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Haass 6/24/08 12:13 PM Page 66

La era de la no polaridad
Lo que seguirá al dominio de Estados Unidos

Richard N. Haass
c

La característica principal de las relaciones internacionales del siglo xxi está


siendo la no polaridad: un mundo dominado no por uno o dos o incluso varios
Estados, sino por docenas de actores que tienen y ejercen diversos tipos de poder.
Esto representa un cambio mayúsculo frente al pasado.
El siglo xx inició como una era marcadamente multipolar. Pero después de casi
50 años, dos guerras mundiales y muchos conflictos menores, surgió un sistema bi-
polar. Posteriormente, con el fin de la Guerra Fría y el colapso de la Unión Soviética,
la bipolaridad dio paso a la unipolaridad —un sistema internacional dominado por
una potencia, en este caso, Estados Unidos—. Pero, actualmente, el poder es difu-
so, y el inicio de la no polaridad plantea varias preguntas importantes. ¿En qué di-
fiere la no polaridad de las otras formas de orden internacional? ¿Cómo y por qué se
materializa? ¿Cuáles son las posibles consecuencias? Y, finalmente, ¿cómo debería
responder Estados Unidos?

un orden mundial “más nuevo”


En contraste con la multipolaridad —que implica varios polos o concentracio-
nes diferenciadas de poder— un sistema internacional no polar se caracteriza por
tener numerosos centros con poder significativo.
En un sistema multipolar no domina ninguna potencia, puesto que en ese caso
el sistema se volvería unipolar. Las concentraciones de poder tampoco giran alrede-
dor de dos polos, pues entonces el sistema se volvería bipolar. Los sistemas multi-
polares pueden ser cooperativos, e incluso asumir la forma de un concierto de po-

Richard N. Haass es el presidente del Council on Foreign Relations.

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tencias, en el que unas cuantas potencias importantes colaboran para establecer


las reglas del juego y para disciplinar a los que las infringen. También pueden ser
más competitivos, girando alrededor de un equilibrio de poder, o conflictivos, cuan-
do el equilibrio se rompe.
A primera vista, el mundo actual podría parecer
multipolar. Las principales potencias —China, Esta-
dos Unidos, India, Japón, Rusia y la Unión Europea En el mundo actual,
(ue)— cuentan con poco más de la mitad de la po-
blación mundial y representan el 75% del pib mundial el poder, en lugar de
y el 80% del gasto global en defensa. Sin embargo, las estar concentrado,
apariencias pueden ser engañosas. El mundo actual
difiere de manera fundamental de uno de multipo- está cada vez más
laridad clásica: hay muchos más centros de poder, y
muchos de estos polos no son Estados-nación. De
distribuido.
hecho, una de las características fundamentales del
sistema internacional contemporáneo es que los Esta-
dos-nación han perdido el monopolio del poder y, en algunos casos, incluso su
superioridad. Los Estados están siendo desafiados desde arriba, por organizaciones
regionales y globales; desde abajo, por milicias; y por los costados, por una diversi-
dad de organizaciones no gubernamentales (ong) y corporaciones. El poder ahora
se encuentra en muchas manos y en muchos sitios.
Además de las seis principales potencias mundiales, hay numerosas potencias re-
gionales: Brasil y, discutiblemente, Argentina, Chile, México y Venezuela, en América
Latina; Nigeria y Sudáfrica, en África; Arabia Saudita, Egipto, Irán e Israel, en el Me-
dio Oriente; Pakistán, en el sur de Asia; Australia, Corea del Sur e Indonesia, en el este
de Asia y Oceanía. Un gran número de organizaciones estarían en la lista de centros
de poder, incluidas las que son globales (el Banco Mundial, el Fondo Monetario In-
ternacional, las Naciones Unidas), las que son regionales (la Asociación de Naciones
del Sureste Asiático, la Asociación Surasiática de Cooperación Regional, la Liga Ára-
be, la Organización de Estados Americanos, la Unión Africana, la ue) y las que son
funcionales (la Agencia Internacional de Energía, la Organización para la Coopera-
ción de Shanghái, la Organización Mundial de la Salud, la opep). Lo mismo sucede-
ría con algunos estados de los Estados-nación, como California, en Estados Unidos, y
Uttar Pradesh, en la India, y con ciudades como Nueva York, São Paulo y Shanghái.
Además, están las grandes compañías globales, incluidas aquellas que dominan los
campos de la energía, las finanzas y la manufactura. Otras entidades que merecen ser
incluidas serían los medios globales de comunicación (al Jazeera, bbc, cnn), las mili-
cias (Hamás, Hezbolá, el Ejército del Mahdi, los talibán), los partidos políticos, las
instituciones y los movimientos religiosos, las organizaciones terroristas (al
Qaeda), los cárteles de narcotraficantes y las ong de tipo más benigno (la Fundación
Bill y Melinda Gates, Greenpeace, Médicos sin Fronteras). En el mundo actual, el
poder, en lugar de estar concentrado, está cada vez más distribuido.

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En este mundo, Estados Unidos es y seguirá siendo durante largo tiempo el país
con la mayor concentración de poder. Anualmente, gasta más de 500 000 millones
de dólares en sus fuerzas armadas —más de 700 000 millones, si se incluyen las
operaciones en Afganistán e Iraq— y cuenta con fuerzas terrestres, aéreas y nava-
les que presumen ser las mejores del mundo. Su economía, con un pib de alre-
dedor de 14 billones de dólares, es la más grande del mundo. Estados Unidos es
también una importante fuente de cultura (a través de sus películas y televisión), de
información y de innovación. Pero la realidad del poderío estadounidense no debe
enmascarar el relativo deterioro de la posición de Estados Unidos en el mundo;
al mismo tiempo, este relativo declive de su poder se acompaña de un deterioro abso-
luto de su influencia e independencia. La participación de Estados Unidos en las
importaciones globales ya ha bajado al 15%. Aunque el pib de Estados Unidos
representa más del 25% del total mundial, este porcentaje seguramente bajará con el
tiempo, dado el diferencial real y estimado entre la tasa de crecimiento de Estados
Unidos, y las de los gigantes asiáticos y de muchos otros países; muchos de ellos tie-
nen tasas de crecimiento que duplican o triplican la de Estados Unidos.
El aumento del pib es apenas un indicio del fin del dominio económico estado-
unidense. El surgimiento de fondos soberanos o fondos de inversión estatales
(sovereign wealth funds) —en países como Arabia Saudita, China, Emiratos Árabes
Unidos, Kuwait y Rusia— es otro. Estos fondos controlados por el gobierno, ge-
neralmente producto de las exportaciones de gas y petróleo, ahora suman alrede-
dor de 3 billones de dólares. Están creciendo a una tasa estimada de 1 billón de
dólares al año y son, cada vez más, una importante fuente de liquidez para las
empresas estadounidenses. Los altos precios de la energía, incentivados princi-
palmente por el violento aumento de la demanda en China y la India, continuarán
durante algún tiempo, lo que significa que el tamaño y la importancia de estos
fondos seguirán creciendo. Están surgiendo bolsas de valores alternas que alejan
a las compañías de las bolsas estadounidenses e, incluso, están lanzando ofertas
públicas iniciales (opi). Londres, en particular, está compitiendo con Nueva York
por ser el centro financiero del mundo y, de hecho, ya lo superó en cuanto al nú-
mero de opi que alberga. El dólar se ha debilitado frente al euro y a la libra bri-
tánica, y es probable que su valor relativo frente a las divisas asiáticas también baje.
La mayoría de las reservas en los bancos centrales del mundo está ahora en divisas
distintas al dólar, y es posible que cambie la denominación del petróleo a euros o a
una canasta de divisas; sin duda, este paso dejaría a la economía estadounidense más
vulnerable a la inflación y a las crisis cambiarias.
El dominio estadounidense también está siendo desafiado en otros ámbitos, como
el de la eficacia militar y la diplomacia. Los indicadores de gasto militar no son los
mismos que los de la capacidad militar. El 11-S mostró cómo una pequeña inversión
de los terroristas podía causar grados extraordinarios de daño físico y humano.
Muchas de las piezas de armamento moderno más costosas no son especialmente
útiles en los conflictos actuales, donde el campo de batalla tradicional se ha visto re-

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emplazado por zonas urbanas de combate. En esos entornos, un gran número de sol-
dados con poco armamento puede resultar ser un enemigo mucho más difícil para un
pequeño número de soldados estadounidenses mejor armados y entrenados.
El poder y la influencia están cada vez menos relacionados en una era de no po-
laridad. Los llamados de Estados Unidos para que los demás se reformen tenderán
a caer en oídos sordos, sus programas de ayuda tendrán menor poder adquisitivo y
las sanciones encabezadas por los estadounidenses lograrán menos. Después de
todo, China demostró ser el país con mayor capacidad para influir sobre el progra-
ma nuclear de Corea del Norte. La capacidad de Washington para presionar a
Teherán se ha fortalecido con la participación de varios países de Europa Occidental
y se ha debilitado por la renuencia de China y de Rusia para sancionar a Irán. Tanto
Beijing como Moscú han diluido los esfuerzos internacionales para presionar al
gobierno de Sudán para que finalice su guerra en Darfur. Pakistán, mientras tanto,
ha demostrado repetidamente tener una capacidad para resistirse a las peticiones de
Estados Unidos, al igual que Corea del Norte, Irán, Venezuela y Zimbabue.
Esta tendencia también se extiende a los ámbitos de la cultura y de la información.
Bollywood produce más películas al año que Hollywood. Las alternativas a la te-
levisión producida y difundida por Estados Unidos se están multiplicando. Los sitios
web y las ciberbitácoras de otros países representan aún más competencia para los
programas de noticias y comentarios producidos en Estados Unidos. La prolife-
ración de la información es tan causa de la no polaridad como la proliferación de
armas.

adiós a la unipolaridad
Charles Krauthammer fue más acertado de lo que pensaba cuando escribió en
las páginas de Foreign Affairs, hace casi dos décadas, sobre lo que él denominó “el mo-
mento unipolar”. En ese entonces, el dominio de Estados Unidos era real; pero duró
solamente 15 ó 20 años. En términos históricos, fue apenas un instante. La teoría
realista tradicional habría predicho el final de la unipolaridad y el surgimiento de un
mundo multipolar. Siguiendo esta línea de razonamiento, las grandes potencias, cuan-
do actúan como acostumbran hacerlo las grandes potencias, estimulan la compe-
tencia de otros que les temen o que les tienen resentimiento. Krauthammer, adhi-
riéndose sólo a esta teoría, escribió: “Sin duda, la multipolaridad llegará con el
tiempo. Quizá en aproximadamente una generación más, también habrá nuevas
potencias que se equipararán con Estados Unidos, y el mundo se parecerá, en su
estructura, a la era previa a la Primera Guerra Mundial”.
Sin embargo, eso no ha sucedido. Aunque el sentimiento antiestadounidense es
generalizado, no ha surgido una gran potencia o potencias que rivalicen con Esta-
dos Unidos. Esto se debe, en parte, a que la disparidad entre el poder de Estados
Unidos y el de cualquier posible rival es demasiado grande. Con el tiempo, países
como China podrían llegar a tener un pib comparable con el de Estados Unidos.
Sin embargo, en el caso de China, gran parte de esa riqueza será utilizada forzosa-

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mente para cubrir las necesidades de su enorme población (mucha de la cual sigue
siendo pobre) y no estará disponible para financiar el desarrollo militar o para
empresas externas. Mantener la estabilidad política durante un período de crecimien-
to tan dinámico, pero desigual, no será una hazaña sencilla. India se enfrenta a
muchos de los mismos desafíos demográficos y a los obstáculos adicionales de un
exceso de burocracia y de una infraestructura insuficiente. El pib de la ue es ahora
mayor que el de Estados Unidos, pero la ue no actúa de una manera unitaria, como
lo haría un Estado-nación, y no es capaz ni tiene la inclinación de actuar de ma-
nera enérgica, como actúan las grandes potencias históricas. Japón, por su parte,
cuenta con una población menguante y envejecida y no tiene la cultura política
para desempeñar el papel de una gran potencia. Rusia puede estar más dispuesta,
pero aún cuenta con una economía agrícola comercial y está agobiada por una po-
blación decreciente y por los desafíos internos a su cohesión nacional.
El hecho de que no haya surgido una rivalidad clásica entre grandes potencias y
que sea poco probable que surja en el futuro cercano también es resultado, en par-
te, del comportamiento de Estados Unidos, que no ha estimulado dicha respuesta.
Esto no quiere decir que bajo el liderazgo de George W. Bush Estados Unidos no
haya alejado a otros países; sin duda lo ha hecho. Pero, en general, no ha actuado
de una forma tal que lleve a otros países a concluir que Estados Unidos constitu-
ye una amenaza para sus intereses nacionales vitales. Las dudas sobre la sabiduría y
la legitimidad de la política exterior de Estados Unidos se han extendido, pero
esto ha tendido a provocar más denuncias (y una falta de cooperación) más que una
resistencia categórica.

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Una limitación adicional al surgimiento de grandes potencias rivales es que el


bienestar económico y la estabilidad política de muchas de las otras grandes
potencias dependen del sistema internacional. En consecuencia, no desean trasto-
car un orden que sirve a sus intereses nacionales. Esos intereses están estrechamen-
te ligados al flujo transfronterizo de bienes, servicios,
personas, energía, inversiones y tecnología, flujos en
los que Estados Unidos tiene un papel fundamental. La transición hacia
La integración al mundo moderno desalienta la com-
petencia y el conflicto entre las grandes potencias. un mundo no polar
Pero, incluso sin el surgimiento de grandes poten- tendrá consecuencias
cias rivales, la unipolaridad ha concluido. Destacan
tres explicaciones de su colapso. La primera es histó- especialmente negativas
rica. Los Estados se desarrollan; mejoran su capaci-
dad de generar y combinar los recursos humanos, fi-
para Estados Unidos.
nancieros y tecnológicos que llevan a la productividad
y a la prosperidad. Lo mismo sucede con las corpora-
ciones y otras organizaciones. El ascenso de estas nuevas potencias no puede dete-
nerse. El resultado es un número aún mayor de actores que pueden ejercer su
influencia regional o globalmente.
Una segunda causa es la política estadounidense. Parafraseando a Pogo, el héroe
de las tiras cómicas de Walt Kelly de los años posteriores a la Segunda Guerra
Mundial, hemos encontrado la explicación: la causa somos nosotros. Tanto por lo
que ha hecho como por lo que ha dejado de hacer, Estados Unidos ha acelerado el
surgimiento de centros de poder alternativos en el mundo y ha debilitado su propia
posición con respecto a ellos. La política energética de Estados Unidos (o la falta
de ella) es una fuerza que impulsa el fin de la unipolaridad. Desde las primeras
crisis petroleras de la década de los setenta, el consumo de petróleo en Estados
Unidos ha aumentado en, aproximadamente, 20%, y, lo que es más importante,
las importaciones de productos petroleros han aumentado su volumen en más del
doble y casi se han duplicado como porcentaje del consumo. Este aumento de la de-
manda de petróleo del exterior ha ayudado a incrementar el precio mundial del pe-
tróleo de poco más de 20 dólares por barril a más de 100 dólares por barril en
menos de una década. El resultado de ello es una enorme transferencia de riqueza
y poder a los Estados que cuentan con reservas energéticas. En resumen, la políti-
ca energética estadounidense ha ayudado al surgimiento de los productores de gas
y petróleo como centros de poder importantes.
La política económica de Estados Unidos también ha tenido su parte. El pre-
sidente Lyndon Johnson fue muy criticado por aumentar el gasto interno y, al
mismo tiempo, participar en la Guerra de Vietnam. El presidente Bush ha inicia-
do costosas guerras en Afganistán y en Iraq, permitió que el gasto discrecional
aumentara en una tasa anual del 8% y redujo los impuestos. Como consecuencia,
la posición fiscal de Estados Unidos ha disminuido de un superávit de más de

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100 000 millones de dólares, en 2001, a un déficit estimado de aproximadamen-


te 250 000 millones de dólares, en 2007. Quizá el rápido aumento del déficit en
la cuenta corriente, que ahora es superior al 6% del pib, sea más importante. Esto
impone una presión a la baja sobre el dólar, estimula la inflación y contribuye a
la acumulación de riqueza y poder en otras partes del mundo. La deficiente regu-
lación del mercado hipotecario estadounidense y la crisis crediticia que ha pro-
ducido han exacerbado estos problemas.
La guerra en Iraq también ha contribuido a diluir la posición de Estados Uni-
dos en el mundo. La guerra en Iraq ha demostrado ser una costosa guerra de elec-
ción, tanto en términos diplomáticos, económicos y militares como humanos. Hace
varios años, el historiador Paul Kennedy describió su tesis sobre la “sobreexpansión
imperialista”, que postulaba que Estados Unidos finalmente declinaría por sobre-
expansión, al igual que otras grandes potencias del pasado. La teoría de Kennedy
resultó ser válida casi de inmediato para la Unión Soviética, pero Estados Unidos
—a pesar de todo su dinamismo y sus mecanismos correctivos— no ha demos-
trado ser inmune a ella. No es solamente que a las fuerzas armadas estadouni-
denses les tomará una generación recuperarse de Iraq; también es que Estados
Unidos no cuenta con suficientes activos militares para continuar haciendo lo
que está haciendo en Iraq, mucho menos para asumir nuevas cargas de cualquier
escala en otros lugares.
Finalmente, el mundo no polar de la actualidad no sólo es resultado del sur-
gimiento de otros Estados y organizaciones o de las fallas y disparates de la políti-
ca estadounidense; también es una consecuencia inevitable de la globalización. La
globalización ha aumentado el volumen, la velocidad y la importancia de los flujos
transfronterizos de prácticamente cualquier cosa, desde drogas, correos electróni-
cos, gases invernadero, bienes manufacturados y personas, hasta señales de radio y
televisión, virus (virtuales y reales) y armas.
La globalización fortalece la no polaridad de dos formas fundamentales.
Primero, muchos flujos transfronterizos tienen lugar fuera del control de los
gobiernos e incluso sin su conocimiento. En consecuencia, la globalización di-
luye la influencia de las principales potencias. Segundo, estos mismos flujos
fortalecen, con frecuencia, las capacidades de los actores no estatales, como los
exportadores de energía (que están experimentando un dramático aumento en
su riqueza debido a las transferencias de los importadores), los terroristas (que
usan Internet para reclutar y entrenar; el sistema bancario internacional, para
transferir recursos; y el sistema de transporte global, para trasladar personas),
los Estados díscolos o rogue states (que pueden explotar el mercado negro y el
gris) y las empresas de la lista Fortune 500 (que mueven rápidamente personal
e inversiones). Cada vez es más evidente que ser el Estado más fuerte ya no
significa tener un cuasimonopolio del poder. Hoy en día, es incluso más fácil
que antes que los individuos y los grupos acumulen y proyecten un poder consi-
derable.

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el desorden no polar
Este mundo cada vez más no polar tendrá consecuencias especialmente
negativas para Estados Unidos, e igualmente para gran parte del resto del mundo.
Será más difícil para Washington liderar en los momentos en los que desee promo-
ver respuestas colectivas a desafíos regionales y globales. Una de estas razones tiene
que ver con la aritmética básica. Debido a que un mayor número de actores posee
un poder significativo y trata de hacer valer su influencia, será más difícil obtener
respuestas colectivas y hacer que las instituciones funcionen. Arrear a muchos es más
difícil que arrear a unos cuantos. La incapacidad de llegar a un acuerdo en la Ronda
Doha de negociaciones comerciales globales es un ejemplo revelador.
La no polaridad también aumentará el número de amenazas y vulnerabilidades
que enfrentan países como Estados Unidos. Estas amenazas pueden provenir de Es-
tados díscolos, grupos terroristas o productores de energéticos que decidan reducir
su producción, o de bancos centrales cuya acción o falta de acción pueda crear con-
diciones que afecten el papel y la fortaleza del dólar estadounidense. Quizá la
Reserva Federal debería pensárselo dos veces antes de continuar bajando las tasas
de interés, para evitar precipitar un rechazo adicional al dólar. Puede haber cosas
peores que una recesión.
Irán es un buen ejemplo. Sus esfuerzos por convertirse en una potencia nuclear
son el resultado de la no polaridad. Debido principalmente al aumento de los pre-
cios del petróleo, se ha convertido en otra concentración significativa de poder,
una que puede influir sobre Iraq, Líbano, Siria, los territorios palestinos y demás,
así como sobre la opep. Tiene muchas fuentes de financiamiento y tecnología, así
como numerosos mercados para sus exportaciones de energéticos. Además, debido
a la no polaridad, Estados Unidos ya no puede manejar a Irán por sí solo; antes bien,
Washington depende de otros para respaldar sus sanciones políticas y económicas
o para bloquear el acceso de Teherán a la tecnología y a los materiales nucleares. La
no polaridad genera no polaridad.
Sin embargo, aunque la no polaridad fuera inevitable, sus peculiaridades no lo son.
Parafraseando al teórico de las Relaciones Internacionales, Hedley Bull, la política glo-
bal es, en cualquier momento, una mezcla de anarquía y sociedad. El problema está
en el equilibrio y la tendencia. Se puede y se debe hacer mucho para configurar un
mundo no polar. El orden no surgirá por sí solo. Por el contrario, si se le deja al libre
albedrío, un mundo no polar se hará más desordenado con el tiempo. La entropía
establece que los sistemas conformados por un gran número de actores tienden hacia
una mayor aleatoriedad y desorden en la ausencia de intervención externa.
Estados Unidos puede y debe tomar medidas para reducir las posibilidades de
que un mundo no polar se convierta en un caldero de inestabilidad. Éste no es
un llamado al unilateralismo; es un llamado para que Estados Unidos ponga en
orden su casa. La unipolaridad es cosa del pasado, pero Estados Unidos aún tiene
más capacidad que cualquier otro actor para mejorar la calidad del sistema inter-
nacional. La pregunta es si continuará teniendo esta capacidad.

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La energía es el aspecto más importante. Los niveles actuales de consumo e im-


portaciones de Estados Unidos (aunados a su efecto adverso sobre el clima global)
incentivan la no polaridad al canalizar vastos recursos financieros a los producto-
res de gas y petróleo. Reducir el consumo aminoraría la presión sobre los precios
mundiales, disminuiría la vulnerabilidad de Estados Unidos a la manipulación de
los mercados por los abastecedores de petróleo y reduciría la velocidad del cambio
climático. La buena noticia es que esto se puede lograr sin afectar la economía
estadounidense.
Fortalecer la seguridad nacional también es esencial. El terrorismo, como la
peste, no puede erradicarse. Siempre habrá personas que no puedan integrarse a
las sociedades y que persigan metas que no se puedan alcanzar mediante la políti-
ca tradicional. Y, algunas veces, a pesar del mejor esfuerzo de los que tienen a su car-
go la seguridad nacional, los terroristas tendrán éxito. Lo que se necesita, pues, son
medidas para hacer que la sociedad sea más resistente, algo que requiere el financia-
miento y la capacitación adecuados de los cuerpos de emergencia y una infraestruc-
tura más flexible y duradera. El objetivo debe ser reducir el impacto de ataques que
sean, incluso, exitosos.
Resistirse a que se sigan diseminando las armas nucleares y los materiales nuclea-
res no protegidos, debido a su potencial destructivo, podría ser tan importante como
cualquier otra acción. Al establecer bancos de uranio enriquecido administrados
internacionalmente o de combustibles nucleares usados que proporcionen a los
países acceso a materiales nucleares restringidos, la comunidad internacional podría
ayudar a los países a usar la energía nuclear para producir electricidad en lugar de
bombas. Se pueden proporcionar garantías de seguridad y sistemas de defensa a los
Estados que, de otra forma, podrían sentirse forzados a desarrollar programas
nucleares propios para contrarrestar los de sus vecinos. Asimismo, se pueden
aplicar fuertes sanciones —ocasionalmente respaldadas por la fuerza armada—
para influir sobre el comportamiento de posibles Estados nucleares.
Aun así, la cuestión de usar la fuerza militar para destruir las instalaciones de
producción de armas nucleares o biológicas permanece. Los ataques anticipatorios
—ataques que tienen la intención de detener una amenaza inminente— son una
forma ampliamente aceptada de autodefensa. Los ataques preventivos —ataques
a instalaciones cuando no hay indicios de uso inminente— son otra cosa total-
mente distinta. No deben descartarse por principio, pero tampoco se debe
depender de ellos. Más allá de las cuestiones de viabilidad, los ataques preventivos
corren el riesgo de hacer que un mundo no polar sea menos estable, tanto porque,
de hecho, podrían alentar la proliferación (los gobiernos podrían considerar la ad-
quisición o el desarrollo de armas nucleares como un elemento disuasivo) como
porque debilitarían la antigua norma contra el uso de la fuerza para propósitos
distintos a la autodefensa.
Combatir el terrorismo también es fundamental si no se desea que la era no po-
lar se convierta en una moderna era de oscurantismo. Hay muchas maneras de debi-

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litar a las organizaciones terroristas existentes usando recursos de inteligencia y de


aplicación de la ley y de capacidades militares. Sin embargo, ésta es una partida per-
dida, a menos que se pueda hacer algo para reducir el reclutamiento. Los padres, las
figuras religiosas y los líderes políticos deben deslegitimar al terrorismo desacredi-
tando a los que deciden adoptarlo. Más importante aún, los gobiernos deben en-
contrar la forma de integrar a la sociedad a los jóvenes marginados, algo que no
puede ocurrir si no hay oportunidades políticas y económicas.
El comercio puede ser una poderosa herra-
mienta de integración; proporciona a los Estados
un interés por evitar conflictos, porque la inestabi- Estados Unidos ya no
lidad interrumpe los acuerdos comerciales benefi-
ciosos que producen mayor riqueza y fortalecen las se puede dar el lujo
bases del orden político interno. El comercio tam-
bién hace posible el desarrollo, lo que, por ende,
de sostener una política
disminuye las probabilidades de que el Estado exterior de “o están
falle y reduce la marginación de los ciudadanos. El
alcance de la Organización Mundial del Comercio con nosotros o
debe ampliarse mediante la negociación de acuer- contra nosotros”.
dos globales futuros que permitan reducir aún más
los subsidios y las barreras arancelarias y no aran-
celarias. Para aumentar el apoyo político interno a
dichas negociaciones en los países desarrollados, probablemente será necesario
ampliar diferentes redes de seguridad, incluidas las pensiones y la seguridad
social portátiles, la ayuda educativa y de capacitación, y el seguro de desempleo.
Estas reformas a las políticas sociales son costosas y, en algunos casos, injustifi-
cadas (es mucho más probable que la causa de la pérdida de empleos sea la inno-
vación tecnológica y no la competencia del extranjero), pero aun así vale la pena
llevarlas a cabo, dado el valor político y económico general de ampliar el régimen
de comercio global.
Quizá se requiera un nivel similar de esfuerzo para garantizar el flujo conti-
nuo de inversiones. El objetivo debe ser crear una Organización Mundial de In-
versión (omi) que estimule los flujos de capital a través de las fronteras, con el fin
de reducir al mínimo las posibilidades de que el “proteccionismo inversionista”
obstaculice actividades que, como el comercio, son económicamente benéficas y
crean barreras políticas contra la inestabilidad. Una omi podría fomentar la trans-
parencia por parte de los inversionistas, determinar cuándo la seguridad nacional
es una razón legítima para prohibir o limitar la inversión extranjera y establecer un
mecanismo para resolver controversias.
Finalmente, Estados Unidos necesita mejorar su capacidad para prevenir el
fracaso de los Estados y lidiar con sus consecuencias. Para este fin, será necesario
construir y mantener un ejército más grande, que tenga mayor capacidad para
lidiar con el tipo de amenazas como las que se han enfrentado en Afganistán e Iraq.

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Asimismo, significará establecer una contraparte civil de las fuerzas de reserva del
ejército que proporcionaría un grupo de talento humano para auxiliar en las tare-
as básicas de construcción nacional. La ayuda económica y militar continua será
vital para ayudar a los Estados débiles a cumplir con las responsabilidades que tie-
nen con sus ciudadanos y vecinos.

la no tan solitaria superpotencia


El multilateralismo será esencial para hacerle frente al mundo no polar. Sin
embargo, para tener éxito, debe modificarse para incluir a otros actores, además
de las grandes potencias. El Consejo de Seguridad de la onu y el g8 (el grupo de
Estados altamente industrializados) necesitan reconstituirse para reflejar el mundo
actual y no el de la era posterior a la Segunda Guerra Mundial. Una reciente re-
unión en las Naciones Unidas sobre cómo coordinar mejor la respuesta global a
los desafíos de salud pública proporcionó un modelo. A ésta asistieron re-
presentantes de los gobiernos, agencias de la onu, ong, compañías farmacéuti-
cas, fundaciones, think tanks y universidades. Una variedad similar de participan-
tes asistió a la reunión sobre el cambio climático que se llevó a cabo en Bali, en
diciembre de 2007. Es probable que el multilateralismo tenga que ser menos for-
mal y menos extenso, al menos en su fase inicial. Además de las organizaciones,
se necesitarán redes. Lograr que todos estén de acuerdo en todo será cada vez más
difícil; por el contrario, Estados Unidos debería considerar firmar acuerdos con
menos partes y con objetivos más específicos. El comercio es una especie de mode-
lo en este caso, ya que los acuerdos bilaterales y regionales están llenando el vacío
creado por la imposibilidad de concluir una ronda comercial global. El mismo
enfoque podría funcionar para el cambio climático, ámbito en el que llegar a
acuerdos sobre diferentes aspectos del problema (v. g. la deforestación) o medidas
que impliquen a sólo algunos países (los principales emisores de carbono, por
ejemplo), podría ser viable, mientras que un acuerdo que incluya a todos los países
y trate de resolver todos los problemas podría no serlo. Es posible que el multi-
lateralismo a la carta sea la norma.
La no polaridad complica la diplomacia. Un mundo no polar no sólo incluye a
más actores; también carece de las estructuras fijas y de las relaciones más predeci-
bles que tienden a definir los mundos de la unipolaridad, bipolaridad o multipolari-
dad. Las alianzas, en particular, perderán gran parte de su importancia, aunque sólo
sea porque las alianzas requieren amenazas, obligaciones y perspectivas predecibles,
que probablemente escaseen en un mundo no polar. Las relaciones, en cambio, serán
más selectivas y circunstanciales. Será más difícil clasificar a otros países como alia-
dos o adversarios, pues cooperarán en algunos temas y disentirán en otros. Se dará
importancia a la consulta y a la creación de coaliciones y a la diplomacia que fomente
la cooperación cuando sea posible y que proteja a dicha cooperación de los resulta-
dos de los inevitables desacuerdos. Estados Unidos ya no se podrá dar el lujo de sos-
tener una política exterior de “o están con nosotros o contra nosotros”.

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13 Richard N. Haass 6/24/08 12:13 PM Page 77

La era de la no polaridad

La no polaridad será difícil y peligrosa; sin embargo, fomentar un mayor grado


de integración global ayudará a promover la estabilidad. Constituir un grupo cen-
tral de gobiernos y terceros comprometidos con un multilateralismo cooperativo
sería un gran avance. Llamémosle “no polaridad concertada”; ésta no eliminaría la
no polaridad, pero ayudaría a manejarla y disminuiría la probabilidad de que el
sistema internacional se deteriore o se desintegre. c

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