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Los jugadores italianos fueron amenazados por el líder fascista Benito Mussolini antes de la final de la
cita de Francia 1938 contra Hungría. El triunfo 4-2 les salvó la vida.
La selección italiana luego de ganar la copa Jules Rimet, en Francia 1938. / Getty Images - FIFA
La victoria nunca fue tan vital para un deportista como lo fue el 19 de junio de 1938. Ese día, la
selección italiana de fútbol se jugó literalmente la vida en el partido final de la Copa Mundo que se
disputó en territorio francés.
Los azzurri, como se conoce a los jugadores italianos, habían llegado a la final bajo una gran
presión por parte del líder del partido fascista italiano, Benito Mussolini.
Ese episodio fue uno de los primeros en los que la política manchó la pelota. El torneo de Francia
será recordado, además, como el último evento deportivo de nivel global disputado antes de que
estallara la Segunda Guerra Mundial, en 1939.
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9/7/2018 Historias de los mundiales: Vencer o morir | ELESPECTADOR.COM
Los italianos llegaron al torneo con un gran equipo conformado por jugadores del calibre de Silvio
Piola, Pietro Ferraris, Gino Colaussi y Giuseppe Meazza, y varios campeones más de la edición de
1934.
Pero los dirigidos por el técnico Vittorio Pozzo, a pesar de tener una gran calidad de juego, se
ganaron la enemistad del público local desde su partido de estreno. En el juego de primera ronda
contra la selección de Noruega, los jugadores hicieron el saludo fascista mientras sonaban los
himnos, provocando la ira del público.
Más tarde, en el duelo de cuartos de final contra Francia, selección anfitriona, el Duce, como le decían
a Mussolini, hizo que los jugadores italianos posaran con camisetas negras, distintivas de la
fuerza paramilitar del partido fascista. El acto causó la ira de los espectadores, pues, además de
enfrentarse dos estilos diferentes de fútbol, chocaban dos miradas políticas diferentes: la fascista
italiana y la democrática francesa.
Mussolini usó el fútbol para extender e imponer su ideología política. Tras vencer a Francia, Italia se
midió con los brasileños en la semifinal, en un enfrentamiento con arbitraje dudoso. Los italianos
accedieron a la final, en la que enfrentaron a una poderosa selección de Hungría, pero en el choque de
fútbol incidió el Duce. El día del partido final llegó al camerino un telegrama de tres palabras
firmado por Mussolini que fue leído por Pozzo. “Vincere o morire”, decía.
Los jugadores entendieron que debían matarse en la cancha para salir vivos de ella, una completa
ironía. El resultado del partido fue cuatro a dos con una victoria del equipo azzurro. Al final del
encuentro, el arquero de Hungría, Anta Szabo, dijo: “Nunca en mi vida me sentí tan feliz por haber
perdido. Con los cuatro goles que me hicieron, salvé la vida de 11 seres humanos”. Luego de este
encuentro, la batalla se trasladó de las canchas a los campos de casi toda Europa. Pasarían 12 largos
años para que se volviera a disputar un Mundial, el de Brasil en 1950.
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