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En 1224, en el castillo de Roccaseca, nace el séptimo hijo de los condes Landolfo y Teoroda de
Chieti, Santo Tomás de Aquino. Este monje dominico, antes de manifestar su intención de
convertirse en tal, es enviado a la universidad de Nápoles a estudiar las siete artes liberales.
Cuando logra ser aceptado en la orden, luego de una violenta oposición familiar, a
contextualmente con el redescubrimiento de la obra de Aristóteles dieran paso a quien con toda
justicia es aún hoy en día considerado, no sólo un exponente prolijo de la metodología según una
lógica precisa, sino más importante aún, como una de las mentes creadoras más prodigiosas de
Obras tales como Summa contra los gentes (1259-1264), De regimine principium (1265-1266),
1273), por mencionar sólo algunos de sus textos propios, mas no comentarios, opúsculos, etc., no
constituyen sino la prueba irrefutable de un vasto trabajo filosófico y teológico, por lo demás,
admirable.
De más está decir que cuando tratamos de confrontarnos con su obra, pareciera siempre
que la misma, pese a su magnanimidad, incluso a causa de ello mismo, estuviera volcada
necesariamente en asumirse siempre hacia una única problemática, esto es, empero
completamente limitante, mucho más cuando confundimos aquello desde lo que parten todas las
[temáticas] que abordó Tomás con aquello hacia lo que se asume se han de encaminar: la verdad,
Dios mismo, en su estudio, supera a cualquier otro inútil intento por estudiarlo desde alguna otra
temática; sin embargo no impide que se estudie aparte a alguna otra cosa por el estudio mismo de
la cosa aparte de Dios, porque, si bien todo parte de este último para poder concebirse, cuando
se asume como otra problemática exige ser tomado como un individual, apartado. Así, cuando
Tomás elaboró sus tratados sobre el hombre, el conocimiento, la ética, la biología, no les restó la
siempre procuró mostrar, al menos a los que estuvieran dispuestos a escucharle, los mismos
parámetros argumentativos, el mismo orden, etc.; en resumen, todos los temas dignos de
estudiarse se estudian por sí mismos, Dios con mayor urgencia pero con iguales esfuerzos.
Ahora bien, podríamos tomar a esta última problemática (Dios), la más inmediata a la
filosofía de Tomás, y afirmar que todos aquellos atributos que a él se refieren, que presenta
los mismos para con aquel ser en el que se enmarcan como la relación ya aclarada entre los
tratados, empero, sin negar en efecto relación alguna, cabe, ante la pregunta de si con un ser tal
podemos hacer ello o si, en efecto, tendríamos que aproximarnos a él con otro método y,
considerando la virtud de sus múltiples atributos, identificar aquel al que los demás se remiten: al
hablar de los atributos de Dios, ante la posibilidad de preguntarnos cuál es el atributo principal,
¿podemos decir que el atributo de la simplicidad, es aquel en el cuál todos los demás adquieren
sentido y convergen?
que esperamos sea el más importante, en este caso, la simplicidad; finalmente explicaremos
cómo este último parece ser el único donde todos los demás se encuentran, por ello mismo es,
(1979) en De los nombres divinos según la cual a Dios no puede uno referirse a no ser por
analogías, ya que:
hemos dicho, no ya sólo de decir, pero ni de pensar siquiera algo fuera de lo que por disposición
Es decir, de Dios no se puede hablar a no ser por la equiparación entre la naturaleza y él, la
Empero hemos de, de entre todos los atributos, identificar los más importantes, no en virtud de
ellos mismos (ya hemos dicho que ello es ontológicamente imposible), sino para poder
confrontarlos con el que si hemos de considerar no sólo como ontológicamente suficiente, sino,
importante y a partir de los cuales todos los demás cobran sentido, sobre él hablaremos más
adelante, mas pese a su importancia, lo tomaremos como uno de los atributos más importantes en
nuestra lista, pero no el más importante. Otro atributo a considerar es el de la perfección de Dios,
lo posicionaremos como importante, pero al igual que los otros ahora mencionados, lo
relegaremos a un segundo plano con respecto a la simplicidad. La bondad como propiedad según
la cual suyo es el sumo bien; la infinidad, gracias a la cual la unidad, otro atributo, no permite ser
Con respecto a la trinidad, atributo por lo demás también importante, podemos afirmar no sólo
que sería para autores como San Buenaventura no el más importante, sino la única prueba de la
simplicidad de Dios; por ello afirma en su obra Cuestiones disputadas sobre el misterio de la
trinidad (1254) que: “Porque lo que se encuentra en la criatura según multiformidad y diferencia real,
mucho más perfectamente se encuentra en Dios por simplicísima identidad, como como es patente por lo
Sin embargo cualquier cosa que de aquí deduzcamos hacerse de ser en virtud de la obra de Santo
Tomás, pese a que razones no faltan para confrontarlo con algún otro pensador. Por ello, no
hablaremos del atributo de la trinidad en la segunda parte de este trabajo, sin embargo lo
mencionaremos ahora para mostrar cómo es que, no sólo en Tomás, sino en otros autores, el
mismo no sólo representa un atributo importante en cuanto a la concepción de Dios, sino además
el único capaz de aunar a cualquier otro al que se confronte el mismo; en el caso de San
continuación.
Sobre el mismo principio de la simplicidad podemos ahora decir que Santo Tomás, en De ente y
De las sustancias unas son simples y otras compuestas; y en unas y otras se da la esencia,
pero en las simples de un modo más verdadero y noble, por tener también un ser más noble, ya
que son causa de los seres compuestos, al menos la sustancia primera y simple, Dios (p. 223).
Sin embargo, para de una vez poder justificar la idea de Tomás según la cual la
simplicidad abarca a todos los demás atributos, será necesario hablar detalladamente de los
Sobre el atributo de la existencia de Dios, ante la dificultad planteada por aquellos que
pretenden afirmar que no existe, Tomás responde en La Suma Teleológica (1273) que:
La existencia de Dios se puede demostrar por cinco vías. La primera y más clara se funda
en el movimiento […]. La segunda vía se basa en la causalidad eficiente […]. La tercera vía
considera el ser posible, o contingente, y el necesario […]. La cuarta vía considera los grados de
perfección que hay en los seres […]. La quinta se toma del gobierno del mundo (p. 484-489).
Concluye entonces que en virtud de cada una de estas vías puede probarse que Dios
existe.
El ser o existir es lo más perfecto de todo, pues se compara con todas las cosas como
acto, y nada tiene actualidad de todas las cosas, hasta de las formas. Por consiguiente, no se
compara con las cosas como el recipiente con lo recibido, sino más bien como lo recibido con el
Con respecto al atributo de la bondad, cuando se plantea como si es propio de Dios ser
Dios es el sumo bien, y no sólo en algún género u orden de las cosas, sino en absoluto.
Por consiguiente, si el bien está en Dios como en la causa primera, no unívoca, no unívoca de
todas las cosas, es indispensable que él esté de modo excelentísimo, y por esta razón llamamos a
Ya hemos dicho que la infinidad de Dios y su unidad se relacionan, por ello cuando
afirma que aquello que es Dios, “la forma, no sólo no recibe perfección alguna de la materia,
sino que más bien esta restringe su amplitud, por lo cual la finitud de una forma no determinada
por materia tiene carácter de algo perfecto” (p. 501), prueba que la materia, distinta de la misma
[forma], Dios, no podría corromper con algo distinto y muy superior: materia y forma son
distintas, en el caso de Dios, forma pura, son irreconciliables; pero en virtud de ser diferente, es
decir, “ser uno, no añade al ser más que la negación de la división, pues uno no significa otra
cosas que el ser no dividido; por donde se comprende que uno se identifica con ser” (p. 501).
Ahora vamos, en segundo lugar, a analizar porque cada uno de estos atributos, si bien son
importantes, dependen todos ellos en igual grado del de la simplicidad. Recordemos, antes, lo
que para Dios significa Mal, que podría entenderse o como algo o la privación de algo, así, en
Ente tiene dos sentido: uno, en cuanto significa la naturaleza de los diez géneros; o en
otro sentido, ni el mal ni ninguna privación es ente ni algo. Otro, en cuanto que se responde a la
pregunta si (algo) es: en ese sentido, el mal (existe), lo mismo que la ceguera es (existe). Mas no
por eso el mal es una realidad, porque el ser una realidad no sólo significa lo que se da como
respuesta a la pregunta: si es, sino que también se da como respuesta a la pregunta qué es (una
Ahora bien, la importancia de señalar esta idea, el mal, como preludio necesario al
tratamiento de los atributos de Dios (más importante aún, el de la simplicidad), se muestra según
como hayamos entendido hasta ahora qué significa que Dios puede tener atributos tales como
existencia, perfección, bondad, infinitud y unidad: que todos ellos se han de poder adjudicar sin
problema al momento de nombrarse, mas, pese a ello, que a diferencia, del mal, en efecto puedan
ser diferentes, al menos para nuestro entendimiento, sin suponer un problema como el del mal.
En Sobre el ser y la esencia (1256), Tomás ha establecido una división de esencia, misma
según la cual, ahora, tenemos que considerar para dar paso a los atributos superando, con ayuda
Dios ente máximo, donde el ser se manifiesta más excelsamente, no como el mal (carencia), sino
como su condición para ser concebido, exige que se mantengan todos sus atributos de manera tal
que el identificarlos análogamente no implique nunca una ruptura del concepto de Dios: no es
posible que haya contradicción cuando se concibe a Dios, así, partiendo de su existencia, vemos
que donde la misma peligra es donde no seguimos los preceptos según los cuales “el ente
accidentes” (p. 223); la existencia de Dios, atributo a partir del cual todos los demás prosiguen en
puede encontrar más verdaderamente la razón misma de su esencia, más aún, la esencia.
Entonces no nos sorprende que la existencia se le adjudique más propiamente a lo que es más
simple.
La perfección del mismo incitaría a un pensador muy poco habilidoso a pensar que,
cuando se considera, no es posible que sea apartándola de aquello que por añadidura lo hace a
uno más perfecto, pero ello puede decirse de cualquier otro individuo menos de Dios, porque
Dios, en primer lugar siempre es el mismo, siempre existe, y en segundo porque el que su
La bondad implica la permanencia del bien; Dios, del cual todo emana, porque de él
surgen todas las cosas que hacia él se perfeccionan (y no es que él se perfeccione), es siempre
permanente, como su existencia y como su perfección, más aún se da sin medida, sin
restricciones, sin preferencias, sin puntos medios, sin partida o llegada. Podemos así compararla
con una fuente que siempre da en la misma medida agua a las aves, que nunca se seca ni nunca
da de más; por lo tanto es siempre simple, porque de no serlo sus disparidades darían paso a
medidas para su amor, pero Dios ama sin medidas, sin preferencias. La bondad (y el amor, para
nosotros prueba de su bondad) al darse siempre según medida infinita, es simple porque de no
La infinitud nunca podría llevarnos a pensar que para que sea tal debe no ser simple, al
contrario, la infinitud como condición según la cual nuestra idea mortal de tiempo es excedida
trans-tempotalmente por algo aún más incomprensible y abarcante depende de nuestra humana
comprensión simplicidad con la que este ni ha iniciado ni terminará, sino que se da siempre, pero
si comenzara Dios en algún momento o terminara en otro, entonces no sería infinito, tampoco
sería simple, porque ser simple hace que algo no tenga partes divisorias: si el tiempo de Dios no
Por ello es uno, porque en la unidad no se hayan divisiones, y como lo infinito es una
característica de Dios, por lo mismo, es prueba de que ninguna otra característica de Dios podría
serlo, porque Dios no puede tener alguna característica que contradiga a la otra, por ello en virtud
de la infinitud, Dios es uno, por ser uno es simple; que lo que es simple no es divisible ya se ha
explicado.
Por último, la simplicidad, atributo por excelencia, ha de justificar cómo es que no sólo
estos, sino todos los demás atributos que se derivan de Dios, dependen de ella: pensemos
entonces que no conocemos alguna característica de algo salvo que es simple, luego, gracias a su
simplicidad, tendremos que admitir que existe, porque es fácil de intuir, si uno no quiere leer a
Aristóteles, que lo que puede existir es aquello que no pone trabas a su existencia, ni materiales
ni de alguna otra clase; luego de admitir que existe nos preguntaremos si ha de existir siempre o
si en algún momento se generó y si podría dejar de existir luego de esto, si hemos previsto que
sea simple, no podríamos más que negar que no sea eterno, debido a que de no serlo, tendría
alguna división, ya sea en su estructura o composición temporal, así, Dios es eterno. Si es eterno,
entonces sus cualidades todas ellas, han de darse a la par suya, no sea que al darse antes o
después lo modifiquen, cosa que no puede hacerse; así todos los demás atributos de Dios,
el amor.
Pero podría alguien afirmar de pronto que hemos supuesto que los atributos han partido
hemos hecho, pero si en todo caso es incorrecto partir de lo que queremos demostrar remitiremos
al lector a las líneas que escribimos al comienzo: que el atributo del cual han de partir los demás
no sólo ha de ser aquel del cual los demás partan, sino que ha de ser aquel del cual los demás
Tomemos todos los atributos y añadámosles aquella característica según la cual podemos
concebirlos, aunque refiriéndose a Dios sean inentendibles: su supremacía; así los atributos de
Dios son, sin importar cuáles sean, son supremos, es decir, todas las cualidades de Dios se
encuentran en grado sumo en él. Siguiendo esta condición diremos que su supremacía los
mantiene unidos hacia la misma inevitable permanencia, pero la permanencia de atributos que ya
son siempre los mismos que se dan de manera tal que no se contradigan, no se confronten, no se
nieguen, depende de que aquel ser en que se mantengan admita su permanencia: si Dios no fuera
tal que sus atributos permanecen inalterables por alguna causa externa, mucho menos alguna
interna, entre los mismos atributos, entonces necesita, en virtud suya y no de algo externo a él,
siempre Dios. Aquello en donde los componentes se hayan libres para existir sin impedimento de
causas (que no son sino negaciones), debe ser simple, no se trata de tener a la simplicidad como
atributo añadido, ya que la misma provendría de algo que no es el mismo, sino que ya siendo
simple en él la simplicidad se manifieste, como todos los demás atributos, más perfectamente.
Así, Dios es simple, y todas las cosas que se encuentran en él en grado sumo lo están en
virtud de su simplicidad, que permite que la “mezcla” subsista, sino más aún, exista por encima
de algo inferior, siempre; la simplicidad de Dios permite todas sus demás cualidades, de la
simplicidad dependen sus demás atributos: Dios es simple, cualquier otro atributo pensable parte
de ello.
Bibliografía
cristianos.
DE AQUINO, Tomás (1979). Ente y esencia. En Clemente Fernandez. Los filósofos medievales,
DE AQUINO, Tomás (1979). Suma teológica. En Clemente Fernandez. Los filósofos medievales,
pensadores.
cristianos.