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Revolucionario
de los Comuneros
Versión digital/2014
Bogotá – Colombia
Digitalización:
Álvaro Hernández Andrade
(Bogotá, 1934-1970)
• Bibliografía ensayística:
Prologo
En la historia de una nación siempre existen figuras quienes se niegan a perder vigencia;
sus vidas y obras fueron relevantes no solamente en el pasado, sino siguen siéndolo también en el
presente, así que cada generación las reclama como propias para su momento vital. Una figura
colombiana quien, sin duda, lleva esta distinción es José Antonio Galán, el líder del movimiento de
los Comuneros, quien vivió y murió hace más de doscientos años. La lucha de Galán, que tuvo
lugar en la época tardía de la colonia española, fue guiada por la inteligencia y la fortaleza,
inconfundibles dones que aun caracterizan los campesinos y artesanos colombianos. La rebeldía
de los Comuneros contra la represión ejercido por el gobierno español de ese entonces ha hecho
eco entre todas las siguientes generaciones de colombianos, y su bandera ha sido llevada no
solamente por agricultores y trabajadores, sino también por políticos, académicos, estudiantes
intelectuales y artistas, cuyos reclamos en el siglo 21 por una sociedad más justa se elevan con la
misma voz de Galán y sus Comuneros.
Ésta fuerte identificación por parte de muchos miembros de distintos niveles socio-
económicos del país con José Antonio Galán ha contribuido al hecho de que cada cuanto aparecen
nuevos estudios sobre su lucha y su pertinencia a la actualidad. La larga historia de los
movimientos que reclaman una distribución de la tierra más equitativa y los protestantes que
marchan todos los días en las ciudades y en los campos colombianos exhortando por una sociedad
más justa evocan la vida y sacrificio de estos antepasados luchadores.
En la década de los sesenta del siglo veinte, estos mismos anhelos se hicieron más agudos
en toda América Latina, en gran parte debido a los acontecimientos como fueron la Revolución
Cubana y la llegada a la presidencia de los Estados Unidos de John F. Kennedy: hechos que
despertaron esperanzas sobre un nuevo amanecer en toda la región de las Américas. Colombia se
encontraba en el eje de este momento de turbulencia ideológica; eran años de fuertes movimien-
tos estudiantiles que se habían forjado en la resistencia a la dictadura de Rojas Pinilla durante la
década de los cincuenta, y dicha juventud fue testigo en primer plano de las olas de anti-
colonialismo y de liberación nacional que se extendieron por África, el Medio y Lejano Oriente y
por América del Sur, América Central y el Caribe después de la Segunda Guerra Mundial. Fue
también en este momento cuando grandes sectores del país político-económico fijaron su visiones
sobre cual debería ser el futuro de Colombia: puntos de vista cuyas consecuencias dieron lugar a
una polarización extremista que se vive hasta hoy día.
peleas internas, accidentes y casualidades, y que casi siempre, como fue el caso de los Comuneros,
llegaron a dolorosos desenlaces. El movimiento de los Comuneros tema digno para la mente
analítica de Francisco Posada Díaz, aportándole una oportunidad para reflexionar desde su cátedra
en la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá en donde fue nombrado el primer Decano de
Humanidades en 1968, sobre los nudos casi desentrañables de la sociedad que le rodeaba.
El José Antonio Galán que encontramos en este tomo de Francisco Posada-Díaz es un actor
superior a sus detractores contemporáneos, quienes incrustados en sus despachos del virreinato
tramaron la traición a Galán y al pueblo colombiano y que terminó con la inconmensurablemente
cruel ejecución en la plaza pública del protagonista principal. De esta manera precisa y amena,
inclusive a veces con humor, Francisco Posada Díaz nos coloca en los escenarios de los Comuneros
y nos revela, desde su privilegiada atalaya intelectual, como fue el desenvolvimiento de los
acontecimientos en la ruta de los Comuneros y simultáneamente los de Bogotá.
Este volumen fue publicado póstumamente y desde entonces ha entrado al selecto grupo
de textos colombianos que cruzan las fronteras y cobran vida nueva en las manos de nuevos
lectores en todo el mundo. Ha sido traducido al inglés y sigue siendo incluido en numerosas
bibliografías internacionales sobre temas latinoamericanos. Con esta digitalización del texto
original, en conmemoración a los ochenta años del nacimiento de Francisco Posada Díaz (1.934,)
se pone de nuevo a la disposición de los lectores colombianos e internacionales la historia no de
un solo hombre sino la de los muchos hombres y mujeres, y quienes, como el espectro progenitor
de Hamlet, nos hace señas entre las luces y sombras del pasado para que difundamos la verdad
sobre lo que realmente nos ocurrió y sobre la que nos sigue ocurriendo.
Palabras Preliminares
I
EL MARCO HISTORICO-SOCIAL DEL
MOVIMIENTO
nario no tenía por qué preocuparse “de los pueblos” y que más bien
seguramente esta razón y las otras a que alude contra la Regencia
expresaban el punto de vista del Virrey y las inquietudes de éste,
muy explicables dada la presencia de un personaje como Gutiérrez
de Piñeres, cuya misión y tarea, por fuerza de acontecimientos que
tanto a él como al enviado regio evidentemente escapaban, iba en
detrimento de sus medidas neocolonialistas y de las reformas que
aspiraba introducir. Se puede casi palpar en este caso, como en
otros muchos, una de las contradicciones más dramáticas de la
política colonial de España: por un lado, una tendencia minoritaria,
que deseaba que las colonias adquiriesen un nuevo papel dentro
del conjunto de la economía, papel que fuese sobre todo
complementario en lo referente a los mercados y a las expor-
taciones americanas, con una buena demanda de artículos
importados por parte de los naturales de América y, por otro, la
tendencia dominante, y que a la postre se impuso, la cual no quería
siendo lo peor, que éstos mandaban y disponían cuando les
pareciera y era conforme sus instrucciones; y saliendo órdenes y
providencias a nombre del Virrey, en la mayor parte gravosas o
considerándolas los pueblos tales, el odio público caía sobre el
inocente Virrey… En estas circunstancias se declaró la guerra a la
Inglaterra: y el Sr. Flórez para estar más inmediato y al frente de
los enemigos, y libertarse de los desaires que padece su
autoridad, bajó a la plaza de Cartagena, dejando a cargo al Sr.
Piñeres, Visitador…, los negocios que pendían del superior
gobierno” (p 88). La política del ministro José de Gálvez explica
perfectamente la razón de por qué gentes de la mentalidad de
Flórez, en ese momento, no se atrevían a presentar un frente
directo; más bien procuraban apartarse, como lo hizo el virrey
Flórez, del centro de los acontecimientos litigiosos u obrar dentro
del marco de posibilidades limitadas que tenía para tratar de
enderezar las cargas.
6
Relaciones, pp. 103 s.
10
O. Fals Borda, El hombre y las tierras en Boyacá, Bogotá, 1957, p. 89.
11
P. M. Ibáñez, Crónica de Bogotá, t. I, Bogotá, 1913, p. 456.
15
J. M. Pérez Ayala, Antonio Caballero y Góngora, Bogotá, 1951, p. 71.
16
En la “Declaración rendida por Salvador Plata el 13 de marzo de 1783
en Santafé” (AHNC, loc. cit., t. XVIII, f. 503) se lee: “Que en la villa del
Socorro donde es vecino se esparcieron con mucha anticipación los
progresos y ventajas que en el Perú conseguía el rebelde Tupac Amarú
contra las armas del Rey, cuyas noticias se sabían y esparcían”.
II
DE LOS “MAGNATES DE LA PLAZUELA” AL TRIUNFO DE
PUENTE REAL
1
Boletín de Historia y Antigüedades de la Academia Colombiana de
Historia, Bogotá, No. 59, pp. 659 ss.
2
S. Plata, Defensa, numeral 214. AHNC, loc. cit., VI. “…toda la gente de
la plebe estaba contaminada de rebelión” (f. 241), acaudillada por “los
de la Plazuela”. Los denominados Magnates de la Plazuela aparecen
alborotando la turbamulta también en los folios 122 s. Plata sostiene
en su “Declaración” que en casa de Berbeo se acopiaban los fondos
monetarios necesarios para la sublevación (AHNC, loc. cit., t. XVIII f.
503).
marzo deja traslucir que esta mujer obró no por mera irascibilidad
o llevada por los acontecimientos; ella tenía justos motivos para
estar resentida ya que, de los primeros, sufrió el impacto del Edicto
del Arancel. “La viejecilla –dice el general Miranda- de que aquí se
habla… comenzó porque… le hicieron los guardas de alcabalas derramar un
poco de arroz que había comprado con un ovillo de hilo, del cual pretendían
3
aquellos no había pagado la alcabala”.
3
AHNC, -loc. cit., t. VI. “…y solo conoció a Manuela Beltrán que rompió
el Edicto” (f. 241). F. de Miranda, Archivo / Negociaciones, t. XV,
Caracas, 1938, p. 28. El general Miranda se basó en las informaciones
suministradas por el Protector de Indios de Santafé, Manuel Silvestre
Martínez. El “Dictamen sobre las Capitulaciones” (2 de julio de 1781 )
de Gutiérrez de Piñeres sostiene que “la referida asociación criminal se
formó” en las villas del Socorro y San Gil. Acerca de las consignas
señala que su “sola enunciativa incluye el delito más atroz que los
vasallos puedan cometer contra su legítimo Monarca, pues confiesa
una asociación criminal y armada para usurpar los derechos sagrados
de la soberanía”. Puede concluirse, con el citado funcionario, que la
plebe santandereana se alzó en abierta y franca rebelión para
desconocer los cimientos mismos de autoridad legítima. Ahora bien,
conviene decir que en ese preciso punto –el de que el alzamiento
comunero implicó el desconocimiento de los supuestos mismos del
gobierno virreinal- los diversos sectores de la administración (tanto los
“halcones” como las “palomas”) coincidían perfectamente. Veremos
luego que sus discrepancias vuelven a surgir respecto a la táctica más
adecuada después de la firma de las Capitulaciones –personificadas las
discrepancias en Gutiérrez de Piñeres y Flórez.
4
J. F. Gutiérrez, Galán y los Comuneros, Bucaramanga, 1939,
cap. XIII. En esta obra se hacen reparos serios al escrito de
Germán Arciniegas sobre los Comuneros: empero, la de Gutiérrez
adolece también de defectos de enfoque, documentación y
presentación técnica, aun cuando es un trabajo de cierta calidad.
5
H. Rodríguez Plata, op. Cit., pp. 46ss.
6
S. Plata, loc. cit., numeral 235. Los diversos emisarios de los
Comuneros del Socorro crearon o facilitaron la creación de un
ambiente de revuelta. En el tomo IV del Fondo “Los Comuneros”
del AHNC (“Cuadernos de cartas reservadas”), denotan las
respuestas lo siguiente:
a) Berbeo aparece como el jefe indiscutido del movimiento (de
Curití respondieron al “Señor Comandante General Don Juan
Francisco Berbeo” [el 20 de junio] así: “Muy señor mío, aunque
en verdad, que así yo, como los demás vecinos de la parroquia,
debíamos en personales a ponernos a sus pies en acción de
7
S. Plata, loc. cit
El corregidor lo empunta
cargando de muchos pliegos
diciendo que el protector
es quien atiende sus ruegos;
y el protector lo dirige
al oidor santafereño,
oidor que no tiene orejas
y que acuerda sin acuerdo. 10
10
A. Pardo Tovar, La poesía popular colombiana y sus
orígenes españoles, Bogotá 1966, p. 62.
que nos viene prometido, de venir a asolar, agotar y destruir nuestra villa y
sus moradores, para cuya defensa tenemos ordenado y dispuesto, para
gobierno y quietud de los soldados, y buenos ordenamientos, hemos tenido a
bien nombrar y elegir… Capitanes Generales” 15
fue fácil para él: así por ejemplo, había pedido a la villa de Leiva que
cooperase al buen suceso de su empresa con cincuenta hombres. El
Cabildo de dicha población dio una negativa indirecta. El cinco de
mayo Osorio fue notificado de que los rebeldes marchaban sobre el
Puente Real. Esta marcha había sido dispuesta por Berbeo, como
consta en documentos. En declaración hecha en Tunja el 24 de
enero de 1782 Francisco Rosillo, uno de los Capitanes Generales,
reveló “que quien fue a Oiba fue don Juan Francisco Berbeo , y que aunque
concurrió mucha gente a resistir la entrada del señor Corregidor, del Socorro
fueron muy pocos, y que en donde se junta-ban las gentes levantadas era en
casa del dicho Juan Francisco Berbeo, y allí fue donde se hizo la junta de
dinero y que es cierto que el declarante concurrió a dicha junta, acompañado
de don Antonio Monsalve, pero que fue de miedo que el expresado Berbeo y
por su orden, y que el dinero que se recogió se lo entregaron al expresado
Berbeo por encima de su mesa, para los gastos de la rebelión. Que el primero
que comenzó a librar títulos de capitanes fue don Juan Francisco Berbeo, y
que en casa del enunciado Berbeo asistían los capitanes volantes Molina y
Tavera y que comían en su mesa”. 16
más de esto, que con fecha cuatro de mayo escribió Berbeo a Cincelada, que
para lograr la victoria tuviese juntas las gentes a cualquier orden, y prontas
las mulas con sus toldos, para si fuese necesario ir a Santafé o dar auxilio a la
17
gente que anda arriba, es decir para el Puente Real.”
17
S. Plata, loc. cit., numeral 211.
marchar, y por su posición abría entrada a los auxilios que podían venir de
Cartagena. Era pues importantísima su posesión”. 19
La instrucción y plan para el acompañamiento de la tropa y de su ejecu-
ción, suscrito por los notables de la localidad, Pablo Antonio
Valenzuela, Antonio Salgar y Nicolás del Villar, en San Juan de Gi-
rón, ya desde 2 de mayo de 1781, es una práctica declaración de
guerra al movimiento del Socorro: “Supuesto que las noticias que se
tienen del intento de las gentes de las villas de San Gil, Socorro y parroquias
de su jurisdicción, es de venir a esta ciudad a quitar (como dicen) el estanco
de tabaco, aguardiente, alcabala y sisa y demás que están mandados
observar y se observan, y que para este fin abren los archivos, rompen los
papeles que tratan sobre los dicho y se apoderan y disponen del dinero que
encuentran en dichos ramos, exhortando a las gentes para que amistosa-
mente les sigan… Que S. M. no excusara oírlos es sus pretensiones, dándoles
remedio a sus quejas, con que haciéndolo en los términos que son permitidos
se excusen de incurrir en su real indignación, la que siempre es temible, y
eficaz su ejecución… Que esta ciudad le tiene jurado y obedece sus leyes y
órdenes se sus Ministros; que no ha intentado, intenta ni intentará en manera
alguna contra ellas, observando en fidelidad su vasallaje”.
III
4
Bien puede
puestos, sería aprehendidos y aun entregados a cuchillo”.
apreciarse por este documento que, hasta este momento, la
decisión de los Comuneros y de su jefe, señor Berbeo, respecto a la
determinación de invadir a Santafé, era firmísima, no minada aún
por ningún otro factor contrarrestante, producto de una total
confianza en sus propias fuerzas y en la unidad de los sectores que
las integraban. Aún no se habían presentado las decisorias diferen-
cias de que más adelante trataremos.
Los Comisionados y el Arzobispo llegan pues presurosos el día
26 a Nemocón. Sin previo aviso, Caballero se hace presente en el
campamento, distante a media hora de la población –porque era
sabedor de la repugnancia manifestada por Berbeo para entre-
vistarse-, y logra dialogar con el Generalísimo; sin embargo, no se
llega a conclusión alguna que satisficiera al hábil religioso. Los
Comisionados le dirigen un oficio a Berbeo en el cual le imponen de
su llegada y de su deseo de negociar; Berbeo se hace dirigir otra
comunicación en la que los delegados de Santafé le informan que la
casa en donde habrá de verificarse la entrevista será la del Teniente
Corregidor. El día 27 comienzan las conversaciones, sin resultado
alguno. Berbeo resuelve interrumpirlas hasta tanto no hayan
llegado todas las tropas comuneras a Nemocón. Y acto seguido, el
mismo día se coloca el Generalísimo en las faldas del campo del
Mortiño, el lugar lógicamente más adecuado para acampar.
Sólo hasta el día 27 recibió Berbeo a los Comisionados, a causa,
según sus palabras, de “que el cuidado de mis tropas no me permite el
que en el día de hoy haya de salir de este campamento”. Añadía que la
entrevista podría celebrarse en “Enemocón” cuando continuara él su
camino con las huestes comuneras. “A los comisionados les manifesté
4
Carta de Caballero y Góngora al oidor decano fechada en día 26 del
mes en curso.
que no podría celebrar ningún convenio antes de que llegaran las fuerzas
procedentes de los demás puestos”.
Luego de la entrevista, ese mismo día, Berbeo trasladó las
tropas a Nemocón al sitio denominado el Mortiño. Algunos
historiadores han emitido la hipótesis de que dicho traslado obe-
deció a un plan para debilitar físicamente y moralmente a los hom-
bres. Pero debe distinguirse entre el “sitio del Mortiño”, “en el recuesto
de la colina que arranca de Nemocón a Zipaquirá”, y el “Llano del Mortiño”,
lugar que estaba anegado entonces. El sitio del Mortiño parecía
excelente para hacer acampar un ejército tan numeroso, de alrede-
dor de veinte mil hombres, y poder proveerlo sin excesivas dificul-
tades, ya que se encontraba cerca de los pueblos de Nemocón,
Zipaquirá, Cogua, Tausa, Suesca, Sesquilé, Cajicá, Chía, Gachancipá,
Tocancipá y Sopó. El lugar se hallaba cubierto por un tapete de
grama, salpicado de labranzas y de chozas y además estaba al
cubierto de las inclemencias del tiempo, pues los ríos, debido al
fuerte volumen de aguas del invierno, se habían desbordado
inundando grandes sectores. “Nunca en la guerra de Independencia ni en
las siguientes se reunió una tan grande multitud como aquella. Necesaria-
mente tenía que haber una Jefatura y una disciplina, porque de otra manera
uno no se explica cómo allí permanecieron por más de quince días, sin
cometer abusos ni depredaciones. Hay que pensar no más lo significaba
alimentar toda aquella gente”.
Ese mismo día los Comisionados y el Arzobispo resolvieron
retornar a Zipaquirá, a fin de obstruir la ocupación de Santafé por
parte de tan formidable ejército, ocupación que evidentemente
hubiera tenido incidencias imprevisibles para la política colonial
española. Pero igualmente ese mismo día Berbeo hace acto de
presencia en la citada población con todo su estado mayor,
significado con ello que Zipaquirá quedaba bajo su jurisdicción. Ese
acto, junto con la noticia de que los Capitanes del Socorro piden a
celado por orden del capitán. La versión del Arzobispo ha sido recti-
ficada en el sentido de que el capitán Serrano, de las tropas del
Socorro, profirió sus palabras de amenaza solamente contra
Caballero y no incluyó en ellas al Generalísimo. También se ha
demostrado documentalmente que luego fue puesto en libertad
por otros capitanes, y que Berbeo al tener noticia de esto les había
dado de cintarazos hasta “dejarlos medio muertos en presencia de sus
tropas”. Pero ese mismo día los Diputados del Cabildo de Tunja, los
Capitanes y las tropas de esa localidad acamparon cerca de
Nemocón. Berbeo, a quien no se ocultaba el giro que habían toma-
do los acontecimientos en esas regiones boyacenses y quien
además, conocía muy bien la situación política allí existente
(recordemos que el Socorro era una villa dependiente de Tunja y
que a la aristocracia de ésta no podría parecerle suceso conve-
niente una sublevación triunfante capitaneada por las gentes
santandereanas), se puso en contacto con ellos y logró arrancarles
el 30 de mayo las promesas de involucrar sus huestes a las tropas
comuneras y de acompañarlo en la empresa de entrar a la capital
del Nuevo Reino. Pese a la promesa dada ese día, el comporta-
miento ulterior no fue consecuente con lo acordado en lo referente
a la ocupación. Es bueno anotar que las huestes tunjantes se
distinguían por su organización y unidad, lo mismo que por su
dotación. Caballero y Góngora señaló que ellas eran la parte “más
lucida” del ejército de los Comuneros. “la más esforzada y subordinada a
sus jefes”.
El caudillo indígena, Ambrosio Pisco, al mando de cuatro mil
hombres, se puso a las órdenes de Berbeo. Enrolado a la revolú-
ción por las presiones de algunos capitanes santandereanos al
momento mismo de la acción de Puente Real, Pisco fue aclamado
por los aborígenes como Cacique y Señor; él mismo firmó una carta
como Señor de Chía y Cacique de Bogotá. Pretendía el cacicazgo en
11
V. Frank, “La filosofía social tomista del Arzobispo-Virrey Caballero y
la de los Comuneros”, revista Bolívar, No. 14, Bogotá, 1952.
12
H. Rodríguez Plata, op. cit.
16
P. E. Cárdenas Acosta, op. cit., t II, p. 83.
19
P. E. Cárdenas Acosta, op. cit., t, II, p. 92.
20
Ivid., pp. 93 s.
24
Es conveniente anotar que las contradicciones entre Flórez y
Gutiérrez fueron algo público y sabido por la época. F. Silvestre habla
“de los desaires que padece la autoridad” (la del Virrey) a manos del
IV
CONTENIDO POLITICO-SOCIAL DEL
MOVIMIENTO
1
A. Abella, El florero de Llorente, Medellín, 1964, p. 33.
2
C. Liévano Aguirre, Los grandes conflictos económicos y sociales de
nuestra historia, Ediciones “La Nueva Prensa”, Bogotá, t. III, p. 15.
3
Relación verdadera, p 22. En el Archivo Miranda (t. XV, p28) aparece:
“…se dice haber dentro de la capital más de 500 hombres de los
levantados”. Ello demostraría un buen apoyo para los insurgentes del
norte en caso de que hubiera conseguido entrar en la ciudad de
Santafé.
4
M. Briceño, Los Comuneros. Historia de la insurrección de 1781,
Bogotá, 1880, pp. 19 s.
esta Corte, ni quien lo entregó al nominado Alba, ni los sujetos que tengan
correspondencia desde Simacota con personas de esta capital; pero que lo
que puede decir es que Pedro Fabián Archila, Capitán de Simacota, tiene un
hermano religioso, lego de Santo Domingo de esta ciudad, llamado fray
Ciriaco de Archila”. 5 De todas maneras, el citado clérigo era íntimo
amigo y confidente del señor Marqués. De modo que si este último
no lo escribió, cuando menos pudo sugerir sus tesis. En la comuni-
cación de Caballero al ministro Gálvez se lee además esto: “Asimismo
su confidente Fray Ciriaco de Archila será confinado a uno de los conventos de
su Orden de esta Corte”.
La cedula del pueblo deja translucir una mentalidad hábil,
informada de la problemática que se estaba viviendo y, sobre todo,
deseosa no de circunscribirse al radio de sus particulares aspira-
ciones sino buscando explotar los más diversos motivos de descon-
tento. La posición que se defiende no es la de una aristocracia
enfeudada al colonialismo, sino planteamientos como los que en
líneas generales se encuentran en la Capitulaciones, aun cuando
5
S. Plata, “Declaración”, AHNC, loc. cit., t. XVIII. Afirma el señor Plata
que del “pasquín en verso… se sacaron algunas copias… que veía que la
mayor parte de las gentes sublevadas las tenían y algunos colgadas al
cuello con el Rosario, diciendo unos eran la Cédula, otros Superior
Despacho, y otros Santísima Gaceta…” (f. 374). Esto demuestra el
influjo grande e inmediato que ejerció este pasquín como vehículo
aglutinador de conciencias y esbozo de unas metas político-sociales
para el Movimiento de los Comuneros. Y lo dice Plata: “…hacer ver los
males que los papeles habían originado, pues positivamente cree el
declarante [que] fue esto lo que acabó de precipitar los pueblos
sublevados…” (f. 375). Más adelante indica que Berbeo poseía y
utilizaba el papelón en sus actividades (ff. 375 s.). La sugerencia sobre
la eventual redacción por parte de fray Ciriaco de Archila, amigo del
Marqués de San Jorge y hermano de un capitán comunero, está en el
folio 376.
entre Berbeo y los Ardilas? Sabemos muy bien las conferencias que tuvo
sobre esto [Berbeo], mucho antes de la primera conspiración [la del 16 de
marzo de 1781]; y su mismo tío carnal de Berbeo, Christobal Martín, se ha
jactado públicamente, después del perdón, que a él [Berbeo] se le debe la
quita de Barlovento, pues con los Ardilas convocó la gente con ese fin”. Y
refiriéndose a Berbeo sostiene: “¿Quién te creerá que los comunes te
violentaron con pena de muerte que fueses capitán, si es constante que tú
mismo te brindaste y que por tu malignidad nos violentaron con pena de
muerte a los demás?” 8 Plata aduce un importante argumento para
demostrar la confianza y popularidad de Berbeo entre la plebe: “Cómo fue
que unos hombres tan desalmados que ni a Dios ni al Rey, ni a sus Ministros
respetaban, obedecieron tan repentinamente a Berbeo, promulgando el auto
de nombramiento de Capitanes, una hora después que salieron de la casa de
Vega? Todos estos son misterios, todos son enigmas; pero la verdad brilla, y
sus reflejos son tanto más vivos, cuando más espesas son las sombras que
intentan oprimirlas”. 9 “Puedo hacer prueba –sostiene el señor Plata- de que
la misma mujer de Berbeo [María Rodríguez Therán], anduvo solicitando
fiadores para dos mil pesos, persuadiéndolos que se dirigían a una obra
interesante al bien público, en que estaba tan empeñada que fincarían sus
pro-pias prendas; pero no habiendo hallado fiadores, hipotecó Berbeo, con
10
sus dos capitanes [Monsalve y Rosillo] la Real Hacienda”.
13
S. Plata, loc. cit., numeral 214.
sin reservarnos cosa alguna, excepto la religión y los mismos privilegios a que
todo súbdito inglés tiene derecho, y los individuos de ambas religiones, así
católicos como protestantes, gozarán de iguales prerrogativas, sin distinción
alguna” Libertad para obrar, para negociar, para comerciar, para
cultivar, tal la filosofía económica de este documento el que a más
de epílogo es prólogo, ya que abre la sinuosa y vasta crónica de lo
que va a ser la colaboración de los grupos comerciantes acomo-
dados con los sectores descontentos de la aristocracia criolla. Lo
que durante el año de 1781 apenas si era perceptible, una década
después tornase menos difuso.
En el mes de mayo de 1784 desembarcaron cerca de Londres
Vidalle y sus compañeros. El Capitán se valió de su amistad con el
general Dalling, exgobernador de Jamaica, para ser llevado junto
con sus compañeros ante Lord Sidney. Con el pomposo título de
“Comisión de Comuneros del Nuevo Reino de Granada” se presentó
el grupo de emisarios a la entrevista con el funcionario inglés, a
quien le entregaron las “Proposiciones”. Pero por infidencias y de-
laciones los proyectos de los criollos neogranadinos llegaron a
conocimiento de altos funcionarios de la Corona española y
naufragaron sin pena ni gloria.
La imagen histórica de José Antonio Galán ha sufrido una serie
de peripecias. En general, para las primeras generaciones de histo-
riadores, principalmente para aquellos que estuvieron vinculados
más o menos directamente al proceso de Independencia, la insurre-
cción comunera aparecía un tanto desdibujada y con un carácter
disminuido, acaso por el interés en centrar el análisis o las observa-
ciones alrededor de lo ocurrido a partir de 1810. Pero ya a fines del
siglo XIX el valioso trabajo de Briceño sobre los Comuneros, y
posteriormente la biografía de Ángel María Galán sobre el caudillo
de la plebe, la sacaron a éste del relativo anonimato en que se
22
J. Friede, “España y la Independencia de América” en el Boletín
Cultural y Bibliográfico de la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de
la República, No. 12, Bogotá, 1965, p. 1815.
23
Colección de documentos para la historia de Colombia (compilados
por S. E. Ortiz), t, II, Bogotá, 1965, pp. 14 y 15.