigrar
a
Miami.
A
pesar
de
vivir
en
el
exilio,
sentían
un
compromiso
con
la
iglesia
cubana.
Aunque
sólo
Grisel
y
otro
de
los
miembros
de
este
comité
habían
regresado
a
la
isla,
sin
embargo,
todos
ellos
mantenían
vínculos
personales
con
sus
parroquias
y
con
el
clero
local
cubano.
Era
precisamente
esta
posición
liberal
y
de
apoyo
la
que
se
requería
para
iniciar
este
ministerio.
Se
le
puede
atribuir
entonces
al
padre
Henríquez
el
haber
esparcido
las
semillas
y
el
haber
preparado
el
terreno
para
que
se
dieran
los
vínculos
entre
la
iglesia
y
la
diócesis
en
Santa
Amelia,
y
a
Grisel
Pérez
junto
con
su
comité
debe
dársele
crédito
por
hacer
la
idea
viable
y
exitosa.
Para
ambos
resultó
igualmente
crucial
el
llamado
oportuno
de
la
archidiócesis
que
se
hizo
inmediatamente
después
de
la
visita
papal
a
Cuba
en
1998.
Por
haber
experimentado
y
luchado
en
contra
del
comunismo
en
su
país
natal
de
Polonia,
el
Papa
fue
percibido
y
celebrado
como
un
portavoz
anticomunista
por
muchos
de
los
cubanos
en
el
exilio.
Esta
percepción
alimentó
no
sólo
la
esperanza
y
la
confianza
en
él,
sino
que
también
contribuyó
a
romper
ciertas
barreras
por
parte
de
los
cubanos
en
el
exilio.
Grisel
comentaba
al
respecto:
“la
visita
del
Santo
Padre
[a
Cuba]
realmente
abrió
muchas
puertas.
Mucha
gente
pensó
que
‘si
él
va,
entonces
también
nosotros
podríamos
ir’”.
Además
de
impulsar
la
visita
de
los
cubanos
exiliados
a
la
isla,
la
visita
papal
también
alentó
a
otros
a
comenzar
a
ayudar
a
la
iglesia
como
se
dio
en
el
caso
de
Santa
Amelia.
El
propósito
principal
del
ministerio
de
Santa
Amelia-‐Gatango
es
apoyar
la
diócesis
en
Cuba
con
una
contribución
anual
de
por
lo
menos
6.000
dólares.
Para
recaudar
dichos
fondos,
Grisel
y
su
equipo
organizaron
actividades
que
incluían
ventas
de
garaje,
torneos
de
dominós,
venta
de
tamales
y
empanadas
e
igualmente
el
evento
que
producía
más
dinero,
“la
noche
cubana”,
un
banquete
con
comida
típica
de
la
isla
amenizado
por
un
espectáculo.
Los
boletos
tenían
un
costo
de
10
dólares
por
persona,
con
lo
que
se
recaudaba
una
suma
entre
los
2.500
y
3.000
dólares.
El
éxito
del
evento
se
debe
atribuir
también
al
apoyo
de
la
gente
y
a
la
participación
tanto
en
los
preparativos
como
en
el
evento
mismo.
Igualmente
significativos
para
el
éxito
de
esta
empresa
han
sido
tanto
los
fuertes
lazos
sociales
entre
los
feligreses
y
su
capital
como
la
amplitud
de
la
comunidad
cubana
en
Miami.
IR
Y
VENIR
220
IR
Y
VENIR
221
77
El
término
“enclave”
aunque
ha
sido
ampliamente
debatido,
es
fundamental
para
entender
el
éxito
económico
de
los
cubanos
en
los
Estados
Unidos
(Forment
1989,
Kenneth
y
Portes
1980,
Portes
1987,
Portes
y
Manning
1986,
Portes
y
Stepick
1993,
Sanders
y
Nee
1987).
Aunque
gran
parte
de
esta
literatura
especializada
en
este
debate
está
basado
en
el
análisis
de
datos
cuantitativos,
algunos
de
estos
ensayos
examinan
cómo
funciona
el
enclave
(Forment
1989,
Portes
and
Stepick
1993).
Forment
(1989),
por
ejemplo,
ha
demostrado
cuán
diversa
es
la
comunidad
cubana
en
términos
políticos,
lo
cual
fue
examinado
de
cerca
en
los
años
sesenta
y
setenta.
Al
mismo
tiempo,
Portes
(1987)
argumenta
que
uno
de
los
aspectos
clave
del
enclave
[cubano]
es
describir
cómo
este
[sistema]
funciona
a
través
de
una
imposición
de
la
confianza
que
tiende
a
reproducirse
(por
ejemplo,
el
compartir
una
ideología
anticastrista,
la
cual
se
hace
valer
a
través
de
amenazas
y
de
un
clima
de
terror).
En
su
libro
Ciudades
en
el
borde
(1993)
Portes
y
Stepick
dan
ejemplos
de
cómo
se
reproduce
esta
forma
o
sistema
de
confianza,
el
cual
provee
el
ímpetu
a
los
negocios
cubanos
desde
1970.
IR
Y
VENIR
222
amigos
de
amigos.
Los
llamé
diciéndoles
quién
era
yo
y
explicándoles
lo
que
estábamos
haciendo
y,
en
unos
cuantos
días,
comencé
a
recibir
paquetes
de
platos
desechables,
vasos
y
también
algo
de
comida.
A
diferencia
de
Iliana,
Magy,
otra
miembro
del
ministerio
fue
directamente
a
visitar
a
dos
establecimientos:
un
supermercado
y
una
repostería,
con
los
cuales
ella
no
tenía
vínculos
y
que,
sin
embargo,
le
dieron
sus
respectivas
donaciones.
Según
Magy,
el
administrador
contribuyó
en
parte
para
apoyar
una
buena
causa,
pero
principalmente
la
solidaridad
estuvo
presente
puesto
que
todos
ellos
eran
cubanos.
Como
ella
lo
expone:
Los
dos
entrevistadores
con
quienes
entré
en
contacto
eran
cubanos,
incluso
uno
de
ellos
venía
de
la
misma
provincia
que
yo.
Esto
abre
las
puertas
y
crea
un
ambiente
de
solidaridad.
Lo
que
yo
quiero
decir
es
que
siempre
ayuda
saber
que
somos
cubanos,
a
pesar
de
que
no
nos
conozcamos
previamente.
Como
muestra
el
ejemplo
de
Magy,
cualquier
miembro
del
ministerio
de
Gatango
hace
uso
consciente
del
capital
social
de
la
comunidad
cubana
para
movilizar
sus
acciones,
hecho
coloquialmente
conocido
como
el
empleo
de
la
palanca.
Es
el
capital
social
el
que
sostiene
la
mayor
parte
de
la
organización
del
evento,
en
forma
de
donaciones
y
de
colaboraciones
voluntarias
de
las
personas.
Las
puertas
se
abren
a
partir
del
principio
de
las
conexiones
personales
directas
o
indirectas.
Al
poner
en
práctica
acciones
vinculadas
con
la
‘palanca’
se
activan
y
se
crean
nuevos
lazos
sociales
basados
en
una
línea
exclusivamente
étnica.
Como
resultado,
la
fuerte
solidaridad
ya
existente
entre
los
cubanos
de
Miami
aumenta
y
se
refuerza
al
mismo
tiempo.
Como
demostraré
más
adelante,
la
importancia
y
el
poder
de
la
palanca
o
el
capital
social
no
fue
un
elemento
crucial
exclusivamente
para
la
organización
y
coordinación
de
“la
noche
cubana”,
sino
también
fue
un
componente
clave
durante
la
celebración
misma
del
evento.
IR
Y
VENIR
223
elegantes
vestidos
se
abre
camino
desde
la
iglesia
hacia
el
salón
de
la
parroquia,
donde
el
banquete
está
a
punto
de
comenzar.
Entre
los
ruidosos
saludos
informales,
se
escuchan
comentarios
sobre
el
estado
de
salud
de
familiares
y
opiniones
sobre
la
misa.
Muchos
de
los
asistentes
parecen
conocerse
pues
forman
parte
de
la
congregación
de
Santa
Amelia
o
porque
pertenecen
originalmente
al
área
de
Gatango,
donde
habían
crecido,
habían
asistido
a
la
escuela
o
incluso
donde
se
habían
confirmado
juntos.
Muchos
de
estos
gatangueros
no
eran
de
hecho
feligreses
de
Santa
Amelia,
pero
habían
oído
hablar
del
evento
a
través
de
otros
paisanos.
Son
bien
conocidos
la
lealtad
y
los
vínculos
locales,
municipales,
provincianos,
entre
los
cubanos
tanto
en
la
isla
como
en
la
diáspora.
La
comunidad
en
el
exilio
en
Miami
recrea
una
fuente
poderosa
de
capital
social,
lo
cual
apunta
a
lo
político,
a
lo
religioso,
a
lo
empresarial,
a
agrupaciones
sociales,
a
comités
y
a
organizaciones
que
se
han
formado
alrededor
de
identidades
geográficas.
De
manera
similar,
muchas
de
las
personas
que
asistieron
a
“la
noche
cubana”
se
encontraban
allí,
en
parte,
para
apoyar
a
su
pueblo
de
origen,
pero
también
para
disfrutar
de
una
reunión
especial
entre
paisanos.
Aunque
“la
noche
cubana”
haya
sido
auspiciada
y
llevada
a
cabo
en
la
iglesia
de
Santa
Amelia
y
por
parte
de
sus
feligreses,
este
evento
no
era
exclusivo
de
la
parroquia,
sino
que
dependió
en
gran
manera
del
apoyo
de
la
comunidad
cubana
en
general.
En
vez
de
convertirse
en
un
evento
exclusivo
de
la
congregación,
“la
noche
cubana”
mostró
la
relevancia
de
los
lazos
étnicos
y
los
vínculos
provinciales
extraparroquiales.
En
este
sentido,
tanto
el
ministerio
de
Santa
Amelia
como
el
de
Gatango
actuaron
como
espacios
y
agentes
centrales
para
la
congregación
y
movilización
de
vínculos
étnicos,
religiosos
y
regionales
asociados
a
un
capital
social.
Como
ejemplo
de
ello,
tenemos
el
caso
de
Marta
Vega,
una
gatanguera
sexagenaria
que
emigró
de
Cuba
poco
después
de
la
Revolución.
Aunque
Marta
es
miembro
de
la
parroquia
vecina,
ella
participa
en
casi
todas
las
actividades
organizadas
por
el
ministerio
de
Santa
Amelia.
Ella
dice
“Yo
vengo
a
estar
con
mi
gente
de
Gatango”.
Señalando
a
su
derecha
continúa:
“Yo
conozco
a
muchos
de
ellos
desde
hace
tiempo.
A
Emilia,
por
ejemplo,
la
conozco
desde
que
yo
tenía
siete
años
y
Carlitos,
el
de
la
camisa
blanca,
y
yo
recibimos
nuestra
primera
comunión
juntos.
Nosotros
somos
como
una
familia,
¿sabes?”
Además
de
los
lazos
sociales
que
llevan
a
Marta
a
participar
en
este
tipo
de
eventos,
ella
IR
Y
VENIR
224
también
viene
a
apoyar
a
su
iglesia
y
a
su
provincia
en
Cuba.
Apuntando
a
una
pequeña
fotocopia
de
unas
fotografías
que
se
encuentran
en
la
mesa
señala:
Mira,
ésa
era
mi
iglesia,
la
catedral
de
Gatango.
¡Era
tan
hermosa!
Ahora
está
muy
deteriorada.
Pero
antes
era
la
iglesia
más
bonita.
Desearía
que
usted
la
hubiera
visto.
Marta
habla
como
si
acabara
de
regresar
de
Gatango,
como
tantos
otros
en
el
salón
de
la
parroquia
conversaban
como
si
nunca
hubieran
dejado
Cuba
cuarenta
años
atrás.
Ella
se
siente
tan
atada
a
su
pueblo
y
a
su
iglesia
como
el
día
de
su
partida.
La
gente
como
Marta,
cubanos
mayores
predominantemente
de
clase
media,
son
quienes
constituyen
la
fuente
fundamental
de
apoyo
moral
y
material
al
ministerio
de
Gatango.
Son
individuos
que
en
su
mayoría
no
han
regresado
a
Cuba,
pero
que
se
reúnen
sobre
la
base
de
un
pasado
en
común
con
una
fuerte
identidad
local
y
católica,
que
desarrollan
y
asumen
un
compromiso
cívico
social
con
la
iglesia
en
Cuba.
A
pesar
de
la
distancia
involucrada
en
este
apoyo
de
caridad
a
larga
distancia,
muchos
de
ellos
han
podido
reconectarse
con
la
iglesia
en
la
isla
y
a
través
de
esta
relación
se
han
vinculado
igualmente
con
su
pasado.
De
hecho
mucha
gente
está
motivada
a
participar
y
a
apoyar
un
evento
como
“la
noche
cubana”
estimulados
por
el
deseo
de
trascender
su
parroquia
local,
al
tomar
parte
de
una
iniciativa
que
los
acerca
a
una
isla
que
les
pertenecía
en
un
pasado
más
o
menos
remoto.
IR
Y
VENIR
225
Teníamos
unos
espacios
maravillosos
para
ir:
los
parques,
los
restaurantes.
Pero
ahora
todo
eso
ha
desaparecido.”
Ciertos
sectores
de
cubanos
en
el
exilio
en
Miami,
especialmente
aquellos
que
pertenecen
a
la
primera
oleada
de
inmigrantes,
son
muy
conocidos
por
su
cultura
nostálgica.
Todo
esto
se
hace
evidente
en
muchos
de
los
nombres
de
negocios,
iglesias,
organizaciones,
calles
y
escuelas,
como
también
en
la
decoración
de
restaurantes
y
cafés,
los
cuales
tratan
de
recrear
la
atmósfera
de
la
Cuba
prerrevolucionaria
a
través
de
pinturas
que
aluden
a
un
cierto
periodo
histórico,
a
un
cierto
tipo
de
música
y
a
diversas
evocaciones
de
la
Cuba
de
antes,
la
cual
es
omnipresente
en
la
capital
cultural
de
los
cubanos
en
el
exilio.
Quizás
más
que
en
ningún
otro
sitio,
sin
embargo,
la
Cuba
de
antes
existe
en
la
mente
de
la
gente
reproduciéndose
en
la
experiencia
cotidiana.
Basada
en
una
experiencia
de
dolor,
de
pérdidas
materiales,
la
remembranza
se
relaciona
con
un
espacio
y
con
una
temporalidad
que
ellos
añoran
y
lamentan,
y
a
los
que
siempre
se
refieren.
La
existencia
en
el
exilio
define
las
realidades
de
muchos
individuos
y
la
vida
cotidiana
se
enfoca
en
recrear
y
en
conectarse
con
lo
que
ellos
una
vez
tuvieron.
“La
noche
cubana”
es
para
muchos
de
los
exiliados
un
espacio
donde
reconocer
rostros
familiares,
memorias
y
experiencias
compartidas,
un
modo
de
evocación
de
un
‘antes’
que
de
pronto
recobra
vida.
Además,
a
través
del
evento
se
establece
una
conexión
real
con
la
diócesis
de
Gatango,
puesto
que
la
mayor
parte
del
dinero
recaudado
en
Miami
se
usa
para
ayudar
a
la
diócesis
y
para
restaurar
la
antigua
iglesia
de
Gatango.
De
este
modo,
el
evento
crea
un
espacio
donde
los
contribuyentes
en
Miami
se
pueden
sentir
íntima
y
concretamente
conectados
al
proceso
de
reconstrucción
de
un
pasado
al
que
ellos
pertenecieron.
IR
Y
VENIR
226
iglesia
o
para
subvencionar
la
construcción
de
un
nuevo
templo.
Los
objetivos
materiales
del
ministerio
se
han
cumplido
así
una
vez
más.
¿Qué
podemos
decir
sobre
las
consecuencias
sociales
y
humanas
de
esta
relación
entre
iglesia-‐
diócesis?
Hablando
en
líneas
generales
no
hay
duda
de
que
la
conexión
entre
Santa
AmeliaGatango
ha
ayudado
a
romper
ciertas
barreras
entre
las
dos
comunidades
religiosas,
contribuyendo
a
construir
nuevos
puentes
entre
lo
que
de
otra
manera
es
una
nación
dividida.
Corazones
y
mentes
en
ambos
extremos,
pero
especialmente
en
Miami,
se
han
abierto
y
ablandado.
Sin
embargo,
el
desequilibrio
económico
entre
las
dos
comunidades
y
la
falta
de
continuos
lazos
de
persona
a
persona,
han
dificultado
para
los
dos
extremos
el
crear
y
fomentar
relaciones
fraternales
sólidas.
A
pesar
de
todo
lo
dicho
hasta
ahora,
esta
reconexión
ocurre
exclusivamente
en
Miami
y
dentro
de
los
términos
particulares
del
centrismo
Miami-‐cubano.
La
crisis
económica
en
Cuba,
agudizada
hace
una
década
cuando
la
Unión
Soviética
cortó
los
subsidios
masivos
a
la
isla,
creó
un
cambio
de
actitud
y
en
las
relaciones
de
parte
de
muchos
de
los
exiliados
cubanos
hacia
sus
compatriotas
en
la
isla.
Las
historias
de
los
constantes
apagones,
de
la
falta
de
agua
y
de
gasolina,
de
la
escasez
de
comida
y
de
medicinas
generaron
un
fuerte
sentimiento
de
compasión
en
muchos,
hasta
el
punto
que
empujó
a
muchas
personas
a
tratar
de
extender
su
apoyo
y
de
ayudar
a
sus
familias
y
amigos
en
la
isla.
Como
resultado
se
ha
asistido
en
Miami
a
un
auge
de
la
cultura
de
la
caridad,
la
cual
se
ha
manifestado
considerablemente
con
la
gran
cantidad
de
remesas
que
se
envían
cada
año
a
Cuba
para
un
gran
número
de
familias
y
a
través
de
eventos
tales
como
“la
noche
cubana”
donde
el
objetivo
es
recaudar
fondos
para
apoyar
proyectos
específicos
en
la
isla.
Cada
año
millones
de
dólares
provenientes
del
exilio
entran
en
Cuba
de
esta
manera,
convirtiendo
este
influjo
en
la
fuente
principal
de
circulación
de
dinero
en
la
isla,
sobrepasando
incluso
a
la
economía
vinculada
con
la
industria
del
turismo.
Como
resultado,
actualmente
los
cubanos
se
encuentran
tan
dependientes
de
la
inversión
extranjera,
del
turismo
y
de
la
moneda
de
su
enemigo
norteamericano
como
lo
estaban
en
tiempos
prerrevolucionarios.
Por
otro
lado,
esta
crisis
económica
irónicamente
ha
reunificado
de
alguna
manera
a
esta
nación
dividida,
aunque
esto
no
ha
ocurrido
de
manera
simétrica
entre
ambas
partes
de
la
ecuación.
Por
el
contrario,
esta
renovación
de
la
dependencia
económica
ha
abierto
la
oportunidad
para
desarrollar
actitudes,
mentalidades
y
actitudes
sociales
que
se
encuentran
IR
Y
VENIR
227
IR
Y
VENIR
228
con
una
visión
compleja
y
con
una
actitud
hacia
los
cubanos
de
la
isla
que
podía
caracterizarse
como
de
empatía
y
piedad,
al
mismo
tiempo
que
se
hacía
evidente
una
actitud
paternalista.
Aunque
esta
actitud
se
hacía
evidente
en
referencias
como
la
de
María
a
‘los
pobrecitos’
de
la
isla,
dicha
tendencia
puede
igualmente
observarse
en
cierto
tono
de
voz
y
en
un
cierto
comportamiento
de
las
personas.
Esta
actitud
condescendiente
se
enmascara
y
se
encubre
tras
una
aparente
gentileza
que,
aunque
sutil,
remite
a
una
fuerte
modalidad
de
paternalismo
que
se
hace
más
difícil
de
reconocer
por
lo
velado
de
su
expresión.
Aunque
las
intenciones
humanitarias
se
encuentren
enraizadas
en
sentimientos
de
piedad
y
de
pena
por
el
prójimo
en
situación
desventajosa,
hay
que
prestar
mucha
atención
al
riesgo
que
existe
en
el
hecho
de
que
los
cubanos
de
la
isla
sean
percibidos
y
tratados
como
‘pobrecitos’
por
sus
compatriotas
en
Miami.
CONCLUSIÓN
Después
de
décadas
de
intensa
hostilidad,
ciertos
lazos
transnacionales
religiosos
o
de
otros
tipos
han
comenzado
a
hacerse
más
frecuentes
entre
los
cubanos
de
los
Estados
Unidos
y
los
residentes
de
la
isla.
A
partir
del
ejemplo
de
la
asociación
entre
la
iglesia
Santa
Amelia
de
Miami
y
la
diócesis
de
Gatango
en
Cuba,
este
ensayo
ha
tratado
de
mostrar
que
un
componente
clave
en
la
formación
y
el
desarrollo
de
esta
relación
cívico
social
es
la
movilización
y
el
recurso
del
fuerte
capital
social
de
la
comunidad
cubana
residente
en
Miami.
Este
capital
social
sustentado
por
una
fe
común,
un
exilio
compartido
y
una
identidad
común
ha
sido
conscientemente
explotado
por
el
ministerio
de
Santa
Amelia
y
ha
sido
canalizado
hacia
una
causa
de
caridad
transnacional.
En
este
contexto,
también
han
desempeñado
un
papel
central
la
vigente
cultura
de
la
nostalgia
cubana
y
un
creciente
sentido
de
solidaridad
con
la
iglesia
católica
cubana.
A
pesar
del
reconocimiento
de
ciertos
resabios
paternalistas
y
de
sus
consecuentes
riesgos,
el
actual
vínculo
entre
las
comunidades
cubanas
‘de
aquí
y
allá’
manifiesta,
no
sólo
una
creciente
voluntad
de
aproximarse
al
otro
lado,
sino
que
representa
además
una
de
las
pocas
arenas
legítimas
para
el
acercamiento
y
la
reconciliación
entre
los
cubanos
de
ambos
lados
del
estrecho
de
la
Florida.
Los
lazos
entre
las
dos
comunidades
demuestran
la
creciente
buena
voluntad
por
extender
IR
Y
VENIR
229
su
ayuda
para
el
otro
lado,
pero
a
su
vez
representa
una
arena
legítima
para
censurar
y
reconciliar
a
los
cubanos
en
ambos
lados
de
la
Florida.
IR
Y
VENIR
230
Jorge Duany
IR
Y
VENIR
231
IR
Y
VENIR
232
entre
la
Isla
y
el
continente
(Álvarez-‐Curbelo/Rodríguez
Castro;
Dávila;
Kerkhof;
Morris;
Negrón-‐
Muntaner/Grosfoguel;
Rivera;
Torre
et
al.).
Desgraciadamente,
pocos
estudiosos
han
establecido
una
conexión
explícita
entre
estos
fenómenos
tan
vinculados
entre
sí.
Por
ejemplo,
la
mayoría
de
los
puertorriqueños
valora
la
ciudadanía
norteamericana
y
la
libertad
de
movimiento
que
ésta
les
ofrece,
especialmente
el
acceso
sin
restricciones
a
los
Estados
Unidos.
Al
mismo
tiempo,
la
ciudadanía
compartida
tiende
a
borrar
las
distinciones
jurídicas
entre
los
que
viven
en
su
país
de
origen
y
en
la
diáspora.
Los
desplazamientos
masivos
entre
la
Isla
y
el
continente
durante
el
último
medio
siglo
complican
cualquier
asociación
fácil
entre
lugares
de
origen,
residencia
y
orientación.
En
particular,
los
modos
de
vida
móviles
de
los
migrantes
circulares
—los
que
van
y
vienen
repetidamente—
desafían
los
enfoques
estáticos
en
torno
a
la
identidad
(Duany,
2001a).
LA NACIÓN EN VAIVÉN
Un
término
popular
para
describir
el
movimiento
de
ida
y
vuelta
entre
Puerto
Rico
y
EE.UU.
es
el
vaivén.
Esta
palabra,
culturalmente
densa,
se
refiere
al
constante
ir
y
venir
en
el
que
viven
muchos
puertorriqueños,
al
menos
desde
la
Segunda
Guerra
Mundial
(Rodríguez).
Por
ejemplo,
miles
de
agricultores
fueron
contratados
para
trabajar
por
temporadas
cortas
en
los
Estados
Unidos
continentales
y
después
regresar
a
la
Isla.
En
este
contexto,
el
término
vaivén
implica
que
algunas
personas
no
permanecen
en
un
lugar
por
mucho
tiempo,
sino
que
se
mueven
incesantemente,
como
el
viento
o
las
olas
del
mar,
en
respuesta
a
las
cambiantes
mareas.
Más
aún,
la
sabiduría
popular
sugiere
que
los
que
ahora
están
aquí
(en
Puerto
Rico)
pueden
estar
allá
(en
EE.UU.)
mañana
y
viceversa.
De
manera
más
ominosa,
vaivén
también
connota
incertidumbre,
inconsistencia
y
oscilación.
Algunos
autores
le
han
atribuido
a
la
circulación
poblacional
de
los
puertorriqueños
toda
una
serie
de
problemas
socioeconómicos:
desde
la
ruptura
de
lazos
familiares
y
la
falta
de
apego
al
mercado
laboral,
hasta
la
incapacidad
para
desarrollar
destrezas
educativas
y
lingüísticas,
pasando
por
la
escasa
participación
en
la
política
electoral
norteamericana
(v.
Chávez).
Algunos
estudios
recientes
cuestionan
esa
imagen
despectiva
del
continuo
flujo
migratorio
de
los
puertorriqueños
en
ambas
direcciones.
Los
IR
Y
VENIR
233
migrantes
circulares
tienden
a
mantener
sus
lazos
familiares
tanto
en
la
Isla
como
en
los
EE.UU.,
a
mejorar
su
posición
ocupacional
a
lo
largo
del
tiempo,
a
poseer
niveles
educativos
superiores
a
los
no
migrantes,
y
finalmente
a
ampliar
sus
capacidades
lingüísticas
y
horizontes
culturales
como
resultado
de
la
migración
(v.
Duany,
2001a).
A
pesar
de
las
dificultades
metodológicas
para
medir
el
movimiento
de
personas
entre
la
Isla
y
el
continente
norteamericano,
su
enorme
magnitud
y
constante
fluidez
son
incuestionables.
La
Junta
de
Planificación
de
Puerto
Rico
(2001)
estimó
la
emigración
neta
en
325.875
personas
entre
1990
y
1999,
comparadas
con
460.829
personas
entre
1950
y
1959,
cuando
la
diáspora
de
la
posguerra
había
llegado
a
su
primer
clímax.
Prácticamente,
uno
de
cada
trece
habitantes
de
la
Isla
se
mudó
a
EE.UU.
durante
la
década
de
los
90.
Aunque
el
éxodo
al
continente
se
ha
acelerado,
la
inmigración
a
la
Isla
continúa
sin
tregua.
Entre
1990
y
1998,
según
un
cálculo
de
la
Junta
(2000),
Puerto
Rico
recibió
a
144.528
migrantes
de
retorno.
Más
aún,
miles
de
personas
han
realizado
múltiples
movimientos
entre
la
Isla
y
el
continente.
En
una
encuesta
reciente,
encontré
que
casi
el
20%
de
los
entrevistados
había
vivido
fuera
y
había
regresado
a
la
Isla,
mientras
que
otro
3%
había
ido
y
vuelto
por
lo
menos
dos
veces
(Duany,
2001a).
En
resumen,
podemos
decir
que
la
migración
puertorriqueña
contemporánea
se
parece
más
a
un
flujo
circular
o
pendular,
a
un
movimiento
de
“puerta
giratoria”,
que
a
una
relocalización
unilateral
e
irrevocable
de
personas.
“La
nación
en
vaivén”
puede
servir
como
una
metáfora
idónea
para
las
identidades
fluidas
e
híbridas
de
los
puertorriqueños
en
la
Isla
y
en
los
EE.UU.
Por
eso
he
escogido
esa
imagen
como
título
de
mi
próximo
libro
(Duany,
2002),
para
sugerir
que
ninguno
de
los
criterios
tradicionales
de
la
nacionalidad
—territorio,
idioma,
economía,
ciudadanía
o
soberanía—
es
inmutable.
Todos
estos
criterios
están
sujetos
a
una
constante
fluctuación
e
intenso
debate
en
Puerto
Rico
y
en
su
diáspora,
aunque
el
sentido
de
pertenecer
a
un
pueblo
distinto
de
los
EE.UU.
ha
sido
extraordinariamente
pertinaz.
Contrario
a
las
opiniones
de
algunos
funcionarios
públicos
norteamericanos
y
puertorriqueños,
sostengo
que
Puerto
Rico
es
una
nación,
pero
una
nación
en
vaivén.
Al
hacerlo,
propongo
redefinir
la
nación,
no
como
un
estado
soberano
bien
delimitado,
sino
como
una
comunidad
translocal
basada
en
la
conciencia
colectiva
de
una
historia,
de
un
idioma
y
de
una
IR
Y
VENIR
234
cultura
compartidas.
Más
aún,
Puerto
Rico
puede
considerarse
como
una
“colonia
poscolonial”
si
se
entiende
como
un
pueblo
con
una
identidad
nacional
muy
fuerte,
pero
con
pocos
deseos
de
convertirse
en
estado-‐nación
dentro
de
un
territorio
que
legalmente
“pertenece
a,
pero
no
es
parte
de
EE.UU.”
(v.
Flores;
Rivera
Ramos).
La
definición
jurídica
de
la
Isla,
ni
estado
de
la
unión
americana
ni
república
soberana,
ha
creado
una
situación
política
ambigua,
problemática
y
controvertida
durante
más
de
cien
años.
Paradójicamente,
esta
condición
intersticial
ha
fortalecido,
en
vez
de
debilitado,
la
identidad
nacional
boricua.
No
es
necesario
asumir
una
postura
esencialista
para
reconocer
que
la
inmensa
mayoría
de
los
puertorriqueños
—dentro
y
fuera
de
la
Isla—
se
imagina
como
parte
de
una
comunidad
más
amplia
que
satisface
todos
los
requisitos
convencionales
de
la
nacionalidad,
tales
como
territorio,
idioma
o
cultura,
excepto
soberanía.
Los
ensayos
más
recientes
sobre
la
construcción
y
representación
de
la
puertorriqueñidad
con-‐
cuerdan
en
su
potencia,
intensidad
y
popularidad
(Dávila;
Guerra;
Morris;
Rivera).
Desgraciadamente,
la
mayoría
de
estos
estudios
se
ha
centrado
en
la
Isla
y
ha
soslayado
cómo
las
identidades
se
transforman
y
se
reconstruyen
en
la
diáspora
(para
excepciones
a
esta
tendencia,
v.
Flores;
Zentella).
Sin
embargo,
el
análisis
de
la
migración
boricua
puede
arrojar
luz
sobre
algunas
discusiones
recientes
que
giran
en
torno
a
lo
local
y
a
lo
global,
a
lo
nacional
y
a
lo
transnacional,
a
lo
colonial
y
a
lo
poscolonial,
como
sitios
disputados
de
las
identidades
culturales.
Miles
de
puertorriqueños
han
desarrollado
prácticas
móviles
de
subsistencia
que
incluyen
varios
lugares
interconectados
en
la
Isla
así
como
en
el
continente
norteamericano.
Los
que
viven
fuera
de
la
Isla,
que
hablan
inglés
y
además
participan
en
la
política
estadounidense
deben
incluirse
en
las
discusiones
académicas
y
públicas
sobre
el
futuro
de
Puerto
Rico.
Ellos
forman
parte
integrante
de
una
nación
en
vaivén.
En
los
últimos
años,
la
metáfora
de
Puerto
Rico
como
nación
en
vaivén
ha
adquirido
connotaciones
adicionales,
especialmente
a
raíz
del
movimiento
de
paz
para
Vieques.
Se
trata
de
una
Isla-‐municipio,
al
este
de
Puerto
Rico,
que
desde
los
años
cuarenta
es
blanco
de
prácticas
militares
para
la
Marina
de
Guerra
de
los
EE.UU.
Desde
abril
de
1999,
tras
la
muerte
accidental
del
guardia
de
seguridad
David
Sanes
Rodríguez,
grupos
de
ciudadanos
de
todas
las
afiliaciones
políticas,
clases
sociales
y
denominaciones
religiosas
han
reclamado
el
fin
del
bombardeo,
la
salida
de
la
Marina
y
la
devolución
de
las
tierras
ocupadas
por
ésta
a
los
residentes
civiles
de
Vieques.
El
IR
Y
VENIR
235
29
de
julio
de
2001,
el
68,2%
de
los
electores
viequenses
votó
para
que
la
Marina
abandonara
inmediatamente
la
Isla.
Como
resultado
de
esta
prolongada
lucha
pacífica,
la
nación
puertorriqueña
se
ha
extendido
simbólicamente
más
allá
de
la
“isla
grande”
a
“la
isla
nena”
—
como
se
conoce
afectuosamente
a
Vieques—,
así
como
a
Culebra
y
a
otros
territorios
más
pequeños
del
archipiélago
boricua.
Hoy,
más
que
nunca,
resulta
apropiado
hablar
de
las
islas
de
Puerto
Rico,
especialmente
si
se
incluye
a
Nueva
York
en
la
discusión.
Un
acontecimiento
notable
ha
sido
la
participación
activa
de
líderes
de
la
diáspora
en
el
movimiento
de
paz
para
Vieques.
De
este
modo,
la
identidad
nacional
puertorriqueña
se
ha
movido
en
dos
direcciones
principales
—una
corta
distancia
hacia
Vieques
y
una
larga
distancia
a
través
del
“gran
charco”
del
Océano
Atlántico
hasta
el
continente
norteamericano.
Por
el
momento,
el
discurso
público
sobre
la
nación
se
ha
expandido
más
allá
de
los
límites
territoriales
y
de
las
diferencias
políticas
tradicionales.
LA NACIÓN EN LA DIÁSPORA
Dos
preguntas
básicas
guían
mi
reflexión
sobre
la
relación
entre
nación
y
migración
en
Puerto
Rico.
Primera,
¿cómo
puede
la
mayoría
de
los
puertorriqueños
imaginarse
como
una
nación,
aunque
muy
pocos
de
ellos
apoyen
la
creación
de
un
nuevo
estado
nacional?
Abordo
esta
cuestión
haciendo
una
distinción
cuidadosa
entre
nacionalismo
político
—basado
en
la
doctrina
de
que
todo
pueblo
debe
tener
su
propio
gobierno
soberano—
y
nacionalismo
cultural
—basado
en
la
afirmación
de
la
autonomía
moral
y
espiritual
de
cada
pueblo
(v.
Hutchinson).
Mientras
el
nacionalismo
político
proclama
la
necesidad
de
estados
independientes,
el
nacionalismo
cultural
puede
reconciliarse
con
varias
formas
de
autodeterminación,
como
la
libre
asociación.
Mientras
la
primera
es
una
posición
minoritaria
en
el
Puerto
Rico
actual,
la
última
es
la
ideología
dominante
del
gobierno
del
Estado
Libre
Asociado,
la
elite
intelectual
y
numerosas
instituciones
culturales
en
la
Isla
así
como
en
la
diáspora.
La
mayoría
de
los
puertorriqueños
hoy
en
día
insiste
en
que
pertenece
a
una
nación
aparte
—validada
a
través
de
su
participación
ritual
en
despliegues
internacionales
de
nacionalidad
como
las
Olimpiadas
y
el
concurso
de
Miss
Universo.
Al
mismo
tiempo,
casi
todos
desean
mantener
su
ciudadanía
norteamericana,
de
manera
que
distinguen
IR
Y
VENIR
236
claramente
entre
el
sentido
legal
y
cultural
de
la
nacionalidad,
separando
así
el
aparejamiento
que
supone
el
propio
término
“estado-‐nación”.
Segunda,
¿cuál
es
el
impacto
cultural
del
éxodo
masivo
de
puertorriqueños
en
las
últimas
cinco
décadas?
Sostengo
que
las
comunidades
diaspóricas
forman
parte
de
la
nación
puertorriqueña
porque
siguen
vinculadas
a
la
Isla
mediante
una
intensa
y
frecuente
circulación
de
personas,
de
identidades
y
de
prácticas,
así
como
de
capitales,
de
tecnologías
y
de
mercancías.
Por
lo
tanto,
la
nación
puertorriqueña
ya
no
puede
circunscribirse
a
la
Isla,
ya
que
está
constituida
por
dos
fragmentos
distintos
pero
densamente
entretejidos:
el
de
Puerto
Rico
propiamente
y
el
de
las
comunidades
diaspóricas
asentadas
en
los
Estados
Unidos
continentales.
Las
múltiples
implicaciones
de
esta
profunda
dispersión
territorial
sobre
las
expresiones
populares
del
nacionalismo,
particularmente
el
nacionalismo
cultural,
aún
no
se
han
explorado
cabalmente.
En
mi
próximo
libro,
The
Puerto
Rican
Nation
on
the
Move,
trazo
el
desarrollo
de
emblemas
populares
de
la
puertorriqueñidad
(tales
como
el
jíbaro,
el
pequeño
campesino
de
subsistencia)
en
la
Isla
y
en
la
diáspora.
Como
resultado
de
la
migración
a
gran
escala,
las
imágenes
más
difundidas
de
la
identidad
nacional
se
han
desterritorializado
y
transnacionalizado.
Por
ejemplo,
la
pava,
el
sombrero
de
paja
típico
del
jíbaro,
se
despliega
constantemente
como
un
icono
visual
de
puertorriqueñidad
en
los
EE.UU.,
frecuentemente
junto
con
la
bandera
monoestrellada.
La
pava
resurge
en
los
lugares
más
improbables,
como
en
las
escuelas
públicas
de
Brooklyn,
en
los
festivales
folclóricos
del
Parque
Central,
en
el
Desfile
Puertorriqueño
a
lo
largo
de
la
Quinta
Avenida
en
Nueva
York
y
en
las
exhibiciones
etnográficas
en
el
venerable
museo
del
Smithsonian
en
Washington,
D.C.
Otro
ejemplo
notable
es
la
construcción
de
las
casitas,
pequeñas
estructuras
de
madera
que
traen
al
recuerdo
las
viviendas
rurales
de
la
Isla,
en
los
terrenos
abandonados
del
sur
del
Bronx
y
del
Lower
East
Side
de
Manhattan
(Aponte-‐Parés).
Las
casitas
representan
la
reinvención
de
una
época
pasada
y
de
un
lugar
idílico,
que
son
rememorados
nostálgicamente
como
una
densa
comunidad
de
parientes,
de
amigos,
de
vecinos
y
de
paisanos,
antes
de
la
llegada
de
la
industrialización,
de
la
urbanización
y
de
la
migración.
La
diáspora
ha
movilizado
los
conceptos
tradicionales
de
nación,
cultura,
idioma
y
territorio.
Los
movimientos
poblacionales
a
través
de
divisiones
geopolíticas
han
debilitado
al
nacionalismo
político
y
ensanchado
las
identidades
culturales
en
muchos
países
(Basch
et
al.).
En
Puerto
Rico,
IR
Y
VENIR
237
IR
Y
VENIR
238
la
adopción
del
nacionalismo
cultural
como
política
estatal
en
la
Isla.
Desde
mediados
de
la
década
de
1950,
el
Instituto
de
Cultura
Puertorriqueña
y
otras
agencias
gubernamentales
han
promovido
una
iconografía
nacionalista,
basada
en
símbolos
poderosos
de
la
puertorriqueñidad
como
el
idioma
español,
el
patrimonio
histórico,
el
jíbaro,
el
legado
indígena
y
el
arte
popular
de
los
santos
católicos
tallados
en
madera.
Al
igual
que
otras
naciones,
Puerto
Rico
ha
elaborado
su
propio
conjunto
de
mitos,
memorias,
ritos
e
imaginarios
colectivos,
tales
como
la
bandera,
el
himno
y
el
sello
nacionales,
así
como
la
representación
en
eventos
deportivos
y
en
concursos
de
belleza
internacionales.
Estos
iconos
se
han
difundido
ampliamente
en
la
Isla
y
en
el
continente,
y
han
fortalecido
el
sentido
de
ser
puertorriqueño
a
diferencia
de
estadounidense.
Su
apego
popular,
sin
embargo,
no
se
ha
traducido
en
un
apoyo
masivo
a
la
independencia,
ni
siquiera
a
la
libre
asociación
con
los
EE.UU.
El
nacionalismo
cultural
se
ha
divorciado
prácticamente
del
nacionalismo
político
en
la
Isla.
Uno
de
los
impedimentos
básicos
para
una
ruptura
radical
con
la
condición
jurídica
actual
de
la
Isla
es
la
diáspora.
Demográficamente,
Puerto
Rico
es
una
nación
dividida
en
la
que
casi
la
mitad
de
sus
miembros
vive
fuera
del
“territorio
nacional”.
Desde
principios
del
siglo
XX,
el
gobierno
insular
auspició
la
emigración,
primero
a
otros
países
caribeños
y
a
Hawai,
y
luego
hacia
el
continente
norteamericano
como
una
válvula
de
escape
para
la
sobrepoblación
y
el
desempleo.
Durante
los
años
cuarenta
y
cincuenta,
los
funcionarios
públicos
concibieron
a
los
puertorriqueños
como
“ciudadanos
migrantes”
que
requerían
asistencia,
orientación
y
organización.
Por
décadas,
los
dirigentes
del
Estado
Libre
Asociado
trataron
a
la
comunidad
puertorriqueña
en
el
exterior
como
una
extensión
simbólica
de
la
cultura
insular,
no
tanto
como
una
entidad
independiente
con
características
propias.
A
su
vez,
los
grupos
comunitarios
de
la
diáspora
construyeron
su
identidad
primordialmente
como
puertorriqueña,
aunque
no
aceptaron
del
todo
el
discurso
tradicional
de
la
puertorriqueñidad,
especialmente
su
definición
excluyente
de
nación
en
términos
lingüísticos
y
territoriales.
Los
que
se
mueven
frecuentemente
entre
la
Isla
y
el
continente
tienden
tanto
a
ser
bilingües
y
biculturales
como
a
ceñirse
menos
a
una
residencia
permanente
en
uno
u
otro
lugar;
pero
se
sienten
tan
boricuas
como
los
que
nunca
han
emigrado
de
su
país.
Mientras
que
el
nacionalismo
político
ha
decaído
en
la
Isla,
el
nacionalismo
cultural
ha
calado
hondamente
entre
los
puertorriqueños.
A
través
de
un
amplio
espectro
de
clases
sociales,
ideologías
IR
Y
VENIR
239
IR
Y
VENIR
240
culturalmente
entre
la
Isla
y
su
diáspora.
Hoy
en
día,
pocos
puertorriqueños
pueden
imaginar
a
su
nación
sin
alguna
forma
de
asociación
permanente
con
EE.UU.,
ya
sea
como
estado
de
la
unión
americana,
como
Estado
Libre
Asociado
culminado
o
como
república
asociada.
¿Es
único
el
caso
puertorriqueño
o
sugiere
“lecciones”
más
amplias?
Indudablemente,
la
Isla
es
una
de
las
pocas
colonias
en
el
mundo
actual.
En
América
Latina,
Puerto
Rico
es
el
único
país
(con
excepción
parcial
de
Cuba)
que
no
organizó
un
movimiento
de
liberación
nacional
exitoso
contra
España,
su
antigua
metrópoli.
Incluso
en
su
contexto
caribeño
inmediato,
la
dependencia
insular
de
EE.UU.
resulta
anómala
a
partir
del
movimiento
de
descolonización
iniciado
en
la
región
desde
la
década
de
1960.
A
diferencia
de
otras
partes
del
mundo
(pienso
en
Europa
del
Este
o
en
el
Medio
Oriente),
donde
el
nacionalismo
político
y
el
separatismo
étnico
han
resurgido
con
enorme
vitalidad,
Puerto
Rico
ha
experimentado
una
creciente
integración
económica
y
política
con
su
metrópoli
actual.
Comparada
con
otras
diásporas
latinoamericanas
y
caribeñas,
a
primera
vista
la
diáspora
boricua
parece
excepcional
porque
tiene
lugar
dentro
de
las
fronteras
geopolíticas
de
EE.UU.
Al
mismo
tiempo,
el
dilema
puertorriqueño
resuena
con
las
luchas
de
otros
pueblos
sometidos.
La
condición
colonial
de
la
Isla
sugiere
comparaciones
con
otros
territorios
dependientes
del
Caribe,
como
las
Antillas
Holandesas
y
Francesas,
y
del
Pacífico,
como
Guam
y
la
Samoa
Americana.
Desde
1898,
los
discursos
coloniales
sobre
Puerto
Rico
se
desarrollaron
bajo
el
marco
del
“archipiélago
imperial”
norteamericano,
incluyendo
a
Cuba,
las
Filipinas
y
Hawai
(Thompson,
1998).
Además,
las
imágenes
americanas
de
los
puertorriqueños
como
“los
otros”
compartían
buena
parte
de
la
“retórica
del
imperio”,
común
al
colonialismo
británico
y
francés
en
Africa
y
Asia
(Duany,
2001b;
Spurr).
Las
expresiones
simbólicas
de
resistencia
local
al
dominio
estadounidense
—tales
como
la
afirmación
de
una
“personalidad”
puertorriqueña,
independientemente
de
la
continua
penetración
política
y
económica
de
los
EE.UU.,
o
la
supuesta
superioridad
moral
de
los
valores
insulares
sobre
los
extranjeros—
son
típicas
de
movimientos
anticoloniales
en
el
llamado
Tercer
Mundo
(Chatterjee).
Por
añadidura,
la
creciente
brecha
entre
el
nacionalismo
político
y
el
cultural
no
es
un
fenómeno
exclusivamente
puertorriqueño:
ha
recurrido
en
varios
momentos
y
lugares
de
la
época
contemporánea,
como
Canadá,
Gran
Bretaña
y
España
(Hutchinson).
Sin
insinuar
que
Puerto
Rico
represente
tendencias
idénticas
en
otros
países,
IR
Y
VENIR
241
me
aventuraría
a
plantear
que
la
Isla
enmarca
muchas
fuerzas
paralelas
y
a
veces
contradictorias,
como
el
nacionalismo
y
el
transnacionalismo,
la
desterritorialización
y
la
reterritorialización,
la
identidad
y
la
alteridad.
CONCLUSIÓN
Replantearse
la
perseverancia
de
la
identidad
puertorriqueña
contra
viento
y
marea
ofrece
nuevas
pistas
sobre
la
relación
entre
los
discursos
coloniales,
nacionales
y
transnacionales.
Mi
análisis
sugiere
que
el
nacionalismo
político
tiende
a
debilitarse
con
la
constante
transgresión
de
las
fronteras
nacionales
mediante
la
migración
a
gran
escala
y
el
surgimiento
de
un
nuevo
tipo
de
nacionalismo
(llamado
cultural,
lite
o
neonacionalismo).
Las
comunidades
diaspóricas
frecuentemente
desarrollan
representaciones
de
la
identidad
diferentes
del
canon
nacionalista
dominante,
al
subrayar
sus
lazos
familiares,
afectivos
y
culturales
con
el
país
de
origen,
más
que
sus
límites
lingüísticos
y
territoriales.
El
nacionalismo
cultural
puede
resultar
una
ideología
más
útil
que
el
separatismo
político
cuando
gran
parte
de
la
población
de
un
país
se
ha
hecho
transnacional.
El
nacionalismo
cultural
puede
ayudar
a
adelantar
los
múltiples
intereses
económicos
y
políticos
de
varios
sectores
de
una
sociedad
transnacional,
como
es
el
caso
de
los
intelectuales,
de
los
políticos,
de
los
empresarios
e
incluso
de
los
trabajadores
migrantes,
sin
necesidad
de
establecer
un
estado
aparte.
De
tal
manera,
el
colonialismo,
el
nacionalismo
y
el
transnacionalismo
pueden
coexistir,
aunque
sea
incómodamente,
al
mismo
tiempo
y
en
el
mismo
lugar,
tal
y
como
lo
hacen
en
el
Puerto
Rico
contemporáneo.
Ningún
país
en
la
historia
reciente
ha
experimetado
un
desplazamiento
poblacional
más
prolongado
y
masivo
que
Puerto
Rico.
De
forma
similar
a
Irlanda
durante
la
segunda
mitad
del
siglo
XIX,
Puerto
Rico
exportó,
desde
la
Segunda
Guerra
Mundial,
casi
la
mitad
de
sus
habitantes
actuales
a
los
EE.UU.
A
diferencia
de
Irlanda
y
de
otros
países
emisores
de
migrantes
europeos
a
principios
del
siglo
XX,
la
Isla
ha
recibido
un
número
creciente
de
migrantes
de
retorno
desde
los
años
sesenta,
así
como
un
gran
influjo
de
extranjeros
procedentes
de
países
latinoamericanos
como
la
República
Dominicana,
Cuba,
México
y
Colombia.
Algunos
autores
han
planteado
esta
IR
Y
VENIR
242
IR
Y
VENIR
243
Ángel Quintero-Rivera
78
Ensayo
editado
por
Stella
Cruz-‐Romero,
de
una
ponencia
para
el
XXIII
Congreso
de
ALAS
(Asociación
Latinoamericana
de
Sociología)
Antigua,
Guatemala,
oct-‐nov.
de
2001,
Comisión
16
Arte,
cultura
y
sociedad.
Para
la
ponencia
hilvano
y
retrabajo
algunos
argumentos
desarrollados
con
mayor
detalle
en
Quintero-‐Rivera
1998,
añadiendo,
naturalmente,
investigación
y
reflexiones
posteriores.
Agradezco
a
Patria
Román
Velázquez
las
ideas
iniciales
de
donde
partió
este
trabajo,
así
como
sus
agudos
señalamientos
críticos
y
los
del
colega
Keith
Negus.
79
Palmieri
ha
sido
premiado
cinco
veces
más
en
esta
categoría,
para
la
cual
ha
sido
nominado
ya
en
diez
ocasiones.
Luego
se
instituyó
una
nueva
categoría
para
“Latin
jazz”
para
la
cual
p a ra
a
p r i n c i p i o s
d e l
n u e vo
s i g l o
había
sido
nominado
dos
veces
adicionalmente.
IR
Y
VENIR
244
por
una
inteligentilla
progresista”,
continúa
Rockwell,
“pero
respecto
a
esta
música
la
intelectualidad
es,
a
menudo,
aún
más
purista
que
la
audiencia”
(p.
203).
Por
ello,
sigue
su
argumento,
se
hizo
necesario
que
Palmieri
adaptara
o
matizara
sus
innovaciones
con
formas
que
fueran
aceptadas
por
su
público
“natural”,
por
el
inculto
público
de
obreros
migrantes
del
subdesarrollo.
Y,
aunque
no
faltan
en
dicho
capítulo
frases
elogiosas
a
sus
“audaces
improvisaciones
cromáticas
en
deuda
con
la
música
clásica
y
experimental”
(p.
205),
le
reprocha
su
“ambivalencia
al
aventurarse
más
allá
de
su
nido
o
nicho
étnico”
(p.
207).
Incluso,
interpreta
el
uso
preponderante
del
idioma
español
en
sus
canciones
y
en
sus
conciertos,
como
una
insistente
reafirmación
a
sus
fanáticos
salseros
de
que
no
estaba
traicionando
la
tradición
latina
(p.
207).
La
“tradición
latina”
representaba
en
esta
visión
(muy
difundida
entre
los
comentaristas
anglos
de
entonces)
una
rémora,
un
ancla
que
imposibilitaba
el
vuelo
al
“potencial”
creativo
(obligatoriamente
primer
mundista)
de
este
talentoso
“americano”
de
ascendencia
puertorriqueña,
formado
en
las
prestigiosas
academias
de
“música
clásica”
del
este
de
los
Estados
Unidos.
Pero
¿no
tendría
el
apego
de
Palmieri
a
“sus
raíces
latinas”
alguna
otra
explicación
más
profunda?,
¿no
podría
haber
partido
su
arte
experimental
de
otras
visones,
convicciones
o
compromisos?
¿tendrían
que
ser
sus
“sofisticaciones”,
experimentos
y
artesanía,
necesariamente,
resultado
de
influencias
externas
a
sus
“limitantes”
raíces?
¿era
su
“nicho”
producto
de
su
“comunidad
étnica”,
de
una
especie
de
autogueto,
o
quién
guetoizaba
a
quién?
¿qué
visiones
sobre
la
relación
entre
música
y
sociedad
subyacían
a
esa
distinción
jerárquica
entre
arte
y
artesanía?
Eddie
Palmieri
nació
en
Nueva
York
en
1936,
previo
a
la
gran
migración
puertorriqueña
de
los
años
cincuenta,
pero
su
vida
musical
se
inició
enmarcada
en
los
más
intensos
años
de
esa
primera
gran
diáspora
latina
a
la
Babel
de
hierro.
Entre
los
14
y
17
años
amenizaba
bailes
en
su
comunidad
con
un
pequeño
conjunto,
y
ya
a
los
21
es
reclutado
como
pianista
para
la
orquesta
latina
más
renombrada
de
entonces,
la
Orquesta
de
Tito
Rodríguez.
Por
su
afán
experimental,
abandona
en
1961
ese
prestigioso
conjunto
para
formar
su
primera
orquesta
profesional
que
bautizó
como
La
Perfecta,
en
evidente
referencia
a
la
meticulosidad
de
su
“artesanía”.
En
ella
combinó,
como
muchos
otros
músicos
de
la
tradición
afrocaribeña,
los
papeles
de
instrumentista,
director,
compositor,
productor
y
arreglista.
Hacia
el
año
1968
ó
1969,
Palmieri
produjo
la
grabación
de
larga
duración
(en
adelante,
LP)
IR
Y
VENIR
245
Justicia,
un
disco
que
pronto
habría
de
convertirse
en
uno
de
los
primeros
“clásicos”
de
esta
manera
de
hacer
música
que
comenzaba
a
llamarse
entonces
salsa.
Palmieri
iba
hilvanando
un
discurso
a
lo
largo
del
disco,
por
lo
cual
podría
claramente
considerarse
una
“obra”
en
opus.
Empieza
con
una
composición
suya
que
es
la
que
da
título
al
LP.
En
ella,
justo
abriendo
“la
obra”,
Palmieri
manifiesta
una
de
las
características
que
habrían
de
ir
definiendo
la
salsa
(esa
manera
de
hacer
música
que
se
denominaría
así
precisamente,
por
su
carácter
de
trabajada
mezcolanza):
una
muy
libre
combinación
de
diversos
ritmos
y
formas
musicales
del
Caribe,
que
evocan
distintas
geografías
y,
sobre
todo,
variados
tiempos
en
su
compleja
historia.
Se
trata,
recordemos,
de
una
historia
marcada
por
rupturas
y
constantes
reconstituciones,
que
jamás
podría
enmarcarse
dentro
de
la
sistematización
de
la
cosmovisión
“moderna
occidental”
del
progreso
lineal.
Ello,
por
los
caminos
oblicuos
que
siempre
se
ha
visto
necesitada
de
transitar
(Díaz-‐Quiñones
2000
y
Benítez
Rojo
1989)
ante
las
más
poderosas
metrópolis
coloniales:
primero
España,
Inglaterra,
Francia
y
Holanda,
y
luego
también
los
Estados
Unidos
y
la
entonces
Unión
Soviética.
En
“Justicia”
predomina
la
guaracha,
lo
cual
es
muy
significativo,
pues
ésta
fue
una
de
las
primeras
formas
populares
claramente
urbana
en
el
Caribe
cuando
el
mundo
caribeño
era
todavía
abrumadoramente
rural
(siglos
XVIII
ó
XIX).
En
su
discurso
de
legal
alien,
como
lo
llamaría
más
tarde
Willie
Colón,
otro
importante
forjador
de
la
salsa,
desde
la
comunidad
de
migrantes
puertorriqueños
en
Nueva
York,
Palmieri
inicia
su
opus,
su
obra-‐discurso,
sobre
la
base
de
una
combinación
polirrítmica
en
la
que
predomina
la
guaracha;
la
letra
clama
con
optimismo,
‘justicia
pa
los
boricuas
y
los
niggers’:
Justicia
tendrán,
justicia
verán
(futuro)
en
el
mundo,
los
discriminados...
(presente)
Con
el
canto
del
tangó
mira,
¡justicia!
yo
reclamo.
(presente)
...si
no
hubiera
tiranía
(pasado-‐presente
condicional)
todos
fuéramos
hermanos,
(futuro
condicional)
dulce
paz
y
armonía,
alegría,
IR
Y
VENIR
246
IR
Y
VENIR
247
femenino)80
y
esclavos
negros
cimarrones.
Todo
esto
se
logra
con
una
interesante
combinación
de
escalas
identificadas
con
la
sonoridad
indígena
con
ritmos
claramente
afrocaribeños
y
con
las
improvisaciones
instrumentales
de
“jazz
latino”
(Delannoy
2000).
La
segunda
cara
del
disco
abre
con
una
canción
en
inglés,
con
una
música
de
ritmos
básicamente
de
hip-‐hop
de
los
barrios
urbanos
negros
norteamericanos.
La
música
es
de
la
autoría
de
Palmieri
y
la
letra,
que
elabora
nuevamente
el
tema
de
la
justicia
con
la
cual
se
había
iniciado
en
español
la
otra
cara,
fue
escrita
conjuntamente
por
Palmieri
y
Bob
Bianco.
Recuerden
que
estamos
hablando
de
una
de
las
primeras
composiciones
del
movimiento
salsa.81
En
esas
primeras
grabaciones
de
“latinos”
niuyorkinos
se
incluyeron
algunas
canciones
en
inglés,
pero
dice
mucho
del
carácter
identitario
de
esta
manera
de
hacer
música
el
hecho
de
que
desde
muy
temprano,
desde
principios
de
los
setenta,
l a
s a l s a
fuera
tornándose
casi
exclusivamente
en
una
expresión
en
español.
Esta
preferencia
por
el
español
se
dio
incluso
entre
jóvenes
músicos
como
Willie
Colón,
quien
por
haberse
criado
en
Nueva
York
podía
expresarse
mejor
en
inglés
que
en
español.82
Palmieri
compone
en
español
todas
las
canciones
que
por
su
base
afrocaribeña
se
identifican
como
salsa.
La
canción
Everything
is
everything
está
compuesta
en
inglés
por
tratarse
de
música
negra
norteamericana.
Es
desde
la
sonoridad
barrial
del
gueto
enriquecida
por
el
jazz,
que
Palmieri
imprime
una
amplitud
“tercermundista”
en
los
reclamos
boricuas
por
justicia
social
y
por
su
utopía
de
una
nueva
forma
solidaria
de
vida:
80
De
hecho,
en
una
grabación
en
vivo
(en
la
famosa
cárcel
norteamericana
de
Sing
Sing)
la
canción
se
presenta
como
“Mi
mujer
espiritual”
(Palmieri
1973)
81
Rondón
(1980)
y
Pagano
(1995),
entre
otros,
distinguen
dos
vertientes
en
las
primeras
décadas
del
movimiento
“salsa”:
la
que
llama
Pagano
“tradicional”
y
Rondón
“matancerización”
(en
referencia
al
estilo
de
la
Sonora
Matancera)
que
imitaba
música
cubana
anterior,
y
la
que
ambos
llaman
“innovadora”,
de
fusiones
experimentales,
inconformismo
social
y
afirmación
latinoamericana
con
base
en
las
nuevas
experiencias
vividas
en
la
migración,
sobre
todo
entre
Puerto
Rico
y
Nueva
York.
Ambos
resaltan
la
importancia
histórica
de
la
segunda
vertiente,
que
es
la
que
examinaré
en
este
trabajo
y
sobre
la
que
me
he
concentrado
en
trabajos
anteriores.
Otros
autores,
como
(Manuel
1991),
sin
presentar
evidencia
alguna,
menosprecian
esta
segunda
vertiente
como
de
meros
casos
excepcionales
y
marginales,
a
lo
que
ellos
entienden
como
la
corriente
central.
Un
examen
más
cuidadoso
de
las
composiciones
e
interpretaciones
que
han
perdurado
de
aquel
período
hasta
hoy
y
que
siguen
tocándose
y
se
mantienen
vivas
en
la
conciencia
colectiva,
reafirman
la
pionera
visión
de
Rondón
sobre
la
importancia
profunda
de
la
vertiente
que
aquí
examinaremos.
82
Sobre
este
tema
complejo
de
los
usos
del
español
y
del
inglés,
y
sus
entrecruces-‐
entre
los
migrantes,
véase
Flores
(1993
y
2000);
su
compleja
dimensión
histórica
en
(Díaz
Quiñones
1993).
IR
Y
VENIR
248
IR
Y
VENIR
249
con
perfiles
de
búsqueda
identitaria,
“Somos
el
son”
se
plantea
(desde
el
único
país
latinoamericano
todavía
colonia)
una
visión
de
la
cultura
nacional
que
rebasa
el
ámbito
del
estado-‐nación
territorial:
Somos
el
son
de
Borinquen
(nombre
indígena
de
Puerto
Rico)
Somos
el
son
hispano
(en
su
adscripción
niuyorkina
actual
referida
al
hispanohablante
básicamente
latinoamericano.
Y
más
adelante
añade)
Somos
el
son
del
hispano
mundial.
Apartándose
de
la
partitura,
en
medio
de
la
canción
el
cantante,
Sammy
Marrero,
grita:
Para
el
mundo
entero:
(la
intención
globalizante)
¡sabor
latino!
(la
nacionalidad
extraterritorial)
de
La
Selecta
(el
estilo
sonoro
propio)
de
Puerto
Rico
(la
nacionalidad
histórica,
estatalmente
negada)
Hacia
finales
de
los
sesenta,
cuando
se
graba
Justicia,
la
salsa
era
conocida
sólo
en
Nueva
York
y
en
un
puñado
de
países
latinocaribeños.
Pero
las
batallas
de
grupos
como
La
Selecta
no
fueron
en
vano.
En
el
año
2001,
la
investigación
en
la
web
arroja
que
existen
clubes
de
baile
que
se
anuncian
a
sí
mismos
como
de
salsa
en
la
mayoría
de
los
países
del
mundo:
en
casi
todos
los
países
del
norte,
centro
y
sur
de
América,
al
menos
en
23
de
los
países
de
Europa
y
en
otros
15
países
alrededor
del
globo.
Aparecen
clubes
de
salsa
al
menos
en
36
de
los
50
estados
de
los
Estados
Unidos
y
en
10
ciudades
de
Gran
Bretaña,
de
las
cuales
Londres
tiene
53
establecimientos
comerciales
donde
se
baila
salsa,
y
57
en
la
red
de
ciudades
de
la
pequeña
Holanda.
En
60
de
los
países
anteriormente
mencionados
se
registran
además
escuelas
o
maestros
de
baile
que
se
concentran
en
la
enseñanza
de
salsa.
(www.salsaweb.com)83
El
Quinto
Congreso
Mundial
de
la
Salsa
durante
el
verano
de
2001
atrajo
a
la
Meca
salsera
83
Pueden
examinarse
también
www.oasissalsero.com
y
www.justsalsa.com.
IR
Y
VENIR
250
de
San
Juan,
capital
de
Puerto
Rico
(siendo
la
otra
Meca
Nueva
York),84
1.536
participantes
de
48
países
diferentes
(sin
contar
los
participantes
locales).
La
participación
internacional
en
estos
congresos,
celebrados
siempre
en
San
Juan,
había
ido
en
ascenso:
375
personas
asistieron
al
primero;
550,
al
segundo;
925,
al
tercero
y
1.200,
al
cuarto.
En
estos
congresos,
los
más
importantes
conjuntos
salseros
participan
como
intérpretes
para
los
bailarines
y
la
mayoría
de
las
conferencias
y
de
los
talleres
son
sobre
baile.
Aunque
el
Congreso
Mundial
es
la
actividad
cumbre
que
se
celebra
en
San
Juan,
la
organización
productora,
con
base
en
San
Juan,
organiza
también
eventos
bailables
alrededor
del
mundo:
en
el
2001
(hasta
mayo)
había
organizado
8
en
Europa,
7
en
los
Estados
Unidos,
7
en
América
Latina
y
otros
3
en
otras
áreas.
En
las
últimas
décadas,
la
salsa
ha
sobrepasado
internacionalmente
con
creces
a
otros
ritmos
y
géneros,
e
incluso
ha
desafiado
no
sólo
a
otros
géneros
caribeños,
sino
a
la
absoluta
hegemonía
que
había
disfrutado
el
rock
décadas
atrás.85
Contraria
a
la
“locura”
por
la
lambada
que
no
duró
más
de
tres
años,
la
salsa
llevaba
ya
alrededor
de
35
años
en
el
2001,
cuando
escribí
la
primera
versión
de
este
ensayo,
por
lo
que
sería
inapropiado
interpretar
su
popularidad
como
mera
moda
comercial.
Pero,
incluso
si
se
le
considerara
“moda”,
podríamos
legítimamente
preguntar
¿por
qué
esa
“moda
danzaria”
ha
asumido
la
forma
de
salsa,
con
su
música
correspondiente
y
con
sus
particulares
movimientos
de
baile?
¿A
qué
tipo
de
sensibilidad
o
de
sensibilidades
está
apelando
la
salsa
entre
tantas
diversas
personas
y
países
de
estos
contemporáneos
tiempos
posmodernos?
¿Cómo
explicar
su
difusión
y
popularidad
mundial
a
pesar
del
hecho
de
que,
contrario
al
rock,
al
jazz,
y
para
estos
efectos
también
al
raggae,
no
se
manifieste
en
el
“lenguaje
internacional”
de
este
momento
en
la
historia,
el
inglés,
sino
como
antes
señalamos,
en
español
incluso
desde
Nueva
York?
84
Naturalmente
una
de
las
mayores
y
más
cosmopolitas
“ciudades
globales”,
donde
habita
una
tercera
parte
de
la
población
puertorriqueña
que,
hasta
muy
recientemente,
representaba
más
de
la
mitad
del
total
de
inmigrantes
de
toda
Latino
América
y
el
Caribe.
85
Además
de
su
impacto
como
baile
con
características
propias,
la
“salsa”
ha
permeado
el
contemporáneo
pop-‐
rock
de
intérpretes
puertorriqueños
como
Ricky
Martin,
de
compositores
también
puertorriqueños
como
Robi
“Draco”
Rosa
(Living
la
vida
loca,
La
copa
de
la
vida,
etc.)
que
introducen
elementos
salseros
en
éste,
han
escalado
los
primeros
escalafones
del
hit
parade
internacional.
En
un
momento
dado
del
año
2000,
cuatro
puertorriqueños
dentro
de
este
Latin
Craze
–
Ricky
Martin,
Marc
Anthony,
Jennifer
López
y
Chayanne-‐
ocuparon
juntos
los
primeros
lugares
del
Top
Ten
de
la
revista
Billboard.
Pero
este
fenómeno,
aunque
relacionado
sin
duda
con
la
creciente
“globalización”
de
la
salsa,
requeriría
investigaciones
adicionales
y
análisis
propio,
que
rebasan
el
ámbito
de
este
ensayo.
IR
Y
VENIR
251
86
Véanse
al
respecto
las
posteriores
contribuciones
de
(Negus
1992,
1997
y
1999).
87
Numerosos
ejemplos
pueden
ser
encontrados
en
el
mejor
libro
publicado
hasta
ahora
sobre
este
movimiento
musical,
del
disk-‐jockey
venezolano
(Rondón
1980).
Para
Venezuela
en
particular,
vea
también
(Báez
1989)
y
para
Colombia
(Ulloa
1988
y
Waxer
1998).
Respecto
a
su
dimensión
identitaria
panamericana
vea
(Berrios
2000).
Respecto
a
las
identidades
de
los
migrantes
puertorriqueños
consultar
(Padilla
1990
y
Duany
1984).
Sobre
las
problemáticas
de
identidad
por
género
que
abarca,
ver
(Aparicio
1997).
Otros
ejemplos
generales
en
(Gómez
1995)
(Burbano
1995)
y
(Escalona
1998)
entre
otros.
88
Distinto
a
las
migraciones
del
Caribe
anglo
y
franco
parlantes
con
sus
expresiones
cantables,
además
de
bailables,
de
sus
raggaes
y
souks.
IR
Y
VENIR
252
entre
ambos
procesos
migratorios
y
las
esferas
de
la
salsa
que
asumen
para
reafirmar
sus
respectivas
identidades?
IR
Y
VENIR
253
IR
Y
VENIR
254
complejo
“entre
juego”
simbólico
con
la
“otredad”
americana,
con
el
exotismo
exuberante,
pero
a
la
postre
“trivial”
de
sus
recién
redescubiertos
“buenos
vecinos”
de
la
América
Latina
tropical.
Para
1943
las
películas
de
Hollywood
de
temas
latinoamericanos
sumaban
en
total
30;
escasamente
dos
años
después,
el
número
había
ascendido
a
84
(King
1993)
que
incluían
jubilosas
escenas
de
baile
con
estas
grandes
orquestas.89
Los
años
cincuenta
fueron
tiempos
de
un
marcado
optimismo
popular.
La
noción
del
tiempo
que
venía
fraguándose
en
“occidente”
desde
el
siglo
XVIII,
identificada
con
la
modernidad
y
el
progreso,
la
visión
de
un
tiempo
lineal
conformado
por
sucesiones
lógicas
de
causalidad
que
nos
encaminaban
acumulativamente
hacia
supuestos
estados
de
mayor
bienestar
se
fortalecía
ante
la
imagen
de
una
creciente
democratización
del
consumo,
de
una
mayor
participación
de
sectores
amplios
de
la
población
en
el
disfrute
del
crecimiento
y
de
la
complejidad
de
la
producción;
en
los
Estados
Unidos
un
aumento
del
293%
en
el
ingreso
personal
entre
1940
y
1955.
Se
dio
también,
relacionado
con
ello,
un
desplazamiento
de
la
población
hacia
el
suburbio.
La
cotidianidad
se
organizaba
en
términos
de
la
continuidad
familiar
de
la
línea
ascendente
del
progreso
al
futuro:
suburbs
were
imagined
as
“a
better
place
to
bring
up
the
kids”
(Grossberg
1992).
La
configuración
de
las
relaciones
sociales
en
términos
de
la
masificación
del
consumo
fue
caracterizando
a
la
economía
norteamericana
dinamizada
por
el
lado
de
la
demanda,
sobre
todo
a
partir
del
Nuevo
Tratado.
La
movilidad
social,
el
“progresar”,
dejó
de
plantearse
en
términos
de
cambios
en
la
ubicación
en
la
estructura
de
la
producción,
para
identificarse
con
la
acumulación
de
riquezas
y
el
acceso
al
consumo
que
éstas
posibilitaban.
Este
tipo
de
configuración
socioeconómica
se
insertó
en,
a
la
vez
que
simultáneamente
estimuló
y
fortaleció,
una
cultura
popular
alrededor
del
consumo;
“popular”
no
porque
fuera
producida
por
el
pueblo,
sino
para
ser
consumida
popularmente
en
la
medida
en
que
respondiera
simbólicamente
a
los
afectos
de
la
“masa”
consumidora.
En
la
medida
en
que
el
capital
fue
penetrando
esferas
anteriormente
reservadas
para
la
economía
doméstica,
como
la
elaboración
de
comidas
y
la
confección
de
ropa,
y
ante
la
búsqueda
89
Es
significativo
que
las
complejas
relaciones
económico-‐políticas
de
poder
entre
los
Estados
Unidos
y
sus
“buenos
vecinos”
latinoamericanos
tomaran
una
representación
de
relaciones
de
género
desiguales:
hombre
norteamericano
(sobriedad,
civilización,
raciocinio),
mujer
“latina”
(volátil,
sensual,
primitivismo,
barbarie)
como
agudamente
examina
(López
1993).
IR
Y
VENIR
255
desaforada
de
la
expansión
del
consumo
fue
elevándose
la
importancia
económica
de
un
sector
de
la
población
que
paralelamente
iba
configurando
una
iden-‐
tidad
propia
precisamente
alrededor
del
consumo:
la
juventud.
Mientras
en
1910
el
51.3%
de
los
jóvenes
norteamericanos
entre
los
14
y
los
20
años
estaban
ya
ubicados
en
la
economía
de
la
esfera
de
la
producción,
es
decir,
la
de
los
trabajadores,
en
1950
menos
del
40%
de
los
jóvenes
entre
las
edades
de
14
a
24
años
se
encontraban
entre
los
trabajadores
o
empleados
regulares,
lo
que
significa
que
entre
los
14
y
los
20
años
la
proporción
debió
haber
sido
mucho
menor
(el
censo
de
1970
señala
que
la
tasa
de
participación
laboral
entre
las
edades
de
20
a
24
años
fue
del
68%,
superior
a
la
de
la
población
en
su
conjunto,
y
casi
el
doble
de
la
de
los
jóvenes
entre
los
16
y
los
19
años,
diferencia
que
lógicamente
debió
haber
sido
aún
mayor
si
se
hubieran
incluido
los
jóvenes
de
14
y
15
años).
Con
una
ubicación
tan
exigua
y
“transitoria”
en
la
producción,
la
esfera
del
consumo
sería
mucho
más
importante
en
la
conformación
y/o
manifestación
de
su
emergente
sentido
social-‐
identitario
para
los
jóvenes
de
los
países
que
eran
centros
de
esta
economía,
sobre
todo
en
las
nuevas
esferas
que
le
arrancaban
el
capitalismo
a
la
economía
doméstica.
Su
identidad
se
construía
alrededor,
precisamente,
de
aquello
que
los
diferenciaba
de
la
niñez,
y
que
la
adultez
pretendía
retrasar:
su
sexualidad.
Y
se
manifestaba
y
se
fortalecía
a
través
de
unos
patrones
de
consumo
que,
en
la
exacerbación
de
una
sexualidad
hedonista,
recalcaban
su
diferenciación
del
mundo
adulto.
Frente
a
las
perspectivas
que
ofrecía
el
futurismo,
la
juventud
norteamericana
comenzaría
a
manifestar
una
rebeldía
impugnadora
centrada
por
la
naturaleza
de
esta
forma
de
identidad.
No
es
casualidad
que
una
de
las
canciones
que
todos
los
estudiosos
de
este
género
señalan
como
fundamental
para
los
inicios
de
la
popularización
masiva
del
rock
llevara
como
título
Rock
Around
the
Clock,
popularizada
por
Bill
Haley
&
The
Comets
en
1954,
resaltando
la
imagen
de
un
tiempo
cíclico,
de
un
presente
eterno.
Tampoco
es
coincidencia
que
esta
nueva
sonoridad
juvenil
adoptara
el
nombre
de
Rock
‘n’
Roll.
Rock
con
su
doble
significado
contradictorio
de
roca,
la
fuerza
del
desafío,
sobre
todo
en
movimiento,
que
se
convierte
en
avalancha:
The
Rolling
Stones.
Y,
por
otro
lado,
roll,
que
en
el
argot
de
los
negros
norteamericanos
significaba
“to
fuck”,
(Harker
1980:
60)
que
como
chingar,
significa
tanto
tener
relaciones
sexuales,
como
importunar,
“joder”.
El
Rock
‘n’
Roll
transgredía
la
arrulladora
mecida
de
quien
aún
socialmente
se
suponía
niño,
con
la
suave
y
constante
oscilación
pélvica
desfachatada
que
evocaba
públicamente
la
más
“sagrada”
IR
Y
VENIR
256
privacidad.
Para
los
jóvenes
roqueros,
tanto
varones
como
hembras,
hijos
de
burgueses,
“pequeños
burgueses”
o
proletarios,
su
rebeldía
identitaria
y
su
música
se
conformaban
en
oposición
al
mundo
dominante
adulto;
su
impugnación
hedonista
al
futurismo
se
manifestaba
como
un
rompimiento
entre
generaciones.90
¿Por
qué,
entre
los
migrantes
del
“subdesarrollo”
en
las
barriadas
deterioradas
de
las
viejas
grandes
ciudades
que
los
norteamericanos
abandonaban
por
el
nuevo
suburbio,
la
rebeldía
juvenil
tomó
un
carácter
radicalmente
diferente?
¿Por
qué
su
salsa,
esa
“nueva
manera
de
hacer
música”
contestataria
e
impugnadora
también
del
futurismo
consumista,
jamás
se
planteó
como
un
rompimiento
generacional?
¿Con
qué
elementos
rompieron
y
cuáles
empecinadamente
mantuvieron
del
jubiloso
Latin
Beat
de
las
grandes
bandas,
de
las
celebraciones
bailables
de
los
grandes
salones,
esta
“otra”
juventud?
¿Por
qué
retuvieron
y
prefirieron
los
ancestrales
cueros
de
sus
bongoes
y
tumbadoras
a
la
guitarra
eléctrica
y
a
la
batería,
cuando
la
estridente
sonoridad
rockera
arropaba
al
mundo?
¿Por
qué
de
los
trombones
a
los
saxofones,
y
del
piano
acústico
jazzeado
a
los
teclados
electrónicos?
¿Por
qué
mientras
que
los
rockeros
se
referían
al
territorio
suburbano
que
sus
padres
protectores
les
ofrecían
como
un
boring
paradise
(Grossberg
1992),
los
jóvenes
soneros
idealizaban
la
territorialidad
perdida
en
la
migración,
con
la
cual
sus
padres
soñaban
como
un
“paraíso
de
dulzura”?
(Lavoe
1975)
¿Por
qué,
por
ejemplo,
el
innovador
niuyorican
Ismael
Miranda,
a
sus
17
años
lanzaba
su
agresivo
y
desafiante
¡Abran
paso!
(1971)
donde
jugaba
con
armonías
disonantes
del
pianista
judío-‐niuyorkino
Larry
Harlow
al
tiempo
que
recurría
a
ritmos
ya
centenarios
como
rumba,
bomba,
cumbia,
guaracha
y
guaguancó?91
Puerto
Rico
fue
uno
de
los
primeros
países
del
Tercer
Mundo
en
experimentar
un
crecimiento
basado
en
la
“invitación”
a
la
inversión
extranjera
directa
en
la
producción
industrial
y
el
consumo
90
El
“rock”
tiene
una
amplia
y
compleja
historia
que
no
le
compete
a
este
ensayo
examinar;
he
incorporado
aquí
estos
comentarios
por
lo
que
podrían
ayudarnos
a
entender
la
“salsa”,
pues
ésta
surge
en
inevitable
relación
y
contraposición
al
otro.
Otros
aspectos
fundamentales
de
su
historia
pueden
examinarse
por
ejemplo
en
Lipsitz
1990,
Garófalo
1997
y
Bennett,
Frith
et
al
1993,
entre
otros.
91
La
referencia
a
Harlow
me
permite
recalcar
que,
aunque
quisiera
argumentar
que
el
fenómeno
salsa
debe
localizarse
en
términos
de
geografías
y
tiempos,
no
debe
ello
confundirse
con
ningún
tipo
de
esencialismo
respecto
a
las
capacidades
individuales.
No
todos
los
músicos
en
la
historia
de
la
salsa
fueron
migrantes
latinos,
algunos
fueron
norteamericanos
judíos
de
Nueva
York,
pero
expresándose
dentro
de
la
comunidad
inmigrante
puertorriqueña.
La
intensa
relación
entre
judíos
y
latinos
en
la
escena
musical
niuyorkina
de
estos
años
es
materia
para
reflexión
e
investigación
adicional,
que
escapa
de
los
límites
de
este
ensayo.
IR
Y
VENIR
257
masivo.
En
1955
el
nivel
de
ingreso
neto
generado
por
la
manufactura
igualó
al
ingreso
producido
por
la
agricultura,
principal
actividad
económica
de
toda
su
historia
previa.
Para
1963,
los
ingresos
manufactureros
triplicaron
los
de
la
agricultura
y
hacia
los
años
ochenta
los
sobrepasaban
15
veces
más.92
Para
1974,
esta
pequeña
isla
caribeña
ocupaba
la
tercera
posición
en
inversión
norteamericana
industrial
directa
entre
todos
los
países
del
mundo,
sobrepasada
entonces
sólo
por
Canadá
y
Alemania.
Los
6.112
millones
de
dólares
de
inversión
en
Puerto
Rico
representaban
el
21%
de
toda
la
inversión
industrial
directa
norteamericana
en
el
Tercer
Mundo
y
el
40%
de
ésta
en
toda
América
Latina,
generando
además
el
48%
de
todos
los
ingresos
del
capital
industrial
invertido
en
el
continente.93
La
economía
puertorriqueña
experimentaba
un
ritmo
de
crecimiento
anual
del
7.3%
del
Producto
Interno
Bruto,
siendo
el
país
de
mayor
crecimiento
económico
en
las
Américas,
razón
por
la
cual
se
le
llamó
“el
milagro”
puertorriqueño.
A
finales
de
los
años
sesenta,
habiendo
atravesado
ya
los
años
de
mayor
intensidad
de
transformación
industrial,
Puerto
Rico
se
había
convertido
en
uno
de
los
países
más
urbanizados
del
mundo.
La
proporción
de
su
territorio
dedicada
a
áreas
urbanas
era
cuatro
veces
mayor
que
en
los
Estados
Unidos,
seis
veces
mayor
que
en
Europa
y
diez
veces
mayor
que
en
el
resto
de
América
Latina,
globalmente
considerada
(Morales
y
Sánchez
1973:
31).
El
“modelo
puertorriqueño
de
industrialización
por
invitación”,
se
convirtió
en
materia
publicitaria
en
esos
años
cincuenta
de
la
Guerra
Fría:
“U.S.’s
answer
to
communism...
that
expresses
Puerto
Rico’s
greatest
importance
to
the
US
and
the
modern
world”
(Hanson
1955:
403).
Más
aún,
“For
the
political
policy
makers
Puerto
Rico
is
the
best
counter-‐propaganda
the
U.S.
can
use
to
deflect
communist
aims”
(Hancock
1960,
p.3).
Pero
ese
tan
publicitado
modelo
se
tornaba
sospechoso
ante
un
hecho:
había
venido
acompañado
de
la
expulsión
de
una
proporción
significativa
de
su
propia
población.
De
hecho,
grupos
de
puertorriqueños
habían
emigrado
paulatinamente,
sobre
todo
a
Nueva
York,
durante
esas
primeras
décadas
del
siglo,
incluyendo
algunos
de
sus
mejores
músicos
como
Rafael
Hernández,
Noro
Morales,
Tito
Rodríguez
y
muchos
otros
a
quienes
las
bandas
de
jazz
afro-‐norteamericanas
venían
a
reclutar
al
país,
según
evidencia
de
Glasser.
No
es
casualidad
92
Calculado
a
partir
de
estadísticas
en
Curet
Cuevas
(1976:
111)
y
en
Dietz
(1986:
256).
93
Datos
del
US
Statistical
Abstracts
of
1975
y
Puerto
Rico-‐Junta
de
Planificación,
Balanza
de
Pagos
de
1975,
según
fue
analizado
por
el
Colectivo
de
investigación
económica
del
PSP
1976:
60.
IR
Y
VENIR
258
que
fuera
el
trombonista
mulato
emigrante
puertorriqueño,
Juan
Tizol,
quien
compusiera
para
la
Orquesta
de
Duke
Ellington,
de
la
cual
era
miembro,
una
de
las
primeras
piezas
antecedentes
de
lo
que
más
tarde
se
llamaría
jazz
latino:
‘Caravan’.
Esta
composición
y
‘Perdido’
fueron
ampliamente
aplaudidas
en
el
mundo
del
jazz
y
convertidas
en
obras
clásicas.
Los
intercambios
culturales
entre
puertorriqueños
y
norteamericanos,
sobre
todo
afronorteamericanos
de
la
rica
cultura
niuyorkina
del
Harlem
Renaissance
tenían
largo
abolengo.
El
puertorriqueño
Arturo
Schomburg,
por
ejemplo,
desarrolló
en
Nueva
York
la
más
importante
biblioteca
sobre
historia
“negra”
de
esas
primeras
décadas
a
nivel
mundial
y
participó
destacadamente
en
los
círculos
intelectuales
negros
de
entonces.
El
tipo
de
migración
que
acompañó
al
“milagro”
fue
una
transferencia
no
individual,
sino
masiva
de
población
que
se
movió
desde
la
periferia
al
centro
de
las
economías
capitalistas,
desde
las
colonias
hacia
las
metrópolis,
desde
el
mundo
“subdesarrollado”
hacia
los
“centros”
mundiales
hegemónicos,
por
lo
que
algunos
de
los
más
lúcidos
analistas
de
este
proceso
los
han
denominado
“migrantes
coloniales”
(Flores
1995:
119
y
luego
Grosfoguel
1997
y
1999).
Para
Puerto
Rico
significó
el
traslado
a
Nueva
York,
entre
1950
y
1955,
de
una
cuarta
parte
de
su
población
y
casi
de
la
mitad
de
su
fuerza
de
trabajo,
ya
que
la
migración
se
concentraba
en
las
llamadas
“edades
productivas”
(Vázquez
Calzada,
en
CUNY
1979:
225
227
y
186-‐7).
Esta
nueva
modalidad
no
estuvo
orientada,
como
en
el
previo
melting
pot
de
cambio
de
siglo,
hacia
sectores
dinámicos
“de
punta”
de
una
economía
en
expansión.
Se
ubicó,
más
bien,
en
remanentes
“subdesarrollados”
del
industrialismo:
en
la
manufactura
“liviana”,
que
pronto
empezaría
a
desplazarse
hacia
el
Tercer
Mundo,
en
las
fases
de
uso
intensivo
de
mano
de
obra
de
la
agricultura
industrializada
-‐las
cosechas
de
frutas
y
de
vegetales-‐,
en
empleos
“poco
diestros”
de
la
construcción
y,
sobre
todo,
en
los
servicios
personales
-‐conserjes,
lavaplatos,
porteros,
etc-‐.
Este
hecho,
unido
a
la
manifestación
racial
de
su
otredad
étnica,
marcaba
en
el
cuerpo
su
procedencia
territorial,
la
de
“la
barbarie”
ante
los
ojos
de
la
civilización
de
la
modernidad
“occidental”.
Discriminados
en
su
nuevo
ambiente
social
y
excluidos
del
“milagro”
modernizador
de
su
país
de
origen;
marginados
en
guetos
del
inner
city
y
considerados
colored
por
el
establishment
wasp,
los
inmigrantes
puertorriqueños,
que
no
eran
extranjeros
por
la
ciudadanía
otorgada
en
la
colonia
desde
1917,
desarrollaron
lazos
más
estrechos
con
la
comunidad
afronorteamericana
que
con
IR
Y
VENIR
259
ningún
otro
grupo
de
inmigrantes
(Flores
1993).
Estos
lazos
fortalecieron
la
previa
larga
tradición
de
intercambios
culturales
y
sonoros
entre
afronorteamericanos
y
latinos.
No
es
fortuito
que
muchos
de
los
jóvenes
que
a
finales
de
los
sesenta
dieron
inicio
al
movimiento
salsa,
comenzaran
sus
carreras
musicales
en
grupos
afroamericanos
de
jazz.
A
principios
de
los
años
sesenta,
tanto
los
jóvenes
migrantes
o
hijos
de
inmigrantes
puertorriqueños
como
algunos
años
atrás
sus
homólogos
negros
del
jazz
(Tanner
et
al
1988)
empezaron
a
desarrollar
conjuntos
de
formatos
más
pequeños
dentro
de
la
tradición
del
combo
que
había
popularizado
el
timbalero
Rafael
Cortijo
en
Puerto
Rico
en
la
década
anterior,
quien
fue
el
primero
en
situar
la
percusión
en
la
línea
frontal.
Estos
conjuntos
eran
económicamente
más
viables
para
músicos
experimentales
y
estaban
más
acordes
con
una
sonoridad
no
de
gran
espectáculo,
sino
de
cotidianidad
barrial
que
desafiaba
la
jerarquía
tímbrica
“occidental”
y
fomentaba
los
diálogos
improvisados
entre
los
instrumentistas.,
sobre
la
“dictadura”
de
la
partitura.
Uno
de
los
primeros
y
más
destacados
experimentos
fue
el
boogalo
latino
(combinación
de
mambo
y
cha-‐cha-‐chá
con
Rythm
and
Blues)
(Flores
2000:
cap.
5
y
Lipsitz
1994:
cap.
4),
pero
este
tipo
de
hibridez
niuyorkina
no
pasó
de
ser
una
moda
transitoria.
Con
la
creciente
migración
desde
otros
países
latinocaribeños,
ante
la
demanda
de
la
música
afrolatina
y
tras
la
ruptura
norteamericana
con
la
antigua
Meca
de
la
música
“tropical”
por
la
Revolución
Cubana
de
1959
(Rondón
1980),
los
nuevos
formatos
tímbricos
nuyoricans
transfirieron
su
inclinación
experimental
de
la
formulación
de
nuevos
géneros
como
el
boogaloo
a
una
más
dinámica
manera
de
hacer
música
afro-‐
latina:
re c u r r i e n d o
a
l o s
diálogos
improvisados
de
descargas
y,
a
través
de
la
práctica
cimarrona
del
camuflaje
y
de
la
amalgamadora
indefinición,
sin
respetar
ni
bordes
ni
fronteras,
entre
géneros
al
transgredir
sus
“esencias
definitorias”
con
un
“entre
juego”
combinatorio
de
porosidades
mutuas
indefinido.
Con
esta
libre
y
espontánea
combinación
de
ritmos,
formas,
tempos
de
géneros
afroamericanos
y
latinocaribeños
previos,
se
amalgaman
diversos
tiempos
históricos
y
diversas
geografías
que
dichos
géneros
evocaban.
El
movimiento
salsa
surgió
en
gran
medida
como
respuesta
de
jóvenes
migrantes
latinocaribeños
frente
a
la
“espectacular”
big
band,
como
al
desafiante
rock
y
al
intento
homogenizador
que
su
difusión
por
el
mundo–su
“globalización”–parecía
implicar.
La
salsa
se
correspondía
entonces
con
los
jóvenes
de
una
cultura
enfrentada
a
la
IR
Y
VENIR
260
incertidumbre
de
tener
que
batallar
por
configurarse
ante
la
continua
presencia
de
los
avasallantes
poderes
coloniales,
económicos
y
políticos;
con
jóvenes
cuyas
identidades
se
encontraban
constantemente
necesitadas
de
reconstitución.94
Dentro
de
la
salsa
podían
expresarse
una
cultura
y
una
rebeldía
generacionales
ante
un
futuro
(“el
progreso”)
empujado
por
el
establishment
adulto.
Jugando
con
el
doble
sentido
de
las
frases
del
mundo
de
la
marginalidad
criminal,
en
1971
Willie
Colón
y
Héctor
Lavoe
produjeron
el
LP
Asalto
Navideño
(“asalto”
significa,
por
un
lado,
robo
a
mano
armada,
pero
también
visita
sorpresiva
de
una
parranda
navideña
a
mitad
de
noche).
En
éste,
incorporaron
la
sonoridad
tradicional
campesina
puertorriqueña
de
los
aguinaldos,
a
la
libre
combinación
de
formas
de
salsa
,
y
el
timbre
del
cuatro
(versión
puertorriqueñizada
del
laúd
o
de
la
mandolina
española)
al
que
se
le
otorga
una
participación
protagónica.95
Habiendo
incorporado
plenamente
la
salsa
-‐con
su
Asalto
Navideño-‐
el
seis
y
el
aguinaldo
de
la
contraplantación
jíbara,
Willie
Colón
invita
a
Mon
Rivera
a
realizar
un
homenaje
salsero
en
honor
a
la
tradición
de
la
plantación
de
la
bomba
y
la
plena.
Siguiendo
la
tradición
vocera
de
la
vida
popular
de
las
plenas,
algunas
salsas
describen
la
cotidianidad
niuyorkina
como
“Se
te
quemó
la
casa”,
de
Ramón
Jiménez
que
alude
a
la
nefasta
práctica
de
la
especulación
en
bienes
raíces
por
parte
de
los
arrendadores,
que
quemaban
los
edificios
deteriorados
de
vivienda
boricua
para
intentar
una
renovación
del
área
urbana,
lo
que
en
el
argot
real
estate
denominan
urban
renewal.
La
carátula
del
disco
es
iconográficamente
emblemática:
Willie
Colón
y
Mon
Rivera
aparecen
abrazados
vestidos
de
blanco,
como
babalaos
santeros
o
bailarines
de
bomba,
entrando
sonrientes
al
mundo
de
los
superhéroes
y
de
los
personajes
de
Hollywood
de
distintas
épocas
-‐Batman,
Superman,
Superwoman,
Mickey
Mouse,
Tarzán
y
Jane,
el
Gordo
y
el
Flaco,
Sansón
y
Dalila,
Cleopatra
y
Marco
Antonio,
Drácula,
Frankestein,
Lady
y
Tramp
y
el
Llanero
Solitario.
La
entrada
de
los
dos
“inmigrantes
del
subdesarrollo”
provoca
que
los
“superhéroes
occidentales”
exclamen:
There
goes
the
neighbourhood!,
que
en
español
significa,
¡Se
chavó
el
vecindario!,
frase
que
los
94
Como
bien
señalara
el
sociólogo
afrobritánico
Paul
Gilroy,
The
history
of
the
black
Atlantic
yields
a
course
of
lessons
as
to
the
instability
and
mutability
of
identities
which
are
always
unfinished,
always
being
remade
(Gilroy
1994:
XI).
Unos
de
los
pilares
del
análisis
de
Gilroy
son,
precisamente,
las
músicas
afroamericanas.
95
El
cuatrista
Yomo
Toro,
“representante”
de
“la
vieja
trova”
había
sido
utilizado
antes
por
Harlow
y
Miranda,
pero
más
bien
en
la
tradición
cubana
de
la
utilización
del
trés.
IR
Y
VENIR
261
norteamericanos
del
suburbio
acostumbraron
a
usar
cuando
estos
inmigrantes
se
mudaban
a
su
barrio,
debido
a
que
estos
nuevos
vecinos
harían
bajar
el
valor
de
sus
propiedades.
En
1970
apareció
en
los
escaparates
de
las
tiendas
de
música
de
varios
países
del
Caribe
y
de
los
barrios
“latinos”
de
los
Estados
Unidos,
un
disco
con
otra
carátula
muy
emblemática:
un
joven
medio
rubión
-‐“cano”-‐
con
pinta
de
rockero,
“hace
dedo”
(pide
“pon”
en
Puerto
Rico)
en
una
polvorienta
carretera
típica
tropical,
a
punto
de
ser
recogido
por
un
grupo
de
simpáticos
mulatos
fanfarrones
en
un
flamante
convertible.
El
título
de
la
producción:
De
Panamá
a
Nueva
York,
Pete
Rodríguez
presenta
a
Rubén
Blades.
La
orquesta
célebre
ya
por
sus
experimentos
niuyorkinos
con
el
boogaloo,
le
ofrece
un
“convertible
pon”
al
hijo
de
una
cantante
cubana
y
de
un
músico
de
las
Antillas
anglófonas
(Santa
Lucía).
Poco
antes
de
¡Se
chavó
el
vecindario!,
Willie
Colón
produjo
otro
de
los
primeros
grandes
“clásicos”
de
este
movimiento
musical96:
La
gran
fuga
/The
Big
Break.
Willie
Colón,
que
se
había
iniciado
en
la
música
a
los
14
años
como
trombonista
de
una
“banda”
de
jazz
y
en
la
salsa
a
los
17,
había
producido
ya
cinco
exitosos
LPs
salseros,
el
primero
de
los
cuales
incluía
boogaloos.
“La
gran
fuga”
abre
con
otro
tipo
de
experimentación
rítmica
sobre
la
base
de
la
bomba
sicá,
uno
de
los
más
antiguos
ritmos
puertorriqueños
identificados
con
su
herencia
africana.
La
canción
es
líricamente
pura
onomatopeya,
con
un
significado
abierto
para
aquel
que
escucha
o
baila,
a
base
de
ritmos
instrumentales
y
vocales.
La
ausencia
de
palabras
evoca
ese
“primer
piso”
afrocaribeño
de
nuestra
sociedad,
privado
de
voz;
ya
que
los
esclavistas
agrupaban
a
los
esclavos
procedentes
de
distintas
regiones
africanas
que
hablaban
lenguas
distintas,
para
que
no
pudieran
comunicarse
entre
ellos
(Moreno
Fraginals
1977).
Entonces,
la
comunicación,
se
establecía
con
los
ritmos,
las
expresiones
corporales
y
los
toques
de
tambor.
Esta
composición
fue
titulada
“Ghana’e”,
en
evidente
homenaje
a
la
“otra
Madre
Patria”.
La
gran
fuga
incluye
una
extraordinaria
composición
96
Willie
Colón
y
Rubén
Blades
producirían
a
finales
de
los
setenta
el
más
difundido
LP
en
la
historia
del
movimiento
salsa:
¡Siembra!
IR
Y
VENIR
262
del
cartero
mulato
Tite
Curet
Alonso,
que
se
convertiría
en
el
más
importante
compositor
de
salsa,
sobre
la
incertidumbre
temporal
titulada
“Barrunto”,
que
según
el
diccionario
es
un
puertorriqueñismo
que
alude
al
atisbo
o
corazonada
de
tiempos
huracanados.
Además,
Colón
le
dedica
una
composición
a
su
abuelita
en
homenaje
a
la
sabiduría
tradicional
de
los
refranes
y
de
los
dichos
populares.
Contrario
a
la
ruptura
generacional
de
la
rebeldía
rockera,
los
rebeldes
jóvenes
salseros
manifestaban
una
amplitud
territorial
supranacional,
claramente
localizada
en
el
Caribe
(Otero
2000).
Se
trataba
de
otro
“Big
Break”,
que
traducido
al
español
significa
fuga,
escape
carcelario,
rompimiento
y
oportunidad.
La
carátula,
simula
un
edicto
del
FBI
para
la
captura
de
un
fugitivo
peligroso
que
ha
atentado
contra
el
orden,
evocando
el
poderoso
imaginario
caribeño
de
la
cimarronería.
Su
peligrosidad
radica
en
lo
sorpresivo
de
su
ritmo
y
en
el
efecto
colectivo
de
éste:
los
motines
que
puede
provocar
el
baile.
Uno
de
los
significados
del
encierro
frente
al
cual
se
da
la
gran
fuga,
es
la
particular
cosmovisión.
En
los
procesos
de
la
conformación
de
lo
que
ha
venido
a
llamarse
la
modernidad,
momento
de
gran
expansión
europea,
la
música
de
las
sociedades
de
“occidente”
atravesó
un
extraordinario
desarrollo
vinculado
a
unos
intentos
de
racionalización
y
sistematización,
paralelos
a
los
intentos
similares
en
las
ciencias
físicas
y
sociales.
El
proceso
racionalizador,
con
su
secularización
“progresista”,
liberó
la
expresión
sonora
de
su
ámbito
comunal
inmediato
del
ritual
y
del
mito,
facilitando
la
creatividad
individual
y
fortaleciendo
su
dimensión
autónoma
como
arte.
Comenzó
a
primar
la
idea
de
la
composición,
de
un
creador
individual
que
pensaba
y
elaboraba
las
posibles
ideas
sonoras.
Ello
presuponía
la
noción
de
la
pieza
musical
como
sistema,
como
universo
definido,
delimitado,
con
un
principio,
desarrollo,
clímax
y
final
identificables
al
oído
y,
como
en
todo
sistema,
las
posibilidades
del
examen
racional
de
la
relación
entre
sus
componentes
y
las
leyes
que
debían
gobernar
dichas
posibles
relaciones
(Finkelstein
1960).
Como
en
la
ley
de
la
gravedad
de
Newton,
en
la
música
todos
los
elementos
sonoros
debían
gravitar
en
torno
al
principio
central
de
la
expresión
individual:
la
tonada.
Cada
extraordinario
desarrollo
de
todo
recurso
sonoro
(armonía,
ritmo,
texturas,
timbres)
se
entendía
como
“complementario”
y,
por
tanto,
estaba
supeditado
a
las
leyes
de
la
tonalidad.
La
música
polivocal,
que
alcanzó
extraordinarios
niveles
de
elaboración
en
los
siglos
XVIII
y
XIX,
se
edificó
sobre
tres
importantes
contribuciones:
(1)
lo
que
llamó
Bach
la
escala
bien
temperada
que
“ordenaba”
el
IR
Y
VENIR
263
universo
sonoro
estableciendo
una
relación
aproximada
equivalente
entre
nota
y
nota
para
cada
tonalidad
(Weber
1958);
(2)
escritura
o
notación
musical
que
dicho
ordenamiento
posibilitaba
y
que
facilitaba
los
dictados
del
compositor
y
la
coordinación
del
director,
convirtiendo
a
los
músicos
en
ejecutantes;
y
(3)
los
principios
sistematizados
de
la
armonía.
La
gran
música
sinfónica
presentaba
la
imagen
de
la
gran
industria,
ya
que
manifestaba
la
tensión
entre
una
producción
colectiva
y
el
diseño
o
control
individual,
es
decir,
lo
que
“una”
persona
componía
y
dirigía.
Este
desarrollo
representó
el
predominio
del
canto
sobre
el
baile,
de
la
composición
sobre
la
improvisación,
de
lo
conceptual
sobre
lo
corporal
y
de
la
expresión
individual
de
tipo
social
sobre
la
intercomunicación
comunal.
El
intento
racionalizador-‐sistematizador
fue,
pues,
sólo
un
intento,
sobretodo
a
nivel
de
la
ejecución
donde
afloraban
a
menudo
sus
contradicciones
que
quebraban
con
la
distinción
entre
lo
emotivo
y
lo
conceptual,
entre
lo
predecible
y
la
sorpresa,
entre
la
repetición
y
la
invención,
entre
lo
elaborado-‐establecido
y
lo
espontáneo
(vea
Said
1991).
Estas
tensiones
quedaron
más
desnudamente
evidenciadas
ante
la
emergencia
de
otra
manera
de
hacer
música
que
emanaba
de
un
contexto
social
e
histórico
diferente,
con
otras
maneras
de
concebir
el
mundo
y
su
tiempo,
donde
la
expresión
individual
sólo
se
daba
en
solidaridad
comunal,
y
tal
expresión
era
necesariamente
comunicativa.
En
el
mundo
de
los
objetos,
el
redescubrimiento
de
la
importancia
del
tiempo
y
de
sus
procesos
irreversibles
en
la
física
cuántica,
la
termodinámica
y
la
teoría
de
la
relatividad
no
significó
echar
por
la
borda
todos
los
extraordinarios
avances
que
la
ciencia
moderna
había
logrado
sobre
el
paradigma
newtoniano
de
la
gravedad,
sino
que
constituyó
la
importancia
de
buscar
formas
de
entender
la
compleja
interrelación
entre
el
análisis
de
lo
recurrente,
a
lo
cual
se
había
dedicado
la
ciencia
newtoniana,
y
de
lo
cambiante
(Prigogine
1984
y
1993).
Una
transformación
de
este
paradigma
a
su
equivalente
en
la
música,
no
significaba
ignorar
los
avances
en
el
desarrollo
de
la
expresión
sonora
que
representó
el
proceso
sistematizado
centrado
en
la
simultaneidad
de
la
tonalidad
(como
intentó,
en
un
callejón
sin
salida,
a
mi
juicio,
el
atonalismo);
sino
que
involucraba
impugnar
su
pretensión
unidimensional,
explorar
las
complejidades
entre
el
ser
y
el
convertirse,
entre
lo
sincrónico
y
lo
diacrónico,
entre
lo
cantable
y
lo
bailable,
entre
la
tonalidad
y
el
ritmo.
En
este
sentido,
estas
músicas
no
son,
figurativamente
hablando,
“negras”,
sino
“mulatas”,
ya
que
se
trata
de
la
música
del
Nuevo
Mundo,
con
toda
la
continua
hibridez
que
ello
entraña
y
con
los
trastoques
dramáticos
IR
Y
VENIR
264
que
los
desplazamientos
espaciales
representaron
y
representan
en
las
formas
de
experimentar
el
tiempo.
No
están
en
oposición
a
la
gran
tradición
sistematizadora
“occidental”
(sincrónica),
sino
que
aprovechan
ese
extraordinario
desarrollo;
le
otorgan
voz
propia
al
ritmo,
la
elaboración
rítmica
establece
un
diálogo
entre
melodía
y
ritmo;
y
la
idea
de
la
composición
que
se
abre
a
las
modificaciones
de
la
improvisación
comunicativa
entre
los
ejecutantes.
La
composición
no
es
un
producto
de
la
individualidad,
sino
de
la
labor
creativa
en
diálogo
entre
el
compositor,
el
arreglista
y
los
músicos.
La
cosmovisión
determinista
se
quiebra
ante
la
sorpresa
de
la
ornamentación
y
de
la
improvisación
espontánea;
ante
estos
procesos
irreversibles.97
Es
necesario
detenernos
en
el
análisis
de
estas
prácticas
musicales
que
expresan
y,
dialécticamente,
inciden
en
el
desarrollo
de
cosmovisiones
alternas.
Las
más
elevadas
expresiones
de
estas
músicas
“mulatas”
no
sólo
permiten
¡y
celebran!
la
ornamentación
improvisada
de
los
instrumentistas,
sino
que
promueven
la
improvisación
en
lo
que
se
conoce
en
el
jazz
como
jam
sessions
y
en
la
música
caribeña
“tropical”
como
descargas.
Se
improvisa
con
base
a
lo
que
han
querido
expresar
compositor
y
arreglista,
y
en
entrejuego
con
la
improvisación
de
los
instrumentistas,
generándose
más
bien
una
concatenación
comunicativa.
La
composición
no
es
por
tanto
una
obra
individual
sino
una
práctica
de
colaboración
que
rompe,
en
la
producción
simbólica,
con
la
teoría
del
individualismo
posesivo
¡tan
importante
para
las
prácticas
sociales
y
la
organización
política
en
las
sociedades
“occidentales”
modernas!
(MacPherson
1962).
La
cultura
democrática
se
manifiesta
indisolublemente
vinculada
al
sentimiento
comunal.
La
improvisación
es
relación
comunicativa;
es
expresión
de
reciprocidad
característica
de
lo
comunal:
donde
la
individualidad
se
constituye,
no
en
términos
de
lo
que
busca
o
de
lo
que
recibe
(como
en
la
cosmovisión
burguesa),
sino
en
términos
de
lo
que
ofrece,
de
lo
que
da
(Temple
1989).
Las
individualidades
no
se
diluyen
en
la
colectividad
pero
tienen
sentido
sólo
en
términos
de
ésta.
La
comunicación
a
través
de
la
cual
se
elabora
la
sonoridad
resultante
en
la
salsa
no
se
da
97
Éstas
eran
características
fundamentales
de
la
música
europea
también,
previo
a
la
modernidad,
según
el
ensayo
de
(Hayward
1991:
9),
quien
dirige
un
grupo
que
ha
grabado
numerosos
CDs
de
la
llamada
“música
antigua”.
El
proceso
“sistematizador”
en
torno
a
la
sincronía
no
es,
pues,
“europeo”
a
secas,
sino
propiamente
de
la
modernidad
occidental.
Algunos
elementos
temporales
improvisadores
perduraron
en
las
“Fugas”
y
en
las
“cadenzas”
de
algunos
conciertos.
Complicaría
demasiado
la
argumentación
de
este
corto
ensayo
el
examinar
los
procesos
irreversibles
de
la
ejecución
aún
en
músicas
que
no
propician
la
improvisación.
(Said
1991).
IR
Y
VENIR
265
únicamente
entre
los
que
producen
la
música
(compositor,
arreglista
y
músicos),
sino
también
entre
éstos
y
los
que
la
“utilizan”
o
“consumen”;
siguiendo
una
hermosa
tradición
afroamericana,
a
través
del
baile.98
Esta
comunicación
desde
“el
público”
es
muy
importante
para
el
desarrollo
espontáneo
de
las
ornamentaciones
y
de
la
improvisación,
pues
los
músicos
responden
a
esas
que
llaman
“vibraciones”
en
torno
a
lo
que
están
tocando
y,
en
ese
sentido,
puede
decirse
que,
de
cierta
manera,
se
elimina
la
división
tajante
entre
“productores”
y
“consumidores”
en
la
elaboración
de
las
sonoridades
y
se
rompe
con
la
concepción
de
la
composición
como
universo
predeterminado
(infinitamente
repetible
por
la
partitura),
ante
la
incorporación
constante
de
esta
comunicación
multidireccional
en
procesos
irreversibles.
Otra
de
estas
importantes
prácticas
musicales
se
ubica
en
la
valoración
que
otorgan
la
salsa
y
las
más
desarrolladas
de
estas
músicas
mulatas
a
la
heterogeneidad
de
los
timbres,
al
quebrar
la
jerarquía
entre
los
distintos
instrumentos.
La
relatividad
de
las
leyes
de
la
gravedad
tonal
está
entretejida
con
unas
prácticas
distintas
de
interrelación
entre
las
voces
instrumentales.
El
desarrollo
de
la
música
polivocal
caracterizado
por
la
heterogeneidad
de
agentes
sonoros
o
de
familias
de
instrumentos,
estuvo
acompañado
por
la
jerarquización
de
los
instrumentos,
sobre
todo
en
su
más
alta
expresión
institucional,
la
orquesta
sinfónica.
En
ésta
las
jerarquías
tímbricas
quedan
claramente
establecidas
incluso
en
la
distribución
espacial
de
los
diversos
grupos
de
instrumentos:
el
primer
plano
lo
ocupan
los
instrumentos
de
cuerda
con
arco
(violín,
viola,
violonchelo
y
contrabajo)
representando
al
Tercer
Estado,
al
pueblo,
que
irrumpía
protagónicamente
en
la
historia.
Estos
instrumentos
eran,
como
los
ciudadanos
de
las
emergentes
repúblicas,
iguales
y
a
su
vez
distintos;
liderados
por
el
violín,
de
la
misma
manera
en
que
la
burguesía
debía
supuestamente
liderar
al
Tercer
Estado.
En
un
segundo
plano
se
encuentran
los
vientos
madera
(flauta,
oboe,
clarinete
y
fagot),
asociados
con
la
aristocracia
cortesana.99
En
un
tercer
plano
están
los
vientos
metal
(trompa,
98
En
las
músicas
“negras”
de
América
–la
bomba
puertorriqueña,
la
rumba
cubana,
la
gwo-‐ka
Guadalupana,
y
otras
de
la
cuenca
caribeña
centroamericana,
existen
numerosos
ejemplos
de
una
intensa
comunicación
recíproca
entre
bailarines
e
intérpretes,
donde
la
sonoridad
resultante
es,
de
manera
determinante,
producto
de
ese
diálogo,
de
esa
intercomunicación.
Un
fenómeno
similar
ocurre
en
las
músicas
de
los
márgenes
europeos
de
“occidente”,
como
el
“flamenco”,
o
lo
que
en
general
se
conoce
como
“el
baile
español”.
En
las
músicas
“mulatas”
del
Caribe
hispano,
muy
influenciadas
por
ambas
tradiciones,
esta
comunicación
recíproca
se
mantiene
muy
viva
en
la
memoria
cultural.
99
...aunque
cada
instrumento
provoca
también
otras
asociaciones,
como
la
del
clarinete
con
la
“modernidad”;
identificación
presente
desde
su
tardía
invención
e
incorporación
a
la
orquesta
en
el
siglo
XVIII,
y
que
se
fortaleció
en
el
IR
Y
VENIR
266
trompeta,
trombón
y
tuba),
que
evocan
al
militarismo
del
feudalismo
superado.
Finalmente
está
la
percusión,
que
la
modernidad
“occidental”
asociaba
con
lo
primitivo.
Era
de
esperarse
que
se
colocara
en
una
jerarquía
inferior
a
los
tambores:
instrumentos
cuyo
timbre
no
produjera
tonos;
imposibilitados,
supuestamente,
para
expresar
melodías.
Esta
imagen
jerárquica
que
la
orquesta
sinfónica
proyecta,
pasa
a
otros
conjuntos
como
las
grandes
orquestas
de
música
social
bailable
del
siglo
XX.
Las
más
elaboradas
expresiones
de
música
“mulata”,
salsa,
jazz
y
música
brasileña,
aprovechan
la
polivocalidad
y
la
riqueza
instrumental
para
romper
con
la
jerarquía
establecida
(en
conjuntos
de
salsa,
la
percusión
se
coloca
en
línea
frontal,
siguiendo
el
desafío
de
grupos
como
el
Combo
de
Rafael
Cortijo).
En
las
jam
sessions
o
en
las
descargas
pueden
participar
tanto
los
instrumentos
melódicos
(valorados
así
por
la
modernidad
occidental)
como
el
violín,
el
piano
o
la
flauta,
y
otros
(que
ésta
había
infravalorado)
como
el
trombón,
el
cuatro,
el
bajo,
la
batería,
los
bongoes
o
congas,
entre
otros.
Una
de
las
manifestaciones
más
importantes
de
los
juegos
entre
melodía,
armonía,
forma
y
ritmo
que
evidencian
claramente
un
distanciamiento
con
respecto
a
la
sistematización
de
la
modernidad
occidental,
se
encuentra
expresa
en
lo
que
se
denomina
los
metros:
patrones
que
ordenan
el
transcurrir
sucesivo
de
la
composición.
A
partir
del
siglo
XVII,
la
música
fue
estructurándose
isométricamente,
es
decir,
con
acentos
regulares
recurrentes.
En
el
siglo
XX,
la
música
occidental
(a
través
de
compositores
como
Stravinsky,
Bartók
o
Hindemith;
y
del
impacto
en
ella
de
la
música
de
Villa-‐Lobos,
Amadeo
Roldán,
la
rumba,
el
tango100
y
el
jazz,
por
ejemplo)
experimentó
un
tremendo
incremento
en
el
interés
en
torno
a
las
variaciones
de
los
ritmos
y
de
los
metros,101
aunque
la
música
“clásica”
mantuvo
la
subdivisión
en
términos
de
“x”
unidades
de
tiempo
equivalentes
por
compás.
Las
músicas
mulatas
mestizas
del
Nuevo
Mundo
( en
su
proceso
de
conformación,
como
formas
propias
de
expresión
sonora)
resistieron
la
tentación
y
la
presión
siglo
XX
por
la
asociación
de
este
instrumento
con
el
jazz.
En
Quintero
(1984)
intento
demostrar
que
en
la
“Sinfonía
Haffner”
de
Mozart,
el
timbre
del
oboe
(tan
utilizado
en
la
música
cortesana
y
el
Barroco)
significa
“tradición”,
mientras
que
el
timbre
del
(en
aquel
momento)
reciente
clarinete,
expresaba
“modernidad”.
100
Sobre
los
orígenes
y
la
naturaleza
afroamericana
del
“tango”
vea
el
minucioso
estudio
de
(Rossi
1926).
Éste
evidencia
también
el
impacto
del
tango
en
Europa
101
La
erudita
investigación
de
(Sachs
1953)
enfatiza
en
su
último
capítulo
la
importancia
del
impacto
del
jazz
en
los
metros
de
la
música
“clásica”
occidental
del
siglo
XX.
Menciona,
también,
aunque
de
manera
secundaria,
a
la
“rumba”.
Sobre
la
importancia
del
elemento
del
ritmo
en
la
música
“clásica”
de
nuestros
tiempos
vea
también
( Salazar
1939).
IR
Y
VENIR
267
Otros
ejemplos
son
la
clave
de
samba
y
la
clave
2-‐3
que
se
utiliza
en
la
bomba
holandesa
102
En
el
surgimiento
de
la
primera
música
de
salón
criolla
caribeña
-‐la
“danza”,
en
Cuba,
Puerto
Rico
y
Curazao,
a
mediados
del
siglo
XIX,
la
óptica
“civilizatoria”
denunciaba
su
supuesto
“defecto
en
forma”:
la
incongruencia
métrica
entre
lo
que
debían
tocar
la
mano
derecha
y
la
izquierda
en
el
piano;
es
decir,
entre
su
canto,
la
melodía,
y
su
basso
ostinato
que
definía
su
ritmo
bailable.
(Detalles
en
Quintero
1995
ó
1998:
cap.
4).
IR
Y
VENIR
268
puertorriqueña,
en
el
guaguancó
habanero
y
matancero
y
en
la
mayor
parte
de
la
música
de
la
santería
cubana
(Álvarez
1992)
Al
intentar
ordenar
en
notación
moderna
occidental
las
composiciones
en
métrica
de
clave,
sobre
todo
en
los
compases
predominantes
de
2/4,
3/4
y
4/4,
se
produce
una
irregularidad
en
los
acentos
que
la
musicología
occidental
ha
denominado
‘formas
sincopadas’,
que
según
esta
musicología
caracterizan
a
todas
las
músicas
mulatas.
Además,
estas
músicas
utilizan
acentos
móviles
que
chocan
con
el
sistema
estable
de
acentos
occidental.
La
métrica
en
claves,
que
rompe
con
la
regularidad
temporal,
genera
la
imagen
para
oídos
eurocéntricos
de
una
particular
disposición
al
caos.
No
es
de
extrañar
pues,
que
la
gran
fuga
en
su
desplazamiento
espacial,
la
salsa,
una
de
cuyas
características
centrales
sería
la
libre
y
espontánea
combinación
de
diversos
ritmos
y
formas
tradicionales
del
Caribe
(Quintero
y
Álvarez
1990)
elaboradas
sobre
la
métrica
de
clave,
resultara
en
una
multiplicación
perturbadora
de
lo
que
la
organización
sonora
de
la
modernidad
occidental
consideraba
normal.
Como
tampoco
que
esos
(poli)
ritmos
sorpresivos
y
excitantes
que
ponían
a
la
multitud
a
bailar,
a
expresar
espacialmente
esa
heterogeneidad
de
tiempos,
representaran
peligrosidad
para
el
orden.
Tampoco
nos
extraña
que
para
jóvenes
como
Blades,
que
reclamaban
en
su
proceso
migratorio
la
posibilidad
de
un
futuro
colectivo
propio,
esa
manera
de
hacer
música
constituyera
una
impugnación
al
tiempo
lineal
desarrollista
y
a
su
visión
homogeneizante
de
la
modernidad.
La
salsa
fue
consolidándose
precisamente
en
un
período
en
el
que,
como
bien
ha
examinado
(Harvey
1989),
las
transformaciones
en
el
capitalismo
internacional
estaban
generando
fisuras
en
algunas
concepciones
básicas
de
la
modernidad
occidental.
Muchas
de
las
prácticas
salseras
fueron
tocando
nudos
neurálgicos
del
structure
of
feeling
global
post
de
1973,
e n
l a
m edida
q ue
entraban
en
crisis
la
concepción
de
la
cultura
como
irremediablemente
nacional,
la
concepción
IR
Y
VENIR
269
del
tiempo
como
“progreso”,
la
separación
radical
entre
mente
y
cuerpo,
la
idea
newtoniana
de
una
ley
central
alrededor
de
la
cual
todos
los
procesos
gravitan,
la
concepción
monista
del
cambio
social,
la
lógica
cartesiana
como
la
única
avenida
del
conocimiento,
y
la
intrínseca
diferenciación
entre
medios
y
fines.
Bailar
salsa
tal
vez
haya
sido,
para
el
mundo
popular
latino
caribeño
y
su
diáspora,
una
vía
camuflada
e
inconsciente
de
manifestar
desde
la
alegría,
en
la
comunicación
gestual
entre
dos
cuerpos,
en
el
orden
antiorden
de
la
síncopa
y
en
la
manifestación
espacial
de
tiempos
heterogéneos,
la
posibilidad
de
que
las
cosas
podrían
ser
de
otro
modo.
Es
en
esos
juegos
entre
la
elaboración
melódico-‐armónica
tonal
del
relato-‐canción
y
los
muy
diversos
ritmos
afroamericanos
– s o n ,
guaracha,
rumba,
bomba,
plena,
merengue,
seis,
aguinaldo,
raggae,
cumbia,
vallenato,
samba,
hip-‐hop,
guajira,
tamborito,
entre
otros-‐,
que
combinan
de
mil
formas
(tanto
sincrónica
como
diacrónicamente)
las
más
elevadas
elaboraciones
salseras
que
se
redefinen
los
parámetros
territoriales
del
sentimiento
nacional
¡ir
y
venir¡
y
se
manifiesta
una
expresión
prediscursiva
del
cuerpo,
donde
mito,
historia
y
cotidianidad
se
entrecruzan
en
elaboraciones
polirrítmicas
sobre
la
posibilidad
de
la
utopía.
IR
Y
VENIR
270
Sonia Báez Hernández
IR
Y
VENIR
271
IR
Y
VENIR
272
John Gledhill
INTRODUCCIÓN
Quizás
deba
comenzar
aclarando
que
yo
no
pertenezco
a
la
línea
de
pensamiento
de
aquellos
que
conciben
el
trasnacionalismo
y
la
globalización
como
términos
vacíos.
Sin
embargo,
resulta
difícil
estar
en
desacuerdo
con
el
punto
de
vista
expresado
por
Sydney
Mintz
en
un
artículo
(incluido
en
la
revista
Critique
of
Anthropology)
donde
señala
que
una
conciencia
de
la
historia
se
hace
esencial
para
asir
lo
que
es
realmente
nuevo
en
nuestro
mundo
contemporáneo.
Al
mismo
tiempo,
simpatizo
también
con
las
consideraciones
de
Aihwa
Ong,
quien
advierte
sobre
los
riesgos
de
las
posturas
eurocéntricas
presentes
en
los
debates
y
la
literatura
actual
sobre
los
temas
de
la
globalización
y
el
trasnacionalismo
(Ong
1996).
Para
poner
las
cartas
sobre
la
mesa
desde
el
principio,
sugiero
tomando
en
cuenta
lo
dicho
por
Ann
Stoler
(1995)
que
no
podemos
entender
realmente
la
“modernidad
occidental”
sin
reconocer
el
rol
del
viejo
mundo
colonial
en
su
génesis
y
desarrollo.
El
reconocimiento
de
las
“conexiones”
a
las
que
se
refiere
Eric
Wolf
es
crucial
para
entender
el
desarrollo
local/regional,
en
un
marco
que
trasciende
las
definiciones
tradicionales
de
centro
y
periferia
que
se
problematizan
bajo
las
tendencias
globalizadoras
y
trasnacionales.
Deseo
reiterar
que,
según
mi
punto
de
vista,
la
economía
capitalista
global
de
nuestros
días
es
distinta
a
la
de
sus
precursores
y
posee
significativas
implicaciones
sociales,
culturales
y
políticas.
IR
Y
VENIR
273
Michael
Kearney
es
quizás
el
exponente
antropológico
más
fuerte
del
argumento
de
que
el
desarrollo
y
la
proliferación
de
comunidades
migrantes
nos
está
conduciendo
hacia
una
era
posnacional
(Kearney
1991,
1996).
Kearney,
que
basa
su
análisis
primordialmente
en
la
migración
mixteca,
desde
el
estado
de
Oaxaca
hacia
los
Estados
Unidos,
muestra
cómo
una
historia
de
explotación
y
de
discriminación
en
ambos
lados
de
la
frontera
conduce
a
la
creación
de
una
nueva
etnicidad
mixteca,
la
cual
reemplaza
a
identidades
previas
más
ancladas
regionalmente
y
comunitariamente.
Los
trabajadores
mixtecos,
marginados
en
ambos
países,
desafían
y
violan
por
partida
doble
las
capacidades
reguladoras
de
los
estados,
al
actuar
como
trabajadores
clandestinos
y
al
resistirse
a
fijar
su
identidad
como
ciudadanos
de
un
solo
lado.
Apoyados
por
la
emergencia
de
movimientos
ecológicos
y
de
derechos
indígenas,
los
mixtecos
son
ahora
capaces
de
desarrollar
nuevas
formas
de
políticas
populares
y
de
luchas
sociales.
Estas
nuevas
formas
de
luchas
no
pueden
ser
tradicionales,
dado
que
los
migrantes
mixtecos
se
caracterizan
por
ser
“postcampesinos”
móviles,
laboral
y
geográficamente
hablando.
Más
aún,
uno
de
los
efectos
paradójicos
de
la
globalización
económica
y
cultural,
es
su
capacidad
de
crear
condiciones
bajo
las
cuales
las
personas
rurales
amenazadas
por
las
nuevas
condiciones
son
al
mismo
tiempo
capaces
de
renovar
las
luchas
en
contra
de
proyectos
desarrollistas,
y
de
proponer
‘modernidades
alternativas’
al
construir
alianzas
con
otros
grupos
campesinos
similares,
recurriendo
a
organizaciones
no
gubernamentales
locales
y
transnacionales
y
haciendo
uso
de
los
medios
de
comunicación
para
promover
su
causa.
Es
importante
reconocer
la
manera
en
que
la
migración
internacional
ha
cambiado
la
política
en
lugares
como
Oaxaca.
Hasta
hace
poco,
la
historia
agraria
y
colonial
de
esta
región
promovía
una
política
de
facciones
y
de
exclusividades
étnicas
entre
un
número
de
diferentes
grupos
indígenas
(Stephen
1996).
En
cambio,
la
migración
internacional
actual
ha
creado
nuevas
organizaciones
que
desafían
la
autoridad
del
jefe
local
(cacique)
en
México
y
mejoran
los
derechos
de
los
trabajadores
migrantes
en
los
Estados
Unidos.
Aún
más
importante
es
la
tendencia
a
la
inclusividad
étnica
que
vemos,
por
ejemplo,
en
el
caso
del
Frente
Indígena
Binacional
Mixteco-‐Zapoteco,
que
no
sólo
reúne
a
mixtecos
y
zapotecas,
sino
que
trabaja
igualmente
con
otros
grupos
como
los
Triques
y
los
Mixes.
Así
han
logrado
de
alguna
manera
trascender
las
políticas
de
diferenciación
que
habían
sido
manipuladas
hasta
ahora
por
las
elites
regionales
y
el
estado
nacional.
Sin
embargo,
la
política
de
la
IR
Y
VENIR
274
diferencia
más
difícil
de
trascender
para
los
movimientos
indígenas
en
México
es
aquella
basada
en
la
conformación
del
mestizaje
como
imagen
de
identidad
nacional.
Una
imagen
que
lleva
siempre
consigo
una
ambigua
superposición
de
raza
y
cultura,
pues
los
liberales
decimonónicos
y
los
estadistas
del
siglo
XX
han
inscrito
la
implícita
relación
entre
el
progreso
y
el
‘blanqueamiento’
muy
profundamente
en
las
subjetividades
de
aquellos
individuos
que
históricamente
construyen
su
identidad
por
asociación
con
una
nación
soberana.
Volviendo
al
caso
de
los
migrantes
oaxaqueños,
hay
que
decir
que
no
sólo
experimentan
la
vida
de
un
trabajador
que
cruza
las
fronteras,
sino
que
han
sido
capaces
de
crear
organizaciones
genuinamente
trasnacionales,
en
cuanto
que
representan
los
intereses
de
una
comunidad
en
dos
países
distintos.
Ellos
son,
en
cierta
medida,
los
representantes
más
recientes
de
una
tradición
histórica
de
desplazamientos
fronterizos
y
de
migraciones
internacionales
que
vale
la
pena
revisar.
Al
mismo
tiempo,
ilustran
un
proceso
de
doble
discriminación
pues
no
sólo
han
sido
subalternos
dentro
del
proceso
de
explotación
agrícola
al
norte
de
México,
sino
que
además
dentro
del
mayor
grupo
de
la
población
inmigrante
que
se
identifica
como
mestiza,
le
corresponde
al
oaxaqueño
otra
instancia
de
discriminación
dada
su
identificación
con
patrones
étnicos
indígenas.
De
este
modo,
si
revisamos
la
historia
de
la
migración
mexicana
a
los
Estados
Unidos,
emergen
algunos
puntos
claves
para
entender
los
rasgos
de
la
migración
y
de
sus
políticas
identitarias.
Para
entender
esta
cuestión
de
la
identidad
y
otras
problemáticas
relacionadas
con
la
misma,
pasaré
entonces
a
ofrecer
una
sucinta
historia
de
la
inmigración
mexicana
en
los
Estados
Unidos.
IR
Y
VENIR
275
IR
Y
VENIR
276
lograron
conseguir
trabajo
en
fábricas
y
fundiciones;
trabajos
duros
y
peligrosos,
pero
mejor
remunerados
(Gledhill
1993).
Durante
el
primer
cuarto
del
siglo
XX,
los
mexicanos
recién
llegados
podían
asociarse
libremente
con
los
también
recién
llegados
inmigrantes
provenientes
del
sur
de
Europa.
Su
participación,
junto
con
la
de
los
europeos
no
anglosajones
en
la
formación
de
una
nueva
cultura
de
clase
obrera
dentro
de
Estados
Unidos,
tuvo
repercusiones
importantes
dentro
de
la
historia
política
de
México,
ya
que
muchos
se
unieron
al
movimiento
agrario
radical
que
anhelaba
lograr
el
reparto
total
de
las
tierras
de
las
haciendas
a
favor
de
sus
trabajadores.
Sin
embargo,
incluso
antes
de
la
caída
económica
de
1929
y
de
las
deportaciones
masivas
que
resultaron
de
dicho
acontecimiento,
se
manifestaban
importantes
síntomas
de
cambio
en
lo
que
respecta
a
la
posición
de
los
mexicanos
dentro
de
la
sociedad
norteamericana.
Las
familias
mexicanas
que
quedaron
atrapadas
en
el
lado
estadounidense
de
la
frontera
en
el
siglo
XIX,
paulatinamente
se
volvieron
víctimas
de
un
proceso
de
segregación
residencial
y
de
una
forzada
exclusión
social
que
resonaba
a
las
políticas
racistas
del
extinto
régimen
sudafricano
(Menchaca
1995).
Los
investigadores
letrados
y
doctos
de
la
Universidad
de
Stanford,
California,
se
dedicaban
incansablemente
a
realizar
estudios
para
determinar
cual
era
la
categoría
racial
más
apta
para
denominar
a
la
población
mexicana,
una
categoría
que
tuviera
que
ser
diferente
a
la
de
los
italianos
y
otros
grupos
europeos,
estigmatizados
hasta
la
fecha.
Una
consecuencia
inesperada
de
dichas
labores
fue
que
los
prejuicios
y
estereotipos
norteamericanos
entraron
en
el
proceso
que,
a
partir
de
los
años
treinta,
conformó
el
desarrollo
de
una
nueva
identidad
nacional
oficial
mexicana
de
acuerdo
con
la
reevaluación
del
significado
del
mestizaje,
promovida
tanto
por
los
medios
como
por
el
estado
posrevolucionario
a
través
de
la
educación
pública
(Gutmann
2000).
Por
lo
tanto,
debemos
reconocer
la
importancia
de
las
“historias
entretejidas”
más
allá
del
simple
movimiento
de
trabajadores
mexicanos
y
de
sus
aportes
al
desarrollo
del
capitalismo
estadounidense
desde
un
pasado
ya
bastante
distante
de
nuestros
días.
Sin
embargo,
es
de
igual
importancia
pensar
en
términos
de
distintas
épocas
e
historias
que
no
volverán
a
repetirse.
A
mediados
de
los
años
veinte
del
siglo
XX,
el
hecho
de
que
los
migrantes
llegados
del
sur
empezaran
a
percibir
un
cambio
en
su
posición
social
y
en
sus
perspectivas
dentro
de
la
sociedad
IR
Y
VENIR
277
estadounidense,
sin
duda
fortaleció
su
compromiso
con
su
país
de
origen
y
con
el
proyecto
de
nación
encabezado
por
el
régimen
posrevolucionario
(Gledhill
1993).
No
todos
aquellos
michoacanos
que
volvieron
a
sus
pueblos
a
finales
de
los
años
veinte
lo
hicieron
por
haber
sido
expulsados:
un
gran
porcentaje
de
ellos
volvió
voluntariamente
para
dedicarse
a
la
política
“radical”
de
su
época.
Independientemente
de
la
calidad
de
la
experiencia
migratoria
y
de
la
vida
actual
en
los
Estados
Unidos,
los
migrantes
no
tienen
las
mismas
opciones
ni
tampoco
pueden
pensar
en
el
futuro
de
la
misma
manera
en
que
lo
hacían
estos
pioneros.
Sin
embargo,
me
parece
importante
señalar
las
pautas
de
esta
prehistoria
de
la
migración
moderna
para
que
apreciemos
tres
puntos
fundamentales.
IR
Y
VENIR
278
siglo
XX,
fueron
mucho
más
limitados
los
beneficios
que
por
fin
llegaron
a
la
población
de
trabajadores
mexicanos,
después
de
largas
luchas
y
con
resultados
siempre
comprometidos
por
la
llegada
de
nuevas
generaciones
de
migrantes
“ilegales”.
Además,
los
acontecimientos
de
las
últimas
dos
décadas,
incluyendo
las
nuevas
leyes
migratorias
de
1986
y
1996,
y
otra
legislación
en
materia
de
protección
social
relacionada
con
éstas,103
han
acabado
con
la
mayor
parte
de
los
logros
anteriores
hasta
provocar
un
deterioro
cada
vez
más
preocupante
durante
los
últimos
años.
Lejos
de
ser
una
“anomalía”
el
escándalo
de
Enron,
junto
con
la
invasión
de
Irak,
se
demuestra
que
hay
una
lógica
subyacente
común
en
la
transformación
de
la
economía
“doméstica”
de
los
Estados
Unidos
y
en
los
proyectos
de
los
sucesores
de
los
Rockefeller,
Carnegie
y
Mellon
en
el
exterior.
Dichos
proyectos
dependen
más
que
nunca
del
respaldo
de
un
estado
militarizado,
que
también
tiene
una
capacidad
impresionante
de
sobornar
a
las
elites
de
los
países
“subdesarrollados”.
Vemos
así
cómo
los
países
cuyas
economías
ya
parcialmente
“modernizadas”
están
ahora
supeditados
a
un
modelo
de
desarrollo
que
produce
una
polarización
social
cada
vez
más
aguda.
A
su
vez,
el
estado
imperial
militarizado
se
aprovecha
crecientemente
de
la
supeditación
social
de
las
llamadas
“minorías
étnicas”104
dentro
de
sus
propias
fronteras.
Aunque
hubo
antecedentes
durante
la
guerra
con
Corea,
hoy
en
día
son
más
numerosos
los
latinos
pobres
sacrificados
en
las
nuevas
guerras
para
contrarrestar
la
decadencia
del
dominio
económico
global
estadounidense,
no
sólo
junto
con
los
negros,
el
grupo
más
importante
en
épocas
anteriores,
sino
también
con
la
“basura
blanca”,
cuyos
números
iban
en
aumento
en
el
paisaje
de
austeridad
creado
por
los
gobiernos
de
Bush
padre
y
de
Clinton.
Estas
observaciones
me
llevan
al
tercer
punto
que
quiero
destacar.
Desde
una
perspectiva
a
largo
plazo,
se
puede
ver
con
claridad
que
la
lógica
de
la
incorporación
de
migrantes
mexicanos
dentro
de
la
sociedad
y
de
la
economía
estadounidense
siempre
ha
funcionado
para
fomentar
103
Se
trata
de
las
siguientes
leyes
y
programas:
la
llamada
Ley
Simpson-‐Rodino
(The
Immigration
Reform
and
Control
Act,
IRCA)
de
1986,
acompañada
por
la
exclusión
a
migrantes
indocumentados
de
los
beneficios
de
programas
de
Social
Security
Insurance,
Aid
to
Families
with
Dependent
Children
y
General
Assistance,
a
la
vez
que
la
mayor
parte
de
los
que
se
beneficiaron
de
la
amnistía
de
1986,
fueron
al
mismo
tiempo
excluidos
de
los
beneficios
del
Seguro
Social
por
un
lapso
de
cinco
años.
A
partir
de
la
aprobación
de
la
ley
titulada
“Illegal
Immigration
Reform
and
Immigrant
Responsibility
Act”
en
1996,
dichas
exclusiones
se
profundizaron,
exten-‐
diéndose
a
los
migrantes
“legales”.
104
Es
de
suma
importancia
no
pensar
en
dichas
categorías
como
si
fueran
transparentes:
son
construcciones
tanto
sociales
como
políticas
cuya
lógica
subyacente
de
“racialización”
a
menudo
está
disfrazada
por
el
uso
del
término
“etnicidad”.
Véase,
por
ejemplo,
De
Genova
y
Ramos-‐Zayas,
2003.
IR
Y
VENIR
279
IR
Y
VENIR
280
la
aparente
contradicción
entre
los
derechos
a
beneficios
sociales
disfrutados
por
los
“ciudadanos”
pero
negados
a
la
mayoría
de
los
trabajadores
mexicanos
(De
Genova
y
Ramos-‐Zayas
2003).105
En
esta
época,
los
migrantes
de
todos
los
sectores
encontraron
una
situación
otra
vez
transformada
por
la
reestructuración
de
todas
las
relaciones
entre
el
capital
y
la
clase
obrera
dentro
de
los
Estados
Unidos,
de
tal
manera
que
se
ha
dado
marcha
atrás
a
todos
los
logros
históricos
del
movimiento
sindical,
y
de
hecho
ya
se
ha
debilitado
enormemente
a
los
sindicatos,
que
cuentan
con
la
participación
de
menos
del
15%
de
los
trabajadores
estadounidenses.
Vale
la
pena
elaborar
un
poco
más
este
tema
para
iniciar
una
discusión
más
enfocada
en
los
cambios
y
transformaciones
que
en
las
continuidades
históricas.
105
Una
de
las
muchas
ironías
surgidas
de
la
situación
en
la
que
se
encuentran
los
inmigrantes
mexicanos,
es
que
sus
vecinos
puertorriqueños
disfrutan
de
lo
que
ellos
mismos
ven
como
una
condición
de
ser
“ciudadanos
de
segunda
clase”,
a
raíz
de
la
conversión
de
la
isla
en
una
verdadera
colonia
de
los
Estados
Unidos.
106
Como
hemos
visto,
los
migrantes
mexicanos
recibieron,
y
siguen
recibiendo,
un
trato
especial
y
discriminatorio
dentro
del
marco
de
este
proceso
más
amplio.
IR
Y
VENIR
281
en
el
modelo
neoliberal
era
su
intento
de
extender
el
mercado
a
todos
los
procesos
de
la
producción
de
la
vida
social
y
de
obligar
a
los
trabajadores
a
“venderse”
mejor
para
no
ser
incluidos
en
las
filas
de
los
“pobres
no
merecedores”
(Gledhill
2003).
Al
pensar
más
sobre
este
nuevo
régimen
de
acumulación
capitalista
y
sobre
el
papel
del
estado
en
crear
las
condiciones
para
disciplinar
a
los
trabajadores
para
que
lo
aceptaran,
encontramos
al
parecer
algunas
paradojas.
Bajo
este
nuevo
régimen,
había
nuevas
oportunidades
para
que
los
migrantes
prestaran
sus
servicios
en
hogares
norteamericanos,
gracias
al
hecho
de
que
las
parejas
de
la
clase
obrera
“tradicional”
se
vieron
obligadas
a
tener
dos
salarios
para
solventar
los
gastos
de
comprar
o
de
alquilar
una
vivienda,
de
mantener
su
capacidad
de
enfrentar
casos
de
enfermedad,
etcétera.
Los
sectores
sociales
más
beneficiados
por
los
cambios,
es
decir,
los
gerentes
y
los
empleados
técnicos,
también
disfrutaban
de
un
estilo
de
vida
que
aumentó
su
interés
por
pagar
los
servicios
de
empleadas
domésticas,
a
la
vez
que
sus
patrones
de
consumo
aportaban
lo
suyo
a
la
extensión
masiva
del
sector
de
servicios,
incluyendo
los
supermercados,
los
almacenes
especializados
en
material
para
construcción
y
remodelación
de
viviendas,
y
las
tiendas
de
comida
rápida
que
se
convirtieron
en
lugares
de
acceso
y
de
consumo
para
los
trabajadores
y
empleados
menos
acomodados.
Aun
en
el
caso
de
los
supuestos
“beneficiarios”
del
“boom”
de
Clinton
dentro
de
la
clase
media
estadounidense,
me
parece
importante
reconocer
que
hubo
igualmente
cambios
en
el
comportamiento
económico
y
social
de
estos
grupos,
gracias
a
las
nuevas
presiones
provocadas
por
el
modelo
neoliberal,
tales
como
la
extensión
masiva
de
sus
horas
de
trabajo
y
la
pérdida
de
seguridad
de
empleo.
De
hecho,
los
sectores
de
la
clase
media
que
no
fueron
beneficiarios
de
las
alzas
del
valor
de
las
acciones
en
la
bolsa
durante
los
años
noventa,
fueron
los
que
perdieron
relativamente
más
entre
todos
los
sectores
sociales
estadounidenses,
aunque
la
mayor
participación
indirecta
de
los
ciudadanos
norteamericanos
en
los
mercados
de
valores
durante
este
período
constituye
una
parte
importante
de
la
explicación
de
las
fortunas
cosechadas
por
las
elites
norteamericanas
durante
la
última
década,
junto
con
algunos
acontecimientos
como
los
de
Enron
y
WorldCom.
Además,
vale
la
pena
destacar
que
los
mismos
procesos
que
perjudicaron
a
los
trabajadores
no
capacitados
durante
los
años
ochenta,
empezaron
a
reproducirse
en
el
sector
de
empleados
capacitados
durante
los
años
noventa,
es
decir,
las
reducciones
del
valor
real
del
salario,
IR
Y
VENIR
282
las
pérdidas
de
empleos
como
consecuencia
de
las
reducciones
de
personal
de
planta
(downsizing
en
inglés)
y
la
inseguridad
en
el
empleo
(Mishel
1999).
También
los
ingenieros
y
técnicos
que
dentro
de
la
nueva
economía
habían
ingresado
al
mercado
laboral
en
los
últimos
años
del
siglo
XX,
ganaban
menos
de
lo
que
recibían
sus
semejantes
a
finales
de
los
años
ochenta
(Mishel,
Bernstein
y
Schmitt
2001).
Además,
gran
parte
de
los
nuevos
empleos
producidos
por
la
“nueva
economía”
no
fueron
de
este
tipo,
sino
trabajos
mal
remunerados
en
centros
electrónicos
de
atención
al
cliente
que
ofrecían
la
desventaja
adicional
de
un
alto
grado
de
vigilancia
y
de
deshumanización.
Pasando
a
los
sectores
del
mercado
de
trabajo
estadounidense
más
estrechamente
relacionados
con
la
migración
mexicana
reciente,
se
destaca
el
hecho
de
que
las
oficinas
e
instalaciones
de
las
empresas
de
la
llamada
“nueva
economía”
informática,
junto
con
los
edificios
lujosos
de
los
nuevos
centros
de
mando
de
la
economía
financiera
global,
aumentaron
la
demanda
de
mano
de
obra
inmigrante
para
desempeñar
las
labores
de
más
baja
categoría,
como
el
caso
de
los
servicios
de
limpieza.
Junto
con
la
demanda
de
servicio
doméstico
por
parte
de
hogares,
dichas
tendencias
fortalecieron
una
división
de
trabajo
entre
ciudadanos
e
inmigrantes
muy
distinta
a
la
de
épocas
anteriores,
sin
eliminar
los
nichos
para
mano
de
obra
inmigrante
en
la
agricultura,
talleres
y
fábricas
industriales,
los
cuales
siguieron
multiplicándose
como
consecuencia
de
otras
dimensiones
de
la
reestructuración
global
de
la
economía
estadounidense.
Por
un
lado,
el
número
de
migrantes
siguió
aumentando
gracias
a
las
condiciones
provocadas
por
la
implantación
del
modelo
neoliberal
en
México,
a
la
vez
que
siguieron
diversificándose
los
orígenes
sociales
y
geográficos
de
los
mexicanos
que
emigraban,
un
patrón
de
cambio
cuyos
principios
se
remontan
a
la
“década
perdida”
de
los
años
ochenta
(Escobar
Lapatí
1993).
Por
otro
lado,
el
patrón
de
asentamiento
de
los
mexicanos
dentro
de
los
Estados
Unidos
también
se
diversificó
enormemente
durante
los
años
noventa,
extendiéndose,
por
ejemplo,
a
las
regiones
del
interior
del
país
donde
había
una
importante
concentración
de
empresas
agroindustriales
dedicadas
al
empaque
y
al
procesamiento
de
carne
y
pollo.
En
estos
casos,
a
veces
hubo
un
verdadero
desplazamiento
de
trabajadores
“nativos”
por
parte
de
estos
inmigrantes
recientes,
que
muy
a
menudo
pertenecían
exclusivamente
al
género
femenino.
Sin
embargo,
los
nuevos
focos
de
la
migración
michoacana
no
se
restringieron
a
este
tipo
de
contextos.
En
regiones
con
larga
tradición
de
asentamiento
mexicano
como
en
el
caso
de
Chicago,
aparecieron
nuevas
e
IR
Y
VENIR
283
importantes
colonias
de
mexicanos
en
barrios
periféricos
en
los
alrededores
de
Evanston,
al
norte
de
otros
distritos
dentro
de
la
zona
metropolitana
de
Chicago
con
fuertes
concentraciones
de
residentes
mexicanos
tales
como
Humboldt
Park.107
Los
mexicanos
viven
entremezclados
con
inmigrantes
asiáticos,
árabes
y
africanos,
pero
su
presencia
en
el
nuevo
paisaje
urbano
es
la
más
marcada,
gracias
a
su
papel
en
el
pequeño
comercio
de
los
barrios.
En
este
tipo
de
contextos,
se
ve
con
claridad
un
número
de
tendencias
adicionales
en
el
capitalismo
estadounidense.
Primero,
el
aumento
del
número
de
familias
de
escasos
recursos,
tanto
dentro
de
la
población
inmigrante
como
dentro
de
otros
sectores
de
la
población,
aumentó
la
demanda
de
productos
y
de
servicios
producidos
por
y
dirigidos
a
este
sector
social.
En
cierto
sentido,
esto
ha
afectado
las
estrategias
de
control
de
la
fuerza
de
trabajo
inmigrante
impulsadas
por
las
empresas
y
los
gobiernos
federales
y
estatales,
ya
que
existe
un
sinnúmero
de
nichos
tanto
en
la
economía
urbana
“informal”
como
en
la
más
“oficial”,
que
ofrecen
alternativas
para
personas
a
quienes
no
les
gustan
sus
trabajos
actuales,
incluso
algunas
personas
que
entraron
como
trabajadores
contratados
bajo
el
sistema
de
visas
H-‐2
(Griffith
2002).
Sin
embargo,
la
expansión
de
un
sector
económico
orientado
al
consumo
inmigrante
también
ha
provocado
disgustos
y
conflictos
entre
distintos
sectores
de
la
población
inmigrante,
puesto
que
los
dueños
de
los
talleres
donde
se
explotaba
la
mano
de
obra
inmigrante
bajo
pésimas
condiciones,
y
los
dueños
de
las
tiendas
donde
los
trabajadores
eran
forzados
a
comprar
por
falta
de
otras
alternativas,
solían
ser
de
orígenes
étnicos
distintos.
Segundo,
gran
parte
de
la
expansión
de
los
empleos
dentro
del
sector
corporativo
refleja
aspectos
del
modelo
norteamericano
que
trascienden
las
fronteras
nacionales.
Un
ejemplo
importante
es
el
desarrollo
de
la
industria
agroalimentaria
y
de
sus
cadenas
de
mercancías
internacionales.
Por
un
lado,
en
la
metrópoli
se
ubican
las
industrias
biotecnológicas,
las
compañías
trasnacionales
que
disfrutan
de
un
poder
oligopólico
tanto
en
lo
que
se
refiere
a
107
Hice
un
recorrido
en
persona
por
estas
zonas
en
el
año
2000.
Un
número
importante
de
mexicanos
también
sigue
viviendo
en
zonas
al
suroeste
de
la
ciudad
de
Chicago,
tales
como
el
distrito
de
Pilsen
y
las
zonas
de
las
cercanías
de
los
rastros,
empacadoras
de
carne
y
fundiciones,
también
ubicadas
al
sur.
La
población
mexicana
de
la
zona
metropolitana
aumentó
casi
diez
veces
entre
1960
y
2000,
llegando
a
un
total
de
más
de
un
millón
de
habitantes,
pero
la
tasa
de
crecimiento
de
la
población
mexicana
en
las
zonas
fuera
de
la
zona
metropolitana
ha
sido
aún
más
importante
durante
las
últimas
dos
décadas.
Más
de
la
mitad
trabaja
en
los
sectores
industriales
y
de
construcción,
y
la
mayoría
de
los
otros
tienen
empleos
en
el
sector
de
servicios
(De
Genova
y
Ramos-‐Zayas,
2003:
25).
IR
Y
VENIR
284
la
compra
y
comercialización
de
los
productos
del
sur,
como
en
lo
referente
a
la
producción
de
insumos
agroquímicos,
semillas
híbridas,
y
plantas
y
animales
genéticamente
modificados.
Su
proyecto
consiste
en
implantar
las
nuevas
tecnologías
en
todas
las
zonas
de
abastecimiento
del
sur,
usando
su
poder
oligopólico
en
el
mercado
internacional
para
presionar
a
los
granjeros
para
que
mejoren
sus
precios
de
oferta,
lo
cual
implica
presiones
cada
vez
más
fuertes
sobre
el
jornal
agrícola,
gracias
a
su
capacidad
de
amenazar
con
mudarse
a
otro
país.
Por
otro
lado,
las
mismas
empresas
están
tras
el
desarrollo
de
las
tiendas
de
comida
rápida
y
de
las
operaciones
de
los
supermercados.
La
comida
rápida
se
basa
en
un
proceso
de
revolución
tecnológica
constante,
orientada
al
aprovechamiento
de
partes
de
la
materia
prima
animal
que
no
se
podrían
ofrecer
al
consumidor
sin
procesamiento
altamente
tecnificado.
A
la
vez,
en
lo
que
se
refiere,
por
ejemplo,
a
las
plantas
procesadoras
de
pollo,
la
fuerza
de
trabajo
ya
mayoritariamente
inmigrante,
se
encuentra
constantemente
supeditada
a
tácticas
taylorianas
que
buscan
intensificar
su
trabajo,
acelerar
la
cadena
de
producción
y
reducir
los
costos
(Striffler
2001).
Pese
a
los
múltiples
problemas
provocados
por
la
industria
de
producción
de
alimentos
en
términos
de
la
salud
de
los
consumidores
y
del
empobrecimiento
constante
de
los
actores
en
los
niveles
más
bajos
de
las
cadenas
agroalimentarias
internacionales
(Schlosser
2002),
se
trata
de
un
modelo
que
anhela
“globalizarse”,
tal
y
como
ya
notamos
en
México
si
buscamos
productos
industrializados
que
no
tengan
ninguna
conexión
con
empresas
trasnacionales
norteamericanas
o
europeas.
No
obstante,
no
se
puede
medir
la
importancia
del
sector
agroalimentario
en
la
economía
política
de
los
Estados
Unidos
de
una
manera
adecuada,
sin
reconocer
que
la
contraparte
del
uso
de
la
fuerza
de
trabajo,
cada
vez
peor
remunerada
dentro
de
estas
cadenas
trasnacionales
y
hasta
semiesclava
en
algunos
países,
es
la
industria
biotecnológica,
tal
y
como
lo
demuestran
las
actuales
presiones
por
parte
del
gobierno
de
Bush
para
obligar
a
los
europeos
a
aceptar
los
productos
transgénicos.
Se
trata
de
una
complicadísima
red
de
“conexiones”
que
enlazan
la
condición
de
trabajadores
inmigrantes
en
los
países
metropolitanos
con
zonas
rurales
en
el
sur
que
no
pueden
aguantar
más,
pero
que
reciben
poco
apoyo
por
parte
de
gobiernos
nacionales
que
tampoco
pueden
aguantar
más
el
poder
de
coacción
a
disposición
de
los
centros
hegemónicos.
Por
lo
tanto,
el
tema
de
la
migración
mexicana
y
de
las
políticas
migratorias
esta-‐
dounidenses
debe
ser
discutido
dentro
del
marco
de
estas
conexiones
subyacentes
a
la
existencia
de
lo
que
IR
Y
VENIR
285
Robert
Pollin
(2002)
ha
llamado
“un
paisaje
de
austeridad
global”,
ligado
a
las
contradicciones
domésticas
de
la
economía
más
grande
del
mundo.
Dentro
de
dicho
paisaje,
las
perspectivas
de
los
trabajadores
que
buscan
la
vida
“al
otro
lado”,
no
coinciden
hoy
en
día
con
las
de
generaciones
anteriores.
Por
un
lado,
hay
una
menor
posibilidad
de
pensar
en
un
potencial
de
“desarrollo
nacional”
que
reduzca
las
desigualdades
internacionales
y
logre
copiar
el
tipo
de
sociedad
que
existe
en
el
norte.
Por
otro
lado,
tampoco
es
tan
fácil
pensar
en
ascender
desde
los
niveles
más
bajos
del
mercado
de
trabajo
estadounidense
hacia
los
empleos
que
exigen
una
mayor
calificación
y,
dentro
de
dos
o
tres
generaciones,
aspirar
a
entrar
en
las
filas
de
la
clase
media
o
por
lo
menos
en
dichos
segmentos
de
la
clase
media
que
se
asociaban
en
este
país
durante
los
años
sesenta
y
setenta
con
el
trabajo
calificado.
De
hecho,
como
señalaron
Alejandro
Portes
y
Robert
Bach
en
su
estudio
clásico
de
las
distintas
suertes
de
inmigrantes
cubanos
y
mexicanos
a
largo
plazo
(Portes
y
Bach
1985),
siempre
existían
obstáculos
estructurales
para
el
ascenso
de
los
mexicanos,
producto
de
la
forma
especial
de
su
inclusión
dentro
del
sistema
de
clases
segmentado
por
las
categorías
raciales
anteriormente
señaladas.
No
obstante,
el
paisaje
de
austeridad
global
ha
creado
una
situación
distinta.
IR
Y
VENIR
286
así
como
también
entre
los
migrantes
mexicanos
y
otros
grupos;
de
hecho,
se
producen
nuevas
definiciones
y
divisiones
de
grupos
y
nuevas
categorías
para
delimitar
las
diferencias
entre
ellos,
a
raíz
del
impacto
de
dichos
cambios
y
de
las
respuestas
y
acciones
de
la
gente.
No
obstante,
el
“trabajar
para
el
capital”
no
es
el
único
contexto
de
sus
experiencias,
ni
la
única
parte
de
sus
experiencias
que
participa
en
la
conformación
de
sus
estrategias
de
vida.
Esto
tiene
varias
consecuencias.
En
primer
lugar,
puede
imponer
límites
a
la
solidaridad
de
los
trabajadores.
El
hecho
de
que
un
grupo
de
trabajadores
de
diferentes
naciones
de
origen
pueda
compartir
intereses
en
común
cuando
se
enfrenta
a
iniciativas
que
pueden
deteriorar
o
empeorar
una
situación
laboral
colectiva,
puede
ser
menos
relevante
cuando
hay
una
segregación
importante
en
lo
que
se
refiere
a
sus
vidas
e
interacciones
fuera
del
lugar
de
trabajo.108
En
segundo
lugar,
los
aspectos
menos
atractivos
de
la
vida
en
el
norte,
sobre
todo
de
la
vida
urbana,
pueden
fortalecer
los
intentos
de
mantener
una
vida
trasnacional
y
sus
prácticas,
es
decir,
una
vida
de
idas
y
vueltas
a
través
de
fronteras
que
mantienen
una
inversión
en
el
lugar
de
origen.
Sin
embargo,
como
ya
han
señalado
muchísimos
antropólogos,
dichas
formas
de
vida
“trasnacional”
distan
de
estar
libres
de
contradicciones,109
incluyendo
peleas
entre
hombres,
mujeres
e
hijos,
y
dificultades
de
mantener
la
sociabilidad
entre
las
familias
más
comprometidas
con
la
migración
y
con
aquellas
que
no
participan,
que
participan
menos
o
que
ocupan
posiciones
menos
idóneas
que
otras
dentro
de
los
mercados
de
trabajo
estadounidenses.
Por
una
variedad
de
razones,
ciertas
poblaciones
mexicanas
han
mostrado
tendencias
más
fuertes
que
otras
hacia
la
permanencia
de
sus
migrantes
en
el
norte.
Este
es
el
caso,
por
ejemplo,
de
la
gente
proveniente
de
los
ranchos
de
los
cerros
de
los
alrededores
de
la
ex
hacienda
de
Guaracha
en
la
Ciénega
de
Chapala,
grupo
que
estudié
por
primera
vez
a
principios
de
los
años
ochenta.
Aunque
existe
a
un
grado
importante
de
emigración
definitiva,
muchos
de
sus
vecinos
en
la
comunidad
de
Guaracha
siguen
invirtiendo
en
sus
pueblos
y
mantienen
una
vida
de
idas
y
vueltas
cada
año
o
cada
dos
años,
incluso
en
casos
en
los
que
el
trabajo
en
el
norte
es
su
fuente
de
ingreso
único
o
principal.
Estos
no
son
necesariamente
migrantes
documentados,
aunque
la
108
Por
otro
lado,
el
hecho
de
que
los
grupos
“étnicos”
estén
divididos
en
términos
de
posiciones
de
clase
económica,
también
impide
que
se
manifiesten
solidarios
en
el
campo
político.
109
Véase,
por
ejemplo,
Rouse
1992;
Malkin
1998.
IR
Y
VENIR
287
posibilidad
de
legalidad
hace
más
fácil
adoptar
la
estrategia
de
dejar
a
la
familia
en
México.
En
las
comunidades
indígenas
de
la
costa-‐sierra
nahua
donde
he
estado
trabajando
últimamente,
se
encuentran
patrones
muy
distintos.
Durante
los
años
sesenta
y
setenta,
algunos
hombres
adultos
lograron
entrar
a
los
Estados
Unidos
pese
a
que
no
disfrutaban
del
tipo
de
infraestructura
para
facilitar
la
migración
que
había
evolucionado
durante
muchas
décadas
en
la
Ciénega
de
Chapala.
Todos
eran
indocumentados,
y
su
estrategia
consistía
en
quedarse
dos
o
tres
años
en
el
norte
antes
de
volver.
Muchos
de
los
jóvenes
todavía
ven
este
tipo
de
estrategias
como
lo
ideal,
pero
las
tendencias
son
distintas
en
la
actualidad.
Frente
a
los
impactos
de
la
militarización
de
la
frontera,
los
costos
y
riesgos
elevados
que
ya
dificultan
el
regreso,
las
mujeres
jóvenes
se
van
con
sus
maridos
al
casarse
y
no
vuelven.
De
hecho,
dicho
patrón
no
es
nuevo,
en
el
sentido
de
que
bastante
gente
se
quedaba
anteriormente,
aunque
fuera
más
común
dejar
a
la
familia
en
la
comunidad.
Vista
como
una
de
las
zonas
más
marginadas
en
la
entidad,
la
costa-‐sierra
nahua
demuestra
una
aparente
paradoja.
Un
gran
número
de
personas
que
actualmente
viven
y
trabajan
en
los
Estados
Unidos,
que
en
su
mayoría
regresan
solamente
de
visita
de
vez
en
cuando,
y
en
bastantes
casos
dejan
de
mantener
contacto
con
sus
padres
casi
por
completo,
lograron
legalizar
su
situación
bajo
la
amnistía
de
los
años
ochenta.
Un
número
importante
de
ellos
se
ha
naturalizado,
y
he
encontrado
a
más
personas
que
dominan
el
inglés
en
esta
zona
indígena
que
en
las
zonas
mestizas
mucho
más
prosperas
donde
trabajé
en
proyectos
anteriores.
Sin
embargo,
lo
mismo
puede
decirse
en
el
caso
de
algunas
de
las
comunidades
mestizas
de
la
costa,
tales
como
Coahuayana
y
El
Ranchito,
donde
la
emigración
ha
sido
aún
más
fuerte,
y
algunos
migrantes
que
han
llegado
a
una
posición
económica
bastante
acomodada
en
el
norte
siguen
manteniendo
nexos
con
sus
parientes
por
medio
de
visitas.
Algunas
entrevistas
informales
que
realicé
con
personas
de
esta
categoría
durante
la
crisis
de
Afganistán
revelaron
que
los
que
más
se
han
aprovechado
de
la
migración
internacional
y
más
se
han
comprometido
con
la
vida
de
Estados
Unidos
pueden
producir
un
análisis
muy
agudo
de
la
política
económica
estadounidense,
pero
tienen
ideas
poco
“progresistas”
sobre
sus
vecinos
indígenas.
Dentro
de
la
misma
población
indígena,
encontré
a
un
señor
que
trabajaba
como
mayordomo
para
una
compañía
agroexportadora
en
el
estado
de
Washington,
hablaba
inglés
con
fluidez
y
desconfiaba
de
la
presencia
de
cualquier
extranjero,
porque
según
él
todos
los
gringos
IR
Y
VENIR
288
IR
Y
VENIR
289
Michoacán,
se
puede
hablar
de
una
vida
colectiva
y
de
un
concepto
de
servicio
a
la
comunidad
como
un
deber
moral,
que
siguen
siendo
impresionantes
en
muchos
sentidos.
Pero
ni
aquí
ni
en
Chiapas
sería
posible
olvidarse
de
las
fracturas,
desconfianzas
y
conflictos
personales
y
familiares
que
operan
en
la
vida
cotidiana,
sobre
todo
en
los
campos
económicos
y
políticos.
Como
un
factor
de
diferenciación
social,
la
migración
internacional
siempre
le
ha
aportado
algo
a
situaciones
de
conflictividad,
pero
como
vehículo
de
la
implantación
de
los
valores
de
la
sociedad
de
consumo
y
de
vida
familiar
privatizada,
rescatando
sus
espacios
de
descanso
y
libertad
personal
de
acuerdo
con
la
conservación
de
empleos
precarios,
puede
aportarle
algo
aún
menos
favorable
a
la
creación
de
aquellas
solidaridades
e
identidades
colectivas
que
pudieran
contrarrestar
la
lógica
capitalista
dentro
de
la
cual
se
encuentran
insertados
los
transmigrantes.
Las
historias
entretejidas
pueden
producir
tanto
divergencias
como
convergencias,
pero
el
peso
de
las
realidades
económicas
que
enfrentan
los
actores
sociales
sigue
siendo
un
elemento
clave
para
entenderlas.
IR
Y
VENIR
290
operaba
desde
el
exilio
en
los
Estados
Unidos,
donde
habían
forjado
una
estrecha
relación
con
la
organización
anarquista
conocida
como
los
Internacional
Workers
of
the
World
(IWW
por
sus
siglas
en
inglés
o
Wobblies).
Primo
Tapia,
el
gran
líder
agrario
de
Naranja,
era
un
activista
de
la
IWW
y
el
tipo
de
política
laboral
que
él
promovió
a
su
vuelta
en
Michoacán
en
los
años
veinte
estaba
imbuída
del
pensamiento
de
la
Segunda
Internacional.
Tapia
era
miembro
de
una
vieja
familia
de
la
elite
indígena
de
la
región,
que
había
sido
desplazada
por
el
poder
de
los
mestizos,
pero
en
su
práctica
política
se
distanció
de
la
identidad
étnica
como
lugar
de
lucha.
El
carácter
internacional
de
su
movimiento
fue,
sin
embargo,
rápidamente
cancelado
al
adaptarse
a
las
contradicciones
del
medio
social
y
cultural
local.
Los
herederos
de
Tapia,
a
quienes
Friedrich
llama
‘los
príncipes’
en
su
segundo
libro,
lograron
imponer
una
hegemonía
sobre
sus
comunidades
al
trabajar
en
conjunción
con
los
constructores
del
estado
nacional
posrevolucionario
y
al
movilizar
a
los
peones
mestizos
residentes
en
las
Haciendas
para
la
lucha
por
tierras
en
contra
de
la
facción
rival
que
optaba
por
una
“exclusividad
étnica”.
Un
movimiento
potencial
trasnacional
perdía
así
su
radicalismo
al
integrarse
con
el
emergente
aparato
nacional
de
poder.
Como
Robert
Smith
(1998,
en
prensa)
muestra
en
sus
estudios
sobre
la
comunidad
mixteca
de
Ticuani
(en
el
estado
de
Puebla),
este
tipo
de
compromisos
todavía
se
realizan
hoy
en
día,
incluso
dentro
de
un
México
cuyos
dirigentes
neoliberales
han
puesto
en
juego
la
soberanía
nacional
a
un
grado
sin
precedentes,
y
a
pesar
de
que
ellos
mismos
representan
los
intereses
de
una
elite
social
que
es
fundamentalmente
de
carácter
trasnacional.
Naranja
no
fue
un
caso
aislado
en
la
época
de
la
movilización
revolucionaria.
Las
luchas
populares
por
la
Reforma
Agraria
en
los
años
treinta
en
Michoacán
estuvieron
fundamentalmente
dirigidas
por
migrantes
que
habían
regresado
de
los
Estados
Unidos
durante
la
época
de
la
Gran
Depresión
de
1929.
Estos
migrantes
constituían
un
sector
intermedio
dentro
del
liderazgo
del
movimiento,
pues
los
altos
comandos
estaban
integrados
por
pequeños
burgueses
urbanos
no
indígenas
que
se
parecían
a
los
liberales
jacobinos
del
siglo
anterior
en
términos
sociales
y,
hasta
cierto
punto,
por
su
perspectiva
política.
No
obstante,
el
papel
de
los
migrantes
fue
decisivo
en
cuanto
que
era
el
único
grupo
capaz
de
movilizar
a
la
comunidad
a
favor
de
un
programa
social
radical
que
era,
al
mismo
tiempo,
fuertemente
anticatólico
y
secular.
Si
nos
detenemos
en
las
biografías
de
estos
personajes,
encontraremos
un
patrón
típico
de
movimiento
desde
el
IR
Y
VENIR
291
catolicismo
hasta
el
credo
pentecostés
y
desde
ahí,
otro
paso
hacia
el
agnosticismo
y
hacia
el
secularismo
característico
por
su
estadía
en
el
norte,
lo
que
sugiere
que
el
tránsito
a
través
de
la
frontera
trascendía
el
hecho
mismo
de
una
búsqueda
de
un
nuevo
lugar
donde
vivir.
Al
mismo
tiempo,
encontramos
que
estos
personajes
gozaron
de
un
proceso
de
socialización
política
gracias
no
sólo
a
su
participación
en
el
movimiento
obrero,
sino
también
a
estrechas
interacciones
con
otros
grupos
inmigrantes,
especial-‐
mente
con
aquellos
provenientes
del
sur
de
Europa.
Muchos
de
los
inmigrantes
de
los
años
veinte
entraron
a
formar
parte
del
proletariado
industrial
del
noreste
y
de
Illinois,
y
concibieron
la
reforma
agraria
como
su
propio
modelo
de
‘modernidad
alternativa’,
basado
en
la
búsqueda
de
un
futuro
para
un
capitalismo
que
en
1929
estaba
aparentemente
en
su
crisis
terminal.
Este
recuento
histórico
no
pretende
apoyar
el
argumento
de
que
no
hay
nada
nuevo
en
el
trasnacionalismo
de
nuestros
días.
Lo
que
pretende
demostrar
es
la
validez
del
juicio
de
Basch,
Glick
Schiller
y
Szanton
Blanc
(1994)
aplicable
a
un
fenómeno
de
larga
existencia
y
según
el
cual
“…al
vivir
sus
vidas
entre
fronteras,
los
transmigrantes
se
encuentran
confrontados
y
comprometidos
con
los
procesos
de
construcción
nacional
de
dos
o
más
estados.
Sus
identidades
y
prácticas
son
confrontadas
por
categorías
hegemónicas,
tales
como
raza
y
etnicidad,
que
están
inscritas
en
los
procesos
mismos
de
formación
de
los
estados
nacionales.”
Sin
embargo,
la
diferencia
entre
un
entonces
y
un
ahora
es
que
el
estado
mexicano
posrevolucionario
estaba
aún
por
construirse
y
eso
significaba
la
posibilidad
de
lograr
una
mayor
justicia
social,
un
progreso
material
y
una
liberación
del
dominio
imperialista.
Pero
fue
también,
y
como
lo
demuestra
la
historia
subsiguiente
del
caciquismo
local,
un
vehículo
para
el
fortalecimiento
de
aquellos
actores
que
aprovecharon
sus
ventajas
al
ponerse
a
cargo
de
las
instituciones
locales.
Si
observamos
el
amplio
patrón
de
la
migración
mexicana
hoy
en
día,
veremos
un
panorama
más
confuso.
Como
he
sostenido
anteriormente,
la
combinación
de
sucesivas
reestructuraciones
del
capitalismo
norteamericano
y
de
las
medidas
de
control
migratorio,
han
exacerbado
viejas
tendencias
que
provocan
tensiones
entre
las
diferentes
generaciones
de
migrantes
mexicanos
provenientes
de
la
misma
región
a
la
vez
que
promueven
un
grado
creciente
de
individualismo.
Este
último,
junto
a
diferencias
socioeconómicas
dentro
de
las
poblaciones
transmigrantes,
IR
Y
VENIR
292
necesita
ser
tomado
en
cuenta
en
cualquier
consideración
general
acerca
del
comportamiento
político
de
los
contingentes
transmigrantes
como
conjunto.
Con
respecto
a
esto,
existe
la
tendencia
en
algunos
grupos
marginales
dentro
de
los
Estados
Unidos
de
elaborar
espacios
de
dignidad
para
ellos
que
excluyen
la
permeabilidad
entre
grupos
migrantes.
En
este
sentido,
Robert
Smith
y
Philippe
Bourgois
han
registrado
los
antagonismos
entre
mexicanos
y
puertorriqueños
en
Nueva
York
(Bourgois
1995;
Smith,
op.cit.).
La
política
de
la
mayoría
de
la
población
mexicana
que
hace
su
vida
en
los
Estados
Unidos
se
hace
aún
más
complicada
por
la
tradicional
sospecha
de
los
chicanos
en
cuanto
nacidos
en
México
y
de
sus
hijos
con
respecto
a
su
patria
de
origen.
Sin
embargo,
éste
no
es
el
mayor
problema
que
limita
la
movilización
de
los
mexicanos
y
los
modos
de
alcanzar
tal
movilización.
Al
buscar
paralelos
entre
Michoacán
y
Oaxaca,
encontramos
un
patrón
de
tendencias
contradictorias.
Los
migrantes
que
se
han
organizado
al
norte
de
la
frontera
y
que
buscan
hacer
mejoras
en
sus
pueblos
natales,
se
dan
cuenta
de
que
sus
proyectos
no
son
recibidos
en
sus
aldeas
originales
con
un
entusiasmo
y
una
aprobación
incondicional,
ya
que
ellos
pertenecen
a
comunidades
muy
divididas
de
lo
que
se
percibe
como
sectores
privilegiados
o
personas
que,
dentro
del
flujo
migratorio,
han
corrido
con
mejor
suerte
que
otros
que
no
han
conseguido
el
bienestar
que
estos
benefactores
despliegan
ante
sus
paisanos.
Algunos
de
los
migrantes
de
larga
estadía
en
el
norte
han
estado
activos
en
el
partido
político
de
oposición
PRD,
un
partido
de
orientación
centro-‐izquierdista
en
México.
Al
PRD
se
le
ve
como
el
partido
heredero
de
la
tradición
radical
de
los
años
treinta
del
siglo
pasado,
pero
otros
migrantes
son
completamente
apolíticos
y
lo
que
la
migración
les
ofrece
es
una
alternativa
al
compromiso
político
que
se
traduce
como
la
búsqueda
de
modos
de
solidaridad
con
parientes
y
con
la
comunidad
que
han
dejado
atrás.
Sin
embargo,
ésta
última
es
una
postura
inestable,
que
puede
tornarse
abiertamente
en
antagonismos
internos
creados
en
la
lucha
por
posicionarse
dentro
del
mercado
laboral
que
ha
cambiado
radicalmente
en
los
últimos
veinte
años
(Gledhill
1995;
1998,
en
prensa).
En
Michoacán,
podríamos
decir
que
las
mismas
condiciones
se
aplican
a
las
comunidades
mestizas
e
indígenas,
dado
que
ambas
tienen
tradiciones
históricas
de
flujos
migratorios
internacionales
(a
diferencia
de
Oaxaca).
Estos
argumentos
deberían
sugerir
cautela
para
aquellos
antropólogos,
que
en
medio
del
IR
Y
VENIR
293
entusiasmo
que
en
ellos
provocan
las
cuestiones
de
identidad
y
la
dimensión
cultural
en
los
marcos
de
la
globalización,
pueden
desviarse
y
obviar
el
análisis
menos
celebratorio
de
los
patrones
de
experiencia
cotidiana
que
modelan
los
horizontes
políticos
y
sociales
en
el
mundo
y
las
vidas
propias
del
capitalismo
tardío.
Si
el
adjetivo
transnacional
tiene
algún
sentido
específico
al
referirse
a
los
migrantes,
sugiero
que
debería
recaer
en
“problematizar”
los
lazos
que
las
personas
desterritorializadas
mantienen
con
sus
lugares
de
origen.
Individuos
que
no
sólo
están
siendo
privados
de
una
completa
‘membresía’
dentro
de
la
sociedad
en
la
cual
viven
y
trabajan
principalmente,
sino
que
además
se
encuentran
desprovistos
al
mismo
tiempo
de
un
sentido
completo
de
sujetos.
La
mayoría
de
los
migrantes
de
larga
estadía
con
los
que
yo
he
trabajado
no
pueden
realmente
volver
al
lugar
de
donde
partieron,
pues
ni
ellos,
ni
las
personas
que
allá
se
quedaron,
permanecen
en
los
mismos
términos
sociales
con
el
paso
del
tiempo.
Éste
es
el
resultado
de
experiencias
divergentes,
pero
también
de
mutuas
construcciones
de
la
‘diferencia’
basadas
en
los
supuestos
efectos
contaminantes
de
diversos
modos
de
vida.
El
proceso
de
destierro
complica
en
gran
medida
los
procesos
de
formación
y
de
mantenimiento
de
una
identidad
personal.
Cuando
una
identidad
colectiva
es
reforjada
bajo
condiciones
de
ausencia
sostenida
puede,
en
última
instancia
y
dependiendo
de
las
circunstancias,
sustentar
más
que
resistir
ciertas
construcciones
de
identidad
nacional
postcoloniales
(Basch
et
al
1994).
Algunos
regímenes
postcoloniales
han
sido
extremadamente
activos
al
cortejar
el
apoyo
de
los
expatriados.
Los
individuos
desterrados
pueden
también
participar
en
proyectos
culturales
opresivos
o
etnonacionalistas
(políticas
rencorosas
en
contra
de
aquellos
que
son
relativamente
débiles),
en
lugar
de
ponerse
del
lado
de
las
políticas
subalternas,
de
clase
o
étnicas,
de
oposición
en
contra
de
las
elites
nacionales
que
son
las
responsables
de
que
las
personas
tengan
que
buscar
una
mejor
vida
en
otro
lado.
Más
aún,
lo
que
emerge
en
muchos
casos
de
la
vida
de
un
trabajador
móvil
es
una
respuesta
bastante
individualista,
en
la
cual
las
solidaridades
y
el
sentido
de
pertenencia
a
una
comunidad
mayor
son
contextuales,
cambiantes
y
siempre
mediadas
por
la
comprensión
definitiva
de
que
cada
quien
puede
estar
obligado
por
su
propio
interés
dentro
del
estrecho
espacio
de
las
obligaciones
familiares
más
inmediatas.
Incluso
en
el
caso
de
inmigrantes
provenientes
de
un
mismo
lugar,
la
experiencia
trasnacional
puede
ser
distinta,
dependiendo
de
las
respectivas
retribuciones
económicas,
de
las
experiencias
de
IR
Y
VENIR
294
IR
Y
VENIR
295
movimientos
globales.
Si
se
suman
a
estas
corrientes
las
presiones
creadas
por
la
reducción
de
flujos
de
ayuda,
las
rígidas
posturas
del
Fondo
Monetario
Internacional
ante
el
gasto
público,
los
cambios
en
los
patrones
del
mercado
mundial
y
los
desestabilizadores
impactos
de
los
mercados
financieros
globales,
los
estados
nacionales
del
sur
se
encuentran
cada
vez
más
en
una
especie
de
estado
de
sitio.
La
globalización
económica
ha
minado
indudablemente
el
poder
de
todos
los
gobiernos
nacionales
para
modelar
sus
economías.
La
crisis
de
Asia
no
ha
afectado
a
todo
el
este
asiático
de
una
manera
uniforme,
pero
ha
brindado
una
demostración
singular
de
la
manera
en
la
cual
la
lógica
de
los
actuales
mercados
financieros
globales
puede
destruir
modos
de
vida,
y
ha
quizás
ha
desviado
definitivamente
a
las
elites
regionales
de
una
confiada
proclamación
de
una
nueva
y
moralmente
superior
forma
de
capitalismo
(en
relación
con
el
patrón
occidental).
Dado
el
número
y
la
diversidad
de
movimientos
en
contra
de
los
sistemas
que
se
ven
en
el
mundo
hoy
en
día,
no
deberíamos
aceptar
fácilmente
el
argumento
que
sostiene
que
la
globalización
económica
incapacita
totalmente
las
fuerzas
de
resistencia
popular
que
buscan
modelos
alternos
de
desarrollo,
distribuciones
de
ingresos
más
equitativas
y
formas
más
genuinamente
democráticas
y
participativas
de
organización
política.
Hay
maneras
obvias
en
las
cuales
los
poderes
reguladores
de
los
estados
nacionales
siguen
impactando
significativamente
las
vidas
de
los
migrantes.
La
más
reciente
legislación
antimigratoria
norteamericana,
el
Decreto
de
Inmigración
Ilegal
y
Responsabilidad
inmigratoria,
aunado
como
lo
está
con
una
legislación
paralela
sobre
terrorismo
y
tráfico
de
drogas,
no
debería
ser
visto
como
una
medida
dirigida
a
contribuir
directamente
con
la
creación
de
regulaciones
económicas,
aunque
ha
habido
importantes
consecuencias
indirectas
a
este
respecto
en
el
contexto
de
NAFTA,
bajo
el
cual
la
cuestión
inmigratoria
se
mantiene
innegociable.
Lo
que
esta
situación
refleja
es
la
manera
específica
en
la
que
clase
y
raza
continúan
entretejidas
en
los
Estados
Unidos
y
en
el
persistente
rol
de
‘grandes
oleadas
de
ansiedad
anglo’
frente
a
la
idea
de
una
amenaza
a
la
‘integridad’
nacional
(Heyman
1998).
Así
que
mientras
tales
proyectos
reguladores
del
estado
‘fracasan’
en
términos
de
sus
objetivos
oficiales,
al
no
detener
el
flujo
de
inmigrantes
indocumentados
que
siguen
entrando
al
país,
tienen
efectos
sustanciales
sobre
las
condiciones
del
mercado
de
trabajo
para
inmigrantes
legales
o
ilegales
por
igual,
y
IR
Y
VENIR
296
ayudan
a
fomentar
la
aversión
de
la
gente
en
similares
condiciones
de
clases,
al
solidarizarse
entre
ellos,
en
la
medida
en
que
cada
grupo
trata
de
resolver
el
problema
de
cómo
afirmar
su
dignidad
y
reclamar
respeto.
Estos
problemas
son
exacerbados
por
los
efectos
que
la
reestructuración
capitalista
tiene
no
sólo
para
la
“vieja”
clase
trabajadora,
sino
para
las
clases
medias
que
están
perdiendo
la
seguridad
que
fuera
parte
esencial
de
lo
que
significaba
ser
“clase
media”.
En
la
medida
en
que
los
estados
neoliberales
disminuyen
la
escala
de
los
beneficios
sociales
que
prestan
a
sus
ciudadanos
y
abandonan
cualquier
interferencia
con
“las
fuerzas
del
mercado”,
“la
pertenencia
nacional”
enaltecida
por
la
ciudadanía
se
convierte
en
el
centro
de
la
lucha
por
los
derechos
en
los
cuales
la
ciudadanía,
al
igual
que
el
parentesco,
se
vuelve
un
principio
excluyente
usado
para
negarles
los
derechos
a
aquellos
que
aún
pueden
ser
considerados
como
“otros”.
Hay
una
parte
muy
importante
en
el
contexto
en
el
cual
las
luchas
de
los
migrantes
relativamente
pobres
pueden
convertirse
en
una
influencia
civilizadora
en
el
escenario
global.
Pues
si
observamos
el
escenario
global
como
una
arena
geopolítica,
todavía
parece
haber
suficiente
concordancia
entre
los
flujos
del
capital,
el
poder
militar
y
el
viejo
marco
de
poder
ligado
a
los
estados
nacionales,
como
para
mantener
la
forma
del
mundo
que
conocimos
por
un
período
de
tiempo
un
poco
mayor
a
lo
largo
del
siglo
XX.
Sin
embargo,
el
costo,
sea
en
México,
en
el
sur
de
China
o
en
los
Estados
Unidos,
es
el
de
continuar
con
una
reestructuración
económica
y
social
de
una
aparente
naturaleza
contradictoria.
El
Estado
del
Norte
se
vuelve
cada
vez
más
vociferador
al
proclamar
su
compromiso
con
la
ilustración
y
los
valores
liberales,
con
los
derechos
humanos
y
con
la
democracia,
pero
al
mismo
tiempo
enfrenta
sus
propias
contradicciones
con
una
respuesta
carcelaria
ante
su
fracaso
al
tratar
de
regular
la
conducta
de
los
ciudadanos
y,
tácitamente
permite
una
situación
en
la
cual
los
ciudadanos
desahogan
crecientemente
sus
frustraciones
y
ansiedades
sobre
los
inmigrantes
y
sobre
aquellos
que
son
estigmatizados
como
los
“pobres
que
no
merecen
nada”.
Estos
no
son
necesariamente
nuevos
acontecimientos
dentro
de
la
longue
durée
del
sistema
capitalista
(Vincent
1993),
pero
hasta
ahora
no
está
claro
si
en
el
futuro
nos
espera
una
historia
más
civilizada.
El
mundo
del
Estado
Benefactor
a
lo
Fordista-‐Keynesiano
parece
haber
desaparecido.
El
abaratamiento
del
transporte
aéreo,
el
fax
y
el
teléfono
han
ampliado
en
gran
medida
la
capacidad
de
los
grupos
subalternos
para
organizarse
a
pesar
de
enormes
distancias,
pero
la
compresión
IR
Y
VENIR
297
espacio-‐tiempo
también
facilita
que
el
capitalismo
global
se
vuelva
lo
suficientemente
ágil
para
reducir
la
efectividad
de
meramente
‘capturar
el
Estado’
como
manera
de
asegurar
una
mayor
justicia
social.
Los
imaginarios
subalternos
pueden
ampliarse
gracias
a
vertiginosos
flujos
culturales,
pero
esto
no
impide
que
las
personas
continúen
haciendo
elecciones
pragmáticas
y
estratégicas.
Los
movimientos
indígenas,
como
el
de
los
zapatistas
en
Chiapas,
han
aprendido
a
representarse
ante
a
una
audiencia
global
de
tal
modo
que
generan
una
máxima
simpatía
y
recurren
a
valores
universales,
al
mismo
tiempo
que,
de
ser
necesario,
explotan
la
carta
del
exotismo
de
su
vida
local.
Los
Estados,
y
gobiernos
locales,
han
aprendido,
a
su
vez,
a
cómo
dirigir
las
nuevas
políticas
de
identidades
étnicas
a
su
favor,
al
promover
estructuras
institucionales
de
representación
y
carreras
profesionales
de
intermediación
para
los
líderes
comunitarios.
En
este
sentido,
parece
haber
un
aumento
en
los
esfuerzos
taxonómicos
y
de
reconocimiento
de
identidad
que
los
estados
nórdicos
están
llevando
a
cabo.
Cuando
los
mexicanos
o
los
afroamericanos
se
enfrentan
en
la
política
californiana
actual,
lo
hacen
de
una
manera
que
copia
los
estereotipos
anglosajones,
rechazando
los
términos
del
debate
para
ellos
mismos
mientras
que
lo
aplican
al
‘otro’
del
cual
buscan
distanciarse.
En
este
sentido,
parece
prematuro
celebrar
el
despunte
de
la
era
posnacional.
Lo
que
figura
entonces
como
urgente
es
pensar
en
las
maneras
en
que
el
trabajo
académico
puede
apoyar
los
esfuerzos
por
reducir
las
consecuencias
negativas
de
la
supervivencia
del
Estado,
como
recipiente
para
la
acción
política
en
un
mundo
en
el
cual
la
más
poderosa
forma
de
organización
trasnacional
se
llama
capitalismo.
IR
Y
VENIR
298
INTRODUCCIÓN
La
migración
internacional
les
ha
impreso
diferentes
sentidos
a
las
actividades
locales
y
a
la
dinámica
regional
de
la
Mixteca
poblana,
pues
el
desplazamiento
por
migración
implica
no
sólo
el
cambio
de
residencia,
sino
el
hecho
de
mudarse
de
un
estilo
de
vida:
del
campo
a
las
grandes
urbes;
y
también
conlleva
una
transformación
del
sentido
de
pertenencia,
basado
fundamentalmente
en
la
referencia
a
un
espacio
social
común,
y
ligado
a
la
tierra
natal
y
a
la
presencia
de
la
familia
extensa
(Fortier
2000).
Las
transformaciones
que
señalaremos
en
este
documento
se
refieren
básicamente
a
la
experiencia
que
producen
los
desplazamientos
geográficos
y
el
asentamiento
en
un
espacio
diferente
al
lugar
de
origen,
el
cual
no
necesariamente
representa
un
punto
de
destino,
sino
más
bien
un
punto
nodal
en
la
conformación
de
un
circuito
migratorio
de
gran
movilidad.
Dada
la
lógica
y
las
características
del
circuito
migratorio
entre
la
Mixteca
y
los
Estados
Unidos,
Nueva
York
representa
el
lugar
de
establecimiento
para
los
migrantes
mixtecos
poblanos.
De
tal
suerte,
hogar,
continuidad,
ruptura,
transfiguración
y
transformación
son
conceptos
útiles
que
nos
permitirán
avanzar
en
la
comprensión
de
los
efectos
de
las
movilidades
sobre
los
lugares,
los
espacios
y
las
personas
en
el
contexto
de
las
migraciones
contemporáneas
(Faret
2001).
Presentaremos
solamente
algunas
de
las
transformaciones
que
consideramos
relevantes
para
IR
Y
VENIR
299
explicar
el
intercambio
simbólico
y
el
funcionamiento
de
las
remesas
socioculturales
en
un
circuito
migratorio;
este
tipo
de
transformaciones
en
el
paisaje
social
de
los
pueblos
migrantes
tiene
similitudes
con
experiencias
de
otros
pueblos
mexicanos
migrantes,
documentadas
ampliamente
en
las
regiones
de
Zacatecas,
Guanajuato,
Jalisco
y
Oaxaca.
Aunque
esta
migración
que
nos
ocupa
presenta
sus
propias
particularidades,
no
insistiremos
en
documentar
detalladamente
las
transformaciones
visibles
del
espacio
social
-‐
consecuencia
de
la
migración-‐
sino
que
nos
interesa
mostrar
cómo
estas
transformaciones
posibilitan
cambios
en
los
sitios
de
identificación
comunitaria
y
en
las
formas
de
organización
social.
Esto
nos
permitirá
en
general
acercarnos
al
entendimiento
del
funcionamiento
de
las
remesas
socioculturales.
110
La
región
Mixteca
poblana
ha
experimentado
tres
fases
importantes
de
migración
desde
la
década
de
los
cuarenta.
La
primera
fase
fue
una
migración
fundamentalmente
regional
hacia
los
campos
cañeros
y
cafetaleros
de
Veracruz,
a
los
campos
de
cultivo
en
Morelos
y
al
mismo
estado
de
Puebla.
Una
segunda
fase
de
migración
puede
ubicarse
durante
los
años
sesenta,
teniendo
como
destino
principal
algunos
centros
urbanos,
como
la
ciudad
de
Puebla,
el
Puerto
de
Veracruz,
la
ciudad
de
México
y
otras
áreas
de
la
zona
conurbana
del
Distrito
Federal.
Muchos
mixtecos
migraron
a
la
ciudad
de
México
y
a
sus
alrededores;
algunos
puntos
importantes
de
asentamiento
fueron
la
zona
oriente
de
la
ciudad
de
México
—en
las
inmediaciones
de
la
avenida
Zaragoza-‐
Cd.
Nezahualcóyotl,
el
Valle
de
Chalco
y
Ecatepec,
Edo.
de
México,
en
ese
momento
en
proceso
de
conurbación.
La
tercera
fase
se
superpone
a
la
segunda
y
quizás,
en
algún
momento
también,
a
la
primera
fase
de
migración
mixteca.
La
tercera
implica
un
desplazamiento
también
considerado
temporal,
el
cual
se
dirige
hacia
regiones
del
norte
del
país
y
hacia
los
Estados
Unidos.
Dos
puntos
principales
constituyen
los
lugares
de
destino
para
estos
migrantes;
el
primero
es
el
Estado
de
California,
fundamentalmente
en
el
Valle
de
San
Joaquín
y
en
puntos
urbanos
como
Los
Angeles
y
su
zona
conurbada,
además
de
otras
ciudades
como
Sacramento,
Pasadena,
Santa
Cruz,
San
José;
otros
más,
en
menor
medida,
van
hacia
Houston,
TX.
y
Chicago,
IL.,
así
como
hacia
algunas
ciudades
fronterizas
mexicanas,
como
Tijuana
y
Mexicali
en
Baja
California.
El
segundo
punto
de
destino
y
quizás
el
más
importante
por
su
concentración,
es
la
ciudad
de
Nueva
York,
a
lo
largo
de
sus
cinco
condados
(Manhattan,
Brooklyn,
Queens,
Bronx
y
Staten
Island),
así
también
otras
ciudades
de
la
zona
metropolitana
como
Passaic,
NJ,
diversos
puntos
de
New
Jersey
y
Connecticut,
pequeños
condados
en
el
norte
del
Estado
de
Nueva
York,
más
recientemente
migran
también
hacia
Pensilvania
y
hacia
la
región
de
Filadelfia.
En
la
migración
internacional
de
la
Mixteca
sur
pueden
distinguirse
tres
periodos:
el
primero,
inicia
con
el
Programa
Bracero
y
abarca
desde
1954
a
1968
(1954
está
marcado
por
el
viaje
del
primer
habitante
de
Tulcingo,
incursionando
en
Bracero).
Un
segundo
periodo,
de
1969
a1986,
está
marcado
por
el
arribo
de
los
pioneros
de
Tulcingo
de
Valle
(uno
de
los
municipios
donde
hemos
realizado
una
investigación
en
profundidad)
a
Nueva
York
y
el
proceso
de
formación
de
IR
Y
VENIR
300
diferenciadas
en
el
paisaje
de
los
pueblos
migrantes,
pero
es
indudable
que
algunas
de
las
transformaciones
más
visibles
de
esta
región
se
experimentan
a
partir
de
la
migración
transnacional
que
se
ha
acelerado
durante
las
últimas
dos
décadas.
Aun
cuando
la
mayoría
de
estos
migrantes
se
mueven
en
redes,
experimentan
en
los
primeros
momentos
del
desplazamiento
ciertos
sentimientos
de
soledad,
anonimato
y
distensión
de
los
lazos
familiares.
Estos
sentimientos
no
eran
muy
claros
en
las
fases
de
la
migración
regional-‐interna
en
México,
pues
la
posibilidad
de
regresar
al
lugar
de
origen
se
veía
más
cercana.
No
obstante,
la
experiencia
de
los
constantes
desplazamientos
entre
la
Mixteca
y
Nueva
York
ha
disminuido
los
tiempos
y
los
costos
de
la
migración,
así
como
la
selectividad
de
la
misma
(Massey
et
al.
1994),
que
se
concentró
al
principio
en
aquellos
que
habían
tenido
la
posibilidad
de
conseguir
información,
contactos
y
dinero
para
el
viaje.
Hoy
en
día,
es
una
ruta
que
ha
reducido
su
distancia
simbólicamente,
y
cuya
trayectoria
es
percibida
como
un
desplazamiento
local,
similar
al
que
podría
implicar
trasladarse
hacia
alguno
de
los
pueblos
vecinos.
Un
habitante
de
Tulcingo
-‐uno
de
los
pueblos
de
más
alta
migración
de
la
Mixtecanos
permite
ilustrar
cómo
se
perciben
estos
desplazamientos
desde
los
pueblos
de
la
región,
incluso
por
parte
de
quienes
no
han
recorrido
el
circuito,
es
decir,
que
no
han
sido
inmigrantes
pero
que
se
encuentran
inmersos
en
la
dinámica
de
la
vida
migrante:
“Para
nosotros
ir
a
Nueva
York
es
casi
como
ir
aquí
a
Tecomatlán,
Tehuitzingo,
o
Acatlán
[son
los
pueblos
vecinos],
o
bien
casi
como
ir
a
Puebla,
que
está
un
poco
mas
lejos
para
nosotros.
Pero
aquí
todos
han
ido
a
Nueva
York.
Allí
donde
ve,
cualquier
muchacho
que
aquí
camina
por
la
banqueta,
o
los
que
trabajan
en
la
tienda,
van,
hacen
un
dinerito
y
se
regresan,
luego
vuelven
a
ir”.
(Hombre,
exbracero,
Tulcingo
de
Valle,
abril
de
2002)
La
migración
ha
involucrado
indudablemente
también
a
quienes
permanecen
en
sus
comunidades
de
origen,
los
no
inmigrantes.
Aunque
la
mayoría
de
los
familiares
de
inmigrantes
han
viajado
como
visitantes
a
la
ciudad
de
Nueva
York,
se
refieren
a
lugares,
calles,
iglesias,
monumentos,
edificios
y
tiendas
de
Nueva
York
de
manera
familiar,
señalando
que
han
redes
migrantes,
el
periodo
culmina
con
la
legalización
de
un
número
importante
de
personas
con
las
reformas
a
la
Ley
de
Inmigración
de
los
Estados
Unidos.
El
tercer
periodo
corresponde
a
la
institucionalización
del
circuito
migratorio
Mixteca-‐NuevaYork-‐Mixteca,
entre
1986
y
2002.
IR
Y
VENIR
301
comprado,
comido
o
bebido
en
alguno
de
esos
sitios.
Algo
similar
ocurre
con
quienes
nunca
han
viajado
a
los
Estados
Unidos,
o
bien
sólo
fueron
braceros
y
no
viajaron
a
Nueva
York,
y
que
no
obstante
conocen
la
dinámica
de
la
vida
de
los
inmigrantes
en
Nueva
York,
los
lugares
y
puntos
de
referencia,
pues
las
imágenes,
narrativas
e
historias
de
aquella
ciudad
llegan
diariamente
a
la
localidad,
haciendo
culturas
globales
a
nivel
local,
como
menciona
Appadurai
(1990).
La
relatividad
de
la
distancia
y
de
los
tiempos
en
los
trayectos
migratorios
modifica
también
el
sentido
de
localización
del
pueblo
natal
-‐sean
localidades
o
municipios-‐
para
los
habitantes
de
la
Mixteca.
A
pesar
de
que
muchos
de
ellos
siguen
hablando
de
la
Mixteca
“profunda”
como
referencia
particular
que
alude
a
donde
se
encuentran
sus
lugares
de
origen,
reconocen
que
este
lugar
se
ha
transformado
con
la
experiencia
migrante
y
con
los
recursos
económicos
que
ellos
han
traído
a
sus
localidades,
brindando
la
posibilidad
de
ampliar
caminos,
abrir
otras
rutas
de
acceso
entre
los
diferente
municipios
de
la
región
profunda,
construir
puentes
que
les
permiten
cruzar
ríos
y
retar
a
la
orografía
de
su
territorio,
introducir
la
luz
eléctrica,
entre
otros
servicios
que,
hace
sólo
una
década
no
tenían
muchos
de
estas
localidades,
incluidos
los
municipios
importantes.
La
infraestructura
pública
ha
generado
modificaciones
también
en
el
paisaje
de
los
pueblos
mixtecos
y,
probablemente,
la
posibilidad
de
establecer
un
ejercicio
comparativo
entre
los
servicios
y
comodidades
conseguidas
y,
los
que,
hace
muy
poco
tiempo,
no
tenían.
La
diferencia
entre
el
antes
y
el
ahora
también
acentúa
en
su
imaginario
la
profundidad
de
esta
porción
de
la
Mixteca.
Al
respecto,
el
comentario
de
uno
de
los
miembros
de
la
junta
de
gobierno
local
nos
permite
observar
cómo
se
ha
transformado
la
percepción
de
la
localización/existencia
de
su
localidad,
cuyo
nombre
es
San
Miguel
Tlaltepexi,
municipio
de
Tulcingo
de
Valle,
un
sitio
que
comparte
límites
con
los
estados
de
Guerrero
y
Oaxaca,
pero
que
está
aún
en
el
estado
de
Puebla:
“Ni
se
puede
creer,
antes
nadie
venía
a
vernos,
ahora
con
esa
obra
para
la
que
han
dado
dinero
los
muchachos
que
están
en
el
otro
lado,
han
venido
a
vernos
desde
Puebla,
hasta
desde
la
ciudad
de
México.
Nosotros
antes
siempre
estuvimos
muy
solos,
aquí
con
mucha
pobreza
y
nadie
nunca
vino.
Yo
me
pregunto
si
Tlaltepexi
está
ahora
más
cerca,
o
si
creen
que
porque
si
también
hay
muchachos
en
Houston
y
Nueva
York
las
cosas
son
de
otra
forma.
¿Qué
será
si...eso
de
irse
como
que
nos
apareció
en
el
mapa?”.
(Hombre,
autoridad
local,
migrante
IR
Y
VENIR
302
IR
Y
VENIR
303
En
las
narrativas
de
los
migrantes
encontramos
que,
el
desplazamiento
a
una
edad
temprana
se
ha
convertido
en
un
rito
de
pasaje111
en
la
vida
de
los
jóvenes.
Después
de
la
secundaria,
en
el
caso
de
los
hombres,
o
bien
después
de
la
preparatoria
-‐más
recientemente
en
el
caso
de
las
mujeres-‐,
ellos
visualizan
en
su
imaginario
la
migración
hacia
los
Estados
Unidos
como
el
siguiente
paso
en
su
vida.
Las
familias
de
los
migrantes
argumentan
que,
las
razones
de
desplazamiento
siguen
siendo
fundamentalmente
económicas;
es
decir,
la
imposibilidad
de
conseguir
un
empleo
que
les
permita
sustentar
sus
necesidades
y
las
de
sus
familias
se
convierte
en
una
razón
suficiente
para
migrar
al
norte,
donde
muy
probablemente
ya
tienen
un
referente,
algún
vecino,
un
amigo,
o
bien
un
familiar.
Un
joven
de
14
años,
originario
de
Zaragoza
de
la
Luz,
nos
permite
ilustrar
la
idea
que
los
adolescentes
tienen
sobre
el
migrar
a
los
Estados
Unidos:
“Tengo
ya
14
[años]
y
todos
mis
amigos
se
empiezan
a
ir;
yo
no
estaba
seguro,
pero
veo
que
eso
hay
que
hacerlo,
si
quiero
construir
una
casa
para
mi
mamá,
pues
aquí
no
podré
hacerlo,
a
mi
mamá
le
da
miedo
que
yo
me
vaya,
piensa
que
ya
no
voy
a
volver
y,
a
mí
me
gustaría
seguir
también
aquí,
pero
se
están
yendo.
Pienso
que
puedo
hacer
dinero,
ahorrar
y
en
poco
tiempo
volver
y
¡es
bueno
tener
su
propio
dinero!”.
(Joven
varón-‐no
migrante,
Zaragoza
de
la
Luz,
agosto
de
2002)
El
rito
del
pasaje,
como
tránsito
de
la
adolescencia
a
la
adultez,
está
simbolizado
en
el
hecho
de
migrar
hacia
los
Estados
Unidos.
Es
considerado
el
momento
en
el
que
un
niño
o
un
adolescente
adquiere
independencia
económica,
se
convierte
en
proveedor,
aun
en
su
condición
111
Recuperamos
la
noción
de
rite
de
passage
[rito
de
pasaje]
de
la
obra
de
Van
Gennep
(1960)
y
de
Turner
(1982).
Van
Gennep
sugiere
un
modelo
para
analizar
la
organización
del
ordenamiento
ritual,
el
rito
de
pasaje
como
la
transición
de
una
situación
social
o
estadio
de
un
individuo
o
de
una
sociedad
hacia
otra.
Sus
estudios
se
basaron
fundamentalmente
en
las
ceremonias
a
través
de
las
cuales
los
individuos
en
la
misma
sociedad
pasaron
de
desempeñar
un
rol
a
otro.
Así,
los
ritos
de
pasaje
se
asocian
comúnmente
con
la
idea
del
tránsito,
especialmente
con
los
ritos
de
la
pubertad,
que
marcan
los
cambios
de
la
niñez
a
la
adultez.
No
obstante,
Turner
(1982)
señala
que
la
idea
del
rito
de
pasaje
está
asociada,
en
la
obra
de
Van
Gennep
en
términos
generales,
a
todas
las
ceremonias
que
marcan
cambios
sociales
o
individuales,
es
decir,
se
refiere
al
“performance”
que
marca
la
transición
entre
dos
estados,
así
pues
el
rite
de
passage
marca
justo
una
frontera,
un
margen
y
un
sitio
de
negociación
entre
dos
etapas
o
estadios
diferentes.
(cf.
Carlson,
M.
1996:20).
Es
en
este
sentido
la
noción
de
rite
de
passage
nos
permite
ilustrar
el
significado
ritual
que
adquiere
migrar
cuando
se
transita
de
la
adolescencia
a
la
edad
adulta.
IR
Y
VENIR
304
de
hombre
soltero.
La
migración
es
percibida
como
un
paso
en
la
vida
de
los
jóvenes
mixtecos,
que
les
permite
trascender
a
otro
estado
y
adquirir
finalmente
otro
status.
El
significado
ritual
de
la
migración
es
más
común
en
el
caso
de
adolescentes
varones,
aunque
en
el
caso
de
mujeres
adolescentes,
el
hecho
de
migrar
empieza
a
prefigurarse
como
un
modelo
de
independencia
femenina
y
como
una
forma
de
“buscarse
la
vida,
una
vida
diferente
que
no
sea
el
casarse
muy
joven”.
(Mujer
adolescente
no-‐migrante,
Chila
de
la
Sal;
abril
de
2002).
También
migran
los
profesionales,
y
encontramos
interesantes
experiencias
de
profesores,
ingenieros,
trabajadores
sociales,
médicos
y
otros
profesionales
que
también
narran
cómo
decidieron,
dejando
algunos
empleos,
vivir
la
experiencia
de
la
migración,
pues
al
fin
y
al
cabo
resultaba
más
atractivo
en
términos
económicos.
Un
profesor
de
educación
básica
narra
así
su
decisión
de
dejar
la
escuela
y
tomar
temporalmente
la
ruta
a
Nueva
York:
“Fui
un
inmigrante
por
algunos
años,
indocumentado
como
muchos,
trabajé
en
restaurantes
en
Nueva
York.
Yo
veía
cómo
todos
se
iban
y
regresaban
con
dinero,
quise
probar
también.
Luego
volví,
no
hice
realmente
mucho
dinero.
Conozco
muchas
historias,
de
gente
vendiendo
flores
en
Nueva
York,
por
ejemplo,
en
plena
Quinta
Avenida
y
son
ingenieros,
hicieron
una
carrera
universitaria
y
se
recibieron,
no
encontraron
trabajo
en
lo
suyo
y
se
fueron
a
Nueva
York.
Paradójicamente,
cualquiera
gana
más
allí
que
aquí
en
el
pueblo
o
en
la
región,
con
algún
título.
Nuestros
jóvenes
así
no
tienen
muchas
ganas
de
superarse,
eso
nos
preocupa
en
el
pueblo”.
(Profesor-‐migrante
retornado,
Tulcingo
de
Valle,
abril
de
2002)
La
fisonomía
de
los
pueblos
migrantes
se
ha
transformado
también
en
términos
poblacionales.
En
la
Mixteca
encontramos
un
sinnúmero
de
pueblos
deshabitados,
o
bien
donde
la
población
mayoritaria
son
hombres
y
mujeres
de
la
tercera
edad,
aunque
algunos
pueblos
de
la
Mixteca
profunda
muestran
tendencias
poblacionales
sin
disminuciones
considerables,
aun
con
alta
migración,
o
bien
presentan
también
una
alta
proporción
de
población
flotante.
Tal
es
el
caso
del
municipio
de
Tulcingo
de
Valle,
en
el
que
al
menos
un
40%
de
la
población
se
encuentra
fuera
del
IR
Y
VENIR
305
municipio,
mostrando
cierta
propensión
al
retorno.112
Un
dato
interesante
es
que
en
los
años
recientes,
han
regresado
incluso
familias
que
tenían
entre
10
y
25
años
de
haber
permanecido
en
el
extranjero
o
en
alguna
otra
ciudad
de
México,
y
que
no
todos
los
retornados
se
encuentran
en
la
llamada
tercera
edad.
Encontramos
un
número
considerable
de
migrantes
retornados
de
edades
entre
los
40
y
50
años,
entre
los
cuales
algunos
fueron
inmigrantes
documentados,
otros
fueron
migrantes
temporales
en
Nueva
York
y
decidieron
volver
a
establecerse
en
su
lugar
de
origen,
o
bien
en
la
zona
metropolitana
de
la
ciudad
de
México,
generalmente
para
iniciar
algún
negocio.
Las
razones
de
retorno
son
diversas,
algunos
por
decisión
personal
o
familiar,
otros
porque
habían
sido
inhabilitados
para
trabajar
después
de
un
accidente
o
de
una
enfermedad,
mientras
que
otros
habían
llegado
a
los
40
años
y
las
oportunidades
de
empleo
empezaban
a
reducirse
dada
la
gran
proporción
de
jóvenes
migrantes
en
el
mercado
de
trabajo
en
Nueva
York,
o
bien
porque
habían
alcanzado
la
tercera
edad
y
preferían
“morir
en
su
pueblo”.
Por
otro
lado,
la
población
menor
de
30
años
ha
descendido
considerablemente
en
esta
región,
al
tiempo
que
se
ha
incrementado
el
número
de
personas
mayores
de
40
años.
Algunos
fenómenos
significativos,
relacionados
con
los
cambios
poblacionales
a
partir
de
la
migración
internacional,
han
tenido
lugar,
tales
como
el
cierre
de
un
jardín
de
niños
y
una
escuela
primaria
localizados
en
la
carretera
principal
hacia
la
Mixteca
profunda,
siendo
ambos
altamente
representativos
de
la
ausencia
de
menores
y
de
jóvenes
posteriormente.
Comenta
un
profesor
de
educación
básica
en
Tulcingo
de
Valle:
“Aquí
donde
pasa
por
la
carretera,
nos
acaban
de
cerrar
unas
escuelas
que
costaron
muchos
años
para
que
fueran
abiertas;
cuando
se
logró
que
hubiera
escuelas,
ya
que
se
pidieron
porque
los
niños
las
necesitaban
y
se
llenaban
los
cupos
requeridos,
sólo
a
los
dos
años
bajó
tanto
la
matrícula
que
tuvieron
que
ser
cerradas.
¡Ya
no
había
niños!,
quedaron
muy
poquitos,
nosotros
como
profesores
estábamos
muy
preocupados
con
ese
hecho.
¡Ahora
están
allí,
sin
usarse
esas
112
De
acuerdo
con
información
proporcionada
por
el
presidente
municipal
de
Tulcingo
de
Valle,
Sergio
Jacinto
Barrera:
“aproximadamente
el
45%
de
los
Tulcinguenses
(algunos
dicen
que
son
casi
la
mitad,
pero
nosotros
consideramos
que
son
poco
menos
de
la
mitad
los
que
permanentemente
están
afuera)
viven
fuera
del
municipio,
pero
muchos
de
éstos
van
y
vienen
constantemente,
otros
traen
a
sus
esposas
e
hijos
a
vivir
aquí
y
suman
más,
otros
están
regresando
cuando
se
hacen
viejos
y
llegan
como
a
los
40
años,
pues
allí
ya
sólo
quieren
a
los
jóvenes”.
(Presidente
municipal,
migrante-‐retornado,
Tulcingo
de
Valle,
febrero
2003)
IR
Y
VENIR
306
instalaciones!
Eso
es
lo
que
está
pasando
con
nuestros
niños”.
(Profesor-‐migrante
interno;
Tulcingo
de
Valle,
mayo
de
2002)
3. PAISAJES DE PUEBLOS MIGRANTES: “MODERNIZANDO” PARAJES RURALES
Las
transformaciones
más
visibles
aluden
al
estilo
de
las
nuevas
casas
y
negocios,
así
como
de
las
empresas
que
ahora
se
dedican
a
construirlas:
“se
construyen
casas
estilo
Nueva
York”,
anuncian.
Muchos
migrantes
envían
dinero
a
su
familia
para
construir
una
casa
que
probablemente
nunca
será
habitada,
pues
algunos
de
ellos
ya
no
regresarán
a
vivir
al
pueblo,
sino
que
sólo
retornarán
en
periodos
vacacionales.
Es
notable
observar
grandes
casas
deshabitadas
en
diversos
parajes
de
la
Mixteca,
donde
aun
en
lugares
alejados
de
las
principales
vías
de
comunicación,
se
erigen
grandes
residencias,
algunas
equipadas
con
todos
los
servicios,
desde
el
aire
acondicionado
hasta
la
instalación
de
albercas.
La
proliferación
de
antenas
parabólicas,
casas
de
cambio,
establecimientos
para
el
envío
y
recepción
de
dinero
y
paquetería,
de
venta
de
comida
griega,
china,
italiana
y
“hamburguesas
estilo
Nueva
York”,
son
parte
del
escenario
de
los
pueblos
de
la
Mixteca
poblana.
Estos
cambios
han
modificado
también
los
patrones
alimenticios
de
la
región;
en
varios
pueblos
de
la
Mixteca
profunda
encontramos
negocios
de
hamburguesas,
hotdogs,
pizzas,
calzzones,
gyros,
entre
otros.
También
es
común
la
presencia
de
agencias
de
viajes,
casetas
telefónicas
de
larga
distancia
y
servicios
de
fax
nacional
e
internacional,
cafés
internet,
ventas
de
cámaras
fotográficas
y
de
video,
computadoras
y
aparatos
electrónicos
en
general.
Algunos
de
estos
pueblos,
como
Tulcingo
de
Valle,
cuentan
con
una
página
de
internet
que
les
permite
comunicarse
con
los
familiares
y
amigos
que
están
en
los
Estados
Unidos,
así
como
también
compartir
las
celebraciones
locales
vía
electrónica.
En
el
afán
de
“modernizar”
las
construcciones,
han
acabado
con
algunas
de
las
pocas
casas
de
tejamanil
y
adobe
que
aún
se
conservaban
en
el
centro
de
los
viejos
poblados.
Las
lajas
del
atrio
de
la
iglesia
de
Tulcingo
de
Valle
y
de
sus
viejas
lápidas
—las
cuales
tenían
más
de
un
siglo—
con
inscripciones
originales,
han
sido
suplantadas
por
adoquín
financiado
por
los
migrantes
de
Nueva
York
que
han
preferido
“poner
bonita
y
moderna
la
iglesia
de
San
Gabriel”.
De
la
misma
forma,
las
celebraciones
comunitarias
han
experimentado
modificaciones,
pues
tradicionalmente
las
fiestas
IR
Y
VENIR
307
familiares
como
bodas,
quinceañeras
y
bautizos
eran
amenizadas
con
música
de
banda,
y
ahora
se
escucha
la
música
norteña,
la
bachata
dominicana,
la
cumbia
y
el
vallenato
colombianos,
al
igual
que
algunos
sonidos
puertorriqueños,
como
parte
de
los
efectos
de
la
globalización
musical,
pero
indudablemente
también
de
la
influencia
de
los
inmigrantes
a
Nueva
York.
Don
Abilio
expresa
cómo
ha
cambiado
el
paisaje
rural
del
pueblo
de
Tulcingo
de
Valle
con
la
migración
masiva
a
Nueva
York,
la
cual
según
él
ha
ocurrido
en
un
corto
tiempo:
“Cómo
ha
cambiado
se
nota,
no
sabemos
qué
hubiera
sido
si
los
primeros
no
agarramos
marcha
para
allá.
Antes
aquí
toda
la
gente
era
pobre.
Para
venir
a
comprar
supongamos
un
vestido,
un
pantalón,
tenía
que
vender
marranos,
guajolotes,
chivos,
no
falta
lo
que
tuviera.
Si
no
pues
de
dónde.
Y
ahora
usted
se
fija
nada
más
en
las
casas
de
cambio
como
están.
Gente
humilde
que
nunca
recibió
dinero
y
que
ahora
tienen
más
dinero
del
que
antes
tuvo.
Hay
hijos
que
salen
muy
ahorrativos
allá
y
mandan
mucho
dinero
a
su
familia
para
venirse
pronto.
Antes
no
conocía
aquí
ni
un
carro
y
ahora,
ahora
todo
mundo
en
carro,
nada
de
burros,
ya
ni
caballos.
En
las
casas
se
ve
más,
antes
la
teja
y
adobe
eran
de
quienes
tenían
dinero.
Se
distinguían.
Ahora
pura
varilla,
loseta,
casas
bonitas
en
el
centro
del
pueblo,
pero
verá
también
muchas
en
las
orillas.
Y
todo
fue
tan
rápido,
no
sé,
hace
unos
10
años
empezaba
a
verse
mejor,
pero
fue
rápido”.
(Hombre,
ex
bracero,
Tulcingo
de
Valle,
febrero
de
2003)
En
los
años
recientes,
algunos
de
los
mayordomos
de
las
fiestas
de
los
santos
patrones
locales
vienen
de
Nueva
York,
o
de
otras
ciudades
de
los
Estados
Unidos,
pues
son
ellos
quienes
cuentan
con
los
recursos
suficientes
para
financiar
los
gastos
de
las
grandes
fiestas
patronales
en
las
localidades
mixtecas,
introduciendo
algunas
innovaciones
en
las
modalidades
de
la
fiesta,
en
relación
a
la
música,
los
alimentos,
el
vestido,
entre
otros;
o
bien,
algunos
inmigrantes
envían
los
recursos
económicos
para
financiar
alguna
parte
de
la
fiesta
anual,
por
lo
que
tradicionalmente
existe
un
espacio
en
la
fiesta
local
para
“los
ausentes”
(Smith
1994):
“los
norteños”
o
“los
del
otro
lado”,
los
“que
están
afuera”,
quienes
a
veces
regresan
a
esas
celebraciones.
Una
práctica
común
consiste
en
aportar
dinero
para
erigir
castillos
pirotécnicos
que
son
quemados
el
día
de
la
celebración
principal
del
Santo
Patrón,
como
una
forma
de
manifestar
que
quienes
están
fuera
de
la
localidad
IR
Y
VENIR
308
aún
forman
parte
de
ésta.
En
el
momento
central
de
la
fiesta
se
anuncia,
por
ejemplo,
que
“los
Tulcinguenses
radicados
en
Nueva
York
han
donado
el
castillo
para
engalanar
la
fiesta
de
San
Gabriel”
(Tulcingo
de
Valle,
24
de
marzo
de
2002).
La
donación
del
castillo
y
el
acto
mismo
de
encenderlo
funciona
simbólicamente
como
una
actualización
de
la
membresía
local:
ellos
no
están
presentes,
pero
pertenecen
a,
toman
parte
en
y
son
parte
de
una
celebración
que
representa
a
nivel
local
una
modalidad
de
actualización
de
la
pertenencia
(Connerton
1989;
Fortier
2000;
Smith
1994).
Sobre
las
modalidades
y
transformaciones
de
las
fiestas
locales,
un
sacerdote
que
trabajó
durante
20
años
en
la
región,
comenta
su
experiencia
en
los
pueblos
mixtecos:
“Las
fiestas
de
nuestros
santos
han
cambiado
mucho.
Algunas
son
un
derroche
de
dinero,
y
no
tienen
ya
nada
que
ver
con
la
religiosidad
de
antes.
Han
desaparecido
algunos
criterios
de
moralidad
para
elegir
a
los
mayordomos
de
fiestas.
Ahora
son
grandes
bailes
y
disturbios,
sonidos
en
grandes
altavoces
y
bueno,
corre
mucho
alcohol
y
también
drogas,
es
impresionante
como
corre
la
droga
ahora
en
las
fiestas.
Luego
vienen
los
problemas
de
salud,
eso
del
sida
está
ya
presente
en
nuestras
comunidades,
antes
ni
pensarlo.
Las
bodas
y
los
bautizos
son
difíciles
para
nosotros,
nos
hablan
desde
Nueva
York
y
quieren
saltarse
las
pláticas
prenupciales
y
las
de
los
padrinos,
sólo
porque
te
pueden
pagar
en
dólares
la
celebración
de
las
misas,
luego
te
ponen
en
el
dilema
de
si
no
se
las
haces,
pues
de
todas
maneras
se
llevarán
a
la
novia,
o
no
bautizarán
al
hijo.
Claro
que
no
son
todos,
pero
ya
tenemos
muchos
casos
así”.
(Sacerdote,
ex
párroco
de
Chila
de
la
Sal
e
Ixcamilpa
de
Guerrero,
Pue.
Ciudad
de
Puebla,
agosto
de
2002)
4. LAS FAMILIAS Y LOS ROLES
Algunos
migrantes
mixtecos
han
manifestado
recurrentemente
en
sus
testimonios,
que
en
el
desplazamiento
experimentan,
en
el
caso
de
los
hombres,
cierta
erosión
de
su
“sentido
de
masculinidad”,
pues
tienen
que
insertarse
en
el
mercado
de
trabajo
ocupando
los
lugares
disponibles,
generalmente
empleos
que
en
su
lugar
de
origen
o
en
la
región,
ellos
no
habrían
IR
Y
VENIR
309
IR
Y
VENIR
310
después
de
ocho
años
en
Nueva
York,
relata
su
experiencia:
“Yo
me
vine
a
eso,
a
trabajar,
estuve
en
restaurantes,
también
en
fábricas
y
limpiando
casas,
pero
luego
aprendí
cosas
y
ahora
trabajo
en
una
oficina
donde
hago
cosas
de
oficina,
en
la
computadora.
Nosotros
habíamos
ido
juntos
a
la
secundaria,
pero
cuando
llegamos
creo
que
a
mí
me
ha
ido
un
poco
mejor.
Él
como
que
piensa
que
a
veces
le
reclamo
eso,
pero
no.
A
los
hombres
de
allí
siempre
les
va
difícil
cuando
su
novia,
o
su
esposa
gana
más
que
ellos,
o
también
cuando
puede
tener
buenos
trabajos.
Hemos
pensado
en
regresarnos,
pero
yo
no
quiero
dejar
de
trabajar
y
sé
que
allí
será
para
estar
ya
en
la
casa.
Sí
me
gusta
la
casa,
pero
sé
que
allá
no
te
dejarán
hacer
otras
cosas.
Me
gusta
tener
mi
propio
dinero,
no
porque
no
lo
quiera
compartir,
sino
porque
le
puedo
dar
a
mi
mamá,
y
también
comprar
las
cosas
que
yo
también
quiero”.
(Mujer,
migrante
de
Tulcingo
de
Valle,
Bronx,
agosto
de
2001)
Estos
cambios
relacionales
con
el
interior
de
la
familia
han
provocado
modificaciones
en
las
estructuras
comunitarias;
algunos
vínculos
del
parentesco
parecen
relajarse,
aun
cuando
son
reafirmados
en
el
momento
en
el
que
regresan
(aunque
temporalmente)
a
las
comunidades
de
origen.
Comenta
un
padre
de
familia
lo
que
experimenta
en
relación
a
sus
hijos,
todos
ellos
inmigrantes,
algunos
radicados
en
Nueva
York,
otros
en
Chicago:
“Los
viejos
hemos
perdido
toda
autoridad
con
la
familia,
antes
nuestro
consejo
era
escuchado,
y
sobre
todo
las
mujeres
nos
obedecían.
Ahora
ya
ni
la
mujer,
mucho
menos
las
hijas,
tampoco
los
hijos
varones,
pues
desde
que
se
fueron
por
Nueva
York
mandan
dinero
y
eso
les
da
fuerza
para
mandar.
También
el
pueblo
escuchaba
la
opinión
de
los
más
viejos
y
tomaban
los
consejos,
ni
las
autoridades
ahora
se
interesan”.
(Hombre,
ex
bracero,
Tulcingo
de
Valle,
julio
de
2002)
Estos
cambios
de
percepción
y
de
práctica
en
las
relaciones
de
género,
aún
no
ge-‐
neralizados,
han
propiciado
también
algunos
desajustes
generacionales,
que
apuntan
a
conflictos
de
familias
entre
padres
e
hijos,
entre
hermanos
(mujeres
y
hombres),
entre
los
que
están
aquí
y
los
que
están
allá,
así
como
entre
vecinos,
compadres
(Mahler
1995;
Pessar
and
Mahler
2001);
IR
Y
VENIR
311
IR
Y
VENIR
312
IR
Y
VENIR
313
ruptura/continuidad
que
define
la
experiencia
de
vida
en
dos
sitios
diferentes,
y
a
las
redefiniciones
productos
del
contacto
con
una
heterogeneidad
y
diversidad
de
valores,
normas,
prácticas
y
experiencias
(Hall
2003).
Sin
embargo,
y
tal
como
señalan
Pessar
and
Mahler
(2001),
no
podemos
atribuirles
a
los
procesos
transnacionales
una
narrativa
de
liberación,
y
no
debemos
caer
en
el
falso
binarismo
en
el
cual
se
esencializa
y
se
privilegia
al
Primer
Mundo
como
el
sitio
singular,
por
ejemplo,
para
la
emancipación
de
la
mujer.
El
reto
consiste,
siguiendo
a
Pessar
y
Mahler,
en
observar
cómo
la
acción
cotidiana
está
inmersa
en
contextos
específicos
de
poder,
en
preguntarse
cómo
estas
acciones
pueden
afectar
tales
contextos
de
poder
(gendered
geographies
of
power)
y
en
ver
cómo
tal
empoderamiento
es
parte
de
la
dinámica
en
marcha
de
una
nueva
geometría
de
poder
en
un
espacio
de
transnacionalismo/globalidad
(Pessar
and
Mahler
2001).
Por
otro
lado,
los
portadores
de
tales
remesas
no
son
todos
ellos
migrantes
retornados,
pueden
ser
migrantes
en
tránsito
(transeúntes
del
circuito
migrante),
“turistas
en
su
propia
tierra”
(Hirai
2002)
o
bien,
migrantes
que
permanecen
en
Nueva
York,
pero
que
dadas
las
características
del
circuito
transnacional
y
de
la
intensidad
de
sus
flujos,
pueden
introducir
tales
repertorios
directamente
en
la
oportunidad
del
contacto
y
la
comunicación
con
sus
familias,
ya
sea
a
través
de
cartas,
postales,
fotografías,
e-‐mail,
llamadas
telefónicas,
videos,
visitas
que
ellos
realizan
a
sus
localidades,
pero
también
en
las
que
reciben
en
Nueva
York
(Levitt
2001).
En
consecuencia,
podemos
observar
que
este
cambio
en
el
rol
de
las
mujeres
y,
con-‐
secuentemente
en
alguna
medida
también,
en
el
de
los
hombres
deviene
de
la
adopción
de
valores,
pero
también
de
un
capital
social
adquirido
en
sus
trayectos
como
migrantes.
Tales
repertorios
enriquecidos
también
han
provocado
cierto
proceso
de
empoderamiento
de
las
mujeres
mixtecas
poblanas,
que
se
convierten
en
agentes
de
ese
espacio
social
al
poseer
cierta
competencia
social
asociada
a
la
adquisición
de
un
determinado
capital
social
y
simbólico
(Bordieu).
Si
bien
no
se
trata
de
un
fenómeno
generalizado,
podemos
detectar
algunas
tendencias
que
marcan
lo
que
identificamos
dentro
de
las
transformaciones
de
los
espacios
y
de
los
lugares
de
la
vida
migrante
y
como
tal,
impactan
tanto
en
las
comunidades
de
origen,
como
en
los
sitios
de
establecimiento.
Así,
existen
mujeres
empresarias
y
profesionales
que
transitan
también
en
el
circuito
migratorio
y
son
actoras
protagónicas
de
éste,
como
es
el
caso
de
algunas
consideradas
como
las
mejores
coyotes
y
polleras
especializadas
en
el
tránsito
de
personas
de
la
región
mixteca
IR
Y
VENIR
314
profunda.
Algunas
se
han
convertido
en
dirigentes
de
grupos
oriundos
de
Nueva
York,
que
se
organizan
alrededor
de
la
iglesia
católica,
pero
cuyas
actividades
trascienden
el
ámbito
propiamente
religioso,
al
grado
de
desempeñar
el
rol
de
interlocutoras
en
organizaciones
de
defensa
de
los
derechos
humanos
en
los
Estados
Unidos,
como
es
el
caso
de
dirigentes
de
grupos
barriales
de
la
Asociación
Tepeyac
en
Nueva
York.
Una
mujer,
migrante-‐pionera,
radicada
en
Nueva
York,
que
hacía
una
estancia
vacacional
en
Tulcingo
de
Valle,
nos
permite
ilustrar
este
proceso
en
la
región
mixteca:
“Yo
decidí
irme
un
día
y
me
convertí
en
la
primera
mujer
que
migraba
a
Nueva
York
desde
esta
región,
bueno
de
Tulcingo.
En
ese
entonces
iban
sólo
los
hombres
y
yo
quise
hacerlo
también
pues
quería
ayudar
a
mi
mamá.
Me
fui
en
1970
y
aquello
era
aún
más
difícil,
aun
cuando
fui
con
una
ahijada,
nadie
creía
en
nosotros,
menos
siendo
una
mujer.
Pero
he
trabajado
por
muchos
años
como
empleada
de
una
joyería,
ahora
voy
y
vengo
cuando
yo
quiero.
Tengo
papeles
y
creo
que
puedo
hacerlo.
En
el
barrio
donde
vivo
en
Nueva
York,
en
el
Bronx,
también
le
ayudo
a
los
otros,
les
cuento
mi
historia
y
ahora
tengo
muchos
ahijados.
Así
los
llamo
aunque
no
lo
son,
pues
son
muchachos
que
estaban
solos
y
que
los
he
orientado.
Todos
tenemos
derecho
a
una
vida
mejor
y
si
nuestro
país
no
la
puede
dar,
hay
que
ir
a
buscarla.
Eso
les
digo
también
a
los
de
acá,
sobre
lo
que
allí
ocurre,
para
que
entiendan
también
lo
que
es
irse”.
(Mujer,
migrante
radicada
en
el
Bronx,
NY,
Tulcingo
de
Valle,
abril
de
2002)
El
capital
social
acumulado
por
estas
mujeres,
jóvenes
migrantes
y
en
general
por
los
habitantes
de
estas
localidades
que
comparten
el
modo
de
vida
migrante,
se
ha
multiplicado
dada
su
experiencia
migratoria,
pero
fundamentalmente
como
resultado
del
proceso
de
aprendizaje
colectivo
derivado
del
hecho
de
enfrentarse
a
nuevas
condiciones
en
el
mercado
de
trabajo
y
a
una
sociedad
diferente
a
la
que
han
llegado
a
insertarse,
cuya
dinámica
cotidiana
implica
contacto
con
muy
diversos
grupos
nacionales
como
parte
de
la
experiencia
vivida
en
sus
lugares
de
vivienda,
socialización
y
trabajo.
En
estos
contextos,
el
juego
resistencia/transformación
configura
las
prácticas
de
la
identidad
de
estos
migrantes
mixtecos
poblanos.
El
flujo
constante
de
este
equipaje
migrante
a
través
de
las
remesas
socioculturales
y
IR
Y
VENIR
315
113
En
la
Mixteca
de
Puebla
(en
aproximadamente
15
municipios
del
área)
hubo
16.784
muertes
registradas
entre
1990
y
1999,
y
de
éstas
no
menos
del
98%
fueron
causadas
por
el
virus
VIH,
niveles
que
no
alcanzó
ninguna
otra
región
del
Estado
de
Puebla.
Certificados
de
defunción
del
Registro
Civil
del
Estado
de
Puebla
1990-‐1999,
citado
en
S.
Cortés
(2002).
114
Algunas
relacionadas
con
el
asma,
pero
también
con
problemas
de
atrofia
motriz
y
columna
vertebral,
son
las
más
comunes.
IR
Y
VENIR
316
1. LOS INTERCAMBIOS DE DOBLE DIRECCIÓN
Las
transformaciones
de
los
espacios,
lugares
y
prácticas
en
las
localidades
de
origen,
como
consecuencia
de
la
constitución
de
redes
migrantes
y
la
formación
de
un
circuito
migratorio
con
alta
movilidad,
no
provienen
exclusivamente
del
envío
de
dinero
y
del
tránsito
de
personas,
sino
también
del
intercambio
dinámico
de
bienes
sociales
y
culturales
que
cotidianamente
van
y
vienen
con
los
migrantes
a
través
del
circuito
entre
la
Mixteca
y
Nueva
York.
El
ir
y
venir
constante
de
imágenes
y
narrativas
que
conllevan
preceptos,
valores,
ideas,
creencias
y
prácticas
posibilita
la
reconstrucción
de
la
referencia
comunitaria
a
través
de
la
recreación
de
algunos
espacios
físicos
y
simbólicos,
sitios
de
identificación
colectiva
y
de
prácticas
de
la
identidad,
y
a
partir
de
la
exposición
de
su
equipaje
cultural
a
nuevos
o
diferentes
repertorios
sociales
y
culturales
de
otras
experiencias
y
de
nuevos
retos
en
los
sitios
de
arribo
en
Nueva
York.
Estas
transfiguraciones
de
los
espacios
y
lugares
afectan
a
los
múltiples
sitios
del
circuito
y
a
las
diferentes
prácticas
sociales
(Levitt
2001).
En
este
sentido,
los
repertorios
culturales
no
conocen
fronteras
y
la
posibilidad
de
que
los
diferentes
recursos
sociales
y
culturales
transiten
a
través
del
circuito
migratorio
suponen
configuraciones
complejas
de
redes
y
conectores,
sujetos
a
la
intensidad
de
los
flujos
y
a
la
vinculación
de
los
inmigrantes
con
sus
comunidades
de
origen.
En
esta
sección
presentaremos
la
forma,
los
mecanismos
y
las
modalidades
del
intercambio
a
través
del
circuito
para
establecer
las
bases
del
siguiente
apartado,
acerca
de
cómo
dicha
dinámica
de
intercambio
recrea
prácticas
de
organización,
de
identificación,
y
configura
o
recrea
nuevos
espacios
y
lugares
también
en
los
sitios
de
asentamiento
de
los
migrantes,
los
cuales
se
expanden
hacia
diferentes
localizaciones
en
el
circuito.
Así
las
redes,
además
de
ser
vistas
como
interacciones
de
personas
multilocalizadas,
pueden
ser
analizadas
igualmente
como
espacios
socioculturales
de
la
vida
migrante
expresados
justamente
en
la
dimensión
translocal,
y
en
ese
contexto,
las
remesas
como
vehículos
de
intercambio
constituyen
parte
de
las
políticas
de
transfiguración
de
tales
espacios,
las
cuales
no
son
necesariamente
coextensivas
(Girloy
2003).
Otorgarle
relevancia
al
intercambio
simbólico
que
tiene
lugar
entre
la
Mixteca
y
Nueva
York
no
significa
desdeñar
el
papel
que
juegan
las
remesas
de
dinero
en
las
localidades
de
la
Mixteca,
IR
Y
VENIR
317
pues
como
hemos
mostrado
en
la
sección
anterior,
tales
remesas
han
generado
transformaciones
visibles
del
paisaje
rural
y
han
impactado
también
las
relaciones
sociales.
Indudablemente,
la
supervivencia
de
muchos
de
los
pueblos
de
la
Mixteca
poblana
depende
en
gran
medida
de
las
remesas
económicas.
Particularmente,
éste
es
el
caso
de
la
Mixteca
profunda,
con
altos
niveles
de
marginalidad,
donde
el
principal
ingreso
local
está
basado
en
la
recepción
de
recursos
de
los
familiares
que
se
encuentran
en
los
Estados
Unidos.
Los
casos
de
Axutla
y
Chila
de
la
Sal
son
paradigmáticos
en
esta
porción
de
la
Mixteca;
mientras
que
a
nivel
de
la
Mixteca
poblana
el
promedio
del
ingreso
familiar
por
remesas
enviadas
desde
los
U.S.
representa
el
8%,
en
Axutla
y
Chila
oscila
entre
el
25%
y
el
40%
del
total
de
ingresos
monetarios
de
las
familias,
sin
contar
con
aquellos
ingresos
que
son
recibidos
directamente
a
través
de
mensajeros
particulares,
ni
con
las
inversiones
directas
que
las
familias
migrantes
realizan
en
la
compra
de
terrenos,
construcción
de
viviendas
o
establecimiento
de
negocios
(Cortés
2002).
La
transmisión
de
remesas
económicas
parece
tener
vehículos,
canales
y
mecanismos
identificables,
hasta
el
punto
que
éstas
pueden
ser
medidas
y
cuantificadas
en
las
localidades
migrantes,
estimando
sus
montos
más
allá
del
debate
actual
sobre
qué
transferencias
electrónicas
deberían
ser
consideradas
como
remesas,
o
sobre
las
cifras
reales
de
transferencias
desde
Estados
Unidos
a
México
a
partir
de
1996,
cuando
al
parecer
los
montos
de
los
flujos
de
remesas
han
sido
sobrestimados
por
El
Banco
de
México
(Lozano-‐Ascensio
2003).
En
el
caso
de
los
intercambios
no
monetarios,
a
pesar
de
que
han
sido
estudiados
y
ampliamente
documentados
en
diversas
regiones
de
México
y
en
sus
puntos
de
destino,
los
mecanismos
de
transmisión,
vehículos
y
procesos
de
recepción/emisión,
creación/transmisión,
han
sido
menos
tratados,
en
general
en
lo
que
se
refiere
al
impacto
sociocultural
de
tales
intercambios.
Fundamentalmente
se
ha
abordado
el
impacto
que
los
inmigrantes
tienen
sobre
las
comunidades
de
origen
y,
de
alguna
forma
también,
el
que
los
migrantes
ejercen
sobre
los
lugares
de
establecimiento
en
los
Estados
Unidos,
pero
en
menor
medida
se
han
atendido
las
dimensiones
que
se
refieren
a
la
construcción
de
los
espacios
y
de
los
lugares
específicos
de
la
vida
migrante.
Existen
diversas
investigaciones
relativas
a
los
mercados
de
trabajo
y
a
la
incorporación
económica
de
los
inmigrantes,
de
los
cambios
demográficos
en
los
barrios,
de
la
instalación
de
negocios,
de
la
constitución
de
nichos
laborales,
de
diversas
formas
de
IR
Y
VENIR
318
incorporación
e
inserción
en
los
mercados.
Frente
a
ello,
hay
una
atención
mucho
menor
a
los
procesos
de
apropiación
de
espacios
físicos
y
simbólicos
y
al
poder
transformador
del
bagaje
cultural
de
estos
inmigrantes,
personas
sencillas,
no
necesariamente
empresarios,
intelectuales
o
artistas.
Hay
que
prestarle
entonces
mayor
atención
a
las
transfiguraciones
producidas
en
el
constante
encuentro
con
otros
grupos
y
con
los
semejantes
en
la
experiencia
del
desplazamiento;
es
decir,
a
cómo
son
vividos
los
lugares,
cómo
las
marcas
culturales
de
su
paso
por
esos
lugares
han
permitido
transformarlos
a
través
del
“performance”
de
sus
celebraciones,
lugares
de
encuentro,
tradiciones
locales
y,
en
suma,
todas
las
prácticas
que
los
remiten
a
una
identidad
local
vinculada
a
un
lugar
de
origen
distinto
y
representada
en
la
vida
migrante.
Cómo,
finalmente,
esta
condición
migrante
posibilita
la
configuración
de
otras
prácticas
de
identidad
en
los
sitios
de
establecimiento.
Si
bien
las
identificaciones
locales
suelen
tener
un
peso
importante
en
las
formas
en
que
los
inmigrantes
establecen
relaciones
y
se
insertan
en
los
puntos
de
asentamiento,
queremos
observar
cómo
se
lleva
a
cabo
esa
criollización
de
los
imaginarios
y
de
los
lugares
en
este
proceso
de
la
construcción
de
la
vida
transnacional
(Kearney
1995)
y
de
allí
mi
interés
por
observar
los
intercambios
simbólicos
mas
allá
de
las
remesas
económicas
y
de
la
ubicación
de
los
migrantes
en
los
mercados
de
trabajo.
Indudablemente,
los
intercambios
en
estos
espacios
transnacionalizados
(Guarnizo
1992)
tienen
una
doble
dirección;
los
bienes
simbólicos
van
y
vienen
al
igual
que
las
personas
y
el
dinero.
En
la
Mixteca
profunda,
por
ejemplo,
las
casas
de
cambio
y
de
envío
de
paquetería
y
de
dinero
se
encuentran
saturadas
mayormente
por
mujeres,
hombres
mayores
de
50
años
y
jóvenes
que
esperan
recibir
el
dinero
para
cubrir
los
gastos
semanales,
sea
para
resolver
una
emergencia
médica,
o
bien
para
continuar
la
construcción
de
una
casa
o
el
establecimiento
de
un
negocio.
No
obstante,
esas
mismas
agencias
de
paquetería
se
encuentran
también
siempre
dispuestas
a
embalar
los
paquetes
que
desde
la
Mixteca
envían
a
sus
familias
en
Nueva
York;
entre
éstos
encontramos
un
sinnúmero
de
artículos
y
productos
no
autorizados
a
ser
transportados
a
los
Estados
Unidos,
los
cuales
son
enviados
diariamente
a
través
de
servicios
locales
de
paquetería:
Delgado
Travel,
Penafort
Envíos,
Tulcingo-‐New
York
Express
y
Tulcingo
Travel
son
algunos
de
los
IR
Y
VENIR
319
negocios
en
la
rama
de
transporte
de
la
región.115
Los
envíos
desde
la
Mixteca
pro-‐
funda
contienen
desde
fotografías
y
videos,
salsas
caseras
y
recaudos
hasta
conservas
de
ciruela
y
otras
frutas,
chiles
secos
de
diversos
tipos,
semillas
de
guaje,
capulines,
hojas
de
hierba
santa,
chocolate,
estampas
de
santos
y
vírgenes
locales,
escapularios,
velas
y
agua
bendita,
tlaxcales,116
pan
recién
horneado,
pipianes
y
moles
caseros,
quesos
frescos,
e
incluso
carnes
preparadas
como
chivo
a
la
barbacoa,
cecina
y
enchilada.
Al
respecto,
una
mujer
no-‐migrante
comenta
sobre
su
más
reciente
envío
a
Nueva
York
y
el
sentido
que
le
otorga
al
hecho
de
transportar
un
bien
local
para
sus
familiares,
que
son
remitidos
por
el
sabor
de
la
familia,
de
la
casa
y
de
la
localidad
de
origen:
“En
Navidad
tenía
mucha
desazón
porque
todos
mis
hijos
están
en
Nueva
York
y
no
estarían
este
año
con
nosotros,
algunos
tienen
papeles
y
otros
no
los
tienen
y
se
ha
vuelto
peligroso
estar
viniendo.
Le
dije
a
mi
marido,
ahora
les
voy
a
cocinar
lo
que
más
les
gusta
y
se
los
envío
ya
al
punto
para
que
allá
lo
calienten.
Les
preparé
un
chivito
con
todos
sus
condimentos
y
recaudos,
un
chivo
bien
preparado
en
barbacoa
de
hoyo...
En
la
madrugada
salió
listo
y
se
los
mandé
en
uno
de
esos
trastes
grandes
donde
estaba
congelado,
no
se
escurre
y
llega
buenesito.
Tardaron
dos
días
en
entregarlo
porque
el
que
hace
los
envíos
se
olvidó
de
ese
traste
que
puso
en
su
cajuela
del
carro,
pero
como
en
Nueva
York
estaba
nevando,
pues
ni
se
echó
a
perder.
Mis
hijos
se
lo
comieron
al
otro
día
y
me
hablaron
para
decirme
que
estaba
muy
bueno.
Una
se
siente
contenta
cuando
lo
que
se
hace
aquí,
se
quiere
mucho
allá”.
(Mujer,
ama
de
casa,
no-‐
inmigrante,
Tulcingo
de
Valle,
febrero
de
2003)
La
institucionalización
de
las
redes,
en
cuanto
al
circuito
se
refiere,
ha
permitido
que
tales
envíos
sean
posibles;
los
propietarios
de
estos
negocios
generalmente
cuentan
con
documentos
migratorios
para
entrar
a
los
EE.UU.,
pero
fundamentalmente
han
adquirido
un
capital
social
en
la
experiencia
migratoria
y
dicho
capital
permite
que
su
iniciativa
empresarial
sea
viable,
dadas
las
características
del
trayecto
que
descansa
sobre
fuertes
redes
de
solidaridad,
pero
al
mismo
tiempo
115
En
noviembre
de
2003,
había
8
establecimientos
para
el
envío
y
recepción
de
paquetería
y
de
dinero
en
la
cabecera
municipal
de
Tulcingo
de
Valle,
Puebla.
116
Son
panecillos
locales
que
se
preparan
para
el
día
de
los
muertos
durante
el
mes
de
noviembre,
y
que
por
su
resistencia
pueden
comerse
durante
los
siguientes
6
meses,
sin
necesidad
de
refrigeración.
IR
Y
VENIR
320
su
actividad
cotidiana
que
conecta
diferentes
espacios
y
vincula
imaginarios,
también
fortalece
la
densidad
de
las
propias
redes
y
del
circuito
(Guarnizo
1992).
Estos
negocios
indudablemente
transnacionales,
están
regularmente
conectados
a
otros
establecimientos
de
paquetería
en
las
diferentes
áreas
de
la
Mixteca
y
hacia
la
región
de
Atlixco-‐Ciudad
de
Puebla,
ensanchando
redes
y
contactos
regionales,
creando
de
este
modo
complejas
conexiones.
Particularmente,
algunos
negocios
de
paquetería
de
la
región
de
Tulcingo
se
conectan
con
Izucar
de
Matamoros
y
Huaquechula,
donde
se
integran
cargas
mayores
para
enviarlas
hacia
la
frontera,
y
de
allí
establecer
contactos
en
la
aduana,
donde
finalmente
uno
de
los
empresarios
pasa
con
la
carga
y
la
lleva
hasta
Nueva
York
por
vía
aérea.
El
costo
del
envío
de
los
paquetes
transportados
desde
la
Mixteca
hacia
Nueva
York
se
paga
en
su
mayoría
al
momento
de
la
recepción,
de
tal
suerte
que
muchos
familiares
que
acostumbran
a
enviar
bienes
perecederos
sólo
deben
pagar
el
costo
del
envase
de
plástico
y
de
cartón
ofrecido
en
las
agencias
de
paquetería.
El
resto
del
costo
es
pagado
en
la
ciudad
de
Nueva
York
por
quienes
lo
reciben;
de
tal
suerte
que,
la
continuidad
y
dinámica
de
este
negocio
está
basada
en
el
hecho
de
que
las
personas
involucradas
en
esos
espacios
(entre
NYC
y
la
Mixteca)
mantienen
contactos
frecuentes
y
cotidianos,
generan
envíos
en
ambas
direcciones,
pero
fundamentalmente
en
el
hecho
de
que
las
personas
siguen
manteniendo
vidas
duales,
y
justamente
estas
características
son
las
que
le
otorgan
la
dimensión
transnacional
a
estos
negocios,
a
los
flujos
y
a
los
intercambios
y,
por
extensión,
a
estos
espacios
(Guarnizo
1992;
Portes
1997;
Levitt
2001).
Obviamente,
no
todo
el
año
los
servicios
de
paquetería
mantienen
la
misma
demanda,
los
momentos
de
las
celebraciones
locales
y
fechas
relevantes
del
calendario
religioso
generan
un
volumen
mayor
de
envíos.
Un
habitante
de
Tulcingo
nos
comenta
cómo
cambia
el
monto
de
la
carga
el
Día
de
los
Muertos,
a
principios
del
mes
de
noviembre:
“Ahora
en
Todos
Santos,
el
camión
se
fue
recopeteado
de
paquetes
de
aquí
para
allá.
No
cupo
ni
en
la
camioneta
de
redilas.
Mandaron
mucho
pan
de
esos
días,
de
los
muertos,
chocolate
y
pasta
de
mole,
para
que
allá
los
pongan
también
en
las
ofrendas
de
los
familiares
y
también
para
que
se
lo
coman,
claro,
pero
es
lo
de
esos
días
y
según
los
días
que
sean
se
van
mandando
otras
cosas.
Por
eso
lo
del
chivo
para
otras
fechas
también
y
así
va
IR
Y
VENIR
321
cambiando.
Aunque
también
se
manda
de
todo
cuando
alguien
quiere,
pero
cuando
va
a
haber
una
fiestecita
o
alguna
fecha
especial,
pues
se
mandan
otras
cosas,
según”.
(Hombre,
ex
bracero,
Tulcingo
de
Valle;
febrero
de
2003)
Las
imágenes
(fotos
tanto
de
familiares
como
de
los
avances
conseguidos
en
las
construcciones,
de
las
nuevas
reses
o
chivos
adquiridos
con
el
dinero
enviado,
videos
de
fiestas
de
cumpleaños
y
celebraciones
en
general,
fundamentalmente
las
de
los
santos
patrones),
narrativas,
que
crean
también
imágenes
(en
las
llamadas
telefónicas
y
cartas
donde
relatan
el
acontecer
cotidiano
en
las
localidades),
los
discursos
(en
tanto
relatos
normativos,
consejos
a
los
hijos,
recomendaciones,
recetas
de
cocina,
entre
otros)
y
bienes
en
general
transportados
desde
la
Mixteca
hacia
Nueva
York,
de
la
misma
forma
que
desde
Nueva
York
hacia
la
Mixteca,
contribuyen
al
dinamismo
del
circuito
migratorio
y
crean
espacios
para
el
intercambio
translocal.
Después,
en
la
intensidad
de
los
flujos,
permiten
la
construcción
de
vínculos
para
actualizar
la
pertenencia
local
a
través
del
“rememorar”
parte
de
su
pasado
común
(Connerton
1989),
a
través
de
sus
particulares
objetos,
recursos
y
bienes
sociales
y
culturales
que
los
remiten
a
sus
lugares
de
origen,
tanto
a
su
lugar
de
nacimiento
y
de
socialización
primaria,
en
el
caso
de
los
jóvenes
y
de
los
adultos.
Por
otro
lado,
en
el
caso
de
los
niños
nacidos
en
Nueva
York
o
de
aquellos
que
se
desplazaron
a
temprana
edad,
les
permite
aprender
del
pasado
de
dónde
vienen,
en
el
sentido
de
aludir
a
la
pertenencia
primaria
de
sus
antecesores,
desde
el
lugar
donde
el
desplazamiento
se
genera.
Por
supuesto,
el
tránsito
de
estos
bienes
permite
también
establecer
el
vínculo
entre
el
pasado
y
el
presente
(Connerton
1989;
Fortier
2000).
En
este
caso
nos
permite
seguir
delineando
la
figura
del
circuito
migratorio
Mixteca-‐Nueva
York-‐Mixteca.
Así,
además
del
dinero
por
concepto
de
remesas
económicas,
los
inmigrantes
en
Nueva
York
también
envían
hacia
sus
localidades
de
origen
una
serie
de
bienes,
imágenes,
narrativas
(ya
sea
a
través
de
la
música,
postales,
fotografías,
historias,
vivencias
personales
y
bienes
materiales
en
general),
que
portan
también
creencias,
valores,
preceptos
para
la
acción,
transmiten
hábitos,
los
cuales
representan
bienes
simbólicos
para
estas
comunidades,
pueden
transfigurar
escenarios
y
espacios,
lo
mismo
que
generar
conflictos
y
desajustes,
—tal
y
como
hemos
observado
en
la
sección
anterior—.
Finalmente,
estos
intercambios
permiten
ampliar
los
horizontes
y
concepciones
del
entorno
social,
que
permiten
crear
IR
Y
VENIR
322
microesferas
públicas
locales
(expandiendo
los
espacios
sociales
entre
las
sociedades
de
origen
y
de
establecimiento)
que
estabilizan
el
orden
social
presente,
en
la
medida
en
que
otorgan
sentido
a
la
experiencia
presente
del
desplazamiento,
al
trazar
líneas
de
continuidad/ruptura
desde
el
pasado
en
las
localidades
mixtecas
y
hacia
los
espacios
de
asentamiento
(Fraser
1991;
Mahler
1998;
Fortier
2000;
Levitt
2001).
2. LAS REMESAS SOCIOCULTURALES
En
este
apartado
analizaremos
las
modalidades
a
través
de
las
cuales
los
bienes
o
recursos
sociales
y
culturales
pueden
convertirse
en
remesas
socioculturales,
en
cuanto
que
desestabilizan
identidades,
generan
cambios
en
los
espacios
y
en
los
lugares,
pero
fundamentalmente,
como
sugiere
Levitt
(2001),
introducen
elementos
que
pueden
generar
cambios
en
las
estructuras
normativas
y
el
sistema
de
prácticas
en
la
dinámica
de
las
familias
de
inmigrantes
que
permanecen
en
sus
localidades,
en
nuestro
caso,
de
quienes
habitan
en
la
Mixteca
profunda.
Hemos
partido
recuperarando
el
concepto
de
remesa
social
que
utiliza
Levitt
(1999
y
2001)
para
hacer
referencia
a
las
ideas,
conductas,
identidades
y
capital
social
que
fluyen
desde
los
lugares
de
asentamiento
hacia
las
comunidades
de
origen.
En
el
caso
de
la
Mixteca
profunda,
hemos
hablado
de
remesas
socioculturales,
dado
que
el
alto
contenido
“performativo”
de
éstas
nos
permite
aludir
no
sólo
al
nivel
de
las
relaciones
sociales
en
las
cuales
se
recrean,
trasmiten
y
renegocian,
sino
a
los
espacios
de
transfiguración
de
las
prácticas
de
la
identidad
de
los
involucrados
en
el
circuito.
Dichas
prácticas
están
inscritas
en
una
dimensión
“performativa”
de
la
cultura
que
vincula
espacios
distantes,
e
igualmente
propicia
la
emergencia
de
experiencias,
imaginarios
y
de
otras
expresiones
de
identificación
y
de
pertenencia
colectiva
en
los
sitios
del
desplazamiento,
impactando
múltiples
sitios
del
circuito.
Asimismo,
hablar
de
remesas
socioculturales,
a
diferencia
de
las
remesas
sociales
(Levitt
2001)
en
un
circuito
migrante,
alude
a
envíos
de
doble
dirección
(o
de
trayectoria
circular),
desde
las
sociedades
del
establecimiento
hacia
los
sitios
donde
los
desplazamientos
son
generados
y
viceversa.
La
idea
de
circuito
migratorio
nos
permite
al
mismo
tiempo
romper
analíticamente
con
las
nociones
de
la
existencia
de
un
centro
y
una
periferia,
al
menos
en
términos
de
los
intercambios
simbólicos,
aunque
en
términos
de
las
remesas
económicas
la
dirección
sea
IR
Y
VENIR
323
efectivamente
clara,
y
que
los
centros
de
atracción
de
mano
de
obra,
de
trabajo,
de
capital
y
de
dinero
sean
obviamente
los
lugares
de
asentamiento
en
los
Estados
Unidos.
De
estos
lugares
de
asentamiento
sale
buena
parte
de
las
remesas
hacia
los
lugares
de
origen,
pero
en
relación
con
los
bagajes
socioculturales,
más
bien
simbólicos,
la
circularidad
permite
pensar
justamente
en
flujos
de
doble
vía
y
en
múltiples
espacios
emergentes
que
apuntan
hacia
configuraciones
identitarias
diversas.
Al
menos
esto
sugiere
el
trabajo
de
campo
realizado
sobre
los
migrantes
que
se
desplazan
entre
la
región
Mixteca
profunda
y
la
ciudad
de
Nueva
York.
Veamos
algunas
consideraciones
teóricas
sobre
la
problemática
de
las
remesas
sociales.
A
partir
del
caso
de
inmigrantes
dominicanos
provenientes
de
Miraflores
y
asentados
en
Jamaica
Plains,
un
vecindario
de
la
ciudad
de
Boston,
Levitt
(2001)
ha
realizado
un
excelente
análisis
sobre
las
remesas
sociales
de
estos
inmigrantes
y
de
cómo
éstas
permiten,
además
de
otros
fenómenos,
hacer
de
Miraflores
una
villa
transnacional.
Según
Levitt,
las
remesas
sociales
pueden
transformar
la
villa
o
aldea
en
términos
positivos
o
negativos.
Levitt
distingue
dos
tipos
de
flujos;
el
primero,
que
llama
remesas
sociales,
alude
a
las
ideas,
conductas,
identidades
y
capital
social
que
fluyen
en
una
sola
dirección,
es
decir,
desde
Boston
hacia
Miraflores;
y
un
segundo
tipo,
identificado
con
recursos
sociales
y
culturales,
que
se
refiere
a
lo
que
los
migrantes
traen
consigo
a
los
países
que
son
receptores.
Este
segundo
tipo
de
flujo
puede
producir
diversos
fenómenos,
desde
empresarios
inmigrantes,
desarrollo
comunitario,
integración
política
y
otros
comportamientos
semejantes.
A
nivel
micro,
Levitt
supone
que
estos
recursos
sociales
y
culturales
se
transforman
en
el
país
receptor
y
se
transmiten
a
las
comunidades
de
origen,
como
nuevos
productos
culturales
que
emergen
e
interpelan
las
vidas
de
quienes
permanecen
en
los
llamados
lugares
de
origen.
Siguiendo
los
argumentos
de
Levitt
(2001)
existirían
diversas
formas
de
difusión
de
las
culturas
globales.
Una
primera
aludiría
al
nivel
macro,
propiamente
a
las
instituciones
y
regímenes
que
logran
diseminarse
a
través
del
sistema
económico
y
político.
Y
una
segunda
forma
a
nivel
micro
que
se
referiría
básicamente
a
la
manera
en
que
las
personas
ordinarias
son
creadoras
y
portadoras
de
cultura
a
nivel
local:
“Migrants
send
or
bring
back
the
values
and
practices
that
have
been
exposed
to
and
add
these
social
remittances
to
the
repertoire,
both
expanding
and
transforming
it”.
(p.
IR
Y
VENIR
324
55).117
La
diseminación
de
estas
remesas
está
sujeta
a
la
densidad
y
fortaleza
de
estas
redes
migrantes
y
a
la
evolución
de
las
mismas.
A
partir
de
su
estudio
de
campo,
el
especialista
en
transnacionalismo
observa
tres
posibilidades
de
evolución
de
las
remesas.
En
una
primera
modalidad,
las
decisiones
de
los
cursos
de
acción
son
tomadas
en
relación
a
los
esquemas
interpretativos
que
los
migrantes
traen
consigo,
ya
que
la
sociedad
de
origen
y
la
manera
de
adquirir
o
de
adaptar
otros
puntos
de
vista
está
mediada
por
esta
estructura
original.
Sin
em-‐
bargo,
puede
ser
que
algunas
ideas
y
prácticas
no
les
funcionen
y
que
no
las
adapten
a
las
nuevas
circunstancias.
En
otros
casos,
nuevos
elementos
son
introducidos
en
los
ya
existentes
y
se
genera
un
proceso
de
criollización/combinación,
del
cual
emergen
nuevas
formas
de
relación
y
de
patrones
culturales.
Estos
diferentes
grados
de
evolución
de
las
remesas
están
sujetos
a
condiciones
estructurales
de
las
comunidades
migrantes
en
sus
nuevos
lugares,
como
su
inserción
en
el
mercado
de
trabajo,
el
tipo
de
empleo,
el
capital
social,
el
aprendizaje
del
idioma,
las
nuevas
rutinas,
en
fin,
diferentes
niveles
de
contacto
con
la
sociedad
receptora.
Para
explicar
la
dinámica
del
contacto
con
otros
repertorios
culturales,
Levitt
construye
tres
tipos
ideales
de
generadores/portadores
de
remesas.
El
primero
es
el
receptor-‐
observador
que
se
refiere
a
aquellos
que
no
tienen
contacto
con
otras
personas
fuera
del
grupo
latino
en
sus
lugares
de
establecimiento
en
los
Estados
Unidos,
quienes
se
tratan
en
su
mayoría
de
mujeres
que
no
trabajan
fuera
de
casa
y
que
permanecen
en
el
hogar,
mientras
sus
compras
y
actos
de
socialización,
en
el
caso
de
los
Mirafloreños,
se
limitan
a
la
interacción
con
otros
dominicanos.
El
segundo
tipo
es
el
instrumental-‐adaptador
que
por
necesidad
adquiere
otras
destrezas
y
adopta
nuevas
rutinas
por
razones
prácticas
generalmente
vinculadas
con
su
empleo.
Al
aludir
al
tercer
tipo,
el
del
innovador
in-‐
tencional,
Levitt
utiliza
la
figura
de
una
esponja
para
referirse
a
aquel
agente
que
busca
deliberadamente
los
cambios
para
aprender
de
ellos,
de
tal
suerte
que
los
innovadores
incorporan
creativamente
lo
que
aprenden
y
observan
fuera
de
su
grupo,
combinándolo
con
sus
ideas
y
prácticas,
expandiendo
y
extendiendo
así
sus
repertorios
culturales.
Para
Levitt,
lo
sustantivo
de
las
remesas
sociales
es
lo
hibridizado
de
los
recursos
sociales
y
culturales
de
los
migrantes.
En
estas
remesas,
se
distinguen
tres
tipos
básicos:
las
estructuras
117
Los
migrantes
envían
o
traen
consigo
los
valores
y
las
prácticas
a
las
que
se
han
visto
expuestos
y
suman
estas
remesas
sociales
que
expanden
y
transforman
el
repertorio
original.
IR
Y
VENIR
325
normativas
que
se
refieren
a
las
ideas,
a
los
valores
y
a
las
creencias;
bien
sean
normas
de
conducta,
responsabilidad
familiar,
participación
comunitaria
y
principios
de
respeto
y
convivencia.
Los
sistemas
de
prácticas
son
a
su
vez
acciones
que
han
sido
modeladas
por
estructuras
normativas,
refiriéndose
básicamente
a
prácticas
organizacionales,
rituales
religiosos
y
formas
de
participación
en
grupos
cívicos.
Un
tercer
tipo,
apunta
Levitt,
sería
el
del
capital
social
que
se
asocia
con
prestigio,
status
y
experticia
(Bordieu)
y
al
que
se
le
agrega
la
noción
del
capital
social,
los
contactos,
la
experiencia
y
el
capital
simbólico
acumulado
por
los
migrantes
en
su
trayecto.
Para
diferenciarlo
de
cualquier
otro
flujo
global,
Levitt
sugiere
que
las
remesas
tienen
mecanismos
de
transmisión
diferentes
a
los
procesos
de
diseminación
de
las
culturales
globales.
Los
mecanismos
de
transmisión
de
las
remesas
son
identificables,
de
tal
forma
que
podemos
detectar
las
vías
por
las
cuales
viajan
las
remesas,
sus
recursos
y
destinos.
A
diferencia
de
los
flujos
globales,
éstas
son
transmitidas
sistemáticamente
e
intencionalmente.
Son
transmitidas
a
través
de
personas
que
se
conocen
y
que
están
personalmente
conectadas.
Adicionalmente,
las
remesas
se
distinguen
de
los
flujos
globales
por
el
tiempo
invertido
en
la
transmisión,
el
cual
es
corto
y
expedito.
Finalmente
el
impacto
de
estas
remesas
depende
de
las
diferencias
relativas
entre
los
países
emisores
y
sus
receptores,
y
de
la
frecuencia
de
su
transmisión
(Levitt
2001:
55-‐69).
Para
concluir,
podríamos
decir
que
en
el
caso
de
los
migrantes
mixtecos
de
Nueva
York,
el
contenido
hibridizado
de
las
remesas
socioculturales
y
su
movimiento
circular
de
flujos
nos
permite
observar
transfiguraciones
de
espacios
y
de
lugares,
al
igual
que
cambios
de
prácticas,
tal
como
lo
hemos
venido
mostrando
en
las
diferentes
fases
de
formación
del
circuito
migratorio
Mixteca-‐NuevaYork-‐Mixteca.
En
las
diversas
etapas
de
la
migración
puede
observarse
cómo
las
remesas
económicas
han
impactado
en
las
localidades,
pero
también
cómo
los
nuevos
repertorios
culturales,
-‐que
incluyen
el
capital
social-‐
son
introducidos,
y
en
algunos
casos
adoptados
y
combinados
con
los
propios.
Se
genera
en
consecuencia
una
diversificación
de
estrategias
de
traslado
y
de
transporte
asociados
con
efectos
tales
como
los
sofisticados
servicios
de
peaje,
paquetería,
cambios
en
el
paisaje
de
los
parajes
rurales,
alteraciones
en
las
relaciones
familiares
y
los
roles
sociales,
modificaciones
en
algunas
formas
de
celebración,
junto
con
otras
modificaciones
señaladas
en
las
páginas
anteriores.
Estas
transfiguraciones
muestran
mecanismos
que
atraviesan
las
redes
y
que
evidencian
a
los
portadores
de
dichas
remesas.
IR
Y
VENIR
326
Lo
que
queremos
subrayar
es
que
estos
nuevos
productos
culturales
emergentes
implican
una
resignificación
desde
el
mismo
momento
en
que
son
problematizados,
cuestionados
e
incorporados
parcialmente
en
las
prácticas
de
las
familias
mixtecas,
y
en
ese
proceso
se
crean
nuevos
sentidos
y
se
otorgan
otros
significados
a
estas
prácticas,
pero
también
a
los
espacios
y
lugares
de
referencia
colectiva.
En
este
sentido,
las
remesas
socioculturales,
como
producto
de
la
intersección
de
imaginarios,
de
preceptos,
de
ideas
y
de
creencias
de
personas
concretas
que
llegan
a
las
localidades
de
origen,
son
dotadas
de
nuevos
significados
y
reenviadas
hacia
Nueva
York
a
través
de
los
mismos
vehículos
que
facilitaron
su
traslado
en
la
otra
dirección;
de
tal
suerte
que,
en
cuanto
que
contienen
también
preceptos,
ideas,
valores,
y
capital
social,
pueden
generar
transfiguraciones
en
los
diversos
sitios
donde
los
migrantes
mixtecos
se
localizan
en
Nueva
York.
Igualmente
estas
remesas
llegan
a
impactar
los
espacios
de
socialización,
en
las
prácticas
de
otros
migrantes
mexicanos
y
también
probablemente
en
las
de
otros
grupos
étnicos
con
los
cuales
los
mexicanos
comparten
espacios
habitacionales,
espacios
de
socialización
(iglesia,
parques,
escuelas,
fiestas,
entre
otros)
y
lugares
de
trabajo.
Hasta
el
momento,
todos
los
efectos
de
la
migración
circular
que
hemos
presentado
aluden
a
transfiguraciones
en
las
localidades
de
origen,
pero
sin
duda,
la
migración
de
mixtecos
a
Nueva
York
también
ha
generado
transfiguraciones
en
Nueva
York,
relacionados
con
los
procesos
de
apropiación
del
espacio,
con
el
intercambio
simbólico
y
con
la
emergencia
de
prácticas
que
se
enmarcan
en
las
intersecciones
de
imaginarios,
donde
se
construye
el
sentido
de
comunidad
a
partir
de
espacios
y
lugares
de
identificación
colectiva
y
de
prácticas
de
la
identidad.
IR
Y
VENIR
327
INTRODUCCIÓN
El
interés
por
estudiar
el
fenómeno
migratorio
atenguillense118
mediante
la
exploración
de
conceptos
como
“creatividad
simbólica”
y
“recursos
simbólicos”,
nació
a
partir
de
observaciones
empíricas
que
sugieren
el
uso,
por
parte
de
los
migrantes
y
de
sus
familias,
de
cierta
tecnología
denominada:
“tecnología
personal”,
relacionada
con
la
creación
de
novedosas
formas
culturales
de
interacción
en
un
contexto
de
migración
internacional.
El
objetivo
principal
pretende
evidenciar
cómo
los
migrantes
hacen
patente,
a
través
del
uso
de
diversas
formas
simbólicas,
su
apego
al
terruño
y
cómo
se
perfilan
en
cuanto
actores
que
construyen,
renuevan
y
mantienen
vínculos
de
pertenencia
con
su
comunidad
de
origen.
En
primer
lugar,
se
presenta
una
breve
descripción
del
fenómeno
migratorio
en
Atenguillo,
en
donde
existe
un
arraigo
ya
centenario
en
la
localidad.
Los
movimientos
migratorios
hacia
los
Estados
Unidos
se
iniciaron
a
finales
del
siglo
XIX,
tradición
que
se
ha
perpetuado
hasta
nuestros
días.
En
la
actualidad,
Canadá
representa
otra
opción
como
mercado
laboral
para
los
atenguillenses.
A
continuación
se
exponen
los
ejes
conceptuales
que
sustentan
la
investigación,
con
el
propósito
de
explicitar
las
siguientes
categorías
de
análisis:
el
poder
simbólico,
la
creatividad
118
“Atenguillenses”
gentilicio
para
denominar
a
las
personas
oriundas
del
municipio
de
Atenguillo,
Jalisco,
México.
IR
Y
VENIR
328
119
Idea
tomada
del
seminario
“Globalización
y
Cultura”
que
impartió
James
Lull,
en
la
Universidad
de
San
Luis
Potosí,
del
10
al
12
de
abril
de
2002.
IR
Y
VENIR
329
IR
Y
VENIR
330
el
ánimo
de
hacer
una
casita
para
venir
a
descansar,
para
venir
a
las
fiestas
de
nuestros
pueblos
y
para
venir
el
día
de
mañana
cuando
ya
estén
pensionados
y
eso
es
muy
agradable;
es
agradable
porque
además
no
habemos
un
solo
familiar
que
no
tengamos
otro
en
Estados
Unidos;
de
mis
hermanos
están
nueve
allá
y
nueve
aquí,
entonces
eso
hace
que
fluya
la
divisa
norteamericana,
y
de
ello
estos
pueblos
sobreviven
en
gran
porcentaje
y
eso
es
lo
que
ha
motivado
a
uno
a
superarse
en
muchos
sentidos,
en
higiene,
en
salud,
en
educación....
(Entrevista
con
José
Rodrigo
O´Brien:1988)
Atenguillo
es
un
“semillero”
de
migrantes.
La
cultura
atenguillense
no
se
explica
sin
su
práctica
migratoria.
El
fenómeno
de
la
migración
en
Atenguillo,
se
encuentra
estrechamente
vinculada
a
la
cotidianidad,
a
la
convivencia
y
a
la
supervivencia
económica
de
los
lugareños;
la
ida
al
“norte”
está
asociada
al
progreso
y
a
la
seguridad
económica
familiar.
Es
difícil
imaginar
que
los
flujos
migratorios
hacia
Estados
Unidos
se
puedan
revertir;
más
bien
se
observa
la
tendencia
a
perpetuar
la
tradición
migratoria
de
la
localidad
iniciada
a
principios
del
siglo
XX.
EJES CONCEPTUALES
IR
Y
VENIR
331
que
existe
una
revaloración
por
parte
de
los
actores,
de
sus
particularismos
locales
y
de
su
cultura
(Jiménez
1996).
Bajo
esta
perspectiva
se
sustenta
el
argumento
del
presente
trabajo.
Si
partimos
de
la
idea
de
que
la
cultura
“es
un
modo
particular
de
vida”
y
que
éste
a
su
vez
es
moldeado
por
valores,
tradiciones,
creencias,
objetos
materiales
y
por
un
territorio,
entonces
es
posible
entenderla
como
una
realidad
compleja
y
dinámica
en
donde
se
mezclan
diversos
ingredientes:
personas,
cosas,
filosofías,
escenarios
y
contextos.
Este
modo
de
comprender
la
cultura
nos
conduce
a
lo
que
Thompson
describió,
ya
hace
más
de
una
década,
como
“la
concepción
estructural
de
la
cultura”.
Esta
concepción
enfatiza
tanto
el
carácter
simbólico
de
los
fenómenos
culturales
como
el
hecho
de
que
estos
fenómenos
se
inserten
siempre
en
contextos
sociales
estructurados.
Si
nos
servimos
de
esta
óptica
para
analizar
los
fenómenos
culturales,
implicaría
prestar
más
atención
al
estudio
de
las
formas
simbólicas,
es
decir,
a
las
acciones,
objetos
y
expresiones
significativas
de
diversos
tipos
en
relación
con
los
contextos
y
procesos
históricamente
específicos
y
estructurados
socialmente
en
los
cuales,
y
por
medio
de
los
cuales,
se
producen,
transmiten
y
reciben
estas
formas
simbólicas.
(Thompson
1998:
203)
2. CREATIVIDAD Y RECURSOS SIMBÓLICOS
Hoy
en
día,
tanto
los
individuos
como
los
grupos
combinan
los
recursos
familiares
que
van
desde
la
comida,
el
lenguaje
y
los
ritos
religiosos
hasta
los
programas
de
televisión
y
la
música
popular,
según
repertorios
culturales
distintivos
o
conjuntos
de
herramientas
que
utilizan
para
darles
forma
a
los
hábitos,
a
las
destrezas,
a
los
estilos
y
a
las
“estrategias
de
acción”
(Swildler
1986:273),
contemporáneas.
Los
modos
particulares
de
vida
y
las
estrategias
de
acción
que
se
inventan
se
componen
de
un
caudal
muy
amplio
y
diferenciado
de
recursos
culturales.
El
torrente
de
imaginería
simbólica
presentado
a
fines
del
siglo
XX,
especialmente
por
la
tecnología
de
las
comunicaciones,
ha
provocado
cambios
radicales
en
las
síntesis
culturales
que
realizan
las
personas
de
todo
el
mundo.
Ahora
más
que
nunca,
construir
y
organizar
la
vida
cotidiana
se
considera
hoy
una
actividad
fundamentalmente
“interpretativa”
(Gertz
1973)
y
creativa.
Así
como
alguien
practica
un
deporte
con
destreza,
las
personas
desarrollan
las
habilidades
y
los
estilos
culturales
como
una
IR
Y
VENIR
332
segunda
naturaleza.
Los
actores
sociales
son
agentes
activos,
intencionados,
que
no
reproducen
la
cultura
a
ciegas,
y
ello
garantiza
la
espontaneidad
y
la
improvisación
en
“las
relaciones
que
las
personas
establecen
en
su
cotidianidad”.
(Lull
1997:
96-‐97).
Estas
habilidades,
recursos,
destrezas,
estilos,
así
como
la
creatividad,
constituyen
elementos
simbólicos
que,
en
su
conjunto,
conforman
el
poder
simbólico.
Este
poder
se
define
como
“la
capacidad
de
utilizar
formas
simbólicas,
para
intervenir
o
influir
en
el
curso
de
acciones
o
sucesos”
(Ibid.),
no
en
el
sentido
estricto
de
poder
institucionalizado,
sino
en
el
sentido
de
accesibilidad
y
de
esencialidad
para
la
vida
cotidiana.
El
poder
simbólico
y
su
correlativo
poder
cultural,
se
deriva
a
partir
de
las
acciones
y
tácticas
que
realizan
los
actores
culturales
al
construir
su
vida
cotidiana.
El
poder
cultural
es
la
capacidad
que
tienen
los
individuos
y
los
grupos
de
producir
sentidos
y
de
construir
formas
de
vida
que
apelan
a
los
sentidos,
a
las
emociones
y
a
los
pensamientos
de
uno
mismo
y
de
los
demás.
Se
asemeja
a
una
política
de
vida,
una
política
de
elección,
de
estilo
de
vida,
de
decisiones
de
vida.
Los
recursos
simbólicos
que
utilizan
los
actores
están
llenos
de
“sentido”
(Lull
1997:
239),
es
decir,
significan
y/o
representan
algo,
y
aunque
el
sentido
no
es
inherente
a
las
formas
y
a
los
recursos
simbólicos,
sin
embargo,
son
las
personas
quienes
construyen
el
sentido,
quienes
interpretan
el
ambiente
simbólico
de
acuerdo
con
sus
propias
orientaciones,
sus
intereses
y
sus
capacidades.
3. LA SUPERCULTURA
La
supercultura
significa
globalización
cultural,
migraciones
y
movilidad
humana,
abundancia
simbólica
y
uso
de
tecnología
personal;
en
ese
sentido
la
supercultura
personal
implica
una
acumulación
de
recursos
personales
variados
y
contradictorios,
donde
se
combina
lo
más
familiar,
lo
más
común
con
lo
más
exótico.
Este
concepto
introducido
por
James
Lull
trasciende
las
categorías
tradicionales
de
cultura
y
de
análisis
cultural.
Según
Lull,
(2002)
este
concepto
continúa
reflejando
la
cultura
como
comunidad,
adquiriendo
forma
incluso
a
nivel
global,
pero
se
basa
principalmente
en
la
idea
de
cultura
como
orientación
y
experiencia
personal
y
en
las
formas
dinámicas
en
donde
la
interacción
social
significativa,
las
actividades
y
las
identidades
son
construidas
por
las
personas
a
través
de
las
IR
Y
VENIR
333
formas,
de
los
códigos
y
de
los
procesos
contemporáneos
de
la
comunicación
humana.
Las
superculturas
son
grupos
establecidos,
retículas
y
redes
de
relevancia
personal
intrincadas
en
complejas
multiplicidades
culturales
que
promueven
el
autoentendimiento,
la
pertenencia
y
la
identidad,
ya
que
proporcionan
oportunidades
de
desarrollo
personal,
placer
e
influencia
social.
La
supercultura
es
la
matriz
cultural
que
los
individuos
crean
para
sí
mismos
en
un
mundo
donde
el
acceso
a
los
diversos
recursos
culturales
distantes
se
ha
expandido
de
manera
considerable.
Al
mismo
tiempo,
sin
embargo,
la
supercultura
también
contiene
recursos
culturales
tradicionales
o
“cercanos”,
como
pueden
ser
los
valores
y
prácticas
sociales
característicos
de
las
culturas
“locales”,
tal
como
son
aprendidos
y
reproducidos
por
individuos
y
por
grupos.
Actualmente
las
personas
fusionan
de
manera
rutinaria
lo
cercano
con
lo
lejano,
lo
tradicional
con
lo
nuevo
y
lo
relativamente
no
mediado
con
lo
multimediado,
de
esta
manera
les
permite
crear
material
expansivo
y
mundos
discursivos
que
transforman
la
experiencia
de
vida
y
reconfiguran
radicalmente
el
significado
del
espacio
cultural
(Lull,
2002).
De
acuerdo
con
Real,
“super”
se
puede
referir
a
“la
posición
física
de
una
cosa
sobre
otra”,
puede
indicar
“una
cosa
en
un
mayor
rango,
calidad,
cantidad
o
grado”
y
puede
también
significar
“el
grado
más
alto,
en
exceso
de
una
norma,
como
en
superabundancia”
(Real
1989:
18).
Como
en
el
caso
de
“supermedios”,
la
supercultura
se
refiere
a
una
forma
cultural
que
se
encuentra
por
encima
de
otras
formas,
que
tiene
un
mayor
rango,
calidad
y
abundancia
que
se
refleja
en
otras
concepciones
de
cultura,
y
ciertamente
excede
las
normas
que
tipifican
y
limitan
las
formas
tradicionales
de
pensar
sobre
la
cultura.
Aún
más,
las
superculturas
se
componen,
en
parte,
de
un
contenido
simbólico
(Lull,
2002:2).
La
gente
común
de
cualquier
estilo
de
vida
infunde,
regularmente
y
con
mucha
habilidad,
sus
mundos
culturales
relativamente
no
mediados
con
recursos
culturales
distantes
(nuevos,
mediados,
simbólicos),
para
formar
las
múltiples
trayectorias
de
su
vida
diaria.
Estos
ejercicios
creativos
producen
resultados
positivos
para
sus
“autores”.
Representan
aplicaciones
culturales
complejas
de
“poder
simbólico”
(Thompson
1998;
Lull
1997,
2002).
La
construcción
de
una
supercultura
personal
robusta
presupone
la
disponibilidad
abundante
de
formas
simbólicas
que
pueden
ser
apropiadas
y
orquestadas
como
recursos
culturales.
La
construcción
de
las
superculturas
subraya
la
habilidad
de
los
seres
humanos
de
IR
Y
VENIR
334
transformar
los
universos
culturales
mundanos
que
heredan
al
nacer
y
al
encontrarse
físicamente
en
lugares
particulares
en
el
tiempo
y
en
el
espacio,
para
explorar
lo
desconocido
y
superar
así
los
límites,
creando
nuevas
formas
de
estabilidad
personal
y
de
pertenencia.
De
hecho,
la
construcción
de
una
supercultura
constituye
una
forma
contemporánea
de
organizar
elementos
culturales
en
patrones
que
ayudan
a
las
personas
a
encontrar
un
sentido,
a
manejar
sus
vidas
y
a
sentirse
más
seguras.
Los
impulsos
culturales
tecnológicamente
mediados
y
distantes
forman
parte
de
escenarios
y
de
situaciones
culturales
más
“cercanas”
físicamente,
gracias
a
la
construcción
supercultural
que
les
permite
satisfacer
las
necesidades
humanas
fundamentales,
particularmente
las
de
carácter
expresivo
y
emocional.
Una
premisa
básica
de
la
supercultura
defiende
que
la
naturaleza
fundamental
de
esta
construcción
cultural
sintética,
en
la
actualidad,
opera
con
mucha
más
variedad
simbólica
y
velocidad
que
antes.
Como
sabemos
las
tecnologías
de
comunicación
masiva
y
micro,
la
capacidad
de
distribución
y
el
alcance
de
las
economías
globalizadas
están
en
el
corazón
de
esta
dramática
elevación
de
la
complejidad
y
del
movimiento
cultural.
En
estos
momentos,
el
reto
para
la
gente
consiste
en
navegar
y
combinar
un
rango
sin
precedente
de
territorios
y
de
recursos
culturales;
estos
varían
desde
el
terreno
relativamente
desconocido
de
lo
importado
al
individuo
a
través
de
la
mediación
tecnológica
y
de
la
migración
humana
de
varios
tipos,
hasta
un
territorio
más
estable
y
familiar
como
el
ofrecido
por
la
religión,
la
nación
y
la
familia,
para
inventar
las
combinaciones
que
satisfagan
las
cambiantes
necesidades
y
preferencias
individuales.
La
cultura
es
esencialmente
simbólica,
y
por
ello
se
encuentra
abierta
a
un
número
ilimitado
de
posibles
interpretaciones
y
usos,
debido
a
que
la
cultura
y
la
identidad
cultural
están
íntimamente
ligadas
a
la
imaginación
humana.
(Lull,
2002:7)
IR
Y
VENIR
335
IR
Y
VENIR
336
institucional.
El
medio
técnico
configura
el
sustrato
material
de
una
forma
simbólica,
es
decir,
los
componentes
materiales
con
los
cuales,
y
en
virtud
de
ellos,
una
forma
simbólica
se
produce
y
se
transmite.
En
el
caso
atenguillense
han
sido
significativos
los
siguientes:
la
videograbadora,
la
cinta
de
video,
la
cámara
fotográfica,
la
fotografía,
el
teléfono,
los
alimentos,
las
bebidas
y
la
indumentaria,
entre
otros.
El
medio
técnico
permite
cierto
grado
de
“fijación”
y
cierto
grado
de
de
“reproducción”
(Thompsson
1998:
246)
El
aparato
institucional
de
transmisión
se
refiere
al
conjunto
de
arreglos
institucionales
en
los
que
se
despliega
el
medio
técnico.
Implica
observar
ciertas
reglas,
recursos
y
relaciones
de
diversos
tipos.
El
aparato
institucional
de
transmisión
constituye
en
gran
medida
los
canales
de
difusión
selectiva.
Las
redes
de
amigos,
paisanos
y
familiares;
los
mecanismos
de
distribución
y
de
circulación
de
las
formas
simbólicas,
así
como
las
negociaciones
para
adquirir
tal
o
cual
“video”
de
la
“fiesta
patronal”
o
para
intercambiar
fotografías,
o
bien
para
“hacer
encargos”
cuando
algún
paisano
viaje
al
pueblo
natal,
forman
parte
del
aparato
institucional
que
utilizan
los
atenguillenses.
Los
migrantes
atenguillenses
en
diversos
momentos
y
de
diferentes
maneras,
han
hecho
gala
de
su
creatividad
simbólica
mediante
la
utilización
de
algunas
de
estas
formas
y
recursos
simbólicos;
estos
recursos
proveen
al
individuo
de
cierta
“tecnología
personal”
y
de
una
“supercultura”
particular.
Los
migrantes
manifiestan
de
diversas
maneras
su
apego
al
terruño
y
se
perfilan
como
actores
que
mantienen,
construyen
y
renuevan
vínculos
de
pertenencia
con
su
comunidad
de
origen.
Estas
manifestaciones
encuentran
su
concreción
en
la
reelaboración
del
proyecto
de
retorno
a
su
comunidad
de
origen,
en
el
intercambio
comunicacional
con
sus
familiares,
en
la
recreación
de
su
cultura
local
en
su
lugar
de
destino,
así
como
en
la
utilización
de
la
tecnología
como
el
video,
el
internet,
el
teléfono,
etc.
Estas
y
otras
manifestaciones
forman
parte
de
la
creatividad
y
de
los
recursos
simbólicos
que
los
actores
explotan
y
hacen
suyos
consti-‐
tuyendo
variados
repertorios
culturales.
2. ABUNDANCIA SIMBÓLICA Y TECNOLOGÍA PERSONAL EN EL PROCESO DE VINCULACIÓN DE LOS
IR
Y
VENIR
337
Todos
los
migrantes
se
van
a
Estados
Unidos
—y
ahora
a
Canadá—
con
proyectos
que
no
siempre
llegan
a
realizarse.
Al
emigrar,
casi
todos
han
expresado
su
intención
de
permanecer
un
plazo
máximo
de
2
años
en
Estados
Unidos,
trabajar,
ahorrar
el
dinero
suficiente
que
les
permita
construir
su
propia
casa
en
su
terruño,
regresar
y
permanecer
en
él
por
un
tiempo
prolongado
y
si
encuentran
una
“buena
oportunidad
de
trabajo”
o
si
logran
establecer
un
negocio
propio,
entonces
deciden
quedarse
definitivamente.
Sin
embargo,
estos
sueños
e
ideales
tendrán
que
modificarse,
renovarse
y/o
postergarse,
porque
no
siempre
se
cristalizan
en
el
plazo
previsto.
No
obstante,
los
migrantes
defienden
y
mantienen
vigentes
sus
proyectos,
al
menos
verbalmente,
como
una
estrategia
simbólica
que
justifica
su
estancia
en
los
Estados
Unidos.
Al
respecto,
Elías
señala
lo
siguiente:
Me
fui
con
la
idea
de
durar
uno
o
dos
años
allá,
yo
mismo
hacía
mis
cuentas
desde
aquí
y
decía:
voy
a
ganar
por
decirlo
así
150
dólares
a
la
semana,
que
gaste
50
y
me
ahorro
100,
pero
no
contaba
con
que
había
que
pagar
comida,
luz,
renta
y
además
el
raite
que
te
lleve
a
trabajar;
me
quedé
un
año
y
otro
más
duré
9
años
sin
venir,
ahora
me
esforzaré
para
venir
más
seguido
para
ver
a
mi
mamá.120
El
proyecto
inicial
de
Cristina
también
se
truncó;
permanecería
por
un
año
en
Estados
Unidos
y
luego
regresaría
a
su
pueblo
para
quedarse
definitivamente:
Me
vine
a
los
17
años
y
según
yo
me
iba
a
regresar
al
año,
nada
más
me
iba
a
quedar
por
un
año,
pero
a
veces
se
le
cambian
a
uno
los
planes,
porque
le
empiezas
a
trabajar
y
ves
que
estás
ganando
bien
y
se
te
hace
difícil
irte
y
pensar
que
vas
a
trabajar
en
lo
mismo.121
Los
primeros
seis
meses
de
su
estancia
en
Estados
Unidos
fueron
particularmente
difíciles
para
ella,
pues
no
fue
hasta
pasado
ese
tiempo
cuando
encontró
empleo.
Cabe
recordar
que
su
principal
motivación
para
emigrar
fue
conocer
otros
ambientes;
se
podría
decir
que
sólo
iba
de
120
Entrevista
con
Elías
Torres,
Atenguillo,
Jalisco,
25
de
octubre
de
1988.
121
Entrevista
telefónica
con
Cristina
López
Curiel,
21
de
abril
de
2000.
IR
Y
VENIR
338
visita;
pero
su
estancia
en
Estados
Unidos
se
ha
prolongado
por
casi
12
años
y
apenas
ha
vuelto
al
pueblo
una
vez;
su
condición
de
ilegal
en
Estados
Unidos
le
impide
regresar
con
la
frecuencia
que
le
gustaría.
Ahora
está
casada
y
tiene
3
hijos,
sin
embargo
proyecta
regresar
a
vivir
definitivamente
a
Michoacán,
de
donde
es
su
esposo.
Existen
innumerables
historias
como
las
de
Elías
y
la
de
Cristina;
un
ejemplo
claro
son
los
propios
hermanos
de
esta
última,
quienes,
como
relata
su
madre:
“se
fueron
con
la
misma
ilusión,
de
ir
a
hacer
un
dinerito
para
tener
una
casita,
y
así
se
fueron
quedando,
y
así
se
van
pasando
los
años,
pero
siempre
quieren
regresar”.122
Aunque
en
ocasiones
parezca
muy
evidente
que
las
posibilidades
de
regresar
a
su
pueblo
para
establecerse
no
son
reales,
—al
menos
a
corto
plazo—
los
migrantes
siempre
plantean
el
retorno
definitivo
a
su
terruño
como
un
proyecto
realizable.
Sin
embargo,
la
experiencia
de
los
migrantes
de
primera
y
segunda
generación
nos
indica
claramente
que
la
tendencia
no
es
la
de
regresar.
En
la
mayoría
de
los
relatos
de
los
migrantes
sobre
su
proyecto
de
regreso,
no
se
identifican
elementos
que
revelen
altas
posibilidades
de
concretarlo;
por
ejemplo,
desean
poner
un
negocio,
pero
no
han
pensado
en
el
tipo
de
negocio,
ni
de
qué
manera
lo
establecerán;
desean
regresar,
pero
paradójicamente
van
creando
vínculos
de
tipo
afectivo
y
económico
en
“el
norte,”
que
con
el
paso
del
tiempo
serán
más
difíciles
de
romper
y
al
mismo
tiempo
los
anhelos
por
retornar
se
van
haciendo
añejos
y
los
proyectos
se
van
transformando.
Pocos
son
los
migrantes
que
explicitan
un
proyecto
de
retorno
a
mediano
o
largo
plazo
que
pueda
ser
viable,
por
ejemplo,
Elías
manifiesta
lo
siguiente:
Compré
un
terrenito,
una
cuchilla,
al
otro
lado
del
río
y
pienso
comprar
una
vaca
o
dos
y
hacerles
un
tejaban
y
ordeñarlas
todos
los
días
y
comprar
un
caballo.
Compré
unos
lotes
en
Guadalajara
y
pienso
construir
departamentos
para
rentarlos
así
cada
mes
puedo
ir
por
la
renta.
Se
oye
bien
bonito
pero
va
a
costar;
a
mí
me
gusta
el
campo,
mi
idea
es
hacer
mi
casa
atrás
y
poner
árboles
frutales
al
frente
y
poner
una
granja
de
gallinas
y
para
cuando
se
me
antoje
un
pollo
mato
a
uno
y
si
dan
mucho
puedo
vender
uno,
dos
o
tres
kilos
de
huevos,
pero
yo
no
voy
a
estar
trabajando
para
nadie.
Voy
a
sembrar
maíz
para
sacar
el
rastrojo
para
el
caballo
122
Entrevista
con
Mónica
Curiel
López,
Atenguillo,
Jalisco
14
de
mayo
de
2000.
IR
Y
VENIR
339
y
para
el
consumo
propio.
Mi
idea
es
ahora
diferente,
ya
no
es
como
antes;
al
principio
lo
económico
es
lo
que
jala
a
irte
y
más
si
ves
que
otros
lo
han
hecho
y
han
podido
y
más
si
llegan
con
carro.123
La
narración
de
Elías
muestra
claramente,
cómo
los
proyectos
se
reconstruyen
y
se
renuevan,
pero
siguen
girando
en
torno
al
mismo
objetivo:
retornar
a
su
pueblo.
Las
tendencias
señalan
que
el
anhelo
de
regresar
en
un
plazo
corto
de
tiempo
y
de
manera
definitiva,
se
mantendrá
perenne,
aunque
la
mayoría
de
las
veces
esto
no
sea
posible.
Algunos
migrantes
como
Ignacio,
comparan
su
cultura
local
con
la
estadounidense,
y
coinciden
con
muchos
otros
cuando
consideran
que
Estados
Unidos
es
el
paraíso
económico,
sin
embargo,
sus
pueblos
representan
el
mejor
lugar
para
vivir
y
la
añoranza
por
regresar
siempre
está
presente:
Para
mí,
la
cultura
de
aquí
y
la
de
Estados
Unidos
son
dos
culturas
diferentes,
en
cuestión
de
economía
es
el
paraíso.
Allá
vivimos
una
vida
mejor,
siempre
y
cuando
nos
toque
suerte
porque
a
veces
no
nos
toca
suerte
y
vivimos
peor
que
aquí,
pero
siempre
estamos
queriendo
regresar
aquí.124
Por
otro
lado,
la
experiencia
de
algunos
migrantes
al
retornar
a
su
pueblo
resulta
muy
significativa,
y
además
se
encuentra
representada
por
múltiples
manifestaciones.
Julio,
que
salió
para
los
Estados
Unidos
a
los
17
años,
regresa
ahora
con
mayor
frecuencia
a
su
pueblo,
porque
su
situación
legal
en
ese
país
así
se
lo
permite.
Por
más
larga
que
sea
su
estancia
en
Atenguillo,
nunca
es
suficiente
el
tiempo,
le
gusta
ir
al
río
a
pescar
y
al
cerro
a
los
camotes,
pero
“nunca
le
alcanza
el
tiempo”.
Vuelve
siempre
a
los
Estados
Unidos
con
el
firme
propósito
de
que
en
su
próxima
venida
traerá
mayor
tiempo
disponible
para
permanecer
en
su
tierra
y
no
pierde
la
esperanza
de
quedarse
de
manera
definitiva.
Aunque
la
migración
en
Atenguillo
se
inicia
a
temprana
edad,
16
o
17
años,
existen
algunos
jóvenes
como
Alejandro,
que
emigraron
cuando
tenían
una
edad
más
avanzada;
Alejandro
se
fue
123
Entrevista
con
Elías
Torres,
op.
cit.
124
Entrevista
con
Ignacio
Curiel,
Atenguillo,
Jalisco,
27
de
septiembre
de
1988.
IR
Y
VENIR
340
cuando
tenía
26
años;
actualmente
tiene
29
años
y
regresó
por
primera
vez
a
los
28,
poco
antes
de
su
cumpleaños
con
la
idea
de
quedarse;
sin
embargo
a
los
3
meses
se
fue
de
nuevo.
Parece
ser
que
los
jóvenes
que
emigran
a
edades
más
tardías,
mantienen
lazos
más
fuertes
con
su
comunidad
y
la
experiencia
del
primer
retorno
para
Alejandro
fue
bastante
significativa,
tal
como
lo
declara
un
familiar
suyo,
Mónica:
No,
no,
hubieras
visto
a
Jando
cuando
vino,
haz
de
cuenta
un
niño
corría
a
abrazar
a
mi
papá
a
mi
mamá,
corría
a
abrazar
a
su
mamá;
corría,
lloraba,
los
besaba
y
gritaba
¡viva
México!,
lo
hubieras
visto.
Entonces
¿tu
crees
que
sea
una
vida
feliz
allá?
Pues
no.
Los
muchachos
tienen
la
vida
difícil
en
el
norte.
Los
que
ya
tienen
30
ó
40
años
allá
pues
ya
viven
como
aquí,
ya
hicieron
su
vida
allá,
ya
se
adaptaron;
pero
el
que
se
va
por
pocos
años
no
se
adapta,
se
adapta
porque
gana
el
dinero
y
porque
gana
más
que
aquí;
pero
los
que
se
acaban
de
ir
como
Alejandro
y
Nazario
(sobrino
e
hijo
respectivamente)
que
se
acaban
de
ir
y
que
además
ya
se
fueron
grandes
de
26
años
Alejandro
y
Nazario
de
25,
es
muy
difícil
su
adaptación
a
su
nueva
vida.125
IR
Y
VENIR
341
126
Entrevista
con
Cristina
Curiel,
op.cit.
IR
Y
VENIR
342
127
Entrevista
con
Cristina
Curiel,
op.
cit.
IR
Y
VENIR
343
IR
Y
VENIR
344
de
identificarse
con
los
demás,
pero,
sobre
todo,
es
una
manera
simbólica
de
afirmar
su
ser
atenguillense.
Un
alimento
que
nunca
falta
en
el
“equipaje
cultural”
de
los
migrantes
es
el
queso;
uno
de
los
elementos
más
representativos
de
la
localidad.
Los
migrantes
lo
consideran
entre
los
alimentos
más
preciados,
cuando
lo
tienen,
lo
cuidan
como
el
oro,
lo
comen
poco
a
poco
haciéndolo
rendir
el
mayor
tiempo
posible.
Al
respecto
Alejandro
comparte
su
experiencia
al
volver
de
su
pueblo
que
no
visitaba
desde
hacía
dos
años:
Cuando
hay
una
oportunidad
de
que
mi
mamá
me
mande
algo
con
alguien,
casi
siempre
me
manda
queso,
yo
soy
feliz
con
el
queso,
lo
hago
durar
mucho,
lo
pongo
en
el
congelador
y
dura
mucho
tiempo,
así
lo
disfruto
más.
Otras
veces
me
manda
Guayabate
-‐
ate
de
guayaba
-‐,
o
cuero
de
mango
-‐
dulce
de
mango
-‐.
Se
siente
uno
en
la
gloria
cuando
tienes
oportunidad
de
saborearlos,
te
acuerdas
de
cuando
los
comías
en
tu
casa
y
entonces
te
gustan
más
y
aprecias
más
la
comida,
quieres
más
a
tu
pueblo
y
a
tu
gente.
Yo
no
he
comido
cosas
tan
ricas
como
las
que
se
hacen
en
Atenguillo.
Cuando
alguien
viene
de
Atenguillo
haces
una
fiesta,
porque
sabes
que
algo
te
trajo
y
algo
vas
a
alcanzar
especialmente
si
se
trata
de
algún
familiar
tuyo,
puede
ser
que
te
toque
un
pedacito
de
queso
o
un
rollo
de
guayaba,
lo
que
sea
ya
es
ganancia.
Además,
también
te
trae
saludos
de
tus
padres,
y
también
te
cuenta
lo
que
hay
de
nuevo
en
Atenguillo;
casi
siempre
nos
reunimos
para
compartir
lo
que
alguien
ha
traído
de
allá.129
Los
relatos
de
Cristina
y
de
Alejandro
reflejan
el
tipo
de
vínculos
que
los
migrantes
establecen
con
su
comunidad
de
origen
desde
su
comunidad
de
destino.
Los
lazos
con
su
comunidad
de
origen
son
múltiples,
la
distancia
geográfica
no
les
impide
sentirse
imaginariamente
cerca
de
su
localidad.
Entre
los
migrantes
no
existe
una
ruptura
con
su
comunidad
de
origen;
a
través
del
consumo
de
ciertos
alimentos
mantienen
y
renuevan
estratégicamente
la
pertenencia
a
su
terruño.
129
Entrevista
telefónica
con
Alejandro
Chavarín,
21
de
abril
de
2000.
IR
Y
VENIR
345
CONCLUSIONES
Podemos
afirmar
que
la
experiencia
migratoria
de
los
atenguillenses
refuta
la
tesis
de
la
desterritorialización
de
la
cultura,
y
permite
observar
al
territorio
local
como
objeto
de
representación
y
de
apego
afectivo
y,
sobre
todo,
como
símbolo
de
pertenencia
socioterritorial.
En
este
caso
los
sujetos
interiorizan
el
espacio
integrándolo
a
su
propio
sistema
cultural;
se
trasciende
de
una
realidad
territorial
“externa”
culturalmente
marcada
a
una
realidad
territorial
“interna”
e
invisible,
resultante
de
la
“filtración”
subjetiva
de
la
primera,
con
la
cual
coexiste.
Esto
resulta
esencial
para
entender
que
la
“desterritorialización”
física
no
implica
automáticamente
la
“desterritorialización”
en
términos
simbólicos
y
subjetivos.
Se
puede
abandonar
físicamente
un
territorio
sin
perder
dicha
referencia
simbólica
y
subjetiva
gracias
a
la
comunicación
a
distancia,
a
la
memoria,
al
recuerdo
y
a
la
nostalgia.
Cuando
se
emigra
a
tierras
lejanas,
frecuentemente
se
lleva
la
patria
dentro.
(Giménez
1999:
6-‐7)
A
través
de
la
utilización
de
los
recursos
simbólicos
se
proclama
la
cercanía
y
la
identificación
con
el
terruño.
Los
inmigrantes
negocian
creativa
y
ambiciosamente
sus
mundos
culturales
en
un
contexto
espacio-‐temporal
específico.
La
energía,
la
creatividad,
la
intencionalidad
y
la
capacidad
trascendente
de
las
personas
construyen
identificaciones
culturales
y
estilos
de
vida
significativos
disfrutables
y
únicos.
Las
emociones
se
unen
a
los
cuerpos
físicos
para
crear
sentido.
Aunque
es
verdad
que
la
mayor
parte
de
la
vida
cultural
todavía
gira
en
torno
a
lo
“local”,
y
se
encuentra
fuertemente
influenciada
por
la
“incorporación
física”
que
sitúa
a
los
seres
humanos
de
carne
y
hueso
juntos
en
lugares
físicos
reales,
las
distinciones
espaciales
como
en
el
caso
de
las
establecidas
entre
lo
“global”
y
lo
“local”,
donde
se
dice
que
lo
local
es
experimentado
más
profundamente,
simplifican
en
exceso
la
manera
en
que
las
“realidades”
simbólicas
y
culturales
contemporáneas
son
percibidas
y
experimentadas.
Nuestras
emociones
más
profundas
y
nuestros
cuerpos
ya
no
están
simplemente
“aquí”.
(Lull,
2002:
26).
La
cultura
característica
de
la
era
de
la
comunicación
considera
que
los
cuerpos
humanos
y
las
emociones
reales
interactúan
con
y
son
energetizados
por
cualidades
evocativas
y
sensuales
de
esferas
culturales
múltiples
y
efímeras,
de
forma
que
ayudan
a
los
individuos
a
incrementar
el
IR
Y
VENIR
346
IR
Y
VENIR
347
Carlos Monsiváis
a
Marc
Zimmerman
¿QUÉ ES MÉXICO?
Para
no
repetir
los
elogios
o
dicterios
habituales,
no
leer
una
ficha
del
diccionario
o
para
no
precipitarme
en
el
abismo
chovinista,
y
una
vez
certificadas
las
leyes,
la
historia
y
algunos
de
los
alcances
de
la
cultura
nacional,
añado
una
mezcla
de
impresiones
y
certidumbres.
Entre
otras
posibilidades
interpretativas,
México
es:
• un
haz
de
fuerzas
enfrentadas
en
un
paisaje
social,
económico,
político
y
cultural
que
las
unifica
o,
mejor,
las
unificaba,
a
la
fuerza;
• una
República
gobernada
71
años
por
el
mismo
partido
cuyo
autoritarismo
se
resguardó
tras
algunos
logros
y,
que,
desde
la
década
de
1960,
deja
de
renovarse
atenido
a
su
estrategia
básica:
la
consagración
de
la
impunidad;
• una
República
que
a
partir
del
1
de
diciembre
de
2000
conoce
la
alternancia
en
la
Presidencia
de
la
República,
con
el
Partido
Acción
Nacional.
• la
desigualdad
extrema
agudizada
por
el
crecimiento
demográfico;
IR
Y
VENIR
348
• la
serie
de
prácticas
ecocidas
que
ignoran
los
derechos
de
las
generaciones
próximas
y
devastan
selvas,
ríos
y
bosques,
contaminan
el
aire,
exterminan
las
especies
y
alientan
con
rapacidad
y
descuido
la
inversión
térmica;
• el
desarrollo
desigual
al
que
por
un
período
largo
acompañó
la
movilidad
social
de
amplios
sectores,
proceso
ya
interrumpido
en
lo
básico;
• el
crecimiento
reencauzado
(privatizado)
desde
la
década
de
1980
por
el
neoliberalismo
y
por
su
acumulación
monstruosa
del
capital;
• un
árbol
totémico
de
mitologías
contradictorias
y
complementarias;
• la
incapacidad
estatal
y
social
de
retener
a
millones
de
personas
que
emigran
en
pos
de
la
utopía
esencial:
el
trabajo
que
garantice
las
oportunidades
para
uno
mismo
y,
lo
más
importante,
para
la
familia;
• la
religiosidad
popular
que
estalla
en
prácticas
comunitarias,
escenas
de
fe
conmovedora,
descargas
de
intolerancia
y,
sobre
todo,
la
virgen
étnica
que
es
el
amparo
emotivo
de
la
mayoría;
• el
relato
de
proezas,
quebrantos
y
matanzas
rituales,
condimentado
con
avances
democráticos
lentos
pero
sostenidos;
• la
cultura
popular
jubilosa
y
doliente
que
viene
de
los
ritos
indígenas,
atraviesa
por
el
catolicismo
y
la
fermentación
mestiza,
aprovecha
el
impacto
de
la
industria
del
espectáculo
y
conoce
su
auge
urbano
en
la
primera
mitad
del
siglo
XX;
• el
ámbito
de
la
diversidad
de
toda
índole
que
desde
la
década
de
1980
se
manifiesta
con
vigor
en
lo
religioso,
lo
cultural,
lo
sexual.
• el
siglo
de
americanización
que
no
suprime
el
vigor
de
la
cultura
nacional,
pero
que
sí
depende
de
los
vínculos
forzados
con
Norteamérica;
• el
conjunto
de
sensaciones
desesperadas
de
la
indefensión
de
abajo
y
la
impunidad
de
arriba;
• el
aprendizaje
del
individualismo
que
en
algo
compensa
del
fracaso
de
los
impulsos
comunitarios;
• el
oportunismo
convertido
en
ley
de
la
supervivencia;
• la
reiteración
de
tradiciones
hospitalarias
como
resistencia
al
aislacionismo;
IR
Y
VENIR
349
IR
Y
VENIR
350
No
es
el
Año
Cero.
Así
el
desarrollo
cultural
diste
de
ser
satisfactorio,
se
cuenta
con
ventajas
primordiales,
entre
ellas
la
resistencia
a
la
desigualdad,
a
la
vitalidad
del
idioma
español,
al
desarrollo
educativo
(pese
a
las
innúmerables
deficiencias
del
proceso),
la
internacionalización
cultural,
el
fin
de
las
sensaciones
de
“lo
periférico”
al
aclararse
la
falacia
de
un
“Centro”
cultural.
La
globalización
del
FMI
y
del
Banco
Mundial
arrincona
al
nacionalismo,
pero
la
energía
de
las
sociedades
se
alimenta
de
la
otra
globalización
que
nutre
los
procesos
culturales
y
su
capacidad
informativa
y
crítica
(no
extraordinaria,
ya
no
deleznable).
No
sólo
es
mezquino,
también
es
falso
juzgar
prehistórico
o
aún
peor,
propio
de
lo
irrelevante,
lo
que
ocurre
a
“nivel
local”.
IR
Y
VENIR
351
IR
Y
VENIR
352
prefieren
el
control
cerrado
de
sus
ínsulas
a
tener
que
ponerse
al
día
democratizándose,
y
la
desesperación
campesina
al
aceptar
el
dinero
del
narcotráfico
se
persuade
una
vez
más:
no
hay
nada
más
allá
de
la
sobrevivencia.
A
su
vez,
usen
o
no
estos
términos,
los
migrantes
sacralizan
el
éxito,
es
decir
la
frustración
de
la
suerte
previsible
y
fatal
que
les
aguardaba
de
no
moverse
del
terruño.
El
antiguo
campesino
de
Guanajuato,
que
es
ya
obrero
o
mesero
en
California
y
padre
de
un
estudiante
de
la
UCLA,
decepcionó
al
destino
que
lo
rondaba
en
su
tierra.
El
indocumentado
que
muere
en
el
desierto
de
hambre
y
de
sed,
acató
el
final
trágico
de
tantos
de
sus
ancestros
y
de
sus
contemporáneos.
Del
mismo
modo,
frustran
el
desarrollo
previsible
de
las
tradiciones
una
serie
de
operaciones
simbólicas
que
en
el
proyecto
industrial
que
suele
hacer
las
veces
de
imaginario
colectivo,
hacen
del
norte
de
México
un
“Far
West”.
Al
volverse
la
americanización
y
la
mexicanidad
ya
no
obligaciones
de
conducta
sino
estructuras
complementarias
de
significación
y
de
apariencia,
se
impulsa
en
el
México
móvil
la
“carnavalización”
que
no
se
acepta
como
tal.
¿Quién
hubiese
concebido
un
México
regido
por
los
role
models
de
John
Wayne
y
Clint
Eastwood,
en
sus
variantes
de
la
onda
grupera?
¿Quién
habría
previsto
la
sustitución
de
los
corridos
de
la
Revolución
Mexicana
por
los
narcocorridos
y
el
repertorio
de
los
Tigres
del
Norte,
los
Temerarios,
los
Bukis,
los
Tucanes
de
Tijuana
y
así
sucesivamente?
¿Y
quién
hubiese
profetizado
la
diseminación
entre
trabajadores
del
campo
y
distribuidores
y
contrabandistas
de
yerba
mala,
de
la
imagen
fílmica
del
gunfighter,
enriquecida
con
camisas
de
color
verde
limón,
rosa,
azul
eléctrico,
rojo
frenesí
o
morado
éxtasis?
(Para
no
hablar
del
diseño
de
los
cinturones)
¿Cómo
adivinar
lo
revelado
al
confiscarse
una
de
las
casas
de
la
narcofamilia
Arellano
Félix:
una
colección
de
figuras
de
gran
tamaño
de
personajes
de
Disney
hechos
con
la
técnica
de
la
fábrica
Lladró?
¿Quién
le
hubiese
dicho
a
los
personajes
de
Juan
Rulfo
que
un
espectáculo
predilecto
de
sus
descendientes
sería
el
rodeo,
ambientado
con
canciones
de
Dolly
Parton
y
Willie
Nelson,
que
nunca
se
han
enterado
de
la
voluntad
de
Pedro
Páramo,
el
rencor
vivo?
Diles
que
no
me
maten,
y
Don’t
fence
me
in.
La
moraleja
del
migrante
físico
suele
ser
también
la
del
migrante
psicológico:
a
la
tradición
se
le
honra
en
los
días
y
en
las
horas
a
ella
consagrados,
y
a
la
novedad
se
le
da
la
oportunidad
de
convertirse
en
tradición
volátil.
Y
por
eso,
a
los
que
se
van
y
a
los
que
se
quedan
los
une
la
práctica
que,
simultáneamente,
honra
y
jubila
las
tradiciones.
Algunas
costumbres
se
exceptúan
de
los
IR
Y
VENIR
353
vejámenes
del
proceso
de
adaptación:
el
relajo
como
simulacro
del
caos,
las
devociones
religiosas,
los
momentos
consagrados
de
la
Cocina
Mexicana
(que
se
transforman
a
diario),
el
sitio
de
honor
simbólico
de
la
madre,
el
rol
de
la
familia
como
sociedad
reducida
y
ampliada,
el
rencor
hacia
el
PRI
y
el
mantenimiento
de
rasgos
priístas
del
comportamiento.
Pero
aún
allí
los
cambios
son
muy
perceptibles.
Así
por
ejemplo,
el
alto
número
de
conversiones
religiosas,
los
migrantes
que
son
baptistas,
presbiterianos,
pentecostales,
mormones,
testigos
de
Jehová,
adventistas
del
Séptimo
Día,
esotéricos,
espiritualistas.
En
su
muy
interesante
estudio
“El
dilema
del
retorno.
Migración,
género
y
pertenencia
en
un
contexto
transnacional”,
Víctor
N.
Espinosa
reproduce
una
oración
del
“Devocionario
del
emigrante”,
redactado
en
las
diócesis
de
Zamora
y
de
San
Juan
de
los
Lagos:
Oh,
Dios…
he
decidido
salir
de
mi
casa
para
ir
a
trabajar
al
extranjero.
Me
siento
con
el
corazón
destrozado,
porque
voy
a
dejar
a
mi
esposa,
a
mis
hijos,
a
mi
padre
y
a
mi
madre.
Tú
bien
sabes
que
lo
hago
por
necesidad
y
no
por
buscar
una
aventura
egoísta…
Te
pido
que
la
fe
que
recibí
de
mis
padres
siga
fuerte
a
pesar
de
encontrarme
en
otro
ambiente,
en
otra
nación…
Oh
Jesús…
me
encuentro
en
este
momento
en
la
frontera,
decidido
a
pasar
aunque
sé
que
es
contra
la
ley.
No
lo
hago
para
desafiar
los
reglamentos
de
una
nación,
sino
por
necesidad.
Es
la
desesperación
que
me
hace
cruzar.
Es
la
realidad
económica
en
que
me
encuentro
y
el
aprieto
de
buscar
una
salida
para
mi
familia…
como
ciudadano
del
mundo
y
de
una
Iglesia
que
no
tiene
fronteras,
te
pido,
Dios,
me
concedas
llegar
a
mi
destino
sin
inconvenientes
ni
obstáculos…
(Espinoza,
1998)
Con
todo
respeto
para
el
Devocionario,
nunca
supuse
tanto
interés
jurídico
en
las
conversaciones
privadas
entre
un
migrante
y
Dios.
Más
bien,
a
partir
de
la
información
disponible,
imagino
un
rezo
como
el
siguiente:
Virgencita,
madrecita
mía:
Vengo
a
ti
para
que
me
devuelvas
la
sensación
del
cielo,
que
es
como
si
todo
el
tiempo
fuera
mío,
no
nada
más
el
cansancio
del
escaso
tiempo
libre.
Te
reverencio
en
tu
nicho,
Jefecita,
así
luego,
las
menos
de
las
veces
ya
no
comulgue
con
tu
fe
y
me
haya
vuelto
pentecostal
o
IR
Y
VENIR
354
IR
Y
VENIR
355
La
caricaturización
no
admite
las
visiones
de
conjunto,
pero
es
más
cierta
que
las
leyendas
y
el
desdén
a
propósito
de
las
metamorfosis
de
los
migrantes.
Así,
los
“espaldas
mojadas”
no
sólo
sienten
opresivo
el
anonimato
de
Norteamérica;
también
ven
allí
indicios
de
la
gran
libertad
posible.
Paradójicamente,
su
identidad
más
personal
se
despliega
cuando
nadie
los
conoce,
no
porque
sean
por
entero
distintos
sino
por
la
desaparición
de
la
vigilancia
moralista
que
es
la
prisión
de
la
Identidad.
En
un
casino
al
estilo
de
Las
Vegas,
en
el
corazón
de
Los
Ángeles,
abarrotado
por
paisanos
con
sombrero,
don
X,
según
Víctor
N.
Espinosa,
que
no
quiere
platicar
sobre
su
vida
delante
de
su
esposa
e
hijos,
confía
uno
de
los
encantos
de
vivir
en
Los
Ángeles:
“Podía
tener
hasta
diez
personalidades
sin
que
nadie
lo
supiera”,
cosa
imposible
en
su
lugar
de
origen,
donde
la
distribución
fija
de
roles
le
impedía
“hacer
algo
sin
que
lo
supiera
todo
el
mundo”.
¡Ah,
esa
asechanza
pueblerina
a
la
que
tanto
le
convienen
los
versos
de
Carlos
Pellicer:
“Mudo
espío/
mientras
alguien
voraz
a
mí
me
observa”!
IR
Y
VENIR
356
cambio
fallido
y
pérfido
de
identidad),
y
por
eso
actúan
(más
que
viven)
su
devoción
por
las
creencias,
los
atardeceres
aldeanos
o,
ya
ahora,
por
la
inversión
térmica
en
la
capital.
“Véanme
aquí
haciendo
este
día
festivo
lo
mismo
que
cuando
estaba
con
ustedes”.
Debido
a
la
migración,
la
provincia
(término
peyorativo)
se
transforma
en
las
regiones
(vocablo
descriptivo).
A
la
migración
hay
que
agradecerle
el
amortiguamiento
de
numerosas
explosiones
rurales
y
en
gran
medida
urbanas.
Gracias
a
las
migraciones
masivas,
el
que
se
queda
y
el
que
se
va
descubren
su
tierra
prometida,
aquella
que
se
dejó
y
aquella
que
no
se
alcanzará.
Por
intercesión
de
los
millones
de
personas
del
México
de
fuera,
el
México
de
dentro
verifica
la
velocidad
de
sus
cambios.
Sin
jamás
reconocerlo
explícitamente,
la
sociedad
mexicana
localiza
en
las
migraciones
su
experiencia
más
considerable
de
la
adaptación
forzada
y
violenta
a
la
modernidad.
En
el
siglo
XX,
en
México
se
renueva
a
saltos
con
las
técnicas
muy
desiguales
impuestas
por
el
modelo
único
de
modernidad,
y
esto
marca
dramática
o
trágicamente
la
vida
nacional,
pero
también
hace
posible
sus
avances.
Y
sin
las
migraciones
a
Estados
Unidos,
la
nación
carece
de
escalas
comparativas
y
de
perspectivas
confiables
para
juzgar
su
dinamismo
o
su
estancamiento,
porque
dependería
del
criterio
implacable
de
movilidad:
la
expansión
macrocefálica
de
la
ciudad
de
México.
IR
Y
VENIR
357
Es
inevitable
la
“transfiguración
tecnológica”
del
país,
o
como
se
le
llame
a
la
asimilación
de
la
modernidad
que
depende
de
la
informática,
de
la
tecnología
punta,
de
los
flujos
de
capital,
del
diluvio
de
gadgets,
de
la
sensación
frecuente
de
ser
parte
de
un
“efecto
especial”.
Desde
hace
años,
la
tecnología
es
el
espacio
excepcional
desde
donde
se
miden
las
tradiciones
y
la
patria
misma,
con
todas
las
injusticias
previsibles.
Un
criterio
se
agrega
a
los
existentes
y
los
desplaza:
la
eficacia
es
sinónimo
de
tecnología,
y
sólo
a
unas
cuantas
tradiciones
se
les
exime
de
responsabilidad
al
respecto.
A
la
Patria
(el
conjunto
épico)
y
a
la
Nación
(la
totalidad
demográfica,
y
la
adopción
necesariamente
selectiva
de
las
costumbres),
el
neoliberalismo
las
“actualiza”
con
instrumentos
implacables,
la
extrema
fragilidad
financiera,
la
hegemonía
de
las
industrias
culturales
de
Norteamérica
(no
está
lejana
la
fecha
en
que
se
considere
a
Godzilla
una
deidad
prehispánica
y
a
Star
Wars
el
verdadero
libro
de
Génesis);
y
la
adaptación
del
struggle
for
life
del
darwinismo
social,
que
atropella
las
últimas
prácticas
comunitarias.
Esto
va
de
la
destrucción
de
los
criterios
nacionalistas
a
la
veneración
o
semisacralización
del
Libro
de
Récords
Guinness.
Las
nuevas
hazañas
de
la
Patria
se
expresan
a
través
de
los
récords.
Aquí
hubo
batallas
y
héroes
y
mártires,
pero
hoy,
compatriotas,
la
Nación
demanda,
debidamente
certificados,
el
Taco
más
Grande
del
Mundo
(León),
el
Sope
más
Grande
del
Mundo
(Toluca),
la
Quesadilla
más
Grande
del
Mundo
(Querétaro),
el
Nacho
más
Grande
del
Mundo
(Matamoros),
el
Pastel
más
Grande
del
Mundo
(Monterrey),
la
Bandera
más
Grande
del
mundo
(ciudad
de
México),
la
Rosca
de
Reyes
más
Grande
del
Mundo
(ciudad
de
México).
La
tecnología
hace
tabla
rasa
del
lenguaje
público.
He
visto
un
letrero
en
una
iglesia:
“Recicla
tu
espiritualidad”.
¿Por
qué
no?
Un
alma
sin
hardware
y
software,
que
ni
se
le
ocurra
aspirar
a
la
perfección.
IR
Y
VENIR
358
nacional,
y
ningún
movimiento
de
conquista
triunfa
del
todo
al
persistir
la
muy
desigual
distribución
del
ingreso,
el
desastre
educativo
y
el
racismo
(el
de
México
y
el
de
Estados
Unidos).
Nada
“mexicaniza”
tanto,
por
así
decirlo,
como
las
vivencias
de
los
seres
discriminados
y
en
este
sentido,
el
término
La
Raza
es
todo
menos
racista.
Es
sí,
muy
descriptivo,
y
no
viene
de
“la
Raza”
hispánica
sino
de
su
opuesto,
“La
Raza
de
Bronce”,
el
color
moreno,
la
apariencia
indígena,
la
“pertenencia
fisionómica”
a
una
nación.
La
Raza
no
es
racista,
y
la
expresión
convoca
a
la
unidad
desde
el
aspecto
y
desde
los
hábitos
gregarios,
sin
subrayar
superioridad
alguna.
Por
eso,
no
es
tan
exacto
alegar
que
al
llegar
a
Norteamérica
los
migrantes
se
ven
obligados
a
interiorizar
el
ra-‐
cismo,
porque
si
su
tez
es
morena,
ya
lo
traen
bien
asimilado.
En
sus
lugares
de
origen,
los
prietitos
sirven
por
ejemplo
para
que
los
oligarcas
se
sientan
criollos.
Se
escucha
de
modo
incesante
entre
los
dirigentes
reales
o
presuntos
en
las
comu-‐
nidades:
“¡Ah,
qué
difícil
organizar
a
la
Raza!”
(Quizás
pronto,
por
la
influencia
de
académicos,
se
diga:
“¡Ah,
qué
infrecuente
concretar
la
comunidad
imaginada!”)
Los
migrantes
se
instalan
como
pueden
en
Chicago
o
L.A.
o
Sacramento
o
Nueva
York,
se
casan
o
se
arrejuntan
o
mandan
traer
a
su
compañera,
obtienen
una
chamba
regular
en
un
restaurante
o
un
taller
o
una
oficina
o
un
negocito,
se
incrustan
en
su
nicho
y,
una
vez
cubierto
el
compromiso
“con
los
suyos”,
se
consideran
libres
de
los
deberes
comunitarios,
al
fin
y
al
cabo
que
su
comunidad
las
más
de
las
veces
se
materializa
sólo
unos
días
al
año.
(Las
excepciones
suelen
incorporarse
a
Organizaciones
no
Gubernamentales
ONG)
A
los
gobiernos
de
México
no
les
ha
preocupado
en
demasía
la
suerte
de
los
mexicanos
en
Estados
Unidos.
Están
sujetos
a
otras
leyes,
y
los
gobiernos
ya
muy
presionados
por
los
norteamericanos,
meditan
antes
de
protestar.
A
los
compatriotas
se
les
ayuda
con
trámites,
se
les
reúne
en
las
fechas
patrias,
se
les
defiende
“de
a
poquito”,
y
no
mucho
más.
Para
los
gobernantes,
muy
en
especial
para
Luis
Echeverría
y
para
Carlos
Salinas
de
Gortari,
las
comunidades
mexicanas
en
Norteamérica
son
ese
ruiderío
del
Cinco
de
Mayo
y
del
15
de
Septiembre
vuelto
de
vez
en
cuando
plataforma
de
apoyo.
Los
presidentes
Ernesto
Zedillo
y
Vicente
Fox
las
han
contemplado
de
lejos,
convencidos
de
lo
pintoresco
de
su
lealtad
a
México.
IR
Y
VENIR
359
IR
Y
VENIR
360
ejemplo,
la
clase
dominante
se
traduce
a
sí
misma
del
mal
inglés
al
peor
castellano;
a
las
clases
populares
la
emigración
les
resulta
el
Pay
Per
View;
el
desconocimiento
de
la
historia
de
México
vuelve
a
los
héroes
figuras
de
un
comic
muy
antiguo,
y
el
miedo
a
las
desintegraciones
del
porvenir
resulta
no
ser
sino
temor
al
presente.
Y
si
el
nacionalismo
en
México
se
va
transformando
en
postnacionalismo,
en
muchísimos
migrantes
se
vuelve
esa
variante
de
“la
post-‐modernidad”
que
es
la
lealtad
localista.
Qué
lejos
estoy
del
suelo
donde
he
nacido.
Lástima
que
mis
padres
no
tienen
E-‐Mail.
Por
eso,
desde
la
sociedad
abierta
se
añora
la
sociedad
cerrada.
La
reconversión
de
México
en
el
extranjero
se
equipara
a
la
reconversión
de
México
en
México.
En
ambos
casos
se
defiende
como
esencia
lo
ya
no
admitido
por
la
vida
cotidiana,
y
en
ambos
casos
el
grado
de
creatividad
es
intenso,
disparejo,
lleno
de
intuiciones
notables,
proclive
al
autoengaño
y
a
fin
de
cuentas,
muy
vital.
El
“esencialismo”,
pese
a
sus
intenciones,
es
una
de
las
fuentes
imaginativas
del
desarrollo
cultural
de
las
comunidades.
IR
Y
VENIR
361
fechas
o
rituales.
• surge
un
canon
cultural
alternativo
que
estimula
y
divierte
sin
pasar
por
el
reconocimiento
oficial.
• el
nacionalismo
conocido
es
muy
excluyente
y
francamente
discriminatorio.
Es
tributario
del
machismo,
les
concede
a
las
mujeres
papeles
subsidiarios,
no
admite
los
derechos
de
las
minorías,
desprecia
los
matices,
y
no
concibe
la
existencia
de
las
alternativas.
Es,
y
siempre
lo
ha
sido,
un
nacionalismo
erigido
sobre
el
monopolio
de
las
reacciones
emocionales,
y
que
se
desarrolló
sin
admitir
el
lenguaje
y
las
ideas
de
la
democracia.
En
sus
mejores
momentos,
el
nacionalismo
rescata
y
despliega
valores
extraordinarios
de
las
comunidades,
pero
lo
suyo
no
es
el
aprecio
artístico
sino
el
alud
de
leyendas
y
de
actitudes
programáticas,
y
al
amparo
de
la
obligación
de
representar
el
todo
de
la
nación.
El
nacionalismo
compite
desventajosamente
con
la
modernidad,
y
sólo
resurge
con
fiestas
o
situaciones
anímicas:
“¡Viva
México,
hijos
de
la
Chingada!”
Con
regularidad,
de
una
generación
a
otra,
porciones
y
símbolo
de
este
nacionalismo
se
vuelven
humor
involuntario
por
la
interpretación
unívoca
y
por
requerir
de
un
lenguaje
de
ensalzamiento
que
“suena
a
viejo”
al
asilarse
en
un
idioma
vencido.
El
nacionalismo
de
los
mexicanos
en
México
termina
riñendo
con
el
afán
de
universalidad;
el
de
los
mexicanos
en
Estados
Unidos,
no
obstante
algunos
delirios
evocativos,
viene
del
afán
de
contribuir
a
la
diversidad.
El
migrante
no
se
encierra
en
sus
tradiciones,
eso
le
sería
imposible
a
los
que
a
diario
modifican
sus
actitudes
para
adaptarse,
pero
retienen
su
idioma
materno
para
traducir
desde
allí
lo
que
los
transforma.
Por
eso,
si
un
término
le
conviene
hoy
a
México
en
las
descripciones
de
las
fiestas
de
ánimo
patriótico
o
en
las
ayudas
a
los
damnificados
por
las
inundaciones,
es
el
acuñado
por
Benedict
Anderson,
Comunidades
imaginadas
(1983),
que
en
el
caso
mexicano
y
por
ejemplo,
es
la
que
eleva
un
solo
fervoroso
grito
en
los
juegos
de
la
Selección
Nacional
y
deja
de
existir
al
final
del
partido;
es
la
creyente
fervorosa
el
12
de
diciembre
en
la
Basílica
y
la
atea
funcional
(según
los
obispos)
el
resto
del
año;
es
el
tumulto
animoso
en
las
reuniones
de
la
Raza,
y
el
conjunto
olvidadizo
de
todo
lo
que
no
sea
la
familia
nuclear
o
la
devoción
predilecta
(religiosa,
deportiva,
regional
o
política,
si
es
el
caso).
IR
Y
VENIR
362
MÉXICO EN NORTEAMÉRICA
Por
más
de
un
siglo,
generaciones
de
mexicanos
en
Norteamérica
han
aprendido
a
manejarse
dentro
de
otra
cultura,
otra
lengua,
otro
sistema
de
referencias
sociales,
otra
valoración
laboral,
y
su
adaptación
ha
sido
irregular,
con
éxitos
crecientes,
bilingüismo
desigual
y
combinado,
resistencias
a
la
explotación
racista
y
una
zona
de
fracaso
no
tan
parcial:
la
educación.
Allí
han
enfrentado
la
segregación
en
las
escuelas
(Texas),
el
diluvio
de
estereotipos
a
propósito
del
fracaso
académico-‐escolar,
la
falta
de
una
cultura
familiar
de
apoyo
a
los
estudiantes,
la
cancelación
frecuente
de
los
estímulos
gubernamentales,
el
maltrato
despiadado
a
los
ilegales.
En
1981,
según
Elena
Bilbao
y
María
Antonieta
Gallart
en
Los
Chicanos.
Segregación
y
educación
(1981),
los
estereotipos
más
generalizados
para
explicar
las
limitaciones
en
el
aprendizaje
son
entonces
los
siguientes:
“el
niño
es
fatalista
como
derivado
de
su
información
católica;
se
orienta
al
presente
por
lo
que
es
apático,
no
competitivo
y
carente
de
motivación;
es
supersticioso;
proviene
de
hogares
regidos
por
el
patriarcado
y
por
una
cultura
tradicional
o
folk,
que
no
estimula
la
educación”.
Esto
ha
ido
transformándose
porque
los
estereotipos,
dependen
crecientemente,
como
en
todas
partes,
de
las
industrias
culturales
de
Norteamérica,
y
porque
en
algo
se
atenúan
los
elementos
de
opresión
radical:
las
consecuencias
del
racismo,
la
situación
económica
de
las
familias,
y
el
bajo
nivel
educativo
de
la
mayoría
de
los
migrantes.
Ocurre
lo
habitual:
a
la
minoría
se
le
adjudica
como
acción
voluntaria
la
totalidad
de
sus
limitaciones
y
carencias,
y
no
se
advierten
en
este
caso
las
prácticas
de
la
segregación,
las
dificultades
de
adiestramiento
de
maestros
y
los
obstáculos
que
en
los
estados
del
sureste
presenta
el
idioma
inglés
a
los
niños
mexicanos.
En
el
“México
indocumentado”
que
los
migrantes
traen
consigo,
aparecen
también
los
problemas
educativos,
la
segregación
clasista,
la
ausencia
de
incentivos
escolares,
el
fatalismo.
Su
persistencia,
tan
previsible,
es
uno
de
los
escollos
radicales
de
los
mexicanos
en
Estados
Unidos.
Pero
los
avances
son
también
muy
reales,
y
excepcionales
en
los
años
recientes,
y
esto
deshace
las
leyendas
deterministas.
Esta
es
la
ganancia
enorme:
al
México
de
fuera,
en
definitiva,
ya
no
lo
rige
el
fatalismo.
IR
Y
VENIR
363
POSDATA
En
2005
uno
de
los
grandes
temas
de
la
vida
de
México
es
la
generosidad
y
el
papel
relevante
de
las
remisas
de
los
migrantes,
que
en
2004
alcanzaron
la
suma
de
los
17
mil
millones
de
dólares,
a
los
que
debe
añadirse
el
dinero
en
efectivo
y
los
regalos,
lo
que
da
según
los
expertos
una
cantidad
cercana
a
los
21
mil
millones
de
dólares,
que
supera
el
primer
ingreso
histórico
del
país,
el
petróleo.
Esta
certidumbre
—los
migrantes
son
parte
muy
esencial
de
la
continuidad
económica
y
social
del
país—
desemboca
en
el
debate
sobre
el
voto
en
2006
de
los
mexicanos
en
Norteamérica,
y
en
la
revisión
de
un
tema
hasta
ahora
inexplorado:
la
lealtad
binacional.
IR
Y
VENIR
364
IR
Y
VENIR
365
OBRAS CITADAS
Acosta,
Leonardo.
2000.
Descarga
cubana:
el
jazz
en
Cuba
1900-‐1950.
La
Habana.
Editorial
Unión.
Aizenman,
Nurith
C.
2001a.
“The
Culture
Clash
Next
Door;
Neighborhood
Quarrels
Take
On
Ethnic
Tint
as
Pr.
George’s
Gains
Hispanics”.
The
Washington
Post,
21
marzo,
A1.
.
2001b.
“Hispanic
Population
Nearly
Doubles;
County’s
Community
is
Faster-‐Growing
Than
Montgomery”.
The
Washington
Post,
Prince
George’s
Extra,
22
marzo,
T8.
Alabarces,
Pablo.
1997
“¿De
la
heteronomía
a
la
continuidad?
Las
culturas
populares
en
el
espectáculo
futbolístico.”
En
Punto
de
Vista
57:
43-‐48.
.
1998.
“¿De
qué
hablamos
cuando
hablamos
de
deporte?
En
Nueva
Sociedad
154
.
Albó,
Xavier.
1999.
“Andean
People
in
the
Twentieth
Century”.
En
Salomón
y
Schwartz,
eds.:
765-‐
871.
Alcoff,
Linda.
2000.
“Is
Latina/o
Identity
a
Racial
Identity?”
En
Gracia
y
De
Greiff.
Nueva
York.
Routledge.
Alfaro,
Milita.
2000.
“Imaginarios
de
la
‘ciudad
iletrada.’
Notas
acerca
de
la
eficacia
simbólica
de
las
narrativas
residuales.”
Catálogo
de
la
exposición
Como
el
Uruguay
no
hay.
Montevideo:
Museo
Municipal
de
Bellas
Artes
Juan
Manuel
Blanes,
2000.
Alkalimat,
Abdul,
y
Associates.
1986.
Introduction
to
Afro-‐American
Studies:
A
People’s
College
Primer.
Chicago.
Twenty-‐First
Century
Books
&
Publications.
Allen,
Theodore.
1994.
The
Invention
of
the
White
Race.
Vol.
I.
Racial
Oppression
and
Social
Control.
Londres,
Nueva
York.
Verso.
Altamirano,
Teófilo.
1992.
Éxodo.
Peruanos
en
el
exterior.
Lima.
Fondo
Editorial
de
la
Pontificia
Universidad
Católica
del
Perú.
Álvarez,
Luis
Manuel.
1992.
“La
presencia
negra
en
la
música
puertorriqueña”.
En
González
(ed.).
Álvarez,
Sonia
E.,
Evelina
Dagnino,
y
Arturo
Escobar.
1998.
Cultures
of
Politics,
Politics
of
Cultures:
Revisioning
Latin
American
Social
Movements.
.
Boulder,
CO.
Westview.
Álvarez-‐Curbelo,
Silvia
y
María
Elena
Rodríguez
Castro
(eds.).
1993.
Del
nacionalismo
al
populismo:
Cultura
y
política
en
Puerto
Rico.
Huracán.
Río
Piedras.
IR
Y
VENIR
366
Anderson,
Benedict.
1983.
Imagined
Communities.
Reflections
on
the
Origins
and
Spread
of
Nationalism.
Londres.
Verso.
.
1991.
Imagined
Communities:
Reflections
on
the
Origin
and
Spread
of
Nationalism.
2a.
edición.
Londres.
Verso.
.
1992.
Long-‐Distance
Nationalism:
World
Capitalism
and
the
Rise
of
Identity
Politics.
Amsterdam.
Center
for
Asian
Studies.
.
1994.
“Exodus.”
En
Critical
Inquiry
20(2):
314-‐327.
Anthony,
Marc.
1995.
Todo
a
su
tiempo.
CD.
Miami.
Sony
cdz-‐81582.
Antonio,
Julio.
2005.
Entrevista
con
Báez-‐Hernández.
Anzaldúa,
Gloria.
1987.
Borderlands
/
La
frontera:
The
New
Mestiza.
San
Francisco.
Spinsters
/
Aunte
Lute.
Aparicio,
Frances
R.
1997.
Listening
to
Salsa:
Gender,
Latin
Popular
Music
and
Puerto
Rican
Cultures.
Hanover.
Wesleyan
University
Press.
y
Chavez-‐Silverman,
Susana
(eds.)
1997.
Tropicalizations:
Transcultural
Representations
of
Latinidad.
Hanover.
Universtiy
Press
of
New
England.
Apel,
Willie.
1982.
Harvard
Dictionary
of
Music.
Cambridge,
Mass.
Harvard
University
Press.
Aponte,
Sarah.
1999.
Dominican
Migration
to
the
United
States
1970-‐1997:
An
Annotated
Bibliography.
Dominican
Research
Monographs.
Nueva
York.
CUNY
Dominican
Studies
Institute.
Aponte-‐Parés,
Luis.
1996.
“Pequeñas
Patrias:
Appropriating
Place
in
the
American
City”.
Ponencia
presentada
en
la
Segunda
Conferencia
de
la
Asociación
de
Estudios
Puertorriqueños.
San
Juan.
26-‐29
de
septiembre.
Appadurai,
Arjun.
1991.
“Global
Ethnoescapes:
Notes
and
Queries
for
a
Transnational
Anthropology”.
En
Fox,
(ed.):
191-‐210.
.
1996.
Modernity
at
Large:
Cultural
Dimensions
of
Globalization.
Minneapolis.
University
of
Minnesota.
.
2000.
“Grassroots,
Globalization
and
the
Research
Imagination.”
En
Public
Culture
12(1):
1-‐
19.
.
2003.
“Disjuncture
and
Difference
in
the
Global
Cultural
Economy”.
En
Evans-‐Braziel
y
Mannur:
25-‐48.
IR
Y
VENIR
367
Appignanesi,
L.
(ed.)
1987.
Identity.
The
Real
Me.
Post-‐Modernism
and
the
Question
of
Identity.
Londres.
ICA
y
M.
G.
Rodríguez.
(eds.)
1996.
Cuestión
de
pelotas.
Buenos
Aires.
Atuel.
Archetti,
Eduardo
P.
1994.
“El
imaginario
del
fútbol:
estilo
y
virtudes
masculinas
en
‘El
Gráfico’”.
En
Punto
de
Vista:
50.
.
1998.
“El
potrero
y
el
pibe.
Territorio
y
pertenencia
en
el
imaginario
del
fútbol
argentino”
En
Nueva
Sociedad
154.
.
1999.
Masculinities.
Football,
Polo
and
the
Tango
in
Argentina.
Oxford.
Berg.
Arias,
Arturo.
1989.
Jaguar
en
llamas.
Guatemala.
Editorial
Cultura.
.
1999-‐2000.
“Central
American-‐Americans?
Re-‐mapping
Latino/
Latin
American
subjectivities
on
both
sides
of
the
great
divide”.
En
Explicación
de
Textos
Literarios,
Vol.
XXVIII,
Nos.
1-‐2:
47-‐
63.
.
2000.
“El
nacimiento
del
neo-‐indigenismo:
Quetzalcoatl
Resimbolizado”.
En
Asturias
y
Morales,
(ed.):
212-‐241.
Arnson,
Cynthia,
(ed.)
1999.
Comparative
Peace
Processes
in
Latin
America.
Washington
D.C.
The
Woodrow
Wilson
Center
Press.
Arroyo,
Jossiana.
2000.
‘Carnaval,
masculinidad
y
máscaras
de
la
identidad
en
Cuba
y
Brasil:
el
travestismo
cultural
de
Fernando
Ortiz’,
Presentation
at
‘Cuban
Counterpoints:
The
Fernando
Ortiz
Symposium
on
Cuban
Culture
and
History’
Wednesday
22
March
2000,
The
Graduate
Center,
City
University
of
New
York.
Asturias,
Miguel
Ángel
y
Mario
Roberto
Morales,
(ed.)
2000.
Leyendas
de
Guatemala
Edición
Crítica.
Madrid:
Archivos.
Ávila
Molero,
Javier.
2003.
“Lo
que
el
viento
se
llevó:
Diásporas
campesinas
en
Lima
y
los
Estados
Unidos”.
En
Ávila
y
Degregori,
(eds.):
167-‐261.
y
Degregori,
(eds.)
2003.
Comunidades
locales
y
transnacionales.
Cinco
estudios
de
caso
en
el
Perú.
Lima.
Instituto
de
Estudios
Peruanos
Ediciones
Avilés,
Quique.
2003.
The
Immigrant
Museum.
Mexico,
D.F..
PinStudio
y
Raíces
de
Papel.
.
N.d.
Paper,
Fabric,
String
and
Poetry.
Washington,
D.C.
IR
Y
VENIR
368
Bachelard,
Gaston.
1983.
La
poética
del
espacio.
México.
Fondo
de
Cultura
Económica.
.
1994.
The
Poetics
of
Space.
Boston.
Beacon
Press.
Báez,
Josefina.
1998.
“La
Ciguapa.”
En
Sunshine
and
Warner:
111-‐112.
Baéz,
Juan
Carlos.
1989.
El
vínculo
es
la
Salsa.
Caracas.
UCV
y
Editores.
Derrelieve.
Baker
Cristales,
Beth.
1999.
“‘El
Hermano
Lejano’.
The
Transnational
Space
of
Salvadoran
Migration
to
the
United
States.”
Ph.D.
dissertation
Thesis,
Anthropology,
University
of
New
Mexico.
Bakhtin,
M.
M.
1981.
The
Dialogic
Imagination.
Austin.
University
of
Texas
Press.
Barkan,
Elazar
y
Shelton,
Marie-‐Denise.
1998.
“Introduction”.
En
Barkan
y
Shelton,
eds.:
ix-‐x.
y
Shelton,
Marie-‐Denise
(eds.),
1998.
Borders,
Exiles,
Diasporas.
Stanford.
Stanford
University
Press.
Barrán,
José
Pedro.,
Gerardo
Caetano
y
Teresa
Porzecanski
(eds.)
1996.
Historias
de
la
vida
privada
en
el
Uruguay.
El
nacimiento
de
la
intimidad,
1870-‐1920.
Montevideo.
Taurus.
Barthes,
Roland.
1999
[1977].
“The
Third
Meaning”.
The
Responsibility
of
Forms:
Critical
Essays
on
Music,
Art
and
Representation.
Berkeley.
University
of
California
Press:
41-‐62.
Bauman,
Zygmunt.
1998.
Globalization:
The
Human
Consequences.
Nueva
York.
Columbia
University
Press.
Bayer,
O.
1990.
Fútbol
argentino.
Buenos
Aires.
Editorial
Sudamericana.
Beck,
Ulric.
1998.
¿Que
es
la
globalización?
Falacias
de
globalismo,
respuestas
a
la
globalización.
Barcelona.
Paidós.
Bencastro,
Mario.
1998.
Odyssey
to
the
North.
Houston.
Arte
Publico
Press.
Benítez
Rojo,
Antonio.
1989.
La
isla
que
se
repite,
El
Caribe
y
la
perspectiva
posmoderna.
Hanover.
Ediciones
del
Norte.
Benjamin,
Walter.
1968
[1936].
Illuminations.
Nueva
York.
Harcourt.
Bennett,
T.,
Simon
Frith,
L.
Grossberg,
J.
Shepherd
y
G.
Turner
eds.
1993.
Rock
and
Popular
Music:
Politics,
Policies,
Institutions.
Londres.
Routledge.
Berger,
Mark
T.
1995.
Under
Northern
Eyes.
Latin
American
Studies
and
U.S.
Hegemony
in
the
Americas
1898-‐1990.
Bloomington.
Indiana
University
Press.
Bergson,
Henri.
Matter
and
Memory.
Londres.
George
Allen
&
Unwin
Ltd/Nueva
York:
MacMillan
Co,
1950.
IR
Y
VENIR
369
Berríos,
Marisol.
2000.
The
Significance
of
Salsa
Music
to
National
and
Pan
Latino
Identity,.
tesis
Ph.D.
U.
de
Berkeley;
California.
Bhabha,
Homi.
1994.
The
Location
of
Culture.
Londres
y
Nueva
York.
Routledge.
.
1990.
“ The
Third
Space:
Interview
with
Homi
Bhabha.”
En
Rutherford,
(ed.):
207-‐221.
,
(ed.)
1990.
Nation
and
Narration.
Londres/Nueva
York.
Routledge.
Bilbao,
Elena
y
María
Antonieta
Gallart.
1981.
Los
Chicanos.
Segregación
y
educación.
México.
Nueva
Imagen,
Bilby,
Kenneth
M.
1985.
The
Caribbean
as
a
Musical
Region.
Washington.
The
Wilson
Center.
Binford,
Leigh.
2000.
“Migración
transnacional,
criminalidad
y
justicia
popular
en
el
Estado
mexicano
contemporáneo”.
En
Leigh
y
D’Aubeterre
eds.:
19-‐43.
y
Maria
Eugenia
D’Aubeterre,
(eds.)
2000.
Conflictos
migratorios
transnacionales
y
respuestas
comunitarias.
Puebla.
Instituto
de
Ciencias
Sociales
y
Humanidades,
Benemerita.
Universidad
Autónoma
de
Puebla.
Blades,
Rubén
y
Willie
Colón
1980.
Maestra
Vida,
LD
doble.
NY.
Fania.
JM
576
y
577.
Blanco,
Jesús
1992.
80
años
de
Son
y
Soneros
en
el
Caribe
1909-‐1989.
Caracas.
Tropykos.
Bluestone,
Barry
y
Bennett
Harrison.
1982.
The
Deindustrialization
of
America.
Plant
Closings,
Community
Abandoment,
and
the
Dismantling
of
Basic
Industry.
Nueva
Cork.
Basic
Books
Inc.
Bonilla,
Frank.
1998.
“Rethinking
Latino/Latin
American
Interdependence:
New
Knowing,
New
Practice.”.
En
Bonilla
et
al.,
(eds.)
,
et
al.,
eds.
1998.
Borderless
Borders.
U.S.
Latinos,
Latin
Americans,
and
the
Paradox
of
Inntteerr-‐
-‐
dependence.
Philadelphia.
Temple
University
Press.
Boruchoff,
Judith.
1999.
“Equipaje
cultural:
Objetos,
identidad
y
transnacionalismo
en
Guerrero
y
Chicago”.
En
Mummert,
(ed.):
499-‐518.
Bourdieu,
Pierre.
1989.
The
State
Nobility.
Stanford,
CA.
Stanford
University
Press.
y
Loic
Wacquant.
1995.
Respuestas
por
una
antropología
reflexiva.
México.
Grijalbo.
Bourgois,
Philippe.
1995.
In
Search
of
Respect:
Selling
Crack
in
El
Barrio.
Cambridge.
Cambridge
Uni-‐
versity
Press.
Bourne,
Randolph.
1916.
“Trans-‐National
America.”
En
Atlantic
Monthly
(julio).
Reimpreso
en
Bourne
1992.
IR
Y
VENIR
370
.
1992.
The
Radical
Will:
Selected
Writings
1911-‐1918.
Berkeley.
University
of
California
Press.
Braidotti,
Rosi.
1994.
Nomadic
Subjects:
Embodiment
and
Sexual
Difference
in
contemporary
Feminist
Theory.
Nueva
York.
Columbia
University
Press.
Brandt,
Joan.
1998.
“Sharing
the
unsharable:
Jabès,
Deconstruction,
and
the
Thought
of
the
‘Jews’”.
En
Barkan
y
Shelton,
eds.
Brettell,
Caroline
B.
y
Patricia
A.
deBerjeois.
1992.
“Anthropology
and
the
Study
of
Immigrant
Women.”
En
Gabaccia
(ed.):
41-‐63.
Briseño,
Raúl.
1999.
Atenguillo.
Aproximación
a
su
historia.
Manuscrito
inédito.
Atenguillo,
Jalisco,
México.
Bryceson,
D.
y
U.
Vuorela
(eds.)
2002.
The
Transnational
Family:
New
European
Frontiers
and
Global
Networks.
Oxford.
Berg
Publishers,
Brysk,
Allison.
1993.
“From
Above
and
Below:
Social
Movements,
the
International
System,
and
Human
Rights
in
Argentina.”
En
Comparative
Political
Studies
26:
259-‐285.
.
2000.
From
Tribal
Village
to
Global
Village:
Indian
Rights
and
International
Relations
in
Latin
America.
Stanford,
CA.
Stanford
University
Press.
Burbano
Abadía,
Loida.
1995
“La
Salsa,
Una
representación
social”.
En
Huellas.
Barranquilla
n.
45:
67-‐73.
Burgos,
Julia.
1939.
Canción
de
la
verdad
sencilla.
San
Juan.
Imp.
Baldrich.
Burnett,
Christina
Duffy
y
Burke
Marshall
(eds.).
2001.
Foreign
in
a
Domestic
Sense:
Puerto
Rico,
American
Expansion,
and
the
Constitution.
Durham.
Duke
University
Press.
Cabán,
Pedro.
1998.
“The
New
Synthesis
of
Latin
American/Latino
Studies.”
En
Frank
Bonilla,
et
al.,
(eds.):
195-‐215.
Cabrera,
Silvio.
1999.
“Dice
demostrará
nexos
repatriados
y
delincuencia.”
En
El
Nacional
(N.Y.
edition).
30
May:
4.
Cadaval,
Olivia.
1998.
Creating
a
Latino
Identity
in
the
Nation’s
Capital:
The
Latino
Festival.
Nueva
York
y
Londres.
Garland
Publishing.
Calderón,
Marco
A.,
Wilem
Assies
y
Ton
Salman
(eds.)
2002.
Ciudadanía,
Cultura
Política
y
Reforma
del
Estado
en
América
Latina.
Zamora.
El
Colegio
de
Michoacán
e
Instituto
Federal
Electoral
Michoacán.
IR
Y
VENIR
371
IR
Y
VENIR
372
Cohen,
Sandro
y
Josefina
Estrada.
2002.
De
cómo
los
mexicanos
conquistaron
Nueva
York.
Puebla,
México.
Colibrí
y
el
Gobierno
del
Estado
de
Puebla.
Cohen,
Sarah
y
D’Vera
Cohn.
2001.
“Racial
Integration’s
Shifting
Patterns:
Enclaves
Persist,
but
Black-‐
White
Divide
Shrinks”.
The
Washington
Post,
1
abril,
A1.
Cohn,
D’Vera
y
Manny
Fernández.
2001.
“Black
Exodus
Drove
District’s
Population
Loss”.
The
Washington
Post,
31
marzo,
A1.
Colectivo
de
investigación
económica
del
Parido
Socialista
Puertorriqueño.
1976.
“The
economic
importance
of
Puerto
Rico
for
the
United
States”.
En
Latin
American
Perspectives
III:3,
verano.
Colón,
Willie
y
Héctor
Lavoe.
1971.
Asalto
Navideño,
LD.
NY.
Fania
LD
399.
y
Héctor
Lavoe.
1971.
La
gran
fuga-‐The
Big
Break
LD.
NY.
Fania
SLD
394.
y
Ramón
Rivera
Alers.
(“Mon
Rivera”).
1975.
“ There
goes
the
neighbourhood!”.
(¡Se
chavó
el
vecindario!).
LD.
NY.
Vaya
records
–Fania-‐
VS-‐42.
Comisión
de
la
verdad
y
la
reconciliación.
2003.
Informe
final
(versión
en
línea)
http://www.cverdad.
org.pe/ifinal/index.php
Connerton,
Paul.
1989.
How
Societies
Remember.
Cambridge.
Cambridge
University
Press.
Cook,
Garret
W.
2000.
Renewing
the
Maya
World:
Expressive
Culture
in
a
Highland
Town.
Austin.
University
of
Texas
Press.
Córdova,
Carlos
B.
1987.
“Undocumented
El
Salvadoreans
in
the
San
Francisco
Bay
Area:
Migration
and
Adaptation
Dynamics”.
Journal
of
La
Raza
Studies
1.1
(Fall
1987):
9-‐37.
Cornejo
Polar,
Antonio.
1994.
Escribir
en
el
aire.
Ensayo
sobre
la
heterogeneidad
socio-‐cultural
en
las
literaturas
andinas.
Lima.
Editorial
Horizonte.
.
1995.
“Condición
migrante
e
intertextualidad
multicultural:
el
caso
Arguedas”.
En
Revista
de
Crítica
Literaria
Latinoamericana:
21.42.
Coronil,
Fernando.
1996.
“Beyond
Occidentalism.”
En
Cultural
Anthropology
11:
1,
51-‐87.
Cortés,
Geneviève.
2002.
“¿Hacia
una
neo-‐territorialidad
andina?
Sistemas
de
movilidad
y
circulación
migratoria
de
los
campesinos
bolivianos”.
En
Salman,
Zoomers
y
Anneléis,
(eds.):
53-‐76.
Cortés,
Sergio.
2003.
“Migration
by
Residents
of
the
state
of
Puebla
in
the
Decade
of
the
1990s”.
En
Cortina,
y
Gendrau,
eds.:
183-‐202.
IR
Y
VENIR
373
Cortez,
Mayamérica.
1995.
Lamento
indígena.
Nostalgias
y
soledades.
San
Salvador:
Editorial
Clásicos
Roxsil.
Cortina,
Regina
y
Monica
Gendrau,
(eds.)
2003.
Immigrants
and
Schooling:
Mexicans
in
New
York.
New-‐York:
Center
for
Migration
Studies.
Cosentino,
Donald.
2000.
Divine
Revelation:
The
Art
of
Edouard
Duval-‐Carrié.
Los
Angeles.
UCLA
Fowler
Museum
of
Cultural
History.
Coutin,
Susan
Bibler.
2000.
Legalizing
Moves:
Salvadoran
Immigrants’
Struggle
for
U.S.
Residency.
Ann
Arbor,
MI:
The
University
of
Michigan
Press.
Cowy,
Kim,
Alfonso,
Katherine
y
Serrano
F.
(eds.)
2000.
izote
vos:
A
Collection
of
Salvadoran
American
Writing
and
Visual
Art.
San
Francisco.
Pacific
News
Service.
Crawford,
James.
2000.
“Language
Politics
in
the
United
States.
The
Paradox
of
Bilingual
Education.”
En
Ovando
y
McLaren,
eds.:
107-‐125.
Cruz,
Elina
María.
1998.
“Globalización:
El
primer
picazo
lo
dio
Colón.”
En
Rumbo
No.
251.
Nov.
23:
42-‐49.
Cummins,
Jim.
2000.
“Beyond
Adversarial
Discourse.
Searching
for
Common
Ground
in
the
Education
of
Bilingual
Students.”
En
Ovando
y
McLaren:
127-‐147.
CUNY,
History
Task
Force,
Centro
de
Estudios
Puertorriqueños.
1979.
Labor
Migration
Under
Capitalism:
The
Puerto
Rican
Experience.
Nueva
York.
Monthly
Review
Press.
Curet
Cuevas,
Eliécer.
1976.
El
desarrollo
económico
de
Puerto
Rico:
1940
a
1972.
San
Juan
Management
Aid
Center,
Inc.
Curtin,
Philip
D.
1969.
The
Atlantic
Slave
Trade:
A
Census.
Madison.
University
of
Wisconsin
Press.
Cvetkovich,
Ann
y
Douglas
Kellner.
1997.
Articulating
the
Global
and
the
Local:
Globalization
and
Cultural
Studies.
Boulder:
Westview
Press.
Dalton,
Roque.
2000.
Poema
de
amor.
Las
historias
prohibidas
del
pulgarcito
[1974].
San
Salvador:
Universidad
Centroamericana
José
Simeón
Cañas
Editores.
Danticat,
Edwidge.
1994.
Breath,
Eyes,
Memory.
Nueva
York.
Vantage
Books.
.
1998.
The
Farming
of
Bones.
Nueva
York.
Penguin
Books.
Dávila,
Arlene
M.
1997.
Sponsored
Identities:
Cultural
Politics
in
Puerto
Rico.
Filadelfia.
Temple
University
Press.
IR
Y
VENIR
374
Davin,
Anna.
1978.
“Imperialism
and
Motherhood”.
En
History
Workshop
5:
9-‐65.
Davis,
Mike.
1999.
“Magical
Urbanism:
Latinos
Reinvent
the
US
Big
City.”
En
New
Left
Review
234
(March/April):
3-‐43.
Davis,
Mike.
2000.
Magical
Urbanism:
Latinos
Reinvent
the
US
City.
Londres:
Verso.
de
Certeau,
Michel.
1984.
The
Practice
of
Everyday
Life.
Berkeley.
University
of
California
Press.
de
Diego,
Fernando,
Lillo,
Gastón
et
al.
(eds.)
Identidad(es)
del
Perú
en
la
literatura
y
las
artes.
Ottawa.
University
of
Ottawa.
En
prensa.
De
Genova,
Nicholas,
Ramos-‐Zayas,
Ana
Y.
2003.
“Latino
Rehearsals:
Racialization
and
the
Politics
of
Citizenship
between
Mexicans
and
Puerto
Ricans
in
Chicago”.
En
Journal
of
Latin
American
Anthropology,
8,
2
.
de
la
Garza,
Rudolfo
y
J.
Velasco
(eds.)
Bridging
the
Border:
Transforming
Mexico-‐US
Relations.
Lanham,
Maryland.
Rowman
and
Littlefield
Publishers.
Degregori,
Carlos
Iván.
[et
al.].
1990.
Tiempos
de
ira
y
amor:
nuevos
actores
para
viejos
problemas
/
Lima:
DESCO,
Centro
de
Estudios
y
Promoción
del
Desarrollo.
Delannoy,
Lue.
2000.
¡Caliente!
Une
histoire
du
Latin
Jazz.
Paris.
Denoel.
Deleuze,
Gilles.
1991.
Bergsonism.
Nueva
York.
Zone
Books.
y
Félix
Guattari.
1998.
Mil
Mesetas.
Valencia.
Pre-‐Textos.
Departamento
15.
La
Prensa
Gráfica,
http://www.laprensagrafica.com/dpt15/,
28
julio
2004.
Descarga.
1997.
Catalogue,
sic.
1996/97.
NY.
n.ed.
Descarga.
2000.
Catalogue,
sic.
www.DESCARGA.com.
Di
Segni,
Rosanna
y
Adela
Pellegrino.
1969.
Bosquejos
e
impresiones
de
Montevideo.
Selección
de
viajeros.
1850-‐1914.
Montevideo.
Facultad
de
Humanidades
y
Ciencias.
Díaz
Quiñones,
Arcadio.
1993.
“La
política
del
olvido”.
En
La
memoria
rota.
San
Juan.
Huracán.
.
2000.
El
arte
de
bregar.
San
Juan.
Ediciones
Callejón.
Dicker,
Susan.
1996
Languages
in
America:
A
Pluralist
View.
Philadelphia.
Multilingual
Matters.
Diedrich,
Maria,
Henry
Louis
Gates,
Jr.,
y
Carl
Pedersen.,
(eds.)
1999.
The
Black
imagination
and
the
Middle
Passage.
Nueva
York.
Oxford
University
Press.
Dietz,
James
L.
1986.
Economic
History
of
Puerto
Rico,
Institutional
Change
and
Capitalist
IR
Y
VENIR
375
IR
Y
VENIR
376
Espinosa,
Víctor.
1998.
El
dilema
del
retorno.
Migración,
género
y
pertenencia
en
un
contexto
transnacional.
México.
El
Colegio
de
Michoacán-‐El
Colegio
de
Jalisco
Evans-‐Braziel,
Jana
y
Anita
Mannur,
(eds.)
2003.
Theorizing
Diasporas.
Oxford.
Blackwell
Publishing.
Faist,
Thomas.
2000.
“Transnationalization
in
International
Migration:
Implications
for
the
Study
of
Citizenship
and
Culture.”
En
Ethnic
and
Racial
Studies
23:189-‐222.
Fanon,
Franz.
1967.
Black
Skin,
White
Masks.
Nueva
York.
Grove
Press.
Faubion,
James
D.
(ed.)
1998.
Michel
Foucault:
Aesthetics,
Method,
and
Epistemology.
Vol.
2.
Nueva
York.
The
New
Press.
Feldman-‐Bianco,
Bela.
1992.
“Multiple
Layers
of
Time
and
Space:
The
Construction
of
Class,
Race,
Ethnicity,
and
Nationalism
among
Portuguese
Immigrants.”
En
Annals
of
the
New
York
Academy
of
Sciences
645:
145-‐174.
Fernández,
Manny.
2001.
“City
Underwent
Major
Racial
Shifts
in
‘90s,
Census
Shows”.
The
Washington
Post,
D.C.
Extra,
5
abril:
T3.
Fernández-‐Kelly,
Maria
Patricia.
1985.
For
We
are
Sold,
I
and
My
People.
Albany.
SUNY
Press.
Finkelstein,
Sidney.
1960.
“Social
Origins
of
Melody”.
En
Composer
and
Nation:
The
Folk
Heritage
of
Music.
Nueva
York.
International
Publishers.
Flores,
Juan.
1993.
Divided
Borders;
Essays
on
Puerto
Rican
Identity.
Houston.
Arte
Público
Press.
.
1995.
“The
Latino
Imaginary:
Dimensions
of
Community
and
Identity”.
En
Rivera
Nieves
y
Gil
(eds.):
222-‐240.
.
2000.
From
Bomba
to
Hip
Hop:
Puerto
Rican
Culture
and
Latino
Identity.
Nueva
York.
Columbia
University
Press.
.
2001.
“Life
off
the
hyphen:
Latino
literature
and
Nuyorican
traditions”.
En
Laó-‐Montes
y
Dávila
(eds.)
y
George
Yúdice.
1990.
“Living
Borders/Buscando
America:
Languages
of
Latino
Self-‐
formation.”
En
Social
Text
8(24):
57-‐84.
Flores,
William
V.
1997.
“Citizens
vs.
Citizenry:
Undocumented
Immigrants
and
Latino
Cultural
Citizenship”.
En
Flores
y
Benmayor:
255-‐277.
IR
Y
VENIR
377
y
Rina
Benmayor
(eds.)
1997.
Latino
Cultural
Citizenship.
Claiming
Identity,
Space
and
Rights.
Boston.
Beacon
Press.
y
Rina
Benmayor.
1997.
“Introduction.
Constructing
Cultural
Citizenship.”
En
Flores
y
Benmayor:
1-‐23.
Foner,
Nancy.
1997.
“The
Immigrant
Family:
Cultural
Legacies
and
Cultural
Changes”.
En
International
Migration
Review
31.
4:
961-‐1008.
.
1999.
“What’s
New
About
Transnationalism?
Nueva
York
Immigrants
Today
and
at
the
Turn
of
the
Century.”
En
Diaspora
6:355-‐375.
,
(ed.)
2001.
New
Immigrants
in
New
York.
Nueva
York.
Columbia
University
Press.
Forment,
Carlos
A.
1989
“Political
Practice
and
the
Rise
of
an
Ethnic
Enclave:
The
Cuban
American
Case,
1959-‐1979”.
En
Theory
and
Society,
18:
47-‐81
Forster,
Robert
J.
1991.
“Making
National
Cultures
in
the
Global
Ecumene.”
En
Annual
Review
of
Anthropology
20:
235-‐60.
Fortier,
Anne-‐Marie.
2000.
Migrant
Belonging:
Memory,
Space,
Identity,
Oxford.
Berg.
Foster,
Brooke
Lea.
2001.
Breaking
Though.
Washingtonian
36.8:
76-‐84,
108-‐109.
Foucault,
Michel.
1967.
“Of
Other
Spaces:
Heterotopia”
http://foucault.info/documents/heteroTopia.
en.html
.
1979.
Discipline
and
Punishment.
Nueva
York.
Vantage
Books.
.
1981.
“What
is
Enlightenment?”
En
Power/Knowledge:
Selected
Interviews
and
Other
Writings,
1972-‐1977.
Nueva
York.
Pantheon.
.
1998
[1967].
“Different
Spaces”.
En
Faubion,
(ed.):
175-‐185.
Fouron,
Georges
y
Nina
Glick
Schiller.
2001.
“All
in
the
Family:
Gender,
Transnational
Migration,
and
the
Nation-‐State.”
En
Identities:
Global
Studies
in
Culture
and
Power
7:
539-‐582.
Fox,
Richard
(ed.)
1991.
Recapturing
Anthropology.
Santa
Fe,
N.M.
School
of
American
Research
Press.
Freeman,
Carla.
2000.
High
Tech
and
High
Heels
in
the
Global
Economy:
Women,
Work,
and
Pink-‐Collar
Identities.
Durham
&
Londres.
Duke
University
Press.
Freud,
Sigmund.
1955.
The
Standard
Edition
of
the
Complete
Psychological
Works
of
Sigmund
Freud.
Tomo
XVII.
Londres.
The
Hogarth
Press.
Friedrich,
Paul.
1977.
Agrarian
Revolt
in
a
Mexican
Village.
Chicago.
University
of
Chicago
Press.
IR
Y
VENIR
378
IR
Y
VENIR
379
(5):1032-‐1040.
Gilroy,
Paul.
1993.
The
Black
Atlantic,
Modernity
and
Double
Consciousness.
Cambridge,
Mass.
Harvard
University
Press.
.
1994.
“Diaspora”.
En
Paragraph
17,
3:
207-‐212.
.
2003
“The
Black
Atlantic
as
a
Counterculture
of
Modernity”.
En
Evans-‐Braziel
y
Mannur,
eds.:
49-‐82.
Giménez,
Gilberto.
1996.
“Territorio
y
Cultura”.
Conferencia
Magistral
en
la
ceremonia
de
entrega
del
reconocimiento
como
Maestro
Universitario
Distinguido.
Colima.
Universidad
de
Colima.
Glasser,
Ruth.
1995.
My
Music
is
My
Flag,
Puerto
Rican
Musicians
and
their
New
York
Communities.
1917-‐1940.
Berkeley.
University
Of
California
Press.
Gledhill,
John.
1993.
Casi
Nada:
Capitalismo,
Estado
y
los
Campesinos
de
Guaracha.
Zamora,
México.
El
Colegio
de
Michoacán
.
1995.
Neoliberalism,
Transnationalization
and
Rural
Poverty:
A
Case
Study
of
Michoacán,
Mexico.
Boulder,
San
Francisco
y
Oxford.
Westview
Press.
.
1998.
“The
Contribution
of
Mexican
Migration
to
Restructuring
U.S.
Capitalism.
NAFTA
as
an
Instrument
of
Flexible
Accumulation”.
En
Critique
of
Anthropology
18,
3.
.
2002.
“Los
pasos
difíciles
a
la
ciudadanía
amplia:
más
allá
de
la
transitología”.
En
Calderón,
Assies
y
Salman
(eds.).
.
2003.
“Rights
and
the
Poor”.
En
Wilson
y
Mitchell,
eds.
Glick
Schiller,
Nina.
1999.
“Transmigrants
and
Nation-‐States:
Something
Old
and
Something
New
in
the
U.S.
Immigrant
Experience.”
En
Hirschmann,
Kasinitz
y
DeWind:
94-‐119.
.
2000.
“Building
a
Transnational
Perspective
on
Migration.”
En
Transnational
Migration:
Comparative
Theory
and
Research
Perspectives—An
Informal
Workshop.
Oxford,
England.
Inédito.
y
Georges
Fouron.
1998.
“Transnational
Lives
and
National
Identities:
The
Identity
Politics
of
Haitian
Immigrants.”
En
Guarnizo
y
Smith
130-‐161.
y
Georges
Fouron.
1999.
“Terrains
of
Blood
and
Nation:
Haitian
Transnational
Social
Fields.”
En
Racial
and
Ethnic
Studies
22:
340-‐366.
y
Georges
Fouron.
2001.
Georges
Woke
Up
Laughing:
Long-‐distance
Nationalism
and
the
IR
Y
VENIR
380
IR
Y
VENIR
381
CEREP
González,
Silvia.
2000.
“En
busca
de
la
identidad
perdida”.
La
Prensa
Gráfica.
7
agosto:
42-‐43.
Goo,
Sara
Kehaulani.
2001a.
“Ownership
Opportunities:
Blacks,
Hispanics
Find
Room
for
Their
Businesses
to
Grow
in
the
D.C.
Area”.
The
Washington
Post,
9
abril,
E1,
E15.
.
2001b.
“Sharp
Rise
in
Black-‐Owned
Firms;
Hispanics’
Businesses
Show
Modest
Growth”.
The
Washington
Post,
Prince
George’s
Extra,
12
abril,
T5.
Gordon,
Avery
F.
y
Christopher
Newfield
(eds.)
1996.
Mapping
Multiculturalism.
Minneapolis.
University
of
Minnesota
Press.
Gracia,
Jorge
J.
E.
y
Pablo
De
Greiff
eds.
2000.
Hispanics/Latinos
in
the
United
States.
Ethnicity,
Race
and
Rights.
Nueva
York.
Routledge.
Graham,
Pamela.
1997.
“Reimaginging
the
Nation
and
Defining
the
District:
Dominican
Migration
and
Transnational
Politics.”
En
Pessar
(ed.):
91-‐126
Griffith,
David.
2002.
“El
avance
de
capital
y
los
procesos
laborales
que
no
dependen
del
mercado”.
En
Relaciones
XXIII,
90.
Zamora,
Michoacán.
El
Colegio
de
Michoacán.
Grinberg,
Leon
y
Rebeca.
1984.
Psicoanálisis
de
la
migración
y
del
exilio.
Madrid:
Alianza.
Grosfoguel,
Ramón.
1997.
“Colonial
Caribbean
Migrations
to
France,
The
Netherlands,
Great
Britain
and
the
United
States”.
En
Ethnic
and
Racial
Studies
Vol.
20,
no.
3,
julio:
594-‐612.
.
2001.
“Geopolitics
of
Knowledge
and
Coloniality
of
Power:
Rethinking
the
Modern/Colonial
World-‐System
from
the
Colonial
Difference.”
Trabajo
presentado
en
la
Universidad
de
California,
Santa
Cruz,
el
13
de
abril
de
2001.
(ed.)
1999.
“Introduction”.
Cultural
Racism
and
Colonial
Caribbean
Migrants
in
Core
Zones
of
the
Capitalist
World-‐Economy”.
Special
issue
on
Colonial
Caribbean
Migrations
in
Core
Zones.
Review.
Vol.
XXII,
No.
4:
409-‐434.
Grossberg,
Larry
et
al.
(eds.)
1992.
Cultural
Studies.
Lawrence
NY.
Routledge.
Grossberg,
Lawrence.
1992.
We
gotta
get
out
of
this
place:
Popular
Conservatism
and
Postmodern
Culture.
Londres.
Routledge.
Guarnizo,
Luis
E.
1994.
“Los
Dominicanyorks:
The
Making
of
a
Binational
Society.”
En
Annals
of
the
American
Academy
of
Political
and
Social
Sciences
533:70-‐86.
.
1997a.
“The
Emergence
of
a
Transnational
Social
Formation
and
the
Mirage
of
Return
IR
Y
VENIR
382
IR
Y
VENIR
383
IR
Y
VENIR
384
Harker,
Dave.
1980.
One
for
the
Money:
Politics
and
Popular
Song.
Londres.
Hutchinson.
Harris,
Max.
2000.
Aztecs,
Moors
and
Christians:
Festivals
of
Reconquest
in
Mexico
and
Spain,
Austin.
University
of
Texas
Press.
Harvey,
David
1989.
The
Condition
of
Postmodernity,
An
Enquiry
into
the
Origins
of
Cultural
Change.
Oxford,
Cambridge,
Mass:
Basil
Blackwell.
Hayden,
Bridget.
2003.
Salvadorans
in
Costa
Rica:
Displaced
Lives.
Tucson.
The
University
of
Arizona
Press.
Hayward,
Barry.
1991.
Memory
and
Creativity
in
the
Interpretation
of
Early
Music.
Paris.
Mimeo.
Heilbrunn,
Jacob.
1996.
“The
News
from
Everywhere.
Does
Global
Thinking
Threaten
Local
Knowledge?
The
Social
Science
Research
Council
Debates
the
Future
of
Area
Studies.”En
Lingua
Franca
(May-‐June):
49-‐56.
Hernández,
Ramona.
1992
“The
Pitfalls
of
Comparing
Marginal
Groups.”
En
Punto
7
Review:
A
Journal
of
Marginal
Discourse
2.2:
36-‐48.
y
Francisco
Rivera-‐Batiz,
y
Roberto
Agodini.
1995.
Dominican
New
Yorkers:
A
Socioeconomic
Profile.
1990.
Dominican
Research
Monographs.
Nueva
York.
CUNY
Dominican
Studies
Institute.
y
Silvio
Torres-‐Saillant.
1996.
“Dominican
Quiddities
in
the
U.S.
Academy.”
En
Punto
7
Review:
A
Journal
of
Marginal
Discourse
3.1
(Fall):
1-‐10.
y
Francisco
Rivera-‐Batiz.
1997.
Dominican
New
Yorkers:
A
Socioeconomic
Profile,
1997.
Dominican
Research
Monographs.
Nueva
York.
CUNY
Dominican
Studies
Institute.
Hershberg,
Eric.
1998.
“From
Cold
War
Origins
to
a
Model
for
Academic
Internationalization:
Latin
American
Studies
at
a
Crossroads.”
En
Dispositio/n
13(50):
117-‐131.
Hettne,
Björn.
1995.
Development
Theory
and
the
Three
Worlds:
Towards
an
International
Political
Economy
of
Development.
Essex,
England.
Longman
Scientific
and
Technical.
Heyman,
Josiah.
1998.
“State
Effects
on
Labor
Exploitation:
The
INS
and
Undocumented
Immigrants
at
the
Mexico-‐United
States
Border”.
En
Critique
of
Anthropology
18,
2
Hirai,
Shinji.
2002
“Viajes
al
terruño
imaginario:
El
Estado
Post-‐nacional
y
el
Turismo
diaspórico
mexicanos”
Ponencia
presentada
en
el
Coloquio
Internacional
de
Transnacionalidad:
una
mirada
etnográfica
y
multidisciplinaria;
marzo
13,
México.
IR
Y
VENIR
385
Hirschmann,
C.,
P.
Kasinitz,
y
J.
De
Wind
(eds.)
1999.
The
Handbook
of
International
Migration.
Nueva
York.
The
Russell
Sage
Foundation.
Hobsbawm,
Eric.
1989.
The
Age
of
Empire,
1875-‐1914.
Nueva
York:
Vintage
Books.
Hondagneu-‐Sotelo,
Pierrette.
1994.
Gendered
Transitions:
Mexican
Experiences
of
Immigration.
Berkeley.
University
of
California
Press.
Hosokawa,
Shuhei.
1998.
“Salsa
no
tiene
frontera’:
Orquesta
de
la
Luz
and
the
Globalization
of
Popular
Music”.
En
Cultural
Studies
13:
3.
Hu-‐DeHart,
Evelyn.
1993.
“The
History,
Development
and
Future
of
Ethnic
Studies.”
En
Phi
Delta
Kappa
(September):
50-‐54.
Hurtado
Suárez,
Wilfredo.
1995.
Chicha
peruana.
Música
de
los
nuevos
migrantes.
Lima.
ECO.
Hutchinson,
John.
1994.
“Cultural
Nationalism
and
Moral
Regeneration”.
En
Hutchinson
y
Smith
(eds.):
122-‐131.
y
Anthony
D.
Smith
(eds.)
1994.
Nationalism.
Oxford.
Oxford
University
Press.
Ianni,
Octavio.
1996.
Teorías
de
la
globalización.
México.
Siglo
XXI.
Inglés,
Dorys.
2000.
“Las
pupusas
se
volvieron
industria”.
El
Diario
de
Hoy,
August
2,
32.
Instituto
Nacional
de
Estadística
Geográfica
e
Informática
(INEGI).
XII
Censo
General
de
Población
y
Vivienda,
2000.
Resultados
definitivos,
México.
INEGI.
Interamerican
Development
Bank.
2001.
“Remittances
as
an
Instrument
of
Development:
A
Regional
Conference.”
Available
at:
http://www.iadb.org.
Inter-‐American
Dialogue.
Criminal
Deportation.
http://www.iadialog.org/taylor.html,
16
febrero
2000.
Itzigsohn,
José.,
Carlos
Dore
Cabral,
Esther
Hernández
Medina,
y
Obed
Vásquez.
1999.
“Mapping
Dominican
Transnationalism:
Narrow
and
Broad
Transnational
Practices.”
En
Ethnic
and
Racial
Studies
22:
316-‐339.
Jameson,
Fredric.
1987.
“ The
State
of
the
Subject”.
En
Critical
Quaterly,
29.
4:
16-‐25.
.
1991.
Postmodernism,
or,
The
Cultural
Logic
of
Late
Capitalism.
Durham.
Duke
University
Press.
Jennings,
Keith
y
Clarence
Lusane.
1994.
“The
State
and
Future
of
Black
/
Latino
Relations
in
Washington,
D.C.:
A
Bridge
in
Need
of
Repair”.
Blacks,
Latinos,
and
Asians
in
Urban
America:
Status
and
Prospects
for
Politics
and
Activism,
James
Jennings
(ed.),
57-‐77.
Westport,
CT.
IR
Y
VENIR
386
Praeger.
Jones-‐Correa,
Michael.
1998.
“Commentary.”
En
Levitt,
P.
y
M.
C.
Waters,
(eds.)
Joya,
Daniel.
2003.
Sueños
de
un
callejero.
San
Salvador.
Editorial
Nuevo
Enfoque.
Junta
de
Planificación
de
Puerto
Rico.
2000.
“Migración
de
retorno
en
Puerto
Rico”.
En
Informe
económico
al
gobernador,
1999.
San
Juan.
Junta
de
Planificación
de
Puerto
Rico:
1-‐16.
Junta
de
Planificación
de
Puerto
Rico.
2001.
“Movimiento
de
pasajeros
entre
Puerto
Rico
y
el
exterior.
Años
fiscales”.
Manuscrito
inédito.
Junta
de
Planificación.
San
Juan.
Programa
de
Planificación
Económica
y
Social.
Subprograma
de
Análisis
Económico.
Kaplan,
Caren.
1996.
Questions
of
Travel.
Postmodern
Discourses
of
Displacement.
Durham.
Duke
University
Press.
Kearney,
Michael.
1991.
“Borders
and
Boundaries
of
State
and
Self
at
the
End
of
Empire”.
En
Journal
of
Historical
Sociology
4
1:
52-‐74.
.
1995a.
“ The
Effects
of
Transnational
Culture,
Economy,
and
Migration
on
Mixtec
Identity
in
Oaxacalifornia”.
En
Smith
y
Feagin:
226-‐243.
.
1995b.
“ The
Local
and
the
Global:
The
Anthropology
of
Globalization
and
Transnationalism”.
En
Annual
Review
of
Anthropology
24:
547-‐565.
.
1996.
Reconceptualizing
the
Peasantry:
Anthropology
in
Global
Perspective.
Boulder
y
Oxford.
Westview
Press.
Keck,
Margaret
E.
and
Kathryn
Sikkink.
1998.
Activists
Beyond
Borders.
Ithaca.
Cornell
University
Press.
Kerkhof,
Erna.
2000.
Contested
Belonging:
Circular
Migration
and
Puerto
Rican
Identity.
Tésis
doctoral.
Holanda.
Universidad
de
Utrecht.
Khare,
R.S.
y
M.S.A.
Rao
(eds.)
1986.
Food,
Society,
and
Culture.
Aspects
in
South
Asian
Food
Systems.
Durham.
Carolina
Academic
Press
Khoser,
Khalid.
2001.
“War
and
Peace
in
Eritrea:
The
Role
of
the
Diaspora.”
En
Centre
for
Development
Research/Transnational
Communities
Programme.
Living
on
the
Edge:
Migration,
Conflict
and
State
in
the
Backyards
of
Globalization.
Copenhagen,
Denmark:
22-‐41.
Kim,
Katherine
Cowy,
Alfonso
Serrano
F.,
Leda
Ramos,
y
Rick
Rocamora
(eds.)
2000.
Izote
Vos:
A
Collection
of
Salvadoran
American
Writing
and
Visual
Art.
San
Francisco.
Pacific
News
Service.
King,
A.
(ed.)
1991.
Culture
Globalization,
and
the
World
System.
Londres.
Macmillan
IR
Y
VENIR
387
King,
John,
et
al.
1993.
Mediating
Two
Worlds,
Cinematic
Encounters
in
the
Americas.
Londres.
British
Film
Institute
Pub.
Kirk,
Robin.
1991.
The
Decade
of
Chaqwa.
Peru’s
Internal
Refugees.
Washington
D.C..
U.S.
Committee
for
Refugees.
Kirkpatrick,
Doris.
1975.
Around
the
World
in
Fitchburg.
Fitchburg.
Fitchburg
Historical
Society.
Korzeniewidcz,
R.
P.
y
W.
C
Smith
(eds.)
1996.
Latin
America
in
the
World
Economy.
Westport,
CT.
Greenwood
Press.
Kyle,
David.
1995.
“The
Transnational
Peasant:
The
Social
Structures
of
Economic
Migration
from
the
Ecuadoran
Andes.”
Tésis
doctoral,
Department
of
Sociology,
Johns
Hopkins
University,
Baltimore.
“La
casa
de
las
pupusas”.
2002.
http://www.coexport.com/masey/,
9
September.
Laguerre,
Michel
S.
1997.
“The
Role
of
the
Diaspora
in
Haitian
Politics.”
En
Rotberg
(ed.):
170-‐
182.
.
1998.
Diasporic
Citizenship:
Haitian
Americans
in
Transnational
America.
Nueva
York.
St.
Martin’s
Press.
Landolt,
Patricia,
Lilian
Autler,
y
Sonia
Baires.
1999.
“From
hermano
lejano
to
hermano
mayor:
the
dialectics
of
Salvadoran
transnationalism”.
En
Ethnic
and
Racial
Studies,
22:
290-‐316.
Laó-‐Montes,
Agustín.
1997.
“Islands
at
the
Crossroads:
Puerto
Ricanness
Traveling
between
the
Translocal
Nation
and
the
Global
City”.
En
Negrón-‐Muntaner
y
Grosfoguel
(eds.).
169-‐188.
.
2001.
“Introduction”.
En
Laó-‐Montes
y
Davila,
eds.:
ix-‐xxxi.
y
Arlene
Dávila.,
(eds.)
2001.
Mambo
Montage:
The
Latinization
of
New
York,
Nueva
York.
Columbia
University
Press.
Lavoe,
Héctor
1975.
La
voz.
LD.
NY.
Fania
F-‐461.
Lawless,
Robert.
1992.
Haiti
Bad
Press.
Rochester.
Shenkman.
Lefebvre,
Henri.
1991.
The
Production
of
Space.
Oxford.
Blackwell.
Leite
Lopes,
J.
Sérgio.
1998.
“Fútbol
y
clases
populares
en
Brasil.
Color,
clase
e
identidad
a
través
del
deporte”.
En
Nueva
Sociedad
154.
Lenin,
V.I.
1970.
Imperialism,
The
Highest
Stage
of
Imperialism.
Selected
Works.
Moscow.
Progress
Publishers.
IR
Y
VENIR
388
Lessinger,
Johanna.
1992.
“Investing
or
Going
Home?
A
Transnational
Strategy
among
Indian
Immigrants
in
the
United
States”.
En
Glick
Schiller,
Basch,
y
Blanc-‐Szanton,
eds.:
53-‐80.
Levitt,
Peggy.
1997.
“Transnationalizing
Community
Development:
The
Case
of
Migration
Between
Boston
and
the
Dominican
Republic.”
En
Nonprofit
and
Voluntary
Sector
Quarterly
26:
509-‐
526.
.
1998a.
“Local-‐Level
Global
Religion:
The
Case
of
U.S.-‐Dominican
Migration.”
En
Journal
for
the
Scientific
Study
of
Religion
37:
74-‐89.
.
1998b.
“Transnational
Politics:
A
Dominican
Case.”
En
LASA
Forum
29.2
(Summer):
22-‐23.
.
1999.
“Social
Remittances:
A
Local-‐Level,
Migration-‐Driven
Form
of
Cultural
Diffusion”.
En
International
Migration
Review
32,
124:
926-‐949.
.
2001.
“Using
God
and
Country:
The
Relationship
between
Religious
and
Political
Transnational
Memberships”.
En
Centre
for
Development
Research/Transnational
Communities
Programme.
Copenhagen,
Denmark:
121-‐142.
.
2001a.
The
Transnational
Villagers,
Berkeley
y
Los
Angeles,
C.A.
University
of
California
Press.
.
2001b.
“Transnational
migration:
Taking
stock
and
future
directions”.
En
Global
Networks,
1,
3:
195-‐216.
y
M.
C.
Waters
(eds.)
2002
The
Changing
Face
of
Home:
The
Transnational
Lives
of
the
Second
Generation.
Nueva
York.
Russell
Sage
Foundation.
Linden,
R.
Ruth.
1993.
Making
Stories,
Making
Selves.
Feminist
Reflections
on
the
Holocaust.
Columbus.
Ohio
State
University
Press.
Lipsitz,
George.
1990.
Time
Passages,
Collective
Memory
and
American
Popular
Culture.
Minneapolis.
University
of
Minnesota
Press.
.
1994.
Dangerous
Crossroads,
Popular
Music,
Postmodernism
and
the
Poetics
of
Place.
Londres.
Verso.
López,
Ana
M.
1993.
“Are
All
Latins
from
Manhattan?
Hollywood
Ethnography
and
Cultural
Colonialism”.
En.
King.,
(ed.):
118-‐130.
Los
Hermanos
Flores.
1998.
“El
hermano
lejano.
Super
Fiesta
99
con
Los
Hermanos
Flores.
[CD].
Hollywood,
CA.
Music
Art
Productions,
MACD-‐2826.
Lowenthal,
Abraham
F.,
Katrina
Burgess,
(eds.)
1993.
The
California-‐Mexico
Connection.
Stanford.
IR
Y
VENIR
389
Stanford
University.
Lozano-‐Ascencio,
Fernando.
2003.
“Discurso
oficial,
remesas
y
desarrollo
en
México”
en
Migración
y
Desarrollo
No.
1/Oct.:
23-‐31.
Lull,
James.
1997.
Medios,
comunicación,
cultura.
Aproximación
global.
Buenos
Aires.
Amorrortu
editores.
.
2002.
“Super
cultura
para
la
era
de
la
comunicación”.
Texto
usado
en
el
seminario
Globalización
y
cultura
del
10
al
12
de
abril,
San
Luis.
Universidad
de
San
Luis.
Luna,
Ronald.
2004.
“What
is
the
demographic
reality
of
Latinos
in
the
Greater
Washington,
D.C.
Metropolitan
Area?”
Trabajo
presentado
en
el
Symposium
Spanish
Language
Communities
in
the
Greater
Washington,
D.C.
Metropolitan
Area,
9
marzo.
Lungo,
Mario,
Kay
Eekhoff,
y
Sonia
Baires.
1996.
Migración
internacional
y
desarrollo
local
en
El
Salvador.
San
Salvador.
FUNDE.
Lyotard,
Jean-‐Francois.
1990.
Heidegger
and
‘the
Jews’.
Minneapolis.
University
of
Minnesota
Press.
Macarena,
Jesús.
2003.
Declaración
del
artista
a
Báez-‐Hernández.
MacPherson
C.B.
1962.
The
Political
Theory
of
Possesive
Individualism,
Hobbes
to
Locke.
Londres.
Oxford
University
Press.
Mafud,
Julio.
1967.
Sociología
del
fútbol.
Buenos
Aires.
Americalee.
Mahler,
Sarah
J.
1995a.
American
Dreaming:
Immigrant
Life
on
the
Margins.
Princeton.
University
of
Princeton
Press.
.
1995b.
Salvadorans
in
Suburbia:
Symbiosis
and
Conflict.
Boston.
Allyn
and
Bacon.
.
1998.
“Theoretical
and
Empirical
Contributions
Toward
a
Research
Agenda
for
Transnationalism.”:
64-‐100
.
1999a.
“ The
Salvadoran
Remittance
Business:
The
Role
of
Trust
in
a
Tansnational
Enterprise.”
Trabajo
presentado
en
las
sesiones
del
American
Sociology
Association
meetings,
August
1999.
Chicago,
Illinois.
.
1999b.
“A
Transnational
Analysis
of
Migration
and
Gender:
Notes
and
Queries
from
a
case
study
of
Salvadorans.”
Manuscrito
inédito.
Florida
International
University,
Miami,
FL.
.
2000a.
“Constructing
International
Relations:
The
Role
of
Transnational
Migrants
and
Other
Non-‐State
Actors.”
En
Identities
7:
197-‐232.
IR
Y
VENIR
390
.
2000b.
“Migration
and
Transnational
Issues:
Recent
Trends
and
Prospects
for
2020”.
Central
America
2020.
http://ca2020.fiu.edu/Themes/Sarah_Mahler/Mahler_Final.htm,
14
mayo
2004.
Versión
en
español
en
este
libro.
.
2001.
“Transnational
Relationships:
The
Struggle
to
Communicate
Across
Borders.”
En
Identities:
Global
Studies
in
Culture
and
Power
7:
583-‐619.
y
Patricia
Pessar.
2001.
“Gendered
Geographies
of
Power:
Analyzing
Gender
Across
Transnational
Spaces.”
En
Identities:
Global
Studies
in
Culture
and
Power
7:
441-‐459.
Malkin,
Victoria.
1998.
“La
reproducción
de
relaciones
de
género
dentro
de
una
comunidad
de
migrantes
mexicanos
en
New
Rochelle,
Nueva
York”.
En
Mummert
(ed).
Manrique,
Nelson.
1990.
“Violencia
e
imaginario
en
el
Perú
Contemporáneo”.
En
Tiempos
de
ira
y
amor.
Lima.
Desco:
47-‐75.
.
1995.
“Political
Violence,
Ethnicity
and
Racism
in
Peru
in
Time
of
War”.
En
Journal
of
Latin
American
Cultural
Studies
4.1:
5-‐17.
Manuel,
Peter.
1991.
“Salsa
and
the
Music
Industry:
Corporate
Control
or
Grassroots
Expression?”
En
Manuel
(ed.):
157-‐185.
(ed.)
1991.
Essays
on
Cuban
Music.
Londres.
University
Press
of
America.
Marable,
Manning.
1993.
“Beyond
Racial
Identity
Politics:
Towards
a
Liberation
Theory
for
Multicultural
Democracy.”
En
Race
&
Class
35:
1,
113-‐130.
Martín
Barbero,
Jesús.
1993.
Communication,
Culture
and
Hegemony:
From
the
Media
to
Mediations.
Londres.
Sage.
Martínez,
Demetria.
1996.
Mother
Tongue.
Nueva
York.
Random
House.
Martínez,
Lara
y
Carlos
Benjamín.
1994.
Salvadoreños
en
Calgary:
El
proceso
de
configuración
de
un
nuevo
grupo
étnico.
San
Salvador.
CONCULTURA.
Massey,
Douglas.
1999.
“Why
Does
Immigration
Occur?
A
Theoretical
Synthesis.”
En
Hirschmann,
Kasinitz,
y
DeWind,
(ed.):
169-‐182.
,
Rafael
Alarcón,
Jorge
Durand,
y
Humberto
Gonzalez.
1987.
Return
from
Aztlán:
The
Social
Process
of
International
migration.
Berkeley.
University
of
California
Press.
,
Luin
Goldring,
y
Jorge
Durand,
eds.
1994.
“Continuities
in
Transnational
Migration:
An
Analysis
of
Nineteen
Mexican
Communities”.
En
American
Journal
Of
Sociology
Vol.
99,
No.
6:
1492-‐1533.
IR
Y
VENIR
391
y
Kristin
Espinosa.
1997
“What’s
Driving
Mexico-‐U.S.
Migration?
A
Theoretical,
Empirical
and
Policy
Analysis”.
En
American
Journal
of
Sociology
102,
4:
939-‐999.
Mato,
Daniel.
1997.
“On
Global
Agents,
Transnational
Relations,
and
the
Social
Making
of
Transnational
Identities
and
Associated
Agendas.”
En
Identities:
Global
Studies
in
Culture
and
Power
4:
167-‐212.
.
1998.
“On
the
Making
of
Transnational
Identities
in
the
Age
of
Globalization:
The
US
Latina/o-‐‘Latin’
American
Case”.
En
Cultural
Studies
12,
4:
598-‐619.
Matthei,
Linda
Miller
y
David
A.
Smith.
1998.
“Belizean
“Boyz
‘n
the
‘Hood’”?
Garifuna
Labor
Migration
and
Transnational
Identity.”
En
Guarnizo
y
Smith
(ed.):
270-‐290
McClintock,
Cynthia.
1999.
“The
Decimation
of
Peru’s
Sendero
Luminoso”.
En
Arnson
(ed.):
112-‐
134.
McClymer,
John.
1982.
“The
Americanization
Movement
and
the
Education
of
the
Foreign-‐Born
Adult,
1914-‐1925.”
En
Weiss
(ed.):
212-‐234.
Melara
Méndez,
Efraín.
1995
Mitología
Cuzcatleca:
Los
cuentos
de
mi
infancia
y
otros.
Santa
Tecla,
ES.
Editorial
Clásicos
Roxsil.
Memmi,
Albert.
1994.
Racism.
Minneapolis.
University
of
Minnesota
Press.
Menchaca,
Martha.
1995.
The
Mexican
Outsiders:
A
Community
History
of
Marginalization
and
Discrimination
in
California.
Austin:
University
of
Texas.
Menjívar,
Cecilia.
1999.
“Religious
Institutions
and
Transnationalism:
A
Case
Study
of
Catholic
and
Evangelical
Salvadoran
Immigrants.”
En
International
Journal
of
Politics,
Culture
and
Society:
12:589-‐612.
.
2000.
Fragmented
Ties:
Salvadoran
Immigrant
Networks
in
America.
Berkeley
y
Los
Angeles.
University
of
California
Press.
Meyer,
Gerald.
1999.
“Cultural
Pluralists
versus
Americanization:
The
Contributions
of
Horace
Kallen,
Randolph
Bourne,
Louis
Adamic,
and
Leonard
Covello.”
Manuscrito
inédito
de
verano
1999.
Mignolo,
Walter.
2000.
Local
Histories/Global
Designs.
Coloniality,
Subaltern
Knowledges
and
Border
Thinking,
Princeton.
Princeton
University
Press.
Ministerio
de
Relaciones
Exteriores
de
Colombia.
2004.
“Colombia
Nos
Une:
Memorias:
Seminario
sobre
migración
internacional
colombiana
y
la
conformación
de
comunidades
IR
Y
VENIR
392
IR
Y
VENIR
393
soñada:
Cuba,
Puerto
Rico
y
Filipinas
ante
el
98.
Madrid.
Doce
Calles
Navarrete,
Lisa.
2002.
“Why
the
Whitewashing
of
Alicia
Nash?”
Los
Angeles
Times
Sección
calendario.
Lunes,
1
de
abril:
F3.
Negrón-‐Muntaner,
Frances
y
Ramón
Grosfoguel
(eds.).
1997.
Puerto
Rican
Jam:
Essays
on
Culture
and
Politics.
Minneapolis.
University
of
Minnesota
Press.
Negus,
Keith.
1992.
Producing
Pop,
Culture
and
Conflict
in
the
Popular
Music
Industry.
Londres.
Edward
Arnold.
.
1997.
“ The
production
of
culture”
en
du
Ga
y
(ed):.
67-‐118.
.
1998
“La
cultura,
la
industria
y
la
matriz
de
la
salsa:
el
negocio
de
la
música
en
los
Estados
Unidos
y
la
producción
de
la
música
latina”.
En
Revista
de
Ciencias
Sociales.
Río
Piedras
4,
enero:
27-‐52.
.
1999.
“ The
Latin
Music
Industry,
the
Production
of
Salsa
and
the
Cultural
Matrix”.
En
Negus,
(ed.):
(ed.)
1999.
Music
Genres
and
Corporate
Cultures.
Londres.
Routledge.
Nelson,
Candace,
y
Marta
Tienda.
1985.
“The
Structuring
of
Hispanic
Ethnicity:
Historical
and
Contemporary
Perspectives.”
En
Ethnic
and
Racial
Studies
8:
49-‐74.
Oboler,
Suzanne.
1995.
Ethnic
Labels,
Latino
Lives.
Identity
and
the
Politics
of
(Re)Presentation
in
the
United
States.
Minneapolis.
University
of
Minnesota
Press.
Omi,
Michael.
1996.
“Racialization
in
the
Post-‐Civil
Rights
Era.”
En
Gordon
y
Christopher
Newfield:
22-‐43.
Ong,
Aihwa.
1991.
“The
Gender
of
Labor
Politics
and
Postmodernity.”
En
Annual
Review
of
Anthropology
20:
279-‐309.
.
1992.
“Limits
to
Cultural
Accumulation:
Chinese
Capitalists
on
the
American
Pacific
Rim.”
En
Glick
Schiller,
Basch,
y
Blanc-‐Szanton.
eds.
.
1993.
“On
the
Edge
of
Empires:
Flexible
Citizenship
among
Chinese
in
Diaspora”.
En
Positions
1:
745-‐778.
.
1996.
“Anthropology,
China
and
Modernities:
The
Geopolitics
of
Cultural
Knowledge”.
En
Moore,
Henrietta
L.
(ed.):
60–92.
.
1999.
Flexible
Citizenship:
The
Cultural
Logics
of
Transnationality.
Durham.
Duke
University
IR
Y
VENIR
394
Press.
Ortiz
Ramos,
Pablo
Marcial.
1991.
A
tres
voces
y
guitarras.
San
Juan.
Corripio.
Ortiz-‐Cofer,
Judith.
1990.
Silent
Dancing:
A
Partial
Remembrance
of
a
Puerto
Rican
Childhood.
Houston.
Arte
Publico
Press.
Otero
Garabís,
Juan.
2000.
Nación
y
ritmo,
“descargas”
desde
el
Caribe.
San
Juan:
Callejón.
Ovando,
Carlos
J.
y
Peter
McLaren
(eds.)
The
Politics
of
Multiculturalism
and
Bilingual
Education.
Students
and
Teachers
Caught
in
the
Cross
Fire.
Boston.
McGraw
Hill.
Padilla,
Félix
M.
1990.
“Salsa:
Puerto
Rican
and
Latino
Music”.
En
Journal
of
Popular
Culture,
vol.
24:
87-‐104.
Paerregaard,
Karsten.
2002.
“Power
Recycled.
Persistence
and
Transformation
in
Peruvian
Transnationalism”.
En
Salman
y
Zoomers
(eds.):
1-‐28.
Pagano,
César.
1995.
“La
temática
de
la
salsa”.
En
La
canción
popular
(Ponce).
10:
59-‐62.
Palerm,
Juan-‐Vicente.
1991.
Farm
Labor
Needs
and
Farm
Workers
in
California,
1970
to
1989.
Sacramento.
Employment
Development
Department.
Palmieri,
Eddie
s.f.
c.1969.
Justicia,
LD
(s.l.)
Tico
LD
1188.
s.f.
c.
1973.
Recorded
Live
at
Sing
Sing
II
LD
(s.
l.).
Tico,
LD
1321.
Panzeri,
Dante.
1967.
Fútbol,
dinámica
de
lo
impensado.
Buenos
Aires.
Paidós.
Payne,
Anthony.
1998.
“The
New
Political
Economy
of
Area
Studies.”
En
Millennium:
Journal
of
International
Studies
27(2):
253-‐273.
Paz,
Octavio.
1950.
El
laberinto
de
la
soledad.
México.
Cuadernos
americanos.
Pedersen,
David
E.
1995.
“States
of
Memory
and
Desire:
The
Meaning
of
City
and
Nation
for
Transnational
Migrants
in
Washington,
D.C.,
and
El
Salvador”.
Amerikastudien
/
American
Studies
40:
Np.
Perelli,
Carina
y
Juan
Rial.
1986.
De
mitos
y
memorias
políticas.
La
represión,
el
miedo
y
después…
Montevideo.
EBO.
Pérez
Firmat,
Gustavo.
1994.
Life
on
the
Hyphen:
The
Cuban-‐American
Way.
Austin.
University
of
Texas
Press.
Pérez,
Gina
M.
2000.
“The
Near
Northwest
Side
Story:
Gender,
Migration
and
Everyday
Life
in
Chicago
and
San
Sebastian,
Puerto
Rico.”
Dissertation
Thesis,
Anthropology,
Northwestern
IR
Y
VENIR
395
University,
Chicago.
Pérez,
Loida
Maritza.
2000.
Geographies
of
Home.
Nueva
York.
Penguin
Books.
Pérez,
Sara.
1999
“No
hay
peor
cuña
que
la
del
mismo
palo.”
En
Rumbo
5.
277
(24
May):
26-‐31.
pertenencia
en
un
contexto
transnacional”.
Ensayo
presentado
en
la
conferencia,
Mapping
Latin
American
Chicago,
septiembre
de
1998.
Reconfigurado
en
Espinosa.
1998.
El
dilema
del
retorno.
Migración,
género
y
pertenencia
en
uncontexto
transnacional.
México:
El
Colegio
de
Michoacán-‐El
Colegio
de
Jalisco.
Pessar,
Patricia
R.
1993.
Going
Home:
Class,
Gender,
and
Household
Transformation
among
Dominican
Return
Migrants.
Report
Prepared
for
the
Commission
for
Hemispheric
Migration
and
Refugee
Policy,
Georgetown
University.
.
1994.
“Los
Dominicanyorks:
The
Making
of
a
Binational
Society.”
En
Annals,
AAPSS
533
(May):
70-‐86.
.
2001.
“Women’s
Political
Consciousness
and
Empowerment
in
Local,
National,
and
Transnational
Contexts:
Guatemalan
Refugees
and
Returnees.”
En
Identities:
Global
Studies
in
Culture
and
Power
7:461-‐500.
y
Sarah
Mahler.
2001
“Gender
and
Transnational
Migration”
Trabajo
presentado
en
Workshop
on
Transnational
Migration:
Comparative
Perspectives,
Princeton
University
and
Social
Sciences
Research
Council-‐International
Migration
Program,
June
29/6-‐1/7.
.
(ed.)
1997.
Caribbean
Circuits:
New
Direction
in
the
Study
of
Caribbean
Migration.
Nueva
York.
Center
for
Migration
Studies.
Pichaske,
D.
1979
A
Generation
in
Motion:
Popular
Music
and
Culture
in
the
Sixties.
Nueva
York.
Schirmer.
Pinderhughes,
Raquel,
Carlos
Córdova,
and
Jorge
del
Pinal.
2004.
“Central
and
South
Americans.
Our
Multicultural
Heritage:
A
Guide
to
America’s
Principal
Ethic
Groups”.
http://www.sfsu.
edu/~urbstu/rp/arti/art3.htm,
14
March.
Pierre
Verger.
1993.
Le
Messager/The
Go-‐Between.
Photographies
1932-‐1962.
Jean
Loup
Pivin
y
Pascal
Martin
Saint
Leon
(eds.).
Paris.
Editions
Revue
Noire.
Poblete,
Juan.
2003.
“Introduction.”
En
Poblete,
(ed.):
IX-‐XLI.
(ed.)
2003.
Critical
Latin
American
and
Latino
Studies.
Minneapolis.
University
of
Minnesota
IR
Y
VENIR
396
Press.
Pollin,
Robert.
2002.
Contours
of
Descent:
US
Economic
Fractures
and
the
Landscape
of
Global
Austerity.
Londres,
Nueva
York.
Verso.
Pollock,
Sheldon,
Homi
K.
Bhabha,
Carol
A.
Breckenridge,
y
Dipesh
Chakrabarty.
2000.
“Cosmopolitanisms.”
En
Public
Culture
12:577-‐589.
Popkin,
Eric.
1995.
Guatemalan
Hometown
Associations
in
Los
Angeles.
Los
Angeles.
University
of
Southern
California.
Center
for
Multiethnic
and
Transnational
Studies.
Portes,
Alejandro.
1987.
“The
Social
Origins
of
the
Cuban
Enclave
Economy
of
Miami”.
En
Sociological
Perspectives
30:
340-‐71
.
1996.
“Transnational
Communities:
Their
Emergence
and
Significance
in
the
Contemporary
World
System.”
En
Korzeniewidcz
y
Smith.:
151-‐168
.
1997
“Globalization
from
Below:
The
Rise
of
Transnational
Communities”.
Working
Paper-‐
Transnational
Communities-‐
98-‐01,
Princeton
University.
Sept.
.
1999.
“Immigration
Theory
for
a
New
Century:
Some
Problems
and
Opportunities.”
En
Hirschmann,
Kasinitz,
y
DeWind.:
21-‐33
.
2002.
“La
sociología
en
el
hemisferio.
Hacia
una
nueva
agenda
conceptual”.
En
Nueva
Sociedad
178:
126-‐144.
y
Robert
L.
Bach.
1985.
Latin
Journey:
Cuban
and
Mexican
Immigrants
in
the
United
States.
Berkeley.
University
of
California.
y
Robert
D.
Manning.
1986.
“The
Immigrant
Enclave:
Theory
and
Empirical
Examples”.
Competitive
Ethnic
Relations,
eds.
Susan
Olzak
and
Joanne
Nagel.
Orlando,
FL.
Academic
Press.
y
Ruben
Rumbaut.
1990.
Immigrant
America:
A
Portrait.
Berkeley.
University
of
California
Press.
y
Alex
Stepick
1993
City
on
the
Edge:
The
Transformation
of
Miami.
Berkeley,
CA.
University
of
California
Press
,
Luis
E.
Guarnizo,
y
Patricia
Landolt.
1999.
“Introduction:
Pitfalls
and
Promise
of
an
Emergent
Research
Field.”
En
Ethnic
and
Racial
Studies
22:
217-‐237.
Porzecanski,
Teresa.1996.
“Vida
privada
y
construcción
de
la
identidad:
inmigrantes
judíos
en
el
Uruguay”.
En
Barrán,
Caetano
y
Porzecanski
(eds.):
289-‐322.
IR
Y
VENIR
397
Pratt,
Mary
Louse.
1992.
Imperial
Eyes:
Travel
Writing
and
Transculturation.
Nueva
York.
Routledge.
Prigogine,
Ilya
1993.
El
nacimiento
del
tiempo.
Barcelona.
Tusquets.
e
Isabelle
Stengers.
1984.
Order
out
of
Chaos,
Man´s
New
Dialogue
with
Nature.
Nueva
York.
Bantam
Books.
Punto
7
Review
Editores.
1989.
“Foreword.”
Punto
7
Review:
A
Journal
of
Marginal
Discourse
2.1:
3-‐6.
Quintero
Rivera,
A.
G.
1984,
“Notas
sociológicas
sobre
Mozart
y
su
Sinfonía
Haffner”
En
Claridad,
5-‐11
de
octubre,
Suplemento
en
Rojo:
16-‐17.
,
A.G.
1995
“La
Danza
puertorriqueña.
¿‘blanquita’
o
mulata?
¿‘populachera’
o
señorial?”.
En
Revista
Cupey.
San
Juan.
XII.
1
y
2,
enero-‐dic.:
106-‐123.
.
1998
¡Salsa,
sabor
y
control!,
Sociología
de
la
música
“tropical”.
México.
Siglo
XXI
editores.
y
Luis
Manuel
Álvarez.
1990
“La
libre
combinación
de
las
formas
musicales
en
la
salsa”.
En
Revista
David
y
Goliath.
Buenos
Aires,
CLACSO,
núm.
57,
oct.:
45-‐51.
Radhakrishnan,
R.
2003.
“Ethnicity
in
an
Age
of
Diaspora”.
En
Evans-‐Braziel
y
Mannur,
eds.:
119-‐
131.
Rafael,
Vicente.
1999.
“Regionalism,
Area
Studies,
and
the
Accidents
of
Agency.”
En
American
Historical
Review
104(4):
1209.
Ral,
M.
1989.
Super
Media:
A
Cultural
Studies
Approach.
Newbury
Park,
CA.
Sage
Rao,
M.S.A..
1989.
“Conservatism
and
Change
in
Food
Habits
Among
The
Migrants
in
India:
A
Study
of
Gastrodynamics”.
En
Khare
y
Rao,
eds.:
121-‐140.
Redacción
de
Departamentos.
2000.
El
loroco
se
posesiona
de
importante
mercado
en
el
exterior.
La
Prensa
Gráfica,
1
de
agosto,
41.
Reguillo,
Rossana.
2000.
“El
lugar
desde
los
márgenes,
Música
e
identidades
juveniles”.
En
Nómadas.
Bogotá:
40-‐53.
Rénique,
José
L.
Octubre
28,
1996.
“Mes
morado”.
Ciberayllu.
http://www.ssu.missouri.edu/
andes/cronicas/JLR_Procesión.html
Repak,
Terry
A.
1995.
Waiting
on
Washington:
Central
American
Workers
in
the
Nation’s
Capital.
Philadelphia.
Temple
University
Press.
Rhoades,
Robert
E.
1978.
“Intra-‐European
Return
Migration
and
Rural
Development:
Lessons
from
the
Spanish
Case.”
En
Human
Organization
37:136-‐147.
Richards,
Paul,
con
James
Currey.
1996.
Fighting
for
the
Rain
Forest:
War,
Youth
and
Resources
in
IR
Y
VENIR
398
Sierra
Leone.
The
International
African
Institute.
Portsmouth,
New
Hampshire.
Oxford.
y
Heinemann.
Richman,
Karen.
1992.
““A
Lavalas
at
home/A
Lavalas
for
home”:
inflections
of
transnationalism
in
the
discourse
of
Haitian
President
Aristide.”
En
Glick
Schiller,
Basch,
y
Blanc-‐Szanton:
189-‐
200
Rinvil,
Jean
Rene.
2004.
Entrevista
con
Sonia
Báez-‐Hernández.
Ríos,
Palmira.
1994.
“Comments
on
Rethinking
Migration:
A
Transnational
Perspective.”
En
Glick
Schiller,
Basch,
y
Blanc-‐Szanton
225-‐229.
Rivera
Nieves,
Irma
y
Carlos
Gil
(eds.)
1995.
Polifonía
salvaje.
San
Juan.
Ediciones
Postdata
y
UPR
Rivera
Ramos,
Efrén.
2001.
The
Legal
Construction
of
Identity:
The
Judicial
and
Social
Legacy
of
American
Colonialism
in
Puerto
Rico.
Washington,
D.C.
American
Psychological
Association.
Rivera,
Ángel
Israel.
1996.
Puerto
Rico:
Ficción
y
mitología
en
sus
alternativas
de
status.
San
Juan.
Nueva
Aurora.
Rivera,
Rosanna.
1997.
“Bernardo
Vega.”
Interview.
En
Ritmo
Social
(Society
supplement
of
Listin
Diario)
18
October.
42-‐45.
Robbins,
Bruce.
1998.
“Actually
Existing
Cosmopolitanism.”
En
Cheah
y
Robbins:
1-‐19.
Robinson,
William
I.
2003.
Transnational
Conflicts:
Central
America,
Social
Change,
and
Globalization.
Londres
y
Nueva
York.
Verso.
Rocca,
Pablo.
1991.
Literatura
y
fútbol
en
el
Uruguay
(1899-‐1990).
Montevideo.
Arca.
Rockwell,
John.
1984.
All
American
Music,
Composition
in
the
Late
XXth
Century.
Nueva
York.
Vintage.
Rodas,
Karla
(“Karlísima”).
1999.
Lamento
Indígena
I
and
II
[pinturas].
Washington,
D.C.
Rodríguez,
Ana
Patricia.
“Second
Hand
Identities:
The
Autoethnographic
Performances
of
Quique
Avilés
y
Leticia
Hernández-‐Linares.
Istmo:
Revista
virtual
de
estudios
literarios
y
culturales
centroamericanos.
En
Zimmerman
y
Baeza
Ventura
(eds.).
.
Fronteras
centroamericanas,
Centroamericanos
fronterizos.
A
quien
corresponda:
Literatura
virtual.
http://www.angelfire.com/va3/literatura/ANAPATRICIA.htm,
28
julio
2004.
Rodríguez,
Clara
E.
1993.
“Puerto
Rican
Circular
Migration
Revisited”.
En
Latino
Studies
Journal
tomo
4.
Núm.
2:
93-‐113.
IR
Y
VENIR
399
Rohter,
Larry,
y
Clifford
Krauss.
1998a
“Dominicans
Allow
Drugs
Easy
Sail.”
En
The
New
York
Times
10
May.
Rohter,
Larry,
y
Clifford
Krauss.
1998b
“Dominican
Drug
Traffickers
Tighten
Grip
on
the
Northeast.”
En
The
New
York
Times
11
May.
Román-‐Velázquez,
Patria.
1998
“El
desarrollo
de
un
circuito
salsero
y
la
construcción
de
identidades
latinas
en
Londres”.
En
Revista
de
Ciencias
Sociales.
Río
Piedras
4,
enero:
53-‐79.
.
1999a.
The
Making
of
Latin
London,
Salsa
music,
place
and
Identity
Aldershot,
U.K.
Ashgate.
.
1999b.
“The
Embodiment
of
Salsa:
Musicians,
Instruments
and
the
Performance
of
a
Latin
style
and
identity”.
En
Popular
Music.
18/1:
115-‐131.
Romero,
Mary
Pierrette
Hondagneau-‐Sotelo
y
Vilma
Ortiz.
1997.
Challenging
Fronteras:
Structuring
Latina
and
Latino
Lives
in
the
U.S.
Londres
y
Nueva
York.
Routledge.
Romo,
Ricardo.
1983.
East
Los
Angeles:
History
of
a
Barrio.
Austin.
University
of
Texas.
Roncalla,
Fredy.
1998.
Escritos
mitimaes:
hacia
una
poética
andina
postmoderna.
Nueva
York.
Barro
Editorial
Press.
Rondón,
César
Miguel.
1980.
El
libro
de
la
salsa:
Crónica
de
la
música
del
Caribe
urbano
Caracas.
Ediciones
Arte.
Rosaldo,
Renato.
1994.
“Ciudadanía
cultural
en
San
José,
California”.
En
De
lo
local
a
lo
global.
Perspectivas
desde
la
antropología.
México
D.F.
Universidad
Autónoma
Metropolitana,
Iztapalapa:
67-‐88.
Rossi,
Vicente.
1926.
Cosas
de
negros,
Los
orígenes
del
tango
y
otros
aportes
al
folklore
rioplatense.
Rectificaciones
históricas.
Río
de
la
Plata,
Córdoba.
Imprenta
Argentina.
Rotberg,
Robert
I.
(ed.)
1997.
Haiti
Renewed:
Political
and
Economic
Prospects.
Washington,
D.C.
Brookings
Institution
Press.
Rouse,
Roger.
1988.
“Mexicano,
Chicano,
Pocho.
La
migración
mexicana
y
el
espacio
social
del
posmodernismo.”
En
Página
Uno.
Suplemento
de
Unomásuno.
22
de
diciembre.
.
1990.
“Mexican
Migration
and
the
Social
Space
of
Postmodernism.”
En
Diaspora
1:8-‐23.
.
1992.
“Making
Sense
of
Settlement:
Class
Transformation,
Cultural
Struggle,
and
Transnationalism
among
Mexican
Migrants
in
the
United
States.”
En
Glick
Schiller,
Basch,
y
BlancSzanton,
eds.
25-‐52
IR
Y
VENIR
400
Rouse,
Roger.
1995.
“Questions
of
Identity:
Personhood
and
Collectivity
In
Transnational
Migration
To
The
United
States.”
En
Critique
of
Anthropology
14:351-‐380.
Ruel,
Yannis.
2000.
Les
soirées
salsa
a
Paris.
Paris.
L’Harmattan.
Ruiz
Baía,
Larissa.
1999.
“Rethinking
Transnationalism:
Reconstructing
National
Identities
Among
Peruvian
Catholics
in
New
Jersey.”
En
Journal
of
Interamerican
Studies
and
World
Affairs
41:93-‐
108.
Rutherford,
J.
(ed.)
1990.
Identity:
Community,
Culture,
Difference.
Londres.
Lawrence
and
Wishart.
Sachs,
Curt.
1953.
Rhythm
and
Tempo,
A
Study
in
Music
History.
NY.
W.W.
Norton
&
Co.
Safran,
William.
1991.
“Diasporas
in
Modern
Societies:
Myths
of
Homeland
and
Return”.
En
Diaspora
1.1:
45-‐61.
Said,
Edward.
1984.
“Reflections
of
Exile”.
En
Granta,
13:
159-‐172.
.
1991.
“Performance
as
an
Extreme
Occasion”.
En
Musical
Elaborations.
NY.
Columbia
University
Press.
Salazar,
Adolfo.
1939.
Música
y
sociedad
en
el
siglo
XX.
México.
FCE.
Salman,
Ton
y
Zoomers,
Anneléis
(eds.)
2002.
The
Andean
Exodus.
Transnational
Migration
from
Bolivia,
Ecuador
and
Peru.
Amsterdam.
Centre
for
Latin
American
Research
and
Documentation.
Salomón,
Frank
y
Stuart
B.
Schwartz
(eds.)
1996-‐2000.
The
Cambridge
History
of
the
Native
Peoples
of
the
Americas.
Volume
III.
South
America.
Cambridge
y
Nueva
York.
Cambridge
University
Press
Sánchez,
Luis
Rafael.
1994.
La
guagua
aérea.
San
Juan.
Editorial
Cultural.
Sánchez,
María
E.
y
Antonio
M.
Stevens-‐Arroyo,
(eds.)
1987.
Toward
a
Renaissance
of
Puerto
Rican
Studies:
Ethnic
and
Area
Studies
in
University
Education.
Boulder.
Social
Science
Monographs.
Sanders,
J.
y
Victor
Nee.
1987.
“The
Limits
of
Ethnic
Solidarity
in
the
Enclave
Economy”.
En
American
Sociological
Review
52:
745-‐73
Santa
Cruz
A.,
Eduardo.
1998.
“¿Hacia
dónde
va
nuestro
fútbol?”
En
Nueva
Sociedad
154.
Sassen,
Saskia.
1988.
The
Mobility
of
Labor
and
Capital.
Cambridge.
Cambridge
University
Press.
.
1996.
Losing
Control?
Sovereignty
in
an
Age
of
Globalization.
Nueva
York.
Columbia
University
Press.
IR
Y
VENIR
401
Schein,
Louisa.
1998.
“Forged
Transnationality
and
Oppositional
Cosmopolitanism.”
En
Guarnizo
y
Smith,
eds.:
291-‐313
Schlosser,
Eric.
2002.
Fast
Food
Nation.
Harmondsworth.
Penguin.
Scott,
William
A.
Y
Ruth
Scott.
1986.
Adaptation
of
Inmigrants.
Individual
Differences
and
Determinants.
Oxford.
Pergamon
Press.
Sebreli,
Juan
José.
1981.
Fútbol
y
masas.
Buenos
Aires.
Editorial
Galerna.
Shea,
Christopher.
1997.
“Political
Scientists
Clash
Over
Value
of
Area
Studies.”
En
Chronicle
of
Higher
Education,
January
10,
A13-‐14.
Sigal,
Pete.
2000.
From
Moon
Goddesses
to
Virgins:
The
Colonization
of
Yucatecan
Maya
Sexual
Desire.
Austin.
University
of
Texas
Press.
Simmons,
Lamareta.
2000.
“SAIC
Grad
Documentary
Highlights
Poverty
in
Haiti”
WWW.ARTIC.
Edu/Web/Spaces/fnews.
Sinclair,
John.
1999.
Latin
American
Television.
A
Global
View.
Oxford
y
Nueva
York.
Oxford
University
Press.
Smith,
Michael
Peter.
1994.
“Can
You
Imagine?
Transnational
Migration
and
the
Globalization
of
Grassroots
Politics.”
En
Social
Text
39:15-‐33.
y
J.
R.
Feagin.
1995.
The
Bubbling
Cauldron:
Race,
Ethnicity,
and
the
Urban
Crisis.
Minneapolis.
University
of
Minnesota
Press.
Smith,
Robert
C.
1994.
“Los
ausentes
siempre
presentes:
The
Imagining,
Making
and
Politics
of
a
Transnational
Migrant
Community
between
Ticuani
Puebla,
Mexico
and
New
York
City”.
Ph
D
Dissertation
in
Political
Science,
Columbia
University.
.
1998.
“Transnational
Localities:
Community,
Technology
and
the
Politics
of
Membership
within
the
Context
of
Mexico
and
U.S.
Migration”.
En
Guarnizo
y
Smith,
eds.:
196-‐240.
.
2001.
“Mexicans:
Social,
Educational,
Economic,
and
Political
Problems
and
Prospects
in
New
York”.
En
Foner,
(ed.):
275-‐300.
.
2003.
“Diasporic
Memberships
in
Historical
Perspective:
Comparative
Insights
from
the
Mexican,
Italian
and
Polish
Cases.”
En
International
Migration
Review
37(3):
724-‐759.
.
n.d.
“Migrant
Membership
as
an
Instituted
Process:
Transnationalization,
the
State
and
the
Extra-‐Territorial
Conduct
of
Mexican
Politics.”:
Manuscrito
inédito..
IR
Y
VENIR
402
Soja,
Edward.
1998.
Thirdspace:
Journeys
to
Los
Angeles
and
Other
Real-‐and-‐Imagined
Places.
Malden,
MA:
Blackwell
Press.
Solís,
Jocelyn.
2001.
“Immigration
Status
and
Identity:
Undocumted
Mexicans
in
New
York”.
En
Laó-‐Montes
y
Dávila,
eds.:
337-‐361.
Sommer,
Doris.
1999.
Proceed
With
Caution,
When
Engaged
by
Minority
Writing
in
the
Americas.
Cambridge.
Harvard
University
Press.
(ed.)
1996.
The
Places
of
History:
Regionalism
Revisited
in
Latin
America.
En
Modern
Language
Quarterly
(Special
Issue),
57-‐2,
junio.
Sontag,
Deborah,
y
Celia
W.
Dugger.
1998
“The
New
Immigrant:
A
Shuttle
Between
Worlds.”
The
New
York
Times
19
July:
1,
28-‐30.
Sørensen,
Ninna
Nyberg.
“Narrating
Identity
Across
Dominican
Worlds.”
En:
Guarnizo
y
Smith:
241-‐
269.
Soysal,
Yasemin.
1994.
Limits
to
Citizenship:
Migrants
and
Postnational
Membership
in
Europe.
Chicago.
University
of
Chicago
Press.
Spivak,
Gayathri
Chakravorty.
1994.
“Can
the
Subaltern
Speak?”
En
Williams
y
Chrisman:
66-‐111.
.
1999.
A
Critique
of
Postcolonial
Reason:
Toward
a
History
of
the
Vanishing
Present.
Cambridge.
Harvard
University
Press.
Spurr,
David.
1993.
The
Rhetoric
of
Empire:
Colonial
Discourse
in
Journalism,
Travel
Writing,
and
Imperial
Administration.
Durham.
Duke
University
Press.
Stephen,
Lynn.
1996.
“Redefined
Nationalism
in
Building
a
Movement
for
Indigenous
Autonomy
in
Mexico”.
Trabajo
presentado
en
Session
1-‐010
Reconfiguring
Ethnicity,
Identity
and
Citizenship
in
the
Wake
of
the
Zapatista
Rebellion
in
Chiapas,
Reunión
95
del
Annual
Meeting
IR
Y
VENIR
403
Striffler,
Steve.
2001.
“Immigration
as
Class
Formation:
Poultry
Processing
and
the
‘American’
Working
Class
in
the
U.S.
South”.
Ponencia
presentada
en
la
sesión
#1086
Mentioned
in
Passing:
Class
as
a
Footnote?
de
la
centésima
reunión
de
la
Asociación
Americana
de
Antropología,
el
29
de
noviembre
de
2001,
Washington,
D.C.
Stubbs,
Marcia,
y
Sylvan
Barnet
(eds.)
1996.
The
Little,
Brown
Reader.
Ed.
7.
Nueva
York.
Harper
Collins.
Suárez-‐Orozco,
Marcelo.
1998.
“Commentary.”
En
Levitt,
P.
y
M.
C.
Waters,
eds.
22-‐34.
Sunshine,
Catherine
A.,
Keith
Q.
Warner
(eds.)
1998.
Caribbean
Connection:
Moving
North.
Washington,
D.C.
Network
of
Educator
on
the
Americas.
Suro,
Roberto.
1998.
Strangers
Among
Us:
How
Latino
Immigration
is
Transforming
America.
Nueva
York.
Alfred
A.
Knopf.
Swidler,
A.
1986.
“Culture
in
Action:
Symbols
and
Strategies”.
En
American
Sociological
Review,
51:
273-‐286
Tanner,
Paul
O.W.,
Gerow,
Maurice
y
Megill,
David
W.
1988.
Jazz.
Dubuque,
Iowa.
WCB
Publications.
Temple,
Dominique
1989.
Estructura
comunitaria
y
reciprocidad.
La
Paz.
Hisbol.
Thompson,
John.
1998.
Ideología
y
cultura
moderna.
2a.
Edicion.
México.
Universidad
Autónoma
Metropolitana,
Unidad
Xochimilco.
Thompson,
Lanny.
1995.
Nuestra
isla
y
su
gente:
La
construcción
del
“otro”
puertorriqueño
en
“Our
Islands
and
Their
People”.
Río
Piedras.
Centro
de
Investigaciones
Sociales
y
Departamento
de
Historia.
Universidad
de
Puerto
Rico.
.
1998.
“‘Estudiarlos,
juzgarlos
y
gobernarlos’:
Conocimiento
y
poder
en
el
archipiélago
imperial
estadounidense”.
En
Naranjo,
Puig-‐Samper
y
García
Mora
(eds.):
685-‐694.
Tice,
George
A.
1972.
Patterson.
New
Brunswick.
Rutgers
University
Press.
Tobar,
Héctor.
2000.
The
Tattoeed
Soldier.
Nueva
York.
Penguin
USA.
Toennies,
Ferdinand.
1971.
On
Sociology:
Pure,
Applied,
and
Empirical.
Selected
Writings.
Chicago.
University
of
Chicago
Press.
Tölöyan,
Khachig.
“Rethinking
Diaspora(s):
Stateless
Power
in
the
Transnational
Moment.”
Diaspora:
A
Journal
of
Transnational
Studies.
5.1
(1996):
3-‐36.
Tomás
Rivera
Policy
Institute.
2001.
Latino
Facts.
http://www.trpi.org/,
28
julio
2004.
IR
Y
VENIR
404
Toro-‐Morn,
Maura
I.
y
Marixsa
Alicea.
2004.
Migration
and
Immigration:
A
Global
View
Westport,
Conn.
Greenwood
Press.
Torre,
Carlos
Antonio,
Hugo
Rodríguez
Vecchini
y
William
Burgos,
(eds.)
1994.
The
Commuter
Nation:
Perspectives
on
Puerto
Rican
Migration.
Río
Piedras,
P.R.
Editorial
de
la
Universidad
de
Puerto
Rico.
Torres,
Juan.
1999
“Crece
la
ola
de
violencia.”En
Hoy
(NY
Hispanic
daily).
27
May:
16.
Torres-‐Rivas,
Edelberto.
1993.
“Introducción
a
la
década”.
Historia
General
de
Centroamérica:
Historia
Inmediata
(1979-‐1991),
vol.
6.
11-‐33.
Madrid.
FLACSO.
Torres-‐Saillant,
Silvio.
1989
“Dominicans
as
a
New
York
Community:
A
Social
Appraisal.”
En
Punto
7
Review:
A
Journal
of
Marginal
Discourse
2.1:
1-‐25.
.
1997.
“ The
Construction
of
the
Other
in
Studies
of
Dominican
Migration.”
En
Sargasso
9:
3-‐
12.
.1999.
El
retorno
de
las
yolas:
Ensayos
sobre
diáspora,
democracia
y
dominicanidad.
Santo
Domingo.
Ediciones
Librería
La
Trinitaria
&
Editora
Manatí.
,
y
Ramona
Hernández.
1998.
The
Dominican
Americans.
Westport,
Connecticut.
Greenwood
Press.
Trexler,
Richard.
1995.
Sex
and
Conquest:
Gendered
Violence,
Political
Order,
and
the
European
Conquest
of
the
Americas.
Ithaca.
Cornell
University
Press.
Triff,
Alfredo.
2004.
“Real
Past,
Imagined
Future:
A
Cuban
Family’s
Sad
Saga
and
Vision
of
Freaky
New
World”
Miami
New
Times:
03-‐25
Trigo,
Abril.
2003.
Memorias
migrantes.
Testimonios
y
ensayos
sobre
la
diáspora
uruguaya.
Rosario,
Argentina.
Viterbo
Editora;
Montevideo,
Uruguay.
Ediciones
Trilce.
Tsing,
Anna.
2000.
“The
Global
Situation.”
Trabajo
presentado
en
la
Universidad
de
California,
Santa
Cruz,
el
28
de
octubre
de
2000.
Turner,
Bryan
S.
1994.
Orientalism,
Postmodernism
and
Globalism.
Londres.
Routledge.
Turner,
Victor.
1982.
From
Ritual
to
Theatre.
Chicago.
Performing
Arts
Journal
Publications.
Tweed,
Thomas.
1997.
Our
Lady
of
the
Exile:
Diasporic
Religion
at
a
Cuban
Catholic
Shrine
in
Miami.
Nueva
York.
Oxford
University
Press.
U.S.
Census
2000a.
http://factfinder.census.gov/home/en/pldata.html,
28
julio
2004.
IR
Y
VENIR
405
U.S.
Census
2000b.
QT-‐P15.
Region
and
Country
or
Area
of
Birth
of
the
Foreign-‐Born
Population:
2000.
http://factfinder.census.gov/servlet/.
28
julio
2004.
Ulloa,
Alejandro.
1988
La
salsa
en
Cali:
Cultura
urbana,
música
y
medios
de
comunicación.
Medellín:
Universidad
Pontificia
Bolivariana.
Ulloa,
Luis
Felipe.
1994.
Me
voy
pa’
los
Estados
(De
cómo
ver
la
situación
de
los
Latino-‐Americanos
en
los
Estados
Unidos).
Tegucigalpa.
Editorial
Guayamuras,
Valle,
Víctor
M.
y
Rodolfo
D.
Torres.
2000.
Latino
Metropolis.
Minneapolis.
University
of
Minnesota
Press.
Van
Gennep,
Arnold.
1960.
The
Rites
of
Passage.
Chicago:
University
of
Chicago
Press.
Varese,
Stefano.
1990.
“Parroquialismo
y
globalización.
Las
etnicidades
indígenas
ante
el
tercer
milenio”.
En
Varese,
coord.:
15-‐30.
,
coord.
n.
d.
1990.
Pueblos
indios,
soberanía
y
globalismo.
Quito.
Ediciones
Abya-‐Yala.
Varios.
1999.
Desplazados.
Consulta
sobre
Desplazamiento
y
Refugio
en
la
Región
Andina.
Lima.
Instituto
de
Defensa
Legal.
Vásquez,
Manuel.
1999.
“Pentecostalism,
Collective
Identity,
and
Transnationalism
Among
Salvadorans
and
Peruvians
in
the
U.S.”
En
Journal
of
the
American
Academy
of
Religion
67:617-‐
636.
Vázquez
Calzada,
José
L.
1979
“Demographic
Aspects
of
Migration”.
Nueva
York.
CUNY.
Vélez,
Carlos
G.
y
Anna
Sampaio,
con
Manolo
González-‐Estay,
(eds.)
2002.
Transnational
Latina/o
Communities:
Politics,
Processes,
and
Cultures.
Lanham,
MD.
Roman
and
Littlefield.
Verdú,
Vicente.
1980.
El
fútbol:
mitos,
ritos
y
símbolos.
Madrid.
Alianza.
Vertovec,
Steven.
1999.
“Conceiving
and
Researching
Transnationalism.”
En
Racial
and
Ethnic
Studies
22:
447-‐462.
Viñar,
Maren
y
Marcelo.
1993.
Fracturas
de
memoria.
Crónicas
para
una
memoria
por
venir.
Montevideo.
Trilce.
Vincent,
Joan.
1993.
“Framing
the
underclass”.
En:
Critique
of
Anthropology
13,
3:
215–230.
Viramontes,
Helena
María.
1995.
The
Moths
and
Other
Stories.
Houston.
Arte
Público
Press.
Waldinger,
Roger.
1998.
“Commentary.”
En
International
Conference
on
Nationalism,
Transnationalism
and
the
Crisis
of
Citizenship.
University
of
California,
Davis.
IR
Y
VENIR
406
Wallerstein,
Immanuel.
1997.
“The
Unintended
Consequences
of
Cold
War
Area
Studies.”
Chomsky
et
al
(eds.):
195-‐231.
Wallis,
Roger
y
Malm,
Kriester.
1984.
Big
Sounds
from
Small
Peoples,
The
Music
Industry
in
Small
Countries.
Nueva
York.
Pendragon
Press.
Waxer,
Lise
A.
1998
Cali
pachanguero:
A
Social
History
of
Salsa
in
a
Colombian
City.
Tésis
doctoral
inédita.
Urbana.
University
of
Illinois.
Weber,
Max
1958.
(1921)
The
Rational
and
Social
Foundations
of
Music.
Carbondale,
IL.
Southern
Illinois
U.
Press.
Weiss,
Bernard
(ed.)
1982.
American
Education
and
the
European
Immigrant:
1880-‐1940.
Urbana.
University
of
Illinois
Press.
Welles,
Sumner.
1966.
Naboth’s
Vineyard:
The
Dominican
Republic,
1844-‐1924.
Reprint.
2
vols.
Mamaroneck,
Nueva
York.
Paul
P.
Appel.
White,
Hayden.
1975.
Metahistory:
The
Historical
Imagination
in
Nineteenth-‐Century
Europe.
Baltimore
y
Londres.
The
Johns
Hopkins
University
Press.
Williams,
Gareth.
1996.
“ The
Fantasies
of
Cultural
Exchange
in
Latin
American
Subaltern
Studies”.
En
Gugelberger,
(ed.):
221-‐240.
Williams,
Patrick
y
Laura
Chrisman
(eds.)
1994.
Colonial
Discourse
and
Postcolonial
Theory:
A
Reader.
Nueva
York.
Columbia
University
Press.
Williams,
Raymond.
1961.
The
Long
Revolution.
Londres.
Chatto
&
Windus.
.
1983.
(1958).
Culture
and
Society.
Londres.
Nueva
York.
Columbia
University
Press.
Wilson,
Kenneth
L.
y
Alejandro
Portes
1980
“Immigrant
Enclaves:
An
Analysis
of
the
Labor
Market
Experiences
of
Cubans
in
Miami”.
En
American
Journal
of
Sociology
86:
295-‐319
Wilson,
Richard
y
Jon
Mitchell,
eds.
2003.
Human
Rights
in
Global
Perspective.
Londres,
Nueva
York:
Routledge.
Winschun,
Thomas.
1999.
¿Por
qué
se
van?
La
emigración
de
salvadoreños
a
los
Estados
Unidos.
San
Salvador.
Fundación
Heinrich
Böll.
www.
DESCARGA.com.
www.justsalsa.com.
www.oasissalsero.com
www.salsaweb.com.
Wyman,
Mark.
1993.
Round-‐Trip
to
America:
The
Immigrants
Return
to
Europe,
1880-‐1930.
Ithaca.
IR
Y
VENIR
407
IR
Y
VENIR
408
IR
Y
VENIR
409
EDITORES
Sonia
Báez-‐Hernández
ha
enseñado
en
la
Universidad
de
Illinois,
Chicago
y
Colombia
College.
Ella
fue
artista
residente
en
el
programa
Pollock-‐Krasner
(2002-‐03),
y
su
obra
se
ha
exhibido
en
Chicago
en
el
Museo
de
Ciencia
e
Industria,
School
of
the
Art
Institute,
y
Collage
de
las
Américas;
también
en
el
Museo
de
Arte
Moderno
en
la
República
Dominicana,
Royal
College
of
Art
y
otros
lugares.
Ha
publicado
sobre
inmigración
y
formación
de
identidad,
diferencia
política
y
cultural
en
la
práctica
del
tatuaje
y
el
graffiti,
y
la
experiencia
de
mujeres
latinas
con
cáncer.
Además,
ha
publicado
varios
poemas
en
Between
the
Heart
and
the
Land:
Women
Poets
from
the
Midwest
(2001)
y
en
el
Centro
de
Estudios
Puertorriqueños
Journal.
Anadeli
Bencomo
estudió
la
Maestría
en
Literatura
Latinoamericana
en
la
Universidad
Simón
Bolívar
en
Caracas
y
el
doctorado
en
Literatura
Hispanoamericana
en
la
Universidad
de
Pittsburgh.
Es
profesora
de
literatura
y
cultura
latinoamericana
en
la
Universidad
de
Houston,
donde
actualmente
se
desempeña
como
Vicedecana
de
Investigación
de
la
Facultad
de
Humanidades
y
Ciencias
Sociales.
Sus
libros
estudian
las
direcciones
de
la
crónica
mexicana
contemporánea
Voces
y
voceros
de
la
megalópolis
(2002)
y
Entre
héroes
fantasmas
y
apocalípticos: Testigos
y
paisajes
en
la
crónica
mexicana
(2011).
Es
coeditora
de
En
breve:
la
novela
corta
en
México
(2014)
y
autora
de
numerosos
artículos
sobre
estudios
literarios
y
culturales
latinoamericanos.
Ha
sido
becaria
de
la
Fundación
Rockefeller
en
dos
oportunidades
e
investigadora
residente
en
México
como
parte
del
programa
Fulbright-‐García
Robles.
Marc
Zimmerman
ha
enseñado
en
la
Universidad
de
Puerto
Rico,
Río
Piedras;
McGill
University,
la
Universidad
Autónoma
de
Nicaragua.
También
ha
trabajado
con
migrantes
trabajadores
en
Minnesota
y
con
poetas
en
el
Ministerio
de
Cultura
de
Nicaragua.
Fue
becado
de
Fulbright
en
Guatemala
(1988-‐90);
miembro
del
jurado
para
el
premio
Casa
de
las
Américas
de
1994;
y
Director
IR
Y
VENIR
410
de
Estudios
Graduados
del
programa
de
Estudios
latinoamericanos
de
la
Universidad
de
Illinois-‐
Chicago,
donde
enseñó
por
22
años.
Desde
2002,
es
Director
del
Departamento
de
Lenguas
Clásicas
y
Modernas
de
la
Universidad
de
Houston,
donde
también
dirige
el
proyecto
de
investigaciones
y
publicaciones,
Global
CASA
y
LACASA
(Latin
American/Latino
Cultural
Activities
and
Studies
Arena).
Ha
publicado
varios
articulos;
y
sus
libros
y
ediciones
en
colaboración
incluyen:
El
Quarteto
Centroamericano
(1980-‐1998);
Processes
of
Unity
in
Caribbean
Societies,
Ideologies
and
Literatures
(1983);
Lucien
Goldmann
y
el
estructuralismo
genético
(1985);
Literature
and
Politics
in
the
Central
American
Revolutions
(1990);
U.S.
Latino
Literature
(1992);
Literature
and
Resistance
in
Guatemala
(1995),
New
World
[Dis]Orders
and
Peripheral
Strains
(1998);
Globalización,
nación,
(post)modernidad:
estudios
culturales
puertorriqueños
(2001;
y
Ciudades
latinoamericanas
en
el
nuevo
[des]orden
mundial
(México:
Siglo
XXI,
2004).
AUTORES DE ARTÍCULOS
Arturo
Arias
es
director
de
Estudios
Latinoamericanos
en
la
Universidad
de
Redlands.
Co-‐guionista
de
la
película
El
Norte
(1984),
ha
publicado
seis
novelas
incluyendo
Sopa
de
Caracol
(Alfaguara,
2002).
Además
ha
publicado
varios
libros
de
crítica
incluyendo
La
identidad
de
la
palabra
(1998),
y
Gestos
Ceremoniales
(1998).
En
el
año
2001
aparecieron
dos
nuevos
libros
editados
por
él,
la
edición
crítica
de
Mulata
de
tal
de
Miguel
Ángel
Asturias,
y
.
Fue
presidente
de
la
Asociación
de
Estudios
Latinoamericanos
(LASA)
durante
2001-‐2003.
Jorge
Duany
es
Catedrático
de
Antropología
en
la
Universidad
de
Puerto
Rico
en
Río
Piedras.
Es
el
coautor
de
Los
cubanos
en
Puerto
Rico:
Economía
étnica
e
identidad
cultural;
El
Barrio
Gandul:
Economía
subterránea
y
migración
indocumentada
en
Puerto
Rico;
y
The
Puerto
Rican
Nation
on
the
Move:
Identities
on
the
Island
and
in
the
United
States.
Anteriormente
se
desempeñaba
como
Director
de
la
Revista
de
Ciencias
Sociales
.
Ha
ocupado
varios
puestos
docentes
e
investigativos
en
los
Estados
Unidos,
incluyendo
el
de
profesor
visitante
en
la
Universidad
de
IR
Y
VENIR
411
Michigan.
María
de
Lourdes
García
Curiel
es
Licenciada
en
Trabajo
Social
por
la
Universidad
de
Guadalajara.
Maestra
en
Estudios
Sobre
la
Región
por
la
Universidad
de
Güadalajara/El
Colegio
de
Jalisco.
Ex
coordinadora
del
Programa
de
Atención
a
Familias
Migrantes
del
Estado
de
Jalisco,
de
DIF
Jalisco.
Artículos
publicados:
Migración
Juvenil
de
Atenguillo,
Jalisco
a
Estados
Unidos,
en
la
Revista
Estudios
Jaliscienses
No.
51,
El
Colegio
de
Jalisco,
febrero
de
2003;
coautora
de:
Los
medios
comunicación
y
las
elecciones
estatales
de
2000,
en
el
libro,
Jalisco
Elecciones
2000.
Análisis
(Consejo
Electoral
del
Estado
de
Jalisco:
2000).
Es
autora
de
múltiples
artículos
de
divulgación
y
ponente
en
foros
académicos
internacionales,
nacionales
y
locales
sobre
temas
de
migración,
medios
y
cultura.
Actualmente
es
profesora-‐investigadora
del
Departamento
de
Estudios
de
la
Comunicación
Social
de
la
Universidad
de
Guadalajara.
Desempeño
docente
en
las
áreas:
Historia
Regional,
Comunicación
Política
y
Gestión
Pública
Municipal.
Proyecto
de
investigación
en
curso:
“Migrantes
atenguillenses
en
movimiento.
Creatividad
y
recursos
simbólicos
en
un
contexto
de
migración
internacional”.
John
Gledhill
es
profesor-‐investigador
en
antropología
social,
titular
de
la
cátedra
Max
Gluckman
y
director
del
Centro
de
Estudios
Culturales
Latinoamericanos
de
la
Universidad
de
Manchester,
Reino
Unido.
Es
director
de
la
revista
Critique
of
Anthro-‐
Journal
of
Latin
American
Studies.
Especialista
en
México,
últimamente
ha
extendido
sus
intereses
hacia
Brasil
trabajando
temas
de
antropología
política,
económica
e
histórica,
con
un
enfoque
general
sobre
las
transformaciones
del
estado,
procesos
transnacionales
y
globales
y
los
movimientos
sociales
de
los
pobres
urbanos
y
rurales.
Sus
publicaciones
incluyen
los
libros
Casi
Nada:
Agrarian
Reform
in
the
Homeland
of
Cardenismo
(1991,
también
publicado
en
castellano);
Neoliberalism,
Transnantionalization
and
Rural
Poverty
(1995);
Power
and
Its
Disguises:
Anthropological
Perspectives
on
Politics
(2000,
también
publicado
en
castellano)
y
Cultura
y
Desafío
en
Ostula:
Cuatro
Siglos
de
Autonomía
Indígena
en
la
Costa-‐Sierra
de
Michoacán
(2004).
IR
Y
VENIR
412
Katrin
Hansing
es
antropóloga
y
en
los
últimos
ocho
años
ha
trabajado
en
y
acerca
de
Cuba,
donde
se
encuentra
viviendo
actualmente.
Se
desempeña
como
directora
de
un
centro
de
investigaciones
en
“Relaciones
Sur-‐Sur”
que
auspicia
el
Consejo
Alemán
de
Investigaciones.
Su
investigación
se
enfoca
en
los
nexos
de
colaboración
social
de
Cuba
para
con
África,
particularmente
en
los
campos
de
la
medicina
y
la
educación.
Previa
a
ésta,
dirigió
investigaciones
para
un
proyecto
del
Pew
Charitable
Trust
Fund,
acerca
de
los
vínculos
religiosos
transnacionales
entre
los
cubanos
de
la
isla
y
los
de
la
diáspora.
Recibió
su
título
de
doctorado
en
antropología
en
la
Universidad
de
Oxford
en
el
2002.
Su
área
de
especialización
incluye
migración,
transnacionalismo,
raza
y
religión.
Sarah
J.
Mahler
es
profesora
asociada
de
Antropología
de
la
Universidad
Internacional
de
Florida
en
Miami.
Su
investigación
y
publicaciones
se
centran
principalmente
en
la
migración
desde
Latinoamérica
y
el
Caribe
hacia
los
Estados
Unidos,
y
el
desarrollo
de
vínculos
transnacionales
entre
los
migrantes
y
sus
comunidades
de
origen.
Entre
sus
publicaciones
se
cuentan
American
Dreaming:
Immigrant
Life
on
the
Margins
(Princeton
1995);
Salvadorans
in
Suburbia:
Symbiosis
and
Conflict
(Allyn
and
Bacon,
1995)
y
“Engendering
Transnational
Migration:
A
Case
Study
of
Salvadorans”
en
American
Behavioral
Scientist
(January
1999).
Carlos
Monsiváis,
escritor
e
intelectual
mexicano
afiliado
al
Instituto
Nacional
de
Antropología
e
Historia
y
a
la
revista
Proceso,
es
uno
de
los
principales
testigos
de
la
cultura
mexicana,
cuyos
libros
y
ensayos
constituyen
una
biografía
de
la
Ciudad
de
México
y
su
lugar
en
el
mundo
durante
los
últimos
treinta
años.
Su
obra
abarca
todos
los
rangos
de
la
cultura,
con
ensayos
profundos
desde
Octavio
Paz
hasta
el
cantante
Juan
Gabriel,
sobre
la
política
nacional
y
los
zapatistas,
sobre
los
prostíbulos
y
los
Tigres
del
Norte.
Es
internacionalmente
reconocida
su
capacidad
para
hacer
radiografías
culturales
abarcando
la
vida
cotidiana
y
la
vida
de
los
intelectuales
en
una
escritura
que
siempre
aborda
lo
concreto
sin
perder
de
vista
lo
más
general.
Ganador
del
Premio
Nacional
de
periodismo
en
1978
por
Crónica,
también
ha
recibido
honores
y
reconocimientos
en
Estados
Unidos,
Europa
y
el
resto
de
América
Latina.
Entre
sus
muchos
libros
destacan
Días
de
guardar
(1970),
Amor
perdido
(1976),
Nuevo
catecismo
para
indios
remisos
(1982),
Escenas
de
pudor
y
liviandad
(1988)
y
Los
rituales
del
caos
(1995).
IR
Y
VENIR
413
Juan
Pobrete
es
profesor
asociado
de
literatura
y
estudios
culturales
latinoamericanos
en
la
Universidad
de
California,
Santa
Cruz.
Es
autor
de
Literatura
chilena
del
siglo
XIX:
entre
públicos
lectores
y
figuras
autoriales
(Santiago:
Cuarto
Propio,
2003)
y
editor
de
Critical
Latin
American
and
Latino
Studies
(University
of
Minessota
Press,
2003).
En
la
actualidad
trabaja
en
un
proyecto
de
libro
sobre
las
nuevas
formas
de
mediación
entre
cultura
y
mercado
en
el
contexto
de
las
transformaciones
de
la
cultura
chilena
bajo
el
neoliberalismo
y
la
globalización.
Ha
co-‐editado
además
dos
volúmenes:
Andrés
Bello
(en
colaboración
con
Beatriz
González-‐Stephan)
y
Redrawing
The
Nation:
Latin
American
Comics
and
The
Graphic
Construction
of
Cultural
identities
(en
colaboración
con
Héctor
Fernández
L’
Hoeste)
Ángel
Quintero
Rivera
es
profesor
e
investigador
del
Centro
de
Investigaciones
Sociales
de
la
Universidad
de
Puerto
Rico
en
Río
Piedras.
Es
autor/coautor
de
doce
libros
y
de
numerosos
artículos
y
monografías.
En
los
últimos
años,
sus
intereses
se
han
centrado
en
la
sociología
de
la
cultura,
especialmente
en
la
cultura
popular
del
Caribe,
la
música
y
la
actividad
festiva.
Sus
obras
más
conocidas
son
Patricios
y
plebeyos:
burgueses,
hacendados,
artesanos
y
obreros.
Las
relaciones
de
clase
en
el
Puerto
Rico
de
cambio
de
siglo
(1988),
Salsa,
sabor
y
control:
sociología
de
la
música
tropical
(1998),
texto
ganador
del
premio
Casa
de
las
Américas
y
de
LASA
(2000)
y
Vírgenes,
magos
y
escapularios:
imaginería,
etnicidad
y
religiosidad
popular
en
Puerto
Rico
(1998).
Liliana
Rivera-‐Sánchez
es
investigadora
de
la
Universidad
Nacional
Autónoma
de
México,
en
el
Centro
Regional
de
Investigaciones
Multidisciplinarias
(CRIM-‐UNAM).
Obtuvo
su
doctorado
en
Sociología
en
New
School
for
Social
Research,
Nueva
York
(2004).
Ha
participado
en
diversos
proyectos
relacionados
con
las
dinámicas
de
los
circuitos
migratorios
emergentes
entre
México
y
los
Estados
Unidos;
entre
otros,
se
cuentan
“Religion
and
Immigrant
Incorporation
in
New
York”,
coordinado
por
The
International
Center
for
Migration,
Ethnicity
and
Citizenship
del
New
School.
Actualmente,
Rivera-‐Sánchez
colabora
en
un
proyecto
interinstitucional
financiado
por
la
Fundación
Rockefeller
sobre
“Comunidades
Transnacionales
entre
México
y
los
Estados
Unidos”
y,
tiene
a
su
cargo
un
proyecto
sobre
“Migración
interna
e
internacional:
vinculando
migrantes
IR
Y
VENIR
414
urbanos
y
rurales
en
la
experiencia
de
la
migración
a
Nueva
York”.
Cuenta
con
diversas
publicaciones
en
temáticas
relacionadas
con
mexicanos
en
Nueva
York,
identidades,
pertenencias,
participación
y
organizaciones
sociales.
En
1997
obtuvo
el
Premio
a
la
mejor
tesis
de
posgrado
en
Ciencias
Sociales
(Sociología)
otorgado
por
la
Academia
Mexicana
de
Ciencias
y
en
el
año
2000
fue
distinguida
con
el
Premio
Iberoamericano
a
la
mejor
investigación
sobre
Etnicidad
y
Religión,
otorgado
por
la
Asociación
Latinoamericana
de
Estudios
sobre
la
Religión
(ALER).
Ana
Patricia
Rodríguez
es
profesora
asistente
en
el
Departamento
de
Español
y
Portugués
de
la
Universidad
de
Maryland,
College
Park.
Nacida
en
el
Salvador,
Ana
Patricia
llegó
a
los
Estados
Unidos
a
la
edad
de
cinco
años,
y
creció
en
el
área
de
la
bahía
de
San
Francisco.
Ha
escrito
numerosos
artículos
sobre
cultura
y
literatura
centroamericana
con
considerable
énfasis
en
‘developments’
en
Estados
Unidos.
Su
próximo
libro
a
punto
de
publicarse
se
titula
Dividing
the
Isthmus:
Central
American
Transnational
Literatures
and
Cultures
(University
of
Texas
Press).
Silvio
Torres-‐Saillant
es
docente
del
Departamento
de
Inglés
y
Director
del
Latino-‐Latin
American
Studies
Program
de
Syracuse
University,
fue
director-‐fundador
del
Instituto
de
Estudios
Dominicanos
CUNY.
Pertenece
a
la
Junta
de
Directores
del
New
York
Council
for
the
Humanities,
a
la
Mesa
Redonda
Nacional
Dominico-‐Americana
y
al
Recovering
the
U.S.
Hispanic
Literary
Heritage
Project.
Entre
sus
publicaciones
encontramos
Caribbean
Poetics
(Cambridge
UP
1997),
The
Dominican
Americas
[en
co-‐autoria]
(Grenwood
Press
1998),
El
retorno
de
las
Yolas:
Diáspora,
Democracia
y
Dominicanidad
(La
Trinitaria/Manatí
1999)
y
An
Intellectual
History
of
the
Caribbean
(Palgrave
Macmillan,
próxima
aparición).
Ha
coeditado
Recovering
the
U.S.
Hispanic
Literary
Heritage,
Vol.
4
(Arte
Público
2002),
Challenges
of
Public
Higher
Education
in
the
Hispanic
Caribbean
(Markus
Wiener
2004)
y
Desde
la
orilla:
Hacia
una
nacionalidad
sin
desalojos
(Manatí/La
Trinitaria
2004).
Unos
de
los
editores
de
la
revista
académica
Latino
Studies,
pertenece
al
equipo
de
Senior
Editors
de
la
Oxford
Encyclopedia
of
Latinos
And
Latinas
in
the
United
States,
obra
de
consulta
en
4
tomos
acordada
para
salir
a
la
luz
en
2005.
Abril
Trigo
es
profesor
de
Culturas
y
Literaturas
Latinoamericanas
en
el
Departamento
de
Español
IR
Y
VENIR
415
y
Portugués
de
Ohio
State
University.
Ha
publicado
Caudillo,
estado,
nación.
Literatura,
historia
e
ideología
en
el
Uruguay
(1990),
¿Cultura
uruguaya
o
culturas
linyeras?
(Para
una
cartografía
de
la
neo-‐modernidad
pos-‐uruguaya.)
(1997.),
Memorias
migrantes.
Testimonios
y
ensayos
sobre
la
diáspora
uruguaya
(2003),
The
Latin
American
Cultural
Studies
Reader,
del
cual
es
coeditor
(2004),
y
numerosos
artículos
sobre
la
problemática
cultural
en
América
Latina.
Actualmente
trabaja
en
dos
libros
sobre
Los
estudios
culturales
y
la
globalización
en
América
Latina
y
Economía
política
de
la
cultura
en
la
globalización.
Juan
Zevallos
Aguilar
es
autor
de
dos
polémicos
libros:
Indigenismo
y
nación.
Desafíos
a
la
representación
de
la
subalternidad
quechua
y
aymara
(2002)
y
Movimiento
Kloaka
(1982-‐1984):
Cultura
juvenil
urbana
de
la
posmodernidad
periférica
(2002).
Después
de
largas
estadías
en
Canadá,
Guatemala
y
México
se
establece
en
los
Estados
Unidos.
Ocupa
la
cátedra
de
Culturas
y
Literaturas
Indígenas
Latinoamericanas
con
énfasis
en
la
región
andina,
en
el
Departamento
de
Español
y
Portugués
de
la
Universidad
Estatal
de
Ohio.
Tiene
en
proyecto
investigaciones
sobre
cultura
y
construcción
de
identidades
andinas
en
el
exilio.
ARTISTAS PLÁSTICOS
Edouard
Duval-‐Carrié
es
un
artista
con
reputación
nacional
e
internacional.
Sus
obras
recientes
se
han
exhibido
en
el
Museo
de
Fort
Lauderdale,
the
Fowler
Museum
of
Cultural
History
en
UCLA,
el
Lowe
Art
Museum
en
Miami,
Miami
Dade
Cultural
Center,
Bernice
Steinbaum
Gallery,
el
Museo
de
Arte
Contemporáneo
de
Monterrey,
Armand
Gallery,
Marlaux
Gallery,
el
Museo
du
Collage
St.
Pierre
en
Haití
y
ha
participado
en
numerosas
exhibiciones
individuales
y
colectivas.
Duval-‐Carrié
ha
sido
artista
residente
en
el
Museo
de
Arte
de
Fort
Lauderdale,
2004;
la
Cite
Internationale
des
Artes,
Paris,
2000;
Fondation
Claude
Monet,
Giverny
France,
1998.
Además
se
le
han
otorgado
becas
del
South
Florida
Cultural
Consortium
Visual
and
Media
Artists
en
1998
y
1995
y
del
Southern
Arts
Federation
Visual
Art,
en
1996.
Él
recibió
su
formación
educativa
en
la
Ecole
Nationale
Superieure
des
Meaux
Arts
en
París
y
su
Licenciatura
en
Artes
Plásticas
de
MLGill
IR
Y
VENIR
416