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Con las grandes palabras, especialmente si tienen mucho uso, hay que tener
cuidado. Porque a medida que pasan de boca a boca y de mente a mente, se
confunden, pierden sus conexiones con la realidad y flotan en el mundo de las
ideas como globos a la deriva. Sugieren demasiadas cosas a la vez. Para trabajar
con las grandes palabras, hay que anclarlas en la realidad: acudir a los lugares
originales de donde procede su sentido.
Por Juan Luis Lorda
La vida tiene una maravillosa riqueza de propiedades. Hay muchos cuentos donde
los protagonistas se suben a una roca y resulta ser un elefante o creen llegar a una
isla y se encuentran sobre el caparazón de una tortuga. Desde luego, en los
cuentos y en la realidad, hay mucha diferencia entre subirse a un montón de tierra
o a un elefante. El elefante o la tortuga pueden hacer cosas que no cabe esperar
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de la montaña o la isla.
La materia
Cuando una persona con mentalidad científica ve que muere un animal o una
persona, piensa en las alteraciones orgánicas que se han producido y que hacen
imposible la vida. Tiene razón: para explicar la muerte basta fijarse en la alteración
de los componentes orgánicos. El problema es que, cuando ven un ser vivo o a una
persona piensan que está vivo sólo porque está construido con estos
componentes. Y lo ven como si fuera una enorme estructura bioquímica que
funciona ordenadamente. Muchos dirán que, “en el fondo”, es una aglomeración
de materiales que funciona gracias a las propiedades físicas y químicas de sus
elementos. Y aquí no tienen razón. O, por decirlo mejor, tienen sólo una parte
pequeña de razón. Porque esta explicación es muy reductiva: oculta el misterio de
la vida. Es como si dijéramos que El Quijote es un conjunto ordenado de letras o
una casa un conjunto ordenado de materiales de construcción. Es verdad, pero
ocultamos mucha más verdad de la que decimos.
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La forma
Bien mirado, es asombroso que la naturaleza resulte ser como un inmenso juego
de construcción, con tanta complejidad y con tantísimas propiedades. Esto lo
entienden mejor los aficionados a las arquitecturas y los mecanos. Hay muchos
juegos de construcción muy buenos. Y se pueden hacer muchas cosas con piezas
simples. Aunque, desde luego, no tantas cosas como las que hace la naturaleza.
No se vende ningún juego con unas piezas tan polivalentes, capaces de formar tan
sorprendentes estructuras.
No existe un juego que permita construir un perro ni nada parecido. Hay mecanos
que permiten construir coches. Te dan las piezas y los planos para ponerlas en su
sitio. Si tienes imaginación, puedes construir también cosas que no están previstas
en los juegos de construcción: palacios estupendos o mecanismos curiosos. Caben
variantes sin límite, infinitas. Sólo estás limitado por las posibilidades de las piezas.
Pero ningún juego de arquitectura permite construir, por ejemplo, un motor de
explosión. Las piezas no tienen las propiedades mecánicas y térmicas necesarias.
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Es más: pudiera ser muy bien que el mundo se explicara al revés, como el motor.
Que las características de las piezas elementales se expliquen por las ideas
superiores. Puede ser que haya que comprender los elementos de la materia como
las piezas de algo superior, que tiene muchas más propiedades que las piezas. Si
no, no se puede justificar la extraordinaria capacidad y polivalencia de este juego
de construcción.
Es interesante notar que las ideas, las formas tienen propiedades (el motor de
explosión). Aprovechan las propiedades de sus componentes, pero se comportan
como un conjunto que tiene más propiedades que sus componentes. En la
misteriosa diferencia entre lo vivo y lo muerto, sucede esto, con un nivel de
complejidad fabuloso. Lo vivo, con todo el organismo en su sitio, tiene muchas más
propiedades y muy superiores a lo no vivo. A esto, se le llama, a veces,
emergentismo (M. Bunge): aunque la palabra sugiere una dirección de abajo
arriba.
Quizá haya que dar la vuelta. Quizá sea más sensato pensar que los elementos de
la materia son, en realidad, las piezas de lo vivo. Si la idea de lo vivo no estuviera
de alguna forma prevista en el juego de construcción, ¿cómo se va a producir ese
enorme salto hacia arriba? En los juegos de construcción, nunca se producen estos
saltos de calidad. Y menos por casualidad. Si metiéramos millones de piezas de
arquitectura, en una hormigonera y dieran vueltas durante miles años, se
produciría de vez en cuando un trozo de pared, pero nunca un castillo y mucho
menos un caballo. Por más vueltas que demos. Y si metiéramos canicas, nunca se
produciría nada. No hay problema en admitir que la forma de un montón de tierra
se ha producido por casualidad. Pero parece absurdo decir que la forma de los
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seres vivos se ha producido por casualidad. Las formas superiores tienen que estar
previstas de alguna manera en el juego; tienen que ser posibles. ¿No habrá que
pensar el mundo desde arriba en lugar de pensarlo desde abajo?
El espíritu
Los seres vivos son seres animados. Y con esto se expresa toda su capacidad de
obrar, de moverse, de conservarse en unas condiciones, de protegerse del medio,
de alimentarse y de reproducirse. Hay un salto enorme entre las propiedades de lo
vivo y lo que no está vivo. No sólo de orden de complejidad, de cantidad de
materiales puestos en su sitio. Es que, además, hay “ideas nuevas”, formas
superiores, con propiedades nuevas. A medida que subimos por la escala de la
vida, nos encontramos con una conducta cada vez más compleja e interesante.
Una conducta que no se explica por las piezas, que siempre son las mismas, sino
por las formas que integran las piezas.
Y llega un momento en que nos encontramos con otro salto. El nuestro. Cuando
escalamos la vida orgánica, en el nivel más alto nos encontramos con la
conciencia. Y entramos en un terreno increíble. Estamos acostumbrados. Ese es el
problema. Vivimos ahí y todo lo contemplamos desde ahí. Nuestra conciencia tiene
propiedades completamente sorprendentes, pero no nos llaman la atención,
porque estamos acostumbrados a ellas.
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El sujeto
Hoy somos más conscientes de lo misterioso que es todo esto cuando queremos
hacer ordenadores que imiten la conducta humana. Nos tropezamos con que los
ordenadores no pueden formar ideas ni entienden las palabras (inteligencia), y no
son capaces de decidir una conducta concreta a partir de ideas abstractas
(libertad). En cambio, son capaces de mover cosas. Un programa de ordenador,
que es algo así como un poco de inteligencia condensada (ideas, formas), es capaz
de obrar, siguiendo un proceso. Por supuesto que obra de una manera muy
rudimentaria y sin creatividad. Tampoco tienen las delicadas relaciones con el
cuerpo que nosotros tenemos: no tienen emociones. Y desde luego no tienen
sentido estético; no tienen sentido del humor; no tienen sentido de la justicia; y no
pueden amar al prójimo como a uno mismo. Esto son sólo propiedades de nuestra
conciencia.
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La tradición filosófica entronca la idea del sujeto humano espiritual -la persona-
con una aspiración permanente y espontánea de la humanidad, la supervivencia
tras la muerte: es la tercera raíz de lo que entendemos por alma. La idea de un
más allá, donde las personas perviven es una aspiración que nos encontramos por
todas partes y se expresa en todas las culturas, aunque de distinta manera.
Muchas culturas y muchas religiones afirman que el sujeto humano permanece
tras la muerte de algún modo. Y a lo que permanece, al sujeto, le llaman “alma”.
Es muy difícil pensarse como no existiendo. Esto lo sabía muy bien Unamuno, que
no dejaba de pensar en ello. Es muy difícil pensar que las personas que uno ha
querido son nada cuando mueren. Que esos sujetos libres y únicos, que hemos
querido tanto desaparecen sin más. ¿Cómo he podido querer tanto a un poco de
agua y polvo? ¿Por qué no me da lo mismo que otro poco de agua y polvo? El más
allá es una cuestión oscura, porque no sabemos cómo pueda ser, pero el deseo de
pervivir y el amor a las personas más allá de la muerte son tendencias claras.
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Pero es una cima que supera lo que tiene debajo, porque el hombre ha sido hecho
“a imagen de Dios”. Esta expresión aparece en el primer relato de la creación, en
las primeras páginas de la Biblia, y es muy importante en la tradición judía y
cristiana. Indica que el hombre se parece a Dios y refleja su imagen sobre el
mundo. A semejanza de Dios, el hombre es un sujeto, un ser inteligente, capaz de
obrar creativamente.
Pero además, Dios lo ha creado con un fin eterno. El ser humano ha sido creado
para conocer y amar a Dios por toda la eternidad. Ha sido preparado para ese
destino. Dios ha hecho al hombre capaz de conocer y amar, y de durar
eternamente. Este es el argumento religioso para fundamentar y entender que el
hombre es un sujeto espiritual (destinado a conocer y amar) y que es inmortal
(destinado a durar para siempre).
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Creemos que en todo ser humano, desde su origen, hay un sujeto espiritual,
aunque todavía no se pueda expresar. Pero hay más. La experiencia nos enseña
que para que la conciencia comience a funcionar, necesita ser hablada. Necesita
ser estimulada por la palabra, despertada por la palabra, por así decir, o por lo
menos por el signo (como el caso de Hellen Keller). Esto lo vemos al observar
cómo se desarrollan los niños, y, por contraste, nos lo confirma la triste
experiencia de los llamados “niños salvajes” (Enfants sauvages, Feral Children);
niños que no han sido criados en un ambiente humano. Sin una relación humana,
la conciencia humana no se puede desplegar (o lo hace muy rudimentariamente).
Esto es asombroso. Es una manifestación de que el espíritu humano es relacional.
La tradición de pensamiento cristiano ve en esto una huella de que el hombre es
un ser para la relación: procede de la relación con Dios y está destinado a la
relación con Dios.
Cuando se entiende el valor de cada persona, se entiende que merece ser amada.
Juan Pablo II le llama a esto la “norma personalista”. Muchos pensadores cristianos
(Marcel, Pieper) se han dado cuenta de que todo amor encierra un deseo de
eternidad. Amar es decir “no morirás”. En los hombres es sólo un deseo. Pero en
Dios es una promesa que crea la realidad. El amor personal de Dios es lo que nos
convierte en sujetos para siempre. Este es el fundamento personal del peculiar
modo de ser del hombre: un sujeto delante de Dios: un tú creado para siempre por
un Yo que es todopoderoso y eterno (Buber).
Hay que terminar. Nos hemos acercado a las experiencias que enraízan la palabra
“alma” y nos habremos dado cuenta de que estamos hablando de algo muy serio.
La palabra “alma” encierra el misterio de la vida y sus sorprendentes propiedades;
el misterio del más allá y las aspiraciones humanas más profundas; y el misterio
de la conciencia humana, de la inteligencia y la libertad. La palabra “alma” indica
también a la persona, al ser espiritual, querido por Dios y constituido, por su amor,
como un interlocutor para siempre. El alma humana no es un duende, ni una cosa
que esté en el hombre, ni una parte del hombre. Es el sujeto espiritual, con su
forma y sus propiedades, la persona querida por Dios. Todo esto es lo que lleva
dentro la palabra alma.
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