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Consideremos el caso de e-Toys, hasta hace poco una de las empresas más
destacadas de la nueva economía y actualmente en proceso de liquidación. En
agosto de 2000, el máximo ejecutivo de la compañía se quejaba de que: “el
año pasado los analistas nos valoraban como si todos fuésemos a triunfar;
ahora nos valoran como si todos fuésemos a fracasar: ni una cosa ni otra”. De
igual forma, en febrero de 2001 el CEO de Lucent Technologies, Henry
Schacht, tratando de sacar conclusiones prácticas de los problemas
experimentados por la empresa en los últimos meses, señalaba: “la cotización
de la acción es un subproducto; no es un generador de valor. Y todas las veces
que nos hemos olvidado de esto, hemos sufrido una dolorosa experiencia”.
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¿Hasta qué punto son acertadas estas opiniones? ¿Es cierto que los mejores
modelos teóricos no sirven cuando se trata de aplicarlos a situaciones
concretas? ¿Existe una lógica en la valoración económica?
Valorar es emitir una opinión, un juicio, que siempre es subjetivo. Como toda
opinión, puede o no estar suficientemente fundamentada. Los fundamentos de
esa opinión no son exclusivamente técnicos, ya que valorar no es una tarea
exclusivamente técnica, aunque tiene elementos técnicos que pueden
invalidarla.
Una valoración correcta es aquélla que está bien realizada técnicamente, que
se fundamenta en supuestos razonables y que tiene en cuenta la perspectiva
subjetiva bajo la que se lleva a cabo la valoración (valor para qué, valor para
quién, valor en qué circunstancias).
b) En consecuencia, para valorar un negocio hay que saber del negocio, y una
valoración es tanto más útil cuanto más se conozca de lo que se pretende
valorar.
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f) En un proceso de valoración hay que tener en cuenta diversos aspectos,
tanto cuantitativos como cualitativos, que deben plantearse y resolverse
teniendo en cuenta las consideraciones arriba señaladas. A modo de
ejemplo, el Cuadro 1 presenta un posible marco de referencia conceptual
que permite abordar la labor de valoración.
CUADRO 1
ELEMENTOS EN UN PROCESO DE VALORACIÓN
Suele decirse que valorar es un arte. En la medida en que se trata de una tarea con
un elevado componente subjetivo y abierta a considerar múltiples facetas, la
reflexión es acertada. En cualquier caso, valorar es siempre un proceso empresarial
en el que deben intervenir los diversos agentes involucrados en la decisión final que
se persigue. Como toda actividad empresarial, el resultado que se obtenga
dependerá de cómo se haya planteado el trabajo, con qué enfoque se haya
desarrollado y qué personas hayan intervenido. Y de que se evite caer en una serie
de trampas que suelen ser consecuencia de una incomprensión sobre la lógica del
valor.
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TRAMPAS EN EL PROCESO DE VALORACIÓN
Este es uno de los errores que, por omisión, suelen cometer muchos gestores
involucrados en un proceso de valoración. A modo de ejemplo, puede resultar
representativa la reciente experiencia de una buena parte de las empresas
relacionadas con la nueva economía: en el desarrollo de su modelo de negocio,
muchos gestores actuaron como si el mercado no tuviese un límite alcista. El
planteamiento era bastante claro: ¿para qué perder el tiempo valorando el negocio
según los enfoques “clásicos”, si siempre se encuentra a alguien dispuesto a
comprar con base en el último ratio mágico de mercado?. Entre otras
consecuencias, esta actitud produjo unas valoraciones insostenibles sustentadas en
expectativas carentes de fundamento económico, y provocaron lo que ha venido en
llamarse la exuberancia irracional del mercado. Y es que en momentos de alta
volatilidad y turbulencia es cuando se hace más importante valorar correctamente.
Como suele decirse, si no se tiene una explicación racional de por qué un valor
sube, lo más probable es que en breve bajará. En ocasiones, para tratar de
encontrar una explicación racional de un valor económico se argumenta que los
modelos “tradicionales” de valoración, basados en el descuento de flujos de caja
futuros, no reflejan correctamente el valor real de un activo, ya que incorporan una
cierta inflexibilidad en el análisis y omiten posibilidades futuras del negocio. Se dice
entonces que hay que valorar empleando “nuevos” métodos, como el de las
opciones reales. Esto puede ser cierto, pero también lo es que una argumentación
de este tipo puede estar reflejando una incompleta comprensión del modelo de
valoración que se pretende emplear.
Con independencia de las limitaciones de tipo técnico que lleva consigo emplear
opciones reales, al usar esta técnica para valorar una realidad económica lo primero
que hay que tener claro es la finalidad que se persigue. Básicamente se plantean
dos posibilidades:
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igual al valor nominal de la deuda incluidos los intereses, su plazo de ejercicio
es la vida media de esa deuda, el precio de mercado del activo subyacente es
el valor actual de los flujos de caja libres de la empresa y la volatilidad es la de
esos flujos de caja.
Tanto en un caso como en otro, el gestor del negocio debe saber distinguir
entre la existencia de una opción real y el que ésta aporte algún valor
económico. ¿Cuándo existe una opción real? Cuando existe una posibilidad de
alterar el curso de los acontecimientos futuros ante un cambio de
circunstancias. Y cuando existe un espacio de tiempo hasta la toma de decisión
sobre esa oportunidad. Habitualmente, esas oportunidades o posibilidades
consisten en llevar a cabo inversiones o desinversiones que son posibles
gracias a la inversión inicial, con la que se relacionan de manera directa.
¿Cuándo tiene valor una opción real? Cuando se gana al ejercerla, tanto sea
opción de compra como de venta. Esto solo puede producirse cuando existe
algún tipo de exclusividad en el desarrollo del proyecto que se está
considerando, y durante el período hasta la toma de decisión.
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el enfoque de la valoración. Sin embargo, no es cierto que este sea el único
método para valorar este tipo de oportunidades, ni que necesariamente sea el
mejor.
CUADRO 2
Tasa de
Descuento Coste de Oportunidad Tasa Libre de Riesgo
Efecto de deci-
siones futuras Se recoge Se recoge
sobre la decisión
actual
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2ª Trampa. No analizar la calidad de la información.
Quizás este no sea el caso de la mayoría de los gestores, pero esta reflexión
de una persona que también fue Presidente del American Stock Exchange
puede ayudar a considerar la importancia de entender la información con base
en la que se llevan a cabo procesos de valoración.
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En definitiva, es importante detectar cualquier tipo de apalancamiento oculto
que ponga en peligro el valor de la empresa ante un cambio en la tendencia del
mercado. O, dicho en otros términos, la existencia de resultados basados en la
especulación y no en el valor económico. Sin pretender ser exhaustivo, el
Cuadro 3 recoge algunos criterios para juzgar la calidad informativa de los
resultados contables.
CUADRO 3
“BUENA” “MALA”
• Valor para qué, ya que no es lo mismo valorar un activo para ser liquidado,
que para ser vendido o para ser reformado y reutilizado. Esta diversa
finalidad en la valoración no debe confundirse con la posibilidad de
manipulación en el valor resultante final, que se produce cuando no resulta
razonable el fin de la valoración y los supuestos utilizados.
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• Valor para quién, porque no es igual la perspectiva del comprador que la
del vendedor, o la del accionista minoritario que la de la entidad financiera
que aporta deuda. Es por esto por lo que resulta frecuente encontrarse con
expresiones del tipo: valor para el accionista, valor del proyecto, valor para
la empresa ó valor para el mercado, que no siempre son coincidentes y que
es preciso analizar con detalle.
Conviene tener claro que, para una misma realidad económica, establecidos
los para qué, para quién y las circunstancias, el valor económico correcto es
único, con independencia del método que se emplee. Esto es compatible con el
hecho de que cualquier valoración es subjetiva: precisamente, una valoración
correctamente realizada permite identificar los elementos subjetivos empleados
para emitir esa opinión, y, en el caso de desacuerdo, establecer un diálogo
razonable sobre temas concretos. Este es un aspecto especialmente relevante
cuando se trata de valorar realidades económicas bajo diversos puntos de
vista, como, por ejemplo, en el caso de la adquisición de una empresa: si el
vendedor establece que la empresa vale, por ejemplo, mil millones porque fue
fundada por su abuelo y tiene un gran valor sentimental para su familia,
probablemente el proceso acabe en la fase de negociación del precio.
En 1994 BMW compró la compañía británica Rover por unos 800 millones de
libras. Entre 1995 y finales de 1999 invirtió otros 2.000 millones de libras en
Rover. En ese período, Rover pasó de una cuota del mercado británico del
13%, a una participación del 5%. En mayo de 2000 fue vendida por una
cantidad inferior a 60 millones de libras. El Presidente de BMW, Joachim
Milberg, comentó entonces que “hemos aprendido que las fusiones pueden ser
paralizantes bajo determinadas circunstancias”. A las pocas semanas fue
destituído.
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Todo proceso de valoración se basa en estimaciones sobre el futuro. Lo que
realmente ocurrirá en el futuro es impredecible, por lo que cuando se toman
decisiones sobre valor económico con base en estimaciones sobre el futuro,
estas estimaciones no se refieren al valor real, sino al valor esperado. En otras
palabras, lo que es previsible es el valor esperado, no el que realmente
ocurrirá, y sólo por casualidad ambos serán iguales. Por lo tanto, es
imprescindible llevar a cabo un seguimiento de la realidad económica que
hemos valorado con base en un valor esperado, para asegurarse que el valor
real que proporciona está en consonancia con las expectativas, y tomar las
medidas oportunas en su caso.
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