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Opción

ISSN: 1012-1587
opcion@apolo.ciens.luz.ve
Universidad del Zulia
Venezuela

López Sánchez, Roberto


Nuevos paradigmas para el siglo XXI
Opción, vol. 19, núm. 41, agosto, 2003, pp. 107-139
Universidad del Zulia
Maracaibo, Venezuela

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=31004105

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Opción, Año 19, No. 41 (2003): 107-139
ISSN 1012-1587

Nuevos paradigmas para el siglo XXI


Roberto López Sánchez
Dpto. de Ciencias Humanas. Facultad Experimental de Ciencias.
Universidad del Zulia. Maracaibo, estado Zulia. Venezuela.
E-mail: cruzcarrillo1@hotmail.com

Resumen

El trabajo analiza los nuevos paradigmas propuestos en el campo


historiográfico, partiendo del Manifiesto de la red global Historia a Deba-
te, y su incidencia en Venezuela y América Latina. Son consideradas las
reflexiones teóricas propias sobre la nueva historiografía, las cuales impli-
can una crítica tanto a la historiografía marxista tradicional como a las ver-
siones latinoamericanas de las tendencias positivistas y de los “annales”.
Se exponen nuestras propuestas sobre los temas principales del debate en-
tre los historiadores venezolanos. Se concluye que el Manifiesto es un
aporte a la reconstrucción de los paradigmas historiográficos; y que las ta-
reas que debe asumir la historiografía del siglo XXI son: 1) La ruptura con
el eurocentrismo y el positivismo; 2) El compromiso con las mayorías po-
pulares y con los procesos de cambio hacia una mayor democracia y prota-
gonismo social; 3) El debate público entre los historiadores.
Palabras clave: Crisis de paradigmas, manifiesto historiográfico, his-
toria comprometida, debate.

New Paradigms to XXI Century


Abstract

This work analizes the paradigms proposed by the historiographic


field starting from the Manifesto of the red global History to Debate, and
its incident on Venezuela and Latin America. They are considered their

Recibido: 08 de mayo de 2002 • Aceptado: 27 de mayo de 2003


Roberto López Sánchez
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own theories about the new historiography. They showed new proposals
about the principal themes of the debate between the Venezuelan histo -
rians. It concluded in that the Manifesto was a contribution to the recons -
truction of the historiographical paradigms; that the rupture of the euro -
centrism and the positivism, the compromise with the social majorities
and the changing process; and the public debate between the historians
are works of the historiography of the 21° century.
Key words: Crisis of the paradigms, historiographic manifesto, com-
mitted history, debate.

INTRODUCCIÓN
El 11 de septiembre del 2001 ocurrieron dos acontecimientos tras-
cendentales para la historia y los historiadores. Sobre los atentados terro-
ristas en los Estados Unidos mucho se ha escrito y comentado, y las con-
secuencias de los mismos aún están en pleno desarrollo. Simultánea-
mente con el choque de los aviones contra las torres de Nueva York, cir-
culaba por la red global el Manifiesto Historiográfico de Historia a De-
bate, y una nueva primavera se anunciaba para la ciencia de la historia.
La historia de la humanidad torció su rumbo el mismo día que un
movimiento internacional de historiadores proponía nuevos paradigmas
para la disciplina ante los retos del siglo XXI. El azar quiso que ambos
sucesos coincidieran en el tiempo. Y la nueva realidad mundial surgida
del 11 de septiembre ha servido para ratificar la pertinencia de las pro-
puestas contenidas en el Manifiesto. La recuperación del humanismo
como acompañante del oficio del historiador y de toda labor científica en
general, propuesta con la que se inicia el manifiesto, se nos presenta
como una necesidad urgente ante la irracional ola guerrerista y discrimi-
nadora que luego de los atentados se ha impuesto en los grandes centros
de poder mundial.
El Manifiesto constituye una respuesta, desde la historia, a la crisis
de paradigmas que ha colmado el debate científico mundial en las dos úl-
timas décadas (1). Entendemos por paradigma la misma acepción que
utiliza Kuhn en su obra sobre las revoluciones científicas (Kuhn, 1986:
26). Partimos, siguiendo a Barros, que ha existido en la historiografía
mundial un paradigma común que se generalizó luego de la segunda gue-
rra (Barros, 1995: 98) (2).
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En el contexto del mundo globalizado, el derrumbe del bloque so -


cialista y la hegemonía neoliberal han obligado a reconsiderar los para -
digmas historiográficos que se impusieron a lo largo del siglo XX. Du -
rante décadas el mundo pareció marchar de acuerdo al sentido de progre -
so que la ciencia positivista introdujo durante el siglo XIX y que sirvió de
fundamento a los historiadores, incluyendo a los marxistas y a los identi -
ficados con los annales. Pero la constatación de que no existe progreso
continuo, que la historia se estanca y retrocede a períodos que se creían
superados, y que se avanza hacia una mayor profundización de las desi -
gualdades sociales y de la disparidad en el desarrollo económico entre
los distintos países, ha lanzado al cesto de basura todas las creencias so -
bre una historia progresiva y de sucesivas etapas de crecimiento para las
sociedades humanas.
En Latinoamérica, la crisis económica desatada desde comienzos
de la década de 1980 (3) y el fracaso que hoy se evidencia de los planes
de ajuste neoliberales aplicados en nuestros países durante las dos últi -
mas décadas, obligan a reconsiderar todo el conocimiento científico-so -
cial que ha guiado los planes de desarrollo en América Latina en los últi -
mos cincuenta años. Como proponen algunos autores, estamos ante “la
inminencia de un cambio teórico-metodológico en las ciencias sociales”
(Lanz, 1993: 40) (4).
Desde hace tiempo se han producido en Venezuela numerosos de -
bates, derivados de la confrontación entre las distintas tendencias histo -
riográficas presentes en el país. Desde la discusión desatada por Laurea -
no Vallenilla Lanz en 1911, cuando afirmó que la guerra de independen -
cia había sido una guerra civil, hasta la actual polémica sobre la valora -
ción histórica del 4 de febrero de 1992, los venezolanos hemos confron -
tado concepciones historiográficas que han generado conclusiones bas -
tante divergentes al analizar los mismos hechos históricos.
En general, la historia “científica” ha entrado en crisis, poniéndose
en duda casi todos sus paradigmas, tales como el de la totalidad histórica,
el sentido de progreso continuo, la historia económico-social, el estudio
del pasado para explicar el presente y construir el futuro, el cuantitativis -
mo, la historia no narrativa, la multiplicidad de tiempos en el análisis
(Barros, 1995:96). Los cuestionamientos a estos paradigmas tradiciona -
les deben servirnos para fortalecer una perspectiva teórica que responda
a la realidad latinoamericana, como es la superación de la visión euro -
céntrica que ha caracterizado a casi toda la historiografía producida en
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estas tierras. Igualmente, zanjar de una vez por todas la disputa acerca
del carácter relativo del conocimiento histórico, reivindicando que la
ciencia histórica no es en modo alguno “neutral y objetiva”, como se nos
ha pretendido hacer ver desde las altas esferas de poder.
Uno de los aspectos centrales que es necesario replantear es lo refe -
rido al compromiso social de los intelectuales. La ola neoliberal, junto a
la caída del bloque “comunista”, causó estragos en las filas de los investi -
gadores latinoamericanos que podían considerarse comprometidos con
ideas nacionalistas y de cambio social popular, la mayoría de los cuales
se pasaron con armas y bagajes a las filas de los defensores del orden. En
el campo particular de la historia, la tendencia predominante ha sido la de
encerrarse en los círculos de investigadores, aislándose de la realidad y
produciendo conocimiento para consumo exclusivo de los mismos his -
toriadores. En cierta forma esta conducta le hace perder pertinencia so -
cial al mismo oficio de historiador.
Defendemos una perspectiva, compartida por muchos historiadores
en Latinoamérica, que establece que nuestra profesión debe orientarse
principalmente a dar respuestas y explicaciones a los procesos de con -
flicto y cambio que hoy estremecen a nuestras sociedades. La historio-
grafía debe cumplir la función de clarificar a la sociedad sobre los proce -
sos económicos, políticos y socioculturales que han conducido al actual
estado de cosas, a fin de facilitar tanto su comprensión como la determina -
ción de nuevos rumbos al desarrollo nacional y latinoamericano.
La misión del historiador debe ser la de recuperar el compromi -
so con los intereses fundamentales de la nación y de las grandes mayo -
rías sociales. Reconstruir nuestra identidad como nación es un paso fun-
damental si se quiere realmente transformar nuestra realidad. Un pueblo
sin identidad es fácil presa de los sofisticados mecanismos de dominación
que han logrado desarrollar los centros de poder mundial (5).
En el medio intelectual venezolano es necesario someter a la crítica
las nuevas tendencias historiográficas, y abordar el debate sobre los te -
mas álgidos en los cuales no existe consenso. La diversidad de tenden -
cias historiográficas siempre existirá, como resultado de la diversidad de
intereses sociales en juego. Una de las características de nuestra historio -
grafía es la ausencia de debate en términos académicos. El debate gene -
ralmente se realiza a través de los medios de comunicación, saliendo fa -
vorecidos los historiadores que defienden ideas afines a los propietarios
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de los canales de televisión privadas y principales diarios de circulación


nacional, los cuales reiteradamente aparecen expresando su interpreta -
ción crítica del actual proceso político venezolano (igual ocurre con la
publicación de libros y artículos científicos). Los historiadores que tie -
nen una interpretación de acompañamiento y justificación hacia los
cambios que atraviesa el país, aparecen en el canal del Estado y en la Ra -
dio Nacional. Quienes se distancian de ambas posiciones no figuran en
los medios. Pero en las universidades el debate brilla por su ausencia.
Superar esa situación es nuestra propuesta, estando plenamente
conscientes que existen historiadores para los cuales el debate democráti -
co no forma parte de sus prioridades, y que por el contrario, se ha avanzado
en diseñar eventos académicos que coartan cada vez más la discusión y
restringen la participación a los reducidos círculos de “especialistas” (6).
La actual crisis de paradigmas permite replantear desde una pers -
pectiva latinoamericana y popular la función de los estudios históricos.
Nuestra propuesta implica una ruptura con la ciencia positivista im -
plícita o explícita en casi todas las tendencias historiográficas pre -
sentes en nuestro medio. En cierta forma, proponemos la redefinición
del papel de la ciencia y de los intelectuales dentro de la sociedad. Hoy
día es imprescindible reescribir la historia desde una óptica propia, que
supere la subordinación de nuestros intelectuales a los paradigmas euro -
céntricos del análisis histórico. En momentos que la globalización pa -
reciera arropar al mundo bajo el manto uniforme de la economía
neoliberal, la democracia burguesa y la cultura occidental, una his -
toria vista por los latinoamericanos debe servirnos para construir
nuestra propia identidad, rompiendo así los lazos de dependencia
cultural, para replantear el rumbo de desarrollo en lo económico,
político y social.
La actualidad de esta propuesta se pone de manifiesto en el actual
debate sobre el ALCA y su pertinencia para la América Latina. Grandes
movimientos sociales en países como Ecuador, Bolivia, Argentina, Bra -
sil y Uruguay, y gobiernos como los de Venezuela y Brasil, están reivin -
dicando que los procesos de integración regional (tipo MERCOSUR y
Comunidad Andina) y las prioridades populares deben ir por delante de
los intereses del capital multinacional, que sería el gran beneficiario del
ALCA tal como está concebido. La disputa política sobre el ALCA se
centra en actuar en pro de los intereses nacionales o subordinarse a los in -
tereses imperiales.
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Las recientes intervenciones militares en Afganistán y en Irak son


procesos que también hacen urgente la redefinición de los paradigmas
historiográficos en Nuestra América. No es casualidad la destrucción de
museos y la quema de bibliotecas en Bagdad y otras ciudades iraquíes.
Desde la confesión de Silvio Berlusconi (7) en septiembre de 2001, al
afirmar que la civilización Occidental es superior y debe dominar al resto
de culturas, se ha hecho evidente que la llamada guerra contra el terroris -
mo es al mismo tiempo una cruzada destinada a avasallar a los pueblos
del tercer mundo, buscando profundizar los mecanismos político-milita -
res, económicos y culturales de sometimiento al modo de vida occiden -
tal, y específicamente norteamericano.
En esta perspectiva proponemos una visión sobre los principales de -
bates que han ocupado a los historiadores venezolanos en los últimos años,
considerando las propuestas realizadas por la red historiográfica mundial
“Historia a Debate” y nuestros propios y modestos aportes teóricos. Al
mismo tiempo, intentamos precisar y profundizar algunos temas específi -
cos que han sido objeto de debate entre los historiadores de las últimas dé -
cadas, con la intención de propiciar en cuestiones concretas la aplicación
de los paradigmas teóricos que enarbolamos en primera instancia. El pre -
sente trabajo forma parte de la reflexiones teóricas desarrolladas en nues -
tra línea de investigación sobre los movimientos sociales (y específica -
mente estudiantiles) que hemos adelantado desde 1996 bajo el financia -
miento del Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico de LUZ.

1. EL MANIFIESTO HISTORIOGRÁFICO DE HISTORIA


A DEBATE
Historia a Debate se ha constituido como tendencia historiográfica
del mundo globalizado, contribuyendo a la configuración de un paradig -
ma común y plural para los historiadores del siglo XXI (8). En septiem -
bre de 2001 se hicieron públicas las 18 tesis del manifiesto, que abarcan
cuestiones de método, historiográficas y epistemológicas. Propone la su -
peración del objetivismo positivista y del subjetivismo posmoderno,
considerando que es el historiador quien construye su objeto de acuerdo
a las influencias que recibe del entorno en que actúa y del momento en
que vive. La rigurosidad en la historia no es contradictoria con sus resul -
tados relativos y plurales, acordes a la diversidad presente en las socieda -
des humanas.
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El manifiesto postula el uso de nuevas fuentes históricas como la


oralidad, la iconografía y los restos materiales, propone la innovación en
los métodos y los temas, defiende la interdisciplinariedad como una nece -
sidad ante la complejidad del actual mundo globalizado, y cuestiona la
fragmentación de los estudios históricos, pues desvincula a los historiado -
res de una realidad basada en la interrelación y la comunicación global.
Promueve el debate y la confrontación intelectual, incluyendo el
uso de internet, como mecanismo básico para avanzar en el actual mun -
do globalizado. Reivindica la autonomía intelectual de los historiadores
ante los poderes establecidos, cuestionando la influencia que institucio -
nes y empresas realizan sobre las investigaciones que financian. Llama a
clarificar las tendencias historiográficas actuales, con el fin de darle un
sentido más comunitario al trabajo historiográfico. Valora la herencia re -
cibida de las principales tendencias historiográficas del siglo XX, parti -
cularmente de la Escuela francesa de los Annales, del marxismo y del
neopositivismo.
Los historiadores no se deben limitar a aportar datos. Su papel abarca
la definición de los temas, fuentes y métodos de investigación, su perti -
nencia social e implicaciones teóricas, y sus conclusiones y consecuen -
cias. La unidad entre la teoría y la práctica de los historiadores permitirá
una mayor coherencia de su labor. De igual forma valora los aportes que
desde la historia deben realizarse en la definición del futuro de nuestras so -
ciedades. Hoy cuando iniciamos el siglo XXI dentro de una gran incerti -
dumbre por el futuro de la humanidad, la historia tiene mucho que aportar
en la comprensión de los procesos que han conducido a la situación actual.
Para Historia a Debate la historia debe estar al servicio de las mayorías so -
ciales, y reivindica el compromiso con los valores universales de educa -
ción y salud, justicia e igualdad, paz y democracia (9).
Las propuestas de Historia a Debate coinciden plenamente con las
ideas que hemos venido defendiendo desde 1992 el grupo de historiado -
res que nos agrupamos en el Centro de Estudios de Historia Actual “Car -
los Márquez” (CEHACAM) (10). Aunque el Cehacam ha tenido pocas
actividades como centro de investigación (11), debido principalmente a
la falta de apoyos institucionales, es básicamente una tendencia historio -
gráfica expresada en la obra particular de sus miembros.
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2. LA CRISIS DE PARADIGMAS Y AMÉRICA LATINA

2.1. La historia como factor de dominación


Hemos dicho en diferentes ocasiones que el análisis histórico en
Venezuela y toda América Latina se ha plegado a la razón dominante,
salvo contadas excepciones. La historiografía está siendo concebida
como tarea de una élite. Según esta visión, la producción del saber histó -
rico debe estar reservada a un reducido grupo de intelectuales que cuente
con las “credenciales académicas” suficientes para ello. Existen las “al -
tas esferas” de los centros de investigación, que vierten su conocimiento
hacia el resto de la sociedad. La posibilidad de que las comunidades po -
pulares, grupos étnicos y grupos sociales en general elaboren su propio
conocimiento histórico está negada. La verdad histórica sólo puede ser
descubierta por especialistas poseedores del respectivo título profesio -
nal y que cumplan además con las exigencias manualescas del llamado
“método histórico”, único e indivisible para todas las épocas y todos los
lugares (12).
La historia escrita por elites busca evitar que las clases dominadas
adquieran conciencia del carácter histórico, cambiante, de la sociedad,
de su propia historicidad y de su capacidad real para transformarla. El co -
nocimiento histórico, como todo el conocimiento científico en general,
debe ser elaborado, aprehendido y debatido por todos los sectores de la
población, quienes tienen todo el derecho a decidir sobre las cuestiones
que les afectan directa o indirectamente. Hasta el presente las ciencias,
de acuerdo al criterio positivista imperante, están divididas en parcelas o
territorios claramente delimitados por los “especialistas”, en las cuales
no entra sino el que cumple los requisitos que ellos mismos imponen, lo
que les otorga el poder de decidir sobre todo lo relativo a líneas de inves -
tigación, proyectos, formación profesional y de postgrados. Nosotros
postulamos la construcción de un conocimiento científico que elimine
las jerarquías y el monopolio de las ideas por los intelectuales y los espe -
cialistas; postulamos la democratización del saber.
Un elemento que resalta actualmente es la exclusión de lo popular
en las investigaciones históricas. Explotados, rebeldes, dominados, no
son considerados sujetos protagónicos de la historia. Masa pasiva de las
elites dirigentes o de las fuerzas económicas y sociales, el pueblo apare -
ce en la historia sin una identidad propia. El desaparecer el pasado de las
clases populares y de las naciones dominadas contribuye a mantener y
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mitificar las formas actuales de sometimiento. Al valorar la historia de


los dominados, de los pueblos y los grupos sociales derrotados, conside -
ramos que la razón histórica no está necesariamente del lado de quienes
triunfan en términos políticos concretos. Hay muchas sociedades, pro -
yectos y revoluciones inconclusas que dejan mayores enseñanzas histó -
ricas que los triunfos político-militares de los grandes imperios que en
cada época han dominado al mundo o regiones de él (13). Rescatar la me -
moria de los oprimidos es una tarea básica en el proceso de construcción
de identidades, la cual consideramos una de las funciones principales de
la historia, y puede permitir que el pueblo se convierta en sujeto protagó -
nico y constructor de su propio destino.
Otro factor coadyuvante de la dominación es la falta de pertinencia
social de las investigaciones que se realizan en nuestras universidades.
Postulamos en cambio una historia comprometida socialmente, que de
respuestas a los retos del presente, aportando explicaciones sobre los
procesos históricos que han dado origen a nuestra realidad actual, y pro -
porcionando enseñanzas para orientar el rumbo de la nación en beneficio
de las grandes mayorías sociales. La historia no es para saber más, sino
para actuar mejor.

2.2. El paradigma eurocentrico y América Latina


La historiografía venezolana debe superar el paradigma eurocén -
trico que arrastra desde su nacimiento. El predominio del eurocentrismo
ha sido una limitante para toda la historiografía de América Latina.
Nuestra historia la hemos abordado bajo la óptica de Rodrigo de Triana
encaramado en el mástil de la carabela y gritando ¡tierra!, olvidándonos
que nuestro lugar está en la playa, con guayucos, y gritando ¡invasores!
La historiografía latinoamericana se constituyó desde sus orígenes como
apéndice de la historiografía europeo-occidental. Los europeos inventa -
ron su propia “historia universal”, restringida a los procesos en los cuales
ellos estuvieron involucrados. Desde Grecia (“la cuna de la civiliza -
ción”) hasta el capitalismo globalizado actual habría, según el eurocen -
trismo, una sola línea de desarrollo, y los pueblos que se mantuvieron al
margen del contacto europeo serían sencillamente momentos secunda -
rios e irrelevantes del proceso histórico (14).
La historia de Venezuela, particularmente, se ha escrito con el fin
de justificar nuestra inserción en el llamado “mundo occidental”, o sea,
ajustada al ideal de progreso implícito en la modernidad. Hasta el pro -
Roberto López Sánchez
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grama oficial de Historia Universal en la Escuela Básica se ajusta estric -


tamente a los períodos de la historia según la visión eurocéntrica (15). El
eurocentrismo parte de considerar que el desarrollo histórico de todas las
sociedades en el mundo entero debe pasar necesariamente por las etapas
que atravesó Europa. De esta forma, el predominio real de la sociedad
europea sobre el resto de continentes, efectuado a partir de los siglos
XV-XVI, se traslada al plano ideológico al imponerse una concepción de
la historia según la cual todos los pueblos del mundo deben tener como
ideal de desarrollo al modelo occidental.
No ha existido históricamente una única línea de desarrollo. Cada
sociedad generó y expandió en forma independiente sus potencialidades
productivas, socio-políticas, científicas y artísticas, y que sólo a partir del
siglo XV la expansión europea incorporó factores de homogeneización en
las distintas sociedades del mundo (Melotti, 1973:13). Por ello considera -
mos que la historia mundial/global debe mostrar la diversidad y relativi -
dad de culturas, mediante la intersubjetividad, siendo el resultado de una
comparación de diferentes versiones, donde cada una aporta la visión de
su propia cultura y de la de otros (Perrot y Preiswerk, 1979: 382).
El actual predominio del capitalismo globalizado no es en modo al -
guno el “fin de la historia”. A lo largo de la historia los centros de poder
mundial han ido trasladándose de un lugar a otro, los grandes imperios
han colapsado al cabo de décadas o siglos, y por tanto no existen elemen -
tos veraces para afirmar que la actual hegemonía capitalista encarnada
en los Estados Unidos y los países del G-7 no sea tan transitoria en el
tiempo histórico como lo fue, por ejemplo, el Imperio Romano. En cierta
forma, los atentados del 11 de septiembre también derrumbaron las tesis
de Fukuyama (16) sobre el fin de la historia, y volvió a colocar a la huma -
nidad ante la necesidad de delinear un mejor futuro, como alternativa
ante el riesgo real de autodestrucción al que nos conduce el capitalismo
globalizado.

2.3. La relatividad del conocimiento histórico y el compromiso


del historiador
Nuestra historiografía ha hecho énfasis en la pretendida objetivi -
dad del conocimiento histórico, colocando a los historiadores como si
fueran científicos de bata blanca dentro de un laboratorio, y las fuentes
documentales serían semejantes a elementos químicos que combinados
producirían un único y exclusivo resultado. Ellos hablan de la búsqueda
Nuevos paradigmas para el siglo XXI 117

de la “verdad histórica”, frase que siempre he relacionado con deseos


propios de ingenuos o que sencillamente ocultan intenciones demagógi -
cas. Ni la ciencia ni la tecnología son neutras, como formas de produc -
ción y aplicación del conocimiento científico (Proceso Político,
1978:74).
La ciencia tiene un carácter histórico, responde a cada época deter -
minada y al tipo de sociedad que la desarrolla. También tiene la ciencia
un carácter de clase o de grupo social, pues responde a uno u otro de los
distintos y contradictorios intereses de clase que están en conflicto en
una sociedad determinada. En lo personal, siempre he pensado que en las
ideas de Marx sobre la totalidad concreta está implícita una visión del co -
nocimiento científico más integral que la conocida división en discipli -
nas que introdujo el positivismo (17). Sobre este punto, las nuevas ten -
dencias que promueven la interdisciplinariedad, la multidisciplinariedad
y la transdisciplinariedad apuntan a cuestionar la manera como hasta
ahora se produce el conocimiento científico en nuestras sociedades.
En el caso específico de la profesión de historiador, el pasado, el
hecho histórico, como “objeto” de la historia, está sujeto a una continua
reconstrucción, en la medida en que la historia como ciencia tiene su pro -
pia historicidad. Cada época histórica, y cada interés de clase, influye de
diversas maneras en la forma de orientar los estudios históricos. El hecho
histórico también se reconstruye en la medida en que van surgiendo nue -
vos elementos de análisis y nuevas fuentes documentales que aportan
datos significativos que pueden variar la valoración de determinado he -
cho del pasado. El historiador construye su objeto de estudio; hay que
romper el criterio positivista que sigue imperando en muchos investiga -
dores, que establece una separación sujeto-objeto, separación que es fal -
sa y no responde a la realidad de los hechos, pues el sujeto investigador
es parte de diversas maneras del objeto investigado. Su trabajo está con -
dicionado por el tiempo histórico en que vive, el espacio, los intereses
sociales que se defienden así como las teorías y métodos que aplica, y
hasta por los gustos personales del mismo (Barros, 1995:98). Esto no
significa que el conocimiento histórico sea de una relatividad absoluta,
pues los intereses de clase son finitos, así como las teorías y métodos, y
siempre podrán realizarse grandes agrupaciones en cuanto a tendencias
dentro de la historiografía.
En conclusión sobre este punto, la investigación histórica no es ob -
jetiva, en el sentido de que plantee verdades absolutas (el mismo Marx
Roberto López Sánchez
118 Opción, Año 19, No. 41 (2003): 107-139

planteaba en algún lugar que la verdad histórica no podía ir más allá de


cuestiones como la fecha de la muerte de Napoleón, por ejemplo). En
función de ello es que nosotros postulamos la necesidad de construir una
historiografía que replantee la historia de América Latina y de Venezuela
en particular. Cualquier proyecto de desarrollo político, económico, so -
cial y cultural para nuestro país no puede seguirse fundamentando en la
visión histórica que la burguesía construyó durante ciento cincuenta
años, pues es obvio que las conclusiones de esa visión de nuestra historia
están destinadas a garantizar la continuidad de la dominación económica
y la opresión política sobre las grandes mayorías sociales. En ese senti -
do, individuos como Germán Carrera Damas, tal vez el más conocido
historiador venezolano de la actualidad, ha dedicado toda su obra a fun -
damentar el nacimiento y desarrollo del proyecto “nacional” burgués en
Venezuela. Creemos que hay que hacer lo mismo, pero desde la óptica
popular, y en ello comprometemos nuestras investigaciones.

3. CONSIDERACIONES SOBRE EL PAPEL DE LAS


COMUNIDADES CIENTÍFICAS Y LOS
INTELECTUALES
Un aspecto de la discusión que debería realizarse en términos de
paradigmas científicos se refiere a “la comunidad de historiadores” (ex-
presado en el punto n°2 del manifiesto de HaD), que es una cuestión que
se relaciona con las comunidades científicas en general.
Específicamente, el punto 2 del Manifiesto establece que la verdad
histórica se alcanza a través de un trabajo colectivo, del consenso en la
comunidad de historiadores. En lo referente a la democracia, esta pro-
puesta es correcta, pues el conocimiento científico sólo puede ser conce-
bido como una obra colectiva. Pero la discusión se plantea cuando se
dice que la verdad histórica sólo puede ser establecida por los “especia-
listas”. En un mundo como el nuestro, donde la “especialización” ha al-
canzado grados surrealistas, esa definición se pudiera interpretar que
mientras más especializados fueran los individuos, mientras más diplo-
mas acumularan, más cercana estaría su opinión de la verdad histórica.
Habría una especie de escala de verdad, en la cual clasificarían los más
altos especialistas y de allí se iría bajando progresivamente.
Toda especialización genera de por sí una situación favorable a la
dominación de unas personas por otras. Si la verdad científica no nece-
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sitara del juicio de la sociedad, se pudiera instalar una “oligarquía cientí -


fica”, cuyos criterios y decisiones no pudieran ser cuestionados por na -
die que no fuera científico como ellos. Esto choca con los más elementa -
les derechos ciudadanos. En los hechos, este criterio se impone en el
mundo actual. Los planes económicos neoliberales aplicados en los paí -
ses de América Latina en los últimos 20 años han sido diseñados y propa -
gandizados por “especialistas” que desdeñan cualquier crítica prove -
niente de grupos sociales e individuos que no alcancen la misma estatura
académica que ellos tienen. El neoliberalismo se nos ha vendido como la
“verdad económica”; quienes lo critican son unos ignorantes de las más
elementales leyes y principios de la ciencia económica, y dejarse llevar
por esos ignorantes sería una catástrofe para la sociedad. Ese es el discur -
so de ellos.
No es necesario rebatir nuestros argumentos con la tesis de que
postulamos un regreso al conocimiento exclusivamente empírico, pues
ese no es el caso. Reconocemos la necesidad evidente del conocimiento
científico para desarrollar nuestras sociedades. Pero los hechos históri -
cos hablan por nosotros y nos dan la razón. ¿Cuáles son los logros del
neoliberalismo latinoamericano en las últimas dos décadas? La pretendi -
da verdad indubitable del neoliberalismo se ha estrellado una y otra vez
en sus aplicaciones prácticas. La pobreza, la exclusión, la delincuencia,
la marginalidad, han crecido tanto como la deuda externa. La brecha en -
tre ricos y pobres es hoy mucho mayor que en 1980. Nuestros países son
hoy más dependientes de las fuerzas económicas externas. La tragedia
que vive Argentina es la demostración más palpable de la bancarrota del
modelo neoliberal.
Si nuestros pueblos dejaran a la comunidad de economistas la deci -
sión sobre el rumbo económico de nuestros países, nos estaríamos con -
denando una vez más a la esclavitud. Igual cosa sucede en el terreno de la
historia. Si bien las opiniones de la comunidad de historiadores siempre
tendrán un valor significativo, también son ciertas otras cosas. Una de
ellas, es que habría que establecer quiénes integran esa comunidad de
historiadores, y si dentro de ella existen gradaciones de acuerdo al nivel
académico. Por ejemplo, hay historiadores que nunca se han diplomado
como tales en una universidad. ¿Ellos serían parte de esa comunidad?
Otro aspecto se refiere a cuando la comunidad de historiadores llegue a
conclusiones de consenso que choquen abiertamente con las conclusio -
nes empíricas a las cuales hayan llegado determinados grupos sociales.
Roberto López Sánchez
120 Opción, Año 19, No. 41 (2003): 107-139

Por ejemplo, al estudiar los “estallidos sociales” generados por los pa -


quetes económicos del FMI-BM (que han ocurrido en Venezuela, Ecua -
dor, República Dominicana, Argentina), los historiadores pudieran con -
cluir, por razones eminentemente circunstanciales, que esos eventos no
representaban el sentir popular y que la sociedad debería estigmatizar -
los, conclusiones que pudieran chocar abiertamente con el sentimiento
popular generalizado de justificación de los mismos por las miserables
condiciones de vida existentes y los anhelos de profundos cambios en la
sociedad (18).
¿Cuál sería en ese caso la verdad histórica? La concluida en con -
senso por la comunidad de historiadores, o la que existe empíricamente
en el seno del pueblo. Un caso que se relacione con este problema lo te -
nemos en el juicio que se realizó en años recientes (2001-2002) en la Ar-
gentina contra el historiador Raúl Dargoltz, por la publicación de una
obra referida a la sublevación popular en Santiago del Estero, en diciem -
bre de 1993. Aunque el juicio terminó siendo favorable al historiador, se
hizo evidente la intención de la clase política argentina de acallar a los in -
telectuales que han interpretado las luchas sociales de los últimos años
como acciones justificadas en una realidad altamente opresiva para el
pueblo (19).
Parte de la comunidad de historiadores en Venezuela hace denoda -
dos esfuerzos por impedir el ingreso de voces disonantes. Nosotros aquí
en la Universidad del Zulia tenemos muy ingratas experiencias en ese
sentido. Podemos decir que somos historiadores a pesar de ese sector de
la comunidad de historiadores. Por ello pensamos imprescindible deba -
tir estas consideraciones al momento de fundamentar opiniones sobre
determinados hechos históricos.

4. ALGUNOS PROBLEMAS DE LA HISTORIOGRAFÍA


VENEZOLANA

A. Valoración de lo indígena y lo africano


Autores reconocidos como Mario Briceño Iragorry, Arturo Uslar
Pietri y Guillermo Morón defendieron la tesis de que los elementos cul -
turales provenientes de los indígenas y de los africanos han sido un apor -
te negativo para el desarrollo de nuestra sociedad. Uslar, por ejemplo,
nos consideró como un apéndice cultural de Europa: “Esos valores que
Nuevos paradigmas para el siglo XXI 121

determinan nuestra vida y nuestra historia actual no son reconocibles


sino a través de la historia de España y de su civilización y de la historia
de América y del destino de la civilización hispánica en ella” (Uslar Pie -
tri, 1985: 124). Briceño, por su parte, expuso que “si doy mayor estima -
ción a la parte hispánica de mis ancestros que al torrente sanguíneo que
me viene de los indios colonizados y de los negros esclavizados, ello
obedece a que, además de ser aquella de importancia superior en el volu -
men, tiene como propulsora de cultura, la categoría histórica de que los
otros carecen” (Briceño Iragorry, 1980: 31). El historiador Guillermo
Morón, que los medios de comunicación han vuelto a colocar como pro -
tagonista, en el marco de la campaña mediática por derrocar al gobierno
de Chávez, llegó a afirmar sobre los indígenas: “¿Se deben conservar las
comunidades indígenas? Esto no lo puede desear nadie. Las comunida -
des habrán de desaparecer poco a poco, pero apresurando el hecho me -
diante una acción política combinada y bien establecida ... Hay que tener
la esperanza de que en un futuro próximo -cuando se haya conquistado la
selva y cuando se hayan llenado todas las tierras con pueblos y ciudades-
no quede ni un solo grupo que hable caribe ni otra lengua aborigen. El
problema del indio será puramente etnológico. Pretender lo contrario es
predicar un retorno, en el proceso de la cultura, a estadios ya superados
por el país” (Morón, 1971-Tomo 1: 4). En esta misma obra, Morón deja
clara su idea de que “nuestro pueblo tiene rango de cultura intelectual,
gracias a que los moldes son europeos, hispanos propiamente ... sería in -
sostenible considerar que la cultura venezolana en el rango de civiliza -
ción histórica se basa en la cultura aborigen”.
En todas estas afirmaciones se manifiesta un profundo desprecio
por nuestras raíces indígenas y africanas. Varias generaciones de histo -
riadores se han formado sin romper claramente con estos prejuicios que
nuestra sociedad heredó del pasado colonial, prejuicios que se han revi -
talizado en el contexto globalizador del “american way of life” que nos
invade por todos los flancos. Se manifiestan en el abordaje de problemas
cruciales como los estudios históricos sobre la esclavitud y las comuni -
dades indígenas, cuando se justifica en ellos al sistema esclavista colo -
nial y al genocidio contra los indígenas como parte de un “orden natural”
que se impuso casi por “necesidad”. Analizar históricamente la sociedad
colonial, mencionar las esclavitudes, y no fijar una clara posición de re -
chazo al salvaje e inhumano sistema esclavista impuesto por los euro -
peos en América, así como no cuestionar la destrucción de las culturas no
Roberto López Sánchez
122 Opción, Año 19, No. 41 (2003): 107-139

europeas que se adelantó como política imperial hacia los pueblos indí -
genas y africanos, es sencillamente avalar esa brutal realidad que carac -
terizó al período colonial e inicios de la etapa republicana.
La Asamblea Constituyente de 1999 reivindicó a nuestros indíge -
nas, y con ello reivindicó nuestra herencia indígena, al plasmar en la nue -
va constitución sus derechos fundamentales, no reconocidos en la gran
mayoría de países de América. El traslado de los restos del cacique Guai -
caipuro al Panteón Nacional revivió nuevamente la disputa sobre la va -
loración de nuestro pasado indígena, y el lugar que debe ocupar en la so -
ciedad actual. Guillermo Morón, único sobreviviente de los autores
mencionados, propuso que se creara un panteón especial para los indíge -
nas, pues para él era inconcebible que los indios se juntaran con los hé -
roes de la independencia (20). Pero los indígenas son parte inseparable
de nuestra esencia como venezolanos. No existe una Venezuela mantua -
na, como desearía Morón, separada de la Venezuela indígena, afroameri -
cana y mestiza. Sí ha existido una historia mantuana, que ha relegado
conscientemente a las grandes mayorías populares del papel protagónico
que ejercieron en el proceso histórico-social venezolano. Hay que reco -
nocer que el gobierno de Hugo Chávez ha servido para replantear nueva -
mente el debate expresado en las líneas anteriores. La misma presencia
de Chávez en la silla de Miraflores, fiel exponente del mestizaje criollo,
reivindica a una Venezuela popular y diversa, que siempre ha sido mayo -
ritaria y que ha pugnado por expresarse autónomamente, enfrentada des -
de siglos a la intelectualidad oligarca que piensa en Venezuela con cere -
bro europeo y norteamericano (21).

B. Valoración de Bolívar y Zamora


Las figuras históricas de Simón Bolívar y de Ezequiel Zamora se
han colocado en la discusión intelectual de años recientes debido a la rei -
vindicación que de ellos ha realizado Chávez y el actual proceso revolu -
cionario. En lo que respecta a Bolívar, las glorias que sobre él ha lanzado
el chavismo parecen derivarse más de los deseos que de la realidad histó -
rica. Los historiadores burgueses, como Caballero, Pino Iturrieta, y Mo -
rón, se han cuidado de no aclarar las imprecisiones de Chávez sobre Bo -
lívar, ya que el hacerlo no los favorecería políticamente. Chávez ha insis -
tido en colocar a Bolívar como el precursor directo del actual proceso de
cambios que vive Venezuela, y que su pensamiento es el origen de las
Nuevos paradigmas para el siglo XXI 123

ideas que guían al propio Chávez y a su equipo de gobierno. Pero la reali -


dad histórica no indica eso en términos absolutos.
No dejamos de reconocer que el objetivo del partido bolivariano
era construir una especie de superpotencia hispanoamericana, que
se enfrentara de tú a tú con las potencias existentes para la época,
tanto a las europeas como a los Estados Unidos; a este último lo veían
como un enemigo potencial a futuro, de acuerdo a las muy conocidas
opiniones de Bolívar sobre ese país. El fundamento del proyecto boliva -
riano eran las ideas liberales burguesas que se había difundido amplia -
mente a partir de la Revolución Francesa, aunque para ese momento no
se estuvieran aplicando consecuentemente en ningún país europeo ni en
los mismos Estados Unidos. En otras palabras, Bolívar intentaba ejecu -
tar en América la revolución burguesa que todavía en Europa no había
terminado de implantarse (22). Obviamente, este proyecto nacional boli -
variano no tuvo históricamente ninguna relación de continuidad con lo
que vino después, a partir de 1830. Además, el proyecto nacional boliva -
riano no era específicamente venezolano, ni siquiera colombiano, sino
“americano” (en el sentido de hispanoamericano). Bolívar se planteaba
la unidad de todas las naciones hispanoamericanas en una gran confede -
ración, y pensaba también liberar los territorios que aún quedaban en
manos españolas. Ciertamente el partido bolivariano era en la década del
20 del siglo XIX el “fantasma” revolucionario que estremecía los ci -
mientos del continente americano. El período de gobierno del partido
bolivariano, en la República de Colombia (1819-1830), ha quedado
para la historia como el único proyecto nacionalista burgués que
haya tomado cuerpo en tierras venezolanas (hasta 1998 por lo me -
nos). Esto es lo reivindicable actualmente del pensamiento de Bolí -
var, su nacionalismo hispanoamericano. Bolívar no es en modo algu-
no el padre de la patria Venezuela, pues él nunca se conformó con erigir
una pequeña y débil nación. Bolívar es el padre de una futura gran patria
latinoamericana, que es lo que él intentó construir.
Pero por otra parte, el mismo Bolívar dedicó buena parte de sus úl -
timos años de gobierno a promover la desarticulación del movimiento
popular que había tomado fuerza durante la guerra de independencia. El
proyecto bolivariano intentaba, pese a su liberalismo, mantener más o
menos intacta la misma diferenciación racial y social que existía durante
la colonia. En reiterados escritos, Bolívar se manifiesta temeroso de que
la “pardocracia” pueda hacerse con el poder, y se pronuncia incluso en
Roberto López Sánchez
124 Opción, Año 19, No. 41 (2003): 107-139

contra del mestizaje entre blancos y la población negra e india (23). Su


objetivo, como plantea en numerosos trabajos Carrera Damas (1986:
111), era intentar recomponer la “estructura de poder interna”, que se ha -
bía dislocado a partir de 1811 (24). Esto implicaba evitar por todos los
medios que se fortaleciera una sociedad donde los mestizos y negros tu -
vieran el control del poder político. Su apertura hacia los otros grupos so -
ciales y étnicos llegaba hasta la abolición de la esclavitud y el reconoci -
miento de la igualdad formal de todos los ciudadanos ante la ley, que sin
embargo era establecida con limitaciones en el proyecto de Constitución
de Bolivia. Pero sus decretos a “favor” de los indígenas, eran en el fondo
un mecanismo para desestructurar la propiedad comunal de la tierra (que
había sido reconocida por la corona española) y convertirla en propiedad
privada, debilitando también sus liderazgos naturales al abolir los caci -
cazgos (25), lo que significaba la liquidación de las comunidades indíge -
nas como tales, abriendo las puertas para su integración cultural a la so -
ciedad criolla dominante (26).
Bolívar nunca superó la mentalidad racista que construyeron los
europeos para justificar su dominio sobre el resto de pueblos del mundo.
Su visión discriminadora sobre los indios, mestizos y negros se hace evi -
dente en numerosos escritos, como en la siguiente Carta a Santander:
“No han echado sus miradas sobre los caribes del Orinoco, sobre los pas -
tores del Apure, sobre los marineros de Maracaibo, sobre los bogas del
Magdalena, sobre los bandidos del Patia, sobre los indómitos pastusos,
sobre los guajibos de Casanare y sobre todas las hordas salvajes de
Africa y América que, como gamos, recorren las soledades de Co -
lombia” (Bolívar) (27). Su visión sobre la mezcla entre las “razas” la ob-
servamos cuando se refiere al mestizo mexicano Vicente Guerrero,
como el “vil aborto de una india salvaje y un feroz africano”, que de-
rribó a Iturbide y tomó el poder en México en 1827 (Favre, s/f); y en carta
a Santander (Bolívar) (28) rechaza abiertamente el mestizaje, pues el
continente ya está demasiado poblado por el “compuesto abominable de
esos tigres cazadores que vinieron a la América a derramarle su sangre, y
a encastar con las víctimas antes de sacrificarlas, para mezclar después
los frutos espúreos de estos enlaces con los frutos de esos esclavos arran -
cados del Africa”. Estas ideas de Bolívar deben tomarse en cuenta al mo -
mento de construir un fundamento ideológico para la transformación de
la Venezuela actual. En este sentido, el mismo Chávez, en su visión sobre
Bolívar, no ha logrado trascender la perspectiva burguesa construida en
Nuevos paradigmas para el siglo XXI 125

el culto bolivariano, que parte de la premisa que todo el pensamiento y la


obra de Bolívar es justa y aplicable en el momento actual. Nada más lejos
de la realidad.
Distinto es el caso de Zamora. Su obra histórica sí está muy cercana
al actual proceso de cambios, por su eminente carácter popular. Los obje -
tivos de la insurrección campesina que se desarrolló desde el 20 de febre -
ro de 1859 y que estuvo encabezada por Ezequiel Zamora se referían a la
igualación de las clases sociales, el reparto de tierras, supresión de con -
tribuciones, echar del gobierno a los opresores y terminar con la oligar -
quía (Brito, 1981:469). Como bien dice Brito Figueroa, para las masas
campesinas ese era el verdadero significado de la palabra Federación. Se
ha argumentado que estos objetivos no aparecen en los programas prin -
cipales de la Federación, aunque sí aparecen en multitud de cartas, pro -
clamas, alocuciones y órdenes generales de Zamora (29) y de sus más in-
mediatos colaboradores. Compartimos aquí la opinión de Brito Figue -
roa, al decir que dichos programas eran producto de acuerdos entre las
fracciones del liberalismo, es decir, de acuerdos entre los revoluciona -
rios zamoristas y los conciliadores seguidores de Falcón y Guzmán
Blanco; esto explicaría la ausencia de las principales consignas de Za -
mora (30) en dichos programas (Brito, 1981:472).
Para Zamora la Federación implicaba una profunda democratiza -
ción de la sociedad. Sus palabras de febrero de 1859 son muy elocuentes
a este respecto: “La Federación encierra en el seno de su poder el reme -
dio de todos los males de la patria. No. No es que los remedia, es que los
hará imposibles... Volveremos la espalda, ya para siempre, a las tira -
nías, a las dictaduras, a todos los disfraces de la detestable autocracia”
(Landaeta, 1961: 286). Zamora significó un liderazgo diferente al ejerci -
do por los caudillos tradicionales que surgieron en Venezuela a lo largo
del siglo XIX (31); Zamora (32) representaba los genuinos intereses de
las masas campesinas, de los desposeídos, que nuevamente enarbolaban
la “guerra social” que había desatado Boves en 1813, con el fin de des -
truir el poder político y económico de la oligarquía, y construir en cam -
bio una nueva sociedad basada en los principios políticos del liberalismo
burgués, cuyo respeto y aplicación estricta, pensaba Zamora, permitirían
la felicidad del pueblo (33). Podemos agregar que Zamora no realizó una
reivindicación específica de la obra de Bolívar, ni se auto calificó como
heredero del libertador en particular; Zamora se refirió a la culminación
de la obra de “los patriotas de 1811”, hablando siempre en plural.
Roberto López Sánchez
126 Opción, Año 19, No. 41 (2003): 107-139

Recientemente se han publicado opiniones adversas hacia el carác -


ter popular y revolucionario de la gesta zamorana. Nuevamente Guiller -
mo Morón ha cobrado notoriedad al colocar a Zamora como vulgar de -
lincuente. Otros como Simón Alberto Consalvi han repetido las tesis de
Carrera Damas que desdeñan a Zamora y valoran sin mayor fundamento
a Falcón. No compartimos la opinión de Carrera Damas al establecer que
el “Programa de Zamora era una mezcla abigarrada de ideas conservado -
ras con supuestos propósitos revolucionarios populares” (Carrera, 1985:
21); y que en contraste, el “Programa de Falcón” expresaba en términos
inequívocos la naturaleza del radical cambio sociopolítico que perseguía
la federación (Carrera, 1985: 23). Carrera Damas se limita aquí a valorar
las propuestas democrático-burguesas que institucionalizó la federación
con la Constitución de 1864 (y que él considera que recoge la “formula -
ción definitiva del proyecto nacional venezolano”). Al mismo tiempo,
sugiere que las propuestas revolucionarias del Programa de Zamora “no
eran alcanzables”. Pero olvida considerar que más allá de la lucha por
implantar los principios liberales, la Guerra Federal era una lucha contra
las clases dominantes (34), por aniquilar su poder económico y político,
objetivo que se puso al alcance de las fuerzas militares de Zamora luego
de la batalla de Santa Inés (35), en diciembre de 1859. Su inmediata
muerte, en enero de 1860, y la inoperante conducción militar de Falcón
(36), que condujo a la derrota de Coplé, en febrero de 1860, impidió la in -
minente y aplastante victoria federal que se había anunciado gracias al
genio militar de Zamora en Santa Inés (37). Esta es la realidad de los he -
chos, el triunfo de la insurrección campesina era perfectamente realiza -
ble, y con él, muchas de sus consignas como la de “horror a la oligar -
quía”, “igualación social”, y el “imperio de la mayoría”. Es obvio que no
podía esperarse la instauración de un régimen democrático popular, ine -
xistente en ese momento en país alguno, en una sociedad agraria como la
nuestra. Lo más probable es que el eventual triunfo de Zamora hubiera
conducido a la consolidación de una nueva clase dominante, pero el di -
namismo que hubiera aportado al desarrollo del país pudo haber sido
mucho mayor al que desarrollaron los liberales timoratos como Falcón y
Guzmán. Probablemente nuestro desarrollo dependiente y subordinado
al imperialismo extranjero hubiera tenido facetas más favorables a los
intereses nacionales y populares.
En la Guerra Federal coexistieron dos intereses en el bando liberal
(38): unos, que deseaban promover la constitución de un régimen de li -
Nuevos paradigmas para el siglo XXI 127

bertades formales, democrático burgués, que limitara el poder que hasta


el momento había mantenido la oligarquía heredera de los mantuanos de
la colonia; este sector estaba integrado en lo fundamental por personajes
ilustrados y que pertenecían a sectores sociales poseedores (sobre todo
terratenientes), y estaba liderizado por Juan Crisóstomo Falcón y Anto -
nio Guzmán Blanco. Los otros, la mayoría, los campesinos y algunos in -
telectuales radicalizados, que pregonaban las reivindicaciones igualita -
rias que permanecían sin cumplirse desde la guerra de independencia;
esta era la fracción que encabezaba Ezequiel Zamora. Es evidente que la
ausencia de una obra política por parte de Zamora explica sus debilida -
des teóricas; por ello tuvo que apoyarse en los intelectuales del liberalis -
mo para darle contenidos programáticos a su revolución campesina y po -
pular. Un análisis biográfico de Zamora permite concluir que sus méritos
militares y organizativos superaban con creces a su formación política.
Los principios liberales de la federación, compartidos por Zamora,
pueden analizarse en el pronunciamiento de la ciudad de Barinas, luego
que ésta fuera ocupada por las fuerzas militares de Zamora el 18 de mayo
de 1859 (Castillo, 1996: 14). En dicho pronunciamiento se establecen
como “principios del Gobierno Federal” lo siguiente:
“La abolición de la pena de muerte. Libertad absoluta de la
prensa. Libertad de tránsito, de asociación, de representación
y de industria. Prohibición perpetua de la esclavitud. Inviola -
bilidad del domicilio, exceptuando los casos de delitos comu -
nes judicialmente comprobados. Inviolabilidad de la corres -
pondencia y de los escritos privados. Libertad de cultos... In -
violabilidad de la propiedad. Derecho de residencia a volun -
tad del ciudadano. Independencia absoluta del Poder Electo -
ral, que ni antes de su ejercicio ni después de él dependa de
ninguno de los funcionarios de los demás ramos de la admi -
nistración. Elección universal, directa y secreta del Presiden -
te de la República, del Vicepresidente, de todos los legislado -
res, de todos los magistrados de orden político, y de todos los
jueces. Creación de la milicia armada nacional. Administra -
ción de justicia gratuita en lo secular. Abolición de la prisión
por deuda. Derecho de los venezolanos a la asistencia pública
en los casos de invalidez o escasez general... (Landaeta,
1961: 321).
Roberto López Sánchez
128 Opción, Año 19, No. 41 (2003): 107-139

Como se puede ver, son cuestiones fundamentales de la democracia


burguesa que aún hoy muchas de ellas esperan por cumplirse en Venezue -
la. El hecho de que haya pasado más de un siglo y aún no se haya ejecutado
a plenitud dicho programa democrático burgués, revela fehacientemente
el carácter revolucionario de dichas propuestas al ser enarboladas por el
movimiento insurreccional campesino que encabezó Zamora.

C. Otros temas de debate historiográfico en Venezuela


Además de los dos puntos anteriores, existen otros temas historio -
gráficos que son objeto de debate entre los investigadores venezolanos.
Uno de ellos se refiere a la existencia o no de un proyecto de desarrollo
nacional durante el siglo XIX, y la valoración específica de la obra de
Guzmán Blanco. En este tema son conocidas las opiniones divergentes
que Carrera Damas e Irene Rodríguez Gallad (39) han emitido al respec -
to. Sobre la participación popular en el proceso histórico venezolano
también han surgido algunas voces disonantes en el pasado, como Valle -
nilla Lanz y Juan Uslar Pietri (40), además de las más recientes aporta -
ciones de Brito Figueroa y su extensa obra historiográfica. Nosotros he -
mos incursionado en este debate en nuestros trabajos “Crisis de la Socie -
dad Colonial: Proyecto Nacional y Guerra Social” (41), y “Movimientos
Sociales y Crisis de la Sociedad Colonial” (42).
Sobre este último punto hemos afirmado que en la historia de Vene -
zuela se han manifestado reiteradamente, desde finales del siglo XVIII,
procesos de insurgencia popular que han dejado profundas huellas en
nuestra sociedad (43). Nuestra historia es la mejor demostración de que
la lucha de clases no ha sido un invento de los marxistas en el siglo XX.
Chávez no ha dividido a la sociedad venezolana. Ella siempre ha estado
dividida, como lo están todas las sociedades del mundo capitalista globa -
lizado. La lucha popular está inseparablemente ligada al nacimiento y al
proceso histórico de Venezuela como República. El proceso de crisis de
la sociedad colonial en Venezuela permitió la irrupción protagónica de
las masas populares en nuestra historia. Y desde esa época hasta el pre -
sente, el pueblo llegó para quedarse, pues cada vez que un régimen polí -
tico se ha colocado de espaldas a los intereses populares, la insurgencia
social ha vuelto a manifestarse por medio de reiteradas revoluciones po -
líticas que en su momento han desplazado del poder a la elite dominante
(López, 2002: 2). Así ocurrió en 1848, 1863, 1870, 1899, 1945, 1958 y
1998, fechas en las cuales un grupo insurgente de raíces populares derro -
Nuevos paradigmas para el siglo XXI 129

có al gobernante, con la salvedad que en 1998 es la primera vez que ese


desplazamiento se realiza por medio de unas elecciones. La historiogra -
fía burguesa ha ocultado conscientemente la participación protagónica
del pueblo en nuestro proceso histórico. Nuestra propuesta es recuperar
esa memoria histórica y reivindicar que los grandes cambios sociopolíti -
cos siempre han sido posibles en Venezuela gracias a la participación
masiva de las grandes mayorías populares.
Un tercer campo de debates, muy actuales además, se refiere a la
valoración de acontecimientos del siglo XX, como ocurre con el 18 de
octubre de 1945, glorificado por la historiografía adeca y cuestionado
ahora por el chavismo. Otro tanto se presenta con el 23 de enero del 58, y
ni hablar de los debates sobre el 27 de febrero de 1989 y los golpes milita -
res de 1992 (44). Son campos de extensa polémica, sobre los cuales toda -
vía no se ha escrito la última palabra. Creemos que el debate entre los his -
toriadores venezolanos debe apuntar, en el futuro inmediato, a dar res -
puestas más esclarecedoras a los temas polémicos aquí mencionados,
unido al necesario debate teórico con el que abrimos el presente trabajo.

CONCLUSIONES
1. La crisis de paradigmas que afecta al conocimiento científico en ge-
neral afecta también a la historiografía.
2. El Manifiesto Historiográfico de la red mundial Historia a Debate
proporciona los fundamentos básicos para la reconstrucción de los
paradigmas que deben guiar el oficio de historiador en el presente si -
glo.
3. La historiografía latinoamericana debe ajustar cuentas con la visión
eurocéntrica que hasta ahora la ha caracterizado. La historia debe
servir para que nuestros pueblos recuperen su identidad y puedan ac -
tuar salvaguardando sus intereses en el actual mundo globalizado.
4. La ruptura con el paradigma positivista de la historia “neutral y obje-
tiva” también es una tarea del momento. El compromiso del historia -
dor debe ser con las grandes mayorías sociales, hoy olvidadas por el
modelo neoliberal que se ha impuesto a nivel global.
5. Las comunidades científicas, si bien son necesarias, no deben cons-
tituirse en mecanismos de dominación de una élite privilegiada so -
Roberto López Sánchez
130 Opción, Año 19, No. 41 (2003): 107-139

bre el resto de la población. La democratización del conocimiento es


una condición básica para un mundo verdaderamente humano.
6. La recuperación histórica de nuestro pasado indígena y africano es
uno de los temas básicos para la nueva historiografía latinoamerica -
na.
7. La justa valoración de nuestras figuras históricas, como es el caso de
Bolívar y de Zamora, debe contribuir a clarificar las enseñanzas del
pasado y reivindicar los programas de cambio que aún conservan vi -
gencia.
8. Recuperar la memoria de las luchas populares, y su influencia en la
conformación de la sociedad venezolana, es otra actividad funda -
mental de la investigación histórica. Hasta ahora la burguesía escri -
bió la historia para justificar su dominación. Al pueblo le correspon -
de ahora escribir la historia desde su perspectiva de liberación.
9. Existen numerosas áreas de debate entre la historiografía actual. La
responsabilidad del historiador es confrontar esas perspectivas y
contribuir a clarificar ante la sociedad los procesos que de una u otra
forma han incidido y siguen incidiendo en nuestra actualidad.

Notas

1. La manera de escribir la historia implantada entre los historiadores


profesionales a partir de la II Guerra Mundial, la historia entendida
como ciencia, de cuya puesta en práctica resultó una historia econó-
mico-social, estructural y objetivista, que propugnó la ambición
ideal de una historia total y la necesidad de estudiar el pasado para
comprender el presente y construir un futuro mejor, ha sido fuerte-
mente cuestionada a lo largo de la pasada década, al tiempo que en-
tró en crisis el proyecto filosófico común que la sustentaba, la idea
ilustrada del progreso (Barros, 1995).
2. Entendemos por paradigma común el conjunto de compromisos
compartidos por una comunidad científica dada: aquellos elementos
teóricos, metodológicos y normativos, creencias y valores, que go-
zan en un momento determinado del consenso de los especialistas.
Un paradigma global está, a su vez, formado por paradigmas parcia-
les. El funcionamiento de un paradigma común es consustancial con
Nuevos paradigmas para el siglo XXI 131

la existencia de una disciplina unificada, se justifican mutuamente, y


no excluyen la pluralidad de enfoques, incluso de escuelas, más bien
lo contrario: nunca encontraremos plena homogeneidad teórica y
metodológica entre los miembros de una comunidad establecida, ni
tampoco es aconsejable en aras de la buena marcha de una disciplina
científica (Barros, 1995: 102).
3. La llamada “década perdida” por los efectos desastrosos en lo eco-
nómico y social para nuestros países. La crisis de los 80 echó por tie -
rra los modelos de desarrollo por “sustitución de importaciones” que
se habían aplicado en el período de posguerra como la pretendida vía
latinoamericana para salir del subdesarrollo.
4. “...la ciencia normal suprime frecuentemente innovaciones funda-
mentales debido a que resultan necesariamente subversivas para sus
compromisos básicos. Sin embargo, en tanto esos compromisos
conservan un elemento de arbitrariedad, la naturaleza misma de la
investigación normal asegura que la innovación no será suprimida
durante mucho tiempo... cuando la profesión no puede pasar por alto
ya las anomalías que subvierten la tradición existente de prácticas
científicas, se inician las investigaciones extraordinarias que condu -
cen por fin a la profesión a un nuevo conjunto de compromisos, una
base nueva para la práctica de la ciencia. Los episodios extraordina -
rios que tienen esos cambios de compromisos profesionales son los
que se denominan en este ensayo revoluciones científicas. Son los
complementos que rompen la tradición a la que está ligada la activi -
dad de la ciencia normal” (Kuhn, 1986: 26).
5. Centro de poder que está conformado por los países del Grupo de los
7, por los organismos multilaterales tipo FMI y por las grandes com -
pañías multinacionales.
6. La Facultad de Humanidades de LUZ organizó el año pasado un
Congreso de Historia en el cual sólo “los pares” (es decir, los espe -
cialistas) podían intervenir en algunas de sus sesiones. El público
asistente se limitaba a observar el restringido debate. Por supuesto,
los mismos especialistas determinaron quienes eran sus “pares”.
7. El premier italiano afirmó en Berlín el 26/09/01, que “no se puede
poner al mismo nivel a todas las civilizaciones. Debemos ser cons -
cientes de nuestra supremacía, de la superioridad de la civilización
occidental”.
Roberto López Sánchez
132 Opción, Año 19, No. 41 (2003): 107-139

8. Historia a Debate ha celebrado dos congresos internacionales en


1993 y 1999, en la Universidad de Santiago de Compostela, España.
A partir de 1999 constituyó una red a través de internet: www.h-de -
bate.com, cuya dirección de correo es h-debate@cesga.es. Actual-
mente Historia a Debate abarca una comunidad de más de 1.500 his -
toriadores de los cinco continentes. Su principal animador es el pro -
fesor español Carlos Barros.
9. Los autores y primeros firmantes del Manifiesto son: Carlos Barros,
Universidad de Santiago de Compostela, España. Jérôme Baschet,
École des Hautes Études en Sciences Sociales, París, Francia, y Uni -
versidad Autónoma de Chiapas, San Cristóbal de las Casas, México.
Boris Berenzon, Universidad Nacional Autónoma de México, Mé -
xico D. F. Micheline Cariño, Universidad Autónoma de Baja Cali -
fornia Sur, La Paz, México. Francisca Colomer, Instituto de Ense -
ñanza Secundaria, Murcia, España. Amelia Galetti, Instituto de En -
señanza Superior, Paraná, Argentina. Sergio Guerra, Universidad de
La Habana, Cuba. Elpidio Laguna, University of Rutgers, Newark,
New Jersey, USA. Germán Navarro, Universidad de Zaragoza, Es-
paña. Gonzalo Pasamar, Universidad de Zaragoza, España. Juan Paz
y Miño, Pontificia Universidad Católica, Quito, Ecuador. Eugenio
Piñero, University of Wisconsin, Eau Claire, USA. Norma de los
Ríos, Universidad Nacional Autónoma de México, Mexico D. F.
Reinaldo Rojas, Universidad Pedagógica Experimental Libertador,
Barquisimeto, Venezuela. José Javier Ruiz Ibáñez, Universidad de
Murcia, España. Israel Sanmartín, Instituto Padre Sarmiento, Con -
sejo Superior de Investigaciones Científicas, Santiago, España. Juan
Manuel Santana, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, Espa -
ña. Cristina Segura, Universidad Complutense, Madrid, España.
Miguel Somoza, Universidad Nacional de Educación a Distancia,
Madrid, España. Guillermo Turner, Dirección de Estudios Históri -
cos, Instituto Nacional de Antropología e Historia, México D. F. Luz
Varela, Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela. Francisco
Vázquez, Universidad de Cádiz, España. Jose Giraldo Vinci de Mo -
raes, Universidade Estadual Paulista, Sâo Paulo, Brasil.
10. En octubre del 2001, los profesores de La Universidad del Zulia An-
tonio Soto, Johnny Alarcón, Norberto Olivar, Juan Romero y Rober -
to López, presentamos ante la comunidad académica de la institu -
Nuevos paradigmas para el siglo XXI 133

ción el Manifiesto Historiográfico de Historia a Debate. Igual pre -


sentación realizamos en la Universidad Católica Cecilio Acosta.
11. La publicación en 1996 del libro “Sucre, su tierra y su gente”, resul-
tado de una investigación realizada en el Municipio Sucre del Estado
Zulia. Sus autores son Johnny Alarcón, José Luis Monzant, Norber -
to Olivar, Marlyho Boscán y Oscar Jiménez. Otras investigaciones
realizadas no han sido publicadas.
12. Sobre esto del método histórico afirma Olabarri Gortázar : “Las úni-
cas reglas del oficio (de historiador) son las reglas de procedimiento
elaboradas por los eruditos europeos entre los siglos XVI y XIX, y
que siguen siendo esenciales, indispensables, pero que no definen
una ciencia, sino un oficio: establecer un hecho “verdadero” en su
complejidad es una cosa, y buscar la ley que regule su aparición o
existencia es otra. Estas reglas del método histórico sirven de base
para todos los tipos imaginables de historia” (1993: 80) (negrillas
nuestras).
13. En nuestra historia tenemos muchos ejemplos al respecto: la resis-
tencia indígena ante la colonización; la resistencia africana ante la
esclavitud; la gesta encabezada por Boves; los levantamientos cam -
pesinos del XIX; son todos procesos que han dejado profundas hue -
llas en nuestra sociedad, aunque nunca alcanzaron el triunfo.
14. Hoy en día cobra fuerza la convicción de que las distintas civiliza-
ciones surgidas en Africa, Asia, Europa y América desarrollaron
más o menos en forma simultánea e independiente una serie de pro -
gresos culturales tales como la agricultura, la escritura, las matemá -
ticas, el comercio y el urbanismo.
15. Edad Antigua, Edad Media, Edad Moderna y Edad Contemporánea.
16. Francis Fukuyama (intelectual estadounidense), sostuvo en una obra
publicada en 1989 lo que él llamó “el fin de la historia”, entendiendo
por ello que el modelo neoliberal imperante en el mundo globalizado
era capaz de eliminar los conflictos en nuestras sociedades, destina -
das a vivir en armonía de aquí en adelante.
17. Marx, al referirse al “método científico correcto” afirma: “Lo con-
creto es concreto porque es la síntesis de múltiples determinaciones,
por lo tanto, unidad de lo diverso. Aparece en el pensamiento como
proceso de síntesis, como resultado, no como punto de partida, aun -
que sea el verdadero punto de partida, y, en consecuencia, el punto
Roberto López Sánchez
134 Opción, Año 19, No. 41 (2003): 107-139

de partida también de la intuición y de la representación” (Marx,


1980: 21).
18. Aunque en Venezuela no se produjo un esfuerzo particular de histo-
riadores por analizar los sucesos del 27-28 de febrero de 1989 en el
sentido indicado, los medios de comunicación privados sí realizaron
una larga campaña que presentaba los acontecimientos como un acto
delictivo que debía ser repudiado y nunca imitado.
19. Información sobre este juicio se puede obtener en la página web de la
red Historia a Debate, en el aparte Academia Solidaria, Caso Raúl
Dargoltz.
20. El Nacional, 22/07/01.
21. Ejemplo de ello son los reiterados llamados públicos a una interven-
ción norteamericana en Venezuela con el fin de derrocar al gobierno
constitucional de Hugo Chávez, realizados por intelectuales como
Angela Zago.
22. La monarquía borbónica francesa fue restaurada en 1816, y en Espa-
ña Fernando VII abolió en 1814 la Constitución liberal aprobada en
Cádiz y restauró el régimen absolutista.
23. Historiadores como Carrera Damas, Brito Figueroa y Juan Uslar
Pietri han profundizado en estas opiniones de Bolívar y otros man -
tuanos sobre la amenaza de un eventual gobierno de los morenos.
Henri Favre por su parte ha explicitado la visión abiertamente dis -
criminadora que sobre los indígenas se forma Bolívar luego de su
experiencia en los Andes ecuatorianos y peruanos, en la cual la ma -
yor resistencia armada la encontró precisamente en pueblos indí -
genas que luchaban bajo las banderas monárquicas (Favre, Henri.
S/f. Latinoamérica. Anuario de Estudios Latinoamericanos n°20.
UNAM. México).
24. Carrera Damas afirma: “la independencia ... desde el punto de vista
social representó exactamente lo que los criollos llamados realistas
más temían, es decir la desarticulación de la sociedad, la subversión
de un eficaz sistema de valores propios a su dominación como clase,
y, en suma, el afloramiento y radicación de un estado de desasosiego
en la clase dominante que se halla muy bien reflejado en el pensa -
miento de Simón Bolívar” (1986: 116).
Nuevos paradigmas para el siglo XXI 135

25. Recordemos que la corona española había reconocido los derechos


indígenas a poseer la tierra comunalmente, y a mantener su organi -
zación tradicional, es decir, los títulos de caciques.
26. Decretos del 4 de julio de 1825, en el Cuzco.
27. 13/06/1821.
28. 08/07/1826.
29. El biógrafo de Zamora, Laureano Villanueva, menciona la conocida
frase de Zamora : “Lo que debe cogerse son los ganados, bestias y
tiendas de los godos, porque con esas propiedades es con lo que ellos
se imponen, y oprimen al pueblo. A los godos se debe dejar en cami -
sa, pero la gente del pueblo, igual a usted, se respeta y se protege”.
(1955: 250). El mismo Villanueva se refiere a las motivaciones de
Zamora: “Su ambición constante consistía en servir al pueblo, a
la manera de Tiberio Graco, con ciertas ideas utópicas de socia -
lismo y de igualdad de bienes” (1955: 162).
30. Como: “Horror a la oligarquía”, “Oligarcas temblad”, “Tierras
y hombres libres”, “Igualación social”, “el imperio de la mayo -
ría”, de acuerdo a las investigaciones de Federico Brito Figueroa y
otros autores (como Villanueva, Irazábal, Pérez Arcay, etc.).
31. “Con Ezequiel Zamora nace otro tipo de caudillo, cuyo poder no se
sustenta en la propiedad latifundista, al estilo de Páez o de los Mona -
gas, ni en el control coercitivo de la masa campesina, sino en bases
programáticas identificadas con la causa federal y la ‘regeneración’
de Venezuela” (Banko, 1996: 189).
32. “El carácter de Zamora es el de un hombre sobrio y dueño de sí mis-
mo. Su conducta privada es casi monacal. No bebe. No juega. Come
sobriamente. Su cultura no es muy amplia, pero conoce bien su ofi -
cio militar. Un poco de Historia Antigua y mucho de historia nacio -
nal le sirven para dialogar con gentes cultas, que seguramente han
debido asombrarse de la cultura de este jefe de montoneras” (Muji -
ca, 1982:125).
33. Ver al respecto las proclamas de Zamora del 7/3/1859 en Coro, del
29/3/1859 en San Felipe y otros documentos que aparecen en la obra
de Landaeta Rosales, Biografía del valiente ciudadano General
Ezequiel Zamora.
Roberto López Sánchez
136 Opción, Año 19, No. 41 (2003): 107-139

34. Al respecto mencionemos estas palabras dichas por Zamora:


“...todo con el propósito de infundir a la tropa amor al pueblo y
odio a los ricos, aunque fueran liberales...”. (Carrera Damas,
1985: 22).
35. En la Batalla de Santa Inés, el 9 de diciembre de 1859, Zamora derro-
tó al cuerpo de ejército principal del gobierno central. La estrategia
de Zamora en esta batalla es considerada una obra maestra del arte
militar, imitada incluso por academias militares norteamericanas.
Véase a este respecto la obra de Jacinto Pérez Arcay sobre la guerra
federal.
36. En contraste con la imagen que de Zamora tenían los jefes federales,
Juan Crisóstomo Falcón no queda muy bien parado ante la historia.
Héctor Mujica dice al respecto : “Es bien claro desde el comienzo
que tanto Falcón como Guzmán Blanco representan la conciliación,
la posibilidad de un entendimiento con el enemigo” (Mujica,
1982 :122). El mismo Emilio Navarro dice sobre él lo siguiente:
“Por el conocimiento que tuve del General Juan Crisóstomo Falcón
desde sus primeros días en la política, comprendí que este jefe era
sumamente superfluo en la línea política...mi padre, el Coronel Car -
los Navarro, como el modesto y sabio José Melitón Toledo andaban
en pos de él, evitándole una multitud de flaquezas que diariamente
cometía Falcón en Coro, con los enemigos del partido liberal,
uniéndoseles en sus complots, ofreciéndoles sus servicios, méritos y
prestigios a sus propios enemigos. Sólo con la ambición de figurar
representaba este tristísimo papel, que los legítimos liberales trata -
ban de disimular” (Navarro, 1976: 108).
37. Zamora tenía bajo su mando, al momento de su muerte, a 23.500 sol-
dados de los tres ejércitos federales que lo habían reconocido como
Jefe. Luego de Santa Inés la oligarquía caraqueña inició planes ur-
gentes para huir hacia las Antillas (Brito Figueroa, 1981: 435).
38. “Existió entonces una nítida diferencia entre dirigentes y masa en lo
concerniente al contenido de la federación” (Irazábal, 1980: 251).
39. Obras de Carrera sobre este aspecto: “Una nación llamada Venezue-
la” y “Formulación definitiva del Proyecto Nacional: 1870-1900”.
Rodríguez Gallad, en su obra “Venezuela entre el ascenso y la caída
de la Restauración Liberal”.
Nuevos paradigmas para el siglo XXI 137

40. En sus obras “Cesarismo Democrático” e “Historia de la rebelión


popular de 1814”, respectivamente.
41. Publicado en la Revista Minius, del Departamento de Historia de la
Universidad de Vigo, en 1999.
42. Publicado en el Anuario de Estudios Bolivarianos, de la Universidad
Simón Bolívar, en el 2000.
43. Un trabajo más extenso y completo sobre el tema ha sido publicado
en forma de folleto por la Facultad Experimental de Ciencias de
LUZ, titulado “El Protagonismo Popular en la Historia de Venezue -
la. Raíces Históricas del Proceso de Cambios”, en febrero de 2002.
44. En nuestro trabajo “Las luchas por el cambio social en Venezuela:
1958-1997. La democracia autogestionaria como alternativa ante la
democracia de partidos”, publicado en 1998, abordamos el análisis
del proceso de lucha social en los 40 años de democracia puntofijista.

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