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Cuando Rojas Pinilla ilegalizó al

Partido Comunista
Por
Semanario Voz
-
15 septiembre, 2014
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Gustavo Rojas
Pinilla
Como dijera Gilberto Vieira: “la ilegalización es un problema que no
atañe únicamente a los comunistas sino también a todos los
demócratas y patriotas colombianos, porque con esa medida se
crea un arma de persecución ideológica y se establece el delito de
opinión”
Gustavo Rojas
Pinilla
Roberto Romero Ospina
Centro de Memoria, Paz y Reconciliación

El 14 de septiembre de 2014 se cumplieron 60 años de la promulgación del


Acto Legislativo Número 6 de 1954 de la Asamblea Nacional Constituyente,
que manipulaba la dictadura de Rojas Pinilla, por el cual se declaró por
fuera de la ley al comunismo, con lo que se abrió un oscuro periodo de
persecución, no solo a este partido sino a miles de ciudadanos de todos los
sectores; como dijera Gilberto Vieira en una carta abierta a dicha
Asamblea: “la ilegalización es un problema que no atañe únicamente a los
comunistas sino también a todos los demócratas y patriotas colombianos,
porque con esa medida se crea un arma de persecución ideológica y se
establece el delito de opinión”[1. 30 años de lucha del Partido Comunista
de Colombia, esbozo elaborado por una comisión del comité central del
PCC, pág.122, Ediciones Paz y Socialismo, Bogotá, 1960.]

El anticomunismo del dictador Rojas Pinilla, que había asaltado el poder el


13 de junio de 1953, no era nuevo. Frecuentes actitudes a lo largo de su
vida lo señalan como un católico devoto, un conservador militante y un
anticomunista a ultranza. “Colombia es un país anticomunista y nuestra
misión es defender la patria”, fue una de sus primeras declaraciones tres
días después de asumir el mando de la Nación con el apoyo del sector
ospino-alzatista del conservatismo, en pugna con la camarilla
ultraderechista de Laureano Gómez, el derrocado presidente, y la anuencia
del Partido Liberal que lo saludó como un “segundo Libertador”.

Es decir, ideológicamente no se apartaba un ápice de sus antecesores


Ospina Pérez, Laureano Gómez y Urdaneta Arbeláez, a quienes sirvió como
general del Ejército.

La dictadura rojista, que ya había sacado en la práctica al comunismo de la


legalidad con sus continuas persecuciones desde el mismo golpe de cuartel
y al que seguía responsabilizando de la violencia para rehuir a los
verdaderos culpables, le impuso a la Asamblea Nacional Constituyente,
montada desde la dictadura de Laureano Gómez, la prohibición de sus
actividades. El Acto Legislativo 6 de 1954 fue expedido el 14 de septiembre
con las firmas del presidente de la ANC, Mariano Ospina Pérez, y del
dictador, Gustavo Rojas Pinilla.

Una medida contra el pueblo

La medida no estaba dirigida tanto a los comunistas que actuaban ya en la


clandestinidad como a los sectores de los dos partidos tradicionales, su
prensa y círculos cada vez más crecientes que comenzaban a rechazar el
despotismo. No fue una sorpresa para nadie. Ya Rojas, al posesionarse
para su periodo, después de imponer su reelección ante una dócil
Constituyente sin la presencia oficial del Partido Liberal con el que se negó
a discutir su participación, el 7 de agosto de 1954 indicó: “El espíritu
católico de la sociedad colombiana preservará a este país de convertirse al
comunismo”.

Como un serio antecedente del clima anticomunista que se vivía, previo a


la ilegalización, es dable citar el caso de la censura a la prensa comunista
pocos meses después del golpe de cuartel de Rojas. Un documento hasta
ahora inédito da cabal cuenta de ello. Se trata de una carta del entonces
director del diario comunista Vanguardia del Pueblo, Gilberto Vieira, del 28
de agosto de 1953 dirigida a Felipe Antonio Molina, Coordinador Nacional
de la Censura y el memorando confidencial de éste a sus subalternos.

En la misiva el jefe comunista le recuerda que según “lo manifestado


verbalmente en la entrevista de ayer, me permito informarle que, en mi
condición de director del periódico Vanguardia del Pueblo, me propongo
reanudar su publicación, dentro de las normas actuales de la censura de
prensa”.

Más adelante Vieira señala que “en el periodo anterior al 13 de junio la


censura oficial obstaculizó sistemáticamente la publicación de este
periódico, pero nunca la impidió francamente. El 17 de junio próximo
pasado, fueron llevados a la censura los materiales para una edición de
este periódico, los que, según la información dada a un redactor, fueron
censurados totalmente y pasados a la sección 2 del Ministerio de Guerra
donde tampoco respondieron por ellos. Estimo que, con la presencia de un
intelectual responsable como usted al frente de la oficina nacional de la
censura de prensa, sea posible reanudar la publicación del periódico
comunista Vanguardia del Pueblo, en las mismas condiciones de los demás
periódicos”[2. Carta de Gilberto Vieira, director de Vanguardia del Pueblo a
Felipe Antonio Moli,a agosto 29 de 1953, Archivo de la Presidencia].

En los archivos no aparece una respuesta al director del mencionado diario,


sin embargo se encuentra un memorando para los censores firmado de su
puño y letra por el Coordinador de la Censura bajo el asunto: Reaparición
de Vanguardia del Pueblo. La nota dice que a “este despacho se
presentaron hace pocos días los señores Gilberto Vieira, Mujica y Barrero,
conocidos dirigentes comunistas, a manifestarme su deseo de reanudar la
publicación de su periódico y a preguntarme si la censura tenía alguna
objeción que hacer a ese propósito. Como es obvio, les manifesté que la
censura no objetaba en manera la reaparición de Vanguardia del Pueblo,
entendido naturalmente que dicho órgano periodístico habría de someterse
a las normas vigentes sobre censura de prensa” [3. Memorando a los
censores, asunto: reaparición de Vanguardia del Pueblo, del Coordinador de
la Censura, sin fecha, Archivo de la Presidencia.].

Hasta aquí las cosas no tendrían nada de raro, pero a renglón seguido el
jefe de la censura deja escapar toda su prevención contra el citado diario
llamando a sus subalternos a que prácticamente impidan su publicación
bajo las siguientes advertencias: “Dada la naturaleza y la ideología del
periódico en referencia, quiero impartir a ustedes desde ahora las
instrucciones necesarias en el sentido de que se ejerza sobre el material del
mismo una vigilancia en extremo cuidadosa. Más aun, exijo de ustedes que
me sometan en consulta cualesquiera clase de dudas, aun las más
elementales que pudieran presentarse”[4. Ibid.].

De esta manera el señor Molina contribuía a crear lo que él llamaba el


ambiente y las circunstancias propicias para poner fin a la censura de
prensa.

Consultado Gilberto Vieira sobre el tratamiento a Vanguardia del Pueblo,


anotó que la censura actuó precisamente sobre la base del memorando del
coordinador conocido hasta ahora por el dirigente comunista. “La censura
era bárbara contra Vanguardia del Pueblo haciendo casi imposible la
aparición del diario. La mayoría de los materiales eran mutilados sin
ninguna contemplación. Solo pudieron salir a la calle unas cinco ediciones
siendo en la práctica prohibido el periódico ante los requerimientos de los
censores”[5. Entrevista con Gilberto Vieira, febrero 25 de 1992.]

El proyecto de reforma constitucional necesario para poner por fuera de la


ley a los comunistas lo había exigido Rojas un mes antes de iniciarse las
sesiones de la ANC en julio y cuando todavía por los altavoces del régimen
se repetían las sindicaciones al Partido Comunista como autor de la
matanza de los estudiantes el 8 y 9 de junio de 1954 en las calles céntricas
de Bogotá y en donde precisamente cayera fusilado por las tropas del
Batallón Colombia, que había acabado de regresar de la guerra
anticomunista de Corea, Helmo Gómez Lucich, el estudiante peruano que
militaba en las filas de la Juventud Comunista y alumno de la Universidad
Nacional como sus otros ocho compañeros caídos.

Dada la gravedad de los hechos, la Oficina de Prensa de la dictadura envía


a todos los medios el 9 de junio, el mismo día de la matanza, una circular
que entre otras cosas dice que “las noticias, comentarios e informaciones
(sobre el caso) deben orientarse con un criterio de colaboración patriótica
con el gobierno de las Fuerzas Armadas”[6. Circular de la Odipe a todos los
medios, junio 9 de 1954, Archivo de la Presidencia.].

Con razón El Espectador tituló a todo lo ancho de la edición vespertina del


mismo 9 de junio: “Comunistas y laureanistas buscaban la caída del
gobierno”, citando una frase del comandante de las Fuerzas Armadas,
Duarte Blum. Un auténtico titular con criterio de colaboración patriótica.
Gilberto Vieira, a nombre del Partido Comunista, desmintió de inmediato lo
que consideró una patraña en un breve comunicado que El Espectador
publicó en primera página el 11 de junio.

El 16 de diciembre de ese año, el magistrado Roberto Goenaga, presidente


de la Corte Suprema de Justicia, entregó al país los resultados de la
investigación sobre los sucesos del 8 y 9 de junio. En ella, que exonera a
las Fuerzas Armadas y al gobierno de Rojas, se destaca la siguiente
conclusión: no hubo participación ni inspiración comunista como tampoco
de ningún grupo enemigo del gobierno o de las Fuerzas Armadas[7. Silvia
Galvis, Alberto Donadío, El Jefe Supremo, pág. 245, Ed. Planeta, Bogotá,
1988.]
Pero volvamos al asunto de la ilegalización de los comunistas cuya
atmósfera se venía preparando, como queda visto, desde los
acontecimientos del 8 y 9 de junio.

El Acta Nº 167 del Consejo de Ministros del 11 de junio, cuando aún los
estudiantes y sus familias estaban enterrando a los mártires caídos el 8 y 9
de junio, es bien diciente. En ella se anota que el ministro de Relaciones
Exteriores, Evaristo Sourdís, presentó dos proyectos de decretos sobre la
declaración del comunismo como partido en contra de la ley; pero a su vez
expresó que no le agradaba ninguno, pues consideraba que era impolítico
en esos momentos expedir un decreto de esa naturaleza.

Expresó también que “los efectos prácticos que se buscan no se han podido
conseguir en otros países donde el comunismo ha sido declarado ilegal y
que antes por el contrario, se les ha dado una vigencia colocando a los
comunistas en beligerancia y se les ha creado un ambiente para que
proliferen, tal como ha pasado, por ejemplo, en Chile, de cuya legislación él
ha tomado el segundo proyecto que pone a consideración del Consejo de
Ministros”.

“En el mismo sentido se expresaron el ministro de Trabajo y el de


Hacienda, Aurelio Caycedo Ayerbe y Carlos Villaveces. Sostuvieron la
necesidad de la expedición del decreto los ministros de Gobierno y de Minas
y Petróleos, Lucio Pabón Núñez y Pedro Nel Rueda. Finalmente se convino
hacerle algunas reformas, pero no se tomó decisión definitiva sobre él”[8.
Acta No. 167 del Consejo de Ministros, sesión del 11 de junio de 1954,
Archivo de la Presidencia.].

En los debates de la ANC algunas voces advirtieron del peligro que


entrañaba para la democracia la ilegalización del comunismo. Una de ellas
fue la del diputado Belisario Betancur, quien señaló el 31 de agosto de
1954 que se trataba de ciudadanos colombianos y no debe encerrárseles
dentro de un plan peligroso, sino darles todas las garantías a que tienen
derecho”[9. Anales de la Asamblea Nacional Constituyente, número 18,
septiembre 4 de 1954.].

Betancur añadió que “ellos, los laureanistas, reciben instrucciones de


Barcelona, refiriéndose al sitio de permanencia de su jefe político Laureano
Gómez, y en una forma de comparar las acusaciones de que los comunistas
recibían órdenes de Moscú. Se nos va a catalogar como comunistas y fuera
de la ley”, dijo.

La señal de Washington

La decisión definitiva vendría tras la señal de Washington. El embajador de


Colombia en EEUU, Eduardo Zuleta Ángel, había enviado a la presidencia la
traducción de la ley 637 o del Control del Comunismo aprobada por el
Congreso norteamericano el 24 de agosto de 1954, 21 días antes de que la
ANC produjera exactamente el mismo resultado. El artículo primero del
acto legislativo de la Constituyente señala, después de decretar que el
comunismo queda por fuera de la ley, que “se reglamentará la manera de
hacer efectiva esta prohibición”. Solo hasta el 1 de marzo de 1956 por
medio del Decreto 0434 se fijaron las normas represivas.

Con 66 votos a favor y solo 8 en contra, un conservador, Eleuterio Serna, y


siete liberales de los llamados “lentejos”, calificados así por el diario El
Tiempo que les cobraba su colaboracionismo con Rojas, la ANC aprobó
darle apariencia “jurídica” a las persecuciones que sufrían los comunistas
desde hacía seis años. El Partido Comunista envió una carta abierta a la
Constituyente en la que afirmaba que su “ilegalización es un problema que
no atañe únicamente a los comunistas sino también a todos los demócratas
y patriotas colombianos, porque con esa medida se crea un arma de
persecución ideológica y se establece el delito de opinión”[10. 30 años de
lucha del Partido Comunista de Colombia, esbozo elaborado por una
comisión del comité central del PCC, pág. 122, Ediciones Paz y Socialismo,
Bogotá, 1960.].
La prensa liberal rechazó la prohibición del comunismo, lo que “no hizo
mucha gracia al embajador norteamericano, el cual escribió a Washington:
‘El vocablo comunistoide podría sonar demasiado duro para aplicarlo a los
editoriales de la prensa liberal, pero ciertamente no hubo mayor diferencia
entre el editorial de El Tiempo y lo expresado por Gilberto Vieira en su carta
a la Asamblea. Los argumentos son los mismos’”[11. Silvia Galvis, Alberto
Donadío, El Jefe Supremo, pág. 390, Planeta, Bogotá, 1988.].

Con la aprobación del Acto Legislativo Número 6, la libertad de expresión


sufría otro duro golpe al prohibirse no solo la impresión y difusión de la
literatura marxista, sino perseguir las ideas consideradas comunistas por
los agentes del SIC (Servicio de Inteligencia Colombiano, después DAS),
donde cabían los liberales e incluso la oposición conservadora.

Copia al carbón

Comparando en detalle los considerandos y los artículos del Decreto 0434


con los mismos de la Ley 637 aprobada por el Congreso norteamericano, la
similitud de los textos es asombrosa. Una copia al carbón[12. No deja de
ser curioso que se encuentren en una misma carpeta de los Archivos de la
Presidencia de la República el Acto Legislativo Número 6 de 1954 y la Ley
637 del 83 Congreso de los EEUU, así como el decreto reglamentario
expedido en marzo de 1956. De los 12 extensos artículos del Acto
Legislativo, seis (ocupan 12 páginas), ocho (nueve páginas) textualmente
copian las secciones de la Ley norteamericana cambiando solamente los
términos de las instituciones en una muestra de originalidad sin
precedentes de las clases dominantes.]. Según el decreto reglamentario,
“el Gobierno Nacional por conducto de su Servicio de Seguridad Nacional
que hoy se denomina Servicio de Inteligencia Colombiano, dirá quién es
comunista, de acuerdo con elementos probatorios que más adelante se
mencionan y de inmediato señala 13 causales que van desde haber
prestado dinero a los comunistas hasta poner una carta al correo
haciéndole un servicio al partido”[13. Ibid.].
Y lo más grave, -dirigido contra todos los sectores de la oposición en una
verdadera cacería de brujas- se condenaba a los no comunistas, “cuyas
actividades ilegales faciliten el desarrollo y avance de los planes
revolucionarios comunistas, que pueden ser cobijados por el presente
ordenamiento impositivo y sufrir sus consecuencias”[14. Archivo de la
Presidencia de la República, caja 13.] Las condenas incluían relegación a
colonias penales hasta por cinco años y perder los derechos y funciones
públicas por diez años y quedar incapacitados para actuar como dirigentes
sindicales y hacer parte de las fuerzas militares.

Como señala Jaime Caycedo, “el Partido Comunista afirma que una de las
causas de la guerra contra el pueblo ha sido la institucionalización del
pretexto anticomunista, abiertamente o bajo distintos disfraces en la
justificación de las políticas del poder de clase, bajo la sombrilla de la
seguridad y el orden público”[15. Jaime Caycedo, Criminalizan las ideas,
separata Anticomunismo y victimización, Voz, edición 2749, agosto 5 de
2014.]. Bajo semejantes parámetros se montó la persecución no solo a los
comunistas, cuyo partido había sido diezmado, sino a miles de ciudadanos
y a todo el movimiento popular.

De suerte que cualquier comisión de la verdad que indague sobre las


causas del conflicto debe tocar necesariamente este aspecto hoy olvidado
de la realidad nacional, incluso en forma ex profesa en obras como ¡Basta
Ya!, del Centro Nacional de Memoria Histórica, y apuntar a la reivindicación
histórica de las víctimas de este periodo anticomunista concreto que va de
la Violencia de 1946 al fin de la dictadura de Rojas Pinilla en 1957. Más de
20 años de barbarie bajo los cánones de la guerra fría.

La tenebrosa noche de la dictadura de Rojas quedaría atrás. Llegaría el 10


de mayo de 1957 que no fue otra cosa que la utilización de las clases
dominantes de la resistencia popular, incluida la armada, mantenida
durante largos años contra un despotismo que había echado raíces en la
primera violencia y de la cual Rojas no fue sino un continuador como
alumno aventajado de sus antecesores.

Escondieron el “Collar del 13 de junio” que habían recibido del dictador,


organizaron el paro cívico, se mezclaron con estudiantes y obreros, amas
de casa y pensionados, y se restableció la normalidad de las instituciones,
sobre todo la de la prensa, a través del Frente Nacional, cuyo primer acto
electoral fue el Plebiscito de 1958 que derogó todos los decretos
draconianos del régimen depuesto, entre ellos la ilegalización del Partido
Comunista.

En los archivos de la Presidencia de la República reposa un documento


original. El único de los miles que hay allí con la firma del Jefe Supremo. La
letra temblorosa de su rúbrica y los manchones de tinta en el decreto final
que nombra a la Junta Militar que lo reemplaza, testimonian de su querella
con quienes lo abandonaron y su renuencia a marcharse. Donde nunca le
templó el pulso fue para cercenar la libertad.

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