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RELACIONES CURATIVAS

No es difícil identificarse con el hijo que vuelve. La parábola de Jesús de Nazaret sobre el hijo que
vuelve y el padre bueno que lo recibe con los brazos abiertos está para eso, para que sepamos cómo
trata Dios a quienes equivocan el sentido de sus vidas. Pero esta es solo la primera lectura que puede
hacerse del relato. Hay -me parece a mí- otras dos identificaciones posibles, inquietantes ambas, y
que redefinen las relaciones comunitarias según los principios del Reinado de Dios...
Hemos de tener el valor de identificarnos con el hijo mayor, ese que juzga el pasado de su hermano
según las claves de error/castigo. Esta identificación es más difícil, pues se convierte en un espejo
que nos devuelve una imagen que no nos gusta. Pero cada vez que nos resistimos a acoger a quien
yerra, pensando que no lo merece, somos como el hijo mayor. Instalados en la insoportable
superioridad moral de quien se cree digno cumplidor de la voluntad del padre, andamos por la vida
juzgando y poniendo cruces. No aceptamos, no perdonamos, no olvidamos, no amamos. Y, lo que es
aún más peligroso, nos creemos merecedores de lo que ni por asomo se atrevería a pedir el hijo
menor. Esta dinámica nos sitúa fuera de la fiesta; no porque el padre nos expulse, sino porque nos
discapacita para la alegría del reencuentro.
Pero más inquietante aún es la necesidad de identificarnos con el padre bueno de la parábola. Porque
no solo se nos pide que no neguemos la entrada a quien vuelve después de haberse equivocado, sino
que la facilitemos, que la promovamos, que la practiquemos. No se trata de guardar silencio y de
permitirla, sino de desearla, de fomentarla y de gozarla. Más aún: Se trata de movilizarnos -salir
todos los días al camino- para que la vuelta de quien erró no sea humillante sino reparadora,
curativa, reconstructiva.
Acoger incondicionalmente a quien yerra no es fácil. Hay sentimientos fuertes que pueden
impedírnoslo. Pero es la única forma en que el Reinado de Dios se hace patente en las comunidades.
Donde no hay perdón curativo, ni hay Reinado ni hay Dios.

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