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El atributo principal de Dios desde una lectura de Santo Tomás

En 1224, en el castillo de Roccaseca, nace el séptimo hijo de los condes Landolfo y Teoroda de

Chieti, Santo Tomás de Aquino. Este monje dominico, antes de manifestar su intención de

convertirse en tal, es enviado a la universidad de Nápoles a estudiar las siete artes liberales.

Cuando logra ser aceptado en la orden, luego de una violenta oposición familiar, a

recomendación de su maestro y amigo, Alerto Margo, se interesa en la profundización teológica

y los estudios de lenguas. No es de extrañar que su temprano interés de elaborar comentarios de

pensadores como Boecio y Lombardo de cara a su formación escolástica enfrentada

contextualmente con el redescubrimiento de la obra de Aristóteles dieran paso a quien con toda

justicia es aún hoy en día considerado, no sólo un exponente prolijo de la metodología según una

lógica precisa, sino más importante aún, como una de las mentes creadoras más prodigiosas de

todos los tiempos.

Obras tales como Summa contra los gentes (1259-1264), De regimine principium (1265-1266),

De ente et essentia (1254-1256), De principiis naturae (1255-1256) y Summa Teologiae (1266-

1273), por mencionar sólo algunos de sus textos propios, mas no comentarios, opúsculos, etc., no

constituyen sino la prueba irrefutable de un vasto trabajo filosófico y teológico, por lo demás,

admirable.

De más está decir que cuando tratamos de confrontarnos con su obra, pareciera siempre

que la misma, pese a su magnanimidad, incluso a causa de ello mismo, estuviera volcada

necesariamente en asumirse siempre hacia una única problemática, esto es, empero

completamente limitante, mucho más cuando confundimos aquello desde lo que parten todas las

[temáticas] que abordó Tomás con aquello hacia lo que se asume se han de encaminar: la verdad,

Dios mismo, en su estudio, supera a cualquier otro inútil intento por estudiarlo desde alguna otra
temática; sin embargo no impide que se estudie aparte a alguna otra cosa por el estudio mismo de

la cosa aparte de Dios, porque, si bien todo parte de este último para poder concebirse, cuando

se asume como otra problemática exige ser tomado como un individual, apartado. Así, cuando

Tomás elaboró sus tratados sobre el hombre, el conocimiento, la ética, la biología, no les restó la

meticulosidad debida a ninguno de ellos, por el contrario, basándose en su impecable claridad,

siempre procuró mostrar, al menos a los que estuvieran dispuestos a escucharle, los mismos

parámetros argumentativos, el mismo orden, etc.; en resumen, todos los temas dignos de

estudiarse se estudian por sí mismos, Dios con mayor urgencia pero con iguales esfuerzos.

Ahora bien, podríamos tomar a esta última problemática (Dios), la más inmediata a la

filosofía de Tomás, y afirmar que todos aquellos atributos que a él se refieren, que presenta

detalladamente y justifica de manera oportuna, se han de considerar así, según la importancia de

los mismos para con aquel ser en el que se enmarcan como la relación ya aclarada entre los

tratados, empero, sin negar en efecto relación alguna, cabe, ante la pregunta de si con un ser tal

podemos hacer ello o si, en efecto, tendríamos que aproximarnos a él con otro método y,

considerando la virtud de sus múltiples atributos, identificar aquel al que los demás se remiten: al

hablar de los atributos de Dios, ante la posibilidad de preguntarnos cuál es el atributo principal,

¿podemos decir que el atributo de la simplicidad, es aquel en el cuál todos los demás adquieren

sentido y convergen?

Así, en primer lugar, comenzaremos mencionando aquellos atributos de Dios que

consideramos principales en la obra de Tomás, luego identificaremos y expondremos el atributo

que esperamos sea el más importante, en este caso, la simplicidad; finalmente explicaremos

cómo este último parece ser el único donde todos los demás se encuentran, por ello mismo es,

así, el atributo más importante.


En primer lugar, es importante reconocer que, por la afirmación de Pseudo-dionisio

(1979) en De los nombres divinos según la cual a Dios no puede uno referirse a no ser por

analogías, ya que:

De esta supersustancial y oculta divinidad no se ha de tener, pues, la presunción, como

hemos dicho, no ya sólo de decir, pero ni de pensar siquiera algo fuera de lo que por disposición

divina se nos ha declarado en la Sagrada escritura (p. 499).

Es decir, de Dios no se puede hablar a no ser por la equiparación entre la naturaleza y él, la

divinidad de la cual emanan y en virtud de la cual se entienden aquellas.

En virtud de ello entonces se establecen los atributos de Dios, insuficientes ontológicamente

hablando, pero necesarios para su entendimiento, es decir, lógicamente aceptables.

Empero hemos de, de entre todos los atributos, identificar los más importantes, no en virtud de

ellos mismos (ya hemos dicho que ello es ontológicamente imposible), sino para poder

confrontarlos con el que si hemos de considerar no sólo como ontológicamente suficiente, sino,

el único suficiente, la simplicidad. Podríamos considerar al atributo de la existencia el más

importante y a partir de los cuales todos los demás cobran sentido, sobre él hablaremos más

adelante, mas pese a su importancia, lo tomaremos como uno de los atributos más importantes en

nuestra lista, pero no el más importante. Otro atributo a considerar es el de la perfección de Dios,

lo posicionaremos como importante, pero al igual que los otros ahora mencionados, lo

relegaremos a un segundo plano con respecto a la simplicidad. La bondad como propiedad según

la cual suyo es el sumo bien; la infinidad, gracias a la cual la unidad, otro atributo, no permite ser

añadida en su ser, también los añadiremos a esta primera lista.

Con respecto a la trinidad, atributo por lo demás también importante, podemos afirmar no sólo

que sería para autores como San Buenaventura no el más importante, sino la única prueba de la
simplicidad de Dios; por ello afirma en su obra Cuestiones disputadas sobre el misterio de la

trinidad (1254) que: “Porque lo que se encuentra en la criatura según multiformidad y diferencia real,

mucho más perfectamente se encuentra en Dios por simplicísima identidad, como como es patente por lo

que ya se ha dicho y se dirá más abajo” (p. 774)

Sin embargo cualquier cosa que de aquí deduzcamos hacerse de ser en virtud de la obra de Santo

Tomás, pese a que razones no faltan para confrontarlo con algún otro pensador. Por ello, no

hablaremos del atributo de la trinidad en la segunda parte de este trabajo, sin embargo lo

mencionaremos ahora para mostrar cómo es que, no sólo en Tomás, sino en otros autores, el

mismo no sólo representa un atributo importante en cuanto a la concepción de Dios, sino además

el único capaz de aunar a cualquier otro al que se confronte el mismo; en el caso de San

Buenaventura directamente con el de la trinidad, en el de Tomás con los que mencionaremos a

continuación.

Sobre el mismo principio de la simplicidad podemos ahora decir que Santo Tomás, en De ente y

esencia (1256) ya ha señalado que:

De las sustancias unas son simples y otras compuestas; y en unas y otras se da la esencia,

pero en las simples de un modo más verdadero y noble, por tener también un ser más noble, ya

que son causa de los seres compuestos, al menos la sustancia primera y simple, Dios (p. 223).

Sin embargo, para de una vez poder justificar la idea de Tomás según la cual la

simplicidad abarca a todos los demás atributos, será necesario hablar detalladamente de los

mismos, así, procederemos a examinarlos a continuación, tomándolos de la Suma teológica:

Sobre el atributo de la existencia de Dios, ante la dificultad planteada por aquellos que

pretenden afirmar que no existe, Tomás responde en La Suma Teleológica (1273) que:
La existencia de Dios se puede demostrar por cinco vías. La primera y más clara se funda

en el movimiento […]. La segunda vía se basa en la causalidad eficiente […]. La tercera vía

considera el ser posible, o contingente, y el necesario […]. La cuarta vía considera los grados de

perfección que hay en los seres […]. La quinta se toma del gobierno del mundo (p. 484-489).

Concluye entonces que en virtud de cada una de estas vías puede probarse que Dios

existe.

Sobre la perfección de Dios, no es de extrañar que haya de asociársele ello con la

existencia, de manera tal que:

El ser o existir es lo más perfecto de todo, pues se compara con todas las cosas como

acto, y nada tiene actualidad de todas las cosas, hasta de las formas. Por consiguiente, no se

compara con las cosas como el recipiente con lo recibido, sino más bien como lo recibido con el

recipiente (p. 491).

Con respecto al atributo de la bondad, cuando se plantea como si es propio de Dios ser

bueno, responde a la pregunta afirmando:

Dios es el sumo bien, y no sólo en algún género u orden de las cosas, sino en absoluto.

Por consiguiente, si el bien está en Dios como en la causa primera, no unívoca, no unívoca de

todas las cosas, es indispensable que él esté de modo excelentísimo, y por esta razón llamamos a

Dios sumo bien (p. 498).

Ya hemos dicho que la infinidad de Dios y su unidad se relacionan, por ello cuando

afirma que aquello que es Dios, “la forma, no sólo no recibe perfección alguna de la materia,

sino que más bien esta restringe su amplitud, por lo cual la finitud de una forma no determinada

por materia tiene carácter de algo perfecto” (p. 501), prueba que la materia, distinta de la misma

[forma], Dios, no podría corromper con algo distinto y muy superior: materia y forma son
distintas, en el caso de Dios, forma pura, son irreconciliables; pero en virtud de ser diferente, es

decir, “ser uno, no añade al ser más que la negación de la división, pues uno no significa otra

cosas que el ser no dividido; por donde se comprende que uno se identifica con ser” (p. 501).

Ahora vamos, en segundo lugar, a analizar porque cada uno de estos atributos, si bien son

importantes, dependen todos ellos en igual grado del de la simplicidad. Recordemos, antes, lo

que para Dios significa Mal, que podría entenderse o como algo o la privación de algo, así, en

Sobre el mal, afirma que:

Ente tiene dos sentido: uno, en cuanto significa la naturaleza de los diez géneros; o en

otro sentido, ni el mal ni ninguna privación es ente ni algo. Otro, en cuanto que se responde a la

pregunta si (algo) es: en ese sentido, el mal (existe), lo mismo que la ceguera es (existe). Mas no

por eso el mal es una realidad, porque el ser una realidad no sólo significa lo que se da como

respuesta a la pregunta: si es, sino que también se da como respuesta a la pregunta qué es (una

cosa). (p. 710)

Ahora bien, la importancia de señalar esta idea, el mal, como preludio necesario al

tratamiento de los atributos de Dios (más importante aún, el de la simplicidad), se muestra según

como hayamos entendido hasta ahora qué significa que Dios puede tener atributos tales como

existencia, perfección, bondad, infinitud y unidad: que todos ellos se han de poder adjudicar sin

problema al momento de nombrarse, mas, pese a ello, que a diferencia, del mal, en efecto puedan

ser diferentes, al menos para nuestro entendimiento, sin suponer un problema como el del mal.

En Sobre el ser y la esencia (1256), Tomás ha establecido una división de esencia, misma

según la cual, ahora, tenemos que considerar para dar paso a los atributos superando, con ayuda

del atributo de la simplicidad, el problema de su multiplicidad en un solo ser, Dios; ya que,


“mientras que se llama esencia en cuanto que por ella y en ella el ente tiene ser” (p. 222), por ser

Dios ente máximo, donde el ser se manifiesta más excelsamente, no como el mal (carencia), sino

como su condición para ser concebido, exige que se mantengan todos sus atributos de manera tal

que el identificarlos análogamente no implique nunca una ruptura del concepto de Dios: no es

posible que haya contradicción cuando se concibe a Dios, así, partiendo de su existencia, vemos

que donde la misma peligra es donde no seguimos los preceptos según los cuales “el ente

absoluta y primariamente se dice de las sustancias y posteriormente y en algún sentido de los

accidentes” (p. 223); la existencia de Dios, atributo a partir del cual todos los demás prosiguen en

su demostración, requiere de la simplicidad de la sustancia, ya que en lo más simple es donde se

puede encontrar más verdaderamente la razón misma de su esencia, más aún, la esencia.

Entonces no nos sorprende que la existencia se le adjudique más propiamente a lo que es más

simple.

La perfección del mismo incitaría a un pensador muy poco habilidoso a pensar que,

cuando se considera, no es posible que sea apartándola de aquello que por añadidura lo hace a

uno más perfecto, pero ello puede decirse de cualquier otro individuo menos de Dios, porque

Dios, en primer lugar siempre es el mismo, siempre existe, y en segundo porque el que su

perfección, no su perfeccionamiento, se mantenga, Dios es perfecto con respecto a que ya

existiendo no puede a él nada añadírsele ni quitársele; y si la existencia depende de la

simplicidad, y Dios siempre existe perfecto, la perfección de Dios es siempre simple.

La bondad implica la permanencia del bien; Dios, del cual todo emana, porque de él

surgen todas las cosas que hacia él se perfeccionan (y no es que él se perfeccione), es siempre

permanente, como su existencia y como su perfección, más aún se da sin medida, sin

restricciones, sin preferencias, sin puntos medios, sin partida o llegada. Podemos así compararla
con una fuente que siempre da en la misma medida agua a las aves, que nunca se seca ni nunca

da de más; por lo tanto es siempre simple, porque de no serlo sus disparidades darían paso a

medidas para su amor, pero Dios ama sin medidas, sin preferencias. La bondad (y el amor, para

nosotros prueba de su bondad) al darse siempre según medida infinita, es simple porque de no

serlo ya no se daría d esta forma.

La infinitud nunca podría llevarnos a pensar que para que sea tal debe no ser simple, al

contrario, la infinitud como condición según la cual nuestra idea mortal de tiempo es excedida

trans-tempotalmente por algo aún más incomprensible y abarcante depende de nuestra humana

comprensión simplicidad con la que este ni ha iniciado ni terminará, sino que se da siempre, pero

si comenzara Dios en algún momento o terminara en otro, entonces no sería infinito, tampoco

sería simple, porque ser simple hace que algo no tenga partes divisorias: si el tiempo de Dios no

se pude dividir, esto es, Dios es infinito, entonces es simple.

Por ello es uno, porque en la unidad no se hayan divisiones, y como lo infinito es una

característica de Dios, por lo mismo, es prueba de que ninguna otra característica de Dios podría

serlo, porque Dios no puede tener alguna característica que contradiga a la otra, por ello en virtud

de la infinitud, Dios es uno, por ser uno es simple; que lo que es simple no es divisible ya se ha

explicado.

Por último, la simplicidad, atributo por excelencia, ha de justificar cómo es que no sólo

estos, sino todos los demás atributos que se derivan de Dios, dependen de ella: pensemos

entonces que no conocemos alguna característica de algo salvo que es simple, luego, gracias a su

simplicidad, tendremos que admitir que existe, porque es fácil de intuir, si uno no quiere leer a

Aristóteles, que lo que puede existir es aquello que no pone trabas a su existencia, ni materiales

ni de alguna otra clase; luego de admitir que existe nos preguntaremos si ha de existir siempre o
si en algún momento se generó y si podría dejar de existir luego de esto, si hemos previsto que

sea simple, no podríamos más que negar que no sea eterno, debido a que de no serlo, tendría

alguna división, ya sea en su estructura o composición temporal, así, Dios es eterno. Si es eterno,

entonces sus cualidades todas ellas, han de darse a la par suya, no sea que al darse antes o

después lo modifiquen, cosa que no puede hacerse; así todos los demás atributos de Dios,

absolutamente todos, han de darse en la misma medida: la el bien, la omnipotencia, la sabiduría,

el amor.

Pero podría alguien afirmar de pronto que hemos supuesto que los atributos han partido

de la simplicidad, cosa que queremos demostrar, no es difícil hacer una demostración, ya la

hemos hecho, pero si en todo caso es incorrecto partir de lo que queremos demostrar remitiremos

al lector a las líneas que escribimos al comienzo: que el atributo del cual han de partir los demás

no sólo ha de ser aquel del cual los demás partan, sino que ha de ser aquel del cual los demás

converjan y se fundamenten, ya los hemos fundamentado; ahora hay que enfrentarnos a la

inevitable convergencia hacia la simplicidad.

Tomemos todos los atributos y añadámosles aquella característica según la cual podemos

concebirlos, aunque refiriéndose a Dios sean inentendibles: su supremacía; así los atributos de

Dios son, sin importar cuáles sean, son supremos, es decir, todas las cualidades de Dios se

encuentran en grado sumo en él. Siguiendo esta condición diremos que su supremacía los

mantiene unidos hacia la misma inevitable permanencia, pero la permanencia de atributos que ya

son siempre los mismos que se dan de manera tal que no se contradigan, no se confronten, no se

nieguen, depende de que aquel ser en que se mantengan admita su permanencia: si Dios no fuera

tal que sus atributos permanecen inalterables por alguna causa externa, mucho menos alguna

interna, entre los mismos atributos, entonces necesita, en virtud suya y no de algo externo a él,
siempre Dios. Aquello en donde los componentes se hayan libres para existir sin impedimento de

causas (que no son sino negaciones), debe ser simple, no se trata de tener a la simplicidad como

atributo añadido, ya que la misma provendría de algo que no es el mismo, sino que ya siendo

simple en él la simplicidad se manifieste, como todos los demás atributos, más perfectamente.

Así, Dios es simple, y todas las cosas que se encuentran en él en grado sumo lo están en

virtud de su simplicidad, que permite que la “mezcla” subsista, sino más aún, exista por encima

de algo inferior, siempre; la simplicidad de Dios permite todas sus demás cualidades, de la

simplicidad dependen sus demás atributos: Dios es simple, cualquier otro atributo pensable parte

de ello.
Bibliografía

DE AEROPAGITA, Pseudo-Dionisio (1979). De los nombres divinos. En Clemente Fernandez.

Los filósofos medievales, selección de textos II (pp.468-479). Madrid: Biblioteca de Autores

cristianos.

DE AQUINO, Tomás (1979). Ente y esencia. En Clemente Fernandez. Los filósofos medievales,

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DE AQUINO, Tomás (1983). De los principios de la naturaleza. Madrid: Los grandes

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SAN BUENAVENTURA (1979). De los nombres divinos. En Clemente Fernandez. Los

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cristianos.

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