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Jacques Gilard

Jacques Gilard entre la historia y la literatura


CONSUELO TRIVIÑO ANZOLA

Jacques Gilard llegó a Colombia seducido por la obra de


García Márquez que desvió la atención de los europeos hacia esa otra orilla exótica y cargada de
leyendas. Al igual que Asturias y Carpentier, éste señalaba los aspectos mágicos de una realidad
detenida en un tiempo mítico y con una historia marcada por la violencia. Por tanto, el trabajo
crítico de un investigador riguroso, como Gilard, no podía quedarse en los procedimientos literarios,
ni en las imágenes y metáforas. Entrar en ese mundo "mágico" requería un trabajo de campo, vivir
en la propia piel la experiencia de esa "realidad" y acaso cotejar la ficción narrativa con los distintos
relatos sobre la historia del país. Con ello intentaba desentrañar lo ocurrido en ese pasado
mitificado y relacionar los hechos históricos en una región del país, la zona bananera, cuyo
esplendor y caída dio lugar al caudal de leyendas que García Márquez escuchó en su infancia y que
inspiraron su novela.

Consuelo Triviño es doctora en filología románica por la Universidad Complutense de Madrid.


Reside en España, donde ha sido profesora de literatura hispanoamericana. Está vinculada al
Instituto Cervantes. Colabora con la crítica de libros del suplemento cultural «ABCD las Artes y de
las Letras», del diario ABC. Obtuvo el primer premio en el Concurso Nacional de Libro de Cuentos
de la Universidad del Tolima con Cuantos cuentos cuento (1977) y fue finalista del Premio Nacional
de Novela Eduardo
Caballero Calderón (1997). Ha publicado Siete relatos (cuentos), El ojo en la
aguja(cuentos), Prohibido salir a la calle (novela) y La casa imposible (cuentos), Una isla en la
luna (novela) además de libros de ensayo sobre autores como José María Vargas Vila, Germán
Arciniegas, Pompeyo Gener y José Martí, entre otros.
La primera vez que vi a Gilard fue en 1981 en Bogotá en la
oficina de publicaciones de Colcultura, organismo que más tarde se convertiría en el Ministerio de
Cultura y donde empecé a trabajar llevando una revista que apoyaba un programa de desarrollo
cultural promovido por la UNESCO. Jacques charlaba con Juan Gustavo Cobo Borda, asesor de la
Dirección y Director de publicaciones de ese organismo. Desde la oficina éste tejía su red de
relaciones por los distintos centro de cultura de América Latina, ofreciéndonos una visión
continental de nuestros procesos literarios, ya que el Caro y Cuervo parecía un coto cerrado de
filólogos encerrados en un concepto rancio de la tradición, de espaldas a la más reciente producción
literaria hispanoamericana -como se ve en los sumarios de su revista y en sus publicaciones-.
Quienes allí trabajaban se ocupaban del léxico y los usos idiomáticos, sin ir más allá de los autores
canónicos: Isaacs, Rivera, Carrasquilla, Caballero Calderón, etc. Era lógico que Gilard se citara con
Cobo Borda, pues todo crítico o investigador local o extranjero que quisiera ponerse al día, en lo
referente a la cultura colombiana, lo consultaba.

En la década de los ochenta la Literatura Hispanoamericana estaba a la orden del día, convocaba a
menudo congresos internacionales, tanto en Europa como los Estados Unidos y se consolidaba
como disciplina académica en los centros universitarios. Los autores del boom gozaban de un
reconocimiento internacional que los convertía en protagonistas de estos encuentros. Al mismo
tiempo, investigadores y profesores universitarios cambiaban sus habituales destinos turísticos y se
desplazaban hacia el lugar donde se inscribían aquellas ficciones que hacían tan atractivo un
continente plagado de dictadores, con una revolución que exportaba al mundo el azúcar del ideario
comunista. De hecho, Cuba fue uno de los itinerarios del viaje americano de Jacques Gilard que
vivió una experiencia no tan dulce. Allí pudo constatar que la revolución no había podido resolver
problemas seculares como el asunto racial, algo que algunas vez me comento en nuestras
conversaciones. Alrededor de ese vasto campo de trabajo conocido como Literatura
Latinoamericana, giraban autores, editores, profesores universitarios y alumnos de doctorado, a la
caza de temas para sus tesis. El ambiente era de gran vitalidad y entusiasmo porque en aquellos
congresos podías conversar con figuras míticas como Ángel Rama o Emir Rodríguez Monegal, lo
que ocurrió la segunda vez que vi a Gilard, en Madrid, en 1984 en un Congreso del Instituto
Internacional de Literatura. Entonces intentaba escribir mi tesis sobre José María Vargas Vila y
participaba con una ponencia sobre el tema. A ese encuentro también acudieron los críticos
colombianos Helena Araújo, residente en Suiza, Armando Romero, residente en Cincinati y Fabio
Rodríguez, residente en Milán.

Como todos sabemos, sin las charlas con los colegas los congresos serían aburridos e inútiles.
Entonces, fue muy grato compartir con Jacques Gilard momentos distendidos, conocer su lado más
humano, darme cuenta de que amaba la vida y se entregaba a la gente con gran generosidad.
Maestro como pocos entre los de su rango, por lo general celosos de los temas e incluso mezquinos a
la hora de reconocer la deuda contraída con otros, te daba pistas, te ofrecía bibliografía y compartía
sus hallazgos. Por todo ello, el encuentro en Madrid fue muy productivo. Además, los compatriotas
colombianos sellaron con Jacques esa amistad transtlántica que que tenía sus predilecciones, como
la escritora caribeña Marvel Moreno y su paisano Álvaro Cepeda Samudio, Álvaro Mutis o Fernando
Charry Lara, cuyos libros ellos tradujeron o hicieron traducir. En cuanto a mí, lamento no haber
continuado ese encuentro, pues tras recibir una carta de Jacques, que conservo como un tesoro,
nunca más volví a saber de él. En aquel verano de 1984 también asistían al congreso escritores
invitados con cierta fama, entre ellos, y el que más expectativas despertaba, era Rafael Humberto
Moreno-Durán, residente en Barcelona, quien apoyado por el crítico también colombiano, Rafael
Gutiérrez Girardot, pretendía con su literatura socavar todo aquello que sonara a "realismo mágico"
o a telurismo mundonovista. Con ese fin suscitó una polémica en la revista Quimera que no
prosperó, primero porque "la fórmula" ya se había instalado en el horizonte de expectativas del
lector europeo y segundo porque una buena parte de la ficción "posmoderna" de Moreno Durán se
quedó a medio camino entre la erudición libresca y el juego de palabras. Pero es una lástima que no
se difundieran otras estéticas, con versiones menos estereotipadas del continente, pues sin duda se
hubiera dado cabida a muchos de los autores que quedaron rezagados.

En cualquier caso, Gilard no se dejó cegar por lo "real maravilloso", sino que quiso hacer su
personal trabajo de campo. Quería ir hasta el final en sus suspicacias, de modo que viajó hasta las
fuentes, escarbando en la prensa local los indicios que le permitieran ahondar en sus intuiciones. Lo
primero que descubrió fue la impresionante diversidad del país y las diferencias abismales entre la
región de las Costa Atlántica colombiana y la empinada capital andina prepotente y cargada de
prejuicios. Ese fue el choque que sufrió como europeo, lo que le abrió un vasto campo de trabajo en
un terreno tan virgen como el descubierto por el propio fundador de Macondo, la historia del Caribe
colombiano, el esplendor y la caída de la zona bananera, el cosmopolitismo de una ciudad como
Barranquilla en la década de los veinte, la rica tradición oral, las leyendas que se volcaron en aires
musicales como el vallenato y su relación con la obra de García Márquez.

Gilard se propuso desandar el camino del escritor, perseguirlo desde sus primeros escritos, buscarlo
en sus crónicas periodísticas para explicar su proceso creador. Esto lo llevó a sus conexiones con
compañeros de generación, los escritores del llamado Grupo de Barranquilla, tema de su tesis
doctoral. Lo primero que nos desveló fue la tendenciosa construcción de los discursos sobre la
historia de Colombia en torno a lo ocurrido en la zona bananera en 1928, la matanza de los
trabajadores en huelga, que se rebelaron contra el trato recibido por la United Fruit Company. Éste
capítulo eludido por muchos de los historiadores colombianos, es una pieza clave para entender no
sólo la historia de la Costa Atlántica, sino la del sindicalismo en el país. Pero la única referencia que
quedaría para las generaciones posteriores, a juicio de Gilard, sería la versión de Cien años de
soledad, que de todas maneras dejaba en la sombra algunos aspectos de gran complejidad, como la
relación entre colonos, trabajadores y agricultores, oriundos de la zona, con la compañía
norteamericana. Lo que Gilard subrayaba no eran sólo las omisiones en Cien años de soledad, que
al fin al cabo es una obra de ficción, sino el silencio y el olvido de un tema, pese a todo, de gran
repercusión en la prensa de la década de los cuarenta y los cincuenta en el país.
Imposible para Gilard separar su interés por el proceso creativo de García Márquez de la historia del
país. Para entender su obra abordó cuestiones sociales y políticas, además de dar cuenta de los
primeros escritos del autor, las columnas del diario El Heraldo de Barranquilla. Estas crónicas, que
le dieron algunos quebraderos de cabeza, se publicaron en 1981 en España bajo el sello de Bruguera
como Textos costeños y Entre cachacos y De Europa y América. Así empezó una tarea que abarcó
otros aspectos relacionados con la literatura colombiana como el exilio, las revistas literarias, las
traiciones populares, los cancioneros, mitos y leyendas, y sus vinculaciones con el cancionero
tradicional español. Todo esto lo trajo los últimos años a España, en busca de la literatura de cordel
que le inspiraba unos cuantos corridos improvisados en las notas que enviaba a los amigos.
Pero Jacques crítico, investigador, era una persona de principios, y no se mantuvo indiferente a
fenómenos tan deplorables de las sociedades latinoamericanas como la exclusión social, que
también afectaba a ámbitos como el de la cultura. Por eso rescató autores marginados por la
oficialidad, bien fuera por las precarias condiciones en las que trabajaron o porque su obra había
sido ignorada por cuestionar las versiones oficiales de la historia o por ofrecer una imagen diferente
de la que se quería dar del país. Su trabajo crítico en torno a Marvel Moreno, que también le
ocasionó quebraderos de cabeza -que no viene al caso mencionar - se enmarca dentro de esa línea. A
esta tarea deben sumarse ediciones críticas y traducciones al francés de un importante número
autores colombianos, algunos más conocidos que otros, junto con su labor docente en la
Universidad de Toulouse, a lo que se sumaba la dirección de las revistas Caravelle y L'Ordinaire
Latinoamericaine.
Pese a su dilatado campo de intereses, la obra del Nobel colombiano fue el eje de sus
indagaciones: Cien años de soledad, que sugería la existencia de zonas oscuras en la historia
colombiana, sucesos silenciados por los poderes: la matanza de las bananeras, y el siniestro proceso
de exterminio que a los colombianos nos enseñaron a designar como "la violencia" y que en realidad
fue un genocidio perpetrado por el Estado contra el campesinado. En resumen, Gilard sospechaba
que lo relevante había sido ocultado. Para él, muchos autores que ofrecían una visión incómoda y
comprometedora de la historia y que cuestionaban el discurso oficial, habían sido borrados de los
manuales de la literatura y de la historia, por un nacionalismo romo y reaccionario. Esta actitud, a
su juicio, había abortado un proceso literario que prometía un corpus de obras acaso más novedosas
e impactantes que las que se consideraban canónicas. Las fuentes de Gilard fueron los archivos
municipales, las bibliotecas y sobre todo la prensa de la época. Él sabía que pese a la manipulación
de la información, al investigador le quedan los documentos para contrastar los discursos
hegemónicos, pues como señalaba cierto historiador: "la prensa miente, pero miente con fecha".

Con disciplina germana Gilard revisó, día a día, los periódicos de esa década oscura, la de los años
cuarenta, que en Colombia fue de una violencia y brutalidad insólitas. Se sabe que el movimiento
popular liderado por Jorge Eliécer Gaitán, por entonces era sofocado desde la periferia con
matanzas y asesinatos de campesinos. Sin duda, el magnicidio ocurrido en 1948 había sido planeado
desde las altas esferas del poder, pero el acoso a la población civil, que le siguió, empezó mucho
antes. El Tiempo, tradicional órgano de expresión del poder, tenía y tiene el predominio de orientar
o desorientar a la opinión pública y Jacques siempre encontró datos que cuestionaban sus
versiones. Precisamente en ese periodo descubrió autores que anticipan a García Márquez, tanto en
su temática como en cierta visión de lo que se entenderá por "realismo mágico" y de cuya obra da
cuenta en diversos artículos.

Su método de trabajo empezaba por rastrear la biografía del autor, para llegar a la génesis de una
postura vital y estética, desde sus orígenes regionales y sociales, pasando por su educación formal,
desplazamientos, vida laboral, relaciones con el poder: apoyos políticos, cargos burocráticos,
circunstancias personales que podían darle o quitarle libertad, a la hora de expresar sus opiniones,
además de su conocimiento de otras culturas y de otras ramas del saber, referentes que podrían
permitirle, o impedirle, vislumbrar una indagación estética, o la búsqueda de soluciones formales a
su trabajo creador.

Influido por las corrientes de pensamiento francesas: marxismo, existencialismo y


posestructuralismos, Gilard trazaba una cronología y señalaba los logros y limitaciones del autor en
el campo de la estética, pero también lo que que le permitía, o impedía, ver un aspecto de la realidad
circundante. De otro lado, nos proponía la historia como variable, pero más allá de la cronología,
para establecer una relación con los procesos políticos, con las polémicas que convocaba el debate
de ideas, que en realidad era ideológico, es decir, esa tensión que, en el caso de Colombia, ponía en
circulación consignas del poder: regionalismo, costumbrismo, apertura o cerrazón antes las
novedades, o influencias externas, que exaltaban los ánimos.

Rastreando en la prensa de los años cuarenta Gilard tropezó con la polémica en torno al
"Nacionalismo literario" que, a su juicio, demostraba el escaso rigor en Colombia de una
intelectualidad poco informada y demasiado limitada por tópicos y clichés respecto a Europa, o a la
propia noción que cada uno tenía de lo americano. Por todo ello, fue un crítico, hasta cierto punto
incómodo, pues era poco complaciente con las posturas hegemónicas y acaso demasiado
independiente, y también visceral, para algunos, a la hora de sopesar y formular sus teorías,
respecto a los procesos literarios en un país como Colombia y en una región como la del Caribe.

Fascinado como estaba con la riqueza cultural de esta zona, cuya capital llegó a situarse a la
vanguardia de la cultura del país en los años veinte, Jacques no dejó de señalar las incertidumbres
que padecían sus gentes: su desconocimiento de los procesos históricos regionales, sus vacilaciones
a la hora de asumir la cuestión negra, así como su desconfianza hacia la cultura de las Antillas, para
concluir que la conciencia de pertenencia al mundo caribeño sólo sería formulada con vigor por
García Márquez que señalaba, a su juicio, un antes y un después en los procesos identitarios en su
región.

En resumen, mucho le aportó García Márquez a Jacques Gilard, nada menos que la materia prima
para trazarse un proyecto de vida, a lado de otras aficiones más cotidianas, y motivos de
satisfacción, pero acaso más le deba Gabo a Jacques Gilard en cuanto al esclarecimiento de su obra,
que él difundió desde el asombro de lector seducido, hasta la hondura del crítico sumergido en las
preguntas que el texto le planteaba. Por eso no dudé en buscarlo cuando en el año 2000 me
correspondió organizar el monográfico dedicado a García Márquez en el Centro Virtual Cervantes
donde me he ocupado de los contenidos relacionados con la Literatura hispanoamericana. Así
retomamos nuestra amistad vía correo electrónico y empezó para mí un diálogo enriquecedor que
considero un privilegio.

¿Qué nos deja en herencia un americanista como Jacques Gilard? Nada menos que sus admirables
trabajos críticos concluidos y otros tantos por concluir, pero, sobre todo, su legado, porque la
aventura del conocimiento y de la comprensión de los temas, puede ser un asunto de caballeros
andantes como él, que generosos y desinteresados entregan su vida a un ideal, y que en el camino
hasta puede que encuentren una dama inspiradora con quien compartir sus afanes, como le ocurrió
a él con Monserrat Ordoñez, quien introdujo los estudios de género en el campo de la Literatura
Hispanoamericana, en Colombia, con su polémica interpretación de La vorágine y a quien Gilard le
rindió tributo y admiración incondicionales, algo de lo que pude dar fe, pues me correspondió darle
la noticia de su muerte. La verdad es que en Gilard vivía un poeta tímido, que daba explicaciones
"real maravillosas" en torno a hechos como la muerte. Cuando le transmití la triste noticia,
enseguida la relacionó en la visita de una paloma mensajera.
Las últimas conversaciones telefónicas con Jacques fueron muy emotivas. Tras conocer su estado de
salud empezó a buscar la forma de organizar el material, ese campo de trabajo abierto, con tantas
ramificaciones que muy a su pesar quedó inconcluso. Es de desear que quienes lo siguieron en esta
aventura, como el colombiano Fabio Rodríguez Amaya, compañero y cómplice y el español José
Manuel Camacho Delgado, con quien compartió proyectos que lo hicieron viajar a Sevilla en más de
una oportunidad, continúen su tarea, pues Jacques tenía una gran ilusión de sacar adelante la
edición de La casa grande con éste último. En cuanto a mí, que dejé pasar tantos años sin
contactarlo, lamento no haber estado más cerca durante el tiempo que realizaba mi tesis doctoral,
porque estoy segura de lo mucho que hubiera influido en ella.

Intentando reparar ese descuido, cada vez que Jacques venía a la Biblioteca Nacional de Madrid,
aprovechaba para conversar con él sobre literatura colombiana. Tras la jornada, nos reuníamos con
Juan Manuel González Martel, interlocutor de lujo, cómplice de hallazgos y de aventuras y nos
íbamos a cenar los tres por los restaurantes cercanos a la Puerta del Sol. Echaré de menos nuestras
conversaciones telefónicas, porque él siempre te escuchaba sin polemizar ni imponer su criterio.
Con gran elegancia te regalaba datos que modificaban tu punto de vista, arrojando luces y trazando
otras líneas de investigación. Por todo eso, considero un regalo de la vida haber disfrutado de su
amistad. Gracias a él se tendieron puentes con otros compatriotas, asistí a coloquios y encuentros
que hicieron posible ese diálogo necesario entre quienes lejos del solar patrio, carecemos de un
espejo donde mirarnos. Jacques Gilard fue, sin duda, ese punto de unión que te conectaba con París,
Lausana, Bolonia, Poitiers, Berlín, Barranquilla, Madrid y Sevilla. Confío en que estos lazos no se
rompan con su desaparición, sino todo lo contrario, que su legado nos lleve más allá, al margen de
las mezquindades humanas que levantan muros, crean divisiones, excluyen y marginan.

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