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Derecho Ambiental

Concepto.
Es el conjunto de normas que regulan las relaciones de derecho público y privado, tendientes a preservar el
medio ambiente libre de contaminación, o mejorarlo en caso de estar afectado.
Defensa del ambiente.

ELEMENTOS

Frente a este reduccionismo, la definición del Derecho ambiental como sistema de normas,
principios, instituciones, prácticas e ideologías jurídicas, implica reconocer dos factores. En
primer lugar, que el sistema jurídico-ambiental tiene, al menos, cuatro momentos susceptibles de
ser analizados: el momento legislativo que programa la decisión pública ambiental; el momento
judicial que interpreta y aplica al concreto caso ambiental los programas generales del
Legislativo; el momento ejecutivo, que desarrolla, gestiona y ejecuta los programas generales; y,
finalmente, el momento científico-doctrinal o dogmático --llamado también Derecho Ambiental,
ahhora con mayúscula el adjetivo-- que analiza los tres momentos anteriores y que, al proponer
posibilidades de actuación para cada uno o posibilidades de relación entre ellos, también resulta
interactuante y, por tanto, parte del sistema jurídico-ambiental.

Y, además, en segundo lugar, la definición del Derecho ambiental como sistema de normas,
principios y prácticas operativas, implica la afirmación de que la principal tarea contemporánea
de los juristas ambientales no consiste en , sino precisamente en establecer puentes que
acerquen el plano de las normas al plano de la realidad. Y ello sin perder de vista que tan
ridículo es creer que un buen sistema normativo ambiental es suficiente para alcanzar el fin
ambiental del Estado, como por el contrario, creer que el sistema jurídico ambiental es
innecesario o que las normas no sirven de nada sin prácticas. Creer lo primero es confundir la
necesidad con la suficiencia, un ejercicio de idealismo inútil. Creer, lo cual es más frecuente, lo
segundo es confundir la insuficiencia con la innecesariedad, un olvido del hecho constatable de
que el Estado, al menos el Estado de Derecho, no puede alcanzar sus fines ambientales sin el
concurso del sistema jurídico y de que nunca alcanzaremos una situación ecológicamente
aceptable, sin un cuerpo normativo garantista, de la misma manera que nunca alcanzaremos
libertad real sin libertades formales, igualdad real sin igualdad formal o democracia real sin
democracia formal (6).

FORMACION DEL DERECHO AMBIENTAL

Si consideramos que las normas de relevancia ambiental casual forman parte del conjunto del
Derecho ambiental, entonces se puede afirmar que la normativa ambiental es tan antigua como
los propios sistemas jurídicos (8). En realidad, lo que se debería afirmar es que muy antiguas
instituciones jurídicas --no pocas provenientes del Derecho Romano-- son utilizables hoy en la
resolución ecológica de conflictos ambientales inimaginables por las sociedades en que
nacieron.

Es, sin embargo, bien entrada la modernidad cuando se pueden encontrar normas sectoriales de
relevancia ambiental. Podrían citarse tempranas disposiciones relativas a la emisión de humos
de la legislación inglesa del siglo XVIII. Y ya del siglo XIX, con su revolución industrial,
emanarían dos grandes ríos de legislación que hoy llamaríamos ambiental: por un lado, el
relativo a las emisiones a la atmósfera o la polución de las aguas; por otro, el relativo a la
conservación del medio natural, de los hábitats y de las especies de flora y fauna silvestres.
Toda esta normativa está atravesada por la idea central de la , presente ya en las primeras
codificaciones, constitucionalizada hoy en el artículo 45.2 y no por ello menos discutible como en
su momento tuvimos oportunidad de exponer (Serrano, 1992). Esta normativa sectorial de
relevancia ambiental se ha incrementado notablemente en los últimos 50 años y, hoy día, es aún
el componente principal del Derecho ambiental. A este capítulo pertenecen normas como el
Reglamento de Actividades Molestas (1961), la Ley de Protección del Ambiente Atmosférico
(1972), la Ley de Aguas (1985) o la misma Ley de Conservación de los Espacios Naturales y de
la Flora y Fauna Silvestre (1987).

Sin embargo, desde el punto de vista de la normativa propiamente ambiental (9), no debe haber
duda en torno a la conveniencia de centrarse en la década de los años 70 y, más en concreto,
en la promulgación de la United States National Environmental Policy Act (Ley Nacional de la
Política Ambiental de los Estados Unidos) a la hora de determinar sus orígenes (10). En Europa,
puestos a buscar fechas de origen, nos aparecerá de nuevo el emblemático año de 1972: un
poco antes, el 22 de julio de 1971, la Comisión elaboraba su primer informe sobre el ambiente,
casi al mismo tiempo que la NEPA entraba en vigor en los Estados Unidos; el Parlamento
Europeo, en Resolución de 18 de abril de 1972, también se manifestó al respecto; el Tribunal de
Justicia de las Comunidades Europeas, en distintos pronunciamientos de aquella época, hizo
constar su apoyo al desarrollo de la política ambiental; y, finalmente, en noviembre de 1972
reunidos en París los jefes de Estado y gobierno de los (entonces nueve) Estados miembros
adoptaron una Declaración que subrayaba e invitaba, asimismo, a .

Suecia aprobó su Ley de Conservación de la Naturaleza en 1964 y su Ley de Protección del


Ambiente en 1976. La Ley japonesa para el control de la contaminación ambiental data del año
1967. México promulgó su Ley Federal para Prevenir y Controlar la Contaminación Ambiental el
año 1971 y su Ley Federal de Protección al Ambiente en 1982, sustituidas hoy por la
terminológicamente impecable Ley General del Equilibrio Ecológico y la Protección del
Ambiente. La Control Pollution Act del Reino Unido fue aprobada el año 1974. Francia promulgó
sus dos leyes propiamente ambientales en 1976: la Loi no 76-629 relative à la protection de la
nature y la Loi no 76-663 relative aux installations classées pour la protetion del l'environnement.
También de 1976 son el Código Nacional de Recursos Naturales Renovables y de Protección al
Medio Ambiente de Colombia, la Ley Orgánica del Ambiente de Venezuela y la Ley para la
Prevención y Control de la Contaminación Ambiental de Ecuador. En 1981, Cuba promulgó la
Ley no 33 sobre Protección del Medio Ambiente y del Uso Racional de los Recursos Naturales.
También en 1981 se aprobó en Brasil la Ley no 6.938, que dispone sobre Política Nacional del
Medio Ambiente, sus fines y mecanismos de formulación y aplicación y establece otras
providencias. La Ley guatemalteca para la Protección y Mejoramiento del Medio Ambiente es del
año 1986.

En el ámbito de la legislación básica del Estado español, el cuerpo normativo propiamente


ambiental más importante es el contenido en el Real Decreto Legislativo 1302/1986, de 28 de
junio, de evaluación de impacto ambiental, en cumplimiento de lo dispuesto en la Directiva
85/377/CEE, de 27 de junio de 1987, desarrollado, a nivel de legislación básica por el Real
Decreto 1131/1988, de 30 de setiembre (obras públicas y urbanismo), por el que se aprueba el
Reglamento para la ejecución del Real Decreto Legislativo 1302/1986, de 28 de junio, de
evaluación de impacto ambiental y dictado en virtud de la Ley 47/1985, de 27 de diciembre, de
bases de delegación al Gobierno para la aplicación del Derecho de las Comunidades Europeas.
Deben destacarse, finalmente, diversas leyes autonómicas de protección o evaluación
ambiental.

Fuentes

Se puede señalar que las fuentes reales del Derecho Ambiental se remiten a aquellos hechos
de trascendencia social y ecológica que tienen consecuencias sobre el ambiente o entorno
humano, como por ejemplo: la problemática ambiental de la contaminación de los recursos
naturales, o bien, su degradación o agotamiento; la necesidad de aplicar una política de
desarrollo sostenido en armonía con la necesidad de conservar los recursos naturales; las
distintas formas de manifestación del deterioro ambiental dentro del hábitat humano, originado
por la actividad urbanística del hombre (ruido, basura, contaminación visual, etc.); los efectos
que se producen en la salud humana, animal y vegetal; el calentamiento del planeta; la
progresiva desertización de las tierras cultivables, etc.

Cada uno de estos aspectos o fenómenos es objeto de preocupación para el hombre


contemporáneo, y su solución, indiscutiblemente, requiere de un cambio de conducta personal
y colectiva que tenga en cuenta, sobre todo, el interés general sobre el particular y, más aún, la
protección de los derechos de las futuras generaciones. Para lograrlo, no es suficiente tener
conciencia del mismo; se requiere de un conjunto de normas e instituciones de carácter
ambiental, que permitan desarrollar y aplicar una actividad fiscalizadora de los comportamientos
individuales y colectivos, que únicamente se pueden lograr a través de la creación de cuerpos
legales provistos de un poder coercitivo que persuada el ánimo nocivo de quienes desean obrar
en sentido contrario a los intereses ambientales del resto de la sociedad.

Se puede decir, entonces, que son estos factores o hechos sociales, económicos, ecológicos
y científicos los que suscitan el aparecimiento del Derecho Ambiental y que son en realidad sus
fuentes reales.

En cuanto a cual puede ser el contenido de estas normas jurídicas, se puede señalar que éste
diferirá de acuerdo con el interés que se desea tutelar o la problemática particular de cada caso,
pudiendo ser éste (el contenido) dentro de los órdenes económico, ecológico, salubridad,
político, ético, etc.

AUTONOMIA DEL DERECHO AMBIENTAL COMO DISCIPLINA JURIDICA

A partir de estos conjuntos de normas se ha ido dibujando el saber jurídico al que denominamos
(11). Se trata de una disciplina en formación, con apenas 25 años de edad y sobre cuya
autonomía y sobre cuyo contenido existe actualmente un debate internacional e interdisciplinar.
En efecto, la aparición del Derecho ambiental no ha estado exenta de polémicas. La diferencia
con relación a otras áreas del saber jurídico --Derecho Urbanístico, Derecho Comparado,
Derecho Económico...-- que, al menos en España, llevan más años en la lista de espera del
reconocimiento académico, es que esas polémicas no se han formalizado aún en forma explícita
pero, sin duda, como suele decirse: y están implícitas en lo que hasta ahora se ha dicho y
publicado sobre Derecho ambiental.

Como explica Brañes (1994), las posiciones a este respecto van desde la negación de la
existencia del Derecho ambiental como disciplina jurídica autónoma, pasando por las
afirmaciones que se hacen sobre su posible futura configuración como una disciplina de esa
naturaleza, hasta la aceptación de su existencia como una disciplina jurídica autónoma, pero
bajo concepciones que difieren entre sí no sólo en lo que se refiere a lo que deba entenderse
por , sino también sobre la manera como debe enfocarse la asignatura de Derecho ambiental
que, dicho sea de paso, ha nacido antes y con más fuerza en las licenciaturas de Ciencias
Ambientales que en las de Derecho.

A modo de consuelo, cabe decir que la polémica entre partidarios y detractores de la autonomía
del Derecho ambiental no es universal, sino exclusiva de los países de tradición romanista. Los
juristas formados en estos países discutimos con toda naturalidad este tipo de asuntos. Y como,
muy certeramente señala Brañes (1994), eso llama poderosamente la atención de nuestros
colegas anglosajones (12). En esta parte del mundo creemos con toda seriedad que existen
tantas ciencias como áreas de conocimiento existen en los catálogos administrativos del
Consejo de Universidades.

Contextualizar la polémica entre partidarios y detractores de la autonomía del Derecho ambiental


no nos libra de tener que entrar algo en ella. Sea como fuere esta polémica es importante,
porque las dudas sobre la existencia del Derecho ambiental como una disciplina jurídica
autónoma, son un obstáculo considerable a su incorporación en la enseñanza jurídica.

Los detractores de la especificidad del Derecho ambiental pueden, a mi juicio, agruparse en dos
sectores. En primer lugar, estarían los que podríamos llamar . Vienen a decir que las normas
jurídicas ambientales están en cuerpos legales ya atribuidos a otras disciplinas existentes (13).

En segundo lugar, estarían los que, con mucha más inteligencia a mi juicio, sostienen que debe
distinguirse entre y . De forma que lo ambiental sería un problema común a múltiples disciplinas
jurídicas, pero en ningún caso una disciplina autónoma.

Los argumentos son fáciles de rebatir. Bastan dos contraargumentos: en primer lugar, que hay
una y, en segundo lugar --como ya sostuvimos cuando hablábamos del concepto de Derecho
ambiental--, que no hay desde el punto de vista metodológico ningún obstáculo en que una
misma norma jurídica pertenezca a diversos subsistemas jurídicos. Es más, en el ordenamiento
de un Estado constitucional de Derecho como el nuestro, toda norma particular y concreta está
impregnada de elementos que provienen de diversos cuerpos normativos. Para empezar, el
juicio de constitucionalidad a que obliga el artículo 163 de la Constitución impregna toda decisión
jurídica de elementos de Derecho constitucional. Es evidente también que toda decisión jurídica
tiene elementos procesales y elementos sustantivos. Y es claro, finalmente, que las normas no
son que se puedan agrupar por para contarlas después, como hacen los niños con las piezas de
sus juguetes desmontables, sino efectuadas por el aplicador en el interior del sistema jurídico,
pasando necesariamente por diversos de sus sectores.

Es algo más difícil, sin embargo, responder a aquellos que sin caer en un torpe anexionismo
corporativo sostienen la necesidad de distinguir entre y . Este argumento de apariencia
contundente está basado, sobre todo, en la penetración de la problemática ambiental en ciertos
sectores de los sistemas jurídicos, que a otras disciplinas, como el Derecho administrativo, el
civil o el penal. De forma que sus sostenedores no llegan a decir que el Derecho ambiental es
Derecho administrativo o civil o comunitario o penal, sino que existe un Derecho administrativo
ambiental, un Derecho penal ambiental, etc. Creo que sólo hay una forma de responder a esta
argumentación: dándole la razón. Es cierto que lo ambiental no es una rama de la ciencia, sino
un problema de las sociedades y es cierto que lo ambiental impregna todos los saberes
jurídicos. Ahora bien, esta afirmación es predicable de cualquier otra rama del saber jurídico. Se
puede decir, por ejemplo, que el Derecho mercantil o el Derecho Internacional Privado no son
ramas autónomas de la ciencia jurídica, sino problemas específicos a abordar por los cultores
del Derecho civil, del laboral o del internacional público; se puede decir que el Derecho penal es
Derecho constitucional aplicado o que el Derecho financiero es sólo un problema más de los que
afectan al Derecho administrativo contemporáneo.
La polémica entre partidarios y detractores de la autonomía del Derecho ambiental no es
universal, sino exclusiva de los países de tradición romanista

Esta reducción al absurdo nos permite establecer con toda claridad que la forma en que las
disciplinas jurídicas se organizan, se diferencian de y se comunican con sus afines tiene
naturaleza histórica. Es decir, que la constitución de nuevas disciplinas no se debe a una suerte
de , sino a complejos procesos espacio temporales que determinan no menos complejas
estructuras de saber.

Es verdad, que la evolución de la configuración de las disciplinas jurídicas desde la summa


divisio (14) hasta hoy, no ha sido vertiginosa. En España, las diversas ramas de la Dogmática
jurídica se organizan académicamente en virtud de una norma de rango reglamentario que
establece el catálogo de las denominadas áreas de conocimiento sobre la base de las cuales se
constituyen los departamentos que, a su vez, imparten las asignaturas. Catorce son actualmente
las áreas de ese catálogo reglamentario que contienen la palabra Derecho en su denominación.
Cuatro de ellas son las disciplinas llamadas básicas (el Derecho Romano, la Filosofía del
Derecho, la Historia del Derecho y el Derecho Canónico); otras siete (Derecho Constitucional,
Derecho Civil, Derecho Mercantil, Derecho Penal, Derecho Procesal y Derecho Internacional
Público y Privado) se organizaron o reorganizaron en torno a la codificación del siglo XIX; y,
finalmente, las otras tres deben enmarcarse ya en el siglo XX. Dos de ellas, el Derecho
Administrativo y el Derecho Financiero y Tributario, fueron asimiladas rápidamente por la
sistematización tradicional. La otra, en cambio, el Derecho del Trabajo, se enfrentó con mayores
dificultades para su incorporación en los programas de enseñanza jurídica, porque entre otras
cosas sus características no permitían incluirla fácilmente en la summa divisio como o . En la
lista de espera figuran aún, además del Derecho Ambiental, ramas de la Dogmática jurídica tan
importantes como el Derecho Comunitario, el Derecho Urbanístico, el Derecho Agrario, el
Derecho Económico o el Derecho Comparado (15).

Así vistas las cosas, el que el Derecho ambiental sea reconocido o no como disciplina autónoma
dependerá, en buena medida, de la presión de los protagonistas sociales y de su capacidad
para desmontar la visión mecanicista, atomista, analítica y unidimensional del Derecho, propia
de un positivismo jurídico mal entendido, que entiende los ordenamientos jurídicos como un todo
compuesto por unidades indivisibles llamadas normas. Hoy sabemos --en parte gracias al propio
paradigma ecológico-- que los ordenamientos jurídicos no son un todo, sino un sistema
complejo; que, por tanto, no tienen partes, sino elementos que se relacionan entre sí; y que, en
consecuencia, no se pueden dividir en unidades indivisibles cuya suma sea igual al conjunto,
porque los sistemas jurídicos son la suma de las normas y algo más.

La modernidad jurídica y su paradigma han entendido al Derecho como un reloj cuyas piezas se
podían descomponer o recomponer analíticamente. El paradigma ecológico sabe bien que para
sistemas complejos --a partir de un grado de complejidad relativamente pequeño-- ya no vale la
metáfora del reloj. Un animal, como un reloj, puede descomponerse en partes. Un reloj puede
recomponerse después, un animal no. Los que niegan la autonomía del Derecho ambiental
piensan que no hay una parte del Derecho que pueda denominarse así: es como si alguien
sostuviera que el cuerpo humano se divide en cabeza, tronco y extremidades y que, por tanto,
éstas deben ser las tres únicas ramas de la medicina.

Por lo tanto, la novedad del Derecho ambiental no viene de lo nuevo de esa normativa, sino de
la necesidad histórica de afrontar la crisis ecológica también en sede jurídica. No es que exista
una penetración de lo ambiental en otros sectores jurídicos, sino que más bien hay una lectura
ambiental de diversos sectores jurídicos. La especificidad del Derecho ambiental no viene tanto
de la especificidad del objeto (la norma) como de la especificidad de la lectura del objeto.
Pongamos un ejemplo: en España la institución de la evaluación ambiental es fruto de la
recepción de una directiva comunitaria que, a su vez, es importante desde el punto de vista de la
política ambiental comunitaria. Es evidente, por tanto, que esta institución requiere la atención
de los expertos en Derecho comunitario europeo. Pero la evaluación ambiental es también un
curioso procedimiento administrativo con dualidad de competencias que, sin duda, requerirá la
atención de los administrativistas. Y, finalmente, también interesa a los ambientalistas, aunque a
estos últimos no les interesa tanto su dimensión de síntoma de una política comunitaria, ni su
naturaleza de procedimiento administrativo, sino más bien su función como instrumento que
tiene que ver con los procesos de interacciones entre los sistemas sociales y los complejos
ecológicos. No hay en este caso, por tanto, una disputa de pertenencia de una norma jurídica
entre tres disciplinas que se ocupan de ella de forma simultánea, porque cada una hace de ella
una lectura distinta. Dicho con otras palabras, el Derecho ambiental lee ciertas normas jurídicas,
que están comprendidas en el campo de estudio de otras disciplinas, con gafas de ambientalista
y con el fin de formular otro tipo de juicios.

La novedad del Derecho ambiental no viene de lo nuevo de esa normativa, sino de la necesidad
histórica de afrontar la crisis ecológica también en sede jurídica

Es evidente que al decir esto afirmamos que no sólo hay una especificidad del objeto del
Derecho ambiental, sino también una especificidad de método. Demostrarlo nos llevaría lejos y
exige un tratamiento aparte. Aquí sólo procede enunciar telegráficamente (16) lo siguiente: que
la relación entre Ecología y Derecho es bicondicional. De la misma forma que el Derecho
ambiental es un importante instrumento de intervención en las relaciones entre el sistema social
y el entorno natural, así también la Ecología, en cuanto paradigma, aporta a la ciencia jurídica
los instrumentos metodológicos por los que deberá pasar su refundación contemporánea. Dicho
más brevemente: de la misma forma que existe un Derecho ambiental, existe también una
Ecología jurídica. Lo que ocurre es que esta última no es sólo el método del Derecho ambiental,
sino una metodología compleja utilizable por cualquier rama del ordenamiento jurídico (17).

Para terminar, diremos que lo que se ha planteado en este artículo no es un asunto puramente
académico que sólo nos concierna a los profesores universitarios en nuestros debates
corporativos. Los que argumentan contra la autonomía del Derecho ambiental y los que le
niegan importancia a la problemática epistemológica deberían considerar el hecho de que, en
los países que cuentan con sistemas estrictos de delimitación de áreas académicas, su opinión
obstaculiza la investigación y enseñanza del Derecho ambiental.

Y no sólo eso: tal vez sea innecesario decir que precisamente la investigación jurídica es, con
toda seguridad, una de las vías más fecundas para generar nueva normativa ambiental más
eficaz y más adecuada y que, a su vez, este tipo de normativa es uno de los instrumentos
civilizatorios más fuertes con que contamos para detener el ecocidio.

Necesidad y justificación

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