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Autores:
Angela Patricia León Villamil-Cod. 1511024323
Manlio Calderón Palencia-Cod. 1511025968
María Mercedes Daza Mendinueta -Cod. 1511023862
Olga Eugenia Garcés Urán Cod. 1511023816
Se estima que en nuestro país un abuso sexual a un menor de edad sucede cada dos horas, 3
de cada 10 mujeres son agredidas físicamente, aproximadamente un desplazado cada 10
minutos, sin contar, los centenares de homicidios causados por los diferentes grupos al
margen de la ley. Son cifras preocupantes para las entidades que se encargan de velar por
los derechos humanos de los niños.
Las estrategias y programas del gobierno, no son los suficientes para evadir y terminar con
los trastornos que han causado la guerra y el conflicto en Colombia muy a pesar que la ley
1448 de 2011, así lo ordena, y así edificar intervenciones y tratamientos en obedecimiento a
políticas públicas de salud mental en niños, ya que son sujetos de especial protección
constitucional y social. Es necesario, dejar atrás la indiferencia humana y actuar frente al
dolor y necesidad de los niños, adolescentes, y adultos, para así reducir los trastornos y
cicatrices causadas por la violencia y construir juntos la paz.
El objetivo del presente trabajo es determinar los trastornos más frecuentes en niños y niñas
víctimas del conflicto armado en el departamento del Cesar, Colombia. Para lograr este
objetivo se debe hacer una revisión en la literatura del conflicto armado en Colombia, y en
el departamento del Cesar. Por otro lado, es necesario identificar las teorías sociales
relacionadas, principalmente aquella propuesta por Vigotsky, en donde es preponderante el
ambiente social para el correcto desarrollo del niño, para la intervención de la población
afectada.
Justificación
Queremos dar a conocer los problemas psicológicos de la cual son víctimas los niños en el
departamento del cesar como son: problemas cognitivos, culpa , agresividad, aislamiento
social, ansiedad , depresión, problemas de conducta, problemas de atención y de
concentración entre otros, a raíz del conflicto armado y generar como resultado un
planteamiento de concientización en la población de nuestro departamento incentivando a
trabajar por la niñez , a partir de la oportunidad que nos brinda la universidad , nuestra
profesión y el hecho de ser actores de la vida y la humanidad con esta investigación trabajar
para que la población afectada tenga asistencia psicológica, ya que son semillas de paz
para el futuro.
Un aporte significativo para la academia ya que permite dar a conocer su interés de trabajar
por la niñez, siendo reconocida como una de las instituciones que aportan a mejoramiento
de un país.
Para vygotsky uno de los referentes de la psicología social, afirma que los fenómenos
psíquicos no tienen un fenómeno natural sino social, vygotsky (1960).
Los productos culturales a través de la interacción social, así mismo van adquiriendo
nuevas y mejores habilidades cognitivas como proceso lógico de su inmersión a un modo
de vida, aquellas habilidades que se realizan de forma compartida permiten a los niños
interiorizar las estructuras de pensamiento comportamentales de la sociedad que los rodea
apropiándose de ella permitía que los niños resolvieran por sí mismo las tareas. esta teoría
defiende que el desarrollo normal de los niños en una cultura o en un grupo perteneciente a
una cultura puede no ser una norma adecuada (y por tanto no extrapolable), a niños de otras
culturas o sociedades. (Regader, 2013).
Según artículo de El país (2015), se afirma que “estudió en Colombia revela las secuelas de
la guerra en los menores de edad. Experta israelí afirma que el 90% de los infantes pueden
superar los traumas”, de ahí que se justifique identificar cuáles son los trastornos mentales
más prevalentes en estos niños víctimas del conflicto, para que a través de políticas
públicas de salud mental se edifiquen programas que contrarresten tales traumas, y
focalizándose los más recurrentes, y así contribuir a una forma de reparación en el marco de
la justicia transicional, aplicada en contextos de guerra, y como medio de consecución de la
paz. Y es que es conocido por todos, que siendo los niños las víctimas más frágiles que
produce el conflicto, se hace imperioso la visibilidad y tratamiento de ellos, sea de forma
individual o colectiva, y si bien existen niños desarrollados en medio de la guerra, lo que se
propugna es que no se den socialmente más adultos de la guerra.
Objetivo General
Determinar cuáles son los trastornos más prevalentes en los niños y niñas víctimas del
conflicto armado en el departamento del Cesar.
Específicos
Tal postura no es ajena a las afectaciones sufridas por los niños en la guerra, las cuales,
según la edad y la madurez psicológica del niño, se manifiesta la respuesta (Fremont,
2004). Si bien los niños más pequeños pueden no tener comprensión cognitiva de una
tragedia, la pérdida de la rutina y la de seres amados, puede tener como consecuencia la
regresión y el desapego. En el primer año de vida, tales situaciones pueden percibirse con
aumento de llanto e irritabilidad, ansiedad de separación y una respuesta exagerada de
sobresalto (Hagan, 2005). En cuanto a los menores de cinco años pueden mostrar conductas
regresivas como orinarse en la cama, succión del pulgar o miedo a la oscuridad (Fremont,
2004). Posiblemente no presentan síntomas de aislamiento e insensibilidad, pero
probablemente pueden mostrar agresión o miedo no consecuente con el trastorno. El
desapego de sus padres puede ser una dificultad. Los recuerdos intrusivos en los niños
preescolares pueden tomar la forma de juego de menor disfrute con temas traumáticos,
dibujos repetitivos del trauma o acting out (Lubit, 2003). El impacto en niños y
adolescentes por sucesos de la guerra, les produce terrores durante el sueño, pesadillas,
regresión conductual de habilidades manifestadas como conducta de apego y aumento de
pataletas. En niños entre 6-11 años puede haber problemas de atención y en rendimiento
escolar. Los síntomas de ansiedad incluyen deserción o ausentismo escolar, quejas
somáticas (cefaleas, dolores de estómago), miedos irracionales, problemas del sueño,
pesadillas, irritabilidad y descargas de rabia; puede haber presencia de depresión y
aislamiento. Los niños en esos contextos se pueden volver obsesivos con detalles del
conflicto, como un intento de alarma para prepararse de futuros peligros. El juego se
convierte en el teatro de reminiscencias del trauma, con inclusión de conductas agresivas.
Igualmente se dan alteraciones del sueño y ansiedad de separación. Se vuelven aislados, y
apáticos con somatización y problemas conductuales. De forma contraria, los niños
mayores a ese rango de edad, tienen mejor capacidad para la cognición social. Hay más
empatía por quienes están a su alrededor, los familiares víctimas del contexto de violencia,
una mayor disposición de enfoque y análisis del origen de la violencia del conflicto y
apuntan más a la seguridad de la sociedad en general. En cuanto a los adolescentes se
comportan de forma parecida a los adultos y se les diagnostica pensamientos intrusivos,
hipervigilancia, insensibilidad emocional, pesadillas, alteraciones del sueño y evitación. En
ellos hay una amenaza latente de abuso de sustancias psicotrópicas, dificultades con pares y
depresión. El trastorno está ligado casi siempre a sentimientos intensos de humillación,
vergüenza, producto del sentido de impotencia, lo que puede conllevar al distanciamiento y
evitación, como también ansiedad y depresión. Este es un grupo delicado debido al período
de transiciones complejas que viven, por lo cual son vulnerables. En esta fase del desarrollo
pueden presentar divergencias amplias en sus interpretaciones y reacciones a los traumas,
ello supeditado a que hayan desplegado habilidades de razonamiento abstracto; como es
sabido el pensamiento abstracto aparece, aproximadamente, a los 14 años de edad, y están
aún desarrollando sus habilidades de afrontamiento emocional y su propia identidad, por lo
que son susceptibles al desarrollo de trastornos mentales serios como la depresión. Los
conflictos de violencia armada, causan pérdida del estilo de vida o de seres queridos, lo que
puede generar en somatización, aislamiento, apatía y depresión. A ello se suman conductas
de peligro, como abuso de drogas o relaciones sexuales como mecanismos de desahogo
ante el estrés traumático, generando embarazos no deseados. Las conductas y pensamientos
suicidas son frecuentes. Los adolescentes disfrazan o niegan síntomas de reacciones de
ajuste al pensar que son anormales o inapropiadas, apuntan a proteger a otros miembros del
núcleo familiar que se encuentran estresados. De tal forma, los padres probablemente
subestiman los efectos de la violencia de la guerra en sus hijos, lo que los pone en
desventajas para intervenciones y tratamientos. El nivel de exposición de la violencia
producto del conflicto armado, incide en la respuesta de los niños. Entre más traumático y
severo sea el episodio de la guerra, mayor es riesgo de producirse síntomas postraumáticos.
Cuando pasan por la muerte o lesión grave de un miembro del núcleo familiar, son más
sintomáticos. Así las cosas, junto a ello, al nivel del trauma, y la duración de la exposición
a la violencia, pronostica el riesgo de desarrollar traumas psiquiátricos en los niños. Los
niños con familias desplazadas por la violencia causada por la guerra, tienen mayores
niveles de síntomas trastornos, que las familias no desplazadas (Ortiz, y Chaskel, s. f.).
De acuerdo con Richman (1997), reportado en Romero (2016), los niños y jóvenes que han
estado relacionados con algún conflicto armado, pueden tener problemas psicológicos, con
síntomas como: tensión y angustia, pérdida de interés y energía, falta de concentración e
intranquilidad, agresión y espíritu de destrucción, bloqueos en los juegos, aislamiento,
miedo, tristeza e irritabilidad (Romero, 2016). Hewitt y Gantiva (2014), determinaron las
afectaciones psicológicas de 284 niños y adolescentes expuesto al conflicto armado de una
zona rural en Colombia. Se encontró que el 72% de la población tenía afectaciones
psicológicas, el 64.4% conductas internalizadas, el 47% conductas externalizadas clínicas.
La estrategia más utilizada para solucionar los problemas es dejar que las cosas pasen. Las
personas de género masculino tuvieron mayores síntomas de depresión, agresión y
problemas sociales. Finalmente, estar en un grado escolar más bajo que las personas de su
edad, generan síntomas de depresión en los adolescentes (Hewitt y Gantiva, 2014).
En cuanto a las intervenciones aplicadas en estos casos de violencia por la guerra, hay una
tendencia hacia enfoques sociales que promueven las capacidades de los sujetos y potenciar
sus recursos para enfrentar las situaciones, tal como en su momento lo propuso Luria. Estas
tendencias se establecen como una solución, de cara al análisis de experiencias centradas en
posturas asistencialistas que inmortalizan a las personas como tal, en el lugar de se queden
como víctimas del conflicto armado. Enfoques como los de, citados por Moreno y Díaz
(2015), Estrada, Ibarra & Sarmiento (2003), Martín Beristain (2004, 2012), Arias, Arévalo
& Ruíz (2002), Arévalo (2010), Estrada, Ripoll & Rodríguez (2010), Wilches (2010),
Rebolledo y Rondón (2010), Grupo de psicología social crítica (2010a, 2010b), Duque &
Gordon (2012), Moreno (2013) y Moreno & Moncayo (2015), destacan en la necesidad de
evitar narrativas que refuercen la posición de víctima e incentivan unas más agenciadoras
para enfrentar las situaciones. A partir de allí, se propende por el reconocimiento de
habilidades y recursos de los sujetos y comunidades, con miras a una posible
resignificación de las experiencias que esté orientada a la asunción de una posición de
control frente a la vida, justamente para hacer frente a aquello que se vulnera por el hecho
de haber sido sometidos a hechos victimizantes. En este contexto de análisis se presentan
dos vertientes para el acompañamiento psicosocial. Por un lado, están las estrategias
colectivas de trabajo, en las que se privilegia la constitución de grupos y el rescate de
valores comunitarios, es decir, se propende por el fortalecimiento de recursos de
afrontamiento desde la perspectiva relacional. Por otro lado, las explicaciones se cargan a
los análisis de los recursos individuales para el afrontamiento de las situaciones que genera
la victimización (Moreno y Díaz, 2015). además de los lineamientos de Vygotsky y Luria,
desde un enfoque social, es de resaltar la postura de Valencia (2014), desde el
Construccionismo social, en su trabajo llamado subjetividades de niños y niñas en el
conflicto armado como construcción social, y en el que explica cómo los niños y las niñas
que han padecido entornos de conflicto armado y que han sido afectados de múltiples
maneras, pueden construir sus subjetividades – no sólo una, sino múltiples- desde un
enfoque apreciativo, en tanto puedan establecer relaciones conversacionales que les
ofrezcan otras perspectivas de sí mismos y construir nuevos significados para sus
experiencias, siendo una forma de intervención muy efectiva en la actualidad.
En esa misma temática de intervención profesional, en el campo social, los autores Torres,
A., Jiménez, Á. M., Wilchez, N. y otros (2015), han identificado que uno de los “problemas
más sobresalientes es la violencia expresada en el acto criminal que se encuentra vinculado
a la delincuencia, por lo cual se nota una asociación basada en experiencias de maltrato,
rechazo y abandono causadas durante la niñez”. Otra conclusión a la que llegaron,
asumiendo la posición de Vygotsky, como criterio de análisis psicosocial de esta
investigación, es que los aspectos culturales también están relacionados a la violencia, ya
que en ellos se identifican situaciones vinculados con actos de agresión o atropello a los
derechos, que han quedado en la impunidad por falta de acatamiento a la norma y a la ética
civil. Los actos violentos causan desestabilización del balance que el sujeto antes poseía,
siendo que tal suceso es algo repentino, sin tiempo suficiente para enfrentarlo, sobre todo si
estos hechos amenazan, como precedentemente se ha señalado, la vida o la integridad física
propia o de los seres queridos. La magnitud de tal anomalía y la ausencia de respuestas
psicológicas acorde para afrontar eso que es desconocido y poco habitual, explica el
impacto a nivel anímico que se genera y perturba la integridad individual como social,
según Echeburúa (2005, citado en Aristizábal, 2012). Vallejo Zamudio y Terranova Zapata
(2009), sugieren las ventajas de intervenciones psicoterapéuticas grupales con este tipo de
población; los principales beneficios de ese tipo de intervención, son, por ejemplo,
“estabilizar las reacciones físicas y psicológicas en un ambiente seguro por medio de la
expresión de sentimientos, emociones, a través de la reconstrucción y elaboración de la
historia traumática”; asimismo la revisión de la auto-culpa y ayudar para desarrollar nuevas
formas de relación, con el propósito de mostrar las elaboraciones que han hecho de su
conducta y hacerles ver que si termina la terapia, no es motivo para que no apliquen las
recomendaciones del terapeuta. Es por ello que la psicoeducación actual, con los postulados
de Vygotsky en psicología educativa, su enfoque socio-histórico-cultural, es tenida como
un instrumento trascendental que explica el proceso de reelaboración de los esquemas
mentales de la persona afectada. Para autores como Guerra y Plata (2005) y Jiménez
Jiménez (2009), desde una visión del construccionismo social, el posconflicto, que rige en
Colombia parcialmente, tiene como fin obtener la participación de la sociedad civil en aras
de lograr acuerdos de paz e ideologías que generen el bien común de toda la nación, como
en efecto ocurrió. De tal forma, en la consecución de esa participación civil, el papel de la
educación es transcendental para afrontar correctamente los desafíos que existen con el
posconflicto, pues en ese escenario, se ansían rutas que nos lleven a una población con
conocimientos en temas de conflicto, convivencia y sociedad civil, y a la vez, ejecutar
campos de acción, como son la confianza, la sostenibilidad, el diálogo y la solidaridad, con
el objetivo de lograr la anhelada reconstrucción del tejido social. Es por ello que debe
hacerse énfasis en la calidad educativa, pues de todos es conocido que gran valor como
factor de paz y desarrollo. En igual medida ha de respaldarse el acompañamiento de la
formación integral del niño desde la familia, pues es muy conocido que la escuela, sin un
efectivo acompañamiento, “se instrumentaliza para reforzar las divisiones sociales”, la
intolerancia y los prejuicios que conducen al conflicto.
Pero dispuestos a ahondar más en la teoría social que aborde tal problemática, surge
necesariamente como sub-pregunta la siguiente ¿Cómo perciben los niños la violencia y su
proceso de asimilación cognitiva? Según Vigotsky el pensamiento no nace de otros
pensamientos. El pensamiento tiene su génesis en el nivel motivacional de la conciencia, un
nivel que comprende nuestras inclinaciones y necesidades, nuestros intereses e impulsos,
y nuestro afecto y emoción. La tendencia afectiva y volitiva se ubican detrás del
pensamiento. Es esa la respuesta al porque final en el análisis del pensamiento.
Conforme al crecimiento cultural del niño, todas las funciones aparecen en dos momentos:
primero, a nivel social, y luego, a nivel individual: primero entre personas
(Interpsicológica) y, acto seguido, en el interior del propio niño (intrapsicologica). Ello
también puede presentarse en la atención voluntaria, a la memoria lógica y a la formación
de conceptos. Todas las funciones superiores se crean de acuerdo a relaciones entre seres
humanos. El desarrollo de un proceso interpersonal es el efecto de una prolongada serie de
sucesos evolutivos, de tal forma, conforme a la teoría social de Vigotsky, los niños que han
vivido en un ambiente violento dentro de su familia presentan un cerebro cada vez más
"atento" ante posibles amenazas, ello es entonces un aprendizaje social y adaptativo de
supervivencia. Tal adaptación les mantiene fuera de peligro, pero también les hace más
vulnerables a padecer futuros trastornos de salud mental (entre ellos, ansiedad, estrés o
depresión). Las investigaciones actuales concluyen que los niños que han sufrido violencia
presentan patrones de actividad cerebral similares a los soldados expuestos a situaciones de
combate (McCrory, De Brito, Sebastián y otros, 2011), se evaluó el impacto de la violencia
sobre el desarrollo emocional de los niños mediante neuroimágenes obtenidas a través de
resonancia magnética funcional, y se encontró que dos zonas del cerebro en los niños
víctimas mostraban una mayor actividad; fueron expuestos a rostros que mostraban
expresiones de tristeza y de enfado. Cuando observaron las caras de enojo, los encéfalos de
los niños que habían sufrido episodios violentos mostraban más actividad en la ínsula
anterior y en la amígdala, regiones cerebrales que participan en la detección de amenazas y
anticipan el dolor. Ello no sucedió cuando vieron rostros tristes. El mismo patrón de
actividad se presentó en estudios previos sobre la reacción cerebral de soldados expuestos a
situaciones violentas de combate.
El maltrato es uno de los factores de riesgo más importante relacionado con la ansiedad y la
depresión. Empero, de acuerdo a McCrory (2011): “Se sabe relativamente poco sobre cómo
esta adversidad se termina asimilando y posteriormente aumenta la vulnerabilidad de los
niños, incluso en la edad adulta". Ese autor concluye que los cambios no reflejan el daño al
cerebro. En cambio, los patrones representan el proceso del cerebro para adaptarse a un
entorno difícil y peligroso. Sin embargo, esos cambios pueden venir a costa de una mayor
vulnerabilidad al estrés en el futuro: “Incluso si un niño no muestra signos evidentes de
ansiedad o depresión, estas experiencias siguen teniendo un efecto considerable en su nivel
neuronal".
En tal sentido, la prevalencia de un trastorno sobre otro, en niños, como consecuencia del
conflicto armado, además de la vivencia misma como víctimas, la explicación u origen
mismo de ello tiene su razón de ser en la guerra, en el conflicto armado en Colombia, que
aún subsiste, y ese nivel social de la guerra, es asimilado por el niño víctima, a través del
proceso interpsicológica, y la percepción de todo ese contexto de violencia padecido; he ahí
que los actos de guerra, de violencia explican, como acto social negativo, es aprendido por
el niño, siendo el fundamento de ello la teoría socio-histórico-cultural de vygotsky, ya que
explica, a modo de aprendizaje, el proceso de inteorización del niño de los sucesos de la
guerra, y que, tal como lo sostuvo Fremont (2004), el padecimiento de trastornos dependerá
de la edad y la madurez psicológica del niño, y del nivel de exposición de la violencia
producto del conflicto armado; entre más traumático y severo sea el episodio de la guerra,
mayor es riesgo de producirse síntomas postraumáticos.
Marco Contextual
Valledupar es la capital del departamento del Cesar, Colombia. Está ubicada al nororiente de
la Costa Caribe colombiana, a orillas del río Guatapurí, en el valle del río Cesar formado por
la Sierra Nevada de Santa Marta y la serranía del Perijá, al margen de los ríos Cesar y
Guatapurí, en la Costa Caribe colombiana. El casco urbano tiene
una longitud norte-sur de 8.3 km y este-oeste de 6.2 km. Km2, con una población
483.599 habitantes. En esta ciudad se encuentra ubicado el barrio la Nevada, donde viven
familias de los estratos 1 y 2, y donde hay niños y niñas víctimas del
conflicto armado en Colombia, quienes han sido protagonista de nuestro proyecto
educativo “Trastornos más prevalentes en niños y niñas víctimas del conflicto
armado en el departamento del Cesar”. El contexto también obliga establecer realidades, y
una de ellas, según El Heraldo (2013), es que de los 903.279 habitantes que según el censo
del Departamento Administrativo Nacional de Estadística, DANE, tiene el Cesar, 300.057
son víctimas del conflicto armado. La cifra corresponde al 33% de la población de este
territorio que entre las décadas de los ochenta, noventa y parte de la dos mil, fue golpeada
por el accionar de guerrilleros y paramilitares. De acuerdo con la Unidad de Víctimas en el
Cesar, más de 280.000 personas están registradas como desplazadas en este Departamento, la
mayoría concentrada en los cordones de pobreza en la periferia de las ciudades. Según la
personería de Valledupar, en esa ciudad son 90.000 las personas afectadas por el conflicto
armado. Que las atrocidades de las organizaciones al margen de la ley, generó un temor en la
geografía campesina del Cesar, por lo que miles de familias salieron de sus predios para
ubicarse en las márgenes de las cabeceras urbanas en busca de protección.
Anexos
1.
Referencias
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